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1999
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INDICE
Introducción
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Introducción.
El del canon es uno de esos lugares en los que una disciplina o ámbito
científico pone a prueba sus propias posibilidades, puesto que afecta muy
directamente a su misma constitución. Frecuentemente se asocia ese lugar a
los muy vivos debates surgidos en las universidades norteamericanas y que
son atendidos y discutidos críticamente en la primera parte de este libro. Tales
debates, actualizados por el éxito del libro de Harold Bloom, son a menudo
tan virulentos porque afectan a cuestiones cruciales: nada menos que al lugar
de la Literatura y de las Humanidades en la sociedad tecnológica y la
modificación del horizonte epistemológico en que se había constituido el
canon tradicional, puesto en cuestión por una serie de movimientos
agrupados hoy en lo que se conoce como cultural studies. Estos problemas
son abordados en la primera parte de este libro que intenta, además de
dibujar las líneas de fuerza fundamentales que actúan en tales debates,
proponer algunas vías de salida a ellos, por el procedimiento de analizar
propuestas surgidas en otros ámbitos, fundamentalmente europeos, como son
los estudios polisistémicos israelitas, de semiótica de la cultura o de la
sociología de Bourdieu, tradiciones todas que arrojan mucha luz sobre los
procesos de constitución de la canonicidad literaria, que son procesos
polisistémicos e históricos. La primera parte de este libro, escrita
íntegramente por José María Pozuelo Yvancos traza finalmente unas
propuestas de método para el análisis de un ejemplo de investigación
empírica de una canonicidad: la de la literatura española tal como se traza en
el siglo XVIII y XIX.
Precisamente porque de la Primera Parte se deduce que la cuestión
del canon no es tanto una cuestión de universalidad estética como de
particularidad histórica, en la segunda Parte de este libro, escrita
íntegramente por Rosa María Aradra, se analiza empíricamente la
construcción del canon de la Literatura española tal como la formularon los
siglos XVIII y XIX, la época en la que se comienza a constituir la propia
noción de literatura española y una perspectiva histórica para su análisis.
Rosa Aradra analiza las principales Antologías, Historias de la Literatura y
tratados de Retórica y Poética de estos siglos, y va describiendo las
metamorfosis que sufre el proceso de selección de autores y obras y los
motivos que inciden en el mismo.
Se ofrecen por tanto al lector interesado en las cuestiones del canon
una parte de discusión teórica y una parte de investigación empírica sobre un
corpus concreto. Aunque la primera y segunda parte tienen autores distintos,
se mueven en un horizonte bibliográfico muy diferente y se ofrecen, para
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facilitar al lector su lectura homogénea, con el sistema de citas que más
adecuadamente sirve a tal lectura, el libro se ha construido con la intención de
que pueda tener una lectura unitaria, en la medida en que la segunda parte
puede funcionar como un ejemplo de investigación que asume los
presupuestos defendidos en la primera.
Ha de dejarse constancia de que esta investigación ha sido financiada
en el seno del Proyecto PB de la D.G.I.C.Y.T
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PRIMERA PARTE : TEORÍA DEL CANON
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Capítulo I
Escenarios de crisis de la teoría.
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literatura-ideología, literatura y cultura de masas , literatura y
medios de producción escrita, etc.
Considero que la mucha actualidad que ha cobrado el debate
en torno al “canon” , que será el problema que aquí tratemos, sólo
puede entenderse en su globalidad en tal contexto de crisis de los
sentidos tradicionales de la teoría y de los lugares tradicionales de
la crítica. De una cierta forma la proliferación de estudios , sobre
todo en revistas norteamericanas muy vivas como Critical Inquiry o
New Literary History en torno a la cuestión del canon evidencia
que la revitalización que en ciertos sectores académicos se hace
del “canon” ha actuado como reacción de la institución literaria,
sobre todo académica, a la creciente crisis de los modelos
epistemológicos en que se basó la crítica y la consiguiente revisión
de sus categorías centrales, como la de “autor”, “texto”,
“interpretación lectora”, “valor“, etc. El vendaval que la
deconstrucción , los estudios de crítica feminista y los llamados
cultural studies han promovido en el mundo académico
norteamericano ha sido tan fuerte que ha hecho emerger con
creciente aire polemista esa vieja cuestión de la teoría: la del
canon.
Comencemos por decir, para entender en su contexto el
propósito y límites de este estudio, que la revitalización del
concepto de canon no puede separarse del sentido de la polémica
sobre los lugares institucionales y académicos concedidos a cada
uno de los intervinientes en ella, como polémica que se genera en
la crisis de la epistemología tradicional de los estudios literarios y en
la remoción de los lugares de poder en las universidades , y no se
presenta , al menos en el contexto del debate norteamericano que
ocupará nuestra atención en primer lugar, como si se tratase de
revisar un viejo concepto de los estudios de tradición o de literatura
comparada. Por decirlo de otro modo: lamentablemente muy pocos
de los intervinientes en los debates actuales en torno al canon
parecen conocer a fondo el libro de Curtius Literatura Europea y
Edad Media Latina, una de las raras y excelentes investigaciones
empíricas en torno a la constitución de un corpus modélico de
textos y tópicos capaces de entreverar la evolución de un sistema
literario. El debate teórico actual en torno al canon surca otro tipo de
derroteros, lo que no les priva de interés, pero en realidad lo hace,
en el contexto de crisis que he convocado, para revivir una nueva
versión de la querella entre antiguos y modernos, cuando no se
hace espejo de luchas por defender unos modos de hacer crítica
literaria en el contexto de lugares institucionales y académicos que
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se enfrentan entre sí en el amplio debate de naturaleza ideológica
que viven los estudios literarios en Norteamérica.
Este estudio atenderá a este debate, pero no pretende
quedarse ahí, en la medida en que resulta para mí altamente
insatisfactorio. Aunque ciertamente apasionante, veremos que
traduce, porque además de apasionante es excesivamente
apasionado, el síntoma de ciertos males que en la crítica literaria
europea y sobre todo si atendemos al potente brote de la semiótica
eslava y de los estudios polisistémicos, parecen felizmente
superados. Si la incomunicación que parece vivir la actual teoría
literaria norteamericana no fuese tan acentuada podría, y es lo que
pretendo hacer en la segunda parte de mi estudio, resolver con
mayores garantías las cuestiones planteadas, con sólo que se
atendiera al modo como la cuestión del canon puede seguirse en
los llamados “estudios sistémicos”: singularmente me detendré en
deducir importantes líneas teóricas, que dilucidan muy felizmente
las cuestiones debatidas acerca del canon, en las contribuciones
que arrancando de Tinianov, acogen Moukarovsky y los estudios de
polisistemas de I.Even-Zohar, y que encuentran en la potente
semiótica de la cultura de Lotman y en la sociología del gusto de
Bourdieu un punto de extrema lucidez.
No haber tenido en cuenta lo mucho que sobre el canon tienen
que decir las teorías sistémicas obedece no sólo a la
incomunicación histórica y cierto carácter doméstico del debate
americano; también a que el eje que ha pivotado la renovación de la
crítica americana ha sido predominantemente el posestructuralismo
francés. Si la bandera que esgrimen los defensores del “canon
occidental” o ala conservadora de los estudios literarios tiene sus
referentes en la crítica del “new criticism” o en la crítica universitaria
humanística tradicional en los estudios literarios
anglonorteamericanos, sus oponentes tienen como principales
mentores al pensamiento francés de Barthes, Derrida, Foucault .
Este fenómeno que es muy conocido y ha sido bien historiado por
Lentricchia (1980), entre otros, ha supuesto a la postre una cierta”
foto fija” si se mira desde el lado europeo, pues retrotrae muchas
veces por los temas tratados y su aire polemista, al lugar que
vivimos en Europa hace ahora treinta años con el debate que sobre
la nouvelle critique entablaron R.Barthes y R.Picard y que de modo
tan eficaz historió Doubrovsky, debate al que luego acudiremos para
combatir un cierto tono apocalíptico de “retórica de la crisis”. La
misma resistencia a la integración de las ideologías en la crítica
literaria, la misma dificultad en resolver el problema de la relación
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con la Historia, la misma lucha en torno al racionalismo y la
metafísica. En un cierto sentido el debate sobre el canon, por no
haber integrado estadios teóricos europeos más evolucionados
como el eslavo o el italiano (que C.Segre (1993: 4) relaciona como
dos tradiciones más antiguas , semejantes y en lo que se refiere al
equilibrio con se incorpora lo nuevo mucho más integradas), y
seguir el debate de renovación norteamericano anclado en el
horizonte francés, resulta en el fondo un punto anacrónico mirado
desde este lado, aunque inevitable y seguramente provechoso en
un contexto académico en el que esa renovación de los estudios
literarios, por muy distintos motivos, ha sido más tardía según se
reconoce comúnmente.
Por encima de particulares relieves de confrontación o de
puntuales zonas de zozobra y pugna entre escuelas o métodos de
interpretación, la que hemos convenido en llamar “crisis de la teoría
actual” vista en un sentido panorámico obedecería a dos nuevas
fronteras epistemológicas: en primer lugar la Teoría literaria de los
últimos quince años habría cambiado de objeto y de programa para
sus estudios. En segundo lugar tal cambio ha propiciado un
escenario de radical transformación de su lugar pedagógico.
Analizaré sucesivamente una y otra frontera.
Se ha abusado en la historia de la teoría con frecuencia del
concepto de “cambio de paradigma”, atrayendo a nuestro campo tal
concepto en el sentido en que Kuhn (1962) lo definió. Consecuencia
de tal abuso ha sido que las sucesivas transformaciones
metodológicas vividas en el seno de la teoría literaria durante el
siglo XX se hayan autodefinido como “cambio de paradigma”. De tal
forma, por poner un ejemplo, H.R.Jauss (1973:106-107) autocalificó
el nacimiento de su propuesta conocida luego como “estética de la
recepción” como un nuevo paradigma de los estudios literarios. Este
nuevo paradigma habría modificado los dos anteriores: el biográfico
historicista del siglo XIX, centrado en la relación de la obra con su
autor y el formalista-estructuralista que lo modificó, centrado en las
propiedades de la llamada, allegando el sintagma de Paul Valèry
“obra en sí”. El tercer cambio, que Jauss(1967) presentó como
provocación o desafío hacía emerger la dominancia de la recepción,
de la lectura e interpretación histórica como nuevo pivote de los
estudios teórico literarios. Ciertamente esos tres giros se han dado
en la teoría de nuestro siglo y han supuesto sucesivas e
importantes variaciones en el método teórico y en sus derivaciones
analíticas o críticas.
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Pero a medida que se ha ido conociendo, en parte por la
difusión de Ingarden, la poderosa influencia en la teoría literaria de
la filosofía fenomenológica de Husserl, que se situaba en la base
tanto de las propuestas formalistas como de las de la estética de la
recepción, se ha podido ver que la oscilación en la dominancia de la
obra o del lector, lo eran en el seno de un mismo paradigma, que
podríamos llamar “semiótico”, que establecía el conocimiento de la
obra literaria según diferentes “estratos” en la terminología con que
Ingarden (1931) los recorrió. La obra literaria era un conjunto
semiótico de interrelaciones entre diferentes estratos, cuatro, según
el teórico polaco los clasificó: el fónico, el del significado de las
palabras y frases, el de los objetos denotados y el de la apariencia
de los objetos.
El lugar de la interpretación operaba como una relación en el
seno del circuito comunicativo y el énfasis de cualquiera de los
elementos de ese circuito deparaba modificaciones de método.
La teoría literaria de hoy, en cambio, ya no se mueve en el
interior de tal circuito, es más, lo que ha sometido a crisis es el
circuito mismo, y no porque no se reconozca un Emisor, un signo y
un receptor, sino porque lo que ha sometido a desplazamiento del
centro de su interés es la relación entre el circuito semiótico y los
sujetos que lo estudian. La pregunta ya no es sobre el sentido o los
sentidos de la obra literaria, en la dinámica de sus estratos
comunicacionales, sino el lugar mismo de la Teoría y cuáles son los
papeles históricos y sociológicos de los ejecutantes de la propia
Teoría. La pregunta dominante hoy en el panorama de la Teoría
literaria es ¿ qué intervención tienen los sujetos (individuales pero
sobre todo colectivos) en la construcción de la Teoría? Por
consiguiente: la teoría misma como nueva obra. La obra literaria se
ve de ese modo como un intercambio y una dialéctica no sólo entre
quienes la leen y los sentidos de esa lectura, sino entre los que la
trabajan y la administran, guiando y operando en los procesos de
selección tanto del corpus de textos como de sus interpretaciones
plausibles.
De este cambio es un signo muy sintomático la centralidad y
recuperación actual de una cuestión como la del canon. Diríamos
que la emergencia de esa cuestión tiene que ver con esta
modificación del estatuto de la teoría que hace prevalecer, previa a
la interpretación de las obras, qué obras han de ser objeto de la
interpretación y por qué esas y no otras. De ese modo el auténtico
protagonista de la teoría actual no es ya cualquiera de los estratos
de la interpretación, sino que ha devenido central lo que podríamos
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llamar manejando el título de un ensayo de F.Kermode (1979) “el
control institucional de la interpretación”. Los sujetos de la lectura
han cedido el paso, en el nuevo circuito, a los que podríamos llamar
“los sujetos de la Institución lectora”, quienes deciden esa lectura y
sus modos, estrategias y principios selectivos. En este nuevo
horizonte interpreto, junto a la centralidad obtenida por el debate en
torno al canon, otra centralidad que le es contigua y que tiene que
ver con la cuestión de las Humanidades: la cuestión pedagógica y
en un sentido amplio la de la política cultural.
Este nuevo objeto de estudio ha provocado un
desplazamiento de la Teoría Literaria y de la Literatura Comparada
hacia las esferas político institucionales de su propia constitución.
Elegir una Teoría no es solamente elegir un instrumental
metodológico para un objeto definido e incuestionado, sino elegir
sobre todo un lugar desde el que definir ese objeto. La evidencia de
que el objeto literario es una consecuencia de un lugar teórico
previo ha provocado que el campo de la Teoría como lugar
epistemológico y político sea el principal punto del debate actual.
Lo que ha cambiado por tanto hoy es el sujeto de la teoría,
tomado este término en su sentido etimológico que afecta tanto al
tema y a su intérprete, por cuanto el tema lo define el propio
intérprete en el conjunto de su actividad. Es la constitución de las
pretensiones cognitivas y a menudo éticas del sujeto que administra
la teoría la que se discute preferentemente en la bibliografía teórica
actual. Esta interrelación que acabo de plantear entre sujeto de la
teoría como tema y como intérprete puede coincidir con la noción
recientemente elaborada por W.Godzich (1994: 331) de campo,
que resulta algo diferente de la que luego veremos en Bourdieu,
pero complementaria de ella.
“I can generalize upon this story by seeing it move from literary theory, as
a theory needed only to justify and to guide the practice of literary criticism; to a
general textual theory,and often antagonistic alternative to the aesthetic
assumptions behind literary theory, to critical theory, a putting in question the
systematic pretensions of any theoretical construct, to historically, usually
sociopolitically, based theory, which often shows itself as antagonistic to the
teorizing impulse; and , even further at last, to the utter denial of the pretension
of any general theoretical claim, a denial that would lead us to a pos-theoretical
moment. I could translate this often blurred sequence into the names of the
movements or schools ussually associated with these tendencies: from the New
Criticism and criticism of consciousness, to structuralism, to decosntruction, to
New Historicism, and neo- Marxism...as well as several varieties of cultrual
studies, and finally to the New Pragmatism”.
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“First, the canon should be representative not just of European high
culture but also of the diversity of literary productions throughout the
world.Second, the works chosen to be included in a revised canon should be
representative of the cultures in which they were created. Both part of this
program assume a “reflectionist” view of literature’s relation to the cultural site of
its production. The work’s value is perceived as residing primarily in the
authenticity of the image it conveys of the culture it is taken to represent,
poltically and mimetically.” ( p.8)
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enfatiza luego el estudio de los grupos internos y las
diferencias de religión, género, Clase y estatus colonial o
poscolonial de las naciones cuyas literaturas se estudian.
3. A pesar del requerimiento de varias lenguas, deben
mitigarse las viejas hostilidades hacia la traducción. De
hecho, la traducción puede ser un paradigma donde se
debatan más amplios problemas de cruces de tradiciones.
4. La Literatura Comparada debe comprometerse
activamente en el estudio de la formación del canon y de
una nueva concepción del mismo. Debe prestarse atención
al rol de las lecturas no canónicas sobre los textos
canónicos, lecturas nacidas desde varias perspectivas
contestatarias, marginales y subalternas. El esfuerzo para
producir tales lecturas ha dado preeminencia
recientemente, por ejemplo a las lecturas feministas y de la
teoría poscolonial y debe complementar la investigación
crítica sobre los procesos de la formación de un canon,
cómo los valores literarios son creados y sostenidos en una
particular cultura.
5. Deben reorganizarse los centros de atención restando
privilegio a las perspectivas eurocéntricas y
angloamericanas,ampliando el campo de estudio a
literaturas no contempladas tradicionalmente.
6. La Literatura Comparada debería incluir comparaciones
entre los medios de comunicación de masas, guiones
televisivos, hipertextos y realidades virtuales. El material
que ha guiado la atención durante siglos, el libro, ya no es
exclusivo soporte de nuestro estudio. Y debe hacerse tanto
en el análisis de los fenómenos discursivos como de sus
diferentes contextos epistemológicos, económicos y
políticos.
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Ciertamente la argumentación de Bloom parece guiada mucho
más por un sentido de defensa contra estas escuelas
interpretativas, que por un sentido afirmativo de las propias
argumentaciones, dada su admiración declarada por F.Kermode,
cuya defensa del Canon veremos luego basada en otros
argumentos que no le han llevado nunca a ocultar la influencia que
en la constitución de un corpus canónico tienen las instituciones
docentes, las escuelas críticas o la propia incidencia de los grupos
sociales en la determinación del gusto imperante en cada época,
elementos que la teoría actual tiene hoy plenamente asimilados, no
ya por las intervenciones de los que a Bloom podrían parecer
sospechosos ( aunque no ha incluido en su lista de “resentidos”)
como P.Bordieu, I.Lotman J.Dubois o S.Schmidt, sino incluso por
quienes como el citado F. Kermode no se han dejado llevar por tal
dialéctica dicotómica entre valor estético e ideología o entre
originalidad y poder convencionable de las Instituciones o vertiente
reguladora de las propias poéticas.
Pero incluso fuera de tal sentido polemista, único que podría
explicar la radicalidad de tales afirmaciones, interesa destacar que
hay latente un sentido neofundamentalista que liga la teoría actual
con cierto brote neorromántico, al constituir el fundamento del valor
estético en una suerte de “originalidad” que se impone como
espesor formal y que convierte en principio estético universal el que
sin duda es un criterio nacido en una estética romántica
históricamente situable. A lo largo de toda la argumentación de
Bloom , y explicitamente en textos que allegaré de inmediato, se
intenta fijar como criterio configurador de un canon el de la
“oriognalidad” o sus parónimos como “extrañeza”, “novedad” ,
“deslumbramiento” etc.
“There are many possible ways to describe what happened here, but
one of them would be say that “Theory” had broken out. What we have
come to call “theory “, I would suggest, is the kind of reflective, second-
order discourse about practices that is generated when a consensus that was
once taken for granted in a community breaks down. When this happens,
assumptions that previously had been taken for granted as the “normal state
of affairs”... have to be explicity formulated and argued about “ (p. 819)
“American critical theory has simply painted itself out of the picture.
Beguiled by the humanist’s fantasy of transcendence, endurance, and
universality, it has been unable to acknowledge the most fundamental
character of literary value, which is its mutability and diversity. And, at the
same time, magnetized by the goals and ideology of a naive scientism,
distracted by the arid concerns of philosophic axiology, obsessed by a
misplaced quest for “objetivity” and confined in its very conception of
literary studies by the narrow intellectual traditions and professional
allegiances of the literary academy, it has foreclosed from its own domain
the possibility of investigating the dynamics of that mutability and
understanding the nature of that diversity “ (p. 10)
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actividad autoorganizativa de los meta-textos, conceptos que
veremos después con más detalle.
En el seno de la tradición teórica norteamericana se había
venido produciendo ya, incluso antes de algunas de estas
formulaciones, algunas zonas de consenso respecto a la
importancia de la institución en la configuración del canon y un
punto de vista en el que la teoría propiciaba estudios epistémicos
que pueden entenderse superadores de las dicotomías
vocacionales enfrentadas. Me referiré a las posiciones de tres
teóricos cuya intervención la considero especialemnte aguda pero
sobre todo superadora de la fácil dicotomía entre ideología/valor
subjetivo, y entre estética e Institución. Son las contribuciones de
W.Harris, J.Guillory y F.Kermode.
W.Harris (1991) ve el origen de muchos de los problemas
generados por la aplicación del concepto de canon a los estudios
literarios en el paralelismo establecido entre éste y el canon bíblico
(paralismo muy antiguo pero actualizado por Kermode, como luego
veremos). Tal paralelismo lo entiende Harris desafortunado porque
ha creado una vinculación no necesaria entre selección de textos y
autoridad normativa, más allá de las funciones diferentes que los
procesos de canonización literarios cumplen. Siguiendo y ampliando
una caracterización de A.Fowler (1979) distingue entre diez tipos
diferentes de canones, según distintas funciones que pueden
cumplir: a) el canon potencial: la totalidad de textos escritos y
orales, b) el canon accesible: la parte del canon potencial disponible
en un momento dado, c) las antologías y programas que configuran
un canon selectivo, d) el canon oficial en tales listas, apoyadas por
la una institución, e) el canon personal: que un autor puede
establecer en un momento dado ( como ha hecho Bloom) y f) el
canon crítico: el configurado por las cirtas reiteradas de autores.
Harris añade los canones cerrados, como el bíblico, los canones
pedagógicos, que nutren el sistema de la enseñanza (que puede o
no coincidir con el canon crítico) y finalmente propone distinguir un
canon diacrónico, constituido históricamente y afianzado por los
siglos, de un canon del día, del que solo una parte se convierte en
canon diacrónico(W.Harris, 1991:42-44)
Menos importante me parece a mí esta taxonomía, ampliable
como se quiera, que el hecho de que Harris analice diferentes
ejemplos de la movilidad histórica de los diferentes formas de
canonización , como las páginas dedicadas a la constitución del
canon literario inglés que no alcanza a configurarse hasta el siglo
XIX . En ese recorrido y especialemente en el análisis de las
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diferentes antologías de la poesía inglesa se va imponeindo la
conclusión de la variabilidad cosntante del canon sometido a
oscilaciones continuas dependiendo de los principios estéticos
selectivos, asimismo muy variables.
Con ser muy ilustrativo este recorrido lo que resulta más
interesante de la aportación de Harris es haber cuajado como
conclusión una enumeración muy representativa de la que llama
funciones que los canones selectivos. Un canon sirve
simultaneamente diferentes funciones en una cultura dada: a)
provee de modelos morales e ideales de inspiración, b) transmite
una cierta herencia del pensamiento, c) crea marcos de referencia
comunes a una sociedad y cultura, d) permite analizar en su
constitución los intercambios de favores entre grupos que se
apoyan y programan su pervivencia, e) legitima una teoría, como el
caso de las selecciones de obras que el new criticismo o la
deconstrucción hacen para apoyo de sus posiciones teóricas, f)
ofrece una perspectiva de las cambiantes visiones del mundo en
diferentes épocas históricas según la consagración de
determinados textos y g) alcanzan a representar opciones
pluralistas en el reconocimiento de diferentes tradiciones. (ibidem
pp.48-56). La medida como estas diferentes funciones confluyen
ofrece un mapa suficientemente amplio del campo de investigación
del canon literario, que excede el dominio particular de una
antología, sea personal o institucional. La posición de Harris avanza
por último una conclusión importante para las investigaciones de los
cánones literarios: ”Cualesquiera que sean las funciones que rigen la
selección es importante reconocer que aunque por definición un canon se
compone de textos, en realidad se construye a partir de cómo se leen los
textos, no de los textos en sí mismos” (p. 56)
Precisamente J.Guillory vendrá a desarrollar en parte esta
tesis. Tanto en su libro Cultural Capital:The problem of Literary
Canon formation (1993) como en su artículo “Canon” de 1990,
tiende a resolver la cuestión del canon estético vinculándolo a la
formación escolar e institucional de un canon, aplicando el concepto
que vermos luego desarrollado en Bordieu de “capital cultural” esto
es, de la dependencia del valor respecto a los diferentes grupos
sociales que lo definen en función de sus necesidades y
expectativas. La tradición crítica liberal que apoyaba la canonicidad
en los valores estéticos podrá quizá explicar los desacuerdos de
disferentes grupos sociales sobre un canon, pero ¿cómo explicar
los desacuerdos cuando han nacido en el seno del mismo y
homogéneo grupo social, como es el universitario o institucional?.
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Comoquiera que entonces el supuesto valor estético no es
universalizable en el seno de tales discrepancias tendremos que
asumir que la discusión del canon se ve oligadamente ceñida a la
de los proecesos de su formación, de su constitución. Los llamados
estandares de grandeza han sido cambiantes desde Paltón y
Aristóteles hasta hoy y el desafíom no es pugnar por conseguir
criterios estables para la grandeza estética, como son los de fuerza
intrínseca o valor de originalidad, sino objetivar los que realmente
han operado para ver modificado el mapa de la canonicidad sin
recurrir siempre a teorías conspiratorias (Guillory,1990:235-236).
Frente a la noción del juicio estético, que es la que se enarbola
en el contexto de la formación del canon, Guillory acude a los que
llama “complejos institucionales” que favorecen la reprodución de
los juicios y la reintroducción de las obras más allá de su caducidad
y más allá de la respuesta espontánea de los lectores. También
Guillory se opone a las analogías frecuentes con el canon bíblico o
la acción de Instituciones como la Iglesia. Concede más importancia
a las Histprias de la Literatura, las poéticas etc. es decir aquellas
instancias que pueden discriminar el canon desde una perspectiva
diferente a la pregunda de qué se lee, sustituible por la pregunta
sobre quién lee y cómo lee. Estas preguntas ligan fuertemente las
lecturas de los textos con el dominio ideológico. Un canon se
constituye también como una práctica social intimamente ligada a la
propia constitución de la Historia literaria que da cuenta de las
consecuencias de tales prácticas en el mapa de las lecturas
posibles. Y en esa Historia literaria tiene un prapel preponderante la
escuela, concepto que recoge el de Bordieu de “capital escolar” o
académico.(ibidem p.239)
Con ser muy importante este énfasis de Guillory, que vermos
acentuado en propuestas semejantes de Kermode y Bordieu etc,
me parece a mí que la sola concurencia del capital escolar no
resuelve del todo la cuestión del canon, toda vez que la escuela no
es tanto el creador de los valores estéticos, como su administrador..
Es cierto que el contexto académico que reune las difeeentes
forams institucionales de la formación de un capital cultural tiene
asignada la función social de de distribuir las formas de
conocimiento y estratificarlas, determinando no sóklo qué leer sino
al mismo tiempo cómo leer. Pero me parece a mí que siendo cierto
tal rol, el problema debe discriminar qué estratos son primarios y
qué estratos secundarios en la distribución de los valores, porque la
escuela actúa como puente entre los valroes estéticos y los
consumidores, pero no es tanto agente creador como confirmador o
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consagrador de los valroes ya creados. Veremos luego cómo una
teoría sistémica completará este diagnóstico, estableciendo en la
noción de “repertorio” una vía de salida a la cuestión de la
formación de canon. Lo urgente me aprece a mí, y lo verá el lector
en la segunda parte de este libro, con el ejemplo elegido de la
formación del canon literario español del siglo XVIII y XIX trazar el
puente entre los que podríamos llamar agentes productores ( por
ejemplo las poéticas, los modelos estéticos que se van afirmando )
y los agentes reproductores ( las escuelas, en su sentido amplio de
isntituciones académicas y socio-culturales). Precisamente es
importante tal distinción entre agentes productors y reproductores
porque la movilidad de los cánones, que es un hecho comprobaddo
hsitóricamente, no la asegura tanto la escuela ( que tendería a
reproducir los modelos conocidos) como los debates estéticos que
van configurando el mapa de los juicios y de los cambios de valor
en los que los juicios se dirimen. La pregunrta a la que el libro de
Guillory no responde es ¿quiénes y de qué forman trabajan en la
modificación del mapa de la cononicidad en un momento dado?.
¿quiénes están favoreciendo y quienes obstaculizando la movilidad
del propio canon?, porque en el seno de la academia habrá en cada
caso tendencias diferentes y enfrentadas. Los movimientos
literarios, la idea de las generaciones que los consagran, las
antologías, que les dan forman, los manifiestos estéticos en que
cuajan unas propuestas de diferenciación, etc, colaboran todos ellos
en la configuración de la movilidad del canon, y sería maniqueo
concebir la escuela (salvo en sus estratos más pedagógicos e
instrumentales de los programas escolares infantiles) como simple
confirmación de lo conocido, cuando es conocido que en el debate
académico convergen estrategias de unificación y de disgregación
de la propia homogeneidad y heterogeneidad cultural resultante.
Aunque Guillory se fije, y hace bien en hacerlo, en el
curriculum académico como vía de perpetuación de las obras, ¿qué
premite la propia historicidad de los curricula y su constante
modificación en el tiempo?. Obviamente, me parece muy feliz el
contraste que Guillory (1990:240) establece entre un Canon y una
Biblioteca. Si comparamos los dos sistemas el canon implica un
principio de selección que mueve juicios de valor, que un
bibliotecario no podría ni tendría por qué plantearse. El canon se
dirime no como territorio (esa sería la Biblioteca) sino como mapa o
guía para un determinado viaje en el seno de tal territorio. Para la
constitución del mapa los mecanismos son muy complejos y
pertenecen a diferentes sistemas: la comprtetencia escrita por
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ejemplo ( y su distancia respecto a la comunicación oral) la
competencia en el género (la lectura de poemas exige una
competencia concreta, diferente cuando se trata de poemas
clásicos que de poemas surrealistas), por tanto también los códigos
interpuestos de naturaleza formal (veesificación, tropología), etc. De
ese modo el mapa del canon vendría a configurarse como un
sistema de regulación de un saber y de los códigos en que fragua la
competencia que sostiene ese saber. Guillory, muy apegado a la
influencia de Curtius, enfatiza la noción de modelo de la corrección
lingüística, la política de la Literacy que todo canon isncribe como
límite; las crítica feministas y en general los cultural studies verían
que la Literacy sería solamente el límte instrumental para la
instauración y consagración d los modelos ideológicos. Pero la
contribución de Guillory, en el contexto del debate americano, me
parece important por la llamada que hace al análsiis histórico como
el único en el que puede inscibirse el estudio de la canonicidad. Tal
anaálsisi hsitórico, y en esto coincido plenamente con él, auyudará
a considerar el canon como una estructrua ni homogénea ni
singular. No hay Canon, ssino cánones históricos. Lo argumenta así
Guillory en su artículo “Canon” de la enciclopedia coordinada por
Lentricchia y McLaughlin (1990):
43
considerar canónico todo texto posterior a 1830; iguales procesos
de dificultad sufrieron George Eliot y nada digamos de J.Joyce etc.
Todos estos recorridos permiten a Kermode poner en cuestión
la idea de que el “ valor permanente” y la “omnisignificación” sea
mucho más que una divisa modernista. Han sido en todo caso los
comentarios y la actividaad crítica quienes han permitido un cierto
ahistoricismo y perpetua modernidad del texto que accede al canon
en virtud de la necesidad que la propia institución literaria tiene de
preservar de la ley del tiempo los textos que permiten precisamente
esa variabilidad y cuyo constante comentario no agota, antes bien
renueva, los cambiantes formas y sentidos de su interpretación sin
agotarse. No es la supervivencia del comentario lo que permite la
canonicidad sino la supervivencia del objeto a comentarios
cambiantes y movedizos. La continuidad de atención e
interpretación es el criterio básico que permite la canocidad de un
texto y la propia diversidad de sus interpretaciones permite la
continuidad de la actividad interpretativa, de modo que la
variabilidad relativa de su sentido, aunque aparentemente pueda
pensarse anticanónica, es la que asegura un orden acumulativo, al
que llamamos tradición, que permite transformar el objeto sin
destruirlo: a esto llama Kermode canon.
45
especialmente en una institución <<débil>>; y también lo hacen los estilos
interpretativos. Cómo tienen lugar esos cambios es una parte del tema que me
ocupa, y la cuestión de la herejía una subdivisión de dicha parte...
Pero hay un sentido claro de lo que una corporación profesional sabe...
existe una competencia institucionalizada, y lo que ésta considera inaceptable
es incompetente..Esto no supone, como norma, tener que prestar mucha
atención a los casos individuales, puesto que no hay garantía de que ese
conocimiento tácito sea infalible; se basa en el conjunto de supuestos de uso
común: el paradigma, si lo prefieren, la episteme; y una revolución puede
cambiarlo todo. Pero la puntualización inmediata es, simplemente, que
aceptamos o rechazamos una interpretación sobre la base de un corpus de
conocimiento tácito, compartido,- no importa con qué cualificaciones- por los
escalafones más antiguos de la jerarquía...” (F.Kermode,1979: pp. 94-95)
“Así pues está claro que en los textos canónicos hay una reserva de
sentidos privilegiados sólo accesibles a personas que en alguna medida
teienen la formación propia de la docta institución a la que pertenecen y el
apoyo de su autoridad....Tras el sentido literal hay otros sentidos;mas
pparaadivinarlos e spreciso saber dónde se hallan, como se relacionan con la
doctrina más llanamente definida y cómo es admisible llegar a ellos...” (ibidem
p. 101)
48
“El temor a que nuestras estrategias se conviertan en instituciones podría
recluirnos fuera del mundo real y mantenernos con las manos limpias sin que la
historia las manchara. Pero eso sería obdecer al status quo, al búnker sexual y
racial, decir que no debería cambiar, que no debería convertirse en algo
distinto, y , esperemos, mejor de lo que ahora es...” (ibidem p. 180)
51
movimientos anticanónicos hasta convertrlos en una nueva
ortodoxia :
53
del adjetivo “cultural”, que remite a disursos pre-cient´ficos por su
escasa profesionalidad en cada ámbito. (vid pp. 42-47)
Una última andanada, que recorre todo el libro: al final toda la
política de los revisonistas del canon acaba siendo interna al mundo
académico, verdadero y casi único campo de batalla de sus triunfos,
la politica académica, tan denostada es realmente el nuevo
escenario de batalla, único escenario político que es accesible a
tales discursos.
En una reciente entrevista publicada en 1998 en la revista New
Literary History , uno de los órganos mas influyentes en los estudios
culturales, una personalidad del relieve y prestigio en los medios de
la critica de izquierdas como F.Jameson (1998) ofrece asimismo
una visión muy crítica del debate americano sobre el canon. Bajo el
epígrafe de “Cultural Studies and Locality” reflexiona sobre dos
fenómenos que le parecen preocupantes, y que son muy
especificamente americanos a su juicio: la visible falta de
construcción cultural en los diagnósticos de los cultural studies, a
excepción de algunas contribuciones de la crítica feminista. La
segunda censura es la de una excesiva polarización de los debates
en los propios contextos americanos, pensando que lo que en
Estados Unidos acontece es de por sí mismo universal., con
clamorosas postergaciones de visiones alternativas a las
producidas en el seno de la cultura académica propia (X, Zhang,
1998:p.378). Concluye Jameson reclamando mayor concienca
teórica:
“I think the absence of that self-critical reflexivity limits the scope of the
works of Cultural Studies; thast is to say, it blocks the connection of the analysis
of the specific objetc with theory. I have to feel that is a drawback- The point of
doing these analyses is not only to do them for their own sake...but also
connect them with the theoretical problematic” (ibidem p. 378)
54
55
Capítulo3.
La retórica de la crisis. Identidades y diferencias.
57
lados” despreciables que son la historia o los bajos fondos de la psiquis: no
quiere una obra construida, sino una obra pura a la cual se evita todo
compromiso con el mundo, todo casamiento desigual con el deseo. El modelo
de ese estructuralismo púdico es lisa y llanamente moral” (Barthes 1966:38 )
Y más adelante:
62
El futuro de la teoría literaria tendrá que resolver otro
problema que adviene a nuestros estudios humanísticos con la
fuerte carga dialéctica que cobra al hallarse inmerso en la que
Godzich (1994:35-37) ha llamado Critica de la Razón Política. Este
autor dibuja un interesante diagnóstico de la situación actual de la
Teoría, que precede a esa crítica de la razón política que el mismo
vindica. Para él la resitencia a los principios unificadores que
condensa en el sistema hegeliano ha generado unas prácticas de la
escritura en que la teoría es usada como una estrategia de
desplazamiento cuyo objetivo es impedir que el lenguaje caiga de
nuevo bajo el dominio de la palabra sagrada y por tanto como una
vía para el desarrollo de lo múltiple, de lo heterogéneo, de lo
hibrido. Al lenguaje del señor se han opuesto los lenguajes de los
esclavos que Godzich prefiere caracterizar provisionalmente como
un grito por la diferencia. La Escritura (y sus metonimias posibles
en la forma de antisistema, diversidad, fragmentación, ausencia) se
opone de ese modo al Concepto (que reune un complejo nocional
de Estado, Unidad, Totalidad y Presencia Eterna).La Critica de la
Razón Política que es consecuencia de tal dialéctica ha generado
pues un pensamiento de resistencia que Godzich concentra
pedagógicamnte en una metáfora como la del Grito para hacerse
audible y en el que no es difícil albergar metonimicamente todos los
estudios emergentes y conocidos como cultural studies. “La
diferencia, escribe, no es una palabra ni un concepto, es un grito”
(p.41) y su eficacia no será la identificación de la víctima que grita
sino en cierto modo por su actividad, su eficacia y los ecos que tal
grito genera, fuera de una respuesta ontológica que reinscribiría la
dialéctica negativamente y configuraría una nueva forma de
ortodoxia y de unicidad y por tanto de poder.
