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Título de la obra original

/ tfd A1y Sbfrj), A Skephrrd's Cuidefrom it Atwiit Prcncher


ürpuri% h¡& 1958, 2005 Review and Herald® Publishing Association
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obro (texto, dingr.miación), rm tratamiento informático y cu transmisión,
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sin permitió previo y {.mi- escrito de los editores.

ISBN lih 1-57554-607-8


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Panamericana Formas c Imresos S,A.
Bogotá

Impreso en Colomhia
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Lit División Interamericam


tie In Iglesia Adventista del Séptimo Día
i/ sus dos casas editoras, GEMA 1/ AMA,
dedican fraternalmente, en Cristo, el Buen Pastor,
este libro, el primero de la serie CLÁSICOS DLL ADVENTISMO,
a todos los hombres 1/ mujeres de buena voluntad tjue sienten que
el Espíritu Santo los ha llamado a predicar a tiempo p fuera de
tiempo el evangelio eterno anunciando el pronto regreso de Cristo.
Y, con la convicción de que Dios tiene una bendición
en cada una de sus páginas, lo ponemos en las manos de Unios
nuestros hermanos de lengua española.
Título de la obra original
I iYt1 My SiUYff. A Shcf/fit-rd's Guiilt: from /i \lusirr l'iwdicr
COpvrigltlK) 1958, 2(K)5 Kevíe.w aixl Herald^ Publishing Association
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ISBN 10: 1-57554-607-8


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Panamericana Formas e Imresos S.A.
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Ln División Interamerieana
de hi Iglesia Adventista del Séptimo Día
y sus dos casas editoras, OLMA y APIA,
dedican fraternalmente en Cristo, el Buen Pastor,
este libro, el primero de la serie Clásicos del A dventismo,
a todos los hombres y mujeres de buena voluntad (fue sienten que
el Fspíritu Santo los ha llamado a predicar a tiempo y fuera de
tiemjfo el evangelio eterno anunciando el pronto regreso de Cristo.
Y, con la convicción de que Dios tiene una bendición
en cada una de sus páginas, lo ponemos en las manos de Unios
nuestros hermanos de lengua española;
Contenido
Presentación de la edición en e s p a ñ o l...................................................11
Prefacio.............................................................................................................15
T^ cátedra de 11. M S. Richards sobre predicación........................... 19

Primera conferencia: ¿Q u é os la p r e d ic a c ió n ? ...........................21


•■Li Escritura nos enseño que el sermón debería w el mejor ímlo del
predicador
-K? un error fatal suponer que un postor o una iglesia pu*den progre­
sar sin teologia».

Segunda conferencia: E l p r e d i c a d o r ................................................65


*¿.\o debería ser d predicador un hombre de fe prohirva, intrépido
en l.i causa de Dios, pert) que conserve lina profunda reverencia y
que sea luunUde. sin tener nuneu temor de mirar de nvnle a la gente,
porque ha visto por la íe el teatro de Dio>?*

Tercera conferencia: O rd e n a d o s p a ra p r e d i c a r .................... 107


-l a ceremonia de Imposición de manos no les anadió [a Pablo y Ber­
nabé} nueva gracia y poder. I a ordenación lúe tul reconocimiento de
que liabian sido constituidos para esta obra por I>ios. obra que era la pie
dicacióo dd evangelio-

Cuarta conferencia: P re d ic a m o s a C risto c r u c if ic a d o .... 149


•La cruz sigue siendo un poderoso liu-trumcnto de atracción, atrae
con más fuerza que ninguna otra cosa. l,..J No liemos de olvidar en nin-
gón momento el magnetismo de la Ciu¿.}...] Lo*, predicadores tienen
magnetismo cuando predican a Cristo y a Cristo crucificado*
Quinta conferencia: A p a cie n ta litis o v e j a s ...........................187
J ais mensajeros tk* Cristo deben ir .1 todo lugar, ensenando a la gente y
hadendo conversos en lodos los pueblos. Después sigue el bautismo,
pero esto no es el fin Ensenar, bautizar, enseñar Ensenar antes
det bautismo, enseñar después del bautismo»

Sexta conferencia: E l p re d ica d o r r e s p o n d e ........................ 223


-Aquello sobre lo que meditamos, aquello que oímos y leemos, llega
a sor parte de nosotros mismos y se refleja en nuestros sermones. R
hecho es que los sermones excelentes nu se dcsarrollan en un día o en
una semana o en un añu. Son el fruto de una vida de trabajo-

Séptima conferencia: L e e r p a r a p r e d i c a r ....................................271


«la» primeros predicadores adventistas eran predicadores bililicos. y
este movimiento lúe minado por hombres que creían en la Esa itura
y que la entendían. Muchos de ellos leían y estudiaban más SU biblia
que cualquierotro libro».

O ctava conferencia: Tan g ra n d e n u b e d e t e s tig o s ................309


-Al estudiar esta lista de testigos [Hebreos II], apandemos una gran
verdad, y es que dieron testimonio de la realidad. Esco verdaderos tes­
tigos de I>»os no buscaban fama personal, o notoriedad o gloria [...) Esos
tambres y mu|cres lo hicieron todo para la gloria de Dios».

Novena conferencia: La len gu a d e f u e g o ..................................353


•La mayoría de nosotros hemos de admitirlo, somos gente común y c<v
rrienle. [. .[ Todos somos pciíonas comunes, que tem-mos un njetisaje
extraordinario, y al predtcurk» hemos de tener un poder extraordinario,
el poder dd Espíritu .'santo*
Presentación
de la edición en español

L CRISTIANO, y sobre todo el líder cristiano, está abier­

E to a múltiples influencias que pueden resultar im pac­


tantes en su vida y en su ministerio. Un buen serm ón,
un canto oportuno, una oración en la iglesia, un con­
sejo adecuado en un m om ento de necesidad, o bien una oración
respondida; todo puede producir un im pacto perdurable, depen­
diendo del m om ento y las circunstancias. A hora bien, es incalcu­
lable el im pacto de un buen libro, de esos que se leen y releen una
V otra vez, sin que nos cansen, listos son los libros que subraya­
mos y m arcam os con toda clase de colores, para que finalmente
acabem os adquiriendo un nuevo ejemplar para tenerlo cual pre­
ciado trofeo en nuestra biblioteca.
Para quienes la lectura es un hábito, pod em os enum erar m u­
chos libros que han influido positiva y profundamente en nuestra
vidas, y nos gustaría com p artir esto con los demás. Y justam en­
te este es mi caso, cuando me iniciaba en la Obra, un veterano
1 2 APAGUINTA m is ( )VI JAS

pastor nú* regaló el libro Feed my sheep (Apacienta mis ovejas).


Este libro ha sido, y sigue siendo, un "n o rte" en mi ministerio.
Despertó en mi un intenso anhelo de am ar a mi Señor por enci­
m a d e todo. Me ayudó a entender que el am or por los herm anos
es lo m as precioso que un ministro del evangelio puede d ar a la
iglesia. Me enseñó que la predicación no es sim plem ente p ro ­
nunciar discursos religiosos, com o yo había entendido en mis
clases de homilética.
A pac u n í a m is ovi jas me llevó a entender que el ser hum ano
no es únicam ente un cum ulo de em ociones para que podam os
alim entarlo a base de anécdotas; también tiene su parte intelec­
tual que necesita el sólido contenido de la Palabra de Dios. Tam­
bién me ayudó a entender que un ser hum ano no solo desea reci­
bir información y que únicam ente el intelecto es lo que ha de ser
estim ulado. El pastor H.M.S. Richards me ayudó a entender que
los seres hum anos som os un conglom erado d e em ociones e inte­
ligencia, y que para ser un buen predicador hay que alcanzar a
cada oyente en su vertiente em ocional tanto com o en la intelec­
tual.
Tiene usted en sus m anos una obra que debería se: leída, es­
tudiada y analizada en todas las clases de hom ilética; que debie­
ra ser libro de cabecera para todos los pastores y todos los líde­
res laicos; para todos los que tenemos la grave responsabilidad
de guiar y alim entar a la grey del Señor.
A pacienta mis ovejas m e dirigió y m e m antuvo en a Palabra,
h i/o que yo me enam orara de la Escritura en toda su belleza, v
reafirmó mi confianza en el Espíritu de Profecía. Me mostró que
es imprescindible com binar equilibradamente lo emocional y lo
intelectual para poder satisfacer las ansias de todo ser humano
que busca cam inar m ás cerca de Jesús.
l os largos años de experiencia en la predicación de la Palabra de
D ios alrededor d el m undo, tratand o con gentes de las más diversas
culturas, y descubriendo que no im porta el idiom a ni la idiosin­
crasia, todos los seres hum anos tenemos una característica común
básica, nuestra gran necesidad de un encuentro con nuestro Crea­
dor y Salvador, inspiraron al p astor Richards a enriquecer a la
iglesia con los consejos e instrucciones de A pacienta mis ovejas .
C uando Diana, la princesa de C ales, falleció trágicamente, un
com entarista dijo: «A partir de ahora ella seguirá siendo joven
para siempre», indicando así que el recuerdo que el m undo tendrá
de ella será siem pre ese, por no haberla visto envejecer. A tah e ñ ­
ía mis ovejas siem pre estará al día, porque cada generación de
pastores y laicos que entre en contacto con esta obra maestra
sobre el privilegio d e alim entar a la grey del Señor, siempre en­
contrará lo mejor que se conoce para afianzar nuestra vocación
al ministerio tie im partir el buen alimento de la Palabra.
Si hay un libro que todo predicador, no im porta cuál sea su
afiliación religiosa, debiera leer, estudiar, analizar e interiorizar,
es este.

Israel Leito
PresHirnle ¡ir la DiListón Inlcramrricuna
iir ,'us Ailcettlisias <ir\ Vpf/.wDí,i

Not, n i *- EURC«r$: I r» I* \fi'sion csp.ñn!.i de Aru a,VIA v * 'A 'i v - , para mantiiier ti» In
posa*.- Ja .wmIwI.h I, v lust.'. >á>»••|i«» *»•la «onorictad. I«<-- nueve «cnrnTK'- instituyen d
ilbrti. \ para ^uc U frusenlogtd, además <le ai lual y ac buen mvd islflfelko. resulte familiar
.1 ttuvstn* nido*. til dt.vw Iil4li.ié hemos optólo lH,; u<jr indistinUnuule, sin ninguna
(rnlii .ii k'hI particular. I.i venkV» Reina-Valen tinto en su revisión il«- 1995 (R\^5) üe la-* S«v
i tedades tisblK.e. Unidas. como de U Muña Reina-VaJcn del 2000 (NKVJ de l> Stviedad Ui-
tlx.i I "'Ji.ucl En alguno i-m u te ha usocto l.i Bíhlu Je Jerusalcn (Rl) ilt- Editorial IX’yhV
Je Brouwer
Prefacio

N UNA FRA DFSPROVTSTA do héroes espirituales; en

E una vida al parecer despojada de gigantes morales, cuán


apropiado es que esta obra clásica sea reimpresa para
nosotros los que vivimos en el tercer milenio. H. M. S.
Richards, lúe un imponente gigante del intelecto, de la Palabra y del
Espíritu del siglo XX en la comunidad de la fe en la cual crecí, fue
un héroe y un mentor espiritual, durante toda una generación de
pastores. Y la reimpresión de esta tan apreciada obra suya, podría
muy bien presentarlo como un nuevo mentor para una generación
en el ministerio, en particular, el ministerio pastoral.
Tuve el privilegio de encontrarme con él solamente una vez al
final de su ministerio y al comienzo del mío. Fue en una asamblea
de un congreso campestre, donde estaba yo sentado con centenares de
otros creyentes, impresionados por la profunda v conmovedora pre­
dicación del corazón y de la mente de este hombre de Dios. Pero
debo confesar que después, cuando subí para hablar con él, me sentí
tan asombrado por su notable hazaña intelectual [este fue el hombre
16 A pac u n ía mis ovejas

que se había luido el Comentario, bíblico adventista de principio a finj


y mis prodigiosas realizaciones ministeriales [fue el precursor del
primer ministerio global de radio], que cuando llegó mi tum o para
hablar con él no pude más que articular de m odo inconexo unas
pocas palabras.
Oswald Chambers meditó una vez sobre el pasaje: «Alzaré mis
ojos a los montes. ¿De dónde viene mi socorro?** (Sal. 121:2), y reflexio­
nó, al igual que todos nosotros, empequeñecidos como estamos pol­
los gigantes intelectuales y espirituales que nos han precedido, qué
fácil es llegar a sentirnos abrumados por su grandeza, y perder la espe­
ranza al ver nuestra insignificancia. 1.a traducción que da la antigua
versión Reina-Valera («Alzaré mis ojos a los montes, de donde ven-
• drá mi socorro»] nos induce a pensar que nuestro socorro espiritual
viene de aquellos gigantes espirituales destacados de la historia. Pero
Chambers aconsejó, que nosotros no debemos concentramos dema­
siado en las hazañas de estas lumbreras del pasado, sino que hemos
de encontrar consuelo en las siguientes palabras del Salmista: «MÍ so-
- corro viene de Jehová» (vers. 2). Buen consejo para muchos que ahora
leeremos la reimpresión de este clásico de la literatura adventista.
Y por supuesto, también habría sido el consejo de H. M. S. Richards
para nosotros. Que nuestro socorro viene del Señor es el tema incon­
fundiblemente tejido a través de su vida y ministerio, y en todas las
páginas de este libro, fruto de aquella vida de servicio. Porque este
es un libro sobre predicación, un libro sobre pastorear, pero, por en­
cima de todo, un libro que invita a seguir en las pisadas del Único
que pudo decir con toda propiedad: «Yo soy el buen Pastor». Tin el
idioma original eso es precisamente lo que Jesús afirmó: «Yo soy el
buen Poimen» [palabra griega que se usa con dos sentidos en el .Mue­
vo Testamento, ya sea para un pastor de ganado o para un ministrol
(Juan 1U: 11). Y es esa metáfora la que cautivó la atención de H. M. S.
Richards en el libro Apacienta mis ovkjas.
Recuerde que estas palabras fueron pronunciadas por Cristo re­
sucitado, en el momento en que estaba restaurando a un ministro de
una manera tierna pero firme; alguien que estaba tan desalentado por
sus fracasos personales y profesionales que^ludaba si alguna vez
más volvería a predicar y pastorear, ^ c a p ítu lo 21 de Juan, también
es un inexorable llamamiento del Príncipe de los pastores a los que
son semejantes a usted y a mí, a pesar de nuestros prop os sentimien­
tos de fracaso. «Pedio; ¿me amas? |...J Jesús le dijo: Apacienta mis
ovejas», En otras palabras Jesús le estaba diciendo: «Yo por este acto,
te vuelvo a comisionar para que apacientes mis ovejas». Este, todavía
sigue siendo un mandato pastoral urgente, tan oportuno cuando Jesús
pronunció esas palabras y tan oportuno boy como cuando fue publi­
cado este libro por primera vez en 1958.
Las ovejasposm odem as del tercer milenio necesitan ser apacen­
tadas, pastoreadas y también alimentadas. En el mundo moderno de
la alta tecnología cibernética y de la demanda urgente de entreteni­
miento, en el a i al se desenvuelvo y se alimenta hoy la raza humana,
y nuestras congregaciones, este mismo Jesús nos ha llamado a cau­
tivar su atención, despertar sus conciencias y alimentar sus almas.
Semana tras semana tenemos la responsabilidad de seguir apacen­
tando y alimentando sus ovejas.
¿Cómo es posible aceptar este llamamiento y emprender una ta­
rea tan gigantesca? Lo que usted está a punto de leer son los consejos
del corazón de uno que sin excusas vivió hasta el fin su pasión por
predicar la Palabra y apacentar a las ovejas. Esta obra clásica es esen­
cialmente un manual de cómo hacerlo, nacido de la larga y fructífera
vida de un predicador que, en las palabras de John Wesley, fue un
homo urtius lihri, el «hombre de un solo libro». Los que conocieron a
H. M. S. Richards pueden testificar que era exactamente eso. Así que
aquí en su obra, permitamos también que sea nuestro mentor.
¿Pero alón confiables y aplicables son las ideas y pensamientos de
alguien que perteneció a otra generación, al parecer tan distante de no­
sotros que vivimos en el tercer milenio? La Escritura declara: «Por
sus frutos los conoceréis». Seguramente la pasión de Richards por el
Buen Pastor y su Palabra, que se extendió por más de ocho décadas,
puede recomendamos tanto al hombre como a su mensaje, a quie­
nes vivimos en el crepúsculo menguante de la historia de la tierra.
En verdad, tenía pasión en su corazón por la predicación; y lo per­
cibí aquella tarde cuando me acerqué para hablar con este piadoso pre­
dicador. El sermón que acababa de escuchar fue el mismo que predi­
có en mi servicio de ordenación al ministerio evangélico. Y supe que
tenía que conseguir la firma de este gran hombre en mi Biblia de predi­
cación. Asi que después me abrí paso hasta estar al lado de ese octo­
genario y le pregunté si podía escribir algo en la guarda de mi Biblia.
Sus lentes eran gruesos y sus nudosas manos no eran muy firmes, pe­
ro siempre recordaré la única línea que garabateó por encima de su
firma.
Y es esa línea la que satura este libro suyo. Fue el tema de su dila­
tado y fructífero ministerio, y aquella tarde de sábado lo elegí como
la pasión de mi propia vida y ministerio. Debajo de su firma, H. M.
S. Richards, escribió simplemente: 1 Corintios 2 :2 . No dudo que us­
ted conoce esas palabras: «Porque me propongo no saber nada entre
vosotros, sino a Jesucristo, y a este crucificado». ¡Qué ejemplo tan ade­
cuado para todos nosotros!
Con un Mentor semejante a ese, ¿cómo puede extraviarse ningún
predicador o pastor?

D vvkíhi K . N h .s on

Andrews University
La cátedra de
H. M. S. Richards
sobre predicación

STE LIBRO contiene las conferencias pronunciadas por

E el autor en Takoma Park, Maryland en 1957, como la prime­


ra de una serie de conferencias sobre predicación para la
inspiración y edificación de los pastores ordenados de
Washington y sus alrededores, así como para los estudiantes de teolo-

y los d d Seminario Teológico Adventista.


Bajo los auspicios del Washington Missionary College y de la Columbio
Union Confidence, este proyecto comienza una nueva orientación en
la enseñanza ministerial de nuestros estudiantes de teología. Por
muehos años los estudiantes del colegio superior y del seminario se
vieron obligados a recurrir a ayudas populares de instrucción como
las Yale Lectureship on Preaching [Conferencias Yale sobre predicación].
Sin embargo, el éxito de esta primera aventura denominational exce­
dió las expectativas iniciales de sus fundadores, dando como resulta­
do la cátedra como un evento anual. I Tombres de gran experiencia en
el campo de la predicación pastoral y evangelizadorn, eran imitados
2 0 .Apacienta mis o vh Ás

a presentar la sabiduría acumulada en métodos y procedimientos tie


sus largos arios de sen-icio.
(íran parte del crédito se debe a Tí. M. S. Richards por el entusias­
mo que despertó por esa serie inicial de conferencias. Su reputación
mundial como evangelista del programa de radio The Verity, o f Prophecy
[l.a Voz de la Proféda], jimto con sus largos años de predicación
pastoral y evangelizado™ hacen que sus consejos y oteen-aciones
sean inestimables. Por lo tanto, este libro es una evidencia signifi­
cativa de que existe dentro de las filas crecientes del ministerio ad­
ventista una riqueza en experiencia que justificará que recurran a la
extensión de esta cátedra. Las conferencias editadas y publicadas
serán un medio de compartir su consejo con todos los obreros alre­
dedor del mundo.

LOS EDITORES
¿Qué es la
predicación?
n

«Jesús vino a G alilea predicando


el evangelio del reino de Dios».
Marcos 1 1 1

C
OMPAÑEROS predicadores, ¡los saludo! No estoy aquí
ponqué yo crea que sé más que ustedes sobre predicación, o
porque pretenda ser una autoridad en la materia. En rea­
lidad, estoy totalmente seguro de que antes que termine­
mos esta serie, algunos de ustedes disentirán completamente con
algunas de las ideas que serán expuestas; pero eso será positivo. Si
podemos conseguir que la gente piense lo suficiente como para no es­
tar tie acuerdo con nosotros, a la larga eso será algo bueno. Si no pue­
do convencerlos de que estoy en lo correcto, entonces traten de con-,
vencerme de lo contrario.
Desde que recibí la invitación para dictar estas conferencias, ha­
ce varios meses, he estado pensando com o nunca antes en mi vida
sobre la obra de la predicación, especialmente la predicación ad­
ventista. lie estado analizando mi propia experiencia y he tratado
de expresar verbalmente lo poco que conozco sobre este maravilloso
lema. He leído con sumo cuidado todo lo que las Santas Escrituras
dicen sobre la predicación. Leí una buena cantidad de libros sobre
predicación escritos por algunos de los más grandes predicadores y
maestros del mundo, y finalmente, escribí a casi quinientos pastores
en activo, solicitándoles su consejo, y recibí doscientas respuestas
personales. Com o resultado de estas actividades, me han impresio­
nado profundamente tres conclusiones excelentes: Primero, que el
tema es inmenso; segundo, que esas autoridades en el tema ya han
cubierto el campo concienzudamente y han dicho todo lo que hace
talla decir o que tal vez podría ser dicho sobre este asunto; y terce­
ro, que mi propio conocimiento de la predicación es sorprendente­
mente insignificante.
Sería absolutamente imposible para cualquier hombre ni aun en
cien conferencias, abarcar lodo lo relacionado con el tema de la predi­
cación. Por lo tanto, haré sencillamente algunas observaciones sobre
este importante asunto y pediré la bendición de Dios sobre mis es­
fuerzos, a fin de que otros puedan encontrar ayuda en loque se diga.
Para mí es una señal muy alentadora que se haya contemplado
e iniciado tura serie de conferencias sobre predicación. Tiste mismo
hecho muestra que nuestros líderes están pensando más y más en la
predicación. En mis contactos con el hermano Osborn, mi consejero
espiritual cuando era pastor de mi iglesia natal en Glendale, percibí
que él estaba muy preocupado con respecto a esto, y yo estaba pro­
fundamente interesado en su colección de libros tie las Yale Lecture*
[Conferencias Yale] sobre predicación. Nunca imaginé, cuando era
estudiante en el Washington Missionary College y pastor de la vieja
iglesia de Capitol HUI, que el muchachito travieso que acostumbra­
ba sentarse en el banco de adelante sería algún día mi pastor y esta­
ría asociado conmigo hoy aquí en este pulpito, el hermano Osborn.
Til tema de esta noche para mi primera charla es: «¿Qué es la p|e-
dicariónZ» y nuestro texto está en Marcos 1: 14, primera parte, las
mismas palabras que usó el Dr. Buttrick en sus Yole Leí tures: «Jesús
vino [...] predicando». Cuando Jesús descendió a este mundo, vino
predicando. Desde el momento que recibí la invitación para dictar
esta serie de conferencias he estado viviendo con el lema de la pre­
dicación; pensando en él; soñando con él. En realidad, elaboré varias
conferencias por la noche cuando estaba medio dormido, pero cuan­
do me desperté por la mañana, ¡encontré que todas estaban mal he­
chas! Desde que recibí esta invitación he leído todo lo que hay en la
Biblia sobre predicación, hasta donde yo sepa, y creo que he leído
lodo lo que está disponible sobre este asunto en los libros publica­
dos del espíritu de profecía, iambién leí lantos de los libros de las
Yole Lectures como pude. l eí también una selección que el hermano
Osbom me envió, y otros libros que pude obtener.
Como resultado de lodo esto y de examinar mi propia experien­
cia y buscar a Dios en oración con este asunto, quedé impresionado
con dos cosas. La primera es que todo lo que pueda decirse acerca de
la predicación ya ha sido dicho y ha sido expresado mucho mejor de lo
que yo pudiera haberlo hecho. La segunda es que conozco m uy po­
co acerca del tema, y siento que he fracasado en casi tcxlos los aspec­
tos para ser un predicador fervoroso o un verdadero predicador y mu­
cho menos, ser un gran predicador. Debido a la importancia del te­
ma, pido la bendición de Dios sobre mis esfuerzos.
Ahora bien, en el capítulo uno y el versículo catorce del Evange­
lio más corlo, Marcos, encontramos estas palabras: «Jesús vino a Ca- «
lilea predicando el evangelio del reino de Dios». Es* es la introduc­
ción de jesús. 1.a primera aparición de nuestro Salvador en este
mundo después que comenzó su ministerio público lúe como predi­
cador. Vino predicando. La palabra «predicar» en este pasaje signi­
fica «proclamar», «pregonar»; es la palabra que se usa para «heral­
do», aquel que -pregona en voz alta». Y luego se da aquí más ade­
lante, en este mismo pasaje, el cenlro del mensaje de Jesús: «El tiem­
po se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca; ¡arrepentios, y
creed al evangelio!» (Mar. 1: 15).
Observe ahora estos hechos acerca de su predicación: Primero,
estaba basada en el cumplimiento de la profecía; segundo, era sobre
la inspiración de las Escrituras del Antiguo lestamenlo; tercero; era
un llamado al arrepentimiento; y cuarto, un llamado a la le. Estas
cuatro cosas se perciben claramente en el texto. La profecía de tiem­
po de Daniel 9, la gran profecía de las setenta semanas que todos co­
nocemos, había encontrado paite de su cumplimiento en el ungi­
miento de Jesús con el Espíritu Santo en el río Jordán. En TTechos 10:38
leemos que Jesús lúe ungido con el Espíritu Santo y fue sanando a los
enfermos y a todos los oprimidos por el diablo: «Porque Dios estaba
con él». Fue ungido allí, en el Jordán con el Espíritu Santo, y llegó a
ser el Ungido, específicamente, el Cristo; en cumplimiento de aquella
profecía. F inmediatamente comenzó a predicar: «El tiempo se ha >
cumplido Arrepentios, y creed al evangelio». Vino predicando
2 4 A i'ac ii \ta mis oveias

ese mensaje. Al comenzar su ministerio, breve pero poderoso, su pri­


mera predicación fue un anuncio del cumplimiento de la profecía. lira
una proclamación oficial al mundo de que la profecía se había cum­
plido y estaba siendo cumplida, y que él estaba allí para cumplirla.
Observe también que su predicación fue muy precisa. Volvamos
a mirar el texto: «El tiempo se ha cumplido». Es concreto y bíblico.
Su predicación fue profética. jesús basó tenia su predicación en las
Escrituras del Antiguo Testamento. Ahora bien, creo que si pu­
diéramos recordar y seguir estos tres puntos en nuestra predicación
sería suficiente para ayudam os en tenia nuestra predicación. 1.a pre­
dicación de Cristo fuá* 1. concreta; 2. bíblica; y 3. profética. N o esta­
ba basada en ninguna teoría o argumento filosófico visionario.
Estaba basada sobre el hecho de su presencia. «Estoy aquí. Aquí es­
toy. Por lo tanto, arrepentios. Creed este mensaje. Se ha cumplido la
profecía. Estoy aquí en cumplimiento de la profecía». El fundamen­
to de su predicación era su presencia, era la profecía que había sido
dada hacía tanto tiempo, y el hecho de que era tiempo ¡‘ara que ocu­
rrieran grandes cosas. Era eficaz. La verdadera predicación siempre
es eficaz; hay un efecto exterior o un cambio interior.
1.a predicación de Jesús fue la proclamación de un hecho; no f e ­
riemos recalca]- esto demasiado, 'también fue un llamamiento a la ac-
r¡ ción. «Arrepentios», requirió jesús. «El reino de L)ios está cerca, ¡arre­
pentios!». Era también un mandato de Dios. Porque «Dios, I...J aho­
ra marida a todos ios hombres en todo lugar, que se arrepientan»
(Hech. 17: 30). Algunas veces en nuestra predicación le «suplicamos»
a la gente a que se arrepienta, y eso está bien. í es «pedimos» que se*
arrepientan. Les «aconsejamos» que se arrepientan. Tratamos de «in­
ducirlos» a que se arrepientan. Les decimos de todo menos -«mari­
darles» que se arrepientan. Dios «ordena» a todos los hombres en
• todos los lugares que se arrepientan. Recuerden eso. Debemos tener
en nuestra predicación una nota de un mandato de Dios, una nota
de autoridad, un mandato a arrepentirse.
Ahora llegamos al segundo punto principal: La predicación de
Jesús 1Lie de persona a persona; fue de un Hombre a los hombres Es
esta comunicación de la verdad de un hombre a los hombres de la
que habla Philips Brooks en sus Yale lectures on Preaching (Confe­
rencias Yole sobre predicación], que muchos creen que es el mejor to­
mo hasta ahora de la serie de Yale. I a predicación por si misma es la
* comunicación de la verdad por un hombre a los hombres. Incluye la
verdad y la personalidad. Dios podría haber escrito su mensaje en
letras de luego sobre el cielo, pero eso no habría sido predicación. Un
hombre tiene que venir y hablar palabras a otros hombres.
Hoy en día, contamos con oradores que interesan a la gente, que
deslumhran con sus retóricos fuegos artificiales; otros que filosofan
y proponen especulaciones. Pero eso no os predicación, porque no es
una presentación de la verdad. Son simplemente las vueltas y re­
vueltas de la efervescencia de la mente humana, l a verdadera predi­
cación debe tener a un verdadero hombre detrás de ella. Ta verda­
dera predicación siempre involucra una personalidad y una verdad.
Y nunca falta el tercer elemento: La verdad debe ser verdad de la
Escritura. Entonces, la verdadera predicación debe ser precisa, per­
sonal, veraz y bíblica,
~ Cuando vino Jesús, él era el Hombre idealt era la auténtica verdad.
Ora el Hijo del hombre y el Hijo de Dios- Dice Jesús: «Yo soy el cami­
no, la verdad y la vida» (Juan 14: ó). Él era la verdad encarnada. En
su testimonio ante Pílalo, el gobernador romano, Jesús dijo: «"Yo, pa­
ra esto he nacido, para esto he venido ai mundo, para dar testimo­
nio de la verdad, lodo aquel que es de la verdad, oye mi voz". En­
tonces Pilato le preguntó: "¿Qué cosí es verdad?"» (Juan 18: 37, 38).
En aquellos días el imperio Romano estaba saturado de filósofos
que buscaban la verdad. Estaban los platónicos, los aristotélicos, los
epicúreos, los estoicos, los cínicos. Había muchos senderos por los que
los hombres caminaban en su búsqueda de la verdad; al menos pen­
saban que estaban buscando la verdad. Muchos hombres reflexivos
habían llegado al punto de pensar que la verdad era inalcanzable. Y
fue esa desesperación de encontrar alguna vez la verdad, la que in­
dujo a la formación de la escuela de los cínicos.
«¿Qué cosa es verdad ?» preguntó Pilato. No sabemos en que idio­
ma habló, pero si lúe en latín, y Pilato era un diplomático romano, de­
bió haber dicho: Quid esl vertías?. Alguien ha señalado que si le da­
mos vuelta a las letras, tenemos la respuesta: Esl vir qtii adesl, «es el
hombre que está delante de ti». Y asi fue, él era la misma verdad en­
cam ada, la verdad en un hombre, la verdad en el Dios-hombre. Ver­
daderamente era la verdad. «Yo soy el camino, la verdad v la vida». *
El mundo nunca había visto tal predicación porque nunca había visto
a semejante hombre. Y solamente si nos acercamos a él como I lombre,
creceremos como predicadores que usan su personalidad en la trans­
misión del mensaje. Jesús comenzó su predicación citando las Escri-
turas del Antiguo Testamento y refiriéndose al cumplimiento de la
profecía divina. Si hay una disminución del interés en la predicación
cristiana hoy, sería bueno para nosotros mirar antes de nada nuestra
personalidad. ¿Quiénes somos?, ¿Qué dase de personas somos? ¿Vi­
vimos y creemos la verdad que predicamos? ¿Está la verdad en nues­
tros corazones? ¿Somos la encamación de la verdad? Si no estamos
teniendo éxito en nuestra predicación, debemos buscar en nuestro in­
terior y echar una extensa mirada sobre nosotros mismos.
En segundo lugar, debemos examinar la verdad que estamos pre­
dicando, qué es lo que predicamos. ¿Hemos diluido la verdad? ¿La
liemos cubierto completamente con nuestras propias ideas o filosofía
humana? La verdadera predicación, jóvenes amigos, nunca ¡XTece.
Como pueden ver, en cierto modo he preparado esto particular­
mente para ustedes, jóvenes que se están formando para el ministe­
rio. No piensen que la predicación va a morir. Nunca morirá, al me­
nos mientras haya pecadores en este mundo, o mientras no esté ter­
minada la obra de Dios. La predicación nunca será reemplazada
mientras hombres de verdad, con un mensaje de verdad, sean guia­
dos por el Espíritu Sanio. Tales predicadores siempre tendrán al­
guien que los escuche. Cuando el hombre de Dios viene con el men­
saje de Dios, en el tiempo de Dios, siempre habrá homares con cora­
zones que ardan dentro de ellos cuando él les abra las Escrituras
(Luc. 24: 32). El mensaje de Dios, del Libro de Dios, por el hombre
de Dios, en la casi de Dios, en el día de Dios, ¡eso es predicación!
La verdad y la personalidad no pueden separarse. I * verdad siem­
pre ha estado ligada a una persona, siempre fue proclamada por una
persona, siempre fue testificada por una persona. La verdad de Dios
es un mensaje, pero cuando Dios envía un mensaje siempre envía a
un hombre. Leemos en la Biblia: -Hubo un hombre enviado por
Dios, llamado Juan» (Juan 1: 6). Dios siempre envía su mensaje
encarnado en un hombre, ¡siempre!
Como adventistas, hablamos del '«mensaje». «-¿Crees en el men­
saje?» «¿Has oído el mensaje?» «¿Has abandonado el mensaje?» La
verdad y la personalidad siempre están ahí, testificadas por una
persona. 1.a verdad de Dios se llama mensaje, y el hombre que lo tie­
ne es un mensajero. «Este es el mensaje que oímos de él y os anun-
ciamos» (1 Juan 1: 5). Ahí está, un mensaje que hemos oído y que a
su vez debemos anunciar.
F1 mensajero, es quien lleva el mensaje, y nosotros somos los
mensajeros de Dios, t i apóstol Pedro, hablando ante el concilio
general en Jerusalén, dijo: «Y nosotros somos testigos suyos de estas
cosas» (Hech. 5: 32). Pedro estaba citando las palabras de Jesús.
Recuerden lo que les dijo a sus discípulos como parte de la comisión
final que les dio: «Vosotros sois testigos de estas cosas» (Luc. 24; 48).
Y su promesa fue: «Pero recibiréis el poder cuando venga sobre vo­
sotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Ju­
dea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (T lech. 1: 8).
Ahora bien, existe una gran diferencia entre ser un testigo y ser
un abogado. Jesús no dijo: «Vosotros sois mis abogados». Como ha­
brán podido ver, hay cantidad de predicadores que quisieran ser
abogados de Dios. He oído a algunos de ellos que pueden argumen­
tar. ¡Sí señor, pueden realmente argumentar! Pero una de las seña­
les seguras de un verdadero predicador es que procura ser menos
«un abogado» y llega a ser más «un testigo».
Cuando era estudiante aquí en el colegio, fui testigo de algo que
no debería haber sucedido. Fue un acto ¡legal. Un día, mientras me
dirigía a casa después de predicar en mi pequeña iglesia, el tranvía
se detuvo en una esquina de la ciudad y sucedió algo. Estaba allí un
muchachito que cogió sus patines y los echó sobre su hombro, los
patines golpearon a un hombre que estaba esperando para subir al
tranvía. El hombre se enfureció mucho. Su esposa lo empujó, y él
entró en el tranvía delante de ella, una cosa muy extraña para un
cortés caballero sureño.
Cuando estuvo adentro, aún estaba tan enfurecido, que sacó su
paraguas por la ventana y punzó el ojo del muchachito. El asunto
acabó en un juicio en la corle.
Una mañana, cerca de las seis, cuando todavía estaba durmiendo
en mi habitación, allí en la Avenida Carroll, un policía entró derecho a
mi dormitorio con una citación para que acudiera a la corte a testificar.
Estaba realmente asustado, porque peasé que me iban a llevar a Ja cár­
cel. Pero tocio lo que tuve que hacer fue ir y dar mi testimonio, y apren­
dí algo en aquella corte. Cuando me llamaron al estrado de los testigos,
les dije lo que había sucedido y cómo lo vi yo. Lo primero que les ex­
puse fue la idea que yo me había hecho de aquel hombre.
2 8 Ai'acii n ía m is ovejas

El juez m e detuvo y me dijo:


— Escuche joven, aquí no importa io que usted piense. Todo lo que
queremos- saber es loque usted vio. Eso es todo lo que deseamos saber.
Eso es lo que se supone que haga un testigo; se supone que diga
lo que vid# lo que conoce, io que ha experimentado, |no lo que piensa!
T.a testigo que llamaron después de mi, era una maestra de es­
cuela. Se emocionó mucho y dijo:
— Vea, juez, cuando esc* hombre miró hacia afuera por la ventana
del tranvía parecía como si fuera el demonio. Estaba...
El juez dijo:
— ¿Cómo sabe usted a qué se parece un demonio? ¿1 labia visto
usted alguno antes?
Como pueden suponer, no pudo prestar testimonio. Nunca había
visto un demonio. Estaba usando su imaginación, cosa que a veces
es perfectamente apropiada, pero no cuando se* tiene que testificar.
Por eso, no debemos ser los abogados de Cristo; debemos ser sus
testigos. Ustedes saben que la gente-no puede negar lo que se testi­
fica. Cuando decimos: «Jesús hizo esto por mí, y liará lo-mismo por
usted», no pueden resistir con éxito a eso. El Infiel más grande que
haya sobre la tierra no puede evitar a un testigo en su testimonio.
En Londres, en el Hyde Pork se le permite a cualquiera que vaya
y suelte una perorata en defensa de su incredulidad o de su fe. Se pue­
den ver allí a decenas de hombres subidos en cajas u otros objetos, o
sencillamente de pie, exponiendo cualquier cosa que está en sus co­
razones y mentes. Una nociré un hombre estaba predicando el evan­
gelio allí, en el Hyde Pork, v alrededor de él había varios creyentes.
Entre los que escuchaban había una persona que en cierta medida
era escéptico o incrédulo, que argumentaba constantemente, tratando
de interrumpir todo lo que podía, v le causaba problemas al que ha­
blaba. Uno de los creyentes que había venido con el predicador había
encontrado a Cristo recientemente. Había sido un borracho consuetu­
dinario y su familia había estado desamparada debido a su vicio pol­
la bebida. Pero ahora, Cristo había cambiado toda su vida.
Cuando el incrédulo no pudo conseguir que el predicador se* en­
zarzara en una discusión, se acercó a este hombre v le dijo:
— De todos modos, ¿qué sabe usted sobre cristianismo?
— No mucho, señor. N o soy una persona preparada — respondió
el hombre.
—¿Cuándo nació Cristo? — preguntó el escéptico.
— No sé cuando nació.
— ¿Cuándo murió?
N o sé exactamente cuando murió.
—¿Dónde nació?
— No lo sé exactamente.
—Usted no satie mucho sobre Cristo, ¿verdad? — se burló el incrédulo.
—No — dijo el creyente— . No sé mucho sobre esas cosas, pero sé
que Jesús hizo algo por mi. Lo sé. Hace unos pocos meses mi hogar
era un manicomio, un infierno sobre la tierra. Mis hijos corrían y se
escondían cuando yo llegaba a casa. Mi pobre esposa se vestía de
harapos, y se pasaba el día llorando. Yo la golpeaba, y golpeaba a
mis hijos. Maldecía y juraba. Gastaba todo el dinero en la bebida. La
vida era un infierno sobre la tierra para ellos, y para mí; pero jesús
entró en mi corazón. Escuché la predicación de este hombre y cam­
bió leída mi vida. Ahora en mi casa hay comida de sobra. Mi espo­
sa es feliz y canta lodo el día, y tiene buena ropa para ponerse. Cuan­
do llego al hogar, los niños corren para encontrarme y m e abrazan,
diciendo: «¡Papá ya llegaste a casa!». Jesús hizo eso por mí. Yo sé
eso.
¿Qué podría decirle alguien a semejante testigo? ¿Que argumen­
to puede haber contra eso? «Vosotros sois mis testigos» (Isa. 43: 10).
Y amigos míos, esa es la primera parte de la predicación. Ustedes y
yo nunca seremos predicadores hasta que seamos testigos, hasta que
Cristo haya hecho algo por nosotros. Necesitamos decir: -H e visto,
conozco, he experimentado, he gustado, ¡y es b u en o !»/,
Predicar no es argumentar sobre algo, comentar sobre alguna
cosa; filosofar alrededor de alguna idea o entretejer un discurso en
un bello tapiz sonoro. Predicar es dar testimonio dieiéndole algo
que conocemos a la gente que desea conocer o que debe conocer, o
ambas cosas. Por eso la predicación va unida a la personalidad. Nun­
ca puede haber predicación sm una persona, sm un predicador. Nunca
puede haber testificación sin testigos.
Nuestro mensaje nos ha sido dado por Dios, pero no podemos
darlo, no podemos predicarlo, hasta que lorme parLe de nuestras
propias vidas, Debemos llevarlo com o nuestro testimonio personal,
con poder espiritual. Al levantarnos ante el pueblo, mientras prepa­
ramos el sermón, y aún antes, mientras oramos a Dios para que nos
proporcione buenas ideas, debemos tener en mente dos .lechos: So­
mos sus measajeros, somos sus testigos. Solamente entonces podemos
presentarnos ante el pueblo con autoridad y proclamar el mensaje con
tal poder que quiebre en pedazos la roca, convenza, amoneste, triun­
fe, constriña y convierta el pecaminoso corazón humano, y consuele
a los santos de Dios.
Para ser verdaderos predicadores, debemos entonces ser hijos de
Dios, hablar el lenguaje de la familia de Dios. Que la gente pueda
decir en seguida si pertenecemos a la familia de Dios. Por decirlo de
alguna manera, que puedan captar las entonaciones familiares en
nuestra voz. No debemos param os ante el pueblo como conferen­
ciantes, sino como predicadores. Somos mensajeros de Dios, pero
por encima de todo, somos cristianos, hijos de Dios en medio de una
generación malvada. Fse es el primer distintivo de un verdadero pre-
dicadorr es un hombre de Dios.
Podemos tener el reconocimiento de las mejores universidades
y tener la ordenación que da la iglesia, pero a menos que tengamos
algo más, a menos que hayamos nacido de nuevo, y aquí i.stedes pue­
den estar en desacuerdo conmigo, porque en esto soy un metodista
chapado a la antigua, a menos que tengamos él testimonio del Espí­
ritu en nuestros corazones, nunca podremos ser verdaderos predi­
cadores o llevar un mensaje que alcance los corazones de los hom­
bres con el poder de Dios.
He recopilado más de trescientas citas del espíritu de profecía so­
bre ello; y lo dicen bien claro, igual que la biblia. Usted del>e saber qué
es ser un hijo de Dios. No debe ser una mera teoría. Debemos saberlo,
sentirlo. Cada vez que nos situamos tras el sagrado pulpito tenemos
que presentar un mensaje que alcance con poder los corazones de
las personas.
Ahora bien, cuando tomamos las Sagradas Escribirás como nues­
tra guia encontramos que la predicación fue ordenada p o r D ios y
usada por el Espíritu Santo; y continuará siendo asi hasta el fin del
tiempo. 1.a gran comisión evangélica es prueba de esto: «Por tanto,
id a todo el mundo», ¿a hacer qué? «Por tanto, id a todas las nacio­
nes, haced discípulos [hacer discípulos, o cristianos en todos las na­
ciones], bautizándolos en el nombre [no en los nombres] del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, v enseñadles a obedecer todo lo que os
he mandado. V yo estoy con vosotros [¿hasta cuándo-’ ] todos los
días, hasta el tin del mundo» (Mal. 28: 18, 19). ¿Durante cuánto,
tiempo tenemos que hacerlo? Justo hasta el lin del mundo. Debe­
mos enseñar y hacer discípulos, debemos predicar el evangelio has­
ta el fin del mundo. Por eso, afirmo que la predicación va a durar
hasta el fin del tiempo.
Note, la promesa aquí es para quienes obedecen la Palabra de Dios,
que van a todo el mundo y enseñan a todas las naciones. Ahora, esto
no es una comisión limitada. No estuvo limitada a los judíos, no es­
tuvo limitada únicamente a los apóstoles en sus días, ni tampoco a
ninguna otra época, sino que continúa hasta el fin del tiempo. Por
lo tanto, la predicación no cesará. Está aquí para permanecer. Al­
guien la hará. A Dios nunca le faltan sus bomba's, nunca le han falta­
do. Algunas veces cuando la predicación ha estado en decadencia,
y la espiritualidad oscurecida, Dios siempre ha sucitado sus predi­
cadores. El método de Dios de reavivar la iglesia siempre ha sido por
medio de la predicación de la Palabra por hombres intrépidos, con­
sagrados y capaces. A lo largo de los así llamados «siglos cristianos»
hasta nuestro tiempo.
Un su libro The Pmicher and Hia Preaching [F1 predicador y su pre­
dicación], T. TI. Evans nos recuerda que no se ofrece ningún sustitu-
tivo, ni en la Palabra de Dios ni en la experiencia humana, para la
predicación del evangelio. Muchas buenas cosas han sido puestas
en su lugar, pero ninguna de ellas ha funcionado nunca, lóda la for­
mulación de planes y de ideas, ya sea de juegos, ejercicios atléticos,
clubes, organizaciones sociales, o trabajo cristiano de todo tipo, nunca
ha tomado v nunca tomará el lugar de la predicación del evangelio,
que fue ordenada, mandada y bendecida por Jesucristo mismo.
Amigos, existe un anhelo en el corazón humano que únicamente
puede satisfacerlo la predicación. Ta verdadera predicación es testifica­
ción por Cristo. Vosotros sois mis testigos». Y tenemos que predicar
lo que él enseñó y ordenó que se predicara. «Id por todo el mundo, y
predicad el evangelio a toda criatura» (Mar. 16:13). ¡Esa fue su orden!
El «levantar» a Cristo es el tema central tie toda predicación. «Y
cuando vo sea levantado [...] a todos atraeré hacia mí» (Juan 12: 32).
Ese es el magnetismo de la cruz.
Debemos conocer por experiencia, así como por las Sagradas
Escrituras, que Jesucristo es un Salvador personal; que es el Hijo del
hombre y el Hijo dé Dios; que se dio a sí mismo por nosotros y que
murió en nuestro lugar; que* fue tratado como merecemos a fin de
que seamos tratados com o él merece; que su sangre es un sacrificio
expiatorio por nuestros pecados; que fue resucitado de entre los
muertos conforme a las Escrituras y ascendió al cielo; que ahora es
nuestro Sumo Sacerdote en los lugares celestiales, ofreciendo su
sangre en nuestro favor; que vendrá por segunda vez, el mismo
Señor, para resucitar a los muertos y trasladar a los que vivan, y lle­
varnos para estar con él para siempre; que ha prometido dam os la
inmortalidad; que su bendito evangelio es nuestra esperanza y debe
compartirse con todo el mundo y ser predicado en todas las nacio­
nes. Esta es la única esperanza de un mundo perdido y pecador; es
una esperanza gloriosa v suficiente. Este es el evangelio, y eso es lo
que tenemos que predicar.
Es preciso que creamos lodo esto, y al creerlo, que lo proclame­
mos con u n poderoso sentido de urgencia como el apóstol en la anti­
güedad: «¡Ay de mí, si no anunciara el evangelio!» (1 Cor. 9 :1 6 ). Y
ese «ay» significa algo; no es simplemente una palabra. Amigos
míos, si yo no tengo ese «ay» en mi corazón, entonces nunca seré un
predicador. Hay solamente un remedio conocido para el pecado, y
es la sangre de jesús derramada en la cruz del Calvario. Debemos
predicar a Cristo crucificado; su muerte as nuestra vida. Su muerte
es la m uerte de la muerte. Medite sobre ello. ¿No es una realidad?
Es nuestro único sustituto, nuestro único Redentor. Cuando se* levan­
tó la sombra de una cruz sobre aquella colina solitaria del Calvario,
trajo la tínica esperanza que este mundo conoció alguna vez o cono­
cerá alguna vez, el poder para vivir una vida justa aquí, y vivirla
para siempre con él allí.
Veamos las grandes religiones étnicas del mundo. En China ve­
mos el confucianismo, que se basa en las grandes enseñanzas de mo­
ralidad de un hombre que no sabía si existía un Dios y, sin embargo,
es adorado hoy com o un dios por cientos de millones. La India, por
supuesto, es el lugar de nacimiento del budismo, con su óctuple vía,
y su gran rueda de la existencia con sus cientos de miles, y aun mi­
llones, de transmigraciones. Estas religiones en sus formas origina­
les contenían muchos principios nobles y elevados, pero en su su­
premo alcance hacia el cielo nos muestran la mente del hombre exten­
diéndose hasta Dios, insatisfecho con su propia vida, reconociendo
su propio pecado, buscando la eliminación final en algún nirvana
donde quedará libre del sufrimiento, y a través do miles de reencar­
naciones encontrará al final la paz.
Pasé varios días una vez en Rangún y tuve una charla con un im­
portante abogado budista. Él trataba de convertirme al budismo.
Aquel abogado había escrito muchos libros sobre el budismo. Poseía
una gran biblioteca, y tuve que admitir que había muchos ideales
maravillosos allí: ser perfecto, ser virtuoso, vivir una vida de santidad,
¡metas maravillosas! Pero en todo eso, amigos míos, no había una
pizca de ayuda de Dios, ¡ni una pizca!
Pero vamos al evangelio de Jesucristo tal como está revelado en
las Escrituras desde Génesis hasta Apocalipsis, y encontramos a Dios
buscando al hombre, no al hombre buscando a Dios. En cada una de
esas religiones étnicas, el hombre está alcanzando a Dios, pensando
en Dios, hablando sobre Dios, tratando de visualizar a Dios, tratan­
do de salir de la rueda de la existencia y entrando en algo parecido
al nirvana, tratando de escapar del sufrimiento y el dolor. Pero en el
evangelio encontramos a Dios extendiendo la mano hacia el hom­
bre. El cristianismo es radicalmente diferente. No se puede compa­
rar con ninguna otra religión. Es Dios buscando al hombre; Dios re­
velado en las Sagradas Escrituras desde Génesis hasta Apocalipsis;
Dios buscando al hombre, no el hombre razonando acerca de Dios,
sino Dios rogando con el hombre, abriéndole sus brazos, ¡dándole
la bienvenida!
Eso es lo que hizo Jesús. Vino a nosotros, vivió entre nosotros, y
las mujeres y los hombres escucharon su voz mientras predicaba el
evangelio de la esperanza. Fue la suprema encarnación de la predi­
cación, el Santo, Inocente e Inmaculado Hijo de Dios; la personali­
dad más excelsa que alguna vez apareció sobre la tierra. Y su ver­
dad era la Palabra de Dios, santa, pura y bendita. ¡Qué predicación
fue la suya! Nunca la igualaremos, ¡nunca! Seremos grandes predi­
cadores si comenzamos a aproximarnos a ella, si la imitamos. Nun­
ca podremos predicar como el predicó, pero podemos hacerlo nues­
tro ideal. Podemos estudiar su estilo, sus métodos, y por encima de
lodo, el contenido de su mensaje.
N o era simplemente verdad, era la verdad de Dios. Era la sabi­
duría divina, la gracia redentora. Nosotros somos predicadores cris­
tianos solamente al predicarlo a él y al predicar como él predicó, has­
ta donde nos lo permita nuestra limitada capacidad. Mis amigos, no
hay otra esperanza en ningún otro lugar, en ningún otro mensaje, en
ningún otro ser. «Fn ningún otro hay salvación, porque no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser sal­
vos* (I Tech. 4: 12). Hemos de creerlo mis amigos, o será mejor que
dejemos de predicar. Hemos de creerlo con todo nuestro corazón. V
también es necesario que creamos que los hombres están perdidos.
Tlasta que no Ucguemos al punto de creer que todo ser humano es un
pecador que merece el infierno, nunca predicaremos con fuego. A
menos que crea que yo y cualquier otro ser humano estamos descri­
tos en el tercer capítulo de la F.pístola a los Romanos: Que nuestros
ojos, nuestra boca, nuestra lengua, nuestra garganta, nuestros pies,
cada parte nuestra está condenada, y condenada justamente delan­
te de Dios, y merecemos el fuego del infierno. Si no creemos eslo,
¿cómo podemos predicar?
De todo ello se concluye que la verdadera predicación evangéli­
ca no existe cuando el hombre habla de cualquier cosa menos de la
Sagrada Escritura, la Palabra de Dios. No existe predicación verda­
dera si alguien expone cualquier otro tema pero no la Palabra de Dios
Puede ser un buen conferenciante, pero no cs. un predicador a me­
nos que predique la Palabra de Dios. Debe exponer la Escritura, de­
be hacerla comprensible, debe’ proclamarla, debe llevarla como un con­
suelo a los santos y como un llamamiento a los pecadores para que
lleguen a ser santos de Dios, lo m a la Palabra de Dios y la proclama
con poder y en amor, con un fuego santo en su alma y con un celo
por la causa de Dios, sin considerar las consecuencias. Cuando su
mensaje es mayor que el hombre, es el portavoz de Dios. Eso es pre­
dicación.
Jesús no solamente les dijo a los discípulos que predicaran, sino
que les explicó en términos generales su obra hasta el fin del mundo
y también les dio su mensaje. Fueron ordenados para enseñar ai
pueblo todas las•cosos que les había ensoñado. Tenían que enseñar
lo que Cristo había enseñado. F,l Desdado de Unías las gentes, página
766, dice: «Los discípulos habían de enseñar lo que Cristo había en­
señado. Filo incluye lo que él había dicho, no solamente en persona
sino por todos los profetas y maestros del Antiguo Testamento. Ex­
cluye la enseñanza humana [cuanto más pronto aprendamos eso,
más pronto seremos buenos predicadores]. N o hay lugar para la tra­
dición, para las teorías y conclusiones humanas, ni para la legisla-
ción eclesiástica fno debemos predicar eso]. Ninguna ley ordenada
por la autoridad eclesiástica está incluida en el mandato [usted no
está predicando cuando está hablando de esas cosas]. Ninguna de
estas cosas han de enseñar los siervos de Cristo. [...] El evangelio no
ha de ser presentado como una teoría sin vida, sino como una fuer­
za viva para cambiar la vida». Eso es bastante fuerte, ¿verdad? No
me atrevería a hacerlo más fuerte. Me pondrían de patitas en la
calle.
Predicar es un asunto solemne, elevado, sagrado e importante. Re­
cordémoslo en todo momento, que es una obra elevada y santa. Si es­
peramos que la gente venga y nos escuche entonces debemos tener
algo que decir para su beneficio eterno. Cuando decidimos predicar
un sermón, nos entregamos a la tarea de convencer de juicio, encen­
der la imaginación, mover los sentimientos y dar un impulso tan po­
deroso a la voluntad com o para cambiar la misma calidad de vida,
sí, incluso el destino de esa vida. Algunas veces escuchamos a la gen­
te que dice alegremente: «Bueno, no deseamos que nuestros pasto­
res nos den teología; deseamos el simple evangelio». Mis amigos, el
simple evangelio está justamente lleno de formidable teología, pre­
senta las verdades m ás profundas que la mente humana pueda cap­
tar: la existencia de Dios, el pecado del hombre, la redención que es
en Cristo Jesús, la necesidad de la conversión, el milagro del nuevo
nacimiento. Todas esas verdades poderosas y muchas otras están
contenidas en la sencillez del evangelio. Los máximos conceptos
teológicos están ahí desafiando a nuestras más profundas convic­
ciones.
La situación incómoda de un joven que apacienta cerdos, no fue
lo que hizo que el «pródigo» regresara al hogar. El hecho de que
estaba incómodo y pasaba frío, que sus ropas estaban rotas y gasta­
das, que tema que sufrir el hedor de las pocilgas, su estómago vacío
Con un hambre terrible, eso no era todo. Hubo algo más que hizo
que aquel joven regresara al hogar. ¿Qué fue? Oh, se acordó de que
terna un padre. Se acordó de alguien que estaba lejos, a quien él ya
no podía ver, tocar o escuchar. Se acordó que tenía un padre, y se
acordó de que su padre poseía casas y tierras. Tenía la riqueza del
mundo en sus manos. Se acordó que había alimento en la casa de su
padre y ternura en su corazón. Supo que tenia solamente que deci­
dir y actuar conforme a su decisión para volver de nuevo a la casa
de su padre, con una oportunidad de sostén y una posición al me­
nos tan buena como la de un jornalero.
Mis amigos, ese hombre conocía la doctrina. Fue ese conocimien­
to teológico el que lo llevó a alejarse de los cerdos, y sentir repugnan­
cia por las cosas que lo rodeaban. Y cada ser humano que se aleja de
las pocilgas de esta tierra será atraído por algunas doctrinas y con­
ceptos teológicos elevados. Se dará cuenta de que tiene un Padre en
una tierra lejana que lo espera, que rebosa amor en su corazón, que
lo recibirá si él vuelve, que tiene alimento para satisfacer su alma
hambrienta y que tiene planes para su futuro. |Sí señor!
Estas grandes verdades estaban muy alejadas de la situación in­
mediata del pródigo, pero él actuó de acuerdo con ellas, y conoce­
mos el resultado. Llegaron a ser una realidad. Fue salvado de la inani­
ción, no por sentir aversión hacia las cosas que lo rodeaban, sino por
las grandes verdades en las cuales era necesario que tuviera íe antes
de que alguna vez regresara al hogar.
* Fstá escrito en el sagrado Libro: --Y conoceréis la verdad, y la verdad
os libertará» (Juan & 32). Esa es una promesa, una orden, un privile­
gio, un deber. I.os seres humanos tienen que ver la verdad, lienen que
ver cosas que están más allá de la situación actual y es preciso el que
predicador les haga ver esa verdad. Es necesario que vean lo que po­
dría ser, lo que puede ser, lo que es. Y deben actuar conforme a esa ver­
dad por fe. Asi que las grandes promesas, órdenes y verdades de la teolo­
gía más profunda los dirigen a volver hacia Dios. La función del sermón
es poner de manifiesto esas poderosas verdades para que se relacionen
con la vida humana, que ayuden en la creación de esa vida nueva.
Así que podríamos decir que la tarea de los predicadores no es
dar una conferencia sobre botánica, sino cullivar flores. El conoci­
miento de la botánica puede ayudar a hacer eso. Ciertamente, no se
pueden llevar las llores a la medida plena de su bel eza sin un cono­
cimiento de botánica, pero el jardinero sabio siempre estará pen­
diente de los resultados que deben alcanzarse, atento a las flores
que tiene a su cuidado. El deber del predicador no es meramente
producir un buen sermón de acuerdo a todas las reglas de homilé-
tica que como estudiante ha aprendido de sus excelentes profesores
y de los libros que ha leído. Ese no es su objetivo al predicar, no su
objetivo principal. Su gran tarea es -producir» flores para el jardín
celestial, tener una cosecha para presentarla ante e Rey. Su conocí-
miento de la Escritura, de la historia, de la naturaleza humana, to­
das esas cosas, son sencillamente herramientas para usar. T.es tiene
que decir a sus oyentes: -H az esto, y vivirás» (Luc. 10: 28).
Piense por un momento en el tiempo que dedica a preparar un
sermón, a pensar sobre él, a orar por él. Y también piense en el tiem­
po que otros dedicarán oyendo el sermón. Suponga que tiene sola­
mente doscientas personas en su congregación y les predica durante
media hora cada semana. Le han dedicado den horas de su tiempo.
F.so es tanto como doce días enteros de ocho horas por persona. Pien­
se en los latidos que hay en cien horas de la vida de un ser humano.
Piense en la cantidad de vida humana que usted ha exigido de la gen­
te para que se* sentara y lo escuchara a usted. «¿Amas la vida?», pre­
guntó Benjamín Franklin. «Entonces no desperdicies el tiempo, por­
que ese es el material del cual está hecha la vida». ¿Hay suficiente ma­
terial en aquel sermón, de tanta importancia que justifique que us­
ted vaya a cualquier hombre o mujer en la congregación y le diga: «Me
gustaría tener dos semanas completas de su tiempo para presentar­
le ciertas verdades y bendiciones que tengo aquí en mi corazón?» I.o
que tengo que decirle debería ser muy importante si hago un pedido
como ese. Piense en la responsabilidad, que ese predicador lleva en­
cima si tiene ¡quinientas personas o mil en su congregación! Bueno,
a pesar de todo esto, algunos de nosotros, y estoy con ustedes predi­
cadores amigos, en muchas ocasiones llenamos media hora con una
gran cantidad de piadosos lugares comunes. Usted sabe que lo hace­
mos. Y esa es la palabra para eso. Una cantidad de dichos graciosos
sin importancia, una cantidad de invenciones humanas poco con­
vincentes, insulsas, ineficaces, sin esperanza. Ciertamente, cuando
un hombre me ha dado parte de su vida debería usarla para llevarle
las grandes verdades de la ley de Dios, las revelaciones poderosas de
su Palabra, las promesas eternas del santo evangelio.
Vamos a ponerlo de esta manera: ¿Tría usted a alguien y le diría:
«Permítame tomarle dos semanas de su vida», y después sencillamen­
te contar chistes, reírse y hacer el gracioso todo ese tiempo? I.o que
le dijo a la congregación, ¿es lo suficientemente importante como pa­
ra tomar a cada persona y retenerla para conversar y decirle: «Señor,
señora, tengo algo que decirle»?
Un sermón debería ser fructífero, llevar a la madurez con extraor­
dinario fervor, lodo lo que es mejor y más elevado en el hombre que
lo predica. Deberíamos ser capaces de decir: «Este es mi juicio más
maduro, mi mejor ¡dea, mi aspiración suprema; y ¡o creo con todo
mi corazón». T.a Escritura nos enseña que el sermón debería ser el
mejor fruto del predicador. De Jesús se escribió: «A. ver a la multi­
tud, Jesús subió a un monte [...]. Y él empezó a enseñarles. Dijo...»
(Mat. 5 :1 ,2 ). Y aquel supremo sermón de las edades, el «Sermón del
Monte» salió de la boca de Jesús porque estaba en su corazón. Fue
motivado por la necesidad de la gente, «al ver a la multitud [...1
empezó a enseñarles».
Y por eso hoy día, la necesidad humana es la ocasión del sermón,
la razón para toda nuestra predicación. Si por algima clase de rayos X
espirituales usted v yo pudiéramos investigar el corazón de cada
persona en nuestro auditorio cuando nos levantamos para hablar,
¿no cambiaría eso nuestra predicación? ¿No nos daría más entusias­
mo, más seriedad, más prudencia, más compasión? ¿No nos haría
eso avergonzamos de nuestra apaña, nuestra flojedad, nuestro for­
malismo rutinario? Supóngase que pudiera ver que mañana, la se­
mana próxima, alguno de sus oyentes va a morir y está escuchando
hoy su último sermón, pero no lo sabe. Suponga que hay alguien ahí
a quien la sombra de una gran tristeza está a punto de apoderarse
de él, y él no lo sabe. TTay un hombre que va a perder a su esposa an­
tes de que se acabe la semana. Flay un niño que va a quedar huérfa­
no de madre* antes del próximo sábado. Hay una mujer que tal ve/,
descubra la infidelidad de su esposo antes de que usted tenga una
oportunidad de volver a hablarle y toda su vida se desplomará como
un castillo de naipes; el futuro será desolador. ¿Qué tiene usted que
decirle a esa gente?
... En 1953, mi esposa y yo pasamos la Nochebuena en el State Hotel
en Christchurch, Nueva Zelanda, 'Heñíamos mucha hambre y baja­
mos al comedor para la cena. Nunca olvidaré la hilaridad salvaje de
la fiesta que se estaba celebrando allí. Alguien trató de colocarme un
capirote de orejas de burro, lodos estaban borrachos o parecían es­
tarlo, y todos estaban pasando realmente un momento fantástico.
H ada poco que la Reina había aterrizado en Nueva Zelanda, y por
supuesto, ustedes saben que Nueva Zelanda es más británica que la
misma (irán Bretaña y la gente estaba, de verdad, muy alegre. Es­
taban felices, todo el país estaba feliz. Y por eso io celebraban de
aquella manera.
For supuesto nosotros también estábamos felices, porque es una
tierra hermosa y maravillosa. Mi esposa me dijo que si tuviéramos
que vivir en algún lugar fuera de los Estados Unidos, sería en Nueva
Zelanda. Creo que es casi el país más bello del mundo, aunque por
supuesto, uno dice eso casi cada vez que ve algún lugar hermoso.
Y allí estábamos aquella noche. Todo era placentero como debe
ser una Nochebuena. Por supuesto, allí era pleno verano, y la noche
era hermosa, una noche clara. Brillaba la lima y no había ni atisbos
de mal tiempo de un extremo de Nueva Zelanda hasta el otro.
Aquella noche im tren se dirigía a gran velocidad hacia el norte
desde Wellington, lleno de parrandistas navideños que se apresura­
ban a llegar a su casa para las fiestas. Fn el tren estaban algunos de
nuestros jóvenes adventistas que iban a un campamento en Haskell
l ’urk, cerca de Auckland. Había pocos cruces con carreteras, así que
no había peligro, ¿o lo había?
Más o menos a mitad de camino hacia Auckland, exactamente
en dirección oeste, so encuentra un gran volcán que se supone esta­
ba inactivo. En su viejo cráter hay un lago que cubre aproximada­
mente* 14 acres (unas 6 hectáreas), que permanece nevado la mayor
parte del año, verano e invierno. El desagüe de ese lago estaba blo­
queado con una gran pared de hielo, que, hasta donde se* sepa, exis­
tía desde hada siglos. Aquella misma noche, por alguna razón des­
conocida, la muralla de hielo cedió y el agua de aquel lago se preci­
pitó por la ladera de la montaña arrastrando fango, cenizas, piedras
y rocas enormes. F1 alud destruyó el puente ferroviario. También se
vino abajo el puente de la carretera. Precisamente entonces so acer­
caba el tren.
Un camionero que estaba viendo aquella situación, trató de hacer
señales al tren con su linterna, pero fue demasiado tarde. El tren con
los juerguistas se precipitó en el río sin puente, y soba* el primer vagón
cayó toda la carga de aquel tren. Excepto quienes viajaban en unos
pocos vagones en la cola del tren, todos fueron lanzados a la muer­
te en medio de enormes rugientes rocas y fueron arrastrados al mar.
Exactamente en veinte segundos, más de ciento cuarenta personas
perdieron la vida aquella Nochebuena, entre ellos dos de nuestros
jóvenes. 1.a tragedia llenó de luto a toda la nación. La alegría de la Na­
vidad y la llegada de la Reina se convirtieron en una gran tristeza y
llanto. Fue un golpe terrible, terrible.
¿Saben qué fue lo primero que me vino a la mente cuando por la
mañana me enteré de esa trágica noticia? Me pregunté si alguno de
los que escucharon mi sermón, tres días antes, estaba a bordo del tren.
¿Le dije algo que lo ayudara a encontrarse con la eternidad? Eso era
lo que yo estaba pensando. ¿Tlabia estado en mis reuniones alguna
de aquellas personas? ¿Qué les había dicho yo?
El L)r. Charles Reynolds Brown, decano de la Facultad de Teología
de la Universidad de Yale, era uno de los predicadores que estaban
presentando sus mensajes en las ciudades de la bahía de San Francis­
co el Domingo de Resurrección de 1906. Las iglesias repletas. F.l miér­
coles siguiente, a las cinco y cuarto de la mañana, un fuerte terremo­
to redujo a ruinas humeantes buena parte de San Francisco. Muchas
de las personas a las cuales se había dirigido el Dr. Brown y otros pas­
tores aquel Domingo de Resurrección fueron a la cama fia noche del
17 de abril j tan tranquilos, y se levantaron a la mañana siguiente, si
es que se levantaron, sin un centavo y en medio de ruinas. Muchos de
ellos se encontraron rodeados por llamas devoradoras que no podían
apagarse. Fn su excelente libro The Art o f Preaching fEl arte de la pre­
dicación], que espero que alguna v e/ lo lean, el Dr. Brown se pregun­
tó a sí mismo: «¿Qué clase de sermón le di a mi congregación el últi­
mo domingo, a fin de prepararlos para hacer frente a aquella prueba
tan severa, la destrucción de San Francisco?» Ese fue el primer pensa­
miento que le vino a la mente.
El mismo nos relata una de sus experiencias al predicar un do­
mingo por la noche sobre el tema de la «misericordia eterna», un tema
maravilloso. Al terminar el servicio religioso, un joven, cajero de una
gran institución financiera, se aproximó a él y le confesó que había
sustraído dos mil ochocientos dólares de la caja de la compañía y que
estaban a punto de descubrir el robo. El día del ajuste de cuentas
estaba muy cerca, tal vez en unas pocas horas, tal vez en un día o dos
se descubriría su deshonestidad. Estaba peasando en cambiar de iden­
tidad, en huir, tratando de escapar antes que lo agarraran y descu­
brieran su delito, o en suicidarse antes que hacer frente a la desgra­
cia que de seguro le iba a venir.
Pensando encontrar alguna ayuda para tomar una decisión, había
entrado en esa iglesia y había escuchado la predicación del Dr. Brown
sobre la ’'misericordia eterna». Después que terminó la predicación
fue a ver al pastor, y analizaron la situación hasta la medianoche. Fn
aquella extensa reunión se ideó y se puso en ejecución un plan, por el
cual el joven confesaría su pecado y su delito y restituiría el dinero
robado sacrificándose durante varios años. Los directivos de la com­
pañía fueron benévolos con él y se recuperó completa mente, no solo de
su situación financiera, sino de su valor como persona. Dice el Dr.
Brown: «¡Imagínese que el predicador hubiera estado hablando trivial­
mente aquella noche sobre algún elemento periférico de la verdad!»
Oh, mis amigos, prediquen los grandes temas de la Escritura. No
pierdan el tiempo en detalles sin llegar al meollo del asunto. Predi­
quen las grandes verdades. No tienen tiempo en este mundo para
nada más. No saben quién puede estar entre sus oyentes. Imagínense
que por falta de preparación o falta de sentimiento genuino y serie­
dad, el Dr. Brown hubiera sido incapaz de hacer real la misericordia
de Dios y del hombre a aquel cajero, de manera que hubiera salido en
la oscuridad y se hubiera suicidado.
Mis queridos colegas quiero decirles que predicar es algo muy
serio. Muchas decisiones eternas, para el bien o para el mal, para
vida o para muerte, están en nuestras manos. Puede haber en nues­
tra congregación algún alma clamando por lo mejor que podamos
darle, y entonces, por medio de la indolencia, o temor o inconstan­
cia, o un corazón no convertido la dejamos en las tinieblas para siem­
pre. Sea que alguno de nosotros lo crea o no, predicar es la función
más importante de la iglesia cristiana y del mensaje adventista.
Lean la historia de la iglesia. Lean no solamente lo que dicen las
lineas, sino lean entre líneas, y verán que la prosperidad de la igle­
sia de Dios sobre la tierra se ha levantado o se ha caído con la pros­
peridad de la predicación. Dondequiera que surgía La predicación,
también surgía el bienestar de la iglesia. Dondequiera que había
descendido la predicación, la iglesia había descendido. Ahora escu­
che esto, voy a leer lo que he escrito en mis notas de m odo que no
m e citen mal:
I la habido países donde los ministros de la religión han sido ca­
paces de usar lo más fabuloso en arquitectura. Tuvieron todo el apo­
yo financiero, político y moral del estado. Sus catedrales se han ele­
vado al cielo y aún hoy son maravillas arquitectónicas. Sus liturgias
han apelado a todo lo que es estético en la naturaleza humana. Han
sido privilegiados al usar las expresiones más elevadas de arte y be­
lleza. Sus retablos son artículos de coleccionistas. Sus pinturas y sus
imágenes todavía son las maravillas del mundo. Pudieron conseguir
lo mejor que la música podía producir o que la voz humana podía in­
terpretar para el deleite de las congregaciones que los escuchaban, y
sin embargo les faltaba una cosa, la voz viviente de un hombre vi­
viente con un mensaje viviente de un Dios viviente.
Después vino un decaimiento en la religión a pesar de las bellas
iglesias, y de la hermosa música, y de la impresionante liturgia y del
precioso arte. Al decaer la religión, la iglesia llegó a ser fría. Llegó a
estar vacía. Entonces, como siempre, de la oscuridad vino la luz, al­
gún hombre cabalgando a lomo de caballo cinco o seis mil millas (de
irnos ocho a diez mil kilómetros), llevando el evangelio; algún hombre
predicando al aire libre a los mineros de rostro ennegrecido por el
carbón, alguno de pie sobre la lápida sepulcral de su padre y predi­
cando en un cementerio cuando las autoridades no le permitían pre­
dicar desde el pulpito de su padre, ¡y se produjo el reavivamiento!
Dios siempre tuvo un hombre con fuego con un mensaje del cielo.
El reavivamiento siempre* se produce por medio de la predicación.
Por otra parte, hubo algunos países donde el culto público y todo
sil mobiliario eran de lo más sencillo y simple, donde ni siquiera llama­
ban al lugar de reuniones una iglesia, sino capilla; donde las ventanas
no estaban adornados con la belleza de luminosos y coloridos vitrales,
pero donde los brillantes rayos del sol de Dios penetraban a través del
trasparente vidrio; una capillita pintada de blanco, con grandes contra­
ventanas, sobre una colina sombría, donde a pesar de todas sus desven­
tajas estéticas, se elevó la vida religiosa de aquella región en esplen­
dor y devoción por medio del poder vivificador de la excelente pre­
dicación. Eso es lo que sucedió. Recordemos siempre que los sermo­
nes predicados en aquellas iglesias no eran un fin en si mismos; si­
no que los hombres que los predicaban tenían un mensaje de Dios.
Cada sermón debería ser im mensaje de Dios, im mensaje para
cambiar los corazones y vidas. Debería traer la verdad del almacén
de Dios para el enriquecimiento de los seres humanos. Debería ser el
remedio del cielo para los males de la tierra. Debería ser el pan de
los grandes hornos de Dios para el sostén de la vida espiritual,
o ¿Cuál es la primera pregunta del Catecismo de Westminster? ¿Us­
tedes saben cuál es? Es esta: «¿Cuál es el principal objetivo del hom­
bre?» ¿Conocen la respuesta? «El principal objetivo del hombre es
glorificar a Dios y llenarlo de gozo para siempre». V nuestro objetivo
principal como ministros no es predicar un gran sermón o dos cada
semana, sino que en nuestra predicación glorifiquemos a Dios, y nos
gocemos junto a Dios con los resultados de nuestra labor. Nuestra
predicación no es hacer gala de un gran sermón o de nuestra capaci­
dad como oradores. No hemos sido comisionados por el cielo para pro­
ducir grandes sermones ni siquiera para llegar a ser grandes predi­
cadores, sino que hemos sido comisionados para trabajar fielmente,
y por medio de nuestro trabajo producir grandes cristianos. La pre­
dicación es, como lo dijo Phillips Brooks: «I.a comunicación de la ver­
dad por medio de la personalidad», o como dijo Andrews Blackwood:
«La verdad divina comunicada al través de la personalidad, o sea la
verdad de Dios proclamada por una personalidad escogida con el
fin de satisfacer las necesidades humanas; o desde otro punto de vis­
ta, exige la interpretación de la vida a la luz de lo que viene de Dios
hoy, principalmente a través de las Escrituras».
John Bunvan expresó la gran verdad de que la predicación es un
hombre que habla por Dios, que habla las cosas de Dios a los cora­
zones de otros hombres. El verdadero predicador se somete a la vo­
luntad de Dios para ser guiado en su tarea de interpretar correcta­
mente la Palabra ante aquellos que lo escucharán. Toma las verda­
des eternas de la Escritura, el consejo de Dios para los seres huma­
nos, y los aplica hoy para las necesidades de la gente de hoy.
No es nu propósito usurpar la autoridad de los competentes profe­
sores del Washington Missionary College cuando inician a sus estudian­
tes en la ciencia y el arte de la predicación, llenen ustedes aquí hom­
bres que pueden darles la mejor instrucción en homilctica. Su biblio­
teca, y la biblioteca del Seminario tienen libros que contienen lo mejor
sobre el tema de la predicación desde los primeros siglos hasta ahora.
Mi súplica es que consideren algunos de los mayores significados y de
las mayores influencias de la verdadera predicación. A menudo los ser­
mones se clasifican como sermones expositivos, temáticos, de la expe­
riencia, prácticos y así sucesivamente. Sin duda, la mayoría de nues­
tros pastores predican sermones temáticos, pero estoy de acuerdo
con Phillips Brooks cuando dice que esta clasificación significa poco
para un hombre que ha llegado a ser un genuino predicador.
Cada sermón es en realidad una unidad Debe tener la Escritura
como su fundamento. Debe llevar consigo una convicción que se
presenta a lo largo de él con una argumentación bien pensada, con
hechos presentados con claridad. Debe ser cálido, de corazón, con un
llamamiento fervoroso. Esta era la idea de la predicación de Phillips
Brooks y su lomo sobre la predicación en la serie Yule, que es conside­
rado por muchos como el mejor de todos. Si le echan un vistazo a
los diez tomos de sus sermones que han sido preservados, encontra­
rán que él recalca muchas cosas, las cuales, al igual que las estrellas,
vanan en su esplendor. Pero ustedes pueden poner todos sus sermo­
nes en dos secciones: una, predicando a ios santos para confirmarlos,
fortalecerlos y apacentarlos; y la otra, predicando a los impíos y pe­
cadores, para ganarlos para Cristo. Y los numerosos tomos de sermo­
nes de Spurgeon pueden dividirse de la misma manera: la mitad para
quienes no conocen a Dios y la otra mitad para quienes sí lo conocen.
Y de esa manera, me parece quedeberíamos incluir en cada ser­
món material para edificar a los santos y también para convencer y
convertir a los pecadores, porque en todas las congregaciones hay
quien nunca encontrará a Dios a menos que lo encuentre allí. Pulton
J. Sheen afirma que únicamente en los Estados Unidos, veinte millo­
nes de adultos caminan por nuestras calles buscando a tientas a
Dios. ¿Cuántos de ellos estarán en las congregaciones de todos uste­
des esta semana o la próxima?
Como yo lo entiendo, estas conferencias deben relacionarse prin­
cipalmente con los servicios regulares de predicación de los pastores
adventistas, más bien que predicar en grandes reuniones evangeiiza-
doras. Me parece a mí que la predicación real, la predicación autén­
ticamente adventista, estará dirigida a los asistentes a nuestros ser­
vicios religiosos regulares del sábado. Muchos de nosotros estamos
perdiendo la oportunidad que Dios nos da y por la cual rendiremos
cuenta a Dios. ¿Qué estamos haciendo por las almas de los perdidos
que asisten a nuestros servicios regulares?
Mi abuelo paterno fue predicador metodista, y también lo fue mi
bisabuelo, y mi tatarabuelo, yendo hacia atrás hasta John Wesley. Es­
tuve en la iglesia de mi abuelo, lo escuché predicar, y tomé parte en
sus servicios religiosos. Era un hombre piadoso. Les digo, mis ami­
gos, que era un auténtico cristiano. Era un hombre que conocía al
Señor Jesucristo. Mi padre fue sanado de forma instantánea cuando
mi abuelo oró por él. I.os médicos lo habían desahuciado, pero su
padre se puso de rodillas y oró por él, y fue sanado, l’or medio de la
oración de mi querido abuelo metodista, Dios lo sanó para que llegara
a ser un pastor adventista del séptimo día. Mi abuelo no era un gran
orador; era sencillamente un hombre piadoso que hablaba a la gente
desde lo profundo de su corazón. Pero cada domingo cuando termi­
naba su sermón, iba hasta un pequeño altar en la iglesia. Como sa­
ben, en la iglesia Metodista en ese tiempo había un altar donde aque­
llos que se sentían impresionados a hacerlo, podían subir y arrodi­
llarse, había un banco para los enlutados o como ustedes quieran lla­
marlo, y él bajaba allí y «abría las puertas de la iglesia» como lo d en o
minaba. Siempre hizo eso si había alguno entre el público a quien
no conocía, o si había alguno a quien conocía pero no se había conver­
tido. No hacía un gran llamamiento, de esos que apelan a las emo­
ciones, sencillamente descendía y decía: «Ahora, estoy abriendo las
puertas de la iglesia a cualquiera que esté aquí que desee ser cristia­
no. ¿No hay alguno aquí que desea responder al llamamiento del evan­
gelio y entregar su corazón a Jesús? 1.a iglesia lo invita. Por favor,
venga adelante y tome mi mano y llegue a ser un miembro de la igle­
sia». Hacía eso domingo tras domingo y nadie iba. Pero, de vez en
cuando alguien iba. Pero el abuelo invitaba a las personas a ser miem­
bros de la iglesia todas las semanas.
Le conté este relato a mi hijo que ahora está predicando en Wichihi
Falls, Texas, y hace unas semanas comenzó a usar un sistema seme­
jante a este. Comenzó a predicar de manera que en cada sermón no
solo ofrecía información y verdad, sino hacía un llamamiento, había
pasión, había dedicación por las almas. Al final de cada servicio reli­
gioso hizo un llamamiento, no necesariamente un llamamiento que
sensibilizara las emociones, sino una sencilla oportunidad de faci­
litar la entrada a la iglesia y extendió una invitación a todos los que
desearan hacer un compromiso concreto con el Señor. Después de
las seis primeras semanas me escribió que tenía un promedio de uno
por semana que hacía tal decisión. Personas que pensó que nunca
tomarían su decisión, se decidieron por Cristo. Había estado predi­
cando allí durante muchos meses sin ninguna acción semejante,
dejando las decisiones para alguna serie especial de reuniones. Pero
mucha gente nunca asiste a esas reuniones. Tal vez están en la iglesia
precisamente un día de estos. ¿Por qué no darles una oportunidad
para que vayan a Cristo?
En cierta ocasión, uno de los departamentales de la Asociación
visitó la iglesia y presentó, un mensaje relacionado con el programa
que estaba promoviendo. Mi hijo le recordó que en su iglesia se hacía
todo lo posible por tener un llamamiento espiritual en cada sermón.
E 1 hermano cooperó, y al terminar el sermón, mi hijo hizo su acos­
tumbrado llamamiento a los no creyentes de modo sosegado y pru­
dente, haciendo posible que se unieran a la iglesia e invitándolos a
que se decidieran y se comprometieran con Cristo. Para sorpresa de
todos, pasaron adelante un hombre y su esposa. Evidentemente no
eran miembros de ninguna iglesia, kisto era claro por sus atavíos v
su actitud, pero estaban profundamente compungidos. Corrían las la­
grimas por sus mejillas y explicaron que le habían prometido a algu­
nos parientes visitar algún día un templo adventista del séptimo día.
Mientras conducían, aquel día en particular, vieron el nombre de la
iglesia y decidieron entrar para cumplir su promesa. Esa era la prime­
ra vez que asistían a ruta de nuestras iglesias. El Espíritu Sanio los afir­
mó mientras predicaba aquel departamental y presentaba el evange­
lio auténtico en su programa de promoción, y cuando mi hijo lanzó
la invitación al final del servicio religioso, hizo posible que se unie­
ran a la iglesia pasando al frente. Estaban complemente convertidos
y ahora se están preparando para el bautismo.
Ahora bien, imagínese que mi hijo no los hubiera invitado a formar
parte de la iglesia. Aquellas personas habrían seguido su camino y eso
habría sido lo último. Quiero decirles hermanos, que creo que estamos
perdiendo una oportunidad tremenda si no aprovechamos eso de algu­
na manera en nuestros sen-icios religiosos sabáticos todas las semanas.
Cada predicador puede hacerlo con su propio estilo, pero siempre hay
alguna forma de hacerlo. Hará que la gente sepa que usted está predi­
cando para que tomen una decisión cuando les extiende alguna clase de
invitación. Puede ser que durante semanas no consiga a nadie; pero
de nuevo puede hacer el llamamiento. Un alma vale más que seis meses
de invitaciones. V recordemos que entre los que nos escuchan siempre
hay alguien que necesita ayuda. Y en cualquier audiencia de doscien­
tas o trescientas personas puede estar seguro de que alguien tomará
una gran decisión allí mismo ese día. Seguramente la predicación ad­
ventista auténtica ganará gente para Cristo sábado tras sábado duran­
te todo el año y los preparará para que ocupen un lugar en el servicio
de Dios aquí; y que tengan un lugar en su reino de gloria en el futuro.
Sin embargo, toda verdadera predicación debe ser doctrinal, no
simplemente ética; debe apelar al intelecto y a las emociones. Re-
cordaré de nuevo a Phillips Brooks, predicando en Boston, que en
aquel tiempo era una ciudad fuertemente unitaria, pero que hoy es
católica. Él a menudo predicaba sobre las grandes doctrinas como la
Trinidad y la encamación, allí mismo en aquella ciudad. Predicaba
las cosas que creía; y tal predicación no disminuía en nada la canti­
dad de público que iba a escucharlo. Sobre la base de su experiencia
en aquella ciudad, la cual ciertamente fue muy exitosa, escribió un pa­
saje que pronunció en sus Yale Lectures [Conferencias Yale] que todo
pastor debería aprender de memoria. «Ninguna predicación tuvo al­
guna vez ningún poder a no ser la predicación doctrinal. [...] Predi­
que toda la doctrina que usted conoce y aprenda más y más siempre,
pero predíqucla siempre, no para que la gente pueda creerla, sino
para que los hombres sean salvos por creer en ella». F.sa es la forma
de predicar doctrina. Y esa es la forma como la predicó Jesús.
No sorprende que la estatua de bronce de Phillips Brooks que
está frente a la iglesia de la Trinidad en Boston, lo muestre en pie co­
mo un ministro de Cristo, con Jesús justo detrás de él, que .coloca su
mano sobre el hombro de este hombre de Dios, dirigiéndolo, guián­
dolo y fortaleciéndolo. En las Escrituras se habla de la verdadera pre­
dicación como el anuncio'del evangelio, el anuncio el reino de Dios,
la proclamación de Cristo.
M o r a bien, ¿cuál es la verdadera obra de nuestra predicación, la
predicación del ministro evangélico? Aquí está la respuesta en las pa­
labras de alguien a quien tenemos en alta estima. La presentó Elena
G. de White en la Reviejo and Herald, del 11 de septiembre de 1888.
«Esta [la tarea del ministro del evangelio] debe exponer bien la
palabra de verdad; no debe inventar un nuevo evangelio, sino que
tiene que exponer correctamente el evangelio que ya le fue entrega­
do. No puede fiarse de los sermones viejos para presentarlos a sus
congregaciones; porque este conjunto de discursos pueden no ser
apropiados para hacer frente a la ocasión o a las necesidades del pue­
blo. flay temas que son tristemente descuidados, sobre los que de­
beríamos explayamos. I-a carga de nuestro mensaje debe ser la misión
y la vida de Jesucristo. [Ese es el centro de nuestro mensaje, la vida y
la obra de Jesucristo. Predicarán más y más del Nuevo Testamento,
amigos míos, cuando sigan en el modelo de predicación presentado
por el espíritu de profecía: la vida y obra, y la misión de Jesúsj.
Debemos meditar en la humillación, la abnegación y la humildad
de Cristo, para que los corazones orgullosos y egoístas puedan ver
la diferencia entre ellos y el Modelo, y puedan humillarse. Mués­
trenles a sus oyentes a Jesús y su condescendencia para salvar al
hombre caído. Enséñenles que él que fue su garante, tuvo que tomar
la naturaleza humana, y llevarla a través de las tinieblas y el temor
de la maldición de su Padre, por causa dé la transgresión que el hom­
bre hizo de su ley, el Salvador asumió la condición de hombre. Des­
criban, si puede hacerlo el lenguaje humano, la humillación del Hijo
de Dios, y no piensen que him alcanzado el punto culminante, cuan­
do lo ven cambiando por la humanidad el trono de luz y gloria que
tenía con el Padre. Descendió de los cielos a la tierra, y mientras es­
taba en la tierra, sufrió la maldición de Dios como garante de la raza
caída. No estaba obligado a hacer esto. Eligió soportar la ira de Dios
en la que había incurrido el hombre por medio de la desobediencia a
la ley divina. Eligió sufrir las crueles burlas, el ridículo, los azotes y la
crucifixión. "Y al lomar la condición de hombre, se humilló a sí mis­
mo, y se hizo obediente hasta la muerte", pero la manera de su muer­
te fue un asombro para el universo porque fue muerte de cruz. Cristo
no era insensible a La ignominia y a la deshonra. La experimentó muy
amargamente. La sintió mucho más profunda y agudamente de lo
que nosotros sentimos el sufrimiento, porque su naturaleza era más
elevada, pura y santa que la de la raza pecadora por la cual sufrió.
Era la majestad del cielo. Era igual con el Padre, el comandante de
todas las huestes de ángeles, y sin embargo murió por el hombre la
muerte que estaba revestida con ignominia y reproché, por encima
de todas las otras. ¡Ojalá que los altivos corazones humanos puedan
comprender esto! ¡Ojalá que puedan ver el significado de la reden­
ción y tratar de aprender la mansedumbre y humildad de Jesús!»»
Si pudiéramos predicar la doctrina y la vida de Jesús con pala­
bras semejantes a estas, eso sería una gran predicación. Entonces co­
noceríamos algo sobre lo que significa predicar a Cristo como los
apóstoles lo predicaron.
En su estudio The Ministry a Living Sacrifice [El ministro, un sacrifi­
cio vivoj, M. K. Eckenroth cuenta la experiencia que tuvo un joven
pastor que Iba a ser examinado por TTcnry Ward Beecher como candi­
dato al ministerio. Beecher estaba sentado informalmente sobre el
borde de la plataforma mientras el joven candidato se presentaba.
Beecher lo miró por un momento en silencio y después ie preguntó:
— ¿Por qué quieres ser predicador?
Esto sorprendió al joven, porque hubiera esperado alguna pre­
gunta teológica profunda.
— Porque am o a Jesús — le respondió.
Y eso a su vez, sorprendió a Beecher por su absoluta sencillez.
—¿Eres un esclavo de ese amor? — fue la siguiente pregunta.
El joven no contestó. N o necesitó hacerlo. Beecher pudo ver que
era esclavo de esc amor. T.os archivos muestran que el joven captó
el mensaje y salió y se distinguió en el servicio a Dios y a la humani­
dad. Así que la pregunta para ti y para mí ahora es: «¿Amas a Cristo
y eres un esclavo de ese amor?» Esa es la verdadera pregunta.
Cualquier libro de medicina con veinticinco años de antigüedad
está desesperadamente anticuado, incluso los estudios en biología,
zoología y física están progresando tan rápidamente, que un titulo
en estos asuntos que haya sido obtenido hace tan solo unos años,
hoy ya no puede ofrecernos la mayor parte de los datos considera­
dos absolutamente esenciales para un conocimiento actualizado. Pe­
ro, amigos míos, el mensaje de la Biblia no es anticuado. Por supues­
to, habrá cosas nuevas que aprender sobre la Biblia. Debemos estu­
diarla. Debemos saber más de lo que nuestros predecesores en el
ministerio conocían sobre ella. Hoy tenemos acceso a los maravillo­
sos descubrimientos hechos por la arqueología y los avances en
otros ámbitos de los estudios bíblicos. Lis grandes verdades de la
Santa Escritura son eternas. Los hechos de la salvación v la reden­
ción son inalterables. En efecto, es verdad que aprendemos cada vez
más acerca de ellos. Brillan con una luz que aumenta, con m ayor es­
plendor, y deben ser proclamados en un lenguaje y forma apropia­
dos a la mentalidad de la gente de cada época. Pero Lis doctrinas de
la salvación siempre están al día.
Hay muchos charlatanes hoy en día, pero no están todos en el
campo He la mtxlionil Algunos de ellos están en el campo de la religión.
Se ha indicado toda clase de remedios y paliativos para curar los
males y las enfermedades tie la iglesia. Nos dicen que debemos
tener una maquinaria m ás fina, edificios más hermosos, música más
elevadora y nuevos programas que estén al día. Puede existir valor
en algunas de estas cosas, pero nunca harán que una iglesia enfer­
ma se sane o que una iglesia débil se fortalezca. Lo que necesita una
iglesia es doctrina, no recelas de doctores. Eficiencia parece ser la
palabra mágica hoy. Tenemos expertos en eficiencia en abundancia
en la iglesia y fuera de ella. Hemos establecido la maquinaria más
eficiente para empresas de misión jamás conocidas en la historia del
mundo, pero la eficiencia no es sinónimo de vida.
Los doctores de la religión moderna nos dicen que la iglesia nece­
sita presupuestos y programas más elevados, y sin duda eso es verdad;
pero la iglesia necesita mucho mas, hombres más fuertes y mejores, no
necesariamente con más empuje, sino con más poder. De nuevo de­
cimos, no más recetas de doctores, sino más doctrina. La iglesia Ad­
ventista del Séptimo Día y su mensaje mundial no prosperará y hará
su obra, no derribará su oposición y se abrirá camino para alcanzar a
los millones de habitantes de la tierra por medio ce liturgias y credos
y programas y arquitectura espléndida, por muy valioso y útil que
sea tocio eso. Avanzará con su testimonio por Cristo y la proclama­
ción de las grandes doctrinas de la fe cristiana a la luz de la segun­
da venida dé Cristo y de las señales de los tiempos. Esta es la única
forma de preparam os nosotros y preparar al mundo para la venida
del Señor.
— «Una gran predicación surge solamente de una base rica y pro­
funda de gran teología. La época de los grandes predicadores siem­
pre ha sido la época de las grandes creencias religiosas. La predica­
ción del)e ser vigorosa, incisiva, que llegue al fondo, con examen de
conciencia, con convicción de la voluntad, modeladora de la vida;
debe ser teológica, doctrinal, con autoridad. La gran predicación ha
sido hecha siempre y solamente por los grandes atletas teológicos,
por hombres que creían en algo, por hombres que estaban saturados
y empapados con las certidumbres espirituales, por hombres que
podían pensar los pensamientos de Dios según él, y abrirse paso a
través de aquel plan ordenado por el cual Dios salva al mundo para
gloria de su gracia.
«Nos daremos cuenta , si hemos leído algo de historia, de que los
grandes movimientos y reaviva mi en tos espirituales mundiales, to­
dos han sido inspirados por grandes convicciones de la verdad.
Desde la era apostólica hasta la época de Agustín, desde la Reforma
hasta los puritanos, han sido épocas teológicas. Tas grandes épocas
han sido teológicas; los grandes reavivamientos han sido doctrina­
les; las verdaderas revoluciones han estado impulsadas por el láti­
go de las grandes convicciones morales y doctrinales.
»Es un error fatal suponer que un pastor o una iglesia puedan
progresar sin teología. Se ha dicho que un individuo,puede llevarse
bien con la religión, pero "una iglesia debe tener su dogm a". Su vi­
talidad decaerá si usted debilita su credo, o lo reduce hasta el pun­
to en que se esfume f.„l.
>>Ia iglesia no sufre por demasiada teología, sino porque tiene
muy poca. F.l pulpito es débil no por demasiado dogmatismo y auto­
ridad, sino por la falta de la nota positiva y el acento de autoridad
que nace de las grandes convicciones de la verdad más amplia» (John
K. Molt, Claims and 'Opportunities of the Christian Ministry [Preten­
siones y oportunidades del ministerio cristiano], pp. 70, 71),
Mis amigos, no siempre es fácil la predicación de estas grandes
verdades. La predicación doctrinal es casi siempre difícil. Exige más
meditación, más tiempo, más seriedad, más oración, más convicción;
especialmente m ás convicción. Acuérdense de esto: «Las opiniones
son como las hojas del bosque, pero las convicciones son las flores
de la planta del siglo». La auténtica predicación doctrinal de los ad­
ventistas del séptimo día, la predicación que impulsó el movimien­
to, la predicación que estableció la iglesia, la predicación que la ini­
ció en su camino, es la clase de predicación que en el fin llevará el
mensaje a la victoria. Efectivamente es verdad que a muchas perso­
nas no les agrada este tipo de predicación y aplauden el otro.
Algunos predicadores han sido conocidos porque predican ser­
mones hechos en gran parle de relatos conmovedores, incluso de re­
latos graciosos; comentarios de acontecimientos mundiales, sobre
los cuales generalmente la gente conoce tanto como el predicador; o
de otros temas de los cuales nadie sabe nada. Hay sermones sobre te­
mas desde platillos voladores hasta la ficción electrónica, y a veces
se usan los textos como pretextos. Una razón para esto es que pare­
ce ser lo que le gusta a mucha gente, pero Algunas veces necesitan
cosas que ño les gustan. Bueno, si les diéramos a nuestros hijos sola­
mente las cosas que les gustan, y nunca le damos nada que no les gus­
te, no sé lo que sucedería. Una cosa es segura: crecerían física y men­
talmente desnutridos.
Necesitamos recordar que los sermonóles algunas veces hacen
cristiáneles. Usted no puede formar caracteres de Sequoia gigantea [se­
coya gigante| con reseñas de recortes de la prensa popular. Nunca
habrá una gran convicción del pecador a menos que haya una gran
convicción de la verdad en el corazón del predicador. Usted no pue­
de seguir ai párroco que agrada al hombre, que cuando vio al obis­
po de su distrito entre su público, mitigó su severidad en su llama­
do final diciendo: «Por decirlo de alguna manera, a menos que uste­
des se arrepientan y se conviertan hasta cierto grado, serán conde­
nados hasta cierto grado».
Una gran cosecha es el resultado de una gran siembra; los gran­
des resultados provienen de grandes predicaciones; y una predica-
ición deslacada viene de una gran convicción, de mucha oración y
de mucho trabajo. La predicación destacada será predicación perso­
nal, una predicación que señala con el dedo a la convicción, pero no
el dedo de la mano del predicador, que dice: «¡Tú eres esc hombre!
¡lü eres ese hombre!»
La predicación que se destaca exige acción. En esencia dice: «Esto
es verdad. Esta es la verdad de Dios; por lo tanto deberíamos hacer
esto o aquello». Esa fue la clase de predicación que despertó a los pe­
cadores en el día de Pentecostés cuando se acercaron en lomo al pre­
dicador, diciendo: «Hermanos, ¿qué haremos?» (Hech. 2: 37).
Cuando el segundo presidente de los Estados Unidos asistió un
día a la iglesia en Nueva York, el pastor predicó uno de sus sermo­
nes más floridos. Cuando al terminar, el presidente no comentó so­
bre el sermón, el predicador dijo finalmente:
Bien, ¿que piensa del sermón, Excelencia?
— No m e gustó.
— ¿No le gustó? ¿Por qué? ¿Qué clase de predicación le gusta a
su Excelencia?
— No me gusta ese tipo de predicación.
— ¿Qué tipo le gusta?
— ¡Oh! — dijo— , deseo escuchar predicar a un hombre de tal ma­
nera que haga que se levante una persona en el borde del banco y
piense que el diablo está tras él.
Mis amigos, algunas de las mentes más brillantes en el mundo
necesitan una predicación que les traiga convicción a sus almas.
Cuando usted predica, predica para conseguir una acción Des­
pués de que lo ha escuchado la gente, usted quiere que vayan a sus
hogares y vivan la vida cristiana v hagan las obras cristianas. Un pe­
nalista o un abogado acusador o fiscal se moriría de hambre a me­
nos que fuera ante el jurado y consiguiera un verecicto. Si cada pre-
dicador en cada sermón consiguiera algún tipo de veredicto, pien­
sen ¡cómo se despertaría la iglesia! ¡cómo serian redimidas las al­
mas!
Si estuviera en una sala de justicia para defender su vida y se le­
vantara su abogado, ¿cómo quisiera que le hablara al jurado? ¿Para
conseguir una acción o para conseguir una sensación meramente es­
tética? Usted desearía que hablara a aquel jurado para obtener una
decisión, no que hablara de cualquier modo, así, a la buena de Dios,
porque su vida dependería de la decisión. ¿Qué decir sobre la vida
eterna de ese hombre que está entre sus oyentes?
En la antigua Atenas, cuando Esquines el gran orador hablaba,
la gente decía: «Qué magnífico discurso»; pero cuando hablaba Dé­
mostenos, decían: «¡Marchemos contra Filipo!» Eso es realmente ha­
blar. Demóstenes sabía cómo hablar para mover a la acción, y esa es
la prueba de un orador eficaz hoy, así como fue en los días de la
antigua Grecia. Por la gracia dé Dios necesitamos afirmar a la gente
¡para que marche contra Macedonia! Busquemos a Dips con humil­
dad y amistémonos con él. Cambiemos nuestros hábitos. Salgamos
a la obra misionera. ¡Marchemos contra Filipo!
Dijo el obispo Quayle: «A menos que el ministerio de un hombre
sea trascendental, el mismo será superficial». La pregunta real que
un pastor tiene que hacer a su propia alma no es: «¿Soy grandioso?»,
sino «¿Es grandioso el evangelio que predico?» Escuché al obispo
Quayle cuando tenía catorce años, y todavía puedo recordar su ser­
món. Si un predicador puede despertar el interés de un chico de ca­
torce años, es un gran predicador. El obispo Quayle estaba en lo
cierto. Dijo que la mayoría de los libros, discursos y actividades hu­
manas trataban sobre las relaciones del mundo y las cosas tempora­
les. Pero un sermón, para ser un sermón grandioso de Dios, debe
tratar temas sempiternos, una palabra que no se usa a menudo pero
que resalla la esencia de la predicación de manera trascendental. «Si
dejo de predicar este sermón, ¿qué pérdida resultaría?», pregunta el
obispo Quayle. «Coloquen esa espada aguda en la garganta de cada
sermón que están a punto de predicar y vean como leva al sermón».
Si no puede pasar esa prueba, no lo predique. Elimínelo de un pluma­
zo. Si el sermón no es sobre un gran tema, para un gran asunto y una
gran causa, entonces, no lo predique. «¡Yo soy la voz!», clamó Juan,
aquel valiente curtido por el sol. jeremías, que había sido elegido
desde el vientre de su madre, dijo: «¡Oíd palabra del Señor!» Eso es
predicación auténtica.
El renombrado predicador Charles Haddon Spurgeon dijo:
«No tengo interés por la predicación que rebaja la verdad de Dios
a un caballito de juguete que carga su propio pensamiento y que
solo usa la Escritura com o excusa para presentar sus propias opinio­
nes. ¡Que Dios borre todo lo que he dicho! si he ido más allá de lo
que enseña el Libro. Les ruego que nunca me crean si voy un ápice
más allá de lo que está claramente enseñado en é l Estoy contento de
vivir y morir como el humilde repetidor de la enseñanza de la
Escritura; como alguien que no ha inventado ni ha descubierto nada
nuevo; como uno que nunca pensó que eso fuera una parte de su
llamamiento; sino que resolvió que iba a tomar el mensaje de los la­
bios de Dios, en la medida de sus posibilidades y ser sencillamente
un vocero de Dios para la gente, lamentando mucho que algo de mi
propio pensamiento se interpusiera, pero nunca pensando en algo
para refinar ese mensaje, para adaptarlo al brillo de este siglo maravi­
lloso, y entonces entregarlo como algo propio para que pudiera com­
partir su gloria. No, no, no aspiraba yo a nada de eso. "No encubrí tu
justicia dentro de mi corazón. Publiqué tu fidelidad y tu salvación.
No oculté tu amor y tu verdad en la gran asamblea" (Sai 40:10). Nada
de lo que predicamos es nuestro. Si ha habido algo mío, con lágrimas
retiro esas palabras y me las trago, y me arrepiento de que alguna vez
baya sitio culpable de semejante pecado y locura, l as cosas que he
aprendido de Dios, nuestro Padre, y de su Hijo, Jesucristo, por su Espí­
ritu Santo, son las que os anunciamos» {Moody Motiíly, enero de 1945).
Tenemos tres famosos sermones modelo en el Nuevo Testamen­
to: el del apóstol Pedro en Pentecostés, y los de Pablo en Anlioquía
y en la colina de Marte. F.n cada caso ñieron en gran medida doctri­
nales. Fueron los inicios de todo y determinaron la historia de la
humanidad y la revelación de Dios, sacando sus conclusiones con
una lógica irresistible. En cada caso. Cristo era el centro del sermón.
F.l era el tema del sermón. No puede haber doctrina verdadera sin
Cristo. Cristo mismo es la doctrina. Las Escrituras hablan de «la
doctrina de Cristo» (2 Juan 9).
lodos los principios de la buena predicación se aplican a la pre­
dicación adventista. Creemos que hay una razón para la Iglesia
Adventista del Séptimo Día y para la predicación adventista del
séptimo día. Si no hay razón, entonces, ¿para qué ser diferentes? Si
hay mía razón, hemos de tener algo que los demás no tienen con la
misma fuerza y con el mismo poder. ¿Por qué nos llamamos adven­
tistas del séptimo día? Porque enfatizamos la verdad largamente
descuidada del sábado, que creemos que iba a ser restaurada en los
últimos días, y que ha sido restaurada, y. debe ser un símbolo de la
iglesia remanente de Dios. Nos llamamos adventistas porque recal­
camos la segunda venida de Cristo, que aguardan todos ios verda­
deros cristianos. Pero nosotros hacemos hincapié en ella, y creemos
que está a las puertas, y proclamamos las señales de los tiempos que
muestran que está cerca. ¿Debemos dejar de recalcar estas cosas?
¡No, y mil veces no!
Escuchen las palabras de uno de los más grandes predicadores
que hemos tenido, el pastor L. H. Christian:
«Las palabras de Cristo para nosotros son "retén lo que tienes".;
Dios nos ha encomendado un tesoro sagrado en este mensaje. Debe­
mos permanecer sobre la vieja plataforma de la que el Señor dijo que
m un alfiler debe ser removido. Ahora, no me malentiendan y pien­
sen que yo creo que eso significa que no deben estudiar, o que no se
deben estimular la investigación, o que no deba fomentarse el pen­
samiento inteligente, cuidadoso y lógico. Cuanto más estudiemos,
más creeremos los grandes fundamentos de este mensaje. Algunos
evangelistas consiguen que la gente acepte este mensaje, según pien­
san de él, dándoles cosas nuevas y en algunos aspectos, otro mensa­
je; pero fracasan, sin excepción. Los predicadores que predican el
viejo mensaje tienen el poder y tienen el éxito. Si usted desea saber
cuáles son las grandes doctrinas básicas de este grandioso mensaje
de las que hablamos tan frecuentemente, las encontrará claramente
expuestas en nuestros libros, especialmente en los libros más antiguos.
¿Puedo pedirles, jóvenes obreros, si aún no lo han hecho, que lean
los primeros libros de esta denominación? Tenemos irnos pocos hom­
bres cuyas obras se destacan por sí mismas. Creo que J. N. Andrews
fue el escritor más lógico que alguna vez hemos tenido. U nas Smith
y otros no le van muy a la zaga. Todos nuestros libros son buenos,
y sin embargo en los primeros días de dar a conocer el mensaje,
hubo una sencilla presentación de los principios que son las bases de
la fe adventista. Consigan esos libros antiguos fno son difíciles de
encontrar; muchos de ellos han sido reimpresos], y léanlos.
»Mucha gente se extravía porque aceptan premisas falsas o por­
que razonan de manera torcida, sobre premisas equivocadas y no
siguen las Escrituras. Cuanto más nos aproximamos al fin, más de
cerca seguiremos el viejo mensaje. Nuestro poder está ahí, la Palabra
de Dios está ahí y el éxito está ahí. El Señor nos ha dado este men­
saje por medio del espíritu de revelación. Los pioneros de este mo­
vimiento fueron estudiantes fervorosos de la Biblia. Sabían cómo
estudiar y a menudo estudiaban toda la noche. Cuando no podían
avanzar más, la hermana White recibía una visión, y el Señor le re­
velaba la verdad en visión, y entonces se la transmitía a los herma­
nos aunque ella misma a veces no entendía las Escrituras que esta­
ban estudiando. Esa es la forma como vino el measaje, por el estu­
dio y por el espíritu de profecía; y ese sagrado tesoro debe ser con­
servado por el pueblo y por los obreros de Dios» (Revieiv mui Herald,
21 de enero de 1926).
Así que, mis amigos, debemos predicar el measaje de Dios, no el
nuestro. Este fue un buen mensaje para los pastores de 1926 y creo que
es un buen mensaje para nosotros ahora. La predicación auténtica­
mente adventista del séptimo día debería ser la predicación del evan­
gelio en el marco de las creencias de los adventistas del séptimo día.
Estoy seguro que todos los que me están escuchando en este mo­
mento reconocerán la autoridad de las siguientes palabras: «El Señor
desea que sus siervos hoy en día prediquen la antigua doctrina
evangélica: dolor por el pecado, arrepentimiento y confesión. Nece­
sitamos sermones de cuño antiguo, costumbres de cuño antiguo,
padres y madres en Israel de cuño antiguo. Debe1 trabajarse con el
pecador con perseverancia, con fervor, sabiamente, basta que él vea
que es un trasgresor de la ley de Dios, y manifieste arrepentimiento
hacia Dios y fe hacia el Señor Jesucristo» ( ü evangelismo, p. 135).
Ustedes saben quién escribió eso. Solamente una persona pudo
hacerlo.
Y aquí esta una profecía y ima promesa de la misma escritora:
«Las antiguas verdades que nos fueron dadas al principio deben ser
proclamadas lejos y cerca. El paso del tiempo no ha disminuido su
valor. Es el esfuerzo constante del enemigo quitar estas verdades de
su marco y colocar en su lugar teorías espurias. Pero el Señor levan­
tará hombres de percepción aguda> quienes con una clara visión
discernirán las intrigas de Satanás y le darán a estas verdades su
propio lugar en el plan de Dios» (Reviere and Herald, 20 de agosto de ,
1903). ¿No es eso maravilloso?
Déjenme decirles, jóvenes que se preparan para el ministerio:
Proclamen el evangelio eterno. Este no es momento de aflojar en
nuestra predicación de la doctrina de Cristo. F.ste no es momento
para dejar de insistir en las doctrinas distintivas de los adventistas
del séptimo día. Llegarán a ser cada vez más urgentes a medida que
el tiempo pasa. El mensaje de la hora del juicio no es anticuado. Es
más urgente «ahora que al principio. La ofrenda del sacrificio expia­
torio de Cristo sobre la cruz no es algo anticuado. Es cada vez más
importante y debería ser predicado más y más mientras las tenden­
cias modernistas en las iglesias populares repudian la expiación.
T.a obra sacerdotal de nuestro Salvador en el cielo no está anti­
cuada. Cobra cada vez más importancia a medida que esa obra se
acerca a su terminación. La pisoteada ley de Dios no está obsoleta.
Debería ser exaltada como una norma de justicia. El sábado, predi­
cado más plenamente, no es algo anticuado. La amonestación contra
la bestia y su imagen no está pasada de moda. Ek.*be ser proclama­
da más plenamente mientras se agudiza la apostasía. El mensaje que
dice: ««Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis de sus peca­
dos, y no recibáis de sus plagas» (Apoc. 18:4), ciertamente no es an­
ticuado, porque aim no ha «alcanzado su plenitud.
Tlaee mucho tiempo nos llegó el mensaje de que «el Señor quie- \
re que se repita la proclamación del testimonio directo dado en los 1
años pasados». La página impresa hará su obra. Nuestros creyentes
sembrarán la semilla y predicarán el mensaje de viva voz. en los
hogares. La radio y la televisión harán su obra, pero el mensaje ad­
ventista se terminará con el estallido de luz en la predicación más in­
tenso que este mundo haya conocido jamás. Esto no podemos olvi­
darlo nunca... ¡nunca! La predicación adventista del séptimo día
auténtica, debe ser, no sobórnente la proclamación del cumplimiento
de la profecía en el gran movimiento adventista, no solamente el
gran mensaje del sábado, la reforma pro salud, la reforma de la ma-
yordomía, la reforma en el vestir y todas las otras reformas que cree­
mos que deben llevarse a cabo en el mundo, sino que nuesLin measaje
tiene que ser el evangelio eterno en el marco de la profecía cumplida.
Apocalipsis 14 describe este mensaje mundial: el evangelio elerno; el
evangelio que fue predicado desde el principio. La única esperanza
en un mundo que por una parte está sin esperanza, pero por otra tie­
ne esperanza gloriosamente suficiente. No estamos sencillamente pa­
ra convertir a la gente de la observancia del domingo a la observan­
cia dei séptimo día de la semana, de creer y sostener conceptos equi­
vocados sobre el estado de ios muertos a sostener conceptos correctos,
de creer que Jesús va a venir en algún futuro remoto inmensamente
lejano a creer que su venida está cercana. Todas estas cosas son im­
portantes, ¡pero no son el evangelio!
Como me escribió uno de nuestros más prominentes pastores:
«Muchos de nuestros hombres sienten que su única responsabilidad
está en dar un conjunto de conferencias doctrinales y exposiciones
proféticas, y en llevarlos tan rápidamente como sea posible hacia el
sábado y su aceptación, y después, al bautisterio. Pero las vidas
pobres, arruinadas por el pecado, buscando la salvación de la culpa
y poder del pecado necesitan toda ayuda posible para entender el
poder de la vida cristiana y los elevados privilegios de la vida cris-
liana por medio de la gracia de nuestro Salvador. Siento que vio­
lamos el mismo claro principio que deberíamos mostrarle a otros de
que nosotros somos cristianos antes de que demos a conocer los pun­
tos peculiares de nuestras creencias doctrinales de las cuales se han
desviado las iglesias populares. Debemos volver a llamar la aten­
ción de la gente hacia estos principios, t s un privilegio glorioso, pe­
ro hay jm descuido trágico en exaltar a Cristo en cada exposición
del evangelio».
Escuché recientemente un discurso sobre los dos pactos, que pre­
sentaba el asunto com o enteramente objetivo, con un punto de vista
puramente legalista y sin ningún llamamiento. Oh, qué oportuni­
dad maravillosa hubiera sido, para ayudar realmente a hombres y
mujeres que viven bajo la relación del viejo pacto para que percibie­
ran algo tangible y al mismo tiempo cambiaran de la relación del
viejo pacto a la del nuevo.
Si verdaderamente^ }^ predicamos «TCristd. no somos en reali­
T dad predicadores; sino meros conferenciantes. Si no tenemos un
evangelio de esperanza y salvación, estamos sencillamente come­
tiendo el error m ás grande en este mundo. Estamos consiguiendo
una cantidad de observadores del sábado y de «doctrinarios» no
salvos, en vez de creyentes redimidos en Cristo siguiendo la verdad
de Dios para estos días.
Fíl evangelio eternjft ha sido predicado por todos los siervos de
Dios desde el principio, por Noé, Abraham y todos los profetas,
también por Pablo y Pedro y los demás apóstoles. Fue predicado en
un marco histórico apropiado para sus dias. No podemos predicar
este mensaje del evangelio como lo predicó Noé, o como lo presen­
tó Lulero. Debemos predicado en el marco de nuestro propio tiern-
po, el marco histórico de Apocalipsis 14. Lutero predicó la justifica­
ción por la fe en el marco del mensaje del evangelio para el siglo
XVI en el tiempo de la gran Reforma protestante. Debemos predicar
la justificación por la fe en el marco del mensaje de Dios para nues­
tros días.
í.a mensajera del Señor nos dice: «Varios me han escrito pregun­
tándome si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del f
tercer ángel, y he contestado: Es el mensaje del tercer ángel en ver­
dad» {Mensajes selectos, t. 2, p. 437).
F1 apóstol Pablo predicó la justificación por la fe, y la temperan­
cia, y un juicio venidero. Nosotros debemos predicar estas cosas
dentro del marco de que «ha llegado la hora de su juicio».
No necesitamos preocupam os por la integridad de nuestro men­
saje. «Los hitos que nos han hecho lo que somos, han de ser preser­
vados y serán preservados, como Dios lo ha manifestado mediante
su Palabra y el testimonio de su Espíritu. Él nos insta a aferramos
firmemente, con el vigor de la fe, a los principios fundamentales
que están basados sobre una autoridad incuestionable» {Mensajes
selectos, l. 1, p. 243). Esta es una declaración de la sierva del Señor.
«Como pueblo hemos de mantenernos firmes en la plataforma
de la verdad eterna que ha resistido la prueba y el examen. Hemos de
aferramos a los bien establecidos pilares de nuestra fe. Los princi­
pios de la verdad que nos haya revelado Dios son nuestro único fun­
damento verdadero. Nos han hecho lo que somos. El tiempo trans­
currido no ha disminuido su valor» {ibíd., p. 235).
«Ninguna rama de la verdad que ha hecho al pueblo adventista
del séptimo día lo que es debe debilitarse. Tenemos los antiguos hi­
los de la verdad, la experiencia y el deber, y debemos permanecer
firmes en la defensa de nuestros principios en plena vista del mun­
do» (joyas de los testimonios, t. 2, p. 372).
Como el fundamento de nuestro mensaje debemos tomar nuestra
posición sobre el Calvario, donde la sombra de una cruz se levantó
sobro una colina solitaria. Debemos señalar a los pecadores el Cor­
dero de Dios que quita el pecado del mundo. Debemos decirles co­
mo llegar a ser cristianos, decirles que crean en el Señor Jesucristo y
entonces serán salvos; que se arrepientan, o todos perecerán igual­
m ente,que deben confesarlo delante de los hombres para que él los
confiese delante de nuestro Padre que está en el cielo; que deben ser
bautizados en el nombre de Jesucristo para la remisión de los peca­
dos, de manera que puedan recibir el don d.el Espíritu Santo, hn re­
sumen, la predicación es la proclamación del evangelio. Predicar no
es meramente dar conferencias. No es sencillamente platicar. O es
predicación del evangelio o no es predicación cristiana. La a uténti­
ca predicación debe provenir de un corazón que se ha rendido al
Señor Jesucristo.
Hay una antigua leyenda que dice que cuando el cazador empa­
pa su flecha en la sangre de su propio corazón, se apresura certera­
mente a su blanco. Y así, mis amigos cualquier hombre que apunte
certeramente a las almas de otros hombres debe mojar sus flechas
en la sangre de las convicciones de su propio corazón. Pero no hay
hombre que pueda hacer esto hasta que conozca por experiencia la
cruz y hasta que su propio corazón se haya rendido a Jesús.

