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Je Brouwer
Prefacio
D vvkíhi K . N h .s on
Andrews University
La cátedra de
H. M. S. Richards
sobre predicación
LOS EDITORES
¿Qué es la
predicación?
n
C
OMPAÑEROS predicadores, ¡los saludo! No estoy aquí
ponqué yo crea que sé más que ustedes sobre predicación, o
porque pretenda ser una autoridad en la materia. En rea
lidad, estoy totalmente seguro de que antes que termine
mos esta serie, algunos de ustedes disentirán completamente con
algunas de las ideas que serán expuestas; pero eso será positivo. Si
podemos conseguir que la gente piense lo suficiente como para no es
tar tie acuerdo con nosotros, a la larga eso será algo bueno. Si no pue
do convencerlos de que estoy en lo correcto, entonces traten de con-,
vencerme de lo contrario.
Desde que recibí la invitación para dictar estas conferencias, ha
ce varios meses, he estado pensando com o nunca antes en mi vida
sobre la obra de la predicación, especialmente la predicación ad
ventista. lie estado analizando mi propia experiencia y he tratado
de expresar verbalmente lo poco que conozco sobre este maravilloso
lema. He leído con sumo cuidado todo lo que las Santas Escrituras
dicen sobre la predicación. Leí una buena cantidad de libros sobre
predicación escritos por algunos de los más grandes predicadores y
maestros del mundo, y finalmente, escribí a casi quinientos pastores
en activo, solicitándoles su consejo, y recibí doscientas respuestas
personales. Com o resultado de estas actividades, me han impresio
nado profundamente tres conclusiones excelentes: Primero, que el
tema es inmenso; segundo, que esas autoridades en el tema ya han
cubierto el campo concienzudamente y han dicho todo lo que hace
talla decir o que tal vez podría ser dicho sobre este asunto; y terce
ro, que mi propio conocimiento de la predicación es sorprendente
mente insignificante.
Sería absolutamente imposible para cualquier hombre ni aun en
cien conferencias, abarcar lodo lo relacionado con el tema de la predi
cación. Por lo tanto, haré sencillamente algunas observaciones sobre
este importante asunto y pediré la bendición de Dios sobre mis es
fuerzos, a fin de que otros puedan encontrar ayuda en loque se diga.
Para mí es una señal muy alentadora que se haya contemplado
e iniciado tura serie de conferencias sobre predicación. Tiste mismo
hecho muestra que nuestros líderes están pensando más y más en la
predicación. En mis contactos con el hermano Osborn, mi consejero
espiritual cuando era pastor de mi iglesia natal en Glendale, percibí
que él estaba muy preocupado con respecto a esto, y yo estaba pro
fundamente interesado en su colección de libros tie las Yale Lecture*
[Conferencias Yale] sobre predicación. Nunca imaginé, cuando era
estudiante en el Washington Missionary College y pastor de la vieja
iglesia de Capitol HUI, que el muchachito travieso que acostumbra
ba sentarse en el banco de adelante sería algún día mi pastor y esta
ría asociado conmigo hoy aquí en este pulpito, el hermano Osborn.
Til tema de esta noche para mi primera charla es: «¿Qué es la p|e-
dicariónZ» y nuestro texto está en Marcos 1: 14, primera parte, las
mismas palabras que usó el Dr. Buttrick en sus Yole Leí tures: «Jesús
vino [...] predicando». Cuando Jesús descendió a este mundo, vino
predicando. Desde el momento que recibí la invitación para dictar
esta serie de conferencias he estado viviendo con el lema de la pre
dicación; pensando en él; soñando con él. En realidad, elaboré varias
conferencias por la noche cuando estaba medio dormido, pero cuan
do me desperté por la mañana, ¡encontré que todas estaban mal he
chas! Desde que recibí esta invitación he leído todo lo que hay en la
Biblia sobre predicación, hasta donde yo sepa, y creo que he leído
lodo lo que está disponible sobre este asunto en los libros publica
dos del espíritu de profecía, iambién leí lantos de los libros de las
Yole Lectures como pude. l eí también una selección que el hermano
Osbom me envió, y otros libros que pude obtener.
Como resultado de lodo esto y de examinar mi propia experien
cia y buscar a Dios en oración con este asunto, quedé impresionado
con dos cosas. La primera es que todo lo que pueda decirse acerca de
la predicación ya ha sido dicho y ha sido expresado mucho mejor de lo
que yo pudiera haberlo hecho. La segunda es que conozco m uy po
co acerca del tema, y siento que he fracasado en casi tcxlos los aspec
tos para ser un predicador fervoroso o un verdadero predicador y mu
cho menos, ser un gran predicador. Debido a la importancia del te
ma, pido la bendición de Dios sobre mis esfuerzos.
Ahora bien, en el capítulo uno y el versículo catorce del Evange
lio más corlo, Marcos, encontramos estas palabras: «Jesús vino a Ca- «
lilea predicando el evangelio del reino de Dios». Es* es la introduc
ción de jesús. 1.a primera aparición de nuestro Salvador en este
mundo después que comenzó su ministerio público lúe como predi
cador. Vino predicando. La palabra «predicar» en este pasaje signi
fica «proclamar», «pregonar»; es la palabra que se usa para «heral
do», aquel que -pregona en voz alta». Y luego se da aquí más ade
lante, en este mismo pasaje, el cenlro del mensaje de Jesús: «El tiem
po se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca; ¡arrepentios, y
creed al evangelio!» (Mar. 1: 15).
Observe ahora estos hechos acerca de su predicación: Primero,
estaba basada en el cumplimiento de la profecía; segundo, era sobre
la inspiración de las Escrituras del Antiguo lestamenlo; tercero; era
un llamado al arrepentimiento; y cuarto, un llamado a la le. Estas
cuatro cosas se perciben claramente en el texto. La profecía de tiem
po de Daniel 9, la gran profecía de las setenta semanas que todos co
nocemos, había encontrado paite de su cumplimiento en el ungi
miento de Jesús con el Espíritu Santo en el río Jordán. En TTechos 10:38
leemos que Jesús lúe ungido con el Espíritu Santo y fue sanando a los
enfermos y a todos los oprimidos por el diablo: «Porque Dios estaba
con él». Fue ungido allí, en el Jordán con el Espíritu Santo, y llegó a
ser el Ungido, específicamente, el Cristo; en cumplimiento de aquella
profecía. F inmediatamente comenzó a predicar: «El tiempo se ha >
cumplido Arrepentios, y creed al evangelio». Vino predicando
2 4 A i'ac ii \ta mis oveias
f / ' The scovf wouldst thou know. / Tn touch tiir- ht-.iri or fir<- the Wood .ir will? / Let thine own
eves o'etflow, / 1«•» thy Up* ipiivcr with the passionate thrill.
caminónos fueron detenidos y obligados a dar paso a aquella misión
sumamente importante. Una gran ciudad estaba en llamas, las
viviendas estaban siendo destruidas, había muchas vidas en peligro,
la riqueza se estaba con virtiendo en humo. No era momento para un
simple negocio o para el placer.
Y así hoy en día, queridos predicadores de este santo evangelio,
el mundo está en llamas. Todo lo que es de valor, está en peligro. Al
mas con posibilidades de inmortalidad están en peligro. ¿No debe
ríamos despejar el camino de nuestras vidas? ¿No deberíamos hacer
en primer lugar lo primordial? Cualquier cosa que no sirva a la cau
sa de Cristo, cualquier cosa que inhiba nuestra labor por él, cual
quier cosa que desgaste el ñlo de nuestra experiencia espiritual, que
suavice nuestros sermones, que arruine el poder de nuestro testimo
nio, debería ser desviada a un lado. Despejen el camino, ‘«preparad
en el desierto camino para nuestro Dios». Sí,, mis hermanos y ami
gos, preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas.
Amigos, hay mil cosas que podríamos decir sobre el tema de la pre
dicación, pero ¡quién le puede decir a alguien cómo predicar! Yo no
puedo. Todos tenemos personalidades diferentes- Pero cuando Dios
nos llama y coloca su Espíritu en nosotros y le abrimos nuestros cora
zones, y sabemos que nos ha llamado, entonces podemos predicar.
Recuerde esto, antes de tener templos, teníamos predicadores. Antes
de tener escuelas, teníamos predicadores. Antes de que tuviéramos
un hospital, teníamos predicadores. Ante's de que tuviéramos una
imprenta, teníamos predicadores. Y, mis amigos, si alguna vez se ter
minaran Jos predicadores en este movimiento, pronto llegarían tam
bién a su fin las instituciones.
Hay muchas cosas que necesitan hacerse y que se están hacien
do, pero no pueden lomar el lugar de la predicación. Jesús dijo:_<<Td "
por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura» (Mar.
16:15). Organizamos asociaciones e iglesias, y eso es una cosa buena,
pero eso no es predicar. Podemos supervisarlas e iniciar nuevos pla
nes e ideas, unir, dividir, financiar, pero eso no es predicación. Po
demos comseguir dinero y poner en marcha muchas campañas y
programas dignos, mantener instituios, concilios, congresos, pero eso
no es predicación. Podemos fortalecer un sistema mundial de rela
ciones públicas y de publicidad favorable, podemos hacer circular
libros, folletos, revistas, tratados, por millones; esto debería hacerse;
debe* hacerse; se hará, pero todo esto no es predicación. La predica
ción va primero, continúa y pondrá fin a la escena. Algunos de nos
otros estamos inclinados a hacer un caballo de carga de la gran
comisión. Jesús no dijo: «Id por todo el mundo y construid sa
natorios, organizad y edificad oficinas para asociaciones y oficinas
para las uniones, construid editoriales y escuelas, estableced alma
cenes, instituciones comerciales, y así sucesivamente». Él no dijo
eso. rlodo eso son los frutos legítimos que brotan de la actividad cris
tiana, supongo, pero no son el fundamento. La Escritura dice: «Id
por todo el mundo y jfrediCüd». Algunas veces olvidamos la comi
sión y hacemos primero lo otro.
No hayj-'n lodo el mundo algo que produzca t<mto_espíri.tu de
'abnegación^como predicar, si se hace correctamente. No hay nada
que el diablo odie tanto como la predicación y los predicadores;
quiero decir, la predicación verdadera, la predicación piadosa, la
predicación poderosa. ¡Cómo la odia! Se siente absolutamente com
placido de que algunos hombres que han sido llamados por Dios y
que son poderosos ante la multitud y que manejar la «espada del
Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Efe. 6 :1 7 ) con gran poder y efi
cacia, se dediquen a todo lo bueno que se les ocurra menos a predi
car. Les presentará alguna tentación especial, hará que caigan, con
seguirá que salgan de la obra, o logrará que hagan alguna otra cosa
buena, cualquier cosa que los detenga de predicar, sobre todo cuan
do se trata de un predicador poderoso. El diablo prefiere que esté ocu
pado en cualquier obra buena, pero no en la obra a la que Dios lo ha
llamado. ¿No es ya hora de que los predicadores preciquen de veras?
Pero usled dice: «Yo no soy un gran evangelista». Eso puede ser
verdad, pero si Dios lo ha llamado a p retí icar, ¡predique! Usted pue
de decir: «Pero yo no puedo reunir una multitud donde estoy». De
todas maneras, predique, aunque solamente haya uno o dos. Man
téngase predicando y habrá resultados.
Hace algún tiempo, un pastor metodista que no era mi gran ora
dor, sino sencillamente un predicador común de una pequeña pa
rroquia tuvo la convicción abrumadora, de que había sido llamado
a predicar. Cada año cuando asistía al congreso de su Asociación
tenía casi tantos conversos que informar como algunos de los gran
des evangelistas que teman una campaña de vez en cuando. Un día
lo llamó el superintendente y le pidió que le explicara eso, por qué,
aunque había sido un predicador humilde,-conseguía resultados
siempre. Con total naturalidad le respondió:
— Bueno, tengo una reunión cada domingo por la noche en mi
iglesia y predico el evangelio.
— ¿Quiere decirme usted que predicó lodo el verano?
— ¿Cómo? Por supuesto prediqué todo el verano, cada domingo
por la ntx'he. Cincuenta v dos domingos al año al anochecer prendo
la iluminación de mi iglesia, abro sus puertas y predico.
—¿No disminuye la cantidad de asistentes en el verano?
—Pues sí. Alguna vez no tengo más que diez o quince presentes.
Pero mi gente sabe que yo estaré allí predicando la palabra cada
domingo por la noche. Y a tan d o sumo el número de mis conversos
al fin del año, he conseguido cincuenta, sesenta o setentas almas.
Bueno, tal vez no deberíamos hacerlo exactamente así; pero quie
ro decirles, amigos, si Dios nos ha llamado, y predicamos, y nos man
tenemos predicando, siempre «conseguiremos resultados.
Sí,"m*ucKas veces la predicación es una tarea ingrata, que muchos
consideran como más baja en estima y honor que estar en un pues
to administrativo. Conozco a un pastor, y no está a mil millas de aquí,
y el incidente del cual voy a hablar no pasó hace cien años. Alguien
lo fue a ver y vio su gran iglesia y el maravilloso éxito que estaba
teniendo.
— Dígame, ¿cuál es su objetivo? ¿Para qué está trabajando? — se
le preguntó.
El pastor contestó:
— Vea esta gran iglesia, tiene cerca de dos mil miembros. Estoy
ocupado día y noche sirviendo a las necesidades de estas personas,
alimentando este rebaño poderoso, edificando la causa de Dios, ga
nando almas para él.
— Oh, yo sé que eso es algo grande. Pero, ¿cuál es su objetivo
real? — le preguntó su amigo.
— ¿No puede ver que mi objetivo real esta aquí? ¿No puede ima
ginarse a un hombre que no tiene otra meta que esta, que es la más
elevada de todas, "ganar almas para Cristo"?
—Oh, sí, entiendo todo eso. Eso es verdad, por supuesto, en un
sentido de la palabra. Pero ¿cuál es su objetivo final?
Ese inlerrogador no se podía imaginar que alguien no aspirara a
OCTipar un buen puesto administrativo, o de secretario o presidente
de una Asociación, de una Unión, o algún cargo en la Asociación
Ccneral. En verdad, todos estos son cargos honorables, pero a la
vista de Dios, ¿hay algún puesto más elevado que el del ganador de
almas? ¿No es esa la mayor vocación en la tierra? ¿No deberíamos
más bien com padecem os de quienes tienen que desviarse de dedi
car todo su tiempo a la ganancia de almas para ocupar parte de su
tiempo en la administración del resto de nosotros los predicadores?
Algún día, amigo predicador, llegará la recompensa. Todos los
verdaderos predicadores serán reunidos para encontrar al gran Pre
dicador que los envió, el de las manos traspasadas. Aquel día entre
ellos habrá unos pocos grandes predicadores, ur.os pocos grandes
oradores, unos pocos hombres de renombre de todas las generacio
nes, pero en aquel día la mayoría de los predicadores serán solo pre
dicadores corrientes, predicadores semejantes a usted y a mí, senci
llamente gente común. Muchos de los pastores presentes en aquel
día serán pastores que han estado trabajando en les pastos del Señor
más distantes, com o tú y yo. Algunos traerán grandes rebaños al
redil. Algunos tendrán tan solamente dos o tres, pero ¡cuán felices
estarán todos al ver aquellas ovejas al fin dentro del redil!
V cuando todos estén reunidos, mirarán al Maestro de todos los
verdaderos predicadores, y verán en su frente las marcas de las es
pinas. Habrá un gran silencio y entonces escucharán palabras que
ellos mismos han leído muchas veces, y el hechc de oír esas pala
bras será una recompensa por tenias sus heridas y aflicciones, y por
los trabajos en solitario que pasaron desapercibidos en lugares leja
nos con una vida y muerte que parecía haber causado poca impre
sión en un mundo indiferente. Y entonces, de Libios del Maestro
oirán esas palabras, que serán una recompensa por todo: «¡Bien,
siervo bueno y fiel! [...1 hntra en el gozo de tu Señor»* (Mat. 25: 21).
2
El predicador
«Pero, ¿cóm o invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Y cóm o creerán en aquel de quien no han oído?
¿ Y cóm o oirán sin haber quien les predique?»
V Romanos T0M 4
Y
CÓMO OTRÁN sin haber quien les predique?» (Rom.
10:14). I a oscuridad de este mundo necesita luz. Y es
tá escrito quejesú> mismo es la « lu z verdadeduque
alumbra a todo hombre que viene a este mpndo» (Juan
1: 9). Cuando hay verdadera oscuridad, los hombre^busean la luz.
En las tinieblas espirituales de este mundo se reúnen alrededor de
la vela más pequeña, j i á s tenue, más lánguida, menos, brillante. Si
hay una lucecita allí, se amontonarán a su alrededor. Es porque Dios
los liizo-paraJaduz. Esa es la razón por la que siempre habrá lugar
para el predicador en el m undo de hoy. Él es el portador de la luz
que llega ño cómo, una vela sino como una antorcha poderosa que
resplandece cada vez más hasta que estalle en gloria el día final. Jesús
es la íuz del mundo. Vino predicando y envió a sus discípulos para
?ljA3,r.'5'T’5
predicar, p ara.seduces. -
En diferente^ épocas.en este mundo, han ^descendido las tinieblas/
que al igual que las de Egipto, se pudieron sentir e intentaron su
primir la lu /.JVim ero fue el paganismo, después la gran apoetasía,
después el racionalismo, luego el materialismo, ahora el secularismo '
y e] humanismo;(pero la luz siempre estalla. Brilla por medio de los
hombres; brilla por medio de la predicación verdadera. Ahora bien,
estos hopibrcs no crearon la luz; la luz está en ellos, y resplandece de
lante de ellos. Por decirlo de alguna manera,.son hombres incandes
centes, «porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandecie
se la luz, es el que resplandeció en nuestro corazón, para que.poda
mos conocer la gloria de Dios que brilla en el rostro de Jesucristo»
(2 Cor, 4: 6). Este es un texto extraordinario para todo predicador.
DiósVa a resplandecer en nosotros, pero nosotros debemos resplan
decer para otros. Al igual que los guerreros de Qedeón, «tenemos
este tesoro en vasos de barro», para que la excelencia del poder sea
de Dios, yjno nuestra. Solo cuando se quiebran las vasijas resplande-
ce1a luz; cuando nos ocultamos etvjCristo, cuando nos replegamos
deirás de la cruz es cuando él aparece, es cuando puede resplande
cer la gloria del rostro de Jesucristo en todo el mundo. Cuando la
luz reflejada del rostro de Jesucristo brilla a Lravés de la vida del pre
dicador, está siendo el predicador que lienc que ser.
Después ocurren cosa? sorprendentes. Aquellos flufijumcaJian
invocado.a Dios, aquellos que profesan hostilidad a todo lo justo y
santo, y aquellos que se* sienten hastiados, que han vivido en mun-
danalidad. confundidos filosóficamente, incluso siendo antirreligio
sos y anticristianos, con frecuencia son transformados, y transforma
dos por completo, repentinamente. Justo cuando creen que están más
seguros en su escepticismo, infidelidad, duda y satisfacciones secu
lares, entonces, algo sucede.
Pero más que eso, justo entonces hav un susurro del Espíritu de
Dios, una flecha de su aljaba, una palabra de su gran Libro, Iq.voz
Iusí when v k 'k sih--r. / T U tv ' s .tMinwl-WXK'h, / A lana- (rom a tlowa-t'cU, / Someone* «foith, /
A i W m -ending /rom Eurípides— / And that'> nvwitfh for fifty Iwtptr. and fears
del predicador en el aire, que llega como una espada al corazón y
vuelve el corazón a la primera imagen de la luz por la cual suspiran
los ojos humanos. El mismo predicador debe ser la luz.
/ Ralph Connor escribe sobre un humilde pastor que estaba hacien
do su fervorosa obra para Dios en un gran rancho del Oeste cuando
uno de los vaqueros que estaba en el auditorio comenzó a hacer ob
jeciones de poca monta.
— Por supuesto, eso está en la Biblia, ¿verdad? — le preguntó
alguien.
Sí — dijo el misionero.
— Bueno, ¿cómo sabe usted que es verdad?
Antes de que pudiera responder, interrumpió un ranchero:
—Mire, compañero; mire, vaquero, ¿cómo sabe usted que algo es
verdad? ¿Cómo sabe que el misionero que está aquí es de fiar cuan
do habla? ¿No lo puede ver en la convicción con que se expresa?
¿No lo puede ver en el tono de su voz?
Mis queridos amigos; eso/cs lo que convencerá a la mayoría de
sus oyente^, la convicción propiáVb. vq/ firme y, segura. Por eso la
verdad de Dios ñ o es uña filosofía, no es meramente una teoría o
una fórmula que se pueda exponer a base de razonamientos bien
construidos, es una vida, proviene de la Vida. Dijo Jesús: «Dios es
Espíritu. Y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu v en ver
dad'* (Juan, 4: 24). «En él estaba la vida, y esa vida era la luz de los •
hombres» (Juan 1: 4). Y por eso, es necesario que haga algo en cada
uno de nosotros que permita que los demás perciban nuestroas sen
timientos porque el testimonio del Espíritu da testimonio en noso
tros y por medio de nosotros, de que somos hijos de Dios. •
Aquel vaquero era un escéptico. No hay duda. Vivimos tiempos
cuando se glorifica la duda y a menudo se considera una confesión r
de fe como la evidencia de falla de sentido com ún. Vivimos en un “ -
mundo de desilusión, de duda sistemática, aia n d o muchos millones,
incluso de los que se llaman a sí m ismos cristiajnos, consideran, ja
vida futura, y aun la misma existencia de Dios, como «el gran quizás*>.Y
No es nuestra tarea desperdiciar tiempo condenando el escepti
cismo de la actualidad, sino más bien deberíamos presentar algo
extraordinario en lo cual creer. Podemos hacer eso solamente cuando
h ay creencia y fe verdadera en nuestros corazones. T.a predicación
autóntiauganará el corazón del que duda y del escéptico. Es posible
que no pueda iluminar su mente de* inmediato; pero si la predica
ción sale del corazón del predicador con calor y fe, de la misma alma
de uno que no toma en serio la duda e incredulidad, sino que puede de*
i cir: «Conozco la fuerza de esa enfermedad. Yo también be orado,
"¡Creo! ¡Ayuda mi poca fe!" (Mar. 9:24)», eso ganará su corazón. Te
nemos que conocer algo del escepticismo, la duda y la admiración.
No condenemos al escéptico y al incrédulo. Digámosles que nos
otros mismos conocemos algo de esa enfermedad. El corazón huma
no comenzará a creer antes de que lo haga la cabeza. No vayan a
pensar en ningún momento que es una debilidad apelar a los senti
mientos y emociones. Esa es una parte del ser humano tanto como
lo es su razón. Y quien se hace a la idea de que el único llamamiento
que debe hacerse es el llamamiento a la razón, es porque cree que todo
el mundo es como él mismo. La voluntad para creer hará que crea
lo que desea creer. Racionalizará su pensamiento de esa manera tan
probablemente como lo hacen otros.
Vez, tras vez, tras yez* Jesús habló de apelar al corazón del hom
bre. * Porque del corazón salen los malos pensamientos, ios homici
dios, los adulterios [...1. Esto eontam^iaj^i hombre»v(Mal. 15;J9r^0).
D|vidimos al hombre y lo hacemos una especie ce esquizofrénico,
peroje sú s habla del hombre como un hombre y apela a él en todas
las formas posibles.
Pienso que nos haría mucho bien leer más a John Bunyan no solo
El Peregrino sino también The Holy Wnr [La guerra santa], donde tra
ta sobre el conflicto espiritual de la vida describiendo el asedio a la
ciudadela de Mnnsoul (Alina Humanal por su Puerta del Ojo, Puer
ta del Oído, Puerta del Tacto, etcétera. La particularidad de aquella
ciudad era que nunca podía ser tomada excepto por el coasenti
miento de Sus ciudadanos. Bunyan era im hombre que conocía más
sobre la naturale/a humana que algunos de nuestros psicólogos mo
dernos. Sabía cóm o se nos acerca el enemigo por las diversas aveni
das del alma humana.
A propósito, se dice que Spurgeon leyó El Peregrino setenta y
cinco veces. Lisa es una razón por la cual pudo escribir algunos libros
como los escribió, por ejemplo, John Ploughman's Talks [Las charlas
de Juan Campesino]. Nunca habría podido escribir ese libro si no
hubiera leído tantas veces El Peregrino y hubiera aprendido la forma
como usar palabras de una sola sílaba. Recuerden que cuando usté-
des comenzaron a estudiar griego, comenzaron con Juan, ¿verdad?
¿Por que? Porque soy, hiz, dio. todas son palabras de una sílaba; y
esa es la clase de predicación que deberíamos dar al mundo. Tengo
que reconocer que no es fácil.
Ahora bien, hay dos cosas que como predicadores siempre he
mos de tener en cuenta: La primera, es que Jesús está vivo v q u ep ro -
metió estar con nosotros hasta.el fin del inundo. Cada época lo ha en
contrado vivo, dando fuer/a a sus verdaderos predicadores. Esto hay
que tenerlo simpre bien presente, y también que en cada alma, d pre-
dicador tiene un aliado. Y a menudo lo olvidamos; yo sé que lo he
olvidado muchas veces, pero que es de tremendo estímulo. Cuando
usted comienza a predicarle o habla con alguien, usted no solo tiene
la promesa de que Jesucristo está con usted, sino que tiene la prome
sa de que en el alma humana usted tiene un aliado, la conciencia, y
no importa qué ropas use, o qué título ostente, o qué dudas manifies
te, tiene dentro una conciencia para despertarlo. En el momento en
que usted comienza a proclamar la Palabra de Dios a alguien, tiene un
aliado, la eonci.encia.de esa.persona que trata de desatrancar la puer
ta desde el interior.. Mientras que su ariete está en el exterior, la con
ciencia dentro está de su lado, es su quinta columna que está en el in
terior. Está ahí en cada ser humano. Y siempre que se pregona la ver
dadera Palabra de Dios desafiando a rendirse a la ciudad del alma
humana, la conciencia desde adentro comienza a actuar con la cerra
dura, tratando de abrirle a usted la puerta.
El mensaje del Señor dirige su apelación a cada corazón, aun
antes de que el corazón se rinda a él. Como dijo alguien: «Es belle
za para el poeta, verdad para el hombre de ciencia, justicia para el
moralista, mancomunidad de hombres para el idealista social; sí, es
honestidad de mente para el escéptico, y es Dios para todos noso
tros». El escéptico dirá entonces:
Huí de él a lo largo de las noches y a lo largo de los días.
Hui de él atravesando el túnel de los años.
Huí de él a lo largo de los intrincados caminos
de mis propias ideas; y en medio de lágrimas
me escondí bajo una carcajada continua.
Después aquellos fuertes pies siguieron y siguieron.
Sin prisa prosiguieron
con calma imperturbable.
A ritmo deliberado, majestuoso instante,
una voz me sacudió
antes que los pies.
«A quien me traiciona a mí, tenias las cosas lo traicionan».*
Sí, Jesucristo está buscando el alma humana como Francis Thompson
en este poema suyo The 1found o f Heaven [ t i sabueso del cielo]; un
gran poema para que lo aprenda todo predicador. Cristo está afue
ra asediando el alma; dentro está la conciencia.
Así que «como predicadores debemos practicar la presencia de
Dios» como dijo alguien. La presencia del Señor debe estar en noso
tros. así como en la persona a quien estamos intentando alcanzar, la
cual puede estar tratando de huir del Señor, 01 predicador debe* escu
char también las palabras del Maestro que hacen eco en su corazón:
C' «Id por todo el mundo¿ y predicad». Osa es la clase de hombre que de
be ser, creyendo en las sencillas palabras de Jesús y deseando obedecer
las. Conserva la idea de cuño antiguo y, como dice Carlyle B. I Iaynes, la
tiene como una convicción de que la tarea principal del predicador es
predicar, no recaudar fondos, ni alcanzar los blancos, ni dirigir excur
siones, ni hacer campañas, ni promover proyectos, ú ser un actor, ni
presentar gráficos o películas, ni tratar de congraciarse con sus líderes,
ni buscar una promoción para él, jslno predicar!
Sí, la predicación es su obligación primordial, su gran dirá, la obra
de su vida. Otras cosas menores pueden seguir, y seguirán; pero la
predicación es su obra fundamental. «Id [...] predicad», ese es el manda
to de Jesús. Hsto es lo que tiene que ser, un predicador del evangelio,
más que un consejero, calificado para aplicar los principios verdaderos
de la psicología y la psiquiatría a los problemas humanos. Dije rmís que
un consejero. N o del>e ser un psicólogo insignificante o un psiquia
tra de la liga de segunda división intentando imitar a quienes que se
han especial izado en estas ramas del conocimiento y que pueden
tener aptitudes para ellas. No estoy condenando lodo eso, sino di
ciendo sencillamente que no son la obligación de un predicador. F.n
su trato con las almas, por supuesto, todo pastor aprende a conocer
•I Him, down the nights and down the day.; / Í fled Him, down < b c arches of the yvors; /
I fled Him, down tin- labyrinthine wavs I Of my own mind; .mil in tfic nikht of tears / I hid
from Him. and under running laughter.
I-rom those strong f'ivt Hut iolknVed, followed alter. / but with inhurryutg Hum -. / And
iinjvrlurivd pave, / Deliberate speed, majcsfn instaray, / T V y beat—and a Voice beat / More
instant than the feet / "All things IxHrav thee, who betrayest Me."
muchos de los prim ¡píos sobre los cuales funciona la m ente humar
n a jie ro ante todo él es un hombre que empuña una espada podero
sa, y esa espada es «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios»
LFf e .6 : J 7 ). Es uno que prodam a la verdad, la verdad de Dios. Se
colocan otras cosas en buen lugar, pero no en el lugar de importancia
suprema.
Para tomar la posición, y mantenerla, de que la obra principal del
predicador es predicar, se necesitará valor y «fe. Les voy a decir por
qué. Porque en algunas Asociaciones es al hombre que hace otras
cosas al que se desea m ás que a un predicador. Algunas comisiones
o administradores le darán empleo, sobre todo si es un buen finan
cista, construye iglesias, alcanza sus blancos, etcétera. Ahora, por
favor, no me entiendan mal. Pienso que es excelente que un hombre*
sea capaz de hacer todas estas cosas, pero ciertamente nunca puede
hacerlas todas y además predicar tal y como Dios desea que predi
que. Está m ás allá de la capacidad de cualquier ser humano. Si
puede hacer tenias estas cosas, o adiestrar a otros para que las hagan
después de que haya hecho su tarea suprema, tanto mejor; pero si
no, los resultados no serán los adecuados.
Un día me visitó un joven pastor, dispuesto a dejar de trabajar
para la Asociación, o m ás bien, debería decir que estaba en la nómi
na de pagos de la Asociación. Nunca debemos decir que trabajamos
para la Asociación. Si alguien trabaja meramente para la Asociación,
ya está fuera del ministerio. Trabajamos para el Señor Jesucristo. La
Asociación es simplemente una organización de cristianos que ad
ministran los fondos que ha ofrendado el pueblo de Dios- Nunca
tengan la idea de que somos empleados de alguna Asociación. Sen
cillamente le duele a mi oído escuchar esa expresión: «Soy empleado
de la Asociación», porque el pastor sirve a Dios. El diezmo le per
tenece a él exactamente tanto como a cualquier otro. Cuando algu
na comisión de la Asociación Liene la idea de que el dinero les per
tenece a ellos, es que lisa y llanamente ha perdido el rumbo. No les
pertenece; es el dinero de Dios, del pueblo de Dios. ¿Acaso no es eso
lo correcto? Entonces actuemos así y vivamos así.
Tero volvamos a ese joven que estaba a punto de dejar de recibir el
sueldo de la Asociación. Estaba muy íntimamente relacionado conmigo,
así que yo sabía muy bien cómo se sentía. Dijo: «¿Por cuanto tiempo
más voy a tener que construir iglesias? Quiero predicar». Había ayudado
a construir tres. Dijo: «Quiero dar estudios bíblicos. Mi deseo es pre
dicarle a la gente. Deseo salir y estudiar odontología, de manera que
pueda ganar algún dinero, y así pobre predicar y dar estudios bíbli
cos». Bueno, pasó por una gran crisis en su vida, pero el Señor lo
sostuvo en medio de la prueba. Puedo decirles que le llevó mucha
oración. Pronto será ordenado y continúa en el ministerio. Creo qtie
necesitamos ser nosotros mismos y decir: «Quiero predicar». Pero
cuando lo hagamos, vam os a tener algunos problemas. " •
Está escrito en la Palabra que cuando los apóstoles vieron que la
, iglesia estaba creciendo rápidamente y que las cargas administrati
vas eran tan pesadas que la m ayor parte de sus energías se estaban
gastando en asuntos de pura organización, en detrimento del gran
objetivo de su misión como apóstoles, predicadores y maestros de
la Palabra, hicieron algo para mejorar la situación. ¿Qué hicieron?
Pidieron una reorganización y se eligió a otros hombres para esa ta-
•rea secundaria.
Cuando se me pidió que diera estas conferencias, le escribí a qui
nientos de nuestros pastores pidiéndoles que m e ayudaran envián
dome su evaluación de la predicación adventista del séptimo día y
algunas sugerencias en cuanto a cómo predicar. Uno de los que me
contestó dio en el clavo. Después que él y otros hablaron sobre eso,
escribió: «Creemos que la experiencia del libro de los Hechos debe
repetirse entre nosotros hoy. Si vamos a continuar con la tremenda es
tructura administrativa y de organización que tenemos hoy, creemos
que deben separarse a hombres para realizarla. Llámelos diáconos o
cualquier otro nombre que desee, páguenles salarios regulares como
hacen con los pastores, pero ordénenlos o nómbrenlos como los que
estuvieron antes para hacer ese trabajo y encomiéndeles que lo hagan,
y permitan qué el resto de nosotros prediquemos por un cambio».
bien, ¿por qué no? Lo hicieron en aquel tiempo. «Entonces los do
ce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: "No es bue
no |es irrazonable] que nosotros descuidemos el ministerio de la Pa
labra de Dios, para servir a las mesas. [Servir a los pobres de la igle
sia, porque había demasiados hermanos de los que tenían que en
cargarse.] Por tanto, hermanos, elegid de entre vosotros a siete hom
bres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a
quienes encarguemos este trabajo. Y nosotros persistiremos en la
oración y el ministerio de la Palabra"» (Hech. 6: 2-4). X
Fíjense en el versículo 1 que la queja que desencadenó todo fue
que se descuidaba atender a algunas personas en la asistencia dia
ria. Eso es lo que nos abruma, distrayéndonos de nuestra misión
primordial y reduce la fuerza del ministerio «la asistencia diaria», o
como lo llamaron los apóstoles «este trabajo». Trabajo, asistencia, co
mo quieran llamarlo, esto es lo que los apóstoles delegaron en otros
con capacidad para hacerlo, y los apóstoles mismas persistieron «en
la oradón y en el ministerio de la Palabra». Piense qué revolución,
qué reavivamiento, que gloriosa explosión de ganancia de almas se
extendería por el mundo si se hiciera algo semejante en nuestros
días. Bien, eso es algo revolucionario, ¿verdad? Pero es bueno hacer
una revolución de vez en cuando.
Lejos esté de mi tratar de decirle a usted justamente cómo debe
ser un pastor. Cuando Dios lo hizo a usted, rompió el molde, así que
ya no se* puede hacer otn> exactamente igual a usted. Al describir al
predicador y lo que debe ser, hemos de tener en mente que cada
persona es diferente. Cada hoja de cada árbol es diferente de otra
hoja. Cada brizna de hierba es diferente de otra brizna de hierba.
Solamente podemos hablar de ciertos principios generales y sugerir
ideas. Dios nos elige como somos y nos usa así. De modo que no se
sienta desanimado si usted hace las cosas de una manera diferente
a la de otros, porque usted es único. Dios lo llamó a usted exacta
mente tal como usted es.
Conforme a los documentos del Nuevo Testamento, y también
del Antiguo, cuando Dios lomó a un hombre para hacerlo un predi
cador, lo tomó tal como era, de un rebaño de ovejas, del palacio de
un rey, de una familia sacerdotal, de cualquier lugar donde lo en
contró. Lo tomó, se le reveló, lo llenó con su Espíritu y lo envió di-
ciéndole: «Toma esta revelación mía, y ve y predícala. Dile a los
hombres lo que Dios ha hecho por ti y lo que él hará por ellos». Esto
debe hacerse, no de manera técnica, sino de manera extensa. Debe
hacerse a nuestra propia manera, con nuestras propias habilidades,
consagradas a él; con nuestros propios talentos, nuestras propias
emociones y afectos, nuestra propia alma llena con el poder del Es
píritu Santo.
Hay un lugar para el hombre que tiene conocimiento y para el
hombre de pocos dones y poca instrucción. Se nos dice que en los
días finales, Dios tomará a hombres y mujeres de detrás del arado, y
del negocio, y de todo tipo de deberes domésticos y los usará gloriosa
y grandemente en la terminación do su obra. ¡Dios lo llamó a usted!
Recuerde también esto, a pesar de todo lo que estadiemos y todo
lo que oremos y todo io que probemos y todo lo que hagamos, se
guirem os siendo predicadores imperfectos, predicadores parciales.
Henry Ward Beecher solía decir: «No hay predicadores perfectos en*
este mundo», también dijo: «I.os únicos perfectos son los profeso
res que enseñan teología sistemática. Conocen loco, toda la teolo
gía, y yo los envidio; pero quienes predican loman únicamente la
porción de la verdad que pueden sostener, que por lo general no es
demasiada». Y esto es en buena medida cierto. Así que nos alinea
mos con ellos, no con los doctores en teología.
El apóstol Pablo dijo que somos criaturas fragmentarias; vemos
un poquito aquí, un poquito allá. Ustedes recuerdan que dijo: «Aho
ra vemos en un espejo, oscuramente, pero entonces veremos cara a
cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré cabalmente,
como soy conocido» (1 Cor. 13:12). Tan solo en parte. Todos tenemos
justo una parte. Aun Pablo sintió cuán vacío estaba y qué poco co
nocía. Pero debemos tom ar lo que tenemos y darle todo a Jesús. En
tonces podemos predicar por él.
William Booth tenia poca instrucción y cuando alguien le pre
guntó el secreto de su éxito como fundador del Ejército de Salva
ción, dijo: «Bueno, no tengo grandes talentos, y el único secreto que
conozco es que cualquier cosa que yo fuera, todo lo que tenía allí
Jesús, era mío».
En eso radica el secreto del éxito, porque es el secreto del noble
vivir. El Señor desea que nos olvidemos de nosotros en el esfuerzo
para salvar almas. Si estamos lodo el tiempo pensando en nuestro
salario, en cuánto kilometraje nos pagan, cuándo vamos a conseguir
un nuevo automóvil, quién recibe el crédito por esto y el crédito por
aquello, nunca haremos mucho como ganadores di* almas.
Podría ser cierto que tienen que guardarse ciertos registros de
algunas cosas que deben conocerse y del progreso del mensaje, pero
después de todo, ¿es eso m ás importante que lo que debería ir ade
lante? Algunas veces siento que este asunto de obtener el crédito
aquí y el crédito allí, es más probable que sea obra del diablo que la
obra de Dios. Eso sirve muy fácilmente a los caprichos egoístas y al
orgullo del corazón humano. Es directamente contrario a la orden
de Jesús de no permitir que nuestra mano izquierda sepa lo que ha
ce nuestra mano derecha. Sigue bastante el orden de la oración del
fariseo. «Señor, hago esto y aquello. Ayuno dos veces a la semana, y
doy el diezmo de todo lo que gano», y así sucesivamente, com para
da con la oración del pobre publicano que golpeaba su pecho y no
osaba siquiera alzar sus ojos al cielo, sino que decía: «Dios, ten com
pasión de mí, que soy pecador». Sé que es un punto de vista duro
de aceptar, pero eso es lo que siento. Espero algún desacuerdo in
tenso. Cuanto más intenso sea, más seguro estoy de que he tocado
una verdad vital.
¿No debería ser el predicador un hombre de le profunda, intré
pido en la causa de Dios, pero que conserve una profunda reveren
cia y que sea humilde, sin tener nunca temor de mirar de frente a la
gente, porque ha visto por la fe el rostro de Dios?
Escuchen esto: «Mantened los ojos fijos en Cristo. N o fijéis vues
tra atención en algún pastor favorito, copiando su ejemplo e imitan
do sus gestos; en suma, llegando a ser su sombra. No coloque ningún
hombre su molde sobre vosotros [...J. No alabáis al hombre, no adu
léis al hombre; no permitáis que ningún hombre os alabe u os adule.
Satanás hará demasiado de esta clase de obra. Perded de vista el ins
trumento, y pensad en Jesús. Alabad al Señor. Dad gloria a Dios.
Entonad melodías a Dios en vuestros corazones. Hablad de la ver
dad. Hablad de la esperanza del cristiano, del cielo del cristiano» (E/
evangelismo, p. 457). ¡Creo que es una cita maravillosa!
Al terminar un impactante sermón alguien subió corriendo has
ta uno de los siervos de Dios y le dijo:
— Este fue el sermón m ás destacado que yo haya escuchado
nunca antes.
—Sí —le respondió— , lo sé. El diablo me dijo eso antes de que
bajara del púlpito.
Si el predicador desea ser un hombre de poder, si desea ser un
hombre de Dios, con la bendición de Dios, debe estar libre de los celos
profesionales. Cuando se entera del éxito de un colega, no debe «con
denarlo con alabanza apenas perceptible». «Sí, sí, como predicador es
maravilloso, ¿verdad? Pero sabe usted...» Un pastor está haciendo
una obra maravillosa y un colega se entera y dice: «Sí, hermanos,
pero ustedes saben...» Es necesario que el predicador ore hasta que
pueda realmente estar lleno de agradecimiento al Señor cuando se
enlera del éxilo ajeno. Solo la gracia de Dios en Cristo puede hacer
esto. Solo el Espíritu Santo puede llevar a cabo ese cambio en nues
tros corazones.
Si alguien que pinta cuadros hermosos llega a mi ciudad, puedo
alabarlo desde el fondo de mi corazón, porque no senada sobre pin
tura. Cuando alguien construye un garaje y arregla automóviles y x
realiza todas esas maniobras «mágicas» que hacen que los vehícu
los funcionen, eso no me pone celoso, porque no conozco nada de
automóviles, ni siquiera manejo uno. Acostumbraba a hacerlo, pero
ahora maneja mi esposa.
Puede venir alguien a mi ciudad y diseñar un edificio hermoso
y puedo realmente admirarlo, porque no sé nada de arquitectura.
Bueno, conozco la diferencia entre una columna dórica, jónica y co
rintia y unas pocas cosas como esas, pero no podría diseñar una casa.
Mega alguien a mi ciudad que puede cantar como ur ángel, y estaría
emocionado al escucharlo, porque yo no canto. Cuando era joven
pertenecía a un cuarteto llamado Scrap Iron Four y cuando se deshizo
. fue una bendición para el mundo. Pero si llega alguien a mi ciudad
que puede predicar un sermón mejor que yo, y hablar mejor por la
radio de lo que yo puedo, y sobrepasarme en mi trabajo, entonces
necesito la gracia de Dios para que realmente lo ame y lo alabe des
de lo profundo de mi corazón. Pero eso es lo que hemos de hacer. Ese
es el predicador que deseo ser, el predicador que tengo que ser si voy
a tener la bendición de Dios en su plenitud sobre mi obra y si soy un
auténtico ganador de almas y si mis sermones van a ser realmente
grandes, grandes con poder del cielo.
Mis queridos colegas, somos una pequeña multitud en este
mundo. Somos un ejército pequeño y cada uno de losolros necesi
ta apoyar a los demás. Y he descubierto que nunca se pierde nada
por apoyar al compañero. Si hay alguna cosa que hace llorar a los
ángeles, son los celos profesionales entre los predicadores. Oh, evi
temos eso por la gracia de Dios, y esa es la única manera como
podemos escapam os de ese asunto; Podría hablar largo y tendido
de esto, porque tengo experiencia; pero he visto cómo Dios nos ben
dice cuando ponemos aparte los celos y mejoramos la imagen del
colega. Hagan campaña en favor del compañero. Apóyelo. Lo pri
mero que usted debe saber es que se fortalecerá usted mismo; otros
lo ayudarán.
George Whitefield y John Wesley crecieron juntos en la fe cristia
na. Ambos fueron a la Universidad de Oxford, ambos fueron miem
bros del «Club de Santidad», estuvieron en los primeros días del mo
vimiento metodista, y ambos fueron grandes predicadores. Probable
mente, Wesley enfatizaba más la verdad, mientras que Whitefield
recalcaba los grandes sentimientos y emociones de la predicación.
Se profesaban mutuo aprecio, pero comenzaron a surgir diferencias
teológicas entre ambos. We slcy e ra un arminiano intransigente en
su teología, y por el otro lado, George Whitefield llegó a ser un cal
vinista radical. Eso casi los separa, no tanto desde su propio punto
de vista como del de sus amigos y enemigos que trataban de sepa
rarlos y causarles problemas. Bueno, de cualquier modo, aquellos
tíos hombres en cierta medida se separaron poco a poco. Llegó a in
terponerse entre ellos una pequeña susceptibilidad debido a su di
ferencia en teología.
Ahora bien, yo creo que ustedes y yo deberíamos ser capaces de
diferir en algunas doctrinas y sin embargo amarnos mutuamente.
Sencillamente no concibió condenar a alguien si no concuerda con
migo en cada punto de interpretación de la profecía. Personalmen
te soy de cuño antiguo en mi interpretación. Soy viejo y conserva
dor entre los conservadores, pero amo mucho a quienes no lo son.
Creo que hemos de ser capaces de estar en desacuerdo en algunas
cosas y seguir amándonos.
Bien, finalmente estas cosas dejaron de separar a Whitefield y
Wesley se reconciliaron y su amistad perduró hasta el fin de sus vi
das. Los dos eran cristianos, hombres piadosos y no permitieron que
ni siquiera sus desacuerdos teológicos interfirieran en su relación
fraternal. Whitefield viajó por todo el mundo civilizado de su tiempo
de un lado a otro a través del Atlántico en aquellos antiguos barcos de
vela. Finalmente, en su último viaje a los Estados Unidos, se enfermó y
murió en Newburyport, Massachusetts. Aquella noche había predi
cado un sermon, aunque apenas se sentía con fuerzas para estar de
pie en el pulpito. Fue a su posada. Pero toda la gente lo siguió. ¡Era
un gran predicador! La gente quería seguir escuchándolo, así que la
multitud lo acompañó hasta la posada. Comenzó a subir las escale
ras hasta su habitación con una vela en la mano, pero se volvió y le
predicó al pueblo hasta que se consumió la vela. Después fue arriba
a su cama y murió aquella noche mientras dormía.
Cuando llegaron a Inglaterra las noticias, YVeslty llevó a cabo un
servicio fúnebre en la oficina central de Wesley en Foundry. Se reu
nieron allí miles de personas y lloraron. Wesley predicó un sermón
conmemorativo en honor de su amigo George Wlvteíield. Al térmi
no de aquel sermón se le acercó una mujer, una de aquellas que había
tratado de enfrentar a los dos predicadores. Üh, era una buena feli- s
gresa, fervorosa. Pero se ocupaba especialmente en la tarea de causar
problemas entre esos dos hombres. Así que dijo:
—Señor Wesley, ¿cree usted que va a ver a George Whitefield en
el cielo?
Él inclinó la cabeza y dijo:
— No, no creo que lo voy a ver.
Lo sabía, sencillamente lo sabía; a pesar de todas las cosas que
usted dijo, lo sabía. Sabía que usted no creía que él se salvaría. Su
pensamiento de que él nunca iría al cielo.
Lntonces Wesley dijo algunas palabras es respuesta a ese comen
tario:
— Espere un minuto. No ponga en mi boca palabras que no dije.
Dije que no espero ver a George Whitefield en el cielo, y aquí está el
porqué. Cuando yo vaya al cielo, espero que George Whitefield esté
tan cerca del trono en todo su resplandor de gloría, que no voy a po
der acercarme lo suficiente como para verlo.
Esa fue la respuesta de un gran predicador al éxito y reputación
de otro; ambos realmente grandes hombres, grandes en Dios, gran
des en su causa, y grandes en su amor por las almas. Pienso, amigos,
que necesitamos más de ese espíritu entre nosotros. Necesitamos
reconocer la seriedad y santidad de corazón de nuestro hermano
aunque no podamos concordar con su arminianisma o calvinismo. Él
es ima criatura de Dios, un hijo de Dios. Es bueno recordar que «los
que son mansos y humildes de corazón son los que promueven me
jor la causa de Dios» (Fl evangelismo, p. 458).
Y muy relacionado con esto, el verdadero predicador no puede te
ner falta de sinceridad. Es preciso que crea lo que enseña. Tor supues
to, ustedes, siendo todos estudiantes saben de dónde proviene la pa
labra «sincero». Supongo que todos han estudiado un poco de latín.