63
Quizá esta prevención que Godzich ha tenido por no definir
las formas de presencia y de unidad en identidades excluyentes de
algunos de quienes gritan ha sido una prevención sabia. La teoría
quedaría así como el espacio de resonancia de gritos que restauran
la voz y la amplifican para quienes no han tenido nunca voz. Y es
hermoso este lugar, este espacio de resonnacias liberadoras,
mientras dure como espacio de diferencia y no sea ocupado por
nuevas identidades excluyentes que instalen en tal espacio su
legítima, claro, resistencia a ser solo eco, grito, víctima, y quieren
una afirmación ontológica, o histórico nacional, o racial o sexual que
edifique su voz y las unifique como identidades reconocibles. Son
muy fuertes, y serios, los argumentos esgrimidos por Henry Louis
Gates (1992) por la construcción de un canon negro, o de literatura
afroamericana, que ayudase a configurar una identidad literaria
manifestada en sus textos tantas veces marginados. Sobre todo me
parece a mí un desafío real su argumentación de que no puede
detenerse la búsqueda de los procesos de diferencia justo cuando
toca a esas minorías participar de los beneficios hipotéticos de
lograr un canon con apoyo intitucional y oficial. Esto es, su
resitencia a ser solamente un grito que no participe de los
beneficios del sistema que los ha excluido. Argumentar, dice Gates,
que una defensa de la literatura feminista o afroamericana es
contraictoria con la crisis del sujeto y de la identidad es volver a
situar esa literatura fuera del orden politico donde quiere situarse, y
no unicamente en el margen del grito o del eco de un grito.
El problema de la teoría hoy no radica a mi juicio en
administrar los controles para que unas voces se oigan y otras sean
amortiguadas, sino denunciar y resitirse al modo como se
conceptualiza la literatura de manera provechosa para que esos
silencios o esas amortiguaciones sean posibles. Los movimientos
conservadores, más sistémicos, pero no sólo ellos están
propiciando un principio de subsidiareidad de la literatura para con
los fines propedéuticos de un programa politico de alcance
pedagógico que viene fraguando en el sintagma cultural literacy del
libro homónimo de Hirsch (1987); la literatura deviene en este
programa una suerte de contenidos consensuados por una
sociedad respecto a los valores en que quiere reconocerse para ser
denominada y verse a sí mismo culta, o democrática o
simplemente, lo que resulta más preocupante americana (igual
pavor me causan española, andaluza y catalana cuando se
conceptualizan como areas de contenidos a la busqueda de una
literatura que los soporte y anime).
64
La competencia literaria se viene definiendo entonces en
adyacencia calificativa de una idea de cultura y de literatura que
subyace a la propia selección y al sistema pedagógico que pretende
sustentarla. Camina en dirección convergente con el concepto de
“identidad” y también en convergencia con una idealización
progresiva del dominio lingüístico. Una de las perniciosas
consecuencias de esta imbricación de lo que es “competencia
literaria” y competencia lingüística” fue, quizá inadvertidamente,
pero con el mismo potencial carácter deformativo de lo que es la
literatura, el sintagma “Lengua...(española, catalana, gallega) y su
literatura...” que la LOGSE española ha consagrado para el estudio
de la Literatura en sus diferentes niveles: ésta queda subsidiada a
una idea de competencia lingüística instrumental, dependiente de
una ámbito no unicamente lingüístico, sino también soporte de una
identidad política. La literatura devendrá así “literacy” y la medida en
que ambas nociones coincidan significará la reducción del potencial
cultural que los textos literarios han tenido siempre no para
confirmar o apoyar como meros instrumentos un saber lingüístico, o
una identidad nacional o de cualquier otro tipo, sino para situar a los
hablantes y lectores ante el reto de sobrepasar, de ir más allá de
ese saber y de esa competencia, para saber interpretar no solo las
identidades sino también las diferencias, las “otredades”, lo que
pertenece a otros ambitos y otras culturas.
El libro de G.Schawb The Mirrror and the Killer-King (1996)
lleva como subtítulo “Otherness in Literary Language” y comienza
contando la expereiencia de la antropóloga americana Laura
Bohannan y la lectura que hizo de Hamlet la tribu africana de los
Tiv, desde el supuesto inicial de unas estructuras antropológicas
universales que permitirían una comprensión del conjunto del drama
de Shakespeare. Su sorpresa fue que los Tiv reinterpretaron según
sus propios códigos morales el argumento del drama, situando
precisamente la conducta de Hamlet como punible, y el significado
del drama como la enseñanza de lo que puede acontecer a un
joven si se revela contra sus mayores. Este marco le sirve a
Schwab para defender la tesis de que todo acto de lectura es un
acto de otredad puesto que la interpretacióm negocia siempre su
creación de sentido en el interior de las condiciones de una
comunidad interpretativa (G.Schwab,1996: 6-8). La literatura para
Schwab actúa siempre como una experiencia transcultural, en la
medida en que la expereincia del otro puede situarnos en un
proceso de expansión, disolución o transgresión de los principios y
límites de la cultura propia.
65
“In addition to offering direct figurations of otherness and cultural
contact,literary text actually deploy complex discursive strategies and aesthetic
devices in order to mediate these fictional these fictional cultural encounters for
their readers.Thus they form part of cultural politics toward otherness, including
the cultural imaginary which they help continually to reshape” ( ibidem p. 39)
66
Y vengo con esta defensa del concepto de “otredad” y de la
apertura de la literatura no al significado sino al signo y al código
necesario para la interpretación, a una cuestión latente en el debate
de las Humanidades y que sería positivo discutir ahora: la literatura
como soporte ideológico de las que podríamos llamar con Gabriele
Schwab (1996:20)“etnografías imaginarias” y que me parece a mí la
cuestión fundamental de nuestro futuro como miembros o
estudiosos de Humanidades. La Literatura obviamente sobrepasa
su dimensión estética y fue siempre, y lo será, un lugar asimismo
ético y político. Abjurar de él, como Harold Bloom pretende hacer,
atribuyendose a sí mismo el papel de paladín de la Estética y al
campo que el elige ocupar el atributo de Estético, frente a todos los
demás que son sospechosamente políticos, no tiene mayor sentido
que una patética elegía por un canon configurado a imagen y
semejanza del scholar tradicional de Yale. O convertimos la
literatura en un artefacto puramente fruiccional sin vida o tendremos
que acabar reconociendo su lugar ideológico. Y esto ha ocurrido
siempre. Hoy nos es más difícil por la virulencia del actual aceptar
que las canonizaciones que pensamos indiscutibles en cada
Literatura fueron hijas de furibundos debates, aquellos que
expulsaban la novela de Cervantes o el teatro de Shakespeare del
canon de su tiempo o la literatura de Carner del canon de la
modernidad. ¿Podremos imaginar a Pushking en el centro de un
debate ideológico sobre el realismo en la Rusia del XIX, podremos
saber que la indiscutible y así llamada “comedia española”, la del
XVII, con Lope de Vega y Calderón, formó parte del proyecto de
Literatura Nacional española nacido con Gil de Zárate y su Manual
de obligada lectura en todos los Institutos de España, concepto de
“comedia nacional española”(así llamada) al que Milá y Fontanals
primero y Menèndez Pelayo después vendrían a proporcionar
soporte ideológico? (R.Senabre,1998). Pensamos como
indiscutibles los elencos con que la cuestión de la literatura italiana
consagró el toscano como ideal normativo en convergencia con los
programas políticos de Cavour, interesado en la creación de la
“literatura nacional italiana” (vid.T.Di Mauro,1993:29-33). Y así
sucesivamente. Basta que pasen unos años para que los furibundos
debates pierdan su fuerza y los que se han constituido como
“imaginarios etnográficos” motivados muchas veces por intereses
políticos inmediatos devengan indiscutidos paradigmas de
reconocimeinto que una cultura se da a sí misma para asegurar su
pervivencia y para entronizar una tradición, que como tal siempre es
67
hija de un proceso selectivo en diferentes instancias, no unicamente
estéticas.
Esta evidencia, el carácter múltiple y polisistémico del
concepto de tradición literaria, de los originariamente
controvertidos, siempre polémicos y discutibles orígenes de toda
tradición, tendría que hacernos más escépticos y menos
condescendientes con cualesquiera “imaginarios etnográficos” de
cada momento que pretendan instaurarse a sí mismos como
cimentados sobre fundamentos universales. Una cultura
verdaderamente humanística es la que opta por saberse a sí misma
Fabrizio del Dongo en un innominado Waterloo, confundido en un
fragor que aquella que se define desde el punto de vista del general
Bonaparte, dominando y denominando cada etapa de la batalla y
cada cima de ese territorio en llamas.
El compromiso ideológico de la Literatura como soporte de
las Humanidades ha de ser un compromiso crítico para con cada
uno de los imaginarios culturales que se proponen fundamentos de
la verdadera esencia de esa cultura, por el procedimiento y la
responsabilidad que la teoría literaria tiene de mostrar, sine ira et
estudio, esto es, de evidenciar empiricamente, la naturaleza
convencional e histórica de cada uno de los procesos de su
afirmación, de modo que la cultura y la literatura sea capaz de huir
de cada uno de los reduccionismos a que quiere verse sometida por
cada uno de los parapetos ideológicos que han nutrido las
diferentes interpretaciones de los textos, incluidos los nuevos
episodios de moralismo excluyente que las nociones de lo
políticamente correcto vienen imprimiendo a los llamados estudios
culturales, que peligrosamente se deslizan hoy por una pendiente
de “identidad” que soprepasa ya las primitivas concesiones
estratégicas al pensamiento fundado en el nervio revolucionario de
lo antisistémico y periférico para edificar nuevos centros
canonizadores con igual fuerza excluyente e igual comportamiento
acrítico con el principio de “identidad cultural” que las que habían
originado sus propias reacciones.
La literatura tendría que enseñarse en la medida en que se
muestra inasequible a su reducción identificadora universal/local y
permite a muchos hombres diferentes seguir sintiéndose así, otros,
no el mismo lugar ni en ninguna suerte de identidad definida que la
literatura luego viene a confirmar. El soporte ideológico que la
Literatura puede proporcionar a las Humanidades es enseñar que lo
que hay de perenne en los grandes textos obedece a que dicen
cosas distintas a hombres diferentes, y no la misma cosa a un
68
hombre único. Esa exaltación de la diferencia ha de fundamentarla
la teoría en el orden histórico de su propia actividad y de los valores
y nociones que tal actividad ha reificado, autoconsciente de los
procesos y mecanismos de la reificación.
Cuando E.Said (1983:226-47) se opuso, hace ya algunos
años, a lo que él llamó una “teoría ambulante” es decir, aquella que
ha convertido cada una de las teorías de la diferencia en una
subespecialidad académica, neutralizando de ese modo,
espacializandolo en territorios diversos cada uno con su frontera
delimitadora y su canon sustentador, estaba haciendo una apuesta
por lo que el ha llamado después una estructura híbrida, gravada
con una serie de cargas entrecruzamientos y superposiciones de
factores , donde lo contradictorio o antitético no se disfrace o anule
a favor de la construcción de una etnografía imaginaria que no
coincida con el mundo entero y con estructuras simbólicas
favorecederas de una complejidad donde nadie es puramente una
cosa.. Allega Said un hermoso texto de Hugo de San Victor, un
monje sajón del siglo XII que se inscribe muy bien en la lección que
la literatura cotidianamente enseña:
70
Capítulo 4.
El canon en las teorías sistémicas.
A.................................T............................L
.
.
A ‘ ............................ T ‘ ....................... L ‘
75
litterature se conforme à des schemas” ) et historique ( “á quels
schémas “ )” ( Lambert, 1987 : 51-52) .
Para mí este punto de vista es extensivo a la cuestión del
canon y es el que propongo: entender que toda consideración sobre
un esquema canónico lo es en momentos socio-históricos concretos
y en contextos determinados: se configuraría así una teoría de los
cánones, en plural, que han actuado en diferentes etapas de la
formación del concepto mismo de literatura y de su propia
evolución. Las hipótesis en torno a la constitución de tales cánones
pueden tener un valor más general, en cuanto series repetidas de
fenómenos que pueden darse iguales en diferentes contextos, pero
la propia idea de canon exige la consideración particular e histórica
de su descripción en la medida en que el concepto de valor que los
soporta es un punto de vista que interviene en la propia constitución
del objeto canónico y no es superior a él.
En la medida en que las normas están cargadas de valor y en
la medida en que el canon constituye en sí mismo un concepto
normativo no podemos abstraer de su descripción el punto de vista
valorativo que los instituye, y ese punto de vista es histórico por
necesidad y pertenece al propio objeto de la búsqueda, salvo para
lectores y criticos que ingenuamente, en la recuperación de un
idealismo naif se proponen a sí mismos más allá de la Historia.
Mucho más cuando el propio objeto literario tiene demostrado un
carácter evolutivo, cuyas relaciones de producción, transmisión y
recepción no son estables, ni siquiera lo es el medio escritural muy
reciente en que se vierte , ni el aparato conceptual que lo
acompaña, nacido en su mayor parte en la segunda mitad del siglo
XVIII.
78
las humanidades con el contexto científico , profesional y
académico de otras ciencias. ( I.Even Zohar, 1990: 5-6)
Por ello la elección del término “Polisistema” es algo más que
una convención terminológica . Compromete la propia
heterogeneidad del objeto de estudio y se ha podido desarrollar
más precisamente en sociedades como la eslava, la isrelita o la
belga, que tienen una gran tradición multilingüística, multicultural y
más de una literatura ( I.Even-Zohar,1990:12-13 , M.Iglesias,1994 :
327). Cuando antes defendimos con el concurso de W.Mignolo una
consideración necesariamente “ regional” de los cánones, lo hicimos
convencidos de que el desarrollo de la idea de canonicidad por las
teorías polisitémicas era dependiente de la comprobación de un
variado mosaico de relaciones entre culturas y literaturas . Basta
salir del ámbito restringido de la llamada “gran literatura” de
Occidente para comprobar que muchos de los supuestos
establecidos sobre la base de esa gran literatura son poco
exportables a otros ámbitos culturales en que ni siquiera es
compartido el medio escritural en que se vierte ( el canon literario
oficial del Perú es la literatura escrita en español cuando el sesenta
por ciento de su población es analfabeta, buena parte habla sólo el
quechua y sus relaciones literarias son exclusivamente orales).
INSTITUCION ( Contexto )
REPERTORIO ( Código )
(“escritor” )
PRODUCTO ( (Mensaje)
84
Capítulo 5.
I. Lotman y el canon literario.
96
Capítulo 6.
Canon literario y campo sociológico: la propuesta de Bourdieu.
“ No existe, pues, nada que distinga de forma tan rigurosa a las distintas
clases, como la disposición objetivamente exigida por el consumo legítimo de
obras legítimas, la aptitud para adoptar un punto de vista propiamente estético
sobre unos objetos ya constituidos estéticamente- y por consiguiente
designados a la admiración de aquéllos que han aprendido a reconocer los
signos de lo admirable” (Bourdieu, 1979: 37)
111
afecta a los mecanismos de canonización, es también un campo de
recepción.
112
Capítulo 7: El canon y la literatura española. Algunas
propuestas metodológicas.
114
El primer problema a contemplar es el de la propia frontera de
constitución del concepto de Historia literaria nacional, que no es
anterior al siglo XVIII y que precisamente ve en los finales de tal
centuria, el final de un ideal universalizador y el comienzo de un
principio de relación entre tradición literaria y nacionalidad. Claudio
Guillén, en su fundamental libro Entre lo uno y lo diverso (1985) y
en los capítulos finales de su nuevo tratado Multiples moradas
(1998) se ha referido con pormenor a este momento fundamental
que vincula los conceptos de literatura y de nacionalidad y que está
en los fundamentos mismos de la Historia de la Literatura
Comparada, que ha visto sucederse amplios debates entre lo
particular y lo universal hasta quiciar Guillén en esa dicotomía lo
principal de su desarrollo. No es este el momento de volver sobre
tales asuntos, pero llamo la atención sobre el fenómeno de que toda
consideración de cánones literarios y épocas históricas tiene que
ejecutarse sobre el principio de que la propia construcción de la
Historia Literaria es un fenómeno histórico, con contextos muy bien
definidos. Cuando W. Goethe en su conversación con Eckermann
del 31 de Marzo de 1827 proclamaba su conciencia de una
Weltliteratur o literatura universal, abogaba por una poesía
patrimonio común de la Humanidad que expresara la conciencia de
todos los individuos en cualquier lugar y tiempo. Goethe estaba
entonces emitiendo el canto del cisne de un ideal humanístico,
fundamentado en la cultura greco-latina, que las emergentes
historias de las literaturas nacionales comenzaban a fragmentar
inevitablemente. Aunque Goethe se apresure a decir a renglón
seguido que “la literatura nacional no significa hoy gran cosa” y
aconseje retrotraerse a los griegos, considerando el resto como
“puramente histórico” era un hecho en 1827 que la Historia había
nacido vinculada a un espíritu nacional, y todas las naciones de
Europa vivieron con el Romanticismo la efervescencia nacionalista
resultado de las campañas antinapoleónicas. Y con ese sentimiento
de la Historia prendieron rápidamente las Historias de la Literaturas
nacionales. Resulta sintomático que uno de los grandes proyectos
del Humanismo europeo, concebido como unidad cultural y
alimentado al calor de la posguerra mundial con una Europa
dividida y fratricida, la magna obra de E. R. Curtius Literatura
Europea y Edad Media Latina (1947), conciba la unidad europea del
Humanismo como una época de la cultura que comienza en
Homero y finaliza precisamente con Goethe, porque Curtius es
consciente de que las filologías modernas y las “literaturas
nacionales” surgidas en el Romanticismo habían quebrado el
115
conjunto posible de unas bases comunes y de un ideal cultural
universalista de base greco-latina, fundamento para él de la idea
misma de Cultura Europea. Quizá por ello es pertinente la relación
que Oswaldo Silvestre (1999) ha establecido entre H.Bloom y la
recuperación del aliento que animó a Curtius y que implica un canto
del cisne del ideal humanístico anterior a la fragmentación de lo
literario en sus particulares históricos, fragmentación que el siglo
XIX consagra definitivamente y que pluraliza y multiplica por doquier
el concepto de canon, hasta hacerlo coincidir con diversas
estructuras históricas, perdido el tronco de la tradición que sustentó
el canon clasicista.
Hemos ido viendo en los capítulos anteriores que el carácter
polisistémico con que debería abordarse la consideración de la
canonicidad privilegiaba una atención singularmente importante a
las cuestiones de la pedagogía, esto es a la relación entre canon y
enseñanza. En un estudio anterior (J.M.Pozuelo, 1996) pude
referirme a que esta circunstancia que vincula un repertorio a su
institucionalización en gran parte docente estuvo en los orígenes
mismos de la idea de canon, según Curtius los analizó. Tal
imbricación entre canonicidad y repertorios institucionales va a
tener, según R. Aradra desarrolla más adelante, tres pivotes
básicos: las Antologías, las Historias literarias y las Poéticas y
Retóricas que funcionaban como Manuales escolares que
enseñaban en nuestros siglos XVIII y XIX lo que entonces se
llamaba Elementos de Literatura o Preceptiva literaria o
simplemente Literatura General, aunque es muy visible y dio lugar a
intervenciones legislativas concretas, el progresivo crecimiento de
los estudios de Historia y su separación de los de Preceptiva. En
realidad estos tres pivotes son en sí mismos caudales de
información sobre los procesos de canonización y de su evolución
se hace en la segunda parte de este libro un recorrido sobre sus
puntos de inflexión más importantes (aunque, ya digo, un diseño
concreto de las variaciones en cada género y en cada selección por
parte de los diferentes tratados es el horizonte por cumplir de la
línea de investigación que aquí presentamos y que seguramente
exigirá un esfuerzo colectivo de envergadura mucho mayor, pero
que se adelanta ya en sus líneas básicas en lo ofrecido pro R.
Aradra).
En el panorama actual de estudios de Teoría Literaria y de
Literatura Comparada se ha reflexionado relativamente poco sobre
la posición del género discursivo que conocemos como “Antología”.
Afortunadamente son cada día mayores los caminos que
116
comunican la Literatura Comparada y la teoría literaria con la
Historia Literaria, como disciplinas en otro tiempo incomunicadas,
para los más ignorantes enfrentadas, y que viven hoy, y habrán de
vivir en el futuro aún más, la necesaria convergencia de programas
y colaboraciones mutuas. De hecho en el perfil de la Teoría Literaria
de los últimos años se dibuja con creciente precisión una mirada
nueva a los problemas de la Historia Literaria, no sólo por el
concurso de la corriente conocida como New Historicism, sino por la
importancia que en las Teorías de los Polisistemas se da a los
conceptos de “codigo”, Policódigo, normas de un Repertorio, que
son interdependientes con el de canon. Y sin embargo el de las
Antologías y el de las Historias Literarias es territorio que la teoría
literaria todavía no ha hollado ni ha sistematizado con la atención
necesaria, la misma al menos que se ha concedido a las poéticas y
retóricas.
No estará de más que se recuerden dos o tres preliminares
conceptuales básicos sobre la relación entre Antología, Canon e
Historia Literaria. En primer lugar la interdependencia de los tres
conceptos y la universalidad de las Antologías en todas las culturas
literarias (y no literarias). Lo recuerda y analiza Claudio Guillén
( 1985: 413-417) que es excepción en el estudio del género
Antología, al decir : “ difícil es concebir la existencia de una cultura
sin cánones, autoridades e instrumentos de selección”. El mismo
género de la Historia Literaria es, en rigor, el trazado de una
Antología que selecciona de entre todo lo escrito aquello que
merece destacarse, preservarse y enseñarse, si bien, como ha
destacado Romero Tobar (1998) la narratividad de las Historias
literarias imponen diferencias entre Historia y Antología que han de
tenerse también en cuenta. El acto de selección del antólogo puede
ser es distinto al que preside la construcción de una Historia
Literaria, sea ésta de autor individual o colectivo, pero ambos
realizan una selección que opera en la línea de canonización y
pueden a menudo exhibir, como es el caso de muchos de los
ejemplos aducidos por R.Aradra intereses convergentes. Hay, por
tanto una universal importancia de las Antologías en la
configuración de la Historia de una literatura. Esa importancia ha
sido mucha y ha actuado siempre, por la vía de Florilegios,
Cancioneros, Silvas (que así se llamaron muchas veces lo que
luego se generalizó con el nombre de Antología). Es más en el caso
de la poesía lírica la impronta de las Antologías ha sido siempre de
mayor calado y resulta hoy tan abrumadora que los distintos
periodos generacionales y el nombre de algunos de estos períodos,
117
como es el ejemplo de los poetas novísimos, han nacido al calor de
una antología concreta.
Pero junto a esta evidencia de la enorme importancia de la
Antología en la Historia Literaria, de la que Guillén ofrece ejemplos
en diferentes literaturas, me gustaría destacar que el trazado mismo
de la Antología y el de la Historia Literaria convergen en el acto de
una selección y una canonización, que intenta situarse en un lugar
del devenir heteróclito de la sucesión de textos y fijarlo,
normatizándolo, reduciéndolo y proyectando en la Historia posterior
el acto individual o colectivo de un principio que tiene vocación de
perpetuarse como un valor en cierta medida representativo. Es en
ese lugar donde apunta la idea de la necesaria conjunción entre
Antología, Historia y Pedagogía como la base del sistema de
canonización. Ese intento de fijar, detener y preservar,
seleccionando suele ir unido a una instrucción. Nunca se genera o
se justifica como un capricho. Si toda Antología es un acto, fallido o
no, de canonización es porque en rigor el concepto de Antología,
Historia y el de canon guardan también una interdependencia
notable con otro tercer elemento: la instrucción, la paideia. Como
recuerda Carles Miralles (1996), cuando el Platón de La República
se plantea, en la que puede ser una de las primeras formulaciones
de la idea de “canon”, qué debe enseñarse a los jóvenes y discute
la oportunidad de la selección de ciertos discursos (logoi) apartando
los verdaderos de los falsos, está vinculando la selección a una
pedagogía, a una instrucción, a una enseñanza. Las muy
importantes páginas que E. R. Curtius (1948: 361-383) dedica a la
la formación del canon clásico, medieval y moderno son una
síntesis perfecta de la vinculación de canon e instrucción. No sólo
en el origen judío de la Ley y la selección de los Libros (Biblia), o la
tradición del canon de la Iglesia, seleccionando los textos
verdaderos de los apócrifos, para la doctrina correcta a ser
enseñada, sino en la propia tradición literaria, que según recuerda
C. García Gual (1996:5) no puede proyectarse igual que el canon
religioso por el componente estético que ya la clasicidad introdujo.
Con todo, el canon nació vinculado a un sistema escolar. La
selección de los autores en diferentes catálogos y la misma idea de
auctor venía vinculada a la de escuela, enseñanza, paideia.
Este fenómeno conviene tenerlo en cuenta, toda vez que las
polémicas actuales sobre el canon en los estudios litearios y en los
contextos académicos norteamericanos que recorrimos arriba no
son otra cosa que discusiones sobre ¿qué enseñar?, ¿qué
seleccionar ? y ¿qué valores transmitir?. La idea del principio
118
estético como un valor universal y por encima de la Historia y de las
ideologías se ha quebrado y si el New Historicism plantea la
revisión de los principios de una Historia Literaria es al calor de la
importancia que cobra la discusión ideológica y epistemológica
sobre los principios que rigen la construcción de una Historia, la
canonización, y por contigüidad fundamental, la elaboración de una
Antología.
Ya había visto muy claramente esta relación triangular entre
Historia, Antología e Institucionalización pedagógica en la
construcción del canon de la literatura española L. Romero Tobar
(1996: 175-183) cuando al ir trazando las líneas básicas de la
Historiografía literaria española del XIX subrayó el momento
decisivo de la reforma de planes de estudio realizada por Pidal en
1845, que fue la que consagró la independencia institucional de los
estudios de Historia literaria y que dio lugar a la publicación masiva
de textos instrumentales, antologías y manuales de apoyo. Fue
decisiva la intervención de Antonio Gil de Zárate que era en ese
momento Director de Instrucción pública y cuyo Resumen histórico
de la Literatura española se añadió por ello a su conocido y
reeditado muchas veces Manual de Literatura. R. Senabre (1999)
ha hecho ver la decisiva intervención de los presupuestos de Gil de
Zárate, autor teatral, tanto en la relevancia de la comedia española
del Siglo de Oro como sobre todo en la idea de una vinculación de
las producciones de esa época al concepto de “teatro nacional
español”. En ese estudio podrá el lector calibrar un caso peculiar de
unión entre una selección de textos y los intereses individuales de
su autor que a la vez opera desde una situación de poder legislativo
y la ideología colectiva que entonces va imponiéndose en la
necesidad de configurar el concepto de literatura asociado al de
nacionalidad.
Rosa Aradra analiza en la segunda parte de este libro otros
casos notables de vinculación entre canon e Institucionalización
docente y sobre todo hasta qué punto muchas de las instrucciones
pedagógicas, además de las utilidades morales de los programas
respectivos de escolapios o jesuitas, inciden en el horizonte
antifrancés, o de contraposición de la literatura nacional española
frente a la predominancia de los modelos galos. No se podría hacer
un estudio de canon de la literatura española que no tuviera en
cuenta esta peculiar dialéctica de lo nacional frente a lo francés, que
determinó una metonimia clara entre el modelo francés y la
impronta filosófico-ilustrada, a menudo llamada despectivamente
“volteriana” de aquél. Curiosamente a los testimonios que ofrece
119
R.Aradra se podrían añadir muchos otros y esa dialéctica llega
hasta bien entrado el siglo XX, puesto que encontramos afirmado
por J. Cejador y Frauca, autor de una monumental Historia de la
lengua y literatura castellana publicada en 11 volúmenes en 1917,
con abundantísma documentación que llega hasta el quicio del
siglo. Pese al título, obligado por la denominación antigua de las
cátedras de Literatura Española, la de Cejador es una Historia de la
Literatura y no de la lengua y vuelve a reunir junto a la ingente
cantidad de datos, con un criterio más acumulativo que selectivo,
una impronta de fuerte naturaleza ideológica conservadora que
fundamenta el patriotismo en la afirmación de un carácter nacional
propio, frente al de influencia francesa. Su entrega al dato es
militancia contra el espíritu filosófico de la Ilustración, como se ve en
la siguiente cita contra Nietzsche: “La filosofía de Nietzsche
proclama la soltura de todo instinto, tira al verdadero salvajismo,
aunque esta vez reflexivo y científico. Pero no es Nietzsche más
que la voz de la filosofía moderna y moderna civilización,
empolladas una y otra en el siglo XVIII por los libertinos, la
Enciclopedia y la filosofía francesa” (p. 6 del tomo VI).
Considero metodológicamente importantes para el marco en
que debe trazarse un estudio del canon literario español del siglo
XIX los dos estudios en que J. C. Mainer ha analizado la
historiografía literaria española de ese periodo. El titulado “De
historiografía literaria española: el fundamento liberal” (J. C. Mainer,
1981) y el publicado en 1994, ya referido más directamente al
problema de la canonicidad y que tituló significativamente “La
invención de la literatura española”. El primero trata del modo como
el acervo literario del pasado fundamentó una tradición patriótica
que, convergente con el brote romántico, supuso los dos anclajes
básicos de la selección que los autores de las Historias literarias
hacían de los programas de Literatura Española, que vieron de
modo muy tardío su institucionalización pública. Ello hizo convivir en
el proceso de consagración de los autores canónicos muy
diferentes empeños, que ni siquiera parecían coincidir en el
concepto de “literatura”. Por señala un ejemplo emblemático que
Mainer recoge: la separación de literatura “clásica” y “española” que
establecía la benemérita e importante Biblioteca de Autores
Españoles, iniciada en 1846 y concluida en 1872, no se había
desprendido aún de un concepto laxo de literatura imperante en el
siglo XVIII, con inclusión en ella, junto a los que hoy conocemos
como autores literarios, de las obras de filósofos o historiadores que
hoy no figuran en las Historias literarias. Tan sólo la enumeración de
120
algunas presencias y ausencias de las que Mainer observa en un
somero análisis de los catálogos de tal Biblioteca haría naufragar
cualquier empeño por situar el canon de la literatura española en
un punto fijo o inteligible al margen de los condicionantes
ideológicos, de cultura literaria de tradición preceptiva y de
intereses crematísticos asociados al proyecto (J. C. Mainer,
1981:447-449).
Aunque no todo pueda, por tanto, fijarse según los programas
oficiales de la asignatura, cuando ésta se institucionalizó, sí puede
decirse que ese hecho influyó notablemente en la concreción del
canon en un sentido más restrictivo y donde comenzaron a imperar
modelos en los que la truncada Historia Crítica de la Literatura
española de Amador de los Ríos, que fue en 1859 el primer titular
de la cátedra con igual denominación de la que sería su magna
obra inconclusa. Le sucedió en la cátedra Menéndez Pelayo y la
historia del proceso de canonización vinculado a su figura y
magisterio es mucho más conocida y ha sido bastante historiada.
Pero hasta ese momento, y en lo que se refiere a los siglos XVIII y
XIX, ámbito al que ha quedado reducida por ahora la aplicación
empírica de esta investigación, es mucho lo que la segunda parte
de este libro desbroza.
El segundo estudio de J C .Mainer (1994) sobre la “invención
de la literatura española” está redactado ya en el horizonte concreto
del concepto de canonización, antes de que el libro de H. Bloom de
1995 lo pusiera de moda. A los efectos metodológicos que son los
que en este capítulo quieren ir concretándose interesa en particular
de ese estudio el diagnóstico general de que el caso literario
español se caracteriza por la persistencia de un canon mixto, a
menudo mucho más ideológico que literario y por lo que llama un
canon nacional roto, en la medida en que la literatura española
muestra poco acuerdo consigo misma, pues parte muy importante
de su propia tradición es vista por muchos de quienes la trazaron
como un camino erróneo ( Mainer, 1994: 24-25). El que el concepto
de literatura nacional española fraguara en los inicios del siglo XVIII
tuvo mucho que ver con ambas condiciones, puesto que el
concepto de literatura coincidía con el de saber fijado en forma de
escritura (y no limitado a la invención ficcional) y a la vez se dio un
enfrentamiento o ruptura del canon puesto que el ideal neoclásico
se edificaba sobre el cimiento del humanismo del XVI y en contra de
los excesos barroquistas. De esa forma quienes comenzaron a
tener una conciencia histórica del pasado literario español, como
Mayans o Capmany, tuvieron un horizonte de lo literario muy
121
vinculado a un ideal de literatura que coincidía con el de elegante
elocuencia según el modelo de la literatura de Fray Luis de
Granada y Fray Luis de León y en la misma medida en que se
imponían como antídoto contra las derivaciones posbarroquistas
más cercanas a ellos, según puede verse en el análisis que Mainer
hace de la Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la
eloquencia española (1727) de G. Mayans como en el Teatro
histórico –crítico de la elocuencia española(1786-1794) de A. De
Capmany.
El subsiguiente análisis de Mainer de las intervenciones de F.
Pérez Bayer en su memorial Por la libertad de la literatura española
(1770) y de la empresa comenzada en 1737 con la fundación del
Diario de los literatos de España permite ir viendo el proceso de
especificación de la idea de literatura como una lucha simultánea
por la especificidad conceptual que separe la literatura de las otras
letras no ficcionales y la creciente conciencia de empresa cívico
política de la educación literaria al servicio de la Institución, del
Estado (ibidem, pp.27-29). El canon y la idea misma de historia
literaria con la que nace, comienza a verse paulatinamente
vinculado a la Institución que debe salvaguardar tanto la educación
moral, cívico-política, de los ciudadanos como el mismo proyecto de
una opción patriótica que ve en el establecimiento de una historia
nacional una utilidad y necesidad diferente y de mayor alcance que
la sola educación del alumno en una retórica verbal o brillante
elocuencia. Es entonces, a comienzos del XIX cuando va fraguando
(y Mainer sitúa en el gozne de ese cambio a M José Quintana y su
Informe de la Junta...para el arreglo de los diversos ramos de
instrucción pública(1813)) la separación como asignaturas distintas
de la “historia literaria” y la “retórica y poética” y en tal separación el
interés por construir una idea de literatura vinculada a la de
nacionalidad y en convergencia con los brotes románticos de las
historias de la literatura de aquellos años, hechas por extranjeros,
como la de Boutewerck o la de S. De Sismondi, apegada al modelo
de la de Madame Staël, y que venían a confirmar que los procesos
de canonización no podían ya quiciarse sobre el eje del
racionalismo neoaristotélico que las poéticas y retórica venían
sosteniendo, con su peculiar apego a una rutina escolar, sino que
tendrían que hacer intervenir este nuevo eje que la historia literaria
iba abriendo: el de una reflexión crítica sobre el pasado , donde la
utilidad cívico patriótica y la relativización del valor literario
subordinada a los nuevos parámetros de utilidad desde el prisma
del Estado nacional, ejecutaron los principales cambios de
122
canonización o selección. Claro está que para Mainer este cambio
de eje es no sólo gradual, sino en gran medida fruto de un armisticio
entre los dos ideales, el estético neoaristótelico de las poéticas y
retóricas que pervivían en los estratos menos comprometidos con
los cambios, como es el educativo de las Enseñanzas
preuniversitarias, y los nuevos ideales ilustrados que propiciaron la
paulatina incorporación de la Historia como Historia crítica. A esa
singladura de pervivencia en el tiempo y en las obras de dos
modelos ha llamado Mainer canon mixto de la literatura española,
que puede recorrerse en multitud de ejemplos, como el de la
Biblioteca de Autores Españoles (ibidem pp. 36-37).Al adjetivo mixto
se une el adjetivo roto porque la recuperación que los ilustrados y
primeros románticos hicieron de la literatura del siglo XVII e incluso
de parte de la del siglo XVI “comporta una notable prevención sobre
una época de fanatismo religioso y absolutismo político, de
Inquisición y tiranía” (p. 37)
Muchos ejemplos tanto de mixtura como de ruptura podrá el
lector recorrerlos en el análisis de las selecciones de autores que
Rosa Aradra hace en la segunda parte de este libro. Se puede ir
viendo en el proceso de selección canónica el paulatino cese del
modelo clasicista, que se había fundamentado todavía en la
preeminencia del modelo retórico de la elocuencia que supuso la
consagración de Cicerón como el ideal que pivota los ejemplos de
las retóricas y poéticas y el didactismo que impregna la
consideración de los modelos grecolatinos (didactismo y moralidad
que obliga por lo mismo a que la venustidad estilística que se
supone en Virgilio como derivado más aquilatado del ideal de
elocuencia, coincida con la supresión del libro IV de la Eneida). La
recuperación, en cambio, de Homero ha de esperar a que se
impongan de la mano del abate Andrés y de Gómez Hermosilla y al
hilo de la influencia del fundamental tratado de H.Blair, los valores
de la poesía primitiva menos ligados a la elocuencia y mucho más a
lo que la épica empezaba a suponer como modelo de creación de
caracteres y de invención. No es menos importante
metodologicamente para los procesos de construcción de la
canonicidad la estricta dependencia que hay entre los momentos
fuertes de Institucionalización de las enseñanzas y la preeminencia
de ciertos modelos, como puede verse en la coincidencia entre el
aumento de autoridades grecolatinas, con la ampliación
consiguiente del canon, y la orientación humanística del plan Pidal
de 1845 el de Pastor Díaz de 1847.