^¿C onoces el secreto para tocar el corazón


o encender la sangre a voluntad?
Permite que tus ojos se desborden,
permite que tus labios tiemblen
•N con una emoción apasionada.*

TTace algunos años, se corrió la noticia en Birmingham, Alabama,


que su ciudad hermana, Montgomery, a cien millas de distancia (160
kilómetros) estaba en llamas. Toda la ciudad estaba amenazada. Agen­
tes de policía motorizados salieron a lo largo de la ruta pavimentada
entre aquellas dos ciudades y bloquearon toda las vías trasversales.
Detuvieron el tránsito y lo pusieron a un lado de la carretera de ma­
nera que los camiones de bomberos pudieran recorrer a toda velo­
cidad esas cien millas desde Birminghan para luchar contra las lla­
mas. Todos los vehículos fueron puestos fuera de la carretera, los

f / ' The scovf wouldst thou know. / Tn touch tiir- ht-.iri or fir<- the Wood .ir will? / Let thine own
eves o'etflow, / 1«•» thy Up* ipiivcr with the passionate thrill.
caminónos fueron detenidos y obligados a dar paso a aquella misión
sumamente importante. Una gran ciudad estaba en llamas, las
viviendas estaban siendo destruidas, había muchas vidas en peligro,
la riqueza se estaba con virtiendo en humo. No era momento para un
simple negocio o para el placer.
Y así hoy en día, queridos predicadores de este santo evangelio,
el mundo está en llamas. Todo lo que es de valor, está en peligro. Al­
mas con posibilidades de inmortalidad están en peligro. ¿No debe­
ríamos despejar el camino de nuestras vidas? ¿No deberíamos hacer
en primer lugar lo primordial? Cualquier cosa que no sirva a la cau­
sa de Cristo, cualquier cosa que inhiba nuestra labor por él, cual­
quier cosa que desgaste el ñlo de nuestra experiencia espiritual, que
suavice nuestros sermones, que arruine el poder de nuestro testimo­
nio, debería ser desviada a un lado. Despejen el camino, ‘«preparad
en el desierto camino para nuestro Dios». Sí,, mis hermanos y ami­
gos, preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas.
Amigos, hay mil cosas que podríamos decir sobre el tema de la pre­
dicación, pero ¡quién le puede decir a alguien cómo predicar! Yo no
puedo. Todos tenemos personalidades diferentes- Pero cuando Dios
nos llama y coloca su Espíritu en nosotros y le abrimos nuestros cora­
zones, y sabemos que nos ha llamado, entonces podemos predicar.
Recuerde esto, antes de tener templos, teníamos predicadores. Antes
de tener escuelas, teníamos predicadores. Antes de que tuviéramos
un hospital, teníamos predicadores. Ante's de que tuviéramos una
imprenta, teníamos predicadores. Y, mis amigos, si alguna vez se ter­
minaran Jos predicadores en este movimiento, pronto llegarían tam­
bién a su fin las instituciones.
Hay muchas cosas que necesitan hacerse y que se están hacien­
do, pero no pueden lomar el lugar de la predicación. Jesús dijo:_<<Td "
por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura» (Mar.
16:15). Organizamos asociaciones e iglesias, y eso es una cosa buena,
pero eso no es predicar. Podemos supervisarlas e iniciar nuevos pla­
nes e ideas, unir, dividir, financiar, pero eso no es predicación. Po­
demos comseguir dinero y poner en marcha muchas campañas y
programas dignos, mantener instituios, concilios, congresos, pero eso
no es predicación. Podemos fortalecer un sistema mundial de rela­
ciones públicas y de publicidad favorable, podemos hacer circular
libros, folletos, revistas, tratados, por millones; esto debería hacerse;
debe* hacerse; se hará, pero todo esto no es predicación. La predica­
ción va primero, continúa y pondrá fin a la escena. Algunos de nos­
otros estamos inclinados a hacer un caballo de carga de la gran
comisión. Jesús no dijo: «Id por todo el mundo y construid sa­
natorios, organizad y edificad oficinas para asociaciones y oficinas
para las uniones, construid editoriales y escuelas, estableced alma­
cenes, instituciones comerciales, y así sucesivamente». Él no dijo
eso. rlodo eso son los frutos legítimos que brotan de la actividad cris­
tiana, supongo, pero no son el fundamento. La Escritura dice: «Id
por todo el mundo y jfrediCüd». Algunas veces olvidamos la comi­
sión y hacemos primero lo otro.
No hayj-'n lodo el mundo algo que produzca t<mto_espíri.tu de
'abnegación^como predicar, si se hace correctamente. No hay nada
que el diablo odie tanto como la predicación y los predicadores;
quiero decir, la predicación verdadera, la predicación piadosa, la
predicación poderosa. ¡Cómo la odia! Se siente absolutamente com­
placido de que algunos hombres que han sido llamados por Dios y
que son poderosos ante la multitud y que manejar la «espada del
Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Efe. 6 :1 7 ) con gran poder y efi­
cacia, se dediquen a todo lo bueno que se les ocurra menos a predi­
car. Les presentará alguna tentación especial, hará que caigan, con­
seguirá que salgan de la obra, o logrará que hagan alguna otra cosa
buena, cualquier cosa que los detenga de predicar, sobre todo cuan­
do se trata de un predicador poderoso. El diablo prefiere que esté ocu­
pado en cualquier obra buena, pero no en la obra a la que Dios lo ha
llamado. ¿No es ya hora de que los predicadores preciquen de veras?
Pero usled dice: «Yo no soy un gran evangelista». Eso puede ser
verdad, pero si Dios lo ha llamado a p retí icar, ¡predique! Usted pue­
de decir: «Pero yo no puedo reunir una multitud donde estoy». De
todas maneras, predique, aunque solamente haya uno o dos. Man­
téngase predicando y habrá resultados.
Hace algún tiempo, un pastor metodista que no era mi gran ora­
dor, sino sencillamente un predicador común de una pequeña pa­
rroquia tuvo la convicción abrumadora, de que había sido llamado
a predicar. Cada año cuando asistía al congreso de su Asociación
tenía casi tantos conversos que informar como algunos de los gran­
des evangelistas que teman una campaña de vez en cuando. Un día
lo llamó el superintendente y le pidió que le explicara eso, por qué,
aunque había sido un predicador humilde,-conseguía resultados
siempre. Con total naturalidad le respondió:
— Bueno, tengo una reunión cada domingo por la noche en mi
iglesia y predico el evangelio.
— ¿Quiere decirme usted que predicó lodo el verano?
— ¿Cómo? Por supuesto prediqué todo el verano, cada domingo
por la ntx'he. Cincuenta v dos domingos al año al anochecer prendo
la iluminación de mi iglesia, abro sus puertas y predico.
—¿No disminuye la cantidad de asistentes en el verano?
—Pues sí. Alguna vez no tengo más que diez o quince presentes.
Pero mi gente sabe que yo estaré allí predicando la palabra cada
domingo por la noche. Y a tan d o sumo el número de mis conversos
al fin del año, he conseguido cincuenta, sesenta o setentas almas.
Bueno, tal vez no deberíamos hacerlo exactamente así; pero quie­
ro decirles, amigos, si Dios nos ha llamado, y predicamos, y nos man­
tenemos predicando, siempre «conseguiremos resultados.
Sí,"m*ucKas veces la predicación es una tarea ingrata, que muchos
consideran como más baja en estima y honor que estar en un pues­
to administrativo. Conozco a un pastor, y no está a mil millas de aquí,
y el incidente del cual voy a hablar no pasó hace cien años. Alguien
lo fue a ver y vio su gran iglesia y el maravilloso éxito que estaba
teniendo.
— Dígame, ¿cuál es su objetivo? ¿Para qué está trabajando? — se
le preguntó.
El pastor contestó:
— Vea esta gran iglesia, tiene cerca de dos mil miembros. Estoy
ocupado día y noche sirviendo a las necesidades de estas personas,
alimentando este rebaño poderoso, edificando la causa de Dios, ga­
nando almas para él.
— Oh, yo sé que eso es algo grande. Pero, ¿cuál es su objetivo
real? — le preguntó su amigo.
— ¿No puede ver que mi objetivo real esta aquí? ¿No puede ima­
ginarse a un hombre que no tiene otra meta que esta, que es la más
elevada de todas, "ganar almas para Cristo"?
—Oh, sí, entiendo todo eso. Eso es verdad, por supuesto, en un
sentido de la palabra. Pero ¿cuál es su objetivo final?
Ese inlerrogador no se podía imaginar que alguien no aspirara a
OCTipar un buen puesto administrativo, o de secretario o presidente
de una Asociación, de una Unión, o algún cargo en la Asociación
Ccneral. En verdad, todos estos son cargos honorables, pero a la
vista de Dios, ¿hay algún puesto más elevado que el del ganador de
almas? ¿No es esa la mayor vocación en la tierra? ¿No deberíamos
más bien com padecem os de quienes tienen que desviarse de dedi­
car todo su tiempo a la ganancia de almas para ocupar parte de su
tiempo en la administración del resto de nosotros los predicadores?
Algún día, amigo predicador, llegará la recompensa. Todos los
verdaderos predicadores serán reunidos para encontrar al gran Pre­
dicador que los envió, el de las manos traspasadas. Aquel día entre
ellos habrá unos pocos grandes predicadores, ur.os pocos grandes
oradores, unos pocos hombres de renombre de todas las generacio­
nes, pero en aquel día la mayoría de los predicadores serán solo pre­
dicadores corrientes, predicadores semejantes a usted y a mí, senci­
llamente gente común. Muchos de los pastores presentes en aquel
día serán pastores que han estado trabajando en les pastos del Señor
más distantes, com o tú y yo. Algunos traerán grandes rebaños al
redil. Algunos tendrán tan solamente dos o tres, pero ¡cuán felices
estarán todos al ver aquellas ovejas al fin dentro del redil!
V cuando todos estén reunidos, mirarán al Maestro de todos los
verdaderos predicadores, y verán en su frente las marcas de las es­
pinas. Habrá un gran silencio y entonces escucharán palabras que
ellos mismos han leído muchas veces, y el hechc de oír esas pala­
bras será una recompensa por tenias sus heridas y aflicciones, y por
los trabajos en solitario que pasaron desapercibidos en lugares leja­
nos con una vida y muerte que parecía haber causado poca impre­
sión en un mundo indiferente. Y entonces, de Libios del Maestro
oirán esas palabras, que serán una recompensa por todo: «¡Bien,
siervo bueno y fiel! [...1 hntra en el gozo de tu Señor»* (Mat. 25: 21).
2
El predicador
«Pero, ¿cóm o invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Y cóm o creerán en aquel de quien no han oído?
¿ Y cóm o oirán sin haber quien les predique?»
V Romanos T0M 4

Y
CÓMO OTRÁN sin haber quien les predique?» (Rom.
10:14). I a oscuridad de este mundo necesita luz. Y es­
tá escrito quejesú> mismo es la « lu z verdadeduque
alumbra a todo hombre que viene a este mpndo» (Juan
1: 9). Cuando hay verdadera oscuridad, los hombre^busean la luz.
En las tinieblas espirituales de este mundo se reúnen alrededor de
la vela más pequeña, j i á s tenue, más lánguida, menos, brillante. Si
hay una lucecita allí, se amontonarán a su alrededor. Es porque Dios
los liizo-paraJaduz. Esa es la razón por la que siempre habrá lugar
para el predicador en el m undo de hoy. Él es el portador de la luz
que llega ño cómo, una vela sino como una antorcha poderosa que
resplandece cada vez más hasta que estalle en gloria el día final. Jesús
es la íuz del mundo. Vino predicando y envió a sus discípulos para
?ljA3,r.'5'T’5
predicar, p ara.seduces. -
En diferente^ épocas.en este mundo, han ^descendido las tinieblas/
que al igual que las de Egipto, se pudieron sentir e intentaron su­
primir la lu /.JVim ero fue el paganismo, después la gran apoetasía,
después el racionalismo, luego el materialismo, ahora el secularismo '
y e] humanismo;(pero la luz siempre estalla. Brilla por medio de los
hombres; brilla por medio de la predicación verdadera. Ahora bien,
estos hopibrcs no crearon la luz; la luz está en ellos, y resplandece de­
lante de ellos. Por decirlo de alguna manera,.son hombres incandes­
centes, «porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandecie­
se la luz, es el que resplandeció en nuestro corazón, para que.poda­
mos conocer la gloria de Dios que brilla en el rostro de Jesucristo»
(2 Cor, 4: 6). Este es un texto extraordinario para todo predicador.
DiósVa a resplandecer en nosotros, pero nosotros debemos resplan­
decer para otros. Al igual que los guerreros de Qedeón, «tenemos
este tesoro en vasos de barro», para que la excelencia del poder sea
de Dios, yjno nuestra. Solo cuando se quiebran las vasijas resplande-
ce1a luz; cuando nos ocultamos etvjCristo, cuando nos replegamos
deirás de la cruz es cuando él aparece, es cuando puede resplande­
cer la gloria del rostro de Jesucristo en todo el mundo. Cuando la
luz reflejada del rostro de Jesucristo brilla a Lravés de la vida del pre­
dicador, está siendo el predicador que lienc que ser.
Después ocurren cosa? sorprendentes. Aquellos flufijumcaJian
invocado.a Dios, aquellos que profesan hostilidad a todo lo justo y
santo, y aquellos que se* sienten hastiados, que han vivido en mun-
danalidad. confundidos filosóficamente, incluso siendo antirreligio­
sos y anticristianos, con frecuencia son transformados, y transforma­
dos por completo, repentinamente. Justo cuando creen que están más
seguros en su escepticismo, infidelidad, duda y satisfacciones secu­
lares, entonces, algo sucede.

Precisamente arando estábamos más seguros


hay un toque del ocaso,
una fantasía de una campanilla de flores,
la muerte de alguien,
el fin de un coro de Eurípides,
y eso es suficiente para cinaienta esperanzas y temores.*
Stevenson

Pero más que eso, justo entonces hav un susurro del Espíritu de
Dios, una flecha de su aljaba, una palabra de su gran Libro, Iq.voz

Iusí when v k 'k sih--r. / T U tv ' s .tMinwl-WXK'h, / A lana- (rom a tlowa-t'cU, / Someone* «foith, /
A i W m -ending /rom Eurípides— / And that'> nvwitfh for fifty Iwtptr. and fears
del predicador en el aire, que llega como una espada al corazón y
vuelve el corazón a la primera imagen de la luz por la cual suspiran
los ojos humanos. El mismo predicador debe ser la luz.
/ Ralph Connor escribe sobre un humilde pastor que estaba hacien­
do su fervorosa obra para Dios en un gran rancho del Oeste cuando
uno de los vaqueros que estaba en el auditorio comenzó a hacer ob­
jeciones de poca monta.
— Por supuesto, eso está en la Biblia, ¿verdad? — le preguntó
alguien.
Sí — dijo el misionero.
— Bueno, ¿cómo sabe usted que es verdad?
Antes de que pudiera responder, interrumpió un ranchero:
—Mire, compañero; mire, vaquero, ¿cómo sabe usted que algo es
verdad? ¿Cómo sabe que el misionero que está aquí es de fiar cuan­
do habla? ¿No lo puede ver en la convicción con que se expresa?
¿No lo puede ver en el tono de su voz?
Mis queridos amigos; eso/cs lo que convencerá a la mayoría de
sus oyente^, la convicción propiáVb. vq/ firme y, segura. Por eso la
verdad de Dios ñ o es uña filosofía, no es meramente una teoría o
una fórmula que se pueda exponer a base de razonamientos bien
construidos, es una vida, proviene de la Vida. Dijo Jesús: «Dios es
Espíritu. Y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu v en ver­
dad'* (Juan, 4: 24). «En él estaba la vida, y esa vida era la luz de los •
hombres» (Juan 1: 4). Y por eso, es necesario que haga algo en cada
uno de nosotros que permita que los demás perciban nuestroas sen­
timientos porque el testimonio del Espíritu da testimonio en noso­
tros y por medio de nosotros, de que somos hijos de Dios. •
Aquel vaquero era un escéptico. No hay duda. Vivimos tiempos
cuando se glorifica la duda y a menudo se considera una confesión r
de fe como la evidencia de falla de sentido com ún. Vivimos en un “ -
mundo de desilusión, de duda sistemática, aia n d o muchos millones,
incluso de los que se llaman a sí m ismos cristiajnos, consideran, ja
vida futura, y aun la misma existencia de Dios, como «el gran quizás*>.Y
No es nuestra tarea desperdiciar tiempo condenando el escepti­
cismo de la actualidad, sino más bien deberíamos presentar algo
extraordinario en lo cual creer. Podemos hacer eso solamente cuando
h ay creencia y fe verdadera en nuestros corazones. T.a predicación
autóntiauganará el corazón del que duda y del escéptico. Es posible
que no pueda iluminar su mente de* inmediato; pero si la predica­
ción sale del corazón del predicador con calor y fe, de la misma alma
de uno que no toma en serio la duda e incredulidad, sino que puede de*
i cir: «Conozco la fuerza de esa enfermedad. Yo también be orado,
"¡Creo! ¡Ayuda mi poca fe!" (Mar. 9:24)», eso ganará su corazón. Te­
nemos que conocer algo del escepticismo, la duda y la admiración.
No condenemos al escéptico y al incrédulo. Digámosles que nos­
otros mismos conocemos algo de esa enfermedad. El corazón huma­
no comenzará a creer antes de que lo haga la cabeza. No vayan a
pensar en ningún momento que es una debilidad apelar a los senti­
mientos y emociones. Esa es una parte del ser humano tanto como
lo es su razón. Y quien se hace a la idea de que el único llamamiento
que debe hacerse es el llamamiento a la razón, es porque cree que todo
el mundo es como él mismo. La voluntad para creer hará que crea
lo que desea creer. Racionalizará su pensamiento de esa manera tan
probablemente como lo hacen otros.
Vez, tras vez, tras yez* Jesús habló de apelar al corazón del hom­
bre. * Porque del corazón salen los malos pensamientos, ios homici­
dios, los adulterios [...1. Esto eontam^iaj^i hombre»v(Mal. 15;J9r^0).
D|vidimos al hombre y lo hacemos una especie ce esquizofrénico,
peroje sú s habla del hombre como un hombre y apela a él en todas
las formas posibles.
Pienso que nos haría mucho bien leer más a John Bunyan no solo
El Peregrino sino también The Holy Wnr [La guerra santa], donde tra­
ta sobre el conflicto espiritual de la vida describiendo el asedio a la
ciudadela de Mnnsoul (Alina Humanal por su Puerta del Ojo, Puer­
ta del Oído, Puerta del Tacto, etcétera. La particularidad de aquella
ciudad era que nunca podía ser tomada excepto por el coasenti­
miento de Sus ciudadanos. Bunyan era im hombre que conocía más
sobre la naturale/a humana que algunos de nuestros psicólogos mo­
dernos. Sabía cóm o se nos acerca el enemigo por las diversas aveni­
das del alma humana.
A propósito, se dice que Spurgeon leyó El Peregrino setenta y
cinco veces. Lisa es una razón por la cual pudo escribir algunos libros
como los escribió, por ejemplo, John Ploughman's Talks [Las charlas
de Juan Campesino]. Nunca habría podido escribir ese libro si no
hubiera leído tantas veces El Peregrino y hubiera aprendido la forma
como usar palabras de una sola sílaba. Recuerden que cuando usté-
des comenzaron a estudiar griego, comenzaron con Juan, ¿verdad?
¿Por que? Porque soy, hiz, dio. todas son palabras de una sílaba; y
esa es la clase de predicación que deberíamos dar al mundo. Tengo
que reconocer que no es fácil.
Ahora bien, hay dos cosas que como predicadores siempre he­
mos de tener en cuenta: La primera, es que Jesús está vivo v q u ep ro -
metió estar con nosotros hasta.el fin del inundo. Cada época lo ha en­
contrado vivo, dando fuer/a a sus verdaderos predicadores. Esto hay
que tenerlo simpre bien presente, y también que en cada alma, d pre-
dicador tiene un aliado. Y a menudo lo olvidamos; yo sé que lo he
olvidado muchas veces, pero que es de tremendo estímulo. Cuando
usted comienza a predicarle o habla con alguien, usted no solo tiene
la promesa de que Jesucristo está con usted, sino que tiene la prome­
sa de que en el alma humana usted tiene un aliado, la conciencia, y
no importa qué ropas use, o qué título ostente, o qué dudas manifies­
te, tiene dentro una conciencia para despertarlo. En el momento en
que usted comienza a proclamar la Palabra de Dios a alguien, tiene un
aliado, la eonci.encia.de esa.persona que trata de desatrancar la puer­
ta desde el interior.. Mientras que su ariete está en el exterior, la con­
ciencia dentro está de su lado, es su quinta columna que está en el in­
terior. Está ahí en cada ser humano. Y siempre que se pregona la ver­
dadera Palabra de Dios desafiando a rendirse a la ciudad del alma
humana, la conciencia desde adentro comienza a actuar con la cerra­
dura, tratando de abrirle a usted la puerta.
El mensaje del Señor dirige su apelación a cada corazón, aun
antes de que el corazón se rinda a él. Como dijo alguien: «Es belle­
za para el poeta, verdad para el hombre de ciencia, justicia para el
moralista, mancomunidad de hombres para el idealista social; sí, es
honestidad de mente para el escéptico, y es Dios para todos noso­
tros». El escéptico dirá entonces:
Huí de él a lo largo de las noches y a lo largo de los días.
Hui de él atravesando el túnel de los años.
Huí de él a lo largo de los intrincados caminos
de mis propias ideas; y en medio de lágrimas
me escondí bajo una carcajada continua.
Después aquellos fuertes pies siguieron y siguieron.
Sin prisa prosiguieron
con calma imperturbable.
A ritmo deliberado, majestuoso instante,
una voz me sacudió
antes que los pies.
«A quien me traiciona a mí, tenias las cosas lo traicionan».*
Sí, Jesucristo está buscando el alma humana como Francis Thompson
en este poema suyo The 1found o f Heaven [ t i sabueso del cielo]; un
gran poema para que lo aprenda todo predicador. Cristo está afue­
ra asediando el alma; dentro está la conciencia.
Así que «como predicadores debemos practicar la presencia de
Dios» como dijo alguien. La presencia del Señor debe estar en noso­
tros. así como en la persona a quien estamos intentando alcanzar, la
cual puede estar tratando de huir del Señor, 01 predicador debe* escu­
char también las palabras del Maestro que hacen eco en su corazón:
C' «Id por todo el mundo¿ y predicad». Osa es la clase de hombre que de­
be ser, creyendo en las sencillas palabras de Jesús y deseando obedecer­
las. Conserva la idea de cuño antiguo y, como dice Carlyle B. I Iaynes, la
tiene como una convicción de que la tarea principal del predicador es
predicar, no recaudar fondos, ni alcanzar los blancos, ni dirigir excur­
siones, ni hacer campañas, ni promover proyectos, ú ser un actor, ni
presentar gráficos o películas, ni tratar de congraciarse con sus líderes,
ni buscar una promoción para él, jslno predicar!
Sí, la predicación es su obligación primordial, su gran dirá, la obra
de su vida. Otras cosas menores pueden seguir, y seguirán; pero la
predicación es su obra fundamental. «Id [...] predicad», ese es el manda­
to de Jesús. Hsto es lo que tiene que ser, un predicador del evangelio,
más que un consejero, calificado para aplicar los principios verdaderos
de la psicología y la psiquiatría a los problemas humanos. Dije rmís que
un consejero. N o del>e ser un psicólogo insignificante o un psiquia­
tra de la liga de segunda división intentando imitar a quienes que se
han especial izado en estas ramas del conocimiento y que pueden
tener aptitudes para ellas. No estoy condenando lodo eso, sino di­
ciendo sencillamente que no son la obligación de un predicador. F.n
su trato con las almas, por supuesto, todo pastor aprende a conocer

•I Him, down the nights and down the day.; / Í fled Him, down < b c arches of the yvors; /
I fled Him, down tin- labyrinthine wavs I Of my own mind; .mil in tfic nikht of tears / I hid
from Him. and under running laughter.
I-rom those strong f'ivt Hut iolknVed, followed alter. / but with inhurryutg Hum -. / And
iinjvrlurivd pave, / Deliberate speed, majcsfn instaray, / T V y beat—and a Voice beat / More
instant than the feet / "All things IxHrav thee, who betrayest Me."
muchos de los prim ¡píos sobre los cuales funciona la m ente humar
n a jie ro ante todo él es un hombre que empuña una espada podero­
sa, y esa espada es «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios»
LFf e .6 : J 7 ). Es uno que prodam a la verdad, la verdad de Dios. Se
colocan otras cosas en buen lugar, pero no en el lugar de importancia
suprema.
Para tomar la posición, y mantenerla, de que la obra principal del
predicador es predicar, se necesitará valor y «fe. Les voy a decir por
qué. Porque en algunas Asociaciones es al hombre que hace otras
cosas al que se desea m ás que a un predicador. Algunas comisiones
o administradores le darán empleo, sobre todo si es un buen finan­
cista, construye iglesias, alcanza sus blancos, etcétera. Ahora, por
favor, no me entiendan mal. Pienso que es excelente que un hombre*
sea capaz de hacer todas estas cosas, pero ciertamente nunca puede
hacerlas todas y además predicar tal y como Dios desea que predi­
que. Está m ás allá de la capacidad de cualquier ser humano. Si
puede hacer tenias estas cosas, o adiestrar a otros para que las hagan
después de que haya hecho su tarea suprema, tanto mejor; pero si
no, los resultados no serán los adecuados.
Un día me visitó un joven pastor, dispuesto a dejar de trabajar
para la Asociación, o m ás bien, debería decir que estaba en la nómi­
na de pagos de la Asociación. Nunca debemos decir que trabajamos
para la Asociación. Si alguien trabaja meramente para la Asociación,
ya está fuera del ministerio. Trabajamos para el Señor Jesucristo. La
Asociación es simplemente una organización de cristianos que ad­
ministran los fondos que ha ofrendado el pueblo de Dios- Nunca
tengan la idea de que somos empleados de alguna Asociación. Sen­
cillamente le duele a mi oído escuchar esa expresión: «Soy empleado
de la Asociación», porque el pastor sirve a Dios. El diezmo le per­
tenece a él exactamente tanto como a cualquier otro. Cuando algu­
na comisión de la Asociación Liene la idea de que el dinero les per­
tenece a ellos, es que lisa y llanamente ha perdido el rumbo. No les
pertenece; es el dinero de Dios, del pueblo de Dios. ¿Acaso no es eso
lo correcto? Entonces actuemos así y vivamos así.
Tero volvamos a ese joven que estaba a punto de dejar de recibir el
sueldo de la Asociación. Estaba muy íntimamente relacionado conmigo,
así que yo sabía muy bien cómo se sentía. Dijo: «¿Por cuanto tiempo
más voy a tener que construir iglesias? Quiero predicar». Había ayudado
a construir tres. Dijo: «Quiero dar estudios bíblicos. Mi deseo es pre­
dicarle a la gente. Deseo salir y estudiar odontología, de manera que
pueda ganar algún dinero, y así pobre predicar y dar estudios bíbli­
cos». Bueno, pasó por una gran crisis en su vida, pero el Señor lo
sostuvo en medio de la prueba. Puedo decirles que le llevó mucha
oración. Pronto será ordenado y continúa en el ministerio. Creo qtie
necesitamos ser nosotros mismos y decir: «Quiero predicar». Pero
cuando lo hagamos, vam os a tener algunos problemas. " •
Está escrito en la Palabra que cuando los apóstoles vieron que la
, iglesia estaba creciendo rápidamente y que las cargas administrati­
vas eran tan pesadas que la m ayor parte de sus energías se estaban
gastando en asuntos de pura organización, en detrimento del gran
objetivo de su misión como apóstoles, predicadores y maestros de
la Palabra, hicieron algo para mejorar la situación. ¿Qué hicieron?
Pidieron una reorganización y se eligió a otros hombres para esa ta-
•rea secundaria.
Cuando se me pidió que diera estas conferencias, le escribí a qui­
nientos de nuestros pastores pidiéndoles que m e ayudaran envián­
dome su evaluación de la predicación adventista del séptimo día y
algunas sugerencias en cuanto a cómo predicar. Uno de los que me
contestó dio en el clavo. Después que él y otros hablaron sobre eso,
escribió: «Creemos que la experiencia del libro de los Hechos debe
repetirse entre nosotros hoy. Si vamos a continuar con la tremenda es­
tructura administrativa y de organización que tenemos hoy, creemos
que deben separarse a hombres para realizarla. Llámelos diáconos o
cualquier otro nombre que desee, páguenles salarios regulares como
hacen con los pastores, pero ordénenlos o nómbrenlos como los que
estuvieron antes para hacer ese trabajo y encomiéndeles que lo hagan,
y permitan qué el resto de nosotros prediquemos por un cambio».
bien, ¿por qué no? Lo hicieron en aquel tiempo. «Entonces los do­
ce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: "No es bue­
no |es irrazonable] que nosotros descuidemos el ministerio de la Pa­
labra de Dios, para servir a las mesas. [Servir a los pobres de la igle­
sia, porque había demasiados hermanos de los que tenían que en­
cargarse.] Por tanto, hermanos, elegid de entre vosotros a siete hom­
bres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a
quienes encarguemos este trabajo. Y nosotros persistiremos en la
oración y el ministerio de la Palabra"» (Hech. 6: 2-4). X
Fíjense en el versículo 1 que la queja que desencadenó todo fue
que se descuidaba atender a algunas personas en la asistencia dia­
ria. Eso es lo que nos abruma, distrayéndonos de nuestra misión
primordial y reduce la fuerza del ministerio «la asistencia diaria», o
como lo llamaron los apóstoles «este trabajo». Trabajo, asistencia, co­
mo quieran llamarlo, esto es lo que los apóstoles delegaron en otros
con capacidad para hacerlo, y los apóstoles mismas persistieron «en
la oradón y en el ministerio de la Palabra». Piense qué revolución,
qué reavivamiento, que gloriosa explosión de ganancia de almas se
extendería por el mundo si se hiciera algo semejante en nuestros
días. Bien, eso es algo revolucionario, ¿verdad? Pero es bueno hacer
una revolución de vez en cuando.
Lejos esté de mi tratar de decirle a usted justamente cómo debe
ser un pastor. Cuando Dios lo hizo a usted, rompió el molde, así que
ya no se* puede hacer otn> exactamente igual a usted. Al describir al
predicador y lo que debe ser, hemos de tener en mente que cada
persona es diferente. Cada hoja de cada árbol es diferente de otra
hoja. Cada brizna de hierba es diferente de otra brizna de hierba.
Solamente podemos hablar de ciertos principios generales y sugerir
ideas. Dios nos elige como somos y nos usa así. De modo que no se
sienta desanimado si usted hace las cosas de una manera diferente
a la de otros, porque usted es único. Dios lo llamó a usted exacta­
mente tal como usted es.
Conforme a los documentos del Nuevo Testamento, y también
del Antiguo, cuando Dios lomó a un hombre para hacerlo un predi­
cador, lo tomó tal como era, de un rebaño de ovejas, del palacio de
un rey, de una familia sacerdotal, de cualquier lugar donde lo en­
contró. Lo tomó, se le reveló, lo llenó con su Espíritu y lo envió di-
ciéndole: «Toma esta revelación mía, y ve y predícala. Dile a los
hombres lo que Dios ha hecho por ti y lo que él hará por ellos». Esto
debe hacerse, no de manera técnica, sino de manera extensa. Debe
hacerse a nuestra propia manera, con nuestras propias habilidades,
consagradas a él; con nuestros propios talentos, nuestras propias
emociones y afectos, nuestra propia alma llena con el poder del Es­
píritu Santo.
Hay un lugar para el hombre que tiene conocimiento y para el
hombre de pocos dones y poca instrucción. Se nos dice que en los
días finales, Dios tomará a hombres y mujeres de detrás del arado, y
del negocio, y de todo tipo de deberes domésticos y los usará gloriosa
y grandemente en la terminación do su obra. ¡Dios lo llamó a usted!
Recuerde también esto, a pesar de todo lo que estadiemos y todo
lo que oremos y todo io que probemos y todo lo que hagamos, se­
guirem os siendo predicadores imperfectos, predicadores parciales.
Henry Ward Beecher solía decir: «No hay predicadores perfectos en*
este mundo», también dijo: «I.os únicos perfectos son los profeso­
res que enseñan teología sistemática. Conocen loco, toda la teolo­
gía, y yo los envidio; pero quienes predican loman únicamente la
porción de la verdad que pueden sostener, que por lo general no es
demasiada». Y esto es en buena medida cierto. Así que nos alinea­
mos con ellos, no con los doctores en teología.
El apóstol Pablo dijo que somos criaturas fragmentarias; vemos
un poquito aquí, un poquito allá. Ustedes recuerdan que dijo: «Aho­
ra vemos en un espejo, oscuramente, pero entonces veremos cara a
cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré cabalmente,
como soy conocido» (1 Cor. 13:12). Tan solo en parte. Todos tenemos
justo una parte. Aun Pablo sintió cuán vacío estaba y qué poco co­
nocía. Pero debemos tom ar lo que tenemos y darle todo a Jesús. En­
tonces podemos predicar por él.
William Booth tenia poca instrucción y cuando alguien le pre­
guntó el secreto de su éxito como fundador del Ejército de Salva­
ción, dijo: «Bueno, no tengo grandes talentos, y el único secreto que
conozco es que cualquier cosa que yo fuera, todo lo que tenía allí
Jesús, era mío».
En eso radica el secreto del éxito, porque es el secreto del noble
vivir. El Señor desea que nos olvidemos de nosotros en el esfuerzo
para salvar almas. Si estamos lodo el tiempo pensando en nuestro
salario, en cuánto kilometraje nos pagan, cuándo vamos a conseguir
un nuevo automóvil, quién recibe el crédito por esto y el crédito por
aquello, nunca haremos mucho como ganadores di* almas.
Podría ser cierto que tienen que guardarse ciertos registros de
algunas cosas que deben conocerse y del progreso del mensaje, pero
después de todo, ¿es eso m ás importante que lo que debería ir ade­
lante? Algunas veces siento que este asunto de obtener el crédito
aquí y el crédito allí, es más probable que sea obra del diablo que la
obra de Dios. Eso sirve muy fácilmente a los caprichos egoístas y al
orgullo del corazón humano. Es directamente contrario a la orden
de Jesús de no permitir que nuestra mano izquierda sepa lo que ha­
ce nuestra mano derecha. Sigue bastante el orden de la oración del
fariseo. «Señor, hago esto y aquello. Ayuno dos veces a la semana, y
doy el diezmo de todo lo que gano», y así sucesivamente, com para­
da con la oración del pobre publicano que golpeaba su pecho y no
osaba siquiera alzar sus ojos al cielo, sino que decía: «Dios, ten com­
pasión de mí, que soy pecador». Sé que es un punto de vista duro
de aceptar, pero eso es lo que siento. Espero algún desacuerdo in­
tenso. Cuanto más intenso sea, más seguro estoy de que he tocado
una verdad vital.
¿No debería ser el predicador un hombre de le profunda, intré­
pido en la causa de Dios, pero que conserve una profunda reveren­
cia y que sea humilde, sin tener nunca temor de mirar de frente a la
gente, porque ha visto por la fe el rostro de Dios?
Escuchen esto: «Mantened los ojos fijos en Cristo. N o fijéis vues­
tra atención en algún pastor favorito, copiando su ejemplo e imitan­
do sus gestos; en suma, llegando a ser su sombra. No coloque ningún
hombre su molde sobre vosotros [...J. No alabáis al hombre, no adu­
léis al hombre; no permitáis que ningún hombre os alabe u os adule.
Satanás hará demasiado de esta clase de obra. Perded de vista el ins­
trumento, y pensad en Jesús. Alabad al Señor. Dad gloria a Dios.
Entonad melodías a Dios en vuestros corazones. Hablad de la ver­
dad. Hablad de la esperanza del cristiano, del cielo del cristiano» (E/
evangelismo, p. 457). ¡Creo que es una cita maravillosa!
Al terminar un impactante sermón alguien subió corriendo has­
ta uno de los siervos de Dios y le dijo:
— Este fue el sermón m ás destacado que yo haya escuchado
nunca antes.
—Sí —le respondió— , lo sé. El diablo me dijo eso antes de que
bajara del púlpito.
Si el predicador desea ser un hombre de poder, si desea ser un
hombre de Dios, con la bendición de Dios, debe estar libre de los celos
profesionales. Cuando se entera del éxito de un colega, no debe «con­
denarlo con alabanza apenas perceptible». «Sí, sí, como predicador es
maravilloso, ¿verdad? Pero sabe usted...» Un pastor está haciendo
una obra maravillosa y un colega se entera y dice: «Sí, hermanos,
pero ustedes saben...» Es necesario que el predicador ore hasta que
pueda realmente estar lleno de agradecimiento al Señor cuando se
enlera del éxilo ajeno. Solo la gracia de Dios en Cristo puede hacer
esto. Solo el Espíritu Santo puede llevar a cabo ese cambio en nues­
tros corazones.
Si alguien que pinta cuadros hermosos llega a mi ciudad, puedo
alabarlo desde el fondo de mi corazón, porque no senada sobre pin­
tura. Cuando alguien construye un garaje y arregla automóviles y x
realiza todas esas maniobras «mágicas» que hacen que los vehícu­
los funcionen, eso no me pone celoso, porque no conozco nada de
automóviles, ni siquiera manejo uno. Acostumbraba a hacerlo, pero
ahora maneja mi esposa.
Puede venir alguien a mi ciudad y diseñar un edificio hermoso
y puedo realmente admirarlo, porque no sé nada de arquitectura.
Bueno, conozco la diferencia entre una columna dórica, jónica y co­
rintia y unas pocas cosas como esas, pero no podría diseñar una casa.
Mega alguien a mi ciudad que puede cantar como ur ángel, y estaría
emocionado al escucharlo, porque yo no canto. Cuando era joven
pertenecía a un cuarteto llamado Scrap Iron Four y cuando se deshizo
. fue una bendición para el mundo. Pero si llega alguien a mi ciudad
que puede predicar un sermón mejor que yo, y hablar mejor por la
radio de lo que yo puedo, y sobrepasarme en mi trabajo, entonces
necesito la gracia de Dios para que realmente lo ame y lo alabe des­
de lo profundo de mi corazón. Pero eso es lo que hemos de hacer. Ese
es el predicador que deseo ser, el predicador que tengo que ser si voy
a tener la bendición de Dios en su plenitud sobre mi obra y si soy un
auténtico ganador de almas y si mis sermones van a ser realmente
grandes, grandes con poder del cielo.
Mis queridos colegas, somos una pequeña multitud en este
mundo. Somos un ejército pequeño y cada uno de losolros necesi­
ta apoyar a los demás. Y he descubierto que nunca se pierde nada
por apoyar al compañero. Si hay alguna cosa que hace llorar a los
ángeles, son los celos profesionales entre los predicadores. Oh, evi­
temos eso por la gracia de Dios, y esa es la única manera como
podemos escapam os de ese asunto; Podría hablar largo y tendido
de esto, porque tengo experiencia; pero he visto cómo Dios nos ben­
dice cuando ponemos aparte los celos y mejoramos la imagen del
colega. Hagan campaña en favor del compañero. Apóyelo. Lo pri­
mero que usted debe saber es que se fortalecerá usted mismo; otros
lo ayudarán.
George Whitefield y John Wesley crecieron juntos en la fe cristia­
na. Ambos fueron a la Universidad de Oxford, ambos fueron miem­
bros del «Club de Santidad», estuvieron en los primeros días del mo­
vimiento metodista, y ambos fueron grandes predicadores. Probable­
mente, Wesley enfatizaba más la verdad, mientras que Whitefield
recalcaba los grandes sentimientos y emociones de la predicación.
Se profesaban mutuo aprecio, pero comenzaron a surgir diferencias
teológicas entre ambos. We slcy e ra un arminiano intransigente en
su teología, y por el otro lado, George Whitefield llegó a ser un cal­
vinista radical. Eso casi los separa, no tanto desde su propio punto
de vista como del de sus amigos y enemigos que trataban de sepa­
rarlos y causarles problemas. Bueno, de cualquier modo, aquellos
tíos hombres en cierta medida se separaron poco a poco. Llegó a in­
terponerse entre ellos una pequeña susceptibilidad debido a su di­
ferencia en teología.
Ahora bien, yo creo que ustedes y yo deberíamos ser capaces de
diferir en algunas doctrinas y sin embargo amarnos mutuamente.
Sencillamente no concibió condenar a alguien si no concuerda con­
migo en cada punto de interpretación de la profecía. Personalmen­
te soy de cuño antiguo en mi interpretación. Soy viejo y conserva­
dor entre los conservadores, pero amo mucho a quienes no lo son.
Creo que hemos de ser capaces de estar en desacuerdo en algunas
cosas y seguir amándonos.
Bien, finalmente estas cosas dejaron de separar a Whitefield y
Wesley se reconciliaron y su amistad perduró hasta el fin de sus vi­
das. Los dos eran cristianos, hombres piadosos y no permitieron que
ni siquiera sus desacuerdos teológicos interfirieran en su relación
fraternal. Whitefield viajó por todo el mundo civilizado de su tiempo
de un lado a otro a través del Atlántico en aquellos antiguos barcos de
vela. Finalmente, en su último viaje a los Estados Unidos, se enfermó y
murió en Newburyport, Massachusetts. Aquella noche había predi­
cado un sermon, aunque apenas se sentía con fuerzas para estar de
pie en el pulpito. Fue a su posada. Pero toda la gente lo siguió. ¡Era
un gran predicador! La gente quería seguir escuchándolo, así que la
multitud lo acompañó hasta la posada. Comenzó a subir las escale­
ras hasta su habitación con una vela en la mano, pero se volvió y le
predicó al pueblo hasta que se consumió la vela. Después fue arriba
a su cama y murió aquella noche mientras dormía.
Cuando llegaron a Inglaterra las noticias, YVeslty llevó a cabo un
servicio fúnebre en la oficina central de Wesley en Foundry. Se reu­
nieron allí miles de personas y lloraron. Wesley predicó un sermón
conmemorativo en honor de su amigo George Wlvteíield. Al térmi­
no de aquel sermón se le acercó una mujer, una de aquellas que había
tratado de enfrentar a los dos predicadores. Üh, era una buena feli- s
gresa, fervorosa. Pero se ocupaba especialmente en la tarea de causar
problemas entre esos dos hombres. Así que dijo:
—Señor Wesley, ¿cree usted que va a ver a George Whitefield en
el cielo?
Él inclinó la cabeza y dijo:
— No, no creo que lo voy a ver.
Lo sabía, sencillamente lo sabía; a pesar de todas las cosas que
usted dijo, lo sabía. Sabía que usted no creía que él se salvaría. Su
pensamiento de que él nunca iría al cielo.
Lntonces Wesley dijo algunas palabras es respuesta a ese comen­
tario:
— Espere un minuto. No ponga en mi boca palabras que no dije.
Dije que no espero ver a George Whitefield en el cielo, y aquí está el
porqué. Cuando yo vaya al cielo, espero que George Whitefield esté
tan cerca del trono en todo su resplandor de gloría, que no voy a po­
der acercarme lo suficiente como para verlo.
Esa fue la respuesta de un gran predicador al éxito y reputación
de otro; ambos realmente grandes hombres, grandes en Dios, gran­
des en su causa, y grandes en su amor por las almas. Pienso, amigos,
que necesitamos más de ese espíritu entre nosotros. Necesitamos
reconocer la seriedad y santidad de corazón de nuestro hermano
aunque no podamos concordar con su arminianisma o calvinismo. Él
es ima criatura de Dios, un hijo de Dios. Es bueno recordar que «los
que son mansos y humildes de corazón son los que promueven me­
jor la causa de Dios» (Fl evangelismo, p. 458).
Y muy relacionado con esto, el verdadero predicador no puede te­
ner falta de sinceridad. Es preciso que crea lo que enseña. Tor supues­
to, ustedes, siendo todos estudiantes saben de dónde proviene la pa­
labra «sincero». Supongo que todos han estudiado un poco de latín.
Pienso que todo los predicadores debieran estudiar un año o dos de
latín. De otra manera, ¿cómo va a saber lo que realmente está di­
ciendo en español? «Sincero» viene de sitie cera, que significa «sin
cera». F.n Roma algunos de los grandes fabricantes de muebles en
los días de Cristo y en los días de Pablo descubrieron que había algu­
nas empresas nada confiables que hacían muebles de madera bara­
ta. Esos constructores de muebles llenaban las grietas y los agujeros
de los nudos de la madera y partes carcomidas con cera y sencilla­
mente los pintaban por encima. Uno nunca sabia que era barato hasta
que se sentaba en una silla o se recostaba en una cama y se desplo­
maba con él encima. Así que cuando las compañías que actuaban
lealmente sacaban sus muebles hechos de roble sólido, o de cual­
quier madera que usaran, le ponían ima etiqueta que decía sitie cera
«sin cera».
Así que digo que un predicador debe ser «sin cera», no debe ha­
ber un lugar en su carácter que esté lleno con la cera de su profesión
y pintado por encima. Tiene que ser sine cera, «sincero». Ha de creer
lo que predica. Si no lo cree, lo honesto es que lo admita y que deje el
ministerio. Por lo menos podremos admirarlo como un hombre ho­
nesto, alguien que no hace profesión de algo que no sostiene en su
corazón. «No debe haber duplicidad ni claudicación en la vida del
obrero. Aunque el error, aun cuando sea sostenido sinceramente, es
peligroso para cualquiera, la falta de sinceridad en la verdad es fa­
tal» (Mi., p. 459).
¿Saben cuál es la cura para la falta de sinceridad? Privaciones,
persecución, sufrimiento, crítica, pasarlo mal. Eso es lo que nos cura
de la falta de sinceridad. Nos conduce fuera del ministerio o realmen­
te nos pone en el ministerio. Esa es una razón por la que Dios per­
mite que les pasen ciertas cosas a sus hijos. El hombre que no es sin­
cero no se acerca resueltamente ai fuego. No es alimento para los
leonc*s. Mucho antes de eso, se habrá mezclado entre la multitud de
los incrédulos.
Como hombre, el predicador debe ser un hombre de íe. Tiene que
irradiar te. Nunca debe mostrar una sombra de duda. Está escrito en
TTebreos Ti: ó que «el que se acerca a Dios, necesita creer que existe, y
que recompensa a quien lo busca». Como eso es verdad, un predi­
cador nunca ganará almas, a menos que predique con fe. F.s por me­
dio de la fe como entendemos y aceptamos la verdad; por medio de
ella seguimos la senda de Cristo, nos arrepentimos, confesamos a
Jesús como nuestro Salvador, llegamos a ser sus testigos, somos bauti­
zados, y lo obedecemos. 01 predicador debe ser un gran creyente en
las Escrituras. Entonces su predicación será poderosa. Es solamente la
predicación bíblica la que ayudará hoy día a la gente.
El Dr. A. T. Pierson participó en la ordenación del Dr. Tilomas C.
Horton, y los que son de generaciones anteriores se acordarán de
estos hombres. Y de paso, hablando del Dr. Pierson, lodo lo que es­
cribió vale la pena leerlo. Pueden encontrar algunas de sus obras en*
los puntos de venta de libros usados. Many Infallible Witnesses |Mu-
chos testigos infalibles] es un libro pequeño excepcional. Bueno,
cuando él participó en la ordenación del Dr. Horton, quien también
llegó a ser un famoso predicador y escritor, dijo lo siguiente, con es­
tas palabras poco comunes: «Usted es un ministro de la Palabra, y su
gran obra es estudiar y exponer esa Palabra. Usted es un ministro de
Jesucristo. La Palabra es fundamentalmente preciosa como el cofre-
cito que encierra esas joyas preciosas. Usted es un ministro del Es­
píritu Santo. La aplicación de la Palabra de Dios v la sangre de Cristo
está totalmente comprometida con él. lEse es el Espíritu Santo. 1
TTermano mío, usted debe ser un hombre de la Biblia, un hombre de
Cristo, un hombre del Espíritu Santo». El Dr. Horton llegó a ser esa
clase de hombre, un gran predicador y escritor de la fe cristiana.
Creo que la descripción del Dr. Pierson es un hermoso cuadro de lo
que debe ser un verdadero ministro del evangelio-
Y por eso le preguntamos a todos los que se están preparando pa­
ra el ministerio, ¿es usted, según la luz y la fe, un hombre de la Biblia,
un hombre de Cristo, un hombre del Espíritu Sarto? Muy rara vez
se elevará el pueblo más que sus pastores. Si sus o os no están abier­
tos a la Palabra, creyendo en las Sagradas Escrituras de tapa a tapa
J como la Palabra divina e inspirada de Dios, y si estamos viviendo
\ en pecado conocido y en insinceridad, somos meramente como el
ciego que trata de guiar al ciego. Los tales, dice el gran predicador
que escribió 2 Corintios 1 1:13-15;« son falsos profetas, obreros frau­
dulentos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. V no es de extrañar,
el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Así, no es extraño si
también sus ministros se disfrazan de ministros de justicia. Pero su
fin será conforme a sus obras». ¡Piense en esto! El apóstol Pablo ha­
bla aquí de algunos que son ministros de Satanás. En estos últimos
días muchos están siguiendo precisamente a semejantes falsos líde­
res. Debemos orar para que Dios libre a su pueblo de falsos minis­
tros. Y estemos seguros, puesto que nuestra salvación depende de
ello, que no estemos entre esos; que seamos sinceros, predicando la
Palabra y sosteniendo la verdad en la medida de nuestras posibi­
lidades.
Nadie puede predicar un mensaje entusiasta, dictado por el Es­
píritu, a menos que tenga el Espíritu Santo en su corazón. Puede ser
un buen actor, pero realmete nunca ganará almas y perseverar traba­
jando para Cristo. Puede aparentar hacerlo por un tiempo, pero no
durará mucho. Los mismos creyentes lo descubrirán muy pronto.
A menudo la fría formalidad ocupa el lugar de la piedad en nues­
tras iglesias. Y, es triste decirlo, hay que culpar al ministerio por es­
to. ¿Y por qué? Sus sermones son tibios. ¿Por qué son tibios? Porque
los pastores no tienen fe en lo que predican. Es un hecho que si al­
guien predica la Palabra de Dios habrá fruto de su predicación, aun
cuando él mismo pueda ser desechado y tal vez no esté en la condi­
ción de ser salvo.
Esto se ve en lo que hicieron los fariseos. Jesús una vez le dijo al
pueblo que guardaran e hicieran lo que los fariseos les decían que
hicieran, porque se sentaban en la cátedra de Moisés, pero que no hi­
cieran conforme a sus obras. Estaban predicando la Palabra de Dios,
y todo lo que predicaban de la Palabra de Dios por supuesto era ver­
dad y tendría su efecto, pero el ejemplo de los predicadores era res­
ponsable de dañar en alto grado su predicación.
Escuchen esto que está en joyas de los testimonios, tomo 3, página
320: «Los sermones de algunos de nuestros ministros tendrán que ser
mucho más poderosos que los que predican ahora, o muchos após­
tatas [ella está hablando sobre el mismo predicadorj oirán un men­
saje tibio e indirecto que arrulle a la gente y la haga dormir».
Spurgeon dijo una vez: «Si ve que alguien de su auditorio se ha ¡
dormido, vaya y despierte... al predicador». Bueno, es verdad que al­
gunas veces la gente se duerme en la iglesia por causa de enferme­
dad u otra aflicción física; no pueden evitarlo. Pero la sierva del Señor
esta hablando aquí de la somnolencia espiritual. No es novedad que
algunas personas estén espiritiialmente dormidas, cuando algunos
de nósohros, predicadores, estamos dormidos. Nuestros sermones son
tibios, indirectos. Ningún hombre que mire a su alrededor el mundo
actual y que crea con todo su corazón en la Palabra de Dios, puede
predicar sermones tibios, insustanciales, a menos que sufra de al­
gún grave problema de percepción.
Cuando estaba llevando a cabo reuniones todas las noches en un
viejo salón de baile que dominaba un lago al lado de Pikes Peak, se me
pidió que predicara en la pequefiita iglesia de la comunidad. Había
un hombre anciano con una larga barba blanca que venía y se sen­
taba en el asiento de adelante, a poco más de cuatro pies (1,20 m e­
tros) de distancia de donde yo predicaba. Es como si lo estuviera vicn-v
do ahora mismo. Tenía el ronquido más fuerte que el de nadie que
yo baya conocido. Tan pronto como yo comenzaba a predicar, él em ­
pezaba inmediatamente a dormir. Ahora bien, estoy seguro que tra­
bajaba al aire libre durante toda la semana y el pobre hombre estaba
muy cansado para permanecer despierto, pero en realidad casi arrui­
naba mis reuniones. Así que una noche me cambié hasta que me pu­
se justo frente a él. N o recuerdo de qué estaba predicando, pero fi­
nalmente llegué a un lugar en el sermón donde dijeque la iglesia es­
taba dormida y tenía que «¡DESPERTAR!» Se sobresaltó tanto que
saltó inmediatamente de aquel asiento y nunca más volv ió a dormir
en mis reuniones. Al día siguiente me trajo una docena de huevos y
mantequilla. Entonces quedé avergonzado. ¡Pero aquello había sido
una emergencia!
Así que es verdad que a veces la gente se duerme en la iglesia y no
es culpa del predicador. Sin embargo, algunas veces sí es por culpa
del predicador. ¿Oyó usted hablar alguna vez de un hombre que se
durmió en el púlpito? l eo de Testimonio* ¡kim la iglesia, tomo 2, pá­
gina 303:
«Los hombres y las mujeres están viviendo en las últimas horas
del tiempo de prueba, no obstante lo cual son descuidados e insensa­
tos, y los ministros no Lienen poder para despertarlos; porque ellos tam­
bién están durmiendo». Piense en esto: ¡están durmiendo ellos mis­
ónos!
Me contaron de un adventista que en realidad se quedó dormi­
do en el pulpito mientras estaba predicando. Estoy seguro de que es­
taba enfermo y padecía algún trastorno físico grave. Había estado pre­
dicando más o menos a una docena de queridas hermanas ancianas
durante irnos doce años, y no se observaba mucho cambio en ellas.
Ya eran de los santos del Señor, y vivían de acuerdo con la fe lo me­
jor que podían, y conocían la Biblia tan bien como él. Todas se ha­
bían convertido. Se ponía en pie para predicarles, y estaba tan can­
sado que se* apoyaba en el pulpito y comenzaba a hablar cada ve/
más lentamente. Un día colocó la cabeza entre las manos vencido
por el sueño y se quedó profundamente dormido justo allí en el pul­
pito. El pobre hombre ahora ya descansa en Cristo. Era un buen
hombre, pero en realidad ¡se durmió mientras predicaba!
No voy a censurarlo, pues sé que estaba enfermo; murió poco
después. Pero es terrible que un hombre este dormido espiritual­
mente y no importa como hable, grite o ruja, si está dormido en su co­
razón, la gente se echará a dormir. Esa cita dice algo más: «¡Predica­
dores dormidos, que le predican a congregaciones dormidas!)». Re­
cuerden, eso fue escrito por alguien que sabía de qué estaba hablan­
do. No deseo tener esta advertencia clavada en m i pulpito por la
mano de algún ángel.
Si cualquiera de nosotros está dormido espiritualmente, nos lle­
ga la palabra: «Despierta, tú que duermes, levántate de los muertos,
y te alumbrará Cristo» (Efe. 5: 14). ¡Qué terrible estar dormido en la
muerte espiritual en una era como la muestra, en un día como hoy,
en un momento como este!
Ahora bien, para ser un verdadero ministro de Dios, un hombre
debe creer que él lo ha llamado al ministerio. F1 ministerio'es un lla­
mamiento, no una mera profesión. Es una vocación^ no una ocupa­
ción menor. Es un llamamiento, una convocación, un compromiso
existencial. La Biblia deja bien claro que es Dios quien llama, y que
ese llamamiento es tan vital que sin el sentido de obligación que lo
acompaña, ningún pastor tiene derecho a trabajar.
En 1 Corintios 12: 28 se afirma claramente que Dios puso en la
iglesia apóstoles, profetas, y otros que tienen dones especiales. V es­
tá escrito que «nadie toma para sí esa honra, sino el que es llamado
por Dios, com o Aaron» (Heb. 5 :4 ). Nosotros nunca desarrollaremos*
el ministerio poderoso que necesitamos en este movimiento hasta . n
que nos demos cuenta que Dios debe seleccionar y elegir a sus p ro -1
pios obreros. Y un ministro tiene que estar absolutamente convenci-J
do de que lia sido llamado por Dios.
Debe recalcarse que todo pastor debería saber, como lo sabía Pablo,
que está enrolado en la sagrada tarea del ministerio por voluntad de
Dios. Es posible para im hombre albergar esta convicción, no a tra­
vés de su propia voluntad, o la de sus padres o la de sus amigos. I-a
voz interior del Espíritu de Dios, los eventos y las circunstancias
providenciales que lo rodearon, lo guiarán. La dirección de Dios se
manifiesta a menudo en la vida exterior, así como en ia vida interior
de las personas. La providencia de Dios con frecuencia lo guía de
una manera especial en esos momentos.
De la sección, «Ministro del Evangelio», de la Review and Herald
(lü de agosto de 1939, p. 8), cito lo siguiente:
Fn J.ifeofMaitheio Henry [Vida de Matthew Henryl página 34, en­
cuentro un relato de su análisis de sí mismo en cuanto a considerar
sus motivos para entrar en el ministerio. Se hizo seis preguntas a sí
mismo, de ia siguiente manera:
i«Lí¿Qi/é soi/ yo? ¿He sido convencido de mi condición y me he hu­
millado por mi pecado? ¿Me he entregado de todo corazón a
Cristo? ¿Siento un odio real por el pecado, y un amor por la san­
tidad?
2. ¿Qué he hecho? ¡Tiempo malgastado! ¡Oportunidades perdidas!
¡Compromisos rotos! ¡Conversación improductiva! ¡Olvido de Dios
y del deber!
3. ¿ Desde qué principios emprendo esta tarea? longo confianza en una
convicción de la divina institución del ministerio, de la necesidad
de un llamamiento divino, y de mi llamamiento a la obra; de sen­
tir celo por Dios, y amor a las almas preciosas.
4. ¿Cuáles son mis fines en esta tarea? No tomarla como una profesión
para vivir, no alcanzar la fama en provecho propio, o mantener im
tertulia; sino apuntando a la gloria de Dios, y al bien de las almas.
5. ¿Qué deseo? Que Dios prepare mi corazón en dedicación a la ta­
rea; que él esté conmigo en mi ordenación; que el me prepare
para la tarea con los dones de conocimiento, lenguaje y pruden­
cia, y con todas las gracias ministeriales en especial la sinceridad
y ia humildad, y que abra una puerta de oportunidad para mí.
ó. ¿Cuáles son mis resoluciones? No tener nada que ver con el pecado;
abundar en la obediencia al evangelio, considera' mi voto de or­
denación en el empleo de mis talentos, el mantenimiento de la
verdad, la responsabilidad de mi familia, la supervisión de mi
rebaño, y la capacidad de soportar la oposición»*.
Lo que voy a decir ahora, puede ser refutado, pero es lo que yo
creo: Existe el peligro de que nuestro sistema actual de selección y
formación pastoral haga más fácil que en el ministerio se ocupe a
hombres que no han recibido un llamamiento auténtico. I Tubo un tiem­
po cuando solamente aquellos que tenían un celo ardiente y un
deseo y convicción indestructibles de que debían ser predicadores
finalmente superaban las aguas de dificultades, superaban los obs­
táculos y forzaban su camino a través de las puertas para el servi­
cio. Sin duda hay ventajas en el plan de práctica pastoral, pero nues­
tros jóvenes candidatos deberían seriamente hacerse esta pregunta:
«¿He sido llamado por el Señor para esta tarea?» La seguridad de
apoyo y la comparativa comodidad mientras transcurre el período
de práctica puede ser una trampa.
Recuerden esto: Al pastor promedio las iglesias presbiterianas o
metodistas o bautistas le espera ima prueba más dura para entrar en
el ministerio que la que enfrentan nuestros jóvenes; y de esa manera
pueden probablemente desarrollar una personalidad más sobresa­
liente. llene que resultar bueno o no come. Tiene que trabajar, tiene
que aprender cómo predicar, o lo despiden. ¿Creen ustedes que los
pastores de esas grandes iglesias presbiterianas no son hombres capa­
ces? No se mantendrían en una iglesia más de treinta años si no lo
fueran. No hay una comisión que los respalde o que los apoye con
su influencia en alguna iglesia o Asociación poco dispuesta. ;No
señor! lisos hombres tienen que producir, tienen que desarrollarse.
Algunos de ellos son grandes predicadores después de que han es­
tado allí treinta y emeo años, y así también sus hips. Escriben libros
importantes que leen ustedes y yo. Estudian. Se desarrollan. Por su­
puesto, sus energías no se disipan como se disipan algunas de nues­
tras energías en demasiados asuntos. Se concentran en su ministerio.1
Al considerar el llamamiento al ministerio debemos recordar que
Dios nunca envía meramente un «mensaje»; envía a un «hombre».
Su mensaje siempre está encarnado en un hombre. «Hubo un hombre
enviado por Dios, llamado Juan» (Juan 1: 6). Observe, era un hom­
bre. Dios lo llamó y Dios lo envió. Por supuesto, el hombre ha de te­
ner un cierto talento para predicar, ya que de lo contrario Dios no lo
habría Mamado. Ha de tener el talento del habla, porque predicar es ha­
blar. Dios no va escoger a un hombre mudo que no puede hablar, o
a uno que tiene su lengua cortada y lo va a llamar al ministerio. Es­
cogerá a un hombre que al menos pueda emitir algún sonido que
entienda la gente. Debe tener alguna ayuda. Cuando Dios llama a un
hombre, lo envía.
Juan, el gran predicador, dijo: «El hombre no puede recibir nada
que no le sea dado del cielo» (Juan 3: 27). El apóstol: Pablo se llama
a sí mismo «apóstol, no de los hombres o por hombre, sino por me­
dio de Jesucristo y de L>ios el Padre, que lo resucitó de los muertos»
(Gál. 1 :1 ). El recibió u n llamamiento, un llamamiento definido, un
llamamiento divino Fl profeta Jeremías fue llamado por Dios pero
él no estaba dispuesto a ir, sin embargo porque Dios lo llamó, al fin
fue (jer. 1: 5-9). Aun antes de que naciera, Dios lo apartó para que
fuera un profeta a las naciones. Recuerden esto, predicadores, Dios
lo previo a usted, lo vio anticipadamente. Él lo ha pre-destinado a
usted. Algunas veces nos vamos al otro extremo. No creemos en la
predeterminación o predestinación, nunca predicamos sobre ese
tema. Nos vamos al otro lado, al arminianismo, y mucho m ás lejos
y dejamos a Dios completamente fuera del escenario. Pero la pre­
destinación está en la biblia, es decir, la predestinación de Dios. La
Biblia nos habla mucho sobre ella. Hay una predestinación bíblica y
. es provechoso estudiarla y creerla. Lea el primer capítulo de
Jeremías. Si usted es un verdadero predicador, el Señor lo ha predes­
tinado, lo ha nombrado de antemano, lo lia llamado. En la visión,
Isaías escuchó una voz que decía: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá de
nuestra parte?» Entonces en consagración, Isaías respondió: «Aquí
estoy, envíame a mí» (Isa. 6: 8).
Jesús mismo fue enviado por el Padre. Lo repetía una y otra vez
(Juan 4: 24; 17: 3). Si Jesús fue verdaderamente enviado de Dios, así
deben ser enviados aquellos que lo siguen com o sus predicadores.
Fue I.útero quien dijo: «Espera el llamamiento de Dios. Entretanto,
queda satisfecho. Sí, aunque tú seas más sabio que Salomón y
Daniel, a menos que seas llamado, evita predicar como evitarías el in­
fierno». Eso es demasiado fuerte, pero esa es la forma en que lo expre­
só Lulero. Si nuestro ministerio va a ser llevado a cabo en el nombre
de y para la gloria de Dios, ciertamente tiene qae provenir de é l.
D í .q s
Dios Llama v Dios elige. Jesús eligió a doce y los ordenó. Pablo fue
llamado un vaso escogido para llevar el evangelio a los judíos y gen­
tiles por igual. Los hombres de Dios aún son elegidos, selecciona­
dos, llamados. Eso no es lodo. Si un hombre no es llamado y final­
mente llega a darse cuenta de eso,.debe dejar ese campo de trabajo
y dedicarse a otra cosa. Cl pastor I. TI. Fvans dijo hace muchos años
que el hecho de que un hombre figure en la planilla de pagos no es
razón suficiente para que siga inscrito en ella el resto de su vida. Si
no produce fruto [almas], es evidente para él y para todos que no
fue llamado a ser predicador. Entonces, ¿por qué debe permanecer
en la planilla de pagos y tomar el diezmo que debería ser usado por
otro que haya sido llamado? He conocido hombres que considera­
ron detenidamente este asunto, y dejaron la predicación, y como era
gente val ¡sosa se enrolaron en otra rama de la obra.
Algunas veces es una bendición cuando ciertos hombres dejan el
ministerio. No estoy hablando de hombres que han cometido algún
gran pecado que ha traído oprobio sobre ellos mismos y sobre la cau­
sa, sino de aquellos que descubren que no fueron llamados.
Escuchen las palabras de Jeremías sobre algunos hombres que
pretendían ser profetas o predicadores en aquellos días: «Yo no en­
vié a esos profetas, y ellos corrieron. No les hablé, y ellos profetizad
ron» (Jer. 23:21). El versículo siguiente declara que si hubieran esta­
do en el secreto de Dios, habrían proclamado al pueblo sus palabras
y los hubieran hecho volver de su mal camino. Como ven, allí ha­
bría habido fruto de su predicación. ¿Por qué? Porque Dios está allí
para apoyar su Palabra y bendecir su Palabra. «¿Soy yo Dios soló
desde hace poco, dice el Señor, v t í o Dios desde hace mucho?» (vers. I
23). ¿No les daría fruto a esos hombres si predicaran su Palabra?
Podemos estar seguros de que si no hemos sido llamados y esta­
mos tratando de ejercer el ministerio de Dios, él lo sabe. «"¿Se ocultará
alguno, dice el Señor, en escondrijos donde yo no lo vea? ¿No lleno
yo rielo y tierra?", dice el Señor» (vera. 24). Lean el resto del capítulo.
Es un capítulo tremendo para los predicadores y debería ser una ad­
vertencia para los que no han sido llamados al ministerio, para que
salgan de él antes de que sea demasiado tarde, y para todos aquellos
a quienes Dios ha llamado para que permanezcan en él, para que si­
gan ahí con toda su alma y toda su mente y todas sus fuerzas.
Después, lean el capítulo 13 de Ezequiel: «Hijo de Adán, profeti­
za contra los profetas de Israel que profetizan de su propia cuenta,
diciendo: 'Oíd Palabra del Señor'". Así dice Dios el Señor: "¡Ay de
los protetas insensatos que andan en pos de su propio espíritu y na­
da vieron! [...]. Vieron falsas visiones y adivinación mentirosa. Dicen:
'Dijo el Señor', y el Señor no los envió"» (vers. 2-6). Aunque se aplicó
particularmente a los profetas de entonces, el principio ciertamente
se aplica ahora.
Así que hay algunos hombres que han sido llamados por Dios
pero que no han aceptado el llamamiento. Lo han rechazado; no lo
han querido aceptar; lo encontraron demasiado difícil. No había su­
ficiente honor, ni suficiente gloria, ni suficiente salario, ni suficiente
de esto o de aquello; o habían sido tímidos y tenían temor de salir.
No estemos tampoco en esa clase. Si Dios nos ha llamado, no permi­
tamos que nada nos impida seguir ese llamamiento. ^
I lace unos pocos años, tres pastores bien conocidos en la Iglesia
Presbiteriana fueron llamados a la cabecera de la cama de su herma*
no, un famoso cirujano, que se estaba muriendo. Había tenido una
carrera honrosa y se había desarrollado hasta el tope en su profesión.
Se había asegurado buenas entradas financieras y tenía un hogar
feliz, lira cristiano y anciano en la iglesia, pero en su lecho de muer­
te le confesó a sus tres hermanos pastores que cuando ellos fueron
llamados al ministerio, él también recibió el llamamiento, pero lo
había rechazado; no tenía el valor o la fe, o por alguna otra razón no
entró al ministerio. Dijo: «Dios me ha bendecido a pesar de mi negli­
gencia del deber, pero sé que mi plena felicidad podría haber venido
si solamente hubiera aceptado el llamamiento divino que me vino a
\ m í como les llegó a ustedes».
Joven, si Dios lo ha llamado, siga adelante por fe. No permita
que nada'Tó mantenga fuera del ministerio, ni la mofa, ni el temor
ni la timidez. Nada sobre la tierra, ni hombre ni demonio debería mi-
pedirle entrar en él.
Entonces, hay algunos que no han sido llamados o elegidos por
Dios para ser predicadores de su Palabra, pero que piensan que han
sido llamados. Esto queda pronto patente para otros, si no lo es para
ellos mismos. Alguno se preguntará: «¿Cómo puedo saber si he sido
llamado?» Puede estar seguro de que usted sabrá si Dios lo llama.
Tiene mil formas de hacer que su llamamiento sea reconocido, por
medio de impresiones directas, por medio de palabras de amigos o
enemigos, por medio de la lectura, por medio de las Sagradas Escri­
turas, por muchos medios.
Según yo lo entiendo, el llamamiento al ministerio es triple; Pri­
mero, el hombre llega a creer que Dios lo ha elegido y que desea que
haga esa obra. Segundo, comienza a tener frutos en su vida; es decir,
los resultados llegan a ser manifiestos. «Por sus frutos los conoce­
réis». La antigua prueba del huerto, es una señal segura. Comienza
a dar estudios bíblicos. I labJa a las personas sobre las necesidades, y
los pecados de ellas, y ora con ellas. Lo primero que usted reconoce.
es ()ue alguien se convierte, llene a alguien listo para el bautismo.
Comienza a llevar almas a Cristo. Tercero, la iglesia reconoce su lla­
mamiento y es separado para predicar.
Algunas veces hay jóvenes que vienen a mí y me dicen: «Dios
me ha llamado al ministerio, pero nadie me emplea; por lo tanto no
puedo ser pastor, no puedo predicar». Mi amigo, no sé cómo puede
ser cierto. Si Dios desea que yo sea im ministro, si Dios me ha elegido,
si Dios me ha llamado y yo estoy dispuesto a aceptar su llamamien­
to, y por medio de la oración y la meditación rindo finalmente mi vo­
luntad a él para ser un predicador para Cristo, eso no significa que
voy a recibir salario inmediatamente o que seré designado para pre­
dicar por alguna organización. Pero si Dios me ha llamado realmen­
te, comenzaré a predicar, comenzaré a enseñar la Palabra de alguna
manera, dando estudios bíblicos, proclamando la verdad de la Biblia,
y ganando almas. Llevaré una cosecha de frutos. Dios tendrá cuida;
do de mí. Él siempre paga a sus obreros. ¡No lo olvide!
Di mensajera del Señor declara: «Vi que Dios había dado a sus~
ministros el deber de decidir quién reunía las condiciones necesa-^-
rias para la obra sagrada; y juntamente con la iglesia y las señales ’
manifestadas por el Espíritu Santo, debían decidir quiénes debían ir t
y quiénes estaban descalificados para ir. Vi que si la tarea de decidir ^
quiénes estaban suficientemente calificados para llevar a cabo esta
gran obra se dejaba librada a unas pocas personas, como resultado
se producirían confusión y distracción en todas p a r t e é (Testimonioió
¡Hirn la iglesia, 1 .1, p; 191).
En California; cuando yo estaba.teniendo reuniones en una car­
pa, necesitaba un joven para que acluara como vigilante. Había allí
un muchacho joven que atendía una gasolinera, pero tenía poca forma­
ción cultural, y ¡c o n y o ^ e s ^ z ^ a e U n g lé s cada vez que abría la bo­
ca! Pensé que serviría para ese trabajo, así que fui al presidente de la
Asociación para encargarme de conseguirlo. El presidente lo co-
nocia y tríe dijo que ese joven había estado detrás de él por un buen
tiempo, tratando de tener una oportunidad para predicar. Y el presi­
dente me dijo:«l'ualquier cosa que usted haga, no anime a ose joven
para que predique. Nunca será un predicador» Bueno, no sé; no soy
omnisciente. Si Dios Harria a un hombre usted no puede detenerlo.
Empleamos a ese joven para que cuidara la carpa. Un día me con­
fió el hecho de que Dios lo había llamado para predicar. Confieso que
lleve al extremo_mi fe para creerlo^j^axtJejii|e:4ftlueno, le voy a decir
una cosa. Si usted realmente a c e eso, mañana por la mañana después
de que haya dejado completamente limpio todo, cierre las puertas de
la carpa para que nadie pueda entrar. Después, póngase de pie en el
pulpito y tome el libro de lob v léalo en altaa¿oz. de tal manera que la t
anciana señora Murphy que se siénta en la fila de atrás pudiera escu­
char cada palabra que usted pronuncie. Y si no entiende* alguna pala­
bra, búsquela en el diccionario. Lea de manera clara, distinta, cuidado­
sa y lentamente. Hágalo de manera que pueda leerlo sin cometer un
error; después venga y véame».
Le llevó más o menos una semana leer el libro de Job. Después
le hice leer el libro de Jeremías, y el libro de Isaías, de la misma
manera. La literatura m ás sublime que existe en el mundo es el libro
de Job y después el libro de Isaías.
Les digo amigos, en resumidas cuentas, ese joven es ahora pas-
tor ordenado y su nombre está en el Ycnrhook. Lo consiguió leyendo
la biblia en alta voz en aquella carpa hasta que llegó al lugar donde
podía hablar de manera clara, distinta y comprensible. La mitad de
nosotros ios predicadores no podemos leer, en todo caso, no en
público. No sabemos cómo leer la Biblia. Somos muv descuidados y
rn n h isosyjodQ Iq^jem ás, y tengo razón, juntamente con ustedes. Si
pu e d e n f e r la Bibli^en voz alta claramente, tienen una buena base
para llegar a ser predicadores.
Muy bien, ; cuál es el llamamiento aLministerio? Ahora debo apre­
surarme, porque mi tiempo casTse ha consumido y no voy más que
por la mitad. El llamamiento al ministerio tiene, según lo entiendo
yo, tres fases:Prim ero; es la convicción cp el corazón del hqpifrre mLs-
rno; kegijnd.0 . una cosecha de frutosJteKero) el reconocimiento de la
iglesia.
Si un hombre tiene la convicción de que Dios lo ha llamado al
ministerio, conseguirá el reconocimiento de la iglesia de alguna ma­
nera. Dios tiene mil formas de otorgársela. Y el hombre lo cree* con­
tra viento y marea. N o importa lo que la gente pueda decir o hacer,
él sabe sencillamente que lia sido llamado. Lo conoce por medio de
la Palabra de Dios, con el mensaje distinto del Espíritu Santo a él, y
de varias maneras. Después, comienza a trabajar, dardo estudios bí­
blicos, orando con la gente, y alguien se convierte. Fste joven consi­
gue que se convierta la gente, los lleva a Cristo.
íal vez usted tiene una oportunidad para ir a una campaña en
carpa o a algún otro lugar. En toda oportunidad que tenga de predi­
car «i Jesucristo, prodigúelo. Sea maestro de lá Reunía Sabática, ha­
ga cualquier cosa que le pidan y Dios le dará la cosecha de frutos. La
iglesia reconocerá ese llamamiento y sus convicciones Cuando vean
los frutos. Entonces lo enviarán al m undo y le darán su reconoci­
miento. Pero prim erodebe haber una cosecha de frutos.
La primera cosa que lia de hacer un joven es reconocer que ha si­
do llamado. La prueba de ese llamamiento no está en su formación
cultural; no está en las penurias que soporte; no está en los sacrificios
que haga. Está en la cosecha de frutos de su trabajo por las almas.
El apóstol Pablo dijo que la gente a quién él había traído a Cristo
eran la prueba de su apostolado (1 Cor. 9 :1 ,2 ) .
No espere sin embargo, que lo vayan a poner en alguna gran igle­
sia con un buen salario. Tal v e / tenga que salir a algún lugar duro y
probar su ministerio, conducir estudios bíblicos, predicar por las ca- •
sas, como hicieron los apóstoles, y hasta en las esquinas de las calles. •
¿Han predicado alguna vez en la esquina de una calle? ¿Saben cómo
predicar y mantener la atención de una multitud que pasa? Sería
una buena cosa, me parece a mí, si cada uno de nuestros pastores
jóvenes tuviera que pasar por esa experiencia y aprender cómo pre­
dicar al aire libre ante una multitud. Haga la prueba. Es una de las
mejores enseñanzas del mundo, ¿verdad, hermano Anderson? Yo lo
he hecho. Les digo amigos, una cosa que no harán. No lo harán co­
mo yo lo estoy haciendo, hablando de un manuscrito. Ni siqiúera
hablarán de notas. No señor. No memorizarán algo y luego lo reci­
tarán. No señor, lcndrán un mensaje fervoroso que saldrá de su co­
razón. Mirarán a sus oyentes directamente a los ojos, si no, no man­
tendrán su atención ni por un minuto. Porque sencillamente, toda la
gente circula. Ustedes aprenderán realmente algo en cuanto a pre­
dicar, cuando lo hagan en la esquina de ima calle. Es bueno para us­
tedes; lodo los pastores tendrían que hacerlo unas cuantas veces.
Así que si usted piensa que ha sido llamado y la iglesia aún no ha
reconocido su llamamiento, salga y demuestre su ministerio por su vi­
da consagrada y la ganancia de almas para Cristo. Los nuevos miem­
bros son la prueba principal. Muchos laicos lo están haciendo mejor
que algunos pastores en la ganancia de olmas. Me parece a mí que cada
uno de nosotros los pastores deberíamos reflexionar cuidadosamente
sobre ello y mirar dentro de nosotros mismos y cambiar nuestros
métodos o cambiar de trabajo.
Si la Asociación no tiene suficiente dinero para emplear al joven que
siente que ha sido llamado al ministerio, por qué no puede decirle:
«Aquí hay un pueblo o un barrio, es un pueblo en tinieblas, vaya alii y
predique. Lo alentaremos y lo apoyamos en todo lo que podamos, pe­
ro no podemos pagarle un salario. Si Dios desea que usted predique,
muy bien, salga y predique allí; consiga que la gente acepte la verdad.
Consiga que envíen sus diezmos a la Asociación y en irnos tres años
usted puede recolectar suficiente como para que se le pague un salario.
Y entonces, nos encargaremos de usted». ¿Por qué no podemos hacer
eso? Hemos iniciado pastores auténticos de esa manera. Algunos de
ellos saldrán y conseguirán gente que entregue sus diezmos y los en­
víe a la Asociación y la Asociación le enviará a los jovenes un cheque.
Creo que cualquier joven que pueda conseguir su salario mediante el
diezmo en dos o tres años de trabajo sería digno de ser aceptado co­
mo obrero. Creo que algo semejante a esto se va a hacer alguna vez.
✓ Muy bien, hay una cosa segura. Dios nunca lo llamará al ministe­
rio si usted no puede predicar. He oído a pastores cue eran cualquier
cosa menos elocuentes, pero que podían ganar almas, que tenían la
elocuencia de la fe, una elocuencia de integridad y amor que nada
pudo resistir.
Usted no puede llegar a ser un buen pastor simplemente por lle­
gar a ser un experto en teología, una maestro en homilética, un gran
teólogo. Usted por la gracia de Dios, debe proponerse ser un cristia­
no honesto, la única norma, del Muevo Testamento.
Recuerde, usted mismo forma parte de su llamamiento al minis­
terio. Debe poseer cierto talento para hablad sino Dios nunca lo ha­
bría elegido para proclamar su Palabra. H1 llamamiento es «id, pre­
dicad», pero usted va y predica con lo que usted es. Predica usted
mismo, porque el hombre es el sermón, mucho más de lo que uno se
r (da qiénta.: Dijo JesúsT«Así alumbre vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en el rielo» (Mat. 5:16). Debe brillar su luz. jesús brilla a tra-
y ves de usted. T.a luz debe estar en usted y Dios obra por su medio.
La vanidad, la ambición y el orgullo algunas veces se revisten con las
vestiduras de la oratoria y se encajan como ángeles de luz sobre más
de un predicador. Es importante el carácter personal del predicadoj>
Ahora bien, Beecher nos advierte que «una parle de su prepara­
ción para el ministerio cristiano consiste en mía maduración tai de
su disposición que ustedes mismos serán ejemplos de lo que predi­
can». Usted debe ser un «hombre modelo».
Su llamamiento al ministerio en parte consistirá en que usted ten-
ga aquellas aialidades que lecharán un buen pastor: buen tempera-
mentev-ciertamente buena salud y seriedad m oral Asegúrese de que
es Dios quien lo lla m á y n o alguna madre amante que desea que su
muchacho sea un predicador, o su padre, o un profesor, o algún otro
ser querido. Esté seguro que es Dios quien lo llama.
Citaré de nuevo de las Yak Lectures, que realmente son maravi­
llosas: «Cuando Dios llama con voz m uy potente en el momento de
su nacimiento», continúa Beecher, «permaneciendo en la puerta de la
vida, y dice: "Cuarto de hombre, preséntate", esc hombre no es el mi­
nistro: "Mitad de hombre, preséntate". No, eso no hará a un predica­
dor. "í Tombre completo, preséntate". Este es usted». El que va a ser
un verdadero ministro cristiano tiene que ser un hombre completo.
Además de todas las cualidades espirituales y morales, un hom-
bre que entra en el ministerio debería tener, sentí do común) No
puedo explicar lo que es el sentido común en la forma en que gene­
ralmente lo entendemos, Usted puede ser un orador brillante y bue­
no, pero si no tiene sentido común, no entre al ministerio.
Hay un relato tie un joven que estaba justo a punto de dejar su
hogar en uno de los valles de Escocia para ir a Edimburgo y estudiar
para ser pastor de en la nueva iglesia. Por supuesto, usted recuerda
la división en la vieja iglesia del estado en Escoria, la kirk [iglesia 1.
llamada así en Escocia. Las personas a las que no les gustaba la friiú-
dad de la vieja iglesia del estado, se fueron y construyeron algunos
sencillos lugarcitos de culto y se llamaron a sí mismos la F&eKirk ig le ­
sia T.ibrej. La gente de la vieja iglesia llamaba a la Iglesia Libre: «1.a
capilla, la iglesia sin campanario».
«Si», respondían los miembros de la Iglesia Libre, «la vieja igle­
sia, la iglesia fría, la iglesia sin gente».
Bueno, este joven iba a ser predicador en la nueva iglesia. Antes
de que partiera para Edimburgo, su abuelo lo llamó a un lado y le
dijo: «Jamie, tú vas a ser pastor, y hay tres cosas que necesitas para
serlo. í X) primero que necesitas por encima de todo es la gracia de Dios;
segundo, necesitarás conocimiento; y tercero, te hará falta mentido
común. Ahora, si necesitas la grada de Dios puedes orar por ella. Si
necesitas conocimiento, puedes estudiar para tenerlo. Pero si no tíe-
, nos sentido común, regresa a casa, Jamie, y quédate allí; porque ni
Dios ni el hombre te lo pueden dar». El consejo es mejor de lo que
parece. Hay en el ministerio una gran necesidad de eso que Hatea­
mos .sentido común. ____
( El trabajo de pastor no es tarea fácil;)Algunas vexes asume la di­
rección dé lina gran iglesia. Algunas veces incluso una pequeña iglesia
lo mantiene más ocupado de lo que podemos imaginamos. La igle­
sia tiene departamentos,posiblemente una escuela de iglesia. Esto exi­
ge muchísima sabiduría y capacidad y paciencia en las relaciones so­
dales y la administración, de manera que el pastor también llegue en
cierta medida a ser un ejecutivo. En el pulpito debe ser m aso menos
un oradj.tr. También es maestro, pero es más que maestro. Un maestro
presenta hechos, e insiste sobre ellos, y los clarifica. Un maestro está
ahí para ver que sus alumnos conozcan. Pero no es SUfidente simple­
mente conocer. Un predicador no solo debe conocer y enseñar hechos,
sino que él tiene que ser; y tiene que enseñar la verdad y proclamar
¡ la verdad de tal manera que otros puedan no solamente conocer, si­
no llegar a ser. Esa es la diferencia entre enseñar v predicar.
Se dice del cincel de Miguel Angel que cada golpe que daba sa­
caba a la luz el ángel que estaba en el mármol. Así debe ser con el pre­
dicador: cada uno de sus sermones debe ser un golpe, sacando á luz
la figura oculta de Cristo y la imagen de su vida para vivir en los co­
razones de aquellos que escuchan al predicador. Su obra no consis­
te en ningún proceso evolutivo interminable, sino que cada mensa­
je que trae del Libro de Dios a los oídos de los hombres y mujeres
debe sonar con: «Ahora, ahora, hoy; este es el momento para ser se­
mejante a Cristo; este es el momento de tomar decisiones; este es el
día de la decisión». El predicador debe recordar que la Palabra de
Dios si se queda solo cm un libro no es más que letra muerta. Debe
vivir en el predica dórele manera que pueda vivir en el oyente. La ver­
dad debo ser una parte de nosotros para que se convierta en un poder
que no tendría si únicamete se lee* como cualquier otro libro. Necesi­
ta ser leída, sí, porque el apóstol Pablo razonaba «basándose en las
Escrituras» (Heeh. 17: 2).
Recuerden siempre que lo que está en el pozo de nuestros pensa­
mientos saldrá en el baile de nuestra conversación. Finalmente, saldrá
lo que somos realmente. Si voy a ser un predicador genuino, no solo
debo ser capaz de proclamar el mensaje.de Dios en el pulpito^sino
que debe» vivúlo.eivmi.húgdr. Mi esposa y mis hijos e hija han de sa-(0
her que yo creo y vivo el mensaje que predico. Cuando me situó tras y
el pulpito y veo a mi esposa sentada allí en el banco, y ella me m ira,)
deseo ser capa/, de volver a mirarla y saber que ella está pensando en .
lo profundo de su corazón: «Él cree todo lo que dice. Lo sé. Vivo con él. \
To conozco. Ora conmigo y habla conmigo en el hogar y sé cómo vive».
Mis amigos, si mi esposa no cree que yo soy un hombre de Dios, sin* i
cero y honesto, entonces no soy cristiano. Deseo que mis hijos sean )
capaces de decir: «Bueno, papá tiene bastantes defectos; hace esto y /
hace aquello. Pero hay una cosa cierta, es sincero. Y si puedo ser un
cristiano como papá, entonces quiero ser cristiano». Hso es lo que de?
seo que digan. No hay recompensa más grande en este mundo para
el predicador que sus propios hijos e hijas, cuando lo escuchan predi­
car o ven su vida en el hogar, se levanten y lo llamen biena ven tina­
do. También su esposa conoce todos sus defectos, pero los pasa por
alto. Dios bendiga a esas esposas que viven con nosotros, seres imper­
fectos, aun siendo pastores, tomando todo lo que tienen que tomar de
nosotros, y sentándose silenciosamente entre el público cuando po­
drían arruinar cada sermón levantándose y contando todos nuestros
defectos. Pero no lo hacen. Su esposa sabe si usted es sincero.
Ser un hombre de Dios, con el mensaje de Dios, del Libro de Dios,
para predicar al pueblo de Dios en el día de Dios, esc: es eiideal; eso
es lo que teñios debemos ser, y lo que deseamos ser, que aquellos que
nos conocen mejor puedan ser capaces de decir cuando escuchan
nuestra predicación: «fchso enternece* mi corazón. Sé que cree eso por­
que lo vive# Nuestros oyentes pueden decirlo, sea que vivan o no vi­
van en nuestra casa.
Si alguien no vive el mensaje que predica, llegará el día cuando
será revelado al mundo. Será como fue aquel día cuando los hijos de
Lsceva, en un intento para expulsar espíritus malos, usaron el nom­
bre del Señor Jesús, diciendo: «"Os conjuro por Jesús, al que predica
Pablo". Los que hacían esto eran siete lujos de cierto Esceva, iefe_de
los sacerdotes. Pero el mal espíritu replicó: "Conozco a Jesús, y sé
quien es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?" Y el hombre en quien
estaba el mal espíritu, saltó sobre ellos, y dominándolos, pudo más
que ellos, de modo que huveron de aquella casa sin ropa y heridos.
V esto fue conocido por todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos
como griegos. Y el temor se apoderó de todos, y magnificaban el
nombre del Señor Jesús» (Hech. 19:13-17).
Cuando niño pase muchos días en la casa de mis abuelos mater­
nos. Mi abuela era una gran lectora de la Biblia. Podía leerla y le da­
ba vida ante nuestros ojos. Más de una vez le escuché leer este texto
y me tentaba la risa mientras ella lo leía. Describía la situación y po­
día verla, y la puedo ver ahora. Esos pomposos exorcizas ocupaban
una posición social prominente, eran hombres orgullosos, egoístas,
que tenían a la gente en sus manos. Pero repentinamente, todo cam­
bió. Un hombre puso a siete de ellos en desordenada fuga. Así que,
como correspondía, fueron puestos en evidencia.
Podemos usar el nombre del Señor Jesús, incluso como lo usaron
esos hombres, com o un talismán, un exorcismo, una fórmula mági­
ca; pero llegará el día cuando nuestra impotencia, la aridez de nues­
tras vidas, nuestros pretensiones sin apoyo al liderazgo espiritual,
todo será barrido, y los demonios de nuestro orgullo y necedad se
reirán de nosotros hasta el desprecio. Mis queridos colegas, mire­
mos nuestro ministerio como una llamamiento elevado y sagrado.
Veamos que en el y en nuestras vidas el Señor Jesús sea glorificado.
Se cuenta la historia de un predicador en Carolina del Norte que
vivió en los días cuando los predicadores itinerantes eran hospeda­
dos gratis en los hoteles. Este predicador, se presentó en un hotelito
en una pequeña aldea en una región apartada y disfrutó allí de la
hospitalidad por varios días. Quedó sorprendido cuando al marchar,
el posadero le presentó una faclura.
— ¿Cómo? — dijo— , pensé que a los predicadores los alojaban
gratis.
P — Desde luego — dijo el posadero— , pero usted llegó y comió
sus comidas sin pedir la bendición. Nadie lo ha visto a usted con una
q \ _ ¡/
Biblia. Fumó los puros más grandes que hay en este lugar. Tíabló de
] cualquier cosí menos de religión. ¿Cómo sabemos que usted es un
predicador? Usted vive com o un pecador, y ahora tendrá que pagar
como los pecadores.
Puede causarnos risa, pero ¿no creen que es lo que nos va a suce­
der a nosotros si no prestamos atención? No permita Dios, que el
CJran Juez tenga que decir de nosotros: «Usted vivió igual que los
pecadores, y ahora tendrá que estar con ellos». Esto es algo para que
pensemos, ¿verdad? Hemos de tener un sentido de misión, una mi­
sión suprema. ITemos de tener el valor de decir: «No».
Cuando el Or. Jowett, uno de los lamosos predicadores del siglo
XIX vino de Inglaterra y trabajó en Nueva York durante casi diez
años, sintió que especialmente aquí en los Estados Unidos los pas­
tores estaban disipando sus energías y su tiempo en cosas sin im­
portancia, dijo que necesitaban un sentido de misión, una misión
suprema. El mismo L)r. Jowett tenía esto. N o era fácil para nadie dis­
traer su atención. Vio claramente que había una carretera principal
para que viajara por ella, y rehusó en todo momento ser desviado o
apartado a otros caminos. Tuvo el valor, que muchos de nosotros no
tenemos de decir «No» a muchas comisiones que lo visitaron y a to­
das las invitaciones y tentaciones que amenazaban disipar sus emer­
gías. Su obra no fue extensa, pero fue impresionante, y por su ministe­
rio dejó claro que la impresión del ministerio de cualquier homba* es­
tá generalmente en razón inversa a la extensión de sus actividades.
Reiteradamente advirtió a los pastores aquí en los Estados Uni­
dos contra el peligro que él creyó que era nuestro pecado dominan­
te, y puede ciertamente serlo, de entregamos a demasiadas activi­
dades ajenas al ministerio. Tratamos de hacer un poco de cada cosa
que hace todo el mundo; por lo tanto, no hacemos nada bien. Al
dirigirse a un gm po de pastores, dijo: «Estoy profundamente con 7
vencido que uno de losjehgros^m ás grandes qiic.acosa al ministe­
rio de este país es una ciispersión inquieta de cncrgías>obre una mul­
tiplicidad sorpreiuientedeTñíereses que no deja margen de tiempo
o fuer/a para una comunión receptiva y absorbente con Dios».
V
Añadió que lo más sensato y provechoso que debemos hacer, al m e-J
nos muchos de nosotros, es d ep ren d em o s de un buen número de
asuntos en los cuales no tenemos responsabilidad directa. No tienen
valor permanente, no sirven a ningún propósito necesario, y solo
disipan energías que debieran ser consagradas a la tarea a la cual
hemos sido llamados^-para-la-cuaUuinips ordenados.
Aquí están las dpee reglas do Wesloy^paja los.pastores metodis­
tas^ Podría ser bueno para nosotros examinarlas de arriba abajo cui-
-sjtadosamente.
« Í/S e a . di^gerte. Nunca esté desocupado. Nunca esté ocupado en
trivialidades. N o se dedique jamás a «malar» el tiempo, ni gaste
más tiempo en ningún lugar del que sea estrictamente necesario.
( í),S ea formal. Que su lema sea "Santidad al Señor". Evite toda li-
v¡andad, bromas, y la conversación necia.
3^) Converse escasa y cautelosamente con las mujeres, particular-
- mente con mujeres jóvenes.
4. .No dé ningún paso hacia el matrimonio sin solemne oración
Dios y en consulta con sus hermanos.
5. : No crea nada m alo de nadie a menos que esté plenamente pro-
' I hado; y fíjese m uy bien en cómo lo cree. Haga la interpretación
m ás positiva posible en todos los casos. Usted sabe que se supo-
ne que el juez siempre está al lado del acusado.

® No hable mal de nadie, si no quiere que sus palabras sean como


la carcoma o el cáncer. No diga nada de nadie mientras no haya
hablado antes con la persona implicada,
í 7A Dígale todo lo que usted pensó mal de él, con cariño y claramen­
te, y tan pronto como pueda; de otro modo eso amargará su pro-
- pió corazón. Dése prisa en arrojar el fuego fuera de su pecho.
&)No se alíe únicamente con el poderoso. Un predicador del evan-
,-.v gelio es el siervo de todos.
9. yNo se avergüence de. nada sino del_pecado; ni aun de 1ustrar los
_ zapatos aran d o sea necesario.
( lOYSea puntual. I faga cada cosa exactamente a tiemoo. Y no enmiende

(:
nuestras reglas, sino obsérvelas, y eso por causa de la conciencia.
1Í) Usted no tiene nada más que hacer que salvar almas. Por lo tan­
to gaste y sea gastado en esta obra. Y vaya siempre, no solamen­
te a aquellos que lo necesitan, sino a aquellos que lo necesitan
más a usted.
12 .)Actúe en todo, no de acuerdo a su propia voluntad, sinocom o
un hijo en el evangelio, y en unión con sus hermanos. Como tal,
es su obligación emplear su tiempo como lo orientan nuestras
reglas; en parte en la predicación y en hacer visitas de casa en
casa, en parte en la lectura, meditación y oración. Por encima de
todo, si trabaja con nosotros en la viña de nuestro Señor, es nece­
sario que cumpla con la parte de la obra que le encomiende la
Asociación, en el momento y el lugar que ellos juzguen más im­
portantes para la gloria de Dios».
Observe, no es su deber predicar tantas veces y cuidar meramen­
te de de este o de aquel segmento de la soc iedad, sino salvar tantas
almas como usted pueda, llevar tantos pecadores como pueda al arre-
pon ti miento, y, con todo su poder, establecerlos en aquella santidad
sin la cual nadie verá al Señor. Y recuerde, un pastor metodista debe
considerar cada punto, grande o pequeño, a la luz de la disciplina me­
todista. Por lo tanto, necesitará toda la gracia y el sentido que tiene,
y estar siempre alerta.
En la actualidad se habla mucho sobre el ciudadano común y co­
rriente, como esto y aquello debe ser hecho para ese ciudadano. Pe­
ro. Dic^cstá exigiendo «ciuda d a nos» poco comunes. Si usted se enfer­
ma, necesita el mejor médico; si su automóvil falla o se avería, nece­
sita el mejor mecánico. Si entramos en guerra, necesitamos el mejor
almirante, el mejor general Herbert Hoover dijo una vez: ¿N unca
me encontré con un padre o una madre que no desearan que sus
hijos crecieran para ser hombres y mujeres extraordinarios^ Ojalá
que siempre sea asi. Continuó diciendo que el futuro del país no
descansa en la mediocridad sino en la renovación constante del li­
derazgo en cada fase* de nuestra vida nacional.
Así es con el ministerio cristiano. P itó está buscando hombres ex­
traordinarios, extraordinarios en su consagración, extraordinarios en
su entrega al poder del Espíritu .Santo, extraordinarios en esperanza y
fe, e \trap re1ina ríos en su dominio de las Sagradas Escrituras. A ftíin
Alguien escribió lo que sigue en cuanto al pastor y su tarea. Es­
toy citando de la Revieiv and Herald (2 de agosto de 1956):
«Si es joven, le falta experiencia. Si su cabello es gris, es demasia­ £ L
do viejo. Si tiene cinco o seis hijos, que tiene muchos; si no tiene nin­
guno, que está dando mal ejemplo. Si al predicar usa notas, que tie­ Cd
ne sermones enlatados y es seco; si improvisa, que no es profundo.
Si es atento con el pobre, está actuando para impresionar a la gente;
cuando lo es con el rico, está tratando de ser un aristócrata. Si usa
muchas ilustraciones, descuida la Biblia; si no usa, no es claro. Si con­
Du
dena lo malo, es un intolerante; si no lo condena, es cómplice del mal.
Si predica una hora, es rollisla; si predica menos, es holgazán. Si pro- T f i
dica la verdad, es ofensivo; sí no la predica, es un hipócrita. Si traca-f
sa en agradar a todo el mundo, está lastimando la iglesia; si agrada
a todos, no tiene convicciones. Si predica sobre el diezmo, es un aga­ ^ J aj
rrado al dinero; si no predica sobre el diezmo, está fracasando en
r)
desarrollar a la gente. Si recibe un gran salario, es un mercenario; si
recibe un salario pequeño, demuestra que no es digno de más. Si pre­
dica todas Lis veces, el pueblo se cansa de escuchar siempre al mismo;
si invita a otros predicadores, está evadiendo la responsabilidad. Y

Íluego dirán que el pastor se la pasa bien».