Pienso que todo los predicadores debieran estudiar un año o dos de
latín. De otra manera, ¿cómo va a saber lo que realmente está di
ciendo en español? «Sincero» viene de sitie cera, que significa «sin
cera». F.n Roma algunos de los grandes fabricantes de muebles en
los días de Cristo y en los días de Pablo descubrieron que había algu
nas empresas nada confiables que hacían muebles de madera bara
ta. Esos constructores de muebles llenaban las grietas y los agujeros
de los nudos de la madera y partes carcomidas con cera y sencilla
mente los pintaban por encima. Uno nunca sabia que era barato hasta
que se sentaba en una silla o se recostaba en una cama y se desplo
maba con él encima. Así que cuando las compañías que actuaban
lealmente sacaban sus muebles hechos de roble sólido, o de cual
quier madera que usaran, le ponían ima etiqueta que decía sitie cera
«sin cera».
Así que digo que un predicador debe ser «sin cera», no debe ha
ber un lugar en su carácter que esté lleno con la cera de su profesión
y pintado por encima. Tiene que ser sine cera, «sincero». Ha de creer
lo que predica. Si no lo cree, lo honesto es que lo admita y que deje el
ministerio. Por lo menos podremos admirarlo como un hombre ho
nesto, alguien que no hace profesión de algo que no sostiene en su
corazón. «No debe haber duplicidad ni claudicación en la vida del
obrero. Aunque el error, aun cuando sea sostenido sinceramente, es
peligroso para cualquiera, la falta de sinceridad en la verdad es fa
tal» (Mi., p. 459).
¿Saben cuál es la cura para la falta de sinceridad? Privaciones,
persecución, sufrimiento, crítica, pasarlo mal. Eso es lo que nos cura
de la falta de sinceridad. Nos conduce fuera del ministerio o realmen
te nos pone en el ministerio. Esa es una razón por la que Dios per
mite que les pasen ciertas cosas a sus hijos. El hombre que no es sin
cero no se acerca resueltamente ai fuego. No es alimento para los
leonc*s. Mucho antes de eso, se habrá mezclado entre la multitud de
los incrédulos.
Como hombre, el predicador debe ser un hombre de íe. Tiene que
irradiar te. Nunca debe mostrar una sombra de duda. Está escrito en
TTebreos Ti: ó que «el que se acerca a Dios, necesita creer que existe, y
que recompensa a quien lo busca». Como eso es verdad, un predi
cador nunca ganará almas, a menos que predique con fe. F.s por me
dio de la fe como entendemos y aceptamos la verdad; por medio de
ella seguimos la senda de Cristo, nos arrepentimos, confesamos a
Jesús como nuestro Salvador, llegamos a ser sus testigos, somos bauti
zados, y lo obedecemos. 01 predicador debe ser un gran creyente en
las Escrituras. Entonces su predicación será poderosa. Es solamente la
predicación bíblica la que ayudará hoy día a la gente.
El Dr. A. T. Pierson participó en la ordenación del Dr. Tilomas C.
Horton, y los que son de generaciones anteriores se acordarán de
estos hombres. Y de paso, hablando del Dr. Pierson, lodo lo que es
cribió vale la pena leerlo. Pueden encontrar algunas de sus obras en*
los puntos de venta de libros usados. Many Infallible Witnesses |Mu-
chos testigos infalibles] es un libro pequeño excepcional. Bueno,
cuando él participó en la ordenación del Dr. Horton, quien también
llegó a ser un famoso predicador y escritor, dijo lo siguiente, con es
tas palabras poco comunes: «Usted es un ministro de la Palabra, y su
gran obra es estudiar y exponer esa Palabra. Usted es un ministro de
Jesucristo. La Palabra es fundamentalmente preciosa como el cofre-
cito que encierra esas joyas preciosas. Usted es un ministro del Es
píritu Santo. La aplicación de la Palabra de Dios v la sangre de Cristo
está totalmente comprometida con él. lEse es el Espíritu Santo. 1
TTermano mío, usted debe ser un hombre de la Biblia, un hombre de
Cristo, un hombre del Espíritu Santo». El Dr. Horton llegó a ser esa
clase de hombre, un gran predicador y escritor de la fe cristiana.
Creo que la descripción del Dr. Pierson es un hermoso cuadro de lo
que debe ser un verdadero ministro del evangelio-
Y por eso le preguntamos a todos los que se están preparando pa
ra el ministerio, ¿es usted, según la luz y la fe, un hombre de la Biblia,
un hombre de Cristo, un hombre del Espíritu Sarto? Muy rara vez
se elevará el pueblo más que sus pastores. Si sus o os no están abier
tos a la Palabra, creyendo en las Sagradas Escrituras de tapa a tapa
J como la Palabra divina e inspirada de Dios, y si estamos viviendo
\ en pecado conocido y en insinceridad, somos meramente como el
ciego que trata de guiar al ciego. Los tales, dice el gran predicador
que escribió 2 Corintios 1 1:13-15;« son falsos profetas, obreros frau
dulentos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. V no es de extrañar,
el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Así, no es extraño si
también sus ministros se disfrazan de ministros de justicia. Pero su
fin será conforme a sus obras». ¡Piense en esto! El apóstol Pablo ha
bla aquí de algunos que son ministros de Satanás. En estos últimos
días muchos están siguiendo precisamente a semejantes falsos líde
res. Debemos orar para que Dios libre a su pueblo de falsos minis
tros. Y estemos seguros, puesto que nuestra salvación depende de
ello, que no estemos entre esos; que seamos sinceros, predicando la
Palabra y sosteniendo la verdad en la medida de nuestras posibi
lidades.
Nadie puede predicar un mensaje entusiasta, dictado por el Es
píritu, a menos que tenga el Espíritu Santo en su corazón. Puede ser
un buen actor, pero realmete nunca ganará almas y perseverar traba
jando para Cristo. Puede aparentar hacerlo por un tiempo, pero no
durará mucho. Los mismos creyentes lo descubrirán muy pronto.
A menudo la fría formalidad ocupa el lugar de la piedad en nues
tras iglesias. Y, es triste decirlo, hay que culpar al ministerio por es
to. ¿Y por qué? Sus sermones son tibios. ¿Por qué son tibios? Porque
los pastores no tienen fe en lo que predican. Es un hecho que si al
guien predica la Palabra de Dios habrá fruto de su predicación, aun
cuando él mismo pueda ser desechado y tal vez no esté en la condi
ción de ser salvo.
Esto se ve en lo que hicieron los fariseos. Jesús una vez le dijo al
pueblo que guardaran e hicieran lo que los fariseos les decían que
hicieran, porque se sentaban en la cátedra de Moisés, pero que no hi
cieran conforme a sus obras. Estaban predicando la Palabra de Dios,
y todo lo que predicaban de la Palabra de Dios por supuesto era ver
dad y tendría su efecto, pero el ejemplo de los predicadores era res
ponsable de dañar en alto grado su predicación.
Escuchen esto que está en joyas de los testimonios, tomo 3, página
320: «Los sermones de algunos de nuestros ministros tendrán que ser
mucho más poderosos que los que predican ahora, o muchos após
tatas [ella está hablando sobre el mismo predicadorj oirán un men
saje tibio e indirecto que arrulle a la gente y la haga dormir».
Spurgeon dijo una vez: «Si ve que alguien de su auditorio se ha ¡
dormido, vaya y despierte... al predicador». Bueno, es verdad que al
gunas veces la gente se duerme en la iglesia por causa de enferme
dad u otra aflicción física; no pueden evitarlo. Pero la sierva del Señor
esta hablando aquí de la somnolencia espiritual. No es novedad que
algunas personas estén espiritiialmente dormidas, cuando algunos
de nósohros, predicadores, estamos dormidos. Nuestros sermones son
tibios, indirectos. Ningún hombre que mire a su alrededor el mundo
actual y que crea con todo su corazón en la Palabra de Dios, puede
predicar sermones tibios, insustanciales, a menos que sufra de al
gún grave problema de percepción.
Cuando estaba llevando a cabo reuniones todas las noches en un
viejo salón de baile que dominaba un lago al lado de Pikes Peak, se me
pidió que predicara en la pequefiita iglesia de la comunidad. Había
un hombre anciano con una larga barba blanca que venía y se sen
taba en el asiento de adelante, a poco más de cuatro pies (1,20 m e
tros) de distancia de donde yo predicaba. Es como si lo estuviera vicn-v
do ahora mismo. Tenía el ronquido más fuerte que el de nadie que
yo baya conocido. Tan pronto como yo comenzaba a predicar, él em
pezaba inmediatamente a dormir. Ahora bien, estoy seguro que tra
bajaba al aire libre durante toda la semana y el pobre hombre estaba
muy cansado para permanecer despierto, pero en realidad casi arrui
naba mis reuniones. Así que una noche me cambié hasta que me pu
se justo frente a él. N o recuerdo de qué estaba predicando, pero fi
nalmente llegué a un lugar en el sermón donde dijeque la iglesia es
taba dormida y tenía que «¡DESPERTAR!» Se sobresaltó tanto que
saltó inmediatamente de aquel asiento y nunca más volv ió a dormir
en mis reuniones. Al día siguiente me trajo una docena de huevos y
mantequilla. Entonces quedé avergonzado. ¡Pero aquello había sido
una emergencia!
Así que es verdad que a veces la gente se duerme en la iglesia y no
es culpa del predicador. Sin embargo, algunas veces sí es por culpa
del predicador. ¿Oyó usted hablar alguna vez de un hombre que se
durmió en el púlpito? l eo de Testimonio* ¡kim la iglesia, tomo 2, pá
gina 303:
«Los hombres y las mujeres están viviendo en las últimas horas
del tiempo de prueba, no obstante lo cual son descuidados e insensa
tos, y los ministros no Lienen poder para despertarlos; porque ellos tam
bién están durmiendo». Piense en esto: ¡están durmiendo ellos mis
ónos!
Me contaron de un adventista que en realidad se quedó dormi
do en el pulpito mientras estaba predicando. Estoy seguro de que es
taba enfermo y padecía algún trastorno físico grave. Había estado pre
dicando más o menos a una docena de queridas hermanas ancianas
durante irnos doce años, y no se observaba mucho cambio en ellas.
Ya eran de los santos del Señor, y vivían de acuerdo con la fe lo me
jor que podían, y conocían la Biblia tan bien como él. Todas se ha
bían convertido. Se ponía en pie para predicarles, y estaba tan can
sado que se* apoyaba en el pulpito y comenzaba a hablar cada ve/
más lentamente. Un día colocó la cabeza entre las manos vencido
por el sueño y se quedó profundamente dormido justo allí en el pul
pito. El pobre hombre ahora ya descansa en Cristo. Era un buen
hombre, pero en realidad ¡se durmió mientras predicaba!
No voy a censurarlo, pues sé que estaba enfermo; murió poco
después. Pero es terrible que un hombre este dormido espiritual
mente y no importa como hable, grite o ruja, si está dormido en su co
razón, la gente se echará a dormir. Esa cita dice algo más: «¡Predica
dores dormidos, que le predican a congregaciones dormidas!)». Re
cuerden, eso fue escrito por alguien que sabía de qué estaba hablan
do. No deseo tener esta advertencia clavada en m i pulpito por la
mano de algún ángel.
Si cualquiera de nosotros está dormido espiritualmente, nos lle
ga la palabra: «Despierta, tú que duermes, levántate de los muertos,
y te alumbrará Cristo» (Efe. 5: 14). ¡Qué terrible estar dormido en la
muerte espiritual en una era como la muestra, en un día como hoy,
en un momento como este!
Ahora bien, para ser un verdadero ministro de Dios, un hombre
debe creer que él lo ha llamado al ministerio. F1 ministerio'es un lla
mamiento, no una mera profesión. Es una vocación^ no una ocupa
ción menor. Es un llamamiento, una convocación, un compromiso
existencial. La Biblia deja bien claro que es Dios quien llama, y que
ese llamamiento es tan vital que sin el sentido de obligación que lo
acompaña, ningún pastor tiene derecho a trabajar.
En 1 Corintios 12: 28 se afirma claramente que Dios puso en la
iglesia apóstoles, profetas, y otros que tienen dones especiales. V es
tá escrito que «nadie toma para sí esa honra, sino el que es llamado
por Dios, com o Aaron» (Heb. 5 :4 ). Nosotros nunca desarrollaremos*
el ministerio poderoso que necesitamos en este movimiento hasta . n
que nos demos cuenta que Dios debe seleccionar y elegir a sus p ro -1
pios obreros. Y un ministro tiene que estar absolutamente convenci-J
do de que lia sido llamado por Dios.
Debe recalcarse que todo pastor debería saber, como lo sabía Pablo,
que está enrolado en la sagrada tarea del ministerio por voluntad de
Dios. Es posible para im hombre albergar esta convicción, no a tra
vés de su propia voluntad, o la de sus padres o la de sus amigos. I-a
voz interior del Espíritu de Dios, los eventos y las circunstancias
providenciales que lo rodearon, lo guiarán. La dirección de Dios se
manifiesta a menudo en la vida exterior, así como en ia vida interior
de las personas. La providencia de Dios con frecuencia lo guía de
una manera especial en esos momentos.
De la sección, «Ministro del Evangelio», de la Review and Herald
(lü de agosto de 1939, p. 8), cito lo siguiente:
Fn J.ifeofMaitheio Henry [Vida de Matthew Henryl página 34, en
cuentro un relato de su análisis de sí mismo en cuanto a considerar
sus motivos para entrar en el ministerio. Se hizo seis preguntas a sí
mismo, de ia siguiente manera:
i«Lí¿Qi/é soi/ yo? ¿He sido convencido de mi condición y me he hu
millado por mi pecado? ¿Me he entregado de todo corazón a
Cristo? ¿Siento un odio real por el pecado, y un amor por la san
tidad?
2. ¿Qué he hecho? ¡Tiempo malgastado! ¡Oportunidades perdidas!
¡Compromisos rotos! ¡Conversación improductiva! ¡Olvido de Dios
y del deber!
3. ¿ Desde qué principios emprendo esta tarea? longo confianza en una
convicción de la divina institución del ministerio, de la necesidad
de un llamamiento divino, y de mi llamamiento a la obra; de sen
tir celo por Dios, y amor a las almas preciosas.
4. ¿Cuáles son mis fines en esta tarea? No tomarla como una profesión
para vivir, no alcanzar la fama en provecho propio, o mantener im
tertulia; sino apuntando a la gloria de Dios, y al bien de las almas.
5. ¿Qué deseo? Que Dios prepare mi corazón en dedicación a la ta
rea; que él esté conmigo en mi ordenación; que el me prepare
para la tarea con los dones de conocimiento, lenguaje y pruden
cia, y con todas las gracias ministeriales en especial la sinceridad
y ia humildad, y que abra una puerta de oportunidad para mí.
ó. ¿Cuáles son mis resoluciones? No tener nada que ver con el pecado;
abundar en la obediencia al evangelio, considera' mi voto de or
denación en el empleo de mis talentos, el mantenimiento de la
verdad, la responsabilidad de mi familia, la supervisión de mi
rebaño, y la capacidad de soportar la oposición»*.
Lo que voy a decir ahora, puede ser refutado, pero es lo que yo
creo: Existe el peligro de que nuestro sistema actual de selección y
formación pastoral haga más fácil que en el ministerio se ocupe a
hombres que no han recibido un llamamiento auténtico. I Tubo un tiem
po cuando solamente aquellos que tenían un celo ardiente y un
deseo y convicción indestructibles de que debían ser predicadores
finalmente superaban las aguas de dificultades, superaban los obs
táculos y forzaban su camino a través de las puertas para el servi
cio. Sin duda hay ventajas en el plan de práctica pastoral, pero nues
tros jóvenes candidatos deberían seriamente hacerse esta pregunta:
«¿He sido llamado por el Señor para esta tarea?» La seguridad de
apoyo y la comparativa comodidad mientras transcurre el período
de práctica puede ser una trampa.
Recuerden esto: Al pastor promedio las iglesias presbiterianas o
metodistas o bautistas le espera ima prueba más dura para entrar en
el ministerio que la que enfrentan nuestros jóvenes; y de esa manera
pueden probablemente desarrollar una personalidad más sobresa
liente. llene que resultar bueno o no come. Tiene que trabajar, tiene
que aprender cómo predicar, o lo despiden. ¿Creen ustedes que los
pastores de esas grandes iglesias presbiterianas no son hombres capa
ces? No se mantendrían en una iglesia más de treinta años si no lo
fueran. No hay una comisión que los respalde o que los apoye con
su influencia en alguna iglesia o Asociación poco dispuesta. ;No
señor! lisos hombres tienen que producir, tienen que desarrollarse.
Algunos de ellos son grandes predicadores después de que han es
tado allí treinta y emeo años, y así también sus hips. Escriben libros
importantes que leen ustedes y yo. Estudian. Se desarrollan. Por su
puesto, sus energías no se disipan como se disipan algunas de nues
tras energías en demasiados asuntos. Se concentran en su ministerio.1
Al considerar el llamamiento al ministerio debemos recordar que
Dios nunca envía meramente un «mensaje»; envía a un «hombre».
Su mensaje siempre está encarnado en un hombre. «Hubo un hombre
enviado por Dios, llamado Juan» (Juan 1: 6). Observe, era un hom
bre. Dios lo llamó y Dios lo envió. Por supuesto, el hombre ha de te
ner un cierto talento para predicar, ya que de lo contrario Dios no lo
habría Mamado. Ha de tener el talento del habla, porque predicar es ha
blar. Dios no va escoger a un hombre mudo que no puede hablar, o
a uno que tiene su lengua cortada y lo va a llamar al ministerio. Es
cogerá a un hombre que al menos pueda emitir algún sonido que
entienda la gente. Debe tener alguna ayuda. Cuando Dios llama a un
hombre, lo envía.
Juan, el gran predicador, dijo: «El hombre no puede recibir nada
que no le sea dado del cielo» (Juan 3: 27). El apóstol: Pablo se llama
a sí mismo «apóstol, no de los hombres o por hombre, sino por me
dio de Jesucristo y de L>ios el Padre, que lo resucitó de los muertos»
(Gál. 1 :1 ). El recibió u n llamamiento, un llamamiento definido, un
llamamiento divino Fl profeta Jeremías fue llamado por Dios pero
él no estaba dispuesto a ir, sin embargo porque Dios lo llamó, al fin
fue (jer. 1: 5-9). Aun antes de que naciera, Dios lo apartó para que
fuera un profeta a las naciones. Recuerden esto, predicadores, Dios
lo previo a usted, lo vio anticipadamente. Él lo ha pre-destinado a
usted. Algunas veces nos vamos al otro extremo. No creemos en la
predeterminación o predestinación, nunca predicamos sobre ese
tema. Nos vamos al otro lado, al arminianismo, y mucho m ás lejos
y dejamos a Dios completamente fuera del escenario. Pero la pre
destinación está en la biblia, es decir, la predestinación de Dios. La
Biblia nos habla mucho sobre ella. Hay una predestinación bíblica y
. es provechoso estudiarla y creerla. Lea el primer capítulo de
Jeremías. Si usted es un verdadero predicador, el Señor lo ha predes
tinado, lo ha nombrado de antemano, lo lia llamado. En la visión,
Isaías escuchó una voz que decía: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá de
nuestra parte?» Entonces en consagración, Isaías respondió: «Aquí
estoy, envíame a mí» (Isa. 6: 8).
Jesús mismo fue enviado por el Padre. Lo repetía una y otra vez
(Juan 4: 24; 17: 3). Si Jesús fue verdaderamente enviado de Dios, así
deben ser enviados aquellos que lo siguen com o sus predicadores.
Fue I.útero quien dijo: «Espera el llamamiento de Dios. Entretanto,
queda satisfecho. Sí, aunque tú seas más sabio que Salomón y
Daniel, a menos que seas llamado, evita predicar como evitarías el in
fierno». Eso es demasiado fuerte, pero esa es la forma en que lo expre
só Lulero. Si nuestro ministerio va a ser llevado a cabo en el nombre
de y para la gloria de Dios, ciertamente tiene qae provenir de é l.
D í .q s
Dios Llama v Dios elige. Jesús eligió a doce y los ordenó. Pablo fue
llamado un vaso escogido para llevar el evangelio a los judíos y gen
tiles por igual. Los hombres de Dios aún son elegidos, selecciona
dos, llamados. Eso no es lodo. Si un hombre no es llamado y final
mente llega a darse cuenta de eso,.debe dejar ese campo de trabajo
y dedicarse a otra cosa. Cl pastor I. TI. Fvans dijo hace muchos años
que el hecho de que un hombre figure en la planilla de pagos no es
razón suficiente para que siga inscrito en ella el resto de su vida. Si
no produce fruto [almas], es evidente para él y para todos que no
fue llamado a ser predicador. Entonces, ¿por qué debe permanecer
en la planilla de pagos y tomar el diezmo que debería ser usado por
otro que haya sido llamado? He conocido hombres que considera
ron detenidamente este asunto, y dejaron la predicación, y como era
gente val ¡sosa se enrolaron en otra rama de la obra.
Algunas veces es una bendición cuando ciertos hombres dejan el
ministerio. No estoy hablando de hombres que han cometido algún
gran pecado que ha traído oprobio sobre ellos mismos y sobre la cau
sa, sino de aquellos que descubren que no fueron llamados.
Escuchen las palabras de Jeremías sobre algunos hombres que
pretendían ser profetas o predicadores en aquellos días: «Yo no en
vié a esos profetas, y ellos corrieron. No les hablé, y ellos profetizad
ron» (Jer. 23:21). El versículo siguiente declara que si hubieran esta
do en el secreto de Dios, habrían proclamado al pueblo sus palabras
y los hubieran hecho volver de su mal camino. Como ven, allí ha
bría habido fruto de su predicación. ¿Por qué? Porque Dios está allí
para apoyar su Palabra y bendecir su Palabra. «¿Soy yo Dios soló
desde hace poco, dice el Señor, v t í o Dios desde hace mucho?» (vers. I
23). ¿No les daría fruto a esos hombres si predicaran su Palabra?
Podemos estar seguros de que si no hemos sido llamados y esta
mos tratando de ejercer el ministerio de Dios, él lo sabe. «"¿Se ocultará
alguno, dice el Señor, en escondrijos donde yo no lo vea? ¿No lleno
yo rielo y tierra?", dice el Señor» (vera. 24). Lean el resto del capítulo.
Es un capítulo tremendo para los predicadores y debería ser una ad
vertencia para los que no han sido llamados al ministerio, para que
salgan de él antes de que sea demasiado tarde, y para todos aquellos
a quienes Dios ha llamado para que permanezcan en él, para que si
gan ahí con toda su alma y toda su mente y todas sus fuerzas.
Después, lean el capítulo 13 de Ezequiel: «Hijo de Adán, profeti
za contra los profetas de Israel que profetizan de su propia cuenta,
diciendo: 'Oíd Palabra del Señor'". Así dice Dios el Señor: "¡Ay de
los protetas insensatos que andan en pos de su propio espíritu y na
da vieron! [...]. Vieron falsas visiones y adivinación mentirosa. Dicen:
'Dijo el Señor', y el Señor no los envió"» (vers. 2-6). Aunque se aplicó
particularmente a los profetas de entonces, el principio ciertamente
se aplica ahora.
Así que hay algunos hombres que han sido llamados por Dios
pero que no han aceptado el llamamiento. Lo han rechazado; no lo
han querido aceptar; lo encontraron demasiado difícil. No había su
ficiente honor, ni suficiente gloria, ni suficiente salario, ni suficiente
de esto o de aquello; o habían sido tímidos y tenían temor de salir.
No estemos tampoco en esa clase. Si Dios nos ha llamado, no permi
tamos que nada nos impida seguir ese llamamiento. ^
I lace unos pocos años, tres pastores bien conocidos en la Iglesia
Presbiteriana fueron llamados a la cabecera de la cama de su herma*
no, un famoso cirujano, que se estaba muriendo. Había tenido una
carrera honrosa y se había desarrollado hasta el tope en su profesión.
Se había asegurado buenas entradas financieras y tenía un hogar
feliz, lira cristiano y anciano en la iglesia, pero en su lecho de muer
te le confesó a sus tres hermanos pastores que cuando ellos fueron
llamados al ministerio, él también recibió el llamamiento, pero lo
había rechazado; no tenía el valor o la fe, o por alguna otra razón no
entró al ministerio. Dijo: «Dios me ha bendecido a pesar de mi negli
gencia del deber, pero sé que mi plena felicidad podría haber venido
si solamente hubiera aceptado el llamamiento divino que me vino a
\ m í como les llegó a ustedes».
Joven, si Dios lo ha llamado, siga adelante por fe. No permita
que nada'Tó mantenga fuera del ministerio, ni la mofa, ni el temor
ni la timidez. Nada sobre la tierra, ni hombre ni demonio debería mi-
pedirle entrar en él.
Entonces, hay algunos que no han sido llamados o elegidos por
Dios para ser predicadores de su Palabra, pero que piensan que han
sido llamados. Esto queda pronto patente para otros, si no lo es para
ellos mismos. Alguno se preguntará: «¿Cómo puedo saber si he sido
llamado?» Puede estar seguro de que usted sabrá si Dios lo llama.
Tiene mil formas de hacer que su llamamiento sea reconocido, por
medio de impresiones directas, por medio de palabras de amigos o
enemigos, por medio de la lectura, por medio de las Sagradas Escri
turas, por muchos medios.
Según yo lo entiendo, el llamamiento al ministerio es triple; Pri
mero, el hombre llega a creer que Dios lo ha elegido y que desea que
haga esa obra. Segundo, comienza a tener frutos en su vida; es decir,
los resultados llegan a ser manifiestos. «Por sus frutos los conoce
réis». La antigua prueba del huerto, es una señal segura. Comienza
a dar estudios bíblicos. I labJa a las personas sobre las necesidades, y
los pecados de ellas, y ora con ellas. Lo primero que usted reconoce.
es ()ue alguien se convierte, llene a alguien listo para el bautismo.
Comienza a llevar almas a Cristo. Tercero, la iglesia reconoce su lla
mamiento y es separado para predicar.
Algunas veces hay jóvenes que vienen a mí y me dicen: «Dios
me ha llamado al ministerio, pero nadie me emplea; por lo tanto no
puedo ser pastor, no puedo predicar». Mi amigo, no sé cómo puede
ser cierto. Si Dios desea que yo sea im ministro, si Dios me ha elegido,
si Dios me ha llamado y yo estoy dispuesto a aceptar su llamamien
to, y por medio de la oración y la meditación rindo finalmente mi vo
luntad a él para ser un predicador para Cristo, eso no significa que
voy a recibir salario inmediatamente o que seré designado para pre
dicar por alguna organización. Pero si Dios me ha llamado realmen
te, comenzaré a predicar, comenzaré a enseñar la Palabra de alguna
manera, dando estudios bíblicos, proclamando la verdad de la Biblia,
y ganando almas. Llevaré una cosecha de frutos. Dios tendrá cuida;
do de mí. Él siempre paga a sus obreros. ¡No lo olvide!
Di mensajera del Señor declara: «Vi que Dios había dado a sus~
ministros el deber de decidir quién reunía las condiciones necesa-^-
rias para la obra sagrada; y juntamente con la iglesia y las señales ’
manifestadas por el Espíritu Santo, debían decidir quiénes debían ir t
y quiénes estaban descalificados para ir. Vi que si la tarea de decidir ^
quiénes estaban suficientemente calificados para llevar a cabo esta
gran obra se dejaba librada a unas pocas personas, como resultado
se producirían confusión y distracción en todas p a r t e é (Testimonioió
¡Hirn la iglesia, 1 .1, p; 191).
En California; cuando yo estaba.teniendo reuniones en una car
pa, necesitaba un joven para que acluara como vigilante. Había allí
un muchacho joven que atendía una gasolinera, pero tenía poca forma
ción cultural, y ¡c o n y o ^ e s ^ z ^ a e U n g lé s cada vez que abría la bo
ca! Pensé que serviría para ese trabajo, así que fui al presidente de la
Asociación para encargarme de conseguirlo. El presidente lo co-
nocia y tríe dijo que ese joven había estado detrás de él por un buen
tiempo, tratando de tener una oportunidad para predicar. Y el presi
dente me dijo:«l'ualquier cosa que usted haga, no anime a ose joven
para que predique. Nunca será un predicador» Bueno, no sé; no soy
omnisciente. Si Dios Harria a un hombre usted no puede detenerlo.
Empleamos a ese joven para que cuidara la carpa. Un día me con
fió el hecho de que Dios lo había llamado para predicar. Confieso que
lleve al extremo_mi fe para creerlo^j^axtJejii|e:4ftlueno, le voy a decir
una cosa. Si usted realmente a c e eso, mañana por la mañana después
de que haya dejado completamente limpio todo, cierre las puertas de
la carpa para que nadie pueda entrar. Después, póngase de pie en el
pulpito y tome el libro de lob v léalo en altaa¿oz. de tal manera que la t
anciana señora Murphy que se siénta en la fila de atrás pudiera escu
char cada palabra que usted pronuncie. Y si no entiende* alguna pala
bra, búsquela en el diccionario. Lea de manera clara, distinta, cuidado
sa y lentamente. Hágalo de manera que pueda leerlo sin cometer un
error; después venga y véame».
Le llevó más o menos una semana leer el libro de Job. Después
le hice leer el libro de Jeremías, y el libro de Isaías, de la misma
manera. La literatura m ás sublime que existe en el mundo es el libro
de Job y después el libro de Isaías.
Les digo amigos, en resumidas cuentas, ese joven es ahora pas-
tor ordenado y su nombre está en el Ycnrhook. Lo consiguió leyendo
la biblia en alta voz en aquella carpa hasta que llegó al lugar donde
podía hablar de manera clara, distinta y comprensible. La mitad de
nosotros ios predicadores no podemos leer, en todo caso, no en
público. No sabemos cómo leer la Biblia. Somos muv descuidados y
rn n h isosyjodQ Iq^jem ás, y tengo razón, juntamente con ustedes. Si
pu e d e n f e r la Bibli^en voz alta claramente, tienen una buena base
para llegar a ser predicadores.
Muy bien, ; cuál es el llamamiento aLministerio? Ahora debo apre
surarme, porque mi tiempo casTse ha consumido y no voy más que
por la mitad. El llamamiento al ministerio tiene, según lo entiendo
yo, tres fases:Prim ero; es la convicción cp el corazón del hqpifrre mLs-
rno; kegijnd.0 . una cosecha de frutosJteKero) el reconocimiento de la
iglesia.
Si un hombre tiene la convicción de que Dios lo ha llamado al
ministerio, conseguirá el reconocimiento de la iglesia de alguna ma
nera. Dios tiene mil formas de otorgársela. Y el hombre lo cree* con
tra viento y marea. N o importa lo que la gente pueda decir o hacer,
él sabe sencillamente que lia sido llamado. Lo conoce por medio de
la Palabra de Dios, con el mensaje distinto del Espíritu Santo a él, y
de varias maneras. Después, comienza a trabajar, dardo estudios bí
blicos, orando con la gente, y alguien se convierte. Fste joven consi
gue que se convierta la gente, los lleva a Cristo.
íal vez usted tiene una oportunidad para ir a una campaña en
carpa o a algún otro lugar. En toda oportunidad que tenga de predi
car «i Jesucristo, prodigúelo. Sea maestro de lá Reunía Sabática, ha
ga cualquier cosa que le pidan y Dios le dará la cosecha de frutos. La
iglesia reconocerá ese llamamiento y sus convicciones Cuando vean
los frutos. Entonces lo enviarán al m undo y le darán su reconoci
miento. Pero prim erodebe haber una cosecha de frutos.
La primera cosa que lia de hacer un joven es reconocer que ha si
do llamado. La prueba de ese llamamiento no está en su formación
cultural; no está en las penurias que soporte; no está en los sacrificios
que haga. Está en la cosecha de frutos de su trabajo por las almas.
El apóstol Pablo dijo que la gente a quién él había traído a Cristo
eran la prueba de su apostolado (1 Cor. 9 :1 ,2 ) .
No espere sin embargo, que lo vayan a poner en alguna gran igle
sia con un buen salario. Tal v e / tenga que salir a algún lugar duro y
probar su ministerio, conducir estudios bíblicos, predicar por las ca- •
sas, como hicieron los apóstoles, y hasta en las esquinas de las calles. •
¿Han predicado alguna vez en la esquina de una calle? ¿Saben cómo
predicar y mantener la atención de una multitud que pasa? Sería
una buena cosa, me parece a mí, si cada uno de nuestros pastores
jóvenes tuviera que pasar por esa experiencia y aprender cómo pre
dicar al aire libre ante una multitud. Haga la prueba. Es una de las
mejores enseñanzas del mundo, ¿verdad, hermano Anderson? Yo lo
he hecho. Les digo amigos, una cosa que no harán. No lo harán co
mo yo lo estoy haciendo, hablando de un manuscrito. Ni siqiúera
hablarán de notas. No señor. No memorizarán algo y luego lo reci
tarán. No señor, lcndrán un mensaje fervoroso que saldrá de su co
razón. Mirarán a sus oyentes directamente a los ojos, si no, no man
tendrán su atención ni por un minuto. Porque sencillamente, toda la
gente circula. Ustedes aprenderán realmente algo en cuanto a pre
dicar, cuando lo hagan en la esquina de ima calle. Es bueno para us
tedes; lodo los pastores tendrían que hacerlo unas cuantas veces.
Así que si usted piensa que ha sido llamado y la iglesia aún no ha
reconocido su llamamiento, salga y demuestre su ministerio por su vi
da consagrada y la ganancia de almas para Cristo. Los nuevos miem
bros son la prueba principal. Muchos laicos lo están haciendo mejor
que algunos pastores en la ganancia de olmas. Me parece a mí que cada
uno de nosotros los pastores deberíamos reflexionar cuidadosamente
sobre ello y mirar dentro de nosotros mismos y cambiar nuestros
métodos o cambiar de trabajo.
Si la Asociación no tiene suficiente dinero para emplear al joven que
siente que ha sido llamado al ministerio, por qué no puede decirle:
«Aquí hay un pueblo o un barrio, es un pueblo en tinieblas, vaya alii y
predique. Lo alentaremos y lo apoyamos en todo lo que podamos, pe
ro no podemos pagarle un salario. Si Dios desea que usted predique,
muy bien, salga y predique allí; consiga que la gente acepte la verdad.
Consiga que envíen sus diezmos a la Asociación y en irnos tres años
usted puede recolectar suficiente como para que se le pague un salario.
Y entonces, nos encargaremos de usted». ¿Por qué no podemos hacer
eso? Hemos iniciado pastores auténticos de esa manera. Algunos de
ellos saldrán y conseguirán gente que entregue sus diezmos y los en
víe a la Asociación y la Asociación le enviará a los jovenes un cheque.
Creo que cualquier joven que pueda conseguir su salario mediante el
diezmo en dos o tres años de trabajo sería digno de ser aceptado co
mo obrero. Creo que algo semejante a esto se va a hacer alguna vez.
✓ Muy bien, hay una cosa segura. Dios nunca lo llamará al ministe
rio si usted no puede predicar. He oído a pastores cue eran cualquier
cosa menos elocuentes, pero que podían ganar almas, que tenían la
elocuencia de la fe, una elocuencia de integridad y amor que nada
pudo resistir.
Usted no puede llegar a ser un buen pastor simplemente por lle
gar a ser un experto en teología, una maestro en homilética, un gran
teólogo. Usted por la gracia de Dios, debe proponerse ser un cristia
no honesto, la única norma, del Muevo Testamento.
Recuerde, usted mismo forma parte de su llamamiento al minis
terio. Debe poseer cierto talento para hablad sino Dios nunca lo ha
bría elegido para proclamar su Palabra. H1 llamamiento es «id, pre
dicad», pero usted va y predica con lo que usted es. Predica usted
mismo, porque el hombre es el sermón, mucho más de lo que uno se
r (da qiénta.: Dijo JesúsT«Así alumbre vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en el rielo» (Mat. 5:16). Debe brillar su luz. jesús brilla a tra-
y ves de usted. T.a luz debe estar en usted y Dios obra por su medio.
La vanidad, la ambición y el orgullo algunas veces se revisten con las
vestiduras de la oratoria y se encajan como ángeles de luz sobre más
de un predicador. Es importante el carácter personal del predicadoj>
Ahora bien, Beecher nos advierte que «una parle de su prepara
ción para el ministerio cristiano consiste en mía maduración tai de
su disposición que ustedes mismos serán ejemplos de lo que predi
can». Usted debe ser un «hombre modelo».
Su llamamiento al ministerio en parte consistirá en que usted ten-
ga aquellas aialidades que lecharán un buen pastor: buen tempera-
mentev-ciertamente buena salud y seriedad m oral Asegúrese de que
es Dios quien lo lla m á y n o alguna madre amante que desea que su
muchacho sea un predicador, o su padre, o un profesor, o algún otro
ser querido. Esté seguro que es Dios quien lo llama.
Citaré de nuevo de las Yak Lectures, que realmente son maravi
llosas: «Cuando Dios llama con voz m uy potente en el momento de
su nacimiento», continúa Beecher, «permaneciendo en la puerta de la
vida, y dice: "Cuarto de hombre, preséntate", esc hombre no es el mi
nistro: "Mitad de hombre, preséntate". No, eso no hará a un predica
dor. "í Tombre completo, preséntate". Este es usted». El que va a ser
un verdadero ministro cristiano tiene que ser un hombre completo.
Además de todas las cualidades espirituales y morales, un hom-
bre que entra en el ministerio debería tener, sentí do común) No
puedo explicar lo que es el sentido común en la forma en que gene
ralmente lo entendemos, Usted puede ser un orador brillante y bue
no, pero si no tiene sentido común, no entre al ministerio.
Hay un relato tie un joven que estaba justo a punto de dejar su
hogar en uno de los valles de Escocia para ir a Edimburgo y estudiar
para ser pastor de en la nueva iglesia. Por supuesto, usted recuerda
la división en la vieja iglesia del estado en Escoria, la kirk [iglesia 1.
llamada así en Escocia. Las personas a las que no les gustaba la friiú-
dad de la vieja iglesia del estado, se fueron y construyeron algunos
sencillos lugarcitos de culto y se llamaron a sí mismos la F&eKirk ig le
sia T.ibrej. La gente de la vieja iglesia llamaba a la Iglesia Libre: «1.a
capilla, la iglesia sin campanario».
«Si», respondían los miembros de la Iglesia Libre, «la vieja igle
sia, la iglesia fría, la iglesia sin gente».
Bueno, este joven iba a ser predicador en la nueva iglesia. Antes
de que partiera para Edimburgo, su abuelo lo llamó a un lado y le
dijo: «Jamie, tú vas a ser pastor, y hay tres cosas que necesitas para
serlo. í X) primero que necesitas por encima de todo es la gracia de Dios;
segundo, necesitarás conocimiento; y tercero, te hará falta mentido
común. Ahora, si necesitas la grada de Dios puedes orar por ella. Si
necesitas conocimiento, puedes estudiar para tenerlo. Pero si no tíe-
, nos sentido común, regresa a casa, Jamie, y quédate allí; porque ni
Dios ni el hombre te lo pueden dar». El consejo es mejor de lo que
parece. Hay en el ministerio una gran necesidad de eso que Hatea
mos .sentido común. ____
( El trabajo de pastor no es tarea fácil;)Algunas vexes asume la di
rección dé lina gran iglesia. Algunas veces incluso una pequeña iglesia
lo mantiene más ocupado de lo que podemos imaginamos. La igle
sia tiene departamentos,posiblemente una escuela de iglesia. Esto exi
ge muchísima sabiduría y capacidad y paciencia en las relaciones so
dales y la administración, de manera que el pastor también llegue en
cierta medida a ser un ejecutivo. En el pulpito debe ser m aso menos
un oradj.tr. También es maestro, pero es más que maestro. Un maestro
presenta hechos, e insiste sobre ellos, y los clarifica. Un maestro está
ahí para ver que sus alumnos conozcan. Pero no es SUfidente simple
mente conocer. Un predicador no solo debe conocer y enseñar hechos,
sino que él tiene que ser; y tiene que enseñar la verdad y proclamar
¡ la verdad de tal manera que otros puedan no solamente conocer, si
no llegar a ser. Esa es la diferencia entre enseñar v predicar.
Se dice del cincel de Miguel Angel que cada golpe que daba sa
caba a la luz el ángel que estaba en el mármol. Así debe ser con el pre
dicador: cada uno de sus sermones debe ser un golpe, sacando á luz
la figura oculta de Cristo y la imagen de su vida para vivir en los co
razones de aquellos que escuchan al predicador. Su obra no consis
te en ningún proceso evolutivo interminable, sino que cada mensa
je que trae del Libro de Dios a los oídos de los hombres y mujeres
debe sonar con: «Ahora, ahora, hoy; este es el momento para ser se
mejante a Cristo; este es el momento de tomar decisiones; este es el
día de la decisión». El predicador debe recordar que la Palabra de
Dios si se queda solo cm un libro no es más que letra muerta. Debe
vivir en el predica dórele manera que pueda vivir en el oyente. La ver
dad debo ser una parte de nosotros para que se convierta en un poder
que no tendría si únicamete se lee* como cualquier otro libro. Necesi
ta ser leída, sí, porque el apóstol Pablo razonaba «basándose en las
Escrituras» (Heeh. 17: 2).
Recuerden siempre que lo que está en el pozo de nuestros pensa
mientos saldrá en el baile de nuestra conversación. Finalmente, saldrá
lo que somos realmente. Si voy a ser un predicador genuino, no solo
debo ser capaz de proclamar el mensaje.de Dios en el pulpito^sino
que debe» vivúlo.eivmi.húgdr. Mi esposa y mis hijos e hija han de sa-(0
her que yo creo y vivo el mensaje que predico. Cuando me situó tras y
el pulpito y veo a mi esposa sentada allí en el banco, y ella me m ira,)
deseo ser capa/, de volver a mirarla y saber que ella está pensando en .
lo profundo de su corazón: «Él cree todo lo que dice. Lo sé. Vivo con él. \
To conozco. Ora conmigo y habla conmigo en el hogar y sé cómo vive».
Mis amigos, si mi esposa no cree que yo soy un hombre de Dios, sin* i
cero y honesto, entonces no soy cristiano. Deseo que mis hijos sean )
capaces de decir: «Bueno, papá tiene bastantes defectos; hace esto y /
hace aquello. Pero hay una cosa cierta, es sincero. Y si puedo ser un
cristiano como papá, entonces quiero ser cristiano». Hso es lo que de?
seo que digan. No hay recompensa más grande en este mundo para
el predicador que sus propios hijos e hijas, cuando lo escuchan predi
car o ven su vida en el hogar, se levanten y lo llamen biena ven tina
do. También su esposa conoce todos sus defectos, pero los pasa por
alto. Dios bendiga a esas esposas que viven con nosotros, seres imper
fectos, aun siendo pastores, tomando todo lo que tienen que tomar de
nosotros, y sentándose silenciosamente entre el público cuando po
drían arruinar cada sermón levantándose y contando todos nuestros
defectos. Pero no lo hacen. Su esposa sabe si usted es sincero.
Ser un hombre de Dios, con el mensaje de Dios, del Libro de Dios,
para predicar al pueblo de Dios en el día de Dios, esc: es eiideal; eso
es lo que teñios debemos ser, y lo que deseamos ser, que aquellos que
nos conocen mejor puedan ser capaces de decir cuando escuchan
nuestra predicación: «fchso enternece* mi corazón. Sé que cree eso por
que lo vive# Nuestros oyentes pueden decirlo, sea que vivan o no vi
van en nuestra casa.
Si alguien no vive el mensaje que predica, llegará el día cuando
será revelado al mundo. Será como fue aquel día cuando los hijos de
Lsceva, en un intento para expulsar espíritus malos, usaron el nom
bre del Señor Jesús, diciendo: «"Os conjuro por Jesús, al que predica
Pablo". Los que hacían esto eran siete lujos de cierto Esceva, iefe_de
los sacerdotes. Pero el mal espíritu replicó: "Conozco a Jesús, y sé
quien es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?" Y el hombre en quien
estaba el mal espíritu, saltó sobre ellos, y dominándolos, pudo más
que ellos, de modo que huveron de aquella casa sin ropa y heridos.
V esto fue conocido por todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos
como griegos. Y el temor se apoderó de todos, y magnificaban el
nombre del Señor Jesús» (Hech. 19:13-17).
Cuando niño pase muchos días en la casa de mis abuelos mater
nos. Mi abuela era una gran lectora de la Biblia. Podía leerla y le da
ba vida ante nuestros ojos. Más de una vez le escuché leer este texto
y me tentaba la risa mientras ella lo leía. Describía la situación y po
día verla, y la puedo ver ahora. Esos pomposos exorcizas ocupaban
una posición social prominente, eran hombres orgullosos, egoístas,
que tenían a la gente en sus manos. Pero repentinamente, todo cam
bió. Un hombre puso a siete de ellos en desordenada fuga. Así que,
como correspondía, fueron puestos en evidencia.
Podemos usar el nombre del Señor Jesús, incluso como lo usaron
esos hombres, com o un talismán, un exorcismo, una fórmula mági
ca; pero llegará el día cuando nuestra impotencia, la aridez de nues
tras vidas, nuestros pretensiones sin apoyo al liderazgo espiritual,
todo será barrido, y los demonios de nuestro orgullo y necedad se
reirán de nosotros hasta el desprecio. Mis queridos colegas, mire
mos nuestro ministerio como una llamamiento elevado y sagrado.
Veamos que en el y en nuestras vidas el Señor Jesús sea glorificado.
Se cuenta la historia de un predicador en Carolina del Norte que
vivió en los días cuando los predicadores itinerantes eran hospeda
dos gratis en los hoteles. Este predicador, se presentó en un hotelito
en una pequeña aldea en una región apartada y disfrutó allí de la
hospitalidad por varios días. Quedó sorprendido cuando al marchar,
el posadero le presentó una faclura.
— ¿Cómo? — dijo— , pensé que a los predicadores los alojaban
gratis.
P — Desde luego — dijo el posadero— , pero usted llegó y comió
sus comidas sin pedir la bendición. Nadie lo ha visto a usted con una
q \ _ ¡/
Biblia. Fumó los puros más grandes que hay en este lugar. Tíabló de
] cualquier cosí menos de religión. ¿Cómo sabemos que usted es un
predicador? Usted vive com o un pecador, y ahora tendrá que pagar
como los pecadores.
Puede causarnos risa, pero ¿no creen que es lo que nos va a suce
der a nosotros si no prestamos atención? No permita Dios, que el
CJran Juez tenga que decir de nosotros: «Usted vivió igual que los
pecadores, y ahora tendrá que estar con ellos». Esto es algo para que
pensemos, ¿verdad? Hemos de tener un sentido de misión, una mi
sión suprema. ITemos de tener el valor de decir: «No».
Cuando el Or. Jowett, uno de los lamosos predicadores del siglo
XIX vino de Inglaterra y trabajó en Nueva York durante casi diez
años, sintió que especialmente aquí en los Estados Unidos los pas
tores estaban disipando sus energías y su tiempo en cosas sin im
portancia, dijo que necesitaban un sentido de misión, una misión
suprema. El mismo L)r. Jowett tenía esto. N o era fácil para nadie dis
traer su atención. Vio claramente que había una carretera principal
para que viajara por ella, y rehusó en todo momento ser desviado o
apartado a otros caminos. Tuvo el valor, que muchos de nosotros no
tenemos de decir «No» a muchas comisiones que lo visitaron y a to
das las invitaciones y tentaciones que amenazaban disipar sus emer
gías. Su obra no fue extensa, pero fue impresionante, y por su ministe
rio dejó claro que la impresión del ministerio de cualquier homba* es
tá generalmente en razón inversa a la extensión de sus actividades.
Reiteradamente advirtió a los pastores aquí en los Estados Uni
dos contra el peligro que él creyó que era nuestro pecado dominan
te, y puede ciertamente serlo, de entregamos a demasiadas activi
dades ajenas al ministerio. Tratamos de hacer un poco de cada cosa
que hace todo el mundo; por lo tanto, no hacemos nada bien. Al
dirigirse a un gm po de pastores, dijo: «Estoy profundamente con 7
vencido que uno de losjehgros^m ás grandes qiic.acosa al ministe
rio de este país es una ciispersión inquieta de cncrgías>obre una mul
tiplicidad sorpreiuientedeTñíereses que no deja margen de tiempo
o fuer/a para una comunión receptiva y absorbente con Dios».
V
Añadió que lo más sensato y provechoso que debemos hacer, al m e-J
nos muchos de nosotros, es d ep ren d em o s de un buen número de
asuntos en los cuales no tenemos responsabilidad directa. No tienen
valor permanente, no sirven a ningún propósito necesario, y solo
disipan energías que debieran ser consagradas a la tarea a la cual
hemos sido llamados^-para-la-cuaUuinips ordenados.