123
M. A. Pérez Priego (1996: 8) ya había anotado la generalizada
indiferencia que el siglo XVIII español tuvo hacia el canon medieval
y del que la Poética(1737) de Luzán o Los orígenes de la poesía
castellana(1754) de Luis J.Velázquez son buenos ejemplos. Y que
la recuperación romántica, más imaginativa que documental, de la
Edad Media supuso la prevalencia de obras como el Poema de Mio
Cid o el Romancero, postergadas en los elencos anteriores. Quizá
la literatura medieval sea el lugar privilegiado para pulsar no sólo la
variabilidad constante del canon, sino su dependencia respecto a
los modelos estéticos que se van sucediendo, por cuanto es el
corpus literario cuya representación y distinta valoración sufre
mayores metamorfosis. No es ya que se prefieran o no unas obras
a otras, es que durante décadas no tuvieron la consideración de
textos canoónicos ni el Poema del Mio Cid, ni Juan Ruiz o La
Celestina, que son los tres pivotes hoy seguros y que habrían de
esperar a la tardía fecha de 1754 para ver luz en el canon
diociochesco, que sólo ve una reconstrucción más cuidadosa y
sistemática en la obra de P. Sarmiento Memorias para la historia de
la poesía y poetas españoles, publicada en la tardía fecha de 1775.
Que una Antología como la de G. Conti en cuatro volúmenes
publicada entre 1782 y 1790 sólo considere textos de Gonzalo de
Berceo, del Marqués de Santillana y de Juan de Mena es de por sí
elocuente y no podría ser explicado por la sola circunstancia de ser
bilingüe italo- española, puesto que ni los nueve tomos del Parnaso
español ( 1768-1778) de López de Sedano ni los veinte volúmenes
de la Colección de poetas castellanos (1786-1798) de Pedro Estala
contienen autores medievales, aunque éste último pueda decir que “
sólo las obras del Arcipreste de Hita merecen alguna atención por
su invención festiva e ingeniosa”, aunque da inmediatamente el
contrapunto “¿Pero quién puede leerlas?. Su lenguaje rudo y
escabroso, su estilo informe y pesado, su versificación indecisa y
dura, y últimamente la monotonía bárbara de su rimas atormentan
el gusto menos delicado y le rechazan de su lectura”.
Incluso los más ilustrados como Munárriz son en extremo
parcos en la canonización, pues sólo entran en sus versiones de H.
Blair ejemplos de Berceo, Juan de Mena y Fernando de Rojas. Se
llega a más: comenta el poeta M.J.Quintana en 1807 la Antología
de poetas anteriores al XV editada por T.A. Sánchez sin poner
reparos en afirmar que “allí están como en una armería estas
venerables antiguallas; objetos preciosos de curiosidad para el
erudito, de investigaciones para el gramático... pero que el poeta,
sin gastar tiempo en estudiarlos, saluda con respeto...” (subrayado
124
mío de la cita de R. Aradra, vid. infra p. ). Monumentalismo de
eruditos que poco sirven al poeta; radical separación de criterios
canonizadores entre la “academia” y los creadores. Y no sólo de
estos, pues algunos autores de poéticas y retóricas continúan
estableciendo, mucho antes de que se consagrara un canon mixto,
el ideal de la elocuencia y el modelo estilístico construido sobre los
ideales estéticos del clasicismo. Incluso bien entrado el
Romanticismo los textos medievales pueden para Martinez de la
Rosa en 1817 o Mendíbil y Silvela en 1819 valer mucho más como
objetos de curiosidad y de estudio histórico que como modelos
dignos de imitación, cualidad la de la ejemplaridad para la imitiatio
estilística que continuaba siendo el principio rector de los procesos
de canonización. Por ello una preceptiva escolar de tanta influencia
por su difusión y ediciones como la de Gómez Hermosilla de 1826
tan sólo menciona a Alfonso el Sabio y Jorge Manrique y la primera
Historia de la Literatura española propiamente tal, la del alemán
Friedrich Bouterweck no concede al de Mío Cid el título de poema,
sino el de una “historia rimada en alejandrinos bastante incorrectos”
(vid infra p. )
Otro aspecto metodológico de importancia en el análisis
empírico de los procesos de canonización, habíamos visto que era
la vinculación entre un repertorio y las normas o modelos de género
que creaban unas expectativas favorables o contrarias a su
aceptación canónica. La relación muy bien vista por A.Fowler (1979)
entre canon y género literario se ve confirmada por el análisis
empírico que R. Aradra lleva a cabo, especialmente protuberante
para el caso de la literatura de los Siglos de Oro, donde ha
interesado una separación por géneros que facilita los procesos de
afirmación y contraste. Ello permite ver hasta qué punto en el
horizonte de expectativas de género, para la lectura diociochesca
del Quijote todavía seguían marcándose los problemas de la
poética neoaristotélica y por tanto el caudal de objecciones al gran
texto cervantino todavía provenía de la vieja polémica de las reglas
y el principio de unidad. Del mismo modo el Quijote no se
enfrentaba como novela, sino que fueron muchas las lecturas que
tenían al “romance” (la traducción del romanzo) como horizonte de
expectativas; vale decir cuando menos que con dos siglos de
retraso las retóricas y poética pudieron salir paulatinamente de su
secular gramática restringida y poder advertir en las plumas más
agudas que el Quijote era un verdadero crisol polifónico con que las
lecciones de Marchena podían proponer a partir de la obra de
Cervantes modelos de arengas, razonamientos, pinturas,
125
descripciones, retratos, preceptos, paralelos, definiciones, cartas,
diálogos, narraciones, cuentos, fábulas, moral filosófica o poesía.
Con tan sólo los datos ofrecidos por Aradra sobre la lectura del
Quijote podría muy bien trazarse un panorama de la variedad de
criterios, instancias, presupuestos, condicionantes morales,
estéticos, ideológicos y de toda índole puestos en juego en un
proceso de canonización. Se muestra aquí además un fenómeno
que G. Carnero (1996) había proclamado respecto al propio modo
de ser del siglo XVIII: al tiempo que perviven, sí las prácticas
retórico-poéticas edificadas en los moldes clasicistas, no hay
modernidad que no encuentre cobijo en este siglo, que perfiló más
que ninguno un canon mixto, por la naturaleza muy plural de las
fuerzas que dentro de él pugnaban.
Es importante que en el caso de los prosistas pervive junto a
Cervantes la nómina de los dos Fray Luis, el de Granada y el de
León, valorado este último como prosista en igual dimensión si no
mayor que como poeta, por la pervivencia del criterio elocutivo
desde el modelo retórico que actúa como horizonte normativo de los
tratados de literatura a lo largo de estos dos siglos. Del mismo
modo puede calibrarse que Saavedra y Fajardo y Solís estuvieron
durante décadas en primera línea del canon diociochesco, por
encima de un Quevedo satírico y moral, ausente como poeta y en
igual dimensión que el P. Mariana o Mendoza, hoy desplazados a
lugares no canónicos.
La enorme variación sufrida por el canon de la literatura
española de los Siglos de Oro tal como se refleja en los repertorios
de los siglos XVIII y XIX es asimismo evidente en el caso de los
poetas líricos. Aunque lo más llamativo resulte el escaso lugar de
San Juan de la Cruz (hoy en la cima del canon poético español) y
junto a la comprobación del controvertido caso de Góngora, igual
contraversión habría que reservar al Quevedo poeta no sólo mucho
menos estimado que el prosista, sino denostado y zaherido con
mucha frecuencia. Lía Schwartz (1996: 10) ha podido por ello ir
trazando una reflexión sobre la que ella llama una concepción
historicista de la canonicidad al hilo de la revisión de los repertorios
y catálogos de autores de los siglos de Oro, con conclusiones
convergentes a las que el lector de este libro puede llegar a partir
de los datos añadidos por R. Aradra y en los que puede verse un
ejemplo de las tesis sostenidas en mi discusión teórica sobre el
carácter polisistémico e histórico de toda canonización.
126
Bibliografía citada en la Primera Parte
Bloom, A (1987 ): The Closing of The American Mind. New York, Harcourt
Brace
Bourdieu, P. ( 1992): Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo
literario.Barcelona, anagrama, 1995
127
Carnero, G. (1996): “Sobre el canon literaio español dieciochesco”, Insula
nº 600, Diciembre de 1996,pp.12-14
Crews , F (1992): The Critics Bear It Away : American Fiction and the
Academy. New York
Gates,H.L, (1992 ): “ Las obras del amo: sobre la formación del canon y la
tradición afroamericana” en E.Sullá, ed, 1998:161-187.
129
Iglesias Santos , M (1994) : “ El sistema literario: Teoría Empirica y Teoría
de los Polisistemas” en Darío Villanueva (ed.): Avances en Teoria de la
Literatura , Universidad de santiago de Compostela , pp. 309-356.
130
Lotman, I (1976 ) (1973) : “The Content and Structure of The Concept of
Literature”, P.T.L, 1: 339-356
Lotman, I y otros (1973) : Tesi sullo studio semiotico della cultura. Parma,
Pratiche Editrice, 1980
Mignolo, W (1991) : “Los cánones y (más allá de) las fronteras culturales
(o ¿de quién es el canon del que hablamos?” en E.Sullá, ed, pp. 237-270
131
Miller, J.Hillis (1989): “The Function of Literary Theory at the Present
Time” en R.Cohen, ed: The Future of Literary Theory. New York,
Routledge
132
Pozuelo Yvancos, J.M., (1999): “Critica y verdad, treinta años después” en
Homenaje al Prof. Claudio Guillén (en prensa)
Said, E.,1983: The Wold, The Text and The Critic. Cambridge Mass.,
Harvard University Press.
Segre, C. (1993) :Notizie dalla crisi (Dove va la critica letteraria ?). Torino,
Einaudi
135
0. Consideraciones iniciales
2
Cf. JOSÉ Mª POZUELO YVANCOS, "El canon en la teoria literaria
contemporánea", Eutopías, vol. 108, 1995, p. 38.
136
proponemos cuando nos preguntamos si se puede separar
realmente la autoridad estética del canon de cualquier tipo de
consecuencia espiritual, política o moral3; qué factores convierten
en canónico -o clásico- a un autor; si hay otros responsables en la
formación del canon además de los propios escritores, artistas y
compositores, o cómo se transforma un canon.
Para ello nos serviremos de retóricas, poéticas, preceptivas,
historias de la literatura, antologías y obras diversas que se
publicaron durante estas dos centurias. El corpus que hemos
manejado no pretende en modo alguno ser exhaustivo, sino
ilustrativo, conscientes como somos del inmenso panorama que se
abre ante nuestros ojos.
3
Vid. las propuestas al respecto de HAROLD BLOOM, El canon occidental. La
escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona, Anagrama, 1995, pp. 46-47
(ed. original de 1994).
4
Cf. FRANK KERMODE, Historia y valor. Ensayos sobre literatura y sociedad,
Barcelona, Ediciones Península, 1990, p. 155 (ed. original de 1987).
5
Cf. JOSÉ ANTONIO MARAVALL, Antiguos y modernos. Visión de la historia e
idea de progreso hasta el Renacimiento, Madrid, Alianza Editorial, 1986 (2ª
ed.). Primera edición de 1965.
6
Cf. CARLOS GARCÍA GUAL, "Sobre el canon de los autores clásicos
antiguos", en Ínsula, 600, 1996, pp. 5-7.
137
imitación. La España de los siglos XVIII y XIX no permaneció al
margen de la conocida y vieja polémica de antiguos y modernos, si
cabe más acusada entonces, ante las transformaciones que con el
Romanticismo experimentaba el concepto de imitación, uno de los
postulados centrales de la estética neoclásica7. La imitación de la
que se habla en el XVIII es una imitación guiada siempre por la
razón, que distingue entre la copia y la imitación inteligente, e
incluso, como expondrá Winkelmann, entre lo que es la mera
imitación del arte y el modo con que los antiguos imitaban
directamente la naturaleza8. En ello influyeron las aportaciones de
Descartes, Malebranche, Spinoza, Simon, Bayle o Locke..., que
cuestionaron muchos de los saberes y modelos legados por la
tradición9.
Sin embargo, estas matizaciones en modo alguno restaron
protagonismo, al menos en España, a una concepción mimética de
la literatura y del progreso literario. Al contrario, se puede decir que
la peculiar situación de la cultura, de la lengua y de la literatura
española de principios del XVIII potenció en extremo el valor del
canon como una de las mejores salidas al estado de decadencia
de las letras españolas. Feijoo, Andrés Piquer o Erauso y Zabaleta
fueron algunos de los autores que llamaron la atención sobre la
cautela intelectual que había de reinar ante las autoridades del
pasado, ya que los modelos tradicionalmente admitidos no
suponían artículo de fe y estaban sujetos también a errores de su
tiempo10. A mediados del XVIII ya Erauso y Zabaleta cuestionaba
algunas reglas teatrales y llegaba a considerar perjudicial y
opresora su autoridad para el normal avance del género teatral,
porque -dice- "Estèse en el seguro de que [los autores antiguos]
fueron capaces de errar, y de que erraron mucho"11.
7
Vid. al respecto RENÉ BRAY, La formation de la doctrine classique en
France, París, Nizet, 1926 (reimpr. 1974), sobre todo pp. 159-190.
8
Cf. ROSARIO ASSUNTO, La antigüedad como futuro. Estudio sobre la
estética del neoclasicismo europeo, Madrid, Visor, 1990, p. 79.
9
Cf. PAUL HAZARD, La crisis de la conciencia europea (1680-1715), Madrid,
Ediciones Pegaso, 1975 (3ª ed.).
10
Cf. FEIJOO, "Argumentos de autoridad", en Teatro crítico universal, vol. VIII,
Madrid, Imp. de Herederos de F. del Hierro, 1739, pp. 42-54; ANDRÉS PIQUER,
Lógica moderna, o arte de hallar la verdad, y perficionar la Razón, Valencia,
Jospeh García, 1747, p. 161.
11
Cf. ERAUSO Y ZABALETA, Discurso crítico sobre el origen, calidad y estado
presente de las comedias de España___, Madrid, Imp. de Juan de Zúñiga, 1750,
138
Pero, pese a estas ideas sobre la subordinación de la
autoridad al escrutinio de la razón, hay un convencimiento
generalizado de las ventajas que una imitación consecuente y
razonada de los mejores autores del pasado puede proporcionar a
la crisis oratoria y literaria en los últimos coletazos barrocos de
principios del XVIII. De hecho, la imitación así entendida se
convierte en la obsesión general de los que pretenden la
recuperación del maltrecho estado de las letras nacionales.
Mayans y Siscar, el máximo exponente de la teoría retórica del
siglo, recomendó una imitación meditada de los antiguos en la que
"no copiassen a la letra, ni escriviesen, como los Centonistas; sino
que procurassen quanto pudiessen, ser emulos suyos, assi en el
methodo, como en la valentía del decir" 12. Se trataba de asumir el
talante, la disposición, el método, el espíritu..., de los antiguos, y no
de repetir fórmulas y expresiones o calcar estilos. Se partía de un
hecho constatable: "Si los infantes oyendo hablan, aprenden a
hablar, -dice Mayans- quién duda que leyendo los hombres de
juicio a los mas eloqüentes aprenderán a hablar
eloqüentemente?"13.
En estos términos en los que la imitación parece inevitable no
extraña la importancia concedida a los libros de lectura
recomendados, a los textos a que la masa lectora tiene acceso y,
más aún, al método empleado en dicha lectura. Las claves no
residirán tanto en la memoria del lector, en haber leído muchos
libros, cuanto en haberlos leído con método, crítica y buen juicio
para distinguir en ellos sus valores14. Y es el teórico el que, desde
la incipiente prensa periódica, los florilegios, las colecciones o las
cátedras, asume el poder de orientar y dirigir estas lecturas
recomendando unos textos y desplazando otros, fiel al ideario
ilustrado. Además, en los centros de enseñanza la imitación seguía
siendo uno de los ejercicios retóricos más utilizados cuando se
componían textos con el mismo argumento y estilo de autores
clásicos que previamente se habían traducido y en cuyos textos se
habían observado los artificios literarios15.
p. 55.
12
Cf. GREGORIO MAYANS Y SISCAR, El Orador Christiano, ideado en tres
diálogos, Valencia, Antonio Bordázar, 1733, p. 53.
13
Cf. Ibíd., p. 54.
14
Cf. PIQUER, Lógica moderna..., op. cit., p. 132.
15
Cf. MAYANS Y SISCAR, Rhetórica, Valencia, Herederos de Gerónimo
139
Uno de los primeros teóricos del XVIII en destacar la
importancia de contar con buenos referentes oratorios y literarios
para una recuperación de las letras españolas es el mencionado
Mayans, ya desde su temprana Oración en que se exhorta a seguir
la verdadera idea de la eloquencia española. Dice allí:
16
MAYANS, Oración en que se exhorta a seguir la verdadera idea de la
eloquencia española, Valencia, Antonio Bordázar, 1727. Citamos por la ed.
facsímil de Jesús Gutiérrez, en Dieciocho, 5, nº 2, 1982, p. 11.
17
Cf. MAYANS, Rhetórica, op. cit., p. 13.
140
por lo que los tratados que se publican a partir de entonces dedican
todos ellos mucha mayor atención a los ejemplos oratorios y
literarios, amenizando de paso la aridez de las preceptivas al uso18.
A mediados del XVIII el Conde de Torrepalma, con la idea de que
"lo que no puede el precepto, puede el ejemplo", hace una
acalorada defensa de los modelos literarios y de la supervisión
académica como medio para superar ese "insaciable y huraño
espíritu de singularidad" que, según él, arruinaba la poesía
española19.
Años después Capmany asume este mismo pensamiento, y en
la primera edición de su Filosofía de la elocuencia denuncia el afán
de singularidad y la arrogancia de algunos autores que, por no
querer seguir las huellas de otros cayeron en males mayores20,
aunque en otros momento defienda con matices el genio individual.
El distanciamiento del tiempo transcurrido hasta su segunda
edición, de 1812, le permite comprobar que las prácticas
recomendadas a lo largo de la centuria habían fomentado la pereza
de oradores y escritores, convertidos en meros traductores o
imitadores de conceptos y expresiones ajenas. Por ello se advierte
aquí cierta fluctuación entre el racionalismo de su formación
neoclásica y su defensa del genio individual, que le hace decir
claramente que "el talento oratorio se ha de sacar de propio caudal,
no de la servil imitacion, porque sin ingenio no se inventa, sin
imaginacion no se pinta, sin afectos no se conmueve, sin gusto no
se deleyta, ni se enseña sin sabiduría"21.
Pero, pese a tales afirmaciones, los antiguos siguieron
gozando de bastante preeminencia en algunos aspectos, aunque la
reciente experiencia de las malas imitaciones de la elocuencia
francesa llevara a un replanteamiento del concepto mismo de
imitación literaria, que pasaba por el dominio de la lengua
18
Véanse las observaciones que hacemos sobre este punto en nuestro libro
De la Retórica a la Teoría de la Literatura (siglos XVIII y XIX), Murcia, Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1997, cáp. II, y especialmente
pp. 66-68.
19
Cf. NICOLÁS MARÍN, "La defensa de la libertad y la tradición literaria en un
texto de 1750", en Poesía y poetas del Setecientos. Torrepalma y la Academia
del Trípode, Granada, Universidad de Granada, 1971, pp. 157-78, pp. 169-70.
20
ANTONIO CAPMANY, Filosofía de la eloqüencia, Madrid, Antonio Sancha,
1777, pp. 11-12.
21
CAPMANY, Filosofía de la elocuencia, 2ª ed., Londres, Longman, Hurst,
Rees, Orme y Brown, 1812, p. X.
141
castellana, tal y como había insistido Forner años antes. La
imitación era una salida, pero una salida que se había de adoptar
de forma inteligente para que diera fruto. Dice Forner en sus
Exequias:
23
JUAN ANDRÉS Y MORELL, Origen, progresos y estado actual de toda la
literatura, Madrid, Antonio Sancha, 1784-1806, 10 vols, vol. II, pp. 242-43 [ed.
original ital. 1782-1799].
142
espíritu. Sus temores de que acabe prevaleciendo el mal gusto se
basan en el desconocimiento de las lenguas clásicas, el abandono
de los libros antiguos y el escaso aprecio que se hace del juicio.
Para el Abate Juan Andrés los autores modernos son conductores
poco seguros para muchos escritores porque suscitan el deseo de
superarlos, con las nefastas consecuencias que esto ha tenido a lo
largo de la historia24.
25
Cf. TALENS, "El lugar de la Teoría de la literatura en la era del lenguaje
electrónico", op. cit., p. 137.
26
Cf. FORNER, Exequias de la lengua castellana..., op. cit., p. 182 y VARGAS
PONCE, Disertación acerca de la lengua castellana, presentada y no premiada
en la Academia Española, año de 1791. Síguela una Disertación sobre la
lengua castellana, y la antecede un diálogo que explica el designio de la obra,
Madrid, Imp. Vda. de Ibarra, 1793, p. 185.
143
literario alterará el punto de vista con el que se recomienda a estos
autores, ejemplos prácticos de elocución, pero también fuentes de
continuo aprendizaje para una creación cada vez más
personalizada y original. La disertación que escriba Foronda sobre
la libertad de escribir en 1789 no es una manifestación aislada a
finales del XVIII en defensa de la apertura intelectual y del
relativismo histórico27. Jovellanos se pregunta por esos años hasta
cuándo ha de durar esa ciega veneración a la antigüedad. Los
modernos no logran igualar a los antiguos porque aquéllos crearon
y éstos los imitan, desconociendo que la verdadera imitación reside
en seguir sus huellas y estudiar como ellos28. Su propuesta no se
basa tanto la imitación como en la lectura de modelos escogidos
antiguos (traducidos) y modernos (en versión original); el estudio
de las lenguas vivas, sobre todo de la propia, y la observación
directa de la vida29. Lo que Jovellanos propone es la conveniencia
de abrir el canon vigente de corte clásico a la modernidad. Por
otra parte, el descrédito que va impregnando la preceptiva retórica
durante estos siglos hace que algunos autores privilegien el
aprendizaje directo de los modelos, de los autores más
representativos de determinados géneros, sobre las reglas; de las
fuentes, sobre los preceptos, en lo que supone un importante paso
hacia la inclusión de la historia literaria en los tratados. García de
Arrieta, por ejemplo, pide disculpas a los lectores de su traducción
de los Principios de literatura de Batteux por la masiva introducción
de textos literarios "pues estos son, sin contradiccion, mas utiles
que todos los preceptos"30. De la misma manera, como también
veremos después, se destaca la importancia de la lectura de los
modelos en antologías.
Otros teóricos, como Francisco Sánchez Barbero, se
mostrarán -igual que Jovellanos- a favor de una imitación directa,
27
Nos referimos a VALENTÍN DE FORONDA, "Disertación sobre la libertad de
escribir", en Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en
Europa", t. VI, Madrid, 4 de mayo de 1789, pp. 1-14.
28
JOVELLANOS, Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura
al de las ciencias [1797], en la Antología preparada por Ana Freire, Barcelona,
Plaza y Janés, 1984, pp. 123-36, p. 128.
29
Cf. ibíd., pp. 129-30.
30
AGUSTÍN DE GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura, o
Curso razonado de Bellas Letras y de Bellas Artes, Obra escrita en francés por
el Señor Abate Batteux___. Traducida al castellano, e ilustrada con algunas
notas críticas y varios apéndices sobre la literatura española, Madrid, Imp. de
Antonio Sancha, 1797-1805, 9 vols., vol. II, p. 252.
144
individual y personalizada de la naturaleza y contra estos principios
de imitación de la escritura de los antiguos, ya que "en casi todos
los antiguos se nota generalmente impropiedad de estilo, falta de
plan, abandono de reglas, ignorancia de costumbres, poco gusto y
crítica"31. La preferencia romántica por lo nuevo, por lo moderno,
enfocado en este sentido, supone una apuesta por la renovación.
Así, para Ribot y Fonteseré "está claro que el gusto acompaña al
progreso, y consultar el de las épocas estinguidas es enclavarse en
un punto, es estacionarse mientras los otros van marchando"32.
Sin embargo, el equilibrio neoclásico sílidamente asentado en
nuestro país durante estos años pocas veces mantiene estas
posturas extremas, salvo en los textos más románticos. Por otra
parte, la pervivencia de modelos del siglo XVI perdura hasta muy
avanzado el XIX, reforzada por la contaminación francesa y la
reacción antirromántica de importantes sectores de la crítica.
A pesar de los significativos cambios que se producen a finales
del XVIII y principios del XIX en las ideas literarias, todavía a
mediados del XIX se sigue explicando la decadencia literaria del
momento por el "desprecio orgulloso de los modelos consagrados
por la admiracion de los siglos"33. La introducción de estas ideas,
así como los ecos de la polémica clásicos y románticos, en cierto
modo trasunto de la de antiguos y modernos en las preceptivas de
la primera mitad del siglo XIX, plantea una nueva actitud ante la
recepción literaria como reflejo de una transformación estética de
profundas repercusiones en el ámbito teórico, conscientemente
ligada a las nuevas circunstancias. Dice, por ejemplo, Joaquín Mª
López:
32
ANTONIO RIBOT Y FONTSERÉ, Emancipación literaria. Didáctica, Barcelona,
Oliva, 1837, p. 103.
33
Cf. JOSÉ JOAQUÍN DE MORA, Prólogo a los Ensayos literarios y críticos de
Alberto Lista, Sevilla, Calvo-Rubio y Compañía, 1844, 2 vols., vol I, p. V. Vid.
también las observaciones de Lista, en ibíd., vol. I, p. 33.
145
descubrir podemos tambien descubrirlo nosotros, y el
cetro del magisterio ha sido reemplazado por la
discusion mas amplia, mas inquieta y mas osada. En
esto sin duda ganan las ciencias que antes puede
decirse que solo tenian un aspecto histórico, puesto
que mirando á lo pasado se renunciaba al porvenir y á
las nuevas esferas que el talento podía descubrir en
sus diversos rumbos.34
35
JOSÉ ANTONIO MARAVALL, "Mentalidad burguesa e idea de la Historia en el
siglo XVIII", en Revista de Occidente, 107, 1972, pp. 250-86. Citamos por J. A.
MARAVALL, Estudios de la historia del pensamiento español del siglo XVIII, Intr.
146
Los inicios de esta actitud se remontan ya a finales del XVII,
cuando se empieza a observar cierta predilección por el rigor del
dato erudito. Poco después hallamos los intentos de Mayans de
introducir la crítica histórica en el campo de la historiografía
eclesiástica, a los que se une su interés por los trabajos de
catalogación de autores y obras anteriores. Las recopilaciones de
Ximeno, Fuster, Sempere y Guarinos o Latassa, más adelante,
están en esa línea. Es también entonces cuando se aprecia cierta
inquietud por conocer los orígenes y evolución de las distintas
ciencias y artes. Maravall recogía en el citado estudio diversos
ejemplos a lo largo del XVIII: el de Mayans en historia de la lengua
española; Moratín en historia del teatro; Sarmiento, en historia de la
poesía (al que sumamos Montiano y Luis José Velázquez, entre
otros); los PP. Mohedano, Juan Francisco Masdeu, el P. Juan
Andrés y Lampillas en historia literaria; o las aportaciones de
Macanaz, Asso de Manuel, Sempere, Sotelo, Burriel y Jovellanos a
la historia del Derecho. A esto se ha de añadir el importantísimo
trabajo de reedición de obras llevado a cabo por Mayans en el caso
de Vives; Azara en el de Garcilaso; Nicolás Antonio en el del
Brocense; Llaguno en el de crónicas medievales, y Floranes en
textos forales.
Como se puede deducir de estos datos, además de la peculiar
vivencia de lo histórico en un siglo inquieto por conocer sus raíces,
las implicaciones de historia y crítica son muy fuertes. Así ocurre en
Mayans, cuya labor crítica no se puede entender sin sus estudios
historiográficos36; en los PP. Mohedano -para los que una de las
utilidades de la historia de la literatura, entendida todavía en el
sentido general de historia de la cultura, reside en su valoración de
los textos-37; en el P. Andrés, que construye su historia a partir de
sus propias lecturas38; en Lampillas, para quien la historia de los
teatros ha de examinar las obras con imparcialidad para ser
y comp. de Mª Carmen Iglesias, Madrid, Mondadori, 1991, pp. 113-38, p. 126 y
ss.
36
Sobre la importante labor de Mayans en la historiografía literaria, vid.
JESÚS PÉREZ MAGALLÓN, "Gregorio Mayans en la historiografía literaria
española", en Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXVIII, 1990, pp. 247-63.
37
Cf. PEDRO Y RAFAEL RODRÍGUEZ MOHEDANO, Historia literaria de España,
desde su primera población hasta nuestros días, Madrid, Pérez de Soto,
Francisco Xavier García, Joachin Ibarra y Vda. de Ibarra, 1766-1791, 10 tomos
en 11 vols. El plan de la obra constaba de dos partes: una estudiaría el estado
antiguo de la literatura hasta el siglo XV, y otra, el estado moderno desde el
reinado de los Reyes Católicos a su tiempo, pero se detiene en la literatura de
la época de Augusto.
147
imitadas39; o en Masdeu, cuya intención es escribir una historia de
España que, dejando a un lado las historias fabulosas narrara los
hechos exponiendo también los fundamentos y las razones40.
También Cándido Mª Trigueros a finales del XVIII une historia y
crítica en estos términos:
38
Cf. P. ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual de toda literatura, op.
cit., t. I., pp. X-XI.
39
Cf. FRANCISCO XAVIER LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético de la
Literatura española, contra las opiniones preocupadas de algunos escritores
modernos italianos, 2ª ed., corregida, enmendada e ilustrada con notas por la
misma traductora, Dª Josefa Amar y Borbón, Madrid, Pedro Marín, 1789, 7
vols., vol. VI, p. 178 (ed. orig. ital. de 1778-81).
40
La obra fue originalmente escrita en italiano para que los italianos tuvieran
conocimiento de España y de su mérito en diferentes órdenes, según reza en
la dedicatoria de la traducción castellana. El ambicioso proyecto quedó
truncado por la muerte de su autor cuando tenía solamente publicados cinco
tomos en veinte volúmenes, que cubrían la historia de la España antigua hasta
el final de la Edad Media. La primera edición es de 1781-1787. La que hemos
manejado, con el título de Historia crítica de España y de la cultura española,
es la publicada en Madrid, por Antonio Sancha, 1783-1805, 20 vols.
41
Cf. CÁNDIDO MARÍA TRIGUEROS, Discurso sobre el estudio metódico de la
Historia literaria. Para servir de introducción a los primeros Exercicios Públicos
de ella, que en los días 23, 24 y 25 de Septiembre de 1790 se tuviéron en la
Biblioteca de los Reales Estudios de esta Corte: leido por ___, en el día primero
de dichos Exercicios, Madrid, Oficina de Benito Cano, 1790, pp. 27-28.
148
La historia de la literatura resulta, pues, de gran utilidad
porque selecciona de forma crítica a los buenos autores y les
ahorra a los futuros lectores tiempo, dinero y trabajo, al informarles
previamente sobre su mérito. La crítica de la producción
contemporánea, con las frecuentes polémicas y discusiones que
propiciaba, se mostraba insuficiente ante la inminente necesidad
de una memoria histórica que, apoyada en bases sólidas,
proporcionara modelos fiables para el presente y descubriera los
avances anteriores. De este modo, la Historia literaria de los PP.
Mohedano pretende llenar un vacío cultural en España, ya cubierto
en otros países que contaban con "Bibliothecas", "Diarios",
"Memorias de Academias", etc., medios todos ellos de conservar
vivo el pasado literario. Recordemos en este sentido cómo el Diario
de los literatos de España, que se empezó a publicar en 1737,
nació con el ambicioso proyecto de introducir la nueva crítica en
nuestro país y dar cuenta del verdadero mérito de las obras que se
publicaban. En este contexto, pues, se defienden las innumerables
ventajas que aporta a una nación la historia de la literatura, porque
-dicen los Mohedano-:
44
Cf. CAPMANY, Teatro histórico-crítico de la elocuencia española, Madrid,
Sancha, 1786-94, 5 vols., vol. I, pp. CXV-CXVI.
45
Para más información sobre este tema, vid. JOSÉ SIMÓN DÍAZ, "La
Biblioteca, el Archivo y la cátedra de Historia literaria de los estudios de San
Isidro, de Madrid (1767-1820)", en Revista Bibliográfica y Documental, t.I,
150
El sentido que tiene el término "literatura" es todavía enciclopédico,
por lo que resulta muy adecuada la utilización como libro de texto
del Origen, progresos y estado actual... del P. Juan Andrés, de la
que diariamente se había de leer un fragmento, que luego
comentaba y ampliaba el catedrático46. La creación de esta cátedra
fue el primer paso en la institucionalización de estos estudios, el
reconocimiento oficial de una disciplina en creciente auge y
progresiva especialización hacia las bellas letras.
Todo este interés por el descubrimiento y divulgación rigurosa
del pasado se completó con la edición de numerosas antologías
que irán apareciendo a principios del XIX, como veremos después,
cuando en el panorama europeo difunden sus obras los fundadores
de la historia literaria. Incluso en estos años de principios del XIX
observamos cómo tratados de la relevancia de los de Blair y
Batteux se traducen y completan con numerosos apéndices y
capítulos dedicados a la nacionalización de la teoría, a una
exposición que se pretende selecta y útil de los principales autores
españoles dignos de consideración. Pero, ¿cuándo se produce una
separación más clara entre preceptiva e historia en el ámbito
académico? A pesar de esa incipiente institucionalización de la
historia literaria a finales del XVIII en los Reales Estudios de San
Isidro, no será hasta mediados del XIX cuando se produzca de
manera más efectiva. El Manual de Literatura (1842) de Gil de
Zárate marca un hito en esta evolución, ya que en él quedan
claramente separadas en dos volúmenes diferentes Retórica y
Poética y Literatura española. Él mismo reconoce que el Gobierno
había recomendado la creación de un curso de literatura
castellana, "cosa que jamas se habia visto en nuestras escuelas de
donde estaba prescrito el idioma nativo"47, que sirviera de
complemento de la preceptiva tradicional.
Como ha destacado Gabriel Núñez, no se trata de una
propuesta individual, sino que es resultado de un clima de
46
Cf. CÁNDIDO MARÍA TRIGUEROS, Discurso sobre el estudio metódico de la
Historia literaria.., op. cit., p. 50. Sobre las distintas acepciones del término
"literatura", vid. INMACULADA URZAINQUI, "El concepto de historia literaria en
el siglo XVIII", en Homenaje a Álvaro Galmés de Fuentes, t. III, Madrid, 1987,
pp. 565-89.
47
GIL DE ZÁRATE, De la Instrucción Pública en España, Madrid, Imp. del
colegio de Sordomudos, 1855, 3 vols., vol. II, pp. 38-9.
151
renovación que se venía gestando desde atrás con distintas
voces48. Acusados intereses en este ramo de los estudios literarios
en Alberto Lista, que había leído en 1828 su Discurso sobre la
importancia de nuestra Historia Literaria en la Real Academia de la
Historia al tomar posesión de su plaza de académico
supernumerario. En él, tras hacer un breve repaso por nuestra
historia literaria, acaba defendiendo el interés de estos estudios y el
reto que había de suponer para los españoles la realización de una
empresa ya iniciada por extranjeros como Schlegel, Bouterwek,
lord Holland y otros49. La profusión de obras que sobre nuestra
literatura se publicaron entonces fuera de nuestras fronteras fue la
culminación de una tendencia ya presente a lo largo del XVIII, que
avivó el sentimiento nacional y provocó que nuestros autores
acudieran a nuestro pasado literario, unas veces para matizar o
rechazar las críticas foráneas; otras, para completar o suplir sus
lagunas. Las obras de Montiano, Lampillas, los Mohedano... y un
largo etcétera que se prolonga hasta el XIX, nacieron con ese
impulso, lo que confirma la relación entre el concepto de nación y
de historia literaria, como ha señalado José Carlos Mainer50. En
otras palabras, se puede decir que la formación discursiva literaria
y el canon nacional se constituyen de forma simultánea, aunque
sean dos objetos de conocimiento epistemológicamente
diferentes51. Nótese, por citar sólo un ejemplo, el espíritu que animó
la magna empresa de los Mohedano:
49
Vid. la edición de H. JURETSCHKE, Vida, obra y pensamiento de Alberto
Lista, op. cit., Apéndice IV, pp. 466-78.
50
Cf. JOSÉ CARLOS MAINER, "De historiografía literaria española: el
fundamento liberal", en Estudios sobre Historia de España. Homenaje a
Manuel Tuñón de Lara, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1981, vol.
II, pp. 439-72, y "La invención de la literatura española", en J. Mª ENGUITA y J.
C. MAINER (eds.), Literaturas regionales en España, Zaragoza, Institución
"Fernando el Católico" (Diputación de Zaragoza), 1994, pp. 23-45.
51
Así lo ha señalado Edward Baker al hablar de la lectura de las obras de
Lampillas, Fiel de Aguilar o Marchena, y de las antologías de la época. Cf. E.
BAKER, "La problemática de la historia literaria", en BRIDGET ALDARACA,
EDWARD BAKER y JOHN BEVERLEY (eds.), Texto y sociedad: problemas de
historia literaria, Amsterdam, Rodopi, 1990, pp. 11-18, p. 16.