Hsto parece divertido cuando ustedes lo leen, pero no es tan di­
vertido cuando lo experimentan. Cualquiera puede criticar, y casi to­
do el mundo lo hace en un momento u otro. P 1 diablo era el acusador
de los hermanos, pero algunos de los hermanos siempre están acu­
sando, N uncJserem os capaces de satisfacer a todo el mundo, y algu-
Q ñas veces, aparentemente a nadie. Pero, queridos colegas, deberíamos
ser muy fervorosos cada día y siempre tratar de satisfacer a nuestro
Señor, el Único que nos ha llamado a predicar. Piense en las grandes
responsabilidades que llevamos, como las encuentro en este poema
copiado con la letra de mi madre, que llevo en m Biblia:

fev a Somos la única Biblia que leerá


/u n mundo negligente;
somos el evangelio del pecador.
7W <>r /so m o s el credo del burlador;
£A somos el último mensaje de Dios,
•pO /proclam ado de palabra y con los hechos.
¿Qué ocurriría si la letra estuviera torcida?
¿Qué ocurriría si la impresión estuviera borrosa?
¿Que ocurriría si nuestras manos estuvieran
/ocupadas con otra obra que no es la suya?
¿Qué ocurriría si nuestros pitó estuvieran
/cam inando donde está la fascinación
/d e l pecado?
¿Qué ocurriría si nuestras lenguas hablaran
/d e cosas que sus labios rechazan?
¿Cómo podemos ayudar al Señor y apresurar
/s u regreso?**

No conozco ol autor de este poema, pero quisiera haberlo podi­


do escribir yo mismo. Quienquiera que fuera, escribió un mensaje

* V W arvtlteitn]) Bible a careless wyrUI w ill n » d ; / W e arc th e s in r u r S ycwp***. « v are ihe scottcr's
i retail; / We are th e L o rd 's Lis» in e tu g e ; given m deed anti m n l . / W h a t if th e type is crooked;
w hat it th e p rin t is M iir m J? / W h at it our han d s an* b u sy w ith other w ork-thar. H is; / W h at if
o u rfcv l are w alking w h ere sin s rtlliinm nnt is; W hat it o u r tongu e--are sp eak in g o t things l hs
lips w ould sp u rn ; Mow can « v liope to help Him am i lu d e n H is return"’
para mi corazón. ¿Cómo podemos ayudar al Señor Jesús y a su obra
aquí? ¿Cómo podemos apresurar su venida? Siendo verdaderos pre­
dicadores de su evangelio; siendo como debemos ser, de manera que
podamos predicar como debemos predicar.
El p redicador debe estar recibiendo continuamente fortaleza de
Dios. No espere a predicar el evangelio hasta que tenga suficiente
poder del Espíritu Santo para que lo conduzca hasta el fin. De niño
hice un viaje con mi familia de Denver a Salt Lake City, en el viejo
ferrocarril D & RCi construido por trabajadores irlandeses. Fue en­
tonces cuando aprendí mi primer poema:

Pastelito sobre el ferrocarril,


pastelito sobre el mar,
pastelito para ir al cielo,
sobre el D & RG*

Cuando salimos de la estación del ferrocarril en Denver, vimos


delante de nosotros las imponentes Montañas Rocosas. ¿Esperó el
maquinista en esa estación hasta que tuvo suficiente vapor para lle­
var el tren por las Montañas Rocosas hasta Salt Lake City y hasta San
Francisco? No, cuando salimos de la estación, la válvula de seguri­
dad estaba dejando escapar la presión del vapor. CI maquinista man­
tuvo el vapor suficiente para arrastrar el tren. Primero, tenía suficien­
te vapor para comenzar; después suficiente vapor para continuar, y
allí había nuevo vapor que se generaba en todo el trayecto por las
montañas. Si en aquella caldera hubiera habido suficiente vapor para
llevar el tren todo el trayecto por las montañas cuando comenzó el
viaje, habría explotado la máquina, el tren, y los pasajeros.
Dios no nos da gracia y poder en el primer día de nuestro minis- i
torio para llevamos por lodo el camino hacia el reino de gloria. Día | f ¡r
tras día recibimos fuerza de él. Mis jóvenes amigos, oren a Dios para /
que tengan el vapor suficiente paid comenzar. Después, cada día
recibirán poder del Señor y fuerza para continuar durante ese día, y
cada día hasta el último día.
Se cuenta que el finado John Robertson, de Glasgow, uno de los
grandes predicadores de Dios durante cuarenta años, fue apóstata

* Pally on üwrailioad. / Pally un iIm«v m , / P.iHy'l go inhraven / On rhc l>&KO’


durante veinte años de ese periodo. En el pulpito era un apóstata, él
dijo que lo era. El brillo de su primer ministerio se había ido. De­
cidió a renunciar, y una mañana oró: «Oh Dios, tú me diste esta co­
misión hace veinte años, pero yo he cometido un errar y fracasé, y ^
ahora quiero renunciar» Más de un pastor ha deseado orar de esa
manera. Se derrumbó mientras oraba, y entre sus sollozos le pareció
oír la voz del Señor que le decía: «John Robertson, es verdad que te
comisioné hace veinte años. Es verdad que has cometido un error y
has fracasado, pero, John Robertson, no estoy aquí para que tú renun­
cies a tu comisión, sino para que vuelvas a afirmar tu comisión». V
se nos dice que ese «volver a afirmar» hizo que aquel ministro del
evangelio alcanzara sus mayores y mejores logros. Mizo su mayor
obra después de eso. Amigo, si ha habido una.crisis en su vida y de- /
$sea_renunciar, permítale a Dios que vuelva a afirmar su comisión. C¡r*<M
Dwight 1. Moody sufrió una crisis en su vida. Un día, en la habi­
tación d é un hotel en Nueva York, mientras ayunaba y oraba, el po­
der de Dios descendió sobre él hasta que tuvo que pedirle a Dios
que sostuviera su mano. Tenemos a John YVcslcv de treinta y cuatro
años, y un fracaso en el ministerio, sin convertirse; manque tenía su­
ficiente preparación com o para haberse graduado en la Universidad
de Oxford. Ya había sido ordenado por la Iglesia de 'nglaterra, pero
era un fracaso completo, y él lo sabía. Entonces una noche entró en
una pequeña capilla de la calle Aldergate, y, presten atención, un
laico se levantó y leyó de la introducción del comentario de Lutero
a Calatas. Y mientas leía, Wesley quedó tan impresionado, que más
tarde escribió: «Sentí un ardor extraño en nu corazón. Después me
di cuenta que yo, aun yo, podía encontrar el perdón de mis pera-
dos». jY sucedió cuando un laico leía de las palabras del Reformador
en aquella pequeña reunión! John Wesley nació de nuevo y salió pa­
ra hacer una obra poderosa para Dios. Momentos como esos, en la
madurez de la experiencia, pueden ser suficientes para quitarse de
encima para siempre el espectro de cualquier sensac ón de profesio­
nalismo de nuestras vidas y mantenemos cerca de Jesús cada día.
~~ Recuerde esto, mi querido colega, si pertenece a Cristo y Dios lo
ha llamado a predicar su evangelio, nada en la tierra puede hacerle
daño. Cuando alguien fue a Jesús para advertirle diciendo: «"¡Vete
|( rápidamente de esta ciudad! ¡Herodes te quiere matar!", jesús con­
testó: "Decid a ese zorro: 'Yo echo demonios y realizo sanidades hoy
y mañana, y al tercer día termino mi obra'"» (Luc. 13:32). ¿Qué qui-
$o decir Jesús con eso? Quiso decir que Lerna una tarea por hacer, una
tarea que Dios le había dado a él; y hasta que no la hiciera, Herodes
no podía causarle daño, Pilato no podía causarle daño, el César no
podía causarle daño, ningún hombre en la tierra podía causarle da­
ño; ni siquiera los demonios podrían hacerle daño. Í1 fue el Hombre
de Dios en la obra de Dios. Y así es con usted y conmigo. ¡No hay li- j
beradón de esa guerra, predicador! N o nos hemos enrolado por tan -1 1
tos días o años; nuestro compromiso es por toda la duración del/
conflicto.
No hace mucho tiempo la revista Time publicó un artículo titula­
do Why Ministers Are Breaking Down fPor qué se agotan los ministros)*
escrito por el Dr. Wesley Shrader de la Yale Divnity School [Seminario
1eclógico de YaleJ. Declara que un gran número de los pastores de ’
parroquia están sufriendo im colapso nervioso, que las funciones
que tiene que desempeñar el pastor se han vuelto imposibles, que el
problema número uno de lof^clérigos hoy es la salud mental. /¡p)
Los pastores se están agotando. Pero amigos, deseo decirles que
si ustedes Hacen la obra que Dios los llamó a hacer no quedarán ago­
tados por ella. Él nunca lo llama a usted a hacer cosas que provoquen
su agotamiento. Pero los pastores se agotan. Pescan «fastidiamien-
to» com o dice un amigo mío de Arkansas. Pienso que lo retrata me­
jor que la palabra apropiada. Ningún pastor puede hacer su obra hoy
sobre la base de un día de ocho horas o una semana de cuarenta horas.
Muchos hombres dedican hasta setenta y c-uatro horas por semana en
su trabajo, com o ha indicado una encuesta hecha últimamente. Lo
que se les exige^los pastores resulta a menudo inalcanzable. Pero la
o te a real que (Dios) nos ha llamado a hacer no es inalcanzable- f 1
nunca" ños pide imposibles. Los hombres a menudo nos los exigen,
pero Dios no. Por supuesto, siempre habrá más que hacer de lo que
posiblemente podamos hacer. I a gente quiere que hagamos más, e
incluso cosas que no tenemos la obligación de hacer, ya que no po­
demos hacer tantas cosas y a la vez conceder la supremacía a la gran
obra de Dios. Pero ninguno de nosotros necesita sentirse destruido
o ahogado, o agotado por esas cosas.
N o podemos competir con las voces de la radio y de la televisión,
ni con el tremendo clamor y confusión de estos tiempos; pero como
señaló im redactor de la revista Christian Centun/, tenemos una gran
ventaja: Podemos» proclamar el glorioso evangelio cristiano, pode­
mos» señalar su significado para la vida actual, y podemos satisfacer
los más profundos anhelos de los corazones humanos. Al predicar
el evangelio en nuestras iglesias no tenemos quien nos haga compe­
tencia. Tenemos un mensaje que es eterno, que siempre es oportuno, s
1 y que se adapta al corazón humano porque fue hecho para el cora-
[zón del hombre por el Dios que hizo al hombre.
Cuando yo tenía diecinueve años estaba sentado a la cabecera de
la cama de mi abuelo en la última noebe de su vida. Era un hombre
piadoso, un cristiano piadoso, herrero y granjero. Había vivido en
Alaska durante la fiebre del oro. Ahora estábamos él y yo a solas. De
repente me dijo que quería bajar de la cama. Traté de impedírselo,
porque estaba muy enfermo. Pero como era un hombre fuerte, bajó
de la cama sin que yo pudiera evitarlo. Se dirigió al estante en la ha­
bitación y tomó su gastada Biblia.
Yo ya había comenzado a estudiar para el ministerio, y a hacer lo
que podía en la obra de salvar almas. Mi abuelo había orado a menu­
do que el Señor colocara su mano sobre mi y me guiara al ministe­
rio cristiano. Se sentó en el borde de la cama y me dijo: «Hijo, tú vas
a ser pastor, un predicador para Cristo. Dios le ha llamado a su mi­
nisterio y yo deseo leerte algo que necesitas conocer, y que nunca
debes olvidar». Buscó 1 Cor in tios leyó la m ayo: parte del capí­
tulo, recalcando los versículos. 13'al 16. Insistió que el predicador
debe ser capaz de comparar las cosas espirituales con lo espiritual.
«Pero el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios,
porque le son necedad». L is cosas espirituales se han de «discernir
espiritualmente». Después cerró el T.ibro y dijo: «Hijo, recuerda,
nunca puedes ser un ministro de Cristo a menos que seas espiritual.
Solamente un hombre espiritual puede entender las Escrituras, por­
que fueron escritas por el Espíritu de Dios. Tú no podrás predicar
las Escrituras a menos que seas espiritual, porque no las podrás en-
1 tender».
Volvió inmediatamente a la cama. Unas pocas horas más tarde,
con mi brazo debajo de su hombro, murió con las palabras de la Es­
critura en sus labios. «¡Qué profunda riqueza de la sabiduría y del
conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescru­
tables sus caminos!» (Rom. 11: 33). Hice que se escribiera ese ver­
sículo en su lápida sepulcral bajo el cielo de Colorado. Aquella fue

V / ^ A , r ffln '.A A/ V f i -
la primera voz que veía a la muerte, y ya me ha tocado verla dema­
siado a menudo desde entonces; pero puedo decir de su muerte:
1 0 «Muera yo la muerte de los rectos, y sea mi fín como el suyo» (Núrtv
23:10). Aquellas palabras suyas de amonestación han sonado en mi
corazón desde entonces: «Para ser un ministro debes ser espiritual».
Cuando fui ordenado pastor, tome como mi voto las palabras de 1 Co­
rintios 2 : 1 -2 , y ese ha sido mi lema en el ministerio desde entonces.
Quiero recalcarles a ustedes, amigos y compañeros predicadores, que
un verdadero pastor tiene que ser un hombre espiritual. Ha de tener
la Palabra de Dios resonando e n su corazón,
Podría decir mucho más sobre lo que debería ser el predicador.
Se ha dicho en varias ocasiones v mucho mejor de lo que yo puedo
decirlo. También es fácil decir estas cosas, pero mucho más difícil es
vivirlas; es más, resulta imposible vivirlas con nuestras propias fuer­
zas. Y aun cuando hemos dicho todo, podemos resumirlo en una
sola frase: Para ser im ministro de Cristo, recibir su llamamiento y
servirle, debemos ser hombres espirituales. Y si el Espíritu Santo nos /
está dirigiendo, guiando, no solo en toda verdad sino en todo servi­
cio, sosteniéndonos, enseñándonos, mostrándonos las cosas de Cristo,
seremos buenos ministros de Cristo.
Permítanme decirles, jóvenes, que nimca se arrepentirán de haber
caminado en el llamamiento de Dios. El ministerio de Cristo es la úni­
ca ocupación eterna. Está el atleta ágil cuyo nombre se escribe con
honor en el mundo de los deportes. Eclipsa a todos los contendien­
tes, está a la cabeza en todo, derecho hasta el mismo decatlón. Pero
transcurren irnos pocos años y acaba siendo tan frágil e impotente
como un niño, y todo lo que le queda son unas cuantas medallas
que ganó.
Está el gran humorista cuyo nombre se ha extendido a través de
los continentes y llegó a ser rico haciendo reír a la gente; miles de per­
sonas sueltan carcajadas cada noche al verlo en la televisión. Pero se
nos dice que a menudo llora él mismo antes de conciliar el sueño.
Finalmente se deja caer en la oscuridad sin Cristo, sin esperanza, y
sin Dios en este mundo, o en el mundo por venir.
Está el gran estadista, el hombre de negocios cuyo nombre está
en la boca de todos y en los titulares de los periódicos alrededor del
mundo. Sus planes y oratoria han atraído a multitudes durante años,
pero ahora su reputación se desvanece en la oscuridad. El imperio
que el imaginó y organizó se ha roto en pedazos por las luchas in­
testinas. Ahora es solamente un nombre en la historia. Aim el ora­
dor elocuente, que es muy solicitado, el de pico de oro, y persona­
lidad magnética, pasan los años y se va, y todo lo que queda es un
recuerdo semejante a un canto amoroso o a una nube que pasa enx
un día de verano. K1 cantor talentoso cuya voz conmovió a millones
y los mantuvo en un éxtasis sin aliento, ahora está silencioso, su voz
ya no se oye más.
Pero aquí está el fiel ministro de Cristo, que vivió la Palabra de
Dios para poder predicarla, y predicó la Palabra de Dios para que
los hombres pudieran vivirla. Fue sincero, íntegro, fiel, fue un estu­
diante de la Palabra, un hombre de oración, un hombre de urgencia,
un hombre de amor. Pasaron los años y él ya no está más con noso­
tros, pero su vida está escondida con Cristo en Dios, y cuando Aquel
que es la vida aparezca, entonces él también aparecerá con Cristo en
gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Aunque han cesado todas las profesiones terre­
nales; el médico cristiano ya no atenderá más a los enfermos, la en­
fermera no tendrá que mantenerse* en pie en noches agotadoras cui­
dando enfermos terminales; el gran administrador, el guerrero, el
financista, y todos los de estas profesiones hayan pasado para siem­
pre, este predicador de Dios que les está dirigiendo la palabra, se­
guirá proclamando por todas las edades sin fin la historia de la re­
dención, recordando aquel día cuando la cruz salvadora se alzó so­
bre una colina) Les contará la historia de la redención a mundos lle­
nos de asombro. Sí, los grandes de la tierra pasarán en un eterno
eclipse, pero el ganador de almas, el verdadero predicador que fue
enviado por Dios, que predicó por Dios y v rv ió por'DTos, no sola­
mente vive su vida muchas veces cn las vidas de aquellos q u e llevó
a Cristo, sino que vivirá para siempre en la presencia de Aqiiel que
lo llamó a ser un pred icador, porque está escrito: «Él que gana almas
, es sabio», y «entonces los sabios resplandecerán como el fulgor del
firmamento, y los que enseñan la justicia a la multitud, como las
i estrellas a perpetua eternidad» (Prov. 11: 30; Dan. 12:3).
3
Ordenados
para predicar
«Yo fíii ordenado
para predicar».
1 Timoji O 2: 7

N ESTA CONFERENCIA nuestro objetivo principal es

E demostrar que la ordenación en la iglesia cristiana es ;


ordenación para predicar. En el versículo de Timoteo, el
apóstol Pablo declaró: «Yo fui ordenado para predicar».
Los versículos anteriores exponen el mensaje que se le había orde­
nado predicar, a saber, que Cristo «se dio a sí mismo en rescate por
todos. Este testimonio fue dado a su debido tiempo»; que Dios.de-
sea la salvación de todos los hombres; que él espora que ellos lle­
guen al conocimiento de la verdad, v que «ha v jm solo Dios, y un
solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». ■
Fn otro versículo el apóstol usa casi las mismas palabras: «De
este evangelio fui constituido predicador, apóstol y maestro de los
gentiles» (2 Tim. 1:11). En este caso el versículo anterior llama al men­
saje que se le había ordenado predicar «el evangelio»; y la palabra
«constituido» en este texto es el mismo término griego traducido
com o «ordenado» en 1 Timoteo 2: 7. Así que, ordenación es lo mis­
mo que nombramiento. En ambos pasajes el apóstol declara que fue
constituido u ordenado para predicar, y la predicación iba a ser la
proclamación del evangelio.
Pablo no tuvo dudas de su llamamiento a predicar el evangelio, ni
que este llamamiento era una ordenación, un nombramiento hecho
por Dios, que vino directamente de Dias, no de ninguna organización
humana. Fn Calatas 1 :1 , leemos que «no de los hombres» o por hom­
bre, sino directamente de Dios. Su evangelio también e fue dado por re­
velación. Después do haberse retirado a Arabia, para estar en comunión
con Dios y prepararse para su gran labor evangelizados mundial,
su llamamiento fue reconocido públicamente por la iglesia y fue orde­
nado a predicar el evangelio a aquellos que no estaban convertidos.
Como pueden ver, la vocación de Pablo inclufe un llamamiento
* directo de Dios, para que £ab]j¿.cosechara los frutos de su labor. F1
era un veterano antes de que fuera reconocido por la iglesia. Fue un
misionero antes de que fuera elegido junto con Bernabé para iniciar
Su primer viaje misionero. HI Señor había declarado previamente.de
r Pablo: «Este hombre es un instrumento elegido por mí, para llevar
mi nombre a los gentiles, a los reyes y al pueblo de Israel» (TTech. 9:15).
Poco tiempo después de su conversión llegó la orden de que él iba
a ser constituido ministro para los gentiles. «Para que abras sus ojos,
para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de
Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en mí, perdón de los peca­
dos y herencia entre los santificados» (TTech. 26: 18).
Más tarde, mientras estaba orando en el templo, le vino la pala­

f bra del Señor: «Ve, porque tengo que enviarte lejos, a los gentiles»
(TTech. 22: 21). Así que el Señor le había dado directamente su comi­
sión y su ordenación para la predicación del evangelio. Pero esta
ordenación debía ser reconocida por la iglesia. Su ordenación públi­
ca tuvo lugar en Antioquía, según leemos en Hechos 13: 2: «Un día
mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, dijo el
Espíritu Santo: "Apartadm e a Bernabé y a Saulo para la obra a la
cual los he llamado"». Dios ya los había llamado. Ahora la iglesia
tenía que hacer oficial esa separación. La elección de Dios iba a ser
reconocida por su pueblo en la tierra. Esa fue su ordenación y así es
ahora. «Entonces habiendo ajamado y orado, les impusieron las ma­
nos, y los enviaron. Enviados así por el Espíritu Santo, descendieron»
(vers. 3 ,4 ). Como ven, ellos fueron llamados por el Espíritu Santo,
enviados por el Espíritu Santo, a través de la iglesia.
Leo del libro Los hechos iic los apóstoles, página 130: «Antes de ser'
enviados com o misioneros al mundo pagano, estos apóstoles fueron
dedicados solemnemente a Dios con ayuno y oración por la impo->
sición de las manos. Así fueron autorizados por la iglesia, no sola­
mente para enseñar la verdad, sino para cumplir el rito del bautis­
mo, y para organizar iglesias, siendo revestidos con plena autoridadJ
eclesiástica».
La ordenación oficial fue para protegerlos de cualquier peligro
que pudiera asediarlos. Se llevó a cabo para que su obra estuviera
por encima de cualquier desafío, para mostrar que no eran, mera­
mente, maestros vagabundos sin autoridad o sin reconocimiento. «Su
ordenación fue un elemento público de su elección divina para lle­
var a los gentiles las alegres nuevas del evangelio» (Unit., p. 131).
Labio.y Bernabé recibieron su comisión de.Diusmismo. La cere­
monia de la imposición de manos no les añadió nueva grad a o po­
der. 1 .a ordenación fue un reconocimiento de que habían sido cons­
tituidos por Dios para la obra de la predicación del evangelio. Ll
sello de la iglesia se iba a colocar sobre la obra de Dios y el llama­
miento de Dios. Por medio de esta ceremonia, la iglesia pidió a Dios
la bendición sobre la obra realizada por estos predicadores.
La ordenación de Pablo y Bernabé fue realmente el primer paso
para la organización de iglesias en el mundo gentil. Mientras ellos
salieran y predicaran, su predicación llevaría a la conversión y la sal­
vación de sus oyentes, y después serían organizados en iglesias.
Cuando volvemos al ministerio de Jesús, encontramos que llamó
a doce hombres para que estuvieran con él v para predicar el evan­
gelio. De este hecho encontramos un registro en Marcos 3: 13, 14:
«Después Jesús subió al monte, llamó a los que quiso, y fueron con
el. Y estableció a doce, a quienes llamó apóstoles, para que estuvie­
sen con él, y para enviarlos a predicar». Fn Los hechos de los apósto­
les, página 16, dice: «Al ordenar a los doce, se dio el primer paso en
la organización de Id iglesia que después de la p a r t i d a de Cristo ha
bria de continuar su obra en la tierra». Entonces, esta oidenación fue
el p rim ^ p a so en la fundación de la iglesia cristiana sobre la tierra.
I a iglesia.fue fundada para que predicara el evangelio, y solamen*
te ja r a la jg e d ic a ción del evangelio. Por lo tanto, en el llamamiento
de Cristo a esos hombres, leemos que los llamó y ordenó para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar.
Ahora bien, aquí llega mi opinión revolucionaria porque no hay
otra razón para la ordenación debajo del cielo. Se revela aquí en el
acto de Cristo de ordenar a los doce apóstoles y en la declaración^vi-
denle de que los ordenó para que estuvieran con él y para enviarlos
a «predicar». No hay ni una palabra en este registro, o en el registro
de la ordenación de Pablo y Bernabé, o en ningún otro lugar del Nue­
vo Testamento, que diga que alguna \ez se Jj|ibiem ordenado a hom­
bres para cualquier otro p r o p ó s ito .^ ordenación es para predicar
■ el evangelio y proclamar el mensaje de salvación a la humanidad.
Para mí, esta es una verdad muy seria y m i pensamiento muy
revolucionario. Deseo que lo creamos con lodo nuestro corazón y
que lo sigamos. N o creo que deben ser ordenados hombres mera­
mente como una recompensa por un servicio fiel. Debe de haber
algo que podamos hacer por ellos. Un hombre que ha sido un obre­
ro fiel en alguna otra rama que no sea la predicación del evangelio,
debería ser ciertamente reconocido, y debería terer pleno derecho a
disfrutar un buen salario y jubilación y todo eso, pero no debe reci­
bir una ordenación que no merece, y que debiera rechazar de recibir­
la, si cree en la enseñanza de la Biblia sobre este tema.
Todos debemos admitir que después del tiempo de Cristo se abu­
só mucho y fue mal entendido este rito de la ordenación por medio
de la imposición de manos. Esta confusión encuentra su punto máxi­
mo de desarrolló en la doctrina de la sucesión apostólica y las pre­
rrogativas eclesiásticas por las cuales la gran jerarquía papal se forta­
leció durante la Triad Media, y que todavía llega hasta nuestro propio
tiempo. Algo de este espíritu se ha filtrado en el mundo protestante
y algunas veces en nuestra propia iglesia. Fstoy contendiendo senci­
llamente por una idea: la ordenación es para la predicación del evan­
gelio. N o es para ninguna otra tarca. Hay quienes parecen tener la
idea de que la ordenación es la recompensa que se da a un obrero fiel,
un reconocimiento de que ha sido fiel a Dios y a laiglesia de Dios, por
lo tanto, debería ser ordenado como una espcac de recompensa por su
fidelidad. En mi mente, esta ¡dea no armoniza con la clara enseñan­
za de la Escritura sobre este tema. No estoy diciendo que no otorgue­
mos algún tipo de reconocimiento por un servicio fiel, pero la orde­
nación nunca tuvo el propósito de ser una recompensa.
Un hombre que ha sido un tesorero fiel, o que ha trabajado en
cualquier rama de la organización, debería ser reconocido de algu-
na manera y recompensado por su fidelidad. Pero usar la ordena­
ción para ningún otro propósito fuera del que está claramente in­
dicado en las Sagradas Escrituras es adulterar las cosas sagradas,
producir confusión en la iglesia y desazón y desánimo en los hom­
bres y no solamente eso, sino que rebaja la ordenación a un nivel
donde prácticamente no significa nada.[1 .a ordenación al ministerio
cristiano es el mayor honor que un ser humano puede recibir en esta
tierra y debería ser reconocido, entendido y protegido así, por cada
actitud, costumbre, hábito y doctrina cristianas. Jesús no ordenó a
sus discípulos hasta que los instruyó y probó por algún tiempo.
Pablo y Bernabé eran veteranos en la obra del evangelio antes de que
fueran ordenados. 11 mismo apóstol Pablo amonestó a la iglesia con­
tra la ordenación demasiado rápida y sin falta de reflexión, porque
dijo: «No impongas con ligereza las manos a ninguno» (1 Tim. 5: 22).
Como joven, recuerdo a un tesorero piadoso y consagrado que
seguramente era un hombre de Dios y una gran ayuda para la obra
de la iglesia, pero no podía predicar, y sin embargo había sido orde­
nado, y él mismo estaba preocupado por eso. Dijo: «¿Por qué me or­
denaron los hermanos? ¿Por qué les permití que lo hicieran? No
puedo predicar. No deseo predicar. No tengo la capacidad para pre­
dicar. Si probara, no podría predicar, pero la gente cree que debería
predicar. He sido ordenado, y la Biblia dice, "ordenado (...] para
predicar". Aquí estoy. ¿Por qué kyhicieion?y El eco responde «¿Por
qué? ¿Por qué lo hicieron?»; Si la predicación no es la tarea princi­
pal de la \ida de un hombre, la dfdúnScíón de este hombre está fue­
ra de lugar.
Me doy cuenta que puede haber aquí quienes no estén de acuer­
do conmigo en este punto, y no tengo temor de que puedan en­
contrar algunas declaraciones en la Biblia en contra. Sea que estén
de acuerdo o no, las palabras de la Escritura todavía establecen que
los hombres son ordenados para que «Dios pueda enviarlos a pre­
dicar».
Ahora bien, ¿cómo afecta esta doctrina a los que estamos aquí? Les
afecta a ustedes, jóvenes estudiantes ministeriales, muy seriamente,
enormemente, maravillosamente. Seriamente, porque se espera que
muchos predicadores modernos sean de todo, desde plomeros de igle­
sia hasta mensajeros para Dorcas o la Sociedad de Damas. En algunos
lugares el pastor es el encargado de todos los trabajos ocasionales, y
de* hacer lodo lo que nadie quiere hacer. Si usted es muy bondado­
so. manso y gentil, se van a aprovechar de usted muchas veces. T.o
primero que debe saber es que estará dedicando poco tiempo a la pre­
dicación, y lo que haga será poco en sí mismo porque tendrá muy
poco tiempo para prepararse. No hará de la predicación la tarea prin­
cipal y central en su vida.
F.n segundo ju g ar, el hecho de que usted fue ordenado para «pre­
dica r»TcTatectará enormemente, porque cambiará toda su vida de
una u otra forma, para bien o para mal. Si usted acepta la doctrina
de la Biblia de que la predicación es su tarea suprema, su obra prin­
cipal, la tarea de su vida, tendrá que poner su rostro como un pe­
dernal para hacer que eso sea así y tener éxito por la gracia de Dios.
Significará cosas tremendas para usted y para la iglesia y para el
mundo. Cambiará todo. Usted será un hombre diferente, l.a iglesia
será una iglesia diferente.
£ n tercer lugar, este hecho de la supremacía ce la predicación pa­
ra todo pastor ordenado es realmente maravilloso. Comenzaríamos a
volver a las condiciones apostólicas, al poder apostólico, al reaviva*
miento apostólico, a la persecución apostólica, a la victoria apostó­
lica, si aceptáramos este hecho con todo nuestra corazón, y lo reci­
biéramos com o es en verdad, la verdad de Dios. Recuerde, la orden
positiva y definida de Cristo es: «Id [...] y predicad». Y cuando dijo
eso, dijo algunas otras palabras, como separarse de otras responsa­
bilidades e intereses, asuntos importantes, cosas que no podrían ser
hechas por el que cumple su mandato.
¿Por qué no podemos lomar la «gran comisión» como está y man­
tenerla en el lugar que le corresponde? ¿Por qué avanza la obra de
■ Dios a paso de caracol en tantos lugares hoy en día? ¿No será por­
que nosotros, al igual que el caracol, Leñemos jii bajo concepto de
* las c osas? ¿Por qué no aceptar el concepto de cuño antiguo de la Sa­
grada Escritura con respecto a la ordenación y a la predicación? Por­
que no decir: «;Lo dijo Cristo! ¡Lo creemos! ¡Esoresuelve el asunto!».
¿No es eso? ¿Por qué t í o ?
Pero, ¿qué queremos decir por predicación? Cuán a menudo he
oído decir a la gente: «Yo predico cuando distribuyo literatura. Yo
predico viviendo una vida buena. Yo predico cuando doy una ofren­
da. Yo predico cuando devuelvo mi diezmo. Yo predico cuando cum­
plo todos mis blancos. Yo predico cuando vendo libros, cuando to-
mo suscripciones a periódicos y revistas. Yo predico cuando promo-
cion o la recaudación de fondos, pidiendo para gastos de iglesia:
para gastos de la escuela de iglesia, el mantenimiento del edificio, la
calefacción. Yo predico al hacer la recolección, cuando dov en la se­
mana de sacrificio, cuando doy para misiones extranjeras, lodo eso
es predicación». Pero eso no es positivamente predicación de acuer­
do al registro bíblico que les estoy leyendo. Todas estas tareas son
buenas. llenen su lugar, pero su lugar no es el lugar de la predica­
ción. Pero Lomarán el lugar de la predicación si no estamos alerta.
Cada uno de ustedes jóvenes debe hacer lo mejor que pueda
para aprender mientras está en el colegio superior, y si es posible, de­
be aprender cómo llevar un sólido programa de iglesia; pero, por en­
cima de todas las cosas, ha de aprender a impedir que eso se apodere
de usted, y que lo maneje. Supongo que ustedes probablemente lo
tienen aquí en su plan de estudios. Un colegio superior que prepare
ministros debería adiestrar a los jóvenes para hacer todas estas co­
sas que tienen que hacer. Pero ¿por qué prepararlos para predicar si
no van a predicar? ¿Por qué instruirlos en homilélica si van a termi­
nar en alguna otra dirección? Si se restaurara la predicación a su
legítimo lugar, como nos recuerda Carlyle B. I Iaynes, tendríamos que
dedicar muellísima más atención y tiempo a la preparación de ser­
mones de la que con frecuencia dedicamos hoy (Ministry, julio de
1936). En muchos casos nuestra predicación ha caído a un nivel bas­
tante lastimoso y eso es decirlo m uy suavemente, para indicar que
necesitamos algo mejor.
Esto no lo escribí yo pero comparto plenamente todo lo que dice:
«La predicación llegó al punto donde una compilación de citas del
espíritu de profecía, con unas pocas observaciones relacionadas,
para vincularlas todas juntas, se considera un sermón. F.so no es un
sermón. Es solamente una evidencia deplorable de la incapacidad
del orador de tener ideas propias. Ahora, no me entiendan mal», \
dice el hermano Haynes, y yo también lo digo: «Creo incondicional­
mente en el espíritu de profecía, y creo ciertamente en el uso apro­
piado de sus escritos. Pero no creo que se estén usando apropiada­
mente cuando se mecanografían selecciones sobre tarjetas y se leen
una tras otra en lugar de un sermón, para ahorrar al predicador el
tener que hacer trabajar en lo más mínimersu cerebro» es decir, un ,
trabajo que sea suyo» (ibid.).
Los escritos del espíritu de profecía son tan inspiradores, y la
hermana White lia dicho cosas de forma tan maravillosa, y nuestro
pueblo tiene tanta fe en ellas y las disfruta tanto, que cualquiera pue­
de ir corriendo en el último minuto, encadenar algunas citas para su
sermón, y lograr pasar con ellas. Y de esa manera^ oLespíritu de pro?
teda que debería ser una gran bendición, se convierte en una mule­
rJc)
ta para un pensador holgazán. No deben ser para eso. La sierva del
Señor nunca deseó que sus obras fueran usadas de esa manera y
quien haga eso está desvirtuando algo que es bueno y se está perju­
d icando a sí mismo. Hso no es predicación. ¿Per qué no dejamos
que los hermanos lean los libros por sí mismos? Si eso es suficiente­
mente bueno, entonces ¿por qué no les dejamos que lean la Biblia
por sí mismos? ¿Por qué tener entonces predicación? t i hombre que
usa el espíritu de profecía de esa manera realmente no va a tener
éxito porque tarde o temprano lo van a desenmascarar. Las cosas
cambian. Comienza a eÚCPgcrse intelectualmente, y también como
predicador. Lntonces después de un tiempo es trasladado de una
Asociación a otra porque no tiene buen alimento para la gente. Cada
poco tiempo se le descarga la batería.
Cuando comencé a predicar estaba conmigo Kenneth Grant. Me
acuerdo que teníamos estudios bíblicos con una mujer en Loveland,
Colorado. Yo hablaba más o menos cuatro minutos y me quedaba
sin batería. Entonces Kenneth continuaba en seguida y cuando a él
se le terminaba la energía, entraba yo. Yo recargaba suficiente ener­
gía mientras él hablaba. Esa era la forma como lo hacíamos. Su­
pongo que usted puede hacerlo de esa manera si tiene que hacerlo.
Tal vez esa es la razón por la que el Señor envió a los primeros obre­
ros de dos en dos: podían ayudarse el uno al otro. Pero hemos de
seguir creciendo sin cesar. No sabíamos mucho, y esa mujer casi en­
tró con nosotros a la iglesia. Quedamos pasmados cuando la vimos
en la iglesia. Fue a la iglesia a pesa míe nosotros.
Entonces,} hay algo sobrenatural en la verdadera predicación!
Fue ordenada por Dios, ordenada por Cristo, practicada por tosa pós­
teles y la iglesia apostólica. A lo largo de los siglos, el verdadero
pueblo de Dios ha predicado. La predicación explosionó siempre
cuando la espiritualidad subió. La Reforma se basó-en la predica -
a ción. t i movimiento adventista se basó en la,predicación y su victo­
ria final estará fundamentada en la predicación, la predicación he-
cha por el predicador que .está lleno de la Palabra de Dios, está im­
pulsada por el Espíritu Santo, y habla intrépidamente de un corazón
inflamado con la Palabra de Cristo a las almas hambrientas. ¡Fsp_ys
predicación! Y le agradó a Djgfi salvar a los perdidos por medio de
la predicación.
Ahora bien, de la misma boca de la hermana White, tengo que
repetir que la predicación no es sencillamente leer largas secciones
de los Testimonios al pueblo. b'so no es algo que voy a leerles de un
libro. Les voy a contar una experiencia de mi propio padre, quien
durmió en Cristo hace justamente un año. Fue un gran privilegio
para mí contar con la ayuda de mi padre a través de los años. Signi­
ficó mucho para mí. Sus cartas me han ayudado mucho y ahora voy
a examinar su biblioteca pues dejó una inmensa cantidad de ma­
terial. N o lo tenía muy bien organizado. Cuando mi madre decía:
«Papá, debes tener tus materiales en orden y colocados en su lugar»,
él le respondía: «Los tengo; tengo un sitio para cada cosa y cada co­
sa en su sitio». Sabía dónde encontrarlos, pero nadie más lo sabía, y
finalmente se fue haciendo tan enorme que ni siquiera él podía en­
contrar algo. Y ahora al examinar eso, quedé impresionado con su
gran lealtad a este mensaje, su lealtad a la iglesia, y su lealtad a sus
colegas en el ministerio.
Ahora bien, mi padre era lo que ustedes llamarían un pastor ad­
ventista, anticuado, conservador, testarudo, que creía en la doctrina
de cuño antiguo ciento por ciento. Muchas veces escuchaba cosas
que creían otros hombres y que eran contrarias a sus conceptos,
pero siempre salía en defensa de cualquier pastor adventista si al­
guien lo atacaba. Me gusta ese espíritu. T.es digo, amigos, puedo dis­
crepar radicalmente de alguien en determinadas cuestiones, y pen­
sar que esta totalmente equivocado en algunas de sus posiciones,
pero espero que Dios me dé la gracia para ir en su defensa confia el
enemigo. Debemos perm anecer como una falange,contra el mundo
y amarnos tanto el uno al otro de manera que no nos denigremos ja­
más mutuamente. F.so es lo que m e impresionó de mi padre. Pero
no estoy aquí para homenajearlo, aunque debería darles una confe­
rencia completa sobre él, y también podría ser interesante.
Ahora, volvamos a mi relato, que muestra cómo consideraba la
hermana White el honor del ministerio y su importancia.(fap^iera
un pastor joven en Denver, Colorado, y justo unos pocos minutos
antes del momento de su predicación un sábado por la mañana, se
abrió la puerta y entró la hermana White con su hijo, el hermano
William While y su señora, en compañía de la señorita McFnteríer.
Papá no sabía que ella estaba por allí, pero por supuesto, le pidió in­
mediatamente que hablara a la gente. Ella le preguntó a mi padre:
— ¿Planeaba usted predicar hoy?
—Sí — dijo papá.
—¿No oró a Dios para que le diera un mensaje? —dijo ella.
— Sí, oré.
—¿Le dio el Señor un mensaje?
v —Bueno, creo que sí.
— ¿T.o estudió?
—Sí.
— ¿Oró por ese mensaje?
— Sí.
— Pues bien — dijo ella—>no pienso tomar su lugar y hablar atan ­
do Dios le dio a usted un mensaje. Estamos aquí para escuchar el
mensaje. Siga adelante y predique, por favor.
Así que ocupó un lugar en la plataforma, pero hizo que él predi­
cara. Cuando terminó, lo lomó a un lado y, como la querida madre en
Israel que era, le dio algunas palabras de estímulo. Fila no era de
aquellas que creía que estaba mal decirle a un joven predicador que
había predicado bien, que su sermón había confortado su alma. Así
que le dijo a papá:
—Su sermón me ayudó espirilualmente; fue una bendición para
/m í.
¿No fue maravilloso que le dijera eso a un joven predicador, ella,
una mujer que había sido usada por Dios de manera asombrosa y
que había escrito tantos libros importantes? Le dio palabras de estí­
mulo al decirle que su sermón le había ayudado a ella. Después dijo:
—Si se mantiene predicando como lo hace, con su voz en tono
‘tan alto y forzado, morirá en pocos años.
Después de unos quince minutos do charla sobre cómo hablar y
respirar, le enseñó más que lo que había aprendido en todas sus cla­
ses de elocución y oratoria en el Colegio de Battle Creek. Siguió esos
principios de respiración diafragma tica y de hablar con los múscu­
los apropiados el resto de su vida, y aun hasta unos pocos meses an­
tes de su muerte su voz era dulce y resonante. Algunos de ustedes
que Negaron a escucharlo saben que eso es verdad. A la gente le gus­
taba oírlo orar por la radio.
Después papá le hizo una pregunta a la hermana White, y eso es
lo que nos interesa esta noche. Le dijo:
— Hermana White, me gustaría preguntarle cómo debo usar sus £,,
escritos en mi predicación. Oigo a unos decir esto y a otros aquello.
Algunos predicadores traen una pila de aquellos libros rojos, de esta
altura. Algunos leen citas. Algunos hacen esto, algunos hacen aque­
llo. ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cómo deberíamos usar sus escritos en
nuestra predicación?
V aquí está lo que ella le dijo a mi padre; expresado en mis pro­
pias palabras. «Cuando usted decide predicar sobre un tema, vaya
a la Biblia y estudie el tema a fondo. Lea lodo lo que la biblia dice
sobre el tema y cualquier cosa con relación a él. Estudíelo cabal y ex­
haustivamente en la Biblia. Después vaya a estos escritos que el
Señor me ha dado y lea todo lcTdicho por mí sobre ese tema y vea si
hay algunosrayos dé luz qué se concentran sobre esos pasajes de las
Escrituras. Después, y aquí está la parte importante de eso, vaya al
pueblo y predíqueles el mensaje de la Biblia"». Eso fue lo que dijo. Y
eso es lo que mi padre y yo siempre hemos tratado de hacer. F.sa ha
sido nuestra tradición de familia, la declaración de la hermana White
de cómo predicar, de cómo usar sus escritos. Y creo que es correcto,
sensato, escriturario, y «cspíritu-de-profético» si es que existe seme­
jante expresión.
No estoy diciendo que no convenga que lean una buena cita o un
párrafo del espíritu de profecía de vez en cuando, pero es absoluta­
mente equivocado, creo vo, tomar esas largas citas y amontonarlas
una Iras otra sobre el pueblo. F.l sermón no es el momento para ha­
cer eso. Si usted está dando una serie de estudios sobre el espíritu
de profecía, supongo que es diferente; pero yo hablo de su predica­
ción habitual. _____
Los escritos del espíritu de profecía-no han de tomar el lugar de
la Biblia, pero pueden arrojar luz sobre ella y ayudamos a no cometer
errores al estudiarla. N o obstante hemos de estudiar primero las Es-
crituras. Ni siquiera debemos permitir que el espíritu de profecía
nos desvíe de nuestro primer estudio. Fs fácil leer las buenas ideas
registradas en el espíritu de profecía y no pensar nada por nosotros
mismos. Pero cada texto, cada pasaje, debería ser considerado a
fondo por el predicador, antes que lea cualquier otro material, ya sea
el espíritu de profecía, un comentario o cualquier otra fuente de in­
formación. Después de este proceso el predicador sabe lo que hay
en ese texto, llene una visión real de él cuando se levanta para pre­
dicar; su corazón está lleno de él. Es como un fuego en su interior, y
debe liberar ese fuego. Mientras predica, Dips le otorgólagracia.y-la
•v paz de corazón. Eso es predicación auténtica y somos ordenados para
hacer esa clase de predicación. Así que, aferrémonos a la Palabra de
Dios en nuestra predicación.
Jóvenes, cuando sean ordenados serán ordenados para predicar
el evangelio,-hipara leerlo. Sin lugar a dudas, algunos hombres han
sido "capaces de leer sus sermones y ganar almas al hacerlo así. Me
siento muy mal dando una charla, así como esta, leyendo algunas co­
sas de mis notas. Pero tuve que prepararme para estas conferencias
mientras estaba manteniendo a cuatro secretaries muy atareadas
con correspondencia, y escribir charlas radiales, y terminar el ma­
nuscrito para un libro, así que en realidad no tuve tiempo de me-
morizar los puntos principales de estas conferencias. Tendrán que
soportar mi lectura por algún tiempo. Por supuesto, sé que eg árido
^leemos en el pulpito, todos pescamos esa famosa enfermedad del
predicador que se llama «gallina tragando». Ustedes saben lo que
quiero decir: su cabeza su b eyb ájá mientras mira sus notas c inme-
' l chatamente mira ai público. Siento mucho esto, asi que, por favor,
¡discúlpenme esta vez!
Fue john McNeill, aquel gran predicador escocés que dijo: «No
me interesa que usted lea de notas escritas si lo puede llevar a cabo
con éxito, pero más de un predicador es semejante a un joven del
cual escuché, que le facilitaron el pulpito y predicó de las notas
escritas. Al terminar el sermón habló con una señora anciana; en
cierta medida trataba de pescar un cumplido, y pensó que había
pescado al pez. "¿I.e gustó mi sermón?", le preguntó. "No del lo­
do", le respondió ella. "En primer lugar, usted lo leyó. En segundo
lugar no lo leyó bien, y en tercer lugar, el tema no merecía que lo le­
yera"».
Bueno, eso es decir las cosas con bastante crudeza. Probablemen­
te tengamos algo que decir más tarde en esta serie de conferencias
sobre la manera de presentar un sermón. De nuevo vuelvo a decir
que uno podría ser capaz de leer un sermón en el cual ha colocado
sangre de su corazón, y ganar algunas almas con él; pero ciertamen­
te debe ser «predicación», no tomar el libro de alguien y leerlo.
Cuando nos para p r edicar, es bueno que recorde­
mos que dcscam ost¿m yyÜr.a|m ascón nuestro mensaje, y tenemos
que preparar el sermón con esa idea en nuestra mente. Si esperamos
que Dios bendiga nuestro mensaje, debe estar fuertemente arraiga­
do en la convicción y en una sólida conversión del que lo predica,
asi que lo mismo le puede suceder a quien escuche la predicación.
También deberíamos respetar el público al que le predicamos. Si lo
hacemos, respetaremos el púlpito en el cual esta m os ^Recuerde, el •
pulpito es el lugar dond^ Dios' permanece y donde ól habla. Imagí­
nese a Jesú> que está de pie a su lado, con su mano sobre su hombro.
Debemos subir al púlpito con reverencia y sin ninguna devoción
ostentosa ni orgullo espiritual. El pulpito no es el lugar para un ac­
tor ni siquiera para un animador. Es un lugar para el embajador del
Dios Altísimo. El sarcasmo no tiene lugar en la predicación y en la
ganancia de almas. No importa cuán digna pueda ser la causa, cual­
quier vestigio de amargura o sarcasmo perjudicará su labor. Muchas
personas quedarán malquistadas por estocadas personales provo­
cadas por nuestra liviandad en el púlpito. Más de un abogado ha
perdido su caso por provocar al jurado con su sarcasmo. Los epíte­
tos desagradables tienen el mismo peligro que el sarcasmo. Es muy
probable que la gente muestre solidaridad hacia la persona a la que
se? estigmatiza.
Se dice que John Clifford poco después de que empezara a pre­
dicar, y él también fue un gran predicador inglés, pronunció un ser­
món, precisamente donde censuraba las faltas y destacaba los pun­
tos débiles del pueblo cristiano. Al día siguiente se encontró con un
piadoso maestro de escuela de iglesia que le dijo: «Le aconsejaría,
señor Clifford, que tire su pimentero y que tome un tarro de miel con
usted». Y vuelvo a citar a mi padre, que solía decir: «Recuerda, hijo, 6
tú siempre cazarás más moscas con miel que con vinagre». Cs bueno
recordar eso. E xel uya m o$/senc i11a men te el^araism o y .las expresio­
nes acidas, así como el uso excesivo de anécdotas humorísticas, o de ^ ^ i
cualquier otra clase de anécdotas si se usan muy frecuentemente.
Personalmente, estoy cansado de una serie constante de relatos. Creo
que deben usarse ilustraciones, sí. Son como las ventanas, pero no que­
remos hacer una casa en la que todo sean ventanas.
1 2 0 A pacienta mis ove ias

HI liso excesivo de anécdotas humorísticas o cualquier tipo de


anécdotas tiende a debilitar el mensaje espiritual. Nunca busque que
la gente se* ría simplemente por hacerse usted el gracioso. Sin embar­
go, usar el humor de vez en cuando puede iluminar algún pasaje y
t i generar algún sentimiento agradable. Pero la anécdota debe ser limpia
ly sana y nunca, nunca, debe ser usada simplemente por sí misma.
Ahora aquí hay algunas indicaciones para los predicadores jóve­
nes. Sé que me han ayudado, y desearía haberles prestado más aten­
ción. W. T. Stead que también fue un orador de talento, así como un
escritor y redactor notable, dijo: « Primero, nunca hable sin tener al­
go que decir. Indudablemente tenga algo que decir. Segundo, sién­
tese siempre una vez que lo ha dicho. Tercera recuerde que el dis­
curso es una exposición sorda, cuando no es audible. Cuarto, piense
positivamente, pronuncie claramente, manténgase en pie de una ma­
nera natural, no hable demasiado ligero. Quinto, reciba con bene­
plácito las interrupciones enunciadas claramente, no importa cuán
hostiles sean».
Una cosa que me gusta en cuanto a predicar en países británicos
es que probablemente va a conseguir reacciones del público. Si les
gusta, dirán: «¡Oye, oye!». Si no le gusta, dirán alguna otra cosa. Es
bueno que un orador sea capaz de manejar la situación y ocuparse
de sí mismo. Lloyd George era un hombre que podía manejarse a sí
mismo en público, y de paso, era predicador bautista a la vez que
miembro del Partido Liberal. Cuando estaba en una de sus grandes
contiendas políticas y las cosas se estaban poniendo realmente calien­
tes, justo a la mitad de uno de sus discursos políticos más enfervori­
zados, en medio de la multitud, alguien gritó: «Lloyd George, Lloyd
George, ¿dónde está su abuelito ahora? ¿Y dónde está el viejo burro?
¿Y dónde está la vieja carreta que usted usaba para acarrear carbón?»
Lloyd George nació de una vieja cepa galesa de labradores, de
gente común. Su abuelo era proveedor de carbón en Criceieth, en el
País de Cíales, y el hombre que interrumpió justamente quería pro­
vocar que la mente de la gente se distrajera de lo que estaba dicien­
do Lloyd George, así que expresó estas palabras relacionadas con su
abuelo sin ninguna razón, excepto la de causar problemas.
Lloyd George se detuvo y le dijo muy cortésmente: «Bueno mi
amigo. Acabo de venir precisamente de Griccieth, estuve allí para
pasar un período corto de vacaciones, y allí en el cobertizo vi la vieja
carreta que usaba el abuelito. Aún está allí». Después añadió: «El
nbuclito murió y espero que esté en el cielo; ¡pero veo que el burrojaj®
regresó aquí!» Ustedes ven, fue capaz de devolverle la pregunta a
su interruptor. Fue rápido. Desde ese momento en adelante, captó
la atención de su auditorio.
Cuando Henry Ward Beecher fue a Inglaterra para ayudar a
Abraham Lincoln a conseguir que Gran Bretaña se mantuviera al la­
do del Norte en la guerra de secesión, la situación era muy seria. Si
Inglaterra hubiera declarado la guerra contra el Norte y se hubiera
unido con los sureños, sin ninguna duda no habríamos tenido un
país como hoy es Estados Unidos de América. El pueblo inglés esta­
ba sufriendo; la parte central de Inglaterra estaba hambrienta por­
que no podían conseguir el algodón del Sur para sus fábricas de teji­
dos. Se había establecido un bloqueo contra el Sur, así que el presi­
dente Lincoln envió a Henry Ward Beecher, un gran predicador que
era invitado a menudo por toda Inglaterra, para que le hablara a la
gente común y le explicara que su sufrimiento era parte de la gran ba­
talla para conseguir la libertad de los esclavos. Esa fue la razón por la
que tuvo que ir y predicar ante aquellos auditorios grandes y hostiles.
Una noche, cuando estaba predicando en Manchester, justo a la
mitad do su elocuente discurso, se levantó un hombre en la galería y
comenzó a cantar como un gallo. Beecher se detuvo inmediatamen­
te y sacó su reloj, miró el reloj, lo escuchó, lo sacudió, y después dijo:
«No entiendo. F.ste reloj nunca antes me había fallado. Pero debe deO ^ p r­
estar equivocado porque los instintos de las criaturas inferiores nun- wo p¿ p'
ca fallan. Debe de haber amanecido ya». La multitud comenzó a reir-''
se, y desde ese momento en adelante los tuvo en el hueco de su
mano. Quebró la tensión.
Ellen Cicely Wilkinson una vez tuvo una experiencia parecida.
Era miembro del Partido laborista ingles, y estaba una vez. en la tri­
buna pública para discursos electorales, y mientras estaba hablan­
do, entre la multitud alguien gritó para molestarla.
— Oh, señorita Wilkinson, en todo caso ¿qué sabe usted de esto?
— No sé mucho — dijo ella.
— Muy bien — le dijo el hombre— > ¿cuántas costillas tiene un
cerdo?
— No lo sé. Realmente no lo sé, pero si usted viene aquí, las con­
taré — le respondió.
Ella estaba preparada para responderle oportunamente.
Algunas veces pueden darse reacciones en su congregación que
no serán de ayuda para usted. Ahora bien, por supuesto, (u ^ u e d e
contestable a ellos com o lo hicieron estos personajes en reuniones
políticas, pero,ustedes pueden estar «alerta, pueden pensar y estar
preparados. Por eso dice el señor Otead: «Reciba las interrupciones
' • expresadas claramente, no importa cuán hostiles sean».
Ej_scxto_ punta de.W. L Stead es-eáte: «Nunca píenla dos) cosas:
su compostura y-¿l hilo de su discurso. Séptimo, acuérdese que el
ojo es tan elocuente com o la lengua. Octavo, nunca vacile en termi­
nar en el momento oportuno. Dediqúese por completo a terminar.
No retroceda. Noveno, nunca lea su discurso, oero tenga siempre
encabezamientos o secciones de su discurso a mano en caso de que
se olvidara; pero por supuesto, debe tenerlos en su memoria. Déc.
q m of nunca se olvide de las palabras de sabiduría del cardenal
9 Manning: "Concéntrate en tu tema y olvídate de ti mismo"». 9
No hay duda que ustedes tienen ya largas listas de cosas que no hay
que linar y de cosas que hay que linar, en el momento de predicar y de
hablar en público; y encuentro que al preparar estas conferencias mi
problema no está en conseguir material suficiente, sino en tener el va­
lor de descartar buena parte de este material Hay tantas cosas buenas
que podrían decirse que es muy difícil saber qué incluir y qué excluir.
Pero por encima de todas las cosas, no olviden exponer su mensaje de
• mancia_daca. Háganlo,sencillo. Háganlo tan sencillo que puedan
entender los chicos. Para mi, uno de los cumplidos más grandes que
pueda obtener es tener a los chicos juntos y deseosos de escucharme y
quietos mientras me escuchan, y después que digan: «Puedo entender
al predicador». Los niños nunca lo escucharán c estarán ansiosos de
ir a sus reuniones a menos que usted haga su mensaje sencillo. Por
eso es tan importante que todos los chicos, muchachos, señoritas y
jóvenes, están juntos en el servicio de predicación y que no tengan
servidos de adoración separados. Ustedes no tienen idea de cuánto
de su sermón recordarán los chicos y cuántos quedarán con la im­
presión de haber estado en una reunión espiritual de importancia
para su vida.
Hace algún tiempo, tuve una experiencia maravillosa en Eugene,
Oregon, donde fui invitado a hablar ocho noches. De paso, tenemos
allí una hermosa iglesia, una de las iglesias más hermosas que los
adventistas han construido alguna vez en América del Norte, y fue
construida con poco dmero. Tiene capacidad para unas setecientas
personas y es un honor para nuestra causa. Por supuesto, las tres
filas de adelante estaban desocupadas como lo están usualmente.
Le dije a la gente que durante el tiempo que estuviera allí iba a de­
pender de lo que yo llamo mis «cuatro filas de remeros», porque las
cuatro filas primeras de un auditorio significan más para mi que
cualquier otra parle del edificio. Así que les dije: «Mañana por la
noche, y cada noche mientras predique aquí, me gustaría que quie­
nes crean en Dios y que van a orar por mí, se sienten en esos asien­
tos. Lstoy pidiendo voluntarios para llenar esas cuatro primeras
filas». Y saben, vinieron allí en seguida. Chicos y chicas de sois a
trece años llenaron las dos primeras filas. Estuvieron allí todas las
noches y no se percibía ni el más leve murmullo; no hubo ninguna
risa. Aquellos pequeños estaban conmigo y los elogié cada noche y
les agradecí por sus oraciones. Allí en Eugene tuvimos un reaviva-_Jt>(
miento, y fueron aquellos («primeros cuatro filas de remeros» /los
que pusieron en marcha todo.
Así que, haga su predicación tan sencilla que los pequeños deseen
venir y escucharla y la entiendan. Los niños deberían estar en nuestras
reuniones. Deberían estar con sus padres y escuchar la predicación, no
en otra reunión para elfos. Tv4e~acuerdo cuando escuchaba a K.C.
Russell, G. B. Thompson, J. O. Corliss, J. N. Loughborough, y otros
personajes importantes predicar cuando era un niño pequeño que
me sentaba con papá y mamá. Es asombroso cuánto puedo todavía
recordar de lo que dijeron. Si el predicador lo dice sencillamente, si
lo hace tan claro que los niños de Siete, ocho y nueve años puedan
entender la mayor parte del sermón, entonces es un verdadero pre­
dicador. Dígalo todo con sencillez, con fervor. _ ■ i
Fue Robert Hall quien dijo: «Si estuviera en un juicio donde se
hallara en juego mi vida y mi abogado distrajera al jurado con sus
tropos y figuras, y enterrara sus argumentos debajo de una profu­
sión de florida retórica, le diría: "Señor, coloqúese en mi lugar y
hable a la vista de la horca y expondrá su relato en forma clara y fer­
viente"».
¿Y no diría usted lo mismo? Yo lo diría. Si mi vida estuviera en
juego, quisiera que mi abogado presentara mi defensa de modo di­
recto, convincente y con la máxima claridad. Cuando nos detenemos
1 2 4 A pacienta mis ovejas

a pensar en esto, aquel pecador que se sienta aUi, en el banco ante


nosotros, está en condición crítica; su vida está en juego. Algo peor
queTa horca está delante de él. Todo depende de su decisión. Y su
destino eterno, amigo m ío, depende de lo que usted diga y de la for­
ma en que lo predique. Así que sea cuidadoso en lo que dice y cómo
IcTdice. Hable con toda la sinceridad de una fe que no solo cree que lo
que usted dicees verdad, sino que cree que el des-.ino eterno depen­
de de ella, y si no lo siente así, entonces no la predique. Si ese ser-
món no es asunto de vida o muérte, iisled nuncad ue ordenadq_para
/ xpredicarlo ^
if P desea ser claro como predicador, no intente ser exhaustivo.
* Presente unos pocos puntos destacados, y remache esos puntos con
claridad en cada sermón. Como acostumbraba a decirme mi padre:
h 0 U«Toma unos pocos textos sólidos, como clavos largos y golpéalos
l'con fuerza a través del tablero y remáchalos por el otro lado». Guar­
de parte de su munición. No trate de decirle a la gente todo lo que
usted sabe en un sermón, podría conseguir su propósito, pero no ten­
drá nada m ás que decirles luego. Cuando el interés está en su pun­
to más alto, siéntese, t i que está diciendo algo siempre lo dirá me­
jor con el menor número de palabras. Cuando el clavo está rema-
•f ehado, está de más cualquier martillazo posterior. No se* desvíe en
su predicación. Tenga un blanco definida y concéntrese en él. Tenga
un objetivaren cada sermón. Eso se consigue me or con la predica­
ción temjfóga, reduciendo ei significado del texto o del tópico a una
oración de mías pocas palabras como el primer fundamento del ser­
món. Coloque en esa oración el pensamiento principal que apoyará
todo el tiempo a través de su sermón.
Creo que ese es el primer fundamento, reducir el significado de
, su texto o de su tema a una oración gramatical sencilla de-siete a quin­
ce palabras como máxjxpo. Puede tomarle la mi:ad del tiempo de
preparación lograr esa frase definitoria. Comience escribiendo fra­
ses, pensamientos que vienen de su texto. Puede escribir cien frases,
pero no serán ideas que se vayan a perder inútilmente, porque Lis po­
drá usar a lo largo del sermón. Pero cuando finalmente obtenga esa
frase definit^rj^ que le suene bien, como solemos decir, comience
con ella. Cite su texto y después, en unas pocas pa ¡abras su intittáW-
ción. Después de eso presente la frase qúe-contiene el tema y diga:
«Estojas lo q u e j o veo en este texto». Después siga con eso directa-
mente a través de su serm ón. Citando tiene la frase, preferiblemen­
te de siete u ocho palabras, o aim de quince cuanto más corta sea,
m ejo r- el sermón está casi hecho. Eso lo mantendrá en un tema de­
finido, una idea definida, y eso hará gp? el sermóp sea entendido
mucho más fácilmente.
No hable demasiado rápido ^ d e m a sia d o lento. No voy a decir
más en cuanto a eso, ustecf lo encuentra en su homilética. Hay algún
material precioso sobre el uso de la voz en Testimonios para la iglesia, *>
lomQ.'Lpáginas 55ft-.56Q.5ti?.; lo m o j^ á g in a s lomo 3,.pági-
na 311; tomo 4, páginas_.4ü4-40ó. ,55SLiíQ¿..6fl5:.lomo página.380;
en ¡a educar¡án. página 199: Palabras de vida del gran Maeslm, página
270; y en otros libros que están a disposición de todos ustedes [ver el
libro de JleflaT?. de W h¡te, ü ¡jx%LS¡A¿dU¿gcj¿n \ju§p
Después, les recomendaría que no hablen demasiado alto. No se
trata de pegar gritos ni de vociferar. Hubo alguien en un Estado en
el centro de este país que acostumbraba a decir: «Cuando me olvido
de lo que tengo que decir, sencillamente grito más fuerte. Eso hace
que la gente se aturda y se desconcierte y piense que tengo algo
para decirles». Y esa es la forma como se las arregla. A veces se* pro­
duce demasiado griterío, pero no deseamos ser culpables de eso.
'fejjtono conversacional familiar& s el secretar e una buena predi- ^
cacígff. Recuerden que la predicación es cpnversadójx.dm ficada.
La hermana White dice: «En lo posible, el predicador debiera m anteV
ner el tono natural de la voz» (’Testimonios para laJglesia. t. 2, p. 592K
X_pniiiavor, predicador* 1c ruego que: no haga anuncios al finals
d e s u sermó^ y. n j p u r m i t a A l u c i ^ g ^ DiSpida^
la uente a sus casas con las impresiones d_el^sermón frescas en sus
mentys. Cuántas veces he asistido a un congreso de la Asociación Ge­
neral, o a congresos campestres o a alguna otra reunión, donde un
sermón conmovedor fue derecho al corazón como una flecha. Cada
uno estaba bajo una profunda sensación de la presencia de Dios e in­
mediatamente, sin ninguna palabra de transición alguien se levan­
taba y hacía algún anuncio que no tenia nada que ver con temas es­
pirituales. Anunciaba que debía cambiarse de lugar un automóvil, y
que Fulano de Tal se reunirá en la sala número tal y tal. Un anuncio t1
como ese es justamente un chorro de agua Iría sobre toda la reunión.' h f' f' A!»
Sugiere realmente que el sermón no importa para nada. Nunca sea cul-
pable de un hecho semejante. Si hay que hacer anuncios, asegúrese
que haya una transición, unas palabras piadosas o do testimonio per­
sonal, de apreciación del mensaje, antes do quo so introduzca el asunto
que no es pertinente. De otra manera, so desconcierta al auditorio.
En efecto, tales animóos dejan la impresión de algo así como: «Ahora,
por favor, esto os algo importante. El sermón se terminó, ya no nece­

(sitan pensar más en él».


Cuando los demás se dan cuenta que luimos ordenados para
predicar, y que es nuestro mayor interés, y que lo estamos haciendo,
esas otras cosas secundarias pasarán a ocupar su lugar apropiado,
que ciertamente no es el primero. Un hombre que reconozca la ele­
vada vocación de la predicación cuidará mudio esos detalles. N o
•' ¿ comenzará con disculpas antes de empezar a predicar. Es^»lj)orta-
9 yozdeD ij¿s. O tiene un mensaje o no tiene ninguno. Cuandqjlegue
el momento de comenzar, comience. A menudo he oído decir a mi
rp ad re: «Sé como un nadador fuerte. Salta, se zambulle y comienza
O *' Jj j nadar para llegar a la orilla». Esa es la manera que usted necesita
para comenzar un sermón. ¡Zambúllase! Es verdad que hace años
usted podía comenzar lentamente y perder el tiempo por treinta
minutos para ponerse en marcha, pero no hoy con esta vida tan ace-
larada que lleva todo el mundo. Usted querrá dar en el blanco en su
primer párrafo. Recuerde lo que dijo 1.amb: Usted tiene treinta mi-.
9 ^ imtctó^qwg despertar a los_muertos>>.
Adem ás nuestra postura en el pulpito no debería desviamos de la
santklad de nuestro mensaje. Me doy cuenta que cada persona es di­
ferente. Todos tenemos limitaciones físicas contra las cuales luchar,
pero deberíamositratar de sentarnos erguid%» manteniendo un gorfe
apropiado y.solemne. Recuerde, el publico nos está observando.
Y ahora, me gustaría sugerir que todos nuestros predicadores
jóvenes deben aprender cómo hablar en tono bajo. Sé que no vale de
nada decirles que no cuchicheen en el pulpito; todos hacemos algún
cuchicheo. Cuando un hombre está sentado de tal manera que lo ve
todo el público, y mantiene una conversación animada con el que
está a su lado, o aun se ríe de vez en cuando de algo que se le dijo,
distrae mucho la atención, por decir lo menos, y muestra luí proto­
colo muy pobre en el pulpito. Si en realidad tiene algo que decir a ja
persona que está sentada a su lado, nnirmúreselo secretamente jus-
to en su oído; pero «murmure» en lugar de hablar en.voz..baja. No
rezonguemos, ni hablemos, ni expresemos núes tías opiniones per-
sánales a espaldas del orador. Eso incomoda a la gente que está al
frente y molesta al predicador si de alguna manera es muy nervio­
so o tiene sus antenas bien paradas como las debe tener un buen
predicador. Alguien que sea nervioso será mejqrjuedicador si man-
tiene sus nervios bajo control. Como dijo Gladstone: «Yo nunca predi-)
co, pero he de tener respeto y sentido común». Así que seamos bon-r f ° ’c’at
dadosos con esos predicadores nerviosos y no cuchicheemos ni h a '
gamos el más mínimo ruido.
Y por supuesto, si tiene que mirar su reloj no permita que otra
persona vea que lo hace; especialmente ¡no lo sacuda para cerciorar­
se de que está funcionando! Había un hombre que acostumbraba a
hacer eso cuando yo estaba predicando con John Tumor en una pe­
queña escuela en las afueras de Colorado. Tenía uno de esos grue­
sos relojes de bolsillo que hacían tic tac casi parecido a un reloj de
pared, y cada noche cuando estaba cerca de la mitad de mi sermón,
lo sacaba y lo miraba justo frente a mí Muchas veces estuve tenta­
do a detenerme y decirle lo que el Dr. Parker, uno de los grandes
predicadores en Londres le dijo a un hombre que hacía eso. Se detu­
vo justo a la mitad de su sermón y dijo: «Joven, ¡guarde ese reloj! Es-^¿ ^
tamos hablando sobre la eternidad, no sobre el tiempo». Pero ef
Señor me inspiró la prudencia para no hacerlo y no lo hice.
Al momento de estar en la plataforma es mejor quCnoLgrraspee,
ni que vaya rápidamente de un lado a otro cuando se canta el himno
o durante la predicación, prestando atención a cosas de poca impor­
tancia, cuando usted debiera estar atento a la música o a quien está
dirigiéndose a la congregación. No se ponga inquieto ni ponga caía de
aburrimiento cuando está en el uso de la palabra otro orador, todas
estas cosas ponen de manifiesto falta de seriedad, falta de refinamien­
to, y falta de aprecio de la sagrada importancia de la Palabra de Dios.
Aprendí algo de Ane MacPherson. Sin embargo, esto no signifi­
ca que la seguimos en su teología, pero era una buena animadora de
reuniones, que para el caso es exactamente lo mismo, y enseñaba un
curso para predicadores jóvenes, tenía quinientos estudiantes de_
teología en su curso y les dijo: «Cuando se sienten en la plataforma
junto a otro predicador, por el privilegio de estar sentados allí, '
deben manifestar el máximo interés. Si su lema es tan seco como el
polvo, miren como si estuvieran interesados. Saquen sus lapiceros y
actúen como si tomaran notas. Tal vez solo haga marcas en el papel
1 2 8 A pacjemta mis ovejas

para impedirle que reviente, pero», dijo ella, «muestren un interés


activo. Entonces la gente dirá, "no entiendo mucho de lo_qy£j.i}>tá
diciendo,pero aquel está lomando algunas notas; debe ser bueno el
tema". Así que el público comienza a escuchar. Usted le debe todo
eso a su compañero ministro si está con él en la plataforma».
He estado en la plataforma y varias veces me he dado cuenta que
era difícil para mí interesarme en lo que el predicador estaba tratan­
do de decir, pero de cualquier manera traté de escucharlo y encon­
tré que estaba proclamando buenas ideas a pesar de sí mismo. Es
bastante difícil para cualquiera hablar media hora o cuarenta y cin­
co minutos sin decir nada bueno, por lo menos cada vez que lee la
biblia hace algo muy bueno. Y es bueno para nosotros tener prue­
bas que aumenten nuestra paciencia y algunas veces de esa manera
recibimos ayuda.
Aun bi el orador no es interesante, trate de aduar como si lo fue­
ra. Al menos está leyendo d é la Palabra de Dios. Al menos está sien­
do un mensajero de Dios. Si su predicación es un fracaso total, ha­
gamos lo mejor posible para sostener el honor de la Palabra y el
lugar del ministerio. Así que si usted está sobre la píataforma:mu és-
trese Interesado en la predicación del orador y escúchelo con aten­
ción. Si tiene una Biblia, busque los textos que rita. De esa manera
alguien va a recibir una bendición que de otra manera no podría re­
cibirla, ;y ese podría ser usted!
/ No haga toda su oración en público. Hágala en privado de ma­
nera que la oración pública sea breve y al punto. <Orar un largo rato,
como lo hacen algunos, está del todo fuera de lugar [...]. Las oracio­
nes largas cansan, y no están de acuerdo con el evangelio de Cristo»
(Testimonios para la iglesia, t. 2, pp. 545, 546).
El señor Moody sabía cómo manejar un auditorio. Cuando fue a
T.ondrcs para tener una serie de importantes reuniones de reaviva-
miento, supo que muchas cosas iban a depender de la primera im­
presión que la gente recibiera de él. Venía de otro pals, y sabía que
debía tener la solidaridad y el apoyo de todo el pueblo cristiano que
lo escuchara, si es que quería tener éxito. Un su mismísima primera
reunión, que fue una especie de reunión preparatoria para las reu­
niones evangelizadoras que iba a tener, anunció un momento de
oración. Tomaban parte varias personas. Finalmente’comenzó a orar
un hombre que era notable por la prodigiosa extensión de sus pe ti-
dones. En unos pocos minutos, Moody se dio cuenta de la clase de
hombre que tenía entre manos y supo que si le permitía dominar to­
do el servicio de oración, se arruinaría la reunión, y como resultado
de esto se* frustraría el propósito del evento, y su influencia queda­
ría destruida. Así que, mientras el hombre continuaba con su ora­
ción, dijo suavemente: «Mientras el hermano Fulano de Tal termina
su oración, vamos a cantar el himno numero tal y tal». No es nece­
sario decir que la oración terminó pronto, y desde ese momento en
adelante, los demás obreros cristianos se dieron cuenta de que en el
señor Moody tenían a un hombre que podría encargarse de todo
con eficacia. Lo apoyaron y las reuniones fueron un éxito. Esa fue
una cura drástica, pero algunas veces usted no tendrá más remedio
que soportar alguna de esas oraciones interminables.
También, cuando usted ora antes de predicar su sermón, o antes"
del sermón de otro, no ore el sermón en la oración. Algunas veces me
pasó esto a mí, y cuando terminaba la oración ya había dicho todo_
mi sermón y me quedaban pocas palabras que d e d j ^ ___
La Biblia tiene un libro completo de o ra c io n a le s Salmos? L ra en
voz alta los Salmos, y comprenderá la m anera en que Dios desea que
nos dirijamos a él en oradón. El libro de los Salmos es el mejor libro
de oraciones para el cristiano. Junto al libro de los Salmos, y no es
una herejía lo que voy a decir, vaya a la librería de libros usados y
consiga un ejemplar del Book o f Common Prayer fLib ro d e laoracjun. ^ 9 _ j
en común) de la Tglesiaclc Inglaterra, o la iglesia Episcopal, y lea a g u e ^
lias maravillosas oraciones escritas por eljn ártir Latimer. De esas
oraciones aprenderá cómo se ora en una reunión pública y cómo
expresarse con solemnidad. Aprenderá a incluir en sus oraciones,
primero, la óüabanza^a Dios, después el agradecimiento^ luego la
confesión y al fin susj^upUcas^ú SemK por las cosas que necesita.
Aprenderá cómo acercarse a Dios en público de la manera apropiada. •
Muchas de nuestras oraciones en público son desorganizadas y
vagas. Pueden ser fervorosas y sinceras, y deberían ser así. Ahora,
por favor, no me entiendan mal, Dios comprende cada corazón su­
plicante y contesta la oración sincera no importa qué palabras use­
mos. Peni a menudo escucho, incluso a pastores, comenza r a orar, di­
rigiéndose a Dios el Padre, y cuando llegan ai fin de su oración, dicen : 1 Oro r ! !
«Sálvanos aiandóV engas; oram os en tu nombre». Ahora pregunto:
¿a quién se* están dirigiendo, a Dios o a Jesús? Bueno, por supuesto,
sabemos que son uno, es verdad, pero ¿no creen que deberíamos ser
un poco m ás concretos en nuestras oraciones?
Me imagino au e no es nuestro deber criticar las palabras de la
oración p o rq u o j^ o j entiende todo anhelo del corazón, ya sea que
usemos las expresiones correctas o no, pero ¿no es mejor ser lo más
claros posible en nuestras oraciones?
Si comenzamos y oramos al Padre celestial, ¿no deberíamos con­
tinuar orándole a él y después al ñn de nuestra oración pedir cual­
quier cosa que deseamos que haga cuando venga Jesús, ¿no les pa­
rece? ¿No recalca la Biblia que es Cristo quien viene, más bien que
Dios el Padre? Yo creo que eso es verdad. ¿Y no nos ordenó clara­
mente Jesús que oráram os al Padre y que le pidiéramos las cosas en
su nombre, es decir, en el nombre de Jesús? No estoy diciendo que
sea incorrecto orar de la otra manera, sino que ciertamente es una
manera de razonar más bien confusa. Y con toda seguridad, cuando
oramos de esa manera caemos sencillamente en las formas y rutinas
de la oración. No estaría mal que estudiáramos las oraciones que hay
en la Biblia: las oraciones de Jesús, las oraciones de los apóstoles, las
[oraciones de los profetas, y especialmente las maravillosas oracio-
Inés de los Salmos. Podría estar bien considerar algunas de estas ideas,
y sin duda ustedes las estudian en sus clases de homilética y si no
i figuran en el programa de la dase de homilética, deberían figurar.
Digamos ahora una palabra sobre la convicción en la predicación;
Hemos de tener convicción o nuestra predicación carecerá de valor.
Cuando un hombre ha sido ordenado para predicar, eso debería dar­
le la certeza de que es el portav.OZ.de Dips. Dijo Jesús del apóstol
Pab]o: <-Me aparecí a fT para ponerte por ministro y testigo» (Hech.
26:Tú). El ministro que no está seguro de su propia poder y de su pro­
pio mensaje es ciertamente una parodia y una tragedia. Los verdade­
ros ministros son, en primer lugar, hombres, pero deben ser hombres
de Dios (1 lim. 6:11). Pueden ser deficientes en la luz y la vida espiri­
tuales, como fue Apolo (TTech. 18: 24-26), o pueden ser semejantes a
Tilomas Chalmers de F.sooeia en sus inicios con «una apariencia de
piedad, pero negarán su eficacia» (2 Tim. 3:5). Este es el núsnio espíri­
tu de la era en que vivimos, y podría apoderarse sigilosamente de no­
sotros como pastores. O podemos ser semejantes a John Wesley, que
esperamos tener la experiencia de un corazón ardiente que encon­
tró en la calle Aldcrgatc, en Londres, y que cambió toda su vida.
Podemos tener todo lo que tuvieron esos hombres y con todo no
poseer la profunda convicción de que somos los siervos tie Dios con
un mensaje del cielo. A menos que seamos sinceros, seremos m uy in-
felices en el ministerio. Les digo, nuestra obra llegará a ser una me­
ra rutina, un mero girar de ruedas v un tirar de palancas.,Si no sabe­
m os. como el apóstol, que «v iv ir es C ris tó b a l iin nos. atrapará la
rutina. Será como «la peste que al med ¡odia destruye».
Cuando alcanzamos la edad madura y el entusiasmo físico co­
mienza a menguar, cualquier cosa que esté basada sobre la mera
euforia física, está propensa a fallar a medida que el cabello se pone
gris y el vigor de la vida comienza a huir. Ustedes saben, algunas ve­
ces escucho a alguien tan viejo como yo mismo, decir: «Oh, me sien­
to mejor que cuando tenía veintiún años». ¿Qué cuento es ese? Sen­
cillamente se olvidó de cóm o se es a los de veintiún años, eso es to­
do. No hay nada comparable a la juventud, pero no base su poder
para hablar en la juventud. Su poder para predicar puede aumen­
tar, y aumentar, y aumentar justo hasta el fin si está basado en la fe
en Dios, la consagración y la seriedad; en un estudio serio de los li­
bros y de la gente, especialmente de la gente. ¿Acaso se puede ser\ ,~ J'
predicador,sjnMsilar a la gente? Ahí es donde están sus sermones, ' J-b -
ahí afuera en los/hogares d e la gente
Hemos de tener una sinceridad que sea resultado d e ja convic-
ción de la verdad, del llamamiento de Dios y de la presencia del Es-
píritu Santo en nuestro ser; y que esa sinceridad nos impulse' a tra­
vés de la primavera, verano e invierno, la mañana y la tarde de la
vida. Hemos de tener un sentido de vocación. Hemos de ser hom-
bres consagradas, hombres comprometido^. Escuchen las palabras
solemnes de Dios en Jeremías: «Yo no envié a esos profetas, y ellos O
corrieron. No les hablé, y ellos profetizaron» (Jer. 23: 21). El apóstol
Pablo habla de haber sido apartado y llamado por la gracia de Dios,
que reveló a su Hijo en él (Gal. 1 :1 5 ,1 6 ).
Antiguamente en Escocia a quienes se estaban preparando para
el ministerio se les preguntaba: «¿No son el celo por el honor de
Dios, el amor por Jesucristo, y el deseo de salvar almas los motivos
principales y el aliciente supremo para entrar en la función del
sagrado ministerio?» Y no se permitía contestar con una inclinación
de cabeza, ¿Podría usted contestar: «Sí, por la gracia de Dios» a esa
pregunta?
El verdadero predicador se aferrará a su predicación. Alguien ha
dicho que el verdadero pescador nunca desechará sus cañas de pescar.
Y de la misma manera el verdadero predicador. No importa cuán vie­
jo llegue a ser, siempre seguirá siendo un predicacor del evangelio

X eterno. «No desprecies el ministerio», dijo Thomás Goodwin, «porque


Dios tuvo solamente un Hijo y fue el Pastor».
Algunas veces pienso que sería bueno si cada uno de nosotros
fuera cuestionado en cuanto a las credenciales divinas que tenemos.
Cuando usted ve que su gran esfuerzo ha dado pocos resultados,
cuando lo critican y tiene un mal ralo con algunos de los hermanos
o alguien se burla de su obra, o usted llega a estar físicamente afligi­
do y enfermo, la tentación es a sentir que tal vez usted no fue llamado
por Dios, o que su predicación no es la voz de Dios.
Un predicador exigente fue desafiado por un laico que dijo: «Us­
ted no osaría predicar sin su toga, sin su libro y sin su salario». ¿Se
aplican esas severas palabras a nosotros? Imagínese que la Asocia­
ción dejara de pagarle, ¿se mantendría predicando sin ninguna re­
muneración? ¿Se sentiría todavía llamado a predicar? Sí, usted ten­
dría que conseguir un empleo para ganarse la vida, me doy cuenta
de eso, pero ¿se mantendría predicando si no tuviera ningún saia-
'}\o\ rio? ¿Predicaría? William Carey dijo: «Mi obligación es predicar el
^evangelio. Remiendo zapatos para pagar mis gastos».
Cuando John Wesley tenía treinta y cuatro años era un fracaso
como ministro, no porque no tuviera formación, pues se había gra­
duado en la Universidad de Oxford; no porque tío fuera reconocido
por la iglesia, puesto que ya estaba ordenado. Era un fracaso porque
no conocía la voluntad de Dios para su vida. Pero, cuando llegó a
tener una experiencia de santidad con su Dios, se apoderó de él un
poderoso fervor que llenó su corazón, y encendió el fuego ardiente
a través de Inglaterra, Irlanda y Escocia, y finalmente en lodo el
mundo ¿Hay alguna convicción en nuestros corazones que exlame:
/«•«¡Ay de mí, si no anunciara el evangelio!» (1 Cor. 9 :16)?
Nunca olvidaré el día en que el hermano Roy Anderson, que está
con nosotros esta noche, y yo estuvimos en el pulpito de John Wesley
en su capilla en City Road, Londres. Allí inclinamos nuestras cabe­
zas y reconsagramos nuestras vidas al ministerio cristiano. El mis­
mo día visitamos su casa y vimos la habitación en ia cual murió
rodeado de sus jóvenes predicadores. Después de haber permanecí-
do inconsciente durante dos o tres días, abrió los ojos y dijo con una
sonrisa: «Lo mejor de todo es que Dios está con nosotros». Ese fue
el secreto de su vida. Creía que Dios estaba con él. Fue ferviente por­
tille creía su mensaje», Q£Í¿Len su llamamiento. Para mí, John Wesley
es el mejor ejemplo cíe"carácter cristiano aparte de los personajes
bíblicos. Tenía el corazón más ardiente y la cabeza más equilibrada
que ningún otro hombre de Dios cuya biografía yo haya leído. Com­
pañeros, si pudiéramos mantener ese sentido de la presencia de
Dios en nosotros, sería lo mejor de todo. Esa es la clase de predi­
cador que quiero ser. »**v*
Allí exactamente al lado del dormitorio déWesleyfcstá su salita
de oración, realmente un cuarto pequeño que tíeñe ño más de cinco
pies de ancho por siete de largo (1,50 x 2,10 metros) con una peque­
ña chimenea, un auténtico lugar de meditación. La ventana da a un
muro de ladrillo. N o hay ninguna vista, solo el azul del cielo. Ese fue
el centro de la fuerza del gran reavivamiento metodista, donde aquel
hombre fervoroso se arrodillaba y hablaba con Dios.
Piense en todo lo que habían en contra suya: Sintió la frialdad y
la oposición de la iglesia establecida, de la cual fue miembro hasta
el día de su muerte. Le prohibieron predicar en su propia iglesia, en
la cual había sido pastor asociado con su padre. Tuvo que salir y po­
nerse en pie sobre la lápida sepulcral de su padre para predicar el
evangelio cuando regresó al vecindario. Se enfrentó a la oposición
de turbas furiosas de las que poco sabemos hoy. Tuvo la oposición de
teólogos decididos y algunas veces inescrupulosos. Y tuvo la oposi­
ción del corazón humano, que es desesperadamente perverso y que
ningún hombre conoce totalmente, ni aim hoy día con toda la psi­
quiatría y la psicología. Durante muchos años fue muy infeliz en su
matrimonio, y esta gran carga descansaba sobre él sin una palabra
de queja. Uno de sus pastores jóvenes llegó un día inesperadamente
al hogar de los Wesley, entró, y encontró a la esposa de Wesley que
arrastraba a su reverendo líder por el suelo, agarrándolo por sus lar­
gos rizos blancos. F.l joven predicador escribió más tarde: «Nunca en
toda mi vida me he sentido tan tentado a cometer un asesinato». Un
día mientras predicaba, dijo Wesley: «He sido acusado por mis ene­
migos de quebrantar cada imo de los Diez Mandamientos excepto
el mandamiento contra el robo». Inmediatamente se levantó su
esposa que estaba entre el público y dijo: «John Wesley, tú sabes que
robaste una moneda de seis peniques de mi car te'a anoche». Wesley
dijo con toda calma: «Ahora hermanos, eso completa la lista».
Dije que tenía todo eso en contra, tantas cosas que hubieran que­
brantado el corazón y arruinado el ministerio de más de un hombre,
pero no de John Wesley. ¿Por qué? Porque lo dijo muy en serio. Creía
que Dios lo había llamado y que Dios le había dado un mensaje, y
Dios se lo había dado. Avanzó y dio el mensaje fielmente hasta el fin
de sus días y la Iglesia Metodista es su monumento. Nosotros le.de-
. hemos mucho a la Iglesia Metodista. La mayor parte de nuestros pio­
neros procedían de esa gran iglesia más que de cualquier otra. La
misma hermana While fue metodista. Nunca habló mal de la Iglesia
Metodista; es nuestra madre espiritual. Y detrás de la iglesia Meto­
dista estaba la iglesia de Inglaterra. Nunca digan nada contra ningu­
na de esas grandes iglesias. Agradecemos a Dios por lo bueno que
hubo en ellas. Procuremos nosotros tener tantas oosas buenas.
Mis jóvenes colegas, cuando son ordenados para predicar, entran
ustedes a formar parle de un grupo maravilloso. A la vista de toda la
hermandad, se* ofrece la oración de ordenación, una oración de dedi­
cación, una oración en la cual la iglesia lo pone aparte para una vida
de servicio evangélico, y Dios coloca una marca sobre usted. Creo que
la Iglesia Católica tiene razón cuando habla de la marca indeleble
que se coloca sobre el sacerdote en su ordenación. Dios coloca una
marca sobre usted. Él lo llama a usted. Durante la ordenación se le da
el cargo de predicar la Palabra de Dios, de ser un centinela sobre las
murallas de Sión, un soldado de Cristo, un pastor del rebaño. H1 cargo
generalmente incluye las palabras de 2 Timoteo 4: 1-8 parte de las
cuales rezan como sigue: «Ante Dios y el Señor Jesucristo, que ha de
\ juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,
-*• te encargo: que prediques la Palabra |...]. Pero tú, sé sereno en todo,
Ij soporta las aflicciones, haz la obra del evangelio, cumple tu ministe*
Lrio». Después reciben la bienvenida en el ministerio cristiano.
I liibo un tiempo cuando esta bienvenida estaba acompañada
con un apretón de manos y un beso fraternal. l os otros ministros
presentes también extendían su saludo y bienvenida. Por qué se omi­
te este ósculo santo de bienvenida ahora en muchos lugares, no lo sé.
Posiblemente es porque se ha descubierto que no es higiénico. En
los días apostólicos se besaban. Probablemente su omisión se deba a
que esa práctica no es habitual en nuestros días.
Sería bueno revivir la experiencia de nuestra ordenación de vez
en cuando y los votos que nosotros mismos tomamos en nuestros co­
razones atando se nos impusieron las manos en la ordenación. Cuan­
do imo es ordenado para predicar, ciertamente le entrega a Dios su
vida y todo lo que tiene com o predicador, si no por medio de pala­
bras, al menos por la acción.
Cuando falleció él Dr. George Pentecost, pastor de la Iglesia de Be-
tania, en Filadelfia, se encontró lo siguiente en su Biblia de estudio:
«Tomo a Dios el Padre, para que sea mi Dios (1 Tes. 1 :9 ), a Jesucris­
to para que sea mi Salvador (Hech. 5: 31), al Fspiritu Santo para que
sea mi santificador (1 Ped. 1 :2 ), a la Palabra de Dios para que sea mi
regla (2 Tim. 3: 16, 17), al pueblo de Dios para que sea mi pueblo
(Ruth 1 :1 6 ). Me entrego a mí mismo, todo lo que soy y todo lo que
tengo, al Señor (Rom. 12:1,2). Y l\ago esto deliberadamente (los. 24:15),;
sinceramente (2 Cor. 1 :1 2 ), libremente (Sal. 110: 3), y para siempre
(Rom. 8: 35-39)». Como pueden notar, esa consagración está total­
mente basada en la Palabra de Dios, que debe proclamar el predi­
cador.
FueBiily Sunday, conocido evangelista de la pasada generación,
quien dijo: «Cuando vino Jesús por primera vez, la Palabra de Dios
estaba viciada y neutralizada por las tradiciones de los hombres. Ese
es mayormente el problema en los tiempos presentes. F.n vez de ir a
la Biblia para encontrar lo que Dios dijo, el predicador es muv pro- {: ,
pensó a ir a sus libros para ver lo que los grandes hombres de la
iglesia han dicho sobre ese texto. Y toda su predicación y enseñan­
za toma el color de los lentes que usan los rabinos, exactamente esto
sucedió en el tiempo de Jesús. El hecho de que Jesús no fuera reco­
nocido por las más altas autoridades, sino que fuera rechazado y
crucificado como un impostor, muestra lo peligroso y mortal que es
aceptar las tradiciones de los hombres en lugar de lo que Dios ha di­
cho sobre esos temas. Muchos que ahora son maestros en Israel es­
tán tan sumidos en la oscuridad como estaba Nicodemo. No es lo que
el doctor Fulano o el profesor Mengano tienen que decir de un texto
lo que resuelve la cuestión, aunque la resuelva correctamente, sino
¿qué dice la Palabra? ¿Qué dice la Biblia sobre ese punto? Y lo que {
necesitamos hacer es enseñar la Biblia tal y como ella lo dice, no como
dice algún hombre importante que significa. Hombres grandes han
estado tan equivocados en cosas vitales, como si fueran pequeños».
Ai predicar la Palabra de Dios, estamos obligados a predicar el
evangelio eterno, todo el evangelio: la existencia y personalidad de
Dios el Creador, la deidad y el sacrificio expiatorio del Señor Jesu­
cristo, la inspiración de las Santas Escrituras, la salvación solo me­
diante el sacrificio vicario de nuestro Señor Jesús, el arrepentimien­
to, la regeneración, el don de la justificación por la fe, la obra del Es­
píritu Santo, la inmutabilidad de la ley de Dios, la restauración del
sábado bíblico para los últimos dias, el ministerio de Cristo nuestro
Salvador en el Santuario celestial, la venida de Cristo en las nubes
de los cielos para llevar a su pueblo al hogar, la doctrina de los do­
nes espirituales, la vida solamente en Crislo, la temperancia cristia­
na, y las demás doctrinas bíblicas fundamentales.
Los adventistas del séptimo día anhelan esc adiar predicaciones
sobre aquellas verdades que dieron origen a la Iglesia Adventista
del Séptimo Día. Allá en California, alguien escribió esto, y fue pu­
blicado en el Ministry de marzo de 1957: «ITaco seis años me uní a
la Iglesia Adventista del Séptimo Día, viniendo de otra iglesia. Aquí
escuchamos doctrinas; y aunque los sermones han sido buenos, no
han sido diferentes de los sermones que podía escuchar los domin­
gos en otras iglesias protestantes. Siento hambre de aquellos sermo­
nes adventistas que me trajeron a la iglesia Adventista del Séptimo
Día» (p. 21). Creo que en nuestras iglesias debemos predicar todo el
mensaje.
No hace mucho tiempo en Lió aun gran templo presbiteriano de I.os
Ángeles y escuchó a uno de los predicadores más importantes de los Es­
tados Unidos cuyo nombre ustedes conocen bien, el Dr. Bamhouse.
Lo escuché predicar allí por cerca de ocho noches. La iglesia estaba
atestada con jóvenes estudiantes de secundara y de colegio supe­
rior. ¿Y de qué se imaginan que predicó? ¿Temas especiales para los
jóvenes? No. Predicó una serie especial sobre T-U-L-l-P. Ustedes
como teólogos saben qué es eso. Es el acróstico que representa las
doctrinas de la fe reformada: T, Depravación Total; ü, Elección
Incondicional;!., Expiación Limitada; 1. Gracia Irresistible; P, Perse­
verancia de los Santos.* Estas son las grandes doctrinas de luí pre­
dicador de la Reforma, son las grandes doctrinas de Calvino. Y

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inghS nJLU’ itulíparrt I: TiHal LVpravityj I Unconditional Ftectloni I: Limited Atoncmmi.
, IjilirrsHlibieCrjúit R IVrsevcran* t- oí the Saiñb
aquellos jóvenes estaban allí cada noche para escucharlas. No me di­
gan que la gente no desea escuchar las grandes doctrinas de la Biblia.
¿No es esto una sugerencia para que de ve/, en cuando nuestro
pueblo escuche no solo las grandes doctrinas que son aceptadas por
todos los cristianos evangélicos, sino también las doctrinas que cree­
mos que necesita el mundo ahora, y que nos hacen específicamente
adventistas del séptimo día? Ciertamente en la iglesia, y en sábado,
es un buen lugar y un buen momento para predicar el evangelio eter­
no en toda su plenitud. Es bueno para la gente, y también es bueno
para nosotros mismos. Creo que cuanto más importantes sean los te­
mas sobre los cuales predicamos, más grande será el interés que ten­
dremos.
Y ahora una palabra sobre los peligros de la predicación. El ser­
món en si mismo no es un acto salvador, pero podemos estar tenta­
dos a tener ima falsa sensación de seguridad creyendo que lo es. Re­
cuerden, en la gran conclusión de la historia del mundo habrá un con­
siderable número de predicadores que dirán: «Señor, Señor, ¿no pro­
fetizamos en tu nombre? ¿No hemos predicado en tu nombre?». Y él
les dirá: «Nunca os conocí. Apagaos de mí, obradores de maldad»
(Mat. 7: 22, 23). ¡Piense en esol'¡La predicación puede ser malvada]
La predicación que no tiene como objeto central la Palabra de Dios,
la predicación que suaviza los pecados del mundo y de los hom­
bres, la predicación que está lejos, arriba en el aire y nunca descien­
de a donde están los seres humanos, la predicación que condena
algo de alguien allá lejos, pero no condena algo aquí y ahora, la pre­
dicación que en sí misma no es más que mía charla, la predicación,
mis amigos, sin una palabra de aprecio, sin una palabra de amabili­
dad, sin una palabra de convicción, la predicación que no apunta el
dedo a la conciencia, y dice: «Tú eres aquel hombre», es en realidad
una predicación pecaminosa. —
En marzo de 1952, la revista Pulpit, publicó un artículo de Karl
H. A. Rest, titulado «¿Puede salvarse un predicador?» Realmente es,
com o pretende ser, un análisis perspicaz de los pecados que asedian
al predicador. Dice que uno de los grandes predicadores de los tiem­
pos modernos escribió en su diario: «Me maravillo deque algún predica­
dor pueda ser salvo». Después menciona algunas de las tentaciones a
las que tiene que hacer frente el predicador. La tentación del orgu­
llo acosa sus pisadas. Permanece en la puerta del santuario después
1 3 8 A pacienta mis ovejas

del sermón y saluda a su pueblo personalmente. Si escucha que se


elogia su bondad de semana en semana, como hacen muchos, está
propenso a asumir que todas las palabras que ie dicen son verdad,
y un deseo de ser alabado crece con el pasar de los años, de tal ma­
nera que difídlmente puede vivir sin elogios.
TTabla un hombre que dirigía una residencia para pastores jubila­
dos en 13 Florida, y dijo que nunca vio nada semejante a los celos tri­
viales entre ellos. Creía que era porque habían perdido los honores
y las alabanzas que acostumbraban a recibir en su servicio activo, y
ahora estaban listos para luchar por un pedacito de reconocimiento.
Por supuesto, muchos afirmaban que eso no les molestaba de
ninguna manera. Parecían estar orgullosos de que no eran orgullosos.
¿Han visto alguna vez a gente así? Como lo puso Harry F.merson
Fosdick: «¡imagínese a un muchacho engreído que trata de descu­
brir que él es engreído, cuando su orgullo le asegura que él no es en­
greído!»
El orgullo es el gran peligro del ministerio. Dijo Samuel Coleridge:
«El diablo sonrió burlonamente porque su pecado favorito es el or­
gullo que imita la humildad». El orgullo puede apartar a un pastor
del camino al reino y arruinar su esperanza de salvación.
Después está precisamente la propia actividac. Un hombre está
demasiado atareado para preparar su sermón apropiadamente, de­
masiado ocupado para leer la Palabra de Dios, demasiado ocupado
para orar, demasiado ocupado para visitar a la gente de donde ob­
tiene una buena parle de los temas para sus sermones, por medio de
contactos personales y relacionándose con la gente. Cuando un pas­
tor está demasiado ocupado haciendo todo eso, sencillamente está
demasiado ocupado, punto. Es posible que ai estar tan ocupado
haciendo la obra de Dios pueda perder contacto con él. F.n nuestro
apresuramiento para servirlo, podemos perder fácilmente el gozo
de su presencia.
Y después está el peligro de convertirse en un piom utupéñ vez
,d e ser un predicador. En esto puede perder su integridad espiritual.
Puede considerar a la gente como un buen material para organizar
la promoción más bien que como los hijos de Dios que necesitan que la
(imagen de Dios se desarrolle en ellos. El mismo predicador puede
estar bajo tal presión, que transmita esa presión a la gente, y la em­
puje al servido como muchos engranajes dentro de otros engranajes
para mantener funcionando la maquinaria eclesiástica y para desa­
rrollar una gran iglesia. Su buzón de correo está atestado de mate­
riales de promoción de una secretaria tras otra, de un departamen­
to tras otro, todo tiene que ser canalizado a través del pobre pastor
que se supone que ha de hacer llegar todo eso a su congregación. Lo
primero que sabe, es que está distraído de su espiritualidad.
Se ha dicho que cada cierto tiempo [aclaro que yo no dije esto, pe­
ro estoy dando mi opinión al respecto] todo administrador o direc­
tor departamental debería volver a la comunidad como pastor por
lo menos durante un par de años. Qué bendición seria eso para mu­
cha gente, para muchas iglesias, traer los dones de algunos de estos
hombres a las iglesias y también para ellos mismos, por entusias­
marlos de nuevo con la ganancia de almas, y cuando volvieran a la
tarea administrativa tendrían sus ojos puestos en las almas de los
hombres, antes que en los dígitos de im informe estadístico.
IIoy día, otro peligro es que el propio pastor llegue a estar influen­
ciado por ciertos estudios psicológicos modernos, hasta el punto
que intente, sin darse cuenta, soslayar la enorme, solemne y terrible
realidad del pecado. Esto es verdad en algunos lugares donde el
viejo banco de los dolientes se convierte en el sofá del psicoanalista.
Pecado, salvación, sacrificio, abnegación han sido cambiados por
frustración, integración, autoexpresiÓn, sublimación... y así sucesi­
vamente. El gran objeto de esta escuela de pensamigptú-es conse­
guir que la gente se relaje v de esa manera llevarlos a la paz mental.
La paz menial parece ser el objetivo supremo de ese nuevo y extra­
ño evangelio. En vez del llamamiento «Venid, adoremos, postremo-y
nos, arrodillémonos ante el Señor nuestro Hacedor» (Sal. 95: 6), la
tendencia en algunas dependencias es decir: «Venid, ¡relajémonos!»
De paso, esa fue la palabra del rico insensato a su propio corazón:
«Reposa», ¡relájate!
Por supuesto, no hay duda de que hav algún beneficio en espar­
cirse un poco, pero el cristiano nunca puede relajarse en presencia del
mal. Si alguien pierde la necesidad del evangelio, perderá la salvación
que ofrece el evangelio.
Otro peligro es que no prediquemos la Palabra de Dios a tiempo y
fuera de tiempo. Algunas veces nos sentimos tentados a no predicarla.
Parece estar complemente fuera de tiempo. Cuando era joven, esta­
ba llevando a cabo reuniones en un pequeño pueblo cerca de Pikes
140 Apacienta mis ove as
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Peak, con mi asociado Kenneth L. Grant. Éramos novatos. Ninguno
de los dos había sido todavía ordenado. Ninguno de los dos estaba
tasado. Nos alojábamos en un comedor para solteros de una casa
grande que estaba desocupada y allí tratábamos ce cocinar. Descu­
brimos que no podíamos hervir frijoles debido a que nos hallába­
mos a gran altura, pero de todas formas lo hacíamos; lo cual, casi
arruinó nuestro aparato digestivo. Predicábamos cada noche en un
antiguo salón de baile, cuyas paredes las habíamos tapado con lien­
zos que trajimos de Denver y que sujetamos a las paredes con ta­
chuelas. La parle del fondo de la vieja sala de baile sobresalía sobre
un pequeño estanque. Había unas cien personas en el pueblo y la
mayor parte de ellas asistían a nuestras reuniones, entre ellas una
mujer que parecía estar profundamente interesada. Llevaba varios
niños consigo cada noche. Vivía en la casa más benita del pueblo y
su esposo era probablemente el hombre más rico del lugar.
Los domingos salíamos a hacer visitas y ese día en particular, en­
tre otros lugares, visitamos ese hogar porque pensamos que la mu­
jer estaba especialmente interesada en el mensaje de Dios. Cuando
llegamos, encontramos a la familia reunida, agasajando a una visi­
ta, un hombre al que nunca antes habíamos visto. Al ver eso, no nos
quedamos para darles nuestro mensaje ni siquiera para orar con esa
gente, sino que luimos a otro lugar y pensamos volver en un mo­
mento más apropiado. Así que sencillamente evitamos el grupo y
salimos para volver en algún otro momento. Pero ustedes saben, la
biblia dice: «A tiempo y fuera de tiempo».
Aquella noche la mujer no estaba en la reunión. Nos quedamos
sorprendidos por esto. A la mañana siguiente alrededor de las cinco
en punto, mi compañero de predicación me despertó, y podía decir
por el tono de su voz que algo terrible había sucedido.
— ¡Levántate! — dijo— , levántate ahora mismo. ¡Levántate!
— ¿Qué pasa? —le pregunté.
—Oh —dijo— , la señora Fulana de Tal se ha suicidado. Precisa­
mente están ahora sacando su cadáver del lago.
Til primer y muy terrible pensamiento que viro a mi mente fue
este: «Tú no le hablaste ayer acerca de Dios, tú no oreste con ella. Fuiste
por tu camino y ahora es demasiado tarde».
Kenneth y yo nos apresuramos a ir a nuestro lugar de predica­
ción y allí, yaciendo sobre nuestra pequeña plataforma, detrás del
pulpito, cubierto con una sábana, estaba el cadáver de aquella m u­
jer que se había suicidado. Después vi una nota en la mesa de tra­
bajo. Difícilmente pude creer lo que veían mis ojos, porque estaba
dirigida a mi. «Señor Richards, ¿predicaría por favor el sermón en
mi funeral?» y estaba firmada por esa mujer.
Sus huellas, que se descubrieron más tarde, mostraban que había
tratado de meterse por donde el agua era menos profunda, pero que
se había amilanado. Entonces, trepó por la parte de atrás de nuestro
pabellón y se lanzó donde era más profunda. Dejó a su esposo y a
tres o cuatro niños pequeños y un hermoso hogar; dejó todo y se
suicidó. Supimos más tarde que aquel visitante que había estado
presente aquel domingo por la tarde y que había motivado que pa­
sáramos sin cumplir nuestro deber com o predicadores era un anti­
guo novio. De alguna manera su presencia había motivado que ella
se olvidara de todo, de su deber para con Dios, para con su familia
y para con ella misma, y cometiera este acto terrible. Por supuesto,
debe quedar en las manos del juez justo. Nadie conoce cómo esta­
ba su mente en aquel momento, si fue o no fue completamente res­
ponsable por su acción. Pero el hecho es que quedó más allá del al­
cance de nuestra predicación, m ás allá de nuestro mensaje, para
siempre.
¡Y por eso iba a predicar su sermón funeral! Yo nunca en mi vida
había oficiado en un funeral. Ese iba a ser el primero, ¡el de una mu­
jer que se había suicidado! Eso era suficientemente malo, suficiente­
mente duro para cualquier hombre; pero allí estaba para mí la ago­
nía adicional de aquella persona a la que le había fallado a la hora
de su necesidad. Y cada vez que veía a su esposo y a sus hijos huér­
fanos, me era casi demasiado difícil soportar ese pensamiento. Les
digo, amigos, hubo dos jóvenes predicadores en aquel lugar que exa­
minaron mucho su corazón durante los días que siguieron y que le
prometieron a Dios que, por su gracia, nunca más serían culpables
de no piucloutai su mensaje a tiempo y fuera de tiempo.
Durante dos días, terribles, trabajé en la preparación de aquel ser­
món. ¿Qué iba a decir? ¿Qué podría decir? En cierto sentido, me sentí
casi culpable por aquella tragedia. Tal vez, si por lo menos hubiéramos
orado con ella, la situación podría haber sido diferente. Pero no ha­
bíamos hecho nada. Cuando llegó el tercer día, vino la madre de la
mujer desde Colorado Springs y Lrajo con ella a un predicador de otra
iglesia. La madre dijo que no tendría a ningún adventista, oficiara
en el funeral de su hija. ¡Y yo estaba contento! E. predicador tomó
como su texto aquellas palabras de Apocalipsis 21:1; «El mar ya no
existía más». Desarrolló la idea de que el mar es símbolo de separa­
ción, y que llegará el día cuando no habrá más separación. Cuando
terminó, se me acercó y me dijo:
— Hermano Richards, sé que ese texto no significa expresamen­
te eso, pero ¿qué puede hacer un colega en un momento como este?
Después añadió:
— Ustedes los adventistas saben más sobre el ibro de Apocalip­
sis de lo que alguna vez yo baya conocido y olvidado. Venga al ce­
menterio y ayúdeme allí.
Yo le dije:
—No, usted lo hizo muy bien. Siga adelante.
Así evité pasarlo aún peor, pero fue una buena lección para que
la aprendiera temprano en la vida. Cumplamos nuestro deber, pre­
dicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo, con gracia cristiana,
con la máxima cortesía, con amor cristiano. Nunca le fallemos a
nuestro Salvador ni a ningún alma que ande en tinieblas y que.esté
a punto de perderse en las tinieblas. Si podemos, démosle una ma­
no ayudadora. Aprendamos nuestra lección.
I a predicación del verdadero evangelio no siempre serápopuiar,
y nosotros no tendremos siempre grandes multitudes. U> que la gen­
te quiere es que la dejen tranquila. N o desean que los molesten. Mu­
c h o s son semejantes al viejo constructor de veleros que le manifestó
enérgicamente a su esposa que no le gustaba el nuevo predicador.
— ¿Por qué? — le preguntó ella.
— Bueno — dijo él—, el predicador anciano tenía razón. Yo podía
ir a la iglesia y diseñar un buque desde la quilla hasta el mastelero y
terminarlo en el tiempo que él terminaba su sermón. Pero este nuevo
predicador me perturba. Ni siquiera puedo dibujar la quilla. Siem­
pre está presentando ideas en los que nunca antes había pensado, y
habla de una manera tan interesante que tengo que escucharlo. Quie­
ro ser capaz de trazar el plano de una embarcación mientras asisto
a la iglesia y no quiero que me molesten.
A muchas personas les gustaría hacer algo parecido a eso, pero
la verdadera predicación no se lo va a permitir. Es dinámica. Está
llena del poder del Espíritu Santo, llene la fuerza y el poder pene-
ríante de una espada de dos filos, la Palabra de Dios, que vive y per­
manece para siempre. El deán Tnge de la catedral dé San Pablo, en
Londres, dijo una vez: «l-a manera para tener éxito es darle al públi­
co exactamente lo que desea, y alrededor de un diez por ciento más
de lo que espera». El deán hablaba irónicamente. Quería decir «éxito»
en el sentido de tener siempre llena la iglesia. Por supuesto, a veces
un predicador poderoso de la Palabra mantendrá la iglesia llena;
pero no siempre. Se nos dice que en los últimos días la gente tendrá
comezón de oír y desearán que les hagan cosquillas con toda clase
de fábulas placenteras. Cada época tiene su propio tipo de fábulas, y >
la nuestra no es excepción. En cada caso particular las fábulas'hacen
que el hombre sea su propio salvador, que sus propios"esfuerzos
sean meritorios," que su propia imaginación esté a la altura de la
Palabra de Dios o que se sienta superior ella.
Puede ser que no se produzcan avalanchas de público en su igle-^
si a, pero puede estar seguro de que si predica la verdad en su ple­
n i t u d e s ángeles de Dios estarán allí con usted y su Espíritu lo sos­
tendrá. «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?»
(l^C- .18: 8) es ía pregunta de Jesús. Esa pregunta supone una res­
puesta más bien negativa. «Viene la hora, cuando el que os mate,
pensará que rinde servicio a Dios» (Juan 16: 2). «¡Ay de vo so tro s,1
cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!» (Luc. 6: 26),
dijo Jesús. Por supuesto, no deberíamos salir de nuestro camino para
fomentar antagonismo, o predicar de tal manera como para atraer
sobre nosotros persecución innecesaria.
Todos estos puntos que hemos mencionado: .orgullo, testadurez,
predicación no bíblica, el mal uso de las riendas psicológicas, ambi­
ciones personales, impureza de vida, fallar en tiempos de crisis; to­
dos estos puntos y otros m ás pueden desviar a un predicador de la
senda estrecha y lo pueden llevar por la senda «que lleva a la perdi­
ción, y muchos entran por ella» (Mat. 7 :1 3 ).
Pero, la gracia abundante se promete para cada uno de nosotros
predicadores. El apóstol dice que debemos hacer dos cosas: «Ten cui­
dado de ti mismo y de la doctrina. Persiste en ello, pues así te salva-j
rás a ti mismo y a los que te escuchen» (1 Tim. 4 :1 6 ). Asi que pode­
mos hacer eso; debemos hacer eso. Fuimos ordenados para predicar.
Lo primero de todo esto a lo que debemos prestar atención es a te­
ner cuidado de nosotros mismos. Supongo que no debo emplear
tiempo para mencionar el peligro de nn ministerio desviado, en un
sentido de la palabra. lJor supuesto, conocemos el peligro cuando
un pastor se involucra en algunos negocios y llega a estar más in­
teresado en vender automóviles o propiedades de lo que lo está en
predicar el evangelio. Les advierto, no estoy diciendo que estas co­
sas son malas en el lugar correcto, en el tiempo correcto y hasta en
el grado correcto; pero hay un peligro cuando los negocios, o cual­
quier otra rama de actividad ocupan el lugar supremo en el corazón
de alguien. Ahora estoy hablando de algo que ha llegado a ser, quizá
demasiado corriente entre nosotros.
Estaba leyendo un número de la Review, and Herald, publicado en
1925 y en él encontré un artículo con el encabezamiento «Danger of
a Diverted Ministry» [Peligro de un ministerio desviado]. El redac­
tor expresaba sus convicciones de que hemos dejado la sencillez del
plan evangélico y hemos dedicado tanto tiempo ¿ hacer plane's, que
nos ha quedado poco tiempo para la ejecución de nuestros planes.
Después continuó escribiendo sobre algo que, supongo, es difícil en­
tender y sentir para algunos de nosotros hoy, como él lo entendía.
Mencionó lo que denominó: «La desafortunada tendencia cada vez
más acusada en nuestra denominación hacia paslorados permanen­
tes». El tiempo de muchos de nuestros predicadores en vez de estar
ocupado en llevar el mensaje a nuevos campos, se emplea en arre­
glar las dificultades de la iglesia y en trabajar para hombres y muje­
res que deberían ser columnas de apoyo para otros.
Cuando fui bautizado y llegué a ser más tarde un joven predica­
dor, considerábamos a las iglesias que necesitaban pastores perma­
nentes como iglesias decadentes. La mayoría de nuestros predica­
dores estaban en la línea de fuego, teniendo reuniones, ganando al­
mas para Cristo, y levantando nuevas iglesias. Varios meses des­
pués venían a dar una vuelta y visitaban las iglesias que ya estaban
establecidas. Esto parece ser, de acuerdo a nuestro punto de vista, el
plan de la iglesia apostólica.
En nuestra pequeña iglesia en Loveland, Colorado, no veíamos
a un pastor más de dos o tres veces durante lodo el año. Temamos
un anciano piadoso, el querido y ya de edad avanzada, hermano
Ragan. Es como si lo estuviera viendo. Él no pensaba en subir a la
plataforma. Era un lugar demasiado sanio para él. Lo ocupaba sola­
mente un pastor cuando venía, dos o tres veces al año. Él se paraba
al frente y sostenía su biblia. Lo puedo ver allí ahora, con su Biblia
en la mano y las lágrimas que corren por sus queridas y arrugadas
y curtidas mejillas. Fra un viejo ganadero, vivía en las llanuras de
mi pueblo. Nosotros,"qué éramos adolescentes, lo escuchábamos; y
puedo decirles, que nos predicaba a Cristo. Su predicación brotaba
de un corazón lleno de am or por nosotros, muchachos bien travie­
sos. A sil vez, nosotros lo amábamos. Él nos hizo a Jesús real, por­
que el Salvador era real para él. Fue el hombre que nos llevó a Jesús.
Fue el hombre que nos rescató para la causa de Dios. Lo amábamos.
Me acuerdo ajan d o fuimos una vez en una excursión de la Es*
cuela Sabática a Loveland Canyon. Nos tomó aparte a los muchachos,
y nos llevó hacia arriba por el cañón y se detuvo detrás del tocón de
un gTon pino. Temblando mientras permanecía allí, comenzó a ha­
blamos, sentados todos a su alrededor. Dijo: «Muchachos, una vez
maté a un indio en la parte de atrás de aquel árbol. Me estaba apun­
tando, y yo le di primero. Algunos otros indios se lo llevaron, pero
volví más tarde y encontré su brida de plata. Cuando llegué a ser
cristiano, el homicidio de ese hombre llegó a ser una carga terrible
sobre mi alma. Pero he orado para que Dios me perdone y sé que
me ha perdonado». Amábamos a aquel querido anciano, hombre de
la llanura. Era un hombre con todas las de la ley.
Con ancianos locales como ese, las ministros ordenados podrían
dedicar más tiempo a la predicación y de esta manera hacer una obra
más agresiva por Cristo. La iglesia llegaría a ser independiente, se­
guía de sí misma, ayudándose a sí misma. Algún día, tendrá que
llegar a ser así, sea que lo deseemos o no. No tenemos muchos an-
cianos comp e t e hoy. Supongo que la mayoría de nuestras iglesias
necesitan tener pastores, pero en aquellos días no los temamos, así
que desarrollamos ancianos fervorosos y líderes consagrados. Pue­
de ser que algún día no tengam os pastores dirigiendo nuestras igle­
sias. Muchos de nosotros estaremos en la cárcel: Sjja mitad de nues­
tros predicadores estuvieran en la cárcel, tendríamos realmente un
reavivamiento en nuestra iglesia; quiero decir por supuesto, si es­
tuvieran encarcelados por causa de sus principios.
Estuve en Checoslovaquia justo antes de que cayera la Cortina de
Hierro. Sentado exactamente frente a mí, en la primera fila de asien­
tos, estaban el presidente de la Asociación y el tesorero. Cuando escu­
ché a aquellos hombres, pensé: «¡Cómo!, ellos deberánt estar aquí arriba
\jhablar, no yo». Aquellos dos hombres habían estado encarcelados
catorce veces por este mensaje. H ay una ciudad allí, en fia antigua]
Checoslovaquia, que ha sido el centro de la actividad evangelizado-
ra desde los días de las guerras religiosas bohemias. Había sido el
cuartel general de la oposición al papado, pero se había apoderado
de ella el poder papal. Bueno, mientras estos dos hombres, el presi­
dente y el tesorero de la Asociación, estaban llegando a la ciudad
fueron puestos en prisión por su fe. Mientras estaban en la cárcel,
cantaban, oraban y leían la Biblia. Dur ante la noche, el carcelero en­
tró y quiso saber quiénes eran. Dijo:
— He tenido comunistas aquí, nazis, asesinos, y toda dase de per­
sonas. Maldicen, juran y gritan; pero nunca tuve a nadie que orara y
cantara himnos. ¿Quiénes son ustedes?
Le dijeron que eran ministros de Dios.
—¡Oh! -d ijo—, a mi esposa le gustaría oh eses himnos. ¿No les
importaría venir a la cocina y cantar?
Así que los sacó afuera y como era de noche los otros presos no
se enteraron de nada. Cuando llegaron a la cocina les preguntó:
— ¿Tienen hambre?
—Sí señor — dijeron.
Así que la esposa del carcelero les hizo una r.ca sopa. Después
cenaron, leyeron la Biblia, y oraron, listo se repitió noche tras noche
hasta que el carcelero y su esposa se convirtieron a Dios y finalmen­
te a este gran mensaje. Ahora tenemos una iglesia en aquella ciu­
dad, y el carcelero es el anciano. Dios tuvo que enviar al presidente
y al tesorero de la Asociación .a ja cárcel para establecer una iglesia.
Así que digo que si una buena parle de nuestros presidentes de aso­
ciaciones fueran a la cárcel, surgirían nuevas iglesias. Si los tesore­
ros fueran a la cárcel, los pasloren fueran a la cárcel por causa de Dios, i
realmente comenzaría algo, ¿verdad? Todos estaríamos orando por
ellos y Dios haría grandes cosas como lo hizo por Pablo y Silas.
Que nunca se diga verdaderamente de ninguno de nosotros:
«Puede hablar con fluidez y hacer las cosas claras, pero a su predi­
cación le falta espiritualidad. Sus llamamientos no conmueven nues­
tros corazones. Ha habido un despliegue de palabras, pero los cora­
zones de sus oyentes no se han visto reavivados ni conmovidos al
sentir el am or del Salvador. T os pecadores no se reconocieron cul­
pables y no fueron llevados a Cristo al sentir que "pasa Jesús de
N azaret'V En cambio, que pueda decirse, y decirse verdaderamen­
te: «Cuando este pastor predica, sentimos que Jesús está cerca de no­
sotros. Los pecadores reciben por la predicación una clara impresión
de la cercanía y disposición de Cristo a ofrecernos la salvación aho­
ra mismo. Hasta el tono de su voz, su mirada, sus palabras, irradian
un poder irresistible para conmover nuestros corazones y controlar
nuestras mentes. Debe de ser que Jesús encontró un lugar en su co­
razón, porque se percibe en sus palabras y en el tono de su voz, que
ha sido endulzado con el tierno am or de Dios». El mism o tono eje 1 /
nuestra voz, predica a Cristo.
Después de todos nuestros trabajos, y todos nuestros estudios, y
de escuchar tantas conferencias, y de leer muchos libros sobre la
ciencia, el arte y el ministerio de la predicación, aún sabemos poco
de todo eso. Yo estoy seguro de que sé poco. Somos incapaces de ha­
cer las cosas corno debiéramos hacerlas. Incluso caemos muy por
debajo de nuestros ideales. Pero, hay una cosa que siempre pode­
mos hacer, colegas: Podemos volver alaran Libro de Dios, buscar la
quietud del lugar secreto. Cuando vamos a ese lugar y nos «arrodi­
llamos allí con confesión y adoración, con súplicas, sí, incluso con
lágrimas, podemos buscar el poder que necesitamos. Allí encontra­
mos su perdón, su presencia y su amor. Y de esa comunión, pode­
mos salir y sostener la lámpara de la verdad en la oscuridad, pode­
mos “ofrecer el agua de vida a las almas sedientas, podemos hacer
sonar la trompeta para la batalla de la vidahY al ffry a su debido
tiempo, y solamente por gracia, entraremos en su gloriosa presencia
para siempre. .
Tengo aquí un sendllCxpoema)Jel profesor Enslie, recitado a me­
nudo por mi padre, quien para mí siempre fue un gran ejemplo de
un ministro fiel de Cristo. liste poema estaba entre los tesoros en su
Biblia y significa mucho para mí:

La m a n o q u e lo so stien e

Sostuvo la lámpara de la verdad aquel día


tan baja que nadie pudiera errar el camino
y sin embargo tan alta que iluminaba
aquel hermoso cuadro: la gran Luz del mundo
aquella mirada, la Lámpara, de por medio
la mano que la sostenía, con dificultad se veía.
Sostuvo el cántaro, y se encorvó hacia abajo,
hasta los labios de los más pequeños y cébiles;
después lo levantó hasta el fatigado sanio,
y lo invitó a beber, ¡cuando se sintió enfermo
/ y débil!
Bebieron: así estaba el cántaro de por medio
la m ano que lo sostenía con dificultad se veía.
Tocó la trompeta suave y penetrante,
que pecadores temblorosos no necesitaban temer;
V después, con una nota más alta y enérgica,
¡para demoler las murallas del dominio de Satanás!
La trompeta estaba así de por medio
la mano que la sostenía apenas se veía.
Pero cuando el Capitán dijo: «Bien hecho
tú, mi buen y fiel siervo, ¡ven!
deja el cántaro y la lámpara,
deja la trompeta, deja el campo».
Entonces se verá la mano que los sostuvo
estrechada en aquellas manos traspasadas:
¡Nada de por medio!*

¡Que esa sea nuestra experiencia!