Aquí están las dpee reglas do Wesloy^paja los.pastores metodis
tas^ Podría ser bueno para nosotros examinarlas de arriba abajo cui-
-sjtadosamente.
« Í/S e a . di^gerte. Nunca esté desocupado. Nunca esté ocupado en
trivialidades. N o se dedique jamás a «malar» el tiempo, ni gaste
más tiempo en ningún lugar del que sea estrictamente necesario.
( í),S ea formal. Que su lema sea "Santidad al Señor". Evite toda li-
v¡andad, bromas, y la conversación necia.
3^) Converse escasa y cautelosamente con las mujeres, particular-
- mente con mujeres jóvenes.
4. .No dé ningún paso hacia el matrimonio sin solemne oración
Dios y en consulta con sus hermanos.
5. : No crea nada m alo de nadie a menos que esté plenamente pro-
' I hado; y fíjese m uy bien en cómo lo cree. Haga la interpretación
m ás positiva posible en todos los casos. Usted sabe que se supo-
ne que el juez siempre está al lado del acusado.
(:
nuestras reglas, sino obsérvelas, y eso por causa de la conciencia.
1Í) Usted no tiene nada más que hacer que salvar almas. Por lo tan
to gaste y sea gastado en esta obra. Y vaya siempre, no solamen
te a aquellos que lo necesitan, sino a aquellos que lo necesitan
más a usted.
12 .)Actúe en todo, no de acuerdo a su propia voluntad, sinocom o
un hijo en el evangelio, y en unión con sus hermanos. Como tal,
es su obligación emplear su tiempo como lo orientan nuestras
reglas; en parte en la predicación y en hacer visitas de casa en
casa, en parte en la lectura, meditación y oración. Por encima de
todo, si trabaja con nosotros en la viña de nuestro Señor, es nece
sario que cumpla con la parte de la obra que le encomiende la
Asociación, en el momento y el lugar que ellos juzguen más im
portantes para la gloria de Dios».
Observe, no es su deber predicar tantas veces y cuidar meramen
te de de este o de aquel segmento de la soc iedad, sino salvar tantas
almas como usted pueda, llevar tantos pecadores como pueda al arre-
pon ti miento, y, con todo su poder, establecerlos en aquella santidad
sin la cual nadie verá al Señor. Y recuerde, un pastor metodista debe
considerar cada punto, grande o pequeño, a la luz de la disciplina me
todista. Por lo tanto, necesitará toda la gracia y el sentido que tiene,
y estar siempre alerta.
En la actualidad se habla mucho sobre el ciudadano común y co
rriente, como esto y aquello debe ser hecho para ese ciudadano. Pe
ro. Dic^cstá exigiendo «ciuda d a nos» poco comunes. Si usted se enfer
ma, necesita el mejor médico; si su automóvil falla o se avería, nece
sita el mejor mecánico. Si entramos en guerra, necesitamos el mejor
almirante, el mejor general Herbert Hoover dijo una vez: ¿N unca
me encontré con un padre o una madre que no desearan que sus
hijos crecieran para ser hombres y mujeres extraordinarios^ Ojalá
que siempre sea asi. Continuó diciendo que el futuro del país no
descansa en la mediocridad sino en la renovación constante del li
derazgo en cada fase* de nuestra vida nacional.
Así es con el ministerio cristiano. P itó está buscando hombres ex
traordinarios, extraordinarios en su consagración, extraordinarios en
su entrega al poder del Espíritu .Santo, extraordinarios en esperanza y
fe, e \trap re1ina ríos en su dominio de las Sagradas Escrituras. A ftíin
Alguien escribió lo que sigue en cuanto al pastor y su tarea. Es
toy citando de la Revieiv and Herald (2 de agosto de 1956):
«Si es joven, le falta experiencia. Si su cabello es gris, es demasia £ L
do viejo. Si tiene cinco o seis hijos, que tiene muchos; si no tiene nin
guno, que está dando mal ejemplo. Si al predicar usa notas, que tie Cd
ne sermones enlatados y es seco; si improvisa, que no es profundo.
Si es atento con el pobre, está actuando para impresionar a la gente;
cuando lo es con el rico, está tratando de ser un aristócrata. Si usa
muchas ilustraciones, descuida la Biblia; si no usa, no es claro. Si con
Du
dena lo malo, es un intolerante; si no lo condena, es cómplice del mal.
Si predica una hora, es rollisla; si predica menos, es holgazán. Si pro- T f i
dica la verdad, es ofensivo; sí no la predica, es un hipócrita. Si traca-f
sa en agradar a todo el mundo, está lastimando la iglesia; si agrada
a todos, no tiene convicciones. Si predica sobre el diezmo, es un aga ^ J aj
rrado al dinero; si no predica sobre el diezmo, está fracasando en
r)
desarrollar a la gente. Si recibe un gran salario, es un mercenario; si
recibe un salario pequeño, demuestra que no es digno de más. Si pre
dica todas Lis veces, el pueblo se cansa de escuchar siempre al mismo;
si invita a otros predicadores, está evadiendo la responsabilidad. Y
* V W arvtlteitn]) Bible a careless wyrUI w ill n » d ; / W e arc th e s in r u r S ycwp***. « v are ihe scottcr's
i retail; / We are th e L o rd 's Lis» in e tu g e ; given m deed anti m n l . / W h a t if th e type is crooked;
w hat it th e p rin t is M iir m J? / W h at it our han d s an* b u sy w ith other w ork-thar. H is; / W h at if
o u rfcv l are w alking w h ere sin s rtlliinm nnt is; W hat it o u r tongu e--are sp eak in g o t things l hs
lips w ould sp u rn ; Mow can « v liope to help Him am i lu d e n H is return"’
para mi corazón. ¿Cómo podemos ayudar al Señor Jesús y a su obra
aquí? ¿Cómo podemos apresurar su venida? Siendo verdaderos pre
dicadores de su evangelio; siendo como debemos ser, de manera que
podamos predicar como debemos predicar.
El p redicador debe estar recibiendo continuamente fortaleza de
Dios. No espere a predicar el evangelio hasta que tenga suficiente
poder del Espíritu Santo para que lo conduzca hasta el fin. De niño
hice un viaje con mi familia de Denver a Salt Lake City, en el viejo
ferrocarril D & RCi construido por trabajadores irlandeses. Fue en
tonces cuando aprendí mi primer poema:
V / ^ A , r ffln '.A A/ V f i -
la primera voz que veía a la muerte, y ya me ha tocado verla dema
siado a menudo desde entonces; pero puedo decir de su muerte:
1 0 «Muera yo la muerte de los rectos, y sea mi fín como el suyo» (Núrtv
23:10). Aquellas palabras suyas de amonestación han sonado en mi
corazón desde entonces: «Para ser un ministro debes ser espiritual».
Cuando fui ordenado pastor, tome como mi voto las palabras de 1 Co
rintios 2 : 1 -2 , y ese ha sido mi lema en el ministerio desde entonces.
Quiero recalcarles a ustedes, amigos y compañeros predicadores, que
un verdadero pastor tiene que ser un hombre espiritual. Ha de tener
la Palabra de Dios resonando e n su corazón,
Podría decir mucho más sobre lo que debería ser el predicador.
Se ha dicho en varias ocasiones v mucho mejor de lo que yo puedo
decirlo. También es fácil decir estas cosas, pero mucho más difícil es
vivirlas; es más, resulta imposible vivirlas con nuestras propias fuer
zas. Y aun cuando hemos dicho todo, podemos resumirlo en una
sola frase: Para ser im ministro de Cristo, recibir su llamamiento y
servirle, debemos ser hombres espirituales. Y si el Espíritu Santo nos /
está dirigiendo, guiando, no solo en toda verdad sino en todo servi
cio, sosteniéndonos, enseñándonos, mostrándonos las cosas de Cristo,
seremos buenos ministros de Cristo.
Permítanme decirles, jóvenes, que nimca se arrepentirán de haber
caminado en el llamamiento de Dios. El ministerio de Cristo es la úni
ca ocupación eterna. Está el atleta ágil cuyo nombre se escribe con
honor en el mundo de los deportes. Eclipsa a todos los contendien
tes, está a la cabeza en todo, derecho hasta el mismo decatlón. Pero
transcurren irnos pocos años y acaba siendo tan frágil e impotente
como un niño, y todo lo que le queda son unas cuantas medallas
que ganó.
Está el gran humorista cuyo nombre se ha extendido a través de
los continentes y llegó a ser rico haciendo reír a la gente; miles de per
sonas sueltan carcajadas cada noche al verlo en la televisión. Pero se
nos dice que a menudo llora él mismo antes de conciliar el sueño.
Finalmente se deja caer en la oscuridad sin Cristo, sin esperanza, y
sin Dios en este mundo, o en el mundo por venir.
Está el gran estadista, el hombre de negocios cuyo nombre está
en la boca de todos y en los titulares de los periódicos alrededor del
mundo. Sus planes y oratoria han atraído a multitudes durante años,
pero ahora su reputación se desvanece en la oscuridad. El imperio
que el imaginó y organizó se ha roto en pedazos por las luchas in
testinas. Ahora es solamente un nombre en la historia. Aim el ora
dor elocuente, que es muy solicitado, el de pico de oro, y persona
lidad magnética, pasan los años y se va, y todo lo que queda es un
recuerdo semejante a un canto amoroso o a una nube que pasa enx
un día de verano. K1 cantor talentoso cuya voz conmovió a millones
y los mantuvo en un éxtasis sin aliento, ahora está silencioso, su voz
ya no se oye más.
Pero aquí está el fiel ministro de Cristo, que vivió la Palabra de
Dios para poder predicarla, y predicó la Palabra de Dios para que
los hombres pudieran vivirla. Fue sincero, íntegro, fiel, fue un estu
diante de la Palabra, un hombre de oración, un hombre de urgencia,
un hombre de amor. Pasaron los años y él ya no está más con noso
tros, pero su vida está escondida con Cristo en Dios, y cuando Aquel
que es la vida aparezca, entonces él también aparecerá con Cristo en
gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Aunque han cesado todas las profesiones terre
nales; el médico cristiano ya no atenderá más a los enfermos, la en
fermera no tendrá que mantenerse* en pie en noches agotadoras cui
dando enfermos terminales; el gran administrador, el guerrero, el
financista, y todos los de estas profesiones hayan pasado para siem
pre, este predicador de Dios que les está dirigiendo la palabra, se
guirá proclamando por todas las edades sin fin la historia de la re
dención, recordando aquel día cuando la cruz salvadora se alzó so
bre una colina) Les contará la historia de la redención a mundos lle
nos de asombro. Sí, los grandes de la tierra pasarán en un eterno
eclipse, pero el ganador de almas, el verdadero predicador que fue
enviado por Dios, que predicó por Dios y v rv ió por'DTos, no sola
mente vive su vida muchas veces cn las vidas de aquellos q u e llevó
a Cristo, sino que vivirá para siempre en la presencia de Aqiiel que
lo llamó a ser un pred icador, porque está escrito: «Él que gana almas
, es sabio», y «entonces los sabios resplandecerán como el fulgor del
firmamento, y los que enseñan la justicia a la multitud, como las
i estrellas a perpetua eternidad» (Prov. 11: 30; Dan. 12:3).
3
Ordenados
para predicar
«Yo fíii ordenado
para predicar».
1 Timoji O 2: 7
f bra del Señor: «Ve, porque tengo que enviarte lejos, a los gentiles»
(TTech. 22: 21). Así que el Señor le había dado directamente su comi
sión y su ordenación para la predicación del evangelio. Pero esta
ordenación debía ser reconocida por la iglesia. Su ordenación públi
ca tuvo lugar en Antioquía, según leemos en Hechos 13: 2: «Un día
mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, dijo el
Espíritu Santo: "Apartadm e a Bernabé y a Saulo para la obra a la
cual los he llamado"». Dios ya los había llamado. Ahora la iglesia
tenía que hacer oficial esa separación. La elección de Dios iba a ser
reconocida por su pueblo en la tierra. Esa fue su ordenación y así es
ahora. «Entonces habiendo ajamado y orado, les impusieron las ma
nos, y los enviaron. Enviados así por el Espíritu Santo, descendieron»
(vers. 3 ,4 ). Como ven, ellos fueron llamados por el Espíritu Santo,
enviados por el Espíritu Santo, a través de la iglesia.
Leo del libro Los hechos iic los apóstoles, página 130: «Antes de ser'
enviados com o misioneros al mundo pagano, estos apóstoles fueron
dedicados solemnemente a Dios con ayuno y oración por la impo->
sición de las manos. Así fueron autorizados por la iglesia, no sola
mente para enseñar la verdad, sino para cumplir el rito del bautis
mo, y para organizar iglesias, siendo revestidos con plena autoridadJ
eclesiástica».
La ordenación oficial fue para protegerlos de cualquier peligro
que pudiera asediarlos. Se llevó a cabo para que su obra estuviera
por encima de cualquier desafío, para mostrar que no eran, mera
mente, maestros vagabundos sin autoridad o sin reconocimiento. «Su
ordenación fue un elemento público de su elección divina para lle
var a los gentiles las alegres nuevas del evangelio» (Unit., p. 131).
Labio.y Bernabé recibieron su comisión de.Diusmismo. La cere
monia de la imposición de manos no les añadió nueva grad a o po
der. 1 .a ordenación fue un reconocimiento de que habían sido cons
tituidos por Dios para la obra de la predicación del evangelio. Ll
sello de la iglesia se iba a colocar sobre la obra de Dios y el llama
miento de Dios. Por medio de esta ceremonia, la iglesia pidió a Dios
la bendición sobre la obra realizada por estos predicadores.
La ordenación de Pablo y Bernabé fue realmente el primer paso
para la organización de iglesias en el mundo gentil. Mientras ellos
salieran y predicaran, su predicación llevaría a la conversión y la sal
vación de sus oyentes, y después serían organizados en iglesias.
Cuando volvemos al ministerio de Jesús, encontramos que llamó
a doce hombres para que estuvieran con él v para predicar el evan
gelio. De este hecho encontramos un registro en Marcos 3: 13, 14:
«Después Jesús subió al monte, llamó a los que quiso, y fueron con
el. Y estableció a doce, a quienes llamó apóstoles, para que estuvie
sen con él, y para enviarlos a predicar». Fn Los hechos de los apósto
les, página 16, dice: «Al ordenar a los doce, se dio el primer paso en
la organización de Id iglesia que después de la p a r t i d a de Cristo ha
bria de continuar su obra en la tierra». Entonces, esta oidenación fue
el p rim ^ p a so en la fundación de la iglesia cristiana sobre la tierra.
I a iglesia.fue fundada para que predicara el evangelio, y solamen*
te ja r a la jg e d ic a ción del evangelio. Por lo tanto, en el llamamiento
de Cristo a esos hombres, leemos que los llamó y ordenó para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar.
Ahora bien, aquí llega mi opinión revolucionaria porque no hay
otra razón para la ordenación debajo del cielo. Se revela aquí en el
acto de Cristo de ordenar a los doce apóstoles y en la declaración^vi-
denle de que los ordenó para que estuvieran con él y para enviarlos
a «predicar». No hay ni una palabra en este registro, o en el registro
de la ordenación de Pablo y Bernabé, o en ningún otro lugar del Nue
vo Testamento, que diga que alguna \ez se Jj|ibiem ordenado a hom
bres para cualquier otro p r o p ó s ito .^ ordenación es para predicar
■ el evangelio y proclamar el mensaje de salvación a la humanidad.
Para mí, esta es una verdad muy seria y m i pensamiento muy
revolucionario. Deseo que lo creamos con lodo nuestro corazón y
que lo sigamos. N o creo que deben ser ordenados hombres mera
mente como una recompensa por un servicio fiel. Debe de haber
algo que podamos hacer por ellos. Un hombre que ha sido un obre
ro fiel en alguna otra rama que no sea la predicación del evangelio,
debería ser ciertamente reconocido, y debería terer pleno derecho a
disfrutar un buen salario y jubilación y todo eso, pero no debe reci
bir una ordenación que no merece, y que debiera rechazar de recibir
la, si cree en la enseñanza de la Biblia sobre este tema.
Todos debemos admitir que después del tiempo de Cristo se abu
só mucho y fue mal entendido este rito de la ordenación por medio
de la imposición de manos. Esta confusión encuentra su punto máxi
mo de desarrolló en la doctrina de la sucesión apostólica y las pre
rrogativas eclesiásticas por las cuales la gran jerarquía papal se forta
leció durante la Triad Media, y que todavía llega hasta nuestro propio
tiempo. Algo de este espíritu se ha filtrado en el mundo protestante
y algunas veces en nuestra propia iglesia. Fstoy contendiendo senci
llamente por una idea: la ordenación es para la predicación del evan
gelio. N o es para ninguna otra tarca. Hay quienes parecen tener la
idea de que la ordenación es la recompensa que se da a un obrero fiel,
un reconocimiento de que ha sido fiel a Dios y a laiglesia de Dios, por
lo tanto, debería ser ordenado como una espcac de recompensa por su
fidelidad. En mi mente, esta ¡dea no armoniza con la clara enseñan
za de la Escritura sobre este tema. No estoy diciendo que no otorgue
mos algún tipo de reconocimiento por un servicio fiel, pero la orde
nación nunca tuvo el propósito de ser una recompensa.
Un hombre que ha sido un tesorero fiel, o que ha trabajado en
cualquier rama de la organización, debería ser reconocido de algu-
na manera y recompensado por su fidelidad. Pero usar la ordena
ción para ningún otro propósito fuera del que está claramente in
dicado en las Sagradas Escrituras es adulterar las cosas sagradas,
producir confusión en la iglesia y desazón y desánimo en los hom
bres y no solamente eso, sino que rebaja la ordenación a un nivel
donde prácticamente no significa nada.[1 .a ordenación al ministerio
cristiano es el mayor honor que un ser humano puede recibir en esta
tierra y debería ser reconocido, entendido y protegido así, por cada
actitud, costumbre, hábito y doctrina cristianas. Jesús no ordenó a
sus discípulos hasta que los instruyó y probó por algún tiempo.
Pablo y Bernabé eran veteranos en la obra del evangelio antes de que
fueran ordenados. 11 mismo apóstol Pablo amonestó a la iglesia con
tra la ordenación demasiado rápida y sin falta de reflexión, porque
dijo: «No impongas con ligereza las manos a ninguno» (1 Tim. 5: 22).
Como joven, recuerdo a un tesorero piadoso y consagrado que
seguramente era un hombre de Dios y una gran ayuda para la obra
de la iglesia, pero no podía predicar, y sin embargo había sido orde
nado, y él mismo estaba preocupado por eso. Dijo: «¿Por qué me or
denaron los hermanos? ¿Por qué les permití que lo hicieran? No
puedo predicar. No deseo predicar. No tengo la capacidad para pre
dicar. Si probara, no podría predicar, pero la gente cree que debería
predicar. He sido ordenado, y la Biblia dice, "ordenado (...] para
predicar". Aquí estoy. ¿Por qué kyhicieion?y El eco responde «¿Por
qué? ¿Por qué lo hicieron?»; Si la predicación no es la tarea princi
pal de la \ida de un hombre, la dfdúnScíón de este hombre está fue
ra de lugar.
Me doy cuenta que puede haber aquí quienes no estén de acuer
do conmigo en este punto, y no tengo temor de que puedan en
contrar algunas declaraciones en la Biblia en contra. Sea que estén
de acuerdo o no, las palabras de la Escritura todavía establecen que
los hombres son ordenados para que «Dios pueda enviarlos a pre
dicar».
Ahora bien, ¿cómo afecta esta doctrina a los que estamos aquí? Les
afecta a ustedes, jóvenes estudiantes ministeriales, muy seriamente,
enormemente, maravillosamente. Seriamente, porque se espera que
muchos predicadores modernos sean de todo, desde plomeros de igle
sia hasta mensajeros para Dorcas o la Sociedad de Damas. En algunos
lugares el pastor es el encargado de todos los trabajos ocasionales, y
de* hacer lodo lo que nadie quiere hacer. Si usted es muy bondado
so. manso y gentil, se van a aprovechar de usted muchas veces. T.o
primero que debe saber es que estará dedicando poco tiempo a la pre
dicación, y lo que haga será poco en sí mismo porque tendrá muy
poco tiempo para prepararse. No hará de la predicación la tarea prin
cipal y central en su vida.
F.n segundo ju g ar, el hecho de que usted fue ordenado para «pre
dica r»TcTatectará enormemente, porque cambiará toda su vida de
una u otra forma, para bien o para mal. Si usted acepta la doctrina
de la Biblia de que la predicación es su tarea suprema, su obra prin
cipal, la tarea de su vida, tendrá que poner su rostro como un pe
dernal para hacer que eso sea así y tener éxito por la gracia de Dios.
Significará cosas tremendas para usted y para la iglesia y para el
mundo. Cambiará todo. Usted será un hombre diferente, l.a iglesia
será una iglesia diferente.
£ n tercer lugar, este hecho de la supremacía ce la predicación pa
ra todo pastor ordenado es realmente maravilloso. Comenzaríamos a
volver a las condiciones apostólicas, al poder apostólico, al reaviva*
miento apostólico, a la persecución apostólica, a la victoria apostó
lica, si aceptáramos este hecho con todo nuestra corazón, y lo reci
biéramos com o es en verdad, la verdad de Dios. Recuerde, la orden
positiva y definida de Cristo es: «Id [...] y predicad». Y cuando dijo
eso, dijo algunas otras palabras, como separarse de otras responsa
bilidades e intereses, asuntos importantes, cosas que no podrían ser
hechas por el que cumple su mandato.
¿Por qué no podemos lomar la «gran comisión» como está y man
tenerla en el lugar que le corresponde? ¿Por qué avanza la obra de
■ Dios a paso de caracol en tantos lugares hoy en día? ¿No será por
que nosotros, al igual que el caracol, Leñemos jii bajo concepto de
* las c osas? ¿Por qué no aceptar el concepto de cuño antiguo de la Sa
grada Escritura con respecto a la ordenación y a la predicación? Por
que no decir: «;Lo dijo Cristo! ¡Lo creemos! ¡Esoresuelve el asunto!».
¿No es eso? ¿Por qué t í o ?
Pero, ¿qué queremos decir por predicación? Cuán a menudo he
oído decir a la gente: «Yo predico cuando distribuyo literatura. Yo
predico viviendo una vida buena. Yo predico cuando doy una ofren
da. Yo predico cuando devuelvo mi diezmo. Yo predico cuando cum
plo todos mis blancos. Yo predico cuando vendo libros, cuando to-
mo suscripciones a periódicos y revistas. Yo predico cuando promo-
cion o la recaudación de fondos, pidiendo para gastos de iglesia:
para gastos de la escuela de iglesia, el mantenimiento del edificio, la
calefacción. Yo predico al hacer la recolección, cuando dov en la se
mana de sacrificio, cuando doy para misiones extranjeras, lodo eso
es predicación». Pero eso no es positivamente predicación de acuer
do al registro bíblico que les estoy leyendo. Todas estas tareas son
buenas. llenen su lugar, pero su lugar no es el lugar de la predica
ción. Pero Lomarán el lugar de la predicación si no estamos alerta.
Cada uno de ustedes jóvenes debe hacer lo mejor que pueda
para aprender mientras está en el colegio superior, y si es posible, de
be aprender cómo llevar un sólido programa de iglesia; pero, por en
cima de todas las cosas, ha de aprender a impedir que eso se apodere
de usted, y que lo maneje. Supongo que ustedes probablemente lo
tienen aquí en su plan de estudios. Un colegio superior que prepare
ministros debería adiestrar a los jóvenes para hacer todas estas co
sas que tienen que hacer. Pero ¿por qué prepararlos para predicar si
no van a predicar? ¿Por qué instruirlos en homilélica si van a termi
nar en alguna otra dirección? Si se restaurara la predicación a su
legítimo lugar, como nos recuerda Carlyle B. I Iaynes, tendríamos que
dedicar muellísima más atención y tiempo a la preparación de ser
mones de la que con frecuencia dedicamos hoy (Ministry, julio de
1936). En muchos casos nuestra predicación ha caído a un nivel bas
tante lastimoso y eso es decirlo m uy suavemente, para indicar que
necesitamos algo mejor.
Esto no lo escribí yo pero comparto plenamente todo lo que dice:
«La predicación llegó al punto donde una compilación de citas del
espíritu de profecía, con unas pocas observaciones relacionadas,
para vincularlas todas juntas, se considera un sermón. F.so no es un
sermón. Es solamente una evidencia deplorable de la incapacidad
del orador de tener ideas propias. Ahora, no me entiendan mal», \
dice el hermano Haynes, y yo también lo digo: «Creo incondicional
mente en el espíritu de profecía, y creo ciertamente en el uso apro
piado de sus escritos. Pero no creo que se estén usando apropiada
mente cuando se mecanografían selecciones sobre tarjetas y se leen
una tras otra en lugar de un sermón, para ahorrar al predicador el
tener que hacer trabajar en lo más mínimersu cerebro» es decir, un ,
trabajo que sea suyo» (ibid.).
Los escritos del espíritu de profecía son tan inspiradores, y la
hermana White lia dicho cosas de forma tan maravillosa, y nuestro
pueblo tiene tanta fe en ellas y las disfruta tanto, que cualquiera pue
de ir corriendo en el último minuto, encadenar algunas citas para su
sermón, y lograr pasar con ellas. Y de esa manera^ oLespíritu de pro?
teda que debería ser una gran bendición, se convierte en una mule
rJc)
ta para un pensador holgazán. No deben ser para eso. La sierva del
Señor nunca deseó que sus obras fueran usadas de esa manera y
quien haga eso está desvirtuando algo que es bueno y se está perju
d icando a sí mismo. Hso no es predicación. ¿Per qué no dejamos
que los hermanos lean los libros por sí mismos? Si eso es suficiente
mente bueno, entonces ¿por qué no les dejamos que lean la Biblia
por sí mismos? ¿Por qué tener entonces predicación? t i hombre que
usa el espíritu de profecía de esa manera realmente no va a tener
éxito porque tarde o temprano lo van a desenmascarar. Las cosas
cambian. Comienza a eÚCPgcrse intelectualmente, y también como
predicador. Lntonces después de un tiempo es trasladado de una
Asociación a otra porque no tiene buen alimento para la gente. Cada
poco tiempo se le descarga la batería.
Cuando comencé a predicar estaba conmigo Kenneth Grant. Me
acuerdo que teníamos estudios bíblicos con una mujer en Loveland,
Colorado. Yo hablaba más o menos cuatro minutos y me quedaba
sin batería. Entonces Kenneth continuaba en seguida y cuando a él
se le terminaba la energía, entraba yo. Yo recargaba suficiente ener
gía mientras él hablaba. Esa era la forma como lo hacíamos. Su
pongo que usted puede hacerlo de esa manera si tiene que hacerlo.
Tal vez esa es la razón por la que el Señor envió a los primeros obre
ros de dos en dos: podían ayudarse el uno al otro. Pero hemos de
seguir creciendo sin cesar. No sabíamos mucho, y esa mujer casi en
tró con nosotros a la iglesia. Quedamos pasmados cuando la vimos
en la iglesia. Fue a la iglesia a pesa míe nosotros.
Entonces,} hay algo sobrenatural en la verdadera predicación!
Fue ordenada por Dios, ordenada por Cristo, practicada por tosa pós
teles y la iglesia apostólica. A lo largo de los siglos, el verdadero
pueblo de Dios ha predicado. La predicación explosionó siempre
cuando la espiritualidad subió. La Reforma se basó-en la predica -
a ción. t i movimiento adventista se basó en la,predicación y su victo
ria final estará fundamentada en la predicación, la predicación he-
cha por el predicador que .está lleno de la Palabra de Dios, está im
pulsada por el Espíritu Santo, y habla intrépidamente de un corazón
inflamado con la Palabra de Cristo a las almas hambrientas. ¡Fsp_ys
predicación! Y le agradó a Djgfi salvar a los perdidos por medio de
la predicación.
Ahora bien, de la misma boca de la hermana White, tengo que
repetir que la predicación no es sencillamente leer largas secciones
de los Testimonios al pueblo. b'so no es algo que voy a leerles de un
libro. Les voy a contar una experiencia de mi propio padre, quien
durmió en Cristo hace justamente un año. Fue un gran privilegio
para mí contar con la ayuda de mi padre a través de los años. Signi
ficó mucho para mí. Sus cartas me han ayudado mucho y ahora voy
a examinar su biblioteca pues dejó una inmensa cantidad de ma
terial. N o lo tenía muy bien organizado. Cuando mi madre decía:
«Papá, debes tener tus materiales en orden y colocados en su lugar»,
él le respondía: «Los tengo; tengo un sitio para cada cosa y cada co
sa en su sitio». Sabía dónde encontrarlos, pero nadie más lo sabía, y
finalmente se fue haciendo tan enorme que ni siquiera él podía en
contrar algo. Y ahora al examinar eso, quedé impresionado con su
gran lealtad a este mensaje, su lealtad a la iglesia, y su lealtad a sus
colegas en el ministerio.
Ahora bien, mi padre era lo que ustedes llamarían un pastor ad
ventista, anticuado, conservador, testarudo, que creía en la doctrina
de cuño antiguo ciento por ciento. Muchas veces escuchaba cosas
que creían otros hombres y que eran contrarias a sus conceptos,
pero siempre salía en defensa de cualquier pastor adventista si al
guien lo atacaba. Me gusta ese espíritu. T.es digo, amigos, puedo dis
crepar radicalmente de alguien en determinadas cuestiones, y pen
sar que esta totalmente equivocado en algunas de sus posiciones,
pero espero que Dios me dé la gracia para ir en su defensa confia el
enemigo. Debemos perm anecer como una falange,contra el mundo
y amarnos tanto el uno al otro de manera que no nos denigremos ja
más mutuamente. F.so es lo que m e impresionó de mi padre. Pero
no estoy aquí para homenajearlo, aunque debería darles una confe
rencia completa sobre él, y también podría ser interesante.
Ahora, volvamos a mi relato, que muestra cómo consideraba la
hermana White el honor del ministerio y su importancia.(fap^iera
un pastor joven en Denver, Colorado, y justo unos pocos minutos
antes del momento de su predicación un sábado por la mañana, se
abrió la puerta y entró la hermana White con su hijo, el hermano
William While y su señora, en compañía de la señorita McFnteríer.
Papá no sabía que ella estaba por allí, pero por supuesto, le pidió in
mediatamente que hablara a la gente. Ella le preguntó a mi padre:
— ¿Planeaba usted predicar hoy?
—Sí — dijo papá.
—¿No oró a Dios para que le diera un mensaje? —dijo ella.
— Sí, oré.
—¿Le dio el Señor un mensaje?
v —Bueno, creo que sí.
— ¿T.o estudió?
—Sí.
— ¿Oró por ese mensaje?
— Sí.
— Pues bien — dijo ella—>no pienso tomar su lugar y hablar atan
do Dios le dio a usted un mensaje. Estamos aquí para escuchar el
mensaje. Siga adelante y predique, por favor.
Así que ocupó un lugar en la plataforma, pero hizo que él predi
cara. Cuando terminó, lo lomó a un lado y, como la querida madre en
Israel que era, le dio algunas palabras de estímulo. Fila no era de
aquellas que creía que estaba mal decirle a un joven predicador que
había predicado bien, que su sermón había confortado su alma. Así
que le dijo a papá:
—Su sermón me ayudó espirilualmente; fue una bendición para
/m í.
¿No fue maravilloso que le dijera eso a un joven predicador, ella,
una mujer que había sido usada por Dios de manera asombrosa y
que había escrito tantos libros importantes? Le dio palabras de estí
mulo al decirle que su sermón le había ayudado a ella. Después dijo:
—Si se mantiene predicando como lo hace, con su voz en tono
‘tan alto y forzado, morirá en pocos años.
Después de unos quince minutos do charla sobre cómo hablar y
respirar, le enseñó más que lo que había aprendido en todas sus cla
ses de elocución y oratoria en el Colegio de Battle Creek. Siguió esos
principios de respiración diafragma tica y de hablar con los múscu
los apropiados el resto de su vida, y aun hasta unos pocos meses an
tes de su muerte su voz era dulce y resonante. Algunos de ustedes
que Negaron a escucharlo saben que eso es verdad. A la gente le gus
taba oírlo orar por la radio.
Después papá le hizo una pregunta a la hermana White, y eso es
lo que nos interesa esta noche. Le dijo:
— Hermana White, me gustaría preguntarle cómo debo usar sus £,,
escritos en mi predicación. Oigo a unos decir esto y a otros aquello.
Algunos predicadores traen una pila de aquellos libros rojos, de esta
altura. Algunos leen citas. Algunos hacen esto, algunos hacen aque
llo. ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cómo deberíamos usar sus escritos en
nuestra predicación?
V aquí está lo que ella le dijo a mi padre; expresado en mis pro
pias palabras. «Cuando usted decide predicar sobre un tema, vaya
a la Biblia y estudie el tema a fondo. Lea lodo lo que la biblia dice
sobre el tema y cualquier cosa con relación a él. Estudíelo cabal y ex
haustivamente en la Biblia. Después vaya a estos escritos que el
Señor me ha dado y lea todo lcTdicho por mí sobre ese tema y vea si
hay algunosrayos dé luz qué se concentran sobre esos pasajes de las
Escrituras. Después, y aquí está la parte importante de eso, vaya al
pueblo y predíqueles el mensaje de la Biblia"». Eso fue lo que dijo. Y
eso es lo que mi padre y yo siempre hemos tratado de hacer. F.sa ha
sido nuestra tradición de familia, la declaración de la hermana White
de cómo predicar, de cómo usar sus escritos. Y creo que es correcto,
sensato, escriturario, y «cspíritu-de-profético» si es que existe seme
jante expresión.
No estoy diciendo que no convenga que lean una buena cita o un
párrafo del espíritu de profecía de vez en cuando, pero es absoluta
mente equivocado, creo vo, tomar esas largas citas y amontonarlas
una Iras otra sobre el pueblo. F.l sermón no es el momento para ha
cer eso. Si usted está dando una serie de estudios sobre el espíritu
de profecía, supongo que es diferente; pero yo hablo de su predica
ción habitual. _____
Los escritos del espíritu de profecía-no han de tomar el lugar de
la Biblia, pero pueden arrojar luz sobre ella y ayudamos a no cometer
errores al estudiarla. N o obstante hemos de estudiar primero las Es-
crituras. Ni siquiera debemos permitir que el espíritu de profecía
nos desvíe de nuestro primer estudio. Fs fácil leer las buenas ideas
registradas en el espíritu de profecía y no pensar nada por nosotros
mismos. Pero cada texto, cada pasaje, debería ser considerado a
fondo por el predicador, antes que lea cualquier otro material, ya sea
el espíritu de profecía, un comentario o cualquier otra fuente de in
formación. Después de este proceso el predicador sabe lo que hay
en ese texto, llene una visión real de él cuando se levanta para pre
dicar; su corazón está lleno de él. Es como un fuego en su interior, y
debe liberar ese fuego. Mientras predica, Dips le otorgólagracia.y-la
•v paz de corazón. Eso es predicación auténtica y somos ordenados para
hacer esa clase de predicación. Así que, aferrémonos a la Palabra de
Dios en nuestra predicación.
Jóvenes, cuando sean ordenados serán ordenados para predicar
el evangelio,-hipara leerlo. Sin lugar a dudas, algunos hombres han
sido "capaces de leer sus sermones y ganar almas al hacerlo así. Me
siento muy mal dando una charla, así como esta, leyendo algunas co
sas de mis notas. Pero tuve que prepararme para estas conferencias
mientras estaba manteniendo a cuatro secretaries muy atareadas
con correspondencia, y escribir charlas radiales, y terminar el ma
nuscrito para un libro, así que en realidad no tuve tiempo de me-
morizar los puntos principales de estas conferencias. Tendrán que
soportar mi lectura por algún tiempo. Por supuesto, sé que eg árido
^leemos en el pulpito, todos pescamos esa famosa enfermedad del
predicador que se llama «gallina tragando». Ustedes saben lo que
quiero decir: su cabeza su b eyb ájá mientras mira sus notas c inme-
' l chatamente mira ai público. Siento mucho esto, asi que, por favor,
¡discúlpenme esta vez!
Fue john McNeill, aquel gran predicador escocés que dijo: «No
me interesa que usted lea de notas escritas si lo puede llevar a cabo
con éxito, pero más de un predicador es semejante a un joven del
cual escuché, que le facilitaron el pulpito y predicó de las notas
escritas. Al terminar el sermón habló con una señora anciana; en
cierta medida trataba de pescar un cumplido, y pensó que había
pescado al pez. "¿I.e gustó mi sermón?", le preguntó. "No del lo
do", le respondió ella. "En primer lugar, usted lo leyó. En segundo
lugar no lo leyó bien, y en tercer lugar, el tema no merecía que lo le
yera"».
Bueno, eso es decir las cosas con bastante crudeza. Probablemen
te tengamos algo que decir más tarde en esta serie de conferencias
sobre la manera de presentar un sermón. De nuevo vuelvo a decir
que uno podría ser capaz de leer un sermón en el cual ha colocado
sangre de su corazón, y ganar algunas almas con él; pero ciertamen
te debe ser «predicación», no tomar el libro de alguien y leerlo.
Cuando nos para p r edicar, es bueno que recorde
mos que dcscam ost¿m yyÜr.a|m ascón nuestro mensaje, y tenemos
que preparar el sermón con esa idea en nuestra mente. Si esperamos
que Dios bendiga nuestro mensaje, debe estar fuertemente arraiga
do en la convicción y en una sólida conversión del que lo predica,
asi que lo mismo le puede suceder a quien escuche la predicación.
También deberíamos respetar el público al que le predicamos. Si lo
hacemos, respetaremos el púlpito en el cual esta m os ^Recuerde, el •
pulpito es el lugar dond^ Dios' permanece y donde ól habla. Imagí
nese a Jesú> que está de pie a su lado, con su mano sobre su hombro.
Debemos subir al púlpito con reverencia y sin ninguna devoción
ostentosa ni orgullo espiritual. El pulpito no es el lugar para un ac
tor ni siquiera para un animador. Es un lugar para el embajador del
Dios Altísimo. El sarcasmo no tiene lugar en la predicación y en la
ganancia de almas. No importa cuán digna pueda ser la causa, cual
quier vestigio de amargura o sarcasmo perjudicará su labor. Muchas
personas quedarán malquistadas por estocadas personales provo
cadas por nuestra liviandad en el púlpito. Más de un abogado ha
perdido su caso por provocar al jurado con su sarcasmo. Los epíte
tos desagradables tienen el mismo peligro que el sarcasmo. Es muy
probable que la gente muestre solidaridad hacia la persona a la que
se? estigmatiza.
Se dice que John Clifford poco después de que empezara a pre
dicar, y él también fue un gran predicador inglés, pronunció un ser
món, precisamente donde censuraba las faltas y destacaba los pun
tos débiles del pueblo cristiano. Al día siguiente se encontró con un
piadoso maestro de escuela de iglesia que le dijo: «Le aconsejaría,
señor Clifford, que tire su pimentero y que tome un tarro de miel con
usted». Y vuelvo a citar a mi padre, que solía decir: «Recuerda, hijo, 6
tú siempre cazarás más moscas con miel que con vinagre». Cs bueno
recordar eso. E xel uya m o$/senc i11a men te el^araism o y .las expresio
nes acidas, así como el uso excesivo de anécdotas humorísticas, o de ^ ^ i
cualquier otra clase de anécdotas si se usan muy frecuentemente.
Personalmente, estoy cansado de una serie constante de relatos. Creo
que deben usarse ilustraciones, sí. Son como las ventanas, pero no que
remos hacer una casa en la que todo sean ventanas.
1 2 0 A pacienta mis ove ias
LUI_
inghS nJLU’ itulíparrt I: TiHal LVpravityj I Unconditional Ftectloni I: Limited Atoncmmi.
, IjilirrsHlibieCrjúit R IVrsevcran* t- oí the Saiñb
aquellos jóvenes estaban allí cada noche para escucharlas. No me di
gan que la gente no desea escuchar las grandes doctrinas de la Biblia.
¿No es esto una sugerencia para que de ve/, en cuando nuestro
pueblo escuche no solo las grandes doctrinas que son aceptadas por
todos los cristianos evangélicos, sino también las doctrinas que cree
mos que necesita el mundo ahora, y que nos hacen específicamente
adventistas del séptimo día? Ciertamente en la iglesia, y en sábado,
es un buen lugar y un buen momento para predicar el evangelio eter
no en toda su plenitud. Es bueno para la gente, y también es bueno
para nosotros mismos. Creo que cuanto más importantes sean los te
mas sobre los cuales predicamos, más grande será el interés que ten
dremos.
Y ahora una palabra sobre los peligros de la predicación. El ser
món en si mismo no es un acto salvador, pero podemos estar tenta
dos a tener ima falsa sensación de seguridad creyendo que lo es. Re
cuerden, en la gran conclusión de la historia del mundo habrá un con
siderable número de predicadores que dirán: «Señor, Señor, ¿no pro
fetizamos en tu nombre? ¿No hemos predicado en tu nombre?». Y él
les dirá: «Nunca os conocí. Apagaos de mí, obradores de maldad»
(Mat. 7: 22, 23). ¡Piense en esol'¡La predicación puede ser malvada]
La predicación que no tiene como objeto central la Palabra de Dios,
la predicación que suaviza los pecados del mundo y de los hom
bres, la predicación que está lejos, arriba en el aire y nunca descien
de a donde están los seres humanos, la predicación que condena
algo de alguien allá lejos, pero no condena algo aquí y ahora, la pre
dicación que en sí misma no es más que mía charla, la predicación,
mis amigos, sin una palabra de aprecio, sin una palabra de amabili
dad, sin una palabra de convicción, la predicación que no apunta el
dedo a la conciencia, y dice: «Tú eres aquel hombre», es en realidad
una predicación pecaminosa. —
En marzo de 1952, la revista Pulpit, publicó un artículo de Karl
H. A. Rest, titulado «¿Puede salvarse un predicador?» Realmente es,
com o pretende ser, un análisis perspicaz de los pecados que asedian
al predicador. Dice que uno de los grandes predicadores de los tiem
pos modernos escribió en su diario: «Me maravillo deque algún predica
dor pueda ser salvo». Después menciona algunas de las tentaciones a
las que tiene que hacer frente el predicador. La tentación del orgu
llo acosa sus pisadas. Permanece en la puerta del santuario después
1 3 8 A pacienta mis ovejas
La m a n o q u e lo so stien e
* Christ! 1am Christ'-. and Vi lire name suffice you; / Aye, for me. loo, 1le grv.itly luili -vuificed. /
Lo, with no winning words 1would entiirynu. / Paul has no honour and no friend but Chris*. /
Also I ask. but ever Inmi live praying / Shrinks my v»il l«a«V.ieard. eager and afraid, / Point me
the sum ami ihe sliame o t mv betraying, / Show me. O Love-, I hy vtinimh which 1have model
Me imagino que todos ustedes han leído este poema de Frederic
Myers sobre Pablo. Para mí es uno de los mejores poemas de todo los
que han sido escritos. Me Heyó diez, años conseguir el poema com
pleto.Jincontré solamente una estrofa de el y me sedujo al punto que
no paré hasta que lo conseguí i. Léanlo d e ve/, en cuando. Los infla-
m ará como predicadores. Describe a Pablo allí en la prisión Mamer-
tina en Roma, con sus manos encadenadas contemplando la obra de
su vida y mirando hacia adelante al día cuando encontraría en el
cielo a todo lo que los había quitado la vida; aquellos santos, ustedes
saben, a quienes mató.
• Saint, «liil y w -.«y ? Will) Otos© remembered mees, / Ltair roen .md w oim n whom I sought and
•dew! / Ah, when w i mingle in ilw heavenly pin e*. / How will 1weep to Stephen and to you!
el corazón del apóstol ver que aquella gente prominente respondió a
su predicación y aceptó al Señor Jesús. Cn su poema, Frederic Myers,
hablando de Dámaris, coloca estas palabras en boca de Pablo:
Ihcn 1 preached Christ: and when slw heard ihe slew}', / Oh, is such Inumph in mm? /
Hardly, my King, Km11 Mk>ld Ihy glory, / I lardly had known Thin? excellence till then
los escritores del Nuevo Testamento? Ciertamente deberían cono
cerlo. El Dr. W. W. White dijo una vez: «El evangelio descansa sobre
^testimonios, no es una explicación, no es una teoría».
El apóstol Pablo fue uno de los hombres de cuya pluma proviene
tma gran parte del Nuevo Testamento. Si desean conocer la fórmu
la paulina de los hechos del evangelio, la encontrarán en 1 Corintios
“ 15: l-4yÁquí está lo que dijo:
«Además, os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué,
que también recibisteis, y en el cual perseveráis firmes. Por este evan
gelio sois salvos, si retenéis firmes la palabra que os he predicado;
Si no, creisteis en vano. Porque primero os trasmití lo que yo mismo
recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escri
turas; que fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Es
crituras». Ahí está; todo se centra en eso.
Después el apóstol menciona a quienes vieron con sus propios
ojos a Cristo después de su resurrección. Reúne sus testigos para pro
bar que Cristo resucitó. Eso es el evangelio, Cristo crucificado por
nuestros pecados, su resurrección y su victoria, demostrando ser «el
Hijo de Dios con poder f...l por su resurrección de entre los muer
tos» (Rom. 1: 4).
Por supuesto, como ustedes saben, en la biblia se mencionan por
lo menos diez u once apariciones de Jesús después de su resurrección.
Pablo se refiere a algunas de ellas y da los nombres de los que vie
ron a Jesús, muchos de los cuales aún vivían en los días del apóstol.
Con estos hechos establecidos por testimonio, volvemos a las Epís
tolas donde encontramos los resultados de la muerte y resurrección
de Cristo presentadas desde la óptica judicial de Romanos y Calatas,
En Ffesios y Colosenscs y en otros lugares encontramos los resulta
dos del sacrificio de nuestro Salvador por nosotros desde los luga
res celestiales y lo que Cristo está haciendo por nosotros ahora y lo que
liará. Después, en el Apocalipsis encontramos su gran plan para el
mundo, su regreso, y su reino glorioso, todo basado en su muerte co
mo sacrificio expiatorio en la cruz.
Cuando predicamos sobre el estado de los muertos y solo agrega
mos un poquito de algo que mencioné la cruz y al final hacemos un
llamamiento para hacer que la gente derrame unas lagrimitas; eso no
es predicar. Si no predicamos a Cristo y a Cristo crucificado, no es
tamos predicandoTMis amigos, es igual si la gente está consciente" o
inconsciente cuando muere a menos que esa verdad esté vinculada
con Jesús. No me importa si el sábado es o no el día de reposo a me
nos que Cristo esté involucrado en él. Por favor, no me vayan a ma-
1interpretar. Para mi, la predicación del estado de los muertos debe
ría estar basada en la afirmación: H ay vida en Cristo. Oh amigos, ya
hay demasiadas cosas negativas. Se necesita toda dale que tengo pa
ra creer que los seres humanos vivirán después de la muerte. I le vis
to morir a muchas personas. He visto además montones de huesos
humanos. He visto ruinas de grandes civilizaciones. Lo que deseo es
que alguien venga y me diga que volveremos a vivir porque Jesús
murió y resucitó; que mi vida está escondida con Cristo en Dios y
que cuando él, que es mi vida, se manifieste, entonces yo también se
ré manifestado con él en gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Deseo vivir. Deseo ser
inmortal, y la única esperanza está en Cristo. En mi opinión, el estado
de los muertos debería predicarse como una afirmación gloriosa de
que Cristo ha resucitado.
El sábado es el Silbado de Cristo, la prueba de su poder creador.
Jesús está eñ éí sábado y el sábado está en Cristo, de oirá manera no
tengo interés en el sábado. Creo que todos nosotros podemos mejo
rar nuestra predicación sobre estos puntos, explicarlo por el lado afir
mativo, explicarlo a la luz de la cruz y la resurrección. F.se es el evan
gelio que predicaron los apóstoles, y creo que es el evangelio que de
bemos predicar.
«La primera actividad y la más importante consiste en enternecer
y subyugar el alma por medio de la presentación de nueslro Señor
Jesucristo como el Salvador que perdona el pecado. Nunca debiera
predicarse un sermón, ni darse instrucción bíblica en relación con
ningún tema, sin señalar a los oyentes el "Cordero de Dios que qmta
el pecado del m undo" (Juan 1: 29). Toda doctrina verdadera, tieneJ
su centro en Cristo, todo precepto recibe poder de sus palabras.