152
mostrar quántos Colones de ella han hecho
expediciones gloriosas, y felices descubrimientos en el
nuevo mundo literario. Como verdaderos Patricios nos
dolemos de vér olvidada nuestra España, ó de intento
omitida por los Estrangeros, en las enumeraciones que
hacen de las Naciones cultas, y literatas. Mas sensible
nos es la ocasion que muchos de nuestros Nacionales
dán á los Estrangeros para que assi lo piensen, y
frequentemente se expliquen de un modo tan poco
decoroso á nuestra Patria.52
52
PP. RODRÍGUEZ MOHEDANO, Historia literaria de España..., op. cit., t. I, p.
IV.
53
Cf. COLL Y VEHÍ, Elementos de Literatura..., op. cit., p. 5.
54
Los títulos de sus obras son por sí mismos ilustrativos: JOSÉ V. FILLOL,
Sumario de las lecciones de un Curso de Literatura general y especialmente
española, Valencia, Imp. de José Doménech, 1872 (1ª ed. de 1861); M. DE LA
REVILLA y P. DE ALCÁNTARA GARCÍA, Principios de Literatura general é historia
de la literatura española, Madrid, Tip. del Colegio Nacional de Sordomudos y
de Ciegos, 1872, 2 vols.; M. MILÁ Y FONTANALS, Principios de Literatura
general y española, Madrid, C. Bailly-Bailliere, Barcelona, Imp. del Diario de
Barcelona, 1873; R. CANO, Lecciones de Literatura general y española, Madrid,
Vda. e Hijo de Aguado, 1875; POLO Y ASTUDILLO, Retórica y Poética ó
Literatura Preceptiva y Resumen histórico de la Literatura española, Oviedo,
1877 (4ª ed.); y P. MUDARRA Y PÁRRAGA, Lecciones de Literatura general y
española, Sevilla, Gironés, 1876.
153
acercamientos históricos a la literatura española desde dentro y
fuera de nuestras fronteras. Entre estos últimos figuran las historias
de la literatura del alemán Bouterwek, traducida al castellano en
1829; la de Sismondi, de 1841-42, cuya traducción y notas fue
iniciada por José Lorenzo de Figueroa y continuada por Amador de
los Ríos, o la del norteamericano George Ticknor, impresa en
castellano en 1851-56 con adiciones y notas de Pascual de
Gayangos y Enrique de Vedia. Otras aportaciones importantes en
este mismo terreno son la Historia de la literatura y del arte
dramático en España (1845, y trad. cast., 1885-87), de Adolfo
Federico Schack; la Primavera y flor de romances (1856), de
Fernando Wolf, o en el ámbito nacional, el Romancero General
(1846 y ss.) de Agustín Durán, la posterior De la poesía heroico-
popular castellana (1874) de Milá y Fontanals, la amplia producción
crítica de Menéndez Pelayo, etc., etc.55
Durante la segunda mitad del XIX numerosos autores
coincidieron en defender el llamado método "histórico-crítico", que
extendía el planteamiento filosófico que empezaba a imperar en las
nociones de estética y de literatura general de las preceptivas a la
propia historia de la literatura. Fernández Espino, por ejemplo,
publica en 1871 su Curso histórico-crítico de Literatura española,
en el que defiende este método, frente al empleado por Gil de
Zárate o Ticknor, que había organizado sus historias siguiendo el
esquema de los géneros literarios56. Se trataba de explicar la
influencia de cada época en el gusto general y de los autores y de
profundizar en el carácter filosófico y literario dominante en ella.
Organizar la historia por géneros impedía en su opinión apreciar el
verdadero mérito de los autores, con detalles esparcidos aquí y
allá57.
También defendieron el método histórico-crítico Arpa y López,
Muñoz Peña o Milego e Inglada, que apuestan por la cientificidad
55
Para más datos sobre las historias de la literatura española del siglo XIX,
vid. LEONARDO ROMERO TOBAR, "La historia de la literatura española en el
siglo XIX", en El Gnomo, 5, 1996, pp. 151-183, y ROSA Mª LÓPEZ, "Bibliografía
sobre la historia de la literatura española en su contexto institucional", en el
mismo número, pp. 205-24.
56
Las referencias completas de la obra son: JOSÉ Mª FERNÁNDEZ ESPINO,
Curso histórico-crítico de Literatura española, Sevilla, Imp. y Libr. calle de las
Sierpes, 35, 1871. La obra, de menos altura que la de Amador de los Ríos,
pretende ser un complemento-superación de la Historia de la Literatura
Española de Ticknor, sobre todo en la parte crítica.
57
Cf. ibíd., pp. VII-VIII.
154
que da a la historia de la literatura el considerarla desde el punto de
vista crítico y filosófico, y reclaman la importancia de la sociedad y
de la época en la crítica e historia literaria 58. Su trascendencia en el
estudio de obras y autores será determinante. Para Canalejas, por
ejemplo, "solo la historia es la que puede, por la comparacion de
literatura y de inspiraciones, darnos el dato concreto que nos
manifieste la extensión y la comprension de lo épico, de lo lírico y
de lo dramático, sin incurrir en el absurdo de estimar como modelo
y completa representacion del género, esta ó aquella produccion
de una edad ó de una literatura" 59. Su idea era la de estudiar la
literatura apoyándose, no en una acumulación de teorías
abstractas, sino en una historia que fundamentara la teoría y en
una teoría que diera cuerpo a la historia 60. Cien años más tarde
Claudio Guillén comparte similares planteamientos -salvando las
distancias- cuando vindica la interrelación entre teoría y práctica en
cuestiones de periodización literaria, hasta el punto de que la teoría
llega a ser por igual "preparatoria y empírica"61. La preocupación
por estas cuestiones metodológicas revela en qué medida la
historiografía del siglo pasado, en general más pendiente del
conocimiento histórico que de su discurso, se resistía en algunos
sectores a la mera acumulación cronológica de datos y buscaba un
fundamento filosófico, un principio estructurador que diera sentido a
los materiales históricos. No se puede decir que fuera del todo
ajena a cómo las historias, las preceptivas o las antologías
mostraban las variaciones de los gustos literarios, según lo reflejan
las observaciones sueltas que salpican estas obras con frecuentes
alusiones a los condicionantes espaciales, temporales, sociales,
58
Cf. SALVADOR ARPA Y LÓPEZ, Historia compendiada de la Literatura
española, Madrid, Victoriano Suárez, 1889. En ella sigue el método mixto, el
filosófico que organiza la materia en géneros y el cronológico, ante las
dificultades de seguir en nuestra literatura solamente el primero; PEDRO
MUÑOZ PEÑA, Compendio de Historia general de la Literatura y especialmente
de la española, Valladolid, J. Montero, 1902; y S. MILEGO E INGLADA, "La
Historia de la Literatura Española", Discurso pronunciado en la Asociación de
Conferencias Científico-Literarias de Toledo, el día 13 de diciembre de 1878, y
recogido en MILEGO E INGLADA, Estudios, disertaciones y ensayos filosófico-
literarios, Toledo, Imp. y Libr. de Fando e Hijo, 1880, pp. 159-179, p. 164.
59
Cf. CANALEJAS Y CASAS, Curso de Literatura general, Madrid, Imp. de "La
Reforma" y M. Minuesa, 1868-69, 2 vols., vol. I, p. 37.
60
Cf. ibíd., pp. 10-11.
61
Cf. CLAUDIO GUILLÉN, "Sobre los períodos literarios: cambios y
contradicciones", en íd., Teorías de la historia literaria (Ensayos de teoría),
Madrid, Espasa Calpe, 1989, pp. 119-38, p. 120.
155
religiosos, políticos... Considerar desde esta perspectiva formal la
narración histórica, como ha destacado Barthes62, nos permitirá
ahondar en la movilidad inherente a todo canon, desde el momento
en que se constituye en un horizonte histórico, en un contexto con
unos determinantes y objetivos particulares del que no puede
sustraerse el discurso del historiador63.
62
Cf. ROLAND BARTHES, "Le discours de l'histoire", en Essais critiques IV. Le
bruissement de la langue, París, Éditions du Seuil, 1984, pp. 153-67.
63
Vid. NIL SANTIÁÑEZ-TIÓ, "Temporalidad y discurso histórico. Propuesta de
una renovación metodológica de la historia de la literatura española moderna",
en Hispanic Review, 65, 1997, pp. 267-90, pp. 282-83.
64
Cf. CLAUDIO GUILLÉN, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura
comparada, Barcelona, Editorial Crítica, 1985, p. 413 y ss.
156
realizaciones futuras. Durante el siglo XVIII este hecho resulta si
cabe más interesante, ya que a través de muchas de estas
antologías se empiezan a divulgar textos raros de difícil acceso.
No nos vamos a referir aquí al carácter de "antología" de un
gran número de tratados de retórica, oratoria y poética que optaron
por hacer del ejemplo oratorio-literario uno de sus soportes
básicos65. Baste recordar cómo desde los primeros estadios del
XVIII autores del peso de Mayans insisten en el valor de esos
fragmentos como incentivo para la imitación y la lectura. La utilidad
de la poesía para la retórica le hace decir al erudito valenciano que
la primera es parte de la segunda, teniendo en cuenta la cantidad
de ejemplos literarios de los que ya se sirvió la retórica griega 66.
Incluso el propio Mayans habla de la conveniencia de que alguien
hiciera unas antologías que seleccionaran los mejores fragmentos
de los autores dignos de imitación67. El nacimiento de la crítica
literaria en tanto enjuiciamiento de autores y obras y lectura
selectiva de rasgos y procedimientos acertados o no, se desarrolló,
pues, de forma paralela.
Es necesario llegar al último tercio del XVIII para observar una
mayor sistematización en la preparación y edición de estas obras
recopilarias, que en muchos casos pronto adquirieron carácter
erudito y se convirtieron en grandes empresas editoriales. Su
finalidad básica era la misma que tenía la transcripción de textos
poéticos o prosísticos en las preceptivas literarias: la de ofrecer
buenos modelos dignos de imitación que ayudaran a la formación
del buen gusto, tan buscado por los ilustrados. La diferencia con
respecto a aquéllas: el aparecer de forma independiente, libres de
preceptos y reglas. Una de las más importantes colecciones de
estos años es el Parnaso español de Juan José López de Sedano
(1768-78). Esta magna obra pretendía proporcionar:
66
Cf. MAYANS, Rhetórica, op. cit., vol. I, p. 332.
67
MAYANS, El Orador..., op. cit., p. 178.
157
ignorancia, y falta de reglas, y principios, con una clara
idea de lo que es verdadera Poesía; y los Jovenes, en
quienes todavía llega á tiempo el desengaño, tengan
un dechado, con que regular la imitacion, y corregir los
desconciertos de su fantasía.68
69
Cf. Ibíd., t. I, pp. IV-V.
70
Cf. TOMÁS ANTONIO SÁNCHEZ, Colección de poesías castellanas
anteriores al siglo XV, Madrid, Antonio de Sancha, 1779-1790, 4 tomos, t. I,
prólogo, sin paginar.
158
de los siglos XVI y XVII 71. El propósito de la obra es el mismo que
mencionábamos antes: el suplir la falta de obras en las que se
reunieran los mejores textos dignos de imitación. Se dice en el
prólogo:
71
Cf. PEDRO ESTALA, Colección de poetas castellanos, publicada por D.
Ramón Fernández, Madrid, Imp. Real, 1786-1798, 20 vols.
72
Ibíd., t. I, pp. 1 y 2.
159
elocucion"73. La presentación o "representación" de estos autores a
través de sus textos (nótese el título de Theatro) llenaba el vacío
existente hasta el momento y daba cuerpo a numerosos elogios y
alabanzas que se hacían en las preceptivas sin los propios
escritos; pero además tenía un carácter "histórico-crítico": por un
lado, daría cuenta de "los progresos, perfeccion y decadencia de la
lengua española, y de su feliz aptitud para todos los estilos"74; por
otro, proporcionaría un retrato justo y selectivo de los verdaderos
méritos de los autores en elocución, estilo, método, plan, etc.,
porque no todo era digno de encomio75.
La labor recopilatoria de Manuel José Quintana es también
digna de mención. En 1796 publicó en dos tomos una continuación
de la obra de Estala, limitándose a los cancioneros y romanceros
antiguos76, y once años más tarde una colección de Poesías
selectas castellanas, que abarcaba la producción poética de los
tres últimos siglos77. Este proyecto, que nació con la idea de
superar las deficiencias de las antologías publicadas hasta la
fecha, pretendía dar un cuadro completo de los autores más
importantes de forma ordenada, pero sin ser tan voluminosa como
la de Sedano. Su propósito final no era otro que "contribuir á formar
el gusto de la juventud, á generalizar mas la aficion á las artes del
bien decir, harto descuidadas entre nosostros; y á traer sobre
nuestras cosas mas aprecio y estimacion de parte de los
extrangeros"78.
En estas primeras décadas del XIX salieron a la luz otras dos
antologías muy próximas en el tiempo. Nos referimos a la
Biblioteca selecta de la literatura española de Mendíbil-Silvela
73
Cf. CAPMANY, "Discurso preliminar" a su Theatro histórico-crítico..., op.
cit., p. III.
74
Cf. Ibíd., vol. I, p. XI.
75
Cf. Ibíd., vol. I, p. V.
76
Cf. MANUEL JOSÉ QUINTANA, Poesías escogidas de nuestros cancioneros y
romanceros antiguos. Continuación de la colección de D. Ramón Fernández, t.
XVI: Contiene El Cancionero, los Romances moriscos, y los pastoriles, y t. XVII:
Contiene los Romances heroycos, los jocosos y las letrillas, ambas publicadas
en Madrid, Imp. Real, 1796.
77
Cf. MANUEL JOSÉ QUINTANA, Poesías selectas castellanas, desde el tiempo
de Juan de Mena hasta nuestros días. Recogidas y ordenadas por D.___,
Madrid, Gómez Fuentenebro y Cª, 1807, 3 vols.
78
Ibíd., vol. I, p. X.
160
(1819), y a las Lecciones de Filosofía moral y elocuencia, de don
José Marchena79. Pablo de Mendíbil y Manuel Silvela se deciden a
publicar su obra con la idea de dar una idea cabal de nuestra
lengua y literatura para incentivar su estudio y aprecio dentro y
fuera de nuestro país, a la vez que podía servir "de preparacion y
texto á un curso de Retórica y Literatura Española"80. De las
colecciones publicadas hasta la fecha se quejan por la "frecuente
mezcla de cosas excelentes, buenas, medianas y malas, que aun
en la mayor parte de los mas clásicos se nota" y el poco acierto de
los editores en la elección de algunos fragmentos. La utilización de
esta y otras antologías similares en los centros de enseñanza
tendrá una gran repercusión en la asimilación y aceptación del
canon literario propuesto, ya que muchas de ellas se convierten en
libros de texto, de lectura obligada. Al mismo tiempo, y como
hemos venido señalando en las breves justificaciones anteriores de
estas obras, el sentir nacionalista de los autores impregna también
buena parte de esta producción, ya desde las primeras décadas
del XVIII, hasta las más evidentes manifestaciones de finales del
siglo y principios del XIX.
Las Lecciones de José Marchena nacen con el mismo
propósito de Silvela y Mendíbil de superar las colecciones
existentes, convencido de que es más efectiva la lectura de los
buenos modelos que el aprendizaje desnudo de los preceptos. Una
cosa es imitar sin ingenio, siguiendo el esqueleto de los modelos, y
otra, penetrar en las dotes peculiares de cada escritor y
asimilarlas81. Quizá lo más novedoso de su antología resida en el
sólido criterio moral que anima la selección de autores y
fragmentos. Aunque esta moralidad sea algo consustancial al
79
Cf. PABLO DE MENDÍBIL y MANUEL SILVELA, Biblioteca selecta de
Literatura española, o modos de Elocuencia y Poesía, Tomados de los
escritores más célebres desde el siglo XIV hasta nuestros días, y que pueden
servir de lecciones prácticas á los que se dedican al conocimiento y estudio de
esta lengua, Burdeos, Imp. de Lawalle Joven y Sobrino, 1819, 4 vols., y JOSÉ
MARCHENA Y RUIZ DE CUETO, Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia; ó
Coleccion de los trozos mas selectos de Poesía, Elocuencia, Historia, Religion,
y Filosofía moral y política, de los mejores Autores Castellanos; puestos en
orden por ___. Antecede un Discurso preliminar acerca de la Historia literaria
de España, y de la relación de sus vicisitudes con las vicisitudes políticas,
Burdeos, Pedro Beaume, 1820, 2 vols. en 8º.
80
Cf. MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta de Literatura española..., op.
cit., vol. I, pp. V-VI y XIII.
81
Cf. JOSÉ MARCHENA, Lecciones de Filosofía moral..., op. cit., vol. I, p.
CXLVI.
161
espíritu dieciochesco, y más aún a una enseñanza dirigida a la
juventud, aquí se traslada a un primer plano de forma explícita,
porque a la hora de seleccionar los textos no sólo tendrá en cuenta
los aspectos literarios, sino también los morales y religiosos.
Continuando con este repaso por las principales antologías del
XIX encontramos la realizada por Alberto Lista, que gozó de
numerosas ediciones y de gran prestigio en los centros de
enseñanza. Se trata de su Colección de trozos escojidos de los
mejores hablistas castellanos82, una antología de textos en prosa y
verso para las escuelas de primeras letras, que nace con la idea de
aficionar a los alumnos a la lectura y al estudio de la literatura. De
ahí que omita noticias de los autores y reflexiones críticas. El hecho
de que se trate de una obra destinada a las escuelas condicionará
en gran medida su factura, ya que el autor tendrá en cuenta la
pureza y propiedad de voces y frases, la decencia de los temas, su
interés, para que motive la lectura, la brevedad de la obra y el coste
moderado83.
Del éxito de esta colección dan cuenta no sólo las reediciones
que tuvo, sino las adaptaciones que se publicaron para las
escuelas cuando aquélla estaba agotada, como la de Gómez
Ranera84. En la advertencia de la obra se observan ya los
condicionantes gubernamentales:
82
Cf. Colección de trozos escojidos de los mejores hablistas castellanos, en
verso y prosa, hecha para el uso de la Casa de Educación sita en la calle de
San Mateo de esta Corte, Madrid, Imp. de Don León Amarita, 1821, 2 vols. En
la edición consultada no aparece el nombre del autor. La tercera edición tuvo
lugar en Sevilla, Imp. de D. Eduardo Hidalgo y Compañía, 1859.
83
Ibíd., vol. I, p. IV.
84
Cf. ALEJANDRO GÓMEZ RANERA, Colección de Trozos Escojidos de los
mejores Hablistas Castellanos en prosa y verso, para uso de los
establecimientos de educación. Recopilados por ___, Madrid, Imp. de Don
Alejandro Gómez Fuentenebro, 1846. Tuvo numerosas ediciones, entre las que
hemos localizado: 1856 (2ª ed.), 1859 (3ª ed.), 1862 (4ª ed.), 1865 (5ª ed.),
1903 (16ª ed.).
162
digámoslo así, desde el principio con todas las formas
prosáicas de nuestro idioma.
Sin embargo la he aumentado con algunas
composiciones de nuestros clásicos modernos,
procurando corresponder de este modo á los deseos
que me han manifestado varios profesores; omitiendo,
no obstante, las noticias de los autores, y las
reflexiones literarias, que hubieran aumentado el
volúmen de la obra sin servir de nada á los alumnos.85
86
La acompañaban las Lecciones prácticas de elocuencia castellana, de
Esteban Palucie Cantalocella; las Nociones de literatura, de Domingo Deniz; los
Elementos de literatura de Pedro Felipe Monlau y el Arte de hablar en prosa y
verso, de Hermosilla. Así, Monlau y Hermosilla, Gil de Zárate, Camus, Coll y
Vehí y Terradillos serán los autores preferidos por el poder durante estas
décadas centrales. Sobre estas cuestiones vid. GABRIEL NÚÑEZ RUIZ,
Educación y literatura, Almería, Zéjel editores, 1994, p. 92.
87
Cf. LUIS GARCÍA SANZ, Colección de trozos selectos de los más célebres
escritores castellanos, tanto en prosa como en verso, ilustrados con algunas
notas biográficas y literarias por D.L.G.S., profesor de Humanidades. Obra
absolutamente necesaria en los institutos, colegios y liceos de segunda
enseñanza, Madrid, Imp. de Dª J. Prados é Hijos, 1845 (2ª ed., Madrid, Imp. de
D. Gregorio Hernando, 1865).
163
A éstas se han de sumar otras con fines didácticos, tanto de
autores españoles como latinos, muchas de ellas impulsadas por
los mismos sectores oficiales. Es el caso del Manual histórico-
crítico de la Literatura latina (1846) de Terradillos, o de su
Colección de Trozos Selectos de Literatura Latina y Española
(1847)88. Los propios autores refuerzan el carácter institucional de
estas antologías con sus propias introducciones. Terradillos, por
ejemplo, extrae tras la "Advertencia" inicial dos artículos del
"Reglamento para la ejecucion del Plan de Estudios" decretado por
S.M. en 8 de Julio de 1847. En ellos se establece que el catedrático
de Retórica, a la vez que instruye en las reglas de la elocuencia,
debe favorecer la traducción de los trozos más selectos de los
clásicos latinos y hacer que memoricen los mejores fragmentos de
los autores castellanos y latinos89.
Así, no extraña que impulsados de esta forma por
disposiciones gubernamentales, no carezcan de un acusado
sentimiento nacionalista de prevención hacia lo extranjero, sobre
todo hacia lo francés. Los avatares políticos de las primeras
décadas de la centuria no habían hecho sino acrecentar y
consolidar en muchos frentes este sentimiento. Los textos que
selecciona Terradillos pretenden dar a los jóvenes estudiantes
buenos modelos de literatura nacional que demuestren que no era
necesario acudir a otras lenguas y a otros autores más allá de
nuestras fronteras. De este modo:
88
Cf. ÁNGEL Mª TERRADILLOS, Manual histórico-crítico de la Literatura latina.
Por D.___, Doctor en Letras, Individuo de número de la Academia Grecolatina,
Regente agregado á la Facultad de Filosofía de esta Corte, Madrid, Imp. de la
Vda. de Jordan é Hijos, 1846, de la que nos constan reediciones de 1905, 1911
y 1926; y la Colección de Trozos Selectos de Literatura Latina y Española,
Madrid, Imp. de D. José Félix Palacios, 1847, 2 vols. El primer volumen está
dedicado a la literatura latina e incluye trozos "estractados de los principales
autores, y ordenados por géneros para que puedan servir de modelos en los
ejercicios prácticos, tanto de la asignatura de Retórica y Poética, como de la
superior de Literatura latina"; el segundo, según se especifica en la portada,
reúne trozos "extractados de los mejores hablistas castellanos y ordenados por
géneros para que puedan servir de modelos en los ejercicios prácticos de la
asignatura de Retórica y Poética, como igualmente para texto de la version y
composicion en la de Literatura Latina".
89
Dice así el artículo 76: "Durante los cinco años de la segunda enseñanza,
así los catedráticos de latín y castellano, como el de retórica y poética, no
omitirán nunca adornar la memoria de sus alumnos, haciéndoles aprender y
decorar los trozos mas selectos de los autores castellanos y latinos". Cf. ibíd.,
sin paginar.
164
adquirirán la conviccion de que para ningun género
necesitamos medigar modelos extranjeros. Y si al
propio tiempo nos esforzáremos (como es de deber) en
pintarles con su propio colorido el lamentable estados
de nuestro idioma, tan corrompido y desfigurado al
presente, no hay duda que con ansia se lanzarán á
estudiar é imitar los tan olvidados clásicos de nuestro
siglo de oro y sus felices imitadores. Contribuyamos,
pues, secundando las intenciones del gobierno, á
despertar en la juventud un eficaz deseo de cultivar
nuestra envidiada lengua: abrámosle las verdaderas
fuentes del buen gusto desentrañando las bellezas
singulares de nuestros clásicos: inspirémosle una justa
aversion contra ese vértigo de solo traducir y leer
novelas, y de imitar indiscretamente á los extranjeros:
contengamos sobre todo esa fatal irrupcion de
galicismos, que va concluyendo con los graciosos
giros, la magestad y la armonía de nuestra literatura; y
repitamos incesantemente que hay ricos mineros
enterrados entre el polvo de las bibliotecas, cuya
riqueza explotan con mengua nuestra los extranjeros.90
91
Cf. Nueva Colección de Autores selectos Latinos y Castellanos para uso de
los jóvenes dedicados al estudio de la latinidad i literatura, Redactada i
anotada por los PP. Escolapios, Madrid, Imp. y Fundición de D. Eusebio Aguado,
1848. Tuvo también edición cinco años después en Madrid, Imp. de la
Esperanza, 1853, 3 vols., y en 1865 y 1870. Para más información sobre
algunas de estas colecciones, vid. ANDRÉS SORIA, "La utilización de los
clásicos en la enseñanza y especialmente en la retórica (Bosquejo de una
aproximación)", en Miscelánea de estudios dedicados al profesor Antonio
Marín Ocete, Granada, II, 1974, pp. 1037-1063.
165
por el gobierno de los PP. Escolapios y de D. Ángel María
Terradillos; y para la versión y composición latina, la Colección de
los PP. Escolapios y los Trozos selectos de Terradillos92.
Francisco de Paula Vila publicó en 1858 su Perla poética, otra
colección en la que destaca la ordenación cronológica de los
autores en forma decreciente, del siglo XIX (del que ofrece mayor
número de autores) al XV93. Como las anteriores contó con el
beneplácito gubernamental y fue libro de texto para todas las
escuelas de primera enseñanza según Real orden del 26 de Abril
de 1860. La antología propiamente dicha iba precedida de unos
breves Elementos de Poética escritos en forma de preguntas y
respuestas y organizados en doce capítulos, en los que trataba
cuestiones generales como la definición, origen, estudios y utilidad
de la poesía, insistiendo sobre todo en aspectos métricos. En las
páginas iniciales de esta obra se dan las claves que estaban
animando la elaboración de todas estas antologías: estimular a los
jóvenes capaces de imitarlos y mejorar la instrucción y la educación
moral de los que tuvieran que resignarse a leerlas sin imitarlas94.
Su destinatario es amplio, desde los más pequeños a los jóvenes
de edad más avanzada. De ahí que tenga especial cuidado en que
todas las producciones contenidas en él sean "altamente morales y
adaptadas á nuestros principios religiosos". Además, atiende a
muchas composiciones generalmente desconocidas, sacadas de
códices raros o de bibliotecas extranjeras95.
Otras órdenes religiosas de gran peso en la enseñanza, como
la de los jesuitas, se sirvieron de sus propias antologías. Con vistas
al estudio posterior de la formación y evolución del canon literario
en este período se ha de tener en cuenta el peso que estas
autorías necesariamente tienen en la producción y, por lógica, en la
selección de los textos y de sus autores. Nos vamos a referir a
92
Cf. ibíd., p. 1043. Vid. más datos acerca de las recomendaciones oficiales
sobre estas antologías literarias en el plan de 1845, en GIL DE ZÁRATE, De la
Instrucción Pública en España, op. cit., vol. II, p. 38 y ss.
93
Cf. FRANCISCO DE PAULA VILA, Perla poética, ó colección de trozos
escogidos de los mejores poetas, desde la época más remota hasta nuestros
días, precedidos de un Arte poético, al alcance de toda clase de personas,
Madrid, Imp. de F. Abienzo, 1858. Tuvo numerosas ediciones durante la
segunda mitad del siglo XIX, e incluso en el XX: Madrid, 1860, 1867 (7ª ed.),
1872 (8ª ed.), 1902 (10ª ed.). Esta última, Madrid, Perlado Páez y Cª y
Sucesores de Hernando, 1902, ha sido la que hemos consultado.
94
Cf. Ibíd., p. 4.
95
Cf. Ibíd., p. 5.
166
continuación a la Colección de autores clásicos españoles que se
publicó para los colegios de la Compañía en 188196. En su prólogo
se advierte ya de la finalidad de este tipo de obras:
96
Cf. Colección de Autores clásicos españoles para uso de los Colegios de la
Compañía de Jesús, Barcelona, Imp. de Francisco Rosal, 1881, 3 tomos en 2
vols. El vol. I es "Para las clases de Gramática" y el II "Para las clases de
Humanidades y Retórica".
97
Ibíd., p. V.
98
Cf. Ibíd., pp. VIII-IX.
167
Es interesante constatar cómo algunas de estas colecciones
que en su momento gozaron del favor del público y de los medios
educativos, favoreciendo así sus reediciones, contaron a su vez
con adaptaciones menores de profesores de segundo orden que
se sirvieron de ellas, muchas veces de forma velada. Esto, que
ocurrió igual en el ámbito de la preceptiva literaria, ya lo hemos
podido apreciar en el caso de Lista y de Gómez Ranera. También
el jesuita Vicente Agustí se sirvió de la citada Colección de 1881
para publicar en la década siguiente sus Modelos de Literatura
castellana en prosa y verso99, utilizando los materiales dicha
colección sin ninguna mención ni nota previa y copiando en
muchas ocasiones literalmente los juicios que allí se formulaban.
Estos casos nos muestran la importancia de considerar en el
proceso de consolidación de un determinado canon literario el peso
de las obras fuente en las que se institucionaliza. Se puede decir
que son muy pocas las obras que realmente marcan la pauta en
comparación con las que la difunden. El aprecio de sus autores en
el panorama sociocultural de la época, su adecuación a los planes
de estudio vigentes, tantas veces interesada, y las adaptaciones
que se hacen de las mismas por carencias didácticas reales o por
intereses económicos o profesionales, son aspectos que no se
pueden separar de este proceso, y que incluso nos permitirán
entender, fuera de motivaciones estrictamente literarias, la
presencia constante de determinados autores y las inexplicables
ausencias de otros, vistos desde nuestra perspectiva actual.
99
Cf. P. VICENTE AGUSTÍ, Florilegio de autores castellanos en prosa y verso,
Barcelona, Imp. de Fº Rosal, 1901. No hemos localizado otra edición anterior
con el título de Modelos de Literatura castellana en prosa y verso, Barcelona,
Fº Rosal, 1895, según noticia de ANTONIO PALAU, Manual del librero hispano-
americano, Barcelona, Impresor J. M. Viadur, 1948, 28 vols. (2ª ed. corr. y
aum.), vol. I, p. 116.
168
I. La tradición grecolatina.
100
Cf. F. KERMODE, "El control institucional de la interpretación", en AA.VV.,
El canon literario, Compilación de textos y bibliografía de Enric Sullà, Madrid,
Arco Libros, 1988, pp. 91-112.
169
ción en latín, el uso de esta lengua en los medios de enseñanza, y
la pervivencia de la filosofía escolástica en sectores religiosos y
educativos, que acentuaron la importancia del legado clásico en la
formación humanística de profesores y alumnos hasta bien entrado
el siglo XIX101.
Quizá uno de medios que mejor pueden dar idea del grado de
difusión o aceptación de determinados autores sea la revisión de
los programas educativos en los que aparecen recomendados, y
dentro de ellos, de los certámenes literarios que tanto proliferaron
en el XVIII y que muestran en qué medida la formación de los
jóvenes se constituía sobre la base de la literatura clásica. A
mediados de la centuria el jesuita Rafael Casalbón publica una
síntesis de los ejercicios que habían de hacer sus discípulos, en la
que la práctica totalidad de sus modelos son autores griegos y
latinos. En prosa recomienda a Cicerón y a Luciano; en historia, a
Tito Livio, César, Cornelio Nepote, Salustio, Q. Curcio, Justino y
Floro; en poesía, a Horacio (Arte poética); en verso heroico, a
Virgilio (La Eneida, excepto el libro IV, sus Églogas y las Geórgicas)
y Hesíodo; en verso elegíaco, a Ovidio; en epigramas, a Marcial;
en verso lírico, a Horacio; en comedia, a Terencio; en tragedia, a
Eurípides, y a Fedro y a Esopo en los apólogos 102. Los estudiantes
tenían que saber situarlos en su tiempo, señalar lo más significativo
de su vida, enumerar de forma crítica sus obras con las principales
opiniones eruditas sobre su estilo, y conocer las mejores ediciones.
Además, estos autores eran punto de referencia oficial a la hora de
hacer los ejercicios retóricos, entre los que se encontraba escribir
un égloga imitando a Virgilio y una fábula a la manera de Fedro.
Otros certámenes de los que tenemos noticia no presentan
demasiadas diferencias. El escolapio Pedro Celma, que también
desempeñó una destacada labor educativa en Zaragoza, sustituyó
en su colección para la enseñanza del latín en las escuelas los
textos del Concilio de Trento y de San Jerónimo por los de Cicerón,
Tácito, Fedro, Ovidio, Horacio y Virgilio, lo que suponía una
101
Sobre el proceso de sustitución del latín por el castellano en las
universidades españolas a finales del XVIII y principios del XIX, vid. JUAN
GUTIÉRREZ CUADRADO, "El latín, sustituido por el castellano en la Universidad
española (siglos XVIII-XIX)", en AA.VV., Actas del I Congreso Internacional de
Historia de la Lengua Española, Madrid, Arco Libros, 1988, vol. II, pp. 1205-
1213.
102
Cf. P. RAFAEL CASALBÓN, Demostración, que harán de sus progresos en
Rhetórica, Poesía, y Bellas Letras los Cavalleros Alumnos assi seminaristas,
como los que cursan estas Regio-Públicas Escuelas de Calatayud..., Zaragoza,
Joseph Fort, 1757.
170
evidente apertura hacia la secularización de las fuentes 103. El
segundo acto en las funciones de retórica y poética se formulaba
en el Polemos encyclius de 1744 en los siguientes términos:
104
Cf. PEDRO CELMA, Polemos encyclius seu Acies Literaria; quae, theses
oratorias praeparans, theoriam, et praxim rhetoricam ac poeticam sociat,
scholarum piarum adolescentes ad praelium instruit, angelico, uti patrono
piisimo divo Thomae Aquinati consecranda. Defertur a P. Petro de Sancta Maria
Magdalena, ex Sacrae Theologicae Lectore, et in Caesar Augustano Collegio
Rhetorices Professore. Die 22 Octobris, Anni 1744, Caesar. Aug. Apud
Franciscum Moreno, Typog., sin numerar.
105
Por estas fechas Luzán nos dice que en París el método que se sigue en el
aprendizaje de la retórica consiste en: "hacer componer á los Estudiantes
oraciones, segun las reglas de la Oratoria, enseñandoles los tres diversos
generos, las figuras, los lugares rhetóricos, y haciendoles observar estos
mismos preceptos en los Autores, que se explican, que son las Oraciones de
Ciceron, Virgilio, Horacio, Juvenal, Tito Livio, &c. y de los Griegos, Homero,
Demosthenes, Socrates, &c.". Cf. LUZÁN. Memorias literarias de París: actual
estado y methodo de sus estudios, Madrid, Gabriel Ramírez, 1751, p. 65. En los
estudios gramaticales siguen asimismo a Cicerón, Quinto Curcio, Tácito,
Salustio, Fedro y otros.
171
escolapio Joaquín Ibáñez, donde se especifica que el primer día se
traducirá a Quinto Curcio, Cornelio Nepote, Cicerón y Fedro; y el
segundo a Virgilio, Ovidio y Terencio106. Así, Horacio, Virgilio,
Ovidio, Fedro y Terencio en poesía, y Cicerón, Salustio, Cornelio
Nepote, Tito Livio o Plinio en prosa, son las referencias más
habituales en estos ejercicios de traducción y de repetición
memorística107, que a partir del último tercio del XVIII se empiezan
a castellanizar con una mayor atención a los autores españoles.
Una de las cuestiones que más nos han llamado la atención de
estos programas escolares es la censura del libro IV de la Eneida
de Virgilio, en la que vuelve a insistir el P. Boggiero de Santiago en
1782:
106
Cf. Certamen Literario, Triumpho rhetórico, y poético, que vencido el
monstruo de la ignorancia, celebran los discípulos de las Escuelas Pías de
Daroca..., A la dirección del P. Cayetano de Santo Domingo de Silos, Maestro
de Humanidad, y Rhetórica en la misma Ciudad, Zaragoza, Imp. de Francisco
Moreno, 1763; y Academia Literaria de Humanidad, que presentan al público,
y dedican al Príncipe Nuestro Señor Don Carlos (que Dios guarde) los
discípulos de las Escuelas Pías de Lavapiés de esta Corte..., Madrid, Antonio
Marín, 1765.
107
Cf. Certamen público de Poética y Retórica, que en este Real Seminario
de Nobles tendrán algunos caballeros seminaristas el día [16] de diciembre de
1776, baxo la dirección de su maestro D. Manual Blanco Valbuena, Madrid,
Joachin Ibarra, 1776; BARTHOLOMÉ DE S. JORGE, Ejercicios literarios de
Propiedad latina, Rhetórica i Poética, Historias Romana i Fabulosa, que ofrecen
al público los discípulos de las Escuelas Pías de la Ciudad de Albarracín...,
Valencia, Oficina de Benito Monfort, 1778.
108
Cf. ÁNGEL PASTOR BELTRÁN, Los escolapios y los sitios de Zaragoza,
Zaragoza, Imp. El Heraldo de Aragón, 1959, p. 89.