• The 1land I hat Held It


Ho luid the lamp of iruih that day / So low tint nnnernuld miss the way; / And yeta» high to
briny; in sight / lh.it pithin' f.iii—the world’s Great Light: / Ihat, s-'/ing up—lite lamp bet-
wwit—>/ Tlie luand that held it scarce was mvm. / He held tile pilcha, stooping low. / In Bps ni
tittle ones below: / Ilion r.ii%«l It U>the weary saint. /Anti bode him drmk, when skk and taint! /
Tli^y .-trank—llv pifrtvr thiw N-fwivn- - ! Tim hand that held it scarce was s*X*n. / Ho Now llv
trumpet Miff ittul clear. I Thai trembling sinners need nut fr.ir. / And Jwn with louder note and
bold, I To raze the walls of Satan's h«>l<l! — ' The trumpet coming this between— / Tlie Itand
llial held it scarce was seen ■' but when the CajUaiii says. ’'Well done. / Thou good mal faithful
servant, nwnri / 1.ivdowu the pitcher and the lamp,/l.av «Ipyrtt the trumpet, leave the camp,"
f The liartd that held them will thin ho mmi / Clasped in those placed ore-- naught Ivtween!
4
Predicamos a
Cristo crucificado
«Pero nosotros predicam os
a Cristo crucificado».
I ( '/ W I Ú t U K 1 T I

í TTABT.AR UNA VEZ de un hombre que podría haber

O sido un buen predicador si no hubiera sido por dos


problemas. Primero, no sabía cómo expresarse. Segun­
do, no tenía nada que decir. Para ser un predicador
uno liene que saber cómo expresarse, y además ha de tener un men­
saje que comunicar. Y ese mensaje, si es un predicador cristiano, tie­
ne que ser el evangelio cristiano, que el apóstol nos dice que es el úni­
co evangelio. Y ese evangelio es el que exalta a Jesús. Algunas veces
hemos escuchado a la gente hablar del evangelio de este y del evan­
gelio de aquel. Jbso es usar la palabra de una forma inapropiada, pues
hay solamente un evangelio.
Un cacique indio contó de un predicador que visitó su tribu. El
predicador deseaba mostrarles que había un Dios. F1 cacique re­
plicó: «¿Cree usted que no sabemos eso? Vuélvase al lugar de donde
vino».
Después llegó otro predicador y les dijo: «No roben; no se embo­
rrachen; no mientan; no engañen». El cacique respondió: «¿Cree
usted que no sabemos eso? Regrese y enseñe eso primero a su propia
gente. Lo n e c e s i t a n » ._____
Después de eso,, Christian Henry Ranch, misionero entre los indios
americanos llegó y dijo: «F.l Señor del cielo me ordena que les diga
que él los bendecirá y los librará de su desdicha. Para ese propósito
llegó a ser hombre y derramó su sangre».
«Tan pronto como había hablado», dijo el cacique, «se acostó tran­
quilamente al lado de mi arco y mi hacha de guerra, y durmió tan
dulcemente como un niño. Oh, pensé, ¡qué hombre este! Podría matar­
lo, pero no ticin' miedo. No pude olvidar sus palabras. En mi sueño vi
la sangre de Cristo derramada por mí».
Fue asL por med.io de la gracia) como comenzó el reaviva miento
entre aquellos nativos norteamericanos. De modo que, predique a
Cristo nuestro Salvador, su nacimiento en belén, su muerte en el
Calvario, y su gracia redentora, si desea conseguir la atención de
quienes no han sido redimidos. Hoy, en todas partes, donde haya
gente cuyo anhelo de Dios permanece insatisfecho, están los que ne­
cesitan escuchar ese mensaje sencillo, que en si mismo es simple­
mente maravilloso.
Cuando suena la campana de la iglesia, debería decir: «Vengan y
escuchen lo que dice el pastor sobre las grandes verdades del mun­
do espiritual. Vengan y escuchen lo que tiene que decir sobre Dios
y su amor por la humanidad. Vengan y escuchen lo que dicen las Sa­
gradas Escrituras sobre los grandes cuestiones eternas. Vengan y es­
cuchen cóm o ser salvos de la deshonra, del pecado, de la angustia,
del mal y de la muerte. Vengan y escuchen lo que Dios ha dicho por
medio de su Hijo que se hizo hombre y murió por nosotros, y que fue
tratado com o merecíamos para que nosotros seamos tratados como
él merece. ¡Vengan y oigan! ¡Vengan y escuchen!» Pero, cuando aque­
llos que no han sido redimidos entran en la iglesia, ¿qué oyen? Oyen
lo que necesitan oír, lo que tienen derecho a oír? ¿Les predican el
evangelio? ¿Oyen la voz de Cristo? ¿Es la predicación, predicación
cristiana?
El obispo Chandler, de la Iglesia Metodista del Sur contó de un dis­
tinguido pastor que una vez pasó un domingo en Nueva York y es-
cuchú predicar a bys destacados personajes en tres grandes iglesias
de la dudad. Ninguno de los tres dijo ru una palabra sobre el evange­
lio. Ninguno de ellos predicó las «buenas nuevas» como se revelan
en Jesucristo, el Redentor del mundo. Según contó lo único que re­
cibió fue «hojarasca, disquisiciones filosóficas y un mensaje insus­
tancial».
Imagínese* que hubieran descendido a la tierra visitantes de otro
planeta dispuestos a averiguar qué es lo fundamental del cristianismo.
¿Habrían sido capaces de d ar un informe claro del cristianismo des­
pués de haber escuchado a esos tres famosos predicadores? ¿Habrían
descubierto algo del evangelio? Ni una palabra. Supóngase que rc-
bobinamos la máquina del tiempo, y siglo tras siglo corre de prisa ha­
d a atrás, y retrocedemos casi dos mil años, hasta la primera sema­
na después de la Resurrecdón, y esos tres predicadores son los en­
viados por Jesús para predicar el mensaje de salvación y para esta­
blecer el cristianismo en un mundo hostil. ¿Es concebible pensar, con
el más fantástico esfuerzo de la imaginación, que alguna vez habría
existido alguna iglesia cristiana? Esta pregunta no es difícil de con­
testar. Por supuesto que no.
Preguntémonos: ¿Cuánto tiempo duraría el cristianismo con se­
mejante predicación? ¿Cuánto tiempo permanecería el cristianismo
en un mundo que es realmente tan hostil hoy como lo era entonces,
solo que do modo m ás sutil y mortal? ¿Cuánto tiempo perduraría el
cristianismo adventista del séptimo día si predicáramos de esa ma­
nera?
Mucha de nuestra predicación es semejante a la estructura arqui­
tectónica de algunas iglesias. Es tan contemporánea que dentro de
diez años estará anticuada y nadie va a tener ningún interés en es­
cucharla o leerla en un libro. Quien predica las grandes verdades de
la fe cristiana siempre está al día. Y la única forma de estar verdade­
ramente al día es predicar la verdad eterna. Como dijo el Dr. Jowett
una vez, hablando de John Wesley: «Nunca encontrarán a John
Wesley en alguna remota esfera de la necesidad humana. No mora
en los suburbios exteriores de la vida de los hombres, donde la ne­
cesidad real se transforma gradualmente en algo que un hombre en
realidad no desea. El se ocupó de las necesidades urgentes, cotidia­
nas, básicas».
Después el Dr. Jowett pregunta: «¿De qué predicaba John Wesley?»
Y responde con algunos de los textos de Wesley. Aquí están; no voy
a dar las referencias: «Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo único». «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba».
«Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo». «V como no podían pagarle, perdonó a los dos». «La san­
gre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado».
«¿Son anticuadas esas grandes necesidades?», preguntó el L)r. Jovvett.
¿Es este un mensaje obsoleto? ¿Tenemos que dejarlo por algo mejor?
¿Hemos encontrado otro secreto? En lodo caso estoy presentando mis
propias convicciones cuando digo que, comparadas con la verdad
rica y nutritiva de estos temas, una cantidad considerable de la pre­
dicación que ha sustituido a estas verdades es erudición sin valor.
Después de todo, jas congregaciones están interesadas en las ver-
. dades permanentes y fundamentales de la religión 1.a gente cree que
una iglesia auténtica es aquella que nos señala el camino al reino de
Dios y nos ayuda a seguir adelante en ese camino. 1.a jrruz sigue
siendo un poderoso instrumento de atracción, atrae con más fuerza
que ninguna otra cosa. Ciertamente nuestro Maestro teníajazón cuan­
do dijo: «Y atan d o yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré
hacia mí» (Juan 12: 32). No hemos de olvidar en ningún momento el
magnetismo de la cruz, Jesiys crucificado es el gran imán, e^gran po­
der de atracción. «Toda autoridad me ha sido dada» (Mal. 28:18). Y
los predicadores tienen magnetismo cuando predican a Cristo y. a
Cristo crucificado. Esta es la atracción de la cruz.
El Dr. lam es fiurrcl le dijo a un grupo de predicadores:
«En todo el mundo no hay nada más grande que ser un prediea-
d o rd e las inescrutables riquezas de Cristo. Predicar ciencia es predi­
car algo que el oyente puede conseguir mejor, y más fácilmente, en
aialquier sala de conferencias cercana lo en un libro, radio o televi­
sión!. Predicar política es predicar algo que el oyente puede encon­
trar cada mañana en su periódico. Ofrecer música o películas es entrar
a competir con la todopoderosa industria del entretenimiento. Pero,
cuando predicamos el evangelio, ¡ahí es donde estamos en ventaja!
¿Por qué caer en el entretenimiento superficial ci ando tenemos se­
mejante oferta especial? Nuestro ministerio ofrece un producto ab­
solutamente único. Pone entre la espada y la pared a todos los com­
petidores. Provee un evangelio que da vida en términos tan divina­
mente generosos que en realidad nadie puede competir con él».
Los hombres que se han destacado atrayendo a las masas en las
grandes ciudades para escuchar su predicación, siempre han sido
hombres que han predicado el evangelio. Ahí tenemos a Spurgeon.
.Tjpjr
Durante treinta años llenó un gran tabernáculo en Londres, todos
los domingas por la mañana y por la tarde; y también tuvo una mul­
titud que rebosaba el auditorio los jueves por la noche. Con muy po­
cas excepciones, aquel templo se llenaba, incluso hasta lo alto de la
galería. Cuando alguien le preguntó cómo conseguía esa enorme
asistencia contestó: «Yo no soy en absoluto quien lo consigue. Y no
creo que ese sea mi deber. Yo lo único que hago es predicar el evan-
gelio. Son mis feligreses los que traen a mas feligreses. Salen y dicen
a la gente: "Vengan a escuchar a alguien que puede predicar el evan­
gelio"». No había nada en Spurgeon que usted o yo no podamos te­
ner en cuanto a su mensaje. Fue la sencilla predicación de la Palabra
de Dios, nada más que el puro evangelio. Alguien hizo una vez una
descripción exagerada de Spurgeon en un periódico de Londres y lo
criticaba porque siempre, siempre, predicaba de Cristo y la cruz.
Spurgeon se enteró y respondió: «Es verdad, es un hecho, hn cual­
quier lugar donde usted me deje la Biblia, yo busco la manera de lle­
gar hasta la cruz». Y esa era la razón por la que la gente deseaba
oírlo. Este es el ejemplo que todos debemos imitar en nuestra predi­
cación. A cualquier parte donde lleguemos en la Palabra de Dios, co­
mencemos a ir desde allí hacia el (^«jlyaiio.
La predicación de la iglesia apostólica fue la predicación de Cristo;
y de C risto crucificado. Vez tras vez, en el Nuevo Testamento encon­
tramos frases como estas: «Predica a Cristo». «Predicación de Jesu­
cristo». «No cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo». «Y que Jesús, a
quien yo os anuncio, es el Cristo», «a quien predicamos, amonestando
a todo hombre». Y la predicación de Cristo de los primeros cristia­
nos no era meramente el relato de un hombre que vivió e hizo bue­
nas obras, que fue moral men le puro, que nos dejó un ejemplo mara­
villoso. Uno puede predicar eso y ser modernista. l a predicación de
Cristo en la iglesia apostólica fue la de «Cristo crucificado». Por eso
dijo el apóstol: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado; para los1. (
judíos tropiezo, y para los gentiles necedad, pero para los llamados1,
|...J Cristo es el poder de Dios, v la sabiduría de Dios» (1 Cor. 1: 2 3 ,24)r
Fn aquel tiempo era lo mismo que predicar a Cristo en la horca,
a Cristo en la silla eléctrica, o a Cnsto ejecutado como criminal. Pero,
eso es predicar a Cristo crucificado. Para los judíos era tropiezo-
Esperaban que el gran Mesías-Rey viniera en gloria y poder para
vencer a sus enemigos. Por supuesto, mezclaban las dos grandes líneas
de la profecía: el Mesías sufriente, el sufriente siervo de Dios; y el
Mesías-Key. Las mezclaban de tal manera que no podían y no que­
rían aceptar a un Mesías crucificado, ejecutado. Para los judíos era
piedra de tropiezo, y para los griegos, locura. Su filosofía era la pa­
sión reinante en sus vidas y surgiendo, como surgía, de la mente pe­
caminosa del hombre, no había nada en ella para llevarlos a entre­
gar sus corazones al amor de Dios revelado en la cruz del Calvario.
El evangelio predicado por el apóstol cruza a través de la misma fibra
de la vida humana, es lo único que puede salvar esa vida humana y
glorificarla con poder divino. Lo hizo entonces,) lo hace hoy.
Cuando el apóstol hablo, el más grande de todos los predicado­
res, fue a Atenas, el centro del conocimiento, de la sabiduría y de la
cultura, ¿saben ustedes qué hizo? Predicó a los pen sadOri^vs.obre la
colina de Marte, haciendo frente a la filosofía con filosofía, a los argu­
mentos con argumentos, a las elucubraciones mentales con elucubra­
ciones mentales. Adaptó su estilo a las características de su auditorio
y «trató de hacer trente a la lógica con lógica, a la rienda con ciencia,
a la filosofía con filosofía» (Les hechos de los afmtoles, p. 198). Pero su
obra allí produjo poco fruto. Guando fue a Corinto, aquella gran me­
trópoli comercial, llena de inmoralidad y de pecado, se propuso aplicar
otra estrategia en sus esfuerzos para cautivar la atención de los des­
cuidados e indiferentes. Predicaría en Corinto, también uña ciudad
griega, no «con palabras p ersuasivas de sabiduría humana, sino con
demostración del Espíritu y de poder» (1 Cor. 2: 4).
Dios bendijo su labor allí porque presentó a Jesús muriendo por
un mundo perdido y muchos fueron atraídos en amor y arrepenti­
miento al pie de la cruz. Tanto judíos como griegos se rindieron a
Cristo, y de ellos escribió el apóstol: «De él viene que vosotros estéis
en Cristo Jesús, quien nos fue hecho por Dios sabiduría, justifica­
ción, santificación y redención; para que como está escrito: "El que
Vse gloría, gloríese en el Señor"» (1 Cor. 1: 30, 31).
En Cristo, cljuclj.q ortod oxovioel cumplimiento de toda $¿ u s es­
peranzas y de todo lo que los profetas habían escrito. En Cristo, el
griego ilustrado vio la verdadera sabiduría de Dios tal y como se re­
veló en Cristo. Y el apóstol, volviendo a escribir a sus amados creyen­
tes corintios, les recordó aquellos días, diciendo: «Hermanos, cuan-
v do fui a vosotros a proclamar el testimonio de Dios, no fui con exce-
'■tanda de palabra o de sabiduría» (1 Cor. 2 :1 ). Aquel gran predlea-
dor no trató de ganarlos con una retórica brillante, que aquí se de­
nomina «excelencia de palabras». No se apoyó en la sabiduría de su
filosofía para demostrar la verdad del evangelio. Y los corintios fue­
ron ganados por la proclamación clara y sencilla de los diversos
fundamentos del evangelio.
Y este evangelio contiene el relato de lo que Dios ha hecho para
rescatar a los hombres del pecado y llevarlos de vuelta a estar en ar­
monía con é l Revela la gran verdad de que Dios estuvo en Cristo «re­
conciliando consigo al mundo», y «no atribuyendo a los hombres
sus pecados» (2 Cor. 5: 19).
El apóstol declaró: «Me propuse, no saber nada^entre vosotros,
sino a Jesucristo, y a este crucificado». 1.a palabra «propuse» muestra
el acto consciente de su voluntad, una resolución firme para tomar una
decisión concreta. En una ocasión Pablo había usado una argumen­
tación y filosofía erudita para combatir la idolatría pagana. Ahora,
cambió sus métodos y usó la proclamación del evangelio, declarando
la verdad sin muchos argumentos y sin mucho razonamiento: usó
ima declaración sencilla de la verdad divina como está revelada en
las Escrituras y cumplida en Jesucristo. Predicó la sencilla historia
de Jesús y su muerte expiatoria. Lo hizo con humildad y con temor
y temblor (1 Cor. 2: 3). Estaba consciente de sus deficiencias como
cada verdadero ministro cuando se pone de pie ante el pueblo.
Esto nos lleva a apoyarnos firmemente en Dios, a confiar en él
para obtener fuerza y sabiduría, a escoger mediante la oración nues­
tro mensaje antes de que subamos al pulpito, «Nuestra mayor fuerzaj
se manifiesta cuando sentimos y reconocemos nuestra debilidad»/'
(Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 66). No hubo una satisfacción indi­
ferente en la predicación de Pablo. No era un asunto de palabras se­
ductoras o de sabiduría humana; sino con demostración, una mues­
tra, una evidencia, una prueba del Espíritu y de poder. El Espíritu v*
Santo siempre dicta la predicación de Cristo crucificado. 1 i- ( . i
Vo creo que aquí hay una gran lección para nosotros. Por su­
puesto, puede haber muchas posibilidades de tener un argumento
fuerte, fuerte com o una roca en nuestra proclamación, pero general­
mente haríamos mejor teniéndolo fuera de la vista si esperamos que
las multitudes nos escuchen. Hagan declaraciones sencillas de la
verdad sin caer en un ex eso dé argumentación, pero al mismo tiem-
po hablen con autoridad. Deben ser capaces de demostrar un punto
si tienen que hacerlo en su proclamación del mensaje, pero hoy día
la mente humana no puede seguir por mucho tiempo un argumen­
to complicado. La gente no lo va a seguir a usted. Podrían si quisie­
ran, pero no quieren.
Cl Espíritu Santo expresa la predicación de Cristo crucificado.
¿No encontramos escrito en 1 Pedro 1 que el Espíritu Santo hará esa
misma obra? A partir del versículo 9 dice: «Asi ob taréis el fin de vues­
tra te, que es vuestra salvación. De esa salvación investigaron e in­
quirieron con diligencia los profetas que anunciaron la gracia que os
estaba destinada, procurando descubrir el tiempo y las circunstan­
cias que señalaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, cuando
predecían las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias
que seguirían. A ellos, que no ministraban en beneficio propio, sino
en nuestro favor, les fue revelado este mensaje que ahora os anun­
cian los que os predican el evangelio, mensaje que aim los ángeles
ansian contemplar».
Fue el Espirita Santo quien inspiró las Escrituras, y en los libros
proféticos testificó de antemano de los sufrimientos de Cristo; el Espí­
ritu Santo describió la crucifixión y el sacrificio e>piatorio de.Cristo
por los pecados del mundo. De acuerdo al apóstol Pedro, lo que fue pre­
dicado por aquellos primeros predicadores del evangelio, fue lo predi­
cado con el Espíritu Santo enviado del cielo. Así es como yo deseo
predicar. El mismo Espíritu Santo que inspiró las Escrituras guió a
aquellos hombres cuando las predicaban, y hará lo mismo con usted
y conmigo. ¡Piense justamente en eso! El mismo Espíritu Santo que
inspiró las Escrituras guiará su predicación de las Escrituras. Será
irresistible en el corazón de un pecador. Jesús, hablando de cuando
iba a venir el Espíritu Sanio, dijo: «Me glorificará.». El Espíritu Santo
habla más de Jesús que de sí mismo. El Espíritu Santo no habla
mucho de sí mismo. En los pocos textos en los cuales lo hace, es pre­
cisamente para que podamos aprender acerca de su personalidad.
El habla de Jesús. F.l Espíritu Santo fue enviado para glorificar a
Cristo, «porque tomará de lo mío, y os lo comunicará» 0uan 16: 14)
Es perfectamente claro que si tenemos el poder del Espíritu Sanio
en nuestra predicación presentaremos los temas que tienen por centro a
Jesucristo. «Él me glorificará». Por eso, si estamos glorificando a Cristo!
en todos nuestros sermones, y estamos luchando para sacrificar toda !
nuestra vanagloria egoísta, tendremos el poder d?l Espíritu Santo. v
«Un vez que un pecador contempla el amor del Padre, cuando lo"
ve en el sacrificio de su Mijo, y se entrega a la influencia divina, se
produce un cambio de corazón, y Cristo es desde entonces todo erv
todo» (Los hechas de los apóstoles, p. 200). El apóstol Pablo conocía esto
por experiencia propia. Para él, «la cruz era el único objeto de supre­
mo interés. Desde su carrera de persecución contra los seguidores
del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse en la cruz.
En aquel entonces se le había dado una revelación del infinito amor
de Dios, según se revelaba en la muerte de Cristo, y se* había produ­
cido en su vida una maravillosa transformación que había puesto
todos sus planes y propósitos en armonía con el cielo. Desde aque­
lla hora, había sido un nuevo hombre en Cristo» (M í., pp. 1 9 9 ,2UÜ).
En todas las enseñanzas de Pablo, Cristo fue el personaje central.
Declaró: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal. 2: 20). A
partir del momento de su experiencia en el camino a Damasco, su
vida estuvo dedicada totalmente a la predicación del amor y el
poder del Crucificado. Pablo también dijo: «Porque soy deudor a
griegos y a bárbaros, a sabios y a ignorantes» (Rom. 1:14). Fue esta
revelación de Cristo lo que cambió su vida, y cerca del fin de su vida
pudo decir: «No fui rebelde a la visión celestial» (Hech. 26: 19).

¡Cristo! Soy de Cristo


permite que el nombre sea suficiente para ti,
para mí también, por siempre él fue suficiente
/e n gran manera.
He aquí, te atraeré pero no con palabras
/d e victoria
Pablo no tuvo honra y no tuvo amigo sino a Cristo.

Yo también pregunto, pero siempre cuando oro


se achica mi alma y retrocede, ansiosa y con temor,
y uie scñalá el colmo y la vergüenza de mi traición.
¡Muéstrame, oh Amor las heridas que le he hecho!*
' 1rttieric W. H. Myers /

* Christ! 1am Christ'-. and Vi lire name suffice you; / Aye, for me. loo, 1le grv.itly luili -vuificed. /
Lo, with no winning words 1would entiirynu. / Paul has no honour and no friend but Chris*. /
Also I ask. but ever Inmi live praying / Shrinks my v»il l«a«V.ieard. eager and afraid, / Point me
the sum ami ihe sliame o t mv betraying, / Show me. O Love-, I hy vtinimh which 1have model
Me imagino que todos ustedes han leído este poema de Frederic
Myers sobre Pablo. Para mí es uno de los mejores poemas de todo los
que han sido escritos. Me Heyó diez, años conseguir el poema com­
pleto.Jincontré solamente una estrofa de el y me sedujo al punto que
no paré hasta que lo conseguí i. Léanlo d e ve/, en cuando. Los infla-
m ará como predicadores. Describe a Pablo allí en la prisión Mamer-
tina en Roma, con sus manos encadenadas contemplando la obra de
su vida y mirando hacia adelante al día cuando encontraría en el
cielo a todo lo que los había quitado la vida; aquellos santos, ustedes
saben, a quienes mató.

¿Dijiste santo? Con aquellos rostros


/q u e recuerdo,
queridos hombres y mujeres
/¡a quienes busqué y maté!
Aln, cuando nos encontremos
/en los lugares celestiales
¡Cómo lloraré a Esteban y te lloraré a ti!*

Los filósofos de Atenas escucharon a Pablo mientras predicaba


en la Colina de Marte hasta que habló de Jesús y la resurrección. Lean
Hechos 17, y encontrarán que escucharon a Pablo hasta que llegó a
ese punto. Con toda su historia del pasado, estaba hablando sobre la
humanidad y sobre Dios. T os griegos lo comprendieron, pero cuan­
do en su discurso llegó a Jesús y la resurrección, «unos se burlaban,
y otros decían: "Te oiremos acerca de esto otra vez"» (Hech. 17:32).
F-s la predicación de Jesucristo lo que hace que hoy algunos filóso­
fos se burlen y otros pospongan para más tarde escuchar del evan­
gelio que escudriña el corazón.
Así que, aun en la Colina de Marte, el apóstol predicó a Cristo, y
algunas personas creyeron sobre la base de aquella predicación. Se
convinieron varios ciudadanos distinguidos, entre los que oslaban
«Dionisio, miembro del Areópago, una mujer llamada Dámaris; y
algunos otros» (vers. 34). Dámaris puede que fuera una mujer im­
portante y popular en la Atenas de entonces. Debe haber emocionado

• Saint, «liil y w -.«y ? Will) Otos© remembered mees, / Ltair roen .md w oim n whom I sought and
•dew! / Ah, when w i mingle in ilw heavenly pin e*. / How will 1weep to Stephen and to you!
el corazón del apóstol ver que aquella gente prominente respondió a
su predicación y aceptó al Señor Jesús. Cn su poema, Frederic Myers,
hablando de Dámaris, coloca estas palabras en boca de Pablo:

Entonces prediqué a Cristo; y cuando ella


/o y ó la historia,
Oh, ¿es posible para los hombres tal triunfó?
Difícilmente, mi Rey, he contemplado tu gloria
difícilmente conocí tu excelencia hasta entonces.*

V ninguno de nosotros nunca conocerá la verdadera excelencia


de Cristo hasta que lo prediquemos crucificado, la única esperanza,
pero la esperanza suficientemente gloriosa de un mundo perdido y
alruinado. Algunas veces me pregunto si hay hombres que conoz­
can realmente qué es el evangelio. Afirman ser predicadores del evan­
gelio. Se nota que saben mucho de teología y de historia, y mucho de
eslo y de lo otro; pero si conocen el evangelio, a menudo no lo pre­
dican, o predican m uy poco de él. He escuchado predicar a algunos
de nuestros pastores, y me he preguntado si realmente sabían qué
era el evangelio. Todo lo que parecía qué predicaban era «no uses,
no gustes, no loques» (Col. 2 :2 1 ). Un efecto, he oído ese texto citado
y aplicado hoy día a los cristianos. En mi opinión, ya no hay una
aplicación directa de este texto a los cristianos hoy, más de la que
hay para la fisión atómica. I.as mismas palabras que le siguen dicen:
«Todas estas cosas están destinadas a perecer con el uso». Y sin em­
bargo, citamos textos como ese. Eso no es el evangelio. Estoy seguro
de que hay quienes no conocen lo que es el evangelio. Seria bueno
leerlo, estudiarlo vez tras vez, y hacerlo el mensaje que todos predi­
camos.
No toda la Biblia es evangelio, pero cada porción de la Biblia está
relacionada con el evangelio. Aim el Antiguo Testamento es un tras-
fondo para el evangelio y vemos al evangelio brillando por medio
de las palabras de los profetas y videntes de la antigüedad. ¿Quié­
nes conocerían lo que es el evangelio mejor que aquellos hombres
que conocían la Biblia del Antiguo Testamento y que llegaron a ser

Ihcn 1 preached Christ: and when slw heard ihe slew}', / Oh, is such Inumph in mm? /
Hardly, my King, Km11 Mk>ld Ihy glory, / I lardly had known Thin? excellence till then
los escritores del Nuevo Testamento? Ciertamente deberían cono­
cerlo. El Dr. W. W. White dijo una vez: «El evangelio descansa sobre
^testimonios, no es una explicación, no es una teoría».
El apóstol Pablo fue uno de los hombres de cuya pluma proviene
tma gran parte del Nuevo Testamento. Si desean conocer la fórmu­
la paulina de los hechos del evangelio, la encontrarán en 1 Corintios
“ 15: l-4yÁquí está lo que dijo:
«Además, os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué,
que también recibisteis, y en el cual perseveráis firmes. Por este evan­
gelio sois salvos, si retenéis firmes la palabra que os he predicado;
Si no, creisteis en vano. Porque primero os trasmití lo que yo mismo
recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escri­
turas; que fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Es­
crituras». Ahí está; todo se centra en eso.
Después el apóstol menciona a quienes vieron con sus propios
ojos a Cristo después de su resurrección. Reúne sus testigos para pro­
bar que Cristo resucitó. Eso es el evangelio, Cristo crucificado por
nuestros pecados, su resurrección y su victoria, demostrando ser «el
Hijo de Dios con poder f...l por su resurrección de entre los muer­
tos» (Rom. 1: 4).
Por supuesto, como ustedes saben, en la biblia se mencionan por
lo menos diez u once apariciones de Jesús después de su resurrección.
Pablo se refiere a algunas de ellas y da los nombres de los que vie­
ron a Jesús, muchos de los cuales aún vivían en los días del apóstol.
Con estos hechos establecidos por testimonio, volvemos a las Epís­
tolas donde encontramos los resultados de la muerte y resurrección
de Cristo presentadas desde la óptica judicial de Romanos y Calatas,
En Ffesios y Colosenscs y en otros lugares encontramos los resulta­
dos del sacrificio de nuestro Salvador por nosotros desde los luga­
res celestiales y lo que Cristo está haciendo por nosotros ahora y lo que
liará. Después, en el Apocalipsis encontramos su gran plan para el
mundo, su regreso, y su reino glorioso, todo basado en su muerte co­
mo sacrificio expiatorio en la cruz.
Cuando predicamos sobre el estado de los muertos y solo agrega­
mos un poquito de algo que mencioné la cruz y al final hacemos un
llamamiento para hacer que la gente derrame unas lagrimitas; eso no
es predicar. Si no predicamos a Cristo y a Cristo crucificado, no es­
tamos predicandoTMis amigos, es igual si la gente está consciente" o
inconsciente cuando muere a menos que esa verdad esté vinculada
con Jesús. No me importa si el sábado es o no el día de reposo a me­
nos que Cristo esté involucrado en él. Por favor, no me vayan a ma-
1interpretar. Para mi, la predicación del estado de los muertos debe­
ría estar basada en la afirmación: H ay vida en Cristo. Oh amigos, ya
hay demasiadas cosas negativas. Se necesita toda dale que tengo pa­
ra creer que los seres humanos vivirán después de la muerte. I le vis­
to morir a muchas personas. He visto además montones de huesos
humanos. He visto ruinas de grandes civilizaciones. Lo que deseo es
que alguien venga y me diga que volveremos a vivir porque Jesús
murió y resucitó; que mi vida está escondida con Cristo en Dios y
que cuando él, que es mi vida, se manifieste, entonces yo también se­
ré manifestado con él en gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Deseo vivir. Deseo ser
inmortal, y la única esperanza está en Cristo. En mi opinión, el estado
de los muertos debería predicarse como una afirmación gloriosa de
que Cristo ha resucitado.
El sábado es el Silbado de Cristo, la prueba de su poder creador.
Jesús está eñ éí sábado y el sábado está en Cristo, de oirá manera no
tengo interés en el sábado. Creo que todos nosotros podemos mejo­
rar nuestra predicación sobre estos puntos, explicarlo por el lado afir­
mativo, explicarlo a la luz de la cruz y la resurrección. F.se es el evan­
gelio que predicaron los apóstoles, y creo que es el evangelio que de­
bemos predicar.
«La primera actividad y la más importante consiste en enternecer
y subyugar el alma por medio de la presentación de nueslro Señor
Jesucristo como el Salvador que perdona el pecado. Nunca debiera
predicarse un sermón, ni darse instrucción bíblica en relación con
ningún tema, sin señalar a los oyentes el "Cordero de Dios que qmta
el pecado del m undo" (Juan 1: 29). Toda doctrina verdadera, tieneJ
su centro en Cristo, todo precepto recibe poder de sus palabras.
«Mantened ante el pueblo la cruz del Calvario. Mostradle lo que
causó la muerte de Cristo: la transgresión de la ley. Que no se excuse
ningún pecado m se trate como asunto de poca importancia. Debe ser
presentado como culpa contra el Hijo de Dios. Después, señaladle al
pueblo a Cristo, diciéndoles que la inmortalidad viene solo al recibirlo
a él como su Salvador persona 1» {Testimonios ¡kira hi iglesia, t. 6, pp. 53,54).
Así de claro. Eso es el evangelio. Fsa es nuestra predicación. Es tris­
te decirlo, pero en algunos lugares la gente no lo escucha; los adultos
los escritores del Nuevo Testamento? Ciertamente deberían cono­
cerlo. El Dr. W. W. White dijo una vez: «El evangelio descansa sobre
^testimonios, no es una explicación, no es una teoría».
El apóstol Pablo fue uno de los hombres de cuya pluma proviene
una gran parte del Nuevo Testamento. Si desean conocer la fórmu­
la paulina de los hechos del evangelio, la encontrarán er^^Corintios
? 15: l-4 yAquí está lo que dijo:
«Además, os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué,
que también recibisteis, y en el cual perseveráis firmes. Por este evan­
gelio sois salvos, si retenéis firmes la palabra que os he predicado.
Si no, creisteis en vano. Porque primero os trasmití lo que yo mismo
-recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escri­
turas; que fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Es­
crituras». Ahí está; todo se centra en eso.
Después el apóstol menciona a quienes vieron con sus propios
ojos a Cristo después de su resurrección. Reúne sus testigos para pro­
bar que Cristo resucitó. Eso es el evangelio. Cristo crucificado por
nuestros pecados, su resurrección y su victoria, demostrando ser «el
Hijo de Dios con poder [...] por su resurrección de entre los muer­
tos» (Rom. 1: 4).
Por supuesto, como ustedes saben, en la Biblia se mencionan por
lo menos diez u once apariciones de Jesús después de su resurrección.
Pablo se refiere a algunas de ellas y da los nombres de los que vie­
ron a Jesús, muchos de los cuales aún vivían en los días del apóstol.
Con estos hechos establecidos por testimonio, volvemos a las Epís­
tolas donde encontramos los resultados de la muerte y resurrección
de Cristo presentadas desde la óptica judicial de Romanos y Cálalas.
En Eíesios y Colosenses y en otros lugares encontramos los resulta­
dos del sacrificio de nuestro Salvador por nosotros desde los luga­
res celestiales y lo que Cristo está haciendo por nosotros ahora y lo que
hará. Después, en el Apocalipsis encontramos su gran plan para el
mundo, su regreso, y su reino glorioso, todo basado en su muerte co­
mo sacrificio expiatorio en la cruz.
Cuando predicamos sobre el estado tie los muertos y solo agrega­
mos un poquito de algo que mencione la cruz y al final hacemos un
llamamiento para hacer que la gente derrame luías lagrimitas; eso no
es predicar. Syno predicamos a Cristo y a Cristo crucificado, no es­
tamos predicando. Mis arnigos, es igual si la gente está consciente*o
inconsciente cuando muere a menos que esa verdad este vinculada
con Jesús. No me importa si el sábado es o no el día de reposo a m e­
nos que Cristo esté involucrado en él. Por favor, no me vayan a ma-
linterpretar. Para mí, la predicación del estado de los muertos debe­
ría estar basada en la afirmación: Hay vida en Cristo. Oh amigos, ya
hay demasiadas cosas negativas. Se necesita to d aláfe que tengo pa­
ra creer que los seres humanos vivirán después de la muerte. I le vis-
lo morir a muchas personas. He visto además montones de huesos
humanos. He visto ruinas de grandes civilizaciones. Tx>que deseo es
que alguien venga y me diga que volveremos a vivir porque Jesús
murió y resucitó; que mi vida está escondida con Cristo en Dios y
que cuando él, que es mi vida, se manifieste, entonces yo también se­
ré manifestado con él en gloria (Col. 3: 3 ,4 ). Deseo vivir. Deseo ser
inmortal, y la única esperanza está en Cristo. En mi opinión, el estado
de los muertos debería predicarse como una afirmación gloriosa de
que Cristo ha resucitado.
El sábado es el sábado de Cristo, la prueba de su poder creador.
Jcsú s^ stacn el sábado y el sábado está en Cristo, de otra manera no
tengo interés en el sábado. Creo que todos nosotros podemos mejo­
rar nuestra predicación sobre estos puntos, explicarlo por el lado afir­
mativo, explicarlo a la luz de la cruz y la resurrección. Ese es el evan­
gelio que predicaron los apóstoles, y creo que es el evangelio que de­
bemos predicar.
«La primera actividad y la más importante consiste en enternecer
y subyugar el alma por medio de la presentación de nuestro Señor
Jesucristo como el Salvador que perdona el pecado. Nunca debiera
predicarse un sermón, ni darse instrucción bíblica en relación con
ningún tema, sin señalar a los oyentes el "Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Toda doctrina verdadera, tiene/
su centro en Cristo, todo precepto recibe poder de sus palabras.
«Mantened ante el pueblo la cruz del Calvario. Mostradle lo que
causó la muerte de Cristo: la transgresión de la ley. Que no se excuse
ningún pecado ni se trate como asunto de poca importancia. Debe ser
presentado como culpa contra el Hijo de Dios. Después, señaladle al
pueblo a Cristo, diciéndolcs que la inmortalidad viene solo al recibirlo
a él como su Salvador personal» {Testimonies jura la iglesiii t. 6, pp. 53,54).
Así de claro. Eso es el evangelio. Esa es nuestra predicación. Es tris­
te decirlo, pero en algunos lugares la gente no lo escucha; los adultos
no lo escuchan; los niños no lo escuchan. ¿Por qué? Porque no se
predica. Se predica el deber, se predica el trabajo; se predica la activi­
dad, se predica sobre la alimentación, se predica sobre la forma de
vestir, lodo eso es bueno, pero secundario. Todo eso son hojas que
deben crecer en el árbol de la vida cristiana, o fruto que puede apare­
cer en respuesta a una enseñanza apropiada, pero no son el evangelio,
no son la vida del mensaje.
Hace algunos años fue mi privilegio llevar a Cristo, tal como se
revela en el evangelio y com o se enseña por el verdadero mensaje
adventista, a una admirable dama y a su hija. Ambas eran cristianas
maravillosas y conocían a Cristo, nuestro Salvador, en la iglesia a la
cual habían pertenecido anteriormente. Vieron y aceptaron todas las
grandes doctrinas de esta verdad que nosotros llamamos «el men­
saje». Guardaron el sábado y se unieron a la iglesia. La hija llegó a
ser la esposa de uno de nuestros pastores; y lo sig.ie siendo. Durante
veinte años la madre fue miembro de iglesia, y fue fiel en su asisten­
cia. Pero, desgracidamente en aquella iglesia hubo una serie de pas­
tores que predicaban cada vez menos de la verdad del evangelio, me­
nos y menos de la verdad de la Biblia. Algunas veces no tomaban ni
, un texto de la Escritura, sino que componían todo su sermón con ci­
tas del espíritu de profecía. Con todo lo bueno que sin duda son, estos
libros no son la Escritura. TTubo quien predicó allí durante más de
seis meses sin usar un solo texto bíblico, según el testimonio de algu­
nos miembros de aquella congregación.
Después de casi veinte años en la verdad, esta mujer escandali­
zó al pastor al decirle:
— Voy a dejar la Iglesia Adventista y voy a regresar a mi iglesia.
La cual resultó ser la iglesia de su juventud.
— ¿Por qué? — le preguntó el pastor— ¿Cómo es posible que ha­
ya tomado usted esta decisión tan terrible?
— La he tomado porque deseo oír de Jesucristo, léngo hambre de
oir del evangelio, tengo hambre de oír que se predica la Biblia.
—Oh, pero ¿no sabe usted que esa gente no tiene el sábado, el espí­
ritu de profecía, y todas estas verdades maravillosas?
—Sí — respondió ella—> lo sé. No voy a renunciar al sábado. No
voy a renunciara estas verdades maravillosas. Pero ellos tienen algo
que usted no tiene, lienen el evangelio y lo predican de la Biblia. Ten­
go hambre de oírlo, por eso vuelvo a esa iglesia.
— ¡Oh! — dijo el pastor — le daré algunos estudios bíblicos.
—No, no me dé. Usted no sabe lo que es la Biblia. Usted ha estado
aqiü tres o cuatro años y nunca le he escuchado dar un sermón bíbli­
co. Todo lo que usted conoce es una religión del antiguo pacto de haz
esto, haz aquello; no hagas lo otro, no hagas lo de más allá; no uses,
no gustes, no toques; usted perecerá con el uso. Todo lo que usted
conoce es lo que dicen esos libros rojos. Usted nos los lee continua­
mente, pero usted no nos ha dado ni un texto de la Biblia al menos
desde hace medio año. Usted no entiende la Biblia. Usted no sabe
de qué trata la Biblia. No me hable a mí de la Biblia.
— ¿No sabe* usted que esta es la verdad?
—Por supuesto —dijo ella— . T.o sé. Voy a guardar el sábado, pero
necesito escuchar el evangelio. ¡Adiós!
Bueno, por supuesto no hizo lo correcto. Era casi seguro que con
el tiempo acabaría abandonando el sábado y las otras verdades que
nos distinguen com o pueblo. Posiblemente debería haber esperado
veinticinco o treinta años hasta que consiguieran otro pastor que pre­
dicara el evangelio. Pero, ella no podia esperar. Se* fue. T-a vi. Yo tam ­
poco pude hacer nada por ella. Había tomado su decisión. Dijo: «No,
no conocen lo que es el evangelio. Tuve tres predicadores en forma
sucesiva, también hombres importantes y ni uno de ellos sabe en
absoluto de qué se trata». Me sentí inclinado a estar de acuerdo con
ella. Yo mismo nunca les había oido predicar el evangelio a ninguno
de ellos.
Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, no hay razón para que
suceda algo así, ¿no es cierto? Conocemos la Biblia. Conocemos el
evangelio, y deberíamos estar predicándolo.
Creo en todo el mensaje adventista como ha sido enseñado por nues­
tro pueblo a través de los años. Nadie puede haber sido más fiel a es­
te mensaje y más leal a esta verdad, tal como la entendemos, de lo que
fue mi padre. Me la enseñó siendo niño. Antes de que hiera al semi­
nario me instruyó en cada punto de este mensaje como está revelado
en la Biblia, y apoyado por el espíritu de profecía.
Desde su muerte, he estado revisando sus papeles, y mientras
leía sus cartas y los documentos que guardó, me siento cada vez más
impresionado por la profunda confianza que tenía en la Biblia y en
el espíritu de profecía y en este mensaje. ¡Cuán leal fue a la iglesia!
Y, aunque algunas veces estuviera en desacuerdo con ciertas cosas
que algunos hombres habían dicho o hecho, cada vez que se produ­
cía alguna crítica a ese hombre que implicara una crítica a la iglesia
o al ministerio, inmediatamente saltaba en su defensa. Oigo esto por­
que creo que es la posición que todos deberíamos tomar.
Sin embargo, deseo decir algo más. Es posible para nosotros ser
leales a las diferentes doctrinas del mensaje de forma exterior y con
todo no predicar, y no experimentar realmente el evangelio de la gra­
cia de Dios como se reveló en Jesucristo para la salvación del mun­
do. Una y otra vez el espíritu de profecía recalca este mismo punto,
la necesidad de la predicación del evangelio. «Por doquiera», lee­
mos en Obreros evangélicos, «ha de resplandecer la luz de la verdad
para que se despierten y conviertan los corazones». Fíjense, no sola­
mente despertarse sino también convertirse. «En todos los países se
ha de predicar el evangelio». Observe, es el emttgelio el que debt* pro­
clamarse en todos los países. ¿Cómo debe proclamarse? !.eo aquí en
el mismo párrafo. «Los pecadores han de ser conducidos a un Salva­
dor alzado en la cruz, y se ha de oír, pronunciada por muchas voces,
la invitación: " líe aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo"» (pp. 25, 26).
En la página 27 del mismo libro está escrito: «El solemne y sagra­
do mensaje de amonestación debe proclamarse en los campos más
difíciles y en las ciudades más pecaminosas, en todo lugar donde no
haya brillado todavía la luz del gran triple mensaje». ¿Pero cómo?
¡Escuchen!: «Con el poder del Espíritu, a medida .^ue los principios
divinos [...] sean presentados en la sencillez del evangelio, el poder
del mensaje se hará sentir».
Es un hecho real que la comisión encomendaba a los discípulos
de la antigüedad es la que se nos encomienda a nosotros hoy, ¿O aca­
so tenemos alguna otra comisión? Aquí está su respuesta: «El man­
dato dado ajos discípulos nos es dado también a nosotros. Hoy en día,
como entonces, un Salvador crucificado y resucirado ha de ser le­
vantado delante de los que están sin Dios y sin esperanza en el mun­
do. |...J A toda nación, tribu, lengua y pueblo se han de proclamar
las nuevas del perdón por Cristo. El mensaje ha de ser dado no con
expresiones atenuadas y sin vida, sino en términos claros, decididos
y conmovedores. Centenares están aguardando la amonestación
para poder escapar a la condenación. Fl_miuidoJiecesita ver en los,
Y cristianos una evidencia del poder del cristianismo» {ibid., p. 29).
N uestra comisión hoy es predicar un Salvador crucificado* pre­
dicar un mensaje claro v conmovedor, y no solo eso, sino predicar-'
lo con poder, el poder del cristianismo. ¿Está ese poder en mi vida?
cEstá en la suya? Si no está, ¿por qué no está? ¿Cómo puedo predi­
car a un Cristo crucificado si esa predicación no ha cambiado mi vi­
da, si el poder de Oios en Cristo no se ha revelado en mi? Si he pre-
dicado a Cristo crucificado como debería predicarlo, la convicción
del pecado se apoderará de los corazones de mis oyentes. Aquí ten­
go una ilustración de ello.
«Cierto predicador, después de haber pronunciado un discurso
bíblico que había producido honda convicción en uno de sus oyen­
tes, fue interrogado así:
— ¿Cree usted realmente lo que predicó?
— Ciertamente — contestó.
— Pero, ¿es verdaderamente así? — inquirió el ansioso interlocutor.
—-Seguramente — dijo el predicador extendiendo la mano para
tomar su Biblia.
Entonces el hombre exclamó:
— ¡Oh! si esta es la verdad, ¿qué haremos?
»¿Qué haremos? pensó el predicador, ¿Qué quería decir el hombre?
Pero, la pregunta penetró en su alma. Se* arrodilló para pedirle a
Dios que le indicase qué debía hacer. Mientras oraba, llegó a él con
fuerza irresistible el pensamiento de que tenía que presentar a un
mundo moribundo las solemnes realidades de la eternidad. Duran­
te tres semanas estuvo vacante su puesto en el pulpito. Estaba bus­
cando la respuesta a la pregunta: "¿Qué haremos?"
»E1 predicador volvió a su puesto con la unción del Dios santo.
Comprendía que sus predicaciones anteriores habían hecho poca
impresión en sus oyentes. Ahora sentía sobre sí el terrible peso de las
olmas. Al volver a su pulpito no estaba solo. Había una gran obra
que hacer, pero él sabía que Dios no lo desampararía. Exaltó ante sus
oyentes al Salvador y su am or sin par. Hubo una revelación del hijo
de Dios y un despertar que se difundió por las iglesias de las comar­
cas circundantes».
Tal vez. todos ustedes habrán oído sobre esta experiencia o la han
leído muchas veces porque está en Obreros evangélicos, páginas 33 y
34. Es tan importante que sentí apropiado colocarla aquí. Muestra exac­
tamente lo que necesitamos.
Alguien pregunta: «¿No debemos predicar las grandes profecías
que nos constituyeron en un pueblo?». Hn absoluto he dicho yo eso.
Aquí está exactamente cóm o debemos predicar, y estoy citando otra
vez Obreros evangélicos, página 154:
«Los predicadores deben presentar la segura plataforma proíéti-
ca como fundamento de la fe de los adventistas del séptimo día. De­
ben estudiarse detenidamente las profecías de Daniel y del Apoca­
lipsis, y en relación con ellas las palabras: "I le aquí el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo"».
¿Por qué? Les digo mis amigos, esas profecías predicadas correc-
fámente son sermones formidables que convierten a las almas a la
fe cristiana. Deberíamos dejar fuera de nuestros sermones los asuntos
de poca importancia y presentar las grandes verdades que decidi­
rán el destino de las almas. A menos que estas grandes profecías es­
tén llenas con el evangelio, o predicadas a la luz. del evangelio, y que
atraigan la atención de las gentes al evangelio, sería mucho mejor
no predicarlas. Cada_sermón sin Cristo es un pezaclo-contraJL>ioiLy_
un pecado contra la humanidad. Cualquier sermón destituido de la
sangre salvadora de Cristo se parece a la ofrenda de Caín. Dios re­
chazó su ofrenda debido a que no estaba en ella la sangre del corde­
ro inmolado, no representaba la sangre de Cristo. Los sermones sin
Cristo no producen contrición de corazón, ni convencen de pecado,
ni inducen a los oyentes a preguntar: «¿Qué debo hacer para ser
salvo?».
Deberíamos ser los primeros entre los predicadores de este mun­
do en presentar a Cristo ante los hombres. F.s necesario que predique­
mos el triple mensaje angélico. Hemos de predicar el sábado, debe
predicarse el estado de los muertos. Ahora bien, todas estas verdades
tienen que ser predicadas como una doctrina de Cristo. «F1 gran cen­
tro de atracción, Cristo jesús, no debe ser dejado a un lado. Fs en la
m iz de Cristo donde la misericordia y la verdad se encuentran, y don­
de la justicia v la paz se* besan, b.l pecador debe ser inducido a mirar
al Calvario; con la sencilla fe de un niñito, debe confiar en los méri­
tos del Salvador, aceptar su justicia, creer en su misericordia» (ibid.,
pp. 164,165).
Realmente, los dos libros Obreros-evangélicos y Jcstimonios para los
mimaros Contienen todo lo que necesitan para su homilética. He leí­
do docenas de libros escritos por los grandes maestros, pero no hay
ningún punto, en relación a los principios fundamentales, que ha­
yan extraído aquellos hombres y que lo hayan encontrado por la ex­
periencia, que ustedes no encuentren en esos dos libros. Todo está ahí.
Estoy tentado a citar todo el capitulo de Obreros evangélicos, titula- T- *
do: «La predicaeión de Cristo», pero no debo hacerlo. Léanlo por us- V,
tedes mismos. Mediten en cada página, cada frase, cada palabra de
ese capítulo y nunca más dejarán a Cristo crucificado fuera de su pre­
dicación. Si esto fuera todo lo que tuviésemos del espíritu de profe­
cía, valdría la pena. Cada predicador haría bien en memorizar este
capítulo. Vería que los discursos teóricos pueden ser esenciales para
que la gente pueda ver la cadena de la verdad, eslabón tras eslabón,
pero se nos dice que «ningún discurso debe predicarse jamás sin
presentar a Cristo y a él crucificado como fundamento del evange­
lio» (ibíd., p. 167).
Más personas de las que pensamos están anhelando encontrar el
camiiio a Cristo, y él debe ser exaltado como el refugio del pecadorj
t n algunas de nuestras predicaciones conseguimos únicamente guar­
dadores indiferentes del sábado. T.a gente ve la verdad y la acepta
desde un punto de vista filosófico. «Debe ser la verdad», dicen «porque
se enseña en la Biblia». Pero la gente necesita más que eso. La obra
del pastor no termina mientras no haya habido un cambio de corazón
en sus oyentes. Esa es la razón por la cual tenemos que ensalzar la
cruz. «Cristo crucificado. Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo.
Cristo que va a volver» (ibíd., p. 168), ese es nuestro mensaje, y es el
único mensaje digno de ser predicado. Así que, «ensalzad a jesús los
que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y
en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas
confusas, extraviadas y perdidas al "Cordero de Dios"» (ibíd.).
V aquí hay otra cita: «Sea la ciencia de la salvación el centro de
cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda súplica. No ‘
pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la
sabiduría y el poder de Dios» (ibíd.).
Podríamos muy bien tomar este capítulo en lugar de mi confe­
rencia. Estoy seguro que haría mucho bien si todos lo estudiáramos
y si lo siguiéramos con todo nuestro corazón. Léanlo por ustedes
mismos. Deben tenerlo en su hogar.
Este es otro relato verdadero. No fue mventado para una ilustra­
ción, sino que sucedió en realidad y yo lo conozco muy bien. Sin
embargo, no fue en mi reunión, pero conocí a quien le sucedió. Dos
jóvenes compañeros, destacados predicadores de nuestra doctrina,
estaban llevando a cabo una serie de reuniones de evangelizacion y
tenían una asistencia muy buena
Comenzaron a asistir un caballero y su esposa, quienes fueron
aceptando todos y cada uno de los puntos de la verdad mientras ellos
continuaban semana tras semana. Parecían estar convencidos del
hecho de que había un mensaje que tenia que ser dado al mundo en
estos últimos días y que lo que estaban oyendo debía ser el mensa­
je, pues todo se probaba con la Biblia de una manera m uy lógica. No
había forma de negarlo. Entonces, de repente, dejaron de asislir.
Paitaron durante varias noches. Los evangelistas estaban muy
preocupados porque pensaron que esta pareja estaba casi lisia para
el bautismo y precisamente habían dejado de asistir. No pudieron en­
contrarlos. Después de cuatro o cinco noches, volvieron a aparecer.
Sus rostros estaban iluminados con gozo, estaban muy felices. Al fin
del servicio, el pastor se les acercó y les dijo:
— Estuvimos preocupados por ustedes. Pensamos que creían lo-
da esta verdad, y de repente dejaron de venir.
—Oh, sí, la creemos toda. Vimos cada porción de la verdad. Sabe­
mos que es la verdad y estamos seguros de que hay que obedecerla.
Ya estamos guardando el sábado.
— Oh, entonces ¿estuvieron enfermos? ¿Es eso por lo que no vi­
nieron?
—N o, no estuvimos enfermos. En verdad estuvimos muy bien.
Entonces, ¿por qué no vinieron?
-Bien, fue más o menos así: Oímos estas doctrinas maravillosas
y estas verdades maravillosas. Supimos que esto era la verdad de Dios,
y deseábamos ser bautizados. Pero sentíamos que no estábamos lis­
tos. Necesitábamos estar convertidos y llegar a ser cristianos, así que
fuimos al Ejército de Salvación para convertirnos y estar listos para
el bautismo y gozar de esta verdad maravillosa.
En esas reuniones no se había dicho nada acerca de estar converti­
do, acerca de ir a Cristo, acerca de un cambio en la vida. Fueron al Ejér­
cito de Salvación y se convirtieron, y después se sintieron listos para ser
bautizados. Bueno, ¿por qué no conseguimos nosotros que estuvieran
listos? ¿Por qué no conseguimos que se convirtieran? No tendrían
que haber ido a ningún otro lugar para estar listos pora el bautismo.
Esto puede sonar com o un relato que alguien ha fraguado para
ilustrar un punto, pero no es así. Es auténtico. Esa gente no había oído
ningún evangelio, ni ningún llamamiento para que entregaran sus
corazones a Cristo. No había habido predicación del Cristo crucifi­
cado llena del Espíritu para satisfacer las necesidades de un corazón
humano quebrantado.
Yo creo que desde la primera noche de cualquier.serie.dereunió-'
nes debería quedar claro para todos que. el predicador es un predi­
cador cristiano, que está proclamando el evangelio de Cristo- Sola­
mente cuando los apóstoles ensalzaron a Jesús como el Salvador de
la humanidad, crucificado por sus pecados, es cuando el Espíritu
Santo certificó su predicación. Y sera lo mismo con nuestra predica­
ción. «Cuando venga el Espíritu de verdad», él «convencerá al mun­
do de pecado, y de justicia y de juicio» (Juan 1 6 :8 ,1 3 ).
La predicación de la Palabra de Dios no tendrá efecto a menos
que el Espíritu Santo la traiga al hogar, convenza el corazón, gane el
corazón, se gane la amistad del corazón, Cualquiera de nosotros
puede ser capaz de presentar Ja letra de la verdad. Podemos ser teó­
logos auténticos —está bien si podemos serlo , pero la mayoría de
nosotros no lo somos. Deberíamos tener un dominio de la Biblia y
de lo que dice, familiarizarnos con todos sus mandatos y promesas.
Pero, la siembra de la semilla de la Palabra no tendrá éxito a menos
que se riegue, que sea llevada a la vida por el rodo del cielo, el Es­
píritu Santo.
Escuchen bien: «Sin la cooperación del Espíritu de Dios, ningu­
na cantidad de educación [pueden ir al seminario y obtener títulos
hasta que los aplasten], ninguna ventaja, por grandes que sean, pue­
den hacer de uno un contacto de luz» (ibíd, p. 301). Claro que creo
en la educación; no me entiendan mal. Consigan toda la que puedan
conseguir, ese es mi consejo. Pero, les resultará inútil sin el Espíritu
de Dios.
Y recuerden eslo: Antes de que se hubiera escrito ningún libro
del Nuevo Testamento, y antes de que se hubiera predicado ningún
sermón del evangelio después de la ascensión de Cristo, el Espíritu
Santo fue derramado sobre los discípulos que oraban. Entonces, el
testimonio, incluso el de sus enemigos fue: «Habéis llenado a Jerusa-
lén de vuestra doctrina» (Hech. 5:28). Si vamos a llenar Nueva York,
Londres, Shangai, Roma, Ciudad de México, Buenos Aires y otras
grandes ciudades del mundo con este mensaje, será ensalzando al
Señor Jesucristo ante los hombres de tal manera que el Espíritu San­
to pueda derramarse sobre nosotros y sobre nuestras palabras y en
los corazones de los oyentes. Únicamente así podremos llenar una
ciudad con nuestra doctrina.
Ahora, volvamos por un momento con el apóstol Pablo, el gran
predicador de predicadores. Así predicaba él. Obsérvenlo allá en Te­
sa Iónica, en la sinagoga de los judíos: «Y como acostumbraba, Pablo
fue a la sinagoga, y por tres sábados razonó con ellos basándose en
las Escrituras. Explicando y probando que el Cristo tenía que pade­
cer y resucitar de entre los muertos. Y que Jesús, "a quien yo os anun­
cio — decía él— es el Cristo"» (I Tech. 17: 2 ,3 ).
tf Pablo fue un predicador bíblico. Fíjense, abrió las Escrituras a la
vista de ellos. Lo vieron leer su mensaje de la Biblia. Presentó sus ar­
gumentos. Razonó de las Escrituras. ¿Y cuál fue su razonamiento?
¿Cuáles eran sus argumentos? «Cristo tenia que padecer». Fn otras
palabras, que el Mesías tenía que morir, había de ser crucificado, tenía
que ser levantado y alzado ante el mundo por los pecados de la hu­
manidad y que debería resucitar de nuevo de entre ios muertos. Y
esto demostraba que Jesús de Nazaret, a quien Pablo predicaba, era el
Cristo, el cumplimiento de las profecías. ¿Se dan cuenta?, era un men­
saje profético. Era un mensaje oportuno, cumplido en la historia. Up
mensaje para aquel tiempo.
Pero, ante todo, era un mensaje evangélico/ un mensaje salvador,'
porque dondequiera que predicaba se producía, generalmente, o un
tumulto o un reavivamiento. «Algunos de ellos creyeron, y se junta­
ron con Pablo y Silas», leemos en Hechos 17: 4. De hecho se trataba
de «una gran multitud». E inmediatamente empezó el alboroto. Siem­
pre hubo oposición. Más p ronto o más tarde, siempre surgirá oposi­
ción a la germina predicación cristiana. Al diablo no le gusta esa pre­
dicación y a sus seguidores no les gustará. Así que, el versículo cinco
nos cuenta de un alboroto, incluso de un tumulto, arrastrando a al­
gunos de los cristianos ante los magistrados de la ciudad con la acu­
sación de que «estos que han trastornado el mundo entero, han ve­
nido también aquí» (vers. 6).
Recuerden cómo Spurgeon, en su escuela de predicadores en Lon­
dres, envió a aquellos muchachos a predicar todos los fines de se­
mana. Cuando regresaban les preguntaba cómo les había ido v tra­
taba de animarlos e instruirlos. Un día le preguntó a un joven delan­
te de la clase:
-¿Cómo te fue?
— Maravillosamente. s
— ¿Se produjo un reavivamiento?
— No, no se produjo, pero tuvimos una reunión maravillosa.
— Bien. ¿I Tubo alguien que se enojara?
— ¡Oh no, no!
— Entonces eres un fracasado. Si no hiciste cambiar de opinión a J
alguien para que se enojara ni se produjo un reavivamiento, o al me­
nos lo imo o lo otro, entonces no sucedió nada.
Ustedes verán, cuando prediquen realmente la verdad, que alguien
se va a convertir y cambiar, o que alguien se va a resentir. Pueden es­
tar seguros. Fn cualquier lugar donde predicaba Pablo, se producía
o un reavivamiento o un tumulto. Esa fue la realidad. Volvieron el
mundo al revés. «Han venido también aquí», eso es lo que dice el in­
forme. Fue predicación profética, cristiana, ensalzando a Jesús ante
el mundo.
¡Ojalá se produjeran más trastornos como esos por todo el mundo!
Menos predicación sin vida, adormecedora, y mucha más predica­
ción cristiana, ensalzando a Jesús ante el mundo, Jesús crucificado
por los pecados de los hombres, Jesús resucitado para nuestra san­
tificación y para nuestro gozo, y viniendo en gloria y poder. Fn mu­
chas iglesias la actitud parece ser: «Supersecreto, cállese, sea cuida­
doso, no despierte a los que duermen, no predique con gozo, con ce­
lo, con demasiada seriedad. No conviene. No está de moda». Y lo
más devastador de todo: «Es que asi no se hace».
Posiblemente, llegará el tiempo cuando los verdaderos predica­
dores serán arrastrados más a menudo ante los magistrados, o arro­
jados en la cárcel. Puede ser que entonces llegue el momento cuan­
do el mundo sea trastornado por el mensaje de Dios. Una vez asistí
a una reunión de obreros en Checoslovaquia, en un gran castillo que
había pertenecido a los Rothchild, pero que ahora era del estado.
F.staba rodeado por cinco mil acres (imas dos mil hectáreas) de bos­
ques donde el emperador y la corte iban a menudo para cazar en los
días de antaño. Allí nos encontramos para orar y estudiar juntos.
Sentados ante mí, en primera fila, estaban el presidente de la Aso­
ciación y el secreta rio-tesorero. Cuando escuche las experiencias de
172 AlVU IlíNTA MISOVI JAS

aquellos hombres, sentí que debería estar sentado a sus pies para
aprender algo de la obra de Dios, algo de la fe, algo sobre predicar a
Cristo frente al peligro, la persecución y hasta la cárcel. Ellos dos ha­
bían sido encarcelados más de doce veces por predicar a Cristo.
Me pregunto, mis amigos, si no pondría nueva vida en todos no­
sotros, si nuestros presidentes y secretarios de Asociación estuvieran
en la cárcel por causa del evangelio de Cristo. ¿No saldríamos todos
y predicaríamos como nunca antes hemos predicado? ¿No quedaría
trastornado el mundo? ¿Por qué...? Porque nuestros corazones ha­
brían sido trastornados.
No miremos alrededor del mundo y digamos: «Es imposible. Ya
no viene nadie más. Ya no sucede nada». Fue debido a que los após­
toles anunciaron «la resurrección de los muertos cumplida en Jesús»
(Hech. 4: 2), que Las autoridades de Jerusalén se pusieran en guardia
y actuaron. Esteban predicó a Cristo crucificado, fue llevado a la muer­
te y llegó a ser el primer mártir cristiano. Cuando Felipe predicó.a
Cristo se convirtió el eunuco. Así que cuando se predicó a Cristo, ya
fuera por amor o por pretexto fue cuando se regocijó el apóstol (Fil.
1:18). El mensaje que trastornó el mundo y fortaleció la iglesia cris­
tiana fue el mensaje que se nos presenta en'l Timoteo 3: ' 0. «Sin dis­

£l cusión, grande es el misterio de la piedad: T>íds fue manifestado en


carne, justificado por el Espíritu, visto por los ángeles, predicado a
los gentiles, creído en el mundo, recibido en gloria», ,
Ese es nuestro mensaje. Ese es ci relato que los hombres y muje­
res de cada generación necesitan escuchar. Debe ser nuestro tema
dominante. N o la verdad en abstracto, sino la verdad revelada en
Cristo.
FI Dr. Dale, gran teólogo y gran predicador y pastor, confesó una
vez que durante muchos años había estado pensando solamente en
la verdad que predicaba, y no había dedicado tiempo a pensar en la
gente a la cual le predicaba. Cuando comenzó a pensar en sus oyen­
tes y en su necesidad de la salvación, entonces la verdac. que predi­
caba quedó encamada en Cristo/El cristianismo es Cristo. Nunca ol­
viden eso en su predicación.
Fue la persona de Cristo la que constituyó el centro de la predica­
ción apostólica. Note que en Colosenses 1:28 fue el quién, no el qué, lo
j que predicamos. Fue la persona de Cristo que fue crucificado (1 Cor.
I 2: 2). No fue la cruz misma, sino Cristo crucificado sobre la cruz.
Cristo es Señor (2 Cor. 4: 5). Toda la verdad debe asociarse con una
persona, laverdad tal y com o es en Jesús (2 Cor. 4 :5 ). Toda nuestra
ética, nuestra moral, nuestras doctrinas, deben estar asociadas con él,
con su amor, su gracia, su Espíritu. - •'
Jóvenes, se va a necesitar más que ortodoxia para terminar la obra _
de Dios en la tierra. Es verdad que debemos seo'órtodoxos) pero de­
bemos ser más que eso. En un sentido podriamoS'derfr'qúe el diablo
es ortodoxo, porque ciertamente sabe cuál es la doctrina verdadera.
Podernos ser tan ortodoxos como el diablo y estar ciertamente tan
perdidos como él. Hay una cosa de la cual no podemos acusar al dia- I.
blo. No podemos acusarlo de que falla en entender la verdad. El diablo
cree que la Biblia es verdadera. Cree en toda la Biblia. Sabe que exis­
te Dios. Sabe que Jesús es el divino Elijo de Dios. Conoce su nacimien­
to virginal y su vida inmaculada. Cree todo eso. Tiene un conoci­
miento perfecto de la ortodoxia, pero no cree en Jesucristo como su
Salvador. No lo acepta como su Redentor. Sabe que lodo es verdad,
pero nunca ha hecho un compromiso personal con Jesús. Conoce la
verdad, pero es completamente diabólico, y está completamente
perdido.
Más de un hombre hoy en día afirma ser ortodoxo y, sin embar­
go, está lleno del diablo. He hablado con muchos de ellos. ¡Dios mío!
¡Cómo pueden debatir la verdad! ¿Ortodoxos? ¡Diría que sí! Podría
mencionar uno, precisamente ahora, un hombre que quebranta to­
das las normas de la vida cristiana. ¿Ortodoxo? ¡Completamente!
Puede encontrar faltas en todos los pastores y decirlos dónde están
equivocados. Y sin embargo, vive en pecado abierto ante el mundo.
Va por todas partes predicando el sábado y todas las doctrinas, pero
nunca predica el evangelio — se lo aseguro- -, no predica ni una piz­
ca del evangelio. Pero, si solamente se requiere un conocimiento de la
verdad, entonces es ortodoxo. Así que, nuestra predicación debe
tener un tema dominante, y una pasión dominante. Estamos predi- ,
candó a Cristo crucificado. Debemos predicarlo con ardor y sinricn-)
do el mismo amor que Cristo tiene por la salvación de los hombres.
Cuando lan Macla re n estaba repasando su ministerio, poco tiem­
po antes de jubilarse de su gran iglesia de Liverpool, escribió lo si­
guiente: «Ahora veo claramente que cada oración debería sugerir a
Cristo, y cada sermón, aim cuando su nombre no se haya menciona­
do, ni se hayan citado sus palabras, debería conducir ai oyente a los
pietí de Cristo. En Cristo hay un atractivo irresistible; sin él un ser­
món puede tener belleza, pero no tendrá fragancia. Con Cristo todos
quedan satisfechos, aunque los cristianos puedan diferir ampliamen­
te en credos y costumbres. Con él, se conmueve toda alma humana
y solo en él se encuentran todas las almas humanes Mi opinión
es que el propósito básico de todo sermón debería ser revelar a Cristo
v la principal obra del predicador, mantener oculto el_yo».
D e pasó, estaba citando del libro de Griffith Tilomas, The Work of
lite Ministry ILa obra del ministerio]. En realidad, es uno de los me­
jores libros dé los muchos que se han publicado para el ministerio.
Está escrito particularmente para los predicadores de la Iglesia de
Inglaterra, pero es sencillamente un buen libro. Ustedes disfrutarán
leyéndolo y estudiándolo. Griffith Thomas fue miembro de la Igle­
sia de Inglaterra, un hombre ferviente y piadoso, '.o escuché predi­
car cuando yo era joven.
Una congregación se encontró con un predicador ferviente y eru­
dito que había venido de beber profundamente en un centro de es­
tudios bastante modernista. Aunque había adquirido estudios teo­
lógicos, era muy liberal en sus opiniones. Y habló de principios y
teorías y filosofía, y también de muchas grandes verdades. Pero, su
congregación anhelaba oír más de nuestro Señor. Una mañana el
pastor quedó sorprendido al encontrar un pequeño trozo de papel en
el pulpito en el cual aparecían escritas estas palabras: «Señor, qui-
)í siéramos ver a Jesús» (Juan 12:21). Al principio estaba enojado, pe­
ro, cuanto más pensaba en esa nota, más se daba cuenta que era su
deber, su privilegio, su gran responsabilidad, predicar a Cristo, pre­
dicar la persona de Cristo al mundo. Buscó a Diosen oración. Cam­
bió toda su actitud y con ella toda su vida y su predicación.
Algún tiempo más tarde, quedó conmovido atando se dirigió al
pulpito y encontró otro trozo de papel del mismo tamaño y forma,
con la misma letra de la anterior, y estas palabras: «Y los discípulos
y, se alegraron de ver al Señor» (Juan 20: 20). Amigos, eso los alegrará
también a ustedes cuando prediquen a Cristo de esa manera.
A los primeros discípulos de la fe cristiana se les exigía fe en Cristo
com o el Mesías, el ensalzamiento de Dios, y la fe en que su muerte
era una muerte expiatoria, determinada por Dios para perdón de
los pecados. El cristianismo era la religión de Cristo Su argumento
ante la gente se ñmdamentaba en la profecía, los milagros v obras
de nuestro Salvador. Jesús fue el cumplimiento de todas las espe­
ranzas contenidas en la antigua revelación de los profetas, y no debe­
mos buscar ninguna otra esperanza. Esa era su enseñanza: «Porque
todas las promesas de Dios son "sí" en él. Por eso decimos "amén"
en él, para gloria de Dios» (2 Cor. 1:20).
Jesucristo es el Hijo de Dios, «fc'n el principio existía el Verbo, y
el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. f...l Todas las cosas
fueron hedías por él. Y nada de cuanto existe fue hecho sin él» (Juan
1:1-3). Él es antes de todas las cosas y será por siempre. Él es ahora
el Cristo viviente. Hablar de él como si estuviera en el mismo plano
que los otros profetas y fundadores de religiones, tales como Moisés,
Isaías, Conludo, Buda, o Mahoma, es renunciar a todo lo que un cris­
tiano primitivo de ios tiempos del Nuevo testamento habría reco­
nocido como el cristianismo primitivo del Nuevo Testamento.
Para predicar realmente a Cristo, debemos predicar de él como
Señor y «Unigénito». Predicar lo que Cristo predicó no es predicar
a Cristo a menos que se predique la esencia de él mismo y lo que di-,
io queharía Predicar a Cristo es predicar no solamente lo que él pre- i
dicó, sino también lo que h i/o y lo que fue, y quién es, y lo que va a
hacer.
En Jesucristo, Dios se reveló la humanidad. Hn las enseñanzas de
Cristo, en sus obras, en relación con otros, en sus sufrimientos, en su
J o»
muerte y resurrección, reveló a Dios a los hombres. Ninguno de es­
tos hechos o acontecimientos puede omitirse al predicar a Cristo,
Henry W. Grady, el ampliamente conocido editor y orador de
Georgia, contaba esto de un funeral. Aquí están sus palabras: «El fé­
retro fue hecho con tablas de Maine, unidas con clavos de Pittsburg, y
forrado con paño de Baltimore. El fallecido estaba vestido con un
traje de Nueva York, y la tumba fue cavada con herramientas de Saint
I.ouis. Georgia produce los materiales de lo que están hechas todas
estas cosas, pero todo lo que Georgia proporcionó para ese funeral
fue el cadáver y mi hoyo en la tierra». Y eso pudo haber sido totalmen­
te verdadero.
El evangelio completo de Jesucristo contiene lodo lo que el cora­
zón humano necesitará alguna vez, o ha necesitado, o necesita ahora. . .
Sin embargo, lo único que algunos predicadores ofrecen son sermo- ^
nes muertos, y la gente proporciona los bancos vacíos para instalar­
los allí. He dicho: «Algunos predicadores». Agradecemos a Dios
que no son todos. En lo único que tienen que fijarse es en esto: muer­
tos predicándole a muertos. Así, que no es extraño que no haya resu­
rrección.
No soy teólogo. A mí no se me ocurriría exigir ninguna declaración
teológica concreta sobre el sacrificio expiatorio de Cristo. T.os adven­
tistas del séptimo día siempre hemos creído en él, siempre lo hemos
enseñado, pero muchos de nuestros predicadores necesitan tener una va­
loración más plena de la expiación. Necesitan predicarla más y más.
Alguien ha dicho: «Hay más de una docena de teorías de la expia­
ción, y posiblemente hay algo de cierto en todas ellas». Pero, cierta­
mente es un hecho que todas jimtas, y aunque hubiera mil más, nun­
ca podrán llevar a ninguna mente humana a toda la maravilla, belle­
za y gloria de lo que Jesús hizo por nosotros en el Calvario, y lo que
hace por nosotros como Cristo vivo hoy día. Para mí es suficiente sa­
ber que Jesús murió por mis pecados en conformidad con las Escri­
turas. Este es el mensaje que mi corazón necesita conocer, y que to­
do el mundo necesita conocer. Ese mensaje es la gloría del ministe­
rio cristiano, como lo señaló el apóstol: «Pero lejos esté de mi glonar-
me, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál. 6:14). Y por la cruz
él quería decir lo que Jesús hizo sobre la cruz. La cruz representa lo
que dice Juan 3 :1 6 .
En cierta ocasión visité Macao aquel diminuto territorio perdido
allá en la costa sur de la China, acompañado por el pastor Fordyce
Detnmore. Sobre una elevación que domina la ciudad hubo una vez
una gran catedral. Ahora todo lo que queda en pie es una fachada de
piedra sobre la misma colina, en la cual aún se conserva la antigua
Cruz. Sir John Browing, gobernador de I Iong-Kong, pasó por Macao
hace algunos años, justo después de que un gran tifón había destrui­
do la inmensa catedral, todo excepto su fachada. Allí vio la antigua
cruz de hierro que permanecía en alto sobre las ruinas. El sol impla­
cable, muchas tormentas tropicales, y finalmente el tifón, habían si­
do incapaces de derrumbarla. Eso lo inspiró para escribir su poema
muy conocido, que ha llegado a ser uno de los grandes himnos de la
iglesia. Aunque era unitario, colocó la cruz en su debido lugar. Mien­
tras la veíamos allí aquel día, sonaron las palabras de su poema en
nuestros corazones, aunque había pasado más de un siglo desde que
las escribiera Sir John:
Me glorío en la cruz de Cristo,
que se eleva sobre las minas del tiempo.
Toda la luz de la historia sagrada
se reúne alrededor de su sublime cabeza.

Veneno y bendición, dolor y placer,


son santificados por la cruz.
Allí hay paz que no conoce medida,
alegrías que permanecen para siempre.*

Así que, toda la luz de la historia sagrada se reúne allí. A cual­


quier predicador que anuncia el evangelio de la cruz, nunca se le
acabará el material. Siempre tendrá una buena cantidad de sermones.
Estará empapado con el mensaje viviente cada vez que se levante a
hablar. Como lo dijo el piadoso Richard Baxter: «J a cruz da mucho >•
que decir».
A propósito, lean alguna vez el libro de Baxter, Reformed Pastor
|EI pastor reformado], así como su libro Saint's Everlasting Rest ]F1 des­
canso eterno de los santos] y algunos otros de sus libros. Fue pastor
durante las guerras civiles revolucionarias de Inglaterra, y siguió
adelante con su ministerio. T.o encarcelaron unas cuantas veces y lo
llevaron de acá para allá por todo el país, pero siguió adelante con
su predicación.
En cada maroma o soga gruesa usada por la armada británica es­
tá entretejido un filamento de colores, como muestra de que perte­
nece al Reino Unido y que ha superado las pruebas a que las some­
te el gobierno, y que tiene un patrón definido de resistencia. El color
del filamento es rojo, o amarillo o verde dependiendo del astillero
de origen.
Así también, a través de cada sermón debe correr un hilo rojo de
acuerdo al principio dominante y a la experiencia de la vida del
hombre que está detrás de él y del mensaje que predica. Hn el caso
del verdadero predicador cristiano del evangelio, el color debería

* In the chm oí Chml Tglory, / Towering o'er the wrecks oí time. / All the light ol sacred story /
Gathers round its head sublime
Bane and blessing, pain and |>U*jMjie. / By lhe<'mss are sanctified; / Peace is there that knows no
measure, / loys that through all time abide
ser el rojo, Li sangre de Cristo, mostrando que él pertenece al reino de
los ciclos, que dentro de él reina la fuerza suprema del Espíritu de Dios.
¿Aparece ese hilo rojo en cada uno de ios sermones que usted
predica? En primer lugar, ¿está en su misma vida? Alguien podría
pensar que tal predicación será dogmática. Rueño, ciertamente lo es,
y tiene que serlo. «Y si la trompeta diera un sonido incierto, ¿quién
se alistaría para la batalla?» (1 Cor. 14:8). Por supuesto, hoy usamos
un silbato. Pero en los días de Pablo era una trompeta. Es extraño
cómo la mayoría de la gente hoy aboga por el dogmatismo en todo
excepto en la predicación. En moral, desean dogmatismo. ¡Sí señor!
Lo exigen cuando se trata del sexto, séptimo y octavo mandamientos.
El mundo comercial desea que la yarda tenga treinta y seis pulga­
das (91,44 centímetros). No acepta una yarda de treinta y cinco pul­
gadas. El mundo científico exige medidas exactas en el laboratorio.
Ciertamente hoy en día no podemos jugar con la verdad salvadora.
El Calvario fue una emergencia. Fue una necesidad que Dios pre­
vio y conoció antes de la fundación del mundo y para la cual hizo
provisión. Encontramos la profecía de la sangre. El primer sermón
que alguna v e / fue predicado fue: «La simiente déla mujer aplasta­
rá la cabeza de la serpiente» (Gén. 3: 15).
No deseamos, ni necesitamos una predicación floja, débil, no que­
remos ninguna adulteración de la norma. TToy, ningún predicador
que mantenga los ojos abiertos puede olvidarse de la necesidad de un
gran tema: la cuestión del pecado. Ahí tienen un gran tema, la cues-
tión del pecado. La teología que es apropiada parala hora en la que
vivimos debe ser, por encima de cualquier otra, una teología del pe­
cado, el odio de Dios hacia el pecado, la compasión de Dios por el peca­
dor. La salvación del pecado que Dios obró por nosotros, por medio
de Cristo en la cruz, la justicia inexorable de Dios sobre el pecado, y
todo ello a la luz de la misericordia y amor y expiación de Jesucristo
nuestro Salvador.
> «Sin efusión de sangre rio hay perdón» (Heb. 9: 22). «En ningún
otro hay salvación, porqué no hay otro nombre debajo del cielo, da­
do a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4:12). T.o que
necesitamos hoy es un evangelio positivo. El mundo está enfermo
de negaciones. No tenemos que predicar acerca de nuestras dudas,
sino predicar de la verdad que hemos encontrado. Los juicios de
Dios están en la tierra, y la única protección es la protección que da
Dios, y Dios nos da todas las cosas en Cristo. Dijo él antaño: «Al ver
la sangre, pasaré de largo» (Éxo. 12:13).
¿Tiene usted, hermano predicador, la marca de la sangre? Cuan­
do está predicando, ¿la tiene sobre su pulpito? ¿Está en su corazón?
¡Qué privilegio es predicar a Cristo! ¡No hay nada más maravilloso,
no hay experiencia más emocionante, no hay gozo más satisfactorio!
Lo conozco. Conozco la emoción de predicarlo, y quisiera compartir­
la con ustedes.
Cuando yo vivía en Montreal, Canadá, fui llamado para visitar
ima pequeña colonia justo sobre el límite de Vermont, para bautizar
a un hombre que había encontrado su camino a Cristo de forma poco
común. Llegué a la casa de campo donde se hospedaba el hombre, ya
estaba anocheciendo, y esto es lo que me contó:
Hacía más de cincuenta años que había construido la casa en la
cual estábamos reunidos. Fue el hogar al cual trajo a su esposa. Ella
era una joven cristiana ferviente, pero él nunca había rendido su co­
razón al Señor. Ella trató de ganarlo para Jesús por su dulce vida
cristiana. Tfizo una impresión profunda sobre él, pero él no rindió su
alma testaruda. Después de unos pocos meses, la muerte le quitó a
su esposa, y su corazón quedó quebrantado no solo por la pérdida
de su esposa, sino por la gran pena que tenía por haberle quebran­
tado el corazón a ella al rechazar al Salvador.
Perdió todo interés en la casa y en su trabajo y anduvo vagando
por todo el mundo, ocupando cargos importantes; pero dedicó la ma­
yor parte de su vida a la compañía ferroviaria, donde ganaba mu­
cho dinero. Finalmente, ya anciano, con su salud quebrantada y su
cuerpo debilitado, regresó a la comunidad donde había cortejado, ga­
nado y perdido a la mujer de sus sueños.
Era de noche, y vio una luz brillando en la casa que una vez había
sido suya. No le habían dado posada en otros hogares, la gente no
tenía lugar para él. Así que llegó a la puerta de la que una vez había
sido su propio hogar, llamó, y tue recibido amablemente por la fami­
lia cristiana que vivía allí.
F.ran adventistas del séptimo día. Por supuesto, no sabían nada
de este hombre. Nunca habían oído de él. La casa había sido mante­
nida en buena condición, había sido pintada de nuevo, estaba bien
amoblada, resultaba acogedora y atractiva. Lo recibieron en la casa
y le dieron un lugar. Se hospedó con ellos durante varios meses.
Pronto le hablaron del Señor Jesucristo. De lo mucho que signifi­
caba el Salvador para ellos. Por sus palabras y por su servicio bon­
dadoso realmente le predicaron a Cristo, y a él crucificado. A un pobre
hombre, quien, habiendo cesado de vagar por toda la tierra, todavía
estaba vagando en las tinieblas espirituales.
Al fin, los hizo muy felices cuando aceptó la oferta de salvación
del evangelio, se convirtió por completo y solicitó el bautismo. Esa
era la razón de mí presencia en aquel lugar, para entrevistarme con
el y bautizarlo. Mientras nos sentábamos aquella noche, dijo:
— Hermano Richards, exactamente donde usted está sentado
esta noche en esta salita de estar; mientras da su estudio bíblico, es
donde mi esposa y yo estuvimos cuando nos casamos. Es donde des­
cansó Su féretro después de su fallecimiento. V ahora veo a Jesús allí
después de cincuenta años. ¿Por qué no lo acepté entonces? ¿Por qué
no le entregué mi corazón a Cristo en aquellos momentos? ¿Por qué no
respondí a su mensaje cuando me lo predicaba mi querida esposa,
con tanta ternura, con tanto cariño? Piense en e>o, perdí medio siglo
de su amante presencia. Pero ahora, la volveré a ver. Estaré con ella.
Me encontraré con ella en la presencia del Señor.
Al día siguiente, mientras caminábamos hasta la orilla de la co­
rriente de aguas heladas de la montaña para su bautismo, me susu­
rró al oído:
— Deseo que me mantenga bajo el agua hasta que usted cuente
quince. Deseo ser bautizado realmente. Tie visto a muchas personas
bautizadas solo parcialmente.
—Hermano Shepherd, no hace falta. El bautismo es im símbolo
de la m uerte de Jesús por sus pecados y los míos, símbolo de su re­
surrección de los muertos. En esto, déjeme ayudarlo a usted en el
agua.
No — «.lijo manteniéndose tan erguido como se lo permitió su
edad— . TTe seguido las pisadas del diablo durante cincuenta años y
deseo entrar por mí mismo en las aguas del bautismo y seguir el ejem­
plo de nuestro Señor.
— Veo que tiene su billetera en el bolsillo. ¿Por que no la deja aquí
para que no se moje?
—N o — dijo él— , quiero que también la bautice.
Su billetera contenía unos seiscientos dólares, prácticamente todo
el dinero que poseía.
Aquel pobre hombre entró cojeando por entre las piedras en el
estrepitoso arroyo para encontrarse conmigo. El Espíritu del Señor
descendió con gran poder sobre él cuando fue bautizado. Las pri­
meras palabras que dijo cuando salió del agua fueron:
— Usted no me m antuvo bajo el agua hasta que contó quince.
—N o; no hizo falta. Usted quedó completamente cubierto por el
agua. El bautismo es sencillamente un símbolo de lo que le ocurrió a
usted. Su vida está escondida con Cristo en Dios. El viejo hombre mu­
rió y usted se levantó a caminar en novedad de vida.
Y así fue bautizado en aquellas gélidas aguas. Mientras salía, to­
da la multitud que eslaba al lado del agua quedó profundamente
conmovida. Una joven, ataviada con su mejor vestido blanco se vol­
vió hacia su padre y le dijo:
— Papá, he esperado siete años por ti, he estado lista para el bau­
tismo desde hace mucho, mucho tiempo, y tú me pediste que espera­
ra, y esperara, y que fuera bautizada contigo, pero tú nunca has to­
mado la decisión. Ya no voy a esperar más si este pastor me bautiza.
Voy a pasar adelante, tal com o estoy.
Se metió en aquel arroyo, amigos, y la bautice. ¡Que gozo irra­
diaba su rostro mientras salía del agua!
Entonces el padre rompió a llorar con lágrimas y dijo:
— ¿A qué estoy aguardando? Sé que esta es la verdad de Dios.
No voy a esperar más. Yo también voy bautizarme. Voy seguir a mi
Salvador. Él murió por mi.
Después de haber dado su testimonio ante los que estaban allí,
entró al agua y lo bauticé.
Antes de haber terminado, bauticé a ocho personas. Y todas estaban
listas para el bautismo. Conocían la iglesia, creían en la verdad tal
como es en Jesús, e hicieron su confesión pública de fe. Llegaron a ser
adquisiciones valiosas para la iglesia en aquel lugar.
Al volver a la casa, mientras estaba ayudando al hermano Shepherd
a vestirse, me mostró un medallón colgando de una cadenita alre­
dedor de su cuello. No lo sacó, pero lo abrió de manera que pude
verlo.
— Lo he llevado colgando más de cincuenta años me dijo.
Lo abrió y allí estaba una foto de su esposa, una herniosa joven.
Después dijo:
- Ahora la volveré a ver.
Y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
Después me entregó quinientos dólares de diezmos. Había en­
contrado realmente al Señor, y a su vez lo encontraron las otras per­
sonas que se bautizaron con él. La predicación de la cruz fue para
aquel hombre y para todos los demás presentes, « 0! poder de Dios y
la sabiduría de Dios» (1 Cor. 1: 24). Oyendo predicar la cruz, po­
drían decir:

La fuente veo carmesí


del ancho manantial,
que de Jesús, mi Salvador,
emana perennal.

Soy nueva criatura en él;


me hizo renacer,
y el hombre viejo nimca más
habrá de contender.

Gozoso espero ir con Jesús


a mi celeste hogar;
allí, cual fuente, en la Cruz
su am or ha de manar.

Levantóme en la luz a andar


sobre el mundano error;
deseo un limpio corazón
que agrade al Salvador.

La fuente veo carmesí;


con su poder me limpia a mí.
¡Oh gloria a Dios! me limpia a nú,
m e limpia, ¡oh sí! me limpia a nú.*
PhtK'h’ Palmer
Se que es un evangelio "pasado de m oda" pern es el tínico evan­
gelio que cambiará la vida humana. Es el evangelio que el mundo

• Ontnv I hv the crimson wave, / 1he iountaín deep and wide. / Jesu*. my 1 o/\J, nullity losan*,/
Points to His ViTiuiitlpil skii*
I Mf the new creation rise. / I hear the speaking blood. / Ft speaks—polluted nature ilk *. /
Sinks ’neallt the cleansing flood
necesita ahora, y el único evangelio que siempre he deseado predi­
car. Es el evangelio que los hombres y mujeres anhelarían oír si tan
solo lo conocieran.
En la revista fortune del 27 de diciembre de 1944, apareció esta
declaración:
«La solución es el sonido de una voz. No nuestra voz, sino una
voz que proviene de algo que no es de nosotros, y en la existencia
de la cual no podemos dejar de creer. Es la tarea terrenal de los pas­
tores escuchar esa voz, hacer que la escuchemos, y decirnos lo que
dice. Si ellos no pueden oírla, o si fracasan en decírnoslo, nosotros
como laicos, estamos completamente perdidos. [...J Así que el año se
acerca a su fin, en miríadas de mentes reflexivas surge la sensación
de necesidad de una esperanza mejor [...1 que cualquiera de las que
ahora se ofrece a la humanidad. También hay una sensación de que
esta esperanza no estará disponible a menos que rápidamente algu­
na voz más pura, más valiente, más sabia comience a hablar [...].
Seres humanos desesperados están esperando escuchar esa voz».
Mis amigos, tal voz alcanzará a todas las naciones. Una voz co­
mo esa alcanzará los corazones de los hombres. Y cuando lo haga pa­
recerá una nueva voz, algo estupendo y maravilloso que nunca an­
tes han escuchado. Será la voz de Jesús hablando por medio de sus
seguidores, por medio de sus verdaderos predicadores, llevando el
evangelio eterno, el mensaje que siempre ha sido apropiado, que siem­
pre sana, que siempre da vida. Vendrá sin argumentos elaborados,
sino más bien en declaraciones sencillas. Vendrá con «palabras fáciles»
como dice la hermana White, de manera que los niños y las niñas lo
puedan entender (Consejas para ¡os maestros, p. 241).
Saldrá de los labios de predicadores santificados, fervientes, pia­
dosos, que predicarán de su propia experiencia el mismo mensaje de
la Escritura, capacitados por el Espíritu Santo. Iluminará el mundo
para preparar el camino para el Rey. Es verdad que «muchos ocuparán

I rise to walk in hcavifiS own ligllí, / Above ♦!»«• world .mil >ln; / With lu-.irl made purr .iih I
garments white. / And Christ enthroned within.
Ama/Jug graiv! 'Us leaven IvWiw / To fed lire blood applied. / Aivd Jesus, only Jesus, know. /
My Jesus crudticd
The» learning stream I ree, I see. / I plunge, and O it deartwth me! /O praise Ihel/xd! it cleaoseth
me, / It cleanscth me, vcs. deanseth me
nuestros pulpitos sosteniendo la antorcha de una falsa profecía en
sus manos, encendida del luego de la infernal antorcha satánica. [...]
Dios mismo obrará en favor de Tsrael. Toda lengua mentirosa será
silenciada. Manos de ángeles derribarán los planes engañosos que
se están formando. Los baluartes de Satanás nunca triunfarán. l.a vic­
toria acompañará al mensaje del tercer ángel. I-..] Cuando Dios pone
su Espíritu en los hombres, estos obran. Proclamarán la Palabra del
Señor; elevarán su voz como trompeta»* (Testimonios ¡xira los ministros,
pp. 416-418).
Pero, para estas cosas, ¿quién es suficiente? ¿Quién puede predicar
sobre este gran tema como es debido? ¿Quién puede percibirlo en su
plenitud y proclamarlo con todo su poder? ¿Quién puede decirle a
otra persona cómo predicarlo? ¡Por supuesto que yo no! Podemos es­
tudiar y leer y orar; pero al igual que los apóstoles, nuestra visión se­
rá parcial, nuestro entendimiento de él, incompleto. «Ahora vemos
en un espejo, oscuramente, pero entonces veremos cara a cara» (1 Cor.
13:12).
jóvenes obreros, no se desesperen. El hecho de que el deber y el pri­
vilegio se hallen tan distantes, debería darnos valor mientras recor­
damos que estamos al servicio de Dios, y aim las interminables eda­
des de la eternidad no serán suficientemente largas como para que
entendamos toda la ciencia y el canto de la redención. Tenemos ante
nosotros la posibilidad de progreso infinito, de lales alluras que es­
calar, que no las podemos ni imaginar.
Fs nuestro privilegio proclamar un evangelio eterno, predicar a
Aquel a quien conocerlo es vida eterna Solamente en una vida que
se mide con la vida de Dios es donde los redimidos comenzarán a
entender y a apreciar un evangelio y una salvación que son eternos.
Podemos saber algo de cóm o lo sintió Samuel Medley, cuando allá
por el siglo XV111 escribió:

Si yo pudiera hablar del valor sin igual,


si yo pudiera cantar las glorias,
¡que resplandecen en mi Salvador!,
remontarme y locar las cuerdas celestiales
y competir con Gabriel mientras canta
en notas casi divinas.
Cantaría la sangre preciosa que Cristo derramó.
Mi rescate de la culpa espantosa,
¡del pecado y la ira divina!
Cantaría su gloriosa justicia,
en la cual con blanca vestidura celestial
mi alma por siempre brillará.

Cantaría el carácter que Cristo tiene,


y lodas las formas de amor que usa.
Exaltado sobre su trono
en cantos sublimes
/d e la alabanza más dulce,
iría a los días eternos y
proclamaría todas sus glorias.

Pero, llegará el día glorioso


cuando mi amado Señor me lleve al hogar,
y vea su rostro;
entonces, con mi Salvador, Hermano, Amigo,
pasaré una bienaventurada eternidad
triunfante en su gracia *

Aprendamos este canto; sus palabras son im tesoro para el cora­


zón. Ese es el fin, y la victoria, y la consumación de nuestra predi­
cación, Cristo y él crucificado. Así que con el apóstol predicador,
quien señala el camino en esta predicación, nos uniremos en la gran
bendición:
«Ai que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de
Jesucristo, según la revelación del misterio oculto desde los tiempos

* Ocouki ) speak «I»* malchkss worth, / Omuid I found the glorie* fralh, / Which in my Sav hiui
•Jiinrd / I'd soar and tone It (he heavenly strings / Ami vie with Gabriel while l>e sings / in note-
almost divine*.
I'd sing the previous l>k>od He spilt, / my ransom from the dreadful guill / Of sin and wrath
divine! / I d sing I li> gWinus righteousness / In which all perfect heavenly dress / My send
shall ever dune.
I'd sing the chur.ie tef He bears / And all the fi>mu of love I ie wturs, / Exalted on 1lis throne*; /
In loflsesi songs of svvwh-et pi sise. / I would to ««verlasling days / Make .di He*, glories known
Well, the delightful day will come, / When my dear Luid will t.ik** me home, / Aral I dull -ee
I liv f.« e: / Then. with my Savior, Brother. I rieral, / A hirst elemitv 1‘Uspend. / Ti lumphant in
His grace
eternos, pero manifestado ahora, y que mediante las Escrituras de
los profetas, y por disposición del Dios eterno, se ha dado a conocer
a todas las naciones para que obedezcan a la fe. ¡Al único sabio Dios,
sea la gloria mediante Jesucristo para siempre! Amén» (Rom. 16:25-27).
5
Apacienta
mis ovejas
«Jesús le d ijo :
"A pacien ta m is ovejas"».
Juan21:17

N UNA DE T AS CARPÍAS que recibí junto con las res­

E puestas a la encuesta realizada a los pastores, y de una de


nuestras Asociaciones más importantes, de la cual ya les
hablé, figuraba esta interesante declaración:
«Mi mayor necesidad es un gran derramamiento del Espíritu San­
to, un sentimiento cada vez más vivido de la presencia de Jesús, y la
permanente convicción de que Jesús viene pronto. Oro por ello con
fervor».
Después, el autor de la nota expresó este temor:
«Temo que nos hallemos en grave peligro de adaptar nuestro men­
saje más a los oídos del pueblo que a sus necesidades. H ay demasia­
do interés por nuestra parte en el progreso y la popularidad. Necesi­
tamos estar más interesados en la fidelidad y en nuestro solemne
deber de ser los mensajeros de Dios. Después de recibir su carta ha­
blé con varios líderes laicos. Su queja más común fue que no escu­
chaban que se predicara el mensaje lo suficiente; las grandes doctrinas
que los hicieron entrar en la iglesia parecen haber sido descuidadas.
Desean sermones sólidos, cuidadosamente preparados sobre los men­
sajes de los tres ángeles, no sencillamente buenos sermones que cual­
quier f...1 predicador podría presentar. Tengo miedo de que, especial­
mente nuestros predicadores jóvenes, se inclinen demasiado bada la
predicación textual, en vez de predicar las grandes verdades del ter­
cer ángel».
Este pastor seguía diciendo que les preguntó a muchos de nues­
tros miembros en varias iglesias, desde un extremo al otro del país,
cuánto tiempo había pasado desde que escucharon una predicación
completa sobre el santuario, sobre los mensajes del segundo ángel-y
del tercer ángel, y otras verdades peculiares del adventismo. Y des­
cubrió que esa predicación es prácticamente desconocida, y que así
viene sucediendo desde hace muchos años en las iglesias donde hi­
zo la pregunta. Después añade:
«No puede haber ningún aspecto de nuestro mensaje que no re­
vele a Cristo; y si Cristo mora en nuestros corazones como predica­
dores, revelaremos a Cristo en la predicación de su mensaje especial
para hoy».
Y quiero decir que esa carta rezuma sinceridad y convicción. TI
que escribe dice que cree que la mayoría de nuestros pastores son
hombres de Dios, y yo concuerdo con él. Deseo decirles, compañeros
predicadores y estudiantes, que las cartas que recibí, y de las cuales
espero contarles m ás adelante, han llenado nú alma de mucho gozo,
y también de preocupación. Creo que nuestros hombres, la mayoría,
están llenos de un gran fervor para hacer la voluntad de Dios.
Sí, nuestro pueblo está hambriento de escuchar las grandes ver­
dades que nos han hecho un pueblo peculiar y es bueno que sea asi.
Algunos incluso han sido rechazados por sus familias v han tenido
que sufrir pérdidas financieras por llegar a se' adventistas. Necesi­
tan ser animados y fortalecidos en su fe, han pagado un gran precio
por su fe, pero, el principio aún es más amplio. Ser cristiano en este
mundo requiero una ruptura con el mundo, una guerra contra el dia­
blo, y una nueva vida que debe ser alimentada constantemente o de
otra manera morirá. listo provoca que todos los cristianos necesiten
ser fortalecidos continuamente con buen alimento espiritual.
Tor supuesto, nuestro texto, que registra las palabras de Jesús al
apóstol Pedro, se encuentra en el último capítulo de Juan, donde se
repite tres veces la orden: «Apacienta nús corderos. f...l Apacienta
mis ovejas. [...] Apacienta mis ovejas» (vers. 15-17). En el capítulo 21
del Evangelio de Juan, leemos el hermoso relato de la restauración
del apóstol Pedro. Tres veces había negado al Señor; y tres veces le
pidió Jesús que confesara su fe en él. Es también una confesión de
amor. Si amamos a Jesús, estamos comisionados como sus represen­
tantes para apacentar sus ovejas.
— ¿Pedro, me amas?
—Señor, tú sabes que te amo.
— ¿Estás seguro de que me amas?
— Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.
Esa comisión está basada en el amor a Jesús. ¿Lo amas? Entonces
estás comisionado para apacentar sus ovejas.
No es suficiente tener una fe firme en Jesús como el Redentor del
mundo? Esa fe debe nutrirse, debe sustentarse, debe alimentarse.
Esto está indicado claramente en el pasaje que nosotros llamamos la
(irán Comisión, Mateo 28:18-20: «Toda autoridad me ha sido dada
en el cielo y en la tierra. Por tanto, id a todas las naciones, haced dis­
cípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­
ritu Santo, y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado. Y yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Ustedes los instruyen antes del bautismo, son bautizados; y después
del bautismo continúan instruyéndolos. Esta es la instrucción y la ali­
mentación que debe continuar cuando ya forman parte de la iglesia.
Los measajeros de Cristo deben ir a todo lugar, enseñando a la gen­
te y haciendo conversos de todos los pueblos. Después sigue el bautis­
mo, pero esto no es el fin, aunque hoy parece serlo en la idea de mu­
chos. Después del bautismo, leemos de nuevo: «Easeñadles a obede­
cer todo lo que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin; del mundo». Enseñar, bautizar, easeñar. Enseñar antes del
bautismo, enseñar después del bautismo. Esta enseñanza debe llenar 1
la mente y el corazón con la Palabra de Dios, debe continuar hasta el
fin del mundo. Con tal que uno haga esta obra fielmente, Jesús dice:
«Yo estoy con vosotros». Esta es una promesa especial para aquellos
que alimentan los corazones hambrientos con la Palabra de Dios.
Fn la Santa Biblia se habla del pueblo de Dios como su rebaño, sus
ovejas. Vendrán muchos textos a su mente para demostrar eso, lo sé.
He anotado algunos de ellos. Salmo 79:13: «Y nosotros, pueblo tuyo
[somos] y ovejas de tu prado»; Salmo 95: 7: «Nosotros (...] ovejas de
su mano». F,n el Salmo 119:176, se usa la expresión «anduve errante
como oveja perdida». En Jeremías 50: 6 leñemos esta sencilla declara­
ción: «Ovejas perdidas fueron mi pueblo». En Mateo 10:16, Jesús le
dijo a sus discípulos que los enviaba «como ovejas entre lobos». Y en
1 Pedro 2: 25 tenemos el hermoso cuadro de ovejas que se han extra­
viado y que fueron restauradas por el Pastor de las almas, por Jesús.
Así que, tenemos este hermoso cuadro del pastor y las ovejas por to­
da la Escritura.
Recuerdo desde mi niñez las palabras maravillosas del Salmo 23:
«Jehová es mi pastor, nada me faltará». Jesús dijo: «Yo soy el buen
pastor» (Juan 10:14). Y él es el ejemplo para todos los pastores. ¿Qué
hace el Buen Pastor? La declaración del Salmo 22, después del anun­
cio de la identidad del pastor, es: «En lugares de delicados pastos me
hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará», El pastor apa­
cienta a las ovejas. Conduce a las ovejas a los buenos pastos, los pastos
abundantes, los pastos apacibles, los pastos que nutren. Se ocupa de
que las ovejas tengan alimento nutritivo y agua refrescante. Por lo
tanto, nada les faltará, ni pasarán necesidad.
La Palabra de Dios es alimento espiritual, y esees el alimento con el
que hemos de alimentar al rebaño. Dijo Job: «Nunc¿ me separé del man­
damiento de sus labios, sino que guardé las palabras de su boca más que
mi comida» (Job. 23: 12). La Palabra de Dios se compara al alimento.
Cuando ios israelitas salieron de Egipto, Dios ios alimentó con el
maná. El propósito de esto era hacerles saber que su Palabra es en ver­
dad alimento espiritual: «Te humilló e hizo pasar hambre, y te susten­
tó con maná, comida que ni tú, ni tus padres habían conocido, para
hacerte saber que el hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra
que sale de la boca del Señor» (Deut. 8 :3 ). Jesús >e refirió a este mis­
mo maná de vida, cuando declaró: «Escrito está: \Jo solo de pan vive
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4).
Una de las de las causas de que nuestra iglesia sea pobre espirilual-
mente es por la falta de alimento bíblico. La Palabra de Dios no se le
da con liberalidad al pueblo. Si el hombre en realidad vive «de toda
palabra que sale de la boca de Dios», ¿cómo puede vivir si no tien,e
esas palabras? Las palabras de Dios deben llegar al hombre en gran
medida por medio de la Palabra escrita de Dios, las Sagradas Escri­
turas. Es verdad que Dios puede hablar directamente a los corazo­
nes de los hombres, asi como a través de las palabras de otros, y por
la acción del Espíritu Santo. Pero, nuestra parte para alimentar al re­
baño de Dioses inconfundiblemente «que prediques la palabra y que
instes a tiempo y fuera de tiempo» (2 Tim. 4:2). Esa es la parle a nues­
tro cargo. No podemos tener cristianos felices, sanos, que crecen, sin
alimentarlos con el verdadero maná del cielo.
Me gusta la declaración que tie esto presenta Jeremías, y más de
una vez he ido caminando a la oficina repitiéndola. Y, a propósito,
encuentro una gran bendición en caminar al lugar de trabajo. Uste­
des saben, hoy la gente maneja un automóvil costoso para ir a com­
prar un carrete de hilo que cuesta diez centavos. Si hay algo de cierto
en la evolución, no es que se añaden nuevas partes a nuestra estructu­
ra física, sino se nos van atrofiando los órganos que no usamos. ¡Pronto
nos vamos a quedar sin piernas! Así que, por lo general, camino al tra­
bajo, más o menos milla y media (unos dos kilómetros y medio) de
ida y otro tanto de vuelta, cada día. Y ese es un tiempo que dedico
a reflexionar. Es cuando en realidad elaboro mis sermones. También
leo mucho por el camino, y reconozco que debido a eso más de un
conductor ha sufrido un sobresalto. Pero, ese tiempo es atan d o to­
dos podemos reflexionar, atan d o caminamos. Este texto ha sido una
bendición para mí. De hecho, sobre él, tengo un sermón casi listo.
«Cuando recibía tus palabras, yo las devoraba, y tu Palabra fue el go­
zo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre se invocó sobre mí.
Señor Todopoderoso» (Jer. 15: 16). ¡Qué magnífico texto es este!
Alguien debería predicar un sermón sobre él. Vayan a casa y pre­
diquen un buen sermón sobre ese versículo. Predíquenselo a su propio
corazón. Los mejores sermones que predican tienen que ser los que '
se predican a ustedes mismos. Yo me predico a mí mismo, y los de­
más sencillamente lo escuchan. Predíqueselo a usted mismo porque
conoce su propio corazón mejor que el corazón de cualquier otra
persona. Dios hizo nuestros corazones parecidos, así lo dice la Biblia.
Así que, si usted le predica a su propio corazón, le estará predican­
do al corazón humano en general.
El cristiano que es feliz, sano, y que está ospiritualmente vivo se
alimentará de las palabras de Dios. T.as buscará y las encontrará.
«Cuando recibía tus palabras». Ustedes ven, deben buscarlas.
¿Están buscando los «delicados pastos»? Eso significa el estudio
de la Biblia, ir al lugar donde se proclama la Palabra de Dios, apren­
der de algún hombre que la está predicando. «Recibía tus palabras,
yo las devoraba». Ustedes saben, que cuando comemos, precisamen­
te lo que lineemos es más que introducir alimento a la boca y tragar­
lo, excepto que usted coma como lo hacen los perros. Pero siendo un
ser humano, tiene que masticar, saborear y disfrutar los alimentos.
Ahora bien, Dios podría haber hecho los alimentos insípidos. Po­
dría haber hecho que la hora do la comida sea un fastidio para noso­
tros, darnos un agujero en lugar de la boca, y un embudo por el cual
echar la comida. Pero si hubiera hecho eso, la mayoría de nosotros
moriríamos de hambre; nunca comeríamos. Pero él nos hizo de tal
manera que disfrutemos comiendo. Por eso creó todos esos sabores
maravillosos y diferentes de nuestros alimentos. Piense en un man­
go bien maduro, ¡recién arrancado del árbol y bien fresquito! Se nos
dice que el árbol de la vida tiene doce frutos diferentes, y yo creo
que serán doce clases diferentes de mangos. Esa es solamente mi teo­
logía privada, pero quizá más de uno concuerde conmigo.
Por eso cuando comemos, masticamos, saboreamos. Y cuando nos
alimentamos con la Palabra de Dios, hacemos mucho más que leerla;
nos alimentamos de ella, la saboteamos, le sacamos el jugo, masti­
camos bien las parles más duras, m ás resistentes, es decir, la consi­
deramos detenidamente. Hsto nos trae los sabores más maravillo­
sos, vitaminas espirituales, proteínas, y todo b demás. «Cuando re­
cibía tus palabras, yo las devoraba, y tu palabra fue el gozo y la ale­
gría de mi corazón». Fso es alimentarse de la Palabra de Dios.
TTay muchos hoy día que afirman que su fe es débil Debemos exhor­
tar a la gente a que sepa que «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra
de Dios» (Rom. 10:17). H1 oír del que está hablando el apóstol viene
por la Palabra de Dios. De este hecho se sigue inevitablemente la
importancia suprema de predicar la Palabra de Dios, de hacer la Pa­
labra de Dios accesible, ¿podríamos decir, comestible?, de llenar cada
sermón desde el comienzo hasta el fin con las palabras del Señor. Si la
Palabra de Dios entra en la vida humana y llega a ser fe, de la misma
manera como nuestro alimento físico llega a ser Darte de nosotros y nos
da energía, fuerza, y vida física, entonces ¿no es de suprema impor­
tancia que nos alimentemos de ella y que hagamos posible que tam­
bién se alimenten otros? La respuesta solamente puede ser afirmativa.
F.S imposible agradar a Dios sin fe, piense en la responsabilidad que