«Mantened ante el pueblo la cruz del Calvario. Mostradle lo que
causó la muerte de Cristo: la transgresión de la ley. Que no se excuse
ningún pecado m se trate como asunto de poca importancia. Debe ser
presentado como culpa contra el Hijo de Dios. Después, señaladle al
pueblo a Cristo, diciéndoles que la inmortalidad viene solo al recibirlo
a él como su Salvador persona 1» {Testimonios ¡kira hi iglesia, t. 6, pp. 53,54).
Así de claro. Eso es el evangelio. Fsa es nuestra predicación. Es tris
te decirlo, pero en algunos lugares la gente no lo escucha; los adultos
los escritores del Nuevo Testamento? Ciertamente deberían cono
cerlo. El Dr. W. W. White dijo una vez: «El evangelio descansa sobre
^testimonios, no es una explicación, no es una teoría».
El apóstol Pablo fue uno de los hombres de cuya pluma proviene
una gran parte del Nuevo Testamento. Si desean conocer la fórmu
la paulina de los hechos del evangelio, la encontrarán er^^Corintios
? 15: l-4 yAquí está lo que dijo:
«Además, os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué,
que también recibisteis, y en el cual perseveráis firmes. Por este evan
gelio sois salvos, si retenéis firmes la palabra que os he predicado.
Si no, creisteis en vano. Porque primero os trasmití lo que yo mismo
-recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escri
turas; que fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Es
crituras». Ahí está; todo se centra en eso.
Después el apóstol menciona a quienes vieron con sus propios
ojos a Cristo después de su resurrección. Reúne sus testigos para pro
bar que Cristo resucitó. Eso es el evangelio. Cristo crucificado por
nuestros pecados, su resurrección y su victoria, demostrando ser «el
Hijo de Dios con poder [...] por su resurrección de entre los muer
tos» (Rom. 1: 4).
Por supuesto, como ustedes saben, en la Biblia se mencionan por
lo menos diez u once apariciones de Jesús después de su resurrección.
Pablo se refiere a algunas de ellas y da los nombres de los que vie
ron a Jesús, muchos de los cuales aún vivían en los días del apóstol.
Con estos hechos establecidos por testimonio, volvemos a las Epís
tolas donde encontramos los resultados de la muerte y resurrección
de Cristo presentadas desde la óptica judicial de Romanos y Cálalas.
En Eíesios y Colosenses y en otros lugares encontramos los resulta
dos del sacrificio de nuestro Salvador por nosotros desde los luga
res celestiales y lo que Cristo está haciendo por nosotros ahora y lo que
hará. Después, en el Apocalipsis encontramos su gran plan para el
mundo, su regreso, y su reino glorioso, todo basado en su muerte co
mo sacrificio expiatorio en la cruz.
Cuando predicamos sobre el estado tie los muertos y solo agrega
mos un poquito de algo que mencione la cruz y al final hacemos un
llamamiento para hacer que la gente derrame luías lagrimitas; eso no
es predicar. Syno predicamos a Cristo y a Cristo crucificado, no es
tamos predicando. Mis arnigos, es igual si la gente está consciente*o
inconsciente cuando muere a menos que esa verdad este vinculada
con Jesús. No me importa si el sábado es o no el día de reposo a m e
nos que Cristo esté involucrado en él. Por favor, no me vayan a ma-
linterpretar. Para mí, la predicación del estado de los muertos debe
ría estar basada en la afirmación: Hay vida en Cristo. Oh amigos, ya
hay demasiadas cosas negativas. Se necesita to d aláfe que tengo pa
ra creer que los seres humanos vivirán después de la muerte. I le vis-
lo morir a muchas personas. He visto además montones de huesos
humanos. He visto ruinas de grandes civilizaciones. Tx>que deseo es
que alguien venga y me diga que volveremos a vivir porque Jesús
murió y resucitó; que mi vida está escondida con Cristo en Dios y
que cuando él, que es mi vida, se manifieste, entonces yo también se
ré manifestado con él en gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Deseo vivir. Deseo ser
inmortal, y la única esperanza está en Cristo. En mi opinión, el estado
de los muertos debería predicarse como una afirmación gloriosa de
que Cristo ha resucitado.
El sábado es el sábado de Cristo, la prueba de su poder creador.
Jcsú s^ stacn el sábado y el sábado está en Cristo, de otra manera no
tengo interés en el sábado. Creo que todos nosotros podemos mejo
rar nuestra predicación sobre estos puntos, explicarlo por el lado afir
mativo, explicarlo a la luz de la cruz y la resurrección. Ese es el evan
gelio que predicaron los apóstoles, y creo que es el evangelio que de
bemos predicar.
«La primera actividad y la más importante consiste en enternecer
y subyugar el alma por medio de la presentación de nuestro Señor
Jesucristo como el Salvador que perdona el pecado. Nunca debiera
predicarse un sermón, ni darse instrucción bíblica en relación con
ningún tema, sin señalar a los oyentes el "Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Toda doctrina verdadera, tiene/
su centro en Cristo, todo precepto recibe poder de sus palabras.
«Mantened ante el pueblo la cruz del Calvario. Mostradle lo que
causó la muerte de Cristo: la transgresión de la ley. Que no se excuse
ningún pecado ni se trate como asunto de poca importancia. Debe ser
presentado como culpa contra el Hijo de Dios. Después, señaladle al
pueblo a Cristo, diciéndolcs que la inmortalidad viene solo al recibirlo
a él como su Salvador personal» {Testimonies jura la iglesiii t. 6, pp. 53,54).
Así de claro. Eso es el evangelio. Esa es nuestra predicación. Es tris
te decirlo, pero en algunos lugares la gente no lo escucha; los adultos
no lo escuchan; los niños no lo escuchan. ¿Por qué? Porque no se
predica. Se predica el deber, se predica el trabajo; se predica la activi
dad, se predica sobre la alimentación, se predica sobre la forma de
vestir, lodo eso es bueno, pero secundario. Todo eso son hojas que
deben crecer en el árbol de la vida cristiana, o fruto que puede apare
cer en respuesta a una enseñanza apropiada, pero no son el evangelio,
no son la vida del mensaje.
Hace algunos años fue mi privilegio llevar a Cristo, tal como se
revela en el evangelio y com o se enseña por el verdadero mensaje
adventista, a una admirable dama y a su hija. Ambas eran cristianas
maravillosas y conocían a Cristo, nuestro Salvador, en la iglesia a la
cual habían pertenecido anteriormente. Vieron y aceptaron todas las
grandes doctrinas de esta verdad que nosotros llamamos «el men
saje». Guardaron el sábado y se unieron a la iglesia. La hija llegó a
ser la esposa de uno de nuestros pastores; y lo sig.ie siendo. Durante
veinte años la madre fue miembro de iglesia, y fue fiel en su asisten
cia. Pero, desgracidamente en aquella iglesia hubo una serie de pas
tores que predicaban cada vez menos de la verdad del evangelio, me
nos y menos de la verdad de la Biblia. Algunas veces no tomaban ni
, un texto de la Escritura, sino que componían todo su sermón con ci
tas del espíritu de profecía. Con todo lo bueno que sin duda son, estos
libros no son la Escritura. TTubo quien predicó allí durante más de
seis meses sin usar un solo texto bíblico, según el testimonio de algu
nos miembros de aquella congregación.
Después de casi veinte años en la verdad, esta mujer escandali
zó al pastor al decirle:
— Voy a dejar la Iglesia Adventista y voy a regresar a mi iglesia.
La cual resultó ser la iglesia de su juventud.
— ¿Por qué? — le preguntó el pastor— ¿Cómo es posible que ha
ya tomado usted esta decisión tan terrible?
— La he tomado porque deseo oír de Jesucristo, léngo hambre de
oir del evangelio, tengo hambre de oír que se predica la Biblia.
—Oh, pero ¿no sabe usted que esa gente no tiene el sábado, el espí
ritu de profecía, y todas estas verdades maravillosas?
—Sí — respondió ella—> lo sé. No voy a renunciar al sábado. No
voy a renunciara estas verdades maravillosas. Pero ellos tienen algo
que usted no tiene, lienen el evangelio y lo predican de la Biblia. Ten
go hambre de oírlo, por eso vuelvo a esa iglesia.
— ¡Oh! — dijo el pastor — le daré algunos estudios bíblicos.
—No, no me dé. Usted no sabe lo que es la Biblia. Usted ha estado
aqiü tres o cuatro años y nunca le he escuchado dar un sermón bíbli
co. Todo lo que usted conoce es una religión del antiguo pacto de haz
esto, haz aquello; no hagas lo otro, no hagas lo de más allá; no uses,
no gustes, no toques; usted perecerá con el uso. Todo lo que usted
conoce es lo que dicen esos libros rojos. Usted nos los lee continua
mente, pero usted no nos ha dado ni un texto de la Biblia al menos
desde hace medio año. Usted no entiende la Biblia. Usted no sabe
de qué trata la Biblia. No me hable a mí de la Biblia.
— ¿No sabe* usted que esta es la verdad?
—Por supuesto —dijo ella— . T.o sé. Voy a guardar el sábado, pero
necesito escuchar el evangelio. ¡Adiós!
Bueno, por supuesto no hizo lo correcto. Era casi seguro que con
el tiempo acabaría abandonando el sábado y las otras verdades que
nos distinguen com o pueblo. Posiblemente debería haber esperado
veinticinco o treinta años hasta que consiguieran otro pastor que pre
dicara el evangelio. Pero, ella no podia esperar. Se* fue. T-a vi. Yo tam
poco pude hacer nada por ella. Había tomado su decisión. Dijo: «No,
no conocen lo que es el evangelio. Tuve tres predicadores en forma
sucesiva, también hombres importantes y ni uno de ellos sabe en
absoluto de qué se trata». Me sentí inclinado a estar de acuerdo con
ella. Yo mismo nunca les había oido predicar el evangelio a ninguno
de ellos.
Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, no hay razón para que
suceda algo así, ¿no es cierto? Conocemos la Biblia. Conocemos el
evangelio, y deberíamos estar predicándolo.
Creo en todo el mensaje adventista como ha sido enseñado por nues
tro pueblo a través de los años. Nadie puede haber sido más fiel a es
te mensaje y más leal a esta verdad, tal como la entendemos, de lo que
fue mi padre. Me la enseñó siendo niño. Antes de que hiera al semi
nario me instruyó en cada punto de este mensaje como está revelado
en la Biblia, y apoyado por el espíritu de profecía.
Desde su muerte, he estado revisando sus papeles, y mientras
leía sus cartas y los documentos que guardó, me siento cada vez más
impresionado por la profunda confianza que tenía en la Biblia y en
el espíritu de profecía y en este mensaje. ¡Cuán leal fue a la iglesia!
Y, aunque algunas veces estuviera en desacuerdo con ciertas cosas
que algunos hombres habían dicho o hecho, cada vez que se produ
cía alguna crítica a ese hombre que implicara una crítica a la iglesia
o al ministerio, inmediatamente saltaba en su defensa. Oigo esto por
que creo que es la posición que todos deberíamos tomar.
Sin embargo, deseo decir algo más. Es posible para nosotros ser
leales a las diferentes doctrinas del mensaje de forma exterior y con
todo no predicar, y no experimentar realmente el evangelio de la gra
cia de Dios como se reveló en Jesucristo para la salvación del mun
do. Una y otra vez el espíritu de profecía recalca este mismo punto,
la necesidad de la predicación del evangelio. «Por doquiera», lee
mos en Obreros evangélicos, «ha de resplandecer la luz de la verdad
para que se despierten y conviertan los corazones». Fíjense, no sola
mente despertarse sino también convertirse. «En todos los países se
ha de predicar el evangelio». Observe, es el emttgelio el que debt* pro
clamarse en todos los países. ¿Cómo debe proclamarse? !.eo aquí en
el mismo párrafo. «Los pecadores han de ser conducidos a un Salva
dor alzado en la cruz, y se ha de oír, pronunciada por muchas voces,
la invitación: " líe aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo"» (pp. 25, 26).
En la página 27 del mismo libro está escrito: «El solemne y sagra
do mensaje de amonestación debe proclamarse en los campos más
difíciles y en las ciudades más pecaminosas, en todo lugar donde no
haya brillado todavía la luz del gran triple mensaje». ¿Pero cómo?
¡Escuchen!: «Con el poder del Espíritu, a medida .^ue los principios
divinos [...] sean presentados en la sencillez del evangelio, el poder
del mensaje se hará sentir».
Es un hecho real que la comisión encomendaba a los discípulos
de la antigüedad es la que se nos encomienda a nosotros hoy, ¿O aca
so tenemos alguna otra comisión? Aquí está su respuesta: «El man
dato dado ajos discípulos nos es dado también a nosotros. Hoy en día,
como entonces, un Salvador crucificado y resucirado ha de ser le
vantado delante de los que están sin Dios y sin esperanza en el mun
do. |...J A toda nación, tribu, lengua y pueblo se han de proclamar
las nuevas del perdón por Cristo. El mensaje ha de ser dado no con
expresiones atenuadas y sin vida, sino en términos claros, decididos
y conmovedores. Centenares están aguardando la amonestación
para poder escapar a la condenación. Fl_miuidoJiecesita ver en los,
Y cristianos una evidencia del poder del cristianismo» {ibid., p. 29).
N uestra comisión hoy es predicar un Salvador crucificado* pre
dicar un mensaje claro v conmovedor, y no solo eso, sino predicar-'
lo con poder, el poder del cristianismo. ¿Está ese poder en mi vida?
cEstá en la suya? Si no está, ¿por qué no está? ¿Cómo puedo predi
car a un Cristo crucificado si esa predicación no ha cambiado mi vi
da, si el poder de Oios en Cristo no se ha revelado en mi? Si he pre-
dicado a Cristo crucificado como debería predicarlo, la convicción
del pecado se apoderará de los corazones de mis oyentes. Aquí ten
go una ilustración de ello.
«Cierto predicador, después de haber pronunciado un discurso
bíblico que había producido honda convicción en uno de sus oyen
tes, fue interrogado así:
— ¿Cree usted realmente lo que predicó?
— Ciertamente — contestó.
— Pero, ¿es verdaderamente así? — inquirió el ansioso interlocutor.
—-Seguramente — dijo el predicador extendiendo la mano para
tomar su Biblia.
Entonces el hombre exclamó:
— ¡Oh! si esta es la verdad, ¿qué haremos?
»¿Qué haremos? pensó el predicador, ¿Qué quería decir el hombre?
Pero, la pregunta penetró en su alma. Se* arrodilló para pedirle a
Dios que le indicase qué debía hacer. Mientras oraba, llegó a él con
fuerza irresistible el pensamiento de que tenía que presentar a un
mundo moribundo las solemnes realidades de la eternidad. Duran
te tres semanas estuvo vacante su puesto en el pulpito. Estaba bus
cando la respuesta a la pregunta: "¿Qué haremos?"
»E1 predicador volvió a su puesto con la unción del Dios santo.
Comprendía que sus predicaciones anteriores habían hecho poca
impresión en sus oyentes. Ahora sentía sobre sí el terrible peso de las
olmas. Al volver a su pulpito no estaba solo. Había una gran obra
que hacer, pero él sabía que Dios no lo desampararía. Exaltó ante sus
oyentes al Salvador y su am or sin par. Hubo una revelación del hijo
de Dios y un despertar que se difundió por las iglesias de las comar
cas circundantes».
Tal vez. todos ustedes habrán oído sobre esta experiencia o la han
leído muchas veces porque está en Obreros evangélicos, páginas 33 y
34. Es tan importante que sentí apropiado colocarla aquí. Muestra exac
tamente lo que necesitamos.
Alguien pregunta: «¿No debemos predicar las grandes profecías
que nos constituyeron en un pueblo?». Hn absoluto he dicho yo eso.
Aquí está exactamente cóm o debemos predicar, y estoy citando otra
vez Obreros evangélicos, página 154:
«Los predicadores deben presentar la segura plataforma proíéti-
ca como fundamento de la fe de los adventistas del séptimo día. De
ben estudiarse detenidamente las profecías de Daniel y del Apoca
lipsis, y en relación con ellas las palabras: "I le aquí el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo"».
¿Por qué? Les digo mis amigos, esas profecías predicadas correc-
fámente son sermones formidables que convierten a las almas a la
fe cristiana. Deberíamos dejar fuera de nuestros sermones los asuntos
de poca importancia y presentar las grandes verdades que decidi
rán el destino de las almas. A menos que estas grandes profecías es
tén llenas con el evangelio, o predicadas a la luz. del evangelio, y que
atraigan la atención de las gentes al evangelio, sería mucho mejor
no predicarlas. Cada_sermón sin Cristo es un pezaclo-contraJL>ioiLy_
un pecado contra la humanidad. Cualquier sermón destituido de la
sangre salvadora de Cristo se parece a la ofrenda de Caín. Dios re
chazó su ofrenda debido a que no estaba en ella la sangre del corde
ro inmolado, no representaba la sangre de Cristo. Los sermones sin
Cristo no producen contrición de corazón, ni convencen de pecado,
ni inducen a los oyentes a preguntar: «¿Qué debo hacer para ser
salvo?».
Deberíamos ser los primeros entre los predicadores de este mun
do en presentar a Cristo ante los hombres. F.s necesario que predique
mos el triple mensaje angélico. Hemos de predicar el sábado, debe
predicarse el estado de los muertos. Ahora bien, todas estas verdades
tienen que ser predicadas como una doctrina de Cristo. «F1 gran cen
tro de atracción, Cristo jesús, no debe ser dejado a un lado. Fs en la
m iz de Cristo donde la misericordia y la verdad se encuentran, y don
de la justicia v la paz se* besan, b.l pecador debe ser inducido a mirar
al Calvario; con la sencilla fe de un niñito, debe confiar en los méri
tos del Salvador, aceptar su justicia, creer en su misericordia» (ibid.,
pp. 164,165).
Realmente, los dos libros Obreros-evangélicos y Jcstimonios para los
mimaros Contienen todo lo que necesitan para su homilética. He leí
do docenas de libros escritos por los grandes maestros, pero no hay
ningún punto, en relación a los principios fundamentales, que ha
yan extraído aquellos hombres y que lo hayan encontrado por la ex
periencia, que ustedes no encuentren en esos dos libros. Todo está ahí.
Estoy tentado a citar todo el capitulo de Obreros evangélicos, titula- T- *
do: «La predicaeión de Cristo», pero no debo hacerlo. Léanlo por us- V,
tedes mismos. Mediten en cada página, cada frase, cada palabra de
ese capítulo y nunca más dejarán a Cristo crucificado fuera de su pre
dicación. Si esto fuera todo lo que tuviésemos del espíritu de profe
cía, valdría la pena. Cada predicador haría bien en memorizar este
capítulo. Vería que los discursos teóricos pueden ser esenciales para
que la gente pueda ver la cadena de la verdad, eslabón tras eslabón,
pero se nos dice que «ningún discurso debe predicarse jamás sin
presentar a Cristo y a él crucificado como fundamento del evange
lio» (ibíd., p. 167).
Más personas de las que pensamos están anhelando encontrar el
camiiio a Cristo, y él debe ser exaltado como el refugio del pecadorj
t n algunas de nuestras predicaciones conseguimos únicamente guar
dadores indiferentes del sábado. T.a gente ve la verdad y la acepta
desde un punto de vista filosófico. «Debe ser la verdad», dicen «porque
se enseña en la Biblia». Pero la gente necesita más que eso. La obra
del pastor no termina mientras no haya habido un cambio de corazón
en sus oyentes. Esa es la razón por la cual tenemos que ensalzar la
cruz. «Cristo crucificado. Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo.
Cristo que va a volver» (ibíd., p. 168), ese es nuestro mensaje, y es el
único mensaje digno de ser predicado. Así que, «ensalzad a jesús los
que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y
en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas
confusas, extraviadas y perdidas al "Cordero de Dios"» (ibíd.).
V aquí hay otra cita: «Sea la ciencia de la salvación el centro de
cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda súplica. No ‘
pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la
sabiduría y el poder de Dios» (ibíd.).
Podríamos muy bien tomar este capítulo en lugar de mi confe
rencia. Estoy seguro que haría mucho bien si todos lo estudiáramos
y si lo siguiéramos con todo nuestro corazón. Léanlo por ustedes
mismos. Deben tenerlo en su hogar.
Este es otro relato verdadero. No fue mventado para una ilustra
ción, sino que sucedió en realidad y yo lo conozco muy bien. Sin
embargo, no fue en mi reunión, pero conocí a quien le sucedió. Dos
jóvenes compañeros, destacados predicadores de nuestra doctrina,
estaban llevando a cabo una serie de reuniones de evangelizacion y
tenían una asistencia muy buena
Comenzaron a asistir un caballero y su esposa, quienes fueron
aceptando todos y cada uno de los puntos de la verdad mientras ellos
continuaban semana tras semana. Parecían estar convencidos del
hecho de que había un mensaje que tenia que ser dado al mundo en
estos últimos días y que lo que estaban oyendo debía ser el mensa
je, pues todo se probaba con la Biblia de una manera m uy lógica. No
había forma de negarlo. Entonces, de repente, dejaron de asislir.
Paitaron durante varias noches. Los evangelistas estaban muy
preocupados porque pensaron que esta pareja estaba casi lisia para
el bautismo y precisamente habían dejado de asistir. No pudieron en
contrarlos. Después de cuatro o cinco noches, volvieron a aparecer.
Sus rostros estaban iluminados con gozo, estaban muy felices. Al fin
del servicio, el pastor se les acercó y les dijo:
— Estuvimos preocupados por ustedes. Pensamos que creían lo-
da esta verdad, y de repente dejaron de venir.
—Oh, sí, la creemos toda. Vimos cada porción de la verdad. Sabe
mos que es la verdad y estamos seguros de que hay que obedecerla.
Ya estamos guardando el sábado.
— Oh, entonces ¿estuvieron enfermos? ¿Es eso por lo que no vi
nieron?
—N o, no estuvimos enfermos. En verdad estuvimos muy bien.
Entonces, ¿por qué no vinieron?
-Bien, fue más o menos así: Oímos estas doctrinas maravillosas
y estas verdades maravillosas. Supimos que esto era la verdad de Dios,
y deseábamos ser bautizados. Pero sentíamos que no estábamos lis
tos. Necesitábamos estar convertidos y llegar a ser cristianos, así que
fuimos al Ejército de Salvación para convertirnos y estar listos para
el bautismo y gozar de esta verdad maravillosa.
En esas reuniones no se había dicho nada acerca de estar converti
do, acerca de ir a Cristo, acerca de un cambio en la vida. Fueron al Ejér
cito de Salvación y se convirtieron, y después se sintieron listos para ser
bautizados. Bueno, ¿por qué no conseguimos nosotros que estuvieran
listos? ¿Por qué no conseguimos que se convirtieran? No tendrían
que haber ido a ningún otro lugar para estar listos pora el bautismo.
Esto puede sonar com o un relato que alguien ha fraguado para
ilustrar un punto, pero no es así. Es auténtico. Esa gente no había oído
ningún evangelio, ni ningún llamamiento para que entregaran sus
corazones a Cristo. No había habido predicación del Cristo crucifi
cado llena del Espíritu para satisfacer las necesidades de un corazón
humano quebrantado.
Yo creo que desde la primera noche de cualquier.serie.dereunió-'
nes debería quedar claro para todos que. el predicador es un predi
cador cristiano, que está proclamando el evangelio de Cristo- Sola
mente cuando los apóstoles ensalzaron a Jesús como el Salvador de
la humanidad, crucificado por sus pecados, es cuando el Espíritu
Santo certificó su predicación. Y sera lo mismo con nuestra predica
ción. «Cuando venga el Espíritu de verdad», él «convencerá al mun
do de pecado, y de justicia y de juicio» (Juan 1 6 :8 ,1 3 ).
La predicación de la Palabra de Dios no tendrá efecto a menos
que el Espíritu Santo la traiga al hogar, convenza el corazón, gane el
corazón, se gane la amistad del corazón, Cualquiera de nosotros
puede ser capaz de presentar Ja letra de la verdad. Podemos ser teó
logos auténticos —está bien si podemos serlo , pero la mayoría de
nosotros no lo somos. Deberíamos tener un dominio de la Biblia y
de lo que dice, familiarizarnos con todos sus mandatos y promesas.
Pero, la siembra de la semilla de la Palabra no tendrá éxito a menos
que se riegue, que sea llevada a la vida por el rodo del cielo, el Es
píritu Santo.
Escuchen bien: «Sin la cooperación del Espíritu de Dios, ningu
na cantidad de educación [pueden ir al seminario y obtener títulos
hasta que los aplasten], ninguna ventaja, por grandes que sean, pue
den hacer de uno un contacto de luz» (ibíd, p. 301). Claro que creo
en la educación; no me entiendan mal. Consigan toda la que puedan
conseguir, ese es mi consejo. Pero, les resultará inútil sin el Espíritu
de Dios.
Y recuerden eslo: Antes de que se hubiera escrito ningún libro
del Nuevo Testamento, y antes de que se hubiera predicado ningún
sermón del evangelio después de la ascensión de Cristo, el Espíritu
Santo fue derramado sobre los discípulos que oraban. Entonces, el
testimonio, incluso el de sus enemigos fue: «Habéis llenado a Jerusa-
lén de vuestra doctrina» (Hech. 5:28). Si vamos a llenar Nueva York,
Londres, Shangai, Roma, Ciudad de México, Buenos Aires y otras
grandes ciudades del mundo con este mensaje, será ensalzando al
Señor Jesucristo ante los hombres de tal manera que el Espíritu San
to pueda derramarse sobre nosotros y sobre nuestras palabras y en
los corazones de los oyentes. Únicamente así podremos llenar una
ciudad con nuestra doctrina.
Ahora, volvamos por un momento con el apóstol Pablo, el gran
predicador de predicadores. Así predicaba él. Obsérvenlo allá en Te
sa Iónica, en la sinagoga de los judíos: «Y como acostumbraba, Pablo
fue a la sinagoga, y por tres sábados razonó con ellos basándose en
las Escrituras. Explicando y probando que el Cristo tenía que pade
cer y resucitar de entre los muertos. Y que Jesús, "a quien yo os anun
cio — decía él— es el Cristo"» (I Tech. 17: 2 ,3 ).
tf Pablo fue un predicador bíblico. Fíjense, abrió las Escrituras a la
vista de ellos. Lo vieron leer su mensaje de la Biblia. Presentó sus ar
gumentos. Razonó de las Escrituras. ¿Y cuál fue su razonamiento?
¿Cuáles eran sus argumentos? «Cristo tenia que padecer». Fn otras
palabras, que el Mesías tenía que morir, había de ser crucificado, tenía
que ser levantado y alzado ante el mundo por los pecados de la hu
manidad y que debería resucitar de nuevo de entre ios muertos. Y
esto demostraba que Jesús de Nazaret, a quien Pablo predicaba, era el
Cristo, el cumplimiento de las profecías. ¿Se dan cuenta?, era un men
saje profético. Era un mensaje oportuno, cumplido en la historia. Up
mensaje para aquel tiempo.
Pero, ante todo, era un mensaje evangélico/ un mensaje salvador,'
porque dondequiera que predicaba se producía, generalmente, o un
tumulto o un reavivamiento. «Algunos de ellos creyeron, y se junta
ron con Pablo y Silas», leemos en Hechos 17: 4. De hecho se trataba
de «una gran multitud». E inmediatamente empezó el alboroto. Siem
pre hubo oposición. Más p ronto o más tarde, siempre surgirá oposi
ción a la germina predicación cristiana. Al diablo no le gusta esa pre
dicación y a sus seguidores no les gustará. Así que, el versículo cinco
nos cuenta de un alboroto, incluso de un tumulto, arrastrando a al
gunos de los cristianos ante los magistrados de la ciudad con la acu
sación de que «estos que han trastornado el mundo entero, han ve
nido también aquí» (vers. 6).
Recuerden cómo Spurgeon, en su escuela de predicadores en Lon
dres, envió a aquellos muchachos a predicar todos los fines de se
mana. Cuando regresaban les preguntaba cómo les había ido v tra
taba de animarlos e instruirlos. Un día le preguntó a un joven delan
te de la clase:
-¿Cómo te fue?
— Maravillosamente. s
— ¿Se produjo un reavivamiento?
— No, no se produjo, pero tuvimos una reunión maravillosa.
— Bien. ¿I Tubo alguien que se enojara?
— ¡Oh no, no!
— Entonces eres un fracasado. Si no hiciste cambiar de opinión a J
alguien para que se enojara ni se produjo un reavivamiento, o al me
nos lo imo o lo otro, entonces no sucedió nada.
Ustedes verán, cuando prediquen realmente la verdad, que alguien
se va a convertir y cambiar, o que alguien se va a resentir. Pueden es
tar seguros. Fn cualquier lugar donde predicaba Pablo, se producía
o un reavivamiento o un tumulto. Esa fue la realidad. Volvieron el
mundo al revés. «Han venido también aquí», eso es lo que dice el in
forme. Fue predicación profética, cristiana, ensalzando a Jesús ante
el mundo.
¡Ojalá se produjeran más trastornos como esos por todo el mundo!
Menos predicación sin vida, adormecedora, y mucha más predica
ción cristiana, ensalzando a Jesús ante el mundo, Jesús crucificado
por los pecados de los hombres, Jesús resucitado para nuestra san
tificación y para nuestro gozo, y viniendo en gloria y poder. Fn mu
chas iglesias la actitud parece ser: «Supersecreto, cállese, sea cuida
doso, no despierte a los que duermen, no predique con gozo, con ce
lo, con demasiada seriedad. No conviene. No está de moda». Y lo
más devastador de todo: «Es que asi no se hace».
Posiblemente, llegará el tiempo cuando los verdaderos predica
dores serán arrastrados más a menudo ante los magistrados, o arro
jados en la cárcel. Puede ser que entonces llegue el momento cuan
do el mundo sea trastornado por el mensaje de Dios. Una vez asistí
a una reunión de obreros en Checoslovaquia, en un gran castillo que
había pertenecido a los Rothchild, pero que ahora era del estado.
F.staba rodeado por cinco mil acres (imas dos mil hectáreas) de bos
ques donde el emperador y la corte iban a menudo para cazar en los
días de antaño. Allí nos encontramos para orar y estudiar juntos.
Sentados ante mí, en primera fila, estaban el presidente de la Aso
ciación y el secreta rio-tesorero. Cuando escuche las experiencias de
172 AlVU IlíNTA MISOVI JAS
aquellos hombres, sentí que debería estar sentado a sus pies para
aprender algo de la obra de Dios, algo de la fe, algo sobre predicar a
Cristo frente al peligro, la persecución y hasta la cárcel. Ellos dos ha
bían sido encarcelados más de doce veces por predicar a Cristo.
Me pregunto, mis amigos, si no pondría nueva vida en todos no
sotros, si nuestros presidentes y secretarios de Asociación estuvieran
en la cárcel por causa del evangelio de Cristo. ¿No saldríamos todos
y predicaríamos como nunca antes hemos predicado? ¿No quedaría
trastornado el mundo? ¿Por qué...? Porque nuestros corazones ha
brían sido trastornados.
No miremos alrededor del mundo y digamos: «Es imposible. Ya
no viene nadie más. Ya no sucede nada». Fue debido a que los após
toles anunciaron «la resurrección de los muertos cumplida en Jesús»
(Hech. 4: 2), que Las autoridades de Jerusalén se pusieran en guardia
y actuaron. Esteban predicó a Cristo crucificado, fue llevado a la muer
te y llegó a ser el primer mártir cristiano. Cuando Felipe predicó.a
Cristo se convirtió el eunuco. Así que cuando se predicó a Cristo, ya
fuera por amor o por pretexto fue cuando se regocijó el apóstol (Fil.
1:18). El mensaje que trastornó el mundo y fortaleció la iglesia cris
tiana fue el mensaje que se nos presenta en'l Timoteo 3: ' 0. «Sin dis
* In the chm oí Chml Tglory, / Towering o'er the wrecks oí time. / All the light ol sacred story /
Gathers round its head sublime
Bane and blessing, pain and |>U*jMjie. / By lhe<'mss are sanctified; / Peace is there that knows no
measure, / loys that through all time abide
ser el rojo, Li sangre de Cristo, mostrando que él pertenece al reino de
los ciclos, que dentro de él reina la fuerza suprema del Espíritu de Dios.
¿Aparece ese hilo rojo en cada uno de ios sermones que usted
predica? En primer lugar, ¿está en su misma vida? Alguien podría
pensar que tal predicación será dogmática. Rueño, ciertamente lo es,
y tiene que serlo. «Y si la trompeta diera un sonido incierto, ¿quién
se alistaría para la batalla?» (1 Cor. 14:8). Por supuesto, hoy usamos
un silbato. Pero en los días de Pablo era una trompeta. Es extraño
cómo la mayoría de la gente hoy aboga por el dogmatismo en todo
excepto en la predicación. En moral, desean dogmatismo. ¡Sí señor!
Lo exigen cuando se trata del sexto, séptimo y octavo mandamientos.
El mundo comercial desea que la yarda tenga treinta y seis pulga
das (91,44 centímetros). No acepta una yarda de treinta y cinco pul
gadas. El mundo científico exige medidas exactas en el laboratorio.
Ciertamente hoy en día no podemos jugar con la verdad salvadora.
El Calvario fue una emergencia. Fue una necesidad que Dios pre
vio y conoció antes de la fundación del mundo y para la cual hizo
provisión. Encontramos la profecía de la sangre. El primer sermón
que alguna v e / fue predicado fue: «La simiente déla mujer aplasta
rá la cabeza de la serpiente» (Gén. 3: 15).
No deseamos, ni necesitamos una predicación floja, débil, no que
remos ninguna adulteración de la norma. TToy, ningún predicador
que mantenga los ojos abiertos puede olvidarse de la necesidad de un
gran tema: la cuestión del pecado. Ahí tienen un gran tema, la cues-
tión del pecado. La teología que es apropiada parala hora en la que
vivimos debe ser, por encima de cualquier otra, una teología del pe
cado, el odio de Dios hacia el pecado, la compasión de Dios por el peca
dor. La salvación del pecado que Dios obró por nosotros, por medio
de Cristo en la cruz, la justicia inexorable de Dios sobre el pecado, y
todo ello a la luz de la misericordia y amor y expiación de Jesucristo
nuestro Salvador.
> «Sin efusión de sangre rio hay perdón» (Heb. 9: 22). «En ningún
otro hay salvación, porqué no hay otro nombre debajo del cielo, da
do a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4:12). T.o que
necesitamos hoy es un evangelio positivo. El mundo está enfermo
de negaciones. No tenemos que predicar acerca de nuestras dudas,
sino predicar de la verdad que hemos encontrado. Los juicios de
Dios están en la tierra, y la única protección es la protección que da
Dios, y Dios nos da todas las cosas en Cristo. Dijo él antaño: «Al ver
la sangre, pasaré de largo» (Éxo. 12:13).
¿Tiene usted, hermano predicador, la marca de la sangre? Cuan
do está predicando, ¿la tiene sobre su pulpito? ¿Está en su corazón?
¡Qué privilegio es predicar a Cristo! ¡No hay nada más maravilloso,
no hay experiencia más emocionante, no hay gozo más satisfactorio!
Lo conozco. Conozco la emoción de predicarlo, y quisiera compartir
la con ustedes.
Cuando yo vivía en Montreal, Canadá, fui llamado para visitar
ima pequeña colonia justo sobre el límite de Vermont, para bautizar
a un hombre que había encontrado su camino a Cristo de forma poco
común. Llegué a la casa de campo donde se hospedaba el hombre, ya
estaba anocheciendo, y esto es lo que me contó:
Hacía más de cincuenta años que había construido la casa en la
cual estábamos reunidos. Fue el hogar al cual trajo a su esposa. Ella
era una joven cristiana ferviente, pero él nunca había rendido su co
razón al Señor. Ella trató de ganarlo para Jesús por su dulce vida
cristiana. Tfizo una impresión profunda sobre él, pero él no rindió su
alma testaruda. Después de unos pocos meses, la muerte le quitó a
su esposa, y su corazón quedó quebrantado no solo por la pérdida
de su esposa, sino por la gran pena que tenía por haberle quebran
tado el corazón a ella al rechazar al Salvador.
Perdió todo interés en la casa y en su trabajo y anduvo vagando
por todo el mundo, ocupando cargos importantes; pero dedicó la ma
yor parte de su vida a la compañía ferroviaria, donde ganaba mu
cho dinero. Finalmente, ya anciano, con su salud quebrantada y su
cuerpo debilitado, regresó a la comunidad donde había cortejado, ga
nado y perdido a la mujer de sus sueños.
Era de noche, y vio una luz brillando en la casa que una vez había
sido suya. No le habían dado posada en otros hogares, la gente no
tenía lugar para él. Así que llegó a la puerta de la que una vez había
sido su propio hogar, llamó, y tue recibido amablemente por la fami
lia cristiana que vivía allí.
F.ran adventistas del séptimo día. Por supuesto, no sabían nada
de este hombre. Nunca habían oído de él. La casa había sido mante
nida en buena condición, había sido pintada de nuevo, estaba bien
amoblada, resultaba acogedora y atractiva. Lo recibieron en la casa
y le dieron un lugar. Se hospedó con ellos durante varios meses.
Pronto le hablaron del Señor Jesucristo. De lo mucho que signifi
caba el Salvador para ellos. Por sus palabras y por su servicio bon
dadoso realmente le predicaron a Cristo, y a él crucificado. A un pobre
hombre, quien, habiendo cesado de vagar por toda la tierra, todavía
estaba vagando en las tinieblas espirituales.
Al fin, los hizo muy felices cuando aceptó la oferta de salvación
del evangelio, se convirtió por completo y solicitó el bautismo. Esa
era la razón de mí presencia en aquel lugar, para entrevistarme con
el y bautizarlo. Mientras nos sentábamos aquella noche, dijo:
— Hermano Richards, exactamente donde usted está sentado
esta noche en esta salita de estar; mientras da su estudio bíblico, es
donde mi esposa y yo estuvimos cuando nos casamos. Es donde des
cansó Su féretro después de su fallecimiento. V ahora veo a Jesús allí
después de cincuenta años. ¿Por qué no lo acepté entonces? ¿Por qué
no le entregué mi corazón a Cristo en aquellos momentos? ¿Por qué no
respondí a su mensaje cuando me lo predicaba mi querida esposa,
con tanta ternura, con tanto cariño? Piense en e>o, perdí medio siglo
de su amante presencia. Pero ahora, la volveré a ver. Estaré con ella.
Me encontraré con ella en la presencia del Señor.
Al día siguiente, mientras caminábamos hasta la orilla de la co
rriente de aguas heladas de la montaña para su bautismo, me susu
rró al oído:
— Deseo que me mantenga bajo el agua hasta que usted cuente
quince. Deseo ser bautizado realmente. Tie visto a muchas personas
bautizadas solo parcialmente.
—Hermano Shepherd, no hace falta. El bautismo es im símbolo
de la m uerte de Jesús por sus pecados y los míos, símbolo de su re
surrección de los muertos. En esto, déjeme ayudarlo a usted en el
agua.
No — «.lijo manteniéndose tan erguido como se lo permitió su
edad— . TTe seguido las pisadas del diablo durante cincuenta años y
deseo entrar por mí mismo en las aguas del bautismo y seguir el ejem
plo de nuestro Señor.
— Veo que tiene su billetera en el bolsillo. ¿Por que no la deja aquí
para que no se moje?
—N o — dijo él— , quiero que también la bautice.
Su billetera contenía unos seiscientos dólares, prácticamente todo
el dinero que poseía.
Aquel pobre hombre entró cojeando por entre las piedras en el
estrepitoso arroyo para encontrarse conmigo. El Espíritu del Señor
descendió con gran poder sobre él cuando fue bautizado. Las pri
meras palabras que dijo cuando salió del agua fueron:
— Usted no me m antuvo bajo el agua hasta que contó quince.
—N o; no hizo falta. Usted quedó completamente cubierto por el
agua. El bautismo es sencillamente un símbolo de lo que le ocurrió a
usted. Su vida está escondida con Cristo en Dios. El viejo hombre mu
rió y usted se levantó a caminar en novedad de vida.
Y así fue bautizado en aquellas gélidas aguas. Mientras salía, to
da la multitud que eslaba al lado del agua quedó profundamente
conmovida. Una joven, ataviada con su mejor vestido blanco se vol
vió hacia su padre y le dijo:
— Papá, he esperado siete años por ti, he estado lista para el bau
tismo desde hace mucho, mucho tiempo, y tú me pediste que espera
ra, y esperara, y que fuera bautizada contigo, pero tú nunca has to
mado la decisión. Ya no voy a esperar más si este pastor me bautiza.
Voy a pasar adelante, tal com o estoy.
Se metió en aquel arroyo, amigos, y la bautice. ¡Que gozo irra
diaba su rostro mientras salía del agua!
Entonces el padre rompió a llorar con lágrimas y dijo:
— ¿A qué estoy aguardando? Sé que esta es la verdad de Dios.
No voy a esperar más. Yo también voy bautizarme. Voy seguir a mi
Salvador. Él murió por mi.
Después de haber dado su testimonio ante los que estaban allí,
entró al agua y lo bauticé.
Antes de haber terminado, bauticé a ocho personas. Y todas estaban
listas para el bautismo. Conocían la iglesia, creían en la verdad tal
como es en Jesús, e hicieron su confesión pública de fe. Llegaron a ser
adquisiciones valiosas para la iglesia en aquel lugar.
Al volver a la casa, mientras estaba ayudando al hermano Shepherd
a vestirse, me mostró un medallón colgando de una cadenita alre
dedor de su cuello. No lo sacó, pero lo abrió de manera que pude
verlo.
— Lo he llevado colgando más de cincuenta años me dijo.
Lo abrió y allí estaba una foto de su esposa, una herniosa joven.
Después dijo:
- Ahora la volveré a ver.
Y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
Después me entregó quinientos dólares de diezmos. Había en
contrado realmente al Señor, y a su vez lo encontraron las otras per
sonas que se bautizaron con él. La predicación de la cruz fue para
aquel hombre y para todos los demás presentes, « 0! poder de Dios y
la sabiduría de Dios» (1 Cor. 1: 24). Oyendo predicar la cruz, po
drían decir:
• Ontnv I hv the crimson wave, / 1he iountaín deep and wide. / Jesu*. my 1 o/\J, nullity losan*,/
Points to His ViTiuiitlpil skii*
I Mf the new creation rise. / I hear the speaking blood. / Ft speaks—polluted nature ilk *. /
Sinks ’neallt the cleansing flood
necesita ahora, y el único evangelio que siempre he deseado predi
car. Es el evangelio que los hombres y mujeres anhelarían oír si tan
solo lo conocieran.
En la revista fortune del 27 de diciembre de 1944, apareció esta
declaración:
«La solución es el sonido de una voz. No nuestra voz, sino una
voz que proviene de algo que no es de nosotros, y en la existencia
de la cual no podemos dejar de creer. Es la tarea terrenal de los pas
tores escuchar esa voz, hacer que la escuchemos, y decirnos lo que
dice. Si ellos no pueden oírla, o si fracasan en decírnoslo, nosotros
como laicos, estamos completamente perdidos. [...J Así que el año se
acerca a su fin, en miríadas de mentes reflexivas surge la sensación
de necesidad de una esperanza mejor [...1 que cualquiera de las que
ahora se ofrece a la humanidad. También hay una sensación de que
esta esperanza no estará disponible a menos que rápidamente algu
na voz más pura, más valiente, más sabia comience a hablar [...].
Seres humanos desesperados están esperando escuchar esa voz».
Mis amigos, tal voz alcanzará a todas las naciones. Una voz co
mo esa alcanzará los corazones de los hombres. Y cuando lo haga pa
recerá una nueva voz, algo estupendo y maravilloso que nunca an
tes han escuchado. Será la voz de Jesús hablando por medio de sus
seguidores, por medio de sus verdaderos predicadores, llevando el
evangelio eterno, el mensaje que siempre ha sido apropiado, que siem
pre sana, que siempre da vida. Vendrá sin argumentos elaborados,
sino más bien en declaraciones sencillas. Vendrá con «palabras fáciles»
como dice la hermana White, de manera que los niños y las niñas lo
puedan entender (Consejas para ¡os maestros, p. 241).
Saldrá de los labios de predicadores santificados, fervientes, pia
dosos, que predicarán de su propia experiencia el mismo mensaje de
la Escritura, capacitados por el Espíritu Santo. Iluminará el mundo
para preparar el camino para el Rey. Es verdad que «muchos ocuparán
I rise to walk in hcavifiS own ligllí, / Above ♦!»«• world .mil >ln; / With lu-.irl made purr .iih I
garments white. / And Christ enthroned within.
Ama/Jug graiv! 'Us leaven IvWiw / To fed lire blood applied. / Aivd Jesus, only Jesus, know. /
My Jesus crudticd
The» learning stream I ree, I see. / I plunge, and O it deartwth me! /O praise Ihel/xd! it cleaoseth
me, / It cleanscth me, vcs. deanseth me
nuestros pulpitos sosteniendo la antorcha de una falsa profecía en
sus manos, encendida del luego de la infernal antorcha satánica. [...]
Dios mismo obrará en favor de Tsrael. Toda lengua mentirosa será
silenciada. Manos de ángeles derribarán los planes engañosos que
se están formando. Los baluartes de Satanás nunca triunfarán. l.a vic
toria acompañará al mensaje del tercer ángel. I-..] Cuando Dios pone
su Espíritu en los hombres, estos obran. Proclamarán la Palabra del
Señor; elevarán su voz como trompeta»* (Testimonios ¡xira los ministros,
pp. 416-418).
Pero, para estas cosas, ¿quién es suficiente? ¿Quién puede predicar
sobre este gran tema como es debido? ¿Quién puede percibirlo en su
plenitud y proclamarlo con todo su poder? ¿Quién puede decirle a
otra persona cómo predicarlo? ¡Por supuesto que yo no! Podemos es
tudiar y leer y orar; pero al igual que los apóstoles, nuestra visión se
rá parcial, nuestro entendimiento de él, incompleto. «Ahora vemos
en un espejo, oscuramente, pero entonces veremos cara a cara» (1 Cor.
13:12).
jóvenes obreros, no se desesperen. El hecho de que el deber y el pri
vilegio se hallen tan distantes, debería darnos valor mientras recor
damos que estamos al servicio de Dios, y aim las interminables eda
des de la eternidad no serán suficientemente largas como para que
entendamos toda la ciencia y el canto de la redención. Tenemos ante
nosotros la posibilidad de progreso infinito, de lales alluras que es
calar, que no las podemos ni imaginar.
Fs nuestro privilegio proclamar un evangelio eterno, predicar a
Aquel a quien conocerlo es vida eterna Solamente en una vida que
se mide con la vida de Dios es donde los redimidos comenzarán a
entender y a apreciar un evangelio y una salvación que son eternos.
Podemos saber algo de cóm o lo sintió Samuel Medley, cuando allá
por el siglo XV111 escribió:
* Ocouki ) speak «I»* malchkss worth, / Omuid I found the glorie* fralh, / Which in my Sav hiui
•Jiinrd / I'd soar and tone It (he heavenly strings / Ami vie with Gabriel while l>e sings / in note-
almost divine*.
I'd sing the previous l>k>od He spilt, / my ransom from the dreadful guill / Of sin and wrath
divine! / I d sing I li> gWinus righteousness / In which all perfect heavenly dress / My send
shall ever dune.
I'd sing the chur.ie tef He bears / And all the fi>mu of love I ie wturs, / Exalted on 1lis throne*; /
In loflsesi songs of svvwh-et pi sise. / I would to ««verlasling days / Make .di He*, glories known
Well, the delightful day will come, / When my dear Luid will t.ik** me home, / Aral I dull -ee
I liv f.« e: / Then. with my Savior, Brother. I rieral, / A hirst elemitv 1‘Uspend. / Ti lumphant in
His grace
eternos, pero manifestado ahora, y que mediante las Escrituras de
los profetas, y por disposición del Dios eterno, se ha dado a conocer
a todas las naciones para que obedezcan a la fe. ¡Al único sabio Dios,
sea la gloria mediante Jesucristo para siempre! Amén» (Rom. 16:25-27).
5
Apacienta
mis ovejas
«Jesús le d ijo :
"A pacien ta m is ovejas"».
Juan21:17
' Break Thou the bread o í life. t Dear Lord, lo me, / AsThou didst break ihe loaves / Be%*de the
sea; / Beyond tlie \*n\l page / I Mvk Tluv, I «mi; / My spirit pints íor lluv, / O living VM«rcl!
Wcss I hou the truth revealed / I hit day to me. / As thou didst bless the bread / By Galilee; /
Then shall all bondage cease. / All fellers fall; / And I stall find in Tliee / My all In all!
Spirit ami life an’ tin*y, / Wnnk Thnu iltrd spvkj / I Hasten to ubey, / But I am weak; / IHou art
my life. / Heeding Thy holy word / I win lire strife
SIM Hvmml n 271, letra ik* Mary A. I athbnry (1H421913). Ia letra de) himno in español Cs
de J. Pablo Simón y L.M. Roberts
6
El predicador
responde
«Procuró h allar las p a la b ras adecuadas,
y lo que escribió fu e recto y verdadero».