172
De nuevo en 1794 encontramos la misma censura en un
tratado de educación para la nobleza, en el que en dos ocasiones
se elimina explícitamente la lectura de este libro: en la parte
dedicada a la retórica su autor recomienda a Cicerón, Ovidio,
Catulo, Tíbulo, Propercio y lo más selecto de Virgilio: las Geórgicas
y la Eneida ("excepto el libro quarto"); en la parte de poética
apuesta por el magisterio de Burriel, de claro corte neoclásico, y
para los ejercicios de elocución latina los autores anteriores, "con
especilidad de Ovidio, lo mas selecto y expurgado, de Virgilio
algunas Églogas, Georgicas y Eneida, excepto el libro quarto, y
algunas Selectas, Odas y Elegías de Horacio, sin olvidar el Arte
Poética de este [...]"109. Este plan contó con el beneplácito de los
sectores oficiales, ya que fue impreso por primera vez en 1767 por
orden del Real Consejo de Castilla y recibió en 1783 la aprobación
de Carlos III para su ejercicio en un centro de enseñanza de Cádiz
a cargo del autor del proyecto.
La repetida censura del mencionado libro remite, al hilo de las
afirmaciones anteriores, a los condicionantes morales que
imperaron en gran medida en la selección de obras y autores
durante esta época. La eliminación de los versos sobre el sistema
epicúreo, así como la preferencia dada a los poemas didácticos e
instructivos del tipo de la fábula o de las Geórgicas de Virgilio, se
justifican por estas mismas vías. El mensaje didáctico y reformador
de "las luces" gravita en estas elecciones -o supresiones- ya que
cuadran con una concepción de la literatura orientada a cambiar al
hombre, "pragmática", como dirá Abrams110. Contrastan
sobremanera estas valoraciones con la visión posterior de un
Francisco Sánchez, por ejemplo, que defiende en 1805 el libro del
famoso episodio de Dido por lo que tiene de pasional. Dice en sus
Principios de Retórica y Poética:
110
Vid. al respecto las afirmaciones de ROLAND MORTIER, L'Originalité. Une
nouvelle catégorie esthétique au siècle des Lumières, Genève, Droz, 1982, p.
25, y M. H. ABRAMS, El espejo y la lámpara. Teoría romántica y tradición
crítica, Barcelona, Barral Editores, 1975, p. 61 y ss. (ed. original de 1953).
173
la mano, porque es el mejor modelo de elocuencia. Los
preceptos son de suyo áridos, y quando no mueven ni
persuaden lo que intentan, léjos de agradar, empala-
gan, léjos de inflamar la pasion, la extinguen y cortan
las álas á la fantasía.111
112
Cicerón y las autoridades religiosas de la Biblia y los Santos Padres (San
Agustín, San Juan Chrisóstomo, San Gregorio Nacianceno, San Gerónimo, San
Ambrosio, San Cipriano, etc.) se convierten con diferencia en los más citados.
Los datos son por sí mismos elocuentes, ya que un recuento pormenorizado de
las alusiones a Cicerón en toda la obra nos habla de más de cien referencias,
mientras que de Virgilio sólo contabilizamos unas veinticinco. Le siguen en
orden decreciente con menos de diez Demóstenes, Tito Livio, Ovidio y Horacio,
más otros autores que solamente se citan muy pocas veces.
113
Cf. ALONSO PABÓN GUERRERO, Rhetórica castellana, en la cual se
enseña el modo de hablar bien, y formar una oración, o discurso coordinado,
sobre cualquier assumpto, Madrid, Oficina de J. Ibarra, 1764; MANUEL MERINO,
Tratado de Rhetórica, para uso de las escuelas, Madrid, Juan Antonio Lozano,
1775; JUAN BARBERA Y SÁNCHEZ, Reglas ordinarias de Retórica, ilustradas
174
resaltar de esta última cómo su segunda edición de 1812 triplica el
número de autores clásicos citados y cómo es Cicerón el único que
se mantiene en ambas ediciones en la misma proporción como la
máxima autoridad clásica. La segunda edición supone una
"cristianización" de la teoría, ilustrada con un elevado número de
autores sagrados y un pequeño aumento en las referencias a
Homero, Virgilio, Demóstenes o Plutarco, que antes sólo fueron
citados en alguna ocasión aislada. El protagonismo que cobran
ahora los autores cristianos revela el que tienen los estudios
sagrados y clásicos en la instrucción de la juventud, y que según
Lampillas eran los estudios que debían contarse en primer lugar
para formar un juicio recto de la importancia y nobleza de las
ciencias114.
En cuanto a la relevancia de Cicerón hay que decir que,
además de las ventajas de confluir en la misma persona un teórico
de primer orden y el principal exponente de la elocuencia latina,
aportaba modelos oratorios en los tres estilos de composición. Así
lo ve el escolapio Calixto Hornero, que sostiene que "no ay razon
para disputar a Tulio la primacía que tiene en materia de
elocuencia, i para no mirarle como modelo en todo genero de
estilos" y lo recomienda en sus reeditados Elementos de Retórica
junto a Fedro, Julio César y Suetonio, en el estilo sencillo; en el
mediano, al lado de Cornelio Nepote, Quinto Curcio, Salustio y Tito
Livio; y también en el sublime115. Por otra parte, más allá de los
aspectos estilísticos, Cicerón se convierte en el representante
idóneo de otros valores, como se desprende de las afirmaciones
que hace el mencionado escolapio diciendo que "podrá llamarse
Ciceroniano aquel que habláre del mismo modo, que hablaría
Ciceron al presente si viviera, i fuera Christiano, teniendo por otra
parte el ingenio, elocuencia, i amor a la República Christiana, que
en otro tiempo manifestó tener a la Romana"116.
Numerosas retóricas se sirvieron casi exclusivamente de sus
discursos y oraciones para explicar la teoría. Fue el modelo central
de los dos volúmenes de la influyente obra de Cesena (1748-49),
con ejemplos de oradores y poetas del Siglo de Oro, para uso de las escuelas,
Valencia, Francisco Burguete, 1781.
114
Cf. LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético de la Literatura española, op.
cit., vol. III, p. 9.
115
Cf. CALIXTO HORNERO, Elementos de Retórica.., op. cit., p. 197 y ss.
116
Ibíd., p. 116.
175
de la retórica de Tomás Martínez (1788), de los textos de
Muruzábal (1775 y 1781), de Soler de Cornellá (1788-90), y de un
largo etcétera. El interés del XVIII por la fuerza de la argumentación
y de las pruebas como elemento de solidez discursiva favoreció
que se utilizaran sus textos para analizar desde esta perspectiva
oraciones, estructuras y elocución en general117. Siguiendo con la
idea de que si el olvido de los buenos modelos había llevado a la
decadencia de la oratoria, la restauración de esos mismos modelos
ayudaría a su perfeccionamiento, dice Soler de Cornellá, uno de
sus grandes admiradores:
118
SOLER DE CORNELLÁ, Aparato de elocuencia..., op. cit., vol. I, pp. 310-11.
119
Cf. GÓMEZ HERMOSILLA, Arte de hablar en prosa y verso, Madrid, Imp.
Real, 1826, 2 vols., vol. I, p. 381.
176
teórico y práctico de la instrucción retórica; que pudiera ser objeto
de la enseñanza de la gramática, retórica, lógica, ética y otras
materias para distintos niveles, teniendo en cuenta la escasez de
textos y manuales escolares; o la relativa facilidad de obtener sus
trabajos impresos por las frecuentes ediciones y guías de sus
obras que aparecieron durante este período120.
La recepción general de estos autores no permaneció al
margen de las disposiciones institucionales en materia de
educación. Su influencia se refleja sobre todo en el XIX,
coincidiendo con los cambios que tienen lugar en la enseñanza y
en la estética, así como en el progresivo interés por la poesía y la
literatura primitiva, de la que se valora la originalidad, la elocuencia,
la sincera rusticidad de un sentimiento auténtico frente a la
artificiosidad posterior. El P. Andrés, tan receptivo ante las nuevas
aportaciones de la estética procedente de Francia, Inglaterra y
Alemania principalmente, muestra con la imparcialidad y agudeza
de su criterio los valores de la literatura grecolatina y el mérito de
autores como Homero y Virgilio, máximos exponentes de lo que
considera la culminación del genio literario del hombre: el poema
épico. Pero, aunque manifieste una profunda admiración por
Homero, de quien valora sobre todo la invención, elocuencia y
sabiduría en la composición121, es Virgilio quien parece salir
ventajoso de la comparación. De este último destaca la mayor no-
bleza y decencia de sus dioses, la perfección de los caracteres de
los héroes, que el argumento es más grandioso, la fábula más
seguida y animada, y las partes dramáticas y patéticas más logra-
das. Además,
120
Sobre la utilización de Cicerón en la didáctica retórica de los siglos XVI y
XVII, vid. JOSEPH S. FREEDMAN, "Cicero in Sixteenth -and Seventeenth-
Century Rhetoric Instruction", en Rhetorica, IV, nº 3, 1986, pp. 227-54, y
especialmente, pp. 239-41.
121
Dice sobre él: "La fecundidad de la invencion, la vastedad de la doctrina,
la verdad y la belleza de las imágenes, la abundancia y variedad de las
comparaciones, la amenidad y viveza de las descripciones, la propiedad de las
expresiones, la copia è impetu de la eloqüencia, el juicio, la sabiduría y la
honestidad de Homero llenan de respeto y humillacion á cualquiera que sepa
leer sus poëmas". Cf. J. ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual de toda la
Literatura, op. cit., vol. III, p. 200.
177
hermosura á la oración, y todo lo pesa con la balanza
de la mas juiciosa exâctitud.122
122
Ibíd., vol. III, p. 223.
123
Cf. Ibíd., vol. I, p. 135.
124
Cf. BLAIR, Lecciones sobre la Retórica y Bellas Letras, op. cit.,vol. IV, pp.
110-11.
125
GÓMEZ HERMOSILLA, Arte de hablar en prosa y verso..., op. cit., vol. I,
237.
178
asunto es menos feliz que el de Virgilio, el juicio y la invención, el
manejo de la historia y su creación de caracteres, la narración
concisa, animada y agradable, así como la pintura de las
batallas126. De Virgilio se resalta la elegancia y la ternura, la
sensibilidad del autor y la corrección de su escritura, en detrimento
de una mayor debilidad en los caracteres y en la descripción de las
batallas127. Excepción en la pintura de los personajes es el caso de
Dido, que Blair resalta como ejemplo de tratamiento de las
pasiones, igual que Sánchez Barbero hará después. Dice Blair:
127
Cf. BLAIR, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. IV, p. 110 y ss.
128
Ibíd., vol. IV, p. 131.
129
Cf. ibíd., vol. IV, p. 133.
179
allí propuestos por sus imitadores y refundidores posteriores. En
ellas, y también en los tratados de Sánchez Barbero y Gómez
Hermosilla, llama la atención el protagonismo de Virgilio, que
acapara el mayor número de referencias. Virgilio y Cicerón son los
grandes exponentes de la teoría oratoria y poética, con clara
ventaja sobre representantes griegos como Homero y Demóstenes,
aunque las alusiones a estos últimos han aumentado bastante con
respecto a obras anteriores.
130
Cf. GIL DE ZÁRATE, De la Instrucción pública en España..., op. cit., vol. III,
p. 40 y ss.
131
B. FOZ, Plan y método para la enseñanza de las letras humanas, op. cit.,
pp. 6-7.
132
Cf. PABLO DE MENDÍBIL Y MANUEL SILVELA, Biblioteca selecta de
Literatura española, op. cit., vol. III, Observación primera, pp. XCI-XCII.
180
Tácito y Suetonio, Cicerón, Valerio Máximo, Virgilio, Horacio, Ovidio
y Terencio. En griego recomienda la Ilíada y la Odisea, textos de
oradores escogidos y obras de Anacreonte y Teócrito133. Muchos de
estos autores eran lectura obligada de los niños en el último curso
de gramática. Era el caso de Cicerón, Salustio, Livio, Ovidio, Virgilio
y Horacio, que habían de estudiar teniendo en cuenta la
composición, plan y estructura de sus obras134. En otro momento
de su obra da una relación de los autores que se tenían que
analizar a fin de lograr el necesario dominio del latín y castellano.
La similitud con el canon imperante en muchos colegios de
mediados del XVIII es evidente: entre los autores latinos sitúa en
prosa a Julio César, Nepote, Cicerón y Livio; y en verso, a Ovidio,
Virgilio, Horacio, Propercio y Tibulo. Éstos los estudiarían los
jóvenes a través de colecciones realizadas al efecto135. Como en el
XVI, uno de los aspectos por los que la Eneida de Virgilio se toma
como modelo es por su organización136, que hace a Foz situarla
junto al Paraíso perdido de Milton, mientras que la Araucana y el
Bernardo serán ejemplo de plan defectuoso y acción ahogada e
invisible, respectivamente137.
134
Así lo destaca en 1818 MATA Y ARAUJO cuando en la Advertencia a sus
Elementos de Retórica y Poética, Madrid, José Martín Avellano, 1818, presenta
su obra como compendio útil para hacer fructíferas las lecturas de los jóvenes
del último curso de gramática. No extraña, pues, que estos Elementos
ofrezcan un número no desdeñable de referencias a Virgilio (en torno a las
cuarenta), a Cicerón (unas treinta y cinco), Horacio (quince), Tito Livio, Ovidio,
Salustio, Tácito, etc.
135
Los libros básicos que necesitaba un estudiante de letras humanas eran:
"Un arte, una coleccion de Autores latinos, un diccionario castellano y otro
latino, un compendio de retórica y poética, una coleccion sencilla de modelos
en prosa y verso en castellano, un breve compendio de historia y otro de las
obligaciones civiles del hombre; y fábulas morales". Cf. B. FOZ, Plan y método
para la enseñanza de las letras humanas..., op. cit., p. 20.
136
Sobre la recepción virgiliana en las poéticas españolas renacentistas, vid.
JOSÉ Mª POZUELO YVANCOS, "La recepción de Virgilio en la teoría literaria
española del siglo XVI", en Simposio Virgiliano, Murcia, Universidad de Murcia,
1984, pp. 467-79.
137
Cf. FOZ, Plan y método para la enseñanza de las letras humanas, op. cit.,
p. 50.
181
auge de las traducciones poéticas de autores grecolatinos a partir
de la segunda mitad del XIX; el impulso oficial que reciben a
mediados de la centuria; y, por último, la progresiva desvinculación
de los tratados de los ejemplos literarios, que pasan a organizarse
en antologías y colecciones potenciadas desde el gobierno.
Ya en el último tercio del XVIII encontramos un acusado interés
por la divulgación de obras grecolatinas, muchas de las cuales se
publican entonces en la prensa periódica o en colecciones.
Pensemos en la traducción que hace Diego Mejía de Las Heroydas
de Ovidio (recogida en la colección de Ramón Fernández), en la
publicación en 1793 de Las Églogas y las Geórgicas de Virgilio, por
citar algunos casos, o en qué medida Alceo, Safo, Anacreonte,
Píndaro, Teócrito, Horacio, Ovidio, Tibulo, Catulo y Marcial, fueron
los clásicos griegos y latinos más conocidos por la masa lectora de
la prensa periódica. Tales predilecciones nos hacen pensar en el
interés de una poética de corte horaciano por la recuperación de
Píndaro o de las vertientes anacreóntica y epigramática. Otros
autores fueron más conocidos gracias a la mediación de autores
destacados de nuestro Siglo de Oro, como fray Luis de León, o
Villegas138.
Por otra parte, estudios realizados sobre las traducciones en
verso de autores clásicos griegos y latinos en la primera mitad del
XIX muestran más de un centenar de ellas. El número de tales
traducciones es mayor a partir de la segunda década del siglo,
comprensible si tenemos en cuenta las repercusiones culturales de
los avatares políticos y sociales de estos años. Los poetas más
traducidos son Horacio, Virgilio, Ovidio, Anacreonte, Fedro,
Homero, Hipócrates, y otros como Safo, Marcial, Museo, Juvenal,
Lucrecio, Macrobio, etc., que coinciden con los más citados en las
preceptivas de la época139.
138
Vid. sobre este tema el trabajo de MIGUEL ÁNGEL LAMA HERNÁNDEZ, "La
difusión de la poesía clásica grecolatina y del Siglo de Oro en la prensa
española del siglo XVIII", en Estudios de Historia Social, LII-LIII, 1990, pp. 295-
302.
139
Vid. al respecto el artículo de GLORIA ROKISKI LÁZARO, "Traducciones
poéticas de autores clásicos en el período 1801-1850", en AA.VV., Primeras
Jornadas de Bibliografía. Celebradas los días 24 al 26 de mayo de 1976 en la
F.U.E., Madrid, Fundación Universitaria Española, 1977, pp. 239-56. Aquí se
presenta una detallada relación por orden alfabético de los clásicos traducidos
y de sus traductores. Entre estos últimos figuran autores tan diversos como
Álvarez Cienfuegos, Alejandro de Arrúa, Jaime Balmes, Martínez de la Rosa,
Juan Gualberto González, Francisco Javier de Burgos, Bretón de los Herreros,
Gómez Hermosilla, Rafael José Crespo, Félix Mª Hidalgo, Mariano Esparza, etc.
182
Si reparamos en la cronología veremos que muchas coleccio-
nes de textos fueron publicadas en las décadas de los cuarenta y
cincuenta sobre todo, a partir de la orientación humanística del
Plan Pidal de 1845 o el de Pastor Díaz, de 1847, que mostraban un
mayor interés hacia las lenguas clásicas, y que supusieron un
incremento destacable del número de materias y horas dedicadas
a la enseñanza moral y religiosa140. Algunas de estas colecciones
aunaban clásicos castellanos y latinos como complemento de las
clases y de los libros de retórica y poética. Es el caso de las
publicadas por Terradillos en 1846 y 1847, la de los escolapios de
1848 o la que apareció también en 1849, que gozaron de
frecuentes reediciones y que obedecían a unos dictámentes
oficiales muy claros141. Los autores latinos más utilizados en la
antología de Terradillos son: en prosa, Cicerón (con treinta y dos
textos), Tito Livio, Tácito, Séneca y Salustio; y en verso, Horacio
(con treinta fragmentos), Virgilio, Ovidio, Marcial y Lucano. La
colección de los escolapios, por su parte, se centra en Cicerón,
Fedro, Cornelio Nepote, César, Salustio, Tito Livio y Tácito, y en
140
Cf. JOSEFINA REYES SOTO, Segunda enseñanza en Andalucía: orígenes y
consolidación, Sevilla, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1989, p. 59.
141
Cf. ÁNGEL MARÍA TERRADILLOS, Manual histórico-crítico de la Literatura
latina, Madrid, Imp. de la Vda. de Jordán e Hijos, 1846, en el que hace un
exhaustivo repaso histórico-crítico por todas las épocas de la literatura latina y
sus principales autores para las clases de la cátedra de Perfección del Latín, de
la Universidad de Madrid. La colección de Terradillos, catedrático de Retórica y
Poética de la Universidad de Madrid, constaba de dos volúmenes dedicados a
la literatura latina y española, respectivamente, con los títulos: vol. I,
Colección de Trozos Selectos de Literatura latina, extractados de los
principales autores clásicos, y ordenados por géneros para que puedan servir
de modelos en los ejercicios prácticos, tanto de la asignatura de Retórica y
Poética, como de la superior de Literatura latina, y vol. II, Colección de Trozos
Selectos de Literatura española, extractados de los mejores hablistas
castellanos y ordenados por géneros para que puedan servir de modelos en
los ejercicios prácticos de la asignatura de Retórica y Poética, como
igualmente para texto de la versión y composición en la de Literatura Latina,
ambos publicados en Madrid, Imp. de José Félix Palacios, 1847. La parte
dedicada a los ejemplos castellanos se reeditaría por separado después en
varias ocasiones con ligeras variaciones en el título. Vid. también la Nueva
Colección de Autores Selectos Latinos i Castellanos para uso de los jóvenes
dedicados al estudio de la latinidad i literatura, Redactada i anotada por los PP.
Escolapios, Madrid, Imp. y fundición de don Eusebio Aguado, 1848; y la
Colección de Autores Selectos Latinos i Castellanos, para uso de los Institutos,
Colegios y demás establecimientos de Segunda Enseñanza del Reino,
mandada publicar por Real Orden, Madrid, Establecimiento Tipográfico de D. S.
Saunaque, 1849, 5 vols.
183
verso, en Marcial, Tibulo, Ovidio, Virgilio, Horacio, Terencio y
Séneca.
Tal vez una de las preceptivas literarias más completas del siglo
XIX en cuanto a referencias de literatura grecolatina sea la de Coll
y Vehí. En sus Elementos de Literatura (1856) sigue sobresaliendo
con diferencia la autoridad de Virgilio (citado en más de ochenta
ocasiones), Cicerón (unas sesenta), Homero (más de treinta y
cinco), Horacio y los Santos Padres (en torno a las treinta), en la
misma línea de retóricas y poéticas anteriores. También el Curso
de Literatura (1868-69) de Canalejas parte de una sólida base
clásica, apoyada en los pilares de Virgilio, Homero y Hesíodo, que
cuentan con el mayor número de alusiones, por encima de autores
modernos, tanto nacionales como foráneos.
La mayor parte de la producción restante no destaca por su
apoyatura clásica, que de forma progresiva se ha ido sustituyendo
por la moderna y la nacional, reducida -según el nivel de los textos-
a las citas necesarias de los autores más representativos de los
distintos géneros en las primeras fases de su devenir histórico.
Sólo persisten de manera más acusada en el ámbito de la oratoria,
en el que las referencias a los oradores antiguos se convierten en
punto de comparación obligado de los oradores contemporáneos.
Ante este panorama hemos de concluir, pues, resaltando la sólida
presencia de esta literatura en la preceptiva oratoria y literaria del
XVIII, así como la prolongación del canon dieciochesco hasta
aproximadamente mediados del XIX, pese a la progresiva
nacionalización de la teoría literaria. Las determinaciones oficiales
en cuanto a las antologías y planes de estudios constituyen un
factor importante a la hora de explicar algunos aspectos de la
pervivencia de estos modelos.
184
2. Ejemplo de apertura de un canon: la literatura medieval.
142
Cf. MAYANS, El Orador..., op. cit., p. 163.
143
Así lo recoge JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS, Historia crítica de la Literatura
española, t. I, Madrid, Imp. de José Rodríguez, 1861, pp. XLII-XLIII.
185
este período constituye un buen ejemplo de cómo en algunos
momentos históricos la reedición puntual de determinados textos
se puede convertir en el instrumento vertebrador de un nuevo
canon, o, como sucede en este caso, de la apertura del canon
literario vigente, constituido entonces por el corpus de autores
clásicos grecolatinos mencionados y el de los principales autores
españoles de los Siglos de Oro. La ausencia generalizada de
alusiones a escritores medievales en las retóricas y poéticas
dieciochistas está en buena medida justificada por la escasa
disponibilidad de esos textos, que en gran medida persiste hasta el
último tercio del XVIII. No se trata del único factor que justifica esta
ausencia, sino de uno de los más importantes. Junto a él cabría
considerar el desprestigio de esta literatura ante una estética que
prima la imitación de la antigüedad clásica o la mayor o menor
adecuación de los géneros cultivados a la poética dominante, como
iremos señalando.
Antes de llegar a esa etapa, a mediados del XVIII Luis José
Velázquez había publicado sus Orígenes de la Poesía castellana,
en los que mostraba una lista de los principales poetas españoles
agrupados en las cuatro edades en las que había dividido la
historia de la poesía castellana. Apoyándose con frecuencia en la
Biblioteca Hispana de Nicolás Antonio, en la primera edad situaba
a Gonzalo de Berceo, a Alfonso el Sabio, al Infante don Juan
Manuel y al Arcipreste de Hita; y en la segunda (s. XV), a Mena,
Villena, Fernán Pérez de Guzmán, al Marqués de Santillana, Alvar
García de Santa María, al Bachiller Gómez de Ciudad Real,
Rodrigo de Cota, Diego de San Pedro, Juan Alfonso de Baena,
Gómez Manrique, Jorge Manrique, Bachiller de la Torre, Juan de la
Encina y Hernando del Castillo. A las otras dos edades,
correspondientes a la época de esplendor (s. XVI) y de decadencia
de nuestra poesía (s. XVII), dedica mucha más atención 144. A pesar
de que esta obra sería después ampliamente superada, constituyó
desde el punto vista erudito un notable avance y fue referencia
habitual en otras producciones del género.
Sin embargo, es a partir de las publicaciones de Sarmiento y
Tomás Antonio Sánchez cuando se produce un mayor y mejor
conocimiento de esta literatura. Las Memorias para la historia de la
poesía y poetas españoles del P. Sarmiento supusieron una
primera y documentada mirada hacia los orígenes de nuestra
144
Cf. LUIS JOSEPH VELÁZQUEZ, Orígenes de la Poesía castellana, Málaga,
Francisco Martínez de Aguilar, 1754. Fue reeditada en 1797 en la misma
imprenta y traducida por Dieze al alemán en 1769.
186
poesía en la línea de lo que va a caracterizar a nuestro Dieciocho
como conservador de la tradición poética nacional145. Aunque se las
cree escritas en torno a 1745, se hicieron públicas en 1775146. Con
cierta falta de coordinación en ellas -justificada por Sempere y
Guarinos por no haber sido escritas para su publicación147- reúne el
sabio benedictino materiales dispersos con gran acopio de
erudición. Partiendo del Prohemio e Carta del Marqués de
Santillana, la primera relación canónica de autores castellanos, su
recorrido va desde los orígenes de la poesía en general a la poesía
de los siglos XII, XIII, XIV y XV, pasando por cuestiones varias,
como el origen y antigüedad de la rima y de los metros castellanos.
Cuatro años más tarde veía la luz el primer tomo de la
Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV de Tomás
Antonio Sánchez. Su propósito era rescatar del olvido en que
yacían nuestras primeras poesías, ya que hasta entonces las
poesías más antiguas con que se contaba databan de mediados
del XV (Marqués de Santillana, Mena, Manrique o los
Cancioneros), a pesar del interés de la época por lo antiguo. Él
mismo da cuenta de que estos códices eran "buscados con ansia,
comprados á gran precio, poseidos con gozo, y con gran vanidad,
pero no leídos", quizá por la oscuridad del lenguaje y las
dificultades de comprensión, que ahora pretende subsanar por
medio de la imprenta y los índices alfabéticos de voces o frases
anticuadas con los que completa cada uno de los volúmenes148. De
ese modo publica en el tomo primero una larga introducción sobre
el Marqués de Santillana, incluyendo el Prohemio al Condestable
de Portugal sobre el origen de la poesía, que comenta
detenidamente y el Poema del Cid; el tomo segundo lo dedica a
Gonzalo de Berceo (recoge las Vidas de Santo Domingo de Silos,
San Millán de la Cogolla, Santa Oria, los Milagros de Nuestra
145
Vid. RUSSEL P. SEBOLD, "Martín Sarmiento y la doctrina neoclásica", en
Ínsula, 366, 1977, pp. 1-12, recogido también en SEBOLD, El rapto de la
mente. Poética y poesía dieciochescas, ed. corr. y aum. Barcelona, Anthropos,
1989, pp. 129-37 (ed. orig.: Madrid, Prensa Española, 1970).
146
Cf. MARTÍN SARMIENTO, Memorias para la historia de la poesía y poetas
españoles, dadas a luz por el Monasterio de S. Martín de Madrid..., Madrid,
Joachin Ibarra, 1775.
147
Cf. JUAN SEMPERE Y GUARINOS, Ensayo de una Biblioteca española de los
mejores escritores del reynado de Carlos III, Madrid, Imp. Real, 1785-89 (6
tomos), vol. III, t. V, p. 112 (ed. facs., Madrid, Gredos, 1969, 3 vols.)
148
Cf. TOMÁS ANTONIO SÁNCHEZ, Colección de poesías castellanas..., op.
cit., vol. IV, p. II.
187
Señora, etc.); el tercero, reproduce el Poema de Alexandro Magno;
y el cuarto, poesías diversas del Arcipreste de Hita149. Se fija así por
primera vez el canon de la poesía medieval castellana150.
Interesan de sus comentarios y anotaciones a estas obras la
mirada abierta con que Sánchez valora la sencillez y la naturalidad
de estas muestras de la "infancia" de nuestra poesía, situando
siempre sus méritos y sus carencias en el tiempo de barbarie en
que surgieron, cuando aún no estaba desarrollada por completo la
lengua castellana. Así, dice del Cid:
150
Cf. M. A. PÉREZ PRIEGO, "Formación del canon literario medieval
castellano", en Ínsula, 600, 1996, pp. 7-9.
151
T. A. SÁNCHEZ, Colección de poesías castellanas..., op. cit., vol. I, pp. 229-
30.
188
hecho literario y de sus normas, sujetas siempre a las costumbres,
sociedad y desarrollo cultural. De Berceo, por ejemplo, valora su
estilo natural, sencillo, claro y elegante, aunque a veces utilice
expresiones familiares que para sus contemporáneos pueden
resultar de estilo bajo; y otro tanto sucede en el Poema de
Alexandre, cuyos méritos han de contextualizarse en el tiempo en
que fue escrito, todavía escasamente civilizado. De su autor dice
Sánchez que
152
Ibíd., vol. III, p. XXV.
153
Cf. Ibíd., vol. IV, pp. IX-X.
189
ahora en muchas materias, quanto las gentes eran
menos civilizadas.154
154
Ibíd., vol. IV, pp. XVII-XVIII.
155
Ibíd., vol. IV, p. XXXI.
156
Dice Amador de los Ríos al respecto: "Pudieron desde entonces ya ser
leidos y consultados fácilmente aquellos venerables monumentos de la cultura
castellana, echando por tierra añejas, bien que doctas preocupaciones,
alimentadas por el exclusivismo de las escuelas; y si no se descubrieron de
pronto todas las relaciones que guardaban con nuestra tradicion, fueron
considerados al menos como reliquias de la lengua y testimonios muy
provechosos para el conocimiento de los usos y costumbres de la edad
media". Cf. JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS, Historia crítica de la Literatura
española, op. cit., t. I, pp. LVI-LVII.
190
fue un punto de referencia a la hora de historiar la evolución de
nuestra literatura desde sus orígenes. Y digo que no fue inmediata,
porque otras colecciones contemporáneas como las de Sedano
(1768-78), Conti (1782-90) o Fernández (1786-98), pasaron por
alto esta producción y entre los autores castellanos más célebres
dejaron escaso lugar para éstos.
La Colección de poesías castellanas de Giambattista Conti
pretendía divulgar la poesía española en una antología bilingüe
italiano-español, y comentar los principales méritos de los textos
seleccionados, aunque en la mayoría de las ocasiones sus
comentarios son más paráfrasis que verdadera crítica. Se sirve en
el volumen primero, dedicado a los orígenes de la poesía
castellana, de las citadas obras de Velázquez, Sarmiento y
Sánchez, de las que extrae algunas noticias y fragmentos: sólo hay
textos de los Loores de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, de
los Proverbios de Santillana y del Laberinto de Mena. Los demás
volúmenes se ocupan del Siglo de Oro, como veremos después157.
Los nueve tomos del Parnaso español de López de Sedano
tendieron por encima de la Edad Media un puente en el que sí se
admitieron traducciones diversas de autores clásicos latinos, pero
nada de los siglos anteriores al de Garcilaso. Y otro tanto se puede
decir de la Colección de poetas castellanos de Estala, que carece
asimismo de textos medievales, justificado por las dificultades de
su lectura. En el prólogo al tomo XVI se dice:
158
PEDRO ESTALA, Colección de poestas castellanos, op. cit., vol. XVI, p. III.
191
algunos textos medievales, en concreto, el Poema del Cid, que
ilustra el romance castellano del siglo XII junto a Gonzalo de
Berceo, Juan Lorenzo y Alfonso X, del siglo XIII; y otros autores
posteriores como Don Juan Manuel, López de Ayala, Gómez de
Cibdadreal, Alfonso de la Torre, Pérez de Guzmán, Fernando del
Pulgar, Mosen Diego de Valera, etc., cuya prosa actualizada según
los modernos criterios ortográficos servía para mostrar la
elocuencia de los tiempos antiguos. Las trabas de la puntuación y
de la ortografía antiguas, la rareza y lo voluminoso de muchos de
sus textos, o la pesadez de la materia, con frecuencia ahogada por
lo farragoso de la erudición, serán algunas de las razones que da el
mismo Capmany del gran olvido que sufría buena parte de estos
autores con los que ilustra su Teatro159.
Esta obra llena en parte el vacío medieval de las dos ediciones
de su Filosofía de la elocuencia y abre una nueva perspectiva en la
valoración de unos escritores que nadie leía ni conocía y que
estaban "arrinconados como antiguallas raras en un museo"160. En
lo que respecta al lenguaje y al estilo, preocupación básica de su
obra, estos textos no constituían un buen ejemplo por su excesiva
verbosidad, su estilo no depurado con frecuentes repeticiones,
expresiones bajas, etc. Pero, en cambio, distingue en ellos "una
amable sencillez que, á pesar de acompañarla alguna vez cierta
clase de rusticidad, es muy eficaz para exprimir toda la verdad de
los sentimientos naturales"161. Frente a la frialdad y el artificio
posterior que resulta de la constante imitación condicionada de los
clásicos, estos escritores servían de contrapunto y materializaban
una nueva realidad literaria sensible a la expresión directa de las
emociones y al primitivo vigor nacional. Capmany ve con buenos
ojos que tanto en los escritos en prosa como en verso sus autores
no tuvieran "otra guia que su propio talento y sus pasiones, y el
efecto que las sensaciones de los objetos extraordinarios hacian en
sus almas"; su estilo podía resultar desigual y duro, pero nunca frío,
y jamás servil162. Se puede decir que más que un modelo concreto
de imitación, lo que ofrecen es un modelo de modos de imitación.
El rescate de estos textos abre el canon a nuevas perspectivas;
159
Cf. CAPMANY, Teatro histórico-crítico.., op. cit., vol. I, pp. XII-XIII.
160
Cf. Ibíd., vol. I, p. XXXI.
161
Cf. Ibíd., vol. I, p. XXXII.
162
Cf. ibíd., vol. I, pp. XXXII-XXXIII.
192
incluso se podría hablar de un nueva tipología de autores
canónicos.
De Jovellanos ya tenemos idea del aprecio que tenía hacia
nuestra antigua literatura, así que no nos extraña que recomiende
por estas fechas a algunos autores antiguos en el plan de estudios
presentado en 1790 para el Colegio Imperial de Calatrava. Allí,
junto a prosistas habitualmente alabados (Pérez de Oliva, Fr. Luis
de Granada, Fr. Luis de León, Mariana, Lanuza, Cervantes,
Moncada, Mendoza, Solís), o poetas como Garcilaso, Herrera,
Rioja, Ercilla, Valbuena, los Argensola y Fr. Luis de León, añadía
los mejores modelos "de la primera época", en particular la
segunda de las Siete partidas de Alfonso el Sabio, los mejores
textos del Conde Lucanor y de Hernán Gómez de Cibdat Real, las
Trescientas de Juan de Mena y, sobre todo, las Coplas de Jorge
Manrique a la muerte de su padre, "que es la mas bella producción
de nuestra antigua poesía", y que por lo mismo "se les hará tomar
de memoria" a los alumnos163. Estas últimas contaban, además,
con ediciones más o menos recientes, como la realizada por Cerdá
y Rico en 1779164.
Sin embargo, la resistencia de la teoría a la aceptación de
estos autores era todavía bastante fuerte, precisamente porque se
fundamentaba todavía en el principio de imitación directa de otros
autores. Es cierto que la teoría -retórica o poética- siempre ha ido
muy por detrás de la producción literaria, y en este caso, aunque
no se puede decir que permanezca al margen de los nuevos
avances historiográficos, de los que tiene conocimiento, había
condicionantes estéticos que dificultaban esta aceptación.
Encontramos varios ejemplos a finales del XVIII y principios del
XIX. Madramany y Calatayud, uno de ellos, publica a finales del
XVIII su Tratado de la elocución con la idea de analizar los
requisitos esenciales del buen estilo castellano. Para ello apenas
se vale de autores medievales y de prosa de ficción: Cervantes,
Saavedra, Mariana, Granada y Solís son los más citados del
163
Citamos por JEAN SARRAILH, La España ilustrada de la segunda mitad del
siglo XVIII, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1974 [ed. orig. de 1954], p.
158.
164
Se trataba de las Coplas de don Jorge Manrique, hechas a la muerte de su
padre don Rodrigo Manrique, con las glosas en verso a ellas de Juan de
Guzmán, del padre Rodrigo de Valdepeñas, monje cartujo, del protonotario
Luis Pérez y del licenciado Alonso de Cervantes, Madrid, Antonio de Sancha,
1779. Para más información sobre ésta y otras publicaciones de Cerdá y Rico,
vid. ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA, Eruditos y libreros del siglo XVIII, Madrid,
C.S.I.C., 1948, p. 69 y ss., y sobre esta obra, pp. 131-36.
193
conjunto de la prosa española, siguiendo las tendencias generales
de la época. Tampoco las dos preceptivas más importantes de
estos años, las adaptaciones de Blair y Batteux realizadas por
Munárriz y García de Arrieta, respectivamente, apuestan por esta
literatura. Berceo, Mena y Fernando de Rojas son la única
representación medieval que utiliza Munárriz; y poco más García
de Arrieta, que menciona en una sola ocasión a Jorge Manrique, y
aisladamente a Encina, Mena y Fernando de Rojas, que también
recibe más atención que el resto. Algo en parte justificable si
consideramos el interés de La Celestina en una teoría poética que
hace de la poesía dramática uno de sus ejes fundamentales.