ustedes y yo tenemos como predicadores, al llevarle este alimento al


pueblo.
t i próximo paso en este estudio es importante. Es este: Jesús
mismo es la Palabra viviente. «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre
nosotros» (Juan 1:14). jesús es la Palabra encamada. .Toda la verdad,
toda la vida, toda la luz que están en la Palabra escrita de la Sagrada
Hscrilura se encarnó en Jesucristo. Por eso es llamado el Verbo, la
Palabra. «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y
el Verbo era Dios» (Juan 1 :1 ). En Apocalipsis 19:13 está escrito: «Su
nombre es: La Palabra de Dios»; «En él estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres» (Juan 1: 4). F.l apóstol Juan recalcó esta gran
verdad cuando escribió: «Lo que era desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contem­
plado y palparon nueslras manos, tocante al Verbo de vida [...] eso
os anunciamos» (1 Juan 1:1-3). Jesuses la Palabra encamada. Los dis­
cípulos lo tocaron con sus manos, lo vieron, lo oyeron, lo anunciaron.
Si Jesús es la Palabra encarnada de Dios, entonces es el pan del
cielo, así como la Palabra misma es el aliento de Dios. ¿Y no afirmó
él ser exactamente eso? Ciertamente. Lo leemos en Juan 6: 3^: «Ento­
nces Jesús declaró: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, nunca
tendrá hambre, el que cree en mí, no tendrá sed jamás» Quap 6: 35).
Aquí vemos que Jesús no es solo el buen pastor, sino que también
es el mismo alimento del cual deben alimentarse las ovejas. Es el
pan de vida. Es el alimento de vida Es la Palabra de Dios revelada
en una vida; como dice Juan, no solo hemos oído, sino que hemos
visto con nuestros ojos, y lo palparon nuestras manos.
Prosiguiendo con este símbolo de la realidad, dijo Jesús: «Asi co­
mo el Padre que me envió vive, y yo vivo por el Padre, así el que me
come vivirá por mí. F.$o es el pan que descendió del cielo. No como
el que comieron vuestros padres, y murieron. El que come de este
pan, vivirá eternamente» (Juan 6: 57, 58).. ¿Estaba Jesús hablando
simplemente de su cuerpo físico? Por supuesto que esta pregunta se
le ocurrió a los que lo oyeron. ¿Qué quiso decir cuando afirmó que
aquellos que comieran su carne nunca morirían, que su cam e era
dada para la vida del mundo? Ellos trataron de hacerla literal. Hay
teólogos hoy que piensan igual que ellos, y tratan de explicar de
forma crasa y materialista las palabras que él dijo. Jesús las clarificó
un poco después en el mismo capitulo: «El Espíritu es el que da vida,
la carne nada aprovecha. Las palabras que yo OS he hablado, son es­
píritu y son vida» (vers. 63).
Aquí hay una declaración de alguien que amaba intensamente a
nuestro Señor Jesucristo y a las Sagradas Tíscrltu ras, que nos lo va a de­
cir de forma mucho mejor de lo que yo sería capaz:
«La recepción de la Palabra, el pan del ciclo, se presenta como la re­
cepción de Cristo mismo. Cuando la Palabra de Dios es recibida en el al­
ma, participamos de la carne y la sangre del Hijo de Oios. Al ¡luminar
La mente, el corazón se vuelve más receptivo a la Palabra, por la cual po­
demos crecer. Se* exhorta al hombre a comer V masticar la Palabra, pe­
ro a mentis que su corazón esté abierto para que penetre esa Palabra,
a menos que beba en la Palabra, a menos que sea enseñado por Dios, ha­
brá una mala interpretación, y una aplicación errónea de esa Palabra.
»Como la sangre se forma en el cuerpo del alimento que se come, así
Cristo se forma en nuestro interior al comer la Palabra de Dios, que es
su carne y su sangre. Cl que se alimenta de esa Palabra tiene a Cristo, la
esperanza de gloria, en su interior. La Palabra escrita de Dios introdu­
ce en quien la escudriña la carne y la sangre del Hijo de Dios y por medio
de la obediencia a esa Palabra, llega a ser participante de 1a naturaleza
divina. Así como la necesidad del alimento temporal no puede satis­
facerse participando una sola vez de él, así la Palabra de Dios debe ser
comida diariamente para satisfacer las necesidades espirituales, [...j
»Por causa de los desechos y las pérdidas, el cuerpo debe ser reno­
vado con sangre, que es proporcionada por el alimento diario. Así
que hay necesidad de alimentarse constantemente de la Palabra, ya que
el conocerla es vida eterna. La Palabra debe ser nuestro alimento y
nuestra bebida. Ls ahí únicamente donde el alma encontrará su nu­
trición y vitalidad. Debemos deleitamos sobre* su preciosa instruc­
ción para que podamos ser renovados en el espíritu de nuestra men­
te, y crecer en Cristo, nuestra Cabeza viviente. Cuando su Palabra
mora en el alma, hay una unidad con Cristo; hay una comunión vi­
va con él; hay en el alma un amor permanente que es la evidencia
segura de nuestro privilegio ilimitado.
»Un alma sin Cristo es igual a un cuerpo sin sangre; está muer­
to. Puede tener la apariencia de vida espiritual; puede cumplir con
ciertas ceremonias religiosas mecanicámente; ñero no tiene vida es­
piritual. Así también el oír la Palabra de Dios no es suficiente. A me­
nos que seamos enseñados por Dios, no aceptaremos la verdad para
la salvación de nuestras almas. Debe ser llevado a Ja práctica de la
vida cotidiana.
»Cuando un alma recibe a Cristo, recibe su justicia. Vive la vida de
Cristo. Mientras se prepara para contemplar a Cristo, para estudiar
su vida y practicar sus virtudes, come la carne y bebe la sangre del Hijo
de Dios. Cuando esta experiencia es suya, puede afirmar, con el após­
tol Pablo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo,
sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a si mismo
por mí"» (Elena (i. de White, Review and Herald, 23 de noviembre de
1897).
Así que, entendemos que comer la sangre del Hijo de Dios es ali­
mentarse de sus palabras, es decir, oír sus palabras, creer sus pala­
bras, obedecer sus palabras, como lo dijo una de las lujas de Dios:
«Aquel que por la fe recibe la Palabra, esta recibiendo la misma vida
y carácter de Dios» (Palabras de vida did gran Maestro, p. 20).
De los verdaderos cristianos puede decirse que «gustaron la bon­
dad de la palabra de Dios» (Heb. 6: 5). Este es el privilegio de todas
las ovejas de los pastos de Dios. A ellas se les provee alimento espi­
ritual y se les extiende la grata invitación: «Gustad v ved que bueno
es el Señor» (Sal. 34: 8).
Por lo tanto, es nuestro deber como predicadores hacer posible
que lodos los seres humanos gusten la buena Palabra de Dios, que
se alimenten del maná del cielo, predicar la Palabra de Dios de tal ma­
nera que la Palabra viva este presente, para que todos puedan ali­
mentarse de ella. Este es nuestro banquete y nuestra oración diaria
debería ser: «Danos hoy el pan nuestro de cada día» (Mat. 6:11). So­
lamente entonces podemos vivir, porque «el que tiene al TTijo tiene
la vida; el que no tiene al Tlijo de Dios, no tiene la vida» (1 Juan 5:12)
«sino que la ira de Dios permanece sobre él» (Juan 3: 36).
Sería bueno para muchos de nosotros predicar sermones que nos
den la oportunidad de tener la experiencia que tuvo una vez el famo­
so predicador Van Osdel. Al final de su servicio religioso se le acer­
có un hombre y lo acusó de sacar su sermón de un libro, y además,
de que el tenía ese mismo libro en casa. El Dr. Van Osdel tenía su­
ficiente sentido común como para controlarse y no enojarse. Sen­
cillamente le dio una respuesta suave, preguntándose qué era lo que­
ría decir el hombre. Finalmente, dijo el predicador:
— ¿Sería tan amable en traer esc libro a la iglesia la próxima sema­
na? Me gustaría verlo.
efectivamente, en el servicio religioso siguiente aquel miembro
pasó al frente delante de toda la gente, llevando un enorme tomo en
cuya tapa frontal, en letras doradas destacaba su título: Santo Biblia.
Es bueno predicar de ese Libro, ¿verdad? Es mucho mejor que ser
parecido al predicador a quien un domingo Mark Twain le dijo:
—Tengo todas las palabras de ese sermón en un libro que tengo
en casa.
— Puedo afirmar con toda seguridad que usted no lo tiene — le
dijo el pastor— , porque es un sermón original.
— Qué le voy a hacer, tengo un libro en casa que contiene todas y
cada una de las palabras de ese sermón.
— Bueno, me gustaría verlo.
A la semana siguiente, Mark Twain trajo el libro: ¡El Diccionario
Webster!
Cristo le dio a Pedro tres órdenes: «Apacienta mis corderos. [...) Apa­
cienta mis ovejas. Apacienta mis ovejas», hsc es el deber de cada ver­
dadero predicador, ese es nuestro deber. Según algunos de nuestros
hombres, hoy hay demasiado trasquileo de nuestras famélicas ovejas.
Nos escribió una hermana que vive en una comunidad aislada.
Es una mujer piadosa, de larga experiencia en la causa de Dios, que
conoce al Señor Jesucristo y ama su evangelio. No escucha sermones
a menudo, a veces durante meses. Consigue su alimento espiritual
leyendo la Palabra de Dios, estudiando la lección de la Escuela Sa­
bática y en su comunión con el Señor en oración. No puede asistir
regularmente a su iglesita debido a que está a varias millas de distan­
cia del lugar donde vive. Siempre agualda expectante que el alimento
que va a recibir cuando asista, le resulte de ayuda en su crecimien­
to espiritual. Pero dice que muchas veces queda chasqueada porque
el orador, un dirigente de la Asociación, uno de los departamenta­
les, o incluso el presidente, no van a esa iglesia a menos que sea con
algún gran programa que tenga que ver con la recolección de fon­
dos para algún blanco que hay que alcanzar: Recolección, Fe para
I loy, o incluso 1.a Voz de la Esperanza, todas cosas buenas. El orador
generalmente se queda para esc servicio y después se apresura a ir
a otro lugar. Esta hermana dice que le gustaría que se pudieran te­
ner dos servicios, de manera que el orador pudiera hablar sobre su
programa especial y después darles un buen banquete de la Palabra
de Dios en el segundo servicio religioso.
Creo que cada mensaje debería estar lleno de alimento espiritual
para la iglesia. Creo que un hombre podría predicar el glorioso evan­
gelio del Dios bendito y a la misma vez, recaudar fondos. No veo por
qué no podría hacerlo. Tal vez algunos hombres no puedan: Pero, al
menos el pueblo debería ser alimentado.
En su carta esta mujer se preguntaba si era correcto estar trasqui­
lando a ovejas famélicas continuamente. Ese es un lenguaje bastan­
te duro, ¿no es así? Es verdad que podemos decir que esto no suce­
de con frecuencia, pero, ¿estamos seguros de eso? ¿Debería pasar de
vez en cuando? ¿Debería pasar? ¿Es nuestro privilegio no hacer nada
parecido a eso? Fuimos ordenados para predicar la Palabra a tiem­
po y fuera de tiempo. ¿Fuimos alguna vez ordenados para hacer al­
guna otra cosa? Si un proceder así alguna vez llegara a ser general
o se convirtiera en un reglamento denominational, tendríamos que
escribir «Icaboíl» sobre las puertas de nuestras esperanzas y de nues­
tra obra. Nuestra primera y principal obligación es ministrar la Pa­
labra de Dios a las almas hambrientas.
Ahora, permítanme decirles que esle tema no lo planteo aquí pa­
ra condenar a los hombres serios, leales y piadosos que tienen la pe­
sada responsabilidad de recaudar fondos y de impulsar la obra mi­
sionera a través de todo el mundo. liem os enviado a nuestros her­
manos y hermanas, a nuestros jóvenes, a campos lejanos. Hemos ga­
rantizado que los apoyaríamos en casa y en el extranjero. Ante Dios,
estamos comprometidos por los votos más solemnes de la mayor-
domía y la solidaridad cristianas, a hacerlo. Los hemos bajado al po­
zo con una larga cuerda, y debemos sostener esa soga. He viajado a
los campos misioneros y cuando llego al hogar, siento que daría to­
do lo que tengo para la obra misionera.
Pero, el rebaño en el hogar, así como en el extranjero, debe ser ali­
mentado. Debe' ser fortalecido; debe ser alimentado con la Palabra de
Dios. Es nuestra obligación abastecerlo con alimento. Nunca debería
predicarse un sermón sin alimentar al rebaño. Sí, la palabra es «nun­
ca». Cada sermón, sea un sermón de promoción, sea un sermón ético,
sea un sermón de reavivamiento; cada sermón debería ser un banquete
para los hambrientos que están presentes. ¿Estamos trasquilando
ovejas famélicas o las estamos alimentando?
En el cargo que se nos dio en nuestra ordenación, oímos aquellas
palabras: «Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor
Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifes­
tación y en su reino: Que prediques la Palabra y que instes a tiempo
y fuera de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina» (2 lint- 4: i , 2). Esas son palabras solemnes. Son palabras
dirigidas a todos los predicadores. Ahora bien, lo que no creemos es
que ninguno de nosotros tenga que colaborar en trasquilar a ovejas
famélicas. Debemos recordar que el dinero que da nuestro pueblo
fiel en toda la tierra no nos pertenece. Dios se lo dio a ellos y noso­
tros somos meramente los mayordomos de Dios para usarlo y en­
viarlo a los mismos lugares a donde estos hijos de Dios desean que
se envíe y que sea utilizado.
Oigan las palabras del apóstol Pedro a los ancianos: «Ruego a los
ancianos que están entre vosotros, yo también anciano con ellos, tes­
tigo de las aflicciones de Cristo, y también participante de la gloria
que ha de ser manifestada: Apacentad la grey de Dios que está entre
vosotros, a i idadla, no por obligación, sino volurtariamente, no por
ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto» (1 Ped. 5 :1 ,2 ). ¿No es
eso lo que dice? «Apacentad la grey de Dios», alimentadla. Después
continúa y nos dice cóm o hacerlo y al final tendremos una corona
de gloria cuando Jesús venga, si apacentamos la grey.
Cuando solicitamos dinero, lo que debe ser hecho vez tras voz, co­
mo acostumbraba decir el presidente Roosevelt, «vez tras vez, tras
vez», esa es la forma en que debemos hacerlo. Hemos de instar a
nuestro pueblo a estar a la altura del alto privi egio del ministerio
evangélico al apoyar financieramente la causa; pero, estas mismas
personas deben ser alimentadas espiritualmcnte. Lleva tiempo hacer
eso, y deberíamos tomar tiempo para hacerlo. Usted no puede ali­
mentar al pueblo en cinco minutos. Usted tiene que descubrir el alimen­
to que hay en la Palabra de Dios y llevárselo a ellos. Deberíamos visi­
tar a los desanimados y descorazonados y predicarles en sus hoga­
res. F.so forma parte de nuestro ministerio y es una preparación para
nuestra predicación. El apóstol Pablo dijo que predicaba la Palabra,
no solo públicamente, sino también «por las casas» (TTech. 20: 20).
Usted nunca será un buen alimentador del rebaño a menos que visi­
te a las ovejas y sepa dónde están. Descienda hasta el corral donde
están las ovejas y relaciónese personalmente con ellas.
Muchos tienen la convicción que si las ovejas están alimentadas
adecuadamente, habrá una mejor producción de lana y no será tan
difícil recoger o trasquilar. Con grada espiritual y con energía y te­
són, estarán dispuestas a dar, vez tras vez Iras vez, para la causa del
evangelio.
Parece que a menudo invertimos la orden divina. En vez de pre­
dicar el evangelio de Cristo y mantener al pueblo bien alimentado
de la Santa Palabra de Dios y de las grandes doctrinas de la Escritu­
ra y del mensaje que nos ha hecho un pueblo espedal, buscamos la
produedón del fruto por métodos y planes humanos, con continuas
súplicas para obtener más y más fondos, hasta que el pueblo llega a
estar desanimado y nosotros mismos caemos en el desánimo y a te­
ner una vida espiritual pobre.
Creo con todo mi corazón que si los alimentáramos con buenas
raciones a su debido tiempo, y si mostráramos un interés real en la
salvación de sus almas, la recolección de fondos se reduciría a un
mínimo de tiempo, esfuerzo y energía, y fluirían a la tesorería de
Dios los frutos maravillosos de un ministerio espiritual.
I lay miles de hombres y mujeres entre nosotros que deben ser li­
berados de su amor al mundo, de su amor a las riquezas. Hoy se gas­
tan y se derrochan millones y millones de dólares, sí, se dilapidan,
en superfiuos artículos de lujo, que deberían ser puestos sobre el al­
tar del sacrificio para terminar la obra de Dios. ¿Por qué? Porque
iLSted y yo no los hemos alimentado y no están disfrutando de vidas
espirituales. De ahí que tengamos que salir y machnconamente rogar
y suplicar para coaseguir algo de dinero. Eso es ridículo. Vamos para
atrás, y por el camino más difícil. ¿Por qué no desistimos de lodo esto
y alimentamos a esas ovejas? Si comenzáramos a alimentar las ovejas
en vez de tratar de complacer a los machos cabríos, estaríamos en
una condición mucho mejor.
Según el apóstol Pablo, dar es una gracia. Él la llama: «Esta gra­
cia» (2 Cor. 8: 7). Estaba recolectando dinero, y a eso lo llamó «esta
gracia». V la gracia no reina en el corazón humano a menos que se
entregue el corazón a Dios en consagración, a menos que un hijo de
Dios se haya alimentado con la Palabra de Dios y esté familiarizado
personalmente, en su vida espiritual, con el Gran Pastor. Puede reco­
gerse dinero de forma tal que llegue a ser un acto de gracia. No es que
no deba dedicarse tiempo a hablar sobre el dinero, lo que debemos
hacer es mejorar la forma como hablamos de cl y la base sobre la
cual expresamos la solicitud.
Ahora bien, un pastor es ¿alguien que está encargado de guardar,
alimentar v defender a las ovejas. No es un pastor auténtico a me­
nos que ame a las ovejas y que las dirija efectivamente a los delica­
dos pastos y a las aguas de reposo. Jesus habla de ciertos pastores
que son asalariados, es decir, que trabajan solamente por el salario
y no porque amen a las ovejas o al Gran Pastor para quien trabajan.
Esc* pastor, ese ministro huye en tiempo de verdadero peligro. Cuan­
do ve que viene el lobo se marcha y busca su propia seguridad. Con
tal de recibir el salario, que es lo que desea, permanece; pero cuan­
do el salario no es el que él quiere, cuando hav problemas, cuando
hay dificultades, cuando tiene que pasar largas noches en la escar­
cha y días de calor, con sed, hambre, problemas, y enfermedades
entre las ovejas, las abandona y muchas de ellas se pierden.
Hace algún tiempo escuché hablar de un predicador que realmen­
te estaba persiguiendo a algunos hombres que estaban inquietando
al rebaño. Alguien se dio cuenta de eso y fue tras el pastor y le dijo:
— ¡Se supone que usted es un pastor! No esperamos que esté por
aqui de esa manera, buscando «derramar sangre».
— bien le dijo—, soy un pastor y estoy afuera tras el lobo.
V él también tenía razón. P1 pastor tiene que proteger a las ovejas,
tanto como alimentarlas, pero, al hacer eso debe tener cuidado de
no dañar a ninguna de las ovejas.
Cuando era un muchacho en Colorado, cuando soplaba el viento
de las Montanas Rocosas acostumbraba a ir detrás de un gran come­
dero donde alimentaban a las ovejas. Un compañero mío y yo nos
acostábamos detrás de ese comedero, protegidos del viento, mientras
las ovejas metían sus cabezas entre las barras para comer la alfalfa
que estaba amontonada hasta arriba. Un día vino una gran ráfaga de
viento y lo lanzó encima de las ovejas. Afortunadamente, no estába­
mos allí en aquel momento. Algunas ovejas que estaban del otro
lado fueron arrojadas violentamente por el a re de manera que se
quebraron el cuello y murieron. Por debajo del comedero había un
apretado grupo de ovejas. Aquel gran comedero, que debía de pesar
varias toneladas, yacía justamente encima de las ovejas. Llevó mu­
cho tiempo sacarlo, pero cuando lo quitaron, salieron las ovejas co­
mo si fueran pelotas de goma. Ustedes ven, estaban muy bien ali­
mentadas, así que tenían mucha lana. Su lana las protegió y supera­
ron la crisis, es decir, todas excepto las que se habían quebrado el
cuello. Pero, si aquellas ovejas hubieran estado escuálidas, desnutri­
das, habrían quedado aplastadas con el peso de aquel gran come­
dero ¿liando cayó sobre ellas.
Jesús es el buen pastor, y ol leer sus palabras en el capítulo décimo
de Juan, vemos lo que debe' ser un buen pastor: Conoce a las ovejas,
cuida ile ellas, las lleva al redil, debe entrar y salir para encontrarles
pastos, incluso pone su vida por ellas para que puedan tener una vi­
da más abundante. Qué privilegio asombroso y terrible, maravilloso
y glorioso el de ser un subpastor y tomar parte en el cuidado de las
ovejas.
Algunos pastores no alimentan en absoluto a las ovejas, sino que
se alimentan cíe las ovejas. «¡Ay de los pastores que desperdician y
dispersan las ovejas de mi rebaño! dice el Señor, f...] Vosotros disper­
sasteis mis ovejas, las descarriasteis, y no las habéis cuidado» (Jer.
2 3 :1 ,2 ). Pero, Dios cuidará para que sus ovejas tengan la dase* apro­
piada de pastores. El versículo cuatro dice: «Y pondré sobre ellas pas­
tores que las apacienten». Ahora, Dios va a alimentar a esa gente. Si
usted y yo no lo hacemos, él va a enviar a alguien que lo hará.
En el libro de Números tenemos un cuadro de los deberes de un
verdadero pastor. ««Entonces Moisés respondió al Señor: "Ponga el
Señor, Dios de los espíritus de toda carne, un hombre sobre la con­
gregación. para que salga y entre ante ellos, que los saque y los in­
troduzca; para que la congregación del Señor no quede como ovejas
sin pastor"» (JNúm. 27: 15-17).
Uno de los grandes pecados de los pastores del antiguo Tsrael
fue que no cuidaban al pueblo, no lo alimentaban apropiadamente.
«No fortalecisteis a las débiles, ni curasteis la enferma; no ligasteis
la perniquebrada, ni volvisteis la descarriada, ni buscasteis la pedida,
sino que las dominasteis con dureza y violencia. Y andan errantes por
falta de pastor. Son presa de toda bestia del campo, y andan espar-
. cidas» (F.ze. 34: 4-6).
¡Qué ternura, qué sinceridad, qué fidelidad, qué oraciones, que
lágrimas, qué nostalgia divina lias las almas! Eso es lo que necesita­
mos hoy, un ministerio que busque a los perdidos, cure a los enfermos
y heridos, alimente al pueblo con la Palabra de Dios. Algunas veces
se administran duras reprensiones a toda una congregación debido
al pecado o al extravío de únicamente una de las ovejas. Algunas'
veces las ovejas necesitan ser alimentadas en privado asi como en
público, de la misma manera que el enfermo necesita que le traigan
una buena bandeja al cuarto donde guarda cama, con alimento arre­
glado de tal manera que le apetezca para comerlo. ¡Que campo hay
aquí para alimentar las ovejas! Cuántas técnicas cada vez más per­
feccionadas podemos aprender. Cuánta atención piadosa debería
darse a la preparación del alimento para el enfermo y para el que
está bien, para el herido, para el joven y para el anciano, para el
débil y para el fuerte. No hay nada más indefenso que una oveja
>que necesita un pastor. Ustedes jóvenes, aprendan todo lo que pue­
dan aquí en la universidad: Cómo predicar mejor, más claramente;
cómo ayudar para impartir la Palabra de Dios rápidamente y con
eficacia, y cóm o alimentar a las ovejas de Dios.
Pero, si vamos a alimentar realmente al rebaño de Dios, debemos
tener cuidado no solamente del rebaño, sino de nosotros mismos.
Necesitamos un ministerio instruido, no solo en los libros $ino en»láfl
Escritura. Pero, he visto a colegas con sus títulos universitarios, jó­
venes con los que tuve el privilegio de trabajar, que prácticamente no
conocían la Biblia. Eran casi analfabetos funcionales. Sin embargo,
en algunas cosas eran teólogos. Ciertamente conocían algunos temas
de los que yo no sabía nada. Fn realidad, ellos tampoco los conocían,
¡creían que los conocían!
Necesitamos realmente llegar a ser expertos en la propia Biblia y
saber lo que dice. He conocido a hombres que han salido a predicar,
y que nunca habíala leído la Biblia de principio a fin, ni una sola vez,
nunca habían llegado a leer la Palabra de Dios completa. No enten­
dían las profecías del Antiguo Testamento y cómo estas estaban re­
lacionadas con el N uevo Testamento. Oh, amigos, llenémonos hasta
(rebosarde la Palabra de Dios, leámosla vez, tras vez. trasT^ez, medi­
temos en ella. Hemos de estar instruidos en los libros, pero, también
en el sagrado Libro.
Después, debemos estar instruidos en nuestra responsabilidad,
nuestra actitud hacia Dios y el hombre. «Mirad por vosotros», dijo
el apóstol, «y por todo el rebaño en medio del cual el F.spíritu Santo
os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, que él
ganó por su sangre» (Hech. 20: 28). Entonces, tenemos que cuidar
mucho de nosotros mismos, si es que vamos a apacentar apropiada­
mente la iglesia de Dios, el rebaño de Dios, el cual ganó con su propia
sangre. Me parece que cuando pensamos de esta manera en el reba-
ño de Dios, comprado con la sangre de Cristo, que es la sangre de Dios,
lo consideraremos de una manera diferente, no con desaprobación,
aunque anden vagando; no con egoísmo, sino con gran amor, enor­
me respeto y un gran sentido de la responsabilidad. Por lo tanto, her­
manos predicadores, velemos por nosotros. Nunca podremos ali­
mentar al rebaño de Dios hasta que velemos por nosotros mismos.
Después, el apóstol advierte que lobos rapaces «entrarán entre j
vosotros, que no perdonarán al rebaño» (vers. 29). Hay lobos entre*eft0 *
los mismos pastor^. «Y de entre vosotros mismos se levantarán hom­
bres que enseñarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos
en pos de sí» (vers. 30). El orgullo, la enseñanza falsa, el egoísmo y
hasta el espíritu de lobo, se introducen a veces en el ministerio para
destruir el rebaño.
Sí, debe darse al rebaño más atención que nunca antes, pero, para
poder prestarle esa atención, primero hay que prestársela al centi­
nela. Él debe tener cuidado de sí mismo.
La importancia de alimentar al rebaño es tan grande que es lo
único que menciona Jesús como aquello a lo que deben dedicarse los
siervos fieles hasta que él regrese por segunda vez. Vuelva al capitu­
lo doce de Lucas y léalo para usted: «El Señor le respondió: “¿Quién
es el mayordomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá sobre su
casa, para que les dé comida a su debido tiempo? ¡Dichoso el siervo a
quien, cuando el señor venga, lo encuentre haciendo así!"» ÍUlC-12; 42,
43). «Comida a su debido tiempo», esa es la orden del Gran Pastor.
El mensaje de DiosjiebéJjcr-adecviado al tiempo en que vivimos.0
L»s grandes verdades del evangelio siguen vigentes, siempre son eso,
verdaderas, y convenientes; pero, hay ciertos escenarios del mensaje
que señalan los tiempos y cumplen las profecías. «¡Estad listos para e lv/
diluvio!» fue la ración de alimento a su debido tiempo en los días de
Noé. «¡Preparaos para la venida del Mesías!» fue la ración de comida a
su debido tiempo en los días de Juan el Bautista. Los Reformadores
oíecieron la ración de alimento a su debido tiempo. Ahora en estos
últimos días Dios tendrá un pueblo que clame: «¡He aquí él viene, y
todo ojo lo verá. Preparémonos para encontramos con el Rey!»
Leyendo los palabras justo antes del último texto, encontramos
que hay tres cosas que los predicadores deben estar haciendo en
nuestros días. Ahora escuchen: «Esté ceñida vuestra cintura, y vues- y
tras lámparas encendidas. Y vosotros sed semejantes a hombres que
aguardan que su señor vuelva de la boda, para que cuando llegue y
llame, le abran en seguida. ¡Dichosos los siervos a quienes el Señor
encuentre velando cuando él vuelva! Os aseguro que se ceñirá, los in­
vitará a sentarse a la mesa, y vendrá a servirles Y aunque venga a
la medianoche o a la madrugada, dichosos si los halla así. f...] Voso­
tros también estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a
la hora que no pensáis» (Luc. 12: 35-40).
Nadie puede dar la ración de alimento a su debido tiempo a me­
nos que esté velando, llene que estar atento el cumplimiento de la
profecía. Tiene que ver cómo la Palabra de Dios obra en el mundo.
Tiene que ver las necesidades de los campos y la> necesidades de su
iglesia, y las necesidades de su propio corazón, y debe estar listo.
Tiene que llevarse a cabo una transformación en su.propia alma que
lo prepare para sus deberes y lo aliste para el día del Señor. Debe ali­
mentar al rebaño de Dios mientras vela y mientras se alista, para que
ellos también puedan velar y estar listos.
¿Estamos haciendo eso? Estamos haciendo algo de eso. Cierta­
mente para alimentar aceptablemente al rebaño de Dios, henexi jque
producirse grandes cambios en nosotros. Debemos tener alimento
espiritual para alimentar al pueblo, y eso significa más estudio de la
Palabra de Dios. Debe haber m ás oración en nuestras vidas. Nuestra
comunión con el Señor debe ser una comunión ininterrumpida. Te­
nemos que ser espirituales o no tendremos una influencia espiritual
sobre ios demás. Hemos de aprender todo lo posible con respecto a
las mejores formas de comunicar la verdad a otros. Debemos llegar
a ser mejores oradores, mejores.predicadores, mejores conversado­
res, mejores lectores: El apóstol dice que miremos por nosotros, así
como por el rebaño. Debemos tener el testimonio del Espíritu en
C^ nuestras propias vidas de quesom os hijos de Dios (Rom. 8 :1 6 ). Es
preciso que tengamos una religión conocida tie esa manera. Hemos
de nacer de nuevo, no de la voluntad del hombre, o de la voluntad de
la carne, sino «por medio de la Palabra de Dios que vive y perma­
nece para siempre» (1 Fed. 1 23). Si usted no sabe si ha nacido de
nuevo, si no sabe si está convertido o no, no vuelva a predicar otro
sermón hasta que usted sepa que ha nacido de nuevo. T.a hermana
White lo dice: ¡No predique!
Aprenderemos que no podemos usar nosotros al Espíritu Santo,
sino que el Espíritu Santo debe usamos a nosotios.^Si nos sometemos
a ser guiados por el Espíritu, descubriremos que nos guiará a tocia
verdad. Es entonces cuando seremos capaces de entender la Palabra
de Dios para predicarla a otros. «Y nosotros no hemos recibido el es-*
píritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer los
dones que Dios nos ha dado gratuitamente» (1 Cor. 2:12). Entonces
conoceremos que es únicamente por medio del poder del Espíritu
Santo como nuestras palabras llegarán a sor fructíferas, que «el amor o
tie Cristo es la fuerza y potencia de todo mensaje para Dios que haya
salido alguna vez de labios humanos» (Obreros evangélicos> p. 305).
Hay muchas cosas en Obreros evangélicos exactamente sobre eso.
Aquí hay una frase que me gusta: «Esa gran caridad». ¡Si solamente
pudiéramos tener eso en nuestra vida! Estudiemos, además de la Pa­
labra de Dios, el funcionamiento de la mente humana para que po­
damos adaptar nuestras enseñanzas a los intelectos de los oyentes,
y aprenderemos «a ejercer esa gran caridad que poseen únicamente
aquellos que estudian detenidamente la naturaleza y las necesida­
des del hombre» {ibid., p. 199). «Esa gran caridad». ¿No son estas
turas palabras maravillosas? Amigos míos, les digo que si alimenta­
mos a las ovejas, no andaremos de un sitio para otro quejándonos
de ellas, hablando de ellas, mirándolas por encima del hombro-Ne-
cesitamosf«esa gran caridad». Al igual que Jesús, sabremos que el ver­
dadero ministro, e l verdadero pastor, será com o era el Buen Pastor,
porque «el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para ser­
vir, y dar su vida en rescate por muchos» (Mat. 20:28). Aunque nunca
podemos dar nuestras vidas com o un rescate por el mundo, como lo
hizo Jesús, podemos darla en servicio por los demás. «Os aseguro: El
siervo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo
envió» (Juan 13:16).
No habrá orgullo, ni autoritarismo, ni clasismo, ni un abismo que
separe esos dos términos inventados: clero y laicado. ¿Dónde encon­
tramos esas palabras en la Biblia? Por supuesto, la palabra laicado
viene de una palabra griega que significa exactamente «pueblo», eso
es lodo. ¿No es usted una persona? ¡Clero y laicado! Por eso Jesús
se vistió como se vestía el pueblo. Todos en igualdad de condiciones.
Él no usó vestiduras sacerdotales; Se vistió igual que el pueblo; era
uno del pueblo. Y en la iglesia de Dios en estos últimos días, no hay
clero. Todos somos uno en Cristo Jesús. Es verdad, algunos de noso­
tros dedicamos todo el tiempo al ministerio de la Palabra, mientras
que otros creyentes no pueden hacerlo, esa es la única diferencia.
Somos un sacerdocio urdyersaLde. creyentes.
Debemos recordar que Cristo «se despojó de sí mismo, tomó la
condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres» (Hl. 2: 7), y
que «nosotros los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los
débiles, y no buscar nuestro propio agrado» (Rom. 15:1, BJ).
Rara apacentar a los corderos asi como a las ovejas, el verdadero
pastor aprenderá a usar un lenguaje sencillo. Recuerde que Cristo se
reunía con el pueblo donde estaba, y nosotros debemos hacer lo mis­
mo. Él presentó las verdades claras en un lenguaje sencillo, pero, enér­
gico. Ahora bien, en realidad resulta más difícil predicar usando ex­
presiones comunes y corrientes que las propias de los manuales de
teología. Dejen los términos teológicos cuando van a predicar. Nadie
los entiende, y a menudo, ni siquiera los que se autodenominan «teó­
logos». Tome el Evangelio de Juan como ejemplo. Palabras sencillas.
Por eso es que, com o mencionamos la otra noche, cuando usted co­
mienza a estudiar griego, lo hacen empezar por Juan. Las palabras
son cortas y sencillas: anuir, Dios, luz, verdad.
Qué bueno seria que cada predicador leyera el libro El peregrino
varias veces. Se dice que Spurgeon lo leyó una docena de veces. No es
maravilla que pudiera escribir jofin PlougmaiTs Talks [Otarlas de Juan
Campesino] después de empaparse de f.l Peregrino. No es maravilla
que se apiñaran las multitudes para escucharlo. Podían entender lo que
decía.
Jesús habló en el lenguaje cotidiano de sus días. Escuchen estas
palabras de Obreros evangélicos, página 51: «Los humildes, pobres,
los más ignorantes, podían comprender por la fe en él, las verdades
más sublimes. Nadie necesitaba consultar a los sabios doctores con
respecto a lo que quería decir. No dejaba perplejos a los ignorantes
con inferencias misteriosas, ni empleaba palabras inusitadas y sa­
bias que ellos no conociesen. El mayor Maestro que el mundo haya
conocido, fue el más explícito, claro y práctico en su instrucción».
En la revista Literary Digest [Compendio literario] del 6 de octubre
tie 1923, hay una historia real citada de la Homiletic [Revista
homilética], escrita por el presidente del Pacific College de Newberg,
Oregon, Levi T. Pennington, quien responde por su autenticidad. El
relato muestra que cuando un predicador deambula por los sende­
ros de la educación superior, puede hojear hasta el follaje más alto
de la discusión teológica. A menos que sea cuidadoso, encontrará
muy difícil llevar eso al pueblo en una forma que lo puedan enten­
der y asimilar. Lo prim ea) que él sabe, es que se aburrirán, se desli­
zarán en sus asientos, y se pondrán a dormir. Son incapaces de alar­
gar sus cuellos intelectuales para tomar algo, allí donde los doctores
en filosofía se alimentan con facilidad. En otras palabras, prefieren
pacer con la hierba del alimento espiritual que está a su alcance, que
es fácil para que la digieran sus sistemas mentales.
Cuenta un granjero que, mientras estaba de vacaciones, deam­
bulaba por una reunión de cuáqueros donde se llamó a dos predica­
dores eruditos para que se1dirigieran al público. Ambos eran hom­
bres notables. Uno era un profesor de griego en una gran universidad
y el otro tenía más títulos prendidos a su nombre que ningún otro
personaje de su denominación. Es bueno estudiar griego y también
conseguir los títulos apropiados de los lugares apropiados. Cada
uno de aquellos oradores presentó un mensaje espléndido, pero el
granjero confesó que el mensaje le había entrado por un oído y le
había salido por otro, v sospechó que más de la mitad del público
allí reunido no había entendido el mensaje. Aquí está lo que dijo:
«F.n la banca anterior a la mía, se? sentó una dama de edad madura.
Cuando el segundo de esos oradores eruditos acababa de sentarse,
y con el absoluto silencio que siguió, se levantó esta anciana, y en
una voz que cortó el aire como si fuera un cuchillo, exclamó: "jesús
dijo, apacentad a mis corderos, no a mis jirafas"».
«Mire», le escribió el granjero a su pastor al contarle esta expe­
riencia, «usted sabe eso de los sentimientos encontrados. Entonces
lo supe yo. La anciana dama volvió a tomar asiento. T.os predicado­
res parecían como s¡ quisieran que se abriera el suelo y se ios tragara,
y yo estaba dividido entre la solidaridad con los ministros y un de­
seo de darle una zurra a la anciana dama por un lado, y por el otro,
un entusiasta reconocimiento de la justicia de su crítica y un anhelo
de reírme a mandíbula batiente».
En un momento serio después de la reunión, se le ocurrió a este
escritor-granjero, que la sugerencia de la anciana tenía mucho méri­
to y podría ser de ayuda para muchos predicadores a los que les
gusta com er golosamente de las ramas más altas.
Después, este hombre añad ió a la carta que le envió a su propio pastor
lo siguiente: «Por lo general, pastor, usted da "alimento conveniente
para nosotros", pero cuando predicó ese sermón hace tres semanas ti­
tulado "T os elementos del problema sinóptico", no pude menos que
sentir que usted disparó por encima de las cabezas del noventa por
denlo de su congregación. Pudo haber sido bueno para las jirafas, pero
me temo que los corderos no consiguieron ni un mordisco». Entonces
sugiere Ik 's pimíos para que su pastor los tenga en mente. Aquí están:
Primero, hay más ovejas que jirafas en cualquier rebaño de Dios.
Segundo, las jirafas pueden tomar el alimento del suelo, tal vez no
tan convenientemente; pero lo pueden tomar, mientras que si todo
el alimento se pone en un comedero a diez pies de altura (tres metros),
las jirafas se alimentarán y las ovejas se morirán de hambre.
Tercero, si es necesario alimentar a las jirafas desde un comede­
ro alto, entonces habría que hacer algún arreglo especial para ali­
mentar a las ovejas; o, mejor aún, la alimentación habitual y general
debería estar en los comederos que están bajos, y proveer algún lu­
gar especial de alimentación para las jirafas.
Luego dijo el granjero: «Después de todo, m e pregunto si hay al­
gunas jirafas en el rebaño de Dios. Los hijos de Dios más sabios, gran­
des y ricos son humildes, y se dan cuenta de que, en contraste con Dios,
su sabiduría no es sino locura; su fortaleza, no es sino flaqueza; su
justicia no es sino trapos de inmundicia». Después, felicitó al pastor
porque alimenta bien a su rebaño y que no son muchos los que se
mordían con hambre. Peno, añadió: «No le haría mal ni siquiera a
usted, recordar lo que la anciana dama dijo con sj desapacible voz».
¿No seria también bueno para todos nosotros recordarlo?
Si hay que alimentar a nuestro pueblo cada sábado por medio de
nuestra predicadón, es preciso que todos la entiendan, que impacte
en todos los corazones. Esto contribuirá a la felicidad de la iglesia.
Cada semana miles de personas le dicen a sus pastores al terminar
el culto: «Disfruté mucho de su sermón», y es perfectamente apro­
piado disfrutar de un sermón. Sin embargo, deberíamos recordar
las palabras del reverendo Kobert H. Woods, un predicador vetera­
no de la Catedral de San Patricio en Manhattan, que dijo: «Los ser­
mones no tienen como finalidad que se los disfrute, sino que instru­
yan, inspiren y hagan que usted no se* sienta cómodo. Cualquier ser­
món que no consigue eso, ha fallado».
En el capítulo ocho de Nehemías leemos de un sermón que duró des­
de la mañana hasta el mediodía. Ese sermón fue también una predi­
cación expositiva, un sermón largo. El pueblo se sintió terriblemente
preocupado; no lo disfrutaron, pero les causó una tremenda impresión.
Hubo mucho en aquella predicación y exposición que hizo que
el pueblo se sintiera preocupado «porque todo el pueblo lloraba al
oír las palabras de la ley» (vers. 9). Después dijo el predicador: «Es
día santo consagrado n nuestro Señor, y no os entristezcáis, ni llo­
réis. f...l id, comed alimentos selectos, bebed bebidas dulces, y en­
viad porciones a los que no tienen preparado, porque es día santo
consagrado a nuestro Señor, y no os entristezcáis, porque el gozo
del Señor es vuestra fortaleza. [...] Y todo el pueblo se fue a comer y
a beber, a enviar porciones, y a celebrar con gran alegría, porque ha­
bían entendido las palabras que les habían enseñado» (vers. 9-12).
Esa es la manera para tener una iglesia feliz. Cuando la gente entien­
de la Palabra, proporciona gozo aun a aquellos que están condenados
por ella. Sí, mis amigos, tenemos que alimentar a las ovejas en vez de tra­
tar de entretener a las cabras. Cuanto menos conocimiento de la Escritu­
ra tiene una iglesia, menos piedad tiene, menos poder del Espíritu Santo;
y cuantas más actividades, reuniones sociales, cenas y entretenimientos
se necesitan para que funcione, más rápidamente se aparta de Dios.
Desearía que tuviéramos tiempo en estas conferencias para leer
todo lo que los libros Obreros evangélicos y Testinumios partí los ministros
tienen que decir sobre este tema. La instrucción es tan buena que
uno se siente tentado a citar página tías página, párrafo tras párrafo,
línea tms línea. He leído un libro tras otro para prepararme para es­
tas conferencias, pero encontré en la pequeña brújula de Obreros evan­
gélicas prácticamente todos los principios que han sido establecidos
por los grandes predicadores que han reunido la crema de su cono­
cimiento e instrucción de todo el mundo. Escuchen esto:
«Elevar a Cristo como única esperanza del pecador. [...] La recep­
ción del evangelio no depende de sabios testimonios, discursos elo­
cuentes, o argumentos profundos, sino de su sencillez y de su adap­
tación a las necesidades de aquellos que tienen hambre del pan de
vida» (Obreros evangélicos, p. 162).
«Nuestros predicadores han de predicar de una manera que ayu­
de a la gente a comprender la verdad vital. Hermanos míos, no os ele­
véis hasta donde la gente común no os pueda seguir; y aunque pu­
diese, no recibiría ningún beneficio de ello. Enseñad las sencillas lec­
ciones dadas por Cristo. Relatad la historia de su vida de abnegación y
sacrificio, de su humillación y muerte, de su resurrección y ascen­
sión, de su intercesión por los pecadores en los atrios celestiales. En
toda congregación hay almas en quienes el Espíritu del Señor está
obrando. Ayudadles a comprender lo que es la verdad; repartidles
el pan de vida; llamad su atención a las cuestiones vitales.
»Muchas voces están defendiendo el error; defended vuestra ver­
dad. Presentad temas que sean como verdes pastos para las ovejas del
redil de Dios. No conduzcáis a vuestros oyentes por los yermos, don­
de no se hallarán m ás cerca de la fuente de agua viva que antes de
oíros. Presentad la verdad tal cual es en Jesús, y las exigencias de la ley
y del evangelio con claridad. Presentad a Cristo, el camino, la verdad
y la vida, y hablad de su poder para salvar a todos los que se alleguen
a el» (ibíd., p. 161).
¿Quién leyó alguna vez alguna cosa mejor que esa? Yo estoy se­
guro que nunca la leí. Y podríamos seguir así, página tras página.
Al apacentar el rebaño de Dios necesitamos recordar que muchas
personas ignoran las verdades más sencillas de la biblia y las ordenan­
zas de Dios. Necesitan conocer con palabras sencillas lo que un niño
puede entender en cuanto a llegar a ser cristiano, cómo creer, cómo
arrepentirse, cómo confesar a Cristo, cómo obedecer, cómo crecer ali­
mentándose de la Palabra de Dios, cómo trabajar aor otros, cómo en­
contrar ayuda en la oración. A menudo damos por sentado que co­
nocen demasiado. Suponemos que tienen un conocimiento del evan­
gelio. Debemos recordar que hoy en día estamos viviendo en una ge­
neración de analfabetos bíblicos, millones de los cuales conocen poco
sobre el evangelio, la Biblia, las historias del Antiguo Testamento y
del Nuevo Testamento, los hechos de la vida de Cristo y el plan de sal­
vación, tan poco com o conocían los pueblos de Asia Menor en los días
del apóstol Pablo. Por lo tanto, es necesario hacer claro el mensaje de las
Escrituras y contar la historia de nuevo, repetidamente, una y otra vez.
Últimamente he estado en varios colegios superiores y muchos
de los estudiantes, que son miembros de iglesia, no saben si ya son
salvos o no, no saben cóm o vivir la experiencia cristiana. No cono­
cen los pasos m ás elementales. Y hemos de ser capaces de expli­
cárselo. Ciertamente, usted tiene que conocerlos por sí mismo o no
podrá explicarle estos pasos a nadie. Cada uno de nosotros ha de ser
capaz de sentarse con cualquier persona y mostrarle exactamente
qué debe hacer para llegar a ser cristiano.
Sin embargo, no es mi deseo ocupar el lugar de sus profesores de
homilctica que les están dando una excelente instrucción en el cole­
gio y el seminario. Tienen la capacidad, el tiempo y la responsabili­
dad de guiarlos en todo esto. Si ustedes alimentan correctamente al
rebaño encontrarán que necesitan tener temas destacados. Recuerden
que la gente en las bancas razona de manera tan profunda como
ustedes. Muchos de ellos entienden los asuntos del mundo tan bien
como ustedes. Aunque el pueblo necesita recibir el mensaje en un len­
guaje claro y simple, también necesita que se le presente continua­
mente los grandes temas. Necesitan conocer que el mensaje glorioso
de Cristo está en el reino de las ideas más sublimes.
leñemos la declaración de las grandes verdades, las grandiosas
verdades, declaración que llega lejos para hacer eficaz la predica­
ción. Mantengan al oyente constantemente informado y confronta­
do con el pensamiento de la eternidad, Dios, Cristo, la salvación por
la fe, la expiación, la divinidad de Cristo, la personalidad y el poder
del Espíritu Santo, el carácter absoluto de lo meto como se revela en
la ley de Dios, y nuestra responsabilidad personal hacia Dios, la
libertad del alma, el poder de la gracia de Dios, el amor de Dios
hacia el pecador y por el ser humano que lia fracasado; la elevación
de la humanidad por el evangelio, la victoria final de la verdad en
Cristo en su segunda venida, el glorioso y eterno reino de Dios, y la
revelación de Cristo como Creador, Redentor y Rey. Mantengan
estas grandes verdades en primer plano si esperan que la predica­
ción sea algo destacado en su iglesia.
F.l obispo Quayle nos recuerda que «una gran vida, contando una
gran verdad, debiera ser la definición de un predicador y su mensa­
je». Como ven, el sermón es realmente el hombre mismo que descu­
bre la presentación de su alma. F1 sermón es realmente el predicador
al día. Nadie puede decir algo más grande de lo que él es. Con fre­
cuencia me parece que un verdadero predicador, predica para sí
mismo y la gente sencillamente lo escucha. Esa es la única manera
de predicar, creo yo. Hl predicador es un ser humano y su mensaje
debe ser adecuado para su propia alma si es que ha de ser adecua­
do para otros, porque también son tan humanos corno él.
Ahora, hay tres puntos que imo debe considerar para ser un pre­
dicador eñeaz y cumplir el propósito principal de la predicación, que
es apacentar a las ovejas de Dios. La primera consideración es el hombre
mismo; la segunda es su mensaje, y la tercera es su técnica. HI predica­
dor tiene que ser un hombre nacido de nuevo, consagrado, convenci­
do y un cristiano que crece. Tiene que alimentarse de la Palabra de
Dios. Ha de estar lleno con todo el conocimiento que pueda adquirir.
ü! mensaje ha de ser de la Palabra de Dios. Fs necesario que sea
relevante, vital, bíblico, una revelación de Cristo, un evangelio ver­
dadero y eterno en toda su plenitud; y si este mensaje, proclamado
por este fervoroso hombre de Dios, ha de tener un pleno efecto, de­
be haber una vida que haya dedicado tiempo a buscar mejores y
más eficaces métodos para la presentación de la Palabra. Aunque es
verdad, com o lo dijo Henry Ward Beecher en sus Yak Lectures que
«ningún conocimiento es conocimiento real a menos que uno pueda
usarlo sin darse cuenta», hasta el predicador debiera saber que está
tratando de mejorar constantemente.
Por lo tanto, los insto, jóvenes, a hacer lo mejor que puedan en
cada clase en su preparación para el ministerio cristiano. Consigan
todo lo que puedan en el colegio o en el seminario, y en cualquier
otra parte. Estuchen buena predicación cada vez que puedan, y
hagan todo lo posible para encontrar qué tipo de presentación pú­
blica, qué estilo de predicación, es la que le gusta a la gente hoy,
teniendo en cuenta que esto varía en los diferen.es países, en las di­
versas ciudades de un mismo país, en comunidades diferentes y
hasta en diferentes iglesias de una misma ciudad. Presenten sus
puntos fuertes de la verdad justo al comienzo de su discurso. Esta
es una era inquieta. Coloque a sus oyentes inmediatamente frente a
frente a lo realmente relevante. Muestre prueba :ras prueba, eviden­
cia tras evidencia, lexto tras texto, en forma parecida a sucesivos gol­
pes de martillo. Ilustre el tema, aclare los aspectos que no estén claros,
y después mientras la gente aún tiene interés, siéntese. Manténgase pre­
sentando lo positivo. Proclame la verdad, anuncie la verdad, declare la
verdad, ilustre la verdad, ilumine la verdad. Nunca se* preocupe ni
por un segundo si sus colegas en el ministerio lo consideran un gran
teólogo, pero manténgase interesado al máxima en hacer las cosas
claras y convincentes y deseables para aquellos que lo escuchen.
¿Qué tiene un agitador comunista que uslec y yo no tengamos?
¿Qué tiene que tantos predicadores no tienen? Pues que está com­
pletamente convencido de su mensaje. Cree que es la oleada del futu­
ro Está dispuesto para gastar y ser gastado por él, luchar por él, tía-
bajar por el, sacrificarse por él, sufrir por el, y hasta morir por él. Co­
mo predicadores cristianos, ¿no deberíamos estar tan convencidos
de nuestra misión y tener una convicción tan ardiente como la tie­
nen esos agitadores políticos, y sin embargo presentar nuestro men­
saje de forma humilde, fervorosa y cristiana?
Escuche este desafío a los obreros y creyentes cristianos de un
autor comunista. Bajo el título «bl evangelio de Jesucristo y el Ma­
nifiesto Comunista», fue traducido de un editorial de Paix et Liberté,
un periódico comunista francés, y citado por la Gmiter Europe.Mission
de, Chicago. Yo no he visto el original, pero, ha sido citado en vanos
trabajos y no tengo ninguna razón para dudar de su autenticidad.
Escuchen estas palabras:
«F1 evangelio es un arma mucho más poderosa para la renova­
ción de la sociedad que nuestra filosofía marxista». ¿No es sorpren­
dente que esto lo diga un comunista? «F1 evangelio es un arm a mucho
más poderosa para la renovación de la sociedad que nuestra filo­
sofía marxista. Da igual, seremos nosotros quienes finalmente ven­
ceremos. No somos más que un puñado y ustedes los cristianos se
cuentan por millones. Pero si recuerdan la historia de Ciedeón y los
trescientos valientes, entenderán por qué tengo razón. Nosotros los
comunistas no jugamos con las palabras». Oh, amigos míos, dema­
siados predicadores nuestros juegan con las palabras, las hacen me­
ros cliché, frases gastadas. Repetimos una y otra vez las mismas co­
sas y de modo que pareciera que no nos las tomamos en serio. Sen­
cillamente hacemos ruido.
Hl artículo continúa diciendo:
«Somos realistas, y al ver que estamos decididos a alcanzar nuestro
objetivo sabemos cómo obtener ios medios». Ahora ¿cómo obtienen los
medios?, ¿cómo consiguen su dinero? Mis amigos, si reúnen gente
que son tan decididos y entusiastas como son ellos, conseguirán el di­
nero. No tendrán que establecer blancos y todo lo demás, y salir y ro­
gar para conseguirlo. Y sigue diciendo: «De nuestros sueldos y sala­
rios nos quedamos solo con lo que es estrictamente necesario; y
dantos el resto para propósitos de propaganda. [¿Qué parte damos de
nuestro sueldo?! A esta propaganda también dedicamos nuestro
tiempo libre y parte de nuestros días festivos. (¿T.o hacemos noso­
tros?! Sin embargo, ustedes dan solo un poco de tiempo y difícil­
mente algún dinero para la propagación del evangelio de Cristo.
¿Cómo puede creer nadie en el valor supremo de ese evangelio si us­
tedes no lo practican? ¿Si no lo divulgan? Créanme. Nosotros somos
los que triunfaremos porque creemos en nuestro mensaje comunis­
ta y estamos dispuestos a sacrificar lodo, hasta nuestra vida para que
triunfe la justicia social. Pero ustedes temen ensuciarse las manos».
Estas son palabras muy duras pero ciertas. ¡Quiera Dios ayudar­
nos para que seamos asi de entusiastas! ¿Qué dicen ustedes?
¡Qué desafío para todos nosotros! Algunas veces hablamos de
nuestra gran organización. Algunas veces nos preguntamos si ha si­
do lo mejor para nosotros los predicadores. Con frecuencia las cosas
resultan demasiado fáciles para nosotros. ¿Qué sacrificio tenemos
que hacer usted y yo? Puede que haya aquí algunos que se han
sacrificado. Por favor, no me entiendan mal, pero la mayoría de noso­
tros no hace ningún gran sacrificio. El sueldo nos llega puntualmen­
te. Nuestros administradores se dedican por entero a que todo eso
funcione. Y no los estamos criticando. Tienen una tarea tremenda,
mantienen el dinero fluyendo, y nosotros lo recibimos. ¿Qué sacrifi­
camos? Muchos de nosotros no hacemos mucho sacrificio.
Se nos ha dado una gran oportunidad para estudiar y para tra­
bajar y para acudir a Dios en busca de ayuda. Y muchos de nosotros
no hacemos gran cosa. No tratamos de mejorar nuestras técnicas y
transformamos en mejores oradores, mejores estudiantes de la Pala­
bra de Dios. Dedicamos poco tiempo a estudiar. Es verdad que el
Señor puede tomar a hombres rudos, como Jesús tomó a los pesca­
dores en el Mar de Galilea y los convirtió en predicadores podero­
sos de su Palabra. Pero, también es verdad que los discípulos estu­
vieron tres años y medio en la escuela de Cristo, la universidad tie
la experiencia. Allí aprendieron cómo predicar, cómo trabajar por
las almas. Aunque uno puede trabajar por Cristo sin tener ninguna
formación cultural formal, si tiene una buena educación y es igual­
mente consagrado a Dios, sus esfuerzos probablemente sean de
mucho m ayor alcance y m ás eficaces. Pero, el Señor no puede hacer
mucho con alguien que no está interesado en instruirse. Uno puede
luchar con un garrote, pero puede conseguir más con una espada
afilada, cuanto m ás afilada, mejor. Una defensa puede hacerse con
un arco y flechas, pero muchísimo mejor con una ametralladora.
Es claro que cuando Dios eligió los grandes líderes, tomó a hom­
bres como Pablo, Lulero, Calvino y Wcsley, todos ellos con estudios
superiores o universitarios. No fue la instrucción que los preparó
como los grandes líderes que fueron para Dios, pero, a esos grandes
hombres de Dios, todo lo que aprendieron los ayudó en su obra. No
hay una técnica, un hecho, una habilidad que usted tenga o pueda
adquirir, que no le será útil en algún momento, aunque sea solo para
ponerlo en «buena relación» con alguien, que de otra manera no se
sentiría atraído hacia usted. Es bueno estar cuidadosamente prepa­
rado, haber leído mucho, y si es posible, haber viajado mucho. Pero
por encima de todo, usted debe conocer el corazón humano y ser
compasivo con la humanidad en general. Usted nunca puede ali­
mentar al pueblo con la Palabra de Dios a menos que usted sea com­
prensivo y amable con ellos, a menos que a usted le guste la gente.
Nadie puede sentir antipatía por la gente o ser indiferente a sus pe­
sares y dolores y ser un buen predicador.
Que nadie sea esclavo de una forma particular de predicar, ya
sean sermones temáticos, textuales, expositivos, o como usted quie­
ra llamarlo. Hoy en día, el método más popular parece ser el de los
sermones temáticos, llenen muchas ventajas, pero ciertamente un pre­
dicador joven no debería dedicarse totalmente a la predicación de
sermones temáticos. Debería predicar sermones textuales, que pue­
den ser temáticos. Saber exactamente qué enseña el texto, y después
predicar eso que enseña el texto. Después, al fortalecerse en el poder
para predicar, dé paso a la predicación expositiva que es indudable­
mente más difícil y de alguna manera más gratificante. O puede ha­
ber una unión de estas formas de predicar. En lodo caso, la predica­
ción para apacentar y alimentar al rebaño debería ser bíblica, cristo-
céntrica.
Es necesario que el predicador reseñ e las preciosas horas de la
mañana para el estudio y la meditación. Quien pasa varías horas
por la mañana con su Biblia y comentarios, diccionarios bíblicos, el
espíritu de profecía, oración y meditación, llegará a ser un predicador
poderoso. Sin eso no llegará a ser un predicador poderoso. Usted
dice: «¿Dónde voy a conseguir el tiempo?» De la misma manera que
lo consigue el ag riad tor, o el obrero que trabaja en una fábrica, o el
que está empleado en una oficina El día tiene veinticuatro horas, y
texias son suyas. Esto también es su trabajo. ¿Por qué no hacer su
trabajo? ¿Qué derecho tiene usted a tomar el tiempo de una perso­
na ocupada para que escuche su predicación a menos que usted
haya puesto seriedad y haya dedicado tiempo a su trabajo como esa
persona lo hizo cm el suyo?
P Recuerde, las horas de la mañana son las horas creativas. Usted
está fresco, está descansado y todavía no se siente abrumado por los
quehaceres cotidianos. Ese es el momento para abrir el gran Libro y
tener comunión con Dios, para buscar su significado y mensaje
para el mundo, pero especialmente para su propia alma y para su
Lrebaño. Yo no trataría de escribir una charla radial por la tarde. Por
la tarde puedo escribir cartas y puedo leer libros. Pero, las mañanas
son el mejor momento para la creatividad. Debic’o a la falta de estu­
dio y de meditación en la Palabra de Dios, una buena cantidad de
predicación es mucho más imjwsidón que exposición, como deda la
revista Christianity Today. Hay algunos pastores que no estudian ni
media hora diaria, ni siquiera quince minutos diarios.
Todo predicador debe estar familiarizado con la mejor literatura
de su propia carrera. Debería ser capaz de hablar con los hombres a
su nivel Si citan a algún gran poeta, saber a quién están citando y si
lo están dtando correctamente o no.
Hace algunas semanas fui a una librería a comprar un libro de
poesía y dije:
— Deseo un libro de los poemas del escritor que dijo, "¡las islas
de Grecia, las islas de Grecia! donde la ardiente Safo lpoetisa griega
de la isla de Lesbosl amó y cantó".
F.l encargado de aquel departamento dijo exactamente una pala­
bra:
— ¿Está usted seguro? — pregunté.
— ¡F.stoy seguro! — respondió. Y me recitó el resto de la estrofa,
que yo lendría que haber sabido.
¡Y ahora ya me la sé!, ¡y ahora puedo hacerlo! Byron escribió
sung* para que rimara con sprung**.
Bueno, ¿qué va a hacer usted con esas horas de la mañana? ¿Va
a estudiar o no? Pero usted dice: «Estoy tan ocupado que no me da)
tiempo». Creo que se lo debemos a Dios, porque nosotros no podre­
mos alimentar a las ovejas si no nos alimentamos nosotros mismos.'
Vamos a tener que hacerlo. Pues creo que cada presidente de semi-

' S u ift : .>nlado-, (xirliripio «intíjjuo de <».miar)


** -fton-i xdo •. br<>f.uk>. ktcm <h* Spring (florecer, brotar).
nario o universidad, consciente de las posibilidades futuros alenta­
rá a sus alumnos a que hagan esta tarea. Le va a llevar algún tiempo,
al menos una hora; pero lo va a hacer.
Le dije a mi hijo: «Vas a tu estudio y le pides a tu esposa que vigi­
le la puerta como si fuera un leona. Dile a tus hijltos, a los que les
gusta estar contigo todo el tiempo, y que adoran a su papito y se tre­
pan sobre él a cada minuto, diles que papito está allí hablando con
Dios. Instruyelos para que sepan que estás allí en una conversación
sonta con el Jesús a quien ellos aman. Y aquellos niños pronto apren­
derán a proteger a su papito que está en esa habitación, a solas con
Dios, aislado de su esposa, aislado de sus hijitos». bl predicador
necesita oror con su esposa e hijos, pero necesita pasar una hora!
cada día con Dios a solas. Aun si no hace otra cosa sino sentarse en
una silla y pensar por una hora, demostrará ser de beneficio; pero
mejor aún si pasa tiempo en oración y meditación.
Hace algunos años murió un hombre que le dejó a su hijo una
fortuna millonada. Y el hijo, que era un muchacho insensato que se
la pasaba «cometiendo excesos juveniles», nunca valoró la vida con
seriedad. La madre había fallecido mucho tiempo antes, así que ese
muchacho era el único heredero. Pero, aquella gran fortuna ¡le sería
entregada con la condición de que por un año ininterrumpido en­
trara a un cuarto vado, corriera las cortinas y se sentara allí duran­
te media hora cada día, sin libros, ni periódico, rú nada más que la
silla en la cual iba a sentarse. Cuando aquel muchacho había cum­
plido con aquella condición, durante tres meses, era una persona
totalmente diferente; y consiguió el dinero.
Ningún hombre puede sentarse en una silla durante media hora,
sin música, ni radio, ni libro o escrito, absolutamente nada, sin comen­
zar a reflexionar sobre los grandes temas de la vida. ¿Quién soy? ¿Cuál
es el propósito de mi vida? ¿Qué debo hacer aquí y ahora?
Mis amigos, ha llegado el momento de asumir nuestra depen­
dencia de Dios y de que comencemos a dedicar un poco de tiempo
al estudio de la Biblia por la mañana. Algún día el Señor nos va a
preguntar: «¿Y de eso qué? ¿Y de eso qué? Estuviste frente a toda esa
buena gente, pero nunca estudiaste. Nunca te alimentaste con mi Pa­
labra. Lres responsable por su indiferencia; eres responsable por las
ovejas que no están aquí». Quizá alguno alegue: «Pero, Señor, he pre­
dicado y conseguí algunos libros de Bonneil e hice buenos refritos
con aquel material, y se lo prediqué»*. «Pero hi no estudiaste mi
Palabra por ti mismo», le dirá el Señor.
Bueno, ustedes harían mejor si comienzan a tomar ese tiempo,
amigos pastores que están afuera en el campo. NJunca crecerán si no lo
hacen. Sencillamente seguirán encogiéndose. Después, los cambiarán
de una Asociación a otra y los mantendrán haciendo traslados. «¿Qué
otra cosa podemos hacer con ellos?», dirán: «Está saturado, así que ya
no puede predicar mucho más. Consiguió solamente una media do­
cena de buenos sermones. Trasládelo a menudo; trasládelo a otra par­
te, trasládelo de aquí».
Continúe con los grandes temas y le ayudarán a hacer que su predi­
ca ció n sea destacada, y llegará a ser un gran predicador. Fs una gran
causa, un gran mensaje, un gran Maestro a quien servimos. ¿No fue
George Bernard Shaw quien dijo en una carta al arzobispo de Canter­
bury: «Valoro a un hombre o a una iglesia no por las razones que da
para las cosas, sino por las cosas para las cuales da las razones?». Pien­
so que casi estuvo en lo correcto. Si aquella mente escéptica pudo escri­
bir eso, hay sin duda muchas otras personas que piensan lo mismo.
Cuando usted predica con un corazón ardiente, creyendo que la
salvación y el destino eterno dependen de su predicación, la gente
lo escuchará. Su predicación será semejante al sonar del teléfono, a
un golpe en la puerta a la medianoche. ¿Qué cosa hay más insistente
que un continuo toque a la puerta o un persistente sonar del teléfo­
no? I lay un mensaje allí, o alguien está allí. ¿Quién es? ¿Cuál es el men­
saje? Tlay que averiguarlo. Vamos a ver. A eso hay que prestarle aten­
ción. Por eso las predicaciones de Putero, la de George Whitcficld, y
la de Billy Graham hoy, tuvieron ese poder. Tal vez no creamos todas
las doctrinas que enseñaron esos hombres, o que están enseñando, ni
aprobemos sus métodos, pero debe haber alguna razón para su éxito.
Todos esos hombres han hablado apelando directa y personalmente
a los corazones de sus oyentes, con tal fuerza y convicción que cau­
tivaron su atención. l a gente quiere escuchar a quien realmente tie­
ne algo trascendente que decir.
Se cuenta de un escéptico bien conocido que a menudo iba a es­
cuchar las predicaciones de George Whiteíield. Uno de sus incrédulos
correligionanos le hizo este reproche: «¿A qué vas a las predicaciones de
ese tipo? No crees nada de lo que dice, ¿verdad? ¿Por qué vas enton­
ces a escucharlo?». F1 escéptico contestó: «No, yo no lo creo, pero él sí».
Esté seguro de usar los pasajes de la Biblia en su propio contex- *■
to. Uno que a menudo se interpreta erróneamente es Goloseases 2:21:
«N o uses, no gustes, no toques». Los oradores de la temperancia a
veces afirman que aquí se habla confra el uso del alcohol, y que se
ordena la temperancia. Si fuera así, ¿por qué el apóstol condena esta
declaración cuando dice: «¿Por qué, como si aún pertenecierais al
mundo os sometéis a ordenanzas»*, y también usa las palabras «to­
das estas cosas están destinadas a perecer» (vers. 20,22). Seamos ho­
nestos con nosotros mismos, y con los hechos, y por encima de todo,
con Dios y con su pueblo. Hagamos frente al pasaje de la Escritura
o el tema con el cual estamos interesados, sostenido por la Escritura
y probado por la Escritura, como alguien ha dicho: «Reflexionando]
vacíos, escribiendo con claridad, orando llenos». Entonces estare­
mos listos para presentarnos ante el pueblo con un mensaje del cielo.
No usemos textos como meros pretextos ni como lemas. No necesi­
tamos reproducir preguntas o asuntos, sino temas directos y claros,
como corresponde «i la predicación de un hombre sincero.
Uno de los predicadores de mayor éxito hoy en Norteamérica, el
Dr. C. Andrew Ta wson, no es uno de los nuestros, pero atrae grandes
multitudes, que incluyen estudiantes de colegio superior y universi­
tarios, y que llenan su templo casi todas las semanas, anuncia sus ser­
mones con títulos como: «El reino de Dios», «Firmes cu Cristo», «¿Tie­
ne Dios un plan?*» «La Trinidad». No hay sorpresas, ni siquiera frases
capciosas en esos temas. ¿Cuál es el resultado? Asisten centenares de
personas. Dice él: «Tratamos de abordar los temas más grandiosos que
están al alcance de la mayoría, reconociendo que podemos llegar a do­
minar solamente un minúsculo, rincón de esos temas. Tratamos de ex-
ponerlos en un lenguaje asequible, como lo hacen ios Evangelios. Los
oyen les parecen preferir esto al tratamiento exhaustivo de algún pun­
to menor que no afecta los aspectos profundos de su vida religiosa y de
su fe. Asumimos que si no podemos alcanzar la cumbre, la vista también
puede ser inspiradora desde la mitad de la ladera». £1 Dr. Lawson lía
demostrado que una emisión radial de sus servicios religiosos sema-
nales, ha aiunentado y fortalecido su congregación. Esto viene siendo
así desde 1924 y muestra que en las grandes ciudades un programa
radial regular de los servicios de iglesia ayuda de muchas formas.
Hace algún tiempo el pastor John O sbqrny yo pasamos un día
en la Universidad de Princenton. Fiic emocionante ver los edificios
antiguos, especialmente el principal edificio de la Universidad, el que
por un corto tiempo fue una especie de fortaleza para los británicos
que habían emprendido la retirada de la Batalla de Frinccnton. Visi­
tamos el vestíbulo donde la facultad tiene sus reuniones, el mismo
vestíbulo en el cual George Washington renunció a su nombramien­
to para asistir al Congreso Continental. Fue muy interesante, pero
nada nos interesó más que el hecho de que estábamos en el país de
Whitefield, en la ciudad de Whitefield.
Fue aquí en Princenton, donde Whitefield vio a un tipo durmien­
do profundamente en uno de sus sermones. Haciendo una pausa en
su catarata verbal, dijo en forma solemne y len a: «Si hubiera venido
a hablar en mi propio nombre, usted podría poner en duda mi dere­
cho a interrumpir su reposo indolente, pero he venido en el nombre
del Señor de los ejércitos»', y tronó en una voz que casi sacude el edi­
ficio: «¡Tienen que escucharme, y van a escucharme!» V por eso de­
cimos, que Dios nos dé predicadores que hagan todo por ser escu­
chados, y que serán escuchados, hombres convencidos de que ha­
blan en el nombre del .Señor de los ejércitos, hombres con voces se­
mejantes ai trueno. Hay muchos de nosotros cue hablamos en tono
muy bajo y con voz vacilante. No es de sorprender que la gente se
óios duerma. No los perturbamos. Danos más Whitefield^que cla­
men en alta voz: «Estoy aquí en el nombre del Señor de los ejércitos
y ¡tienen que escucharme, y van a escucharme!». No es necesario
decirlo, aquel tipo escuchó a Whitefield.
/Amigos, si venimos en el nombre del Dios tie Israel, sea que tenga­
mos una voz potente o no, hablaremos de forma que retumbará co­
mo un trueno en el corazón humano. «¡Tienen que escucharme, y van a
escucharme! lengo un mensaje de Dios para ti». F.sa será nuestra fuer­
za impulsora. Nuestra predicación será directa, de persona a persona.
«Madre», susurró un niñito en la mitad de uno de los sermones
de Spurgeon, «¿por qué esc pastor se pone a hablarme a mí?» Fsa es
la predicación de nivel más elevado, cuando hasta los niños creen
que les estamos predicando a ellos.
Mi predicación, ¿satisface las necesidades que tiene hoy mi pue­
blo? Esta es una pregunta que debería hacerse cada uno de ustedes.
Había una iglesia que necesitaba un nuevo predicador. Así que,
le escribieron al obispo quien les envió un hombre de edad madura
con este mensaje: «Aquí está un predicador con un pasado glorioso.
Ha hecho grandes cosas». Y permaneció por un tiempo e hizo real­
mente mucho. Pero, las cosas no avanzaban en la iglesia como los
miembros esperaban, así que, después de un tiempo le escribieron
de nuevo al obispo para que les enviara otro predicador. Esta vez el
obispo les envió un joven predicador con el mensaje: «Aquí está un
predicador con un futuro glorioso. Él hará cosas maravillosas en los
días por venir». Y aquel joven permaneció casi un año e hizo algo
bueno; pero, después de un tiempo tuvo que trasladarse. Ea iglesia
le volvió a escribir al obispo y decía: «Envíenos un predicador dife­
rente».
El obispo respondió: «Les he enviado un predicador de edad
madura y un predicador joven. ¿Qué clase de predicador desean?»]
La comisión de la iglesia volvió a escribir y dijo: «Usted nos ha en­
viado un predicador con un glorioso pasado y otro con un glorioso;'
futuro. Ahora, por favor, envíenos lo que necesitamos, un predica­
dor que pueda hacer algo ahora».
Esa es la necesidad de la iglesia, predicadores que puedan traer
un mensaje hoy, a esta generación, este año, este mes, esta semana,
hoy día, ¡ahora mismo!
En cierta ocasión Jesús estaba rodeado por mile's de personas ham­
brientas. Les ordenó sentarse sobre el pasto verde. Después tomó la
pequeña provisión de panes y peces que pertenecían a un mucha­
chito, los partió y se los dio a sus discípulos, que a su vez ios repar­
tieron a la multitud. Todos quedaron alimentados, lodos quedaron
satisfechos, todos fueron nutridos. Todos tuvieron suficiente. Y cuan­
do todo se terminó, ¿qué hicieron? Recogieron doce cestas de este
pan del cielo que había sobrado. Cuando acabó el día, habían deja­
do más que cuando comenzaron.
Cuando ustedes se alimentan de la Palabra de Dios miran hacia
arriba, hacia el cielo, y parlen el pan y el pescado de este viejo mundo,
cuando toman ese estudio humano suyo, esa meditación humana y
esas oraciones humanas, y se sitúan ante el pueblo, miran hacia el cie­
lo y parten esc alimento en el nombre de Dios y alimentan cenábala
congregación que espera, cuando terminen, tendrán más que cuan­
do comenzaron. Encontrarán que tienen más pan del que tenían an­
tes, tendrán más para predicar. Nunca volverán a decir: «No puedo
pensar en nada para predicar», sino «¿cuándo conseguiré tiempo pa­
ra predicar todos estos temas que entran a raudales en mi mente?».
Al visitar a la gente y ver sus necesidades, mientras icen en el Libro
de Dios, mientras predican cada sábado, sermón tras sermón vendrán
corriendo hacia ustedes y les susurrarán en su oído: «¡Predícame,
predícame, predícame!». Entonces crecerán er. la gracia y en el cono*
cimiento del Señor. Aliméntense con el pan de vid a y serán capa<
de alimentar a otros. Entonces oraremos comoLMary LathburyT

«El pan de vida soy», dice el Señor;


«ven alma hambrienta, ahora al Salvador,
hambre jamás tendrá quien viene a mí,
sed nunca sentirá quien cree en mí».

Vertiste tú por mí, buen Salvador,


tu sangre en prueba de tu santo amor.
Cristo, hazme recordar tu gran dolor
y aprecie yo tu amor y salvación.

Hazme vivir, Señor cerca de li;


la deuda de tu amor la siento en mí,
te entrego a ti mi ser, mi corazón.
¡Loor a li Señor, y bendición!1*

¡Que Dios bendiga a cada uno de ustedes y los ayude a recono­


cer la forma en que él los guía!

' Break Thou the bread o í life. t Dear Lord, lo me, / AsThou didst break ihe loaves / Be%*de the
sea; / Beyond tlie \*n\l page / I Mvk Tluv, I «mi; / My spirit pints íor lluv, / O living VM«rcl!

Wcss I hou the truth revealed / I hit day to me. / As thou didst bless the bread / By Galilee; /
Then shall all bondage cease. / All fellers fall; / And I stall find in Tliee / My all In all!
Spirit ami life an’ tin*y, / Wnnk Thnu iltrd spvkj / I Hasten to ubey, / But I am weak; / IHou art
my life. / Heeding Thy holy word / I win lire strife
SIM Hvmml n 271, letra ik* Mary A. I athbnry (1H421913). Ia letra de) himno in español Cs
de J. Pablo Simón y L.M. Roberts
6
El predicador
responde
«Procuró h allar las p a la b ras adecuadas,
y lo que escribió fu e recto y verdadero».
R usias its 12:10

D
EDIQUEMOS TIEMPO ahora para aprender algo sobre
el estado de la predicación, o más bien de la situación
del predicador entre nosotros. El cristianismo comenzó
con predicación, y el movimiento adventista, en particu­
lar, comenzó como un movimiento de predicación. ¿Cuál es la situa­
ción de la predicación entre nosotros boy, de acuerdo al testimonio
de predicadores, dirigentes de las Asociaciones y laicos? Esta pre­
gunta debe ser contestada, y hay que contestarla cié forma plena y
completa. No pretendemos hacer esto en la conferencia de hoy, pero he
aprendido un poco sobre la situación actual de la predicación y les
daré algunos de estos datos ahora.
Que la predicación es de importancia capital para todos los cris­
tianos, y especialmente para los cristianos adventistas del séptimo
día, no hace falta decirlo. Pero, el apóstol Pablo hace la pregunta:
«¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?» (Rom. 10:
Aunque es verdad que Dios ha predicado a través de su obra
creadora, y directamente por su Espíritu, a los corazones de los
hombros, le agradó en su sabiduría designar a hombres para que
dedicaran toda su vida a la predicación del mensaje celestial.
Jesús mismo fue un predicador (Mat. 4: 17). Ordenó a sus dis­
cípulos «para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar»
(Mar. 3 :1 4 ). Debían «pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos
vista» (Luc. 4 :1 8 ). Debían ir y predicar el reino de Dios. T.os predica­
dores cristianos son predicadores de la Palabra, como dice el após­
tol: «F.sta es la palabra de la fe que predicamos» (Rom. 10:8). Al pre­
dicar la Palabra, predicaban la Palabra vi va ¿Jesucristo) como el
Salvador de los hombres, y como cTfuturo Rey y Se tio r. «No nos pre-
o Jicam os a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor» (2 Cor. 4: 5),
F1 reino de Cristo está ahora presente como el reino de Ja gracia,
y finalmente estará presente como el rejrjo.dela gloria, donde todos
los redimidos tendrán su hogar eterno. Cualquiera que predica a
Cristo como el Redentor y Señor está predicando el reino de Dios
ahora, y también su reino futuro. Y como la autoridad para toda la
predicación cristiana está en la Palabra de Dins, la predicación cris­
tiana es fundamentalmente la predicación de la Palabra del Señor
(Hech. 8: 25), o la Palabra de Dios (Hech. 13: 5).
Ya en los días de los apóstoles hubo quienes comenzaron a intro-
ducir cambios a la predicación original. Muchos aceptaron una fe
■ cristiana contaminada con ideas originadas en la filosofía griega; y
este tipo de enseñanza fue introduciéndose gradualmente en la igle­
sia primitiva; y no pasó mucho tiempo antes de que estuvieran pre-
dicando a un C risto*que río era realmente el de la Biblia, sino.un
Cristo humano, filosófico CI apóstol Pablo amonestó contra este
tipo de predicación diciendo que aquellos que se ocupaban en eso
estaban bajo maldición (Ciál. 1: 8; 2 Cor. 11: 4',.
Puesto que la predicación del evangelio de Cristo, es decir, la pre­
dicación de la Palabra puesta en marcha y autorizada p o r Jesucristo
i/mismo, y continuada por los apóstoles, fue un ataque poderoso con-
h tra el reino de Satanás; el diablo siempre se ha opuesto a esta predi­
cación. El apóstol Pablo dijo que la predicación tuvo gran oposición
(2 iim. 4: 15), lo cual ha sido cierto a través de los siglos, y lo sigue
siendo. Si el diablo no puede oponerse a la predicación del mensaje
por un medio, tratará de hacerlo por otro; si no la puede impedir por
una supresión completa, lo hará por infiltración, por contaminación,
cambiando su temperatura, su tema, su objeto, su técnica; usará lo
I
que sea para impedir que la verdadera predicación tenga un efecto
desastroso sobre su reino y un efecto glorioso para la edificación del
reino de Dios. El apóstol afirma claramente que era la voluntad de
Dios y e l plaivde Dios manifestar su Palabra.por.medio de la.predi­
cación (Tilo 1: 3).
Prácticamente toda declaración valiosa sobre la predicación, rea­
lizada por los grandes predicadores y por los maestros de predi­
cadores en tiempos pasados, la he encontrado condensada, justo al
punto en l'estivmios jkira ¡os ministros dc ülena 0 , de White. Les re­
comiendo que lean este libro, que lo subrayen, que lo estudien, que
oren sobre él, y si es necesario que lloren sobre él, y verán un cam­
bio poderoso y una bendición en su obra personal como predicado­
res. lambién hay mucho enlübreros-evan^S ^ y por supuesto en
otros libros de la misma autora, pero especialmente en estos dos.
Como parte de mi preparación para la conferencia de hoy, envié
una carta hace algunas semanas a un buen número de nuestros pas­
tores. Debido al costo, envié unas quinientas, pero me hubiera gus­
tado enviar una carta a cada pastor adventista del séptimo día del
mundo. E$ algo que debería hacerse' algún día. Nos daría un cuadro
más amplio del pensamiento de nuestros obreros en el campo y nos
ayudaría a elaborar juntos planes para formar mejores predicadores
de la Palabra para nuestros días. No hay un grupo más importante de
hombres sobre la tierra que esos predicadores fervientes a quienes
se les envió esta carta.
No le di a mi secretaria una lista preparada de mis amigos en el
ministerio, sino que le dije sencillamente: «Envíe esta carta a uno de
cada tres pastores en servicio activo en Norteamérica, también a ca­
da uno de los presidentes de los campos locales de Norteamérica, a
unos cuantos obreros dispersos que están en ultramar y a unas do­
cenas de laicos». Deberíamos escribir a varios miles de laicos, y
cuando venga la respuesta, ¡tendríamos realmente mucho en que
reflexionar!________
Aquí está la carta?
«Querido amigo en Cristo,
»Le escribo esta carta no en forma oficial sino personal. Me ha
locado en suerte preparar siete u ocho conferencias sobre la predi­
cación adventista del séptimo día, para presentarlas en abril o mayo
en el Wnsitittftfon Missionanj College.
»Esta será la primera serie de una cátedra sobre predicación que
se* fundará allí. Entiendo que la asistencia estará limitada a los estu­
diantes ministeriales y a los pastores, tatito ordenados como los que
tienen licencia ministerial. No será una reunión para el público en
general.
^Necesito ayuda para preparar estas conferencias con el fin de
hacerlas realmente útiles. No es posible para mí escribir a lodos nues­
tros obreros, pero estoy enviando esta carta a unos pocos nombres
seleccionados, y esto es lo que le pido a usted:
*>Por favor, contésteme si es posible, para fines de febrero, expre­
sándose libremente sobre la predicación adventista del séptimo día.
¿Qué hay de bueno o de malo en ella? ¿Es tan buena como podríamos
esperar en las circunstancias en que nos encontramos? ¿Qué mejoras
pueden hacerse? ¿Qué cambios cree usted que deberían adoptarse?
¿Debería cambiarse la predicación? ¿Convendría que cambiara la ac­
tual situación? ¿Qué lugar ocupa hoy día en su opinión la predicación
adventista del séptimo día? ¿Está siendo cada ve/ menos relevante o
más relevante? ¿Deberían tom ar su lugar otras actividades?
>>Por favor, diga libremente io que piensa. Su respuesta será guar­
dada en la más estricta confidencialidad, si usted lo desea. Estas con­
ferencias están planeadas para que sean una ayuda real para nues­
tros obreros, y necesito su ayuda para que sean realmente una ayu­
da. Podrían llegar a imprimirse, aunque todavía no es seguro.
>>TIaga su carta exactamente tan extensa como desee, y leeré y
consideraré cada una muy cuidadosamente, porque espero hacer un
uso determinante de estas respuestas en la preparación de mis con­
ferencias.
-Por favor, ayúdeme con sus convicciones más sinceras, y se lo
apreciaré en gran manera.
»Su amigo y compañero de ministerio en el servicio de Cristo.
»H. M. S. R igiakds
>>Nola: Todas las respuestas marcadas "confidencial" serán trata­
das confidencialmente».
De estas quinientas o más cartas enviadas, esperaba unas veinti­
cinco o treinta respuestas. El hermano Cillis, el administrador de The
Voice o f Prophecy, pensó que no conseguiría más que diez o doce res­
puestas, pero me alegra poder decirles que quedé gratamente sor­
prendido al recibir más de doscientas; y estoy seguro que si hubiera
pedido las respuestas con más tiempo, si les hubiera dado un mes o
algo así extra, habría tenido más respuestas.
N o obstante lo más destacable con respecto a esta encuesta es
que la respuesta de los presidentes de Asociaciones fue extraordi­
naria. De los cincuenta o más presidentes, contestaron treinta y tres;
un porcentaje muy alto, considerando el corto tiempo que se les dio.
Si les hubiera dado más tiempo, habría recibido muchas más cartas,
porque algunos de los presidentes estaban fuera de casa y otros esti­
ban ocupados con otros asuntos y no pudieron responder a tiempo.
F1 punto siguiente es que los presidentes están de acuerdo con los
obreros del campo casi al ciento por ciento en todas las preguntas. Muy
bien, entonces, según el testimonio de los predicadores, presidentes
de Asociaciones y laicos, ¿cuál es la situación de la predicación entre í
nosotros hoy? lista pregunta debiera ser contestada pronto, y contes­
tada plena y completamente. No pretendo ser capaz de hacer eso en
la conferencia de esta noche, pero debería ser contestada pronto.
I a preparación de esta conferencia ha sido para mí una gran
experiencia espiritual. Me parece que ahora dispongo de un cuadro
más claro que nadie en cuanto a lo que piensan los pastores adven­
tistas de costa a costa en Norteamérica, porque tengo en mi poder
cientos de esas cartas. Me llevó varios días leerlas. Confieso que no
he sido capaz, en el corto tiempo que he tenido, de analizarlos como
es debido para desarrollar una tesis, y necesitaría conocer mejor las
técnicas de las encuestas. Sin embargo, dispongo de una muestra
bastante representativa del pensamiento de nuestros hombres; y ha
sido una de las experiencias m ás esclareced oras que yo haya tenido
jamás. Creo que soy muy privilegiado al ser parte de un ministerio
tan maravilloso. Con muy pocas excepciones, nuestros hombres son
hombres de Dios, hombres de los cuales estoy orgulloso de conocer
y de colaborar con ellos.
He eliminado las firmas y los membretes de todas esas cartas, de
manera que si alguien las encuentra en el tuturo, nunca sepa quién
las escribió. Me referiré a ellas solamente por número.
En sus respuestas, más de la mitad de los pastores deploraron el
hecho de que muy pocas veces escuchan a otro predicador; casi
siempre son ellos mismos quienes predican. Tienen que predicar
cada sábado, y a veces varios sermones, y nunca pueden escuchar a
otro, a menos que asistan a un congreso campestre, que es cuando
228 Apacienta mis o veía s

los dirigentes de la Unión, División, u otros, tienen las predicacio­


nes. Así que en realidad nunca oyen predicar a sus compañeros.
Esto me llevó a la conclusión de que sería una buena experiencia
que nuestros pastores escucharan la predicación los unos de los
otros con más frecuencia.
¿Hay alguna manera de conseguirlo? En algunas Asociaciones/
un pastor de un distrito, va a otro distrito y tiene una semana de reu­
niones en una de nuestras iglesias, ayudado por el pastor local, En­
tonces hacen intercambio, y el pastor local del primer distrito va al
territorio del otro y predica allí una semana. Esta es una forma por
medio de la cual un pastor puede escuchar a su colega predicar un
poco m ás; y sería bueno que hiciéramos eso más a menudo. Nos
destinan a algún lejano distrito y permanecemos allí por años y nos
escuchamos solo a nosotros mismos hasta que nos cansamos. Este
plan ayudaría también a traer almas a Cristo, al darle a la gente un
cambio y al predicador un descanso, y ayudaría a cada uno a escu­
char predicar a su hermano.
Otra razón por la que parece que estos pastores se sienten tristes,
es porque generalmente no tienen participación como predicadores
en los congresos campestres. Parece que si pudieran, esto sería un
incentivo para ellos. Algunos de los buenos sermones que han estado
predicando durante el año, y que han sido bendecidos por Dios, po­
drían presentarlos en un congreso campestre y ser una bendición
para los oyentes. La gente se sentiría feliz de escuchar a sus propios
pastores predicar a las multitudes reunidas. Creo que podría arreglar­
se de manera que nuestros pastores pudieran predicar con más fre­
cuencia en esos congresos campestres en sus propias Asociaciones.
Sin embargo, esto es solamente una sugerencia. Pero, en sus cartas la
mayoría de mis colegas dicen: «No consigo casi nunca escuchar a otro
predicando». Por lo tanto sienten que no pueden informar de la predi­
cación adventista en general como podrían hacerlo si los escucharan.
Aquí tengo una carta modelo, solamente su esencia. T.a cito aho­
ra, y casi cada palabra que voy a decir de ahora en adelante serán
citas.
«Entre los puntos buenos que tiene nuestra predicación», dice
este pastor, «es que está basada en la Biblia, y probablemente por re­
gla general, nuestra predicación es mejor que la predicación prome­
dio que tienen otras iglesias a nuestro alrededor».
Por supuesto; esa es nuestra percepción, me imagino que, porque
amamos nuestro mensaje y naturalmente lo consideramos con cier­
ta parcialidad, así como una madre ve belleza en el bebé más feo
que alguna v e / haya nacido. Ustedes saben, alguien que está rela­
cionado con usted o a quien tiene en alta estima, le parece diferente
de lo que le parece a otras personas.
Dos mujeres que estaban paseando por el Parque Phoenix de Du­
blin, vieron a un hombre de edad madura jugando con un perrito de
apariencia famélica. Una de las mujeres dijo:
— ¿Pías visto a aquel tonto, jugando con esc* chucho?
La otra mujer se fijó bien y le dijo:
— ¡Ay querida, si es el obispo de Dublin!
— ¡Qué perrito m ás lindo! — exclamó la primera mujer.
Como pueden ver, todo dependía de quién fuera el hombre. Y de
la misma manera, supongo, nos miramos y pensamos que somos muy
buenos, tal vez porque somos nosotros.
Encontré que un veinte por ciento de estas cartas entendían que
la predicación adventista en general es tan buena o mejor que la
predicación promedio, si se compara el tamaño de nuestras iglesias
y los hombres que se encargan de ellas. También afirman que pro­
bablemente nuestros pastores prediquen más de Biblia, y que mien­
tras que nuestros obreros se adhieran al gran mensaje que nos hace
adventistas, hasta el punto en que perseveren en él, la predicación
seguirá siendo superior a cualquier otra. Esta es generalmente la
reacción de las cartas que he recibido de nuestros obreros.
Uno en particular dice que un rasgo negativo de nuestra predi­
cación es que a menudo nuestros predicadores y oradores invitados
son hombres más indinados a la promoción, y no presentan un men­
saje bíblico. Lo cito: «Creo que una de nuestras plagas es que dema­
siadas veces damos sencillamente diferentes tipos de informes para
desarrollar cierto Departamento, y esos informes no están unidos a
un mensaje espiritual. Algunos hombres hacen una tarea muy espi­
ritual de promoción, lo cual es positivo». Menciona a uno de nues­
tros líderes de promoción tie la Pacific Press y lo elogia por presen­
tar la promoción de una manera muy espiritual.
Después continúa: «Necesitamos mantener la organización en el tras­
fondo de nuestro mensaje y en primer plano en nuestras actividades
de promoción». Habla del presidente de su Asociación, como un
hombre que hace esto, y que trae un mensaje espiritual, no importa
cual sea el proyecto promocional que presente. Conociendo a ese
presidente como yo lo conozco, y sabiendo que fue evangelista an­
tes de llegar a ser presidente de Asociación, estoy seguro que ese cam­
po recibe una gran bendición al tener un líder como él.
Este pastor continúa diciendo que no cree que nuestra predica­
ción sea tan buena com o debería ser. Considera que es un paso co­
rrecto exigir un quinto año para ios que hacen la residencia pasto­
ral, tal y como lo establece el nuevo reglamento; Pero, que la obra se
beneficiaría grandemente si los predicadores fueran al Seminario
por un trimestre o medio año cada cuatro o siete años para recibir
formación práctica permanente.
Ahora viene algo muy importante y en realidad es un asunto
delicado, sin embargo necesita darse a conocer a la luz del día. Re­
cuerden que de nuevo estoy citando: «Creo que un error fundamen­
tal que cometemos como organización es medir el éxito al darle a
alguien una posición departamental o ejecutiva. La enorme nece­
sidad de nuestra organización es de buena predicación, vigorosa,
pastoral y evangeli/adora. El problema es que si alguien tiene éxito
como pastor o evangelista, a menudo se le promueve a un puesto en
la Asociación [...]. Algunas veces otros están mejor calificados que.él
para las tareas administrativas. Pastorear es un don. Evangelizar es
un don. Coloquemos a las personas en el puesto para el cual están
dotadas l-.J. Y como denominación elevemos nuestra norma para el
éxito».
Esta viene del pastor número uno. Creo que voy a dar el bosque­
jo general de esta carta, ya que muchas de las cartas siguen el mis­
mo esquema. Algunos piensan que aunque nuestros sermones son
tan buenos como el promedio, una gran cantidad de nuestros pas­
tores no tienen un objetivo en sus sermones. Parece que todos hablan
sobre lina buena idea sin ir a ningún lado. Debería haber una línea
de pensamiento perceptible. También debería haber más sermones
expositivos. Desde luego, todos sabemos que los sermones exposi­
tivos son los más difíciles de predicar, pero ¿por qué no ios debemos
predicar? Algunos de nuestros pastores lo hacen de forma excelen­
te. Una buena exposición de un versículo, un capítulo, incluso de un
libro de la Biblia, traerá bendición a los oyentes. F1 autor de esta
carta dice que necesitamos sermones «que nos sacudan», que nos
despierten de nuestro letargo espiritual. Se nos debe desafiar, des­
pertar, inspirar. Necesitamos el testimonio directo, no de un juez, sino
de uno que está acongojado por la indiferencia del pueblo de Dios.
Vamos a continuar. Aquí tengo una carta que me conmovió pro­
fundamente: «Los buenos puntos de nuestra predicación son», dice
este pastor, «que es sólida, de acuerdo a las Escrituras, sus doctrinas
son completamente demostrables y claras, [...] pero hay puntos
débiles. I.a predicación no es lo suficientemente buenapara los tiem­
pos en los que vivimos. Le decimos a la gente qué hacer, pero en la
mayoría de los casos no les decimos cómo hacerlo. A menudo usamos
el punto de vista negativo. Tratamos de probar cada cosa f...| usa­
mos demasiado el enfoque de uno que toma parte en un debate. Né-j
ces¡tamos presentar el evangelio y ser los testigos de Dios. Debe­
ríamos ser más positivos y tener más del poder del Espíritu Santo.'
«Muchos sermones suenan como si fueran una cinta grabada:
notas extraídas, a las que les echamos un vistazo de manera apresu­
rada, y que después se presentan de una manera rutinaria. No hay
emoción de alma' y corazón en nuestros sermones, porque hay poca
de la yirdadera predicación de Jesucristo. No se revela su cruz. El
Salvador no es ensalzado ante un m undo que perece, indicamos las
normas de perfección. Predicamos condenación, y decimos, "sube
aquí", pero nuestros sermones no alcanzan al pueblo con el poder
de la mano y el corazón para elevarlos hasta Jesús. Mucha de nues­
tra predicación es una crítica de las creencias de otros y así sucesi­
vamente [...]. Ha sido más para amonestar a la gente que para sal­
varla». Y el autor de la carta cuenta su experiencia personal: «Un
pastor de una Iglesia de Cristo me desafió una vez para tener un
debate. No acepté, pero accedí a tener una discusión franca de nues­
tras creencias una noche en su iglesia. No hubo refutación, pero des­
pués de la discusión, seguía un periodo de preguntas. Por la forma
de pensar y hablar irreflexiva de uno de nuestros miembros de igle­
sia, estaba comprometido a tener una discusión definida que se rea­
lizaría cada viernes por la noche durante catorce semanas en las que
arrinconé al otro pastor con doctrinas, profecías y cosas por el estilo.
«Después de haber predicado unas ocho o diez noches, visité el
hogar de uno de los miembros de su congregación. El hombre fue
muy bondadoso, cortés, y dolorosamente sincero. Me dijo: "H erm a­
no ______ , en todas estas noches no nos ha dicho ni úna sola vez
cómo ser salvos, y nuestro pastor lo hace cada ve/, que predica".
Pastor Richards, eso fue una bendición, aunque m í apabulló en ese
momento. Desde entonces he orado y tratado de predicar un men­
saje salvador.
«Recientemente tuve el privilegio de dirigir tres semanas de ora­
ción en una escuela secundaria nuestra. Esos jóvenes habían escu­
chado la predicación adventista la mayor parte de su vida, pero su
pregunta constate era: "¿Qué tengo que hacer para ser salvo?" Ha­
bían cometido erroa's y habían perdido la esperanza.Neces itaban sa^
her cómo vivir después de la conversión. Esto es lo que quiero decir.
»No tenemos mucha predicación adventista. Nada debería to­
mar su lugar. Nuestra predicación necesita la inyección del Pente­
costés, para hacerla un mensaje que nos salve y nos estimule. Debe
haber más y más predicación positiva, llena de Cristo, crislocéntri-
ca, impulsada por el Espíritu Santo, o continuaremos aquí por otros
mil años, y no permita Dios eso». Estoy de acuerdo con él, ciento
por ciento.
En estas circunstancias llegamos a dos de los temas más laborio­
samente documentados en tenias estas cartas. Lo primero es que
deberíamos tener más predicación del mensaje genuinamonte ad­
ventista del séptimo día. Lo segundo es que nuestros predicadores
están tan ocupados con la mecánica de la obra de organización de la
iglesia que tienen poco tiempo para estudiar, meditar y orar; y como
consecuencia sus sermones no pueden elevarse a un nivel más alto
bajo las condiciones actuales. I lay dos argumentos que destacan en
esas cartas.
Aquí va una muestra: «Me parece a mí que nos estamos dejando
llevar a la deriva por la corriente de no proclamar nuestro mensaje
distintivo. f...l Me pregunto si estamos en el momento de examinar
los fundamentos del mensaje, cuando lo que se necesita es volver a
la plataforma de la verdad, de la cual no debe salirse ni lo más míni­
mo. leñemos un mensaje distintivo que se nos ha encomendado.
Debemos predicarlo porque el tiempo os muy breve, muy breve».
Otra carta: «Durante algunos años he oído la crítica do que a
nuestros sermones les falta el tono del adventismo de antaño. Hace
un par de años escuché a un líder criticar a un joven predicador [no
está presente ni lo nombra |porque usaba la Escritura libremente, y
le recomendaba encarecidamente que debería desarrollar un texto
en un sermón. Más tarde escuché un sermón por ese dirigente en el
que una docena de frases podrían presentar todo lo que dijo en todo
el sermón».
Otro dice: «Quedémonos con el método de Cristo y los apósto­
les, que citaron abundantemente la Escritura del Antiguo Testamen­
to para probar sus doctrinas de fe. [..,] El consejo de Pablo a limoteo
(2 Tim. 4: 2), "queprediques la Palabra, que instes a tiempo y fuera
de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doc­
trina", es oportuno para nosotros. En mis contactos con no adven­
tistas, aim antes de yo ser adventista, encontré que, en la mayoría
de los casos, lo único que la gente sabe de nosotros es que no come­
mos cerdo, no fumamos, ni bebemos café o té, y que vamos a la igle­
sia el sábado. Bueno, ese es un hecho; eso es lo que piensa mucha
gente, y, desafortunadamente es casi lo que la mayoría de nuestro
pueblo conoce con respecto al mensaje».
El predicador continua: «A pesar de lo importantes que son estas
doctrinas, espero que podamos cambiar el curso de los aconteci­
mientos y convencer al público de que por encima de todo predica­
mos a Cristo como nuestro Redentor y Salvador, que la justificación
por la fe es fundamental en nuestras vidas, que Cristo es el centro
de nuestra creencia y que todas las demás doctrinas encajan perfec­
tamente en él. [...] Un cristiano que ha nacido de nuevo está más dis­
puesto a obedecer’el mandamiento de Dios de guardar el sábado y
a observar sus deberes en todos los aspectos».
Un pastor está convencido de que «ha habido una tendencia cre­
ciente hacia la presentación de un evangelio social, más bien que
ima presentación bien definida de los rasgos distintivos de la fe ad­
ventista. Por lo tanto, en nuestra iglesia hemos estado estudiando,
en las reuniones de oración y durante los cultos de adoración de los
sábados, esos rasgos distintivos de la fe como son: el santuario, el
mensaje de los tres ángeles con sus verdades relacionadas; el minis­
terio de Cristo en el santuario celestial, y verdades prácticas y doctri­
nales sostenidas, de manera especial, por la iglesia remanente, antes
que usar el moderno enfoque psicológico. Me parece a mí que la ad­
vertencia del espíritu de profecía con respeto a la presentación prác­
tica del mensaje en estos últimos días puede realizarse eficazmente,
cuando aquellos pilares de la fe, fuertes e inamovibles, confiados a
este pueblo y conocidos y aprobados durante el tiempo cuando mu-
chos de los pioneros, incluyendo la hermana While, estaban vivos; los
hagamos la base de nuestro mensaje».
Carta tras caria suena con esta convicción: Hay poca predicación
de nuestro mensaje distintivo en el culto de adoración del sábado
por la mañana. Nos recuerda que está creciendo una generación de
jóvenes que nunca asistieron a una prolongada serie de conferencias
sobre las doctrinas de este mensaje. Ya no realizamos muchas cam­
pañas en tabernáculos, ni tenemos ya reunior.es en carpas. I os jó­
venes nimca han oído las pruebas de las doctrinas, el grandioso
mensaje, el mensaje profetice. Casi lodo lo que conocen es que van
a la iglesia el sábado y que no comen ciertos tipos de alimentos. Eso
es lo que conocen sobre el mensaje distintivo adventista. Nuestra ju­
ventud necesita escuchar las razones por las que existe la predica­
ción adventista, la razón de ser de la Iglesia Adventista del Séptimo^
Día y la razón de sus propias convicciones. ¿Cuándo conseguirán
esta información si no es en los servicios religiosos de los sábados
por la mañana? Muchos de ellos viven lejos de la iglesia y pueden
asistir a una reunión solamente una vez a la semana, y esa vez es el
sábado;
Antaño nuestros predicadores jóvenes recibían su instrucción en
reuniones de evan gelizad os Nunca se poma a los ministros jóve­
nes a cargo de iglesias hasta que hubieran desarrollado una buena
experiencia en ganar a no adventistas. Una carta sugiere que «los
ministros jóvenes deberían salir y no deberíar ser puestos a cargo
de iglesias donde hay miembros que saben mucho más que ellos
sobre la verdad y sobre la vida cristiana. Deberían ser puestos en
lugares donde tengan que Lrabajar por las personas que no conocen
nada con respecto a nuestra verdad. Así es como obtendrán expe-
rienda y se desarrollarán en el mensaje. Más adelante, pueden ser
colocados a cargo de iglesias, como se hacía antaño. Deben ser ins­
truidos para predicar, ante todo a los no advenistas. Darles iglesias
para alendei, com o asistentes de un pastor de ciudad, es una ins­
trucción equivocada».
El remitente número 53 dice: «Creo que nues:ra predicación mejo­
raría si presentáremos sermones evangel i/adores en el culto del sá­
bado. Muchos de nuestros miembros no asisten a las reuniones evan­
g eliz a d la s que se llevan a cabo. Recientemente una líder de nuestra
iglesia, asistió a una reunión de evangelización. Al terminar el ser-
vicio de adoración me dijo: "Este es el primer sermón de evangcli-
zación que he oído sobre la observancia del sábado en veinticinco
años". Necesitamos predicar más sermones de estos los sábados en
el culto de adoración».
Junto con esta demanda casi unánime de que se prediquen las
verdades y doctrinas de la Escritura los sábados por la mañana, in­
cluyendo la segunda venida de Cristo, vida solamente por fe en nues­
tro Redentor, el silbado, las demandas de la ley de Dios; los que es­
criben estas cartas dicen repetidas veces que deberíamos destacar
las grandes doctrinas fundamentales de la salvación.
En la carta número 79 leemos: «Hemos estado descuidando los
fundamentos básicos de la religión práctica, por ejemplo, los temas
que se encuentran en El camino a Cristo, es decir, la necesidad que el
pecador tiene de Cristo, de la conversión, del arrepentimiento, de la
confesión, de la fe...». Él y muchos otros sienten, y puedo decir que
yo también lo siento hoy, que se le da mucha atención a la amenaza
de destrucción global por una guerra atómica y no se imparte sufi­
ciente ánimo y fe. Un hombre me dijo: «Si veo otro folleto con el
cuadro de una bomba atómica, estoy predispuesto a perder mi equi­
librio mental. Esta amenaza de la bomba atómica está metiéndose
en los nervios de la gente. Estamos cansados de pensar en las bom­
bas atómicas y la destrucción atómica. "Consolad, consolad a mi
pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalem decidle
a voces que f...] su pecado está perdonado, que ha recibido de la ma­
no del Señor el doble por todos sus pecados" (Isa. 40: 1, 2). Hoy la
gente necesita consuelo».
No hace mucho tiempo, como ustedes saben, se realizó una en­
cuesta de un extremo a otro de los Estados Unidos con esta pregun­
ta: «¿Qué tema preferiría oír presentar a su pastor?» No era la bomba
atómica; no era la destrucción de esta o aquella manera. No era el
hundimiento de un continente y el surgimiento de la Atlántida o o
de cualquier otro tema catastrofistá. ¿Qué creen ustedes que fue? El
tema que tuvo el primer lugar fue: «Córrw conseguir respuestas a la •
oración». El segundo fue: «Cómo tener un hogar feliz; cómo hacer n
frente a los problemas de la vida en familia».
Quien escribe la carta número 123 nos recuerda que «muchos de nues­
tros hermanos llegaron a conocer la verdad por medio de campañas
de cvangelización en las cuales se estudiaron las doctrinas sobresa-
liento» de nuestro mensaje, t tan llegado a estar convencidos de la
permanente vigencia de la ley moral, y se han convencido, por las
profecías, de los tiempos en los cuales estamos viviendo en la histo­
ria del m undo, pero encontramos un gran cambio cuando se termi­
na la campaña. Entonces es necesario que el pastor de la iglesia pre­
dique las verdades prácticas de la Biblia, como la justificación por la
le, el crecimiento en la gracia, cómo hacer frente a la duda, los pac­
tos, y así sucesivamente. Naturalmente, todos estos temas deberían
haber sido tratados en la campaña de evangelizado!!.
»¿Cómo podemos ir a la gente con las poderosas doctrinas de
este mensaje a menos que estemos saturados con la gracia de Dios
en Cristo? ¿Por qué conseguir que alguien guarde un día diferente?
¿Qué diferencia hace si una persona guarda el sábado o el domingo,
si la persona no es un cristiano convertido, nacido de nuevo? Estas
son las grandes preguntas que todos nosotros debemos hacemos».
Y más adelante cuenta: «Cuando se desmontó la carpa después de
una campaña évangelizadora, encontré que tenía el tremendo traba­
jo de instruir completamente a los nuevos miembros. De sábado en
sábado prediqué sobre los temas a los que me referí anteriormente».
Quienes escribieron estas caitas no concuerda™ en todos los de­
talles. Pero están de acuerdo en las lineas más generales y principa­
les de la obra evangélica, especialmente esa, como dice la carta nú­
mero 67: «Hay mucha predicación teórica, fantástica, que socava el
fundamento de la fe, y confunde a nuestro pueblo. A veces los miem­
bros requieren el sonido del mensaje adventista antiguo. Dirigentes
de iglesia y laicos me invitan constantemente para que predique un
sermón adventista de los de antaño. Se quejan de que no escuchan
uno muy a menudo».
Permítanme recordarles a todos los que están aquí hoy, que no
estamos analizando la organización de la iglesia o el contenido de
nuestro mensaje doctrinal. Estamos hablando de la predicación
adventista. Pero, la predicación adventista, como es el fundamento
de toda la doctrina, naturalmente trae todas esas Ciras cosas a cola­
ción. Primordialmente estamos hablando respecto de la predicación
regular de los sábados.
El remitente número 61 dice: «Demasiados pastores adventistas se
sienten satisfechos con una predicación superficial. Necesitamos más
estudiantes reales de la Biblia, que bajo la dilección del Espíritu Santo
lleven a sus congregaciones mensajes poderosos del antiguo T.ibro.
Como le dijo una hermana a un predicador nuevo que habló sobre los
argumentos onlológicos probatorios de In existencia de Dios: "Hijo, no ne­
cesitamos toda esa teología, filosofía y psicología; lo que necesitamos
es pueblología. Hable sobre algo que conozcamos. Ayúdenos a vivir"».
Quien escribe da justo en el clavo cuando dice: «No es necesario
cambiar la predicación adventista, quien necesita ser cambiado es el
predicador, porque él "es" la predicación..Deberíamos dedicar más 1
Liemgo al estudio personal de la Biblia. Entonces, no se podrá decir
de nosotros lo que alguien dijo con respecto a un predicador: "H a­
bló de cosas grandiosas, y las hi/o pequeñas; de cosas sagradas, y
las hizo comunes; de Dios y no lo tuvo en cuenta"»*
Hay mucho más en estas cartas sobre la predicación adventista
en las iglesias adventistas, al público adventista. 1.a carta número 67
declara: «Somos el pueblo de la profecía. Dios nos llamó para dar un
mensaje al mundo, y nuestro pueblo necesita escuchar esas doctri­
nas predicadas cada sábado. Uno de estos días algunos de nuestros
miembros podrían ser llamados a comparecer ante los tribunales; y
las mentes más agudas del mundo pueden estar de pie allí para acu­
sarlos y destruir su fe. Necesitan estar preparados para hacer frente
a sus acusadores y para refutar sus sofismas. Puede estar en juego
en ese juicio la vida eterna del juez y, tal vez, la de los miembros del
jurado. Creo que seremos responsables ante Dios por el éxito o fra­
caso de ese proceso. Tendrán que responder por su fe, sin la ayuda
de ninguno de nuestros pastores. El momento para adoctrinar a
nuestros creyentes es ahora». Cito algo más de esta carta:
«Sin embargo, cada uno de nuestros sermones doctrinales debería
estar centrado en Cristo. Creo que nuestros jóvenes deben aprender,
desde el mismo comienzo de su ministerio, a ensalzar a Cristo y mos­
trar el camino de salvación en cada sermón. Deberíamos recordar
que puede haber alguien entre nuestra audiencia que tal vez nunca
más vuelva a tener otra oportunidad de escuchar el evangelio de
salvación. Si supiéramos que esta es la última oportunidad de al­
guien, que su esperanza de vida eterna depende de nuestro sermón,
¿de qué predicaríamos?
»Nuestros predicadores jóvenes deben tener sus pies asentados
firmemente en la verdad, sino serán arrastrados fácilmente de esa
posición, Fue por el tema del santuario que uno de nuestros minis-
Iros, que fue a Inglaterra como misionero, se desorientó y regresó de

. tros predicadores tienen que estar completamente adoctrinados ellos


mismos, y deben colaborar para que cada converso esté adoctrina­
do y se mantenga firme oyendo estas verdades * ;tantes predi­
cadas desde el púlpito cada sábado. Si se hace d •)>! toma cen-
tral de cada sermón, no habrá necesidad para que se repita n josjn i$-
mos sermones en ninguna iglesia».
Después el escritor continúa y expresa su temor sobre la peligro­
sa actitud de algunos de poner en tela de juicio algunas doctrinas,
menospreciando e incluso burlándose de ciertos libros que han sido
considerados libros doctrinales sólidos por muchos años. «No creo
9 i que nadie pueda predicar conautoridad si tiene muchos interrogan-
Ü tes en su mente^Si es un signo de interrogación atribulante, no ten­
drá mucho efecto sobre los demás».
Puedo decir personalmente, que aunque no sostengo que ningu­
no de nuestros libros sobre profecía sea inspirado divinamente pala­
bra por palabra, creo que en sus grandes líneas de enfoque y de apli­
cación general, el tiempo ha demostrado que nuestros conceptos son
verdaderos. Cuando tengo reuniones en el templo o en carpa suelo
leer varios de esos libros completos, de tapa ¿ tapa durante cada-
campaña, especialmente Daniel y Apocalipsis, y creo que todos los
pastores principiantes harían bien en hacer lo mismo. Cualquiera
que pueda predicar todas las profecías de D aniel^ A£pcajipsis-5Íu
notas,.usando sencillamente la misma profecía, está bien encamina-
do para llegar a ser un gran predicador del.mensaje para esta hora.
¿Por qué no podríamos ser capaces de tomar el libro de Daniel y el
de Apocalipsis sin notas ni comentarios, y predicar sermones fervo­
rosos sobre todas las profecías-quiicontienen? Creo que deberíamos
preparamos para hacerlo(Pnediquen js a s proferías con todo su coj»
razón y toda su a úna. P uede que haya pequeñas diferencias aquí y
allí en algunos puntos, pero no las habrá en las grandes nociones
generales a menos que usted se aparte de los fundamentos, bes digo
que la gente responderá n ja predicación de esas proferías y tendrá
1 \^Ja bendición de Dios.
Ahora bien, no estoy leyendo estas cartas y exigiéndoles que es­
tén de acuerdo con todos los remitentes, ni tampoco conmigo. Hay
ciertas cosas en algunas de las cartas con las cuales tal vez no puedo
estar completamente de acuerdo, pero ciertamente parece que si va­
mos a ser predicadores adventistas del séptimo día, debemos predi- O k
car como lo hacen los adv entistas del séptimo día. Seguramente to­
da persona seria es para que lo hagamos. ¿Ño les parece lógico? Si no
creemos en el mensaje adventista, vayámonos y demos lugar a otro
que sí crea en él. Si hemos avanzado tanto que no podemos mante­
ner el paso con el resto, seamos hombres; digámoslo y dimitamos.
Podríamos seguir leyendo estas cartas, pero vamos a mencionar
solamente algunos rasgos sobresalientes.
I lay otros asuntos que se reiteran repetidas veces en estas cartas:
el de predicar la Palabra, no nuestros propios puntos de vista o las
ideas de otra persona, sino de la Palabra de Dios.
T.a carta número 111 dice: «Indiscutiblemente la maravilla del he­
cho de que la Escritura podía interpretarse por sí misma y el princi­
pio de "precepto tras precepto; línea sobre línea, un poquito allí, otro
poqiüto allá", fue la revelación más emocionante de mi vida, y aún
lo es hoy. Desde el tiempo cuando por primera vez aprendí las ver­
dades del mensaje del tercer ángel, no se me había ocurrido pensar
en este mensaje como distintivo de la predicación adventista, aunque
de hecho es generalmente verdad, más bien siempre las consideré
una proclamación de las verdades bíblicas que se habían perdido
por muchas generaciones, junto con la luz de la verdad profética
presente para nuestros días y para nuestra era. El descuido de la1
interpretación p ura de las Escrituras, un texto explicando otro, para
mostrar la armonía maravillosa de la Escritura, ha sido la causa de^
la debilidad religiosa en todas las épocas.
»El protestantismo moderno se está desvaneciendo debido a una
crítica textual equivocada, y por los intentos de los teólogos de obtener
lo que llaman una lectura verdadera de los textos. Sus discusiones
tocantes a las traducciones correctas lian generado serias dudas con
respecto a la inspiración divina de la Escritura. No estoy tratando de
ser un oscurantista, como alguien podría decir; pero considero un error
destacar aspectos que llegan ser perjudiciales para la salud religio­
sa. Aunque no hay una guía humana infalible para la interpretación
de nuestras Escrituras preservadas tan maravillosamente, el funda­
mento al cual se aferraron los Reformadores fue el que dice que "la
explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los sencillos"
(Sal. 119:130)».
El escritor sigue luego con lo que para mí es una declaración
maravillosa: «Nuestra fe adventista del séptimo día debería ser una
fe conforme al conocimiento. Cuando más amplio es el campo del co­
nocimiento personal, más clara es la visión de la aplicación del men­
saje del tercer ángel, particularmente en relación a las fuerzas que se
han coaligado contra la verdad en nuestro tiempo».
-v El remitente de esta carta resume lodo en cinco puntos: (1) un co­
nocimiento inteligente de los tiempos en los cuales vivimos; (2) la
evidencia auténtica del Espíritu Santo; (3) el rebajar las normas de
les.' < nuestra iglesia; (4) las lecciones espirituales de la vida de Cristo; (5)
el valor terapéutico de la lectura bíblica para la higiene mental per­
sonal.
El autor de la carta número 149 dice que es dolorosamente cons­
ciente de que muchos pastores no conocen la Palabra como es debido
y, por consiguiente, presentan estudios en los cuales el peso de la
prueba es poco firme o casi inexistente. Dice que «en general los ser­
mones evangel i/adores que se clan los sábados siguen tres o cuatro
* patrones básicos: el de SluUfcC o el de Vcjndemann, o algunos de los
otros». Bueno, por lo que he oído, algunos predicadores podrían muy
bien seguir a estos hombres de amplia experiencia.
Este pastor piensa que los sermones de los oradores invitados,
inyectan algunas veces pensamientos que pertúrbala el desarrollo de
un año bien planificado de alimento espiritual. Fstoy contento por­
que el hermano John Osbom nos va a dar algunas sugerencias para
organizar un año, es decir, una planificación anual de predicación
bíblica, pues hablo de eso aquí y también hablaré en la conferencia de
mañana.
_ Otro punto que se ha recalcado en estas cartas es qiavestam osj)
Alerta. viviendo en una época de ignorancia de la Biblia. Hace cien anos,
toda familia cristiana leía la Biblia y tenia el culto familiar. Fíjese
ahora, ¿cuántos hogares adventistas del séptimo día en su iglesia
tienen cada día el culto familiar? Solamente una minoría, ustedes lo
saben. ¿Cuántos norteamericanos en general leen la Palabra de Dios
diariamente? No son muchos. Por lo tanto, es casi inexistente un
conocimiento real de los relatos bíblicos. Estamos hablando actual-
dCc t v C . toante a una generación de anaTfabetos espiritual^) Nuestros pasto-
I res parecen olvidar eso y siguen predicando como si todo el mundo
P) \conocicra lo que hizo Abraham o lo que dijo Moisés. Al predicar la
Palabra debemos explicar los temas de una manera sencilla. Debe­
mos explicar brevemente cada relato de la Biblia, o muchos no sa­
brán de qué estamos hablando.
Un pastor, en la carta número 170 dice que una vez estaba ha­
blando de la ley de Moisés, y una mujer se le acercó después y le pre­
guntó: «¿Quién fue Moisés?». Bueno ese es un caso extremo, pero
aquella mujer no sabía quién había sido Moisés. Así que antes de que
hablen de la ley de Moisés, harían bien en explicar quién fue Moisés.
Necesitamos mostrarle a la gente cómo ser salvos, cómo creer m jQ mtn
Jesús y cómo probamos cada doctrina que sostenemos.
••No hace mucho tiempo», dice este fervoroso pastor, «estaba ha­
ciendo una visita a una dama moribunda. Aquella mujer luchaba
por decirme algo y la enfermera le dijo: "Dígale al pastor lo que
desea". En un susurro d ijo: "N ecesitoajesús-'l».
Amigos, ¿seremos capaces de darle a esa gente lo que necesita y
desea? ¿Tenemos a Cristo morando en nuestros corazones? Este pas­
tor piensa que esta es la mayor necesidad en su propio ministerio.
Este mismo pastor asistió a las reuniones de Billy Graham en la
Universidad McGill en Montreal. Este gran evangelista dijo que él
hacía sus estudios niuv sencillos. A veces una reunión diñaba cua-
renta y cinco minutos y después seguía otra de irnos quince minu­
tos. Podemos resumir su carta así: Haga su predicación más senci­
lla. Dígale a la gente cóm o ser salvo. Hágalo en forma directa y
clara. Prescinda de lo que no sea esencial. 1.a gente no acude a Cristo
en busca de premios o entretenimiento. Queremos ahorrar su tiem­
po y salvar sus almas.
Conforme a las cartas que enviaron esos pastores de todas partes
de los Estados Unidos, debe ser verdad que el mundo se está volvien­
do rápidamente pagano en cuanto a su conocimiento de la Escritura,
com o era en los días del apóstol Pablo. Jxlecesitamos aprender cadaC k
vez más cóm o predicar a un mundo básicamente, pagano.
«En la actualidad, la genuina predicación adventista del séptimo
día, es buena», dice la carta número 122. «Es el alimento que necesitan
las almas hambrientas del mundo y el sermón adventista auténtico es
una comida equilibrada. Un programa anual de predicación adven­
tista debería constituir entonces una dieta espiritual equilibrada».
Siente que otros pueden tener el mismo problema, que las iglesias
están sufriendo a veces de desnutrición. Cree que deberíamos tener
un plan anual un el que las grandes verdades de. mensaje sean pre­
dicadas cada año, todas las sagradas verdades de nuestra fe cristia­
na, con los puntos especiales del mensaje adventista. Propone que
el Departamento Ministerial de la Asociación General proporcione
listas sugerentes de temas para darle al pastor alguna orientación,
de manera que pueda darse todo el mensaje de la Biblia a las igle­
sias en el período de uno o dos años.
Así que no cree que necesitemos cambiar la buena predicación
adventista de las generaciones pasadas más de lo que necesitamos
volver a escribir la Biblia, pero que deberíamos investigar más la
Biblia y predicar el mensaje más fielmente. Dice lo siguiente:
«Cuando mi padre compró una Biblia nueva hace poco tiempo,
me di cuenta de que su vieja Biblia que había usado en su ministe­
rio durante muchos años estaba sobre un estante apartado; así que
con su permiso, la tomé, posiblemente por razones sentimentales.
Prendida a la hoja blanca al comienzo de la Biblia estaba este recor­
te de la Revino escrito por E. H. Sockwell:
p— »"]£n la preparación de mis sermones me he llegado a hacer las
siguientes preguntas: ¿Por qué seleccioné este lema que tengo en men­
te? ¿F.s probable que este sermón satisfaga las necesidades de ios
oyentes que puedan estar presentes? F$ posible que esté presente
alguien que está a punto de rechazar al Salvador, ¿Alegrará este ser­
món el corazón de esa persona y la ayudará a cambiar de opinión?
¿Será probable que mi sermón vuelva a ganar a alguien, que podría
estar presente, que está dejándose llevar por las vanidades y las lo­
curas del mundo? ¿Estoy preparándome para decir algo que Dios
pueda usar para ganar a algún perdido que pueda estar presente?
¿Me estoy preparando para decir algo que pueda ser de consuelo
para los afligidos? ¿Es mi deseo ferviente aliviar y animar a cual-
1-quiera que pueda sentirse abandonado por Dios?%.
Si nos hacemos estas preguntas, ¿no nos ayudaría a elegir mejor
los temas y a predicar mejores sermones? Creo que nos ayudaría y
estoy contento de que mi amigo haya puesto estas preguntas provo­
cadoras en su carta. _ __
Sin embargo,'¿qué es un sermón adventista del séptimo día? Per­
mitamos que nos conteste alguien que no solo es u o predicador po­
deroso, sino también un escritor muy capaz, po'que presenta real­
mente un cuadro clásico de lo que es un sermón adventista. Abrí su
carta, que era personalmente para mí, ya que él y yo casi crecimos
juntos, y encontré estas palabras:
«Un sermón adventista es una mensaje desarrollado sobre la Biblia,
toda la Biblia; un mensaje que irradia la verdad escrituraria; que
centellea con gemas bíblicas, Es un mensaje que proclama la salva­
ción por medio de la sangre de nuestro bendito Redentor. Es un men­
saje que señala el pecado exaltando la ley de Dios. Es im mensaje que
recalca repetidas veces el pronto regreso de nuestro Señor. Es un men­
saje de esperanza que trae gozo y paz al corazón afligido. Es un mensa­
je que lleva a los hombres a exclamar: "¿Qué debo hacer para ser sal­
vo?" (Hech. 16:30). Dijeron los discípulos: "¿N o ardía nuestro cora­
zón en nosotros f...l y nos explicaba las Escrituras?" (Luc. 24:32). De
vez en cuando nuestros corazones arden dentro de nosotros mientras
escuchamos la predicación de la Palabra, pero no con frecuencia.
»Algunos hombres, incluso nuestros líderes, leen sus sermones, ^
y hasta sus oraciones. ¿Cómo puede haber poder en una predica­
ción así? Muchas veces dejamos la casa de Dios afligidos y desani­
mados. No necesitamos el enfoque psicológico. No necesitamos a
Norman Vincent Peale o a Harry Emerson Eosdick en una imitación
poco convincente. No necesitamos un curso de autosuperación des­
de el pulpito. No necesitamos sermones especulativos, teóricos. No
apreciamos la reprensión en el nombre del "testimonio directo". Po­
demos detectar fácilmente superficialidad o falta de sinceridad. Re­
huimos del fanatismo, así como del formalismo. N o nos gustan los
sermonetes, el desplazamiento del sermón por mucho canto o la
recolección de fondos o campañas. Deseamos el mensaje evangélicos
antiguo en toda su plenitud». Y nosotros decimos: «Amén y amén».
Este remitente dice que «sermones así, no vienen porque sí». El
propio pastor debe estar inflamado si su mensaje va a conseguir que
los corazones de las personas ardan dentro de ellas. Algunos de los
mejores sermones que alguna vez hemos escuchado fueron dados
por hombres de lengua vacilante. Su celo ardiente, su consagración
total, su dedicación a la misión, han suplido su falta de brillantez
oratoria. El sermón es un reflejo de la vida.
«Aquello sobre lo que meditamos, aquello que oímos y leemos,
llega a ser parte de nosotros mismos y se refleja en nuestros sermones.
El hecho es quejes lim o n e s excelentes no se desarrollaron en un día
o en una semana o en un año. Son el fruto de una vida de trabajo.
HI hombre que va haciendo bien, el hombre que ora en la cabecera
del lecho del enfermo y en los hogares de los desanimados, el hom­
bre que busca de una manera profunda las gemas de la verdad en la
Palabra, el hombre que no tiene tiempo para investigar en los mu­
chos libros que inundan nuestro mercado moderno, sino que solo
lee las obras de grandes hombres, hombres que creen en la Biblia; el
/]*'h o m b re que ama a la gente y le habla a la gente en la iglesia como
si estuviera hablando a una sola persona, el hombre que se olvida
de sí mismo y ve solamente a Tesús,<gThombre del Libre?, ¡ese hom­
bre predicará sermones grandiosos, sermones adventistas! Tenemos
esos hombres. Son los ganadores de almas. Sus iglesias florecen y el
pueblo los sigue en el recorrido del servicio amante. ¡Ojalá que tu­
viéramos más de esos hombres! Que Dios nos conceda que todos
podamos vernos a nosotros mismos como nos ve el pueblo, como
nos ve Dios».
Mis queridos amigos, creo que eso es la verdad. ¡Cada palabra es
verdad!
Tengo aquí una carta que cuenta la experiencia personal de un
hombre que una vez fue miembro de una gran iglesia en una gran
ciudad. Su pastor era profesor universitario con una serie de títulos
tras su nombre, y su anterior pastor fue uno de los mayores erudi­
tos que haya tenido el protestantismo. Este hombre y su familia, que
en aquel tiempo era joven, oyeron de repente el mensaje asombroso
en la pequeña carpa adventista. ‘'Era diferente; los sermones esta­
ban basados en la Biblia», dijo, y «exaltaban lo Palabra de Dios en
su plenitud. Pasé a ser adventista del séptimo día. Entonces fue mi
privilegio asistir a nuestros congresos campestres y conmoverme ante
la predicación de hombres como Everson, C. B. Thompson, Daniells,
Russel, Underwood, Salisbury, Spicer. Eran auténticos gigantes». Y
los que de ustedes los han escuchado pueden decir también amén a
eso.
Este buen hombre nos cuenta que ve con aprensión el cambio de­
cidido en la forma de predicar en los años recientes. Dice que "m u­
chos de nuestros sermones, especialmente los que predican muchos
de nuestros pastores jóvenes, suenan muy parecidos a los sermones
que acostumbraba oír en su antigua iglesia. Fui criado con sermo­
nes formales, rituales, antífonas y un poquito de la Biblia. Qué esti­
mulantes eran los cantos evangélicos, la predicación evangélica, y la
sencillez del servido religioso en la iglesia Adventista. En estos
dias, nuestros sermones, nuestros cantos y nuestro servicio religio­
so son muy parecidos a los que yo acostumbraba a oír. La única
diferencia es que los que acostumbraba a oír eran mejores [u,]. Al­
gunas de nuestras iglesias han ido tan lejos en su imitación de otras ¡t ^ r Q
que [...] nada más que nuestros pastores usaran vestiduras ceremo-
niales litúrgicas y nuestro pueblo guardara la Pascua, el Viernes San­
to y la Cuaresma, la transición seria completa.
»Buena parte de nuestro pueblo está hambriento de alimento
espiritual. Dejan el lugar de oración insatisfechos. La gente en otras
igESias también tiene hambre de una predicación centrada en la
Biblia. Hace varios años, uno dé nuestros pastores, un orador bri­
llante había llegado a ser tan modernista en su predicación que
decidió conectarse con otra denominación y unirse a su cuerpo de
ministros. Una iglesia grande en una ciudad estaba sin pastor y es­
taba poniendo a prueba varios. Sucedió que uno de nuestros obre­
ros asistió a esa iglesia un domingo y se dio cuenta, por el boletín de
la semana anterior, que ese ex adventista había sido el orador Su
tema fue "Clavos torcidos". Mientras nuestro obrero salía de la igle­
sia le dijo a uno de los diáconos: "Me fijé que tuvieron al Sr. Fulano
de Tal para predicar la semana pasada. ¿Qué les pareció?" Ll diáco­
no dijo: "Estamos buscando a alguien que predique la Biblia. N o es­
tábamos interesados en ese tipo de sermón"».
Y amigos míos, quisiera introducir mi comentario justo aquí
antes de leer otro párrafo de esta carta tan fuerte: Solamente la pre: '
dicación adventista nos hará adven tistas,y solamente la-.ftcedica-(fl tJ,. ^ ^
d on adventista nos mantendrá adventistas. Estemos de acuerdo con ,
núes tíos amigos de otras iglesias en todo lo que podamos, pero pro- , ' •^
clamemos los puntos peculiares de nuestro mensaje con fervor y si­
gamos adelante con fe, y Dios estará con nosotros.
• Permítanme leer un poco más de esta carta antes de que conti­
nuemos: «Estos días escuchamos mucho de la predicación cristo-
céntrica, y creemos en una predicación así. Sin embargo, la expre-'
sión se malinterprela y con frecuencia llega a significar predicación
antídoctrinal o ausencia de predicación doctrinal. John Wesley fue
metodista, pero ningún adventista predicó alguna vez sermones tan
sólidos sobre los Diez Mandamientos como lo hizo él. Él ensalzaba
a Cristo mientras exaltaba la ley. El Señor Jesucristo se encuentra en
todas las Escrituras, pues son una revelación de él. Predicar a Cristo
y describirlo como la Biblia lo presenta es la. á iic^ p red icaci&vcds-
tocéntrica digna de semejante nombre, En otras .p^rLibias*_un.men-
saje cristocéntrico es un m en aje bibliocéntrieo. ¿Por qué no tenemos
más mensajes centrados en la Biblia en nueslros sermones sabáti­
cos? Muchos temas g f y diQgos esperan,nuestro, estudio.y. presenta­
ción, temas como:(eí evangelio en el Génesis y en otros librea dd_An-
tigiig Testamento, las fascinantes profecías que señalaban la venida
del Mesías, el mensaje del reino de nuestro Señor, las profecías.concer­
nientes a Israel y su cumplimiento registrado en el libro de los He­
chos y en otros libros del Nuevo Testamento, y el mensaje de salvación
que llega hasta los confines de la tierra. Todas las teologías falsas de