R usias its 12:10
D
EDIQUEMOS TIEMPO ahora para aprender algo sobre
el estado de la predicación, o más bien de la situación
del predicador entre nosotros. El cristianismo comenzó
con predicación, y el movimiento adventista, en particu
lar, comenzó como un movimiento de predicación. ¿Cuál es la situa
ción de la predicación entre nosotros boy, de acuerdo al testimonio
de predicadores, dirigentes de las Asociaciones y laicos? Esta pre
gunta debe ser contestada, y hay que contestarla cié forma plena y
completa. No pretendemos hacer esto en la conferencia de hoy, pero he
aprendido un poco sobre la situación actual de la predicación y les
daré algunos de estos datos ahora.
Que la predicación es de importancia capital para todos los cris
tianos, y especialmente para los cristianos adventistas del séptimo
día, no hace falta decirlo. Pero, el apóstol Pablo hace la pregunta:
«¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?» (Rom. 10:
Aunque es verdad que Dios ha predicado a través de su obra
creadora, y directamente por su Espíritu, a los corazones de los
hombros, le agradó en su sabiduría designar a hombres para que
dedicaran toda su vida a la predicación del mensaje celestial.
Jesús mismo fue un predicador (Mat. 4: 17). Ordenó a sus dis
cípulos «para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar»
(Mar. 3 :1 4 ). Debían «pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos
vista» (Luc. 4 :1 8 ). Debían ir y predicar el reino de Dios. T.os predica
dores cristianos son predicadores de la Palabra, como dice el após
tol: «F.sta es la palabra de la fe que predicamos» (Rom. 10:8). Al pre
dicar la Palabra, predicaban la Palabra vi va ¿Jesucristo) como el
Salvador de los hombres, y como cTfuturo Rey y Se tio r. «No nos pre-
o Jicam os a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor» (2 Cor. 4: 5),
F1 reino de Cristo está ahora presente como el reino de Ja gracia,
y finalmente estará presente como el rejrjo.dela gloria, donde todos
los redimidos tendrán su hogar eterno. Cualquiera que predica a
Cristo como el Redentor y Señor está predicando el reino de Dios
ahora, y también su reino futuro. Y como la autoridad para toda la
predicación cristiana está en la Palabra de Dins, la predicación cris
tiana es fundamentalmente la predicación de la Palabra del Señor
(Hech. 8: 25), o la Palabra de Dios (Hech. 13: 5).
Ya en los días de los apóstoles hubo quienes comenzaron a intro-
ducir cambios a la predicación original. Muchos aceptaron una fe
■ cristiana contaminada con ideas originadas en la filosofía griega; y
este tipo de enseñanza fue introduciéndose gradualmente en la igle
sia primitiva; y no pasó mucho tiempo antes de que estuvieran pre-
dicando a un C risto*que río era realmente el de la Biblia, sino.un
Cristo humano, filosófico CI apóstol Pablo amonestó contra este
tipo de predicación diciendo que aquellos que se ocupaban en eso
estaban bajo maldición (Ciál. 1: 8; 2 Cor. 11: 4',.
Puesto que la predicación del evangelio de Cristo, es decir, la pre
dicación de la Palabra puesta en marcha y autorizada p o r Jesucristo
i/mismo, y continuada por los apóstoles, fue un ataque poderoso con-
h tra el reino de Satanás; el diablo siempre se ha opuesto a esta predi
cación. El apóstol Pablo dijo que la predicación tuvo gran oposición
(2 iim. 4: 15), lo cual ha sido cierto a través de los siglos, y lo sigue
siendo. Si el diablo no puede oponerse a la predicación del mensaje
por un medio, tratará de hacerlo por otro; si no la puede impedir por
una supresión completa, lo hará por infiltración, por contaminación,
cambiando su temperatura, su tema, su objeto, su técnica; usará lo
I
que sea para impedir que la verdadera predicación tenga un efecto
desastroso sobre su reino y un efecto glorioso para la edificación del
reino de Dios. El apóstol afirma claramente que era la voluntad de
Dios y e l plaivde Dios manifestar su Palabra.por.medio de la.predi
cación (Tilo 1: 3).
Prácticamente toda declaración valiosa sobre la predicación, rea
lizada por los grandes predicadores y por los maestros de predi
cadores en tiempos pasados, la he encontrado condensada, justo al
punto en l'estivmios jkira ¡os ministros dc ülena 0 , de White. Les re
comiendo que lean este libro, que lo subrayen, que lo estudien, que
oren sobre él, y si es necesario que lloren sobre él, y verán un cam
bio poderoso y una bendición en su obra personal como predicado
res. lambién hay mucho enlübreros-evan^S ^ y por supuesto en
otros libros de la misma autora, pero especialmente en estos dos.
Como parte de mi preparación para la conferencia de hoy, envié
una carta hace algunas semanas a un buen número de nuestros pas
tores. Debido al costo, envié unas quinientas, pero me hubiera gus
tado enviar una carta a cada pastor adventista del séptimo día del
mundo. E$ algo que debería hacerse' algún día. Nos daría un cuadro
más amplio del pensamiento de nuestros obreros en el campo y nos
ayudaría a elaborar juntos planes para formar mejores predicadores
de la Palabra para nuestros días. No hay un grupo más importante de
hombres sobre la tierra que esos predicadores fervientes a quienes
se les envió esta carta.
No le di a mi secretaria una lista preparada de mis amigos en el
ministerio, sino que le dije sencillamente: «Envíe esta carta a uno de
cada tres pastores en servicio activo en Norteamérica, también a ca
da uno de los presidentes de los campos locales de Norteamérica, a
unos cuantos obreros dispersos que están en ultramar y a unas do
cenas de laicos». Deberíamos escribir a varios miles de laicos, y
cuando venga la respuesta, ¡tendríamos realmente mucho en que
reflexionar!________
Aquí está la carta?
«Querido amigo en Cristo,
»Le escribo esta carta no en forma oficial sino personal. Me ha
locado en suerte preparar siete u ocho conferencias sobre la predi
cación adventista del séptimo día, para presentarlas en abril o mayo
en el Wnsitittftfon Missionanj College.
»Esta será la primera serie de una cátedra sobre predicación que
se* fundará allí. Entiendo que la asistencia estará limitada a los estu
diantes ministeriales y a los pastores, tatito ordenados como los que
tienen licencia ministerial. No será una reunión para el público en
general.
^Necesito ayuda para preparar estas conferencias con el fin de
hacerlas realmente útiles. No es posible para mí escribir a lodos nues
tros obreros, pero estoy enviando esta carta a unos pocos nombres
seleccionados, y esto es lo que le pido a usted:
*>Por favor, contésteme si es posible, para fines de febrero, expre
sándose libremente sobre la predicación adventista del séptimo día.
¿Qué hay de bueno o de malo en ella? ¿Es tan buena como podríamos
esperar en las circunstancias en que nos encontramos? ¿Qué mejoras
pueden hacerse? ¿Qué cambios cree usted que deberían adoptarse?
¿Debería cambiarse la predicación? ¿Convendría que cambiara la ac
tual situación? ¿Qué lugar ocupa hoy día en su opinión la predicación
adventista del séptimo día? ¿Está siendo cada ve/ menos relevante o
más relevante? ¿Deberían tom ar su lugar otras actividades?
>>Por favor, diga libremente io que piensa. Su respuesta será guar
dada en la más estricta confidencialidad, si usted lo desea. Estas con
ferencias están planeadas para que sean una ayuda real para nues
tros obreros, y necesito su ayuda para que sean realmente una ayu
da. Podrían llegar a imprimirse, aunque todavía no es seguro.
>>TIaga su carta exactamente tan extensa como desee, y leeré y
consideraré cada una muy cuidadosamente, porque espero hacer un
uso determinante de estas respuestas en la preparación de mis con
ferencias.
-Por favor, ayúdeme con sus convicciones más sinceras, y se lo
apreciaré en gran manera.
»Su amigo y compañero de ministerio en el servicio de Cristo.
»H. M. S. R igiakds
>>Nola: Todas las respuestas marcadas "confidencial" serán trata
das confidencialmente».
De estas quinientas o más cartas enviadas, esperaba unas veinti
cinco o treinta respuestas. El hermano Cillis, el administrador de The
Voice o f Prophecy, pensó que no conseguiría más que diez o doce res
puestas, pero me alegra poder decirles que quedé gratamente sor
prendido al recibir más de doscientas; y estoy seguro que si hubiera
pedido las respuestas con más tiempo, si les hubiera dado un mes o
algo así extra, habría tenido más respuestas.
N o obstante lo más destacable con respecto a esta encuesta es
que la respuesta de los presidentes de Asociaciones fue extraordi
naria. De los cincuenta o más presidentes, contestaron treinta y tres;
un porcentaje muy alto, considerando el corto tiempo que se les dio.
Si les hubiera dado más tiempo, habría recibido muchas más cartas,
porque algunos de los presidentes estaban fuera de casa y otros esti
ban ocupados con otros asuntos y no pudieron responder a tiempo.
F1 punto siguiente es que los presidentes están de acuerdo con los
obreros del campo casi al ciento por ciento en todas las preguntas. Muy
bien, entonces, según el testimonio de los predicadores, presidentes
de Asociaciones y laicos, ¿cuál es la situación de la predicación entre í
nosotros hoy? lista pregunta debiera ser contestada pronto, y contes
tada plena y completamente. No pretendo ser capaz de hacer eso en
la conferencia de esta noche, pero debería ser contestada pronto.
I a preparación de esta conferencia ha sido para mí una gran
experiencia espiritual. Me parece que ahora dispongo de un cuadro
más claro que nadie en cuanto a lo que piensan los pastores adven
tistas de costa a costa en Norteamérica, porque tengo en mi poder
cientos de esas cartas. Me llevó varios días leerlas. Confieso que no
he sido capaz, en el corto tiempo que he tenido, de analizarlos como
es debido para desarrollar una tesis, y necesitaría conocer mejor las
técnicas de las encuestas. Sin embargo, dispongo de una muestra
bastante representativa del pensamiento de nuestros hombres; y ha
sido una de las experiencias m ás esclareced oras que yo haya tenido
jamás. Creo que soy muy privilegiado al ser parte de un ministerio
tan maravilloso. Con muy pocas excepciones, nuestros hombres son
hombres de Dios, hombres de los cuales estoy orgulloso de conocer
y de colaborar con ellos.
He eliminado las firmas y los membretes de todas esas cartas, de
manera que si alguien las encuentra en el tuturo, nunca sepa quién
las escribió. Me referiré a ellas solamente por número.
En sus respuestas, más de la mitad de los pastores deploraron el
hecho de que muy pocas veces escuchan a otro predicador; casi
siempre son ellos mismos quienes predican. Tienen que predicar
cada sábado, y a veces varios sermones, y nunca pueden escuchar a
otro, a menos que asistan a un congreso campestre, que es cuando
228 Apacienta mis o veía s
y
nuestros días tienen una enseñanza falsa con respecto al reino».
Muy bien, suficiente para lo que dijo este pastor, que es uno de
los que ustedes respetan mucho, tanto intelectual como espiritual
mente.
Bien, amigos, leer estas cartas ha sido una experiencia enriquece-
dora que nunca olvidaré. Casi lodas las cartas instan a los predicado
res adventistas a predicar la Palabra, a ser predicadores bíblicos, a
usar abundantemente la Biblia, a que se enfrasquen en las Sagradas
Escrituras.
Hay jóvenes que vienen y me dicen: «Oh si pudiera encontrar
algunos sermones más. ¿Dónde puedo conseguir sermones?» Salen
y compran una serie completa de los sermones de Bonnell o algo pa
recido a eso. Yo digo: «¡Ay de ellos!». Pues aquí está lo que dice un
pastor joven, y sé que es verdad, porque lo conozco. Conozco su pre
dicación. «No tengo problema para encontrar temas bíblicos! Tengo
una semana entera para hacer visitas, pensar y orar y leer la Palabra
de Dios, y después cuando llega el sábado estoy sencillamente lle
no, y tengo varios sermones, aunque no pueda predicar más que uno.
Cualquier hombre' que se enfrasca en la Escritura, que vive con la
Biblia y con el pueblo, tendrá cantidad de sermones, abundancia de
sermones, abundancia de sermones bíblicos, sermones para satis
facer las necesidades de la gente justo donde está».
Un tercio de estas cartas que he recibido de nuestros pastores
hablan sobre el mal uso del espíritu de profecía en nuestra predica
ción pública; y el espíritu de profecía es demasiado valioso para que
le demos un mal uso. Para ahorrar tiempo, más que leer citas de car-
tas individuales/ voy más bien a agruparlas sobre este tema dei uso
del espíritu de profecía en la predicación pública.
Escribe un predicador; «En reuniones donde abundan los críti
cos, el orador podría muy bien presentar su punto directamente de
la Biblia, salvaguardándose él, y, de alguna manera, la denominación,
de la acusación de que colocamos el espíritu de profecía por encima de
la Biblia. Conozco un caso donde el orador del sábado por la maña
na leyó el sermón completamente del espíritu de profecía, sin ningún !
comentario personal o referencia bíblica excepto si estaba incluida en \
la cita del espíritu de profecía. V esto fue ante una congregación de
setecientas personas».
y El maravilloso espíritu de profecía se usa como una muleta don-
kde puede apoyarse el predicador flojo. Ha estado muy ocupado esta
semana, muy ocupado, sí, pero no ocupado estudiando la Palabra de
Dios, así que el viernes por la noche o el sábado de mañana corre a
su pequeña biblioteca, saca varios libros del espíritu de profecía, los
hojea, coloca algunos pequeños trozos de papel aquí y allí, ustedes
saben como se hace, tenemos todo hecho, y le da al pueblo un ser
món que tiene probablemente uno o dos textos y después una larga
lista de ritas del espíritu de profecía. Pero, eso no es un sermón. Eso
no es predicar la Palabra. Es mía de las formas más eficaces para ha
cer que la gente pierda el interés en el espíritu de profecía y pierda
su respeto por él. Nunca se tuvo la intención de que se usara así.
La manera de prepararse* para la predicación, de acuerdo a la mis-"\
ma hermana White, es investigar la Palabra de Dios desde todos los án- j
guios, estudiarla piadosamente, con exactitud, de manera exhaustiva, (
gozosamente, y después, leer lo que está en el espíritu de profecía
sobre el tema. Entonces el pastor puede ir a la gente y predicarles de
la Biblia con el poder del Espíritu Santo enviado del cielo. Eso es
predicación.
Una mujer se quejó ante un pastor porque siempre leía pasajes
largos del espíritu de protecín, con poco comentario. El pastor que
cuenta esto dice: «No estoy en contra del uso de las citas del espíritu
de profecía, y hay casos cuando el mensaje puede apropiadamente
sacarse de allí, pero seguramente debemos tomar tiempo para pre
pararlo y comunicarlo con sentimiento y fervor. Siempre hay en
nuestras congregaciones personas que no son adventistas, a menos
que sea una congregación sumamente pequeña. Nuestros enemigos
ya nos han acusado de tener dos Biblias, de ser igual que los mormo-
nes, la Ciencia Cristiana, los teósofos, y otros didéndonos: "Ustedes
tienen una profetisa cuyas obras se exaltan por encima de la Biblia";
y merecemos esa clase de acusación cuando hacemos así las cosas.
Está mal; es contrario al bienestar de la iglesia y al de nuestro buen
nombre. Solamente ese hecho, debería impedir que la usemos como
algunos hacen.
«Nosotros no creemos en que tenemos dos Biblias; no tenemos dos
Biblias. Elf^spíritu de proíecía'fue dado para llevar al pueblo a ja
Biblia, y no para llevarlo lejos d e ja Biblia. Creo que Dios na habla
do por medio de hombres y mujeres con el don de profecía, pero
nosotros com o denominación no colocamos el espíritu de profecía
por encima de la Biblia. Si hay quienes lo hacer., están haciéndolo
sin ninguna autoridad como predicadores adventistas del séptimo
día, y en forma contraria a la enseñanza del cuerpo |eclesiástico! en
general».
Repetidamente, estos hombres de Dios escriben que necesitamos
apacentar al rebaño. Uno de los remitentes dice que después de que
se convirtió, asistió a uno de nuestros colegios durante nueve
meses. Fue a la iglesia fielmente cada sábado y escuchó una serie de
informes y promociones. «No puedo recordar más que dos sermo-
£ne$ que realmente conmovieran mi alma», dice él. «Durante ese
tiempo el pastor habló solamente una vez y había llegado a estar tan
seco por escuchar informes departamentales, que su sermón sobre
el cielo fue tan escaso en rocío como el valle de los huesos secos, y tan
falto de emoción como la tabla de multiplicar». Fsta declaración es
muy fuerte, ¿no les parece? Pero, evidentemente es verdad.
\ Otro tipo de sermones que originan una falta de espiritualidad
son los sermones por comparación. Como dice una de las cartas: «Se
ilustra con un sermón sobre las señales de los tiempos que escuché a
uno de nuestros obreros que ahora es director de Ministerios Persona
les. Al leer 2 Timoteo 3:1 -5 , habló de cuán malo era el mundo y cuán
carentes de poder espiritual estaban las otras iglesias protestantes.
Ni una vez mencionó el peligro de que nuestro propio pueblo cum
pliera esa profecía. Nuestra predicación no es para enviar a la gente
a su hogar con el sentimiento; "Señor, gracias porque no soy como
los otros hombres". No necesitamos compararnos con otros hom
bres, porque a menudo nos sentimos tentados también a hacer todo
eso durante la semana. Como iglesia necesitamos contemplar a
jesús: la disposición de Dios para perdonar v el poder de Cristo pa
ra salvan*.
Después, ej. tercer tipo de serm ón que revela nuestra carencia de
espiritualidad es un sermón por definición. Actualmente escuchamos
muchos de estos sermones. Por ejemplo, un sermón sobre la justifi
cación por la fe. Ciertamente, deberíamos oír más tocante a este
tema, porque no hay otra fuente de poder a fin de preparamos para
la traslación. A decir verdad, no hay otra justificación sino la justifi
cación por la fe. Es la única justificación que alguna vez podamos
tener. Sin embargo, mucha de nuestra predicación de la justificación
por la fe no es nada más que un intento por explicarla y definirla.
Alguien menciona la obra eficaz del pastor Minchin en la Se
mana de Oración en una institución donde presentó la piedad prác
tica sin mencionar en absoluto la justificación por la fe, pero la pre
dicó y la demostró con poder de lo alto.
Y después dice que en un lugar donde se estaba dando instruc
ción, el orador dijo, en un tono muy crítico, cómo ios adventistas del
séptimo día habían predicado la lev hasta que estaba tan seca como
las colinas de Cilboa, un hecho que en muchos casos sabemos que
es verdad. Recalcó que necesitamos predicar la justificación por la
fe y sin embargo, por lo menos en dos presentaciones que escuchó
allí, fueron completamente sin amor, sin gozo y sin vida. La justifi
cación por la le no es algo para ser simplemente explicado, sino algo
para ser experimentado. N o es meramente una definición por de
mostración. Nadie puede enseñarlo como si.fuera una teoría. Debe
enseñarse como una realidad, debe ser recibida de Dios. El Espíritu
debe testificar y dar testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios.
Entonces, ¿cuál es nuestra necesidad según este pastor? Nuestra
necesidad es conocer mejor a jesús. Dice: «No soy un gran erudito
ni un orador brillante."Soy~el más débil entre los débiles. Eero, he
gustado suficiente de lo genuino para no desear nada sino el artícu
lo verdadero. Sé que cada vislumbre que capté de Jesús ha ayudado
a aquellos con los cuales la compartí. Sé que necesitamos toda la
ayuda que podamos conseguir para estnicturar y embellecer nuestros
sermones, pero nuestra mayor necesidad es comunicar mensajes
refrescados por nuestro contacto con el cielo. Necesitamos el poder
»Y por encima de todo esto está la reparación general y el man
tenimiento: plomero, electricista, pintor, arquitecto, hasta que el su
puesto predicador acaba siendo el chico para todo y un maestro de
nada.
»TTasta cierto punto, toda esta actividad me hace sentir bien, pa
rece como si realmente soy algo, aunque haya acabado siendo uno de
los muchos pequeños dientes en un gran engranaje. Sin embargo;
todo eso llega a ser una especie de monstruo ruidoso, metálico, un
"bronce que resuena o un címbalo que retiñe" en vez de un cuerpo
de Cristo poderoso, viviente y santo, como debería ser».
¡Esto es casi lo clásico! Son palabras fuertes, ¿verdad? Pero eso
no acaba ahí. Escuchen:
«Usted me preguntó en cuanto a la predicación adventista. Por su
puesto, eso es lo que todavía necesitamos, predicación adventista
auténtica; sermones sencillos, fervientes, profetices, evangelizadores.
Las iglesias donde he estado alcanzaron sus blancos aunque solo pro-
mocioné a Cristo y a él crucificado. Usted pregunta, "¿Deberían tomar
otras actividades el lugar de la predicación?" Hermano, ¿qué quiere
decir? Eso ya ha ocurrido demasiado. Por supuesto, algunos son pro
fesores, otros pastores, y otros administradores; pero el apóstol y
evangelista todavía liene la larea de predicar a un mundo que pare
ce. Y si alguno desea escucharlo o no, la oveja moribunda, la que san
gra, aún anhela sus mensajes. ¿Dónde está Jetro? ¿Dónde está alguien
con un plan para aliviar la situación?»
¡Así que está esperando por Jetro! ¿Dónde está Jetro para mos
trarle a Moisés cóm o hacerlo? Se acordarán que jetro señaló a un
hombre cada diez. Puede ser que tengamos que hacer algo semejan
te a eso.
Pasemos ahora a la carta siguiente. «Desgraciadamente», dice
nuestro remitente, «tengo que presentarle a usted un informe pesi
mista. En mi humilde opinión la predicación de esta denominación
es lastimosa. Sin embargo, no croo que sea totalmente culpa del pre
dicador. Es más bien culpa del sistema. A la obra de predicación que
debe realizar el paslor se le ha quitado su importancia [tres palabras
para recordarl casi totalmente. Se nos insta constantemente a ser
mejores hombres de negocios, promotores de blancos y financistas.
Mucho del tiempo del predicador se consume en juntas, comités y
comisiones, y en recolectar dinero decuidando en buena medida su
tiempo para el estudio y para la preparación del sermón. De nuevo,
una y otra vez encontramos que quienes ocupan los púlpitos impor
tantes en las Asociaciones son pastores especializados en hacer pro
moción v en finanzas».
Ahora dice otro obrero: «He estado personalmente en el ministe
rio durante once años bajo cuatro presidentes de Asociación, y solo
una vez un presidente de Asociación me escuchó predicar, y creo
que ese es más o menos el promedio entre nosotros. Pero cuando se
trata de informes financieros, nuestros presidentes quieren uno cada
mes del año. Por eso, me comentan mis colegas, muchos de ellos
han perdido su entusiasmo por la predicación. Reconocen que en
nuestra actual situación en la que no predomina la predicación, esta
ha llegado a ser una de las tareas menos importantes del programa
del pastor». Sí ,sí, esto ha sido escrito por un pastor adventista.
Y continúa diciendo: «Siento ser crítico sobre este asunto, pero
usted me pidió que fuera sincero. Nuestro pueblo está cansado de
nuestra magra predicación. Tenemos un pueblo fiel que paga el flete
y casi ño consigue nada en recompensa. Eso, en mi opinión, es la
mayor razón por la cual se retrasa hoy la obra de Dios: ¡Nuestro
pueblo no es conmovido por una predicación poderosa! En mi opi
nión, cada pastor debería ser, ante todo, un predicador poderoso del
evangelio, lleno del Espíritu Santo».
Eso sale de la boca de un predicador, ¿verdad? ¡Este pastor me
respondió!
De Norteamérica recibí doscientas respuestas a la carta que envié,
las cuales creo que son una muestra representativa de las opiniones
de nuestros pastores. Cada carta destaca algo particular, y reitero
eso. Puede ser que los trescientos que no contestaron no estén de
acuerdo en absoluto con estas. Pero cuando treinta y tres presiden
tes de Asociaciones concuerdan casi unánimemente con ios obreros
que están en el campo de labor, creo que es un cuadro representati
vo de cómo se sienten nuestros pastores. Y eso algo querrá decir.
La carta número 47 dice: «Temo que nunca se termine la obra
hasta que nuestros intentos humanos y nuestra maquinaria queden
completamente frustrados. En la actualidad estamos tan estrecha
mente trabados por la dirección humana que queda poco espacio
para la dirección real de Dios. Creo que hay mucha verdad en la
declaración de que nuestra predicación es tan buena como puede
esperarse en las condiciones actuales. Creo que nuestra predicación
será buena, y que nuestros esfuerzos serán bendecidos si podemos
encontrar más tiempo para hacer aquello para lo cual fuimos orde
nados.
»T.a acción de los Departamentos está lomando el conlrol en nues
tra obra, y en un sentido ha estorbado nuestra obra al dar la impre
sión de que la oficina y los dirigentes son m ás importantes. No de
bemos olvidar que la iglesia y los miembros de iglesia son lo más
importante. Es nuestro deber ayudar a cada miembro del cuerpo a
mantenerse en contacto con el cielo. Un reavivamiento espiritual es
la única c o s í » que hará esto».
¡Bien, eso es reconfortante! Me gusta ver que los hombres hablen
y que digan lo que piensan. Esto es lo que dicen cuando hablan entre
ellos, pero con frecuencia no dicen nada de todo esto en nuestras
grandes reuniones públicas. Por eso las estoy leyendo aquí. Los
obreros en el campo de trabajo escribieron estas cartas y yo me he
convertido en su portavoz.
l'engo aquí la carta número 22: «Los pastores y los hombres de
distritos que yo conozco en forma personal e íntima están ocupados
con respecto a muchas cosas, y yo me incluyo. Hay tantos aspectos
y facetas en nuestra obra que se nos empuja a que seamos aprendi
ces de todo y maestros de nada. No se la solución al problema, y si
pensara que la sé m e sentiría incómodo si la tuviera que presentar a
mis hermanos. Todas las ramificaciones de nuestro complejo pro
grama parecen ser requeridas y necesarias. Nos encontramos corrien
do de prisa de acá para allá, con poco tiempo para cumplir con nues
tra vocación, la predicación de la Palabra en el espíritu y el poder
que conmueva los corazones de nuestro pueblo. Pocos de nosotros
tenemos o dedicamos tiempo, aparte de irnos cortos minutos al día,
al estudio profundamente devocional que se requiere para presen-
lar mensajes inspiradores en la hora de la predicación; Creo que la
obra personal de ganar almas es una parte fundamental de la voca
ción de un pastor. Reconozco el llamamiento, pero tal vez una decla
ración d listona de In redención, página 272 presentará mejor mi
punto. Preste atención a estas maravillosas palabras del espíritu de
profecía:
»"T.os elegidos de Dios para ser dirigentes en su causa para vigi
lar los intereses espirituales de la iglesia, debieran ser aliviados, tan-
to como resulte posible, de las preocupaciones y perplejidades de
natu raleza temporal. Los llamados por Djos_para ministi;ar,tm;palc
bras y doctrin a ,(debicran disponer de tiempo para la meditación, 1
oración y el estudio de las Escrituras. Su ñno discernimiento espir
tual se embola cuando se explayan en los detalles menores de le
negocios y tienen que ver con los diversos temperamentos de los qu
participan en las actividades de la iglesia".
»Mis amigos, si estas palabras del espíritu de profecía son verda
deras, ¿por qué no las obedecemos? ¿Por qué no somos capaces apren
der de la iglesia apostólica en la que, aquellos que dirigían la obra,
aquellos que predicaban la palabra, aquellos que servían en palabra
y doctrina, eligieron a hombres de negocios para hacer los negocios, y
dijeron: "Y nosotros persistiremos en la oración yen el ministerio de
la palabra"? (í'íech. 6 :4 ). Entonces la Palabra avanzó, el mensaje tu
vo éxito, y la iglesia creció a pasos agigantados.
«Deberíamos tener un nuevo orden de obreros en nuestra ca
un orden de diáconos, hombres que sean empleados de tiempo cL...
pleto pagados por la Asociación, lo mismo que nuestros predicado
res, parecidos a los diáconos en la iglesia apostólica que algunas ve- '
ccs predicaron, es verdad, e hicieron obra personal, pero cuya res
ponsabilidad fundamental era ocuparse de los negocios de la iglesia. • ¡
Dejemos que esos hombres se encarguen de los negocios, que cuiden
de toda la parafemalia, que mantengan las ruedas aceitadas y en
funcionamiento, que mantengan la presión y la temperatura dond
debe estar y permitamos que los predicadores prediquen. ¡Qué gra
día será ese!
«Parece haber mucha promoción el sábado desde el pulpito, cuan
do debería alimentarse al pueblo. En los últimos cuatro meses, a
veces, cuando estábamos tratando de la manera más espiritual posi
ble de conducir alguna fase de una campaña, tres personas diferen
tes, no adventistas del séptimo día, salieron de nuestro servicio reli
gioso un sábado de mañana. Una dama que no era adventista dijo
mientras salía de la iglesia: "Entiendo muy bien que hay que hacer
esta clase de tarca, pero me siento muy chasqueada porque no pude
escuchar un buen serm ón". Por supuesto, sé que debe hacerse algu
na promoción el sábado cuando la gente está reunida y que puede
hacerse de Cristo el centro de nuestra promoción. Pero, hay tanto
para hacer mientras estas campañas v programas se nos pasan a
nosotros, que algunas veces nos preguntamos dónde puede marcar
se la diferencia;
»Por supuesto las actividades son importantes, mantener a nues
tro pueblo en su tarca de preparar a otros y preparase ellos mismos
para el reino, pero de ningún modo han de tomar el tiempo de la pre
dicación. I.as actividades, son buenas, en mi opinión cuando guar
dan relación con la piedad práctica y la ganancia de almas».
Después sugiere algo que puede ser la respuesta para algunos
hombres. Cita la experiencia de Fnoc, del litro Patriarais y profeta$>,
página 74:
«F.n medio de una vida de activa labor,f a y-Jmantenía fielmente
su comunión con Dios. Cuánto más intensas y urgentes eran sus la
bores, tanto más constantes y fervorosas eran sus oraciones. Seguía
apartándose, durante ciertos lapsos, de todo trato humano. Después
de permanecer algún tiempo entre la gente, trabajando para benefi
ciarla mediante la instrucción y el ejemplo, se retiraba con el fin de
estar solo, para satisfacer su sed y hambre de aquella divina sabidu
ría que solo Dios puede dar».
Este pastor continúa diciendo: «Sugiero humildemente que nues
tros pastores prueben esos "ciertos lapsos" de Enoc. í Te pueslo a prue
ba esto de forma esporádica en los últimos meses, pero ahora he de
cidido reservar un día cada mes, para aislarme de toda la sociedad».
Y me pregunto, ¿es suficiente un día al mes? No lo creo. F.n reali
dad, debería ser un día a la semana, o al menos medio día por se
mana para estar a solas con Dios, con la Biblia, y con la propia alma.
Conozco a uno de nuestros pastores, un evangelista muy ocupado,
que se loma la tarde de lodos los jueves y se retira donde ningún
teléfono pueda alcanzarlo.
Aquí está uno de nuestros pastores de éxito (carta número 73)
que dice que aceptó la verdad cuando lerna dieciocho años, y anhe
laba que su padre también aceptara la fe. Con muchos ruegos y
súplicas consiguió que su padre asistiera a la iglesia con él en dos
ocasiones, y en ambas reuniones hubo un gran tumulto de recolec
ción de fondos, y ningún sermón. Y el padre dijo: «Todo lo que esos
tipos de tu iglesia quieren es tu dinero. No me vuelvas a traer aquí
• ' de nuevo». Y nunca lo pudo volver a llevar. Murió siendo un in
crédulo. Aquel pastor debiera haber presentado un mensaje de Dios
para alcanzar a los pecadores.
«I.o que hace que nuestra predicación sea mala», dice la número
53, «es que no tomamos tiempo para preparar nuestros sermones
debidamente. Creo que este mal hábito se forma en los primeros
años de nuestro ministerio. En vez de tomar tiempo para planear y
elaborar un buen programa de estudio, estamos ocupados en llevar
adelante numerosas campañas de promoción, porque eso es lo que
se pone en evidencia en blanco y negro.
»Otra debilidad en nuestra predicación es la demanda que se I
nos hace para promocional demasiados programas, cuando en vez f* o j
de eso deberíamos predicar la Palabra de Dios. No importa lo bien
C e r 10
que se prepare un sermón de promoción, tiene un efecto adverso
sobre los no adventistas que asisten, así como sobre nuestros miem J
bros que vienen para oír la Palabra».
La carta número 67 dice: «Recientemente, mientras llevaba a ca
bo un reavivamiento con nuevos miembros en perspectiva que esta
ban allí en su primer sábado, me senté temblando por ellos mientras
que se pasaron treinta minutos persuadiendo a los miembros a salir
y cantar villancicos de Navidad, y se* decidía quién iba a ir y cuán
do y en qué auto. Naturalmente, acorté mi sermón para finalizar a
tiempo. Una petición prolongada para conseguir dinero en el servi-T¿W f
ció religioso del sábado es una pobre preparación para el sermón,
Los visitantes que se encuentran con estas situaciones no se sienten]
atraídos a volver a asistir a nuestra iglesia».
Hn otra carta leo: «Estamos cargados con campañas, viajes y ma
terial departamental, todo meritorio, con material preparado para
días especiales por alguien que no tiene ni idea de las necesidades
de los miembros. Así que lo que le queda al pastor del rebaño para
alimentar a sus ovejas, son pedazos de una dieta de hambre. Espero
que llegue el día cuando el pastor local pueda dedicar su tiempo a
los que están bajo su cuidado, para apacentarlos, contribuir a su de
sarrollo espiritual y preparar un pueblo para encontrarse con su Dios.
Frecuentemente se nos pone presión para que alcancemos el blanco
del iHgat/uring Minuti' Mint [El hombre minuto de la recolecciónl du
rante los meses de invierno, mientras estamos en medio de una serie de
evangelización, cuando el tiempo y la energía deberían dedicarse a
la ganancia de ¿ümas. Esto podría verse como algo no pertinente
para la predicación adventista, excepto que cualquier cosa que toca
al predicar influye en su predicación».
Y así va la cosa, una carta tras otra, un pastor tras otro, un testi
monio tras otro. Y para gran sorpresa mía, casi la misma proporción
de presidentes de Asociaciones y administradores, escribieron sobre
este asunto de la misma manera.
La caita número 34 dice: «Haga que la predicación del sábado
esté menos centrada en campañas y más centrada en Cristo. No de
be' sustituirse la consagración por las actividades. Se necesita mucha
más preparación personal del sermón. Se. presentan demasiados.ser-
\V mones hechos de prisa, mal preparados, t i poder espiritual en la pre
*
dicación viene únicamente si el pastor dedica m ás .iempo al estudio
personal, a la oración y La meditación para el sermón de ese sábado*.
Tres presidentes sugirieron que se podría hacer un esfuerzo más
grande del que se está llevando a cabo por nuestros pastores, si se
ajustara cada programa a un programa ganador de almas. Por ejem
plo, la campaña de la revista misionera Signs [Señales] llega a ser un
seguimiento de los nombres de los interesados, o una agencia evan
gelizado™ para encontrar nuevos interesados. La Recolección llega
a ser una campaña para encontrar almas, a la vez que para recolec
tar dinero. De esa manera la predicación puede amoldarse a dife
rentes programas. Hay quienes están haciendo algo de todo eso, pe
ro todos admiten que necesitamos un cambio.
«Mi preocupación», dice uno de los presidentes, «es por el sencillo
predicador, el obrero que ha de pastorear tres o cuatro o cinco igle
sias pequeñas; o si es favorecido como lo es nuestro pastor, en esta
ciudad por ejemplo, al menos debe cuidar de un grupo más pequeño.
Estos hombres no pueden visitar a sus rebaños más de dos veces al
mes, y en algunos casos aún menos. Durante aquella única hora, de
ben promover lodas las campañas y encargarse de muchos asuntos
de negocios. Así que buena parte de su predicación está alterada
por este enfoque. Hay pocas predicaciones llenas del Espíritu cuan
do deben terminar con un llamamiento para la donación de un hor
no nuevo o para suscribirse a una buena revista. Esta responsabi
lidad recae sobre? nuestros obreros. Ellos sienten la presión. Hace al
gunos años pedí que nuestros obreros llenaran ur cuestionario so
bre la predicación, y esa fue su gran preocupación. Deseaban menos
presión de las campañas y más atención a la tarea de salvar almas».
Un presidente sugiere que algunos de nuestros pastores, especial
mente cuando tienen solamente una iglesia grande, dediquen cada
segundo sábado estrictamente a la evangclización. F.se día se corta
toda la promoción. Por supuesto, esto no puede hacerse donde uno
tiene que atender más de una iglesia.
El presidente número 40 dice: «Oh, cuánto necesita nuestro que
rido pueblo la predicación buena y sólida de la biblia cada sábado,
¡y cómo suspiran por ella! Algunos de nuestros pastores recurren a
la filosofía, pasando por alto los asombrosos mensajes de Juan el Bau
tista, Elias, Mateo 24 y Apocalipsis 14. ¿Estamos predicando las pro
fecías de Daniel y Apocalipsis con el mismo grado de celo e intensi
dad, o hemos llegado a guardar silencio sobre estos temas por el
cuestionamiento astuto y la aplicación prof etica de algún profesor
de Biblia?».
Otro presidente, el número 50, dice que sabe de una Asociación
donde todos los obreros pasan afuera por lo menos tres meses por
liño en la campaña de la Recolección. Seguramente, con todas esas
exigencias, nadie tiene el tiempo que necesita para hacer una inves
tigación profunda, que lo capacitaría para subir al pulpito el sábado
por la mañana, con su mente centrada en el mensaje que va a comu
nicar. Dice este presidente: «No tenemos el tiempo para el estudio y
la meditación que tienen los pastores de otras denominaciones».
Así que, en general, vemos que los presidentes están de acuerdo
con los pastores. Uno de nuestros pastores se atreve a decir que si él
está equivocado, si predicar la Palabra de Dios directamente al pue
blo cada sábado no es el plan de Dios para alimentar las ovejas, for
talecerlas, y terminar la obra de Dios en la tierra, quisiera saberlo.
«Si nuestro sistema aclual de dar prioridad a las actividades promo
cionales y las actividades institucionales, por encima de la predica
ción es el plan, si por este m étodo más indirecto se va a terminar la
obra, ¿por qué no reconocerlo y cambiar la instrucción en nuestros
colegios y adiestrar a los jóvenes para que sean promotores, para
que bagan la obra que se les va a exigir que hagan?».
Después de todo, ¿no es esta una sugerencia muy buena? Si van a
tener que salir y hacer eso, ciertamente deberían ser instruidos para ello,
lo cual no se hace hoy en lo más mínimo. Han sido preparados para
predicar y para dar estudios bíblicos, pero al llegar al campo de labor
se encuentran que se espera de ellos algo completamente diferente.
Así que mientras los predicadores responden, dicen: «Para predicar
debemos orar y estudiar y visitar a la gente. AJu es donde conseguimos
nuestros sermones. No podemos subir al pulpito agotados, cansa*
^ Vtlos y fatigados; de tanto correr y hacer, y preocupándonos por cada
r* mora que estamos despiertos cm la semana, y aún alimentar a la gen-
[te. Lis ovejas elevan la vista y no se las alimenta».
Creámoslo o no, nos guste o no, eso es lo que dicen estas cartas.
Hoja tras hoja, hora tras hora, las he leído y estoy de acuerdo con
quienes las escribieron. Mi corazón se ha compadecido de ellos al co
rrer de una parte a la otra con mi mente e imaginación sobre sus dis
tritos, al visitar al enfermo, al arreglar el grifo estropeado, al solu
cionar el problema en la escuela de iglesia, al recolectar más dinero,
al ordenar más papeles, al llevar a la gente a cantar villancicos no
che tras noche, al ir de puerta en puerta para hacer la Recolección,
al recoger ofrendas especiales y al predicar sermones para promo-
cionar $igti$ o f the Times, These Times, Temperancia, Fe para Hoy, la
Voz de la Esperanza y varias otras causas dignas, sábado tras sába
do. ¡Esto es lo que dicen ellos! He visto a jóvenes despiertos hasta la
medianoche, noche tras noche. I le visto correr las lágrimas por sus
mejillas, he orado con ellos, he tratado de impedir que se desani
men, y he entrado en alguna otra rama de trabajo; Esos jóvenes es
tán muy cerca de mi corazón. Esos jóvenes necesitan ánimo. Nece
sitan creer que la predicación es la obra más sublime del mundo.
¿Qué podemos hacer? Estos hombres sugieren que lo primero es
que cada pastor se dé cuenta de que es responsable ante Dios. Usted
tiene que comenzar a tratar de encajar en el tipo correcto de progra
ma, a pesar de todas esas circunstancias desfavorables. Usted debe
hacer lo mejor que pueda donde esté, en una situación que es difí
cil, con posibles malentendidos. Usted debe tratar de encajar gra
dualmente en un programa en el cual pueda servir al Señor más ple
namente, espiritualizando algunas de las cosas y predicando más
Biblia, hasta que más y más de nosotros hagamos lo correcto en
cuanto a la predicación. En esto estamos todos igual, y todos debe
mos culpam os por eso, porque permanecemos igual. T.a culpa no es
para que se la echemos a los demás; todos la tenemos.
Espero que ustedes, los jóvenes que se preparan para el ministe
rio, observen sinceramente esta realidad y la encaren. Que cualquier
cosa que suceda, y cualquier responsabilidad que tengan que asumir,
no los hará predicadores eficientes, buenos, satisfactorios a los ojos
del Señor a menos que estudien su Biblia, a menas que lean el espíri-
tu de profecía, y dediquen tiempo para leer algunos libros más; pero
sobre todo a orar y visitar a la gente en sus hogares, y al ver sus necesi
dades encuentren sus sermones en las realidades de la vida y en la
situación del mundo, y entonces, proclamen la Palabra de Dios.
Los presidentes están de acuerdo con estos otros obreros, casi en
líneas paralelas, sobre la necesidad de una predicación bíblica, la pro
clamación del mensaje de antaño. Como dice uno: «Si este movimien
to sale corriendo tras la predicación moderna y el pensamiento
moderno, estamos acabados, y Dios tendrá que suscitar a alguien
que haga la obra de la iglesia remanente. Parece existir una tenden
cia hada la predicación psicológica y el enfoque de Norman Vincent
Peale. Hablamos de que la evangeüzación está pasada de moda.
Lstán los que predican floridos sermones con muy poca lectura bí
blica, no usando quizás m ás que un texto.
»Algunas veces la gente nos dice que estamos viviendo en nuevos
tiempos y que hemos de damos cuenta de que el mundo lia cambia
do. En mi propia opinión estoy emocionado y entusiasmado, al pen
sar en el cumplimiento de la profecía bíblica y las prediedones del
espíritu de profecía en mi vida. Cuando era un muchacho en la escue
la me era difícil creer que fuéramos a vivir situaciones como las pre
dichas en la Biblia y en el espíritu de profecía; pero he vivido para ver
mucho más que de lo que los predicadores de mi niñez se atrevieron
a predecir. Creo que si vamos a hacer algo, deberíamos actuar de in
mediato. Los prindpios fundamentales del mensaje nunca fueron tan
consistentes y firmes com o hoy».
Algunas de las mejores cartas me llegaron de ultramar, y en
todos los casos son de obreros que ocupan puestos elevados en la
administradón. Cito uno de ellos:
«Lo mejor que nosotros como predicadores adventistas pode
mos hacer es predicar más de la Biblia, antes que nuestra propia
filosofía e historia. Creo en las ilustraciones, y soy un firme creyente
en hacer sermones interesantes, pero un orador público que no sea
cristiano puede dar vueltas alrededor de nosotros con discursos in
teresantes. Nuestra arma y nuestro poder está en predicar la Palabra
de Dios». Mis amigos, a esto le digo: ¡Amén, y otra v e / amén!. Este
remitente continúa:
«Si la predicación adventista se está volviendo menos relevante
hoy de lo que fue aver, es porque nos hemos apartadó d e 'LLbuena
ida de la predicación bíblica y nos hemos ido distraídos a las
A
L FINAL DI7 UN GRAN SERMÓN, le preguntaron una
vez a Lyman Beecher, o a su hijo TTenry Ward Beecher, por
que la anécdota se cuenta de ambos:
* A living, lmuthtn}» Lübic; tables when* / both Covenants at Urge engraven were. / Go--pH .ind
low, in 's heart, had each its i idiimn; / 1Its head urt index to the sacred volume; / 111s very name
a lille-|Wgn; *mdj next, / His Ule a lommcntary on the text. / O what a monument of gktnuus
worth. / When, m a new edition, he contes f««rih! / Without errata may we think he'll be. / In
leaves jimI tm vr. of eternity?
tiempo de peligro, ana palabra de consuelo para el día de calami
dad, una palabra de luz para la hora de oscuridad. Sus oráculos se*
repiten en la congregación de las gentes, sus consejos se susurran en
el oído del solitario, ü malvado y el orgulloso tiemblan ante sus
advertencias, pero para el herido y el contrito es la voz de una madre.
Iil desierto y el lugar solitario se han alegrado por ella, y el fuego del
corazón ha inflamado la lectura de sus gastadas páginas.
»$c ha entretejido en nuestros afectos más profundos, y ha llena
do de color nuestros sueños más queridos; de manera que el amor
y la amistad, la compasión y la devoción, el recuerdo y la esperan
za se pusieron las vestiduras de su palabra atesorada, palpitante de
incienso y mirra.
«Por encima de la a ín a y al lado del sepulcro, sus admirables
palabras nos llegan sin que las llamemos. Llenan nuestras oraciones
con im poder mayor del que conocemos, y su belleza persiste en
nuestro oído mucho tiempo después que se olvidan los sermones
que adornaron. Sus palabras nos vuelven rápida y silenciosamente,
i como palomas que vuelan desde muy lejos. Nos sorprenden con
^ significados nuevos, como fuentes de agua que brotan de la monta
ña al lado de un sendero largamente caminado. Se hacen más ricas,
^ com o perlas, cuando se llevan cerca del corazón.
«Ningún hombre que tiene este tesoro como suyo es pobre o de-
f>, solado. Cuando el paisaje se oscurece y el tembloroso peregrino lle
ga al valle que se llama "d é sombra", no tiene temor de entrar. Toma
la vara y el cayado de la Escritura en su mano; le dice al amigo y al
£ camarada: "Adiós, nos volveremos a encontrar". Y consolado por
ese apoyo, va hacia el paso solitario, corno uno que camina hacia la
i luz a través de las tinieblas».
Quisiera poder escribir así. F.s un maravilloso canto a las Santas
Escrituras;. Y, ya ven, lo aprendí de memoria. A ustedes también les
iría bien aprenderlo.
Ciertamente deberíamos alimentamos diariamente con la Pala
bra de Dios. Semejante tesoro deber ser nuestro, y se* volverá más
precioso para nosotros co.n el paso de los anos. Solamente cuando
liege a ser verdaderamente nuestro tesoro, es cuando nuestro minis
terio aumentará en poder y seremos mejores predicadores hasta el
$ fin. Escuchen esta cita de Testimonios f-wra In iglesia, tomo 4, página
412:
«Los ministros debieran dedicar tiempo a la lectura, al estudio, a
la meditación y a la oración. Deberían almacenar en la mente el co
nocimiento útil, confiar a la memoria porciones de la Escritura, tra
zar el cumplimiento de las profecías y aprender las lecciones que V
Cristo le dio a sus discípulos. Tome un libro con usted para leer alan
do viaja en tren o espera en la estación. Emplee cada momento libre
para hacer algo. En esa forma se cerrará una puerta eficaz contra
miles de tentaciones».
Lean todo el capítulo titulado: «Ministros del evangelio». Si no
comienza una tormenta en sus mentes, un deseo de ser gigantes in
telectuales para Cristo y de conocer las Escrituras, entonces ustedes
no van por el buen camino. Escuchen, ahora vuelvo a citar: «Pero'
algunos que han estado dedicados a la predicación durante años se
contentan con limitarse a unos pocos temas, y son demasiado indo
lentes para escudriñar las Escrituras con diligencia y con devoción,
para que puedan llegar a ser gigantes en el entendimiento de las
doctrinas bíblicas y en las lecciones prácticas de Cristo» (Mi., p. 415)*.
Allí está, «gigantes». ; C óqiq.? Escudriñando diariamente Jas Escri-
turas, al Llevar un libro,-almemorizar la-Bihlia.