Las polémicas de finales del XVIII sobre la lengua literaria y los
efectos de la imitación lingüística -francesa o de los siglos
antiguos-, además de otros criterios de valoración estética en los
que no entramos ahora, llevarían a una consideración monumen-
talista de gran parte de la literatura medieval, interesante como
testimonio de la evolución literaria, pero poco recomendable como
modelo en las creaciones contemporáneas. Una poética
vertebrada en torno a la imitación clásica y al peso de esa imitación
en la reconstrucción literaria difícilmente podía asumir el papel
modélico de estos autores, alejados también por los arcaísmos
lingüísticos. El canon literario no es sólo un canon modélico, patrón
de estilo y composición, sino también de valores nacionales. De ahí
la conveniencia confirmada una vez más de considerar la
pluralidad inherente al concepto mismo de canon literario y la
necesidad de hablar de distintos tipos, como proponen Fowler o
Harris165. Confirman esta nueva perspectiva de un canon
monumentalista y nacional las palabras de Manuel José Quintana,
cuando reconoce en sus Poesías selectas castellanas (1807)
aludiendo a la obra de Tomás Antonio Sánchez que "allí están
como en una armeria estas venerables antiguallas; objetos
preciosos de curiosidad para el erudito, de investigaciones para el
gramático, de observacion para el filosofo y el historiador, pero que
el poeta sin gastar tiempo en estudiarlos, saluda con respeto, como
á la cuna de su lengua y de su arte"166. Y de hecho, a pesar de
mencionar en su repaso histórico por los primeros estadios de
nuestra literatura el Poema de Mio Cid y las aportaciones de
165
Cf. HARRIS, "La canonicidad", en ENRIC SULLÁ (comp.), El canon literario,
op. cit., pp. 37-60.
166
MANUEL JOSÉ QUINTANA, Poesías selectas castellanas, desde el tiempo
de Juan de Mena hasta nuestros días. Recogidas ordenadas por D.___, Madrid,
Gómez Fuentenebro y Cª, 1807, 3 vols, vol. I, p. XXIII.
194
Berceo, Juan Lorenzo, Alfonso el Sabio, Mena, el Arcipreste de
Hita, don Juan Manuel, Ayala, etc., su obra principia en el siglo XV,
del que sólo recoge textos de Juan de Mena y Jorge Manrique.
En esta línea se han de situar las opiniones de Sánchez
Barbero, que ahonda algo más en los mismos condicionantes
estéticos que hemos señalado. Él habla de la falta de invención,
sublimidad, imaginación y lenguaje poético de la mayor parte de la
poesía medieval:
167
SÁNCHEZ BARBERO, Principios de Retórica y Poética..., op. cit., pp. 178-
79.
168
Cf. M. N. PÉREZ DE CAMINO, Poética y Sátiras, Burdeos, Carlos Lawalle,
1829, p. 18.
195
[...] Con cuya ocasion es de notar, como nuevo
testimonio de lo que influye en la literatura de las na-
ciones el espíritu del siglo, que de la primera época de
la poesía castellana no han llegado á nuestra noticia
sino poesías devotas, como las de Berceo, ó poemas
en elogio de esclarecidas hazañas, como el citado del
Cid, el de Alejandro y el del conde Fernan Gonzalez;
pero no menos estos que los que después se compu-
sieron, en era poco mas adelantada, no pueden servir
sino como objeto de curiosidad y de estudio, para
observar los primeros pasos del arte; mas no como
modelos dignos de presentarse á la imitacion: ¿ni qué
pudiera esperarse de frutos tan anticipados, nacidos
fuera de sazon en terreno inculto y en la estacion
menos favorable?169
169
Cf. FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA, Poética. Apéndice sobre la Poesía
épica española, París, J. Didot, 1827, t. II, pp. 49-50.
170
Cf. MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. XCI.
196
También el Poema de Alejandro será considerado por estos
críticos, partiendo del tema de su autoría. Nicolás Antonio y García
de Arrieta lo atribuyeron a Alfonso el Sabio; el P. Sarmiento y
Tomás Antonio Sánchez, a Gonzalo de Berceo, y Juan Andrés, a
Juan Lorenzo Segura. Pese a sus defectos de estilo y composición,
esta obra era digna de ser destacada -en opinión de ciertos
autores- por el mérito de algunas descripciones y la elevación y
dignidad de algunos fragmentos171.
Otro de los textos que despertó divergentes filiaciones gené-
ricas ya entonces fue La Celestina, la primera composición teatral
española escrita con elegancia y regularidad según el P. Andrés172;
una especie de novela o cuento animado dividido en actos, según
Mendíbil173; o una novela picaresca, en opinión de Mudarra y
Párraga174.
171
Cf. Ibíd., vol. III, p. XXXIII.
172
Cf. JUAN ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual..., op. cit., vol. IV, p.
125-26.
173
Cf. MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. XLVI.
174
PRUDENCIO MUDARRA Y PÁRRAGA, Lecciones de Literatura general y
literatura española, Sevilla, Gironés, 1876, p. 271.
197
sólo por lo que atañe a esta obra en sí, muy apreciada en las
escuelas de primeras letras, sino porque otras del mismo tipo se
basaron en ella. Pensemos en la de Alejandro Gómez Ranera, que
tampoco recoge ningún autor medieval, y que a su vez fue
reeditada en múltiples ocasiones, o en la de Luis García Sanz, que
también pasó por alto la literatura medieval. El respaldo oficial de
estas colecciones como complemento de las clases de
Humanidades y el éxito de que gozaron nos permiten constatar de
qué modo contribuyeron a consolidar un canon en el que todavía
eran excluidos estos autores para las clases de primeras letras, a
pesar de la creciente divulgación de los mismos en los ámbitos
más eruditos.
175
Escribe Lista: "Sin embargo, no es posible desconocer, cuando se leen las
primeras producciones de la poesía castellana, cierta fuerza y vigor de
expresión, cierta valentía de pincel que nos admira en algunos pasajes, que se
despega del tono general y fastidioso de aquellos poemas, que nos presenta al
poeta como un hombre nuevo, que rompe el letargo habitual de su estilo y se
remonta a las nubes, triunfa del ingrato e informe idioma con que a cada paso
está luchando, le obliga a pesar suyo a describir imágenes fuertes o graciosas
y a expresar pensamientos sublimes y delicados". Cf. ALBERTO LISTA Y
ARAGÓN, Discurso sobre la importancia de nuestra Historia Literaria, leído en
la Real Academia de la Historia por D.___, Al tomar posesión de su plaza de
académico individuo supernumerario de dicha Academia, 1828, y recogido en
HANS JURETSCHKE, Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista, Madrid, C.S.I.C.,
1951, pp. 466-78, p. 469.
198
La Historia de la Literatura española del alemán Friedrich
Bouterwek, traducida al castellano en 1829 por Gómez de la
Cortina y Hugalde y Mollinedo, ofrecía algunos pasajes sueltos de
los textos literarios que se analizaban, con lo que colaboraba así a
la difusión de textos que de otro modo hubieran sido de difícil
localización. Por ello los traductores, temiendo que no se
reimprimiera la utilísima obra de Tomás Sánchez, se deciden a
extractar de la misma algunos trozos, sobre todo del Arcipreste de
Hita. La valoración de Bouterwek de nuestra literatura medieval no
fue demasiado positiva. Dice del Poema del Cid Campeador que
"nunca podrá dársele con justicia el título de poema, por no ser
mas que una historia rimada, en alejandrinos bastante incorrectos",
y que "menos poesía se halla aún en la Crónica fabulosa llamada
Poema de Alejandro Magno"177. En cuanto a La Celestina, aunque
valora sus diálogos, reprueba la pintura de algunas escenas que el
buen gusto hubiera aconsejado omitir178.
Mucho más completa es la Historia de la Literatura española
de Sismondi, que contaba con las adiciones y matizaciones de
José Lorenzo Figueroa y de Amador de los Ríos, después. El
conjunto de la obra mira de forma más positiva esta literatura, en
parte porque introduce como elemento de valoración estética la
relación que mantiene el hecho literario con la sociedad y la época
en la que surge. De este modo, para Sismondi El Cid es una obra
notable por "la pintura sencilla y fiel que hace de las costumbres del
siglo onceno", además de por su antigüedad, a pesar de que "su
versificacion y estilo son casi absolutamente bárbaros"179. José
Lorenzo de Figueroa comenta al respecto cómo se justifica la
176
Cf. ALBERTO LISTA Y ARAGÓN, Lecciones de Literatura española para uso
de la clase de Elocuencia y Literatura española del Ateneo Español, 1822-23,
reproducido por HANS HURETSCHKE, Vida, obra y pensamiento de Alberto
Lista..., op. cit., pp. 418-65, pp. 447-48.
177
Cf. FRIEDRICH BOUTERWEK, Historia de la Literatura española, escrita en
alemán por___, traducida al castellano y adicionada por Don José Gómez de la
Cortina y Don Nicolás Hugalde y Mollinedo, Madrid, Imp. de Don Eusebio
Aguado, 1829, p. 2.
178
Cf. Ibíd., p. 49.
179
Cf. SISMONDE DE SISMONDI, Historia de la Literatura española desde
mediados del siglo XII hasta nuestros días. Dividida en lecciones. Escrita en
francés por___. Traducida y completada por D. José Lorenzo Figueroa [y
proseguida por Don José Amador de los Ríos___, Sevilla, Imp. de Álvarez y Cª,
1841-42, 2 vols., vol. I, p. 8.
199
rudeza de la composición por surgir de una sociedad también
bárbara:
180
Ibíd., vol. I, p. 42.
181
Cf. Ibíd., vol. I, pp. 42-43.
182
Cf. Ibíd., vol. I, p. 90.
183
Ibíd., vol. I, p. 76.
200
Por su parte, el traductor matiza el desprecio con que juzga
Sismondi a Juan de Mena, del que valora entre otras cosas su
dominio del lenguaje poético184, y sitúa en posición destacada a
Jorge Manrique: para Figueroa sus Coplas son "el trozo de poesía
escrito con mas gala, correccion y pureza de cuantos nos ha
transmitido la historia poética anterior á los tiempos de Garcilaso185.
Las traducciones de estas historias de la literatura española
escritas por hispanistas extranjeros tuvieron una gran repercusión
en la producción nacional, no sólo porque despertaron -como había
ocurrido en el XVIII con algunos textos franceses e italianos- el
orgullo nacional e incentivaron estos estudios ante algunas de sus
carencias o errores, sino también porque a ellas acudieron las
posteriores historias nacionales, que en más de una ocasión
asumieron sus juicios críticos.
Es Gil de Zárate el primer teórico español que a mediados del
XIX separa claramente la historia de la literatura de la retórica y de
la poética. Su Manual de Literatura fue libro de texto durante
bastante tiempo, por lo que gozó de numerosas ediciones. El
volumen dedicado a la historia de la literatura española pretendía
reunir nuestras riquezas literarias de forma amena y lo más
completa posible para uso de la juventud. El mismo Gil de Zárate
reconoce en una edición posterior de este Resumen que era la
obra más completa de este género que existía y que muchas de
esas riquezas literarias "eran anteriormente tan desconocidas que
ni memoria de ellas se conservaba; y harto saben todos los que
tienen mi edad -continúa diciendo- cuánto costaba hace años el
adquirir esta clase de conocimientos"186. Se refiere evidentemente a
la literatura de la Edad Media. Además del repaso crítico de esta
producción, el primero que encontramos en un texto didáctico de
estas características, el proceso de canonización-
institucionalización de estos autores se ve apoyado por la
traslación literal de algunos pasajes literarios. Esto resulta bastante
frecuente en estas historias literarias, que se sitúan a medio
camino entre la historia crítica y la antología. Si la presentación
teórica remitía al mérito de los textos y a su ubicación en el
desarrollo general de las letras y de los géneros, su selección y
184
Cf. ibíd., vol. I, pp. 122-23.
185
Cf. Ibíd., vol. I, pp. 132-33.
186
Cf. ANTONIO GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico de la Literatura española,
4ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Imp. y Libr. de Gaspar y Roig, 1851, pp.
VI-VII.
201
transcripción permitía ver esas cualidades directamente, a la vez
que divulgaba aún más unas obras que no siempre estaban al
alcance de los estudiantes, bien porque sus ediciones estaban
agotadas, bien porque aparecían en tomos voluminosos -y
costosos- junto a otros textos más eruditos o de menos interés
didáctico.
Gil de Zárate adopta de Capmany su valoración de la sencillez
y naturalidad de estas composiciones en la expresión de los
sentimientos, a pesar de su falta de elegancia, corrección o
sublimidad y su frecuente desaliño y rusticidad. Por ello es de
agradecer que "no mortifican la falsa brillantez, los antítesis
simétricas, las espresiones forzadas, los pensamientos poco
naturales, y todas las afectaciones de esta naturaleza, que tanto
inficionaron y afearon los escritos de algunos autores mas
modernos"187. Mirando hacia atrás podemos confirmar en qué
medida los factores estéticos, culturales y sociales del momento se
reflejan tanto en la incorporación de determinados autores al canon
vigente, como en los juicios críticos sobre los mismos. Es aquí
donde cabe interpretar que Gil de Zárate eche en falta en estos
textos un sentimiento patriótico mucho más acusado; que valore su
naturalidad y sencillez, cuando es más general el
resquebrajamiento de la estética de la imitación que empezamos a
ver en Blair, Capmany o Sánchez Barbero con los inicios de la
estética romántica, o que considere más unos géneros que otros
por su índice de adecuación a la poética defendida. Así, participa
de opiniones anteriores cuando sostiene que el primer vagido de
nuestra poesía, el Poema del Cid, aunque no está falto de talento,
se debe considerar una curiosidad literaria; que la rudeza de su
lenguaje hace cansada su lectura y que "no merece el nombre de
poema, no siendo mas que una historia ó crónica rimada de cierta
parte de los hechos de aquel célebre guerrero"188. Más adelante
sostiene que la prosa del XV ha perdurado más que la poesía
porque la temática moral e histórica de la primera ha dado siempre
a los escritores un interés más general y permanente a diferencia
de la poesía, que sólo pasa a la posteridad cuando el autor posee
en alto grado las dotes que constituyen la verdadera poesía, de las
que carecieron los poetas del XV189.
187
Cf. ibíd., p. 23.
188
Cf. ibíd., p. 7.
189
Ibíd., p. 37.
202
La pregunta aquí se debería centrar en qué es lo que
entonces considera realmente poesía y qué es lo que se valora de
ella. Precisamente aquellos rasgos que se han destacado en los
textos precedentes y que llevan en este mismo proceso a rechazar
de los cancioneros la monotonía, el artificio, la escasa naturalidad y
sinceridad en la expresión de las pasiones y sentimientos... El alza
de un nuevo valor, la originalidad, de la que ya se habló de forma
aislada en el XVIII (pensemos en Feijoo o Capmany), hace valorar
por encima de otras circunstancias la expresión primera y popular
de determinados textos con independencia de su perfección formal,
frente a otros en los que
191
Cf. ALASTAIR FOWLER, "Género y canon literario", en M.A. GARRIDO
GALLARDO (ed.), Teoría de los géneros literarios, Madrid, Arco Libros, 1988,
pp. 95-127.
192
Cf. J. GRIMM, Silva de romances viejos (1815); F. WOOLF, Floresta de
rimas modernas castellanas, BOHL DE FABER, Floresta de rimas antiguas
castellanas, Hamburgo, en la librería de Perthes y Besser, 1821-25, 3 t.;
AGUSTÍN DURÁN, Colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII,
Madrid, Imp. de D. León Amarita, 1828-1832, 5 vols.
203
Se empieza a hablar entonces -con la influencia definitiva de
Ticknor- de los caracteres inmanentes de la literatura española:
religión, honor y galantería, de claros antecedentes medievales, en
estos intentos de perfilar la esencia de nuestra literatura.
Los manuales que siguieron al de Gil de Zárate no excluyeron
la literatura de esta época, mediatizados además por el peso de la
influyente Historia de literatura española de George Ticknor y de
magna obra de Amador de los Ríos. Los cuatro volúmenes de que
constaba la primera hacían un completo y erudito repaso por toda
nuestra literatura e insistían en nuevos valores inapreciados hasta
entonces, a la vez que abrían nuevos cauces a la historia de la
literatura, que se desprende ya de los textos con los que autores
anteriores, como el citado Gil de Zárate, iban ilustrando un relato
histórico próximo a la antología193. Uno de los cambios más
significativos en la recepción de la literatura española se ubica
precisamente en la producción medieval, que pasa a ser en sus
distintas manifestaciones ejemplo de originalidad creativa y singular
expresión del espíritu nacional. El Cid ya no es aquella antigualla
de construcción imperfecta, aquella historia rimada, sino un texto
romántico, "un poema por esencia", que encanta por la pintura
sencilla, viva y original del siglo que representa. La brusquedad y el
desaliño de su lenguaje y las desigualdades de su metro se ven
ahora de forma positiva como
194
Ibíd., vol. I, p. 22.
204
superado por ningún texto europeo de su tiempo196; o con buena
parte de la literatura medieval, exclusiva y original muestra de fe
religiosa y lealtad caballeresca española, perceptible en las
Partidas de Alfonso el Sabio, en los cuentos de don Juan Manual,
el la libertad ingeniosa del Arcipreste, en la razón y cordura de
Ayala, en los poemas devotos de Berceo y en las crónicas
caballerescas del Cid y de Fernán González197.
La Historia crítica de la Literatura española de Amador de los
Ríos estudiaba minuciosamente desde los orígenes más remotos
de las letras españolas hasta el Reinado de los Reyes Católicos.
Su pretencioso proyecto de hacer una historia crítica de nuestra
literatura quedó truncado en el siglo XV, pero alentó sobremanera
el estudio de este tiempo por las ventajas que tenía el conocimiento
de nuestros propios orígenes, de nuestra propia tradición, sin saltar
sobre ella como habían hecho nuestros escritores del siglo XVI y
tantos comentadores. Se proponía recoger el legado del siglo XVIII
y ahondar en los verdaderos pasos de su evolución. En el largo
preámbulo de su magna obra dice Amador de los Ríos que la
poesía
196
Cf. Ibíd., vol. I, p. 280.
197
Cf. Ibíd., vol. I, p. 109.
198
AMADOR DE LOS RÍOS, Historia crítica de la Literatura española, op. cit.,
vol. I, p. XCVI.
205
Manuel y de autorías diversas. Pero todavía en 1877 Luis Vidart
denunciaba la escasa organización de la colección y las carencias
notables de algunos géneros y épocas199, y echaba en falta un
volumen sobre los poetas épicos y líricos del siglo XV que
completara el ya existente sobre las poesías castellanas anteriores
al siglo XV. Allí se habrían de recoger textos de Manrique,
Santillana, Mena, Alonso de Cartagena, etc. Entre otras
sugerencias figuran las de nuevos tomos dedicados a los orígenes
del teatro (poesía dramática anterior a Lope) y a los orígenes de la
novela.
Estos años coinciden también con la reedición aparte de
algunos de los principales textos medievales. Así, sabemos que
José Amador de los Ríos publicó las Obras del Marqués de
Santillana en 1852, y que el Poema del Cid, el Cantar de Rodrigo y
el Poema de Alfonso Onceno, también vieron por entonces la luz
en diversas ediciones200. A ello se ha de sumar la labor
investigadora de eminentes profesores como Milá y Fontanals,
Menéndez Pelayo o, después, Menéndez Pidal, que amplía y
divulga en el ámbito universitario un mejor conocimiento de esta
época201.
Por otra parte, las colecciones escolares de clásicos españoles
que se publican en el último tercio del XIX suelen ser mucho más
conservadoras, siguiendo las orientaciones que advertimos de las
antologías de mediados de siglo. Con el pretexto de no saturar la
mente de los estudiantes con múltiples modelos, algunas del
prestigio de la de los jesuitas restringen su campo de acción
todavía en 1881 sólo a los autores del Siglo de Oro, sin ninguna
mención a escritores medievales202. Apoyándose en Gil de Zárate
basa su explicación en que, al ser una obra destinada a la
formación de la juventud, debe apoyarse en pocos y excelentes
199
Cf. LUIS VIDART, La Historia literaria de España. Artículos referentes a lo
que debe ser la Biblioteca de Autores Españoles publicados en la "Revista
Contemporánea", Madrid, Tip. de la Revista Contemporánea, 1877.
200
Vid. las ediciones del Poema del Cid de Damas Hinard (1858), Volmöller
(1879), Bello (1881) y Lidforss (1895); del Cantar de Rodrigo, de F. Michel
(1846) y F. Wolf (1847); y del Poema de Alfonso Onceno, de F. Janer (1863).
201
Vid. al respecto los análisis de J. C. MAINER, "De historiografía literaria
española: el fundamento liberal", y "La invención de la Literatura española",
op. cit., y ROMERO TOBAR, "La Historia de la Literatura española en el siglo
XIX...", op. cit.
202
Cf. Colección de autores clásicos españoles, para uso de los Colegios de
la Compañía de Jesús, op. cit.
206
modelos, y no en escritores de las épocas de formación y
decadencia de nuestra lengua, al menos en aquellos géneros que
tienen ejemplos de los escritores de la edad de oro203.
Este sucinto repaso nos ha permitido comprobar a grandes
rasgos la resistencia que ofrece el canon literario vigente a su
transformación y apertura, sobre todo cuando cuenta con el peso
de unos textos escolares, que validan o no las nuevas propuestas
según diversos condicionantes. La apertura a la literatura medieval
del canon dieciochesco ya hemos visto que ha sido lenta y
ayudada en buena medida por el rescate bibliográfico y editorial de
gran parte de esa producción. Pero, una vez recuperados muchos
de esos textos, cobra relieve el poder de la poética y de la estética
dominantes. La cuestión que ha planteado José Mª Pozuelo:
"Canon: ¿estética o pedagogía?" adquiere en este contexto plena
vigencia204. En el proceso de formación o transformación de un
canon es el sistema escolar el que al final lo consolida y extiende
con más garantías de divulgación. Los estudios que hiciera Curtius
de las vinculaciones entre la literatura clásica y la medieval205 son
trasladables al Dieciocho, cuando, además, se produce la
institucionalización de la historia de la literatura como disciplina
independiente.
203
Cf. Ibíd., vol. I, p. VII.
204
Cf. JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS, "Canon: ¿estética o pedagogía?", en
Ínsula, 600, 1996, pp. 3-4.
205
Cf. CURTIUS, Literatura europea y edad media latina..., op. cit.
207
3. Variaciones sobre los Siglos de Oro
207
Cf. MAYANS Oración en alabanza de las Obras de Don Diego Saavedra
Fajardo, op. cit., y Oración en que se exhorta a seguir la verdadera idea de la
eloquencia española, op. cit.
208
que instauran un canon a partir de otro. El entusiamo de Mayans
ante este libro se refleja en las siguientes palabras:
208
Cf. MAYANS, Oración en alabanza de las Obras de don Diego Saavedra
Fajardo..., op. cit., p. 144.
209
Vid. la edición de MESTRE de las Obras completas de Mayans, vol. II.
209
nos dejaron escritas los Venerables, i Eloqüentissimos Padres, i
maestros, Antonio de Aranda, Luis de Granada, Pedro de
Ribadeneira, i Luis de León"210. Aunque el objetivo de su Orador es
la reforma de la oratoria sagrada, recomienda la validez de la
imitación de algunos poetas, porque
211
Cf. Ibíd., p. 178.
212
Cf. RUSELL P. SEBOLD, "Análisis estadístico de las ideas poéticas de
Luzán: sus orígenes y su naturaleza", en SEBOLD, El rapto de la mente.., op.
cit., pp. 57-97.
210
francesa, de sus deseos de utilidad213, no podemos dejar de
contextualizarlo en esta corriente de vuelta a la literatura nacional,
que contaba además con el ejemplo de la magna obra de Mayans,
publicada entre sus dos ediciones214.
Y algo parecido se puede decir respecto de las variantes entre
las dos ediciones de la Filosofía de la elocuencia de Capmany, de
las que la segunda presta una mayor atención a la literatura
castellana. Con independencia de las razones aducidas para la
explicación de esta ampliación de intereses de carácter
marcadamente nacional y de sus posibles conexiones con un
antigalicismo derivado de los acontecimientos históricos de
principios del XIX, lo cierto es que una gran parte de los materiales
incorporados a su segunda edición de 1812 proceden de su
Theatro Crítico, publicado entre las dos ediciones de su Filosofía
de la elocuencia. También las adaptaciones de las obras de Blair y
Batteux aportaron un minucioso repaso por la producción literaria
española a lo largo de su historia. A partir de ellas, la progresiva
especialización de los estudios literarios, la edición de antologías e
historias de la literatura como apéndices o tratados independientes
de las preceptivas, la frecuente aparición de compendios y
resúmenes de las obras anteriores, constantemente reutilizadas en
la centuria pasada -más otros factores de índole puramente
estética-, hicieron que se redujera de manera considerable el
número de referencias y juicios literarios en los tratados.
Pero, ¿cuáles son los géneros que más atención reciben?
¿cuáles los autores más leídos? ¿qué se valora de ellos y con qué
criterios? La amplitud del corpus y la diversidad de textos que lo
componen hace más difícil una revisión completa de todo este
material, del que sólo esbozaremos los focos generales de
atención y las líneas valorativas más usuales, ya que un análisis
pormenorizado de estas lecturas excede nuestros actuales
planteamientos.
213
Cf. GEORGES DEMERSON, "Un aspecto de las relaciones hispano-
francesas en tiempo de Fernando VI: las Memorias literarias de París de
Ignacio de Luzán (1751)", en Textos y Estudios del Siglo XVIII, nº 9, 1981, pp.
241-73, p. 272.
214
Por el mismo motivo, la evidente presencia de autores, obras y juicios
críticos en la obra de este último nos hacen matizar el pensamiento de
Huretschke cuando señala que en Poética de Luzán, sobre todo en su segunda
edición, se dan los primeros elementos de una historia de la literatura
española. Cf. HANS JURETSCHKE, Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista..,
op. cit., pp. 240-41.
211
Canon y género literario: prosistas y narradores
217
MANUEL ROSSELL Y VICIANO, La educación conforme a los principios de
la Religion cristiana, leyes y costumbres de la nación española, Madrid, Imp.
Real, 1786, 2 vols., vol. I, p. 192.
218
Cf. MANUEL MERINO, Tratado de Rhetórica, op. cit.; ANTONIO SÁNCHEZ
VALVERDE, El Predicador. Tratado dividido en tres partes, al qual preceden
unas reflexiones sobre los abusos del púlpito y medios de su reforma, Madrid,
Joachin Ibarra, 1782; JOSÉ DE MURUZÁBAL, Compendio de Rhetórica... op. cit.;
213
El V. Ávila habia criado, por decirlo asi, un lenguage
mistico de robusto y subido estilo; y el V. Granada lo
hermoseó, lo retocó con lumbres y matizes, le dió
número, fluidez, y grandiosidad en las cláusulas, sin ser
hinchadas, afectadas, ni afeminadas. Tuvo tambien la
habilidad de ser grande con la expresion sencilla; y de
ocultar el arte, no habiendo casi período que carezca
de arte.219
219
CAPMANY, Teatro histórico-crítico de la elocuencia..., op. cit., p. 72.
214
entonces comenzó la lengua española á mostrarse
sublime y afectuosa en la pluma del místico
contemplador y en la del historiador noble y robusta.220
221
Cf. MADRAMANY, Tratado de la elocución..., op. cit., p. 23.
222
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de literatura..., op. cit., vol.
VII, p. 145.
223
Cf. JOAQUÍN ESPAR, Arte de Retórica para uso de los Seminarios,
Barcelona, Imp. Herederos de la Vda. de Pla, 1860. Siguen en importancia en
cuanto al número de citas: Fr. Luis de León, Cervantes, Manrique, Rioja y Lope
de Vega. El resto de los modelos elegidos por Espar para ilustrar su teoría
retórica pertenecen en su mayoría a esta época. Completan sus fuentes
literarias Fr. Antonio de Guevara, Malon de Chaide, Garcilaso, Fr. Diego de
Estella, Saavedra y, por último, Juan y Tomás de Iriarte. Estas observaciones
son importantes teniendo en cuenta que el Arte de Retórica de Espar apareció
en 1860, y sólo dos de sus menciones literarias pertenecen al siglo XVIII y
ninguna al XIX.
224
Datos concretos de la reedición de sus obras durante este período los
encontramos en ANTONIO JUÁREZ MEDINA, Las reediciones de obras de
erudición de los siglo XVI y XVII durante el siglo XVIII español. (Estudio
215
fue referencia inexcusable de los tratados de retórica sagrada y
profana de los siglos XVIII y XIX. A ello contribuyeron las
numerosas ediciones que tuvo en la centuria ilustrada, sobre todo a
partir de la traducción de Juan Baustista Muñoz, de 1768. Algunas
de sus reimpresiones tuvieron lugar en 1770, 1771, 1775, 1777,
1778, 1793, etc.225; en 1790 se publicaron también los Sermones
del tiempo. La traducción de sus obras, interpretada como reflejo
de la "secularización de la religión" (entonces estaba prohibida la
lectura de la Biblia en lengua vernácula) y como vehículo para la
extensión del español como idioma nacional226, se ha de considerar
de gran importancia para la difusión y conocimiento de la obra del
dominico, sobre todo a partir de la segunda mitad del XVIII.
Entonces se empieza a reivindicar el uso del castellano en la
enseñanza y comienzan a ser cada vez más evidentes las
deficiencias en la formación clásica de los estudiantes. Otras obras
suyas reeditadas por Muñoz fueron Primus tomus concionum de
tempore (1766), Concionum de praecipuis sanctorum festis
(Valencia, 1769, 3 vols.), Sylva locorum communium (1771) y
Collectanea moralis philosophiae (1775)227.
El indiscutible sello religioso y moral de la enseñanza de esta
época potenció en extremo la utilización de sus textos como
modelo de prosa elegante, sencilla y natural, fiel a unos ideales
estilísticos que pretendían recuperar el espíritu y la grandeza de
nuestra lengua del XVI. El lento y no siempre lineal avance de la
secularización de la enseñanza a partir del reinado de Carlos III y,
sobre todo, del Plan Pidal de mediados del XIX, le restaría algo del
protagonismo de épocas anteriores. Por otra parte, la uniformidad
de su producción limitaba bastante su utilización como modelo de
225
En 1768 apareció una reedición en latín hecha por Juan Baustista Muñoz:
Libri sex Ecclesiastae Rhetoricae sive De ratione concionandi, Valentiae,
Iosephi de Orga, MCCLXVIII. La edición castellana fue preparada por José
Climent (Barcelona, 1770).
226
Cf. JUÁREZ MEDINA, La reedición de obras de erudición..., op. cit., p. 248
y ss.
227
Para más información sobre la recepción de fray Luis de Granada, vid. la
tesis de VICENTE LEÓN sobre el influjo de este autor en el siglo XVIII, que
conocemos por referencia de MESTRE, Obras completas de Mayans, op. cit.,
vol. II, p. 15.
216
géneros diversos, al contrario de lo que sucedía con otros autores.
Era habitual que muchas de las antologías de finales del XVIII y
principios del XIX siguieran una ordenación cronológica, pero no lo
era menos la distribución de los textos por géneros. Nacidas
algunas para auxilio de las clases de rétorica y poética, ofrecían
una serie de ejemplos prácticos del desarrollo histórico de los
mismos a la vez que mostraban en su conjunto los principales
cambios de la lengua literaria. Así lo podemos apreciar en la
antología de Marchena. La parte dedicada a la prosa se organiza
en arengas y razonamientos, pinturas, descripciones, caracteres y
retratos, preceptos y críticas, paralelos, definiciones, cartas,
diálogos, narraciones, cuentos y fábulas, moral filosófica y moral
religiosa. Es evidente que en este cuadro de géneros los textos de
un autor de este tipo sólo tendrían cabida en algunos de ellos,
sobre todo en los dos últimos. Y así ocurre en el caso de Granada,
que sólo ilustra la moral filosófica y la religiosa con algunas
salvedades. Dice Marchena:
229
ANTONIO GARRIDO, Floresta española, ó Colección de piezas escogidas
en prosa, sacadas de los mejores autors de España antiguos y modernos. A los
quales se anteponen advertencias sobre el origen, progreso y decadencia de
la Literatura española, London, Boosey, 1807. La edición que hemos
consultado ha sido la cuarta, considerablemente aumentada y mejorada, que
se publicó en Londres, Libr. de Boosey e Hijos, 1827. Volvió a reeditarse en
Londres en 1855.
217
jocosas, satíricas y fabulosas, cartas y diálogos, Granada sólo
estaba representado en el apartado de los fragmentos oratorios,
mientras que, igual que en el caso anterior, Cervantes, Mendoza o
Mariana, podían ser buenos modelos en géneros diferentes.
Pero sin duda es Fr. Luis de León uno de los más claros
protagonistas de canon oratorio y poético de la centuria. Su obra no
se había vuelto a reeditar desde 1631 hasta la edición preparada
por Mayans y su discípulo valenciano Vicente Blasco, que apareció
en 1761 acompañada de una biografía hecha por Mayans230.
Recordemos cómo la Rhetórica mayansiana lo convierte en el
segundo autor más citado después de Saavedra.
Uno de los pasos más decisivos en el origen de la atención
dieciochesca a Fr. Luis se ha de situar ya en el conocimiento que
tenía de sus obras el P. Interián de Ayala, mercedario catedrático
de teología en la Universidad de Salamanca, que fue quien
observó la ausencia del agustino en la relación de autores que
hiciera Mayans en su Oración en alabanza de las obras de don
Diego Saavedra Fajardo, y que en posteriores ediciones fue
subsanada231. A partir de entonces, la paulatina propaganda y
divulgación de sus obras, en las que participaban intereses no sólo
lingüístico-literarios, sino también religiosos, le convertiría en uno
de los permanentes del canon literario de la época. El interés que
tenía la publicación de las obras del agustino en los sectores
religiosos se ha de encuadrar -según Mestre- en un humanismo
valenciano preocupado por la lectura de la Biblia en lengua
vernácula y por la relajación moral. Basta pensar en las ediciones
que surgieron de este ambiente. Además de la citada, Mestre
recoge otras: la Introductio ad sapientiam de Vives según la versión
de Astudillo cedida por Mayans (Valencia, 1765); La Perfecta
casada, al cuidado de Fr. Luis Galiana (Valencia, 1765); la Opera
omnia del Brocense preparada por Mayans (Ginebra, 1766);
Primus tomus concionum de tempore de Fr. Luis de Granada a
230
Cf. FRAY LUIS DE LEÓN, Obras propias i traducciones de latín, griego i
toscano con la paráfrasis de algunos salmos i capítulos de Job, Valencia, Joseph
Thomàs Lucas, 1761.
231
Para más información sobre estas primeras aproximaciones a la obra del
agustino, vid., ANTONIO MESTRE, "El redescubrimiento de Fray Luis de León en
el siglo XVIII", en Bulletin Hispanique, 83, 1981, pp. 5-33, al que le siguen unos
apéndices aclaratorios de la correspondencia entre Mayans y Vicente Blanco,
pp. 34-64.
218
cargo de Juan Bautista Muñoz (Valencia, 1766); De los nombres
de Cristo (dos ediciones distintas en Valencia, 1770), etc.232.
La actividad traductora de Fr. Luis fue muy valorada en esta
época, en la que tanta atención se prestaba a los clásicos y a la
divulgación romance de textos sagrados233. Sin embargo, no le
fueron ajenas las duras críticas que vertiera Munárriz sobre otros
tantos autores, acerca de un estilo que carecía de la sencillez de la
que fue prototipo en otras décadas. Dice sobre la falta de claridad
de algunos pasajes de Los Nombres de Cristo:
232
Cf. Ibíd., pp. 29-30.
233
Es lo que ocurre con Mendíbil y Silvela, que valoran la influencia de Fr.
Luis de León en la traducción de clásicos como Píndaro, Virgilio y Horacio. Cf.
MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. LVIII.
234
MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras..., op. cit., vol.
II, pp. 159-60.
219
de tal modo que es más aconsejable para su estudio que para la
imitación235.
No obstante, durante el siglo siguiente seguirá siendo uno de
los predilectos y ejemplo de pinturas, preceptos y críticas,
paralelos, moral filosófica y religiosa, poesía sagrada, lírica y
didáctica. De todos estos géneros incluye composiciones suyas el
Abate Marchena en sus Lecciones de filosofía moral y elocuencia.
En la introducción de la obra ya había dado cuenta del mérito de Fr.
Luis al situarlo entre los más selectos:
236
MARCHENA, Lecciones de filosofía moral..., op. cit., p. CXXXVII.
237
Vid. al respecto el trabajo de O. BARRERO PÉREZ, "Los imitadores y
continuadores del Quijote en la novela española del siglo XVIII", en Anales
Cervantinos, XXIV, 1986, pp. 103-21.
238
Aguilar Piñal contabiliza cincuenta ediciones del Quijote en Francia,
cuarenta y cuatro en Inglaterra, más otras tantas en Alemania, Holanda, Italia,
Irlanda, Bélgica, Rusia, Portugal, etc. A ello se ha de sumar su enorme
repercusión en la producción literaria de estos países y la abundancia de
imitaciones (veinticuatro en la literatura francesa, diecisiete en la alemana y
quince en la inglesa). Cf. FRANCISCO AGUILAR PIÑAL, "Cervantes en el siglo
XVIII", en Anales Cervantinos, t. XXI, 1983, pp. 153-63, pp. 158-59.
220
XVIII. Así, durante el XVIII aparecieron treinta y siete ediciones del
Quijote; nueve de las Novelas ejemplares; ocho del Persiles; tres
de La Galatea, y dos del Viaje al Parnaso239. No extraña que a
finales del XVIII Masdeu diera cuenta de este éxito editorial al
afirmar que "De Don Quijote qualquier elogio que yo quisiera hacer
sería escaso; y es alguna prueba de su mérito el no haber quizá
ningún libro ni de romance, ni de poësía de quien se hayan hecho
tantas traducciones, y tantas ediciones"240.