y
nuestros días tienen una enseñanza falsa con respecto al reino».
Muy bien, suficiente para lo que dijo este pastor, que es uno de
los que ustedes respetan mucho, tanto intelectual como espiritual­
mente.
Bien, amigos, leer estas cartas ha sido una experiencia enriquece-
dora que nunca olvidaré. Casi lodas las cartas instan a los predicado­
res adventistas a predicar la Palabra, a ser predicadores bíblicos, a
usar abundantemente la Biblia, a que se enfrasquen en las Sagradas
Escrituras.
Hay jóvenes que vienen y me dicen: «Oh si pudiera encontrar
algunos sermones más. ¿Dónde puedo conseguir sermones?» Salen
y compran una serie completa de los sermones de Bonnell o algo pa­
recido a eso. Yo digo: «¡Ay de ellos!». Pues aquí está lo que dice un
pastor joven, y sé que es verdad, porque lo conozco. Conozco su pre­
dicación. «No tengo problema para encontrar temas bíblicos! Tengo
una semana entera para hacer visitas, pensar y orar y leer la Palabra
de Dios, y después cuando llega el sábado estoy sencillamente lle­
no, y tengo varios sermones, aunque no pueda predicar más que uno.
Cualquier hombre' que se enfrasca en la Escritura, que vive con la
Biblia y con el pueblo, tendrá cantidad de sermones, abundancia de
sermones, abundancia de sermones bíblicos, sermones para satis­
facer las necesidades de la gente justo donde está».
Un tercio de estas cartas que he recibido de nuestros pastores
hablan sobre el mal uso del espíritu de profecía en nuestra predica­
ción pública; y el espíritu de profecía es demasiado valioso para que
le demos un mal uso. Para ahorrar tiempo, más que leer citas de car-
tas individuales/ voy más bien a agruparlas sobre este tema dei uso
del espíritu de profecía en la predicación pública.
Escribe un predicador; «En reuniones donde abundan los críti­
cos, el orador podría muy bien presentar su punto directamente de
la Biblia, salvaguardándose él, y, de alguna manera, la denominación,
de la acusación de que colocamos el espíritu de profecía por encima de
la Biblia. Conozco un caso donde el orador del sábado por la maña­
na leyó el sermón completamente del espíritu de profecía, sin ningún !
comentario personal o referencia bíblica excepto si estaba incluida en \
la cita del espíritu de profecía. V esto fue ante una congregación de
setecientas personas».
y El maravilloso espíritu de profecía se usa como una muleta don-
kde puede apoyarse el predicador flojo. Ha estado muy ocupado esta
semana, muy ocupado, sí, pero no ocupado estudiando la Palabra de
Dios, así que el viernes por la noche o el sábado de mañana corre a
su pequeña biblioteca, saca varios libros del espíritu de profecía, los
hojea, coloca algunos pequeños trozos de papel aquí y allí, ustedes
saben como se hace, tenemos todo hecho, y le da al pueblo un ser­
món que tiene probablemente uno o dos textos y después una larga
lista de ritas del espíritu de profecía. Pero, eso no es un sermón. Eso
no es predicar la Palabra. Es mía de las formas más eficaces para ha­
cer que la gente pierda el interés en el espíritu de profecía y pierda
su respeto por él. Nunca se tuvo la intención de que se usara así.
La manera de prepararse* para la predicación, de acuerdo a la mis-"\
ma hermana White, es investigar la Palabra de Dios desde todos los án- j
guios, estudiarla piadosamente, con exactitud, de manera exhaustiva, (
gozosamente, y después, leer lo que está en el espíritu de profecía
sobre el tema. Entonces el pastor puede ir a la gente y predicarles de
la Biblia con el poder del Espíritu Santo enviado del cielo. Eso es
predicación.
Una mujer se quejó ante un pastor porque siempre leía pasajes
largos del espíritu de protecín, con poco comentario. El pastor que
cuenta esto dice: «No estoy en contra del uso de las citas del espíritu
de profecía, y hay casos cuando el mensaje puede apropiadamente
sacarse de allí, pero seguramente debemos tomar tiempo para pre­
pararlo y comunicarlo con sentimiento y fervor. Siempre hay en
nuestras congregaciones personas que no son adventistas, a menos
que sea una congregación sumamente pequeña. Nuestros enemigos
ya nos han acusado de tener dos Biblias, de ser igual que los mormo-
nes, la Ciencia Cristiana, los teósofos, y otros didéndonos: "Ustedes
tienen una profetisa cuyas obras se exaltan por encima de la Biblia";
y merecemos esa clase de acusación cuando hacemos así las cosas.
Está mal; es contrario al bienestar de la iglesia y al de nuestro buen
nombre. Solamente ese hecho, debería impedir que la usemos como
algunos hacen.
«Nosotros no creemos en que tenemos dos Biblias; no tenemos dos
Biblias. Elf^spíritu de proíecía'fue dado para llevar al pueblo a ja
Biblia, y no para llevarlo lejos d e ja Biblia. Creo que Dios na habla­
do por medio de hombres y mujeres con el don de profecía, pero
nosotros com o denominación no colocamos el espíritu de profecía
por encima de la Biblia. Si hay quienes lo hacer., están haciéndolo
sin ninguna autoridad como predicadores adventistas del séptimo
día, y en forma contraria a la enseñanza del cuerpo |eclesiástico! en
general».
Repetidamente, estos hombres de Dios escriben que necesitamos
apacentar al rebaño. Uno de los remitentes dice que después de que
se convirtió, asistió a uno de nuestros colegios durante nueve
meses. Fue a la iglesia fielmente cada sábado y escuchó una serie de
informes y promociones. «No puedo recordar más que dos sermo-
£ne$ que realmente conmovieran mi alma», dice él. «Durante ese
tiempo el pastor habló solamente una vez y había llegado a estar tan
seco por escuchar informes departamentales, que su sermón sobre
el cielo fue tan escaso en rocío como el valle de los huesos secos, y tan
falto de emoción como la tabla de multiplicar». Fsta declaración es
muy fuerte, ¿no les parece? Pero, evidentemente es verdad.
\ Otro tipo de sermones que originan una falta de espiritualidad
son los sermones por comparación. Como dice una de las cartas: «Se
ilustra con un sermón sobre las señales de los tiempos que escuché a
uno de nuestros obreros que ahora es director de Ministerios Persona­
les. Al leer 2 Timoteo 3:1 -5 , habló de cuán malo era el mundo y cuán
carentes de poder espiritual estaban las otras iglesias protestantes.
Ni una vez mencionó el peligro de que nuestro propio pueblo cum­
pliera esa profecía. Nuestra predicación no es para enviar a la gente
a su hogar con el sentimiento; "Señor, gracias porque no soy como
los otros hombres". No necesitamos compararnos con otros hom­
bres, porque a menudo nos sentimos tentados también a hacer todo
eso durante la semana. Como iglesia necesitamos contemplar a
jesús: la disposición de Dios para perdonar v el poder de Cristo pa­
ra salvan*.
Después, ej. tercer tipo de serm ón que revela nuestra carencia de
espiritualidad es un sermón por definición. Actualmente escuchamos
muchos de estos sermones. Por ejemplo, un sermón sobre la justifi­
cación por la fe. Ciertamente, deberíamos oír más tocante a este
tema, porque no hay otra fuente de poder a fin de preparamos para
la traslación. A decir verdad, no hay otra justificación sino la justifi­
cación por la fe. Es la única justificación que alguna vez podamos
tener. Sin embargo, mucha de nuestra predicación de la justificación
por la fe no es nada más que un intento por explicarla y definirla.
Alguien menciona la obra eficaz del pastor Minchin en la Se­
mana de Oración en una institución donde presentó la piedad prác­
tica sin mencionar en absoluto la justificación por la fe, pero la pre­
dicó y la demostró con poder de lo alto.
Y después dice que en un lugar donde se estaba dando instruc­
ción, el orador dijo, en un tono muy crítico, cómo ios adventistas del
séptimo día habían predicado la lev hasta que estaba tan seca como
las colinas de Cilboa, un hecho que en muchos casos sabemos que
es verdad. Recalcó que necesitamos predicar la justificación por la
fe y sin embargo, por lo menos en dos presentaciones que escuchó
allí, fueron completamente sin amor, sin gozo y sin vida. La justifi­
cación por la le no es algo para ser simplemente explicado, sino algo
para ser experimentado. N o es meramente una definición por de­
mostración. Nadie puede enseñarlo como si.fuera una teoría. Debe
enseñarse como una realidad, debe ser recibida de Dios. El Espíritu
debe testificar y dar testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios.
Entonces, ¿cuál es nuestra necesidad según este pastor? Nuestra
necesidad es conocer mejor a jesús. Dice: «No soy un gran erudito
ni un orador brillante."Soy~el más débil entre los débiles. Eero, he
gustado suficiente de lo genuino para no desear nada sino el artícu­
lo verdadero. Sé que cada vislumbre que capté de Jesús ha ayudado
a aquellos con los cuales la compartí. Sé que necesitamos toda la
ayuda que podamos conseguir para estnicturar y embellecer nuestros
sermones, pero nuestra mayor necesidad es comunicar mensajes
refrescados por nuestro contacto con el cielo. Necesitamos el poder
»Y por encima de todo esto está la reparación general y el man­
tenimiento: plomero, electricista, pintor, arquitecto, hasta que el su­
puesto predicador acaba siendo el chico para todo y un maestro de
nada.
»TTasta cierto punto, toda esta actividad me hace sentir bien, pa­
rece como si realmente soy algo, aunque haya acabado siendo uno de
los muchos pequeños dientes en un gran engranaje. Sin embargo;
todo eso llega a ser una especie de monstruo ruidoso, metálico, un
"bronce que resuena o un címbalo que retiñe" en vez de un cuerpo
de Cristo poderoso, viviente y santo, como debería ser».
¡Esto es casi lo clásico! Son palabras fuertes, ¿verdad? Pero eso
no acaba ahí. Escuchen:
«Usted me preguntó en cuanto a la predicación adventista. Por su­
puesto, eso es lo que todavía necesitamos, predicación adventista
auténtica; sermones sencillos, fervientes, profetices, evangelizadores.
Las iglesias donde he estado alcanzaron sus blancos aunque solo pro-
mocioné a Cristo y a él crucificado. Usted pregunta, "¿Deberían tomar
otras actividades el lugar de la predicación?" Hermano, ¿qué quiere
decir? Eso ya ha ocurrido demasiado. Por supuesto, algunos son pro­
fesores, otros pastores, y otros administradores; pero el apóstol y
evangelista todavía liene la larea de predicar a un mundo que pare­
ce. Y si alguno desea escucharlo o no, la oveja moribunda, la que san­
gra, aún anhela sus mensajes. ¿Dónde está Jetro? ¿Dónde está alguien
con un plan para aliviar la situación?»
¡Así que está esperando por Jetro! ¿Dónde está Jetro para mos­
trarle a Moisés cóm o hacerlo? Se acordarán que jetro señaló a un
hombre cada diez. Puede ser que tengamos que hacer algo semejan­
te a eso.
Pasemos ahora a la carta siguiente. «Desgraciadamente», dice
nuestro remitente, «tengo que presentarle a usted un informe pesi­
mista. En mi humilde opinión la predicación de esta denominación
es lastimosa. Sin embargo, no croo que sea totalmente culpa del pre­
dicador. Es más bien culpa del sistema. A la obra de predicación que
debe realizar el paslor se le ha quitado su importancia [tres palabras
para recordarl casi totalmente. Se nos insta constantemente a ser
mejores hombres de negocios, promotores de blancos y financistas.
Mucho del tiempo del predicador se consume en juntas, comités y
comisiones, y en recolectar dinero decuidando en buena medida su
tiempo para el estudio y para la preparación del sermón. De nuevo,
una y otra vez encontramos que quienes ocupan los púlpitos impor­
tantes en las Asociaciones son pastores especializados en hacer pro­
moción v en finanzas».
Ahora dice otro obrero: «He estado personalmente en el ministe­
rio durante once años bajo cuatro presidentes de Asociación, y solo
una vez un presidente de Asociación me escuchó predicar, y creo
que ese es más o menos el promedio entre nosotros. Pero cuando se
trata de informes financieros, nuestros presidentes quieren uno cada
mes del año. Por eso, me comentan mis colegas, muchos de ellos
han perdido su entusiasmo por la predicación. Reconocen que en
nuestra actual situación en la que no predomina la predicación, esta
ha llegado a ser una de las tareas menos importantes del programa
del pastor». Sí ,sí, esto ha sido escrito por un pastor adventista.
Y continúa diciendo: «Siento ser crítico sobre este asunto, pero
usted me pidió que fuera sincero. Nuestro pueblo está cansado de
nuestra magra predicación. Tenemos un pueblo fiel que paga el flete
y casi ño consigue nada en recompensa. Eso, en mi opinión, es la
mayor razón por la cual se retrasa hoy la obra de Dios: ¡Nuestro
pueblo no es conmovido por una predicación poderosa! En mi opi­
nión, cada pastor debería ser, ante todo, un predicador poderoso del
evangelio, lleno del Espíritu Santo».
Eso sale de la boca de un predicador, ¿verdad? ¡Este pastor me
respondió!
De Norteamérica recibí doscientas respuestas a la carta que envié,
las cuales creo que son una muestra representativa de las opiniones
de nuestros pastores. Cada carta destaca algo particular, y reitero
eso. Puede ser que los trescientos que no contestaron no estén de
acuerdo en absoluto con estas. Pero cuando treinta y tres presiden­
tes de Asociaciones concuerdan casi unánimemente con ios obreros
que están en el campo de labor, creo que es un cuadro representati­
vo de cómo se sienten nuestros pastores. Y eso algo querrá decir.
La carta número 47 dice: «Temo que nunca se termine la obra
hasta que nuestros intentos humanos y nuestra maquinaria queden
completamente frustrados. En la actualidad estamos tan estrecha­
mente trabados por la dirección humana que queda poco espacio
para la dirección real de Dios. Creo que hay mucha verdad en la
declaración de que nuestra predicación es tan buena como puede
esperarse en las condiciones actuales. Creo que nuestra predicación
será buena, y que nuestros esfuerzos serán bendecidos si podemos
encontrar más tiempo para hacer aquello para lo cual fuimos orde­
nados.
»T.a acción de los Departamentos está lomando el conlrol en nues­
tra obra, y en un sentido ha estorbado nuestra obra al dar la impre­
sión de que la oficina y los dirigentes son m ás importantes. No de­
bemos olvidar que la iglesia y los miembros de iglesia son lo más
importante. Es nuestro deber ayudar a cada miembro del cuerpo a
mantenerse en contacto con el cielo. Un reavivamiento espiritual es
la única c o s í » que hará esto».
¡Bien, eso es reconfortante! Me gusta ver que los hombres hablen
y que digan lo que piensan. Esto es lo que dicen cuando hablan entre
ellos, pero con frecuencia no dicen nada de todo esto en nuestras
grandes reuniones públicas. Por eso las estoy leyendo aquí. Los
obreros en el campo de trabajo escribieron estas cartas y yo me he
convertido en su portavoz.
l'engo aquí la carta número 22: «Los pastores y los hombres de
distritos que yo conozco en forma personal e íntima están ocupados
con respecto a muchas cosas, y yo me incluyo. Hay tantos aspectos
y facetas en nuestra obra que se nos empuja a que seamos aprendi­
ces de todo y maestros de nada. No se la solución al problema, y si
pensara que la sé m e sentiría incómodo si la tuviera que presentar a
mis hermanos. Todas las ramificaciones de nuestro complejo pro­
grama parecen ser requeridas y necesarias. Nos encontramos corrien­
do de prisa de acá para allá, con poco tiempo para cumplir con nues­
tra vocación, la predicación de la Palabra en el espíritu y el poder
que conmueva los corazones de nuestro pueblo. Pocos de nosotros
tenemos o dedicamos tiempo, aparte de irnos cortos minutos al día,
al estudio profundamente devocional que se requiere para presen-
lar mensajes inspiradores en la hora de la predicación; Creo que la
obra personal de ganar almas es una parte fundamental de la voca­
ción de un pastor. Reconozco el llamamiento, pero tal vez una decla­
ración d listona de In redención, página 272 presentará mejor mi
punto. Preste atención a estas maravillosas palabras del espíritu de
profecía:
»"T.os elegidos de Dios para ser dirigentes en su causa para vigi­
lar los intereses espirituales de la iglesia, debieran ser aliviados, tan-
to como resulte posible, de las preocupaciones y perplejidades de
natu raleza temporal. Los llamados por Djos_para ministi;ar,tm;palc
bras y doctrin a ,(debicran disponer de tiempo para la meditación, 1
oración y el estudio de las Escrituras. Su ñno discernimiento espir
tual se embola cuando se explayan en los detalles menores de le
negocios y tienen que ver con los diversos temperamentos de los qu
participan en las actividades de la iglesia".
»Mis amigos, si estas palabras del espíritu de profecía son verda­
deras, ¿por qué no las obedecemos? ¿Por qué no somos capaces apren­
der de la iglesia apostólica en la que, aquellos que dirigían la obra,
aquellos que predicaban la palabra, aquellos que servían en palabra
y doctrina, eligieron a hombres de negocios para hacer los negocios, y
dijeron: "Y nosotros persistiremos en la oración yen el ministerio de
la palabra"? (í'íech. 6 :4 ). Entonces la Palabra avanzó, el mensaje tu­
vo éxito, y la iglesia creció a pasos agigantados.
«Deberíamos tener un nuevo orden de obreros en nuestra ca
un orden de diáconos, hombres que sean empleados de tiempo cL...
pleto pagados por la Asociación, lo mismo que nuestros predicado­
res, parecidos a los diáconos en la iglesia apostólica que algunas ve- '
ccs predicaron, es verdad, e hicieron obra personal, pero cuya res­
ponsabilidad fundamental era ocuparse de los negocios de la iglesia. • ¡
Dejemos que esos hombres se encarguen de los negocios, que cuiden
de toda la parafemalia, que mantengan las ruedas aceitadas y en
funcionamiento, que mantengan la presión y la temperatura dond
debe estar y permitamos que los predicadores prediquen. ¡Qué gra
día será ese!
«Parece haber mucha promoción el sábado desde el pulpito, cuan­
do debería alimentarse al pueblo. En los últimos cuatro meses, a
veces, cuando estábamos tratando de la manera más espiritual posi­
ble de conducir alguna fase de una campaña, tres personas diferen­
tes, no adventistas del séptimo día, salieron de nuestro servicio reli­
gioso un sábado de mañana. Una dama que no era adventista dijo
mientras salía de la iglesia: "Entiendo muy bien que hay que hacer
esta clase de tarca, pero me siento muy chasqueada porque no pude
escuchar un buen serm ón". Por supuesto, sé que debe hacerse algu­
na promoción el sábado cuando la gente está reunida y que puede
hacerse de Cristo el centro de nuestra promoción. Pero, hay tanto
para hacer mientras estas campañas v programas se nos pasan a
nosotros, que algunas veces nos preguntamos dónde puede marcar­
se la diferencia;
»Por supuesto las actividades son importantes, mantener a nues­
tro pueblo en su tarca de preparar a otros y preparase ellos mismos
para el reino, pero de ningún modo han de tomar el tiempo de la pre­
dicación. I.as actividades, son buenas, en mi opinión cuando guar­
dan relación con la piedad práctica y la ganancia de almas».
Después sugiere algo que puede ser la respuesta para algunos
hombres. Cita la experiencia de Fnoc, del litro Patriarais y profeta$>,
página 74:
«F.n medio de una vida de activa labor,f a y-Jmantenía fielmente
su comunión con Dios. Cuánto más intensas y urgentes eran sus la­
bores, tanto más constantes y fervorosas eran sus oraciones. Seguía
apartándose, durante ciertos lapsos, de todo trato humano. Después
de permanecer algún tiempo entre la gente, trabajando para benefi­
ciarla mediante la instrucción y el ejemplo, se retiraba con el fin de
estar solo, para satisfacer su sed y hambre de aquella divina sabidu­
ría que solo Dios puede dar».
Este pastor continúa diciendo: «Sugiero humildemente que nues­
tros pastores prueben esos "ciertos lapsos" de Enoc. í Te pueslo a prue­
ba esto de forma esporádica en los últimos meses, pero ahora he de­
cidido reservar un día cada mes, para aislarme de toda la sociedad».
Y me pregunto, ¿es suficiente un día al mes? No lo creo. F.n reali­
dad, debería ser un día a la semana, o al menos medio día por se­
mana para estar a solas con Dios, con la Biblia, y con la propia alma.
Conozco a uno de nuestros pastores, un evangelista muy ocupado,
que se loma la tarde de lodos los jueves y se retira donde ningún
teléfono pueda alcanzarlo.
Aquí está uno de nuestros pastores de éxito (carta número 73)
que dice que aceptó la verdad cuando lerna dieciocho años, y anhe­
laba que su padre también aceptara la fe. Con muchos ruegos y
súplicas consiguió que su padre asistiera a la iglesia con él en dos
ocasiones, y en ambas reuniones hubo un gran tumulto de recolec­
ción de fondos, y ningún sermón. Y el padre dijo: «Todo lo que esos
tipos de tu iglesia quieren es tu dinero. No me vuelvas a traer aquí
• ' de nuevo». Y nunca lo pudo volver a llevar. Murió siendo un in­
crédulo. Aquel pastor debiera haber presentado un mensaje de Dios
para alcanzar a los pecadores.
«I.o que hace que nuestra predicación sea mala», dice la número
53, «es que no tomamos tiempo para preparar nuestros sermones
debidamente. Creo que este mal hábito se forma en los primeros
años de nuestro ministerio. En vez de tomar tiempo para planear y
elaborar un buen programa de estudio, estamos ocupados en llevar
adelante numerosas campañas de promoción, porque eso es lo que
se pone en evidencia en blanco y negro.
»Otra debilidad en nuestra predicación es la demanda que se I
nos hace para promocional demasiados programas, cuando en vez f* o j
de eso deberíamos predicar la Palabra de Dios. No importa lo bien
C e r 10
que se prepare un sermón de promoción, tiene un efecto adverso
sobre los no adventistas que asisten, así como sobre nuestros miem­ J
bros que vienen para oír la Palabra».
La carta número 67 dice: «Recientemente, mientras llevaba a ca­
bo un reavivamiento con nuevos miembros en perspectiva que esta­
ban allí en su primer sábado, me senté temblando por ellos mientras
que se pasaron treinta minutos persuadiendo a los miembros a salir
y cantar villancicos de Navidad, y se* decidía quién iba a ir y cuán­
do y en qué auto. Naturalmente, acorté mi sermón para finalizar a
tiempo. Una petición prolongada para conseguir dinero en el servi-T¿W f
ció religioso del sábado es una pobre preparación para el sermón,
Los visitantes que se encuentran con estas situaciones no se sienten]
atraídos a volver a asistir a nuestra iglesia».
Hn otra carta leo: «Estamos cargados con campañas, viajes y ma­
terial departamental, todo meritorio, con material preparado para
días especiales por alguien que no tiene ni idea de las necesidades
de los miembros. Así que lo que le queda al pastor del rebaño para
alimentar a sus ovejas, son pedazos de una dieta de hambre. Espero
que llegue el día cuando el pastor local pueda dedicar su tiempo a
los que están bajo su cuidado, para apacentarlos, contribuir a su de­
sarrollo espiritual y preparar un pueblo para encontrarse con su Dios.
Frecuentemente se nos pone presión para que alcancemos el blanco
del iHgat/uring Minuti' Mint [El hombre minuto de la recolecciónl du­
rante los meses de invierno, mientras estamos en medio de una serie de
evangelización, cuando el tiempo y la energía deberían dedicarse a
la ganancia de ¿ümas. Esto podría verse como algo no pertinente
para la predicación adventista, excepto que cualquier cosa que toca
al predicar influye en su predicación».
Y así va la cosa, una carta tras otra, un pastor tras otro, un testi­
monio tras otro. Y para gran sorpresa mía, casi la misma proporción
de presidentes de Asociaciones y administradores, escribieron sobre
este asunto de la misma manera.
La caita número 34 dice: «Haga que la predicación del sábado
esté menos centrada en campañas y más centrada en Cristo. No de­
be' sustituirse la consagración por las actividades. Se necesita mucha
más preparación personal del sermón. Se. presentan demasiados.ser-
\V mones hechos de prisa, mal preparados, t i poder espiritual en la pre­
*
dicación viene únicamente si el pastor dedica m ás .iempo al estudio
personal, a la oración y La meditación para el sermón de ese sábado*.
Tres presidentes sugirieron que se podría hacer un esfuerzo más
grande del que se está llevando a cabo por nuestros pastores, si se
ajustara cada programa a un programa ganador de almas. Por ejem­
plo, la campaña de la revista misionera Signs [Señales] llega a ser un
seguimiento de los nombres de los interesados, o una agencia evan­
gelizado™ para encontrar nuevos interesados. La Recolección llega
a ser una campaña para encontrar almas, a la vez que para recolec­
tar dinero. De esa manera la predicación puede amoldarse a dife­
rentes programas. Hay quienes están haciendo algo de todo eso, pe­
ro todos admiten que necesitamos un cambio.
«Mi preocupación», dice uno de los presidentes, «es por el sencillo
predicador, el obrero que ha de pastorear tres o cuatro o cinco igle­
sias pequeñas; o si es favorecido como lo es nuestro pastor, en esta
ciudad por ejemplo, al menos debe cuidar de un grupo más pequeño.
Estos hombres no pueden visitar a sus rebaños más de dos veces al
mes, y en algunos casos aún menos. Durante aquella única hora, de­
ben promover lodas las campañas y encargarse de muchos asuntos
de negocios. Así que buena parte de su predicación está alterada
por este enfoque. Hay pocas predicaciones llenas del Espíritu cuan­
do deben terminar con un llamamiento para la donación de un hor­
no nuevo o para suscribirse a una buena revista. Esta responsabi­
lidad recae sobre? nuestros obreros. Ellos sienten la presión. Hace al­
gunos años pedí que nuestros obreros llenaran ur cuestionario so­
bre la predicación, y esa fue su gran preocupación. Deseaban menos
presión de las campañas y más atención a la tarea de salvar almas».
Un presidente sugiere que algunos de nuestros pastores, especial­
mente cuando tienen solamente una iglesia grande, dediquen cada
segundo sábado estrictamente a la evangclización. F.se día se corta
toda la promoción. Por supuesto, esto no puede hacerse donde uno
tiene que atender más de una iglesia.
El presidente número 40 dice: «Oh, cuánto necesita nuestro que­
rido pueblo la predicación buena y sólida de la biblia cada sábado,
¡y cómo suspiran por ella! Algunos de nuestros pastores recurren a
la filosofía, pasando por alto los asombrosos mensajes de Juan el Bau­
tista, Elias, Mateo 24 y Apocalipsis 14. ¿Estamos predicando las pro­
fecías de Daniel y Apocalipsis con el mismo grado de celo e intensi­
dad, o hemos llegado a guardar silencio sobre estos temas por el
cuestionamiento astuto y la aplicación prof etica de algún profesor
de Biblia?».
Otro presidente, el número 50, dice que sabe de una Asociación
donde todos los obreros pasan afuera por lo menos tres meses por
liño en la campaña de la Recolección. Seguramente, con todas esas
exigencias, nadie tiene el tiempo que necesita para hacer una inves­
tigación profunda, que lo capacitaría para subir al pulpito el sábado
por la mañana, con su mente centrada en el mensaje que va a comu­
nicar. Dice este presidente: «No tenemos el tiempo para el estudio y
la meditación que tienen los pastores de otras denominaciones».
Así que, en general, vemos que los presidentes están de acuerdo
con los pastores. Uno de nuestros pastores se atreve a decir que si él
está equivocado, si predicar la Palabra de Dios directamente al pue­
blo cada sábado no es el plan de Dios para alimentar las ovejas, for­
talecerlas, y terminar la obra de Dios en la tierra, quisiera saberlo.
«Si nuestro sistema aclual de dar prioridad a las actividades promo­
cionales y las actividades institucionales, por encima de la predica­
ción es el plan, si por este m étodo más indirecto se va a terminar la
obra, ¿por qué no reconocerlo y cambiar la instrucción en nuestros
colegios y adiestrar a los jóvenes para que sean promotores, para
que bagan la obra que se les va a exigir que hagan?».
Después de todo, ¿no es esta una sugerencia muy buena? Si van a
tener que salir y hacer eso, ciertamente deberían ser instruidos para ello,
lo cual no se hace hoy en lo más mínimo. Han sido preparados para
predicar y para dar estudios bíblicos, pero al llegar al campo de labor
se encuentran que se espera de ellos algo completamente diferente.
Así que mientras los predicadores responden, dicen: «Para predicar
debemos orar y estudiar y visitar a la gente. AJu es donde conseguimos
nuestros sermones. No podemos subir al pulpito agotados, cansa*
^ Vtlos y fatigados; de tanto correr y hacer, y preocupándonos por cada
r* mora que estamos despiertos cm la semana, y aún alimentar a la gen-
[te. Lis ovejas elevan la vista y no se las alimenta».
Creámoslo o no, nos guste o no, eso es lo que dicen estas cartas.
Hoja tras hoja, hora tras hora, las he leído y estoy de acuerdo con
quienes las escribieron. Mi corazón se ha compadecido de ellos al co­
rrer de una parte a la otra con mi mente e imaginación sobre sus dis­
tritos, al visitar al enfermo, al arreglar el grifo estropeado, al solu­
cionar el problema en la escuela de iglesia, al recolectar más dinero,
al ordenar más papeles, al llevar a la gente a cantar villancicos no­
che tras noche, al ir de puerta en puerta para hacer la Recolección,
al recoger ofrendas especiales y al predicar sermones para promo-
cionar $igti$ o f the Times, These Times, Temperancia, Fe para Hoy, la
Voz de la Esperanza y varias otras causas dignas, sábado tras sába­
do. ¡Esto es lo que dicen ellos! He visto a jóvenes despiertos hasta la
medianoche, noche tras noche. I le visto correr las lágrimas por sus
mejillas, he orado con ellos, he tratado de impedir que se desani­
men, y he entrado en alguna otra rama de trabajo; Esos jóvenes es­
tán muy cerca de mi corazón. Esos jóvenes necesitan ánimo. Nece­
sitan creer que la predicación es la obra más sublime del mundo.
¿Qué podemos hacer? Estos hombres sugieren que lo primero es
que cada pastor se dé cuenta de que es responsable ante Dios. Usted
tiene que comenzar a tratar de encajar en el tipo correcto de progra­
ma, a pesar de todas esas circunstancias desfavorables. Usted debe
hacer lo mejor que pueda donde esté, en una situación que es difí­
cil, con posibles malentendidos. Usted debe tratar de encajar gra­
dualmente en un programa en el cual pueda servir al Señor más ple­
namente, espiritualizando algunas de las cosas y predicando más
Biblia, hasta que más y más de nosotros hagamos lo correcto en
cuanto a la predicación. En esto estamos todos igual, y todos debe­
mos culpam os por eso, porque permanecemos igual. T.a culpa no es
para que se la echemos a los demás; todos la tenemos.
Espero que ustedes, los jóvenes que se preparan para el ministe­
rio, observen sinceramente esta realidad y la encaren. Que cualquier
cosa que suceda, y cualquier responsabilidad que tengan que asumir,
no los hará predicadores eficientes, buenos, satisfactorios a los ojos
del Señor a menos que estudien su Biblia, a menas que lean el espíri-
tu de profecía, y dediquen tiempo para leer algunos libros más; pero
sobre todo a orar y visitar a la gente en sus hogares, y al ver sus necesi­
dades encuentren sus sermones en las realidades de la vida y en la
situación del mundo, y entonces, proclamen la Palabra de Dios.
Los presidentes están de acuerdo con estos otros obreros, casi en
líneas paralelas, sobre la necesidad de una predicación bíblica, la pro­
clamación del mensaje de antaño. Como dice uno: «Si este movimien­
to sale corriendo tras la predicación moderna y el pensamiento
moderno, estamos acabados, y Dios tendrá que suscitar a alguien
que haga la obra de la iglesia remanente. Parece existir una tenden­
cia hada la predicación psicológica y el enfoque de Norman Vincent
Peale. Hablamos de que la evangeüzación está pasada de moda.
Lstán los que predican floridos sermones con muy poca lectura bí­
blica, no usando quizás m ás que un texto.
»Algunas veces la gente nos dice que estamos viviendo en nuevos
tiempos y que hemos de damos cuenta de que el mundo lia cambia­
do. En mi propia opinión estoy emocionado y entusiasmado, al pen­
sar en el cumplimiento de la profecía bíblica y las prediedones del
espíritu de profecía en mi vida. Cuando era un muchacho en la escue­
la me era difícil creer que fuéramos a vivir situaciones como las pre­
dichas en la Biblia y en el espíritu de profecía; pero he vivido para ver
mucho más que de lo que los predicadores de mi niñez se atrevieron
a predecir. Creo que si vamos a hacer algo, deberíamos actuar de in­
mediato. Los prindpios fundamentales del mensaje nunca fueron tan
consistentes y firmes com o hoy».
Algunas de las mejores cartas me llegaron de ultramar, y en
todos los casos son de obreros que ocupan puestos elevados en la
administradón. Cito uno de ellos:
«Lo mejor que nosotros como predicadores adventistas pode­
mos hacer es predicar más de la Biblia, antes que nuestra propia
filosofía e historia. Creo en las ilustraciones, y soy un firme creyente
en hacer sermones interesantes, pero un orador público que no sea
cristiano puede dar vueltas alrededor de nosotros con discursos in­
teresantes. Nuestra arma y nuestro poder está en predicar la Palabra
de Dios». Mis amigos, a esto le digo: ¡Amén, y otra v e / amén!. Este
remitente continúa:
«Si la predicación adventista se está volviendo menos relevante
hoy de lo que fue aver, es porque nos hemos apartadó d e 'LLbuena
ida de la predicación bíblica y nos hemos ido distraídos a las

E las hierbas y a los bosques de la filosofía humana y de los intere-


humanos. Al mirar retrospectivamente mi propia experiencia
estoy realmente avergonzado de algunos de los así llamados sermo
nes que he dado a mi pueblo. Mi deseo ferviente es, por la gracia de
Dios, predicar más de su maravillosa Palabra, y llegar a estar fami­
liarizado constantemente con ella».
Este obrero dice: «Hemos dejado el camino recto de la predica­
ción bíblica y hemos sido atraídos a las malas hierbas y rastrojos de
la filosofía y de los intereses humanos?. Creo que deberíamos dar
marcha a atrás, ¿no les parece?
Y aquí hay algo que me interesa mucho poique tuve una buena
charla con este colega antes de que fuera a ultramar: «Usted estará
interesado en saber», me escribe, «que después de nuestra charla en
_____ , inmediatamente conseguí las grabaciones bíblicas en discos
Ide pasta] y coloqué unas bocinas especiales en mi casa. Tengo una
en el baño, otra en el dormitorio y otra en la salí de estar. Solamente
durante el tiempo en que me afeito, en seis meses, he escuchado to­
do el Nuevo léstamento dos veces, y la mayor parte del Antiguo Tes­
tamento una vez. Estoy constantemente tratando de llenar mi mente
con la Palabra de Dios».
Yo diría que este hombre es un obrero que crece. Está resuelto a
ser un predicador más poderoso porque está llenando su corazón y
su mente con la santa Palabra de Dios.
Uno de nuestros líderes en la India dice: «Parece que nos resulta
fácil a todos nosotros encontrar tiempo para todo, excepto para la
predicación. ¿Por qué? ¿Deberían tomar su lugar otras actividades?
1 (Desde luego que no! ¿Debería cambiarse la predicación? No, la pre-
•" • : dicación no necesita cambiarse. El predicador es el que necesita
\cambiar, y ese cambio debe ocurrir interiormente, no exteriormen-
Itc». Y creo que tiene razón.
Un presidente dice que se siente abrumado cuando descubre que
sobre el corazón de más de un obrero ferviente se ha asentado el
espíritu de inutilidad. «Algunos de nuestros colegas de edad ma­
dura se están volviendo cínicos y viven en el desencanto y el desá-
\ iiimo», dice. «En todo momento hemos de tener presente la ad ver­
il tencia del Maestro: "En aquel día muchos me dirán, ¿no hemos
/ ' hecho así y así, y asi, y así?" A pesar de toda su actividad, el Maestro
se verá obligado a d e cir "¡Nunca os conocí! ¡Apartaos de mí, obra­
dores de maldad!" (Mat. 7: 23). Debemos llevar a nuestro puéblo a
confiar en Dios en vez de llevarlo-a confiar en muchas otras cosas»
ürTpredicador de larga experiencia me envía estas palabras des­
de Sudáfrica: «Creo que como promedio, la predicación entre los
adventistas del séptimo día hoy se ha deteriorado en comparación
con el nivel de hace unos años |...J. En aquellos días, "había gigan­
tes en la tierra"». Este hombro habla de sus viajes a los Estados Uni­
dos y dice que algunos sermones que escuchó consistieron mayor­
mente en citas ensartadas unas con otras, sin ninguna idea original.
Espera que aceptemos el desafío de volver a la predicación cristo-
céntrica, fuertemente evangélica, la cual posen? una nota de autori­
dad que tristemente falta en estos días.
Uno de nuestros dirigentes de Europa, que es un predicador autén­
tico, dice que «el ocupar varios cargos directivos durante los últi­
mos años ha distraído [su] atención del tema absorbente de la pre­
dicación». Este agudo pensador dice que necesitamo^Un ministerio
de predicación consagrado com o nunca antes, ya que ahora hay una
tendencia conBñüaa'aeflrtjff 3 pastar de estos propósitos y objetivas.
Por ejemplo;-«Con una insistencia cada vez mayor en la necesidad de
alean/a r~ciertos blancos y de aumentar la cantidad de las campañas
de la iglesia, con la tendencia que tienen los administradores de la
Asociación de colocar la responsabilidad final sobne el pastor de la
iglesia, existe para él una tentación constante a desviar su predica­
ción a lo que, después de todo, son los objetivos secundarios. El pro­
pósito supremo de la hora de predicación del sábado por la maña­
na es ciertamente llevar a la congregación a alcanzar un conoci­
miento mayor de Dios y de su responsabilidad para con él y su
voluntad para ellos».
Después nos recuerda que el apóstol Pablo dice que a nosotros
se nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Cor. 5; 19). Dice: «Mi ar­
gumento aquí es que un pastor no se puede permitir el lujo de des­
viarse de la misión señalada por el cielo en su predicación, y si es un
especialista en interpretación proíética o en lo que podría llamarse
predicación promocional, debería inclinar o amoldar su especializa-
ción hacia su propósito de reconciliación». Esa es la obra real del
ministerio, llevar de vuelta a las gentes a Dios, ya sea si predicamos
profecía, o si se hace promoción, o si hacemos cualquier otra cosa.
El autor de la misiva continúa; «En lo tocante a si deberían cam­
biarse las condiciones en algunos detalles, la respuesta sería indu­
dablemente que sí. Pero hasta cierto punto es el propio predicador
quien debe cambiarlos. Después de todo, su responsabilidad final es
hacia Dios, y el obrero fiel mantiene su compromiso con su propia
conciencia y su deber hacia Dios, quien lo ha llamado».
Y después dice este pastor, un querido amigo mío y un fervien­
te siervo de Dios, que ahora es administrador y predicador en activo:
«No se requiere que un hombre ^ 4 n e o ^ n amon te dominado .por
las circunstancias». Pone los ejemplos de tres no adventistas que no
se dejaron manejar por las circunstancias: C. Campbell Morgan,
Dinsdale T. Young, y el Dr. Martin Lloyd Jones de Inglaterra. Se refi­
rió de manera especial al último. Este entró en el ministerio en un
momento de cinismo, modernismo y duda, cuando difícilmente al­
guien asistía a la iglesia; sin embargo, su templo siempre estaba
lleno de oyentes ávidos, mayormente de gente joven. Continuó ense­
ñando los significados fundamentales de la Palabra de Dios. El Dr.
Jones era un médico que servía en una pequeña congregación pro­
vincial en el sur de Gales, pero por el poder de su predicación en un
país renombrado por sus poderosos predicadores, causó semejante
impacto que llegó a ser uno de los hombres más influyentes en el país.
Más larde fue llamado a colaborar con C. Campbell Morgan en Londres,
y llegó a ser incluso más importante que su mentor, quien ya estaba
declinando rápidamente debido a su edad.
El autor de la carta concluye con estas observaciones: «Lo menos
que podría pasar es que, con semejante mensaje como el que se nos
ha entregado a nosotros como ministros, veamos y experimentemos
en nuestra predicación algo de su poder. A veces uno se pregunta si^
nuestra exagerada insistencia en la planificación y "el crecimiento''/^
no debilita nuestra evaluación del don de la predicación.
»En conclusión, siento que la hora de la predicación del sábado
por la mañana debería seguir siendo sagrada, dedicada a la adora­
ción, y si deben presentarse a la iglesia asuntos accidentales, tales como
promoción y anuncios de toda índole, deberían mantenerse aparte de
la hora de la predicación y dejar libre al pastor para que bajo la di­
rección del Espíritu Santo ejerxa su don sin estar limitado por todo
eso. Me parece a mí que únicamente de esta manera podrá la predi­
cación cumplir su legitima función».
Ya no voy a continuar con estas cartas. Leí muchas más que son
precisamente tan importantes e incisiva como las que ya hemos
comentado. Muchos de los que escribieron hablan de la necesidad
de poner fuego en nuestros sermones, y que nuestros oyentes deben
saber que son llamados por Dios y estar mejor preparados que nun­
ca antes, desde el punto de vista de la educación. Quienes me escri­
bieron dicen que no sostenemos el interés de nuestro pueblo mucho
mejor de lo que acostumbrábamos; en realidad no tan bien como
antes en muchos lugares. Muchos tienen temor del peligro de apo­

yarse demasiado en artilugios en vez de hacerlo en la viva Palabra
de Dios, como, por ejemplo, en películas, diapositivas, luz negra,
carteles, todo lo cual tiene su lugar y es útil. Pero, parece que algunos
predicadores caen bajo su influencia y nunca llegan a ser hombres de
primer nivel porque han dependido mucho de estas cosas.
Los que escribieron creen que nuestros predicadores deberían
predicar antes que promocionar, que centenares de congregaciones
sufren de desnutrición, que muchos de nuestros predicadores itine-
\\
rantes realmente de lo que hablan es de sus viajes, y de cuántas r\
veces han cruzado el Ecuador o han volado sobre el Polo Norte.
Nuestro colegas nos instan a proclamar el amor de Dios por el pe­
cador, a decirle a los hombres que sin Cristo el pecador está desespe­
radamente perdido, que necesita un Salvador, a contarles del amor
de Dios y del plan para el pecador y para la humanidad perdida,
que el pian y el propósito de Dios para los redimidos es seguro y es
real, que nuestro mensaje siempre está al día cuando presentamos a
Jesús, la esperanza de los perdidos, porque el pecado siempre es tan
moderno como la edad en la que aparece, y asi también es el evange­
lio que le hace frente.
Nos dicen que la predicación adventista siempre es buena, mien­
tras sea predicación adventista del séptimo día y predique la Biblia
y a Jesucristo, el único Salvador de la humanidad. Nos recuerdan
que el núcleo tuerte de nuestra predicación debería ser el mensaje
de los tres ángeles de Apocalipsis 14 porque contiene la razón de
nuestra existencia como denominación, que deberíamos conocer el
contenido teológico registrado en el mensaje del tercer ángel, y si
no, deberíamos permitir a los hermanos del Seminario que se ajusten
sus binoculares teológicos. Nos dicen que la predicación adventista
siempre es mala cuando el material está diluido, matizado e inspirado
en la teología «neoortodoxa» de nuestros días. Por «neoortodoxa»
entre comillas, entiendo la enseñanza de que la solución para los
males de este mundo se alcanzará dentro de la historia, y que la na­
turaleza humana puede ser rescatada y mejorada mediante el pen­
samiento correcto, el buen consejo, la educación y el medio ambien­
te apropiado, aparte de los requisitos bíblicos de arrepentimiento,
confesión, regeneración y santificación.
Algunos de los que escribieron creen que tenemos exceso de per­
sonal con los departamentales, administradores, directores; y que no
tenemos suficiente cuando se trata de predicadores, predicadores sóli­
dos; que tenemos el mensaje, pero estamos desesperadamente necesi­
tados de obren.» qué puedan presentarlo con claridad'convincente.
«foto suena com o traído por los pelos», dice un oficial de alto ni­
vel de nuestra denominación, «pero hable con los administradores
de la Asociación y de la Unión, y encontrará que es así. Resulta pe­
noso ver a nuestros hombres jóvenes fervorosos, esta llándose por
emular a los hombres del pulpito protestante contemporáneo, cuyo
ministerio degenera en ei ideal de un director espiritual. Casi raya
en lo ridículo observar a jóvenes que aún no están completamente
familiarizados con los hechos de la vida, esforzárduse en aconsejar
a otros con respecto a algo de lo que no conocen nada, cuando debe­
rían estar perfeccionándose en el ministerio de la predicación».
Para que nadie interprete esto como un golpe bajo a la conseje­
ría cristiana, permítanme añadir que siempre habrá necesidad de
ella, pero que ese aspecto del ministerio cristiano debería ser lleva­
do a cabo en gran medida por obreros de probada y confirmada expe­
riencia. Obreros de edad madura, para el consejo; los jóvenes, al fren­
te de batalla. Esa es la idea bíblica.
En nuestros colegios, seminarios y Asociaciones, esforcémonos
en desarrollar gigantes en el pulpito, obreros piadosos y consagra­
dos, obreros que prediquen la verdad.
En conclusión, nuestras iglesias disculparán casi todas las defi­
ciencias de un pastor, pero no disculparan una predicación pobre.
X «Señor, danos ministros competentes en la Palabra» es el clamor.
\ „ Se nos recuerda que «cuando dejamos de afilar la espada del Es­
píritu al predicar cada vez menos, y al hacer cada vez más promo­
PÓ ción, estamos descuidando lo que salvará las almas ajenas, así como
la nuestra propia. “¡Ay de mi, si no anuncio el evangelio'"».
¡Y así es como contestan los predicadores! Y los presidentes de
las Asociaciones los apoyan, longo aquí cientos de páginas de estos
fervientes obreros de Dios. Dicen que el pueblo desea más de la
Biblia; tienen hambre de ella: Mo les gusta ser regañados, no desean
siempre largas listas de citas del espíritu de profecía, ni de cualquier
otra cosa. Desean predicación de la Biblia en armonía con el espiri-
tu de profecía. Desean escuchar a hombres que saben que han sido
llamados por el Espíritu Santo v que dedican su tiempo a la obra
aufénííca*Tríada puede sustituir las palabras que vienen de Dios.
A mi juicio, todas estas cartas son dignas de consideración y ha­
rían un libro digno de ser leído y que podría hacer que algunos de
nosotros sacudiéramos la cabeza. Podríamos protestar mientras lee­
mos parte de ellas. Podríamos incluso tomar a mal parte de ellas, y
otra parte pueden contener un cuadro parcial de la verdad. Pero en
general, constituyen un cuadro realista de cómo está la predicación.
Nos harían pensar, y creo que nos harían orar. Solo el hecho de leer
estas cartas me ha hecho orar y reconsiderar mi propia vida y mi pro­
pio ministerio. T.eer estas cartas me ha hecho sentir muy humilde.
Desearía poder hablar en nombre de estos obreros. Desearía real­
mente poder ser su voz para comunicarle a todo el mundo lo que
han dicho, y lo que inflama sus corazones. Son hombres de Dios.
Cada uno de ellos es un obrero fiel, que hace todo lo que puede den­
tro del sistema qué tenemos. Es fiel. Ama a sus semejantes.
Cada día que pasa estoy más orgulloso de pertenecer al ministe­
rio de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, el cual con pocas excep­
ciones, está compuesto por obreros sacrificados, consagrados, fer­
vientes, piadosos. ¡Qué ejército de obreros tenemos! Podemos esti­
pular tenias las reglas y las leyes de predicación que podamos ima­
ginar, y podemos asegurar la educación técnica más refinada po­
sible; podemos hacer arreglos para tener condiciones perfectas des­
de el punto de vista humano; pero si falta «una cosa», si no somos
cristianos verdaderamente convertidos, nacidos de nuevo, llenos
del Espíritu, testigos, nuestro ministerio nunca será un ministerio
auténtico.
Oigan estas citas que vienen como una espada penetrante por
medio del espíritu de profecía:
«¿Ha sido transformado vuestro carácter? ¿Ha sido la oscuridad
reemplazada por la luz, el am or al pecado por el amor a la pureza y
la santidad? ¿Os habéis convertido, vosotros que estáis ocupados en
enseñar la verdad a otros? ¿Se ha producido en vosotros un cambio
cabal y radical? ¿Habéis cntretetcjido a Cristo en vuestro carácter?
No necesitáis estar en la incertidumbre en ese asunto. ¿Se ha levan­
tado el Sol de Justicia y ha estado brillando en vuestra alma? Si esc
es el caso, vosotros lo sabéis; y si no sabéis si estáis convertidos o no,
nunca prediquéis un discurso desde el pulpito hasta que lo sepáis.
¿Como podéis guiar a las almas a la fuente de la vida de la cual voso-
tros mismos no habéis bebido? ...
^>>¿Efes tú un simulador, o eres realmente un hijo de Dios?j¿F$tás
sirviendo a Dios, o sirviendo a los ído1ós?'¿Tías síco’ bans formado
por el Espíritu de Dios, o estás todavía muerto en tus transgresiones
y pecados? Ser hijos de Dios significa más de lo que muchos sueñan,
porque no se han convertido. Los hombres son pesados en la balan­
za y hallados faltos cuando viven en la práctica de algún pecado co­
nocido. Es el privilegio de todo hijo de Dios ser un verdadero cris­
tiano momento tras momento; entonces tiene él a todo el cielo alis­
tado de su lado. Tiene a Cristo morando en su corazón por medio
sjie la fe» {Testimonios fk tr a los ministros, pp. 445,446).
Ahí está. Ahí, amigos míos, está el desafío para cada predicador,
cada estudiante de teología, cada hombre que dirjc su rostro hada
Jerusalén. ¿Han sido convertidos, ustedes que enseñan al pueblo? No
tiene por qué haber incertidumbre en este asunto. Entonces todos los
problemas que hemos mendonado nunca mantend-án callado a un
hombre que es un verdadero siervo de Dios. Decídase seguir al Señor
Jesucristo dondequiera que vaya y obedecerlo a él y cumplir la gran
comisión. ¿^tifíca.éLF¿pírih.i que usted es un hijo de Dios? Si nosa-
^ be si está convertido, no predique otro sermón hasta que ío sepa.
Este es mi mensaje real para usted. Docenas y docenas de citas
yacen ante mí; página tras página de maravilloso material. Tero con
esto ya es suficiente. Si no estamos convertidos, no podemos hacer
nada que beneficie la predicación, no importa cuánto tiempo tenga­
mos o bajo qué parárame.tros actuemos.. Lo que sí podemos es entre­
garle nuestro corazón a Cristo.
Me parece que nuestra oración debiera ser: «Aquí y ahora; oh
Señor, haz que se produzca un reavivamiento y permite que comience
. <. \ conmigo, un reavivamiento que me dará la fuerza para hacer frente
1a las pruebas. Dame la gracia, la valentía, el coraje, la sabiduría, la
bondad, la dulzura, el amor, la consagración, la visión, todos los
dones que necesito, para predicar el evangelio con poder y conoci­
miento. Haz que se produzca reavivamiento que me dé una nueva
vida en Cristo, que tenga una historia que contar, un testimonio que
proclamar, que pueda decir: "Sé que Jesús salva al pecador, porque fV . ¡C ■. /'<
me salvó a mí. Sé que da poder sobre el pecado porque me lo da a
mi. Sé que quebranta el poder del pecado cancelado y pone en liber­
tad al prisionero, porque él hizo eso por mí. Sé que puede que­
brantar cualquier hábito que el cristiano le lleve. Lo hizo por mí"». I
Osa es el estilo de oración y predicación que necesitamos.
Si solamente estallara un reavivamiento hoy aquí, podría cam­
biar nuestras vidas de modo que predicaríamos con buenos resulta­
dos, aún bajo condiciones adversas. Encendería un fuego que infla­
maría nuestras iglesias, nuestros corazones, toda la denominación,
de manera que todo en nuestro medio sería transformando, como
debiera ser. Y esa es la única forma en que esto será realizado, por
un luego que comience en los corazones de los seres humanos. Pri­
mero en nuestros corazones, después exteriormente. Si pudiéramos
tener un reavivamiento semejante, significaría más que todas las
campañas de evangel ización, más que toda la información que posi­
blemente pudiéramos obtener.
Mi padre asistió un invierno a un curso especial que se tuvo para
los predicadores en Battle Creek. Los profesores eran los pastores Jones,
Waggoner, Urías Smith, W. W. Prescott y lajiropia hermana White, hi
único libro de texto que tenían era la Biblia. Recibían una ciase sobre
Romanos y otra sobre Calatas. Papá dijo que comenzaban con Roma­
nos y tomaban dos o tres versículos en un día, o quizás uno, o solamen­
te la mitad de un versículo. Algunas veces el Espíritu de Dios descen­
día en aquella clase y estallaba un reavivamiento allí mismo y no la
dejaban aun cuando sonara la campana. Permanecían toda la mañana,
algunas veces toda la tarde. Los estudiantes se humillaban y encon­
traban a Cristo mientras estudiaban la Palabra y se levantaban y confe­
saban sus pecados. Esa os la ciase de estudio de la Biblia que necesi­
tamos boy. Esa es la dase de acción del cielo que quebrará el atollade­
ro y permitirá que fluya el rio, el estudio de la Palabra de esa manera
por nosotros mismos, hasta que el Espíritu venga y hable por medio
de la Epístola a los Romanos. Entonces sentiremos ese luego en nues­
tros corazones. Que nadie le diga a usted que no halla nada en eso.
Cuando alguien pregunta: «¿Se lia convertido usted? ¿Es usted
salvo?», si usa la palabra «salvo» en el sentido popular con el signi­
ficado de «justificado» o «redimido» usted puede decir: «Sí», desde
lo más profundo de su corazón; »soy un hijo de Dios». Recuerde, el
corazón humano es una ciudad. John Bunyan habló de él como la
ciudad de Mansoul (Afina Humana) con la Puerta del Ojo, la Puerta
del Oído, la Puerta del Tacto, etcétera. Dios nos habla de muchas
maneras, por medio de lo que vemos, lo que oímos, lo que pensa­
mos; por medio del intelecto, por medio de las emociones. Dios le
habla a la gente de diferentes maneras, de acuerdo a su carácter y a
sus circunstancias. Y cuando Dios nos hable, estemos seguros de
que escuchamos y respondemos como lo hizo el Samuel de la anti­
güedad: «TTabla Señor que tu siervo oye» (1 Sarr. 3: 9), como res­
pondió el profeta Isaías: «Aquí estoy, envíame a mí» (Isa. 6: 8).
Si he sido un medio predicador cuando tendría que haber sido un
predicador completo, que Dios me perdone y que pueda tener un rea-
vivamicnto en mi propio corazón. «Cambia mi vida, oh Señor y la
de aquellos que me oyen», es mi oración, en el nombre de Cristo.
Leer para
predicar
«Lo tendrá consigo i/ lo leerá
todos los d ías de su vida».
l)i:mi.i«>sJOMio 17:19

A
L FINAL DI7 UN GRAN SERMÓN, le preguntaron una
vez a Lyman Beecher, o a su hijo TTenry Ward Beecher, por­
que la anécdota se cuenta de ambos:

— ¿Cuánto tiempo le llevó prepararse para el sermón de


esta mañana?
— Cuarenta años — fue la respuesta.
Cualquier sermón está completo cuando la vida de d q n je pj^-~l .
viene está enriquecida. A lgunos predicadores preparan sus serm o-J
ñesTotros, se preparan ellos mismos. La preparación para el sermón
es Tábida delpástór.TVf preparación para predicar, intelectual, físi­
ca y espiritualmente, es la preparación del hombre mismo. HI estu-
dio y Ja meddación, oqn oración ferviente, constituye una gran par­
lé de la preparación para predicar.
En realidad, nadie puede predicar a menos que tenga algo que £ .»
decir. Ha de tener un mensaje y este mensaje tiene que venir de J Onp
Dios. La revelación de Dios al mundo fue hecha, no solamente por
medio de la naturaleza y directamente al corazón de cada cual, sino
1

tnmbicn en forma escrita. Como el testimonio escrito resulta más


eficaz que el simple testimonio oral, Dios ha dejado su tcstunonio
de la verdad en forma escrita en lo que llamamos las Sagradas Es­
crituras. Por lo tanto, para conocer la voluntad ce Dios para el mun­
do y para ser capaces de proclamar su voluntad a la humanidad, es
necesario estar íntimamente familiarizados con este testimonio. En
cuanto dependa de nosotros, hemos de ocupamos en primer lugar
de asimilar el mensaje de la Biblia y que llegue a formar parte de
1 " nuestra propia vida.
- En los días de Israel, Dios ordenó que cada rey hiciera «en un
libro» una copia de la ley del Señor. No puedo decir exactamente
cuánto incluía de la Santa Escritura, pero se lamaba «la ley del
Señor». Fsta copia terna que estar escrita por s l propia mano,.a.ün
de queq3üdiéra~quedar profundamente impresionado con su ver-
dad. En Deuteronomio 17: 19, 20 tenemos el registro: «T.o tendrá
consigo y lo leerá todos los dias de su vida, para que aprende a temer
a Jehová su Dios guardando todas las palabras de esta ley y estos
estatutos, y poniéndolos por obra. Así no se elevará su corazón
sobre sus hermanos, ni so apartará de estos mandamientos a la dere­
cha ni a la izquierda; a fin de que él y sus hijos prolonguen los días
de su reino en medio de en Israel».
Observe ahora las razones para hacer esa copia con su propia
mano y leer en ella cada día mientras viviera. El registro dice: «Lo
tendrá consigo». Tlevaba su propia copia con él a cualquier lado que
iba. No debía olvidarse dónde estaba, ni arrinconarla en algún ana­
quel oscuro para que se llenara de polvo y quedara en el olvido,
sino que debía teneria^con él. Fíjense que la razón para esa lectura
jjiaria era sépluple{(1)J«Para aprender a ternera Jehová su Dios»;
* (2))paia guardar «todas las palabras de esta ley«f|(3¿para ponerlas
«por obra»;, {4)?- «no elevará su corazón sobre sus hermanos», es
_ decir, que pueda darse cuenta de su humanidad y su necesidad de
-*■ ayuda;' (5). para que no se aparte de los mandamientos de Dios, es
I... decir, para que no llegue a apostatar y apartarse de la verdad, ni «a
la derecha ni a la izquierda» (debía mantenerse en el centro del ca-
[' m¡no)H6) para que pudiera prolongar los días de su reinado y su
reino pudiera ser tan largo como Dios estaba dispuesto a que fuera,
y '(7 }’ para que sus hijos también pudieran pro.ongar sus días, en
otras palabras, que pudiera continuar la dinastía. Así que era im-
portante que el rey leyera la ley de Dios, que la leyera continuamen­
te- que.tuviera el I jfriri con ¿1.
Ahora, si esto era necesario para un rey de Israel, cuánto más
importante debe ser para el ministro cristiano que se ocupa del des­
tino eterno de hombres mujeres, que tiene cuidado de su congrega­
ción y se da aten ta de que la prosperidad espiritual de mucha gente
está en buena medida en sus manos. Cuán importante debe ser para
él tener una copia de la ley del Señor, de loda la revelación de la
Santa Escritura. Al igual que el rey, debe tenerla junto a él para que
pueda estar con él y «para leerla todos los días de su vida». Y sin em­
bargo, como mencionamos anoche, cuántos obreros hay entre nosÓ^ /1
tros que nunca han leído toda la Biblia. ¿Pueden ustedes creerlo? -* ^
Parece increíble, pero desde luego es cierlo. Lo he comprobado
personalmente: Hay pastores entre nosotros, y no son pocos, qu«
nunca han leído la Escritura de principio a fin, desde Génesis hash
Apocalipsis. Personalmente creo que nadie debería ser ordenado al
ministerio si no ha leído La Biblia de tapa a tapa, de principio a fin,
ni tampoco debería dársele licencia para predicar a quien no haya
leído la Biblia completa... por lo menos una vez. Creo que debería
ser una de las preguntas que deben hacerse a quienes van a ser
ordenados. La lectura de las Escrituras en su totalidad debería for­
mar parte de nuestra preparación en el seminario com o lo es el estu­
dio de porciones particifiares de la Bibfia. Una razón por la cual mu­
chos jóvenes tienen conceptos muy confusos de las enseñanzas de
la Biblia, sobre cualquier parte de la Escritura, es que no perciben ni
entienden su relación con el resto de la Biblia. ¿Cómo va alguien a
entender el evangelio com o está revelado en el Nuevo Testamento a
menos que conozca sus fundamentos manchados de sangre en los
libros de Moisés y los profetas, y en el servicio del santuario y del
templo del Israel de la antigüedad? Abogo no meramente por wuí^
lectura de la Biblia, sino que debe ser leída varían veces. Creo que ho;
un ministro, al igual que el rey de antaño, debería tener las Escritu
ra siempre con él, para que pueda leerla «lodos los días de su vida»
El otro día, mientras esperaba mi conexión en el aeropuerto de
Cleveland, vi a un sacerdote católico sentado leyendo su breviario, con
toda Li confusión de voces que había a su alrededor, gente que iba y
venía y gritaba. Sin embargo, él estaba totalmente ajeno a lo que pasa­
ba. Se supone que un sacerdote católico ha de leer el oficio sacerdotal
cada día, y todo buen sacerdote lo hace. ¿Debería hacer menos un
pastor adventista del séptimo día con referencia a la Santa Palabra
que considera como la fuente de todos sus mensajes, y como la auten­
tica Palabra del Dios del cielo? ¿No deberíamos leerla por eso cada
día de nuestra vida?
Algunos leen rápido, otro leen lentamente; probablemente todos
nosotros la leemos de las dos maneras, rápida y lentamente, no solo
para gozar la Palabra sino para entender la Palabra. Es bueno que
de vez en cuando tengamos una vista «aérea» de la Escritura. Cuan­
do uno vuela a través de los Estados Unidos, ve el campo desde una
perspectiva diferente. Desde lo alto en el aire, parece como un enorme
mapa extendido ante uno: los ríos, las montañas, los bosques, las ciu­
dades. Obtenemos una visión panorámica del país que nunca po­
dríamos tener viajando por carretera o por el simple hecho de vivir
aquí. Así que creo que deberíamos tener una vista «aérea» de la biblia
de vez en cuando. Una o dos veces al año deberíamos leerla total­
mente, de principio a fin; quiero decir, leerla d? principio a fin más
bien rápidamente, para percibir el sentido de magnitud, de unidad,
de poder, y también para revivir en nuestras mentes la gran historia de
la salvación que comienza en Génesis y llega a su final glorioso en
Apocalipsis.
Hace algunos años leí la experiencia de un pastor metodista que
el primero de enero de cada año dejaba de lado Toda'otra lectura y
leía solamente la Biblia hasta terminarla, comenzando por el Géne­
sis y siguiendo completamente hasta el Apocalipsis. Dejaba la revis­
ta de su iglesia. No leía ningún diario. No leía absolutamente nada
más que la Biblia. Leyendo una hora y media cada día podía leer la
Escritura en un mes.
Dijo que esto le resultaba altamente estimulante para su vida es­
piritual y que era tura gran bendición en su predicación. Estaba tan
lleno de la Biblia que podía ir completamente a través del año con
la fuerza de aquella inspiración. Por supuesto, después del 31 de
enero leía porciones de la Escritura cada día. Al igual que los reyes
de la antigüedad, la leía «todos los días de su vida», pero se daba a
sí mismo esa inyección masiva de Biblia una vez al año.
Yo no siempre lo he hecho, pero lo hice algunas veces, y es una
experiencia tremenda. ¿Por qué no probarlo? Varios me han conla­
do de su propia experiencia al hacerlo así. ¿Quién puede decir que
la lectura completa de la Escritura una vez al año de esta manera es
demasiado? Ciertamente el pastor debería mantenerse a la cabeza
de su pueblo en lo tocante a la lectura de la biblia. Algunas enfer­
medades necesitan dosis masivas de vitaminas y de O tro s remedios.
y las enfermedades del secularismo y de la indiferencia y de la nie­
bla tóxica de la mundanal idad siempre nos envuelven. Por lo tanto,
de vez en cuando necesitamos esas dosis fuertes de la Biblia. Pruebe
esto alguna vez y vea si no le proporciona una gran bendición y si
eso no le da ima nueva idea de la Palabra de Dios.
Y allí va otra sugerencia: Descubra el placer de leer un libro de
Ja_Biblia de una sentada. Consígase un sillón en algún lugar y sién­
tese y lea el Evangelio de Mateo de un tirón, sin interrupciones. Pue­
den leerse sus 28 capítulos más o menos en una hora u hora y me­
dia. Será beneficioso para usted cuando vea la vida de Jesús, su obra
y sus enseñanzas, y lo reciba como un mensaje en cápsula dado por
Dios. Cualquiera que lea el libro de Mateo, o cualquier otro de los
cuatro Evangelios de una Ventada, obtiene una idea totalmente nue­
va dejes^ís.ys.u obra. Le. causa una impresión .que nunca olvidará y
con segurid ad surgirán de eso nuevos sermones.
Aprendan a leer con rapidez. Puede conseguirlo. Usted dice: «Yo
leo lentamente». Bien, entonces, aprenda a leer rápidamente. Hay
libros útiles que se pueden conseguir que le mostrarán cómo leer
con rapidez o puede tom ar un curso nocturno de lectura rápida en
alguna universidad o escuela. A tenlos se* nos puede enseñar a leer de
una manera m ás rápida y más eficiente. F1 hecho es que, cuanto más
rápidamente lea, si lee correctamente, más sacará de la lectura. La
mente humana piensa mucho más rápido de lo que podemos leer.
De hecho, algo que hace que nuestras mentes divaguen es que lee­
mos demasiado despacio. La mente es electrónica en su velocidad,
y si pronunciamos las palabras y mascullamos al leer, esa no es una
forma correcta de leer. Pronunciar las palabras es una forma muy
ineficaz de leer. Debemos aprender a leer sin pronunciar las pala­
bras. I eer sintagmas completos e incluso líneas enteras de una vez
con la vista más bien que con la boca.
Es verdad que en algunos casos conviene leer en voz alta, y
hablaré de eso un poco más tarde. Pero, todos nosotros podríamos
realizar mucho más $¡ pudiéramos duplicar nuestra velocidad lec­
tora. Podemos leer el doble en una vida, y también recordar más, si
apréndanos a t o apropiadamente y con rapidez. Quisiera tener
dos buenos ojos con los cuales leer, como los tienen la mayoría de
ustedes. Tengo solamente uno, así que tengo que leer más lentamen­
te; pero ustedes compañeros que tienen d^s ojos, ¡que riqueza la suya!
Asi que leamos las Escrituras como nunca las hemos leído antes
y estaremos seguros de conseguir nuevas visiones de ellas mientras
Dios nos hable por medio de su Palabra, algunas veces de formas
que nos sorprenderán. Hay maravillas en sus páginas que nunca
han sido exploradas.
Ahora bien, no se rían de esto, pero ¿han leído alguna vez un li-
bro de la. Biblja hacia atrás?, ¿o toda la Biblia hacia atrás? Lo que
quiero decir con eso es comenzar con el último versículo de Apo­
calipsis, luego leer el penúltimo, el antepenúltimo y así sucesiva­
mente todo el capítulo. Después leer el capítulo siguiente de la
misma forma. «Bueno», dirá usted, «¿qué sentido tiene eso?». Tiene
mucho sentido, especialmente para quier. está muy familiarizado
con la Escritura. I.o primero que conseguimos es que podemos leer
capítulos enteros sin pensar en eso. La mente divago mientras las
palabras maravillosas se escabullen ante el ojo y difícilmente pen­
samos en ellas, o en el gran mensaje del que son portadoras. Debido
a que conocemos el flujo de los versículos, sabemos qué es lo que
viene después. Comiencen a leer Juan 3 :1 6 «Porque de tal manera
am ó Dios al mundo». Podemos pasar juslo por estas palabras y
repetirlas mecánicamente mientras estamos pensando en alguna
otra cosa. Ahora bien, cuando comenzamos a leer hacia atrás, no
conocemos lo que sigue después, v ese versículo tiene que permane­
cer por sí mismo. Los textos, tomados así fuera del fluir de su marco
natural nos hablan como nunca lo lucieron anles. Les digo justa-
Vmente ahora, que despertarán a cientos y aun a miles de versículos
Ique nunca supieron que estaban en la Biblia cuando la lean de esa
¡manera. Lo sé porque lo he hecho muchas veces.
Nunca olvidaré cómo en un tiempo de gran angustia y enferme­
dad, comencé a leer el último capítulo de 2 Tesalonicenses de esa m a­
nera. Había leído el último versículo, y el penúltimo, y después lle­
gué al antepenúltimo contando desde el final. Escúchenlo: «V el
mismo Señor de paz, os dé siempre paz en toda circunstancia. El
Señor sea con todos vosotros». Estas palabras me causaron un
impacto tremendo. «El Señor de paz», ¡qué nombre maravilloso y
cuán contento estaba de que era el Señor de paz! Me hallaba en gran
angustia pero el Señor es un Señor de paz. «El Señor de paz os dé
siempre paz», y eso era lo que necesitaba en aquel momento, con­
suelo, paz, aliento. «El mismo Señor de paz os dé siempre paz»,
ahora mismo, en este tiempo de aflicción, cuando difícilmente puedo
respirar; ahora mismo, cuando parece que no voy a estar en este
mundo por mucho tiempo. ¿«Siempre», Señor? ¿Es esa la palabra?
Sí, allí está, siempre. «Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en
toda circunstancia». Piense en eso; la paz nos llega no solo en los
días hermosos y cuando nos rodean amigos llenos de alegría y en las
cosas que nos alientan, sino en la angustia, sí, también en la desespe­
ración, en cualquier circunstancia.
Créame, amigo predicador, aquí hay un gran texto para noso­
tros. Me gustaría escuchar un sermón poderoso sobre ese texto
algún día, predicado por alguien que ha sufrido, alguien que cono­
ce la aflicción, alguien que haya visto la muerte cara a cara. Sí, nuesr
tro mismo Señor de paz, no un ángel, le dará paz siempre y en toda
circunstancia. Que eso sea una profecía, así como una promesa, para
cada uno de nosotros.
Así que, trate de leer alguna vez libros más breves de la Biblia O
hacia atrás. Encontrará algunos versículos para predicar, se lo garan* 3 V* ftáfc
tizo.
Aquí hay otra sugerencia. Lea la Biblia de varias formas. Léala ]
del principio al fin. Tómela en dosis masivas. Y después haga un es- I
tudio día por día de la Palabra. Léala por libros, estúchela por temas, ?
estudíela por secciones, por textos, por palabras. Un estudio fiel, \
ferviente, sincero y profundo de la Palabra de Dios será muy grati- J
ficapffr........ .. .....
En delibro de Bunyan, El Peregrinos y a propósito, ustedes deberían
leer ese libro a menudo, se describe a Cristiano con «el mejor de los
Libros en su mano». Y ciertamente el ministro del evangelio debiera
eslfULComre n d d o y seguro en lo más íntimo de su alma de que la
Biblia es el mejfwflp los libros: Es mejor por su origen: es e f Libro de
Dios. Si no está convencido de esto, el Libro no hará nada por el y
él no hará nada con el Libro, y no debería ser un ministro cristiano.
Es el mejor de los libros debido a qiüen revela. Revela a Cristo. Él es
el principio y el fin , «A fla v Oníéga», la suma y la sustancia de la
Santa Escritura. Su rostro nos mira desde el mismo primer capítulo
del Génesis y vemos la gloria de su corona en el último capítulo de
Apocalipsis. Aparte de Jesús, la Biblia no es diferente de cualquier
otro libro.
El valor supremo de las Santas Escrituras viene porque «ellas [...]
dan testimonio de mí» (Juan 5: 39). Si el predicador no puede ver a
Cristo en la Biblia y predicar al Cristo de la Biblia, de toda la Biblia,
y hacer que Cristo sea el resumen y la sustancia de su mensaje,
entonces no liene nada que ver con Cristo, ni con la Biblia, ni con el
ministerio cristiano. La Biblia es el mejor Libro, debido a lo que hace
'p o r nosotros, transfórm ala vida, ofrece salvación, ofrece redención,
muestra el camino hacia Dios. Nos ofrece perdón para el pasado,
poder para el presente y gloria para el futuro, y todo con una paz
que sobrepasa toda explicación humana, aquí y ahora.
Un predicador debe ser capaz de presentarse ante su pueblo y
sostener el Libro en su mano y en su corazón, y decir: «A vosotros
ha sido enviado este mensaje de salvación» (TTeoh. 13:26). Los após­
toles mismos se entregaron al «ministerio de la Palabra» (Hech. 6:4).
«Iban por todas partes anunciando la Palabra» (Hech. 8: 4). Su pre­
dicación era para hacer a los gentiles obedientes jo r la Palabra
(Rom. 15: 18). Era la palabra de la fe que predicaban (Rom. 10: 8).
Ellos fueron y nosotros debemos ir «presentando Ja Palabra de vi­
da» (Fil. 2 :1 6 ). Si no somos capaces de hacerlo,(si n o jx xlernos acej>-
i : tar la Biblia de todo corazón, nunca seremos predicadores cristianos
sólidos y no deberíamos en absoluto llamamos predicadores.
Todos los gigantes del pulpito en los tiempos bíblicos, y desde la
iglesia primitiva hasta John Wesley especialmente, se apoyaban sóli­
damente en la Biblia como su autoridad. Los primeros p redicadores
adventistas eran predicadores bíblicos, y este movimiento fue ini­
ciado por hombres que creían en la Escritura y que la entendían.
Muchos de ellos leían y estudiaban más su Biblia que cualquier otro
librcL
Billy Graham nos cuenta su experiencia cuando en 1949, en su pri­
mera predicación en Los Angeles, adonde había llegado para llevar a
cabo una serie de reuniones en una gran carpa. Penseque había visto
contradicciones en la Escritura. Tenía lo que denominó un concepto
restringido de Dios y no podía reconciliar algunas cosas que leía en la
Palabra de Dios. Como resultado perdió la nota de autoridad en su
predicación, nota que es característica de todos los gTandes predica-
dores. En luí artículo publicado en The Ministry (abril de 1957, pp. 4-7),
Billy Graham describe la lucha intelectual que estaba teniendo en su
interior en aquellos momentos. En agosto de aquel año había ido a
Forest Home, un refugio en las montañas de California. Allí andaba de
acá para allá por los senderos en medio del bosque, luchando con sus
dudas. Aquí están sus palabras:
«Finalmente, desesperado, entregué mi voluntad al Dios vivien­
te revelado en la Escritura. Me arrodillé delante de mi Biblia y dije:
"Señor, hay muchas cosas en este Libro que no las entiendo. Pero tu
dijiste que 'el justo vivirá por la fe'. Aquí y ahora por fe, acepto la
Biblia como tu Palabra. La acepto completa, la acepto sin reservas.
Donde hay cosas que no puedo entender, me reservaré el juicio has­
ta que reciba más luz. Si esto te complace, dame autoridad cuando
proclamo tu Palabra, y por medio de esa autoridad convénceme de
pecado y convierte los pecadores al Salvador"».
En su predicación se detuvo tratando de probar que la Biblia era
verdadera. Estableció en su propia mente que la Biblia era verdade­
ra. Él mismo proclamaba en repetidas ocasiones: «La Biblia dice... la
Biblia dice... la Biblia dice...». Ustedes saben que así es como predi­
ca Billy Graham: «1.a Biblia dice...», mientras sostiene la Biblia en su
mano, siguiendo la vieja costumbre escocesa, una buena y podero­
sa costumbre para un predicador adventista. Que la gente vea la
Biblia en su mano, que lo escuchen a usted decir: «La Biblia dice...»
~ET gráñ’exito de Billy Graham comenzó en ese preciso momento.
El poder de Dios se abrió paso y predicó con autoridad. Lo sé, por­
que lo escuché. Predica más Biblia en un sermón de la que he oído
predicar a más de un adventista. Suena como el predicador adven­
tista de antaño: «La Biblia dice...», y la cita. Difícilmente hubo ilus­
traciones, excepto ilustraciones bíblicas. «La Biblia dice...». Usó la
Palabra de Dios como una espada poderosa, la «espada de dos filos.
Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuéta­
nos» (Heb. 4 :1 2 ). Antiguamente se luchaba a espada, el arma tenía
que estar bien afilada para penetrar y separar las coyunturas de un
hombre.
Y asi, amigos, ¿por qué no podemos volver a esa clase de predi­
cación? Vean lo que ha hecho esta predicación por Billy Graham. FI
no tiene toda la verdad que leñemos, pero tiene autoridad en su pre­
dicación, la autoridad de la Palabra en los pimíos básicos de los que
habla. «Oíd f...j la Palabra del Señor», eso es lo cjuc dijeron los pro­
fetas de la antigüedad. Dios lo dice; lo creo; eso resuelve el proble­
ma.
Más tarde Graham fue a Londres. Fue la misma predicación de
la Palabra allí la que generó profundos cambios. El Intelligence Digest
que se imprime en Londres, y que de paso, es una fuente muy buena
de información sobre temas mundiales, informó al término de su
reunión en la Harringay Arena, que su predicación había dejado es­
tupefactos a los dirigentes religiosos de ese país. Poco tiempo antes
de que llegara, una buena parte de ellos había dicho: «Billy Graham
no tendrá éxito aquí. Está anticuado, su teología es la de hace ochen­
ta años. Todavía cree* que la Biblia es inspirada. No hará nada aquí.
A la gente de hoy hay que ofecerle lo último de la crítica bíblica, y
saber apoyarlo filosófica y científicamente».
Bueno, todos sabemos lo que sucedió en aquellas grandes reu­
niones. LI Intelligence Digest salió para informar de que lo que Billy
Graham predicó, fue sencillamente lo que el pueblo anhelaba oír, y lo
que necesitaba, y de lo que tenían hambre los corazones. ¿Qué pre­
dicó? Predicó un mensaje bíblico, claro y sencillo. Según esa revista,
fue esto: «Hay un Dios. Dios tiene un reino. Esc reino tiene una ley.
Esa ley son los Diez Mandamientos. l a violación de la ley es pecado.
1a paga del pecado es la muerte, iodos hemo> pecado; por lo tanto,
todos estamos sujetos a la penalidad de la muerte. Pero, ¿no hay es­
peranza? Sí, hay esperanza gloriosa, porque "de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna", todo porque
-Jesús murió por nuestros pecados de acuerdo a las Escrituras». Eso
fue el mensaje de Billy Cira ham, y conmovió a Inglaterra, para sor­
presa y asombro do los teólogos críticos.
En el artículo al cual me. refería, el autor habla de una joven co­
munista brillante, estudiante de la Real Academia de Arte Dramático,
una famosa au iiz que se había unido a las Juventudes Comunistas,
porque parecía que los marxistas tenían la solución a los problemas
de la vida. Por simple curiosidad, ella y algunas de sus compañeras
de estudio fueron a aquellas reuniones en Harringay Arena, para ver
el espectáculo. Más tarde aquella artista testificó de la sorpresa que
se llevó al no escuchar mía conferencia sobre sociología, política,
psicología o filosofía, sino la simple historia de la cruz. Eso la tosci-
nó a ella y a sus amigas. Volvieron noche tras noche hasta que la
Palabra de Dios hizo su obra. Sus corazones fueron quebrantados y
entregaron sus vidas a Jesús.
El gran evangelista nos recuerda que eso no es bibliolatría, ni
adoración de la Biblia, sino adoración al Dios de la Biblia, y respeto
a la verdad revelada en ella. Es predicación centrada en la Biblia,
eso es predicación cristocéntrica, una presentación del evangelio
que dice, sin pedir disculpas: «1.a Biblia dice», «Asi dice el Señor».
Y después de todo, ¿no era esa la forma como predicó Jesús? Su
predicación fue m uy diferente de las explicaciones de la Escritura
que daban los escribas y fariseos, y por eso su enseñanza llamó la
atención del pueblo. I.os rabinos se explayaban en las tradiciones
humanas, en teorías, en especulaciones. Proclamaban lo que otros
dedan con respecto a las Escrituras: «El rabino Fulano de Tal dijo,
Que el rabino Mengano de Cual dijo, que el rabino 7,uhiño de Tal dice:
Esto y aquello». Nada más que teorías y especulaciones basadas en
los dichos de los rabinos, hombres que tenían una gran reputación.
Hablaban de la tradición de los ancianos. Y tradiciones las tenían
entonces, ¡y las tenemos hoy! No es: «¿Qué dice la Biblia?» sino:
«¿Quién lo dice? ¿Dónde obtuvo su título?».
. Jesús predicó las palabras de la Escritura. Hizo frente a todos los
interrogante básicos que angustian al corazón humano con: «Escrito
esLá», «¿Qué dice la .Escritura?», ‘¿¿Cómo lees?». «En cada oportuni­
dad, cuando un enemigo o un amigo despertaba interés, Jesús pre­
sentaba la Palabra. Con claridad y poder proclamaba el mensaje del
evangelio. Sus palabras derramaban raudales de luz sobre las ense­
ñanzas de los patriarcas y profetas, y las Escrituras se presentaban
a los hombres como una nueva revelación. Nunca antes habían per­
cibido sus oyentes tal profundidad de significado en la Palabra de
Dios» (Obreros evangélicos, p. 44).
¿Sabemos mejor que él cómo debe predicarse? Si vam os a predi­
car un mensaje crislocéntrico, basado en la Escritura, sí, en la Escri-
tura, de la Escritura, y por la E sc:ritu rJu n em os.que.conocer. 1¿ Es- ^
tintillo; tenemos que leer la Escritura.(E s nuestro deber leer la B i b l i a ^ .4
con regularidad, diariamente. Debemos pasar tiempo a solas con •‘
Dios y^con su Palabra cada día. No estoy hablando acerca de lo que
usted lee cm el culto familiar, sino de la lectura que usted hace cuan­
do está solo.
De este modo, la lectura de la Biblia llega a ser de importancia
para cada ministro de Dios. Todas las gracia*, todas las bendiciones,
toda la luz, todo el poder de nuestra predicación fluirá a través del
canal de la revelación divina.
• Debemos recibir fuerza diariamente de la biblia y no simplemen­
te de los. escritos de-otros. Se han escrito miles y miles de libros, de­
cenas de miles de libros sobre la Biblia. ¿Por qué no ir a la propia
fuente de donde esos escritores encontraron sus verdades? Vayan a
la gran mina del tesoro celestial. Los hombres han estado cavando
en ella por miles de años y, sin embargo, sus riquezas son inagota­
bles. ¿Por qué no acudir nosotros mismos a la propia fuente de la
verdad de Dios?
Algunos han encontrado útil tener una Biblia exclusivamente
para propósitos devocionalos, y sugieren que esa Biblia debe mante­
nerse libre de marcas y anotaciones, de manera que podamos ir a los
pasajes familiares y recibir pan fresco diariamente para nuestras
demandas y fuerza para las necesidades presentes.
Deberíamos ir a la Biblia en busca de ayuda práctica para nuestra
vida personal. Para nosotros es una tentación permanente estudiar la
Biblia con otras perspectivas: nuestro rebaño, nuestros colegas en el
ministerio. En nuestro acercamiento secreto diario a la Palabra debe­
ríamos preguntamos: ¿Qué dice el Señor a su siervo? La Palabra de
l)ios debe juzgamos (Heb. 4 :1 2 ). Es por medio de esta meditación
diaria de La Palabra como llegamos a ser fueres en el Señor, llegamos
a vivir la Palabra, y a desarrollamos en nuestro ministerio. En la des­
cripción que Malaquías hace de un profeta verdadero, se dice: «la ley
de verdad estuvo en su boca, iniquidad no fue hallada en sus labios»
(Mal. 2: 6). Los labios de un predicador deben estar llenos de la Es­
critura.
No hace mucho tiempo uno de los predicadores más conocidos
de Nueva York, dio testimonio de que cuando era muchacho iba
fielmente a la iglesia con sus padres; creció a i la comunión de una
pequeña iglesia del corazón de la zona rural de Nueva Jersey. El
pastor de edad madura, que servía allí ya por muchos años, no era
un predicador intelectual. Tenía muy mala memoria y a menudo se
olvidaba de la secuencia de su pensamiento, y sencillamente se* per­
día completamente en su sermón. Pero, el anciano pastor tenía una
característica maravillosa: Había memorizado grandes secciones de
la Escritura y podía repetir capítulo tras capítulo de memoria; Asi
que, en cualquier momento cuando perdía el hilo de su sermón,
comenzaba a citar esos grandes pasajes como el Salmo 104, o el Sal­
mo 91, o el Salmo 23, o Isaías 53, o Apocalipsis 21. El anciano pare­
cía elevarse a grandes alturas y continuaba y llenaba su tiempo repi­
tiendo los grandes pasajes de la Palabra de Dios. Generalmente esos
pasajes no tenían relación con su sermón. ¿V por qué iban a tenerla?
Eran más grandiosos que su sermón.
Ese muchacho dijo que esos pasajes le impresionaron, como nin­
guna otra cosa en su vida. No podía recordar los sermones que el
anciano pastor trataba de predicar, pero nunca podría olvidar las
impactantes declaraciones del Libro de Dios. Llegaron a ser una
parte de él mientras las oía repetir vez tras vez. Esas palabras lo
siguieron. Su poder lo convenció, y se convirtió por el testimonio de
(.‘sos destacados pasajes de la Escritura, y más tarde llegó a ser un
ministro cristiano.
Por esadod(^'n^\^itóm<.)s llenar nuestra cabeza de la Escritura, le­
yéndola y volviéndola a leer hasta que conozcamos la Biblia desde el
principio hasta eí fin. Con esto no quiero decir que tengamos que ser
capaces de repetirla completamente. F.so sería una tarea tremenda,
aunque haya habido quienes han memorizado toda la Biblia, no
podemos olvidamos de que unas personas son capaces de memori*
zar más rápidamente que otras. Pero debería ser de tal manera que
nadie pudiera leer varios pasajes, de cualquier lugar de la Escritura,
sin que seamos capaces de identificar al menos alguno. Y siempre
que se cita o se lee incorrectamente un pasaje importante de la Es­
critura, deberíamos ser capaces de detectarlo.
Sugeriría especialmente que los jóvenes memoricen no solo unos
pocos textos, sino grandes secciones del Libro Santo. Y piensen lo
que esos capítulos importantes significan para ustedes en su predi­
cación, y cómo enriquecerán su vida. Sugiero los capítulos que men­
cioné hace irnos momentos. Por supuesto,Q¡aj¿¡qllt-‘ aprender de
memoria el Salmo 23 v los Diez Mandamientos y las Bienaventuran- i

¿Qué podemos decir del capítulo 53 de Isaías: «Pero él fue heri­


do por nuestras rebeliones, molido por nuestros petados, el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos sanados»? A pro­
pósito, hay nueve capítulos que forman un gran poema, y este es el
capítulo central, el versículo central, de la sección central de ese te­
ma. Es semejante a una rosetón de una majestuosa catedral, todo
centrado a su alrededor, y la sección comienza y termina con «no hay
paz para los malos, dice el Señor» (Lsa. 48: 22; 57: 21). iodo se con­
centra en ese versículo. «Fue herido por nuestras rebeliones». ¡Hs tre­
mendo! Aprendan esq^capíhüos magníficos.
Después tenemos^1 Salmo 37} Mi madre que está aquí con noso­
tros hoy, nos enseñó a mi hermano y a mí a memorizar ese Salmo, y
puedo repetir cada palabra de él aunque no siempre en orden, por­
que los versículos están desordenados, capítulos así son más difíci­
les de memorizar. No lo estudié lo suficiente como para ponerlos en
orden, pero si me dan la primera palabra puedo continuar.
El Salmo 8\es un Salmo hermoso: «Señor Dios nuestro, ¡cuán glo­
rioso ésr lu nombre en toda la tierra!». Esa es una buena forma de co­
menzar una oración, para adorar a Dios y por devoción a él.
I.” El Salmo 90, el 103, parte del capítulo 1 de Juan, parte del 14, el
^capítulo 13 de 1 Corintios y los dos capítulos finales del Apocalipsis,
[_son pasajes maravillosos para memorizar.
Algunos de los predicadores de antaño eran más fieles en esto de
lo que somos nosotros. Además de todo lo que re ha di dio de los «Pa­
dres de la iglesia», hay otra cosa que podemos decir de ellos, que a
menudo no puede decirse de los predicadores modernos, y es, que
conocían la Escritura casi de memoria. Se ha dicho que, con la ex­
cepción de irnos pocos versículos, podría reproducirse toda la Es­
critura de sus escritos, si llegaran a perderse todos los manuscritos
de la Biblia. Sus citas no siempre son exactas, esto es una muestra de
que las citaban de memoria, pero esto también muestra la gran can­
tidad de capítulos de la Biblia que habían aprendido y podían repetir.
Los primeros predicadores puritanos eran grandes memorizado-
res de la Escritura. En el epitafio que escribió Benjamín Woodbridge
para el Dr John Cotton encontramos esl.is palabras, que se citan a
menudo, pero que pueden soportar la repetición frecuente:
íj'u U n ^ *9 W 'O A-AA 7
Una Biblia inspirada, viviente,
tablas donde fueron grabados detalladamente
/ los eos pactos.
Evangelio y ley en su corazón, cada uno tuvo su
/ columna.
Su cabeza un índice del volumen sagrado;
su mismo nombre, una portada; y después,
su vida un comentario sobre el texto.
Oh que monumento de glorioso valor,
¡cuando resucite en una nueva edición!
Podemos pensar que será sin erratas
¡en hojas y tapas de eternidad!*

¿No es eso bueno? La vida del predicador debería ser un comen­


tario sobre el texto, ¿verdad? N o es un epitafio pasado de moda, si­
no que describe a un predicador auténtico, que fue una Biblia vi­
viente. ¡Qué Dios nos conceda que.pueda escribirse un-epitafiu-así
de cada de uno de nosotros!
Las Santas Escrituras dan cuatro nombres a los cristianos, toma­
dos de las cuatro gracias cardinales, tan esenciales para la salvación
del hombre. Observen cuales son:
Son llamados úwl& por su santidad; crg/enles por su fe, kcm a-
w s por su amor, y lI í h í v u Ios por su conocimiento. Pero, ¿cómo po­
dremos tener santidad, o íe, o amor, o conocimiento, a menos que
nos alimentemos con la Palabra de Dios?
Nunca se me han olvidado las palabras de Henry' Van Dyke que
aprendí cuando era un muchacho en el colegio, el hermoso tributo
que rindió a la Santa Escritura. Lo voy a compartir ahora con uste­
des, y espero que algún día lo memoricen.
«Nacida en el Oriente, y vestida en forma y en metáforas orier
tales, la Biblia anda por los caminos de todo el mundo con pies fi
miliares y y penetra en un país tras otro para encontrar$e a sí misma
en todo lugar. TTa aprendido a hablar id corazón humano en cenle- )
nares de idiomas. Va ai palacio para decirle al monarca que es un ^
Siervo del Altísimo, y a la choza para asegurarle al campesino que
es un hijo de Dios.
»I.os niños escuchan sus relatos maravillados; los sabios la con­
sideran como parábolas de vida. llene una palabra de paz para el

* A living, lmuthtn}» Lübic; tables when* / both Covenants at Urge engraven were. / Go--pH .ind
low, in 's heart, had each its i idiimn; / 1Its head urt index to the sacred volume; / 111s very name
a lille-|Wgn; *mdj next, / His Ule a lommcntary on the text. / O what a monument of gktnuus
worth. / When, m a new edition, he contes f««rih! / Without errata may we think he'll be. / In
leaves jimI tm vr. of eternity?
tiempo de peligro, ana palabra de consuelo para el día de calami­
dad, una palabra de luz para la hora de oscuridad. Sus oráculos se*
repiten en la congregación de las gentes, sus consejos se susurran en
el oído del solitario, ü malvado y el orgulloso tiemblan ante sus
advertencias, pero para el herido y el contrito es la voz de una madre.
Iil desierto y el lugar solitario se han alegrado por ella, y el fuego del
corazón ha inflamado la lectura de sus gastadas páginas.
»$c ha entretejido en nuestros afectos más profundos, y ha llena­
do de color nuestros sueños más queridos; de manera que el amor
y la amistad, la compasión y la devoción, el recuerdo y la esperan­
za se pusieron las vestiduras de su palabra atesorada, palpitante de
incienso y mirra.
«Por encima de la a ín a y al lado del sepulcro, sus admirables
palabras nos llegan sin que las llamemos. Llenan nuestras oraciones
con im poder mayor del que conocemos, y su belleza persiste en
nuestro oído mucho tiempo después que se olvidan los sermones
que adornaron. Sus palabras nos vuelven rápida y silenciosamente,
i como palomas que vuelan desde muy lejos. Nos sorprenden con
^ significados nuevos, como fuentes de agua que brotan de la monta­
ña al lado de un sendero largamente caminado. Se hacen más ricas,
^ com o perlas, cuando se llevan cerca del corazón.
«Ningún hombre que tiene este tesoro como suyo es pobre o de-
f>, solado. Cuando el paisaje se oscurece y el tembloroso peregrino lle­
ga al valle que se llama "d é sombra", no tiene temor de entrar. Toma
la vara y el cayado de la Escritura en su mano; le dice al amigo y al
£ camarada: "Adiós, nos volveremos a encontrar". Y consolado por
ese apoyo, va hacia el paso solitario, corno uno que camina hacia la
i luz a través de las tinieblas».
Quisiera poder escribir así. F.s un maravilloso canto a las Santas
Escrituras;. Y, ya ven, lo aprendí de memoria. A ustedes también les
iría bien aprenderlo.
Ciertamente deberíamos alimentamos diariamente con la Pala­
bra de Dios. Semejante tesoro deber ser nuestro, y se* volverá más
precioso para nosotros co.n el paso de los anos. Solamente cuando
liege a ser verdaderamente nuestro tesoro, es cuando nuestro minis­
terio aumentará en poder y seremos mejores predicadores hasta el
$ fin. Escuchen esta cita de Testimonios f-wra In iglesia, tomo 4, página
412:
«Los ministros debieran dedicar tiempo a la lectura, al estudio, a
la meditación y a la oración. Deberían almacenar en la mente el co­
nocimiento útil, confiar a la memoria porciones de la Escritura, tra­
zar el cumplimiento de las profecías y aprender las lecciones que V
Cristo le dio a sus discípulos. Tome un libro con usted para leer alan ­
do viaja en tren o espera en la estación. Emplee cada momento libre
para hacer algo. En esa forma se cerrará una puerta eficaz contra
miles de tentaciones».
Lean todo el capítulo titulado: «Ministros del evangelio». Si no
comienza una tormenta en sus mentes, un deseo de ser gigantes in­
telectuales para Cristo y de conocer las Escrituras, entonces ustedes
no van por el buen camino. Escuchen, ahora vuelvo a citar: «Pero'
algunos que han estado dedicados a la predicación durante años se
contentan con limitarse a unos pocos temas, y son demasiado indo­
lentes para escudriñar las Escrituras con diligencia y con devoción,
para que puedan llegar a ser gigantes en el entendimiento de las
doctrinas bíblicas y en las lecciones prácticas de Cristo» (Mi., p. 415)*.
Allí está, «gigantes». ; C óqiq.? Escudriñando diariamente Jas Escri-
turas, al Llevar un libro,-almemorizar la-Bihlia.
Nuestras mentes se empequeñecen y se debilitan a menos que
continuemos desarrollándolas. Vuelvo a leer de la misma página:
«Tangientes de todo#) debe rían tener almacenados conocimien­
tos ¿le las verdades de la palabra de Dios, a fin de que estén prepara­
das en cualquier momento que se necesite para sacar del tesoro co­
sas nuevas y viejas. Las mentes .se han empequeñecido y. debilitadlo
por falta del celo v de esfuerzo intenso y. serio. Ha llegado el tiem­
po cuando Dios dice: "Vayan adelante y cultiven las habilidades
que les he dado"» ( ibíil.).
¿Se da cuenta, mi querido colega, de que somos responsables
por el bien que podríamos haber hecho pero fracasamos en hacerlo
debido a que somos demasiado indolentes para mejorar?
Ahora vuelvo para atrás y voy a retomar un tema que mencioné
anoche: el momento adecuado. El mejor momento para estudiar son <ft
las horas de la mañana. Deberíamos dedicar tiempo para eso, tiem­
po para estudiar, tiempo para leer, tiempo para la Palabra de Dios,
tiempo para aprender de memoria porciones de la Escribirá y otras
cosas buenas, com o la poesía y así por el estilo. Deberíamos llevar
un libro con nosotros cuando viajamos. Usted se pregunta: «¿De
288 A pa cien ta m is ovhjas

d<ftifl<> sarfl yo tiempo para estudiar?». ¡Pues sencillamente tomán-


doJoLUsted coasiguc generalmente tiempo para tomar su desayu­
no, su comida, su cena, ¿verdad? Usted consigue tiempo para dor­
mir. ¿Cómo? Bueno usted lo toma. Llega a estar tan cansado que no
importa qué cosa tenga que hacer, no importa cuánto tenga aún que
recaudar en la campaña de la Recolección, usted va a la cama y
duerme. Usted llega a tener tanta hambre que come, no importa
cuán ocupado esté.

f Cuando llegue a estar sencillamente tan decidido a estudiar, a


memorizar la Escritura, a meditar y orar, como lo está para dormir

iW
I y comer, o para causar una buena impresión en las personas al al­

< canzar sus blancos y al hacer todas las cosas que desean que usted
haga, usted encontrará tiempo para estas cosas. Cuando tenga tanta
hambre p o r la Palabra deD ios como tiene para tomar su desayuno,
almuerzo j cena, usted se alimentará con la Palabra de.Dios.
¿Dónde conseguiré tiempo? Exactamente donde las Otras perso­
nas consiguen su tiempo para hacer cualquier cosa. Usted debe to­
marlo. El día tiene veinticuatro horas y nadie tiene más tiempo que
otro. Nuestro progreso y éxito como ministros en la obra de Dios
dependerá de cómo usemos ese tiempo.
Ahora bien, no estoy diciendo cuánto tiempo debe dedicar cada
uno al estudio y la oración. Yo no lo sé. Es algo que cada cual tiene
que resolver consigo mismo y con Dios. Algunos de ustedes, que
son individuos muy inteligentes, no necesitarán tanto tiempo como
necesitamos los demás.
Alguien quería saber el nombre del autor de un libro excelente,
The Secret of Putpit Power Through Thematic Christian Preaching [El se­
creto _deLpod£r.iiel pulpito pur medio de la predicación temática
cristiana |. El au to res el Dr. Simon Blocker, v el libro está publicado
por Eerdman. En la página 29 dice: «Para un pastor, trabajar siete
días a la semana es un pecado de presunción. Ningún pastor puede
escapar a las consecuencias de hacer eso. Su pecado lo alcanzará».
Entonces nos insta a tener un descanso adecuado, pero insiste en las
mañanas para el estudio, y dice: «Ningún predicador cristiano te­
mático puede estar capacitado con menos de cuatro horas de estu­
dio por día». Ahora, yo no sé si eso es cierto o r.o, pero eso es lo que
él dice. ¿Ha estado apartando usted una hora al día, treinta minu­
tos, quince minutos?
El Dr. Blocker continúa:
«Cualquier predicador que estudia cuatro horas al día es un hom­
bre que se desarrolla. Los efectos son acumulativos [ - J -Dediquerúa- L|
tro horas preciosas d eJa mañana a su Biblia, comentarigg,y dirrínna-
rios bíblicos. Trabaje esas cuatro horas sobre sermones para el uso in­
mediato y futuro. ¿Cómo va a conseguir cuatro horas, pflpp e s tu c ar
en las mañanas? De la misma manera como lo hacen los agricultores,
los obreros en una fábrica y los comerciantes. Lleve el mismo ritmo
que lleva cada hombre que va a su trabajoiJ_cvántese tempran o^
Ustedes pueden echa me las manos a la cabeza dicienHÓT^Cuat ro
horas! ¿Dónde voy a conseguir jamas cuatro horas?» Su automóvil
está esperando al frente de su puerta para llevarlo a usted de acá para
allá. Usted tiene una campaña en marcha, tiene que hacer esto, y
tiene que conseguir aquello. Posiblemente cuatro horas es demasia­
do para el pastor adventista promedio de hoy, pero ¿qué les parece
dos horas? ¿Qué les parece una hora? ¿Que les parece media hora?
¿Qué les parece quince minutos? Ustedes saben y yo sé que muchos
predicadores hoy no dedican con regularidad tanto tiempo, cada
día, para prepararse en su tarea para la predicación, su obra suprema.
Esas preciosas horas de la mañana se desperdician o se sigue traba­
jando sin parar. Se gasta tiempo en el teléfono, en esto y en aquello, y
en cada cosa, pero no en lo esencial. 1.a larde es el momento para ha­
cer visitas. Usted puede escribir cartas, hablar con todo el mundo, hacer
cosas en la tarde; pero la mañana es para la obra productiva, creativa.
Ahora bien, aquí es donde puede ayudarle su esposa. ¿Quién pue­
de ser un buen pastor sin tener una buena esposa? Hágala su secre­
taria y deje que ella conteste el teléfono. En nuestro hogar mi esposa
contesta el teléfono, aunque haya una extensión en mi cuarto de
estudio. Suena el teléfono, yo lo levanto y la oigo cómo responde y
puedo decir si es alguien con quien deseo hablarle. Si no es, lo cuelgo.
Algunas veces a ella no le gusta, cree que yo debo encargarme. Bueno,
si contestara el teléfono todas las veces, y hablara con cada uno, y ha­
blara y hablara y hablara, nunca podría terminar ni mi charla radial,
ni nada. Nunca hubiera sido capaz de prepararme para estas confe­
rencias. Si alguien desea verme, y no es asunto de vida o muerte, mi
esposa le dirá: «Lo siento, él no está disponible ahora. Estará en tal
y tal momento». No tengo por qué informarles de donde estoy, es­
toy en la obra de Dios.
MojJp/d
Asi, permita que su esposa conteste el teléfono y se encargue de
los mensajes, a menos que sea un asunto de vida o muerte, o una llama­
da de larga distancia que es preciso contestar. El buen sentido dis­
pondrá cuándo convendrá que interrumpa su estudio y meditación.
El sentido común, el amor, y la cortesía cristiana pueden resolver
esas cosas cuando hay, por la gracia de Dios, la determinación de
que un pastor tiene que estudiar o no tendrá nada para decir, aún a
riesgo de estar forzado algunas veces a explicarlo a los que nunca
pensaron en semejante cosa.
Después está el asunto de los niños. Dos hcrmanitos que quieren
mucho a su papito pueden arruinar más sermones de lo que uno
podría imaginarse, pero, instruidos apropiadamente, entenderán la
importancia de esa hora sagrada cuando papilo está a solas con
Dios. Sí, un pastor debe orar en su círculo familiar, con los niños,
con su esposa, a la mañana y a la noche, y probablemente en otros
momentos; pero también tiene que orar a solas.
Mencioné anoche cómo puede prestarle ayuda su esposa. ITay
esposas que pierden el tiempo y hablan y hablan con sus maridos,
aiando deberían hacer que ellos vayan a su estudio. Puede ser sola­
mente una esquina de su dormitorio, o un rincón del garaje; pero
tenga un lugar donde usted pueda estar solo. «Entra en tu aposen­
to, [...] y ora a tu Padre que está en secreto. Y [...] te recompensará»
(Mat. 6: 6). Si es necesario, permita que su esposa guarde su puerta
como una leona. Que le diga a los niños: «Papá está hablando con
Dios. Nadie debe interrumpirlo».
F.l predicador debe buscar a Dios para ese encuentro divino en el
que recibe sus órdenes para el día, y para la eternidad. N o deje pa­
sar ningún día sin ese período de crecimiento, esa hora con Dios
cada mañana. Suponga que es solamente media hora, eso en unos
pocos años cambiará su vida. La gente lo verá crecer, lo verá cam­
biar, estará deseosa de que predique aquí y de que predique allá. El
pastor que progresa y se actualiza es cada vez mejor aceptado. No
habrá tantos traslados de predicadores de acá para allá, cada poco
tiempo. De esa manera podrían ahorrarse millones y millones de
dólares para esta causa. Me parece a mí que nuestros dirigentes
deberían lomar estas cosas en consideración. Tenemos cientos de
iglesias hoy que necesitan predicadores nuevos. No quiero decir
hombres diferentes, sino predicadores nuevos. Los hombres necesitan
desarrollarse, y eso los cambiará; No habría problemas de cuidado
sin nuestros obreros se desarrollaran. Deberían ser hombres que se
vuelvan más fuertes y mejores todo el tiempo.
Se ahorrarían millones de dólares para la causa si los pastores se
desarrollaran, si usaran esta hora cada día, si hicieran lo que el sen­
tido común les dicta, y lo que el espíritu de profecía les dice que ha­
gan, y lo que cualquier hombre tendría que saber que es preciso hacer.
Aumentaría el poder de su predicación, los sermones se multiplica­
rían en cada página de la Biblia percibirían este clamor: «¡Aquí me
tienes, predícame!, ¡Aquí me tienes, predícame!».
¿Por qué algunos predicadores presbiterianos y otros pueden per­
manecer en un lugar treinta o cuarenta años, y no paran nunca de crecer,
y llegan a ser mejores predicadores cada vez, y escriben libros sin pa­
rar, y salen de viaje a dar conferencias continuamente, y sus congre­
gaciones no paran de crecer? ¿Por qué? Porque estudian, porque cre­
cen ellos mismos personalmente. Toman sus vacaciones, viajan, van
a oír predicar a otros, y su ministerio llega a ser más sólido, incluso
quince mmutos de lectura cada día pueden cambiar toda una vida.
El Dr. William Osier, llamado con frecuencia el «Santo Patrón de
la medicina norteamericana», fue un hombre ocupado. Ciertamente
ninguno de nuestros predicadores ha estado nunca más ocupado
que el Dr. Osier. Tenía una práctica médica intensa en Baltimore.
Además era profesor de medicina en la Universidad John Hopkins,
y solamente eso ya es una gran tarea. También escribía libros de
texto de medicina, otra gran tarca. Continuaba literalmente día y
noche, desde la mañana temprano hasta tarde en la noche. Un día
se dio cuenta que no había leído muchos de los libros que siempre
había deseado leer. El tiempo pasaba volando y parecía que nunca
iba a tener tiempo para leerlos, y por supuesto nunca lo habría teni­
do si hubiera esperado a que llegara un día en que hubiera podido
decir: «Bien, ahora tengo tiempo, ahora los leeré». F.se es uno de los
mayores errores que comentemos los seres humanos. Nunca ten­
drán el tiempo; nunca llegará. La vida no está hecha de esa manera.
Cl Dr. Osier decidió lomar tiempo. Después de varios días de
reflexionar sobre ello, decidió que el único tiempo que podía tomar
era a la hora de acostarse por la noche. Tomaría solamente quince
minutos, porque si lomaba más acabaría sufriendo de falta de sue­
ño. No menos de quince minutos, porque ese era la menor cantidad
de tiempo en el que podía hacer algo con su lectura. Así que consi­
guió los libros que siempre había deseado leer y los puso en la cabe­
cera de su cama, y cada noche, después de ir a la cama leía exacta­
mente quince minutos con precisión cronométrica.
FI Dr. Osier lo liizo eso durante ocho años, hasta el día de su falle­
cimiento; y es sorprendente la larga lista de libros que leyó, libros
monumentales, los libros más grandes del mundo, docenas y doce­
nas de ellos. Después de unos pocos meses encontró que no podía
dormirse si no había tenido sus quince minutos de lectura, lle g ó a
ser un hábito en su vida. T.a noche no es el mejor tiempo para la
meditación y el estudio y la obra creativa, pero es un buen momento
para leer esos buenos libros que todos deberíamos leer. Sin embargo,
el peligro es que quien ha dejado de hacer cosas por la mañana,
leerá demasiado rato por la noche, perjudicará su salud y finalmen­
te se verá obligado a dejarlo. Pero quince minutos dedicados a leer
libros importantes cada noche, desde luego que no seria un mal
hábito. ¿Por que no lo prueban?
Amigos, ¿qué nos está pasando? ¿Creemos acaso que podemos
continuar con esta agitación y este bullicio constante de actividad, de
ruido y excitación, que no significan nada, que no nos llevan a nin­
guna parte como predicadores de la Palabra? Hay una cosa segura:
Nadie va a leer por nosotros, ni a estudiar por nosotros. Nadie hará
nuestras oraciones por nosotros. Debemos hacerlo nosotros mismos. V,
cuidado, no nos vaya a suceder como al personaje de Shakespeare:
«Malgasté el tiempo, y ahora el liempo me malgasta a mí».
Debemos sacar del tesoro de la Palabra de Dios cosas nuevas y
cosas viejas.
«T.os atalayas de Dios no han de estudiar cómo han de compla­
cer a la gente, escuchar sus palabras ni proferirlas, sino que han de
oír lo que dice el Señor y cuál será su mensaje para el pueblo. Si
dependen de discursos preparados años antes, puede ser que fraca­
sen en suplir las necesidades de una ocasión específica. Debieran
abril1 sus corazones para que el Señor los impresione, y luego pu­
lirán ofrecerle al pueblo la preciosa verdad fresca del cielo. Dios no
está satisfecho con aquellos ministros de mente estrecha que aplican
las energías que Dios les ha dado a asuntos de poca importancia y
dejan de crecer en sabiduría divina hasta alcanzar la estatura de un
varón perfecto» (Testimonios ¡xira la iglesia, t. 5 , p. 233).
Me parece que fue el Dr. William Magee quien dijo que hay pre­
cisamente Ires clases de predicadores. El predicador a quien usted
no puede escuchar, el predicador a quien usted puede escuchar, y el
predicador a quien usted dehe escuchar. Debemos tomar la decisión,
por la gracia de Dios, de ser predicadores de la última clase, el pre­
dicador a quien la gente* debe escuchar porque tiene algo que decir.
Pero, para ser ese predicador, usted ha de tener realmente algo que
decir. Usted debe hablar con la autoridad de un conocimiento ver­
dadero y la revelación de la Palabra de Dios. Y conseguirá eso úni­
camente con esfuerzo perseverante. La predicación auténtica se basa
en un esludio auténtico, meditación auténtica y oración auténtica.
Hoy hay quienes permanecen en los pulpitos como pastores,
profesando alimentar al rebaño, mientras que las ovejas perecen de
hambre ante ellos, miran hacia arriba y no reciben alimento. Esos
pastores nunca cosecharán el trigo; porque nunca lo sembraron;
nunca lo molieron; nunca lo amasaron apropiadamente; nunca lo
pusieron en el horno y lo hornearon; nunca lo sacaron del horno y
lo partieron para la congregación que esperaba. «Hay forraje bara­
to, muy barato, colocado ante el pueblo» ('Testimonios fkira Jos minis­
tros, p. 342). Nadie puede predicar a Cristo, como debiera ser predi­
cado, sin estudiar.
Si predicamos sobre temas grandiosos, temas importantes, de
manera grandiosa, hemos de cavar, tenemos que trabajar. La herma­
na White indica claramente:
«Estos son nuestros temas: Cristo crucificado por nuestros peca­
dos. Cristo resucitado de los muertos, Cristo nuestro intercesor ante
Dios; y estrechamente relacionada con estos asuntos se halla la obra
del Espíritu Santo, el representante de Cristo» (ti evatigelismo, p. 140).
«Su preexistencia, su venida por segunda vez en gloria y poder, su
dignidad personal, el ensalzamiento de su santa ley, son los temas en
que los predicadores se han espaciado con sencillez y poder» (ibid.),
¿Cómo podemos predicar- sobre estos temas sin estudiar? Es pre­
ciso que presentemos un mensaje asertivo, exaltando la cruz de
Cristo. Hemos de reunir «las más vigorosas declaraciones afirmati­
vas con respecto a la expiación que Cristo hizo por los pecados del
mundo» (ibid.). Dice ella: «Reunid todas las declaraciones afirmati­
vas y las pruebas que hacen del evangelio las alegres nuevas de sal­
vación para todos los que reciben a Cristo y creen en él como su
Salvador personal» (ibid., pp. 140,141). ¡Mantengámonos en las de­
claraciones positivas!
Para hacer esc» hay que esLudiar. Debernos saber dónde eslá lodo
eso. Hay quienes presentan sermones largos y pesados, mayormen­
te compuestos de relatos anecdóticos; y eso no exige gran estudio, ni
escudriñamiento del alma, ni estudio de la Palabra, ti objeto de nuestra
predicación no es simplemente divertir, o entretener, o interesar; ni
siquiera transmitir solo información, o convencer el intelecto. «La
predicación de la Palabra debe apelar al intelectoe impartir conoci­
miento, pero abarca mucho más que esto. F1 corazón del ministro de­
be alcanzar los corazones de los oyentes» [ibid., p. 156). Para hacer
este conmovedor llamamiento a los corazones de los hombres, debe
haber oración, estudio y meditación.
Podríamos hablar duranle horas de la necesidad de estudiar la
Biblia, de una lectura de las Escrituras, puro no tenemos todo el
tiempo para hacerlo. Creo que cada pastor deber á conseguir todas
las traducciones de la Biblia que pueda en su propio idioma, y estu­
diarlas. Yo tengo treinta y cinco o cuarenta. Encentrará en muchas
de estas traducciones nuevas, luz maravillosa sobre varios textos
vertidos a nuestro propio idioma actual y enriquecidos por los mu­
chos descubrimientos lingüísticos, arqueólogos y ce lodo tipo. Debe­
ría tener todas las traducciones que pueda siempre a mano. Debería
tener la Biblia en sus idiomas originales y ser capaz de leerla en su
estudio devocional. Pero cuando llega a la predicación, creo que
debería usar esa «fuente de inglés inmaculado* la versión de la
Biblia del Rey Jaime. Porque su rico y glorioso inglés anglosajón es
sin par* T.ean lo que John Ruskin dice sobre él en su Sesame and
Lilies [l a alegría y las azucenasj, también los comentarios de Sir
Arthur Quillcr-Couch en On the Art o f Reading [Sobre el arte de la
lectura]. Si hay algunos textos en esta versión que necesitan ser
matizados o actualizados por alguna otra traducción, por supuesto,
puede hacerse.

• Algo mmi Lit podemos decir de la Revu-Valer.», elogiada por la elefan ta de síi i.i-.h-lLmo por d
mismísimo MeivénJ«*y y fVi.iyo. Su rico vocabulario del Siglo *l<* Oro. no hn perdido brillo en
1.1 magnifica revisión de 1991 que publica Lis Sociedades bíblicas Unida-i. Además su Ldidón
de EAludio o ín ie ayudas y notas equilibradas y de gran uhlRiad V nuestro vocabulario espa­
ñol se aplicará y s* pulirá leyendo a Corvantes, Ouevédo. Rubén r>.iriu, Arrudo Nono. Anto­
nin Ma< ludo. Pablo Nenida, y otros.— N’. de F_
Leer este Libro y leerlo en voz alta, será una bendición para su es­
tilo, y el estilo es importante. ¿Cuáles son los grandes maestros de la
expresión inglesa? Además de la versión de la Biblia del Rey Jaime,
están las obras de Shakespeare, Milton, Tennyson, John Ruskin,
Matthew Arnold, James Anthony Froude, John Henry Newman, y
otros. «Viva con ellos» dice el Dr. Charles Reynold Brown, «hasta que
un estilo débil, gastado, confuso, le cause repulsión instantánea».
Solamente para dar un ejemplo, la traducción de Moffat del Sal­
mo 23 habla de «un valle estrecho de oscuridad». Compare eso con
el «valle sombrío de la muerte». ¡Ah!, hermanos, estén seguros de
que al menos están bien familiarizados con el magnífico inglés de
ese versículo. Así que les digo, lean en voz alta la versión del Rey
Jaime. Lean en voz alta buena poesía. Algunos de nosoríos tenemos
mentalidad auditiva, así como también mentalidad visual. F1 Dr.
Brown, el decano de la Facultad de Teología de Yale, dice:
«Fl inglés del rey, al igual que la hija del rey, tiene la intención de
ser "todo-glorioso por dentro"; tiene la intención de vestir nuestras
ideas "en oro labrado"; tiene la intención de "hacer que sus flechas
penetren en el corazón de los enemigos del rey"; tiene la intención
de "cabalgar en su majestad" y de cabalgar prósperamente, debido
a la verdad y justicia que contiene, "Se ba derramado gracia en sus
labios", por lo tanto, lo bendice para siempre sobre la alta misión a
la que es enviado. Si usted se esforzara so la men le para tenerlo así,
su estilo propio exhibiría esos elementos de claridad, de fuerza y de
belleza que, añadidos al poder de su palabra hablada, ahora treinta,
ahora sesenta, y en ocasiones hasta cien veces» (The Art of Preaching
[New York: MacMillan] p. 186).
Ahora ima palabra sobre la lectura general de un pastor, contras­
tada con su lectura profesional. Me parece a mí que un predicador
debería intentar familiarizarse con la gran literatura de la raza hu­
mana. No puede leer todo lo que es bueno; ni siquiera puede leer lo
que es extraordinariamente bueno; pero puede leer algunos de los
clásicos de todos los tiempos.
Cuando estuve en el colegio superior aquí, me pregunté cuánto
tiempo le llevaría a una persona leer todos los documentos que hay
en la Biblioteca del Congreso. Fl bibliotecario me informó que leer
los libros de solo una de las pequeñas glorietas que rodean las
principales rotondas, llevaría ocho años, ¡así que renuncié a leerlos
todos! Sin embargo, haríamos bien en recordar las palabras de
Benjamin Franklin: «¿Amas la vida? Entonces no malgastes el tiem­
po, porque ese es el material del que está hecha la vida». Ahora, me
parecería una pérdida, dejar de oír el estruendo de los rompientes
sobre las orillas del Mar Egeo, que uno parece oír al leer La [Hada y
La Odisea, o no ver el propio viaje de Bunyan a través de la vida en
su inmortal obra, El Peregrino, o no ver a través de una ventana diá­
fana el mismo corazón de un verdadero cristiano en las cartas de
Samuel Rutherford.
¿Por qué no conseguir la edición revisada de la guía de la buena
lectura de John D. Snider, 1 Love Books [Amo los libros], y aprender
realmente a am ar los libros?* ¿Y por qué no estudiar la biografía de
algunos grandes hombres, de algún predicador, quizás Wesley, Fu­
lero, Spurgeon, Calvino, Agustín, y llegar a ser una autoridad en su
vida? Enriquecerá su propia vida y le ayudará a ustedes a enrique­
cer la de los demás. Fue Bacon quien dijo: «I.a lectura hace comple­
to a un hombre», y algunos de nosotros estamos bastante vacíos.
Un pastor tiene que amar los libros y conocer libros. Puede que no
tenga muchos, pero debería tener algunos. Toco pastor debería co­
menzar a formar una pequeña biblioteca. No hay nada igual a tener
algunos libros propios, que uno los marca, los le?, los ama. Un predi­
cador adventista naturalmente deseará tener todos nuestros libros,
y no voy a mencionarlos, porque podrá conseguir tantos de ellos
como pueda, de manera especial, los escritos del espíritu de profe­
cía. Pero sugiero que la biblioteca especial para el estudio de la
Biblia se establezca alrededor de la Biblia. Encontrará algunas bue­
nas sugerencias en el libro Profitable Bible Study [Estudio bíblico pro­
vechoso], de Wilbur M. Smith, publicado por W. A. Wilde Company,
Boston, Massachusetts. En él, se* presentan siete métodos sencillos
para el estudio de la Biblia y una lista de los cien mejores libros, de
acuerdo a su opinión, para la biblioteca del estudiante de la Biblia
Hay otro buen libro, The Pastor and His Library [El pastor y su bibliote­
ca! de Elgin S. Mover, que publicó la Moody Press, Chicago, Illinois.