Nuestras mentes se empequeñecen y se debilitan a menos que
continuemos desarrollándolas. Vuelvo a leer de la misma página:
«Tangientes de todo#) debe rían tener almacenados conocimien
tos ¿le las verdades de la palabra de Dios, a fin de que estén prepara
das en cualquier momento que se necesite para sacar del tesoro co
sas nuevas y viejas. Las mentes .se han empequeñecido y. debilitadlo
por falta del celo v de esfuerzo intenso y. serio. Ha llegado el tiem
po cuando Dios dice: "Vayan adelante y cultiven las habilidades
que les he dado"» ( ibíil.).
¿Se da cuenta, mi querido colega, de que somos responsables
por el bien que podríamos haber hecho pero fracasamos en hacerlo
debido a que somos demasiado indolentes para mejorar?
Ahora vuelvo para atrás y voy a retomar un tema que mencioné
anoche: el momento adecuado. El mejor momento para estudiar son <ft
las horas de la mañana. Deberíamos dedicar tiempo para eso, tiem
po para estudiar, tiempo para leer, tiempo para la Palabra de Dios,
tiempo para aprender de memoria porciones de la Escribirá y otras
cosas buenas, com o la poesía y así por el estilo. Deberíamos llevar
un libro con nosotros cuando viajamos. Usted se pregunta: «¿De
288 A pa cien ta m is ovhjas
iW
I y comer, o para causar una buena impresión en las personas al al
< canzar sus blancos y al hacer todas las cosas que desean que usted
haga, usted encontrará tiempo para estas cosas. Cuando tenga tanta
hambre p o r la Palabra deD ios como tiene para tomar su desayuno,
almuerzo j cena, usted se alimentará con la Palabra de.Dios.
¿Dónde conseguiré tiempo? Exactamente donde las Otras perso
nas consiguen su tiempo para hacer cualquier cosa. Usted debe to
marlo. El día tiene veinticuatro horas y nadie tiene más tiempo que
otro. Nuestro progreso y éxito como ministros en la obra de Dios
dependerá de cómo usemos ese tiempo.
Ahora bien, no estoy diciendo cuánto tiempo debe dedicar cada
uno al estudio y la oración. Yo no lo sé. Es algo que cada cual tiene
que resolver consigo mismo y con Dios. Algunos de ustedes, que
son individuos muy inteligentes, no necesitarán tanto tiempo como
necesitamos los demás.
Alguien quería saber el nombre del autor de un libro excelente,
The Secret of Putpit Power Through Thematic Christian Preaching [El se
creto _deLpod£r.iiel pulpito pur medio de la predicación temática
cristiana |. El au to res el Dr. Simon Blocker, v el libro está publicado
por Eerdman. En la página 29 dice: «Para un pastor, trabajar siete
días a la semana es un pecado de presunción. Ningún pastor puede
escapar a las consecuencias de hacer eso. Su pecado lo alcanzará».
Entonces nos insta a tener un descanso adecuado, pero insiste en las
mañanas para el estudio, y dice: «Ningún predicador cristiano te
mático puede estar capacitado con menos de cuatro horas de estu
dio por día». Ahora, yo no sé si eso es cierto o r.o, pero eso es lo que
él dice. ¿Ha estado apartando usted una hora al día, treinta minu
tos, quince minutos?
El Dr. Blocker continúa:
«Cualquier predicador que estudia cuatro horas al día es un hom
bre que se desarrolla. Los efectos son acumulativos [ - J -Dediquerúa- L|
tro horas preciosas d eJa mañana a su Biblia, comentarigg,y dirrínna-
rios bíblicos. Trabaje esas cuatro horas sobre sermones para el uso in
mediato y futuro. ¿Cómo va a conseguir cuatro horas, pflpp e s tu c ar
en las mañanas? De la misma manera como lo hacen los agricultores,
los obreros en una fábrica y los comerciantes. Lleve el mismo ritmo
que lleva cada hombre que va a su trabajoiJ_cvántese tempran o^
Ustedes pueden echa me las manos a la cabeza dicienHÓT^Cuat ro
horas! ¿Dónde voy a conseguir jamas cuatro horas?» Su automóvil
está esperando al frente de su puerta para llevarlo a usted de acá para
allá. Usted tiene una campaña en marcha, tiene que hacer esto, y
tiene que conseguir aquello. Posiblemente cuatro horas es demasia
do para el pastor adventista promedio de hoy, pero ¿qué les parece
dos horas? ¿Qué les parece una hora? ¿Que les parece media hora?
¿Qué les parece quince minutos? Ustedes saben y yo sé que muchos
predicadores hoy no dedican con regularidad tanto tiempo, cada
día, para prepararse en su tarea para la predicación, su obra suprema.
Esas preciosas horas de la mañana se desperdician o se sigue traba
jando sin parar. Se gasta tiempo en el teléfono, en esto y en aquello, y
en cada cosa, pero no en lo esencial. 1.a larde es el momento para ha
cer visitas. Usted puede escribir cartas, hablar con todo el mundo, hacer
cosas en la tarde; pero la mañana es para la obra productiva, creativa.
Ahora bien, aquí es donde puede ayudarle su esposa. ¿Quién pue
de ser un buen pastor sin tener una buena esposa? Hágala su secre
taria y deje que ella conteste el teléfono. En nuestro hogar mi esposa
contesta el teléfono, aunque haya una extensión en mi cuarto de
estudio. Suena el teléfono, yo lo levanto y la oigo cómo responde y
puedo decir si es alguien con quien deseo hablarle. Si no es, lo cuelgo.
Algunas veces a ella no le gusta, cree que yo debo encargarme. Bueno,
si contestara el teléfono todas las veces, y hablara con cada uno, y ha
blara y hablara y hablara, nunca podría terminar ni mi charla radial,
ni nada. Nunca hubiera sido capaz de prepararme para estas confe
rencias. Si alguien desea verme, y no es asunto de vida o muerte, mi
esposa le dirá: «Lo siento, él no está disponible ahora. Estará en tal
y tal momento». No tengo por qué informarles de donde estoy, es
toy en la obra de Dios.
MojJp/d
Asi, permita que su esposa conteste el teléfono y se encargue de
los mensajes, a menos que sea un asunto de vida o muerte, o una llama
da de larga distancia que es preciso contestar. El buen sentido dis
pondrá cuándo convendrá que interrumpa su estudio y meditación.
El sentido común, el amor, y la cortesía cristiana pueden resolver
esas cosas cuando hay, por la gracia de Dios, la determinación de
que un pastor tiene que estudiar o no tendrá nada para decir, aún a
riesgo de estar forzado algunas veces a explicarlo a los que nunca
pensaron en semejante cosa.
Después está el asunto de los niños. Dos hcrmanitos que quieren
mucho a su papito pueden arruinar más sermones de lo que uno
podría imaginarse, pero, instruidos apropiadamente, entenderán la
importancia de esa hora sagrada cuando papilo está a solas con
Dios. Sí, un pastor debe orar en su círculo familiar, con los niños,
con su esposa, a la mañana y a la noche, y probablemente en otros
momentos; pero también tiene que orar a solas.
Mencioné anoche cómo puede prestarle ayuda su esposa. ITay
esposas que pierden el tiempo y hablan y hablan con sus maridos,
aiando deberían hacer que ellos vayan a su estudio. Puede ser sola
mente una esquina de su dormitorio, o un rincón del garaje; pero
tenga un lugar donde usted pueda estar solo. «Entra en tu aposen
to, [...] y ora a tu Padre que está en secreto. Y [...] te recompensará»
(Mat. 6: 6). Si es necesario, permita que su esposa guarde su puerta
como una leona. Que le diga a los niños: «Papá está hablando con
Dios. Nadie debe interrumpirlo».
F.l predicador debe buscar a Dios para ese encuentro divino en el
que recibe sus órdenes para el día, y para la eternidad. N o deje pa
sar ningún día sin ese período de crecimiento, esa hora con Dios
cada mañana. Suponga que es solamente media hora, eso en unos
pocos años cambiará su vida. La gente lo verá crecer, lo verá cam
biar, estará deseosa de que predique aquí y de que predique allá. El
pastor que progresa y se actualiza es cada vez mejor aceptado. No
habrá tantos traslados de predicadores de acá para allá, cada poco
tiempo. De esa manera podrían ahorrarse millones y millones de
dólares para esta causa. Me parece a mí que nuestros dirigentes
deberían lomar estas cosas en consideración. Tenemos cientos de
iglesias hoy que necesitan predicadores nuevos. No quiero decir
hombres diferentes, sino predicadores nuevos. Los hombres necesitan
desarrollarse, y eso los cambiará; No habría problemas de cuidado
sin nuestros obreros se desarrollaran. Deberían ser hombres que se
vuelvan más fuertes y mejores todo el tiempo.
Se ahorrarían millones de dólares para la causa si los pastores se
desarrollaran, si usaran esta hora cada día, si hicieran lo que el sen
tido común les dicta, y lo que el espíritu de profecía les dice que ha
gan, y lo que cualquier hombre tendría que saber que es preciso hacer.
Aumentaría el poder de su predicación, los sermones se multiplica
rían en cada página de la Biblia percibirían este clamor: «¡Aquí me
tienes, predícame!, ¡Aquí me tienes, predícame!».
¿Por qué algunos predicadores presbiterianos y otros pueden per
manecer en un lugar treinta o cuarenta años, y no paran nunca de crecer,
y llegan a ser mejores predicadores cada vez, y escriben libros sin pa
rar, y salen de viaje a dar conferencias continuamente, y sus congre
gaciones no paran de crecer? ¿Por qué? Porque estudian, porque cre
cen ellos mismos personalmente. Toman sus vacaciones, viajan, van
a oír predicar a otros, y su ministerio llega a ser más sólido, incluso
quince mmutos de lectura cada día pueden cambiar toda una vida.
El Dr. William Osier, llamado con frecuencia el «Santo Patrón de
la medicina norteamericana», fue un hombre ocupado. Ciertamente
ninguno de nuestros predicadores ha estado nunca más ocupado
que el Dr. Osier. Tenía una práctica médica intensa en Baltimore.
Además era profesor de medicina en la Universidad John Hopkins,
y solamente eso ya es una gran tarea. También escribía libros de
texto de medicina, otra gran tarca. Continuaba literalmente día y
noche, desde la mañana temprano hasta tarde en la noche. Un día
se dio cuenta que no había leído muchos de los libros que siempre
había deseado leer. El tiempo pasaba volando y parecía que nunca
iba a tener tiempo para leerlos, y por supuesto nunca lo habría teni
do si hubiera esperado a que llegara un día en que hubiera podido
decir: «Bien, ahora tengo tiempo, ahora los leeré». F.se es uno de los
mayores errores que comentemos los seres humanos. Nunca ten
drán el tiempo; nunca llegará. La vida no está hecha de esa manera.
Cl Dr. Osier decidió lomar tiempo. Después de varios días de
reflexionar sobre ello, decidió que el único tiempo que podía tomar
era a la hora de acostarse por la noche. Tomaría solamente quince
minutos, porque si lomaba más acabaría sufriendo de falta de sue
ño. No menos de quince minutos, porque ese era la menor cantidad
de tiempo en el que podía hacer algo con su lectura. Así que consi
guió los libros que siempre había deseado leer y los puso en la cabe
cera de su cama, y cada noche, después de ir a la cama leía exacta
mente quince minutos con precisión cronométrica.
FI Dr. Osier lo liizo eso durante ocho años, hasta el día de su falle
cimiento; y es sorprendente la larga lista de libros que leyó, libros
monumentales, los libros más grandes del mundo, docenas y doce
nas de ellos. Después de unos pocos meses encontró que no podía
dormirse si no había tenido sus quince minutos de lectura, lle g ó a
ser un hábito en su vida. T.a noche no es el mejor tiempo para la
meditación y el estudio y la obra creativa, pero es un buen momento
para leer esos buenos libros que todos deberíamos leer. Sin embargo,
el peligro es que quien ha dejado de hacer cosas por la mañana,
leerá demasiado rato por la noche, perjudicará su salud y finalmen
te se verá obligado a dejarlo. Pero quince minutos dedicados a leer
libros importantes cada noche, desde luego que no seria un mal
hábito. ¿Por que no lo prueban?
Amigos, ¿qué nos está pasando? ¿Creemos acaso que podemos
continuar con esta agitación y este bullicio constante de actividad, de
ruido y excitación, que no significan nada, que no nos llevan a nin
guna parte como predicadores de la Palabra? Hay una cosa segura:
Nadie va a leer por nosotros, ni a estudiar por nosotros. Nadie hará
nuestras oraciones por nosotros. Debemos hacerlo nosotros mismos. V,
cuidado, no nos vaya a suceder como al personaje de Shakespeare:
«Malgasté el tiempo, y ahora el liempo me malgasta a mí».
Debemos sacar del tesoro de la Palabra de Dios cosas nuevas y
cosas viejas.
«T.os atalayas de Dios no han de estudiar cómo han de compla
cer a la gente, escuchar sus palabras ni proferirlas, sino que han de
oír lo que dice el Señor y cuál será su mensaje para el pueblo. Si
dependen de discursos preparados años antes, puede ser que fraca
sen en suplir las necesidades de una ocasión específica. Debieran
abril1 sus corazones para que el Señor los impresione, y luego pu
lirán ofrecerle al pueblo la preciosa verdad fresca del cielo. Dios no
está satisfecho con aquellos ministros de mente estrecha que aplican
las energías que Dios les ha dado a asuntos de poca importancia y
dejan de crecer en sabiduría divina hasta alcanzar la estatura de un
varón perfecto» (Testimonios ¡xira la iglesia, t. 5 , p. 233).
Me parece que fue el Dr. William Magee quien dijo que hay pre
cisamente Ires clases de predicadores. El predicador a quien usted
no puede escuchar, el predicador a quien usted puede escuchar, y el
predicador a quien usted dehe escuchar. Debemos tomar la decisión,
por la gracia de Dios, de ser predicadores de la última clase, el pre
dicador a quien la gente* debe escuchar porque tiene algo que decir.
Pero, para ser ese predicador, usted ha de tener realmente algo que
decir. Usted debe hablar con la autoridad de un conocimiento ver
dadero y la revelación de la Palabra de Dios. Y conseguirá eso úni
camente con esfuerzo perseverante. La predicación auténtica se basa
en un esludio auténtico, meditación auténtica y oración auténtica.
Hoy hay quienes permanecen en los pulpitos como pastores,
profesando alimentar al rebaño, mientras que las ovejas perecen de
hambre ante ellos, miran hacia arriba y no reciben alimento. Esos
pastores nunca cosecharán el trigo; porque nunca lo sembraron;
nunca lo molieron; nunca lo amasaron apropiadamente; nunca lo
pusieron en el horno y lo hornearon; nunca lo sacaron del horno y
lo partieron para la congregación que esperaba. «Hay forraje bara
to, muy barato, colocado ante el pueblo» ('Testimonios fkira Jos minis
tros, p. 342). Nadie puede predicar a Cristo, como debiera ser predi
cado, sin estudiar.
Si predicamos sobre temas grandiosos, temas importantes, de
manera grandiosa, hemos de cavar, tenemos que trabajar. La herma
na White indica claramente:
«Estos son nuestros temas: Cristo crucificado por nuestros peca
dos. Cristo resucitado de los muertos, Cristo nuestro intercesor ante
Dios; y estrechamente relacionada con estos asuntos se halla la obra
del Espíritu Santo, el representante de Cristo» (ti evatigelismo, p. 140).
«Su preexistencia, su venida por segunda vez en gloria y poder, su
dignidad personal, el ensalzamiento de su santa ley, son los temas en
que los predicadores se han espaciado con sencillez y poder» (ibid.),
¿Cómo podemos predicar- sobre estos temas sin estudiar? Es pre
ciso que presentemos un mensaje asertivo, exaltando la cruz de
Cristo. Hemos de reunir «las más vigorosas declaraciones afirmati
vas con respecto a la expiación que Cristo hizo por los pecados del
mundo» (ibid.). Dice ella: «Reunid todas las declaraciones afirmati
vas y las pruebas que hacen del evangelio las alegres nuevas de sal
vación para todos los que reciben a Cristo y creen en él como su
Salvador personal» (ibid., pp. 140,141). ¡Mantengámonos en las de
claraciones positivas!
Para hacer esc» hay que esLudiar. Debernos saber dónde eslá lodo
eso. Hay quienes presentan sermones largos y pesados, mayormen
te compuestos de relatos anecdóticos; y eso no exige gran estudio, ni
escudriñamiento del alma, ni estudio de la Palabra, ti objeto de nuestra
predicación no es simplemente divertir, o entretener, o interesar; ni
siquiera transmitir solo información, o convencer el intelecto. «La
predicación de la Palabra debe apelar al intelectoe impartir conoci
miento, pero abarca mucho más que esto. F1 corazón del ministro de
be alcanzar los corazones de los oyentes» [ibid., p. 156). Para hacer
este conmovedor llamamiento a los corazones de los hombres, debe
haber oración, estudio y meditación.
Podríamos hablar duranle horas de la necesidad de estudiar la
Biblia, de una lectura de las Escrituras, puro no tenemos todo el
tiempo para hacerlo. Creo que cada pastor deber á conseguir todas
las traducciones de la Biblia que pueda en su propio idioma, y estu
diarlas. Yo tengo treinta y cinco o cuarenta. Encentrará en muchas
de estas traducciones nuevas, luz maravillosa sobre varios textos
vertidos a nuestro propio idioma actual y enriquecidos por los mu
chos descubrimientos lingüísticos, arqueólogos y ce lodo tipo. Debe
ría tener todas las traducciones que pueda siempre a mano. Debería
tener la Biblia en sus idiomas originales y ser capaz de leerla en su
estudio devocional. Pero cuando llega a la predicación, creo que
debería usar esa «fuente de inglés inmaculado* la versión de la
Biblia del Rey Jaime. Porque su rico y glorioso inglés anglosajón es
sin par* T.ean lo que John Ruskin dice sobre él en su Sesame and
Lilies [l a alegría y las azucenasj, también los comentarios de Sir
Arthur Quillcr-Couch en On the Art o f Reading [Sobre el arte de la
lectura]. Si hay algunos textos en esta versión que necesitan ser
matizados o actualizados por alguna otra traducción, por supuesto,
puede hacerse.
• Algo mmi Lit podemos decir de la Revu-Valer.», elogiada por la elefan ta de síi i.i-.h-lLmo por d
mismísimo MeivénJ«*y y fVi.iyo. Su rico vocabulario del Siglo *l<* Oro. no hn perdido brillo en
1.1 magnifica revisión de 1991 que publica Lis Sociedades bíblicas Unida-i. Además su Ldidón
de EAludio o ín ie ayudas y notas equilibradas y de gran uhlRiad V nuestro vocabulario espa
ñol se aplicará y s* pulirá leyendo a Corvantes, Ouevédo. Rubén r>.iriu, Arrudo Nono. Anto
nin Ma< ludo. Pablo Nenida, y otros.— N’. de F_
Leer este Libro y leerlo en voz alta, será una bendición para su es
tilo, y el estilo es importante. ¿Cuáles son los grandes maestros de la
expresión inglesa? Además de la versión de la Biblia del Rey Jaime,
están las obras de Shakespeare, Milton, Tennyson, John Ruskin,
Matthew Arnold, James Anthony Froude, John Henry Newman, y
otros. «Viva con ellos» dice el Dr. Charles Reynold Brown, «hasta que
un estilo débil, gastado, confuso, le cause repulsión instantánea».
Solamente para dar un ejemplo, la traducción de Moffat del Sal
mo 23 habla de «un valle estrecho de oscuridad». Compare eso con
el «valle sombrío de la muerte». ¡Ah!, hermanos, estén seguros de
que al menos están bien familiarizados con el magnífico inglés de
ese versículo. Así que les digo, lean en voz alta la versión del Rey
Jaime. Lean en voz alta buena poesía. Algunos de nosoríos tenemos
mentalidad auditiva, así como también mentalidad visual. F1 Dr.
Brown, el decano de la Facultad de Teología de Yale, dice:
«Fl inglés del rey, al igual que la hija del rey, tiene la intención de
ser "todo-glorioso por dentro"; tiene la intención de vestir nuestras
ideas "en oro labrado"; tiene la intención de "hacer que sus flechas
penetren en el corazón de los enemigos del rey"; tiene la intención
de "cabalgar en su majestad" y de cabalgar prósperamente, debido
a la verdad y justicia que contiene, "Se ba derramado gracia en sus
labios", por lo tanto, lo bendice para siempre sobre la alta misión a
la que es enviado. Si usted se esforzara so la men le para tenerlo así,
su estilo propio exhibiría esos elementos de claridad, de fuerza y de
belleza que, añadidos al poder de su palabra hablada, ahora treinta,
ahora sesenta, y en ocasiones hasta cien veces» (The Art of Preaching
[New York: MacMillan] p. 186).
Ahora ima palabra sobre la lectura general de un pastor, contras
tada con su lectura profesional. Me parece a mí que un predicador
debería intentar familiarizarse con la gran literatura de la raza hu
mana. No puede leer todo lo que es bueno; ni siquiera puede leer lo
que es extraordinariamente bueno; pero puede leer algunos de los
clásicos de todos los tiempos.
Cuando estuve en el colegio superior aquí, me pregunté cuánto
tiempo le llevaría a una persona leer todos los documentos que hay
en la Biblioteca del Congreso. Fl bibliotecario me informó que leer
los libros de solo una de las pequeñas glorietas que rodean las
principales rotondas, llevaría ocho años, ¡así que renuncié a leerlos
todos! Sin embargo, haríamos bien en recordar las palabras de
Benjamin Franklin: «¿Amas la vida? Entonces no malgastes el tiem
po, porque ese es el material del que está hecha la vida». Ahora, me
parecería una pérdida, dejar de oír el estruendo de los rompientes
sobre las orillas del Mar Egeo, que uno parece oír al leer La [Hada y
La Odisea, o no ver el propio viaje de Bunyan a través de la vida en
su inmortal obra, El Peregrino, o no ver a través de una ventana diá
fana el mismo corazón de un verdadero cristiano en las cartas de
Samuel Rutherford.
¿Por qué no conseguir la edición revisada de la guía de la buena
lectura de John D. Snider, 1 Love Books [Amo los libros], y aprender
realmente a am ar los libros?* ¿Y por qué no estudiar la biografía de
algunos grandes hombres, de algún predicador, quizás Wesley, Fu
lero, Spurgeon, Calvino, Agustín, y llegar a ser una autoridad en su
vida? Enriquecerá su propia vida y le ayudará a ustedes a enrique
cer la de los demás. Fue Bacon quien dijo: «I.a lectura hace comple
to a un hombre», y algunos de nosotros estamos bastante vacíos.
Un pastor tiene que amar los libros y conocer libros. Puede que no
tenga muchos, pero debería tener algunos. Toco pastor debería co
menzar a formar una pequeña biblioteca. No hay nada igual a tener
algunos libros propios, que uno los marca, los le?, los ama. Un predi
cador adventista naturalmente deseará tener todos nuestros libros,
y no voy a mencionarlos, porque podrá conseguir tantos de ellos
como pueda, de manera especial, los escritos del espíritu de profe
cía. Pero sugiero que la biblioteca especial para el estudio de la
Biblia se establezca alrededor de la Biblia. Encontrará algunas bue
nas sugerencias en el libro Profitable Bible Study [Estudio bíblico pro
vechoso], de Wilbur M. Smith, publicado por W. A. Wilde Company,
Boston, Massachusetts. En él, se* presentan siete métodos sencillos
para el estudio de la Biblia y una lista de los cien mejores libros, de
acuerdo a su opinión, para la biblioteca del estudiante de la Biblia
Hay otro buen libro, The Pastor and His Library [El pastor y su bibliote
ca! de Elgin S. Mover, que publicó la Moody Press, Chicago, Illinois.
* Fn eq».iñol d isp on en ** hoy <ic una ruu cxtr.KHdnviria y genul. quv ros da orienta* ion |vira que
sep-itr.o* c u i l o son los libro*, de la literatura universal que luda j>«rson.» culta d elvconocer
I it /o- ic ik r - t o i f j c /lay .7U.' h e r <tc Oiiuiam - ¿ m Himl (traducción de Ines Pcre> VIícK k‘1. Ma
drid: Saetilla na, 2004).
Para formar su biblioteca de estudio alrededor de la Biblia, quie
ro aportar lo siguiente: Consiga un buen comentario de toda la Biblia,
y si es posible, más de uno. Después uno o dos libros sobre Génesis,
Éxodo, Levítico, y así sucesivamente, hasta tener toda la Biblia; un
buen diccionario bíblico; un buen atlas bíblico; la concordancia ex
haustiva de Strong o la concordancia analítica de Young, o ambas.
Para buscar fácilmente los textos, yo pretiero la concordancia Walker,
aunque la concordancia revisada de C’ruden ha sido mejorada gran
demente.*
Y después sería bueno para ustedes jóvenes comenzar a archivar
su material, especialmente recortes y notas importantes. Al princi
pio no necesitan com prar im archivo caro. Es posible, para comen
zar, como hicimos muchos de nosotros, solamente con una caja de
madera del tamaño adecuado; o una caja de cartón para tarjetas, que
fue mi elección. Lo que importa es lo que usted hace con lo que tie
ne. No creo que Sócrates, Platón y Aristóteles tenían archivos de me
tal, pero probablemente los recordamos mejor a ellos y sus obras,
que a algunos de los tipos que tienen el último equipo en archivos.
Sencillamente un simple archivo alfabético, A, B, C en adelante, es
de ayuda com o para empezar. Bajo esas letras usted puede colocar te
mas tales com o Adventismo, Bautismo, Creación, etcétera, de mane
ra que pueda encontrar el material apropiado cuando lo necesite.**
No olvide las revistas denominacionales y las de información
general y no las arroje al incinerador sin haber recortado algo de
ellas. Si ve un buen articulo de Taylor G. Bunch en Tlw Reviere muí
Herald, recórtelo y póngalo bajo su encabezamiento apropiado, o si
ve algo sobre elocución del Dr. C. E. Weniger, póngalo donde perte
nece de manera que lo pueda encontrar cuando lo necesita. Con fre
cuencia el problema es que leemos todas esas buenas cosas, y des
pués no sabemos dónde encontrarlas cuando las necesitamos.
* 1 lov en español disponemos de unn amplu biblioteca publicad» por las ¡j i j i k U - . editoriales a d
ventistas hispánicas: ACLS, AFTA.l'I.MA y también (’adric l'ress y SalVti/ V sobre lodú tcrwmcs
••I privilegio di-disponer del CiVnmfarv b i t l i c o jdíertfefc» completo Fn manto a last munrdancias
hoy ¡> través de Internet fácil localizar cn.il.piicr palabra, «opresión c» lema meluso en varia»
\eraones de la Inlilu en es-paiiiil y muchos otros idioma» simultáneamente
•" Por su|>oesto hoy en dio con los sistema» inlomuikifs j'oik-mos archivar bien sea do» uinen
♦oscscaneadm o "bajados" de Internet— am enorme tadlidad y sin tener que pie»» upamos po«
el erqKMk> Pero el jxmeipio sigue sien»In pcrrcctamente v.ibdo: Todo predicador ha »Je Iiiut un
buen archhro proooalizado,so)»«• todo de ciu% do »us propias kvturas
Sugeriría un archivo para comentarios y artículos expositivos de
las Escrituras. Desearía haber empezado a usar uno al comienzo de
mi ministerio. Este es un archivo en el que cada capítulo de la Biblia
tiene una carpeta separada, al menos todos los capítulos principa
les. En algunas partes de la Escritura no hay necesidad de una car
peta para cada capítulo, sino que uno podría colocar varios capítulos
en una carpeta. Sin embargo, en el Nuevo Testamento usted querrá
tener una carpeta para cada capítulo. Y después en cualquier mo
mento que encuentre algo en nuestras revistas, tal vez en la co
lumna de Preguntas y Respuestas, sobre cualquier texto importan
te, recórtelo y póngalo en la carpeta de ese capítulo. De esta forma
estará desarrollando constantemente un comentario cada vez ma
yor sobre la Palabra, y una mina de información de mucho material
bueno que de otra manera estaría completamente perdido cuando
uno se deshace de los periódicos y revistas. Esta es una de las cosas
más buenas que tengo en lo que se refiere a la utilidad.
El archivo de ilustraciones siempre ha sido uno de los trabajos
más complicados y difíciles para la mayoría de los predicadores. He
archiv ado la mayor parte del mío en mi cabeza, pero ahora encon
tré un buen sistema, gradas al pastor John Osbom. Me prestó un libro
titulado The ¡lustration in Sermon, Address, Conversation, mid Teaching
[La ilustración en el sermón, discurso, conversación y enseñanza],
de Lesler B. Mathewson, en el que hay un capítulo sobre cómo ar
chivar ilustraciones. El método se llama: «El sistema real de archi
var» y es uno de los sistemas mejores para ilustraciones hasta donde
yo haya visto. Es difícil crear un sistema para archivar ilustradones,
pero Mathewson lo ha hecho. Es sencillo y es muy práctico. Pienso
que sería bueno tener reproducciones de ese capítulo y ponerlo a dis
posición de nuestros obreros, porque creo que el libro está agotado.
Robert J. McCracken dice que el calibre de un pastor a menudo
se juzga por su biblioteca, no necesariamente por su tamaño sino
por ios libros que contiene, ya sean pocos o muchos. Dice él: «Con
la excepción de sus oraciones en público, nada revela tanto sobre un
pastor como su biblioteca». Tengámoslo siempre bien presente. Es
cuché el relato de un miembro de la comisión de o'denación que fue
a escuchar predicar a un candidato. El candidato lo invitó a almor
zar en la casa pastoral. El visitante quedó pasmado por la ubicación
y el tamaño del estudio, porque era un cuarto pequeño y miserable.
Había cientos libros en los estantes, y los libros religiosos eran ma
yormente libros de sermones.
Por supuesto, el leer también puede ser exagerado. Hay quienes
conocen más de literatura que de la vida. Debe conocer ambas. A
algunos hombres se les puede hacer esta pregunta: «¿Dices esto de ti
mismo, o te lo han dicho otros de mí?» (Juan 18: 34). Los sermones
no deberían estar saturados de citas de otros hombres, sino repletos
de citas de la Sagrada Escritura.
Charles Spurgeon estaba viajando por el norte de Inglaterra y se
detuvo una noche en una de aquellas pequeñas antiguas posadas in
glesas. Ustedes saben como es allí; se consigue cama y desayuno por
la misma cantidad de dinero. También es una buena idea. Cuando el
señor Spurgeon fue para desayunar, observó un libro muy antiguo
sobre el estante que estaba encima de la mesa, arriba, cerca del cielo-
rraso bajo el pequeño aposento. Siempre interesado en libros, estiró el
brazo para alcanzar el libro. F.ra una Biblia, carcomida. Polillas que
roen los libros, un ejército de polillas, había estado comiéndosela y
una la había traspasado de tapa a tapa de manera que la luz pasaba
a través de ese agujero del Libro. «!Ah!», dijo Spurgeon, «esa es la
clase de polillas de libros que deberían ser los cristianos. Deben
comenzar en Génesis y digerir su camino derecho hasta Apocalipsis».
Seguramente deberíamos hacer eso con el Libro de Dios. También de
beríamos estar bien familiarizadas con otros libros de gran importan
cia, especialmente la literatura clásica de nuestro propio idioma.
Algunos predicadores leen una enorme cantidad de literatura de
poca importancia, cantidades de diarios y revistas, pero no leen ni
un libro «glande», de los fundamentales, al año. Cualquier cosa que
hagan, mis queridos jóvenes predicadores, no usen las horas de la
mañana para los diarios y las revistas. Tal vez echarles un vistazo,
pero nada más. Deberíamos leer algún libro que atraiga nuestra aten
ción y pensamiento por las mañanas. No hay nada más rancio y anti
cuado que el diario de ayer. ¿Se detuvo a pensar alguna vez que si
dejara de recibir el diario, el mundo seguiría igual, exactamente
igual que si usted lo lee regularmente cada mañana? Puede (.‘star segu
ro. Un buen semanario o una revista servirían exactamente para su
propósito, y ciertamente le ahorraría una buena cantidad de tiempo.
Es bueno leer varios libros sin pérdida de tiempo, libros que sean
diferentes, libros sólidos sobre temas bíblicos, libros que le hagan
pensar profundamente. Marque, anote y subraye sus libros, y des
pués en las páginas en blanco del inicio y el final del libro, haga una
especie de índice propio. Lea libros de historia, de viajes, de ciencia,
pero sobre todo biografías. Aprenderá más ce historia en las biogra
fías que de ninguna otra manera. Es la historia personalizada. Vol
verá a vivir en otros tiempos.
¿Cóm o va usted a entender la Inglaterra del siglo XVUI si no ha
leído la Ufe o f Samuel Johnson [Vida de Samuel JohasonJ de Roswell?
A propósito, esa fue una de las primeras grandes biografías moder
nas: jUn escocés que escribe la biografía de un inglés que odiaba a
Escocia! Usted sabe que el famoso diccionario de Johnson fue el pri
mer gran diccionario de la lengua inglesa. ¿Saben como definió la
palabra fíats favenaj? «Cereal con el que alimentan a los caballos en
Inglaterra y a los hombres en Escoda». Los escoceses le replicaron
diciendo: «Sí, es verdad, ¿y dónde tienen caballos tan buenos como
en Inglaterra y hombres tan fuertes como en Escocia?» Johnson dijo
una vez: «E*l panorama más encantador que alguna vez ve un esco
cés es el camino que lleva fuera de Escocia». Ahora, ¿se pueden ima
ginar eso? V sin embargo, fue un escocés, Boswell, que admiraba tinto
a Johason que escribió su famosa vida. Léanlo, está lleno de ilustra
ciones. Allí es de donde se consiguen algunas de las mejores ilustra
ciones biográficas. Los nombres son las palabras más interesantes en
el mundo, y la palabra más interesante que usted ha oído jamás en su
propio idioma, es su propio nombre. ¡Usted lo sabe! Así que aprenda
a conocer sobre otros nombres, vea lo que le sucedió a otras personas.
¿Cómo podría entender el siglo XVÍU si no ha leído el Wesley's
Journal? [Diario de Wesley]. No quiero decir ese diario en un tomo,
delgado reducido, simplificado. Quiero decir el diario auténtico e
íntegro, completo en cuatro tomos. Está disponible en una nueva
edición, justo .ihora en una librería, y estoy suspirando por él, lo
deseo ardientemente, pero es demasiado caro. Todas las cartas de
|ohn Wesley están disponibles por cierta cantidad de dinero De
searán tanto un libro que buscarán la manera de comprarlo, claro
sin que su esposa se dé cuenta, usted saldrá en una escapada y lo
comprará. Después, cuando ya lo haya hecho, ¡ella lo perdonará!
Después lean a Luke Tyerman, Ufe uml Times of John Wcs/cy [La
vida y la época de John WesleyJ. Uno encuentra sus mejores ilustra
ciones en las biografías, pero esta lectura debería ser general y con-
tinuar siempre. ¿Cuándo conseguiré tiempo para leer? Oh, un poco
de tiempo aquí y allí, cuando otra gente está hablando o haciendo
cualquier cosa. Yo leo mientras voy andando al trabajo.
Cuando ocurrió el terremoto de Long Beach, estaba teniendo una
reunión en South Cate, en el mismo epicentro del terremoto. I a par
te del frente de los edificios y el revestimiento de ladrillo estaba en
grandes montones en las aceras, y muchos de los edificios estaban
sostenidos con gruesos tablones apoyándose en las aceras. Al cami
nar de mi casa al tabernáculo, por supuesto leía, pero evitaba chocar
con esos tirantes y los montones de ladrillos, manzana tras manzana.
No era difícil mientras podía ver todo aquello por el rabillo del ojo.
Un día me llamó una mujer por teléfono y dijo: «¿Con el señor
Richards? ¿Es usted ese predicador?» Le contesté que era yo, y en
tonces dijo: «Lo veo a usted cada día bajando a pie por esa acera
obstruida hacia su tabernáculo, y estoy casi segura que se va a caer
en el paso siguiente. No puedo aguantar más, ¡me estoy volviendo
loca! ¡Por favor, no lea mientras camina, vigile por donde va!» Le
aseguré que podía ver perfectamente hacia donde iba v le dije que
no se preocupara por mí. SI uno tiene un libro con él, pronto tendrá
el hábito de sacarlo y leerlo, hasta en breves lapsos de tiempo, dos mi
nutos, tres minutos, cinco minutos, diez minutos. Es sorprendente cuán
to puede leer uno usando los momentos libres que con frecuencia,
se desperdician cada día Por supuesto, quien maneja un automóvil
no puede leer mientras maneja; pero si maneja otro conductor pue
de adiestrarse para leer, incluso, en un vehículos en movimiento.
Afortunadamente para mí, no manejo. Acostumbraba a manejar
hace años, pero ahora no. Así que siempre tengo un libro para leer
mientras el otro compañero está maniobrando en el tráfico. Cuando
viaje con el cuarteto este verano, voy a poder leer mucho. Leo de
siete a ocho horas al día cuando estamos en la carretera. Edwards y
yo llevamos unos cuantos libros, y mientras los otros compañeros
manejan nosotros leemos y disfrutamos leyendo. Así que si usted
puede conseguir que otro maneje, hágalo y entonces lea.
«¿Por qué llevar un libro? Yo soy un hombre libro», dijo Lowell. Y
cada predicador debería ser un hombre libro. El obispe) William Quayle
nos recuerda que «los libros son los jugos exprimidos del racimo de
las edades. Representan la sabiduría y la delicia de la tierra, y son el
sendero a través de las colinas que han pisado las generaciones. Un
predicador debería sentirse en casa con el mejor pensamiento de
lodos los tiempos Se lo debe a sí mismo. Se lo debe al pueblo»
{Paslor-Vreacher, p. 43).
Quisiera poder predicar como Quayle. Lo escuché cuando tenía
trece o catorce años. Recuerdo muy bien su sermón y podría predi
carlo ahora mismo.
¿Por qué no debería el predicador educar su lengua en el buen
inglés desde Chaucer hasta Maurice Hewlett?* ¿Y por qué no leer
una página del diccionario de vez en cuando? Podría ayudar a algu
no de nosotros a decir lo que peasamos y a pensar lo que decimos.
A menudo la lectura del predicador que no es técnica, es su lectura
más influyente.
Cuando uno empieza el verdadero desarrollo de su sermón, de
bería recluirse a solas, donde nadie lo distraiga, y entonces estudiar
su texto, su pasaje, su tema. Para empezar debe excluir todos los
comentarios, el diccionario bíblico y las enciclopedias religiosas.
Debería excluir todos los libros de sermones e ilustraciones, aunque
se sienta tentado a consultarlos. Ante todo, debería sentarse con su
tema ante el Padre celestial y meditar con devoción sobre el texto y
los pasajes correspondientes de la Escritura, forzándolos a dar a luz
sus riquezas. Solo y sin la ayuda de nadie debería buscar la medida
plena de significado que hay en la Palabra.
Fue Richter quien dijo: «No lea hasta que piense que tiene ham
bre; no escríba hasta que esté saturado de lecturas». Uno debería
«rumiar» sobre su texto. Comenzarán a venir ideas, gérmenes de vi
da. Como dice el Dr. Brown: «Luche con su lema, como Jacob luchó
con el ángel. Dígale mientras lo sostiene a la distancia del brazo:
"Dime tu nombre, muéstrame tu naturaleza. No te dejaré si no me
bendices"» (M L , p. 63). Hsto tiene que durar algún tiempo, tal vez
algunos días, y en algunos temas, tal vez meses. Continuamente
surgirán nuevas ideas del texto. Uno puede meditar sobre el tema
mientras camina. Y, a propósito, los predicadores deberían caminar
más. Voy a repetirlo: Deje su vehículo en el garaje, y camine hada el
trabajo. O déjelo a unas pocas cuadras de distancia de su trabajo, y
camine el resto del trayecto. ¿Quién podría pensar alguna vez a me
nos que dedique tiempo a caminar?
A
NTES DE T.EER nuestro texto, deseo compartir con uste
des la lectura de una carta, de un hombre a quien respeto
y admiro profundamente, no solo como pred ¡oidor sino
también como erudito y caballero. La suya es una carta
muy franca y directa.
«No obstante, es un hecho que como denominación no solamen
te estamos haciendo frente a una crisis, sino que estamos pasando
por una crisis, y por la investigación que he hecho en nuestro país,
así como en otras partes del mundo, hay que hacer un reajuste en
nuestros métodos y en nuestro punto de vista. Ahora bien estoy
convencido de que, si alguna v e / se diera el caso que perdiéramos
la visión de realizar una evangelización agresiva, tendríamos una
indicación de haber alcanzado un punto de saturación, y que nos
hemos "arraigado'' y que hemos dejado de ser un movimiento. Desde
luego, como usted dice, los métodos deben modificarse conforme a
los vertiginosos cambios de nuestros tiempos. [...] Desearía que dejá
ramos de ir siempre por detrás, y que aplicáramos concienzudamente
310 APACI IN IA MW OVEJAS
métodos que hayan sido aplicados con éxito por otros mucho antes
de nosotros.
»También confío que mantendremos intacta la identidad y pecu
liaridad de nuestro mensaje. No creo que bajo ningún concepto de
biéramos diluir nuestro mensaje o nuestros conceptos. No creo que
un cristiano tenga que presentar excusas para la Palabra de Dios, por
su punto de vista. Pero, como denominación hemos sufrido por mu
cho tiempo de un complejo de inferioridad, y quisiéramos llegar a ser
una denominación con una buena aceptación social. Nos ofende
mos cuando somos considerados una "secta", o peor aún, un "cuito"
[culi: despectivo en inglés]. Personalmente, me da igual el tipo de
etiqueta que nos puedan colocar los demás. Lo más importante es
que reafirmemos nuestras creencias y vayamos al mundo con un
mensaje apropiado a sus necesidades, con un mensaje que traiga
coasuelo, y que sea una respuesta bíblica a las grandes interrogan
tes que angustian a la humanidad.
»Eh estos momentos estamos bajo una mirada escrutadora. Por
ejemplo, hay un libro, escrito por un sacerdote francés que nos ha
examinado a fondo y, debo decirlo, de manera imparcial. Su blanco
no es criticamos o atacamos, sino encontrar realmente cómo es posi
ble que un católico francés se haga adventista. En ese libro analiza
"las sectas" entre las cuales enumera a los bautistas, metodistas, y la
Ciencia Cristiana; pero los adventistas del séptimo día encabezan la lis
ta. Es significativo que al analizar la "psicología del sectarismo", co
mo él lo llama, dice fy estoy simplemente citando de memoria] que
cuando los adventistas eran im movimiento; es decir, cuando no te
nían templos ni instituciones, "nosotros los católicos les temamos
temor"; pen) ahora se han estructurado e institucionalizado y hablan
mucho sobre organización y dinero. De hecho, el autor dice que ios
adventistas se parecen a los católicos más que todos los protestantes,
¡porque hablan de dinero más que nadie! Es un hecho que cuando
un movimiento deja de moverse y se institucionaliza, no solamente
en su organizac ión, sino también en su pensamiento, ha llegado la
hora de ponerse en guardia. Si nuestro único blanco es tener simple
mente miembros [cantidad de miembros], si lo que nos preocupa es
solo la cantidad, entonces tendremos que condescender en otras co
sas. Tendremos que pagar un precio muy elevado en la calidad del
mensaje».
Muy bien, con esas palabras comencemos nuestro mensaje. Nues
tro texto está en Hebreos 12: 1, 2: «Por tanto, nosotros también, te
niendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, dejemos
todo lo que estorba, y el pecado que tan fácilmente nos enreda, y co
rramos con perseverancia la carrera que nos es propuesta, fijos los
ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe».
Alguien que vaya a Londres, no puede dejar de visitar la Abadía
de Westminster, que podría llamarse la galería de retratos o sala con
memorativa de la nación inglesa. F.n esa antigua casa de Dios están
sepultados muchos grandes personajes. Se pueden identificar por
nombre, por una escultura o por una lápida conmemorativa. En la
capilla denominada Jerusalem, exactamente a la derecha de la entrada
principal, salió a la luz la versión del Rey Jacobo de las Santas Es
crituras. Es alu', como dijo Ruyard Kipling, donde la Abadía nos hace
uno, donde se recuerda a los grandes prohombres de muchos siglos.
No hay otra nación en el mimdo que haya podido hacer un salón
conmemorativo como la Abadía de Westminster. Recuerde, el edifi
cio pertenece a la Iglesia de Inglaterra y está relacionado ínfimamen
te con la monarquía reinante en Gran Bretaña y, sin embargo, en esa
iglesia hay un monumento en honor a John Wesley, un hombre que
fue duramente perseguido y repudiado durante su vida por la Igle
sia de Inglaterra. Y todavía más sorprendente, es que en ese mismo
edificio hay un monumento conmemorativo a George Washington,
el cabecilla rebelde norteamericano en 1776. Pero, esa es ima de las
cosas sorprendentes de nuestros antepasados: Reconocer la grande
za, hasta de sus enemigos y absorberlos finalmente en la gran co
rriente de la historia. Así que, allí en la Abadía de Westminster tene
mos monumentos conmemorativos de los grandes de nuestros an
cestros.
En las Escrituras tenemos un capítulo que es la Abadía de West
minster de la Biblia. Es el capítulo 11 de Hebreos, donde tenemos
los monumentos en honor a algunos de los grandes siervos de Dios,
desde el amanecer de la historia de la humanidad hasta el tiempo de
Cristo. Entre ellos, encuentran su lugar grandes predicadores. La
sangre de Abel predicó. Enoc fue un predicador y un predicador so
litario, porque su mensaje no fue ciertamente popular, sino que al
igual que todo verdadero predicador desde entonces, caminó con
Dios. ¡Qué privilegio, qué deber es el nuestro, caminar más cerca de
Dios! De Noé se nos dice que fue un predicador de justicia. Fue
amonestado por Dios y a su vez amonestó al mundo.
Una de nuestras organizaciones de relaciones públicas tiene este
lema: «Usted nos lo dice y nosotros se lo decimos al mundo». Asi
fue con Noé. Dios se lo dijo a él, y él lo dijo al mundo. Llevó sola
mente siete personas con él al arca, pero transmitió el mensaje de
Dios. Cumplió su deber. Proclamó la Palabra del Señor y «adverti
do por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó
un arca para salvar a su familia; por la fe condenó al mundo y llegó
a ser heredero de la justicia según la fe» (Heb. 11: 7, BJ). Este es un
gran texto para cualquier predicador. Contiene todo lo que le concier
ne a un pastor. «Advertido por Dios», es decir, recibió el mensaje de
Dios. «Con religioso temor» o sea, creyó el mensaje. «Construyó un
arca», actuó en conformidad con el mensaje y mandato de Dios, til
mensaje fue eficaz de una manera negativa, es decir, Noé «condenó
al mundo». Fue eficaz de una manera positiva, porque «llegó a ser
heredero de la justicia según la fe». Y, a propósito, esa es la única cla
se de justicia que existe, la justicia por la fe. Aquí tiene usted todo el
material necesario para un gran sermón.
Bien, Abraham fue un profeta, corno nos dice la Escritura en Gé
nesis 20: 7, y por lo tanto un predicador. Abraham oyó el mensaje:
«¡Vete hacia occidente, joven!» Abraham lo escuchó y actuó en con
formidad con el mensaje. Partió hacia el oeste, para ir hacia lo que
hoy llamamos Palestina, y al partir mostró su fe en el mensaje de Dios.
También predicó la justificación por la fe como nadie lo había hecho
hasta entonces, como bien saben ustedes. La Biblia lo presenta como
un ejemplo de ellos.
Pasamos por alto muchos otros patriarcas y profe:as que se men
cionan aquí, y llegamos a Moisés. ¡Qué predicador tan poderoso! Su
retrato se expone aquí en esta galería de la fe. Moisés fue llamado
por Dios en la infancia; Dios llama a algunos predicadores desde la
infancia. Moisés hizo la elección suprema al sufrir aflicción con el pue
blo de Dios antes «que gozar de los deleites témpora es del pecado»
(Heb. 11: 25). N o permita que nadie le diga que no hay placer en el
pecado. I .a Biblia afirma que lo hay, y todo el que se ha complacido
en el pecado, sabe que hay placer; pero que no dura mucho, es tem
poral. «Y consideró que el vituperio de Cristo es mayor riqueza que
los tesoros egipcios, porque miraba al galardón» (vers. 26).
Hace varias generaciones, los críticos de la Biblia, incluso teólo
gos escépticos, afirmaron que el relato de la huida de Israel de Egip
to y la construcción del tabernáculo en el desierto eran sencillamen
te mitos piadosos, porque no había suficiente oro en todo el mundo
como para hacer los dos querubines de oro sólido y cubrir el arca, y
cubrir con una capa las mesas del tabernáculo y hacer los vasos de
oro. Boro cualquiera que visite el gran Museo de El Cairo y vea la sa
la de oro en la cual se exhibe el contenido de la tumba de Tutanka-
món, llega a tener una pequeña idea de las riquezas de las que se
disfrutaban en Egipto en los tiempos de Moisés.