Aunque desde 1674 no se había vuelto a reeditar el Quijote, no
será hasta la década de los treinta cuando empiece a despertar
más interés (en 1704 apareció una edición en Barcelona). Aguilar
Piñal ha destacado en varias ocasiones los pasos más importantes
de la admiración dieciochista por la obra de Cervantes. Desde la
edición de Nasarre en 1732 del Quijote de Avellaneda- cuya
aprobación hecha por Agustín de Montiano sostenía que la obra de
Avellaneda era superior-, a la de la Academia prologada por
Vicente de los Ríos (1780), pasando por la publicación de su Vida
-elaborada por Mayans para la edición inglesa del Quijote en
1737-, fueron diversas las polémicas de que fue objeto y en las que
participaron el mencionado Nasarre, Montiano, Vicente García de
la Huerta, Forner, Estala, Tomás Antonio Sánchez, etc.241.
En la preceptiva retórico-literaria fue uno de los autores fijos del
canon de los siglos XVIII y XIX. La Vida de Cervantes de Mayans
es uno de los primeros y más completos trabajos del XVIII sobre el
autor, a la vez que una de sus más apasionadas reivindicaciones.
La admiración que le lleva al erudito valenciano a destacar su
capacidad descriptiva en La Galatea; su habilidad en el manejo de
los episodios, el decoro y la honestidad en el tratamiento de los
amores, o lo admirable de la invención, en el Quijote; la proporción
de sus personajes, el artificio y el entramado de los sucesos y la
pureza y naturalidad de su estilo242, no evita, sin embargo, que
239
Sobre las reediciones de Cervantes y de otros narradores en el XVIII, y
sobre el interés editorial y del público por la novela del siglo de oro,
fundamentalmente por la cortesana y picaresca, vid. ANTONIO FERNÁNDEZ
INSUELA, "Sobre la narrativa española de la Edad de Oro y sus reediciones en
el siglo XVIII", en Revista de Literatura, LV, 109, 1993, pp. 55-84.
240
Cf. MASDEU, Historia crítica de España..., op. cit., vol. I, p. 195.
241
Para más detalles sobre estas polémicas vid. AGUILAR PIÑAL, "Cervantes
en el siglo XVIII", op. cit., pp. 157-58.
242
Cf. MAYANS, Vida de Miguel de Cervantes , al frente de la edición del
Quijote, Londres, J. y R. Tonson, 1735, p. 25.
221
mencione aquellos puntos más negros en sus obras. Entre ellos
señala cierta afectación sintáctica en La Galatea243, la excesiva
mezcla de episodios en el Persiles o los frecuentes anacronismos y
retrocesos en la construcción temporal del Quijote244, eco de la
importancia concedida entonces a la verosimilitud del relato. Esto
no le impide, sin embargo, verlo como "Satira la mas felìz, que
hasta hoi se ha escrito, contra todo genero de gentes" 245 y uno de
los mejores textos de la lengua española. Este aspecto satírico del
Quijote, moralizador y corrector, será de los más valorados246,
como hace Jorge Pitillas cuando dice: "Quiero yo ser satyrico
Quixote/ Contra todo Escritor follón, y aleve"247, o como refleja el
fray Gerundio del P. Isla, tantas veces tomado como un don Quijote
de la oratoria sagrada248.
Durante el XVIII Cervantes se convertiría progresivamente en
una de las autoridades más citadas en retóricas sagradas y profa-
nas, y guía indiscutible de autores diversos; no en vano es el
venerable anciano que acompaña por el Parnaso al joven poeta
protagonista de las Exequias de la lengua castellana de Forner, a
modo de un Virgilio castellano. En la Rhetórica de Mayans ocupa
junto a Mateo Alemán el tercer lugar en número de referencias
después de Saavedra y Fr. Luis de León; es la máxima autoridad
del Tratado de la elocución (1795) de Madramany, que ejemplifica
estilos y recursos estilísticos con sus obras más representativas
(La Galatea, el Persiles, el Quijote, las Novelas Ejemplares...); es el
autor profano más utilizado por Aquino (1788), etc., etc.
Pero, ¿qué es lo que más se destaca de Cervantes? Uno de
los aspectos más alabados de sus textos reside en la claridad,
243
Cf. MAYANS, Oración en alabanza de las eloquentíssimas obras..., op. cit.,
p. 129.
244
Cf. Ibíd., p. 81 y MAYANS, Rhetórica, op. cit., p. 348.
245
Cf. Ibíd., p. 68.
246
Sobre las distintas apreciaciones del Quijote en el XVIII, vid., FRANCISCO
AGUILAR PIÑAL, "Anverso y reverso del "Quijotismo" en el siglo XVIII español",
en Anales de Literatura Española, I, 1982, pp. 207-16.
247
JORGE PITILLAS, Satyra contra los malos Escritores de este siglo, op. cit.,
p. 202.
248
Vid. al respecto el estudio de FRANCISCO JAVIER FUENTE FERNÁNDEZ,
"Estructuras paralelas entre Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, de F. J.
de Isla y Don Quijote de la Mancha de M. de Cervantes", en Tierras de León,
42, 1981, pp. 111-26.
222
naturalidad y pureza de su estilo, lo que justifica en parte la
atención que le prestan estos preceptistas, preocupados por la
sencillez y la armonía en una época en la que tan en descrédito
había caído la lengua literaria española, contaminada por la
influencia francesa. Resume así su mérito Capmany:
250
Así lo expresa García de Arrieta cuando lo sitúa al lado de Granada, León,
Pérez de Oliva, Hernando del Pulgar: "A esta sazon principió á escribir
Cervantes, y á mejorarse nuestra lengua, hasta llegar á lo último de su
perfeccion. España admirada vió al fin en el Quijote una repentina y súbita
transformacion de nuestras antiguas fábulas: la vanidad cambiada en solidez;
la bageza en decoro; el desaliño en compostura, y la sequedad, dureza y
groseria del estilo en elegancia, blandura y amenidad". Cf. GARCÍA DE
ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit., vol. IX, p. 186.
251
Cf. LUIS DE IGARTUBURU, Diccionario de tropos y figuras de Retórica con
ejemplos de Cervantes, Madrid, Imp. de Alegría y Charlain, 1842.
252
LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético..., op. cit., vol. V, p. 176.
223
un fondo inagotable en su fecundisima imaginacion.
Por otra parte: no es dificil crear nuevas invenciones
quando se deja correr la imaginacion mas allá de los
límites de lo verisimil, y aun de lo posible; estos
descubrimientos, por mas que embelesen al vulgo, no
convienen para producir deleyte en los lectores sabios.
Lo que se debe aplaudir, es aquella imaginacion felíz
que nos deleyta y encanta con prodigiosa variedad de
sucesos maravillosos y agradables, sin ofender, no digo
lo posible, mas lo verisimil. Esta es la circunstancia que
hizo á Cervantes superior al Ariosto y á los otros
romanceros.253
253
Ibíd., vol. V, p. 178.
254
Cf. Ibíd., vol. V, p. 83.
255
Cf. JUAN ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual..., op. cit., vol. IV, p.
489.
256
Cf. MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. III, pp. 304-05.
224
Otra cuestión es la designación del género al que pertence, y
en la que observamos la fluctuación de una crítica, que, a pesar del
éxito popular de las novelas, aún no las ha incorporado
oficialmente a su preceptiva. El replanteamiento de la validez del
esquema clásico de los géneros poéticos y oratorios, ubicados en
las tradicionales poética y retórica, se refleja en la consideración
crítica de obras de este tipo. Ya hemos visto cómo Lampillas
califica el Quijote de "poema romancesco". Más adelante José
Marchena discrepa de la disertación en la que don Vicente de los
Ríos intenta demostrar que el Quijote es un poema épico y
defiende su carácter novelístico basándose en que un loco no
puede ser protagonista de una epopeya (pero sí de una novela) y
en que no hay tanta unidad de acción y de plan como se había
dicho, esenciales por otra parte al poema épico258.
La preceptiva del XIX refuerza esta atención hacia Cervantes,
núcleo de la teoría sobre la novela de los hermanos Schlegel259. A
él recurren con frecuencia Francisco Sánchez (1805), Lista (1821),
Urcullu (1826) y mucho más Gómez Hermosilla (1826) o Martínez
de la Rosa (1827), por citar sólo algunos. En la antología que hace
Alberto Lista para las escuelas de primeras letras, realizada con los
criterios de la pureza y propiedad de las voces y frases, por un
lado, y por otro, por la decencia y afición a la lectura que puedan
despertar en los alumnos, otorga un puesto relevante en cuanto al
número de fragmentos seleccionados a Cervantes, Solís y
Mariana. Al primero "por la admirable flexibilidad de su estilo, y la
variedad de sus tonos y coloridos"; al segundo, "por la facilidad é
injeniosa claridad de su frase", y al tercero, "por la severidad y el
sabor latino de la diccion, y porque su lectura escitará en los
257
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit.,
vol. IX, p. 212. Sobre el interés de García de Arrieta por Cervantes no podemos
dejar de recordar que pocos años después de esta traducción publicaría El
espíritu de Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid, 1814), muchas veces
reeditado, y una edición de sus Obras.
258
Cf. JOSÉ MARCHENA, Lecciones de filosofía moral y elocuencia..., op. cit.,
p. XLVIII y ss.
259
Friedrich Schlegel fue un gran admirador de Cervantes, y lo mismo se
puede decir de August Wilhelm Schlegel, que llegó incluso a patrocinar la
traducción del Quijote por Tieck. En sus trabajos sobre literatura española
destaca su defensa de las novelas cortas del Quijote, así como del valor de la
segunda parte de la obra. Cf. RENÉ WELLEK, Historia de la crítica moderna
(1750-1950), vol. II, El Romanticismo, Madrid, Gredos, 1973, pp. 37-38 y pp.
77-78.
225
alumnos el deseo de conocer la historia de nuestra nacion"260. La
autoridad de la que gozó Lista en la crítica literaria española de la
época hará que no sólo se prolongue su canon -como iremos
viendo-, sino también algunas de sus ideas sobre el Quijote. Es
curioso cómo la colección de autores clásicos españoles de 1881
que utilizaron los jesuitas resalta sus valores lingüísticos a la
misma vez que recomienda tener presentes las palabras de Lista
que advierten del cuidado que hay que tener con las novelas,
incluso con ésta, en la formación de la juventud. Dice:
261
Cf. Colección de autores clásicos españoles..., op. cit., también recogido
literalmente en VICENTE AGUSTÍ, Florilegio de autores castellanos en prosa y
verso, op. cit., p. 394.
226
Martínez de la Rosa, que se vale de las obras de Cervantes en un
alto porcentaje (junto a Lope, Ercilla y Juan de la Cueva es el más
citado, seguido de Torres Naharro, Cienfuegos, los Argensola y
Virués)262. Asimismo hay que decir que desde la perspectiva
romántica es frecuente ver en Cervantes el ejemplo que confirma el
infructuoso esfuerzo de la voluntad creativa cuando no va
acompañada del genio natural para la poesía, al contrario de lo que
le ocurre en la prosa263.
Del mismo modo que la autoridad de influyentes teóricos
contribuyó a la canonización de determinados autores en las
antologías, las historias de la literatura mantuvieron líneas
similares. Los aspectos lingüísticos y, sobre todo, satíricos del
Quijote, fueron de los más destacados en el XVIII y las historias
decimonónicas de Sismondi o Deniz. Para el primero "en ninguna
obra de cuantas se han escrito en todas las lenguas ha sido la
sátira mas fina y agradable al mismo tiempo, ni tampoco
desenvuelta con mas talento ninguna mas dichosa invencion"264.
Deniz prolonga con leves variaciones estas afirmaciones. Sobre
esta obra dice que sobran los análisis; tan sólo "baste decir que en
lengua alguna se ha visto sátira mas fina y divertida, ni que se haya
desenvuelto una invectiva mas feliz con mas picante sarcasmo"265.
El reconocimiento de un mérito de sobra conocido convierte los
capítulos dedicados a Cervantes en las historias de la literatura de
la época en una recopilación de sus principales virtudes a partir de
los trabajos específicos que se habían ya publicado sobre el autor.
No obstante, también se destacaron algunos de sus defectos, que
no por ello afectaban al universalismo del Cervantes del Quijote:
descuidos y contradicciones en la composición de la obra, un plan
poco premeditado, "vago e inconexo", incorrecciones en el estilo a
pesar de su riqueza en locuciones y frases castellanas, y
frecuentes anacronismos266.
262
Datos más detallados sobre la recepción de estos autores se pueden
contrastar en EMILIA DE ZULETA, "La literatura nacional en las Poéticas
españolas", en Filología, XIII, 1968-1969, pp. 397-426.
263
Vid. LAMBERTO PELEGRÍN, Elementos de gramática universal aplicados a
la lengua española, Marsella, D'Achard, 1825, p. 259.
264
Cf. SISMONDI, Historia de la Literatura española, op. cit., vol. I, pp. 259-
60.
265
Cf. DOMINGO DENIZ, Nociones de Literatura española..., op. cit., pp. 37-
38.
227
Con el avance del siglo encontramos, junto a la diversificación
de las referencias literarias en una preceptiva cada vez más
homogénea, la predilección de ciertos preceptistas por la obra
cervantina y su personalidad literaria. Coll y Vehí lo situó en lugar
preferente en sus Elementos de Literatura, por encima de Fr. Luis,
Herrera, Lope, Meléndez, Moratín, Ercilla o Garcilaso, a los que se
refiere en menor proporción267. También Cortejón fue un gran
apasionado del autor del Quijote como lo demuestra la gran
cantidad de trabajos que publicó sobre él268; Mendoza y Roselló se
sirvió en un alto porcentaje de sus escritos para explicar los
distintos tipos de pensamientos269, etc., etc. Estos autores son sólo
un ejemplo limitado del interés decimonónico por el autor del
Quijote270.
Cervantes, pues, plenamente canónico, ha adquirido ese nuevo
estatus del que habla Kermode: una vez seleccionado en el canon
pierde su temporalidad y se convierte en un valor transhistórico,
arropado por los estudios y la labor erudita de la comunidad
interpretativa que confirma la paulatina intensificación significativa
de sus textos271. Los sentidos originales se enriquecen y modifican
con la superposición de las visiones necesariamente históricas de
sus intérpretes, como ya percibieron algunos críticos del XIX.
Fernández Espino denunció en 1789 los excesos interpretativos a
que estaba llegando la crítica biografista y positivista de su época y
266
Cf. TICKNOR, Historia de la literatura española, op. cit., vol. II, pp. 251-52.
267
Otra prueba del interés de este crítico hacia Cervantes la constituye su
publicación de Los refranes del Quijote, ordenados por materias y glosados
(Barcelona, 1874).
268
Vid. al respecto la relación de algunas de estas obras en la reseña bio-
bibliográfica del autor: Cortejón (1890).
269
Cf. MENDOZA Y ROSELLÓ, Retórica y poética.., op.cit.
270
Ediciones, biografías, comentarios y estudios diversos proliferaron
entonces respondiendo al interés biografista de buena parte de la crítica.
Romero Tobar ha repasado las tendencias y aportaciones del XIX al
conocimiento de Cervantes, desde García de Arrieta y los hermanos Schlegel a
Navarro Ledesma y Unamuno, pasando por Clemencín, Hartzenbusch,
Fernández Navarrete, Manuel Asensio y Toledo, Gallardo, La Barrera y un largo
etcétera. Cf. LEONARDO ROMERO TOBAR, "El Cervantes del siglo XIX", en
Anthropos, 98-99, 1989, pp. 116-119.
271
Cf. FRANK KERMODE, Formas de atención, Barcelona, Gedisa, 1988, p.
115, y también Historia y valor. Ensayos sobre literatura y sociedad, Barcelona,
Ediciones Península, 1990, p. 152.
228
apostaba por una mayor racionalidad que pusiera límite a tantos
escritos engalanados "con ideas, doctrinas ó propósitos en que no
llegó a pensar nunca el esclarecido autor del Ingenioso Hidalgo"272.
Este interés por el autor, perceptible desde Mayans, fue
determinante en la institucionalización de la novela como género
literario independiente, distinto de la épica y del romance273. Por
otra parte, no son sus intérpretes y críticos los que más contribuyen
a su canonicidad, sino también los numerosos escritores que
imitaron, reprodujeron y tomaron elementos diversos de su obra,
como se puede apreciar en los mencionados trabajos de Aguilar
Piñal y Romero Tobar. Este aspecto conviene tenerlo en cuenta,
porque las deudas literarias de alguna manera suponen siempre
una recuperación de los textos y una revisión de los mismos274.
273
Vid. al respecto el lúcido análisis de JOAQUÍN ÁLVAREZ BARRIENTOS,
"Sobre la insitucionalización de la literatura: Cervantes y la novela en las
historias literarias del siglo XVIII", en Anales Cervantinos, t. XXV-XXVI, 1987-88,
pp. 47-63.
274
Cf. HENRY LOUIS GATES, JR.: "Las obras del amo: sobre la formación del
canon y la tradición afroamericana", en AA.VV., El canon literario..., op. cit., pp.
161-187, p. 177.
275
Véase al respecto el artículo de ANTONIO MESTRE, "La obra literaria de
Saavedra vista por Mayans", en Monteagudo, 86, 1984, pp. 49-54. Y sobre su
recepción en otros autores, FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA, "Juicios
dieciochescos sobre Saavedra Fajardo", en Monteagudo, 56, 1976, pp. 5-10.
229
puedo desempeñar mejor mi gratitud, que dando al
mundo un testimonio público del alto aprecio que formo
de sus inmortales obras [...]276
276
MAYANS, Oración en alabanza de las eloquentíssimas obras de don Diego
Saavedra Fajardo.., op. cit., p. 114.
277
Cf. Ibíd., p. 131.
278
Ibíd., p. 149.
279
Cf. MAYANS, Rhetórica, op. cit., p. 28.
280
Cf. CAPMANY, Theatro histórico-crítico..., op. cit., vol. V, p. 134.
230
Cervantes; o en el mismo Munárriz, que lo consideraría uno de los
mejores modelos para la prosa escrita (junto a Solís), mientras que
para la pronunciación recomendaba a Cervantes y a Granada281.
Sin embargo, Saavedra fue también objeto de opiniones
adversas. Vargas Ponce, por ejemplo, lo acusa con Paravicino,
Solís, Quevedo y otros seguidores, de contribuir a la decadencia
del castellano por la mala influencia que en él ejercieron Tácito y
Séneca282. Según él, Saavedra ocupa el primer puesto entre los
corruptores de la prosa castellana, contra las opiniones de Mayans,
que había situado en este lugar a Paravicino, o de Luzán, que
había culpado al italiano Malvezzi:
282
Cf. VARGAS PONCE, Declamación contra los abusos..., op. cit., pp. 30-31.
283
VARGAS PONCE, Disertación acerca de la lengua castellana..., op. cit., p.
132.
284
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., pp. 512-13.
285
Las historias de Mariana y Solís son las utilizadas en los ejercicios de
traducción del Certamen público de Poética y Retórica,, dirigido por Manuel
231
en los fragmentos recogidos por Capmany en su Theatro histórico-
crítico y en los juicios de García de Arrieta. Del Solís prosista
reprocha este último lo excesivamente florido o poético de su estilo
en algunos pasajes, la prodigalidad conceptual y el oscurecimiento
de su expresión, mientras que alaba su ingenio, la dicción pura y
elegante que no utiliza voces extrañas, las sentencias no afectadas
ni sobrepuestas y sus buenos razonamientos. Siguiendo a Nicolás
Antonio sostiene que "Solís es uno de los rarísismos Escritores que
mas merecen el perdon de sus defectos, en gracia de las bellezas,
del noble y culto ornato, propiedad y pureza de la locucion
castellana"286. A mediados del XIX se sigue recomendando por la
pureza y sencillez de su estilo, la unidad del argumento, el interés
de sus lances, sus descripciones, de manera que "pocas historias
se leen con más placer que la suya"287.
Marchena prolongó esta tradición y se sirvió de muchos de sus
textos para ilustrar las modalidades oratorias más del gusto de la
época: arengas, pinturas, descripciones, retratos y preceptos, junto
a los ejemplos de Mariana y del citado Cervantes. Su presencia en
este canon, como la de otros autores similares, se justifica en gran
medida por el esquema de los géneros imperante en los tratados
retórico-literarios, que todavía no habían incorporado la novela a
sus planteamientos como género literario -o poético- de pleno
derecho. El triunfo posterior de la novela y de la prosa de ficción en
general supondrá un nuevo replanteamiento de los géneros e
incluso del concepto mismo de poesía o literatura, y por
consiguiente, nuevas reordenaciones del canon literario.
La lentitud en estas transformaciones nos lleva a leer a
mediados del XIX de la pluma de Gil de Zárate que los escritores
en prosa "excepto de media docena, como Mariana, Solís,
Cervantes, Saavedra, Fr. Luis de Granada, Mendoza y algun otro,
todos los demas son casi desconocidos de la mayor parte de las
gentes, y aun de los citados, algunos hay que no se suelen leer
sinó á trozos"288. Las causas residen para él en lo voluminoso de
las obras y en el poco agrado de su lectura por la materia de que
Blanco Valbuena en 1776, op. cit., p. V.
286
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit.,
vol. VII, p. 88 y ss.
287
Cf. DÉNIZ, Nociones de Literatura española..., op. cit., p. 65. Vid. también
los juicios en extremos laudatorios de Gil de Zárate, Resumen histórico-
critico..., op. cit., p. 560.
288
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., p. 492.
232
tratan y las formas que utilizan. Por otra parte, conviene tener en
cuenta que articula su historia de la literatura española en géneros
literarios y que las agrupaciones que hace en prosa (escritores
morales, políticos y críticos, escritores sagrados, historiadores y
novelistas) delatan ya el peso de los primeros, sobre todo de
historiadores y autores sagrados.
La prosa que se recomienda del reinado de Carlos I será
básicamente la de narraciones históricas, cartas, diálogos y
escritos de tono doctrinal, según podemos apreciar en la selección
de autores y textos que hace Capmany en su Theatro: Juan López
de Palacios Rubios, Fernán Pérez de Oliva, Fr. Antonio de
Guevara, Luis Mexía, Pedro de Rua, Cervantes de Salazar,
Villalobos, Venegas, Luis de Ávila y Zúñiga, Pedro Mexía, Florián
de Ocampo o Juan de Ávila. De las obras de estos autores,
siempre matizables en algún punto, Capmany selecciona aquellos
pasajes que considera más próximos a su idea de la elocuencia
castellana. Así, Mexía es traído por su "noble, conciso, y sonoro
lenguage, en prueba mas de la magestad que de suyo respiraba
entonces la lengua castellana, que del esmero, primor, y gallardía
de la pluma del historiador"289; de Florián de Ocampo destaca la
imaginación de sus descripciones y la fuerza y gravedad de sus
palabras290; y de Juan de Ávila dice que, a pesar de algunas
incorrecciones en muchas partes de sus escritos, debe
considerarse "un genio criador en el idióma místico castellano, al
qual enriqueció de numerosas y energicas voces, á cuya melodia y
magnificencia no estaban acostumbrados los oidos"291.
El reinado de Felipe II supuso importantes avances en el
desarrollo y perfeccionamiento de la lengua literaria, alcanzando el
carácter varonil, serio, elegante, vigoroso y apropiado que tanto se
echa de menos en el XVIII 292. Hurtado de Mendoza ("el primer
historiador español que supo hermanar la eloqüencia con la
política: es decir, que supo juntar en una misma obra el arte de
escribir bien con el de pensar"293), Fray Luis de Granada, San Juan
de la Cruz, Santa Teresa, Fr. Diego de Estella, Fr. Luis de León,
289
Cf. CAPMANY, Theatro histórico-crítico..., op. cit., vol. I, p. 299.
290
Cf. Ibíd., p. 340.
291
Cf. Ibíd., p. 374.
292
Cf. Ibíd., p. 2.
293
Cf. Ibíd., p. 6.
233
Malón de Chaide, Fr. Fernando de Zárate, Antonio Pérez..., serán
algunos de los más destacados. De ellos se valorará
especialmente la claridad, la sencillez, la precisión y pureza
estilística. Dice Capmany de los escritos de San Juan de la Cruz:
295
Afirma Mayans: "Don Francisco de Quevedo y Villegas, que assi en lo
sèrio, como en lo burlesco, fue, si no igual, no mui inferior a los mas cèlebres
hombres que logrò la antiguedad; i en lo que toca al estilo, tan facundo, que si
por razon de los argumentos no huviera afectado la vulgaridad, por la
grandeza de su ingenio, i chistosidad de su genio, la extravagancia del discur-
so, i la burlería; sería hoi el ejemplar primero de la eloqüencia Española". Cf.
MAYANS, Oración en alabanza..., op. cit., pp. 126-27.
234
histórica de sus obras, cargadas de alusiones a situaciones y
personajes concretos de su época:
296
Cf. CAPMANY, Theatro histórico-crítico..., op. cit., vol. V, p. 49.
297
Cf. Ibíd., vol. V, pp. 47-48.
298
SISMONDI, Historia de la Literatura española..., op. cit., vol. II, pp. 139-40.
235
cualquier fortuna, La hora de todos y la Vida del gran Tacaño299.
Diez años más tarde Déniz resumía en su Historia de la Literatura
algunas de las aportaciones más señaladas de historiadores
anteriores y suavizaba en parte algunos de los juicios sobre
Quevedo. Los aspectos satíricos y humorísticos de su producción a
la par que la gravedad con la que trata temas serios son muy
apreciados. Transcribimos sus palabras:
300
DÉNIZ, Nociones de Literatura española..., op. cit., pp. 60-61.
301
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., pp. 506-07.
302
Cf. FÉLIX JOSÉ REINOSO, Disertacion sobre la influencia de las Bellas
Letras en la mejora del entendimiento y rectificación de las pasiones.
236
no huviera afectado tanto el jugar de vocablos, i en estilo huviera
correspondido en la pureza a su gran idèa, i erudicion amena;
huviera escrito un Criticon, a quien la Critica mas severa no tuviera
aliento de atreverse"303. Sin embargo, estos excesos formales
serán disculpados por la utilidad moral de la obra y por la excelente
pintura que hace de los engaños, vicios y abusos de su tiempo304.
Otras veces -caso de Munárriz-, las objeciones superan el lado
positivo que pudieran tener algunos de estos escritores, y lo que
pesa es la incapacidad del autor para construir un estilo imitable y
modélico. Dice en un momento:
303
Cf. MAYANS, Oración en alabanza..., op. cit., p. 146.
304
Cf. CAPMANY, Theatro histórico-crítico..., op. cit., vol. V, pp. 210-11.
305
MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. II, pp. 161-62.
237
las novelas más importantes se reeditaron en bastantes ocasiones:
El Buscón de Quevedo (14 eds.), el Guzmán de Alfarache, de
Mateo Alemán (8 eds.), el Lazarillo (7 eds.), etc.; y menos aún la
novela costumbrista (Cristóbal Lozano, Cervantes, Pérez de
Montalbán, Sánchez Tórtoles y María de Zayas), y aunque en
menor medida, la bizantina, la caballeresca y la pastoril 306. Pero,
¿por qué no se alude a ella en la misma medida que a los otros
géneros?
Como planteábamos al principio, canon y género literario están
estrechamente unidos, y así lo podemos comprobar en épocas
como ésta en las que hay géneros aún no admitidos en la
preceptiva oficial o en proceso de aceptación. En un tiempo en el
que se prohíbe expresamente que los jóvenes lean todo género de
romances y de historias fabulosas, poco lugar quedaba para su
recomendación. En el tratado de educación de Manuel Rossell, de
1786, se recomienda, además de textos sagrados, la lectura de
libros de historia (Bossuet, Isla, Mariana, Herrera, Saavedra, Solís,
Mendoza, etc.). Rechaza las novelas y los géneros afines porque
engendran ideas equivocadas, corrompen el gusto y trastornan la
buena educación, y admite sólo las fábulas morales que hacen
aborrecibles los vicios (el Telémaco de Fenelón, el Quijote de
Cervantes, el Asno de oro de Apuleyo, el Guzmán de Alfarache de
Mateo Alemán, el Lazarillo de Tormes y otros, pero si los
estudiantes saben discernir lo bueno de lo malo307. Otro tratado de
educación de finales del XVIII abunda en esta idea, advirtiendo
también de los peligros de las comedias y representaciones
teatrales. Se dice allí de las novelas que:
306
Vid. una referencia más completa de estas ediciones en ANTONIO
FERNÁNDEZ INSUELA, "Sobre la narrativa española de la Edad de Oro y sus
reediciones...", op. cit.
307
Cf. MANUEL ROSSELL, La educación conforme a los principios...., op. cit.,
p. 148.
308
Cf. Tratado de Educación para la Nobleza, escrito por un Eclesiástico de
238
De las españolas se salvan el Quijote y el Guzmán de
Alfarache. Por otra parte, el conservadurismo de una educación de
marcado carácter religioso acentúa estas reservas, que se siguen
reflejando en otros textos de la época. Entre los libros en prosa que
había de tener todo profesor de humanidades en 1820 se
encuentran las obras de Oliva, Pedro Megía, Mayans y Feijoo,
Saavedra, Solís, el Quijote, el Fray Gerundio, el Gil Blas, El
hombre feliz, el Telémaco y El nuevo Robinson, además de las
obras premiadas por la Real Academia y el Informe sobre la Ley
agraria de Jovellanos. Los estudiantes debían estudiar, entre los
castellanos en prosa, a Granada, Cervantes, Oliva, Mendoza,
Moncada, Saavedra y "el afectado Solís"309. Son los mismos
autores que selecciona Lista en su Colección de trozos escogidos
de los mejores hablistas castellanos (Cervantes, Mariana, Solís,
Quevedo, Diego Hurtado de Mendoza, Moncada, Granada, León,
Jovellanos), los mismos que repite Ranera en 1846 con algunas
adiciones, igual que la Colección de los escolapios, en la que no
hay representación de la prosa de ficción (sólo se consideran el
género epistolar, didáctico, histórico y oratorio), etc., etc.
Las preceptivas decimonónicas que analizan la novela
incorporan una relación de los principales representantes de ese
género en España y fuera de ella. Sin embargo, los grandes del
género siguen siendo los ya mencionados: Cervantes, Hurtado de
Mendoza y Quevedo, como considera Manuel de la Revilla en
1872310.
Son los grandes novelistas mencionados, las grandes figuras,
los que al final acaban marcando las pautas en la aceptación
teórica de determinados géneros, en este caso de la novela. Sólo
la institucionalización de ésta, admitida como género literario
independiente, conllevará la apertura del canon oficial a otros
autores. De ello se deduce lo arriesgado que puede resultar hablar
de un solo canon en una época histórica. El canon oficial, el que
recibe la sanción de los organismos educativos, restrictivo y
conservador, convive con el que alimenta la gran masa lectora, que
demanda unos productos no siempre coincidentes con los de aquél
309
Cf. BRAULIO FOZ, Plan y método para la enseñanza..., op. cit., p. 16.
310
Cf. REVILLA Y ALCÁNTARA GARCÍA, Principios de Literatura general e
Historia de la Literatura española, op. cit., vol. I, p. 212.
239
-las censuras y las prohibiciones reflejan siempre gustos muy
extendidos-. Aunque escapa a nuestros actuales planteamientos, el
estudio de las conexiones entre estos dos "campos" (en la
terminología de Bourdeau) plantea otro ángulo de visión que
permitiría una mejor comprensión de los cambios literarios y del
proceso de canonización311.
311
Cf. PIERRE BOURDEAU, Las reglas del arte. Génesis y estructura del
campo literario, Barcelona, Anagrama, 1995.
240
Los poetas líricos.
313
Cf. IURI TYNIANOV, "El hecho literario", en AA.VV., Antología del
Formalismo ruso. Polémica, historia y teoría literaria, vol. I, Intr. y ed. de Emil
Volek, Madrid, Fundamentos, 1992, pp. 205-25.
241
habían bebido de fuentes latinas e italianas; incluso algunos -caso
de Fr. Luis de León o Villegas- fueron apreciados también por su
traducción y divulgación de textos clásicos.
El análisis de la recepción de estos autores en los teóricos de
los siglos XVIII y XIX no puede quedar al margen de la difusión que
tuvieron en ediciones y monografías a partir de la segunda mitad
del Dieciocho. La poesía de Garcilaso, prologada y anotada por
José Nicolás Azara en 1765, alcanzó varias reimpresiones (Madrid,
Sancha, 1778 y 1796) tras más de cien años sin reeditarse, y algo
similar ocurrió con Fray Luis, Villegas o Lupercio Leonardo
Argensola314.
La sencillez, dulzura, amenidad y corrección de los versos de
Garcilaso estaban continuamente en boca de los preceptistas en
una época que gustaba de la bucólica y de la recreación clasicista.
Garcilaso constituía, igual que Fr. Luis, un buen modelo de
imitación de los clásicos. Llamado "Príncipe de los Poetas Líricos"
gozó durante mucho tiempo de un lugar preeminente en el conjunto
de los poetas líricos. A pesar del tiempo transcurrido sin que se
publicaran sus obras, hay que recordar que Garcilaso fue uno de
los poetas que antes adquirió el estatuto de clásico, ya desde las
tempranas Anotaciones de Herrera. En el XVIII es el poeta lírico
más citado de la Poética de Luzán con clara diferencia con
respecto a sus más inmediatos seguidores: Solís, Góngora, L.L.
Argensola, Herrera y Luis de Ulloa. En su Arte de hablar ya era
para Luzán uno de los principales representantes de la pureza de
estilo, junto a Herrera, Fr. Luis de Granada, Cervantes, Lope,
Mariana, Saavedra o Calderón315. Asimismo Mayans lo cuenta
entre los poetas más citados de su Rhetórica, sólo después de Fr.
Luis de León y de Góngora. Maestro indiscutible de la égloga,
Garcilaso es también para Lampillas digno padre de la lírica
española por "la elegancia de la lengua, la dulzura y soberanía de
las expresiones, la pintura de los afectos y el buen gusto y
delicadeza, que brilla en sus poesías"316, acompañado de Fr. Luis,
Herrera, Figueroa, los Argensola, el Quevedo de las canciones y
314
Sobre la influencia de la labor crítica de los neoclásicos en la reimpresión
de obras poco difundidas desde sus primeras publicaciones, vid. RUSSEL P.
SEBOLD, "Contra los mitos antineoclásicos españoles", en El rapto de la
mente..., op. cit., p. 55.
315
Cf. LUZÁN, Arte de hablar, o sea, Retórica de las conversaciones, Ed., intr.
y notas de Manuel Béjar Hurtado, Madrid, Gredos, 1991 (manuscrito fechado
en 1729), p. 95.
316
Cf. LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético..., op. cit., vol. V, pp. 111-12.
242
odas, Villegas, el Príncipe de Esquilache y Lope de Vega (también
el de las canciones y odas). Estos mismos poetas serán también
destacados por el P. Andrés, quien al tratar de la lírica sostiene:
318
Cf. LUZÁN, La Poética, op. cit., pp. 119-20.
319
Cf. CADALSO, Los eruditos a la violeta ó Curso completo de todas las
ciencias, dividido en siete lecciones para los siete días de la semana.
Compuesto por Don Joseph Vazquez, quien lo publica en obsequio de los que
pretenden saber mucho, estudiando poco, Madrid, Imp. de antonio Sancha,
1772, p. 18.
243
estas décadas, la de Pedro Estala, cuyo objeto era reimprimir todos
nuestros buenos poetas líricos, y sobre todo "los que por voto
comun de los eruditos tienen un mérito sobresaliente, y nada hay
en ellos que cercenar, corregir, ni reprender"320, no sea
considerado. Los gustos del colector iban por otra línea, pues le
reprocha su excesiva imitación de los clásicos. Dice:
320
Cf. ESTALA, Colección de poetas castellanos..., op. cit., vol. I, p. 4.
321
Ibíd., vol. XVI, p. X-XI. Para más datos sobre la recepción dieciochesca de
los principales poetas del Siglo de Oro, vid. también el artículo de EMILIO
PALACIOS FERNÁNDEZ, "Los poetas de nuestro Siglo de Oro vistos desde el
XVIII", en II Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo, Oviedo, Centro de
Estudios del Siglo XVIII, II, 1983, pp. 517-44.
322
Cf. MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. III, p. 372.
244
La actitud de la preceptiva posterior hacia el género bucólico,
del que Garcilaso era el máximo representante, influirá de modo
considerable en su valoración. La égloga, la bucólica, el idilio, la
novela pastoril..., manifestaciones literarias cuyo horizonte genérico
se situaba en las composiciones griegas y latinas y en las
imitaciones renacentistas, dejaban muy poco espacio a la
creatividad y a la invención. El genio, cada vez más valorado en el
nuevo enfoque de la literatura de tono romántico, quedaba
aprisionado en textos de este tipo, víctima de la propia convención
del género. García de Arrieta confirma lo que decimos cuando
reclama en los años de entre siglos más originalidad en la égloga:
323
GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit., vol.
II, pp. 283-84.
324
Cf. MARCHENA, Lecciones de filosofía moral..., op. cit., pp. XXV-XXVI.
245
lugar que le corresponde en la renovación de la poesía española
como uno de los escritores que manejó la lengua con más
propiedad y acierto325.