* Fn eq».iñol d isp on en ** hoy <ic una ruu cxtr.KHdnviria y genul. quv ros da orienta* ion |vira que
sep-itr.o* c u i l o son los libro*, de la literatura universal que luda j>«rson.» culta d elvconocer
I it /o- ic ik r - t o i f j c /lay .7U.' h e r <tc Oiiuiam - ¿ m Himl (traducción de Ines Pcre> VIícK k‘1. Ma­
drid: Saetilla na, 2004).
Para formar su biblioteca de estudio alrededor de la Biblia, quie­
ro aportar lo siguiente: Consiga un buen comentario de toda la Biblia,
y si es posible, más de uno. Después uno o dos libros sobre Génesis,
Éxodo, Levítico, y así sucesivamente, hasta tener toda la Biblia; un
buen diccionario bíblico; un buen atlas bíblico; la concordancia ex­
haustiva de Strong o la concordancia analítica de Young, o ambas.
Para buscar fácilmente los textos, yo pretiero la concordancia Walker,
aunque la concordancia revisada de C’ruden ha sido mejorada gran­
demente.*
Y después sería bueno para ustedes jóvenes comenzar a archivar
su material, especialmente recortes y notas importantes. Al princi­
pio no necesitan com prar im archivo caro. Es posible, para comen­
zar, como hicimos muchos de nosotros, solamente con una caja de
madera del tamaño adecuado; o una caja de cartón para tarjetas, que
fue mi elección. Lo que importa es lo que usted hace con lo que tie­
ne. No creo que Sócrates, Platón y Aristóteles tenían archivos de me­
tal, pero probablemente los recordamos mejor a ellos y sus obras,
que a algunos de los tipos que tienen el último equipo en archivos.
Sencillamente un simple archivo alfabético, A, B, C en adelante, es
de ayuda com o para empezar. Bajo esas letras usted puede colocar te­
mas tales com o Adventismo, Bautismo, Creación, etcétera, de mane­
ra que pueda encontrar el material apropiado cuando lo necesite.**
No olvide las revistas denominacionales y las de información
general y no las arroje al incinerador sin haber recortado algo de
ellas. Si ve un buen articulo de Taylor G. Bunch en Tlw Reviere muí
Herald, recórtelo y póngalo bajo su encabezamiento apropiado, o si
ve algo sobre elocución del Dr. C. E. Weniger, póngalo donde perte­
nece de manera que lo pueda encontrar cuando lo necesita. Con fre­
cuencia el problema es que leemos todas esas buenas cosas, y des­
pués no sabemos dónde encontrarlas cuando las necesitamos.

* 1 lov en español disponemos de unn amplu biblioteca publicad» por las ¡j i j i k U - . editoriales a d ­
ventistas hispánicas: ACLS, AFTA.l'I.MA y también (’adric l'ress y SalVti/ V sobre lodú tcrwmcs
••I privilegio di-disponer del CiVnmfarv b i t l i c o jdíertfefc» completo Fn manto a last munrdancias
hoy ¡> través de Internet fácil localizar cn.il.piicr palabra, «opresión c» lema meluso en varia»
\eraones de la Inlilu en es-paiiiil y muchos otros idioma» simultáneamente

•" Por su|>oesto hoy en dio con los sistema» inlomuikifs j'oik-mos archivar bien sea do» uinen
♦oscscaneadm o "bajados" de Internet— am enorme tadlidad y sin tener que pie»» upamos po«
el erqKMk> Pero el jxmeipio sigue sien»In pcrrcctamente v.ibdo: Todo predicador ha »Je Iiiut un
buen archhro proooalizado,so)»«• todo de ciu% do »us propias kvturas
Sugeriría un archivo para comentarios y artículos expositivos de
las Escrituras. Desearía haber empezado a usar uno al comienzo de
mi ministerio. Este es un archivo en el que cada capítulo de la Biblia
tiene una carpeta separada, al menos todos los capítulos principa­
les. En algunas partes de la Escritura no hay necesidad de una car­
peta para cada capítulo, sino que uno podría colocar varios capítulos
en una carpeta. Sin embargo, en el Nuevo Testamento usted querrá
tener una carpeta para cada capítulo. Y después en cualquier mo­
mento que encuentre algo en nuestras revistas, tal vez en la co­
lumna de Preguntas y Respuestas, sobre cualquier texto importan­
te, recórtelo y póngalo en la carpeta de ese capítulo. De esta forma
estará desarrollando constantemente un comentario cada vez ma­
yor sobre la Palabra, y una mina de información de mucho material
bueno que de otra manera estaría completamente perdido cuando
uno se deshace de los periódicos y revistas. Esta es una de las cosas
más buenas que tengo en lo que se refiere a la utilidad.
El archivo de ilustraciones siempre ha sido uno de los trabajos
más complicados y difíciles para la mayoría de los predicadores. He
archiv ado la mayor parte del mío en mi cabeza, pero ahora encon­
tré un buen sistema, gradas al pastor John Osbom. Me prestó un libro
titulado The ¡lustration in Sermon, Address, Conversation, mid Teaching
[La ilustración en el sermón, discurso, conversación y enseñanza],
de Lesler B. Mathewson, en el que hay un capítulo sobre cómo ar­
chivar ilustraciones. El método se llama: «El sistema real de archi­
var» y es uno de los sistemas mejores para ilustraciones hasta donde
yo haya visto. Es difícil crear un sistema para archivar ilustradones,
pero Mathewson lo ha hecho. Es sencillo y es muy práctico. Pienso
que sería bueno tener reproducciones de ese capítulo y ponerlo a dis­
posición de nuestros obreros, porque creo que el libro está agotado.
Robert J. McCracken dice que el calibre de un pastor a menudo
se juzga por su biblioteca, no necesariamente por su tamaño sino
por ios libros que contiene, ya sean pocos o muchos. Dice él: «Con
la excepción de sus oraciones en público, nada revela tanto sobre un
pastor como su biblioteca». Tengámoslo siempre bien presente. Es­
cuché el relato de un miembro de la comisión de o'denación que fue
a escuchar predicar a un candidato. El candidato lo invitó a almor­
zar en la casa pastoral. El visitante quedó pasmado por la ubicación
y el tamaño del estudio, porque era un cuarto pequeño y miserable.
Había cientos libros en los estantes, y los libros religiosos eran ma­
yormente libros de sermones.
Por supuesto, el leer también puede ser exagerado. Hay quienes
conocen más de literatura que de la vida. Debe conocer ambas. A
algunos hombres se les puede hacer esta pregunta: «¿Dices esto de ti
mismo, o te lo han dicho otros de mí?» (Juan 18: 34). Los sermones
no deberían estar saturados de citas de otros hombres, sino repletos
de citas de la Sagrada Escritura.
Charles Spurgeon estaba viajando por el norte de Inglaterra y se
detuvo una noche en una de aquellas pequeñas antiguas posadas in­
glesas. Ustedes saben como es allí; se consigue cama y desayuno por
la misma cantidad de dinero. También es una buena idea. Cuando el
señor Spurgeon fue para desayunar, observó un libro muy antiguo
sobre el estante que estaba encima de la mesa, arriba, cerca del cielo-
rraso bajo el pequeño aposento. Siempre interesado en libros, estiró el
brazo para alcanzar el libro. F.ra una Biblia, carcomida. Polillas que
roen los libros, un ejército de polillas, había estado comiéndosela y
una la había traspasado de tapa a tapa de manera que la luz pasaba
a través de ese agujero del Libro. «!Ah!», dijo Spurgeon, «esa es la
clase de polillas de libros que deberían ser los cristianos. Deben
comenzar en Génesis y digerir su camino derecho hasta Apocalipsis».
Seguramente deberíamos hacer eso con el Libro de Dios. También de­
beríamos estar bien familiarizadas con otros libros de gran importan­
cia, especialmente la literatura clásica de nuestro propio idioma.
Algunos predicadores leen una enorme cantidad de literatura de
poca importancia, cantidades de diarios y revistas, pero no leen ni
un libro «glande», de los fundamentales, al año. Cualquier cosa que
hagan, mis queridos jóvenes predicadores, no usen las horas de la
mañana para los diarios y las revistas. Tal vez echarles un vistazo,
pero nada más. Deberíamos leer algún libro que atraiga nuestra aten­
ción y pensamiento por las mañanas. No hay nada más rancio y anti­
cuado que el diario de ayer. ¿Se detuvo a pensar alguna vez que si
dejara de recibir el diario, el mundo seguiría igual, exactamente
igual que si usted lo lee regularmente cada mañana? Puede (.‘star segu­
ro. Un buen semanario o una revista servirían exactamente para su
propósito, y ciertamente le ahorraría una buena cantidad de tiempo.
Es bueno leer varios libros sin pérdida de tiempo, libros que sean
diferentes, libros sólidos sobre temas bíblicos, libros que le hagan
pensar profundamente. Marque, anote y subraye sus libros, y des­
pués en las páginas en blanco del inicio y el final del libro, haga una
especie de índice propio. Lea libros de historia, de viajes, de ciencia,
pero sobre todo biografías. Aprenderá más ce historia en las biogra­
fías que de ninguna otra manera. Es la historia personalizada. Vol­
verá a vivir en otros tiempos.
¿Cóm o va usted a entender la Inglaterra del siglo XVUI si no ha
leído la Ufe o f Samuel Johnson [Vida de Samuel JohasonJ de Roswell?
A propósito, esa fue una de las primeras grandes biografías moder­
nas: jUn escocés que escribe la biografía de un inglés que odiaba a
Escocia! Usted sabe que el famoso diccionario de Johnson fue el pri­
mer gran diccionario de la lengua inglesa. ¿Saben como definió la
palabra fíats favenaj? «Cereal con el que alimentan a los caballos en
Inglaterra y a los hombres en Escoda». Los escoceses le replicaron
diciendo: «Sí, es verdad, ¿y dónde tienen caballos tan buenos como
en Inglaterra y hombres tan fuertes como en Escocia?» Johnson dijo
una vez: «E*l panorama más encantador que alguna vez ve un esco­
cés es el camino que lleva fuera de Escocia». Ahora, ¿se pueden ima­
ginar eso? V sin embargo, fue un escocés, Boswell, que admiraba tinto
a Johason que escribió su famosa vida. Léanlo, está lleno de ilustra­
ciones. Allí es de donde se consiguen algunas de las mejores ilustra­
ciones biográficas. Los nombres son las palabras más interesantes en
el mundo, y la palabra más interesante que usted ha oído jamás en su
propio idioma, es su propio nombre. ¡Usted lo sabe! Así que aprenda
a conocer sobre otros nombres, vea lo que le sucedió a otras personas.
¿Cómo podría entender el siglo XVÍU si no ha leído el Wesley's
Journal? [Diario de Wesley]. No quiero decir ese diario en un tomo,
delgado reducido, simplificado. Quiero decir el diario auténtico e
íntegro, completo en cuatro tomos. Está disponible en una nueva
edición, justo .ihora en una librería, y estoy suspirando por él, lo
deseo ardientemente, pero es demasiado caro. Todas las cartas de
|ohn Wesley están disponibles por cierta cantidad de dinero De­
searán tanto un libro que buscarán la manera de comprarlo, claro
sin que su esposa se dé cuenta, usted saldrá en una escapada y lo
comprará. Después, cuando ya lo haya hecho, ¡ella lo perdonará!
Después lean a Luke Tyerman, Ufe uml Times of John Wcs/cy [La
vida y la época de John WesleyJ. Uno encuentra sus mejores ilustra­
ciones en las biografías, pero esta lectura debería ser general y con-
tinuar siempre. ¿Cuándo conseguiré tiempo para leer? Oh, un poco
de tiempo aquí y allí, cuando otra gente está hablando o haciendo
cualquier cosa. Yo leo mientras voy andando al trabajo.
Cuando ocurrió el terremoto de Long Beach, estaba teniendo una
reunión en South Cate, en el mismo epicentro del terremoto. I a par­
te del frente de los edificios y el revestimiento de ladrillo estaba en
grandes montones en las aceras, y muchos de los edificios estaban
sostenidos con gruesos tablones apoyándose en las aceras. Al cami­
nar de mi casa al tabernáculo, por supuesto leía, pero evitaba chocar
con esos tirantes y los montones de ladrillos, manzana tras manzana.
No era difícil mientras podía ver todo aquello por el rabillo del ojo.
Un día me llamó una mujer por teléfono y dijo: «¿Con el señor
Richards? ¿Es usted ese predicador?» Le contesté que era yo, y en­
tonces dijo: «Lo veo a usted cada día bajando a pie por esa acera
obstruida hacia su tabernáculo, y estoy casi segura que se va a caer
en el paso siguiente. No puedo aguantar más, ¡me estoy volviendo
loca! ¡Por favor, no lea mientras camina, vigile por donde va!» Le
aseguré que podía ver perfectamente hacia donde iba v le dije que
no se preocupara por mí. SI uno tiene un libro con él, pronto tendrá
el hábito de sacarlo y leerlo, hasta en breves lapsos de tiempo, dos mi­
nutos, tres minutos, cinco minutos, diez minutos. Es sorprendente cuán­
to puede leer uno usando los momentos libres que con frecuencia,
se desperdician cada día Por supuesto, quien maneja un automóvil
no puede leer mientras maneja; pero si maneja otro conductor pue­
de adiestrarse para leer, incluso, en un vehículos en movimiento.
Afortunadamente para mí, no manejo. Acostumbraba a manejar
hace años, pero ahora no. Así que siempre tengo un libro para leer
mientras el otro compañero está maniobrando en el tráfico. Cuando
viaje con el cuarteto este verano, voy a poder leer mucho. Leo de
siete a ocho horas al día cuando estamos en la carretera. Edwards y
yo llevamos unos cuantos libros, y mientras los otros compañeros
manejan nosotros leemos y disfrutamos leyendo. Así que si usted
puede conseguir que otro maneje, hágalo y entonces lea.
«¿Por qué llevar un libro? Yo soy un hombre libro», dijo Lowell. Y
cada predicador debería ser un hombre libro. El obispe) William Quayle
nos recuerda que «los libros son los jugos exprimidos del racimo de
las edades. Representan la sabiduría y la delicia de la tierra, y son el
sendero a través de las colinas que han pisado las generaciones. Un
predicador debería sentirse en casa con el mejor pensamiento de
lodos los tiempos Se lo debe a sí mismo. Se lo debe al pueblo»
{Paslor-Vreacher, p. 43).
Quisiera poder predicar como Quayle. Lo escuché cuando tenía
trece o catorce años. Recuerdo muy bien su sermón y podría predi­
carlo ahora mismo.
¿Por qué no debería el predicador educar su lengua en el buen
inglés desde Chaucer hasta Maurice Hewlett?* ¿Y por qué no leer
una página del diccionario de vez en cuando? Podría ayudar a algu­
no de nosotros a decir lo que peasamos y a pensar lo que decimos.
A menudo la lectura del predicador que no es técnica, es su lectura
más influyente.
Cuando uno empieza el verdadero desarrollo de su sermón, de­
bería recluirse a solas, donde nadie lo distraiga, y entonces estudiar
su texto, su pasaje, su tema. Para empezar debe excluir todos los
comentarios, el diccionario bíblico y las enciclopedias religiosas.
Debería excluir todos los libros de sermones e ilustraciones, aunque
se sienta tentado a consultarlos. Ante todo, debería sentarse con su
tema ante el Padre celestial y meditar con devoción sobre el texto y
los pasajes correspondientes de la Escritura, forzándolos a dar a luz
sus riquezas. Solo y sin la ayuda de nadie debería buscar la medida
plena de significado que hay en la Palabra.
Fue Richter quien dijo: «No lea hasta que piense que tiene ham­
bre; no escríba hasta que esté saturado de lecturas». Uno debería
«rumiar» sobre su texto. Comenzarán a venir ideas, gérmenes de vi­
da. Como dice el Dr. Brown: «Luche con su lema, como Jacob luchó
con el ángel. Dígale mientras lo sostiene a la distancia del brazo:
"Dime tu nombre, muéstrame tu naturaleza. No te dejaré si no me
bendices"» (M L , p. 63). Hsto tiene que durar algún tiempo, tal vez
algunos días, y en algunos temas, tal vez meses. Continuamente
surgirán nuevas ideas del texto. Uno puede meditar sobre el tema
mientras camina. Y, a propósito, los predicadores deberían caminar
más. Voy a repetirlo: Deje su vehículo en el garaje, y camine hada el
trabajo. O déjelo a unas pocas cuadras de distancia de su trabajo, y
camine el resto del trayecto. ¿Quién podría pensar alguna vez a me­
nos que dedique tiempo a caminar?

* Fn esparwil «lirwmoc- TX- l o t ^ e Manrique j P .iS Io N e r u il.i


le e r para predicar 3 0 3

Después, cuando le vengan los pensamientos, apúntelos. Algu­


nas veces se despertará en la noche con pensamientos maravillosos
para su sermón temático o textual. Mantenga un cuaderno de notas
al lado de su cama y escríbalos, porque nueve de diez veces no los
recordará a menos que los apunte.
Cuando esté listo, y no puede ocurrir hasta que esté listo, ponga
por escrito lo que vio en el texto cuando lo eligió por primera vez.
Luego anote las ideas que se le ocurrieron después. Es posible que
no las use todas, pero de cualquier manera, anótelas en el orden que vi­
nieron. Apunte cualquier hecho histórico, cualquier poesía, o cual­
quier otro texto que ilustre su pensamiento. Algunas veces las ideas
ie vendrán en forma rápida y Huida. Otros días usted tendrá sequía
de ideas, pero ia memoria le recordará lo que ha leído. El Espíritu le
traerá frases de la Biblia, si la ha estudiado fielmente. Vendrá el ma­
terial de todas sus experiencias, especialmente de la lectura, de con­
versaciones, de viajes, de observación.
Después que usted haya seleccionado todo ese material que le
haya ¡do llegando mientras dedicaba tiempo a pensar en el texto,
alrededor de él, sobre él y debajo de él, póngalo en orden. Tenga la
frase o idea del tema principal clara en su mente y después, anóte­
la. Después de haber hecho esto, y no antes, usted puede echarle un
vistazo a otros libros, comentarios, diccionarios, enciclopedias, li­
bros de ilustraciones y sermones. Si usted mira de antemano el ser­
món de algún gran predicador, es muy probable que le subyugue.
N o será capaz de pensar en nada excepto en lo que él dijo, y la for­
ma como lo dijo. Si usted hace primero su trabajo de pensar en el tex­
to y tiene en mente su bosquejo, entonces no le dañará, sino que le
ayudará. Es posible que añada nueva luz al tema y que le proporcio­
ne una mayor claridad de pensamiento.
Es muy bueno apuntar a menudo las ideas propias, incluso escri­
bir sermones enteros, a fin de conseguir claridad. Es muy difícil es­
cribir un sermón sin tener nada que decir; de otra manera se le rei­
rán en su propia cara. Pero no dependa de tener que leer su sermón.
Estamos en los tiempos de la predicación libre. Por supuesto, un
sermón totalmente escrito, recitado siguiendo el manuscrito, es apto
para ser más exacto y también más corto. N o hay duda que tendrá
un estilo más literario, y el predicador puede guardarlo. Siempre
puede volver a tales sermones y usarlos como punto de partida para
nuevos sermones, pero el predicador sin notas es el predicador de
hoy. Nueve de cada diez personas tienen prejuicios contra los ser­
mones escritos. N o mantienen la atención, y no hay otra vocación en
la que alguien esté obligado a mantener la atención y los corazones
de la gente en m ayor medida que en la predicación.
No estoy hablando de la predicación improvisada, algo que se
prepara sencillamente bajo el impulso del momento. No creo en eso.
No creo que ninguna predicación auténtica sea improvisada, hecha
sin preparación. Hablar sin notas exige más preparación que hacer­
lo siguiendo un manuscrito o con notas. En realidad no existe nin­
gún sermón improvisado. La predicación que convierte el corazón
pecaminoso para que ame a Dios nunca es improvisada. Requiere
preparación, estudio, oración y fe.
Use notas, si le hace falta, pero tendrá que .legar el illa cuando
ya no Lis necesite, ¡imagínese al gran actor Edwin Booth, leyendo de
un manuscrito o aun leyendo de notas! O a Henry írving. Imagínese
al apóstol Pablo en la colina de Marte, o a Pedro en el día de Pente­
costés, con un manuscrito o con notas en las manos. No me entien­
da mal, un manuscrito o notas pueden capacitar a un hombre para
predicar, muchos no sabrían predicar de otra manera. Una buena
parte de nosotros hemos venido usando notas durante anos, hasta
que nos vimos obligados a dejar de usarlas.
La primera vez que traté de predicar sin notas acabé en cinco
minutos, y la siguiente no lo intenté, ponqué me vi obligado a hablar
sin notas. Había vuelto a mi ciudad natal, Loveland, Colorado, para
predicar en la iglesia de allí. Era la primera vez que yo ocupaba el
pulpito de la iglesia donde había crecido. Cuando estaban cantando
la última estrofa del himno, justo antes del sermón, pensé que le echa­
ría una última mirada de soslayo a aquellas notas, ¡ustedes saben de
qué hablo! Abrí mi Biblia, y allí no estaban las notas. Revisé todo a
fondo; ¡no aparecían las notas! Les digo que comencé a sudar, real­
mente un sudor frío Así quo tuvo que levan la i uit y predicar sin no­
tas. Estaba en una especie de aturdimiento, con nada para apoyar­
me, ¡no estaban las notas! Finalmente, de alguna manera terminé a
pesar de las dificultades. Cuando me senté y abrí mi Biblia, ¡caye­
ron las notas!
El Dr. Talmage dijo una vez que sabía que debería predicar sin
notas, ni bosquejo. Dios le había dicho varias veces que tenía que
dejar de usarlas, pero él no quería. Relata una experiencia que tuvo
un domingo por la noche, mientras predicaba de un manuscrito
completo. Se habían instalado en esa iglesia algunas luces nuevas
de gas. Eso era malmente algo nuevo en la Filadelfia de aquel enton­
ces. ¡Oh, pero todo el mundo estaba orgulloso de aquellas nuevas
luces de gas! Justo en la mitad de su sermón, se apagaron las luces.
Él dijo: «Bien, dam as y caballeros, es imposible proseguir, así que
vamos a terminar la reunión». Mientras caminaba hacia su casa des­
pués de la reunión, se dijo a sí mismo: «¿Me quieres decir que el
evangelio de Jesucristo depende de luces de gas, que un hombre no
puede predicar en la oscuridad? Entonces, ¿qué clase de apóstol
eres?». De nuevo el Señor le dijo que debería aprender a predicar sin
bosquejos y notas. Dijo él: «Pero, todavía no quería rendirme».
Unas semanas más tarde, un domingo por la mañana, estaba sen­
tado en uno de esos sofás pasados de moda hechos de pelo de caballo,
que solía haber antaño en el pulpito. El sofá pesaba casi una tonela­
da, y un hombre difícilmente podría levantarlo; y usted sabe cuán
resbaladizo es el pelo o la crin de caballo. Exactamente antes de que
se levantara para hablar, con una gran multitud de gente exigente
delante de él, puso su manuscrito junto a él en aquel sofá. Vino una
pequeña ráfaga de viento y le voló todo por una abertura que había
en la parte de atrás del sofá, y aterrizó en el piso detrás de él. Fl po­
siblemente no podía levantarlo o empujarlo, era muy pesado, y final­
mente tuvo que bajarse sobre sus manos y rodillas, dándole la espal­
da al auditorio y arrastrarse por debajo de allí para conseguir su ma­
nuscrito. Dijo más tarde que mientras estaba allí en aquella posición
indecorosa, una voz pareció decirle: «Talmage, ¿qué es lo que tengo
que hacer la próxima vez para enseñarte a que no uses notas?» Dijo
Talmage: «Después de eso, ¡nunca más usé notas, nunca!».
Un predicador bien conocido dice que cuando comenzó a predi­
car tomó un texto largo o un pasaje de la Escritura a propósito, de
manera que estuviera seguro de tener suficiente qué decir para lle­
nar el tiempo regular del sermón. Pero quedó sorprendido de que
concluyó en irnos once minutos, completamente vacío de ideas. Así
que anunció el himno y terminó la reunión. T.a gente pensó que es­
taba enfermo. Bueno, en el fondo estaba enfermo, así que fue a ver al
líder de su congregación, que dio ia casualidad que era un abogado, y
le dijo la verdad sobre el asunto. Dijo que aquel abogado se recostó
306 AI ’At 11 MIA MIS OVEJAS

hacia atrás en su sillón y sencillamente comenzó a reírse y a reírse,


y por poco no se cayó del escritorio. Después e dijo: «Siga adelan­
te, predicador. Usted lo está haciendo bien. Preferiría once minutos
de esa clase de predicación, que media hora de la otTa. Nunca arries­
go mis casos en la corte llevando un manuscrito cuidadosamente
preparado para leérselo al jurado. Usted está abogando por un ve­
redicto, lu í veredicto mucho más importante qLe jamás se haya emi­
tido. Mantenga su vista sobre el jurado y hábleles directamente a
ellos». V resultó un exelente consejo.
Si alguien desea mantener la atención de la gente es mejor no
estar detrás de una de esas grandes barricadas de madera que se
construyen ahora y que se llaman púlpitos. Si se hacen más grandes
se parecerán a mostradores, detrás de los cuales los dependientes
ofrecen mercancías para vender. Cuanto más pequeño sea el pulpi­
to, y cuanto menos lape al predicador, tanto mejor.
En esta serie deberíamos tener una conferencia sobre la salud del
predicador. Espero que alguien la presente en otro momento. El pre­
dicador necesita cuidar su salud física tanto como la espiritual. De­
be ser un hombre de hombres, lleno de vigor y energía. Tiene que
dormir lo suficiente. Reducir el sueño es uno ch* los pecados de esta
generación, y se está poniendo de manifiesto en las aberraciones de
nuestros días. Un predicador debería disfrutar de por lo menos odio
horas de reposo, ocho horas en cama, sea que duerma o no.
Y además, debería hacer ejercicio de forma regular, no ejercicio
violento de vez en cuando. Cualquiera que pase de los cuarenta años
y se dedique a deportes agotadores en las excursiones campestres,
es un imprudente. Únicamente si usted es joven podría dedicarse a
esos ejercicios intensos. No hay mejor ejercicio que caminar. El pre­
dicador no debería ir en automóvil a todo lugar a donde va. Por ahí
se dice que nosotros los norteamericanos montamos en un vehículo de­
masiado grande y demasiado costoso para recorrer unas pocas cua­
dras... y comprar un carrete de hilo de cinco ceivavos. Caminar es un
buen ejercicio. ¡Pruébelo!
El predicador debe ser cuidadoso en sus hábitos de alimenta­
ción, nirnca debe comer en exceso, ni comer me ios tie lo convenien­
te. Desde luego, los pastores adventistas deben poseer un gran co­
nocimiento sobre estos temas. Deberían dar una charla sobre el esti­
lo de vida saludable de vez en cuando. Pero también deben tener
una apariencia saludable cuando dan una charla así. He visto pre­
dicadores esqueléticos diciéndonos cómo gozar de buena salud, ala­
bando a la reforma pro salud, etcétera. V eso hasta cierto punto es
como ver a un ateo dando una conferencia sobre la salvación. Más
de un hombre enfermo ha hecho una obra maravillosa para Dios,
pero un predicador puede predicar mejor, cuando su salud es ópti­
ma. Los predicadores que se cuidan a sí mismos tienen ante ellos la
posibilidad de vivir más que otros, y, según las estadísticas de las
compañías de seguros de vida, los pastores tienen una expectativa
de vida muy larga. Si se cuidan a sí mismos, se lanzan de todo cora­
zón a su obra, y son felices y llenos de fe, tienen la oportunidad de
vivir tanto como cualquier obro.
Uno puede tener buena salud, puede tener grandes dotes natu­
rales, buena apariencia, buena capacidad, y así sucesivamente, pero
si no continúa alimentándose de la Palabra, sino es un lector de bue­
nos libros y del carácter humano, su ministerio se debilitará. Debe
«inquirir en el libro del Señor, y leer» (Isa. 34:16). Debe ser capaz de
leer y mostrar la interpretación (Dan. 5: 7). Debe «leer en las Escri­
turas», com o lo dijo jesús (Mat. 21: 42). Debe ser capaz de leer inte­
ligentemente las Escrituras a la congregación. Al igual que su Maes­
tro, debería levantarse y leer (Luc. 4: 16) mientras lee «a oídos del
pueblo» (Éxo. 24: 7). I.os creyentes gentiles de antaño, cuando reci­
bieron las buenas nuevas de Jenisalén, se regocijaron cuando las le­
yeron. El verdadero ministro dé Dios será capaz de continuar con la
misión de Dios cuando lee (I Tab. 2: 2). Y cuando estudia la profecía,
seguirá el mandato de Cristo: «El que lee, entienda» (Mat. 24:15). A
un estudiante de sus días, Jesús le hizo esta pregunta: «¿Qué está es­
crito en la ley? ¿Cómo lees?» (Luc. 1Ü: 26). Y la primera bendición
del libro del Apocalipsis es una bendición a los lectores (Apoc. 1:3).
Aunque es verdad que «no hay fin de hacer muchos libros, y el
mucho estudio fatiga la carne», como leemos en Edesiastés 12: 12,
sabemos que por el estudio se mejora el espíritu. El mismo gran após­
tol, el predicador más poderoso de todos, fue quien le dijo al joven
ministro: «Dedícate a leer» (1 Tim. 4 :1 3 ), y quien escribió en su últi­
ma carta desde la lóbrega prisión en Koma, cuando su partida estaba
cercana, y el día de su ejecución se acercaba: «Únicamente Lucas está
conmigo. Trae a Marcos contigo, porque me es útil para el ministe­
rio. I...J Trae la capa que dejé en l'roas l—J y los libros, mayormente
los pergaminos» (2 Tim. 4:11-13). Se sentía solo. Deseaba que Marcos
y Timoteo estuvieran con él. Tenia frío y añoraba su pesada «capa» que
había dejado atrás en uno de sus viajes. V los libros, ¡ah, sí, los libros!
Allí en la oscuridad de aquella prisión, el gran apóstol y predi­
cador, erudito hasta el fin, deseaba los Übros, «pero especialmente
los pergaminos»* que sin duda eran los escritos tie la Sagrada Es­
critura. Í1 conocía aquellas grandiosas profecías de la Escritura casi
de memoria, ¡pero ahora anhelaba verlas otra vez! Deseaba ver las
columnas, deseaba ver las letras. Deseaba verlo todo escrito. Desea­
ba leer la Palabra de Dios.
V de esa manera nosotros, como predicadores estudiamos a las
personas, los libros, la naturaleza y nuestros propios corazones, pe­
ro el mayor de todos es el libro, el l ibro de Dios. Ahora bien, a
menos que lo estudiemos con oración, no tendremos visión. No
nacerá ningún sermón para conmover y bendecir al mundo. Nadie
puede decirle a otra persona cómo orar. Debe aprender eso en el lu­
gar secreto cuando, con la mano de la fe se aforra del potente brazo
de Poder. Oración, estudio personal, contacto con la gente, estos son
los requisitos de la predicación. Jesús conocía la Palabra de Dios; él
cm In Palabra. Pasó largas horas, incluso noches en oración y en co­
munión con su Padre celestial, se mezcló con la gente, y así caminó
hacia adelante, hacia la cruz, y hacia la gloria que seguiría.
iln el viejo Fort Morgan, a la entrada de Mobile Bay, hoy un visi­
tante puede ver algo notable, una gran mancha de un rojo muy os­
curo en una piedra de la escalera. F.stá allí desde la guerra civil, pro­
ducida por la sangre de un lugarteniente de los confederados, que
murió por la explosión de un cañón que estaba disparando cuando
la flota federal estaba sitiando el fuerte. Los rayos abrasadores del
sol y la marca de las lluvias de casi un siglo no han podido borrar­
la. Aquella mancha carmesí todavía está allí, el emblema de la tra­
gedia de una guerra entre hermanos.
Después de dos mil «uios, la uuuca de la sangre Je Jesucristo está
en cada escalera de progreso en el ministerio cristiano, no solo como
emblema de la tragedia del pecado, y de la gran controversia entre
el bien y el mal, sino como emblema riel amor redentor que llevó a
nuestro Salvador a la cruz. Y nos dejó tanto su ejemplo como predi­
cador, como su orden: «Id por todo el mundo, y predi:.ad» (Mar. 16:15).
Así que, por la gracia de Dios, ¡adelante!
8
Tan grande nube
de testigos
«P o r tanto, nosotros tam bién , teniendo
en derredor nuestro tan grande nube
de testigos, dejem os todo lo que estorba,
y el p ecad o que tan fácilm en te nos enreda».
llEOKrnsiSi 1

A
NTES DE T.EER nuestro texto, deseo compartir con uste­
des la lectura de una carta, de un hombre a quien respeto
y admiro profundamente, no solo como pred ¡oidor sino
también como erudito y caballero. La suya es una carta
muy franca y directa.
«No obstante, es un hecho que como denominación no solamen­
te estamos haciendo frente a una crisis, sino que estamos pasando
por una crisis, y por la investigación que he hecho en nuestro país,
así como en otras partes del mundo, hay que hacer un reajuste en
nuestros métodos y en nuestro punto de vista. Ahora bien estoy
convencido de que, si alguna v e / se diera el caso que perdiéramos
la visión de realizar una evangelización agresiva, tendríamos una
indicación de haber alcanzado un punto de saturación, y que nos
hemos "arraigado'' y que hemos dejado de ser un movimiento. Desde
luego, como usted dice, los métodos deben modificarse conforme a
los vertiginosos cambios de nuestros tiempos. [...] Desearía que dejá­
ramos de ir siempre por detrás, y que aplicáramos concienzudamente
310 APACI IN IA MW OVEJAS

métodos que hayan sido aplicados con éxito por otros mucho antes
de nosotros.
»También confío que mantendremos intacta la identidad y pecu­
liaridad de nuestro mensaje. No creo que bajo ningún concepto de­
biéramos diluir nuestro mensaje o nuestros conceptos. No creo que
un cristiano tenga que presentar excusas para la Palabra de Dios, por
su punto de vista. Pero, como denominación hemos sufrido por mu­
cho tiempo de un complejo de inferioridad, y quisiéramos llegar a ser
una denominación con una buena aceptación social. Nos ofende­
mos cuando somos considerados una "secta", o peor aún, un "cuito"
[culi: despectivo en inglés]. Personalmente, me da igual el tipo de
etiqueta que nos puedan colocar los demás. Lo más importante es
que reafirmemos nuestras creencias y vayamos al mundo con un
mensaje apropiado a sus necesidades, con un mensaje que traiga
coasuelo, y que sea una respuesta bíblica a las grandes interrogan­
tes que angustian a la humanidad.
»Eh estos momentos estamos bajo una mirada escrutadora. Por
ejemplo, hay un libro, escrito por un sacerdote francés que nos ha
examinado a fondo y, debo decirlo, de manera imparcial. Su blanco
no es criticamos o atacamos, sino encontrar realmente cómo es posi­
ble que un católico francés se haga adventista. En ese libro analiza
"las sectas" entre las cuales enumera a los bautistas, metodistas, y la
Ciencia Cristiana; pero los adventistas del séptimo día encabezan la lis­
ta. Es significativo que al analizar la "psicología del sectarismo", co­
mo él lo llama, dice fy estoy simplemente citando de memoria] que
cuando los adventistas eran im movimiento; es decir, cuando no te­
nían templos ni instituciones, "nosotros los católicos les temamos
temor"; pen) ahora se han estructurado e institucionalizado y hablan
mucho sobre organización y dinero. De hecho, el autor dice que ios
adventistas se parecen a los católicos más que todos los protestantes,
¡porque hablan de dinero más que nadie! Es un hecho que cuando
un movimiento deja de moverse y se institucionaliza, no solamente
en su organizac ión, sino también en su pensamiento, ha llegado la
hora de ponerse en guardia. Si nuestro único blanco es tener simple­
mente miembros [cantidad de miembros], si lo que nos preocupa es
solo la cantidad, entonces tendremos que condescender en otras co­
sas. Tendremos que pagar un precio muy elevado en la calidad del
mensaje».
Muy bien, con esas palabras comencemos nuestro mensaje. Nues­
tro texto está en Hebreos 12: 1, 2: «Por tanto, nosotros también, te­
niendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, dejemos
todo lo que estorba, y el pecado que tan fácilmente nos enreda, y co­
rramos con perseverancia la carrera que nos es propuesta, fijos los
ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe».
Alguien que vaya a Londres, no puede dejar de visitar la Abadía
de Westminster, que podría llamarse la galería de retratos o sala con­
memorativa de la nación inglesa. F.n esa antigua casa de Dios están
sepultados muchos grandes personajes. Se pueden identificar por
nombre, por una escultura o por una lápida conmemorativa. En la
capilla denominada Jerusalem, exactamente a la derecha de la entrada
principal, salió a la luz la versión del Rey Jacobo de las Santas Es­
crituras. Es alu', como dijo Ruyard Kipling, donde la Abadía nos hace
uno, donde se recuerda a los grandes prohombres de muchos siglos.
No hay otra nación en el mimdo que haya podido hacer un salón
conmemorativo como la Abadía de Westminster. Recuerde, el edifi­
cio pertenece a la Iglesia de Inglaterra y está relacionado ínfimamen­
te con la monarquía reinante en Gran Bretaña y, sin embargo, en esa
iglesia hay un monumento en honor a John Wesley, un hombre que
fue duramente perseguido y repudiado durante su vida por la Igle­
sia de Inglaterra. Y todavía más sorprendente, es que en ese mismo
edificio hay un monumento conmemorativo a George Washington,
el cabecilla rebelde norteamericano en 1776. Pero, esa es ima de las
cosas sorprendentes de nuestros antepasados: Reconocer la grande­
za, hasta de sus enemigos y absorberlos finalmente en la gran co­
rriente de la historia. Así que, allí en la Abadía de Westminster tene­
mos monumentos conmemorativos de los grandes de nuestros an­
cestros.
En las Escrituras tenemos un capítulo que es la Abadía de West­
minster de la Biblia. Es el capítulo 11 de Hebreos, donde tenemos
los monumentos en honor a algunos de los grandes siervos de Dios,
desde el amanecer de la historia de la humanidad hasta el tiempo de
Cristo. Entre ellos, encuentran su lugar grandes predicadores. La
sangre de Abel predicó. Enoc fue un predicador y un predicador so­
litario, porque su mensaje no fue ciertamente popular, sino que al
igual que todo verdadero predicador desde entonces, caminó con
Dios. ¡Qué privilegio, qué deber es el nuestro, caminar más cerca de
Dios! De Noé se nos dice que fue un predicador de justicia. Fue
amonestado por Dios y a su vez amonestó al mundo.
Una de nuestras organizaciones de relaciones públicas tiene este
lema: «Usted nos lo dice y nosotros se lo decimos al mundo». Asi
fue con Noé. Dios se lo dijo a él, y él lo dijo al mundo. Llevó sola­
mente siete personas con él al arca, pero transmitió el mensaje de
Dios. Cumplió su deber. Proclamó la Palabra del Señor y «adverti­
do por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó
un arca para salvar a su familia; por la fe condenó al mundo y llegó
a ser heredero de la justicia según la fe» (Heb. 11: 7, BJ). Este es un
gran texto para cualquier predicador. Contiene todo lo que le concier­
ne a un pastor. «Advertido por Dios», es decir, recibió el mensaje de
Dios. «Con religioso temor» o sea, creyó el mensaje. «Construyó un
arca», actuó en conformidad con el mensaje y mandato de Dios, til
mensaje fue eficaz de una manera negativa, es decir, Noé «condenó
al mundo». Fue eficaz de una manera positiva, porque «llegó a ser
heredero de la justicia según la fe». Y, a propósito, esa es la única cla­
se de justicia que existe, la justicia por la fe. Aquí tiene usted todo el
material necesario para un gran sermón.
Bien, Abraham fue un profeta, corno nos dice la Escritura en Gé­
nesis 20: 7, y por lo tanto un predicador. Abraham oyó el mensaje:
«¡Vete hacia occidente, joven!» Abraham lo escuchó y actuó en con­
formidad con el mensaje. Partió hacia el oeste, para ir hacia lo que
hoy llamamos Palestina, y al partir mostró su fe en el mensaje de Dios.
También predicó la justificación por la fe como nadie lo había hecho
hasta entonces, como bien saben ustedes. La Biblia lo presenta como
un ejemplo de ellos.
Pasamos por alto muchos otros patriarcas y profe:as que se men­
cionan aquí, y llegamos a Moisés. ¡Qué predicador tan poderoso! Su
retrato se expone aquí en esta galería de la fe. Moisés fue llamado
por Dios en la infancia; Dios llama a algunos predicadores desde la
infancia. Moisés hizo la elección suprema al sufrir aflicción con el pue­
blo de Dios antes «que gozar de los deleites témpora es del pecado»
(Heb. 11: 25). N o permita que nadie le diga que no hay placer en el
pecado. I .a Biblia afirma que lo hay, y todo el que se ha complacido
en el pecado, sabe que hay placer; pero que no dura mucho, es tem­
poral. «Y consideró que el vituperio de Cristo es mayor riqueza que
los tesoros egipcios, porque miraba al galardón» (vers. 26).
Hace varias generaciones, los críticos de la Biblia, incluso teólo­
gos escépticos, afirmaron que el relato de la huida de Israel de Egip­
to y la construcción del tabernáculo en el desierto eran sencillamen­
te mitos piadosos, porque no había suficiente oro en todo el mundo
como para hacer los dos querubines de oro sólido y cubrir el arca, y
cubrir con una capa las mesas del tabernáculo y hacer los vasos de
oro. Boro cualquiera que visite el gran Museo de El Cairo y vea la sa­
la de oro en la cual se exhibe el contenido de la tumba de Tutanka-
món, llega a tener una pequeña idea de las riquezas de las que se
disfrutaban en Egipto en los tiempos de Moisés.
Desde el momento que usted deje atrás a los guardianes arma­
dos en la puerta de aquel museo, va a ver más oro de lo que proba­
blemente haya podido ver antes en toda su vida: La mesa de oro con
las sillas de oro, el armazón de la cama de oro, el carro de guerra de
oro, la abundancia de artículos y utensilios de oro, y lo último de
todo, el ataúd de oro macizo, equivalente a seis millones de dólares.
Todo de oro, no chapado en oro, ni de oro de 14 quilates, sino de oro
puro, donde descansa ahora la momia del joven rey. Era un enamo­
rado del oro, pero no tuvo mucho tiempo para acumularlo porque
murió cuando terna cerca de dieciocho años. Es impresionante la
cantidad de tesoros que había en Egipto. Moisés renunció a todos
esos tesoros terrenales, y más de un predicador tiene que hacer lo
mismo hoy. Sin duda renunció a la posibilidad del mismo trono.
¿Por qué? Porque veía «al Invisible». Nadie puede predicar hasta
que esté dispuesto a renunciar a las riquezas, los placeres, los teso­
ros, la gloria y el honor del mundo. Nadie puede ser un auténtico
predicador hasta que tenga una visión de lo invisible, hasta que vea
con el ojo de la fe lo eterno. Al igual que Moisés, cuando uno llega
a la experiencia del Mar Rojo de su vida, ¡debe mantenerse miran­
do hacia arriba y siguiendo adelante con fe!

Nada antes, nada detrás,


los pasos de la íc caen sobre lo que parece vad o
y encuentran la roca debajo.*

* Nothü^ lip£<>fv, utrthinj; behind; / íjilli fall on the seeming vowi, / And find Iherodc
Ivnealh.
Sobre los muros del capítulo 11 de Hebreos, el capítulo Abadía
de Westminster, vemos los nombres y los monumentos conmemora­
tivos de otros destacados caracteres, hasta que por fin llegamos a
David, otro gran predicador. Dijo David: «Anuncié tu justicia en la
gran congregación» (Sal. 40: 9). ¡Qué gran predicador fue Sí, David
no solamente fue rey, profeta y músico, sino que fue uno de los más
destacados predicadores de la historia. Algunos de sus grandes ser­
mones están registrados en la Escritura, y al pasar quisiera sugerir
que cada predicador lea una y otra vez, y en voz alta, los Salmos de
David. Tendríamos mejores oraciones en nuestro servicio de adora­
ción y tendríamos más poder en la oración, si lleváramos en el cora­
zón algunas de estas grandes oraciones de David. ¡Cuántas ora­
ciones descuidadas escuchamos!, sin duda, fervientes pero les falta
mucho de lo apropiado. No hay adoración a Dios, no hay confesión,
no hay un comienzo adecuado ni una conclusión adecuada. A me­
nudo oímos oraciones en publico que deberían ser hechas en pri­
vado.
Cuando comencé mi ministerio, mi padre me instó a leer los Sal­
mos en voz alta, ya que representan el plan de Dios para la oración.
El libro de los Salmos es el libro de oraciones de la Biblia. Y a propó­
sito, lean algún día el hermoso libro de Rowland Prothero, The Psnlms
in Human Life [Los Salmos en la vida del hombre]. Yo también creo
que sería bueno para todo pastor conseguir un ejemplar del Book of
Common Prayer [Libro de la oración en común] que usa la Iglesia de
Inglaterra, o la Iglesia Episcopal en los Estados Unidos, y leer en voz
alta y con la máxima atención esas grandiosas oraciones, muchas de
las cuales fueron hechas por Latimer, quien acabó siendo un mártir
de la fe cristiana. El libro de los Salmos y el Book o f Common Prayer,
proporcionan buenos ejemplos de oración reverente y bíblica, y esa
es la clase de oración que nosotros como ministros deberíamos apren­
der a ofrecer en nuestros servicios públicos de adoración.
En Hebreos 11: 32 leemos de Samuel y los profetas. Los profetas
fueron los grandes predicadores de los días del Antiguo Testamen­
to. La mayor parte de los que se? mencionan en las Escrituras fueron
predicadores mientras ejercían el oficio profético. Proclamaron la Pa­
labra de Dios, fueron «anticipadores» así como vaticinadores; es de­
cir, amonestaban, invitaban fervientemente, eran ganadores de almas
para Dios.
T.ean el resto de este capítulo. Habla de la fe dé aquellos predica­
dores poderosos, las grandes hazañas que realizaron, sus sufrimien­
tos, persecuciones y martirios, porque miraban al futuro, a una m e­
jor resurrección «de ios cuales el mundo no era digno. [...] Y todos
estos, aunque aprobados por el buen testimonio de su fe, no recibie­
ron el cumplimiento de la promesa; porque Dios había provisto
también algo para nosotros, para que ellos no llegaran a la perfec­
ción aparte de nosotros» (vers. 38-4Ü). Piense en eso, los grandes
predicadores de las edades pasadas aguardándonos a los predica­
dores de hoy para terminar su obra, porque los versículos que le
siguen inmediatamente (TIeb. 1 2 :1 ,2 ) de los cuales tomamos el títu­
lo de esta conferencia, dicen: «Por tanto, nosotros también, tenien­
do en derredor nuestro tan grande nube de testigos, dejemos todo
lo que estorba, y el pecado que tan fácilmente nos enreda, y corra­
mos con perseverancia la carrera que nos es propuesta, fijos los ojos
en Jesús, autor y perfecdonador de la fe». La «nube de testigos» a la
que se refiere aquí son los personajes mendonados precisamente en
el capítulo anterior. El cuadro que se nos presenta no es el que solían
contemplar las grandes multitudes que acudían a los juegos griegos
para aplaudir a los vencedores; sino la de aquellos héroes que die­
ron testimonio por su íe, como nosotros debemos testificar por nues­
tra fe, y muchos dieron testimonio incluso con la muerte.
Ln los escritos griegos clásicos encontramos esta palabra «nube»
que se usa varias veces, no para denotar a la gente que está a su alre­
dedor en el aire, sino que se emplea como una figura de una gran
compañía de personas, una nube de arqueros, una nube de soldados
de infantería, una nube de jinetes. Estas expresiones se encuentran
en los escritos de Homero, que se cree que adquirieron su redacción
final en algún momento entre el siglo XII y d siglo IX antes de Cristo.
Muchos de los escritores clásicos usan esa palabra «nube» de la mis­
ma forma que se usa aquí.
Por supuesto, a menudo se ha pensado en esto como refiriéndo­
se a los juegos olímpicos, con los testigos observando una competi­
ción pero esa no es la idea de este pasaje. La palabra testigos, como
ustedes saben, viene exactamente de la misma palabra de donde se
origina el vocablo mártir. Los antiguos mártires fueron testigos de su
fe, incluso hasta la muerte. Como lo escribió Calvino en su comen­
tario sobre Hebreos: «Afirma el apóstol que estamos rodeados por
ese numeroso séquito, de modo que no importa a donde dirijamos
nuestra mirada, inmediatamente nos topemos con muchos ejemplos
de fe. f...] Dice el apóstol que la fe queda suficientemente probada
por el testimonio de ellos, de modo que no da lugar a dudas; pues las
virtudes de los santos son otros tantos testimonios que nos fortale­
cen para que, contando con ellos como nuestros guías y compañe­
ros, sigamos adelante, hacia Dios, con más diligencia».
Esos testigos, los que dieron sus vidas en fiel servicio a Dios a tra­
vés de las edades, dan testimonio por sus experiencias de la fideli­
dad de Dios hacia su pueblo. Se entregaron a sí mismos a la misma
contienda en la cual estamos nosotros empeñados. Por lo tanto, al leer
su historia y oír de su valor y victoria, debería aumentar nuestro fer­
vor. Cuando sabemos lo que hicieron, sabremos lo que nosotros he­
mos de hacer.
Por el registro de sus vidas nos confirman que es posible esa per­
severancia; que aunque hayamos de sufrir dificultades, durarán so­
lamente un día. Di grad a de Dios nos sostendrá, las recompensas de
la fe son ciertas y perdurables. Asi que, al ver que nosotros tenemos
«en derredor nuestro tan grande nube de testigos», de mártires, de
hombres y mujeres que dieron su vida por la íe, por la predicación
de la Palabra, corramos adelante y sigamos su ejemplo, que es un
monumento conmemorativo para todos nosotros. Ese es el pensa­
miento que se desprende de aquí. Debemos testificar por nuestra fe
como ellos testificaron por la suya.
Y ese es el pensamiento que nos viene cuando caminamos en al­
gunos de los lugares de gran heroísmo por Dios, como la isla de lona
y aquel secreto Valle de Glendalough, unas millas al sur de Dublin.
Vayan y pasen unos pocos días allí, entre las ruinas de aquellas anti­
guas iglesias del mundo cristiano precatólico. Cuando ustedes cami­
nan por los sagrados lugares de Tierra Santa, en las pisadas de jesús
y los apóstoles, piensen en el testimonio que ellos dieron por Crislo.
Cuando vayan a Italia visiten la cárcel Mamertimi, en Koma, donde el
apóstol Pablo arrastraba sus cadenas con movimientos lentos y te­
diosos [o visiten los valles valdenses en el norte del país]. Estarán
rodeados por los testigos, por el martirio de aquellos grandes hom­
bres y mujeres de Dios.
Así que «estamos rodeados», dice Calvino, «por ese numeroso
séquito, de modo que no importa a donde di rijamos nuestra mirada
inmediatamente nos topemos con muchos ejemplos de fe». Esa es la
idea. No es que ellos nos estén observando, sino que nosotros ob­
servamos lo que ellos hicieron y pensaron sobre la fe. Su fe fue pro­
bada suficientemente por su testimonio. Debemos mirar su historia.
Todos esos héroes de la fe todavía hoy nos hablan como lo hizo Abel
en la antigüedad (I Teb. 11:4). Hay recursos inmensos de biografías en
la Biblia y fuera de la Biblia, hay una larga lista de predicadores cris­
tianos que deberíamos conocer, pero a quienes descuidamos con de­
masiada frecuencia. El leer lo que hicieron nos alentará para «dejar
lodo lo que estorba» no simplemente los pecados en los que uno
podría pensar así de primeras, sino el pecado que tan fácilmente nos
enreda como una túnica que se enrolla alrededor de nuestras pier­
nas cuando estamos tratando de correr una carrera. Debemos libe­
rarnos de este exceso de equipaje si es que vamos a hacer nuestra
gran obra para el Señor, así como el atleta en los juegos olímpicos
echaba a un lado sus vestiduras y comenzaba a competir en serio.
Al desembarazarse de toda la vestimenta ajustada y al dejar a un la­
do todo el peso, corría con toda su potencia como si le fuera en ello
la vida, para ganar la corona corruptible de victoria. En nuestra ca­
rrera, todos podemos ganar.
TTay más de una cosa que el predicador tendrá que arrojar a un
lado, cosas que no son malas en sí mismas pero que son l u í impedi­
mento para proseguir la carrera. Para ganar la carrera del gran pre­
dicador, puede tener que renunciar a su agencia de compraventa de
automóviles, o a algún otro tipo de negocio. Puede tener que renun­
ciar a algo que es totalmente correcto para que lo haga otra perso­
na, pero que, al igual que una prenda de vestir suelta, lo enredaría
com o siervo del Señor. Debe liberarse de todas esas cosas.
Al estudiar esta lista de testigos aprendemos una gran verdad, y
es que dieron testimonio de la realidad. Esos verdaderos testigos de
Dios no buscaban fama personal, o notoriedad o gloria, o conseguir
que su nombre estuviera a la cabeza de alguna lista en el boletín de
la Asociasión o la revista de la Unión. Esos hombres y mujeres lo hi­
cieron todo para la gloria de Dios.
Fn su libro The Dark Mile [I.a milla oscura}, John Hutton se refie­
re a la «Bishop Blougram's Apology» [Apología del obispo BlougramJ
de Browning. (A propósito, me parece que cada predicador debería leer
los poemas de Browning empezando por el primero y terminando
por el último.) Vale la pena que lodo predicador le dedique quince
minutos de lectura al poema sobre el obispo Biougram. Blougran
habla de Verdi, el gran compositor y director de orquesta. Escribió
algunas óperas buenas, y algunas no tan buenas. Estaba dirigiendo
una de sus peores óperas en Florencia ante un gran auditorio. De­
bido a su fama como músico, su nombre arrastró a la multitud. Pen­
saron que la composición debía ser buena porque la había compues­
to Verdi. Al terminar esa representación teatral, el auditorio se le­
vantó y lo aplaudió y le arrojó rosas. Lo aclamaron atronadoramen­
te como si hubiera ejecutado una obra maestra. Verdi sabía que ha­
bía fallado en hacer lo mejor que podía, sin embargo, recibió todos
esos aplausos. Se inclinó y se volvió a inclinar Estaba en pie escu­
chando complacido la ovación y la aceptó, hasta que mirando a to­
dos lados y vio al gran maestro Kossini. Allí estaba sentado en su
palco, y sencillamente lo miraba, como para decirle: «¡ Verdi, Verdi...!»
Entonces Verdi se vino abajo y desapareció tan rápido como le fue
posible.
Y así es con los que eligen las alabanzas humanas. Algún día, en
algún lugar, captarán la mirada de algún adorador sincero, o la mis­
ma mirada de Dios, y entonces, ¡qué bochorno! No servimos por la
alabanza o por el honor de la gloria. De hecho, cuando predicamos
como es debido, no nos faltan críticas ni reproches, y a muchos no
les complace nuestra predicación.
Podemos aprender mucho de la vida v la predicación de esos
predicadores que aparecen en la Biblia y en la historia de la iglesia.
De nuevo vuelvo a decir: ¡1 .ean biografías! Emerson dijo una vez: «No
hay historia, solamente biografías». ¿Por qué no las usamos más? lia
habido muchas historias de la predicación, pero ninguna de ellas
completa. Hasta hoy nadie ha publicado una historia completa de la
predicación cristiana. Lo más cercano a eso fue la de Dargan, publi­
cada en 1912, pero falleció antes de que estuviera terminado su to­
mo final sobre la predicación americana. C ompletó solamente la par­
te que se refiere a Europa.
El Dr. W. G. Blaikie escribió un magnífico libro sobre la predicación
escocesa, titulado i he Preachers in Scoiland Frtmt the Sixth to the Nineteenth
Century jí .os predicadores en Escocia desde el siglo VI hasta el siglo
XIX], publicado en 1888. Naturalmente, Escocia ha estado a la cabe­
za de la predicación en el mundo cristiano.
Probablemente la historia más excelente de la predicación que
alguna vez se haya intentado escribir es una que justamente se aca­
ba de completar, The History o f Preaching in Britain and America [La
historia de la predicación en Gran Bretaña y Norteamérica] de E K.
Weber, una obra en tres tomos. Hasta este momento no se había
intentado publicar una historia exhaustiva de la predicación en el
mundo de habla inglesa. Este escritor comienza con un periodo bas­
tante olvidado, el período de la iglesia celta en Inglaterra, Irlanda,
Cales, Comualies y Escocia. Sobre esto se ha publicado bastante
material nuevo en años recientes, y realmente vale la pena leerlo.
Van a distintar especialmente si tienen algo de sangre inglesa, irlan­
desa, escocesa, galesa o de Comualies en sus venas, porque esta par­
te de la historia de la predicación nunca antes ha sido tenida real­
mente en cuenta, y aunque se ha dicho que nadie puede ser teólogo
a menos que sea escocés o alemán, ha habido grandes predicadores
de origen celta. Consigan el libro de Webber. Les va a llamar la aten­
ción desde el principio hasta el fin, la predicación en Gran Bretaña
y en los Estados Unidos com o no lo había conseguido antes ningún
otro libro.
No solamente es una historia, sino una compilación de biogra­
fías de grandes predicadores, y sería muy bueno que todos la leyéra­
mos, o por lo menos las partes más importantes de la obra. Por su­
puesto, hay algunas páginas que son aburridas, lo que es algo natu­
ral, con largas listas de personajes de los que no conocemos nada;
pero la mayor parte de la obra los conmoverá y los alentará. Sin du­
da que la tienen aquí en las bibliotecas. Muy bien, tenemos la obra
de Dargan para la primera parte, de toda Europa después tomando
a Webber desde allí en adelante, tenemos una historia completa de
la predicación.
Al hacerlo así descubrimos un hecho muy importante: Nosotros
como predicadores adventistas del séptimo día no estamos solos en el
mundo. Cn verdad «tenemos en derredor nuestro tan grande nube de
testigos». Estamos al final de una sucesión que se remonta a través
de los siglos hasta el mismísimo Abel, una sucesión en la que no hay
prácticamente brechas, una sucesión de hombres de Dios que escu­
charon la Palabra de Dios, que fueron y son predicadores bíblicos, hom­
bres que amaron a Dios, muchos de ellos incluso hasta la muerte,
sucumbiendo com o mártires de Jesús. Desde los tiempos del Nuevo
Testamento, algunos de estos hombres no tuvieron toda la verdad,
por supuesto, pero amaron a Dios, amaron al Señor Jesucristo, acep­
taron la inspiración y la autoridad de la Palabra de D os, amonesta­
ron a las gentes contTa el pecado, y testificaron de Jesús como el
único Salvador de la humanidad pecadora.
A propósito, si alguna vez consiguen aquel viejo libro escocés,
Peden the Prophet JPeden el profeta], asegúrense de leerlo. Les conta­
rá sobre un predicador poderoso que tuvo que vivir la mayor parte
del tiempo al aire libre en escondrijos cubiertos de moho, de donde
se había extraído turba, que tuvo que andar huyendo de acá para
allá por los páramos de Escocia; para escapar de los esbirros de Lord
Claverhouse. Tuvo el espíritu de profecía lo mismo que la hermana
White, pero su biógrafo trata de descartar y de disimular eso. «Por
supuesto, no fue así» dice el biógrafo, y sin embargo tuvo que re­
gistrar esas cosas en su biografía. Ya ven, el autor del libro no creía
en el espíritu de profecía.
Alexander Peden fue uno de aquellos grandes predicadores es­
coceses, y sucedieron las cosas que el Señor le había mostrado que
ocurrirían. Le mostró que no moriría a manos de sus perseguidores,
sino que moriría en la cam a. Y así fue. Pero después de su entierro,
la soldadesca cruel sacó su cuerpo del panteón familiar y lo colgaron
sobre una horca en una colina. Es un relato muy interesante la forma
como profetizó, y está escrito de su puño y letra, que sería enterra­
do en medio del pueblo de Dios. Pero allí estaba, colgado en una hor­
ca sobre la colina.
Cuando una condesa que vivía cerca vio su cuerpo colgado,
quedó indignada, aunque ella misma no favorecía las opiniones re­
ligiosas de Peden. Informó al gobernador, que en lo religioso tam­
bién era contrario a Peden, pero que se enojó tanto por lo que habían
hecho los soldados que dijo: «Mi administración estableció esa hor­
ca para ladrones y criminales, no para predicadores del evangelio.
Vayan y bájenlo y entiérrenlo en el lugar donde lo sacaron o si no al
pie del patíbulo». Lo enterraron al pie del patíbulo, y todo creyente
fiel de aquella región de Escocia anhelaba ser en tem d o a su lado,
tan cerca como fuera posible del pie de la horca. Por esta razón, hoy
día hay un gran cementerio justo alrededor de ese patíbulo.
Todos esos hombres de Dios predicaron a Cristo crucificado a
través de las edades, y todos predicaron la justificación por gracia,
por medio de la fe. No tenían el conocimiento de la verdad que nos­
otros tenemos; v supongo que si el tiempo continuara mil años más,
la gente que viviera justo antes del fin tendría más verdad de la que
nosotros tenemos. No debemos ir por ahí hinchando pecho y pen­
sando que somos maravillosos porque tenemos toda la verdad. No
tememos toda la verdad; ninguno de nosotros la tiene toda. Senci­
llamente, nos aproximamos a ella. listamos estudiando, y deberíamos
crecer en la gracia y en la luz de Dios. Debemos creer que «la senda
tie los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta lle­
gar el pleno día» (Prov. 4:18). Ciertamente los creyentes hoy debería­
mos tener más luz que los que vivieron ayer, especialmente cuando
ese ayer fue hace quinientos o mil años.
Pero, quién puede decir a quién recompensará el gran Juez de
todos los predicadores en el día de la cosecha, si al hombre que tuvo
menos luz y la siguió más ferviente y fielmente, o al hombre que tu­
vo una luz mayor con menos peligros y problemas y la sigue menos
exactamente, menos fielmente. Tengamos la certeza de que seguimos
la luz con tanto fervor y con tanto sacrificio como esos personajes de
las edades pasadas lo hicieron. Me parece a mí que muchos nos aver­
gonzarían.
De muchos de estos hombres en esta «nube de testigos» conoce­
mos muy poco porque sus vidas estuvieron ocultas por la cortina de
humo de sus enemigos. Fueron difamados, mal comprendidos, des­
critos engañosamente, como leemos en el libro de Apocalipsis. Hay
cristianos hoy en día en muchas remotas regiones del mundo y na­
die sabe cómo llegaron allí. Hay evidencias y tradiciones y testimo­
nios grabados en piedra y en manuscritos, en lugares remotos de
Asia central, China e India. Alguien predicó el evangelio allí. En el
sur de la India están los cristianos de Santo Tomás y otros. ¿Cómo
consiguieron llegar allí? Hasta donde sepamos, estaban allí desde
los tiempos más remotos. Cuenta la tradición que el apóstol Tomás
predicó allí y esos hindúes cristianos le mostrarán su tumba. Puede
ser que esté allí. Alguien les predicó a Cristo a aquel pueblo en la
tierra de los brahmanes. Por supuesto, se ha deteriorado a través de
los siglos y ya no tienen la luz como la tenemos nosotros.
De las tierras de Siria fueron misioneros al lejano occidente, a lo que
ahora llamamos Francia c Inglaterra, mucho antes que el misionero
católico romano Agustín desembarcara en las playas de Inglaterra
en el año 597. Cuando llegó allí, había una iglesia cristiana bien esta­
blecida en Gran Bretaña. Es evidente que hubo predicadores cristia­
nos en la pagana Irlanda antes que Patricio, aquel siervo de Dios que
hizo tanto para llevar la luz del cristianismo a los druidas de aquella
belicosa tierra. Leemos las palabras de una parte de su libro Confession:
«Yo, Patricio, un pecador, el más rudo y el menor ce todos los fie­
les, y muy despreciable para muchos, tuve a Calpurnio por mi padre,
un diácono, hijo del tallecido Potio, el presbítero que moraba en la
aldea de Banavan, en la Tibemiá, porque tenía una pequeña granja
cerca del lugar donde me capturaron. Tenía entonces dieciséis años.
No conocía al verdadero Dios y fui llevado cautivo a Irlanda con
muchos miles de hombres de acuerdo con nuestros merecimientos,
porque caminábamos lejos de Dios y no guardábamos sus manda­
mientos».
Esta es la confesión de Patricio, donde no aparece ni la más leve
mención al papado ni a nada semejante. Confio joven, fue llevado al
cautiverio por una banda de piratas que hacían incursiones por las
costas, y lo llevaron a Irlanda. En aquel tiempo, la mayor parte del
norte de Irlanda era pagana. Durante los seis años de su esclavitud
aprendió el idioma celta en su variante irlandesa. Dios lo estaba ins­
truyendo en la obediencia por medio de las cosas que sufrió. Por úl­
timo, se escapó de su cautiverio, se embarcó en un navio y llevó con
él un gran número de perros de caza a las CLilias. Allí recibió mía
educación cristiana, pero en su corazón parecía oír voces desde los
bosques de Irlanda que le suplicaban: «¡Ven aquí, ven aquí y ayúda­
nos!». Ni las lágrimas de sus padres, ni las razones de sus maestros
y amigos pudieron retenerlo. Lo volvemos a encontrar en la isla Es­
meralda entre los druidas del gran rey Lóigaire en Tara y lodos los
reyezuelos de irlanda.
Pue una vez a Antrim y trató de convertir al hombre que había
sido su capataz de esclavos. í\o tuvo éxito en esto, pero ganó mu­
chos conversos. ¡Qué gran predicador!
Después fue a Tara, la capital de Irlanda, -el arpa que una vez es­
parcía la música del alma a través de los salones de lora», según lo ca­
lificó lomas Moro. Allí ante* el jefe de los druidas y el rey de lrianda pre­
dicó el evangelio de Cristo mucho antes de que los misioneros católi­
cos romanos llegaran a Irlanda. Pronto tuvo Irlanda un gran sistema
de educación cristiana y misioneros que iban por todo el mundo.
1 lay algunos libros tardíos escritos sobre todos ellos, y que son muy
interesantes. Los libros antiguos hablaban de monjes, y teníamos
una idea de que los católicos romanos hicieron esa tarea. En absolu­
to. Hubo jóvenes que se reunían en grupos para estudiar y que se*
mantenían por sí mismos, hombres como Columba y Columbano.
Me interesé especialmente por Columba, un joven que íue ins­
truido en una de las escuelas cristianas fundadas por Patricio. No
hay duda que la mayoría de nosotros lia escuchado el relato de su
verdadera conversión. Era un cristiano nominal, perteneciente a una
casta principesca, de sangre real. Se dice que un día se le ocurrió la
idea de hacer él mismo una copia del libro de Salmos. T.a hizo sin el
permiso de su maestro y trabajaba de día en día, todo sin que lo
supiera aquel respetable personaje, hasta que al fin completó el li­
bro. Cuando el maestro lo descubrió, le exigió que le devolviera el libro
a él, ya que había sido copiado de su libro.
El caso l'ue llevado delante del rey supremo en el primer pleito
registrado de reclamación de derechos de autor. Dijo el rey: «Como
un ternero le pertenece al hombre que es dueño de la vaca, asi el
pequeño libro que salió del libro grande le pertenece al hombre que
es dueño del libro grande. Por lo tanto el libro ternero fo libro pe-
queño] le pertenece al hombre que es dueño del libro vaca [o libro
grande |».
Esto encolerizó tanto a Columba que él y sus amigos provocaron
un tumulto que terminó en una guerra, durante la cual murieron
centenares de combatientes. Entonces, impresionado por la concien­
cia, porque él, un cristiano, había provocado la muerte de tanta gen­
te, Columba reunió a su alrededor doce discípulos jóvenes y le pro­
metió a Dios que irían a algún país tan lejano que ni pudieran ver las
colillas de su am ada isla del Eire, y que predicarían a Cristo hasta
que hubieran ganado tantos paganos para él como hombres habían
sido muertos en ese conflicto terrible e inútil.
Y así se pusieron en marcha en su pequeña barquilla de cuero, un
extraño bote circular hedió de piel de toro, estirado sobre el tronco de
un sauce; Se detuvieron en una isla en el niar de Irlanda y ascendie­
ron al monte más alto, pero todavía podían ver Irlanda. Así que fueron
m ás lejos al norte y finalmente desembarcaron en lona, la pequeña
isla solitaria justo fuera de la costa de Koss del Mull, uno de los pro­
montorios occidentales de Escocia. Desde allí no podían ver Irlanda;
así que levan la ron sus pequeñas chozas y comenzaron a organizar
una escuela para adiestrar a los jóvenes a fin de que fueran y predi­
caran a los paganos pidos y escoceses. TToy los turistas en Europa en­
cuentran los nombres de esos jóvenes en Suiza, Francia y Alemania,
así como en Alemania Occidental y a lo largo del Danubio.
Esos jóvenes predicadores celtas, irlandeses y escoceses-irlande­
ses continuaron su obra desde Tona durante doscientos o trescientos
años, hasta que llegaron los vikingos y mataron a cincuenta y dos de
sus jóvenes estudiantes, quemaron sus edificios y destruyeron todo
lo que encontraron. Lo reconstruyeron, pero siete años más tarde los
vikingos volvieron a destruir todo lo que habían hecho. Quedó en
minas por muchos siglos, pero en el presente, la lona Fellowship [Fra­
ternidad de lona] está restaurando esos edificios. Si viajan alguna
vez a Europa, no dejen de visitar Tona. Realmente hará estremecer su
alma. Antaño la llamaban la Isla Santa. En la Edad Media fue consi­
derado un lugar santo, de tal forma que cuando se anunciaba que iba
a venir otro diluvio para destruir al mundo, se creía que la isla de
Tona era el único lugar que no sería anegado. Así que todos deseaban
ser enterrados en esa isla. Se dice que hay cuarenta y siete reyes ente­
rrados allí, reyes de Escocia, Noruega y otros países, todos sepulta­
dos en aquella pequeñita isla, de tres millas (unos cinco kilómetros)
de largo por dos millas y media (irnos cuatro kilómetros) de ancho.
La gente que está llevando a cabo la obra de reconstrucción son
presbiterianos que creen que la iglesia ha apostatado tanto que nun­
ca será capaz de terminar su obra en el mundo, hasta que retorne a
los fundamentos y comience de nuevo, como hicieron Columba y
sus seguidores.
Es una experiencia conmovedora encontrar a algunos de esos
hombres allí mientras construyen de nuevo esos edificios. Y ustedes
pueden caminar hoy soba* el mismo empedrado por donde Columba
y sus compañeros caminaron en la antigua iglesia de casi un mile­
nio de antigüedad.
Lo interesante de eso es que el noble escoces que era dueño de la
isla les permitió reedificarla con la condición de que cualquier deno­
minación cristiana pudiera usar los edificios. Qué lugar maravillo­
so sería para tener una convención con nuestros pastores, allí, en me­
dio de esos soli la ríos lugares y caminar sobre las losas que una vez re­
sonaron por las pisadas de aquellos consagrados héroes que se pre­
paraban para ir a realizar una evangeli/ación mundial. Qué lugar
para la oración y la meditación. Sería realmente una experiencia ma­
ravillosa.
Pero irnos ciento sesenta y cinco años antes de que Columba de­
sembarcara en Tona, Ninian, un predicador británico, llegó a ser el pri­
mer misionero en el norte, en el país que ahora llamamos Escocia.
Recibió su instrucción en Roma, pero recibió la fuerte influencia de
Martín de Tours. Edificó una iglesia a la que le puso por nombre
Candida Casa ILa Casa Blancal. Sus minas pueden verse hoy día, jus­
to en lo alto de la Bahía Wigtown, en la costa sur de Escocia.
También debemos mencionar a Piran, el gran apóstol de Comualles.
Nacido en Trlanda, cruzó el mar céltico para predicar a los paganos
naturales de Cornualles, desembarcando cerca de lo que ahora es
Perranporth, o Puerto de Piran. Llegó a ser un diligente estudiante de
las Escrituras y tuvo gran éxito en su predicación. Antes de su muer­
te llamó a sus seguidores para que estuvieran a su alrededor y les
aconsejó que investigaran las Escrituras diariamente, y advirliéndo-
les del anticristo venidero, el cual, declaró, intentaría destruir la obra
de la Iglesia Celta que él había fundado y en su lugar fundar una
iglesia espuria. Sabemos, por supuesto, que eso sucedió cuando los
misioneros papales llegaron allí más larde y finalmente consiguie­
ron el control de las Tslas Británicas.
Corre demasiada sangre de Comualles por mis venas como para
no estar interesado en Piran. Pueden ir hoy a Comualles y ver los ci­
mientos de la diminuta iglesia de Piran de doce pies y medio por vein­
ticinco pies y medio (menos de 32 metros cuadrados), que aim está
allí donde fue y comenzó a predicar a aquellos paganos.
No tomaremos tiempo para hablar de aquellos grandes predicado­
res como Columbano de Finbar, Petrock, Cíall, Aidan y o tíos; o Camgal.
que instruyó a cientos de predicadores en aquellos primeros días. Un
historiador dice: «Aquellos hombres podían predicar el evangelio con
la elocuencia sin par de los celias, pero hicieron más, vivieron el evan­
gelio».
Después llegaron las invasiones de los angios y los sajones, las in­
cursiones de los vikingos, l3 opresión de Roma por medio de la mo­
narquía y otros gobernantes; y la predicación cayó en una gran oscu­
ridad. Sin embargo, hubo algunos hombres fieles que proclamaron
la Palabra de Dios.
Muchos de* los predicadores más populares de aquellos días creían
que estaban obligados a dar, no solamente el sentido literal del texto,
y ahora no estoy hablando sobre los predicadores católicos que llega­
ron durante la primera parte de la Edad Media, sino que me refiero
a la enseñanza alegórica o parabólica, la tipológica, la etimológica,
la anagógiea {interpretación espiritual o mistical, la analógica, la
típica o ejemplar, la anafórica o proporcional, y al significado místi­
co o apocalíptico de cada texto. No es maravilla que aquellos pobres
campesinos no pudieran entender ni que el pueblo perdiera el inte­
rés en los sermones, y si nosotros somos boy demasiado místicos
nos pasará lo mismo.
Aunque la predicación en aquellos días la hacían los monjes en
los monasterios fundados por la iglesia papal, y todo e n en latín, ha­
bía unos pocos monjes que salían y predicaban al pueblo en idioma
vernáculo. Pero, fue im tiempo funesto para la predicación.
A principios del siglo XIII, llegaron a Inglaterra los frailes predi­
cadores, los franciscanos y los dominicos, que predicaban en el idio­
ma del pueblo. Ciertamente no fueron bien recibidos por los sacer­
dotes regulares de los pueblos. Aquellos frailes predicadores fueron
perseguidos tanto como lo fueron Wesley y Whitefield siglos más
tarde. Sin ninguna duda, hicieron mucho bien. Pero, y es penoso de­
cirlo, después de aproximadamente cien años, aquellos frailes llega­
ron a ser ricos y populares, ediíicaron grandes monasterios al igual que
los otros, y la predicación volvió a declinar. Siendo lo que es la natu­
raleza humana, cuando su influencia llega a ser considerable, la gen­
te pierde el celo misionero.
El periodo de quinientos años antes de la Reforma fue la gran
época de edificación de iglesias, de esas catedrales gigantescas, «ser­
mones en piedra», que se levantaron por toda la Europa cristiana.
T.a predicación decayó; la construcción de templos fue hacia arriba
y ocupó su lugar.
Más o memos por el año 1050 cuanelo Eduardo el Confesor, comen­
zó la nueva Abadía de Westminster, parte de la cual aún está allí para
que la vea cualquiera que la visite hoy, se levantaron iglesias por toda
Inglaterra, las grandes abadías de San Albano, Glastonbury, y Exeter.
Buena parte ele los clérigos llegamn a ser arquitectos y maestros de
obras, hombres como Lanfranc de Canterbury, Guillermo de Wykeham,
y el obispo Branscombe de Exeter.
Mi padre me dijo que, cuando era un niño, acostumbraba a jugar
sobre la zona empedrada delante de la puerta del frente de la cate­
dral de Exeter; que se acordaba de la fachada de ese edificio, cubier­
to con imágenes de grandes personajes de la antigüedad. Debajo del
brazo de uno de ellos había una bala de cañón. Cuando Cromwell
luchaba contra Carlos 1, Exeter resistía en favor del rey. Cuando los
ejércitos de Cromwell estaban sitiando la ciudad, se disparó una ba­
la de cañón sobre la muralla y se introdujo debajo del brazo de esa
imagen. Naturalmente, cuando estuve en Inglaterra, fui a ver la ca­
tedral de Exeter y efectivamente, ¡aún estaba la bala de cañón deba­
jo del brazo de la imagen! El frente del edificio está cubierto con
imágenes de David, los apóstoles y profetas que están allí en pie, del
tamaño natural y más grande.
Esos grandes edificios se construyeron en un tiempo cuando la
predicación estaba en crisis. Se espiritualizaron la mayoría de los
episodios del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, La gen­
te se alimentaba con alegorías. 1.a predicación estaba en su punto
más bajo, aunque aquí y allí había hombres fieles que hicieron lo me­
jor que podían, y dejaron brillar la luz y predicaron sermones bien
hechos, porque ninguna era estuvo sin sus testigos. El sacerdote lo­
cal no podía predicar más y sencillamente abandonó. Así que les di­
go lo que hicieron. Se reunieron los obispos de la iglesia y escribie­
ron una cantidad de sermones y los pusieron en im pequeño libro
llamado el Book of Homilies (Libro de homilíasl que se leía a la gente
los domingos. Esas exposiciones sencillas y prácticas de la Escritura,
algunas de ellas muy bien adaptadas a las necesidades de las con­
gregaciones se usaron en lugar de los sermones originales. Y, de pa­
so, ahora ustedes pueden conseguir esos libros antiguos. Sin embar­
go, el idioma está tan pasado de moda que no les sería de mucho be­
neficio para su trabajo en la actuaÜdad. Tal vez deberíamos obtener
algunos libros de homilías. Podrían ser mejores que algunas de las
cosas que conseguimos. Si tuviéramos un buen libro de sermones en­
viado por la Asociación General o por la Asociación Ministerial, al
menos podríamos leer un sermón, y la gente recibiría algo. De cual­
quier forma, algunos de nosotros leemos homilías. ¿Por qué no te­
ner algo bueno?
Uno de los mejores predicadores, en aquellos tiempos oscuros
fue Stephen Langton. Por supuesto, todos ustedes han oído hablar
de él- Estudió en la Universidad de París y lo consagraron al fin
arzobispo de Canterbury. No solo fue un gran predicador en aque­
llos días aciagos para la predicación, fue uno de los muy pocos obis­
pos o arzobispos que sabían predicar. Resulta paradójico, pero en
toda la historia de la iglesia, los arzobispos y obispos han dejado po­
cas huellas como predicadores. Supongo que estaban tan atados a
su función administrativa que no podian seguir el ritmo de su estu­
dio de la Biblia y lectura, y así sucesivamente. Pero Langton fue uno
de los hombres que predicaron. Se puso al lado de los balones en su
conflicto con el rey John, en 1215 y puso su firma en la Caita Magna,
uno de los grandes fundamentos de la libertad política y religiosa
com o la entendían los pueblos anglosajones. Así que podemos agra­
decer a un gran predicador su ayuda al darnos nuestra libertad a los
norteamericanos, porque nuestra constitución [la estadounidense!
de algún modo se remonta la Carta Magna, que en gran medida se le
impuso al reacio rey, por medio de h influencia de Stephen Langton.
quien fue un gran predicador y administrador de la iglesia.
Y ahora llegamos a Wiclef, el Lucero de la mañana de la Refor­
ma, como se le llamó. Lean sobre él en kl conflicto de los siybs. Wicleí
fue un predicador tremendo, un sacerdote católico romano, si, pero
un predicador enérgico, un hombre de Dios. En aquellas días casi
los únicos predicadores que había, estaban vinculados a la Iglesia
Católica; pero muchos de ellos fueron fervorosos hombres de Dios,
de acuerdo a la luz que tenían, y Wiclef fue uno de ellos.
Debido a que Wiclef predicó la Palabra en el idioma del pueblo,
y también tradujo la Biblia al idioma inglés, sus «conclusiones» fue­
ron condenadas por sus superiores y en 1378 fue llevado al Palacio
Lambeth para probar su inocencia de las acusaciones, delante de los
prelados que lo habían convocado.
Mientras estaba en pie ante sus jueces, se produjo un tumulto en
la sala. Más o menos al mismo tiempo llegó un mensaje de la reina
madre para el sobreseimiento. Después de eso, murió de repente el
papa Gregorio XI. De esa manera el Señor salvó la vida de Wiclef.
¡Ya pueden decir nuestro sistema de organización que ahora es
complicado! Quiero decirles que no es nada comparado con lo que
era la organización eclesiástica por aquel entonces. Aunque podía cos­
tar la vida de un hombre en aquellos días, Wiclef salió y organizó un
cuerpo de predicadores itinerantes, los «predicadores pobres» como
los llamó. Todos usaban el mismo tipo de vestimenta, una túnica sen­
cilla de color rojizo, iban de dos en dos y predicaron por toda In­
glaterra. Eran escogidos por su carácter, su celo religioso y su educa­
ción. Vivían de una manera sencilla y servían sin salario, ganando su
propio sustento mientras predicaban, o apoyados por amigos. Se les
dijo que predicaran solamente las verdades de la Escritura. Wiclef de­
claró que « luí hombre sencillo, si la gracia de Cristo está en él, es más
útil para la iglesia que muchos eruditos, ya que muestra la ley de
Cristo, humilde y abundantemente por obra, asi como por palabra».
Esos predicadores de Wiclef fueron llamados 1olardos, y muchos
de ellos fueron perseguidos y muertos mientras se hallaban en algu­
na de sus largas giras. H ay una gran torre, exactamente al cruzar al
otro lado del río de la Abadía de Westminster que se llama, la Torre
de los Lolardos. Está frente al Palacio Lambeth, donde el arzobispo de
Canterbury tiene su sede misionera en Londres. En esa torre, y también
en lo que se llama Bishop Burner's Coal Hole, muchos de estos pobres
hombres estuvieron encerrados y sufrieron por su fe. Esos hombres hu-
m ildes proclamaron la verdad en una época extremadamente dura pa­
ra los predicadores. Así que, ¡cuánto podemos aprender de ellos! For­
man una parte de esta «nube de testigos». Algún día, Dios revelará
sus nombres; estarán escritos con honor en su ciudad gloriosa.
Wiclef murió de muerte natural; pero, después que lo hubieron
enterrado, el odio de Roma contra él era tan grande que desenterra­
ron y quemaron sus restos, y las cenizas fueron esparcidas sobre el
río. Así que los grandes predicadores no siempre fueron populares.
Pasaron los años, y de pronto entró en escena uno de los más
grandes predicadores de lodos los tiempos, Martín Lulero. Después
de él> y obteniendo mucha inspiración de T.utero, aparecieron Cranmer,
Latimer, Ridley, y otros por toda Inglaterra. Muchos de aquellos hom­
bres fueron quemados en la hoguera.
Después surgió John Knox en Escocia. ¡Qué gran predicador tam­
bién! Siendo ya, anciano, tenían que subirlo al pulpito, que en aquellos
días era una especie de barril. Y cuando comenzaba a predicar se en­
cendía en fervor de tal manera que el pueblo tenía temor de que apo­
rreara tanto el púlpito que lo redujera a pedazos. Pues sí, ese era Knox.
Ustedes querrán leer soba* John Knox. Podríamos hablar de él por
horas. La reina María trató de cautivarlo por su belleza y personalidad.
No pudo conseguirlo, así que lo amenazó. Le dijo: «Le temo más a los
sermones de John Knox que a todos los ejércitos de Inglaterra». Y es
que un día se atrevió a darle a aquella reina una charla realmente
acerba. De todas estas experiencias podemos aprender de John Knox.
Se llegaron a promulgar leyes que suprimían toda la predicación.
Existían ordenanzas que prohibían la predicación de ciertas perso­
nas. Se consideraba la predicación com o una de las armas más po­
derosas, o tal v e / la más poderosa.
Y consideren a Calvino en Francia y Suiza. Aquellos hombres no
siempre predicaban exactamente lo que ustedes y yo predicamos.
Calvino asumió el punto de vista de que en materia de nuestra sal­
vación, Dios hace todo. Algunos de nosotros hemos ido al otro extre­
mo, no creemos que Dios tiene nada que ver en nuestra salvación, to­
do lo hacemos nosotros. La verdad se sitúa entre estos dos extremos.
T.a predicación de Latimer en los días de Enrique VTT1, atrajo más
atención que la de cualquier otro, pero sufrió duramente la persecu­
ción religiosa. Cuando María la Sanguinaria, ascendió al trono en
1553, lo primero que hizo fue encarcelar a Latimer, en la Torre de
Londres, junto con Cranmer, Bradford y Ridley. En 1555 Ridley y
Latimer fueron sacados y quemados en la hoguera cerca del Balliol
College, en Oxford. Hoy hay una columna de piedra en el sitio don­
de murieron como mártires. Alguien describió a Latimer en el día de
su martirio com o «un hombre anciano, que usaba un viejo vestido
raído de pañete de Bristol, ceñido a su cuerpo con una correa de cuero
barato, de la que colgaba por una larga cuerda de cuero su Testamento
fel Testamento griego]; y sus lentes, sin estuche, que pendían de su
cuello, sobre su pecho». F.sas palabras, escritas probablemente por
su asistente, describen su apariencia en su juicio y ejecución. Desde
la hoguera, Latimer se volvió hacia Ridley y dijo: « lén buen ánimo,
maestro Ridley, y sé valiente. En este día encenderemos una luz tal en
Inglaterra, que, confío en la gracia de Dios, jamás se apagará». Y la
encendieron.
A través de todas las edades los predicadores lian pagado un al­
to precio por la libertad para predicar. ¿Apreciamos esa libertad? ¿No
sería mejor para nosotros pensar en Latimer de vez en cuando y agra­
decer a Dios por esa luz que encendió, agradecer a Dios por las ora­
ciones maravillosas que escribió en el Book of Common Prayer [Libro
de la oración en comúnj? Y, a propósito, no era un hombre de rostro
severo, de semblante ceñudo, como algunas veces lo han visto pin­
tado. Era una persona jovial, notable por su agudo ingenio, sus ré­
plicas sagaces, y por su amabilidad. F$ verdad que tenía sus fallas;
no nos resultará difícil encontrárselas. Claro que otros podrían encon­
trar fallas en nosotros, y con mayor razón probablemente. Latimer
no escribió sus sermones como lo hicieron muchos otros en aquellos
días, pero su asistente tomó nota de ellos con una especie de taqui­
grafía. Esa es la forma com o muchos de sus sermones se han preser­
vado para nosotros.
Latimer fue un predicador tail popular que en la Capilla de Santa
Margarita, de Westminster, se apiñaban las multitudes para escu­
charlo hasta que todos los asientos quedaron destrozados y reduci­
dos a pedazos. ¿Reúnen ustedes multitudes como esas? Yo digo, que
vengan. La gente vale más que los asientos. Tuvieron que instalar
un pulpito al aire libre en 57. Paul's Cross [T.a cruz de San Pablo] que
en aquellos días estaba justo al nordeste de la majestuosa catedral
de San Pablo. F.$a cruz era un concurrido punto de encuentro, donde
teman una predicación cada día al aire liba'. Una de las acusaciones
que presentó contra los dirigentes religiosos del país fue que eran
«palacios que no predican». «Prelados que no predican, ministros
ociosos». No seamos nunca «prelados que no predican». Si vamos a
ser prelados, ai menos prediquemos. ¿Qué dicen ustedes? Todo aquel
sobre quien se impusieron las manos de la ordenación ha sido apar­
tado para predicar, más o menos, pero mayormente más.
Consigan alguna vez el sermón de Latimer denominado: «Ser­
món del arado», y léanlo. Les hará mucho bien. Ojalá usted desee
predicarlo algún día, o predicar uno semejante. Latimer ha sido con­
siderado el padre de la predicación inglesa. Fíjense en lo que dijo so­
bre la predicación: «Fia sido contra lo cual luchó más el diablo; ha
sido su máximo interés destruirla. Luchó contra ella tanto como pu­
do. Prevaleció demasiado, demasiado en esa ludia. Ha levantado en
este reino, en este siglo [el XVTTIj, una generadón de prelados que no
predican; un sistema imponente de prelados que no predican; y ha
fomentado con todas sus fuerzas que sé persiga esta labor tildándo­
la de obra de herejes». Es palabra dura, ¿verdad?
Fn ese «sermón del arado», es visible el ingenio de Latimer. Cuen­
ta la historia de un obispo pomposo que visitó una iglesia parro­
quial y no oyó que la campana sonara en su honor. Ya saben, en aque­
llos días se solía hacer sonar una campana cuando el obispo llegaba
de visita. Así que el obispo se lo reprochó y le dijo al pobre párroco:
«¿Por qué no hizo sonar la campana cuando llegué?» El sacerdote y
su congregación le suplicaron al obispo que no se ofendiera, porque
se había roto el badajo de la campana y no había habido tiempo para
conseguir un repuesto. Entonces comenta T.atimer: «Había un laico
más avispado que el resto, y fue al obispo: "¿Por que, ihistrísimo",
le dijo, "hace su señoría un problema tan grande de la campana a la
que le faltaba el badajo? Aquí tenemos una cam pana", y señaló al
pulpito, "que le hace falta el badajo desde hace veinte años, le­
ñemos a alguien que recoge de esta prebenda cincuenta libras cada
año, pero nunca lo vemos". Pueden estar seguros», continuó Latimer,
«de que el obispo era un prelado que no predicaba».
En ese tiempo floreció toda una constelación de grandes predi­
cadores: Thomas Cramer, Ridley, Bilney el católico romano, John
Hooper, John Rogers, Matthew Parker y Bradford. Pod riamos nom­
brar muchos más, pero no tenemos tiempo. Muchos de ellos sellaron
su fe con su sangre. Cuando usted visita hoy en Londres el lugar lla­
m ado Smilhfteld Marker, verá un poste indicador sobre el borde de la
acera, donde se solía colocar la gran hoguera que quemó a aquellos
predicadores. “El fuego de Smithfield; las torturas en Coa», comen­
ta Albert Bamos.
Bradford acostumbraba a predicar cada día, incluso mientras es­
taba en la cárcel, y los carceleros le permitían a la gente entrar para
que lo oyeran. Uno de los famosos dichos de John Bradford, fue el
comentario que hizo cuando vio que llevaban a un criminal al lugar
de la ejecución: «Para allá tendría que haber ido John Bradford, si no
hubiera sido por la gracia de Dios». Esa declaración ha sido atribui­
da a varios, y por supuesto muchos hombres han dicho algo así; pero
Bradford fue el creador de esa frase.
Estuvo también Bernard Gilpin, conocido como el apóstol del nor­
te, un ferviente católico romano. Se enzarzó en una controversia con
Peter Martyr, un protestante, y al reunir material para ese debate, se
convirtió y él mismo llegó a sor un gran predicador pro;estanie. Se
le ordenó comparecer finalmente ante el obispo Bonner en Londres
acusado de herejía. En su viaje a Londres, se quebró una pierna y
mientras se restablecía de su lesión, murió la reina María; así que
salvó su vida. En este caso, ciertamente es claro aquello de que «no
hay mal que por bien no venga».
Siguió el reinado de Isabel 1, la edad dorada de la literatura in­
glesa, la era de Shakespeare, Spenser, Bacon, y el poco común Ben
Johnson. No fue una época de florecimiento de la predicación. La rema
Tsabel no hizo mucho para alentarla. Sin embargo, hubo un largo
período de mejoramiento que comenzó más o menos en sus días.
Después llegamos a la época puritana, un tiempo de auge de la pre­
dicación y mucha persecución, mayormente persecución por la Iglesia
Anglicana y la Iglesia Episcopal de Escocia, y también, hasta cierto
grado, en las colonias inglesas de América. Se promulgaron leyes que
obligaban bajo amenaza de multa a todo el mundo a asistir a la igle­
sia todos los domingos y los días festivos. Cientos de predicadores
que no acataron la ley fueron expulsados de sus hogares. ¿Estarían
ustedes dispuestos a renunciar a su salario y a todo, por su creencia
en alguna doctrina particular? Aquellos hombres renunciaron.
Muchos pastores de la iglesia oficial nunca aparecían por sus pa­
rroquias. Vivían en Londres con un buen salario y dejaban al pueblo
sin predicación. Esto causó muchas criLicas y ayudó a agitar el espí­
ritu del puritanismo y finalmente de los disidentes. Algunos de es­
tos disidentes huyeron del país y fueron a Holanda, donde perma­
necieron durante doce años.
Se embarcaron para América del Norte en el Mayflower en 1620,
para buscar la libertad religiosa.

¿Qué buscan tan lejos?


¿Joyas brillantes de la mina?
¿La riqueza de los mares? ¿El botín de la guerra?
¡Buscan el templo de una fe pura!

¡Ay, llámalo Tierra Santa,


el suelo donde pisaron primero!
Dejaron sin mancha lo que allí encontraron
¡La libertad de adorar a Dios!*
Felicia D. Hernán*

Y nosotros somos los herederos de esa libertad.

• Wlul sought they thu> afar? Bright jewds of tin4mine? I The wealth ofSrtfct? the spoils of war"? /
They sought a failh'¡ypuie shrine'
Ay, <all ¡I holy ground. / where they trod! / Tlwy Jell unstained what ilii-re they found
! Freedom hi worship God
Hi rey Jacóbo hizo frente a los predicadores puritanos en \a Hampton
Court Conference del año 1604. Haló de obligarlos a que siguieran las opi­
niones de la llamada alta iglesia o rama conservadora del anglicanismo.
Finalmente, se levantó, salió de la sala lleno de ira, y dijo: «Haré que
se conformen o los perseguirá fuera del país, o algo peor». Ese fue el
rey jacobo I, él autorizó la famosa traducción de la Biblia, al inglés,
el rey «necio y refinado» como ha sido llamado. Conocía todo, pero
no sabía cómo vivir con cordura.
Después ascendió al trono Carlos I y, con el arzobispo Laud,
apoyó celosamente la rígida ortodoxia anglicana. Un día estaba yo
predicando sobre las persecuciones de los firmantes del pacto esco­
cés de la reforma religiosa bajo Carlos TI, y hablé sobre Gaverhouse,
que fue uno de los que apoyaron aquel malvado programa de per­
secución. Y allí estaba im hombre sentado justo detrás de mí, un
predicador escocés que era un descendiente directo de Gaverhouse,
pero yo no lo sabía. Más tarde se acercó a mí y me dije: «Hermano,
usted dijo la verdad, G averhouse fue mi tataratatarabuelo».
Fn aquella reunión conté cómo uno de aquellos predicadores es­
taba escondido en una cueva, y los creyentes escoceses le enviaban
alimentos por medio de un niño de siete u ocho años, para que no lla­
mara la atención mientras iba a las covachas repletas de moho de don­
de se había extraído hulla. Por fin lo detectaron, y con Gaverhouse
a la cabeza de sus dragones, agarraron al pequeño Jamie.
—Sabemos dónde has estado jamie. Dinos dónde está y llévanos
hasta allí — le ordenaron.
El muchachito contestó:
— No puedo, no puedo.
— Vamos, nos lo dices ahora o si no te mataremos.
— No puedo.
¡Esa es la antigua firmeza escocesa! Finalmente, el mismo Claver-
house agarró al muchacho por el cuello, empujó su caballo hasta el
borde del precipicio y sostuvo al muchachito sobre las rocas.
— Ahora — le dijo— , Jamie, dinos dónde está y llévanos hasta él
o te dejaré caer.
Hl muchachito giró su cuello, lo miró, y le dijo:
— No puedo.
le dejaré caer y hay cien pies hasta abajo — le dijo G aver­
house.
Entonces, el pequeño, mirándolo con una lágrima en el borde de
su ojo dijo:
— No puedo, y no lo voy a decir.
Su madre le había dicho que no lo dijera.
Mis amigos, eso es lo que necesitamos, firmeza, espinazo como aquel:
«No puedo, y no lo voy a decir». Entonces terminó su frase diciendo:
— No es tan profundo como el infierno. Cien pies abajo, pero no
tan profundo como el infierno.
Y esa es también una buena doctrina escocesa.
Después vino la guerra civil. No tenemos tiempo para ver todos
los detalles y lo que significó predicar en los días de Cromwell, quien
también era un predicador, y dirigió un gran ejército en la batalla de
Naseby, que terminó con toda posibilidad de la causa del rey Carlos I
y le devolvió la vitalidad al protestantismo. Recuerden cómo Cromwell
cabalgaba arriba y abajo al frente de aquellos soldados que llama­
ban The Roundhead [los cabezas redondas], clérigos, y muchachos
agricultores, adiestrados para que fueran los soldados más firmes y
duros de aquella época. Cabalgaba al frente de la línea y lanzaba su
grito de guerra para entrar en combate. ¿Saben ustedes cuál era su gri­
to de guerra? Eran las palabras del Salmo 68: «Levántese Dios, sean
esparcidos sus enemigos». ¿Quién no podría luchar con palabras se­
mejantes a esas en su corazón? No sorprende que fuera derrotado el
cuerpo de caballería.
Verdaderamente surgió gran predicación de aquellos grandes do­
lores y sufrimientos y pruebas en aquellos tiempos. Se nos dice que
la predicación anglicana en aquellos días, con frecuencia era más te­
mática que exegética. Esto también sucedía con los puritanos, debido
a la influencia del escolasticismo. Las formas estructurales eran in­
trincadas, con muchas subdivisiones y subsubdivisiones. Las intro­
ducciones eran muy largas. En el sermón, había observaciones, «usos»
o aplicaciones. El predicador puritano intentaba presentar cada deta­
lle posible del tema, ya fuera que hubiera una aplicación práctica a
las necesidades de la congregación o no. Por eso, los sermones eran a
menudo una cantidad de verdades menores, unidas sin mucha cohe­
sión por el texto. Si, como alguien ha dicho, tres sermonctes separados
no hacen un sermón, ¿cómo pueden resultar en una unidad treinta o
cuarenta ideas aisladas? Y sin embargo, a pesar de todo eso, muchos de
aquellos hombres, por su propia grandeza, fueron grandes predicadores.
En nuestros días de sermones de veinte a cuarenta y cinco minu­
tos, es difícil imaginamos a mía congregación puritana escuchando
calladamente una lectura de cuarenta y cinco minutos de la Escri­
tura, dos horas de predicación, dos oraciones cada mía de una hora
completa, dos oraciones cada una de media hora de duración, y una
oración de quince minutos, en otras palabras, un servicio religioso
de seis horas. Los predicadores de aquellos tiempos creían que nin­
guna verdad de la Escritura podía aclararse, ni aun presentarse, en
menas de una o dos horas. Todavía en tiempos de Chalmers, Wesley
y Whitefield se creía que llevaría por lo menos una hora, probable­
mente más, causar impacto sobre los oyentes.
Puede haber algo de verdad en las opiniones de esos personajes.
¿Cómo puede alguien hacer justicia a una gran verdad de la Escritu­
ra en quince o veinte minutos? No son muchos los que pueden desa­
rrollar entusiasmo o claridad en ese tiempo. Se dice que antaño, m u­
chos de los grandes predicadores no podían hablar con calor o entu­
siasmo y causar un buen impacto hasta después de haber predicado
de veinte minutos a media hora. Alguien ha dicho que los «sermo-
netes a menudo hacen Cristianetes».
Los sermones de los puritanos teman muchas fallas Estaban sa­
turados de citas en griego y en latín, y aplicaciones traídas por los pe­
los y simbolismos hilados muy finamente, y, en conjunto resultaban
de una estructura demasiado intrincada; pero la predicación era po­
derosa, y era bíblica.
Aquellos viejos pastores puritanos eran realmente intrépidos y
predicaban largos sermones. En uno de los antiguos libros de regis­
tro de aquellos dias en la Nueva Inglaterra, dice que un domingo, se
reunía el pueblo a las ocho de la mañana, y recuerden que no había
calefacción en aquellas iglesias, y algunas veces había diez grados
bajo cero adentro (unos 25" centígrados bajo cero), así como afuera;
pero por supuesto, ¡eso era lo que los mantenía despiertos! En esos
vetustos registros, ustedes pueden leer que el Dr. Fulano de Tal, oró
con profunda espiritualidad por una hora. Después cantaron un
Salmo; después el reverendo Fulano de Cual, oró con recogimiento
por dos horas. Luego cantaron un Salmo y el reverendo Fulano de
Tal, predicó divinamente por cuatro horas. Después Fulano de l'al,
oró divinamente por una hora. Entonces, cuando se terminó todo,
fueron al hogar para m editar en lo que habían escuchado. Ahora
nos reímos, pero esa era su vida, y aquellos predicadores puritanos
conocían la Biblia y la naturaleza humana.
La iglesia del estado en aquellos días tenía clérigos indolentes,
descuidados, pobremente instruidos, que recibían su apoyo finan­
ciero y un buen trato de algún noble sencillamente por leer cualquier
insulso sermón los domingos. Por otra parte, algunos de los purita­
nos eran estrechos de mente, vociferadores fanáticos, amargados de
la vida. Posiblemente estas sean las excepciones en ambos lados.
En aquellos días los predicadores no se distraían con tantas acti­
vidades. Tenían tiempo para pensar, para estudiar, para redactar sus
sermones antes de predicarlos, y la congregación se hallaba Ubre de
la superorganización que es evidente en muchos lugares hoy en día.
Muchos de los buenos libros sobre el estudio de la Biblia, exegesis y
comentario, que fueron escritos por aquellos líderes puritanos, los
están reimprimiendo ahora, y algunos de ellos son realmente valio­
sos. Ciertamente no nos interesa seguirlos en los intrincados bos­
quejos de sus sermones y su estructuración del material homllélico;
pero podemos aprender mucho de ellos por la vía del fervor, la con­
vicción, y la buena voluntad para sacrificarse por Dios y para haba-
jar duro para predicar la Palabra de Dios de una manera aceptable.
Para ver cómo llega hasta nuestros días la influencia de esos pre­
dicadores puritanos, pensemos en Laurence Chaderton, que llegó a
la Universidad de Cambridge siendo católico romano, y allí aceptó
las enseñanzas de la Reforma. Durante cincuenta años predicó en la
Universidad, y cientos de alumnos universitarios y otros atestaban
la capilla para escucharlo. No solamente era capaz de persuadir a
sus oyentes sino que los motivaba a la acción. Tenía un buen domi­
nio del inglés y un amplio conocimiento de la Escritura, junto con una
voz y una personalidad atractivas. Fue uno de los predicadores de
más éxito de su tiempo. Por su predicación más de cuarenta y cinco
hombres quedaron convencidos de las afirmaciones del protestan­
tismo y llegaron a ser predicadores. Uno de ellos fue su cuñado, Na­
thanael Culverwel. En su congregación, uno de los jóvenes en quien
influyó fue John Winthrop, quien más tarde llegó a ser gobernador de
la Massachusetts Bay Colony [Bolonia de la Bahía de Massachusetts],
Otro fue William Perkins, quien a su vez influyó en John Cotton, más
larde el gran predicador de Boston; y John Robinson, uno de los
líderes y predicadores de los Padres Peregrinos.
No podemos pasar por alto a Richard Baxter en los días de los pu­
ritanos en Inglaterra, aquel hombre pacífico y fiel que predicó en su
iglesia aislada durante todos los días de la guerra y la revolución. Ha­
bía ido a Londres para ser un cortesano, pero en vez de eso llegó a ser
un predicador. Fue un lector diligente. En 1641 fue llamado para ser
pastor en Kidderminster, no lejos de Birmingham y allí se encontró
con un estado de cosas deplorable. La gente era bebedora, impía, in­
moral e ignorante. Los tomó en esa condición e hizo de ellos una iglesia
que hasta este día es una de las iglesias modelo de la historia cristiana.
Uno debería leer la biografía de Baxter. Aunque era un hombre
enfermizo, J'ue incansable en la predicación y en visitar a la gente.
Sufrió mucho por Cristo y fue encarcelado varias veces. Como un le­
gado para nosotros los predicadores, dejó libros entre1lot cuales están
The Reformed Fuslor, Call to the Unvcoiwerted y The Saint's bwrlasting
Rest |E1 pastor reformado, Un llamamiento a los inconversos y El des-
canso eterno de los santos|. En realidad, deberíamos leer los tres,
Estableció la costumbre de predicar un sermón erudito por año, sen­
cillamente para probarle a sus oyentes que él podía predicar así. El
resto del tiempo cuidaba poco de su estilo, pero predicaba con sencillez
y claridad. Fue uno de los predicadores más eminentes de su época.
No podemos dar una historia completa de la predicación, sino
que estamos justamente mencionando algunos de esos hombres de
Dios con los que deberíamos estar familiarizados. Tenemos a Thomas
Mantón, un graduado de Oxford, y uno de los tres amanuenses de la
Asamblea de Westminster. El arzobispo Ussher lo denominó imo de
los mejores predicadores de Inglaterra. Temprano en su vida come­
tió el error de tratar de ser demasiado erudito y hasta escolástico, re­
cargado sus sermones con citas en latín y griego.
En una ocasión, cuando se le pidió que predicara arte el alcalde
o corregidor municipal, pronunció un sermón que fue realmente un
despliegue de conocimiento, pero que contenía muy poco alimento
espiritual o doctrina de la gracia de Dios. A la salida del lugar, un hom­
bre con vestido andrajoso le tiró de In manga de su vestidura de pre­
dicador y le dijo: «Señor, vine esperando conseguir buen alimento
para mi alma, pero pude entender muy poco de lo que usted dijo».
Mantón miró por un momento a aquel harapiento y le dijo: «Mi
amigo, no fui yo quien le dio a usted un sermón. Usted me acaba de
dar uno a mí; y con la ayuda del Dios viviente nunca volveré a ser
asi de necio». A partir de esc día, su esfuerzo principal fue exponer
las verdades de la Palabra de Dios en un lenguaje tan claro que lo
pudiera entender el hombre m ás humilde.
Asi que de nuevo, apelo a ustedes, colegas predicadores, y pre­
dicadores que están creciendo, y a los que pronto serán predicado­
res, para que hablen con claridad cuando predican. Baxter dijo que
lo grande, hay que decirlo claro, tan claro que los muchachos y las
niñas que se sientan adelante puedan entenderlo. Después puede
estar seguro que los otros también lo entenderán.
Y ahora vamos a John Bunyan, del cual dijo Kipling:

Un calderero allí en Bedford,


un vagabundo a menudo en la cárcel,
un soldado raso bajo Fairfax,
un ministro de Dios.*

Tuvo una gran inclinación por las diversiones juveniles. Sirvió


en el ejército Parlamentario durante la campaña decisiva de 1645.
Una vez le habían encomendado una misión, pero en el ultimo mo­
mento enviaron a un amigo en su lugar, el cual perdió su vida en la
batalla. Esto causó una impresión tan profunda sobre Bunyan que
decidió que su vida había sido preservada para algún propósito
importante. Después de muchas sorprendentes e interesantes expe­
riencias, finalmente fue llevado a Dios en la conversión y en 1653
fue bautizado y se unió a la iglesia Bautista. En aquellos días no era
popular ser bautista, muellísimo peor que ser adventista hoy.
No mucho tiempo después de esto comenzó a predicar, y aun­
que no tenía mucha formación cultural, su lenguaje quedó refinado
por la lectura de las Escrituras y por la oración.
Arrojado en la cárcel de Bedford debido a que no cesaba de
predicar, escribió uno de los libros inmortales del mundo, ü Pere­
grino, además de sus otros libros Grace Abounding, The Holij War
[Gracia abundante; I a guerra santal, y otros escritos que no son tan
conocidos. Después de doscientos años, P¡ Peregrino ha sido tradu­
cido a más idiomas que cualquier otro libro, con excepción de la
Biblia.

* A'Hnkóriiiilt'fBedfortf, / A v.Tgrnnt oft in «pKxl. / A private unviarl-iirf.iK, / A minister of (Joct


Bunyan vivió una vida tan cristiana en la prisión, que el carcele­
ro a menudo le permitía ir a casa para ver a su familia. F.n realidad,
se le permitió salir y predicar y volver a la cárcel. Una completa pa­
radoja. Después de pasar doce años en la cárcel, fue liberado y llegó
a ser pastor de la iglesia de Bedford de la cual era miembro. Cuando
fue a predicar a Londres, como tres mil personas se reunieron ¿il ama­
necer para escucharlo.
Un historiador dice que Bunyan era un hombre alto, fornido, de
aspecto vigoroso y pelirrojo. Sus sermones son un poco pobres en
brillo literario y, sin embargo, admirables en su elección del idioma
exacto. Hay algunos que lo clasifican como uno de los dos o tres
maestros más destacados del idioma inglés, claro y directo, de todos
los tiempos. Sus sermones son largos, y con muchas divisiones y
subdivisiones, como era lo corriente en sus días. Sin embargo, hay
mía apelación personal y una profundidad de fervor en esos sermo­
nes, que le traerían fama, aparte de su libro El Peregrino.
Debemos permitir que transcurran y pasen los añes sobre m u­
chos, muchos grandes predicadores. Tenemos a Matthew TTenry, el
predicador inglés inconformista, quien, al igual que John Wesley,
asistió a la escuela que su padre había fundado en su propia casa,
í.legó a ser pastor de la congregación presbiteriana en Chester, don­
de predicó durante veinticinco años. Ahí es donde escribió su co­
mentario en diez tomos, que usan muchos predicadores en nuestros
días. Por supuesto, es devocional más bien que analítico; pero sigue
siendo recomendable que todo pastor lo lea al menos una vez, como
dijo Spurgeon. Whitefield lo leyó de tapa a tapa varias veces, v en la
última lectura declaró que su admiración era tan grande que lo leyó
de rodillas. Y hoy sigue teniendo muchas cosas buenas para los pre­
dicadores. Muchos predicadores jóvenes lo han menospreciado du­
rante los últimos dos siglos y medio, pero cuando estaban en una
emergencia a menudo volvieron a él. Pensamos en Matthew Henry
como escritor, y nos olvidamos que fundamentalmente fue uno de
los grandes predicadores de su tiempo y uno de los pastores más
trabajadores que alguna vez hayan vivido.
También está Isaac Watts, quien fue un gran escritor de himnos.
Muchos de sus cantos están en el himnario que ustedes asaron el sá­
bado pasado, pero también fue predicador. Su padre fue diácono de
la Iglesia Congregacionalista y sufrió persecución por sus opiniones
religiosas. Alguien presentó a la madre de Isaac Watts sentada en las
escaleras de la cárcel de Southampton, sosteniendo un bebé enfer­
mizo en sus brazos, esperando que permitieran salir de la cárcel a
su esposo. Aquel infante era Isaac Watts. Comenzó a estudiar latín
a los cuatro años, y griego a los nueve, francés a los diez y hebreo a
los trece. A los siete, escribía versos. Rehusó aceptar el ofrecimiento
gratis de una beca de una de las universidades, porque eso signifi­
caba acatar las enseñanzas de la iglesia de Inglaterra. Tomó esa de­
cisión cuando tenía dieciséis años.
Watts escribió seiscientos himnos. Entre ellos están; «O Cod, Our
Help in Ages Past» [Eterno Dios, mi Creador] y «When l .Survey the
Wondrous Cross» [Al contemplar la excelsa cruz]. De haber escrito
solamente este último himno, sería honor suficiente para cualquier
hombre por una vida entera de trabajo.
Fue un hombre enfermizo y débil, y murió en 1748. Un amigo suyo,
médico, dijo que habló de las promesas de salvación y de la vida fu­
tura tal como se registra en las Escrituras, y declaró: «Tas creo lo sufi­
ciente como para aventurarme una eternidad con ellas». Un poco más
tarde dijo: «Me acuerdo de que un anciano pastor solía decir que los
cristianos más eruditos e instruidos, cuando están por morir, dispo­
nen únicamente de las mismas promesas sencillas para su sostén
que la gente común e ignorante; y así lo entiendo también yo. Las
sencillas promesas del evangelio son mi sostén, y bendigo a Dios,
son promesas sencillas que no requieren ni mucho esfuerzo ni cien­
cia entenderlas; porque ahora no puedo hacer nada sino buscar en
mi biblia alguna promesa para que me sostenga, y vivir por ella». Y
ese es un buen consejo para nosotros.
Cuando visité la tumba de Lsaac Watts en Bunhill Fields al otro lado
de la calle de la iglesia de Wesley, incliné mi cabeza y cité algunos de
sus grandes himnos. A propósito, bunhill significa «colina de hueso».
Es el lugar donde acostumbraban a arrojar los huesos de los mártires
allí afuera en un campo. Ustedes podrían decir que ahora es el ce­
menterio sagrado del mundo protestante.
Después está William Law, que ejerció gran influencia sobre John
Wesley, y Cieorge Whitefield, Samuel Jolmson, Edward Gibbon, y
Philip Doddridge, autor de Rise and Progress o f Religion in the Soul
[Surgimiento y progreso de la religión en el alma], y también muchos
himnos magníficos. Doddridge también fue un experto en taquigrafía.
Fra un hombre enfermizo, y murió a los cuarenta y nueve años, buc
un verdadero predicador de Cristo y de él crucificado, y en sus dis­
cursos a ios estudiantes de teología siempre insistió sobre el gran
plan de la predicación tal como se revela en las Escrituras. Dijo en
una ocasión: «Exhortaría estrictamente a todos los que están desig­
nados para esta gloriosa obra, a que prediquen a Cristo, que insis­
tan sobre él como el único fundamento de la esperanza de gloria,
que trabajen para que él pueda estar en todos los oyentes por una fe
viva, y no solamente por una profesión externa».
V llegó al mundo, como un soplo del cielo, un gran despertar evan­
gélico. Hubo una poderosa reacción contra generaciones de agota­
miento espiritual. Llegamos a las colonias norteamericanas y William
Tennent que en 1736 construyó su famoso «colegio de troncos» en
Neshaminy, unas millas al norte de Filadelfia, donde instruyó a jóvenes
para que fueran pastores presbiterianos. De allí salieron sus cuatro
hijos como grandes predicadores: Gilbert, William, Charles y John.
Jonathan Edwards fue contemporáneo de Gilbert Tennent, que
comenzó su gran obra en Northampton, Massachusetts. Fue teólo­
go, filósofo y un predicador poderoso, así como presidente de co­
legio superior. Hace algún tiempo, con un amigo estuve al lado de
la tumba de jonathan Edwards en Pmiihitiul Row, en el cementerio de
Princenton, y me vmieron a la mente estas palabras de Wniltier, del
poema «The Preacher», dedicado a George White field

En la iglesia del desierto trabajó Edwards,


modelando su credo en la fragua del pensamiento,
y con el mismo martillo de lhor unió y dobló
ios eslabones de hierro de su argumento,
que se esforzó en empuñar en su poderoso palme
¡El propósito de Dios y el destino del hombre!
Sí, aun fiel, en su gira diaria
encontró al débil, y «1 pobiv, y ai enfermo de pecado,
a la erudición del docto y al arte del casuista
les trajo calor y vida de su corazón ferviente.*

* In the church oí the w¡lden*s* Edward* wmught, / Shapsns his creed al ihe fnrgtfní BtOuglil; / Aiul
with Um r'vw n hammer welded and tvnl / Tin* imn links <iflii>.argument,/ IVhkhstrove in grasp
in its mighty span / Thu purpose ot Ood and the tate oí man! / Y«*i faithful still, in his daily
round / lo the weak, and lire poor, and sin-sWk found, / I schoolman's lore and the casuist's
art / Dn-v. warmth and life fn.wn his tervent hearL
Jonathan Edwards, además de ser un pensador, uniendo los esla­
bones de hierro de su argumentación, fue un gran predicador. Piense
en él atando estaba de pie ante su iglesia. Había dado a conocer su
texto: «Para cuando su pie resbale» (Deut. 32: 35). Y aquel hombre
amoroso, aquel erudito profundo, predicó un mensaje que hizo que
la gente se olvidara de sí misma. Estaban clamando, suplicándole
que cesara, porque no podían soportarlo más. Parecía que el destino
de los perdidos estaba ante de ellos. Podían oír sus gritos y sus blas­
femias. Uno puede no estar de acuerdo con todo lo que enseñaba
Jonathan Edwards sobre el castigo de los malvados, pero terna razón
en que habrá im castigo, habrá un día de juicio. Un gran reaviva-
miento se extendía por el país, llevado por predicadores que creían
en las realidades de la responsabilidad humana y la santidad de
Dios, como se describe en el poema de Whittier, mientras continúa:

A través de los aposentos revestidos,


/ de pecado secreto
repentinamente y con fuerza brilló la luz;
un sentido de culpabilidad
/ de las necesidades de su prójimo
sorprendió al hombre con escrituras
/ de propiedades;
se estremeció la mano temblorosa del mundano
el polvo de años del T.ibro Santo;
y los Salmos de David, olvidados largo tiempo
tomaron el lugar del canto del burlador.*

Mientras se extendía el Gran Despertar a lo largo y ancho de Nor­


teamérica, un reavivamiento parecido estaba sacudiendo a Ingla­
terra mientras George Whiteíield, John y Charles Wesley, y otros
miembros del Grupo de la Santidad de Oxford predicaban. En 1739,
Whiteíield comenzó a predicar al aire libre en Kingswood Hill, en
Bristol. Sin duda tenía la voz más sonora que nadie. Decenas de
miles podían escucharlo al aire libre, y escucharlo claramente. Gran­
des auditorios fueron sacudidos como un bosque cuando sopla el

' 1hough the ceiled OvhoK t oí vivn-l si»» / Sudden and strong the light shone in; / A guilty sen*.' of
his lungltlxM 'f>needs / Star lied the man of title-deeds; / Ihe trembling lurid of flu* worldling
shook / Ihc dust of years from tlu- Holy Rook / Anil the psalms oí David, forgotten long. / look
flu* j*Lii«•nf llie scoffer's song
viento. Varias vocees cruzó el Atlántico en los peligrosos y lentos barcos
do vola do entonces. Murió en Newbury port, Massachusetts, on 1770,
muy poco después de haber predicado a una gran congregación,
buena parto de la cual lo siguió hasta la posada. So detuvo en la es­
calera sosteniendo una vela en su mano mientras iba para retirarse a
descansar, cuando le pidieron que predicara más. Finalmente, mientras
la vela se quemaba totalmente y estaba a punto de apagarse, el gran
predicador dejó de predicar y se acostó. T.a vela de su vida se apagó
antes del amanecer. ¡Qué forma de morir! ¡Y qué predicador fue! En
su poema: «El predicador» Whittier cuenta de la predicación al aire
libre de Whiteíield, cerca del Río Merrimac.