Desde el momento que usted deje atrás a los guardianes arma
dos en la puerta de aquel museo, va a ver más oro de lo que proba
blemente haya podido ver antes en toda su vida: La mesa de oro con
las sillas de oro, el armazón de la cama de oro, el carro de guerra de
oro, la abundancia de artículos y utensilios de oro, y lo último de
todo, el ataúd de oro macizo, equivalente a seis millones de dólares.
Todo de oro, no chapado en oro, ni de oro de 14 quilates, sino de oro
puro, donde descansa ahora la momia del joven rey. Era un enamo
rado del oro, pero no tuvo mucho tiempo para acumularlo porque
murió cuando terna cerca de dieciocho años. Es impresionante la
cantidad de tesoros que había en Egipto. Moisés renunció a todos
esos tesoros terrenales, y más de un predicador tiene que hacer lo
mismo hoy. Sin duda renunció a la posibilidad del mismo trono.
¿Por qué? Porque veía «al Invisible». Nadie puede predicar hasta
que esté dispuesto a renunciar a las riquezas, los placeres, los teso
ros, la gloria y el honor del mundo. Nadie puede ser un auténtico
predicador hasta que tenga una visión de lo invisible, hasta que vea
con el ojo de la fe lo eterno. Al igual que Moisés, cuando uno llega
a la experiencia del Mar Rojo de su vida, ¡debe mantenerse miran
do hacia arriba y siguiendo adelante con fe!
* Nothü^ lip£<>fv, utrthinj; behind; / íjilli fall on the seeming vowi, / And find Iherodc
Ivnealh.
Sobre los muros del capítulo 11 de Hebreos, el capítulo Abadía
de Westminster, vemos los nombres y los monumentos conmemora
tivos de otros destacados caracteres, hasta que por fin llegamos a
David, otro gran predicador. Dijo David: «Anuncié tu justicia en la
gran congregación» (Sal. 40: 9). ¡Qué gran predicador fue Sí, David
no solamente fue rey, profeta y músico, sino que fue uno de los más
destacados predicadores de la historia. Algunos de sus grandes ser
mones están registrados en la Escritura, y al pasar quisiera sugerir
que cada predicador lea una y otra vez, y en voz alta, los Salmos de
David. Tendríamos mejores oraciones en nuestro servicio de adora
ción y tendríamos más poder en la oración, si lleváramos en el cora
zón algunas de estas grandes oraciones de David. ¡Cuántas ora
ciones descuidadas escuchamos!, sin duda, fervientes pero les falta
mucho de lo apropiado. No hay adoración a Dios, no hay confesión,
no hay un comienzo adecuado ni una conclusión adecuada. A me
nudo oímos oraciones en publico que deberían ser hechas en pri
vado.
Cuando comencé mi ministerio, mi padre me instó a leer los Sal
mos en voz alta, ya que representan el plan de Dios para la oración.
El libro de los Salmos es el libro de oraciones de la Biblia. Y a propó
sito, lean algún día el hermoso libro de Rowland Prothero, The Psnlms
in Human Life [Los Salmos en la vida del hombre]. Yo también creo
que sería bueno para todo pastor conseguir un ejemplar del Book of
Common Prayer [Libro de la oración en común] que usa la Iglesia de
Inglaterra, o la Iglesia Episcopal en los Estados Unidos, y leer en voz
alta y con la máxima atención esas grandiosas oraciones, muchas de
las cuales fueron hechas por Latimer, quien acabó siendo un mártir
de la fe cristiana. El libro de los Salmos y el Book o f Common Prayer,
proporcionan buenos ejemplos de oración reverente y bíblica, y esa
es la clase de oración que nosotros como ministros deberíamos apren
der a ofrecer en nuestros servicios públicos de adoración.
En Hebreos 11: 32 leemos de Samuel y los profetas. Los profetas
fueron los grandes predicadores de los días del Antiguo Testamen
to. La mayor parte de los que se? mencionan en las Escrituras fueron
predicadores mientras ejercían el oficio profético. Proclamaron la Pa
labra de Dios, fueron «anticipadores» así como vaticinadores; es de
cir, amonestaban, invitaban fervientemente, eran ganadores de almas
para Dios.
T.ean el resto de este capítulo. Habla de la fe dé aquellos predica
dores poderosos, las grandes hazañas que realizaron, sus sufrimien
tos, persecuciones y martirios, porque miraban al futuro, a una m e
jor resurrección «de ios cuales el mundo no era digno. [...] Y todos
estos, aunque aprobados por el buen testimonio de su fe, no recibie
ron el cumplimiento de la promesa; porque Dios había provisto
también algo para nosotros, para que ellos no llegaran a la perfec
ción aparte de nosotros» (vers. 38-4Ü). Piense en eso, los grandes
predicadores de las edades pasadas aguardándonos a los predica
dores de hoy para terminar su obra, porque los versículos que le
siguen inmediatamente (TIeb. 1 2 :1 ,2 ) de los cuales tomamos el títu
lo de esta conferencia, dicen: «Por tanto, nosotros también, tenien
do en derredor nuestro tan grande nube de testigos, dejemos todo
lo que estorba, y el pecado que tan fácilmente nos enreda, y corra
mos con perseverancia la carrera que nos es propuesta, fijos los ojos
en Jesús, autor y perfecdonador de la fe». La «nube de testigos» a la
que se refiere aquí son los personajes mendonados precisamente en
el capítulo anterior. El cuadro que se nos presenta no es el que solían
contemplar las grandes multitudes que acudían a los juegos griegos
para aplaudir a los vencedores; sino la de aquellos héroes que die
ron testimonio por su íe, como nosotros debemos testificar por nues
tra fe, y muchos dieron testimonio incluso con la muerte.
Ln los escritos griegos clásicos encontramos esta palabra «nube»
que se usa varias veces, no para denotar a la gente que está a su alre
dedor en el aire, sino que se emplea como una figura de una gran
compañía de personas, una nube de arqueros, una nube de soldados
de infantería, una nube de jinetes. Estas expresiones se encuentran
en los escritos de Homero, que se cree que adquirieron su redacción
final en algún momento entre el siglo XII y d siglo IX antes de Cristo.
Muchos de los escritores clásicos usan esa palabra «nube» de la mis
ma forma que se usa aquí.
Por supuesto, a menudo se ha pensado en esto como refiriéndo
se a los juegos olímpicos, con los testigos observando una competi
ción pero esa no es la idea de este pasaje. La palabra testigos, como
ustedes saben, viene exactamente de la misma palabra de donde se
origina el vocablo mártir. Los antiguos mártires fueron testigos de su
fe, incluso hasta la muerte. Como lo escribió Calvino en su comen
tario sobre Hebreos: «Afirma el apóstol que estamos rodeados por
ese numeroso séquito, de modo que no importa a donde dirijamos
nuestra mirada, inmediatamente nos topemos con muchos ejemplos
de fe. f...] Dice el apóstol que la fe queda suficientemente probada
por el testimonio de ellos, de modo que no da lugar a dudas; pues las
virtudes de los santos son otros tantos testimonios que nos fortale
cen para que, contando con ellos como nuestros guías y compañe
ros, sigamos adelante, hacia Dios, con más diligencia».
Esos testigos, los que dieron sus vidas en fiel servicio a Dios a tra
vés de las edades, dan testimonio por sus experiencias de la fideli
dad de Dios hacia su pueblo. Se entregaron a sí mismos a la misma
contienda en la cual estamos nosotros empeñados. Por lo tanto, al leer
su historia y oír de su valor y victoria, debería aumentar nuestro fer
vor. Cuando sabemos lo que hicieron, sabremos lo que nosotros he
mos de hacer.
Por el registro de sus vidas nos confirman que es posible esa per
severancia; que aunque hayamos de sufrir dificultades, durarán so
lamente un día. Di grad a de Dios nos sostendrá, las recompensas de
la fe son ciertas y perdurables. Asi que, al ver que nosotros tenemos
«en derredor nuestro tan grande nube de testigos», de mártires, de
hombres y mujeres que dieron su vida por la íe, por la predicación
de la Palabra, corramos adelante y sigamos su ejemplo, que es un
monumento conmemorativo para todos nosotros. Ese es el pensa
miento que se desprende de aquí. Debemos testificar por nuestra fe
como ellos testificaron por la suya.
Y ese es el pensamiento que nos viene cuando caminamos en al
gunos de los lugares de gran heroísmo por Dios, como la isla de lona
y aquel secreto Valle de Glendalough, unas millas al sur de Dublin.
Vayan y pasen unos pocos días allí, entre las ruinas de aquellas anti
guas iglesias del mundo cristiano precatólico. Cuando ustedes cami
nan por los sagrados lugares de Tierra Santa, en las pisadas de jesús
y los apóstoles, piensen en el testimonio que ellos dieron por Crislo.
Cuando vayan a Italia visiten la cárcel Mamertimi, en Koma, donde el
apóstol Pablo arrastraba sus cadenas con movimientos lentos y te
diosos [o visiten los valles valdenses en el norte del país]. Estarán
rodeados por los testigos, por el martirio de aquellos grandes hom
bres y mujeres de Dios.
Así que «estamos rodeados», dice Calvino, «por ese numeroso
séquito, de modo que no importa a donde di rijamos nuestra mirada
inmediatamente nos topemos con muchos ejemplos de fe». Esa es la
idea. No es que ellos nos estén observando, sino que nosotros ob
servamos lo que ellos hicieron y pensaron sobre la fe. Su fe fue pro
bada suficientemente por su testimonio. Debemos mirar su historia.
Todos esos héroes de la fe todavía hoy nos hablan como lo hizo Abel
en la antigüedad (I Teb. 11:4). Hay recursos inmensos de biografías en
la Biblia y fuera de la Biblia, hay una larga lista de predicadores cris
tianos que deberíamos conocer, pero a quienes descuidamos con de
masiada frecuencia. El leer lo que hicieron nos alentará para «dejar
lodo lo que estorba» no simplemente los pecados en los que uno
podría pensar así de primeras, sino el pecado que tan fácilmente nos
enreda como una túnica que se enrolla alrededor de nuestras pier
nas cuando estamos tratando de correr una carrera. Debemos libe
rarnos de este exceso de equipaje si es que vamos a hacer nuestra
gran obra para el Señor, así como el atleta en los juegos olímpicos
echaba a un lado sus vestiduras y comenzaba a competir en serio.
Al desembarazarse de toda la vestimenta ajustada y al dejar a un la
do todo el peso, corría con toda su potencia como si le fuera en ello
la vida, para ganar la corona corruptible de victoria. En nuestra ca
rrera, todos podemos ganar.
TTay más de una cosa que el predicador tendrá que arrojar a un
lado, cosas que no son malas en sí mismas pero que son l u í impedi
mento para proseguir la carrera. Para ganar la carrera del gran pre
dicador, puede tener que renunciar a su agencia de compraventa de
automóviles, o a algún otro tipo de negocio. Puede tener que renun
ciar a algo que es totalmente correcto para que lo haga otra perso
na, pero que, al igual que una prenda de vestir suelta, lo enredaría
com o siervo del Señor. Debe liberarse de todas esas cosas.
Al estudiar esta lista de testigos aprendemos una gran verdad, y
es que dieron testimonio de la realidad. Esos verdaderos testigos de
Dios no buscaban fama personal, o notoriedad o gloria, o conseguir
que su nombre estuviera a la cabeza de alguna lista en el boletín de
la Asociasión o la revista de la Unión. Esos hombres y mujeres lo hi
cieron todo para la gloria de Dios.
Fn su libro The Dark Mile [I.a milla oscura}, John Hutton se refie
re a la «Bishop Blougram's Apology» [Apología del obispo BlougramJ
de Browning. (A propósito, me parece que cada predicador debería leer
los poemas de Browning empezando por el primero y terminando
por el último.) Vale la pena que lodo predicador le dedique quince
minutos de lectura al poema sobre el obispo Biougram. Blougran
habla de Verdi, el gran compositor y director de orquesta. Escribió
algunas óperas buenas, y algunas no tan buenas. Estaba dirigiendo
una de sus peores óperas en Florencia ante un gran auditorio. De
bido a su fama como músico, su nombre arrastró a la multitud. Pen
saron que la composición debía ser buena porque la había compues
to Verdi. Al terminar esa representación teatral, el auditorio se le
vantó y lo aplaudió y le arrojó rosas. Lo aclamaron atronadoramen
te como si hubiera ejecutado una obra maestra. Verdi sabía que ha
bía fallado en hacer lo mejor que podía, sin embargo, recibió todos
esos aplausos. Se inclinó y se volvió a inclinar Estaba en pie escu
chando complacido la ovación y la aceptó, hasta que mirando a to
dos lados y vio al gran maestro Kossini. Allí estaba sentado en su
palco, y sencillamente lo miraba, como para decirle: «¡ Verdi, Verdi...!»
Entonces Verdi se vino abajo y desapareció tan rápido como le fue
posible.
Y así es con los que eligen las alabanzas humanas. Algún día, en
algún lugar, captarán la mirada de algún adorador sincero, o la mis
ma mirada de Dios, y entonces, ¡qué bochorno! No servimos por la
alabanza o por el honor de la gloria. De hecho, cuando predicamos
como es debido, no nos faltan críticas ni reproches, y a muchos no
les complace nuestra predicación.
Podemos aprender mucho de la vida v la predicación de esos
predicadores que aparecen en la Biblia y en la historia de la iglesia.
De nuevo vuelvo a decir: ¡1 .ean biografías! Emerson dijo una vez: «No
hay historia, solamente biografías». ¿Por qué no las usamos más? lia
habido muchas historias de la predicación, pero ninguna de ellas
completa. Hasta hoy nadie ha publicado una historia completa de la
predicación cristiana. Lo más cercano a eso fue la de Dargan, publi
cada en 1912, pero falleció antes de que estuviera terminado su to
mo final sobre la predicación americana. C ompletó solamente la par
te que se refiere a Europa.
El Dr. W. G. Blaikie escribió un magnífico libro sobre la predicación
escocesa, titulado i he Preachers in Scoiland Frtmt the Sixth to the Nineteenth
Century jí .os predicadores en Escocia desde el siglo VI hasta el siglo
XIX], publicado en 1888. Naturalmente, Escocia ha estado a la cabe
za de la predicación en el mundo cristiano.
Probablemente la historia más excelente de la predicación que
alguna vez se haya intentado escribir es una que justamente se aca
ba de completar, The History o f Preaching in Britain and America [La
historia de la predicación en Gran Bretaña y Norteamérica] de E K.
Weber, una obra en tres tomos. Hasta este momento no se había
intentado publicar una historia exhaustiva de la predicación en el
mundo de habla inglesa. Este escritor comienza con un periodo bas
tante olvidado, el período de la iglesia celta en Inglaterra, Irlanda,
Cales, Comualies y Escocia. Sobre esto se ha publicado bastante
material nuevo en años recientes, y realmente vale la pena leerlo.
Van a distintar especialmente si tienen algo de sangre inglesa, irlan
desa, escocesa, galesa o de Comualies en sus venas, porque esta par
te de la historia de la predicación nunca antes ha sido tenida real
mente en cuenta, y aunque se ha dicho que nadie puede ser teólogo
a menos que sea escocés o alemán, ha habido grandes predicadores
de origen celta. Consigan el libro de Webber. Les va a llamar la aten
ción desde el principio hasta el fin, la predicación en Gran Bretaña
y en los Estados Unidos com o no lo había conseguido antes ningún
otro libro.
No solamente es una historia, sino una compilación de biogra
fías de grandes predicadores, y sería muy bueno que todos la leyéra
mos, o por lo menos las partes más importantes de la obra. Por su
puesto, hay algunas páginas que son aburridas, lo que es algo natu
ral, con largas listas de personajes de los que no conocemos nada;
pero la mayor parte de la obra los conmoverá y los alentará. Sin du
da que la tienen aquí en las bibliotecas. Muy bien, tenemos la obra
de Dargan para la primera parte, de toda Europa después tomando
a Webber desde allí en adelante, tenemos una historia completa de
la predicación.
Al hacerlo así descubrimos un hecho muy importante: Nosotros
como predicadores adventistas del séptimo día no estamos solos en el
mundo. Cn verdad «tenemos en derredor nuestro tan grande nube de
testigos». Estamos al final de una sucesión que se remonta a través
de los siglos hasta el mismísimo Abel, una sucesión en la que no hay
prácticamente brechas, una sucesión de hombres de Dios que escu
charon la Palabra de Dios, que fueron y son predicadores bíblicos, hom
bres que amaron a Dios, muchos de ellos incluso hasta la muerte,
sucumbiendo com o mártires de Jesús. Desde los tiempos del Nuevo
Testamento, algunos de estos hombres no tuvieron toda la verdad,
por supuesto, pero amaron a Dios, amaron al Señor Jesucristo, acep
taron la inspiración y la autoridad de la Palabra de D os, amonesta
ron a las gentes contTa el pecado, y testificaron de Jesús como el
único Salvador de la humanidad pecadora.
A propósito, si alguna vez consiguen aquel viejo libro escocés,
Peden the Prophet JPeden el profeta], asegúrense de leerlo. Les conta
rá sobre un predicador poderoso que tuvo que vivir la mayor parte
del tiempo al aire libre en escondrijos cubiertos de moho, de donde
se había extraído turba, que tuvo que andar huyendo de acá para
allá por los páramos de Escocia; para escapar de los esbirros de Lord
Claverhouse. Tuvo el espíritu de profecía lo mismo que la hermana
White, pero su biógrafo trata de descartar y de disimular eso. «Por
supuesto, no fue así» dice el biógrafo, y sin embargo tuvo que re
gistrar esas cosas en su biografía. Ya ven, el autor del libro no creía
en el espíritu de profecía.
Alexander Peden fue uno de aquellos grandes predicadores es
coceses, y sucedieron las cosas que el Señor le había mostrado que
ocurrirían. Le mostró que no moriría a manos de sus perseguidores,
sino que moriría en la cam a. Y así fue. Pero después de su entierro,
la soldadesca cruel sacó su cuerpo del panteón familiar y lo colgaron
sobre una horca en una colina. Es un relato muy interesante la forma
como profetizó, y está escrito de su puño y letra, que sería enterra
do en medio del pueblo de Dios. Pero allí estaba, colgado en una hor
ca sobre la colina.
Cuando una condesa que vivía cerca vio su cuerpo colgado,
quedó indignada, aunque ella misma no favorecía las opiniones re
ligiosas de Peden. Informó al gobernador, que en lo religioso tam
bién era contrario a Peden, pero que se enojó tanto por lo que habían
hecho los soldados que dijo: «Mi administración estableció esa hor
ca para ladrones y criminales, no para predicadores del evangelio.
Vayan y bájenlo y entiérrenlo en el lugar donde lo sacaron o si no al
pie del patíbulo». Lo enterraron al pie del patíbulo, y todo creyente
fiel de aquella región de Escocia anhelaba ser en tem d o a su lado,
tan cerca como fuera posible del pie de la horca. Por esta razón, hoy
día hay un gran cementerio justo alrededor de ese patíbulo.
Todos esos hombres de Dios predicaron a Cristo crucificado a
través de las edades, y todos predicaron la justificación por gracia,
por medio de la fe. No tenían el conocimiento de la verdad que nos
otros tenemos; v supongo que si el tiempo continuara mil años más,
la gente que viviera justo antes del fin tendría más verdad de la que
nosotros tenemos. No debemos ir por ahí hinchando pecho y pen
sando que somos maravillosos porque tenemos toda la verdad. No
tememos toda la verdad; ninguno de nosotros la tiene toda. Senci
llamente, nos aproximamos a ella. listamos estudiando, y deberíamos
crecer en la gracia y en la luz de Dios. Debemos creer que «la senda
tie los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta lle
gar el pleno día» (Prov. 4:18). Ciertamente los creyentes hoy debería
mos tener más luz que los que vivieron ayer, especialmente cuando
ese ayer fue hace quinientos o mil años.
Pero, quién puede decir a quién recompensará el gran Juez de
todos los predicadores en el día de la cosecha, si al hombre que tuvo
menos luz y la siguió más ferviente y fielmente, o al hombre que tu
vo una luz mayor con menos peligros y problemas y la sigue menos
exactamente, menos fielmente. Tengamos la certeza de que seguimos
la luz con tanto fervor y con tanto sacrificio como esos personajes de
las edades pasadas lo hicieron. Me parece a mí que muchos nos aver
gonzarían.
De muchos de estos hombres en esta «nube de testigos» conoce
mos muy poco porque sus vidas estuvieron ocultas por la cortina de
humo de sus enemigos. Fueron difamados, mal comprendidos, des
critos engañosamente, como leemos en el libro de Apocalipsis. Hay
cristianos hoy en día en muchas remotas regiones del mundo y na
die sabe cómo llegaron allí. Hay evidencias y tradiciones y testimo
nios grabados en piedra y en manuscritos, en lugares remotos de
Asia central, China e India. Alguien predicó el evangelio allí. En el
sur de la India están los cristianos de Santo Tomás y otros. ¿Cómo
consiguieron llegar allí? Hasta donde sepamos, estaban allí desde
los tiempos más remotos. Cuenta la tradición que el apóstol Tomás
predicó allí y esos hindúes cristianos le mostrarán su tumba. Puede
ser que esté allí. Alguien les predicó a Cristo a aquel pueblo en la
tierra de los brahmanes. Por supuesto, se ha deteriorado a través de
los siglos y ya no tienen la luz como la tenemos nosotros.
De las tierras de Siria fueron misioneros al lejano occidente, a lo que
ahora llamamos Francia c Inglaterra, mucho antes que el misionero
católico romano Agustín desembarcara en las playas de Inglaterra
en el año 597. Cuando llegó allí, había una iglesia cristiana bien esta
blecida en Gran Bretaña. Es evidente que hubo predicadores cristia
nos en la pagana Irlanda antes que Patricio, aquel siervo de Dios que
hizo tanto para llevar la luz del cristianismo a los druidas de aquella
belicosa tierra. Leemos las palabras de una parte de su libro Confession:
«Yo, Patricio, un pecador, el más rudo y el menor ce todos los fie
les, y muy despreciable para muchos, tuve a Calpurnio por mi padre,
un diácono, hijo del tallecido Potio, el presbítero que moraba en la
aldea de Banavan, en la Tibemiá, porque tenía una pequeña granja
cerca del lugar donde me capturaron. Tenía entonces dieciséis años.
No conocía al verdadero Dios y fui llevado cautivo a Irlanda con
muchos miles de hombres de acuerdo con nuestros merecimientos,
porque caminábamos lejos de Dios y no guardábamos sus manda
mientos».
Esta es la confesión de Patricio, donde no aparece ni la más leve
mención al papado ni a nada semejante. Confio joven, fue llevado al
cautiverio por una banda de piratas que hacían incursiones por las
costas, y lo llevaron a Irlanda. En aquel tiempo, la mayor parte del
norte de Irlanda era pagana. Durante los seis años de su esclavitud
aprendió el idioma celta en su variante irlandesa. Dios lo estaba ins
truyendo en la obediencia por medio de las cosas que sufrió. Por úl
timo, se escapó de su cautiverio, se embarcó en un navio y llevó con
él un gran número de perros de caza a las CLilias. Allí recibió mía
educación cristiana, pero en su corazón parecía oír voces desde los
bosques de Irlanda que le suplicaban: «¡Ven aquí, ven aquí y ayúda
nos!». Ni las lágrimas de sus padres, ni las razones de sus maestros
y amigos pudieron retenerlo. Lo volvemos a encontrar en la isla Es
meralda entre los druidas del gran rey Lóigaire en Tara y lodos los
reyezuelos de irlanda.
Pue una vez a Antrim y trató de convertir al hombre que había
sido su capataz de esclavos. í\o tuvo éxito en esto, pero ganó mu
chos conversos. ¡Qué gran predicador!
Después fue a Tara, la capital de Irlanda, -el arpa que una vez es
parcía la música del alma a través de los salones de lora», según lo ca
lificó lomas Moro. Allí ante* el jefe de los druidas y el rey de lrianda pre
dicó el evangelio de Cristo mucho antes de que los misioneros católi
cos romanos llegaran a Irlanda. Pronto tuvo Irlanda un gran sistema
de educación cristiana y misioneros que iban por todo el mundo.
1 lay algunos libros tardíos escritos sobre todos ellos, y que son muy
interesantes. Los libros antiguos hablaban de monjes, y teníamos
una idea de que los católicos romanos hicieron esa tarea. En absolu
to. Hubo jóvenes que se reunían en grupos para estudiar y que se*
mantenían por sí mismos, hombres como Columba y Columbano.
Me interesé especialmente por Columba, un joven que íue ins
truido en una de las escuelas cristianas fundadas por Patricio. No
hay duda que la mayoría de nosotros lia escuchado el relato de su
verdadera conversión. Era un cristiano nominal, perteneciente a una
casta principesca, de sangre real. Se dice que un día se le ocurrió la
idea de hacer él mismo una copia del libro de Salmos. T.a hizo sin el
permiso de su maestro y trabajaba de día en día, todo sin que lo
supiera aquel respetable personaje, hasta que al fin completó el li
bro. Cuando el maestro lo descubrió, le exigió que le devolviera el libro
a él, ya que había sido copiado de su libro.
El caso l'ue llevado delante del rey supremo en el primer pleito
registrado de reclamación de derechos de autor. Dijo el rey: «Como
un ternero le pertenece al hombre que es dueño de la vaca, asi el
pequeño libro que salió del libro grande le pertenece al hombre que
es dueño del libro grande. Por lo tanto el libro ternero fo libro pe-
queño] le pertenece al hombre que es dueño del libro vaca [o libro
grande |».
Esto encolerizó tanto a Columba que él y sus amigos provocaron
un tumulto que terminó en una guerra, durante la cual murieron
centenares de combatientes. Entonces, impresionado por la concien
cia, porque él, un cristiano, había provocado la muerte de tanta gen
te, Columba reunió a su alrededor doce discípulos jóvenes y le pro
metió a Dios que irían a algún país tan lejano que ni pudieran ver las
colillas de su am ada isla del Eire, y que predicarían a Cristo hasta
que hubieran ganado tantos paganos para él como hombres habían
sido muertos en ese conflicto terrible e inútil.
Y así se pusieron en marcha en su pequeña barquilla de cuero, un
extraño bote circular hedió de piel de toro, estirado sobre el tronco de
un sauce; Se detuvieron en una isla en el niar de Irlanda y ascendie
ron al monte más alto, pero todavía podían ver Irlanda. Así que fueron
m ás lejos al norte y finalmente desembarcaron en lona, la pequeña
isla solitaria justo fuera de la costa de Koss del Mull, uno de los pro
montorios occidentales de Escocia. Desde allí no podían ver Irlanda;
así que levan la ron sus pequeñas chozas y comenzaron a organizar
una escuela para adiestrar a los jóvenes a fin de que fueran y predi
caran a los paganos pidos y escoceses. TToy los turistas en Europa en
cuentran los nombres de esos jóvenes en Suiza, Francia y Alemania,
así como en Alemania Occidental y a lo largo del Danubio.
Esos jóvenes predicadores celtas, irlandeses y escoceses-irlande
ses continuaron su obra desde Tona durante doscientos o trescientos
años, hasta que llegaron los vikingos y mataron a cincuenta y dos de
sus jóvenes estudiantes, quemaron sus edificios y destruyeron todo
lo que encontraron. Lo reconstruyeron, pero siete años más tarde los
vikingos volvieron a destruir todo lo que habían hecho. Quedó en
minas por muchos siglos, pero en el presente, la lona Fellowship [Fra
ternidad de lona] está restaurando esos edificios. Si viajan alguna
vez a Europa, no dejen de visitar Tona. Realmente hará estremecer su
alma. Antaño la llamaban la Isla Santa. En la Edad Media fue consi
derado un lugar santo, de tal forma que cuando se anunciaba que iba
a venir otro diluvio para destruir al mundo, se creía que la isla de
Tona era el único lugar que no sería anegado. Así que todos deseaban
ser enterrados en esa isla. Se dice que hay cuarenta y siete reyes ente
rrados allí, reyes de Escocia, Noruega y otros países, todos sepulta
dos en aquella pequeñita isla, de tres millas (unos cinco kilómetros)
de largo por dos millas y media (irnos cuatro kilómetros) de ancho.
La gente que está llevando a cabo la obra de reconstrucción son
presbiterianos que creen que la iglesia ha apostatado tanto que nun
ca será capaz de terminar su obra en el mundo, hasta que retorne a
los fundamentos y comience de nuevo, como hicieron Columba y
sus seguidores.
Es una experiencia conmovedora encontrar a algunos de esos
hombres allí mientras construyen de nuevo esos edificios. Y ustedes
pueden caminar hoy soba* el mismo empedrado por donde Columba
y sus compañeros caminaron en la antigua iglesia de casi un mile
nio de antigüedad.
Lo interesante de eso es que el noble escoces que era dueño de la
isla les permitió reedificarla con la condición de que cualquier deno
minación cristiana pudiera usar los edificios. Qué lugar maravillo
so sería para tener una convención con nuestros pastores, allí, en me
dio de esos soli la ríos lugares y caminar sobre las losas que una vez re
sonaron por las pisadas de aquellos consagrados héroes que se pre
paraban para ir a realizar una evangeli/ación mundial. Qué lugar
para la oración y la meditación. Sería realmente una experiencia ma
ravillosa.
Pero irnos ciento sesenta y cinco años antes de que Columba de
sembarcara en Tona, Ninian, un predicador británico, llegó a ser el pri
mer misionero en el norte, en el país que ahora llamamos Escocia.
Recibió su instrucción en Roma, pero recibió la fuerte influencia de
Martín de Tours. Edificó una iglesia a la que le puso por nombre
Candida Casa ILa Casa Blancal. Sus minas pueden verse hoy día, jus
to en lo alto de la Bahía Wigtown, en la costa sur de Escocia.
También debemos mencionar a Piran, el gran apóstol de Comualles.
Nacido en Trlanda, cruzó el mar céltico para predicar a los paganos
naturales de Cornualles, desembarcando cerca de lo que ahora es
Perranporth, o Puerto de Piran. Llegó a ser un diligente estudiante de
las Escrituras y tuvo gran éxito en su predicación. Antes de su muer
te llamó a sus seguidores para que estuvieran a su alrededor y les
aconsejó que investigaran las Escrituras diariamente, y advirliéndo-
les del anticristo venidero, el cual, declaró, intentaría destruir la obra
de la Iglesia Celta que él había fundado y en su lugar fundar una
iglesia espuria. Sabemos, por supuesto, que eso sucedió cuando los
misioneros papales llegaron allí más larde y finalmente consiguie
ron el control de las Tslas Británicas.
Corre demasiada sangre de Comualles por mis venas como para
no estar interesado en Piran. Pueden ir hoy a Comualles y ver los ci
mientos de la diminuta iglesia de Piran de doce pies y medio por vein
ticinco pies y medio (menos de 32 metros cuadrados), que aim está
allí donde fue y comenzó a predicar a aquellos paganos.
No tomaremos tiempo para hablar de aquellos grandes predicado
res como Columbano de Finbar, Petrock, Cíall, Aidan y o tíos; o Camgal.
que instruyó a cientos de predicadores en aquellos primeros días. Un
historiador dice: «Aquellos hombres podían predicar el evangelio con
la elocuencia sin par de los celias, pero hicieron más, vivieron el evan
gelio».
Después llegaron las invasiones de los angios y los sajones, las in
cursiones de los vikingos, l3 opresión de Roma por medio de la mo
narquía y otros gobernantes; y la predicación cayó en una gran oscu
ridad. Sin embargo, hubo algunos hombres fieles que proclamaron
la Palabra de Dios.
Muchos de* los predicadores más populares de aquellos días creían
que estaban obligados a dar, no solamente el sentido literal del texto,
y ahora no estoy hablando sobre los predicadores católicos que llega
ron durante la primera parte de la Edad Media, sino que me refiero
a la enseñanza alegórica o parabólica, la tipológica, la etimológica,
la anagógiea {interpretación espiritual o mistical, la analógica, la
típica o ejemplar, la anafórica o proporcional, y al significado místi
co o apocalíptico de cada texto. No es maravilla que aquellos pobres
campesinos no pudieran entender ni que el pueblo perdiera el inte
rés en los sermones, y si nosotros somos boy demasiado místicos
nos pasará lo mismo.
Aunque la predicación en aquellos días la hacían los monjes en
los monasterios fundados por la iglesia papal, y todo e n en latín, ha
bía unos pocos monjes que salían y predicaban al pueblo en idioma
vernáculo. Pero, fue im tiempo funesto para la predicación.
A principios del siglo XIII, llegaron a Inglaterra los frailes predi
cadores, los franciscanos y los dominicos, que predicaban en el idio
ma del pueblo. Ciertamente no fueron bien recibidos por los sacer
dotes regulares de los pueblos. Aquellos frailes predicadores fueron
perseguidos tanto como lo fueron Wesley y Whitefield siglos más
tarde. Sin ninguna duda, hicieron mucho bien. Pero, y es penoso de
cirlo, después de aproximadamente cien años, aquellos frailes llega
ron a ser ricos y populares, ediíicaron grandes monasterios al igual que
los otros, y la predicación volvió a declinar. Siendo lo que es la natu
raleza humana, cuando su influencia llega a ser considerable, la gen
te pierde el celo misionero.
El periodo de quinientos años antes de la Reforma fue la gran
época de edificación de iglesias, de esas catedrales gigantescas, «ser
mones en piedra», que se levantaron por toda la Europa cristiana.
T.a predicación decayó; la construcción de templos fue hacia arriba
y ocupó su lugar.
Más o memos por el año 1050 cuanelo Eduardo el Confesor, comen
zó la nueva Abadía de Westminster, parte de la cual aún está allí para
que la vea cualquiera que la visite hoy, se levantaron iglesias por toda
Inglaterra, las grandes abadías de San Albano, Glastonbury, y Exeter.
Buena parte ele los clérigos llegamn a ser arquitectos y maestros de
obras, hombres como Lanfranc de Canterbury, Guillermo de Wykeham,
y el obispo Branscombe de Exeter.
Mi padre me dijo que, cuando era un niño, acostumbraba a jugar
sobre la zona empedrada delante de la puerta del frente de la cate
dral de Exeter; que se acordaba de la fachada de ese edificio, cubier
to con imágenes de grandes personajes de la antigüedad. Debajo del
brazo de uno de ellos había una bala de cañón. Cuando Cromwell
luchaba contra Carlos 1, Exeter resistía en favor del rey. Cuando los
ejércitos de Cromwell estaban sitiando la ciudad, se disparó una ba
la de cañón sobre la muralla y se introdujo debajo del brazo de esa
imagen. Naturalmente, cuando estuve en Inglaterra, fui a ver la ca
tedral de Exeter y efectivamente, ¡aún estaba la bala de cañón deba
jo del brazo de la imagen! El frente del edificio está cubierto con
imágenes de David, los apóstoles y profetas que están allí en pie, del
tamaño natural y más grande.
Esos grandes edificios se construyeron en un tiempo cuando la
predicación estaba en crisis. Se espiritualizaron la mayoría de los
episodios del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, La gen
te se alimentaba con alegorías. 1.a predicación estaba en su punto
más bajo, aunque aquí y allí había hombres fieles que hicieron lo me
jor que podían, y dejaron brillar la luz y predicaron sermones bien
hechos, porque ninguna era estuvo sin sus testigos. El sacerdote lo
cal no podía predicar más y sencillamente abandonó. Así que les di
go lo que hicieron. Se reunieron los obispos de la iglesia y escribie
ron una cantidad de sermones y los pusieron en im pequeño libro
llamado el Book of Homilies (Libro de homilíasl que se leía a la gente
los domingos. Esas exposiciones sencillas y prácticas de la Escritura,
algunas de ellas muy bien adaptadas a las necesidades de las con
gregaciones se usaron en lugar de los sermones originales. Y, de pa
so, ahora ustedes pueden conseguir esos libros antiguos. Sin embar
go, el idioma está tan pasado de moda que no les sería de mucho be
neficio para su trabajo en la actuaÜdad. Tal vez deberíamos obtener
algunos libros de homilías. Podrían ser mejores que algunas de las
cosas que conseguimos. Si tuviéramos un buen libro de sermones en
viado por la Asociación General o por la Asociación Ministerial, al
menos podríamos leer un sermón, y la gente recibiría algo. De cual
quier forma, algunos de nosotros leemos homilías. ¿Por qué no te
ner algo bueno?
Uno de los mejores predicadores, en aquellos tiempos oscuros
fue Stephen Langton. Por supuesto, todos ustedes han oído hablar
de él- Estudió en la Universidad de París y lo consagraron al fin
arzobispo de Canterbury. No solo fue un gran predicador en aque
llos días aciagos para la predicación, fue uno de los muy pocos obis
pos o arzobispos que sabían predicar. Resulta paradójico, pero en
toda la historia de la iglesia, los arzobispos y obispos han dejado po
cas huellas como predicadores. Supongo que estaban tan atados a
su función administrativa que no podian seguir el ritmo de su estu
dio de la Biblia y lectura, y así sucesivamente. Pero Langton fue uno
de los hombres que predicaron. Se puso al lado de los balones en su
conflicto con el rey John, en 1215 y puso su firma en la Caita Magna,
uno de los grandes fundamentos de la libertad política y religiosa
com o la entendían los pueblos anglosajones. Así que podemos agra
decer a un gran predicador su ayuda al darnos nuestra libertad a los
norteamericanos, porque nuestra constitución [la estadounidense!
de algún modo se remonta la Carta Magna, que en gran medida se le
impuso al reacio rey, por medio de h influencia de Stephen Langton.
quien fue un gran predicador y administrador de la iglesia.
Y ahora llegamos a Wiclef, el Lucero de la mañana de la Refor
ma, como se le llamó. Lean sobre él en kl conflicto de los siybs. Wicleí
fue un predicador tremendo, un sacerdote católico romano, si, pero
un predicador enérgico, un hombre de Dios. En aquellas días casi
los únicos predicadores que había, estaban vinculados a la Iglesia
Católica; pero muchos de ellos fueron fervorosos hombres de Dios,
de acuerdo a la luz que tenían, y Wiclef fue uno de ellos.
Debido a que Wiclef predicó la Palabra en el idioma del pueblo,
y también tradujo la Biblia al idioma inglés, sus «conclusiones» fue
ron condenadas por sus superiores y en 1378 fue llevado al Palacio
Lambeth para probar su inocencia de las acusaciones, delante de los
prelados que lo habían convocado.
Mientras estaba en pie ante sus jueces, se produjo un tumulto en
la sala. Más o menos al mismo tiempo llegó un mensaje de la reina
madre para el sobreseimiento. Después de eso, murió de repente el
papa Gregorio XI. De esa manera el Señor salvó la vida de Wiclef.
¡Ya pueden decir nuestro sistema de organización que ahora es
complicado! Quiero decirles que no es nada comparado con lo que
era la organización eclesiástica por aquel entonces. Aunque podía cos
tar la vida de un hombre en aquellos días, Wiclef salió y organizó un
cuerpo de predicadores itinerantes, los «predicadores pobres» como
los llamó. Todos usaban el mismo tipo de vestimenta, una túnica sen
cilla de color rojizo, iban de dos en dos y predicaron por toda In
glaterra. Eran escogidos por su carácter, su celo religioso y su educa
ción. Vivían de una manera sencilla y servían sin salario, ganando su
propio sustento mientras predicaban, o apoyados por amigos. Se les
dijo que predicaran solamente las verdades de la Escritura. Wiclef de
claró que « luí hombre sencillo, si la gracia de Cristo está en él, es más
útil para la iglesia que muchos eruditos, ya que muestra la ley de
Cristo, humilde y abundantemente por obra, asi como por palabra».
Esos predicadores de Wiclef fueron llamados 1olardos, y muchos
de ellos fueron perseguidos y muertos mientras se hallaban en algu
na de sus largas giras. H ay una gran torre, exactamente al cruzar al
otro lado del río de la Abadía de Westminster que se llama, la Torre
de los Lolardos. Está frente al Palacio Lambeth, donde el arzobispo de
Canterbury tiene su sede misionera en Londres. En esa torre, y también
en lo que se llama Bishop Burner's Coal Hole, muchos de estos pobres
hombres estuvieron encerrados y sufrieron por su fe. Esos hombres hu-
m ildes proclamaron la verdad en una época extremadamente dura pa
ra los predicadores. Así que, ¡cuánto podemos aprender de ellos! For
man una parte de esta «nube de testigos». Algún día, Dios revelará
sus nombres; estarán escritos con honor en su ciudad gloriosa.
Wiclef murió de muerte natural; pero, después que lo hubieron
enterrado, el odio de Roma contra él era tan grande que desenterra
ron y quemaron sus restos, y las cenizas fueron esparcidas sobre el
río. Así que los grandes predicadores no siempre fueron populares.
Pasaron los años, y de pronto entró en escena uno de los más
grandes predicadores de lodos los tiempos, Martín Lulero. Después
de él> y obteniendo mucha inspiración de T.utero, aparecieron Cranmer,
Latimer, Ridley, y otros por toda Inglaterra. Muchos de aquellos hom
bres fueron quemados en la hoguera.
Después surgió John Knox en Escocia. ¡Qué gran predicador tam
bién! Siendo ya, anciano, tenían que subirlo al pulpito, que en aquellos
días era una especie de barril. Y cuando comenzaba a predicar se en
cendía en fervor de tal manera que el pueblo tenía temor de que apo
rreara tanto el púlpito que lo redujera a pedazos. Pues sí, ese era Knox.
Ustedes querrán leer soba* John Knox. Podríamos hablar de él por
horas. La reina María trató de cautivarlo por su belleza y personalidad.
No pudo conseguirlo, así que lo amenazó. Le dijo: «Le temo más a los
sermones de John Knox que a todos los ejércitos de Inglaterra». Y es
que un día se atrevió a darle a aquella reina una charla realmente
acerba. De todas estas experiencias podemos aprender de John Knox.
Se llegaron a promulgar leyes que suprimían toda la predicación.
Existían ordenanzas que prohibían la predicación de ciertas perso
nas. Se consideraba la predicación com o una de las armas más po
derosas, o tal v e / la más poderosa.
Y consideren a Calvino en Francia y Suiza. Aquellos hombres no
siempre predicaban exactamente lo que ustedes y yo predicamos.
Calvino asumió el punto de vista de que en materia de nuestra sal
vación, Dios hace todo. Algunos de nosotros hemos ido al otro extre
mo, no creemos que Dios tiene nada que ver en nuestra salvación, to
do lo hacemos nosotros. La verdad se sitúa entre estos dos extremos.
T.a predicación de Latimer en los días de Enrique VTT1, atrajo más
atención que la de cualquier otro, pero sufrió duramente la persecu
ción religiosa. Cuando María la Sanguinaria, ascendió al trono en
1553, lo primero que hizo fue encarcelar a Latimer, en la Torre de
Londres, junto con Cranmer, Bradford y Ridley. En 1555 Ridley y
Latimer fueron sacados y quemados en la hoguera cerca del Balliol
College, en Oxford. Hoy hay una columna de piedra en el sitio don
de murieron como mártires. Alguien describió a Latimer en el día de
su martirio com o «un hombre anciano, que usaba un viejo vestido
raído de pañete de Bristol, ceñido a su cuerpo con una correa de cuero
barato, de la que colgaba por una larga cuerda de cuero su Testamento
fel Testamento griego]; y sus lentes, sin estuche, que pendían de su
cuello, sobre su pecho». F.sas palabras, escritas probablemente por
su asistente, describen su apariencia en su juicio y ejecución. Desde
la hoguera, Latimer se volvió hacia Ridley y dijo: « lén buen ánimo,
maestro Ridley, y sé valiente. En este día encenderemos una luz tal en
Inglaterra, que, confío en la gracia de Dios, jamás se apagará». Y la
encendieron.
A través de todas las edades los predicadores lian pagado un al
to precio por la libertad para predicar. ¿Apreciamos esa libertad? ¿No
sería mejor para nosotros pensar en Latimer de vez en cuando y agra
decer a Dios por esa luz que encendió, agradecer a Dios por las ora
ciones maravillosas que escribió en el Book of Common Prayer [Libro
de la oración en comúnj? Y, a propósito, no era un hombre de rostro
severo, de semblante ceñudo, como algunas veces lo han visto pin
tado. Era una persona jovial, notable por su agudo ingenio, sus ré
plicas sagaces, y por su amabilidad. F$ verdad que tenía sus fallas;
no nos resultará difícil encontrárselas. Claro que otros podrían encon
trar fallas en nosotros, y con mayor razón probablemente. Latimer
no escribió sus sermones como lo hicieron muchos otros en aquellos
días, pero su asistente tomó nota de ellos con una especie de taqui
grafía. Esa es la forma com o muchos de sus sermones se han preser
vado para nosotros.
Latimer fue un predicador tail popular que en la Capilla de Santa
Margarita, de Westminster, se apiñaban las multitudes para escu
charlo hasta que todos los asientos quedaron destrozados y reduci
dos a pedazos. ¿Reúnen ustedes multitudes como esas? Yo digo, que
vengan. La gente vale más que los asientos. Tuvieron que instalar
un pulpito al aire libre en 57. Paul's Cross [T.a cruz de San Pablo] que
en aquellos días estaba justo al nordeste de la majestuosa catedral
de San Pablo. F.$a cruz era un concurrido punto de encuentro, donde
teman una predicación cada día al aire liba'. Una de las acusaciones
que presentó contra los dirigentes religiosos del país fue que eran
«palacios que no predican». «Prelados que no predican, ministros
ociosos». No seamos nunca «prelados que no predican». Si vamos a
ser prelados, ai menos prediquemos. ¿Qué dicen ustedes? Todo aquel
sobre quien se impusieron las manos de la ordenación ha sido apar
tado para predicar, más o menos, pero mayormente más.
Consigan alguna vez el sermón de Latimer denominado: «Ser
món del arado», y léanlo. Les hará mucho bien. Ojalá usted desee
predicarlo algún día, o predicar uno semejante. Latimer ha sido con
siderado el padre de la predicación inglesa. Fíjense en lo que dijo so
bre la predicación: «Fia sido contra lo cual luchó más el diablo; ha
sido su máximo interés destruirla. Luchó contra ella tanto como pu
do. Prevaleció demasiado, demasiado en esa ludia. Ha levantado en
este reino, en este siglo [el XVTTIj, una generadón de prelados que no
predican; un sistema imponente de prelados que no predican; y ha
fomentado con todas sus fuerzas que sé persiga esta labor tildándo
la de obra de herejes». Es palabra dura, ¿verdad?
Fn ese «sermón del arado», es visible el ingenio de Latimer. Cuen
ta la historia de un obispo pomposo que visitó una iglesia parro
quial y no oyó que la campana sonara en su honor. Ya saben, en aque
llos días se solía hacer sonar una campana cuando el obispo llegaba
de visita. Así que el obispo se lo reprochó y le dijo al pobre párroco:
«¿Por qué no hizo sonar la campana cuando llegué?» El sacerdote y
su congregación le suplicaron al obispo que no se ofendiera, porque
se había roto el badajo de la campana y no había habido tiempo para
conseguir un repuesto. Entonces comenta T.atimer: «Había un laico
más avispado que el resto, y fue al obispo: "¿Por que, ihistrísimo",
le dijo, "hace su señoría un problema tan grande de la campana a la
que le faltaba el badajo? Aquí tenemos una cam pana", y señaló al
pulpito, "que le hace falta el badajo desde hace veinte años, le
ñemos a alguien que recoge de esta prebenda cincuenta libras cada
año, pero nunca lo vemos". Pueden estar seguros», continuó Latimer,
«de que el obispo era un prelado que no predicaba».
En ese tiempo floreció toda una constelación de grandes predi
cadores: Thomas Cramer, Ridley, Bilney el católico romano, John
Hooper, John Rogers, Matthew Parker y Bradford. Pod riamos nom
brar muchos más, pero no tenemos tiempo. Muchos de ellos sellaron
su fe con su sangre. Cuando usted visita hoy en Londres el lugar lla
m ado Smilhfteld Marker, verá un poste indicador sobre el borde de la
acera, donde se solía colocar la gran hoguera que quemó a aquellos
predicadores. “El fuego de Smithfield; las torturas en Coa», comen
ta Albert Bamos.
Bradford acostumbraba a predicar cada día, incluso mientras es
taba en la cárcel, y los carceleros le permitían a la gente entrar para
que lo oyeran. Uno de los famosos dichos de John Bradford, fue el
comentario que hizo cuando vio que llevaban a un criminal al lugar
de la ejecución: «Para allá tendría que haber ido John Bradford, si no
hubiera sido por la gracia de Dios». Esa declaración ha sido atribui
da a varios, y por supuesto muchos hombres han dicho algo así; pero
Bradford fue el creador de esa frase.