¡Vedlo! Whitcfield está en pie junto al Merrimac


en el templo que nunca fue hecho con manos,
cortinas de azul celeste y murallas de cristal
y por encima de todo una bóveda de luz del sol,
un peregrino sin hogar, con nombre dudoso,
llevado de acá para allá soba* los vientos de la fama,
ahora clasificado com o un ángel de bendición,
y luego como un loco exaltado.
Mamado en su juventud para sonar y medir
la recaída amoral de su raza y su era,
mostró el contraste afilado com o la verdad
de la fragilidad humana y la ley perfecta;
poseído ppf el pensamiento espantoso aquella cuaresma,
su iniciativa a su ardiente temperamento,
arriba y abajo fue por el mundo,
exclamando como Juan el Bautista: ¡Arrepentios!*

Lean ustedes mismos este magnífico poema «The Preacher» [El


predicador]. Nunca lo olvidarán.

* lo! By the Mcnimac YVhitefieW stand*. f fu Un* IrmpV' tlv»t never was m.xlc by hands? / Cut lams
of a2un*. and crystal wall, / Ami ik w of the sunshine over ali? / A homeless piJgrin, with dubious
u.tmi* / Blown about cm Ihc winds of fame. / Now as an angrf i«f bk-sáng classed, / And now as a
miad erulHJsúu. / Calk'd in his youth to sound and gauge / The moral lajKOnf bn. rucr and age, /
And, sharp as truth, the rnuia>i draw / Of hurrwn frailty and pcrtcct law; / Possessed by Lite one
<1'«••*<! ihnogl»* that lent / its goad to his fiery temperament. / XJp and down th© v/urld he went, /
A lohn the Baptist crying, Repent!
Vean a los Wesley y a Whitefield yendo de de acá para allá por todo
el país y cruzando los maxes, con buena preparación académica, satu­
rados del mensaje celestial. Durante su vida, John Wesley predicó cua­
renta y dos mil sermones, mientras que George Whitefield predicó
dieciocho mil en su corla carrera de treinta y cuatro años como líder
religioso.
Wesley usaba un método sencillo. Futraba cabalgando a una ciu­
dad, con frecuencia sin anuncio, se ponía su túnica negra con ban­
das blancas, tomaba su lugar en la cruz del mercado [lo que se cono­
cía en los Estados Unidos com o la plaza pública], y cantaba un him­
no para atraer la atención. Después, mientras se iba acercando la
gente, comenzaba a predicar y continuaba por una hora o más. George
Whitefield a menudo asistía a los carnavales, a las ejecuciones públi­
cas y allí predicaba una hora o más. Ninguno de esos hombres tenía
amplificadores, pero tenían voces maravillosas. Whitefield era es­
pectacular en su presentación, pero Wesley rara vez lo era, ni usaba
muchas ilustraciones. Ambos amonestaron contra las demostraciones
ruidosas. Mientras predicaban la ley de Dios con poder, la gente, pre­
sa de pánico, a menudo sollozaba en voz alta o se desmayaba. Enton­
ces traían la medicina del evangelio para las almas enfermas y afligi­
das. En resumen, predicaban palabras de fe con gran fe.
Aquellos hombres presentaban un mensaje sencillo y muy claro
sobre los puntos esenciales de la salvación. Fn la década de 1720 no
había Facultad de Teología en Oxford en el sentido actual del térmi­
no. Aquellos grandes predicadores no conocían de teología sistemá­
tica. Creían en Jesucristo, quien, por su obediencia perfecta a la ley,
llegó a ser nuestro sustituto, respetó las demandas de esa ley, e im­
putó su justicia a los creyentes. Creían que la muerte expiatoria de
Cristo en ia cruz hizo una plena y completa satisfacción por los pe­
cados de la humanidad, y que los creyentes son justificados solo por fe.
Uno puede leer los sermones impresos de John Wesley y Whitefield
sin que lo conmuevan mucho, pero ia personalidad de los hombres
causaba una impresión poderosa en su tiempo. Su predicación fue
realmente el fundamento del movimiento adventista. Sus sermones
eran por lo general temáticos. Sus sermones llegaban al corazón de los
oyentes, dieron en la tecla con sus necesidades y presentaron su men­
saje de una manera personal para satisfacer las necesidades persona­
les. Provocaban un reconocimiento terrible de la condición perdida
en los corazones de sus oyentes. Se dice que el gran rcavivaniiento me­
todista salvó a Inglaterra de una explosión parecida a la Revolución
Francesa. También salvó en gran medida a la iglesia establecida de pá­
rrocos que se dedicaban a la caza de zorros y de párrocos absentistas.
La predicación en el siglo XVlli cobró nueva vida. Hubo un inte­
rés repentino en la taquigrafía, de tal manera que los sermones se
podían tomar palabra por palabra. N o era raro, principalmente en
Escoda, ver a hombres con un tintero portátil que llevaban colgan­
do encima y una pluma de ave en la oreja, apresurándose a unirse a
una gran multitud para oír predicar a Whitefield o Wesley. La viva­
cidad en el pulpito llegó a ser común. Las congregaciones, así como
la predicación, cobraron nueva vida.
John Wesley predicó durante sesenta y seis años. Aunque vivió
y murió como miembro de la Iglesia de Inglaterra, pozo después de
su muerte, sus seguidores se separaron de ella y fundaron la Iglesia
Metodista. Wesley mismo estuvo en la cárcel cuatro veces por sus
opiniones religiosas. Y a propósito, Wesley tuvo mía madre notable,
t r a la vigésima hija del reverendo Samuel Anneslcy, un clérigo no
conformista. Comenzó a estudiar teología a los trece años, domina­
ba el griego, el latín y el francés cuando apenas era una joven donce­
lla, bahía leído a los Padres de la Iglesia como pasatiempo. Fue ma­
dre de diecinueve niños, de los cuales John Wesley ocupaba el deci­
moquinto lugar, y digno, como dice George Dawson en sus conferen­
cias biográficas, de asociarse con los otros cuatro gloriosas «Juanes» de
quienes inglaterra debería estar orgullosa: John Wiclef, John Millón,
John Bunvan y John Locke.
John Wesley fue ministro del evangelio ordenado y misionero en
el extranjero durante años, antes de que se convirtiera realmente y
encontrara el testimonio del Espíritu en su propio corazón de que era
un hijo de Dios. Después comenzaron sus días de gran predicación.
Nadie puede sor un gigante en el pulpito a menos que se haya con­
vertido realmente y que el Espíritu testifique a su espíritu de que es
un hijo de Dios (Rom. 8 :1 6 ).
Examinen la predicación de Wesley y observen cómo hace los te­
mas corrientes del evangelio no solo interesantes, sino tremendamen­
te importantes. Trata las cosas commies de una manera fuera de lo
común y las cosas fuera de lo común, de una forma familiar. Esa
siempre es la señal de un gran predicador. John Wesley creía en todos
y cada uno de los puntos que predicaba. Tenía un mensaje. Tenía la
verdad en su corazón, era una parte de sí mismo. Nadie puede ha­
cer una gran predicación a menos que tenga gran fe, gran convicción
y un gran mensaje. Wesley a menudo predicaba de tres a cinco veces
por día y, al igual que Whitefield, encontró que «la mejor preparación
para predicar era predicando cada día».
Dios encuentra a sus predicadores por doquiera: a John Wesley,
en una casa parroquial; a Géorge Whitefield, en una taberna; sin
embargo, ambos fueron maestros de predicadores. Vemos el tremen­
do poder de Whitefield sobre sus congregaciones por el hecho de
que Benjamín Franklin no estaba dispuesto a llevar dinero con él
cuando iba a escuchar predicar a Whitefield. A menudo se vaciaba
los bolsillos antes de una ocasión como esa, sabiendo que no podría
resistir el llamamiento que Whitefield hacía de donativos para sos­
tener su orfanato. En una reunión en Nueva York, Whitefield esta­
ba describiendo un barco desarbolado y que escoraba peligrosa­
mente por una tormenta. Entonces gritó: «¿Qué pasó después?»
Varios marineros que estaban en la galería, se levantaron y exclama­
ron a con espanto y a voz en grito: «¡Tomen el bote grande! ¡Tomen el
bote grande!»
Lord Chesterfield que era el epítome del racionalismo y no creía en
nada más que en sí mismo, fue una vez a escuchar la predicación de
Whitefield. Whitefield describió un mendigo ciego que iba junio con un
perrito que lo guiaba. El perro lo lleva justo al borde de un precipicio.
Finalmente el perro gira rápidamente hacia un lado y dando un ti­
rón de la correa se zafa de la mano del ciego. Así que este queda so­
lo, en el mismo borde del precipicio. El mendigo deja caer el bastón
que llevan los ciegos, y pensando que está sobre el suelo se estira ha­
cia abajo para levantarlo. Hn ese momento dramático, Chesterfield
dio un saltó como si fuera a impedir una catástrofe, gritando: «¡Dios
mío! ¡Se despertó! ¡Se despertó!» Si usted puede predicar de esa
manera, usted será un gran predicador.
Quisiera que les quedara claro que todos aquellos grandes pre­
dicadores fueron pintores. Fodían ver algo y, debido a que lo podían
ver, podían hacer que otros lo vieran. Nosotros como predicadores
deberíamos desarrollar una imaginación cristiana de manera que
podamos describir lo que vemos. Eso ayuda a que los demás lo vean.
Whitefield al igual que Wesley fue un hombre de oración. Vivió
cerca de Dios. Dijo: «Orar, leer y meditar constituyen la preparación
esencial para predicar». John Wesley tenía un pequeño oratorio en su
casa, el cual tuve el privilegio de \isitar. No había nada en aquel cuar­
to excepto una silla y una minúscula chimenea. Había una ventana,
que daba a una pared a unos pocos pies de distancia.
Mi sugerencia para ustedes es que consigan biografías de los gran­
des predicadorc*s y que lean muestras de sus sermones. Van a disíru-
lar con 77/c Royalty o f the Pulpit [La realeza del pulpito], de Edgar W.
Jones, publicado por Harper and Brothers en 1951. Es un libro lleno
de dibujos en miniatura y de hechos interesantes sobre predicadores
que han presentado las Lyman Beecher ¡sdures sobre predicación en
la Universidad de Vale. El libro comienza con la historia de Henry
W. Beecher, a quien uno debe volver vez tras vez cuando piensa en la
predicación, el hombre que durante cuarenta años hizo de la Iglesia
de Plymouth, en Brooklyn, una institución nacional, y quien dijo en
una de sus conferencias a los predicadores jóvenes: «Ustedes pien­
san que cuando predican deben predicar de tal manera que puedan
alcanzar las cabezas más brillantes en su congregación. Alcancen la
parle más baja y estarán seguros de alcanzar la cima l-..]. El que po­
ne un gato hidráulico debajo del techo no va a levantar todo el edifi­
cio, pero el que lo pone debajo de las vigas del edificio y las levanta,
creo que levantará lodo lo que está por encima de ellas». Este libro
comprende la historia de la predicación norteamericana en un perío­
do de ochenta años, justo hasta nuestros días. Leerán sobre hombres
como Niebuhr, Scherer, Buttrick, Sockman, Sizoo, y muchos otros.
La predicación ha cambiado con el paso del tiempo. La predica­
ción vital para hoy es casi siempre coloquial. Recuerden que la pre­
dicación es en realidad conversación glorificada. Al igual que la bue­
na música, no necesita apologistas, sino ejecuntantes. T-es recomien­
do que lean la biografía del obispo Simpson de la Iglesia Metodista
Episcopal, que apoyó a Abraham Lincoln y oró muchas veces con el
durante los días m ás difíciles de la guerra civil. El obispo Simpson
decidió ser un auténtico improvisador; y lo fue en el sentido que no
usaba notas ni manuscrito. Tenía un cuaderno de notas donde apunta­
ba los textos que le atraían, anécdotas, ilustraciones e ideas para sermo­
nes. No escribía nada excepto un esqueleto pelado, a menudo unas
pocas horas antes de predicar, |>ero nunca subía al pulpito con notas.
Al igual que Whilefield, el obispo Simpson se desprendió de la
errónea idea de que un Sermón nunca debe repetirse, Whitcfield
dijo: «Realmente no puedo predicar un buen sermón hasta que lo he
predicado cuarenta veces». No tengan reparo en predicar sermones
que va han predicado, pero mejórenlos todo el tiempo. Eliminen los
puntos débiles. Revisen sus sermones, desarróllenlos, conviértanlos
en armas poderosas al servicio del Rey. No se queden atados a ellos,
sino crezcan con ellos.
También pensamos en Phillips Brooks y su famoso sermón, The
Spirit o f Man h the Candle o f the Lord [El espíritu del hombre es 1a vela
del Señorl que predicó en la Abadía de Westminster cuando visitó
Londres. Lean ese sermón y lean sobre Brooks, hue uno de los ma­
yores predicadores de tenia la historia de la Iglesia Episcopal, y al
igual que la mayor parte de los grandes predicadores, difícilmente
presentaba citas. Él definía la predicación como «la comunicación
de la verdad por un hombre a los hombres».
También está T. de Witt Talmage, cuya esposa falleció en nuestro
Washington Sanitarium [Sanatorio de Washington]. Su estilo era flo­
rido y retórico, lo que raramente se escucha hoy. Al igual que los
grandes predicadores en cualquier lugar, predicaba al corazón. Dijo:
«Un predicador debería comenzar con la idea de ayudar a alguien.
Todos excepto los necios, necesitamos ayuda». La mayor parte de
sus textos eran del Antiguo Testamento, aunque no era un predica­
dor docLrinal. Su mótenlo era temático más bien que textual, pero su
mensaje era claro.
Dividía sus sermones en cinco partes. Por ejemplo, su sermón
sobre: «La risa de la Biblia», tiene cinco divisiones: (1) Ta risa de Sara,
risa de escepticismo. (2) La risa de David, la risa de la elevación es­
piritual, «entonces nuestra boca se llenó de risa». (3) 1.a risa del necio,
risas pecaminosas, «como el estrépito de las zarzas bajo la olla». (4) La
risa de Dios, o la risa de condenación infinita, «el que mora en los
cielos se reirá». (5) La risa del ciclo, o la risa del triunfo eterno, «biena­
venturados los que ahora lloráis, porque reiréis».
Talmage nos cuenta cóm o acostumbraba a leer sus sermones
manuscritos, y de la experiencia que tuvo que hizo que cambiara, ya
la conté ayer. Más tarde, cuando estaba a punto de morir, su hijo le
preguntó qué creía. Creo que ya les dije a ustedes algo sobre eso.
Talmage respondió que cuando tenía treinta años, tenía cincuenta
creencias, pero ahora tenía solamente una, la de que era un gran
pecador y Jesús era un gran Salvador».
Vamos a mencionar a Billy Sunday, a quien el Señor escogió de
un equipo de béisbol allí en South Michigan Street, en Chicago. Dos
de las mejores instructoras bíblicas que alguna vez tuve, fueron con­
vertidas por Billy Sunday. Cuando una de ellas decidió llegar a ser
cristiana, fue a él y le dijo:
—Señor Sunday, ¿a qué iglesia debería unirme? Deseo seguir la Biblia.
Él respondió:
— Oh, todas se* basan en la Biblia.
Hila le dijo:
—Bien, lo se, pero deseo seguir la iglesia que...
— Bien — le respondió él— , todas ellas... Vaya e investigúelas y
ellas le mostrarán.
— No — le dijo ella usted me trajo a Jesús y sé que usted lo
be. Señor Sunday, por favor, dígame la iglesia que usted cree que se
acerca más a las enseñanzas de la Biblia.
— Bueno — le dijo — si usted desea seguir la Biblia exactamente
como está escrita, vaya y únase a la iglesia Adventista del Séptimo Día.
Y así lo hizo. í.legó a ser una maravillosa instructora bíblica. Aque­
llas dos convertidas por Billy Sunday llegaron a ser instructoras bí­
blicas y me ayudaron a ganar para la verdad a muchos, muchos cen­
tenares de personas; de hecho unas dos mil almas.
El tiempo nos falta para hablar de Moody, aquel hombre senci­
llo, una antorcha resplandeciente que, cuando llegó a desanimarse
y en cierta medida estar agotado para predicar, fue a Inglaterra y
visitó el tabernáculo de Spurgeon. Se* sentó en la galería con sus bra­
zos sobre la baranda, con lágrimas que corrían por sus mejillas,
mientras escuchaba predicar a Spurgeon. Moody y Spurgeon eran
grandes amigos. Escuchó predicar a Spurgeon cinco o seis noches, y
después se embarcó y volvió a Estados Unidos, lleno de fuego y de
estímulo, y dispuesto a predicar como un hombre nuevo. Es bueno
oír predicar a ohos de vez en cuando.
No debemos dejar de mencionar al líder de los predicadores del
movimiento del que nacimos, William Miller, un agricultor consagrado
y un escéptico convertido. Fue un orador bíblico ferviente, cuya since­
ridad y fervor atrajeron la atención de los más rebeldes en sus congre­
gaciones. Lean sus sermones, son sencillos, fervorosos y directos.
Después está Jolm Loughborough, el bajito John Loughborough.
Cuando era solamente un muchacho lo escuché predicar en un con­
greso de la Asociación General que se* llevó a cabo en una gran carpa
justo aquí, en estos terrenos. Tenía que subirse a una mesa para que lo
pudieran ver. Mo había amplificadores, pero la gente lo oía claramente.
Tensamos también en S. N. Haskell, aquel gran estudiante de la
Biblia. El hermano Haskell dijo que no osaría comenzar a estudiar
la Biblia mientras esperaba un tren, porque llegaría a estar tan absor­
to que los trenes vendrían y pasarían y él no se enteraría en absoluto.
También está K. C (Kit Carson) Russell, una verdadera eminencia,
y ima mente privilegiada para los asuntos legales, ¡y qué predicador!
Otro de estos hombres poderosos en la palabra fue G. B. Thompson,
yo iba a escucharlo predicar y quedaba impactado el resto del año.
Volvía a mi trabajo y me convertía en una especie de G. B. Thompson
de calidad inferior. Gracias a Dios por su influencia maravillosa.
Mencionaremos a O. O. Bernstein, Charles Everson, y a docenas
y centenares de otros hombres de Dios que han predicado en este
movimiento, algunos en otras tierras, a quienes no conocemos muy
bien, hombres que llevaron el evangelio al mundo. Después están
los hombres que han edificado la iglesia de Dios en todas las edades,
hombres cuyos nombres nunca hemos oído y a quienes nunca cono­
ceremos hasta que estemos con ellos ante el gran trono blanco y nos
encontremos con el Maestro de todos los predicadores cara a cara.
Con esa «tan grande nube de testigos» desde los días de los anti­
guos profetas hasta nuestro tiempo, sigamos adelante en nuestra obra
«mirando a Jesús» nuestro Ejemplo, nuestro Maestro y nuestro Señor.
Los predicadores de Dios en la dispensación cristiana, al igual
que los profetas de antaño, a menudo han sido mal interpretados,
mal tratados y también perseguidos.
En su poema titulado «E/equiel», que es probablemente uno de
los poemas más grandiosos que alguna vez escribió, Whittier men­
ciona el hecho de que Jesús sufrió mucho por muchos de aquellos
que lo oyeron; y, aunque lodos los verdaderos predicadores pueden
tener la misma experiencia, al fin, todos tendrán su recompensa.

Y así, oh profeta-vate de antaño


¡has contado tu relato de dolor!
El mismo que los videntes molestos de la tierra
han sentido en todos los años subsiguientes.
Burla do la multitud veleidosa,
que no sc* la oyó o entendió con serenidad,
su canto no parecía más que puro teatro,
sus advertencias, nada sino el papel del actor.
Con cadenas, y desdén, y mala voluntad,
el mundo necesita sus profetas aún.

Así fue cuando el Único Santo


¡se puso sobre sí los vestidos de la came!
Los hombres lo siguieron a donde los dirigió el Altísimo
para dones comunes del pan cotidiano,
y duros de corazón, de visión turbia,
no reconocieron su poder divino.
Inútil para ellos, como las palabras de un soñador
fue su lamento sobre Jerusalén,
y sin sentido la vigilia que observó
cuando cabecearon sus débiles discípulos.

Y con todo no te acongojes, quienquiera que seas,


ponte aparte para el gran propósito de Dios,
ante cuyos ojos que perciben de lejos,
¡se extiende el futuro como el presente!
Mas allá de una era de límites angostos,
se extiende la herencia del profeta
por los vastos espacios del cielo donde pisan los ángeles,
¡Y por los años eternos de Dios!
tu auditorio, ¡mundos!, todas las cosas serán
¡el testimonio de la Verdad en ti!*

• A n J tliu-., O l'ruphct-baid o í (Ad, / H.ist i»khi thy tale oí sonmv Ink!! / Ih c same which earlli'x
umvdcomai seem / Have M t in nIt succeeding veáis. / S|?ort of thcchangeiul mulllSode, N> «rotlmiv
heard mu um h-otood,’/ Their song lia-. M*emcd a trick ot ail. / Their warnings but the actor's
j»itrf. / With bonds, and senm, ¡mil evil will. / The world ntpiites its prophets stl)
So w.*s it when lite Holy One / I he garments of lite IW i jml on! / Men followed wlien* the Highest
k d / Fom xinnnn gilts of daily bread. / And g ru » ot car, of vision dim. / (ftWhcd not he God like
jxnviTof Him. / Vain as a drv.ihut's weirds to them / His wail alxwe (cTusaknx / And mi-oningtiv.-
he watch He kepi / T humgh which His week «II* Spies slept.
Yel shrink no thou, whoe’er Ilion nrt, / 1 or Cod’s gieal purpose set apart. / IMore whose fur
discerning eye-., / I he lamín: as the Present In--! / beyond a namaw^Knimkti ¡»gc /Scotches thy
jMvphct-hciitágé. / Tlinnigh Hedven’s vast spaces angel-lmd, / And through lheetem.il s ears ot
Cod! / Tliy audience, worlcts!?all things lo h e / Ih c witness of the Tmlh in thee*
9
La lengua
de fuego
«V se les aparecieron lenguas como
de fuego, que se repartieron, \j se posaron
sobre cada uno de ellos».
lint:nos2: 3

UESTRO TEXTO de hoy está en Hechos 2 :3 , y dice: «Y se

N les aparecieron lenguas como de fuego, que se repartie­


ron, y se posaron sobre cada uno de ellos». Comienzo esta
charla con una cita de William Arthur: «Si la predicación)
del evangelio ha de ejercer un gran poder sobre la humanidad, debel
ser o por alistar hombres extraordinarios, o por la capacitación du
hombres corrientes con poder extraordinario». Estas palabras estárj)
lomadas de un pequeño libro titulado 'The Tongue of Tire [T.a lengua
de fuego], que mi abuelo le dio a mi padre. Como ferviente predica­
dor metodista deseaba que su hijo supiera que Dios da la lengua de
fuego, el verdadero poder para predicar. El don del Espíritu Santo
en el día de Pentecostés fue lo que hizo que hombres corrientes hi­
cieran una obra extraordinaria.
La mayoría de nosotros hemos de admitirlo, somos gente común
y corriente. Se han dicho aquí algunas cosas muy amables en cuanto
a mí, pero que no se ajustan a la realidad. Yo soy exactamente un hom­
bre corriente semejante a ustedes. Todos somos personasxom unes.
pern tenemos un mensaje extraordinario, y al predicarlo liemos dV
lener un poder extraordinario, el poder del Espíritu Santo.
Ahora bien, a mucha gente no le gustó la predicación de Pedro
en el día de Pentecostés. Hoy a muchos tampoco les gustaría. Su ser­
món sería considerado seco por muchos a los que no les agrada que
los predicadores los hagan pasar por la dificultad de pensar. Son
parecidos al viejo constructor de buques de Marblehead, que acos­
tumbraba ir cada domingo a la iglesia y pasar un rato agradable,
pero cuando vino el nuevo predicador no había forma de que le gus­
tara. Cuando su esposa le preguntó por qué no le gustaba el nuevo
predicador, le respondió: «Bueno, con el otro predicador podía dise­
ñar un barco, un barco bueno para ir alrededor del Cabo de Hornos al
comercio con la China. Podía diseñar todo desde la quilla hasta el
alcázar [sala de oficiales), durante el sermón. Con este predicador ni
siquiera puedo diseñar la quilla. No m e deja pensar sobre la quilla».
A mucha gente no les gustan los predicadores que los hacen pensar
en lo que están diciendo.
Pero llegó el día de Pentecostés. Pedro comienza a predicar El
Espíritu Santo se manifiesta con poder extraordinario. El sermón de
Pedro no es más que citar pasajes de la Palabra de Dios y razonar
sobre ellos. Y sin embargo, mientras predica, la lengua de fuego co­
mienza a a inflamar los corazones de la multitud. Están discutiendo
entre ellos en varios idiomas en cuanto a qué es lo que les pasa a esos
hombres. Algunos piensan que están borrachos. Y, mientras Pedro
predica, la lengua de fuego hace su obra. Cesa el murmullo,_La mul­
titud llega a ser una congregación. La voz de los pescacores llega a
ser la voz de Dios para sus almas. L is palabras fluyen como un río de
fuego. Primero se derrite una capa de prejuicio, después otra, más tar­
de otra; y al final el fuego se abre paso hasta la capa más secreta del
prejuicio que cubría los corazones. Consume, y ahora el mensaje pe­
netra hasta lo más profundo de las almas. Parece haber una sola idea
en la congregación. Eso es lo que ocurre cuando se predica con po­
der del ÉspíritirSanto, él toma control de la congregación.
L i única vez que oí predicar a la hermana White fue en 1912, en
un congreso campestre en Boulder, Colorado, donde Vamer Johns y
yo estábamos encargados de poner los muebles en las tiendas de
campaña y en ayudar a ubicar a la gente. Él era una de Lis personas
importantes ya maduras y yo me sentía un joven importante. La
reunión se realizó en el edificio Chautauqua que tenía una techum­
bre metálica y por supuesto no había amplificadores. Allí habían
unas cinco mil personas, la mayor parte de ellos eran no adventis­
tas que habían venido a ver a la «profetisa adventista». El hermano
William White, la hermana M dnterfer y la hermana White llegaron
a los terrenos en un carruaje tirado por caballos. Era la primera vez
que yo veía a la hermana White y puedo recordar lo impresionante
que aquello fue para mí.
William White la llevó a la mesa desde donde iba a hablar, era
una anciana bajita con un vestido de seda negro y con una pequeña
cofia en su cabeza. Pero, ¡tremendo!, cuando comenzó a predicar
brotaba un texto bíblico tras otro, por lo menos citó den sin parar, así
nada más, un texto tras otro. No tenia notas, ¡no señor! Tema su Biblia.
Nunca terna que mirarla, pero la tenía y pasaba las páginas y citaba
los textos.
No puedo recordar cuál fue su tema aquel día, pero sé que su
voz era semejante a una campana de plata mientras se extendía por
el gran conjunto de público. Comenzó a llover, pero por encima del
ruido de la lluvia sobre el techo metálica, usted podía oír aquella
voz argentina sonando claramente a través de todo el auditorio.
Cuando llevaba unos cuarenta y cinco minutos hablando, se acercó
su hijo, la tomó por el brazo y le dijo: «Veo que estás cansada, mamá.
Ya has hablado suficiente. Me parece que es mejor que te sientes».
Ella falleció justo tres años más tarde, y en ese momento se estaba de­
bilitando. Ella le dijo: «No, aún no, aún no. Aim no he orado». En­
tonces se arrodilló y comenzó a orar. Y cuando oró, algo sucedió. An­
tes de orar, era sencillamente una respetable andana que estaba ha­
blando. Pero cuando se arrodilló, ocurrió un gran cambio en la con­
gregación. Era la mensajera del Señor, y por lo tanto Dios la honró.
«Oh, Padre mío», comenzó a decir. Aún puedo oír aquellas palabras.
Ustedes pueden darme un montón de pruebas del espíritu de
profería y yo las acepto y las creo. Pero si no tuviera ninguna de esas
pruebas, creería en ella porque la escuché orar. Eso para mí; fue la prue­
ba mayor de su oficio profetice. A los treinta segundos de su ora-
ción, todos estábamos en la presencia de Dios. Yo tenía miedo de
mirar hacia arriba, no fuera a ser que viera a Dios que estaba allí, a
su lado. Ella estaba hablando con él y estaba totalmente ajena a los
que estaban a su alrededor. Al cabo de un minuto usted podía oír
sollozos por todo el auditorio. Aquella grao congregación estaba llo­
rando. Mientras oraba, había una sola idea, una convicción del Es­
píritu Santo, el Espíritu del Fuego Santo, el Espíritu de L)ios.
Les digo, mis amigos, aquello provocó grandes cambios en mu-
días vidas. T.a gente quedó sorprendida por el poder y la presencia
\dc Dios. No se lo esperaban. Habían ido a ver a la profetisa, a un per-
isoruaje inusal; pero el Señor los cautivó. Lloraban y clamaban. Hable
>obre psicología, si quiere, pero no hubo nada de eso allí, lisiaba tran­
quila hasta que comenzó a orar, y entonces, así nada más, estaba allí,
una lengua de fuego! La tenía cuando oró. Yo estaba allí y lo sé.
Cuando se levantó era exactamente otra vez una agradable ancianita.
Así que en el día de Pentecostés había un espíritu, una mente, la
mente del predicador. Sobre la gran asamblea se extendieron la ver­
güenza, las lágrimas y los sollozos. Piense en aquella gente con pre­
juicios. Picase en aquellos hombres de negocios poco sentimentales,
en los devotos fanáticos que había en Jerusalem aquel día. Todos
cautivados y con la misma convicción.
Por fin, de en medio de la multitud, como un gemido de un cora­
zón angustiado, surgió el clamor: «Hermanos. jqué haremos?» (Hedí.
2:37). Dios había cumplido la promesa que le hizo al profeta de anta­
ño: «Yo estaré en tu boca» (Éxo. 4 :1 2 ). Así que cuando usted se sien­
ta inquieto y atemorizado en alguna gran asamblea, recuerde esa pro­
mesa de Dios: «Yo estaré en tu boca». Nunca antes tres mil hombres
habían escuchado un mensaje tan inoportuno de im predicador, un
hombre no especializado en discursos públicos, que no cm un orador,
no tenía ninguna instrucción aparte de la que había adquirido con
Jesús, y que difícilmente tuvo un auditorio semejante después de
aquel día. Pero este don, la lengua de fuego, produjo convicción y
conversión a los tres mil hombres dirigidos hacia la eternidad.
Es verdad que esc orador tuvo dos ventajas. Tenía una verdad
para comunicar, y tenía el poder del Espíritu Santo con el cual decla­
rarla. Mis amigos, cuando ustedes tiene esas dos cosas, cuando tie­
nen la verdad de Dios y el Espíritu de Dios, no necesitan preocupar­
se por nada o por nadie. Este don de la expresión divina lo coloca
San Pablo por encima del don de lenguas: «Mejor es el que profeti­
za, que el que habla en lenguas» (1 Cor. 14:5). Eso quedó demostra­
do en el día de Pentecostés. Fue la primera demostración de profe­
tizar en la iglesia del Nuevo Testamento, tan distinta de las antiguas
predicciones y del profetizar del Antiguo Testamento, como el don
de la predicación del evangelio, quiero decir distinto porque fue pú­
blico. Ll don de lenguas era una señal para los no creyentes de que
el don más supremo de profecía tenia dos funciones que el don de
lenguas nunca podría cumplir. Uno, es la edificación de los creyen­
tes, y el otro es el efecto sobre los creyentes indoctos. Ustedes saben,
en 1 Corintios 14: 24,.25 dice: «Pero si todos profetizan, y entra al­
gún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juz­
gado. Lo oculto de su corazón se manifestará. Así se postrará, y ado­
rará a Dios, y dirá que verdaderamente Dios está entre vosotros».
Uno debe escuchar el evangelio en su propia lengua, o en la len­
gua que entienda, antes de que el mensaje pueda tocar su corazón y
regenerarlo. Esta forma de profetizar es diferente de la profecía, en
el sentido en que no trasmite revelación especial. Ni expone ningu­
na verdad hasta entonces no revelada en cuanto a acontecimientos
futuros. Emplea el intelecto; emplea los órganos del cuerpo según
las leyes naturales, pero está bajo el poder sobrenatural del Espíritu
Santo. Es un don en el cual toda la naturaleza del hombre actúa en
cooperación con el Espíritu de Dios. El intelecto queda Iluminado,
por la luz divina. Se aviva el poder moral; los órganos físicos hablan
con poder divino. El apóstol coloca este don como el don más ele­
vado, el don con el cual un ser humano permanece en una íntima
comunión con Dios, como su instrumento inteligente para la obra
sagrada. La obra de llamar a los hijos pródigos para que vuelvan a
los brazos de sus madres, el don de convencer a los pecadores y|
transformarlos en santos, el don de condonar el mundo de lo irreli-V ¿ ^ ,o70
gioso, el don de la aplicación universal con el propósito de ser per­
manente hasta el mismo fin del tiempo; se necesita igualmente para
la edificación de los fieles, y para la convicción y conversión de los
pecadores. Eso es predicación. Eso es la lengua de fuego.
Piensen ahora en esa iglesia nueva, nacida allí en el día de Pente­
costés. Hacía frente al mundo con su nueva religión, nueva para el
pueblo que estaba allí. Crislo se había levantado de la tumba, el Cristo
resucitado. Por supuesto, la iglesia estaba basada en todas las verda­
des del pasado. Pero no tenía dinero, no tenía historia, no tenía un sa­
cerdocio, no tenía un colegio, no terna una imprenta, no tenía un
pueblo, no tenía patrocinadores, lo d o lo que tenía la iglesia primi­
tiva eran los dos sacramentos y la lengua de fuego, y la lengua de
fuego fue el instrumento de su acometida, la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios que descendió
del cielo era lo que predicaron los apóstoles.
Nunca olvidaré lo que un hombre maravilloso, un buen amigo
mío, me dijo una ve/. Estábamos tratando de conseguir que el progra­
ma The Voice ofProphea/ entrara en más estaciones, y dijo: «Estoy se­
guro que si pudiéramos seguir adelante en esas estaciones durante seis
meses obtendríamos suficientes entradas como para pagar nuestra
parte. ¿No confiarían en nosotros nuestros hermanos? Usted no tiene
fe, y debemos ir adelante ¡wrfe. Ese es el lema de The Voice of Prophecy».
Ese hombre dijo: «Bien, yo creo en la fe. No hay nadie qu? crea en la
fe más de lo yo creo, pero usted tiene que tener el dinero en el banco».
Bueno, cualquiera puede tener esa clase de fe. Un buen escépti­
co, tiene esa fe: dinero en el banco. Sencillamente puede extender un
cheque, y por supuesto tiene fe en el cheque.
— El poder de expresión, el poder para predicar el evangelio eter­
no, se consideran en el Nuevo Testamento como un don especial de
v i Dios y una gran arma, la gran arma de la iglesia en la guerra espiri-
Ltual. Uno de los apóstolestuvo un poder especial en la proclama­
ción del mensaje, leemos, que habló «lleno del Espíritu Santo». Y el
apóstol Pablo que no estuvo presente en el día de Pentecostés, pero
quien no obstante recibió la lengua de fuego de una forma muy no­
table y en un grado extraordinario, le pidió a sus hermanos cristia­
nos que oraran para se le dieran palabras. «Y orad
en el Espíritu, en
todo tiempo, con toda oración y ruego, velando en ello con perseve-J
rancia y súplica por todos los santos. Y orad también por mí, paral
que al abrir la boca, me sea dada palabra para dar a conocer con de­
nuedo el misterio del evangelio» (Efe. 6: 18,19). Creo que nosotros,,
como predicadores deberíamos solicitar las oraciones de los creyen­
tes para que se nos den palabras de alguna manera especial.
Pero
este es un don especial por el que debemos orar.
Al examinar la historia de los tiempos posteriores a los apósto­
les, los primeros siglos de la iglesia hasta la Edad Media, y hasta los
tiempos modernos, podemos ver con seguridad que la religión cris­
tiana nunca se sostuvo ella misma excepto por el instrumento de ia
lengua de fuego. Solamente mediante algunos hombres que han
tenido más o menos este don primitivo mientras hablaban las pala­
bras del Señor, no con «palabras de humana sabiduría, sinj con doc-
trina del Espíritu» (1 Cor. 2 :1 3 ), se han convertido los pecadores, ha
llegado la vida santa a la iglesia, y se ha progresado.
Podríamos apuntar esto com o una cosa segura en los libros de la
memoria y de la convicción. Sin esta lengua de fuego, nuestros me­
jores colegios, nuestro seminario, nuestra nueva universidad y todas
nuestras labores, costosas tanto en tiempo como en dinero, nunca
nos capacitarían para terminar la predicación del evangelio eterno
en esta generación ni en ninguna otra. A menos_que tengam osiaJen- ®
gua de fuego, no terminaremos la.pixtdkadúit deUvan^giio en diez
mil años. Exactamente ahora en muchos países nace más gente que
los que están escuchando el evangelio. Estas instalaciones son todas
buenas, e insisto en que, por favor, no tengan la idea de que estoy
despreciando ninguna parte de nuestra obra organizada, todas las
dependencias deben ser consagradas y santificadas para la causa de
Dios. Pero si no tu viéramos ninguna de ellas; si no tuviéramos casas
editoras, ni templos, ni colegios, ni escuelas de iglesia, ni seminario
o universidad, y tuviéramos la lengua de fuego, podría terminarse
la obra, se terminaría.
En sus comienzos, la iglesia no tenía ninguna de estas cosas que
he mencionado, y sin embargo hizo su obra, y el evangelio fue lle­
vado a todo el mundo civilizado en el período de la vida entera de los
apóstoles. ¿No es un hecho que cuando comenzamos a perder la len­
gua de fuego comenzamos a sustituirla por muchas obras humanas,
organizaciones e instituciones? ¿Y no es también un hecho que hay
días cuando confiamos en todo eso y le damos cada vez menos im­
portancia a la predicación de la Palabra bajo la inspiración y el po­
der del Espíritu Santo? ¿No somos responsables por hacerlo que se
hizo en otras edades y por otras personas, que empujaron la predi­
cación de la Palabra a un rincón e hicieron que otras cosas fueran
más prominentes? ¿No es un hecho que nuestra insistencia cada vez
mayor sobre el papel que los laicos deben desempeñar detrás de
todo esto, es paralela a la tendencia creciente a dar menos y menos
importancia a la obra de la predicación? Por favor, no me entiendan
mal, no es simplemente la necesidad de tener a miles de nuestros
miembros en la tarea, eso es una necesidad, y quiera Dios ayudar­
nos para tener más decenas de miles de ellos ocupados en esta obra.
En estas circunstancias algunos pueden poner esto en tela de jui­
cio, y tal vez debería ser puesto en tela de juicio. Pero, de todos modos,
debemos pensar en ello; y eso es lo que espero, que algunos de nos­
otros podamos comenzar a pensar. Y «ahora «amigos, díganme una
cosa: ¿Tuvo alguna iglesia alguna vez más instituciones, más hom­
bres eruditos, más oradores cultos de los que tuvo la Iglesia de In­
glaterra en el año en que nació John Wesley? ¿Y hubo alguna vez
una iglesia más fría, más impotente, m ás muerta espiritualmente,
más indefensa para detener la marea creciente de la inmoralidad y
oscuridad espiritual en el país? Bueno, piensen en ello. Nunca hubo
una iglesia que estuviera más en la cima del reino intelectual para
su edad, una iglesia más culta. Pero tuvo más descreídos distingui­
dos en sus pulpitos que casi ninguna iglesia en ninguna otra época.
Y era completamente impotente para hacer frente a la situación.
Entonces llegó George Whitefield. Piensen en la obra que nizo, y con
lodo, alguien podría decir que sus sermones no teman ni un vestigio de
lógica, filosofía, o de nada d e lo que llamamos teología sistemática.
Por otra parte, estuvo John Wesley, sereno, claro, lógico, teológi­
co, pero sin grandes dotes de orador, Lra exactamente lo opuesto de
Whitefield. Sin embargo ambos hombres con su lengua de fuego,
parecieron igualmente capaces para hacer la obra de Dios en la tie­
rna. Dios usa a hombres con diferentes talentos. Lejos esté de mí,
establecer reglas bajo las cuales debamos predicar, organizar la
obr.i, o arreglar su material homilético de sermones; o decir qué do­
nes debe tener o qué estilo puede usar. Sería una completa locura
hacer eso.
Es posible que esta lengua de fuego no se manifieste en emociones
grandes y espectaculares com o ocurrió en los días de Whitefield y
de Wesley. Es posible que ni siquiera hagan brotar ni una lágrima,
o convenzan el intelecto con argumentos; pero levantaran dentro
del alma preguntas en cuanto a su relación con Dios, a la eternidad,
al pecado, a la muerte, al cielo, no simples teorías, sino imágenes del
asunto real. El Espíritu Santo pinta cuadros ante el ojo de la mente.
Los predicadores, especialmente los predicadores adventistas del
séptimo día, que hablan tanto de predicar la verdad, deben predi-
carla tal como es en Jesús, o nunca conocerán la lengua de fuego en
su propia experiencia. La verdad sola no tiene poder pará renovar
el alma humana; es un instrumento de ese poder. No es la corriente
eléctrica, sino el conductor a Lravés del cual circula la corriente. Po­
demos predicar las verdades más importantes, las verdades más
santas, las verdades más grandiosas, pero a menos que nosotros
presentemos esas verdades con el poder del Espíritu Santo, el cora­
zón no será cambiado. Una persona puede tener una convicción,
una religión intelectual, pero a la vez ha de tener una regeneración
del alma, y eso llega solamente cuando el Espíritu Santo lleva la ver­
dad al corazón.
Un hombre puede conocer el hecho de que Dios es amor, y pue­
de repetirlo desde la niñez, y sin embargo morir como un infiel blas­
femo. Puede conocer esas grandiosas palabras: «Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa», y con todo morir sin salvación,
justo bajo el alero de alguna iglesia. Sí, incluso puede predicar el
evangelio y repetir aquellos mensajes poderosos de la verdad, y otros
pueden ser salvos, si Dios ve conveniente hablar a sus corazon es!
por medio de su verdad. Dicho de otro modo, uno puede predicar
estas cosas y él mismo estar fuera de la salvación. No permita Dios^
que eso suceda con ninguno de nosotros.
Algunos pueden decir: «Bien, al fin prevalecerá la verdad». Sí,
podemos agradecer a Dios que la verdad triunfará. Pero no será por­
que tiene poder en sí misma, sino porque el Espíritu Santo ha sido
derramado de lo alto, abriendo los ojos ciegos y destapando los oídos
sordos. Cuando la verdad vino a esta tierra, se encontró con una
atmósfera hostil; el corazón natural se rebelaba contra Ta verdad. í .a r's
verdad es el instrumento, no el agente de la regeneración «El Es­
píritu en la verdad, en el predicador y en el oyente; debería recor­
darse, confiarse en él, exaltarse y no ser puesto a un lado por nin­
gún nombre más sugestivo» (William Arthur, The Tongue o f lire [La
lengua de fuego], p. 185).
Escuchamos mucho sobre la necesidad de un buen estilo en el
pulpito, pero el estilo es el hombre mismo, y por la gracia de Dios, su
estilo debe ser purificado, simplificado, y puesto en armonía con el
evangelio glorioso que presenta el predicador.
Una discusión del estilo es muy parecida a una discusión sobre ar­
mamento, es decir, cuál es el m ejor un rifle, una carabina, una pisto­
la o un cañón. Todo depende del propósito para el cual se va a usar. El
punto es que cada uno de nosotros debería tener un arma apropiada
para sí mismo. Algunos de nosotros reconocemos que Fulano de Tal
es un buen exhortador, otro hombre es un buen predicador doctri­
nal, otro es un predicador práctico, y aún otro es un buen predicador
expositivo; pero si uno no tiene el mismo don que tiene otro, a menu­
do lo condenamos o lo criticamos duramente, especialmente si sus
cualidades son exactamente opuestas a las nuestras. Ciertamente, nun­
ca deberíamos intentar amoldar a nadie a nuestra idea o modelo pre­
concebido. Pedro y Pablo no eran iguales. Juan no era igual a Pedro.
El fuego del cielo puede combinarse con cualquier estilo, con cual­
quier talento, con todo tipo de predicación.
Somos predicadores del Señor Jesucristo, quien dijo: «Vine a traer
fuego a la tierra. V ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!*»
(Luc. 12: 49). Ese es un gran sermón: «Fuego en la tierra». Ustedes
deben predicarlo. Yo lo intentó una vez.

«Bajo la instrucción de Cristo, los apóstoles habían sido inducidos}


a sentir su necesidad del Espíritu Santo. Bajo la enseñanza del Espí­
ritu, recibieron la preparación final y salieron a emprender la obra d<*
su vida. Ya no eran ignorantes y sin cultura. Ya no eran una coleccit
de unidades independientes, ni elementos discordantes o antagón
eos. Ya no estaban sus esperanzas cifradas en la grandeza mundane
Eran "unánimes”, "de un corazón y un alma". [...] El día de Pente­
costés les trajo la iluminación celestial. Lis verdades que no podían
entender mientras Cristo estaba con ellos quedaron aclaradas ahora».
Observe, fueron iluminados. Ahora sus mentes vieron el verdade­
ro significado de la Escritura, Ionian una religión «experimental» para
proclamar. «Sabían que. aunque revestido de humanidad, era en ver­
dad el Mesías, y contaban su experiencia ai mundo con una confianza
que llevaba consigo la convicción de que Dios estaba con eLos» {ibidj.
Con unatseguridad como la que nunca antes habían conocido,
podían hablar en el nombre de Jesús.

|Bendita seguridad, Jesús es mío!


¡Oh, qué anticipo de gloria divina!
Heredero de la salvación, compra de Dios,
nacido de su Espíritu, lavado en su sangre.*

«Esta es mi historia, este es mi canto», bueno, ¿lo es en realidad?


Fue la suya, ¿y cóm o pudieron predicar cuando cayó el fuego?

.í'Mii.ii«ivJrjr. ¡ s iniiirí! / O , wli.ll .1 íiin-l.i^U- i>f g V 'x y ilivin»*! / H**if óSuK'ilion,' [ X l f v K i S r


* R U - .N ftl

oí (Jod. / Uocn oí 1lis Spirit, washed in Ills blood.


«jCon qué ardiente lenguaje revestían sus ideas al testificar por
él! Sus corazones estaban sobrecargados con una benevolencia tan
plena, tan profunda, de tanto alcance, que los impelía a ir hasta los
confines de la tierra, para testificar del poder de Cristo. Estaban lle­
nos de un intenso anhelo de llevar adelante la obra que él había co­
menzado. Comprendían la grandeza de su deuda para con el cielo,
y la responsabilidad de su obra. Fortalecidos por la dotación de
pírilu Santo, salieron llenos de celo a extender los triunfos de la c
El Espíritu los animaba y hablaba por ellos. 1.a paz de Cristo bi
ba en sus rostros. Habían consagrado sus vidas a su servicio, y
mismas facciones llevaban la evidencia de la entrega que ha
hecho» (ibíd., pp. 37, 38).
Y esta promesa del fuego santo no está limitada a ninguna época ni
a ninguna raza. Es para nosotros ahora, así como fue para ellos enton­
ces. «Puesto que este es el medio por el cual hemos dg^recibir poder,
¿por que rió teñermás hambre y sed del don delF-Spíritu ? ¿Por qué no
hablamos de él, orarnos, por él y predicamos respecto a él?» (ibíd., p. 41).
Cerca de la terminación de la cosecha en la tierra, se les dará a
los siervos de Dios una capacitación especial de gracia espiritual.
Van a recibir una capacitación milagrosa para ganar almas mientras
se someten diariamente a Dios. Pero no necesitamos mirar a ningún
tiempo futuro para esta experiencia. Cada mañana podemos encon­
trarla otra vez renovada. Cada heraldo del evangelio puede arrodi­
llarse delante de Dios y renovar sus votos de consagración y recibir
la presencia del Espíritu y el poder santificador. Entonces su cora­
zón será lleno con el am or de Cristo y saldrá adelante y predicará
con el poder del Pentecostés. Jesús, quien tiene en su mano derecha
las siete estrellas, guiará a sus predicadores quienes están bajo su
control. Los llenará de luz. Les dará la lengua de fuego.
F.n los días que están ante nosotros no siempre será la presenta­
ción más erudita de la verdad de Dios la que convencerá y conver­
tirá a las gentes. «Tos corazones de los hombres no son alcanzad
por la elocuencia ni la lógica, sino por las dulces influencias del F
píritu .Santo» (Profetas y reyes, p. 124).
Sin duda quedaremos gratamente sorprendidos al ver a los pre­
dicadores que Dios llamará en los días finales de su obra. Como una
estrella se diferencia de otra estrella en gloria, así se diferenciarán
sus obreros. Silbemos que estrella tras estrella que hemos admirado
por su brillo, se apagará entonces en las tinieblas. Se nos dice que los
que hayan asumido los atavíos del santuario, pero no estén reves-
£. tidds de la justicia de Cristo, se verán en la vergüenza de su propia
&\ desnudez {ibíd., p. 146).
Pero en cada país hoy, Dios tiene fíeles que brillarán como las es­
trellas del cielo en la noche más tenebrosa. Me gusta esa promesa.
Se encuentra en la página 140 de Profetas \j reyes. Mi padre me la leyó
dos o tres días antes de sü muerte. lVÍc dijo: «Hijo, esto debiera dar­
nos valor. “Dios tiene en reserva, un firmamento de escogidos que
$ brillarán en medio de las tinieblas"».
Tal vez usted fía predicado, y ha predicado años y años, y ha dis­
tribuido literatura, y sin embargo no ha visto mucho resultado de su
trabajo. Pero algún día, brotará y crecerá la semilla, amigos míos. En
lo más oscuro de la noche las estrellas van a brillar, el firmamento
de Dios, un firmamento renovado.
\~ Si vamos a ir adelante en el espíritu y en el poder de Olías, predi­
cando el mensaje de Elias de reforma y justificación por la fe y reden­
ción en Cristo Jesús en el marco de las grandes verdades proféticas
para esta hora, no debemos desalentarnos por las apariencias. La
lengua de fuego alumbrará su camino ál corazón de las gentes.
debemos desanimarnos y ni siquiera bebiéramos intentar hacer el
censo del Israel de hoy. No sabemos cuántos han escuchado el men­
saje. No sabemos realmente cuántos pertenecen a Cristo. Miles de
aquellos que profesan la verdad de Dios caerán, sí, serán llevados
como una nube de paja desde el campo donde se* trilla el trigo por
las tormentas de la persecución. Y cuando suceda eso, miles que han
oído el mensaje de Dios y que lo estarán oyendo bajo la poderosa
predicación de los días que están delante de nosotros, se alistarán
bajo la bandera de Cristo.
«Nadie intente censar a Israel hoy, sino que cada uno tenga un
corazón de carne, lleno de tierna compasión, que, como el corazón
de Cristo, procure la salvación de un mundo perdido» {ibid., p. 141).
Así que hoy es verdad, como fue en los días de los apestóles, que
uno debe tener un corazón tierno para predicar el evangelio. Cier­
tamente, si llevamos a cabo la predicación que Cristo nos ordena
hoy, saldremos con am or en nuestros corazones y con la verdad en
nuestras cabezas. Tenemos nuestras órdenes de Cristo. Debemos pre­
dicar lo que él nos ordena. Recuerden que como predicadores esta-
mos sosteniendo una luz, y debemos permitir que brille en las tinie­
blas. Estamos tocando una trompeta.. En el estrépito de la batalla,
«la trompeta» no debe «dar un sonido incierto». Estamos encendien­
do un fuego en este frío mundo. Debemos mantener la llama ar­
diendo. Debemos golpear con e l martillo, y debemos continuar gol­
peando hasta que la piedra se rompa. Estamos blandiendo una es­
pada. No debemos detenernos con una o dos estocadas que puedan
ser esquivadas. Debemos mantenemos esgrimiendo la espada de la
verdad para que penetre hasta «partir el alma y el espíritu, y las co­
yunturas y los tuétanos» y demuestre que «discierne los pensamien­
tos y las intenciones del corazón» (Heb. 4 :1 2 ).
Se puede conmover a los oyentes con elocuencia, pero nunca lo s1
conmoverá con una lengua de fuego al arrepentimiento y la salva­
ción, a menos que sea un hombre de oración. Debe ser un interce­
sor. En Apocalipsis 1: 5 ,6 está escrito: «Jesucristo [...J nos constituyó
en un reino de sacerdotes para servir a Dios, su Padre».
En la gran iglesia en Glasgow, donde el fallecido Dr. Andrew
Bonner, un predicador piadoso, de éxito, de la vieja iglesia escoce­
sa, en la que una vez fue el predicador, la señora Mclnlyre su hija,
llevó al evangelista galés, Ered Clark. No había ningún sen ’icio, y el
lugar estaba vacío. Ella señaló un banco en el fondo de la iglesia,
donde, dijo que, cuando era pequeña, su padre la había sentado un
día de la semana mientras él acudía al templo vacío. Después de una
larga espera, se puso de pie en el banco para buscar a su padre. Us­
tedes saben que los bancos en aquellos días eran semejantes a pal­
cos. Así que ella tuvo que ponerse de pie para ver a dónde había ido
su padre. Era solo una niña chiquita. Él estaba sentado en un banco
hacia el frente, su cabeza inclinada hacia adelante. Pronto se trasla­
dó a otro banco, luego a otro, y otro. Ella observó que examinaba
cuidadosamente las placas con el nombre del dueño para encontrar
los bancos que deseaba. F.lla no sabía en ese momento lo que su pa­
dre estaba haciendo, pero se dio cuenta más tarde y tuvo una tremen­
da influencia en su vida. Su padre estaba haciendo algo que mostra­
ba su carácter. Como pastor del rebaño estaba orando por las ovejas
en el mismo lugar donde caita una de ellas adoraba cada fin cíe sema­
na. Se senfába en él banco de alguien que iba a escucharlo, y oraba por
esa persona, e intercedía ante Dios por ella. No es maravilla que los
feligreses crecieran en gracia y en el conocimiento del Señor bajo la
predicación del L)r. lionner. Si leñemos la lengua de fuego debemos
conocer a nuestros miembros de iglesia y orar por ellos por nombre.
Para predicar con la lengua de fuego, nuestra vida debe ser santa.
«Es una cosa terrible servir en las cosas sagradas cuando el corazón
y las manos no son santas. Ser un colaborador con Cristo, entraña
tremendas responsabilidades» (iest imonies, t. 3, p. 31).
El apóstol Pablo dijo: «No nos predicamos a nosotros mismos,
sino a Jesucristo el Señor [...1, porque Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestro co­
razón, para que podamos conocer la gloria de Dios que brilla en el
rostro de Jesucristo'- (2 Cor. 4: 5, 6). Es un gran texto.
Nuestra suficiencia no está en nosotros mismos, sino en la influen­
cia clemente del Espíritu de Cristo. Somffi fflflfts vivientesr r o t o n ­
das y leídas de todos los hombres (2 Cor. 3: 2).
«Nada menos que el vivo y poderoso Espíritu de Dios obrando
en los corazones de sus mensajeros para dar el conocimiento tie la
gloria de Dios, puede alcanzar la victoria para ellos» (ibíd.). Y cuando
estamos en una relación correcta con Dios y Cristo mora en nuestro
interior, los pecadores obtendrán una impresión clara de lo.queiág-
nifíca ser cristiano. Sentirán la cercanía de Cris to y su buena yo)un­
tad para salvarlos ahora.
Recuerden, esto no está solamente en la teología, está en el mismo
tono de ja voz, la miracJcL las palabras, lo que tendrá un poder irre­
sistible para conmover y subyugar las mentes. Mientras Cristo es el
ministro en el santuario celestial, también es el ministro de su igle­
sia en la tierra. Él habla a través de sus predicadores escogidos. D¡-
I ce: «Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»
i I (Mat. ¿*; 20).
«Desde la ascensión de Cristo hasta el presente, hombres ordena-
Dios, que derivaron su autoridad de él, han tenido que ense­
nar ia re» (Joj/us de ios testimonios, 1 .1, p. 325). Esto muestra que en
aquella nube de testigos en todo momento hasta la Edad Media, hu­
bo hombres que fueron ordenados por Dios, capacitados por el Es­
píritu Santo, que sostuvieron la verdad, desde la ascensión de Cristo
en adelante.
Si somos embajadores de Cristo, si somos sus representantes,
entonces debería escucharse en nosotros la voz. del Salvador. Si.la
gente es ignorante con respecto al plan de salvación, necesita que se
le diga en palabras sencillas cómo ser salvos y cómo permanecer sa l-.
vos. Necesitan más instrucción sobre esto que sobro cualquier otro
tpfflá”deTa"vendad'"divina.
Necesitamos predicar el arrepentimiento, la fe y el amor de Dios.
Debemos predicar verdades prácticas, y nunca deberíamos predicar
un sermón sin presentar a Cristo y a él crucificado como el funda­
mento del evangelio y la única esperanza del mundo. N o podemos
predicar estas verdades prácticas a menos que las conozcamos y las
creamos en nuestro propio corazón. Debemos predicar de tal mane­
ra que nuestros oyentes vean y sientan que son pecadores y que
necesitan ser convertidos. «Lo que Cristo d ijo, lo que hizo y lo que en-^
señó» {joyas de los testimonios, 1 .1, p. 527), es lo que debemos predicar.
En su predicación, Jesús fue tierno, compasivo y cortés, y su pre­
dicación fue clara, precisa, penetrante y práctica. Sus predicadores
deben seguir su ejemplo en cada sermón. Deberían hacer llamamien­
tos en cada sermón para que la gente abandone sus pecados y acepte a
Cristo como su Redentor. Los pecados populares actuales y las com­
placencias tan comunes a los hombres deben condenarse y debe re­
forzarse la piedad práctica.
De nuestro Salvador se escribió: «El celo de tu casa me consumi­
rá» (Juan 2 :1 7 ). Este mismo fervor debería verse en aquellos que lo
representan. Es una gran verdad que cuanto más íntimamente ca­
mina alguien con el Maestro, menos defectos habrá en su manera de
hablar, en su conducta, su actitud, sus gestos, su representación delj
Señor Jesús.
Ningún hombre puede ser un ministro eficaz, del evangelio, nin­
gún hombre puede tener la lengua de fuego, a menos que la Palabra
de Dios esté en su corazón, a menos que la entienda, a menos que la
pueda leer al pueblo perfectamente, con corrección y con claridad. Los
que no saben leer de modo claro y correcto, deberían aprender a ha­
cerlo. Me parece a mí que el examen de los ministros debería incluir
esto. Un pastor ha de ser capaz de leer la Palabra de Dios en voz alta
al pueblo de modo inteligible. Debe poseer un conocimiento claro de
la verdad para este tiempo y debe sor capaz de explicarla claramente.
Por encima de todo, el predicador debe estar seguro, por una acción
rápida, enérgica, fervorosa, para sí mismo así como para otros, que
predica con el poder el Espíritu Santo. Piense en las personas que va­
cilan desconcertados entre sus oyentes, algunos nunca escucharán
otro sermón y su destino eterno depende de cómo presenta su men­
saje así como del mensaje mismo, si hay poder o no hay poder en él.
y- ¿Qué dije? ¿Cómo afectarán mis palabras a la gente? ¿He predi­
cado un sermón impío semejante a la ofrenda de Caín, sin un Sal­
vador? ¿Predico de manera indiferente? ¿Existe alguna tosquedad o
rivalidad que arruina la influencia y el poder de mi mensaje, o me-
or dicho, del mensaje de Dios a través de mi?
Ninguna predicación de una teoría seca conmoverá almas. Usted
iebe predicar la verdad viva, y debe predicarla como si usted la cre­
yera. Usted debe creerla. Nunca debemos dejar de luchar para con­
seguir más luz y poder. Un verdadero ministro debe, proseguir «tra­
bajando, orando y esperando, en medio del desaliento y las tinieblas,
:esuelto a obtener un cabal conocimiento de las Escrituras y a no que­
jarse atrasado en ningún don» (Obrera evangélicos, p. 158). Cuando
las cosas se ponen difíciles, recuerden jóvenes: «Trabajar, orar y espe­
rar». Tendrán pruebas y aflicciones, mis jóvenes amigos. Tendrán que
saber que Dios los ha llamado o nunca soportarán los mazazos de
la adversidad que seguramente Jes van a venir.
Cuando Jesús dijo «nunca te dejaré ni te desampararé» (Heb. 13:5),
podemos estar seguros ele que su presencia está con nosotros todo
el tiempo si le somos fiejps. Aunque nuestro sendero pueda ser de
tribulación y conflicto, podemos saber que estarnos siguiendo sus
pisadas. Úl, que es el Capitán de nuestra salvación y que fue hecho
perfecto por medio del sufrimiento, es Cristo el Señor, que estará en­
señando y predicando por medio de nosotros.
Sabemos que hay algunos que serán convertidos sin la predicación
de un sermón. Puede ser que no tengan lodos los medios de la gracia
que tienen otros, pero el Espíritu de Dios los conducirá a la senda
de la verdad. «Pero el medio designado por Dios para la salvación de
las almas es "la locura de la predicación"» {Testimonios jxirc In iglesia,
•t. 5, p. 280). Ahora lo tiene usted en la Biblia y en los Testimonios, en
ambos se dice que la predicación es el medio señalado por Dios para
salvar almas. Y cada uno de los que salimos en el servicio del Maes­
tro para predicar, debería exaltar su cargo. No solamente deberíamos
buscar traer a los hombres al conocimiento de la verdad, sino que
^deberíamos trabajar como lo hizo el apóstol Pablo: «A él anuncia-
1mos, amonestando y enseñando a todos, en toda sabiduría, para prc-
¡sentar a todo hombre perfecto en Cristo» (Col. 1: 28).
Usted no comprenderá todo sobre la Biblia cuando comience a
predicar o cuando termine sus dias de predicación. «Una larga vida
de oración e investigación, dejará mucho sin explorar y sin explicar, y
lo que no sabemos ahora se nos revelará en el más allá» (MI., p. 281 ),
TTay muchas cosas en las Escrituras que entenderemos en el
mundo por venir mucho mejor de lo que las comprendemos ahora.
Un texto que es bueno para los predicadores jóvenes así como para
los de edad madura es Deuteronomio 29: 29: «Las cosas secretas
pertenecen al Señor nuestro Dios, pero las reveladas son para no­
sotros». Dejemos las cosas secretas a Dios. F.stá muy bien que las
consideremos y que reflexionemos sobre ellas, pero no deberían es­
torbarnos en nuestra labor. No deberíamos vacilar ni dejar nuestra
predicación del evangelio hasta que podamos comprender algún
texto difícil de entender que puede haber desafiado los pensamien­
tos de los siervos de Dios a través de los siglos. Aim en el estudio
más profundo del que seamos capaces, encontraremos que todavía
podriamos decir con el apóstol: «¡Que profunda riqueza de la sabi­
duría y el conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios,
e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11: 33). No seremos capaces de
desentrañar todos los misterios, aunque podemos ensalzar a Jesús.
En las cosas que necesitamos comprender, nos ayudará. Nos sosten­
drá. De esta verdad maravillosa puede testificar cada ministro de
Cristo.
Una vez iba a asistir a un Concilio Otoñal en el cual todo el futu­
ro de The Voice o f Prophecy estaba en juego. También se me pidió que
hablara el domingo por la noche ante dos mil o tres mil personas en
un auditorio público. Eso era verdaderamente un problema, porque
sabía que muchos no adventistas, así como nuestro propio pueblo,
nuestros líderes y nuestros obreros, estarían allí. Así que fue más bien
difícil preparar un sermón que fuera apropiado para todos y que hie­
ra una bendición para todos. Trabajé durante varias semanas sobre él,
y pensé que tenia un buen sermón. Cuando llegué al Concibo Otonal,
un miembro de mi c uarteto me encontró y sus primeras palabras fue­
ron: «Tendría que haber estado aquí el sábado y oír al hermano Nichol
hablar de esto, y de esto otro y de lo de más allá». Increíble, de eso
iba yo precisamente a hablar. Tres semanas de trabajo, que se aca­
baban de ir ai cesto de los papeles. Por supuesto, lo predicó mejor
de lo que yo lo podría haber hecho. Seguro.
Estaba muy fatigado y cansado del viaje, no tenía sermón y me
quedaban unas pocas horas por delante, con esta gran reunión de la
comisión que iba a decidir nuestra suerte allí con nosotros mismos
delante, seguida por la gran noche de la reunión del domingo. Real­
mente estaba enfermo con lo que parecía ser una una espantosa mi­
graña. Dicen que las migrañas nos atacan en nuestros momentos de
debilidad. Después de una noche de insomnio, me levanté y cami­
né diez millas (16 kilómetros) en medio de la nieve y empecé a su­
dar profusamente, y pensé que tal vez eso podría ayudarme. Pero
no me ayudó. El dolor de cabeza me estremeció y golpeó todo el día
exactamente como lo había hecho la noche anterior. Estaba débil y
hecho pedazos y sentía que nunca sería capaz de presentar nada de­
lante de la comisión m delante de nadie. Unos pocos minutos antes
del momento en que se suponía qlie se iba a reunir la comisión, fui
al gran auditorio allí en Grand Rapids. Estaba completamente osciPl
ro. Subí a la galería solo, me arrodillé delante del Señor, le abrí mi •
corazón y le presenté mi problema. Es verdad que él sabe todo sobre
nuestros problemas, pero desea que se los contemos. I.e dije cuán en­
fermo estaba, cuán incapacitado me sentía para peasar o para presen­
tarme ante la comisión para explicar lo que yo pensaba que debía .
hacerse en cuanto a la obra radial. No tenía tema para esa noche cuan-
do estarían presentes miles de personas, muchas de las cuales sin
duda iban a tener que tomar decisiones para la eternidad. Le pedí a
Dios en forma definida que me curara instantáneamente y que me
permitiera salir sin dolor de aquella sala donde se iba a muñir la
comisión, si era su voluntad y para la gloria de su nombre.
Ahora bien, no siempre he tenido respuestas directas a mis oracio­
nes, y algunas veces, aparentemente no recibí ni la más mínima res­
puesta. Pero esa vez tuve una contestación. Me levanté de mis rodillas
y salí de aquel oscuro auditorio. Mientras abría la puerta para entrar
en la sala donde estaba la comisión, me parecía como si una mano
amable hubiera eliminado todo resto de dolor de cabeza. Me sentía
mejor que nunca. Me parecía como si anduviera flotando en el aire.
Era maravilloso estar vivo, ¡lleno de entusiasmo y de salud! Mi men­
te estaba clara, y estaba feliz en el Señor. Fui a la comisión, y en un cor­
to tiempo muchas cosas que me preocupaban se arreglaron. Los her­
manos nos apoyaron de una manera maravillosa, y se salvó la obra de
Dios en la radio por otro año. Sabía que el Señor estaba detrás de todo.
Poro aún no tenía sermón para aquella noche. Más o menos a las
cuatro en punto de la tarde los miembros del cuarteto me preguntaron:
— ¿Cuál es su tema?
—Aún no tongo tema —los dije.
— ¡Será mejor que so* apure! — me respondieron.
— Lo sé — dije— . Por favor, oren para que pueda conseguir un
toma.
Exactamente antes que subiera a la plataforma, me vinieron a ver
P otra voz. Aún no tenía el tema. Se cantaron varios himnos, so hizo la
oración, y aun no tenía tema. Til cuarteto cantó tres o cuatro himnos
P
más. Aún no tenía el tema. «¿Está Ben Glazer aquí con nosotros? ¡El
querido Ben debe estar atrás en alguna parte!» Entonces Ben so le­
vantó para cantar un himno que le había pedido que cantara. Aún
no tenía el tema. Cantó una estro'fa, pero aún no tema mensaje. En­
tonces, cuando estaba en la parte final de la última estrofa, ¡me vino
b el tema, rápido! Tres textos del capítulo 1 d eja carta a los Romanos
0 relampaguearon en mi mente, Nunca en mi vida había predicado
sobre eÜosTUstedes~los conocen, los versículos 1 4 ,1 5 y 16, un tema
a
tremendo, «Soy deudor [...] estoy ansioso f...l no me avergüenzo»
«? ¡Qué sermón allí para cualquiera, ustedes pueden predicar sobre
esc»! Me levanté y comencé a predicar y en cinco minutos era eviden­
1 te que el Señor me estaba guiando. A la congregación se la notaba
entregada. Estaban en la m ano del Señor, lo sabia, lo podía sentir.
Aquella gran audiencia se hallaba bajo la profunda impresión del
Espíritu Santo. I a gente comenzó a llorar, ios hombres pasaron ade­
lante cuando hice el llamamiento. No había planeado hacer un lla­
mamiento, pero lo hice. Un hombre arrojó su tabaco y sus cigarros allí
abajo en el piso frente a mí, y más tarde supe que había sido regene­
rado plena y completamente y que era un cristiano fiel y ferviente.
~ Dios nos ayuda en las emergencias. Vendrá en nuestra ayuda en
tiempos de gran necesidad. Así que no falle en confiar en él. Dice Dios:
«Yo estaré en tu boca». Algunas veces tiene que permitirnos estar en
esos lugares difíciles para alentamos. He tenido suficiente experien­
cia en la causa de Dios como para saber que Jesús cumple su palabra.
Nos ayudará en nuestros momentos de necesidad. Es muy fácil para
nosotros predicar de una manera que no se convierta nadie. Y algu­
nas veces, es una gran tentación hacer eso. Necesitamos guardamos
contra eso cada vez que subimos al pulpito a predicar.
Cuando usted predica con todo su poder a una gran multitud,
eso le agota las fuerzas. Usted no siempre se siente como para hacer
un llamamiento especial. Me acuercio cuando trabajaba con cierta
persona, hace algunos años. Mientras yo predicaba, él podía percibir
al público, y aún puedo oírlo mientras estaba sentado detrás de mí,
que me decía: «¡Haz un llamamiento! ¡Haz un llamamiento!» Prác­
ticamente me forzaba a hacerlo, e hice un llamamiento, que Dios ben­
dijo de una manera grandiosa. Es maravilloso cuando podemos ayu­
darnos el uno al otro en la predicación de la Palabra de Dios de esta
forma.
I lace casi setenta y cinco años, Charles G. Finney dio un conjun­
to de reglas sobre cómo predicarparFíío.convertii- a nadie:
«1. Permita que su motivo supremo sea la popularidad antes que la
salvación.
2. Estudie para agradar a su congregación y conseguir fama, antes
que para agradar a Dios.
3. Dediqúese a temas pasajeros, sensacionalistas, para cautivar a las
multitudes. Evite las doctrinas esenciales de la salvación.
4. Denuncie el pecado de manera abstracta. Pase ligeramente so­
bre pecados que prevalecen en la congregación.
5. Si le pregunto: "¿Es malo ir al baile, jugar a las carias, asistir al tea­
tro?", conteste afablemente: "Oh, es un asunto de conciencia per­
sonal. Yo no soy quien para decirle lo que usted debe hacer".
6. Predique sobre la hermosura de la virtud, la gloria de! cielo, pero
no sobre la malignidad del pecado o los horrores o los terrores de
estar perdido.
7. Reprenda los pecados de los ausentes. Haga que los que están pre­
sentes se sientan muy satisfechos consigo mismos como para dis­
frutar del sermón, y que no se hiera ningún sentimiento.
8. Sobre miembros de iglesia mundanos, fortalezca la impresión
de que Dios es demasiado bueno como para enviar a nadie a la
destrucción.
9. Predique la paternidad universal de Dios y la fraternidad de to­
dos ios seres humanos, y de esa manera muestre que realmente
no se necesita un segundo nacimiento.
10. No reprenda la mundanalidad de la iglesia. En vez de tener reu­
niones de oración, permita que la gente se siente y coma y beba,
y que se levante a jugar.
11. Evite la severidad, la alarma, y los esfuerzos fervientes para sa­
car a los pecadores» del fuego».
Esa es la forma pava no tener conversos. Pero si predica exacta­
mente de la manera contraria, es cierto que será un buen predicador
y tendrá éxito en la ganancia de almas. Es posible que no siempre
tenga el templo lleno, pero si usted predica el evangelio de Cristo a la
manera de Cristo, usted ganará a algunos para él.
TTace algún tiempo, un laico escribió a una de las revistas religio­
sas principales en estopáis, y le envío un corto artículo titulado: «Có­
mo predicaría yo si fuera pastor». Ahora cito de ese artículo:
«Primero, si yo hiera pastor, no predicaría de literatura, o cien­
cia, o política, sino que predicaría de religión. PredicariaJaifak b ra
de_Qios.-Predicaría las grandes doctrinos. doLpecada y la salvación.
Obtendría mi inspiración de la Biblia y no de Darwin, Kipling, o del
último diario o revista. La gente está hambrienta de buen alimento
espiritual, y si yo hiera un predicador le daría ese alimento genui­
no. No conjeturaría si el pueblo va a escuchar semejante predica­
ción, puesto que tiene por su modelo a Phillips Brooks, Spurgeon,
Moody, McGuire, y todos los otros grandes predicadores, y a Cristo
mismo.
»En segundo lugar, no predicaría acerca de dudas ni de crítica de
la Escritura. Predicar la crítica de las Escrituras es semejante a llevar
a la cocina a alguien que está pereciendo de inanición y mostrarle
sencillamente de qué sé compone una hoga/a de pan. [Mis amigos,
ustedes hablan demasiado de que "esta escritura no es inspirada" y
"esto no está en el original". De esa forma están haciendo mucho da­
ño al pueblo, porque ellos no tienen todo el conocimiento que uste­
des tienen sobre esas cuestiones, y tal vez ustedes no tienen tanto co­
nocimiento como creen que tienen; así que sean cuidadosos],i n g e n ­
te está hambrienta de alimento bíblico, no de wvhatadu.O de.laic*
ch a.dfijvarios libros (y de los diferentes manuscritos]. Predicar críti­
cas e interrogantes con respecto a la Palabra de Dios o al measaje del
Señor, es apropiado para hacer al laico tan escéptico como el mismo
pastor sería si no tuviera él mismo, un conocimiento superior del tras-
fondo de la Biblia.
»E_n^tercer lugar, si yo fuera pastor, predicaría en fterin, con en­
tusiasmo y fervor. [Bueno, lístales saben lo que significa la palabra
entusiasmo, ¿cierto? Viene del griego en theoa, "en Dios". Alguien que
es entusiasta se supone c{iie está lleno de.PjpS- Así que, estemos real­
mente llenos de Dios; tengamos un entusiasmo real]. Ya sea que el
predicador use un m anuscrito o notas o hable de "las ideas que van
surgiendo sobre la marcha", como alguien ha dicho, debe ser un pro­
feta, y tener un mensaje real que vaya directo hasta su punto culmi­
nante. No será desviado fácilmente por esta anécdota o por aquella,
y no estará obstaculizado con explicaciones o pruebas innecesarias.
No se necesitan, hero un sermón, en sus mismísimas prim eras pala­
bras ya debería decir algo, probar algo y debería avanzar de una
aseveración a la otra, directo hasta la prueba final y ci punto culmi­
nante al final. Eso es un sermón real que arde con convicción, pero
que es suficientemente juicioso para tejer una tela lógica, tan lógica
como la de un abogado, un sermón que sigue la Biblia.
»Yo trataría de predicar sermones que surjan de la vida más bien
q u é d elo s libros eme ¡den ¡por resultado una vida nueva. Esa es la
clase de sermón que nosotros los laicos deseamos. ^Durh-jnal? ftj, si
se aplica la expiación al escritorio de oficina y a la cajera en el nego­
cio, y si la regeneración se aplica a la cocina, a la carretera, a los salo­
nes del Congreso. ¿^xcgétipp? «jir si hace que los ritos del tabernácu­
lo nos lleven a la santidad en el siglo XX, y las murallas de Nehemías
nos rodeen con paz en el siglo XX. ¿Evidencias cristianas? Cierta­
mente sí, si demuestran no lo que ya creemos, sino los puntos sobre
los que dudamos en nuestro ser interior, y de una manera fácil.
»Oh, pastor, predíquenos sermones en serio. Predique como un
moribundo a otros moribundos; Si, más todavía, predique como a per­
sonas vivas, personas que están muy vivas, y demasiado afligidas y
preocupadas, y muy entusiasmadas y preocupadas por tes.cosas de
este mundo. Si escucho predicar así,, ponda* atención.a Jp que dice.
Pondríamos atención a lo que dice y alabaríamos al Señor».
Seguramente hoy necesitamos un renacimiento del fervor en nues­
tra predicación.
Según la agencia de noticias Associated Press, la tendencia actual
de algunas denominaciones que recalcan el emocionalismo en la re­
ligión, puede explicarse por lo que el Dr. Thurlow brazier dijo, cuando
hablaba en una reunión de la Iglesia Presbiteriana en Caniey Point,
Nueva Jersey, como se informó en la revista Moody Monthly de
noviembre de 1945. Dijo:.«Al pueblo norteamericano le gusta que le
sirvan caliente su religión Muchos de nosotros, ministros pres­
biterianos», dijo este escritor, «hemos sido adiestrados para no exte­
riorizar nuestras emociones. En algún lugar, en la larga preparación
para el ministerio, se ha enfriado nuestra pasión. I a gente no se
siente atraída por la fría lógica, sino por lo que sale de nosotros co­
mo un evangelio cálido hacia los demás, aun si este no está perfec­
tamente razonado filosóficamente». Ahora, amigos, consigan toda
la lógica que puedan, pero estén seguros de que tienen un corazón
entusiasta y que suplican a los hombres como predicadores llenos
de entusiasmo, como hombres que tienen un corazón fervoroso, que
los aman.
La revista Watchnmn-Exnminer declara que esta es una afirmación
muy ajustada a la realidad, pues las estadísticas eclesiásticas muestran
que al menos en Norteamérica los grupos religiosos que crecen más
rápidamente son aquellos que no establecen controles rígidos sobre la
manifestación pública de las emociones. El redactor declara que «el
pasatiempo más practicado por la gente culta es despreciar ese tipo de
cristianismo emocional, pero no encontramos que el cristianismo de los
intelectuales tenga mucho éxito en ganar almas para Cristo», y sugie­
re que «si una condición equivocada puede curarse por su antídoto,
entonces el emocional¡smo excesivo por parte de algunos puede ser­
vir aún para derretir los carámbanos de hielo que cuelgan de los lam­
padarios de algunas de nuestras así llamadas iglesias cultas».
Billy Sunday dijo que él había estado en iglesias donde podía ha­
cer patinaje sobre hielo en el pasillo central. Sencillamente me pre­
gunto qué dirían nuestros miembros en algunas de nuestras iglesias
si vieran al pastor Jaime White desfilando por el pasillo, dirigiendo
a los ministros a la plataforma, marcando el compás gentilmente so­
bre su himnario y cantando juntos: «Cuando pueda leer mi derecho
total a las mansiones en los cielos». ¡No creo que les gustara! O có­
mo reaccionarían al ver a la hermana White cayendo realmente in­
consciente bajo el poder de Dios. ¿Actuamos así hoy?
Y sin embargo, esa era una religión cordial, un ministerio cálido,
y en aquellos días los predicadores impartían un mensaje ardiente.
El predicador nunca debe ser un simple conferenciante o emdi­
to, y ciertamente no debe lanzar peroratas; sino que tiene algo en su
alma para entregar, y algún mensaje personal del corazón de Dios pa­
ra los corazones de los hombres. Dijo Henry Ward Beecher: «El pre­
dicador tiene que manifestar entusiasmo para alcanzar a las almas
y no preocuparse demasiado por su oratoria, ya que Cristo no dijo:
"()s haré pescadores de sermones"».
Horace Greeley, el conocido editor, una vez recibió una carta de
una dama en la que decía que su iglesia estaba en un estado finan­
ciero desastroso. Habían probado todos los sistemas posibles: ferias,
festivales de la fresa, cenas de ostras, banquetes de pavo, bodas japo­
nesas, reuniones sociales de beneficencia, matrimorios simulados,
paquetes sorpresas, reuniones sociales de regalos y reuniones sociales
de corbatas. ¿Sería el señor Greeley tan amable como para sugerir al­
gún nuevo plan para mantener a la iglesia que estaba luchando para
no disolverse? Él respondió: «¿Por qué no prueban con la religión?».
Y eso es lo que algunos predicadores deberían hacer. Para coase-
guir un cambio, deberían probar con la religión. Deberían Iratar de
predicar la Escritura, el genuino evangelio de nuestro glorioso Dios
y de nuestro Salvador Jesucristo. Deberían poner a prueba el men­
saje de los adventistas del séptimo día. Algunos pastores adventis­
tas, deberían probar eso para conseguir un cambio. Hay alguna pre­
dicación popular hoy que no es bíblica.
Los predicadores apostólicos de los primeros días de la iglesia y
otros a través de las edades, fueron hombres que trastornaron el
mundo. Fueron predicadores bíblicos Jvlire lostextos que se eitaiven
el sermón dcl .apóstol P c d r o a U lochos 2; los que se citan en el ser­
món de Esteban el diácono en Hechos,7; y en el sermón del apóstol
Pablo en Hechos 13. Son realmente lo que llamaríamos lecturas en las
que se ensalza la Biblia, ¿no es cierto? Eso es lo que realmente son.
Aquellos predicadores de poder de tiempos antiguos, comenzaron
en la creación, o al menos con el llamamiento de Abraham, y llegan
paso a paso hasta el momento presente. Y entonces miraban hacia
adelante al futuro.
Cuando Pablo estaba en lésalónica fue a la sinagoga, «y por tres
sábados razonó con ellos basándose en las Escrituras» (Tiech. 17: 2).
Y «llegó a Éfeso un cierto judio, llamado Apolo, natural de Alejandría,
varón elocuente, poderoso en las F-scrituras. 1 -] Porcue con gran
vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por
las Escrituras que Jesús era el Cristo» (Ilcch. 18: 24-28)
Cuando el apóstol estuvo en Roma, «vinieron en gran número a
ver a Pablo [aquellos judíos, como usted recuerda] donde se hospeda­
ba. Entonces, desde la mañana hasta la tarde testificó del reino de Dios,
procurando persuadirlos acerca de Jesús, por medio de la ley de
Moisés y los profetas» (Hech. 28:23). ¡Cómo m e gustaría haber estado
frente a Pablo por unos momentos y aprender a predicar de él!
Algunos predicadores modernos pasarían irnos momentos difí- j
eiles si tuvieran que predicar desde la mañana hasta la tarde del An­
tiguo Testamento y del Nuevo Testamento combinados. ¿Podría us­
ted mantenerse predicando desde la mañana hasta la tarde? Y aque­
llos hombres tenían solamente las Escrituras del Antiguo Testamen­
to. Predicaban de las Escrituras, y su tema era Jesús. El Espíritu Santo
había mostrado su aprobación a esta clase de predicación, porqq££l
Nueva Testamento contiene más dii trescientas rfta&droctas del An-
tiguo Testamento, aunque el Nuevo Testamento es de mucho m e n o rj
extensión.
El predicador bíblico tiene una ventaja evidente. Primero, puede
hablar con autoridad, porque sabe mientras habla, que está entregan­
do un mensaje de Dios. Seguqdp, sabe que está en lo correcto, y pue­
de ser tan osado como un león. 'U lce ra sabe que no puede extraviar
a los pecadores porque les dice señcíííámente lo que dijo el Maestro.
Cuarto, desarrolla cristianos que disfrutan su ministerio, y que lle­
gan a ser un pueblo firme y prudente que no prestará atención a la
voz de los falsos maestros, aunque a menudo intenten seducirlo con
mucha astucia.
Laqujnta razón en la nial el predicador bíblico tiene ventaja, es
porque está libre de la preocupación que acompaña invariablemen­
te a la predicación de sermones pomposos, porque ha hablado de ma­
nera fiel y piadosa lo que Dios le ha dicho y los resultados los deja
en las manos del Señor. SfíXlO* si a sus oyentes no les gustan sus en­
señanzas, puede uaformarles tranquilamente de que su disconformi­
dad no es con él, sino con el Señor. Y amigos, oigan, tendrá una me­
jor comparecencia ante el tribunal de Cristo que aquellos que fueron
enviados como embajadores del Señor, pero fallaron en obedecer
sus instrucciones.
Deberíamos presentarle con claridad al pueblo las grandes ver­
dades fundamentales del adv entismo, clarificándolas mediante las
Escrituras, y, generalmente es bueno al mismo formenzfi del sermón
decirle a. la gente qué es lo que tiene previsto mostrarles de manera
que sepan qué pueden esperar. Si usted va al departamento de quími­
ca de este colegio encontrará al profesor en el laboratorio diciéndolcs
a los alumnos lo que deben esperar, lo que van a ver, antes de que co­
miencen a hacer el experimento. Así que, cuando usted comience a
predicar, resulta conveniente, por lo general, permitir que la gente
sepa qué es lo que les va a decir, cuál es el tema, y a dónde espera
usted llegar. Entonces sabrán qué esperar y podrán seguirlo bien
orientados desde el principio al fin. Los predicadores de antaño siem­
pre hacían eso.
/ Es bueno para los predicadores seguir el ejemplo del abogado ir­
landés en Chicago que ganó muchos casos. Abogados jóvenes admi­
radores se acercaron a él y le dijeron: «Díganos cuál es el secreto de
su éxito con los jurados».
«¡Oh!», respondió, «se lo voy a decir. La reputación que tengo del
éxito en los debates descansa en el hecho que, primero les digo lo
que les voy a decir, después se lo digo, y después les digo lo que les
\dije».
Entre los objetos personales de mi padre, encontré estas resolu­
ciones en una hoja de papel amarillento, lo que muestra que habían
sido mecanografiadas hacía muchos años. Parecían ser una serie de
resoluciones usadas en una Asociación donde fue presidente.
«Visto que, el Señor ha llamado a su pueblo a la existencia con el
propósito definido de enseñar a todo el mundo ciertas verdades es­
pecíficamente fundamentales de su Santa Palabra que nos hacen un
pueblo separado y distinto y,
» Visto que, el espíritu de profecía en el capítulo de Primeros escri­
tos titulado "U n firme fundamento", nos amonesta seriamente con­
tra el cambio tie aquellas enseñanzas o a separamos de esta plata­
forma de la verdad eterna, y,
»Visto que, cada doctrina bíblica tiene el propósito de revelar los
misericordiosos planes de Dios y su poder para redimir por medio
de la gracia que es en Cristo |esús nuestro Señor; por lo tanto,
»Se resuelve-. Que es de importancia suprema que nuestros pasto-
ics enseñen fielmente y prediquen por doquiera esas doctrinas fun­
damentales, y que hagan eso solamente desde el punto de vista de
la verdad como es en Jesús.
»Recome)nimuo$. Primero, que se presenten estas verdades de una
manera digna y asertiva, y, como se declara en Obreros evangélicos, pá­
ginas 177-179, que el mensaje para este tiempo sea presentado no en
sermones largos y complicados, sino en alocuciones cortas y directas.
«Segundo, que los textos probatorios que se usan, sean leídos más
bien que citados, no solo para que podamos dar el mensaje de Dios
correctamente, sino para que la gente pueda entender mejor que las
palabras de nuestro mensaje son en realidad las palabras de Dios».
Ahora amigos, si ustedes citan, será mejor que busquen en la
Biblia. Aim si lo saben de memoria, vayan de todas maneras a su Biblia.
Para mi, es difícil ver la m ayor parte de lo impreso en la Biblia, así
que generalmente cito el texto, pero de todos modos vuelvo a algún
lugar en la Biblia. Puedo estar citando de Calatas, ¡y volver a Ecle-
siastés! Una vez en un program a de televisión estaba citando de la
carta a los Romanos, y, desafortunadamente alguno se dio cuenta
que yo volvía atrás a Génesis, y me llamó sobre eso. Así que ahora
trato de volver aproximadamente al lugar exacto. Pero no busque
torpemente, porque si lo hace, eso le hará ir más despacio, y usted
utilizará un «este...» y un «eh...» y otras muletillas similares. Si us­
ted desea mantener la atención de la gente tiene que m irar a sus
oyentes a los ojos y hablar sin interrupciones. Así que aprenda mu­
cho de la Escritura, pero abra la Biblia de manera que parezca por
lo menos como que está leyendo al público de la Escritura. Esta re­
comendación que estoy leyendo ahora, sugiere que hagamos eso,
que leamos el texto probatorio, «no solo para que podamos dar el
mensaje de Dios correctamente, sino para que la gente pueda enten­
der mejor que las palabras de nuestro mensaje son en realidad las
palabras de Dios». Ahora, creo que es una muy buena regla para se­
guir, que recalquemos la gran importancia de leer y citar correcta y
reverentemente las palabras de la Santa Escritura, ya que es uno de
los medios más eficaces para impresionar con la verdad los corazo­
nes de nuestros oyentes.
Quiero interpolar justo aquí unas pocas palabras de la hermana
White, que se publicaron en la Review del 20 de agosto de 1903: «I-as'l
verdades antiguas que se nos dieron al comienzo, han de ser procla­
madas lejos y cerca. F.l tiempo transcurrido no ha disminuido su I
valor. El enemigo se esfuerza constantemente por sacar esas verda- >
des de su marco y poner en su lugar teorías espurias. Pero el Señor i
hará surgir a hombres de percepción aguda que darán a esas verda- J
des su debido lugar en el plan de Dios».
¿Qué podría ser más cristiano, más sensato, más apropiado, que esas
resoluciones que acabo de leer? lodos los predicadores adventistas
del séptimo día debieran predicar un mensaje cristiano, deberían pre­
dicarlo de la Biblia, y debe'rían predicar el mensaje que nos hizo un
pueblo, que nos mantendrá como un pueblo.
N o voy a citar más de esas resoluciones, excepto una, la número 4:
«Que cada obrero dedique cada día con regularidad tiempo..para
la oración y_para.d_fistudiopersonal.de la Palabra de-Dios [¿Ven? un
tiempo regular. Si usted no toma un tiempo.regular., usted.no va ajjrar,
ni estudiar]. Sugerimos que la primera hora dé la mañaruTes la mejor
para este propósito. [Fíjense bien que era una resolución de esa Aso­
ciación, y creo que cada Asociación debería tomar una resolución se­
mejante, y que el presidente debería ver que esos hombres estudien v
ojiad. Hemos mencionado esto antes [y todo esto está en le resolu-’)
V¡ón|)pero lo volvemos a mencionar porque es de gran importancia».
""L as iglesias necesitan recordar que sus pastores son de carne y
hueso, así como hombres de Dios. No hace mucho tiempo alguien
en el mundo de la radio presentó esta pregunta: «¿Cree usted que
un pastor debe tom ar vacaciones?» Yo respondí; «No, no debería, a
menos que usted se dé cuenta de que es humano igual que usted, y que
usted desee que él viva tanto como usted». Por supuesto, escribí más
que eso. Esa mujer parecía que pensaba que un pastor no debería to­
mar vacaciones, y que si las tomaba demostraba falta de fe en Dios.
De una de las principales revistas religiosas, cito lo que creo que
es una buena sugerencia, aunque algunos de ustedes puedan quedar
consternados por algo tan desalentador. «Primero, pase tres o cuatro
mañanas cada semana lejos del hogar y de su oficina en un lugar don­
de pueda ser localizado solamente en caso de emergencia, y donde
usted no haga nada más sino estudiar, orar y escribir El pastor que
resueltamente mantenga esas horas de la mañana separadas de la
invasión de tareas, encontrará que todo su ministerio se enriquece y
se serena profundamente».
Otra buena sugerencia es que redacte sus sermones de vez en
cuando. Muchos pensarán que es una pérdida de tiempo, pero a la
larga le ahorrará tiempo porque le dará una reserva de material pre­
parado para artículos y también refrescará su mente para futuros
sermones. Idx^aibir.ayuda a pensar con más precisión. Es muy difí­
cil sentarse y escribir por mucho tiempo sin decir nada. Cuando us­
ted pone las cosas en negrosobre blanco, el resultado no parece muv
bueno a menos que realmente usted esté diciendo algo. Ahora bien,
no estoy sugiriendo que usted lleve esos sermones escritos con us­
ted al púlpito. Pero si usted pone por escrito sus sermones, cierta­
mente le ayudarán a tener ideas definidas en la mente y también a
desarrollar un estilo claro, sencillo y comprensible.
Muchas de las cargas de la iglesia pueden ser llevadas por miem­
bros laicos, ül pastor nó es el único evangelista. Muchos fervorosos
miembros de la iglesia pueden hacer obra de evangelización. Cuan­
do nos detenemos a pensar en eso, recordamos que.fipurgcon fue un
laico y también lo fue-Mootiy. Ninguno de ellos lúe ordenado min­
e ra l ministerio.
Es posible tomar libre un día a la semana, o por lo menos medio
día. Sé que esto es más fácil decirlo que hacerlo para todos nosotros,
y no puedo insistir demasiado en ello, pero ¡tome algún tiempo li­
bre! Mi abuelo solía decir: «Un hombre tiene que ser un fanático
sobre un buen punto para conseguir que otros vayan hasta la mi­
tad». El sábado es el día más ocupado para la mayoría de los predi­
cadores, así que si usted no toma otro día libre y descansa, está de­
sobedeciendo Ja ley de Dios al trabajar siete días a la semana. Nadie
puede hacer eso sin sufrir las consecuencias. Les digo, ¡no pueden
quedar impunes! Al fin, eso lo pondrá fuera de combate. Dijo Jesús:
«Los sacerdotes quebrantan el reposo del sábado, y son sin culpa»
(Mat. 12: 5). F.l sábado era su gran día, con ofrendas y muchas acti­
vidades. Así que ustedes profanan el sábado cuando recorren cinco,
diez o veinte millas, (8 ,1 6 ó 32 kilómetros), algunos de ustedes cien­
tos de millas para predicar, tal vez varias veces durante el día, y des­
pués, tienen entrevistas con la gente. Nada es más devastador para
los nervios de cualquier persona que esas constantes entrevistas con
gente que se le acerca y espera que usted resuelva todos sus proble­
mas. Sencillamente hablan y hablan y discuten la vida con usted. En
realidad, eso es literalmente cierto .Usted debe tener un tiempo para \
relajarse, un tiempo para volver alien arlos depósitos de su alma, v 1
para orar.
Debido a que el sábado es a menudo un día muy atareado para
el predicador, debería tomar algún otro día libre cuando pueda es­
tar alejado del teléfono, salir al campo y ocuparse en alguna activi­
dad que le proporcione distracción de sus debca's habituales. La vida
no debería ser una eterna cadena, o un girar la rueda eternamente
como la gran rueda del destino tal como lo describen los budistas
Por lo que he descubierto, la mayoría de nuestros pastores están
d ispuestos a trabajar demasiado. No creo que haya muchos haraganes
entre nosotros; tal vez hay alguno, pero no muchos. Ese no es nuestro
mayor peligro. Pero tenemos obreros que necesitan cuidarse a sí mis­
mos, o si no, se agotarán en el servicio de Cristo mucho antes de que
haya terminado el tiempo de su servicio útil.
Necesitamos pensar en Pedro cuando se levantó en el día de Pen­
tecostés para predicar como un hombre real, un hombre que conocía
el calor del sol y la helada de la noche. Estaba acostumbrado a las
olas del Mar de Galilea. Era un tipo recio, que pasaba mucho tiem­
po al aire liba*. Cuando se levantó para predicar, realmente se le­
vantó. No creo que caminara con los hombros caídos en el pulpito
ni que se apoyara en una mesa. Se levantó y predicó. Alguien le ha
dicho a los predicadores: «Levántese, predique, termine; aero nunca
abandone, nunca trabaje con menos intensidad, nunca retroceda, o
se calle en la causa de Cristo. Entonces se fortalecerá la iglesia y se­
guirá en buen estado».
De ve/, en cuando hay un predicador del cual puede decirse, co­
mo se dice en Escocia: «Tiene la enfermedad de los "pies y la boca".
i>o \N o puede predicar, y no desea hacer visitas». Una razón por la cual
no puede predicar es porque no visita. Si se me/elara ccn la gente';
así como si se quedara a menudo a solas, con sus libros, y con el Li­
bro de los libros, pronto tendría un mensaje que lo inflamaría de pa­
sión por los perdidos. Aprendería que «la religión pura y sin man­
cha ante Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas
en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo» (Sanl.
1: 27).
Jóv e n e sJbusquenjajbasión de Dios por las_alrnas de su pueblo.
Pídanle a él que coloque sobre usledes la carga poderosa dé la inter­
cesión por ellas. Entonces, eso aparecerá en sus sermones, como se
describe en aquellas líneas maravillosas de E W. Myers, las cuales
pone en los labios de Pablo:

Solo veo como almas el pueblo allí abajo,


encadenadas, que deberían vencer, esclavos que
/ deberían ser reyes,
que oyen su única esperanza con un milagro vano,
tristemente satisfechas con una muestra de cosas.
Entonces con un apuro el insufrible anhelo
se estremece sobre mí como el toque
/ de una trompeta
¡Oh, salvarlos a todos! perecer por salvarlos,
morir por su vida, ¡ser ofrecido por todos!*

Espero que encuentren que es difícil ser predicador. A menos que


conozcan algo de la necesidad de las almas humanas, a menos que en­
cuentren que su verdadera obra es preparar su mensaje para el pulpi­
to, a menos que desplieguen un tremendo esfuerzo con una vida sacri­
ficada y una intercesión piadosa, nunca serón buenos predicadores.
Fue Alexander White el que una vez sorprendió a su congrega­
ción en Edimburgo cuando dijo: «Desaparecería del pulpito si pu­
diera. En más de una ocasión, cuando los oficiantes entran con la
Biblia [en las antiguas iglesias escocesas acostumbraban a llevar una
gran Biblia y colocarla delante del predicador], pienso en escapar­
me por la puerta de atrás. No me creerán, pero es la verdad. V cuando
ustedes se hayan sentado en sus cómodos asientos, me sujetaré a la
barandilla que tengo detrás, suplicando a Dios que no me arroje
lejos de su presencia, sino que me sostenga con su libre Espíritu. Y
mientras el organista les da la bienvenida con la dulce música, esta­
ré vacilando con una oración: "Oh, roda el pulpito y al predicador
y al sermón con la palabra de paz y el poder que da la sangre de
Cristo"». ¡Y qué predicador fue Alexander White!
En todas las épocas hay algunos, al igual que los profetas del Anti­
guo Testamento, que conocen «las cargas de Yahveh» 0cr. 23: 33, BJ).
Son los que están sostenidos por el Señor. Si usted proclama fielmente
a su Salvador, si usted, de manera hábil y prudente maneja la espada
de dos filos, se abrirá paso entre el pecador y sus pecados. Si usted vive
para este único trabajo, y, como dice el obispo Simpson: «Si usted estiP
dia, ora, predica y visita para hacer a todos los seres humanos seme­
jantes a Cristo, entonces su recompensa será gloriosa y brillará cuino
el resplandor del firmamento y como estrella a perpetua eternidad».

' Only like sonK I m v tin* folk thereunder / bound svUnslnndd conquer, slaves who should In»
IdÚgN / Hearing their one hope with ,m <ni|>lv wonder. / Sadly contented w ith a show of tilings;

The with .i rush tin* inlnlrrabie craving / Shivers throughout inn like a trumpet-call, / O to sivf
these! to perish for their saving, / I )k* fur their life, be offered ior them nil!
Una estrella puede distinguirse de otra en gloria, pero todas bri­
llarán con el resplandor del rostro de Jehová. Pero si usted maneja
esa espada fraudulentamente, si no es fiel, si presenta sus propias
palabras y no el mensaje de Dios, si usted se olvida de la Excelsa
Majestad de la cual es un embajador y busca el aplauso de la gente a
la que es enviado, si usted como un centinela ve que se acerca el ene­
migo y no da la voz de alarma, si usted como el mayordomo infiel
se apropia ilícitamente o malgasta los bienes que Dios le ha dado pa­
ra otros, encontrará que ha edificado su casa de la eternidad con ma­
dera, heno y hojarasca, y el fuego de aquel dia la consumirá.
_ I-a obra de cada ser humano será probada, y solamente la que es

[de oro, plata y piedras preciosas podrá resistir la prueba. Recuerde,


hay una diferencia entre un regalo y una recompensa. Usted puede
ser salvo, o «como por fuego» toda su obra puede ser destruida. Oh,
mis amigos, es mejor no haber nacido nunca o ser arrojado en el mar
con una piedra de molino en el cuello; o mejor que las rocas y los
montes caigan sobre usted y lo oculten del rostro del que se sienta
sobre el trono y de la ira del Cordero, que ser infiel al ministerio cris­
tiano.
«Sin embargo, aunque hablamos así, amados, de vosotros espe­
ramos cosas mejores conducentes a la salvación» (TTeb. 6:9). El men­
saje de Dios será predicado y predicado como una lengua de fuego
hasta el mismo fin. Cada ladrillo y cada columna de la fe que fue es­
tablecida por la Palabra de Dios y por la revelación de su Espíritu,
será sostenida y proclamada por alguien,
p- «T.a verdad que Dios ha dado a su pueblo en estos últimos dias,
debiera mantenerlo firme cuando llegan a la iglesia personas que
presenten falsas teorías. La verdad ha permanecido firme contra los
ataques del enemigo durante más de medio siglo [esto fue escrito ha­
ce largo tiempo], todavía debe ser la confianza y consuelo del pue­
blo de Dios» (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 57).
¿Por qué no deberíamos ser nosotros los escogidos para procla­
mar la verdad? Tal vez no tengamos grandes dones, pero podemos
tener gran consagración. Dios nos ha dado a cada uno el talento que
mejor podemos usar para ayudar a otros y para bendecir al mundo.

Nunca hay una rosa en todo el mundo


sin que dé algún fresco rocío fragante,
nunca hay un viento en todo el cielo
sin que haga más rápida el ala dé algún pájaro.

Nunca hay una estrella sino la que lleva al cielo


algún suave resplandor plateado;
y nunca una rosa se empaña sin que ayude
a coronar el esplendor del ocaso.

No hay petirrojo que no pueda conmover algún corazón,


cuando gorjea su alegría como de ensueño;
Dios nos da todo de alguna sencilla y placentera manera
para que el mundo se regocije/

Una vez Lulero llegó a casa descorazonado y encontró a su espo­


sa vestida de luto. Le preguntó:
— ¿Qué sucede Catalina? ¿Quién murió? ¿Qué fue lo que pasó?
Ella no respondió, sencillamente caminó por el piso con su ropa
de luto negra de viuda. Lutero le volvió a preguntar:
— ¿Quién murió?
Entonces la esposa le dijo:
— Dios ha muerto.
— ¡Dios ha muerto! — exclamó L u tero . Dios no puede morir.
¿Como? ¡Dios es inmortal!
—N o — le respondió ella— . Dios ha muerto. Dios ha muerto,
Martín.
— ¿Cómo? ¡No! N o seas tonta. Dios no puede morir.
— ¡Oh! — dijo ella— , debe de estar muerto, o mi Martín nunca ac­
tuaría tan desalentado com o ha estado desde la semana pasada.
Martín Lutero aprendió la lección.
Dios no está muerto, amigo predicador. Recuerde: «Los que tra­
bajan para Cristo nunca han de pensar, y mucho menos hablar, acer-J
ca de fracasos en su obra» (Obreros eiwigélicos, p. 19). ¿Leyó eso al­
guna ve/? Me ha ayudado más de una vez. Nunca debemos pensar.

* There* ni-vrr a rose in nil t i* world /but nukes some spray smi-tet, / T h ctvn u w i a
wiivd-in all the Oty,/ Out maki> mhiif bird \vir>j: fkwter.

Ihen* %never a star lml brings to hrvvm / Some sUvrr radiance tvndi-r, ¡ And n c v i T a n «e doud
(tul hdp> > Tu i rown the sunsH •. splendor.

No mhin but may tin ill sonic heart, / His dreamlike ¿Lidness voWtijp ! God gives all son*-
small sw«vj wav / lu M-t the* world rejoiem^;.
y mucho menos hablar, de fracasos en nuestra obra. Cuando salimos
para predicar, no hemos de fijarnos jamás en los asientos vacíos. No
cuente a la gente, sino que piense* en el valor de una sola alma por la
que Cristo murió. Debemos ensalzar inmediatamenle a Cristo. Nunca
deberíamos estar en el pulpito mucho rato sin mencionar su nombre.
Ponga el alimento espiritual en el lugar donde la gente pueda
alcanzarlo. Recuerde de nuevo, debemos apacentar a las ovejas de
Cristo. Tres veces le ordenó eso a Pedro.
Hace algún tiempo se reunió un grupo de pastores en una comuni­
dad agrícola para discutir qué podría hacerse para conseguir que más
gente asistiera a los servicios religiosos. Pasaron días y más días de­
batiendo, haciendo anuncios, entretenimientos, propaganda, y usan­
do lodo tipo de medios para atraer a la gente.
Un granjero que pasaba por allí en su vehículo, vio los automó­
viles aparcados alrededor del Lemplo, y se preguntó qué estaría pa­
sando. Se detuvo, entró, y oyó a aquellos predicadores. Después de
escuchar largas exposiciones, el granjero, disgustado, llamó aparte a
uno de los pastores y le dio este consejo lógico: «Mi hermano», le di­
jo, «cuando los granjeros nos reunimos no pasamos horas dando vuel­
tas sobre cómo podemos lograr que las vacas entren en el establo.
Sencillamente averiguamos cuál es el mejor alimento que podemos
darles, y, hermano, las vacas vienen corriendo a su comida». Y cria­
turas más razonables que las vacas harán lo mismo. ELpan del cielo
es lo que necesita la gente/l'odos lo necesitante irán a donde lo pue­
dan obtener tan pronto com o descubran que se halla disponible. El
mensaje de Cristo, predicado con la lengua de fuego, siempre ten­
drá audiencia.
Muchos de nosotros, no predicamos con suficiente sencillez. Nues­
tro lenguaje es demasiado teórico, nuestro estilo excesivamente retó­
rico. Aspiramos ser un Demóstenes o un Cicerón. No nes contenta­
mos con ser pastores. Sentimos que necesitamos que los eruditos nos
aplaudan y admiren. No queremos que se* burlen de nosotros los
pecadores irrazonables y obstinados.
Sin embargo, aquí hay materia de reflexión. N o creo que nunca
se haya acercado nadie a ningún pastor para decirle: «Su tema fue
demasiado claro, demasiado sencillo, demasiado fácil de entender,
por favor, hágalo más difícil, más complicado para mí». ¿Se han en­
contrado ustedes alguna vez con alguien que les haya d eho eso?
Francis L. Fad don habla del pastor de hoy que en cl pulpito ac­
túa como si estuviera minimizando el evangelio al tomar unas po­
cas tabletas de doctrina y disolverlas en un galón (poco menos de
cuatro litros) de agua de rosas de sentimentalismo. Después lo pone
unos momentos en un pulverizador y rocía la congregación con un
acompañamiento de la dulzura del cristianismo y de la fragancia de
una vida bondadosa.
Pero el N u evo Testamento hace énfasis principalmente en una co­
sa, qu<JodQ¡? sonaos pecadores y qqffliemrfr sido redimidos; que el
único cam ino de saIvacjpn e s pq¿; medio d eJafcen Jesucristo y la obe­
diencia al evangelio en todo lo que entraña. No haga, le ruego, jui­
cios dé válór. N o podemos usar palabras ó frases altisonantes que la
gente no entiende o que cambiarán y se quedarán completamente
obsoletas en unos pocos meses o años. Nadie está tan anticuado
como el que trata de usar el vocabulario científico de última genera­
ción. Nadie puede creer con todo su corazón lo que ya ha rechazado
con su m entt. Antes de subir al púlpito, arrodíllese delante de Dios
y pídale ayuda. Recuérdele lo que ha hecho por otros en otras épo­
cas, en otras tierras, o en su propio país, y pídale que haga otro tanto
por usted.
Alguien ha presentado una descripción muy conmovedora de la
vida de William Booth, el fundador del Ejército de Salvación, y las
tremendas victorias que el Señor dio por medio de él. Ese escritor
termina su relato con este siervo de Dios orando: «Vuélvelo a hacer,
.Señor...Hazlo otra vez*. Oh, amigos míos, me siento como si orara
esa misma oración cuando oigo lo que Dios ha hecho por medio de
esos grandes hombres en el pasado, y su poder extraordinario en la
predicación. Mi ruego es: «¡Vuélvelo a hacer, Señor. Hazlo otra vez!»
¿Por qué no oramos así cuando leemos de los héroes de la fe como
Wesley, Spurgeon, Moody, como los primeros predicadores adven­
tistas «Vuélvelo a Itairer, Señor. Hazlo otra ve/.. Envía un reaviva-
miento~v~permite ^e^ónüétVCé''conmigó>>T Ninguno de nosotros
tiene por qué estar desalentado.
David Livingstone fue enviado una tarde a predicar a un lugar
llamado Stanford River. Se levantó, anunció deliberadamente su
texto, y justo entonces se olvidó repentinamente de su sermón. Leyó
su texto, pero no le vino á la mente ni una sola idea. La oscuridad de
la medianoche lo sobrecogió. No podía recordar nada, así que dijo
simplemente: «Amigos, me he olvidado de todo lo que tenía que
decir». Después, giró abruptamente, bajó de la plataforma y dejó la
iglesia. Le escribió a un amigo que tenía en África: «Soy un pobre
predicador, tengo un estilo malo de hablar, y algunos de ellos dije­
ron que si se enteraban de que yo iba a volver a predicar, no se acer­
carían a la capilla». Ese fue el comienzo de Livingstone.
Observe lo que la gran revista londinense Punch dijo al final del
ministerio de Livingstone: «Abran las puertas de la Abadía y coló-
quenlo a descansar con reyes y estadistas, jefes y sabios: el misionero,
que fue tejedor, pero famoso por obras por las que trabajó gratis y por
las que nunca recibió nada. No necesita epitafio que escolte un nom­
bre que los hombres apreciarán donde se reconoce el trabajo merito­
rio. Vivió y murió para el bien, sea esa su gloria. Que el mármol se
parta en pedazos: Este es Livingstonc». Olvidadizo, inseguro, nen io-
so, de pocas palabras, pero a pesar de eso, tuvo la lengua de fuego.
Un brahmán le dijo a un misionero: «Nos hemos dado cuenta.
Usted no es tan bueno como su Libro. Si ustedes los cristianos fue­
ran tan buenos como su I ibro podrían conquistar la India para Cristo
en cinco años». Amigos, eso es lo que necesitamos, esa lengua de fue­
go. Necesitamos ser tan buenos como el Libro, tan buenos como los
hombres que están en el Libro. «¡Vuélvelo a hacer, Señor. Hazlo otra
vez!» ¿Por qué no oramos m ás así?
La verdadera predicación en estos dias es predicar a Cristo, pre­
dicar a Cristo en la Palabra y de la Palabra. Es la predicación del
evangelio eterno en toda su plenitud. Es predicar el mensaje para es­
te día y para esta generación. F$ predicar un mensaje completo. No
traerá sermones tibios sino mensajes fervientes. No será i demasiado
largos. Serán prácticos. Se aplicarán al pueblo. Serán claros y fáciles
de entender.
«El éxito de esta causa no depende de que ténganlos un gran nú­
mero de ministros, pero es sumamente importante que los que tra­
bajan en relación con la causa de Dios sean hombres que realmente
sientan el peso y el cargo sagrado de la obra a la que Dios los ha lla­
mado. Unos pocos hombres piadosos y abnegados, pequeños en su
estimación personal, lo pueden hacer mejor que un número mucho
mayor si una parte de estos no está calificada para el trabajo, y m a­
nifiestan confianza en sí mismos y hacen alarde de sus talentos per­
sonales» (Testimonios jura lu iglesia, 1 .1, p. 390).
Los santos quedarán edificados y los pecadores convencidos y
atraídos a Cristo con el pensamiento de que «pasa Jesús de Naza­
re t». Así no habrá ostentación consciente de elocuencia humana. T.a
verdad que ha sido publicada a través de las edades, y que ha sido
una luz al mundo, será predicada en un lenguaje comprensible, y
con pensamientos y sentimientos marcados con gran sencillez. Será
una predicación que sigue el Modelo que nos conducirá a «caminar
en la luz, como él está en la luz». Será predicación por medio de la
cual el pueblo pueda ver la cadena de la verdad, eslabón Iras esla­
bón, que se une en un perfecto todo. Pero Cristo, y él crucificado,
será el centro y La ciencia y el canto de todo.
Será la predicación del evangelio eterno a toda nación, y tribu, y
lengua y pueblo. Será la predicación, y es la predicación, en la que
el predicador se ocultará detrás de la cniz y ensalzará a Jesús y cla­
mará: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»
(luán 1:29). «¡Alai viene el novio! ¡Salid a recibirlo!» (Mal. 25:6). De
nuevo, y por fin, será la lengua de fuego.

Dame una voz, im clamor y una queja,


oh, permite que mi sonido sea teni¡estuoso en sus oídos,
garganta que grite, pero que no pueda quedar tirante,
ojos que lloren, pero que no esperen por lágrimas.

Rápido, en un instante, infinito, para siempre,


envía un despertar mejor que el oro,
dame una gracia sobre el débil esfuerzo,
almas por mi paga y Pentecostés hoy.

Por lo tanto, oh Señor, no fracasaré ni vacilaré,


no, pero pregunto, no, pero deseo,
pon sobre mis labios tus ascuas del altar
sella con la fuerza v provee con el fuego/
r. W. H. Myers

• Give me .i viácu, a cry. and a compLninng, / Oh. Jet my -ound be stoemy In tU ir ears. / Thrmt
tlu i would shout, but i .moot slay lo r straining, / F.ves that would >vrep. but cannot wall foe tear?

Qut»-K. h i a moment, infinito; fiKever. / Send an :imu*a1 better than I pray, / Give me a graiu upon
the faint ende.n or, / Souls tor my lure and Pentecost tod.iv

I biTvíorp. O Lord, 1 will tmt fail nor ialtcr, / Nay, bul l a sk Nay, but I desire. / Lay on my lips
Lhine em ber. hCthe altar, / Seal with the sling and hunish with live fire
«Apacienta* mis corderos...
Pastorea mis ovejas...
Apacienta* mis ovejas».
Juan 21: 15-17

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