Estuvo también Bernard Gilpin, conocido como el apóstol del nor
te, un ferviente católico romano. Se enzarzó en una controversia con
Peter Martyr, un protestante, y al reunir material para ese debate, se
convirtió y él mismo llegó a sor un gran predicador pro;estanie. Se
le ordenó comparecer finalmente ante el obispo Bonner en Londres
acusado de herejía. En su viaje a Londres, se quebró una pierna y
mientras se restablecía de su lesión, murió la reina María; así que
salvó su vida. En este caso, ciertamente es claro aquello de que «no
hay mal que por bien no venga».
Siguió el reinado de Isabel 1, la edad dorada de la literatura in
glesa, la era de Shakespeare, Spenser, Bacon, y el poco común Ben
Johnson. No fue una época de florecimiento de la predicación. La rema
Tsabel no hizo mucho para alentarla. Sin embargo, hubo un largo
período de mejoramiento que comenzó más o menos en sus días.
Después llegamos a la época puritana, un tiempo de auge de la pre
dicación y mucha persecución, mayormente persecución por la Iglesia
Anglicana y la Iglesia Episcopal de Escocia, y también, hasta cierto
grado, en las colonias inglesas de América. Se promulgaron leyes que
obligaban bajo amenaza de multa a todo el mundo a asistir a la igle
sia todos los domingos y los días festivos. Cientos de predicadores
que no acataron la ley fueron expulsados de sus hogares. ¿Estarían
ustedes dispuestos a renunciar a su salario y a todo, por su creencia
en alguna doctrina particular? Aquellos hombres renunciaron.
Muchos pastores de la iglesia oficial nunca aparecían por sus pa
rroquias. Vivían en Londres con un buen salario y dejaban al pueblo
sin predicación. Esto causó muchas criLicas y ayudó a agitar el espí
ritu del puritanismo y finalmente de los disidentes. Algunos de es
tos disidentes huyeron del país y fueron a Holanda, donde perma
necieron durante doce años.
Se embarcaron para América del Norte en el Mayflower en 1620,
para buscar la libertad religiosa.
• Wlul sought they thu> afar? Bright jewds of tin4mine? I The wealth ofSrtfct? the spoils of war"? /
They sought a failh'¡ypuie shrine'
Ay, <all ¡I holy ground. / where they trod! / Tlwy Jell unstained what ilii-re they found
! Freedom hi worship God
Hi rey Jacóbo hizo frente a los predicadores puritanos en \a Hampton
Court Conference del año 1604. Haló de obligarlos a que siguieran las opi
niones de la llamada alta iglesia o rama conservadora del anglicanismo.
Finalmente, se levantó, salió de la sala lleno de ira, y dijo: «Haré que
se conformen o los perseguirá fuera del país, o algo peor». Ese fue el
rey jacobo I, él autorizó la famosa traducción de la Biblia, al inglés,
el rey «necio y refinado» como ha sido llamado. Conocía todo, pero
no sabía cómo vivir con cordura.
Después ascendió al trono Carlos I y, con el arzobispo Laud,
apoyó celosamente la rígida ortodoxia anglicana. Un día estaba yo
predicando sobre las persecuciones de los firmantes del pacto esco
cés de la reforma religiosa bajo Carlos TI, y hablé sobre Gaverhouse,
que fue uno de los que apoyaron aquel malvado programa de per
secución. Y allí estaba im hombre sentado justo detrás de mí, un
predicador escocés que era un descendiente directo de Gaverhouse,
pero yo no lo sabía. Más tarde se acercó a mí y me dije: «Hermano,
usted dijo la verdad, G averhouse fue mi tataratatarabuelo».
Fn aquella reunión conté cómo uno de aquellos predicadores es
taba escondido en una cueva, y los creyentes escoceses le enviaban
alimentos por medio de un niño de siete u ocho años, para que no lla
mara la atención mientras iba a las covachas repletas de moho de don
de se había extraído hulla. Por fin lo detectaron, y con Gaverhouse
a la cabeza de sus dragones, agarraron al pequeño Jamie.
—Sabemos dónde has estado jamie. Dinos dónde está y llévanos
hasta allí — le ordenaron.
El muchachito contestó:
— No puedo, no puedo.
— Vamos, nos lo dices ahora o si no te mataremos.
— No puedo.
¡Esa es la antigua firmeza escocesa! Finalmente, el mismo Claver-
house agarró al muchacho por el cuello, empujó su caballo hasta el
borde del precipicio y sostuvo al muchachito sobre las rocas.
— Ahora — le dijo— , Jamie, dinos dónde está y llévanos hasta él
o te dejaré caer.
Hl muchachito giró su cuello, lo miró, y le dijo:
— No puedo.
le dejaré caer y hay cien pies hasta abajo — le dijo G aver
house.
Entonces, el pequeño, mirándolo con una lágrima en el borde de
su ojo dijo:
— No puedo, y no lo voy a decir.
Su madre le había dicho que no lo dijera.
Mis amigos, eso es lo que necesitamos, firmeza, espinazo como aquel:
«No puedo, y no lo voy a decir». Entonces terminó su frase diciendo:
— No es tan profundo como el infierno. Cien pies abajo, pero no
tan profundo como el infierno.
Y esa es también una buena doctrina escocesa.
Después vino la guerra civil. No tenemos tiempo para ver todos
los detalles y lo que significó predicar en los días de Cromwell, quien
también era un predicador, y dirigió un gran ejército en la batalla de
Naseby, que terminó con toda posibilidad de la causa del rey Carlos I
y le devolvió la vitalidad al protestantismo. Recuerden cómo Cromwell
cabalgaba arriba y abajo al frente de aquellos soldados que llama
ban The Roundhead [los cabezas redondas], clérigos, y muchachos
agricultores, adiestrados para que fueran los soldados más firmes y
duros de aquella época. Cabalgaba al frente de la línea y lanzaba su
grito de guerra para entrar en combate. ¿Saben ustedes cuál era su gri
to de guerra? Eran las palabras del Salmo 68: «Levántese Dios, sean
esparcidos sus enemigos». ¿Quién no podría luchar con palabras se
mejantes a esas en su corazón? No sorprende que fuera derrotado el
cuerpo de caballería.
Verdaderamente surgió gran predicación de aquellos grandes do
lores y sufrimientos y pruebas en aquellos tiempos. Se nos dice que
la predicación anglicana en aquellos días, con frecuencia era más te
mática que exegética. Esto también sucedía con los puritanos, debido
a la influencia del escolasticismo. Las formas estructurales eran in
trincadas, con muchas subdivisiones y subsubdivisiones. Las intro
ducciones eran muy largas. En el sermón, había observaciones, «usos»
o aplicaciones. El predicador puritano intentaba presentar cada deta
lle posible del tema, ya fuera que hubiera una aplicación práctica a
las necesidades de la congregación o no. Por eso, los sermones eran a
menudo una cantidad de verdades menores, unidas sin mucha cohe
sión por el texto. Si, como alguien ha dicho, tres sermonctes separados
no hacen un sermón, ¿cómo pueden resultar en una unidad treinta o
cuarenta ideas aisladas? Y sin embargo, a pesar de todo eso, muchos de
aquellos hombres, por su propia grandeza, fueron grandes predicadores.
En nuestros días de sermones de veinte a cuarenta y cinco minu
tos, es difícil imaginamos a mía congregación puritana escuchando
calladamente una lectura de cuarenta y cinco minutos de la Escri
tura, dos horas de predicación, dos oraciones cada mía de una hora
completa, dos oraciones cada una de media hora de duración, y una
oración de quince minutos, en otras palabras, un servicio religioso
de seis horas. Los predicadores de aquellos tiempos creían que nin
guna verdad de la Escritura podía aclararse, ni aun presentarse, en
menas de una o dos horas. Todavía en tiempos de Chalmers, Wesley
y Whitefield se creía que llevaría por lo menos una hora, probable
mente más, causar impacto sobre los oyentes.
Puede haber algo de verdad en las opiniones de esos personajes.
¿Cómo puede alguien hacer justicia a una gran verdad de la Escritu
ra en quince o veinte minutos? No son muchos los que pueden desa
rrollar entusiasmo o claridad en ese tiempo. Se dice que antaño, m u
chos de los grandes predicadores no podían hablar con calor o entu
siasmo y causar un buen impacto hasta después de haber predicado
de veinte minutos a media hora. Alguien ha dicho que los «sermo-
netes a menudo hacen Cristianetes».
Los sermones de los puritanos teman muchas fallas Estaban sa
turados de citas en griego y en latín, y aplicaciones traídas por los pe
los y simbolismos hilados muy finamente, y, en conjunto resultaban
de una estructura demasiado intrincada; pero la predicación era po
derosa, y era bíblica.
Aquellos viejos pastores puritanos eran realmente intrépidos y
predicaban largos sermones. En uno de los antiguos libros de regis
tro de aquellos dias en la Nueva Inglaterra, dice que un domingo, se
reunía el pueblo a las ocho de la mañana, y recuerden que no había
calefacción en aquellas iglesias, y algunas veces había diez grados
bajo cero adentro (unos 25" centígrados bajo cero), así como afuera;
pero por supuesto, ¡eso era lo que los mantenía despiertos! En esos
vetustos registros, ustedes pueden leer que el Dr. Fulano de Tal, oró
con profunda espiritualidad por una hora. Después cantaron un
Salmo; después el reverendo Fulano de Cual, oró con recogimiento
por dos horas. Luego cantaron un Salmo y el reverendo Fulano de
Tal, predicó divinamente por cuatro horas. Después Fulano de l'al,
oró divinamente por una hora. Entonces, cuando se terminó todo,
fueron al hogar para m editar en lo que habían escuchado. Ahora
nos reímos, pero esa era su vida, y aquellos predicadores puritanos
conocían la Biblia y la naturaleza humana.
La iglesia del estado en aquellos días tenía clérigos indolentes,
descuidados, pobremente instruidos, que recibían su apoyo finan
ciero y un buen trato de algún noble sencillamente por leer cualquier
insulso sermón los domingos. Por otra parte, algunos de los purita
nos eran estrechos de mente, vociferadores fanáticos, amargados de
la vida. Posiblemente estas sean las excepciones en ambos lados.
En aquellos días los predicadores no se distraían con tantas acti
vidades. Tenían tiempo para pensar, para estudiar, para redactar sus
sermones antes de predicarlos, y la congregación se hallaba Ubre de
la superorganización que es evidente en muchos lugares hoy en día.
Muchos de los buenos libros sobre el estudio de la Biblia, exegesis y
comentario, que fueron escritos por aquellos líderes puritanos, los
están reimprimiendo ahora, y algunos de ellos son realmente valio
sos. Ciertamente no nos interesa seguirlos en los intrincados bos
quejos de sus sermones y su estructuración del material homllélico;
pero podemos aprender mucho de ellos por la vía del fervor, la con
vicción, y la buena voluntad para sacrificarse por Dios y para haba-
jar duro para predicar la Palabra de Dios de una manera aceptable.
Para ver cómo llega hasta nuestros días la influencia de esos pre
dicadores puritanos, pensemos en Laurence Chaderton, que llegó a
la Universidad de Cambridge siendo católico romano, y allí aceptó
las enseñanzas de la Reforma. Durante cincuenta años predicó en la
Universidad, y cientos de alumnos universitarios y otros atestaban
la capilla para escucharlo. No solamente era capaz de persuadir a
sus oyentes sino que los motivaba a la acción. Tenía un buen domi
nio del inglés y un amplio conocimiento de la Escritura, junto con una
voz y una personalidad atractivas. Fue uno de los predicadores de
más éxito de su tiempo. Por su predicación más de cuarenta y cinco
hombres quedaron convencidos de las afirmaciones del protestan
tismo y llegaron a ser predicadores. Uno de ellos fue su cuñado, Na
thanael Culverwel. En su congregación, uno de los jóvenes en quien
influyó fue John Winthrop, quien más tarde llegó a ser gobernador de
la Massachusetts Bay Colony [Bolonia de la Bahía de Massachusetts],
Otro fue William Perkins, quien a su vez influyó en John Cotton, más
larde el gran predicador de Boston; y John Robinson, uno de los
líderes y predicadores de los Padres Peregrinos.
No podemos pasar por alto a Richard Baxter en los días de los pu
ritanos en Inglaterra, aquel hombre pacífico y fiel que predicó en su
iglesia aislada durante todos los días de la guerra y la revolución. Ha
bía ido a Londres para ser un cortesano, pero en vez de eso llegó a ser
un predicador. Fue un lector diligente. En 1641 fue llamado para ser
pastor en Kidderminster, no lejos de Birmingham y allí se encontró
con un estado de cosas deplorable. La gente era bebedora, impía, in
moral e ignorante. Los tomó en esa condición e hizo de ellos una iglesia
que hasta este día es una de las iglesias modelo de la historia cristiana.
Uno debería leer la biografía de Baxter. Aunque era un hombre
enfermizo, J'ue incansable en la predicación y en visitar a la gente.
Sufrió mucho por Cristo y fue encarcelado varias veces. Como un le
gado para nosotros los predicadores, dejó libros entre1lot cuales están
The Reformed Fuslor, Call to the Unvcoiwerted y The Saint's bwrlasting
Rest |E1 pastor reformado, Un llamamiento a los inconversos y El des-
canso eterno de los santos|. En realidad, deberíamos leer los tres,
Estableció la costumbre de predicar un sermón erudito por año, sen
cillamente para probarle a sus oyentes que él podía predicar así. El
resto del tiempo cuidaba poco de su estilo, pero predicaba con sencillez
y claridad. Fue uno de los predicadores más eminentes de su época.
No podemos dar una historia completa de la predicación, sino
que estamos justamente mencionando algunos de esos hombres de
Dios con los que deberíamos estar familiarizados. Tenemos a Thomas
Mantón, un graduado de Oxford, y uno de los tres amanuenses de la
Asamblea de Westminster. El arzobispo Ussher lo denominó imo de
los mejores predicadores de Inglaterra. Temprano en su vida come
tió el error de tratar de ser demasiado erudito y hasta escolástico, re
cargado sus sermones con citas en latín y griego.
En una ocasión, cuando se le pidió que predicara arte el alcalde
o corregidor municipal, pronunció un sermón que fue realmente un
despliegue de conocimiento, pero que contenía muy poco alimento
espiritual o doctrina de la gracia de Dios. A la salida del lugar, un hom
bre con vestido andrajoso le tiró de In manga de su vestidura de pre
dicador y le dijo: «Señor, vine esperando conseguir buen alimento
para mi alma, pero pude entender muy poco de lo que usted dijo».
Mantón miró por un momento a aquel harapiento y le dijo: «Mi
amigo, no fui yo quien le dio a usted un sermón. Usted me acaba de
dar uno a mí; y con la ayuda del Dios viviente nunca volveré a ser
asi de necio». A partir de esc día, su esfuerzo principal fue exponer
las verdades de la Palabra de Dios en un lenguaje tan claro que lo
pudiera entender el hombre m ás humilde.
Asi que de nuevo, apelo a ustedes, colegas predicadores, y pre
dicadores que están creciendo, y a los que pronto serán predicado
res, para que hablen con claridad cuando predican. Baxter dijo que
lo grande, hay que decirlo claro, tan claro que los muchachos y las
niñas que se sientan adelante puedan entenderlo. Después puede
estar seguro que los otros también lo entenderán.
Y ahora vamos a John Bunyan, del cual dijo Kipling:
* In the church oí the w¡lden*s* Edward* wmught, / Shapsns his creed al ihe fnrgtfní BtOuglil; / Aiul
with Um r'vw n hammer welded and tvnl / Tin* imn links <iflii>.argument,/ IVhkhstrove in grasp
in its mighty span / Thu purpose ot Ood and the tate oí man! / Y«*i faithful still, in his daily
round / lo the weak, and lire poor, and sin-sWk found, / I schoolman's lore and the casuist's
art / Dn-v. warmth and life fn.wn his tervent hearL
Jonathan Edwards, además de ser un pensador, uniendo los esla
bones de hierro de su argumentación, fue un gran predicador. Piense
en él atando estaba de pie ante su iglesia. Había dado a conocer su
texto: «Para cuando su pie resbale» (Deut. 32: 35). Y aquel hombre
amoroso, aquel erudito profundo, predicó un mensaje que hizo que
la gente se olvidara de sí misma. Estaban clamando, suplicándole
que cesara, porque no podían soportarlo más. Parecía que el destino
de los perdidos estaba ante de ellos. Podían oír sus gritos y sus blas
femias. Uno puede no estar de acuerdo con todo lo que enseñaba
Jonathan Edwards sobre el castigo de los malvados, pero terna razón
en que habrá im castigo, habrá un día de juicio. Un gran reaviva-
miento se extendía por el país, llevado por predicadores que creían
en las realidades de la responsabilidad humana y la santidad de
Dios, como se describe en el poema de Whittier, mientras continúa:
' 1hough the ceiled OvhoK t oí vivn-l si»» / Sudden and strong the light shone in; / A guilty sen*.' of
his lungltlxM 'f>needs / Star lied the man of title-deeds; / Ihe trembling lurid of flu* worldling
shook / Ihc dust of years from tlu- Holy Rook / Anil the psalms oí David, forgotten long. / look
flu* j*Lii«•nf llie scoffer's song
viento. Varias vocees cruzó el Atlántico en los peligrosos y lentos barcos
do vola do entonces. Murió en Newbury port, Massachusetts, on 1770,
muy poco después de haber predicado a una gran congregación,
buena parto de la cual lo siguió hasta la posada. So detuvo en la es
calera sosteniendo una vela en su mano mientras iba para retirarse a
descansar, cuando le pidieron que predicara más. Finalmente, mientras
la vela se quemaba totalmente y estaba a punto de apagarse, el gran
predicador dejó de predicar y se acostó. T.a vela de su vida se apagó
antes del amanecer. ¡Qué forma de morir! ¡Y qué predicador fue! En
su poema: «El predicador» Whittier cuenta de la predicación al aire
libre de Whiteíield, cerca del Río Merrimac.
* lo! By the Mcnimac YVhitefieW stand*. f fu Un* IrmpV' tlv»t never was m.xlc by hands? / Cut lams
of a2un*. and crystal wall, / Ami ik w of the sunshine over ali? / A homeless piJgrin, with dubious
u.tmi* / Blown about cm Ihc winds of fame. / Now as an angrf i«f bk-sáng classed, / And now as a
miad erulHJsúu. / Calk'd in his youth to sound and gauge / The moral lajKOnf bn. rucr and age, /
And, sharp as truth, the rnuia>i draw / Of hurrwn frailty and pcrtcct law; / Possessed by Lite one
<1'«••*<! ihnogl»* that lent / its goad to his fiery temperament. / XJp and down th© v/urld he went, /
A lohn the Baptist crying, Repent!
Vean a los Wesley y a Whitefield yendo de de acá para allá por todo
el país y cruzando los maxes, con buena preparación académica, satu
rados del mensaje celestial. Durante su vida, John Wesley predicó cua
renta y dos mil sermones, mientras que George Whitefield predicó
dieciocho mil en su corla carrera de treinta y cuatro años como líder
religioso.
Wesley usaba un método sencillo. Futraba cabalgando a una ciu
dad, con frecuencia sin anuncio, se ponía su túnica negra con ban
das blancas, tomaba su lugar en la cruz del mercado [lo que se cono
cía en los Estados Unidos com o la plaza pública], y cantaba un him
no para atraer la atención. Después, mientras se iba acercando la
gente, comenzaba a predicar y continuaba por una hora o más. George
Whitefield a menudo asistía a los carnavales, a las ejecuciones públi
cas y allí predicaba una hora o más. Ninguno de esos hombres tenía
amplificadores, pero tenían voces maravillosas. Whitefield era es
pectacular en su presentación, pero Wesley rara vez lo era, ni usaba
muchas ilustraciones. Ambos amonestaron contra las demostraciones
ruidosas. Mientras predicaban la ley de Dios con poder, la gente, pre
sa de pánico, a menudo sollozaba en voz alta o se desmayaba. Enton
ces traían la medicina del evangelio para las almas enfermas y afligi
das. En resumen, predicaban palabras de fe con gran fe.
Aquellos hombres presentaban un mensaje sencillo y muy claro
sobre los puntos esenciales de la salvación. Fn la década de 1720 no
había Facultad de Teología en Oxford en el sentido actual del térmi
no. Aquellos grandes predicadores no conocían de teología sistemá
tica. Creían en Jesucristo, quien, por su obediencia perfecta a la ley,
llegó a ser nuestro sustituto, respetó las demandas de esa ley, e im
putó su justicia a los creyentes. Creían que la muerte expiatoria de
Cristo en ia cruz hizo una plena y completa satisfacción por los pe
cados de la humanidad, y que los creyentes son justificados solo por fe.
Uno puede leer los sermones impresos de John Wesley y Whitefield
sin que lo conmuevan mucho, pero ia personalidad de los hombres
causaba una impresión poderosa en su tiempo. Su predicación fue
realmente el fundamento del movimiento adventista. Sus sermones
eran por lo general temáticos. Sus sermones llegaban al corazón de los
oyentes, dieron en la tecla con sus necesidades y presentaron su men
saje de una manera personal para satisfacer las necesidades persona
les. Provocaban un reconocimiento terrible de la condición perdida
en los corazones de sus oyentes. Se dice que el gran rcavivaniiento me
todista salvó a Inglaterra de una explosión parecida a la Revolución
Francesa. También salvó en gran medida a la iglesia establecida de pá
rrocos que se dedicaban a la caza de zorros y de párrocos absentistas.
La predicación en el siglo XVlli cobró nueva vida. Hubo un inte
rés repentino en la taquigrafía, de tal manera que los sermones se
podían tomar palabra por palabra. N o era raro, principalmente en
Escoda, ver a hombres con un tintero portátil que llevaban colgan
do encima y una pluma de ave en la oreja, apresurándose a unirse a
una gran multitud para oír predicar a Whitefield o Wesley. La viva
cidad en el pulpito llegó a ser común. Las congregaciones, así como
la predicación, cobraron nueva vida.
John Wesley predicó durante sesenta y seis años. Aunque vivió
y murió como miembro de la Iglesia de Inglaterra, pozo después de
su muerte, sus seguidores se separaron de ella y fundaron la Iglesia
Metodista. Wesley mismo estuvo en la cárcel cuatro veces por sus
opiniones religiosas. Y a propósito, Wesley tuvo mía madre notable,
t r a la vigésima hija del reverendo Samuel Anneslcy, un clérigo no
conformista. Comenzó a estudiar teología a los trece años, domina
ba el griego, el latín y el francés cuando apenas era una joven donce
lla, bahía leído a los Padres de la Iglesia como pasatiempo. Fue ma
dre de diecinueve niños, de los cuales John Wesley ocupaba el deci
moquinto lugar, y digno, como dice George Dawson en sus conferen
cias biográficas, de asociarse con los otros cuatro gloriosas «Juanes» de
quienes inglaterra debería estar orgullosa: John Wiclef, John Millón,
John Bunvan y John Locke.
John Wesley fue ministro del evangelio ordenado y misionero en
el extranjero durante años, antes de que se convirtiera realmente y
encontrara el testimonio del Espíritu en su propio corazón de que era
un hijo de Dios. Después comenzaron sus días de gran predicación.
Nadie puede sor un gigante en el pulpito a menos que se haya con
vertido realmente y que el Espíritu testifique a su espíritu de que es
un hijo de Dios (Rom. 8 :1 6 ).
Examinen la predicación de Wesley y observen cómo hace los te
mas corrientes del evangelio no solo interesantes, sino tremendamen
te importantes. Trata las cosas commies de una manera fuera de lo
común y las cosas fuera de lo común, de una forma familiar. Esa
siempre es la señal de un gran predicador. John Wesley creía en todos
y cada uno de los puntos que predicaba. Tenía un mensaje. Tenía la
verdad en su corazón, era una parte de sí mismo. Nadie puede ha
cer una gran predicación a menos que tenga gran fe, gran convicción
y un gran mensaje. Wesley a menudo predicaba de tres a cinco veces
por día y, al igual que Whitefield, encontró que «la mejor preparación
para predicar era predicando cada día».
Dios encuentra a sus predicadores por doquiera: a John Wesley,
en una casa parroquial; a Géorge Whitefield, en una taberna; sin
embargo, ambos fueron maestros de predicadores. Vemos el tremen
do poder de Whitefield sobre sus congregaciones por el hecho de
que Benjamín Franklin no estaba dispuesto a llevar dinero con él
cuando iba a escuchar predicar a Whitefield. A menudo se vaciaba
los bolsillos antes de una ocasión como esa, sabiendo que no podría
resistir el llamamiento que Whitefield hacía de donativos para sos
tener su orfanato. En una reunión en Nueva York, Whitefield esta
ba describiendo un barco desarbolado y que escoraba peligrosa
mente por una tormenta. Entonces gritó: «¿Qué pasó después?»
Varios marineros que estaban en la galería, se levantaron y exclama
ron a con espanto y a voz en grito: «¡Tomen el bote grande! ¡Tomen el
bote grande!»
Lord Chesterfield que era el epítome del racionalismo y no creía en
nada más que en sí mismo, fue una vez a escuchar la predicación de
Whitefield. Whitefield describió un mendigo ciego que iba junio con un
perrito que lo guiaba. El perro lo lleva justo al borde de un precipicio.
Finalmente el perro gira rápidamente hacia un lado y dando un ti
rón de la correa se zafa de la mano del ciego. Así que este queda so
lo, en el mismo borde del precipicio. El mendigo deja caer el bastón
que llevan los ciegos, y pensando que está sobre el suelo se estira ha
cia abajo para levantarlo. Hn ese momento dramático, Chesterfield
dio un saltó como si fuera a impedir una catástrofe, gritando: «¡Dios
mío! ¡Se despertó! ¡Se despertó!» Si usted puede predicar de esa
manera, usted será un gran predicador.
Quisiera que les quedara claro que todos aquellos grandes pre
dicadores fueron pintores. Fodían ver algo y, debido a que lo podían
ver, podían hacer que otros lo vieran. Nosotros como predicadores
deberíamos desarrollar una imaginación cristiana de manera que
podamos describir lo que vemos. Eso ayuda a que los demás lo vean.
Whitefield al igual que Wesley fue un hombre de oración. Vivió
cerca de Dios. Dijo: «Orar, leer y meditar constituyen la preparación
esencial para predicar». John Wesley tenía un pequeño oratorio en su
casa, el cual tuve el privilegio de \isitar. No había nada en aquel cuar
to excepto una silla y una minúscula chimenea. Había una ventana,
que daba a una pared a unos pocos pies de distancia.
Mi sugerencia para ustedes es que consigan biografías de los gran
des predicadorc*s y que lean muestras de sus sermones. Van a disíru-
lar con 77/c Royalty o f the Pulpit [La realeza del pulpito], de Edgar W.
Jones, publicado por Harper and Brothers en 1951. Es un libro lleno
de dibujos en miniatura y de hechos interesantes sobre predicadores
que han presentado las Lyman Beecher ¡sdures sobre predicación en
la Universidad de Vale. El libro comienza con la historia de Henry
W. Beecher, a quien uno debe volver vez tras vez cuando piensa en la
predicación, el hombre que durante cuarenta años hizo de la Iglesia
de Plymouth, en Brooklyn, una institución nacional, y quien dijo en
una de sus conferencias a los predicadores jóvenes: «Ustedes pien
san que cuando predican deben predicar de tal manera que puedan
alcanzar las cabezas más brillantes en su congregación. Alcancen la
parle más baja y estarán seguros de alcanzar la cima l-..]. El que po
ne un gato hidráulico debajo del techo no va a levantar todo el edifi
cio, pero el que lo pone debajo de las vigas del edificio y las levanta,
creo que levantará lodo lo que está por encima de ellas». Este libro
comprende la historia de la predicación norteamericana en un perío
do de ochenta años, justo hasta nuestros días. Leerán sobre hombres
como Niebuhr, Scherer, Buttrick, Sockman, Sizoo, y muchos otros.
La predicación ha cambiado con el paso del tiempo. La predica
ción vital para hoy es casi siempre coloquial. Recuerden que la pre
dicación es en realidad conversación glorificada. Al igual que la bue
na música, no necesita apologistas, sino ejecuntantes. T-es recomien
do que lean la biografía del obispo Simpson de la Iglesia Metodista
Episcopal, que apoyó a Abraham Lincoln y oró muchas veces con el
durante los días m ás difíciles de la guerra civil. El obispo Simpson
decidió ser un auténtico improvisador; y lo fue en el sentido que no
usaba notas ni manuscrito. Tenía un cuaderno de notas donde apunta
ba los textos que le atraían, anécdotas, ilustraciones e ideas para sermo
nes. No escribía nada excepto un esqueleto pelado, a menudo unas
pocas horas antes de predicar, |>ero nunca subía al pulpito con notas.
Al igual que Whilefield, el obispo Simpson se desprendió de la
errónea idea de que un Sermón nunca debe repetirse, Whitcfield
dijo: «Realmente no puedo predicar un buen sermón hasta que lo he
predicado cuarenta veces». No tengan reparo en predicar sermones
que va han predicado, pero mejórenlos todo el tiempo. Eliminen los
puntos débiles. Revisen sus sermones, desarróllenlos, conviértanlos
en armas poderosas al servicio del Rey. No se queden atados a ellos,
sino crezcan con ellos.
También pensamos en Phillips Brooks y su famoso sermón, The
Spirit o f Man h the Candle o f the Lord [El espíritu del hombre es 1a vela
del Señorl que predicó en la Abadía de Westminster cuando visitó
Londres. Lean ese sermón y lean sobre Brooks, hue uno de los ma
yores predicadores de tenia la historia de la Iglesia Episcopal, y al
igual que la mayor parte de los grandes predicadores, difícilmente
presentaba citas. Él definía la predicación como «la comunicación
de la verdad por un hombre a los hombres».
También está T. de Witt Talmage, cuya esposa falleció en nuestro
Washington Sanitarium [Sanatorio de Washington]. Su estilo era flo
rido y retórico, lo que raramente se escucha hoy. Al igual que los
grandes predicadores en cualquier lugar, predicaba al corazón. Dijo:
«Un predicador debería comenzar con la idea de ayudar a alguien.
Todos excepto los necios, necesitamos ayuda». La mayor parte de
sus textos eran del Antiguo Testamento, aunque no era un predica
dor docLrinal. Su mótenlo era temático más bien que textual, pero su
mensaje era claro.
Dividía sus sermones en cinco partes. Por ejemplo, su sermón
sobre: «La risa de la Biblia», tiene cinco divisiones: (1) Ta risa de Sara,
risa de escepticismo. (2) La risa de David, la risa de la elevación es
piritual, «entonces nuestra boca se llenó de risa». (3) 1.a risa del necio,
risas pecaminosas, «como el estrépito de las zarzas bajo la olla». (4) La
risa de Dios, o la risa de condenación infinita, «el que mora en los
cielos se reirá». (5) La risa del ciclo, o la risa del triunfo eterno, «biena
venturados los que ahora lloráis, porque reiréis».
Talmage nos cuenta cóm o acostumbraba a leer sus sermones
manuscritos, y de la experiencia que tuvo que hizo que cambiara, ya
la conté ayer. Más tarde, cuando estaba a punto de morir, su hijo le
preguntó qué creía. Creo que ya les dije a ustedes algo sobre eso.
Talmage respondió que cuando tenía treinta años, tenía cincuenta
creencias, pero ahora tenía solamente una, la de que era un gran
pecador y Jesús era un gran Salvador».
Vamos a mencionar a Billy Sunday, a quien el Señor escogió de
un equipo de béisbol allí en South Michigan Street, en Chicago. Dos
de las mejores instructoras bíblicas que alguna vez tuve, fueron con
vertidas por Billy Sunday. Cuando una de ellas decidió llegar a ser
cristiana, fue a él y le dijo:
—Señor Sunday, ¿a qué iglesia debería unirme? Deseo seguir la Biblia.
Él respondió:
— Oh, todas se* basan en la Biblia.
Hila le dijo:
—Bien, lo se, pero deseo seguir la iglesia que...
— Bien — le respondió él— , todas ellas... Vaya e investigúelas y
ellas le mostrarán.
— No — le dijo ella usted me trajo a Jesús y sé que usted lo
be. Señor Sunday, por favor, dígame la iglesia que usted cree que se
acerca más a las enseñanzas de la Biblia.
— Bueno — le dijo — si usted desea seguir la Biblia exactamente
como está escrita, vaya y únase a la iglesia Adventista del Séptimo Día.
Y así lo hizo. í.legó a ser una maravillosa instructora bíblica. Aque
llas dos convertidas por Billy Sunday llegaron a ser instructoras bí
blicas y me ayudaron a ganar para la verdad a muchos, muchos cen
tenares de personas; de hecho unas dos mil almas.
El tiempo nos falta para hablar de Moody, aquel hombre senci
llo, una antorcha resplandeciente que, cuando llegó a desanimarse
y en cierta medida estar agotado para predicar, fue a Inglaterra y
visitó el tabernáculo de Spurgeon. Se* sentó en la galería con sus bra
zos sobre la baranda, con lágrimas que corrían por sus mejillas,
mientras escuchaba predicar a Spurgeon. Moody y Spurgeon eran
grandes amigos. Escuchó predicar a Spurgeon cinco o seis noches, y
después se embarcó y volvió a Estados Unidos, lleno de fuego y de
estímulo, y dispuesto a predicar como un hombre nuevo. Es bueno
oír predicar a ohos de vez en cuando.
No debemos dejar de mencionar al líder de los predicadores del
movimiento del que nacimos, William Miller, un agricultor consagrado
y un escéptico convertido. Fue un orador bíblico ferviente, cuya since
ridad y fervor atrajeron la atención de los más rebeldes en sus congre
gaciones. Lean sus sermones, son sencillos, fervorosos y directos.
Después está Jolm Loughborough, el bajito John Loughborough.
Cuando era solamente un muchacho lo escuché predicar en un con
greso de la Asociación General que se* llevó a cabo en una gran carpa
justo aquí, en estos terrenos. Tenía que subirse a una mesa para que lo
pudieran ver. Mo había amplificadores, pero la gente lo oía claramente.
Tensamos también en S. N. Haskell, aquel gran estudiante de la
Biblia. El hermano Haskell dijo que no osaría comenzar a estudiar
la Biblia mientras esperaba un tren, porque llegaría a estar tan absor
to que los trenes vendrían y pasarían y él no se enteraría en absoluto.
También está K. C (Kit Carson) Russell, una verdadera eminencia,
y ima mente privilegiada para los asuntos legales, ¡y qué predicador!
Otro de estos hombres poderosos en la palabra fue G. B. Thompson,
yo iba a escucharlo predicar y quedaba impactado el resto del año.
Volvía a mi trabajo y me convertía en una especie de G. B. Thompson
de calidad inferior. Gracias a Dios por su influencia maravillosa.
Mencionaremos a O. O. Bernstein, Charles Everson, y a docenas
y centenares de otros hombres de Dios que han predicado en este
movimiento, algunos en otras tierras, a quienes no conocemos muy
bien, hombres que llevaron el evangelio al mundo. Después están
los hombres que han edificado la iglesia de Dios en todas las edades,
hombres cuyos nombres nunca hemos oído y a quienes nunca cono
ceremos hasta que estemos con ellos ante el gran trono blanco y nos
encontremos con el Maestro de todos los predicadores cara a cara.
Con esa «tan grande nube de testigos» desde los días de los anti
guos profetas hasta nuestro tiempo, sigamos adelante en nuestra obra
«mirando a Jesús» nuestro Ejemplo, nuestro Maestro y nuestro Señor.
Los predicadores de Dios en la dispensación cristiana, al igual
que los profetas de antaño, a menudo han sido mal interpretados,
mal tratados y también perseguidos.
En su poema titulado «E/equiel», que es probablemente uno de
los poemas más grandiosos que alguna vez escribió, Whittier men
ciona el hecho de que Jesús sufrió mucho por muchos de aquellos
que lo oyeron; y, aunque lodos los verdaderos predicadores pueden
tener la misma experiencia, al fin, todos tendrán su recompensa.
• A n J tliu-., O l'ruphct-baid o í (Ad, / H.ist i»khi thy tale oí sonmv Ink!! / Ih c same which earlli'x
umvdcomai seem / Have M t in nIt succeeding veáis. / S|?ort of thcchangeiul mulllSode, N> «rotlmiv
heard mu um h-otood,’/ Their song lia-. M*emcd a trick ot ail. / Their warnings but the actor's
j»itrf. / With bonds, and senm, ¡mil evil will. / The world ntpiites its prophets stl)
So w.*s it when lite Holy One / I he garments of lite IW i jml on! / Men followed wlien* the Highest
k d / Fom xinnnn gilts of daily bread. / And g ru » ot car, of vision dim. / (ftWhcd not he God like
jxnviTof Him. / Vain as a drv.ihut's weirds to them / His wail alxwe (cTusaknx / And mi-oningtiv.-
he watch He kepi / T humgh which His week «II* Spies slept.
Yel shrink no thou, whoe’er Ilion nrt, / 1 or Cod’s gieal purpose set apart. / IMore whose fur
discerning eye-., / I he lamín: as the Present In--! / beyond a namaw^Knimkti ¡»gc /Scotches thy
jMvphct-hciitágé. / Tlinnigh Hedven’s vast spaces angel-lmd, / And through lheetem.il s ears ot
Cod! / Tliy audience, worlcts!?all things lo h e / Ih c witness of the Tmlh in thee*
9
La lengua
de fuego
«V se les aparecieron lenguas como
de fuego, que se repartieron, \j se posaron
sobre cada uno de ellos».
lint:nos2: 3
' Only like sonK I m v tin* folk thereunder / bound svUnslnndd conquer, slaves who should In»
IdÚgN / Hearing their one hope with ,m <ni|>lv wonder. / Sadly contented w ith a show of tilings;
The with .i rush tin* inlnlrrabie craving / Shivers throughout inn like a trumpet-call, / O to sivf
these! to perish for their saving, / I )k* fur their life, be offered ior them nil!
Una estrella puede distinguirse de otra en gloria, pero todas bri
llarán con el resplandor del rostro de Jehová. Pero si usted maneja
esa espada fraudulentamente, si no es fiel, si presenta sus propias
palabras y no el mensaje de Dios, si usted se olvida de la Excelsa
Majestad de la cual es un embajador y busca el aplauso de la gente a
la que es enviado, si usted como un centinela ve que se acerca el ene
migo y no da la voz de alarma, si usted como el mayordomo infiel
se apropia ilícitamente o malgasta los bienes que Dios le ha dado pa
ra otros, encontrará que ha edificado su casa de la eternidad con ma
dera, heno y hojarasca, y el fuego de aquel dia la consumirá.
_ I-a obra de cada ser humano será probada, y solamente la que es
* There* ni-vrr a rose in nil t i* world /but nukes some spray smi-tet, / T h ctvn u w i a
wiivd-in all the Oty,/ Out maki> mhiif bird \vir>j: fkwter.
Ihen* %never a star lml brings to hrvvm / Some sUvrr radiance tvndi-r, ¡ And n c v i T a n «e doud
(tul hdp> > Tu i rown the sunsH •. splendor.
No mhin but may tin ill sonic heart, / His dreamlike ¿Lidness voWtijp ! God gives all son*-
small sw«vj wav / lu M-t the* world rejoiem^;.
y mucho menos hablar, de fracasos en nuestra obra. Cuando salimos
para predicar, no hemos de fijarnos jamás en los asientos vacíos. No
cuente a la gente, sino que piense* en el valor de una sola alma por la
que Cristo murió. Debemos ensalzar inmediatamenle a Cristo. Nunca
deberíamos estar en el pulpito mucho rato sin mencionar su nombre.
Ponga el alimento espiritual en el lugar donde la gente pueda
alcanzarlo. Recuerde de nuevo, debemos apacentar a las ovejas de
Cristo. Tres veces le ordenó eso a Pedro.
Hace algún tiempo se reunió un grupo de pastores en una comuni
dad agrícola para discutir qué podría hacerse para conseguir que más
gente asistiera a los servicios religiosos. Pasaron días y más días de
batiendo, haciendo anuncios, entretenimientos, propaganda, y usan
do lodo tipo de medios para atraer a la gente.
Un granjero que pasaba por allí en su vehículo, vio los automó
viles aparcados alrededor del Lemplo, y se preguntó qué estaría pa
sando. Se detuvo, entró, y oyó a aquellos predicadores. Después de
escuchar largas exposiciones, el granjero, disgustado, llamó aparte a
uno de los pastores y le dio este consejo lógico: «Mi hermano», le di
jo, «cuando los granjeros nos reunimos no pasamos horas dando vuel
tas sobre cómo podemos lograr que las vacas entren en el establo.
Sencillamente averiguamos cuál es el mejor alimento que podemos
darles, y, hermano, las vacas vienen corriendo a su comida». Y cria
turas más razonables que las vacas harán lo mismo. ELpan del cielo
es lo que necesita la gente/l'odos lo necesitante irán a donde lo pue
dan obtener tan pronto com o descubran que se halla disponible. El
mensaje de Cristo, predicado con la lengua de fuego, siempre ten
drá audiencia.
Muchos de nosotros, no predicamos con suficiente sencillez. Nues
tro lenguaje es demasiado teórico, nuestro estilo excesivamente retó
rico. Aspiramos ser un Demóstenes o un Cicerón. No nes contenta
mos con ser pastores. Sentimos que necesitamos que los eruditos nos
aplaudan y admiren. No queremos que se* burlen de nosotros los
pecadores irrazonables y obstinados.
Sin embargo, aquí hay materia de reflexión. N o creo que nunca
se haya acercado nadie a ningún pastor para decirle: «Su tema fue
demasiado claro, demasiado sencillo, demasiado fácil de entender,
por favor, hágalo más difícil, más complicado para mí». ¿Se han en
contrado ustedes alguna vez con alguien que les haya d eho eso?
Francis L. Fad don habla del pastor de hoy que en cl pulpito ac
túa como si estuviera minimizando el evangelio al tomar unas po
cas tabletas de doctrina y disolverlas en un galón (poco menos de
cuatro litros) de agua de rosas de sentimentalismo. Después lo pone
unos momentos en un pulverizador y rocía la congregación con un
acompañamiento de la dulzura del cristianismo y de la fragancia de
una vida bondadosa.
Pero el N u evo Testamento hace énfasis principalmente en una co
sa, qu<JodQ¡? sonaos pecadores y qqffliemrfr sido redimidos; que el
único cam ino de saIvacjpn e s pq¿; medio d eJafcen Jesucristo y la obe
diencia al evangelio en todo lo que entraña. No haga, le ruego, jui
cios dé válór. N o podemos usar palabras ó frases altisonantes que la
gente no entiende o que cambiarán y se quedarán completamente
obsoletas en unos pocos meses o años. Nadie está tan anticuado
como el que trata de usar el vocabulario científico de última genera
ción. Nadie puede creer con todo su corazón lo que ya ha rechazado
con su m entt. Antes de subir al púlpito, arrodíllese delante de Dios
y pídale ayuda. Recuérdele lo que ha hecho por otros en otras épo
cas, en otras tierras, o en su propio país, y pídale que haga otro tanto
por usted.
Alguien ha presentado una descripción muy conmovedora de la
vida de William Booth, el fundador del Ejército de Salvación, y las
tremendas victorias que el Señor dio por medio de él. Ese escritor
termina su relato con este siervo de Dios orando: «Vuélvelo a hacer,
.Señor...Hazlo otra vez*. Oh, amigos míos, me siento como si orara
esa misma oración cuando oigo lo que Dios ha hecho por medio de
esos grandes hombres en el pasado, y su poder extraordinario en la
predicación. Mi ruego es: «¡Vuélvelo a hacer, Señor. Hazlo otra vez!»
¿Por qué no oramos así cuando leemos de los héroes de la fe como
Wesley, Spurgeon, Moody, como los primeros predicadores adven
tistas «Vuélvelo a Itairer, Señor. Hazlo otra ve/.. Envía un reaviva-
miento~v~permite ^e^ónüétVCé''conmigó>>T Ninguno de nosotros
tiene por qué estar desalentado.
David Livingstone fue enviado una tarde a predicar a un lugar
llamado Stanford River. Se levantó, anunció deliberadamente su
texto, y justo entonces se olvidó repentinamente de su sermón. Leyó
su texto, pero no le vino á la mente ni una sola idea. La oscuridad de
la medianoche lo sobrecogió. No podía recordar nada, así que dijo
simplemente: «Amigos, me he olvidado de todo lo que tenía que
decir». Después, giró abruptamente, bajó de la plataforma y dejó la
iglesia. Le escribió a un amigo que tenía en África: «Soy un pobre
predicador, tengo un estilo malo de hablar, y algunos de ellos dije
ron que si se enteraban de que yo iba a volver a predicar, no se acer
carían a la capilla». Ese fue el comienzo de Livingstone.
Observe lo que la gran revista londinense Punch dijo al final del
ministerio de Livingstone: «Abran las puertas de la Abadía y coló-
quenlo a descansar con reyes y estadistas, jefes y sabios: el misionero,
que fue tejedor, pero famoso por obras por las que trabajó gratis y por
las que nunca recibió nada. No necesita epitafio que escolte un nom
bre que los hombres apreciarán donde se reconoce el trabajo merito
rio. Vivió y murió para el bien, sea esa su gloria. Que el mármol se
parta en pedazos: Este es Livingstonc». Olvidadizo, inseguro, nen io-
so, de pocas palabras, pero a pesar de eso, tuvo la lengua de fuego.
Un brahmán le dijo a un misionero: «Nos hemos dado cuenta.
Usted no es tan bueno como su Libro. Si ustedes los cristianos fue
ran tan buenos como su I ibro podrían conquistar la India para Cristo
en cinco años». Amigos, eso es lo que necesitamos, esa lengua de fue
go. Necesitamos ser tan buenos como el Libro, tan buenos como los
hombres que están en el Libro. «¡Vuélvelo a hacer, Señor. Hazlo otra
vez!» ¿Por qué no oramos m ás así?
La verdadera predicación en estos dias es predicar a Cristo, pre
dicar a Cristo en la Palabra y de la Palabra. Es la predicación del
evangelio eterno en toda su plenitud. Es predicar el mensaje para es
te día y para esta generación. F$ predicar un mensaje completo. No
traerá sermones tibios sino mensajes fervientes. No será i demasiado
largos. Serán prácticos. Se aplicarán al pueblo. Serán claros y fáciles
de entender.
«El éxito de esta causa no depende de que ténganlos un gran nú
mero de ministros, pero es sumamente importante que los que tra
bajan en relación con la causa de Dios sean hombres que realmente
sientan el peso y el cargo sagrado de la obra a la que Dios los ha lla
mado. Unos pocos hombres piadosos y abnegados, pequeños en su
estimación personal, lo pueden hacer mejor que un número mucho
mayor si una parte de estos no está calificada para el trabajo, y m a
nifiestan confianza en sí mismos y hacen alarde de sus talentos per
sonales» (Testimonios jura lu iglesia, 1 .1, p. 390).
Los santos quedarán edificados y los pecadores convencidos y
atraídos a Cristo con el pensamiento de que «pasa Jesús de Naza
re t». Así no habrá ostentación consciente de elocuencia humana. T.a
verdad que ha sido publicada a través de las edades, y que ha sido
una luz al mundo, será predicada en un lenguaje comprensible, y
con pensamientos y sentimientos marcados con gran sencillez. Será
una predicación que sigue el Modelo que nos conducirá a «caminar
en la luz, como él está en la luz». Será predicación por medio de la
cual el pueblo pueda ver la cadena de la verdad, eslabón Iras esla
bón, que se une en un perfecto todo. Pero Cristo, y él crucificado,
será el centro y La ciencia y el canto de todo.
Será la predicación del evangelio eterno a toda nación, y tribu, y
lengua y pueblo. Será la predicación, y es la predicación, en la que
el predicador se ocultará detrás de la cniz y ensalzará a Jesús y cla
mará: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»
(luán 1:29). «¡Alai viene el novio! ¡Salid a recibirlo!» (Mal. 25:6). De
nuevo, y por fin, será la lengua de fuego.
• Give me .i viácu, a cry. and a compLninng, / Oh. Jet my -ound be stoemy In tU ir ears. / Thrmt
tlu i would shout, but i .moot slay lo r straining, / F.ves that would >vrep. but cannot wall foe tear?
Qut»-K. h i a moment, infinito; fiKever. / Send an :imu*a1 better than I pray, / Give me a graiu upon
the faint ende.n or, / Souls tor my lure and Pentecost tod.iv
I biTvíorp. O Lord, 1 will tmt fail nor ialtcr, / Nay, bul l a sk Nay, but I desire. / Lay on my lips
Lhine em ber. hCthe altar, / Seal with the sling and hunish with live fire
«Apacienta* mis corderos...
Pastorea mis ovejas...
Apacienta* mis ovejas».
Juan 21: 15-17