De este modo, observamos el relativismo con que la perspecti-
va histórica hace ver a los poetas. Aunque ninguno gozara de un
juicio absolutamente favorable como cumbre de perfección y todos
tuvieran sus puntos más o menos censurables, se puede decir que
estas actitudes y este modo de ver los géneros en su desarrollo
histórico y con respecto a las posibilidades expresivas e
innovadoras futuras acentuó una visión menos homogénea de los
autores. El mismo García de Arrieta antepondrá en este género el
quehacer poético de Valbuena al de Garcilaso, contra el común
sentir de preceptistas y críticos. Ya su Egloga I la toma en su
totalidad como "de los mejores modelos de esta especie, que
ofrece nuestra lengua"326, basándose precisamente en su mayor
adecuación a los modelos, lo que le confiere "mas caracter
bucólico", es decir, mayor fidelidad a las convenciones clásicas del
género. Según él Valbuena es respecto de Garcilaso lo que
Teócrito respecto de Virgilio; Garcilaso es mas culto, mas dulce,
mas artificioso y delicado; Valbuena mas natural y sencillo 327. Lo
cual no deja de resultar una aparente contradicción con sus
anteriores reparos a la falta de originalidad del género bucólico.
Otro de los que aprecia la escritura del "insigne Valbuena" es
Miguel José Moreno en los comentarios a su traducción de El
sublime de Longino (1881), cuando se manifiesta abiertamente
contra las frecuentes críticas de Gómez Hermosilla y confiesa no
conocer poeta mas rico, ni imaginacion mas creadora
(exceptuando algunos versos), porque "Valbuena es una mina de
lenguage poético capaz de enriquecer á los ingenios mas
pobres"328.
De cualquier manera, Hermosilla, que une a Garcilaso y a
Cervantes por la hermosura de su lengua329, sigue manteniendo al
primero en un lugar relevante de la poesía lírica y del lenguaje
325
Cf. QUINTANA, Poesías selectas castellanas..., op. cit., vol. I, pp. XXXVI-
XXXVII.
326
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit.,
vol. II, p. 251.
327
Cf. Ibíd., vol. II, pp. 265-67.
328
Cf. MIGUEL JOSÉ MORENO, Comentarios (A Dionisio Casio Longino,
Tratado de la sublimidad, traducido fielmente del griego___, Sevilla, Imp. y Libr.
Española y Extranjera de D. Rafael Tarascó y Lassa, 1881, p. 94.
246
literario en general. También Gregorio Garcés lo cuenta entre los
maestros, junto a Boscán, Fray Luis, Ercilla, Cristóbal de Mesa, los
Argensola, Gil Polo, Juan de Morales, Rey de Artieda, Gregorio
Morillo, Lope, etc.330, y Foz lo sitúa en 1820 entre sus
recomendados al lado de Fray Luis de León, Herrera y los
Argensola331.
Las historias de la literatura del XIX destacaron siempre el
papel de Boscán y Garcilaso en la renovación del lenguaje poético.
Sismondi se refiere a Boscán, Garcilaso, Diego Hurtado de
Mendoza, Saa de Miranda y Jorge de Montemayor como los
autores más representativos del reinado de Carlos V, y llama la
atención sobre la aparente contradicción entre el ambiente
guerrero que viven estos poetas y la delicadeza y afeminamiento
de su poesía pastoril. El mundo poético irreal en el que se refugian
estos poetas es lo que en su opinión le resta perdurabilidad a sus
composiciones, que juzga de "flor pasagera" que pronto olvidamos
porque apenas ha dejado huella332. Pero en lo que más se insistirá
a lo largo de la centuria es en lo que significa de transición entre la
antigua y la moderna poesía, porque -como dice Gil de Zárate-
"cuanto existió antes de él se olvida ó queda reducido á objeto de
mera curiosidad; y sólo desde él se cuenta la verdadera era de
esplendor y gloria para las musas castellanas"333.
330
Los autores que sigue en su trabajo son los mismos citados por
Cervantes en su Parnaso. Cf. G. GARCÉS, Fundamentos del vigor y elegancia
de la lengua castellana, Madrid, 1791, 2 tomos en 1 vol.
331
Cf. FOZ, Plan y método para la enseñanza.., op. cit. Vid. en concreto el
capítulo "Libros que debe tener todo maestro de humanidades", pp. 11-15.
332
Cf. SISMONDE DE SISMONDI, Historia de la Literatura..., op. cit., pp. 225-
26 y 245.
333
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico de la Literatura española..., op.
cit., p. 43.
247
edición de Quevedo de 1631, la edición de 1761, que llevaba una
biografía del autor escrita por don Gregorio Mayans, era la primera
que veía la luz. No extraña que sea Mayans el responsable de esta
edición, cuando en repetidas ocasiones se había proclamado
ferviente admirador de su obra. Este prolongado silencio sobre
Fray Luis de León a lo largo del XVII muestra el escaso interés que
despertó entonces y nos lleva a preguntarnos qué provocó esta
irrupción en el panorama editorial.
Mestre ha estudiado con detalle la lenta gestación de este
proceso, que culmina con la publicación por estos años de diversas
obras de Fr. Luis después de mucho tiempo 334 y ha destacado
cómo no intervienen solamente criterios estéticos o literarios: el
interés de Mayans por Fr. Luis de León, Fr. Luis de Granada, Arias
Montano o Juan Luis Vives obedecía también a intereses
ideológicos y religiosos. Sus obras tenían buen estilo, pero también
penetración y movían a la piedad, factor este último muy apreciado
en el círculo humanista valenciano de Mayans, preocupado por la
lectura de la Biblia en lengua vernácula y por la relajación moral.
Estudiando la correspondencia de Mayans, Mestre ha señalado
que son estas inquietudes religiosas las que explican en buena
medida la edición de numerosos textos humanísticos del XVI
español (Fr. Luis de León, Vives, el Brocense o Fr. Luis de
Granada), que aparecieron por los mismos años335. Este
movimiento editorial de las obras del agustino culminará a
principios del XIX con la gran edición de sus Obras completas
realizada por el P. Antolín Merino (1804-1816).
Los juicios laudativos sobre Fr. Luis de León abundaron
durante esta época, siempre presente en las recomendaciones de
los principales teóricos. Para Jovellanos, por ejemplo, es, junto a
Garcilaso, Herrera, Rioja, Ercilla, Valbuena y los Argensola, "el
primero y más recomendable entre todos"336. En él concurrían
temática, estilo, composiciones, inspiración y fuentes del más
genuino gusto neoclásico, a la vez que materializaba los buenos
334
Entre ellas figuran La perfecta casada, que no se había editado desde
1632 y fue impresa cuatro veces entre 1765 y 1799; De los nombres de Cristo,
que tuvo dos ediciones distintas (Valencia, 1770, después de 167 años sin
publicarse) y otra en 1779; La Exposición del libro de Job, publicada por
primera vez en 1779, y la Traducción literal y declaración de los Cantares de
Salomón, impresa en 1798. Cf. ANTONIO MESTRE, "El redescubrimiento de Fr.
Luis de León en el siglo XVIII", en Bulletin Hispanique, 83, 1981, pp. 5-64, p. 7.
335
Cf. Ibíd., pp. 29-30.
336
Cf. SARRAILH, La España ilustrada de la segunda mitad..., op. cit., p. 158.
248
resultados que una imitación inteligente de los clásicos podía
proporcionar. No extraña que influyera en la obra poética de
múltiples poetas de la escuela salmantina, e incluso de la sevillana,
como Fr. Diego González, Meléndez, Forner, Iglesias, Noroña,
Arjona o Lista337. Oigamos el parecer de este último:
338
LISTA Y ARAGÓN, Lecciones de Literatura española..., ed. de Juretschke,
op. cit., p. 454.
339
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico de la Literatura española..., op.
cit., p. 51.
340
Citamos por VICENTE AGUSTÍ, Florilegio de autores castellanos..., op. cit.,
p. 399.
249
poetas de principios del XVII que salían del ámbito estrictamente
bucólico y ascético. Pese a las valoraciones anteriores no eran
pocos los que percibían todavía cierta dureza y desaliño, no sólo
en Garcilaso, sino en general en la poesía de esa época. El P.
Andrés es uno de ellos cuando confiesa sobre la poesía de los
poetas del XVI que "no puedo alabar plenamente la armonia y
suavidad de sus versos, ni satisfacerme del todo de la exâctitud y
regularidad de su poesía"341. El momento álgido de la perfección
poética, de una mayor armonía y dominio lingüístico se sitúa
entonces a principios del XVII, con Villegas, los Argensola y otros
poetas que florecieron en ese tiempo, que "escribieron versos mas
armoniosos, manejaron la lengua con mas destreza, y expresaron
sus pensamientos con mas artificio y maestría"342.
El acusado interés dieciochista por Villegas, uno de los
habituales del canon literario de este período, se ha de encuadrar
en el mismo gusto por la bucólica de la poética neoclásica. Como
Garcilaso y Fr. Luis, Villegas representa una de las prolongaciones
literarias más destacadas de la centuria por la influencia que
ejercieron sus versiones de Anacreonte y Horacio en muchos
poetas ilustrados con Meléndez e Iglesias a la cabeza. Fue muy
utilizado en la ejemplificación preceptiva, sobre todo por la
suavidad y delicadeza de su poesía. Arropado con los favorables
juicios de Luzán se convertiría en el poeta más citado de las
Instituciones Poéticas (1793) de Santos Díez González, por encima
de fray Luis de León y de Garcilaso. Hay que tener en cuenta que
en 1774 se hizo una reedición de Las Eróticas a cargo de Vicente
de los Ríos, que sería reimpresa por segunda vez en 1797343.
Forner utilizaría también a Villegas de interlocutor de sus
personajes en las Exequias para trazar una breve historia de la
lengua castellana y abordar la importancia del gobierno en el
desarrollo de las artes, el estado de la literatura contemporánea, o
los requisitos de una imitación inteligente344. Arteaga, por su parte,
lo tuvo por "escritor de los mas aventajados que tiene nuestro
parnaso, é ingenio el mas capaz de trasladar á nuestro idioma las
341
Cf. JUAN ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual..., op. cit., vol. III, p.
121.
342
Cf. Ibíd., vol. III, p. 124.
343
La referencia completa es: ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS, Las Eróticas
y traducción de Boecio, Madrid, A. Sancha, 1774, 2 vols. Está precedido de
Memorias de la vida y escritos de ___, por D. Vicente de los Ríos.
344
Cf. FORNER, Exequias de la lengua castellana, op. cit., p. 66 y ss.
250
bellezas de Anacreonte y de Horacio"345, y así otros muchos
teóricos.
Pero, llegados a la frontera con el XIX irrumpen en este
panorama algunas críticas y rechazos tan contundentes como los
de Sánchez Barbero. Aunque llegue a recomendar algunos
poemas suyos, confiesa temblar al oír hablar de Villegas por el
poco gusto y la arrogancia de buena parte de sus poesías y se
pregunta sobre este "mal poeta":
345
Cf. ESTEBAN DE ARTEAGA, Investigaciones filosóficas sobre la belleza
ideal, considerada como objeto de todas las artes de imitacion, Madrid, A.
Sancha, 1789, p. 78.
346
SÁNCHEZ BARBERO, Principios de Retórica y Poética, op. cit., p. 273.
347
Cf. MUÑOZ CAPILLA, Arte de escribir..., op. cit., p. 129.
348
Cf. LUZÁN, La Poética..., op. cit., p. 85.
251
versos no habían llegado a mancharse con los excesos
posteriores349.
Las antologías poéticas del último tercio del XVIII coincidieron
todas ellas en su interés por estos poetas. López de Sedano los
incluye en su relación de los nueve mejores poetas castellanos, al
lado de Garcilaso, Villegas, Quevedo, el Conde Bernardino de
Rebolledo, Fr. Luis de León, Lope de Vega y el Príncipe de
Esquilache350. Conti dedica la mayor parte del tomo cuarto de su
Colección a los dos hermanos, que ocupan en su opinión los
primeros lugares entre los poetas castellanos. Considera a
Lupercio de gusto más fino y algo superior en canciones y sonetos,
mientras que Bartolomé prevalece en los poemas de mayor
extensión (elegías, sátiras y epístolas)351. En 1786 Pedro Estala
inauguraba el magno proyecto de su Colección de poetas
castellanos con tres volúmenes dedicados por completo a la obra
de estos dos autores: el primero a Lupercio y los otros dos a
Bartolomé, por lo que supuso un importante paso en la divulgación
de sus versos, muchos de los cuales estaban inéditos o eran de
difícil localización. De estos poetas, que analiza conjuntamente,
resalta la pureza y propiedad del lenguaje, su imaginación fuerte y
fecunda, y la cualidad más valorada: el ingenio que construye
conceptos nuevos, extraordinarios y admirables de las cosas más
vulgares. Concluye sobre ellos:
350
Cf. LÓPEZ DE SEDANO, Parnaso español..., op. cit., vol. X, p. XXXV.
351
Cf. CONTI, Colección de poesías castellanas traducidas en verso
toscano..., op. cit., vol. IV, p. CXIX.
252
la materia mas comun y vulgar recibe de sus ingenios
un ayre de novedad, que arrebata y deleyta sobre
manera.352
352
ESTALA, Colección de poetas castellanos..., op. cit., vol. I, pp. 22-23.
353
Cf. Ibíd., vol. I, pp. 25-28.
354
MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. II, p. 171.
355
Cf. MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. CXIV.
356
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit.,
vol. V, p. 134.
253
de Estala357. Quintana también los apreció en extremo, llegando a
decir que "ninguno de los autores de este tiempo igualó a los
Argensolas en circunspeccion y en cordura, en facilidad de rimar, y
en correccion y propiedad de lenguaje"358. El análisis que hace
Quintana de su poesía marca la pauta de lo que será un reajuste
en su valoración, como ya había iniciado Munárriz. Sin
menospreciar el esmero y la propiedad de su escritura, Quintana
echa en falta un mayor entusiasmo y fantasía en su poesía lírica,
fiel como era a unos principios estéticos que por estas fechas
comienzan a tener en cuenta los aspectos emocionales de la
poesía, y no sólo la perfección formal. Así lo confiesa Quintana:
357
Dicen sobre este aspecto: "Sus sonetos son incomparables [...] podemos
afirmar, que ninguno de nuestros Poetas puede entrar en competencia con los
Argensolas", cf. ibíd., vol. V, p. 140.
358
Cf. QUINTANA, Poesías selectas castellanas..., op. cit., vol. I, p. XLIX.
359
Ibíd., vol. I, p. LIII.
360
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., pp. 79-80. Estas
son sus palabras: "Puros, elegantes, buenos versificadores, carecen no
obstante de calor, de movimiento y vida. Su escesiva facilidad en versificar les
hace encadenar tercetos, sin elegir con oportunidad, y llegando á cansar por
su excesiva abundancia. Hay en ellos mas juicio y seso que poesía, mas
discrecion que amenidad".
254
Sirva como muestra la selección que hace Conti, junto a los
mencionados autores medievales, Garcilaso y los Argensola, de
otros poetas como Saa de Miranda, Diego Hurtado de Mendoza,
Hernando de Acuña, Padilla, Juan de la Cueva o Francisco de
Figueroa, además de Herrera y Fr. Luis de León. Más ilustrativo es
el Parnaso español de Sedano, en el que se recurrió a un
elevadísimo número de poetas, de los que publicó composiciones
breves, sin criterio alguno de ordenación; entre ellos: Villegas,
Quevedo, Lope, los Argensola, Francisco de la Torre, Espinosa,
Ulloa, Fr. Luis de León, Garcilaso, Barahona de Soto, Damasio de
Frías, Rioja, Baltasar de Alcázar, el Príncipe de Esquilache, el
Conde Bernardino de Rebolledo, Juan de la Cueva, Espinosa,
Gutierre de Cetina, Cervantes, Arquijo, Hernando de Acuña,
Gregorio Morillo, Francisco Pacheco, Mendoza, Espinel, Jáuregui,
Argote de Molina, etc., etc.
361
Cf. VARGAS PONCE, Declamación contra los abusos..., op. cit., p. 22.
362
Cf. E. PALACIOS FERNÁNDEZ, "Los poetas de nuestro Siglo de Oro...", op.
cit., p. 532.
255
italianas) y la sublimidad de su estilo, las mismas "calificadas por
los censores con tanta sinrazon, como inadvertencia por vicios de
obscuridad, sequedad, afectacion y pobreza"363. Concluye diciendo
sobre Herrera:
364
Ibíd., vol. IV, p. 81.
365
Cf. CADALSO, Los eruditos a la violeta..., op. cit., p. 18.
366
Cf. FORNER, Exequias de la lengua castellana..., op. cit., p. 165.
367
Cf. MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. IV, p. 10.
256
sufrido juicios mas injustos de parte de los mismos
nacionales.368
368
GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit., vol.
V, p. 76.
369
Cf. G. GARCÉS, Fundamentos del vigor y elegancia de la lengua
castellana, op. cit., p. XXIV.
257
sensibilidad; un fino gusto; y un estilo muy variado,
ameno, y correcto.370
371
MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. LVI.
372
Cf. A. TRACIA [anagrama de Agustín Aicart], Diccionario de la rima o
consonantes de la lengua castellana, precedido de los Elementos de poética y
arte de la versificación española por___, y seguido de un vocabulario de todas
las voces poéticas con sus respectivas definiciones, Barcelona, Vda. e Hijos de
Antonio Brusi, 1829.
373
Cf. A. LISTA, Ensayos literarios y críticos, op. cit., vol. II, p. 31.
374
Cf. QUINTANA, Poesías selectas castellanas..., op. cit., p. XLVIII.
258
más profundamente estudiado" y el "que más sobresale por su
discreción y buen gusto"375.
375
Cf. LATORRE Y PÉREZ, Manual de Retórica y Poética..., op. cit., pp. 206-
07.
376
LUIS JOSÉ VELÁZQUEZ, Orígenes de la Poesía castellana..., op. cit., p. 57.
377
Cf. VARGAS PONCE, Disertación..., op. cit., p. 146.
378
Cf. Ibíd., pp. 144 y 147.
379
Ibíd., p. 147.
259
Un paso intermedio lo encontramos en el jesuita Juan Andrés,
quien después de alabar la viveza y fecundidad de ingenio, la
brillantez de imaginación y el ingenio elevado y sublime de un
Lope, Calderón, Quevedo o Góngora, sostiene que en ellos residió
el origen de la decadencia por la arrogancia de su genio. Dice:
380
Cf. JUAN ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual..., op. cit., vol. III, p.
125.
381
Cf. LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético..., op. cit., vol. V, p. 147.
382
Cf. MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. IV, p. 23.
383
Cf. MADRAMANY Y CALATAYUD, Tratado de elocución..., op. cit., p. 50.
260
descuidada384. A pesar de estos defectos reconoce que Quevedo
será admirado y leído con admiración por sus versos llenos y
sonoros, su rima rica y fácil, la robustez y vigor de su estilo y por
una audacia y singularidad que sorprende en muchas de sus
composiciones385.
Así, Quevedo, igual que Góngora o Lope, se convierte en
modelo para la crítica de corte clasicista de la desviación del genio
poético. Dice Reinoso:
384
Dice de él: "La misma incorreccion y mal gusto que hay en su estilo,
compuesto de frases y voces altas y nobles, unidas á otras triviales y baxas; se
halla en sus imágenes y pensamientos, los quales se ven mezclados unos con
otros sin economia, sin juicio y sin decoro". Cf. QUINTANA, Poesías selectas
castellanas..., op. cit., vol. I, p. LXXII.
385
Cf. Ibíd., p. LXXIII.
386
FÉLIX JOSÉ REINOSO, Disertación sobre la influencia de las Bellas Letras
en la mejora del entendimiento y rectificación de las pasiones. Introducción a
la enseñanza, leída en la clase de Humanidades de la Real Sociedad Patriótica
de Sevilla, en 8 de enero de 1816 por su catedrático___, y publicada por
acuerdo de la Sociedad, Sevilla, Aragón y Compañía, 1816, pp. 17-18.
261
Si se atiende á la variedad de conocimientos,, á la
profundidad de ides, á la gracia en el decir, y al diestro
uso de la lengua, se le debe colocar en primera línea;
pero si se tiene en cuenta el buen gusto, la fluidez del
lenguaje, la armonía de la versificacion, la buena
trabazon del discurso, la moralidad y la decencia, habrá
que posponerle á todos los que hasta aqui hemos
citado y aun á otros muchos que no lo han sido
todavía.387
388
Cf. PIERRE BOURDIEU, Las reglas del arte, op. cit. Vid. también la
aplicación de estos conceptos al teatro español de principios de siglo de
MONTSERRAT IGLESIAS SANTOS, "La lógica del campo literario y el problema
del canon", en Eutopías, Valencia, Episteme,
262
valoración dieciochesca de Góngora más allá de simplificaciones
sobre su éxito en las primeras décadas y su rechazo frontal en el
resto de la centuria390.
En los inicios de la renovación de la preceptiva dieciochesca ni
Mayans ni Luzán pasarán por alto su mérito. Dice el primero:
389
Cf. NIGEL GLENDINNING, "La fortuna de Góngora en el siglo XVIII", en
Revista de Filología Española, XLIV, 1961, pp. 323-349. En este trabajo se
destaca cómo durante los primeros decenios de la centuria eran frecuentes las
imitaciones de aspectos externos del estilo del autor de las Soledades como
forma de innovación estilística, y cómo fueron los muchos defectos de los
imitadores de Góngora los que llevaron a los críticos después a extender la
censura al que consideraban origen de esta degeneración, es decir, al mismo
Góngora.
390
Cf. Ibíd., p. 323-24.
391
MAYANS, El Orador..., op. cit., pp. 161-62.
263
De este modo, Góngora se convierte en un autor bastante
citado en las preceptivas del momento, no tanto como modelo
digno de imitación -salvo en los preceptistas que en el XVIII
destacan la naturalidad y sencillez de sus romances y letrillas-, sino
como muestra ejemplar de la desviación del genio y de la
corrupción poética que se pretende superar. Es, pues, exceptuando
esa faceta, un modelo negativo de primer orden. Muchos serían los
ejemplos que podríamos aportar que corroboran este constante
interés por Góngora, pese a no contar su obra durante el XVIII sino
con dos ediciones393. La afectación, el excesivo número de metáfo-
ras, la oscuridad, la desproporción..., serán los aspectos que más
se rechacen de su obra. Continúa diciendo el mismo Luzán cuando
compara su estilo con el de Garcilaso y Lupercio Leonardo
Argensola:
393
Se trata de las Poesías, seleccionadas por Pedro Estala en el tomo XI de
su Colección (Madrid, 1789) y de los romances y letrillas publicados por Cerdá
y Rico y López de Sedano en el Parnaso Español (1770-1782). Cf. N.
GLENDINNING, "La fortuna de Góngora...", op. cit., p. 323.
394
LUZÁN, La Poética.., op. cit., p. 85. Juicios similares ya se encontraban en
su temprano Arte de hablar.., op. cit., pp. 164-65. Vid. también otros juicios
negativos sobre la oscuridad de la poesía de Góngora, ejemplo también de
desproporción en la secuencia lógica de las metáforas en
La Poética.., op. cit., p. 97 y 167.
264
en el que se reafirmaba en su postura frente a los que "idolatran
sus enigmas", porque lo que más valora en los poetas es la
naturalidad y la facilidad aparente396.
En la misma línea de Luzán, sus más directos seguidores,
Montiano y Luis José Velázquez (miembros de la Academia del
Buen Gusto) continuaron culpando a Góngora y a sus imitadores
de la corrupción del buen gusto. Sería sintomático el diagnóstico
que hiciera Velázquez sobre las causas de la decadencia literaria
española, ya a principios del siglo XVII, y el papel que
desempeñaron en ello Gracián y Tesauro. Recordemos que la de
los cultos era una de las tres sectas responsables de la
degeneración literaria, junto a la de los que no respetaban las
reglas y la de los conceptistas397. No obstante, Góngora seguía
estando presente en la producción poética de poetas de la
Academia del Buen Gusto como el conde de Torrepalma, Villarroel
o Porcel, aunque no hicieran una defensa explícita de él.
Las reflexiones que hace Estala sobre Góngora cuando hace
pública su poesía en 1789 no escapan de esta visión. Las
Soledades y el Polifemo son un ejemplo de imágenes
extravagantes, afectación, falta de plan, traslaciones forzadas,
confusión, imaginación desarreglada y otros tantos desórdenes. No
obstante, reconoce que la lengua adelantó mucho y llegó a un alto
grado de perfección y riqueza398. Para sus composiciones cortas no
escatima, sin embargo, elogios: en sus sonetos, aunque con
algunos lunares, "hallamos elevacion heroyca en los pensamientos,
orden y novedad; propiedad y elegancia en las voces, hermosura
en las frases, y aquella viveza y rodeo harmónico que hacen suave
y energica la diccion"; y las letrillas y romances "están adornadas
de tal agudeza, chistes graciosos, sal satírica y dichos espirituosos
y festivos, que si no se nos concede ser superior, al menos es
preciso confesar, que es comparable á los mejores de nuestra
395
Cf. Diario de los literatos de España, Madrid, Antonio Marín, 1737, p. 99.
396
Cf. LUZÁN, Discurso apologético de Don Íñigo de Lanuza, donde procura
satisfacer los reparos de los Señores Diaristas sobre la Poética de D. Ignacio
de Luzán___, Pamplona, Jospeh Joachin Martínez, 1740, p. 26.
397
Cf. LUIS JOSÉ VELÁZQUEZ, Orígenes de la poesía castellana, op. cit., p.
60.
398
Cf. ESTALA, Colección de poesías castellanas..., op. cit., vol. IX, pp. 10-11.
265
Nacion, y que hace muy conocida ventaja á los mas excelentes de
qualquier otra"399.
El traductor de Blair se mostrará mucho más rígido con el autor
de las Soledades cuando ni siquiera salve su poesía popular, como
hiciera Mayans y Luzán, o su contemporáneo García de Arrieta 400.
Así se manifiesta:
400
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura.., op. cit.,
vol. v, p. 174, en nota a pie de página.
401
MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la retórica.., op. cit., vol. II, p. 51.
402
Cf. SÁNCHEZ BARBERO, Principios de Retórica y Poética.., op. cit., pp.
179-80.
403
Cf. La segunda edición de la Poética de Luzán tuvo lugar en 1789 y la de
los Orígenes de la Poesía española de Luis José Velázquez, en 1797.
266
meditación. No obstante, reconoce que es injusto culpar al poeta
de los desmanes de sus imitadores:
405
Cf. LUIS Mª RAMÍREZ, Poesías escogidas de don Luis de Góngora,
Córdoba, 1841; ADOLFO DE CASTRO, Poetas líricos de los siglos XVI y XVII,
Madrid, Rivadeneyra, 1854, B.A.E., t. 32; MANUEL GONZÁLEZ LLANA, Poesías
selectas de don Luis de Góngora, Madrid, 1868.
406
Cf. GIL DE ZÁRATE, Manual de Literatura..., op. cit., p. 12.
407
Cf. JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ ESPINO, Curso de Literatura general, Sevilla,
Imp. de J. M. Geofrín, 1847, p. 18.
408
NARCISO CAMPILLO Y CORREA, Retórica y Poética o Literatura preceptiva,
267
Sin embargo, el relativismo temporal con que se empieza a
apreciar la literatura ya desde finales del XVIII hace que se
suavicen las opiniones sobre Góngora en ciertos sectores. El
nuevo enfoque que el romanticismo dio a la recepción de algunos
poetas se ha de ver sobre todo en la relación que se establece
entre creación literaria y sociedad. La tendencia a contextualizar las
obras en el siglo en el que nacieron, producto de las circunstancias
políticas, sociales, culturales, etc., matiza en gran medida el punto
de vista con el que se mira esta producción y favorece un nuevo
concepto de imitación, respetuoso a distancia con el pasado, pero
subordinado al espíritu de la época. En el caso de Góngora no se
puede hablar de un cambio radical en su recepción, antes bien,
hemos visto cómo coinciden en líneas generales multitud de
autores durante las dos centurias. Pero sí se pueden destacar las
bases de una mayor comprensión de su obra. Mendíbil y Silvela
difunden la idea de que cada siglo presenta un aspecto diferente y
a veces, por grande que sea el genio, no se puede ir en contra:
409
MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., vol. III, p. LXXX.
268
Fr. Luis, Herrera, Francisco de la Torre, Francisco de Figueroa, San
Juan de la Cruz, Lope, Jáuregui, Quevedo, Rioja y Villegas410.
En el canon lírico de Cortejón a finales del XIX aparece un
nombre del que apenas hemos hablado hasta ahora. Nos referimos
a San Juan de la Cruz, por el que el XVIII pasó por alto. Las
poéticas, retóricas y preceptivas más importantes de la centuria
apenas mencionaron su obra y en las escasas ocasiones que lo
hicieron no fue por su producción poética, sino por sus escritos en
prosa. Mayans y Siscar lo cita en su Rhetórica, pero como apoyo
teórico en el capítulo dedicado a los argumentos que se sacan de
las pasiones del alma, en concreto de las causas de que proviene
el gozo. Y Capmany, otro de los pocos que lo menciona, lo hace en
su Theatro histórico-crítico al hablar de la elocuencia de la segunda
mitad del XVI y de autores ascéticos y místicos (Fr. Luis de
Granada, Juan de Ávila, Santa Teresa, Fr. Diego de Estella o Malón
de Chaide), y lo hace por la sencillez, hermosura de imágenes y
profundidad espiritual de sus escritos, a pesar de algunas
negligencias411.
Llama la atención que ninguna de las antologías poéticas del
último tercio del XVIII aludiera a este autor. Ningún poema ni
mención alguna aparece en el Parnaso español de Sedano, en la
Colección de Estala o en las Poesías selectas de Quintana, de
1807 (del XVI selecciona a los ya canónicos Garcilaso, Fr. Luis,
Francisco de la Torre, Herrera, Rioja, Balbuena, Céspedes,
Mendoza, Francisco de Figueroa, Montemayor, Gil Polo, Espinosa,
Barahona de Soto, Espinel, Arguijo, Baltasar de Alcázar, Getina y
Luis Martín). Hemos de llegar a la antología de Lista para ver un
poema de San Juan de la Cruz "Canciones entre el alma y Cristo
su esposo" junto a Garcilaso en el grupo dedicado a la poesía
pastoril. Otras antologías escolares de mediados del XIX basadas
en la de Lista, como la de Gómez Ranera, difundieron esta
asignación de San Juan de la Cruz a la égloga junto a Garcilaso, y
así se estudió en los centros de enseñanza en las distintas
ediciones de esta obra, que se mantuvieron igual (1846, 1856 y
1859).
La historia de la literatura de Gil de Zárate es de las pocas que
trata con cierta extensión la producción sagrada de la época áurea
410
Cf. CORTEJÓN, Nuevo curso de Retórica y Poética con principios prácticos
y trozos escogidos, Barcelona, Libr. de J. Bastinos y Madrid, Libr. de Fernando
Fe, 1893, pp. 365-81.
411
Cf. CAPMANY, Theatro histórico-crítico de la elocuencia española..., op.
cit., vol. III, p. 138.
269
en prosa y en verso. El juicio positivo que hace de San Juan de la
Cruz no sorprende si tenemos en cuenta las matizaciones que hizo
antes a determinados autores al valorar más la emoción estética
que la fría perfección formal. Dice sobre las poesías de este
místico:
413
Cf. Obras espirituales que encaminan a una alma a la más perfecta unión
con Dios en transformación de amor. Por ___, Sevilla, Francisco de Leefdael,
1703, edición del P. Andrés de Jesús María, y Obras del Bto. Padre San Juan de
la Cruz, en Escritores del siglo XVI, t. I, Madrid, B.A.E., t. XXVII, 1853 (prólogo
de Francisco Pi y Margall).
270
recepción de algunos de estos poetas, muestra los cambiantes
entresijos que definen las estructuras que conforman el canon.
271
Autores teatrales.
415
Vid. al respecto, MARIO HERNÁNDEZ, "La polémica de los autos
sacramentales en el siglo XVIII: la Ilustración frente al Barroco", en Revista de
Literatura, 84, 1980, pp. 185-220.
272
afirmaciones francesas sobre su ausencia en la literatura española
e inician la historiografía del género. Entre sus principales
representantes menciona a Rojas, Salas Bardillo, A. de Silva, Juan
de la Cueva, Rey de Artieda, Cristóbal de Virués, Cristóbal de
Mesa, Lope de Vega, Mexía de la Cerda, Hurtado Velarde o López
de Zárate416; la Poética trágica, de Avecilla rescata también a
numerosos autores olvidados417; y otro tanto encontramos en el
amplio espacio que le dedica Martínez de la Rosa en los apéndices
a la Poética, haciendo de Lope uno de los máximos responsables
de la escasa fortuna de la tragedia en nuestro país418.
Uno de los focos más importantes de dicha atención partió de
la Poética de Luzán, que aspiraba a la recuperación de una poética
clásica que superara la estética de la recepción vigente, dominada
por el gusto del público419. En ella presentaba el seguimiento de las
unidades del drama como un valor artístico de primer orden, y a
Lope como el principal responsable de una escuela que hacía caso
omiso de las reglas de los antiguos y uno de los dos iniciadores de
la corrupción poética -aunque no olvidara sus grandes cualidades,
la facilidad de su estilo y la pintura de costumbres o de algunas
pasiones-420.
La popularidad del dramaturgo les sirve a Luzán y a
numerosos preceptistas del momento para mostrar los efectos del
genio mal encauzado a fin de fortalecer una estética basada en la
416
Cf. MONTIANO Y LUYANDO, Discurso I sobre las tragedias..., op. cit., p.
121. Para más datos sobre este tema, vid. RINALDO FROLDI, "La tradición
trágica española según los tratadistas del siglo XVIII", en Criticón, 23, 1983,
pp. 133-51.
417
Cf. PABLO ALONSO DE LA AVECILLA, Poética trágica, Madrid, Imp. que fue
de Bueno, 1834. En el rápido repaso que hace por algunos de los máximos
representantes de este género en España figuran: Séneca, La Celestina,
Alfonso de Villegas, Pérez de Oliva, Gerónimo Bermúdez, Juan de la Cueva, L.
de Argensola, Gabriel Lasso, Lope, Virués, Mesa, López de Zárate, Cerda,
Hurtado de Velarde, Calderón, Añorbe de Corregal, Montiano, Nicolás
Fernández de Moratín, Cadalso, Tomás Sebastián de Lastre, Huerta,
Cienfuegos, Mª Rosa de Gálvez o Jovellanos.
418
Cf. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Apéndices a la Poética, op. cit., p. 235.
419
Sobre el papel de la Poética de Luzán en la teoría teatral dieciochesca,
vid. la tesis de 1955 de PAUL MÉRIMÉE, L'art dramatique en Espagne dans la
première moitié du XVIIIe siècle, Toulouse, France-Ibérie Recherche, 1983.
Véase también el artículo-reseña de este importante trabajo de JOSÉ MARÍA
DÍEZ BORQUE, "Teatro español del XVIII: Los perfiles teóricos del cambio", en
Ínsula, 462, p. 9.
420
Cf. LUZÁN, La Poética., op. cit., p. 411.
273
imitación y el seguimiento de las reglas. Sus palabras son
reveladoras:
421
LUZÁN, La Poética.., 2ª ed., op. cit., pp. 20-21.
422
Sobre estas mismas contradicciones vid. G.C. ROSSI, "Calderón en la
crítica española del XVIII", en su libro Estudios sobre las letras en el siglo XVIII,
Madrid, Gredos, 1967, pp. 41-96, p. 45 y ss. Un estudio más reciente es el de
INMACULADA URZAINQUI, De nuevo sobre Calderón en la crítica española del
siglo XVIII, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII (Universidad de Oviedo),
Anejos del BOCES. XVIII, nº 2, 1984.
274
de ver el fin: circunstancia esencialisima, de que no se
pueden gloriar muchos Poetas de otras naciones
grandes observadores de las reglas.423
423
LUZÁN, La Poética, 2ª ed., op. cit., p. 29.
424
Cf. BLAS ANTONIO NASARRE Y FERRIZ, Comedias y Entremeses de Miguel
de Cervantes Saavedra, el Autor del Quijote, divididas en dos tomos, con una
disertación, o prólogo sobre las Comedias de España, Madrid, Imp. de Antonio
Marín, 1749, 2 vols., h. 14 (hay ed. moderna de Jesús Cañas Murillo, Cáceres,
Universidad de Extremadura, 1992).
425
Cf. LUZÁN, La Poética, 2ª ed., op. cit., p. 34.
275
para convencer, conmover e instruir a los lectores u oyentes,
debido a ese propósito didáctico y moral del arte426.
De este modo, los aspectos que más criticará Nasarre de
Calderón serán las grandes concesiones que a su juicio hace a la
imaginación, la inverosimilitud a que llega la excesiva tipificación de
sus personajes, la artificiosidad del lenguaje y, en definitiva, el mal
ejemplo que da, sobre todo a las mujeres, con su peculiar
tergiversación de los valores morales427. Recordemos que Calderón
fue durante la mayor parte del XVIII hasta la década de los setenta
el poeta dramático más representado en los escenarios de la
época, superando a otros autores del Siglo de Oro y contemporá-
neos428.
El carácter tragicómico de este tipo de composiciones, así
como su peculiar tratamiento de las unidades dramáticas, será otro
aspecto en el que incidirán bastantes críticas. Pensamos en
Montiano, que sigue, como Nasarre, muchas de las opiniones de
Cascales y califica las tragicomedias de "hermafroditas o
monstruos de la poesía": no son ni comedias, por los agravios,
desagravios, desafíos, cuchilladas y muertes; ni tampoco tragedias,
por lo gracioso y bajo de algunos caracteres, la vulgaridad de
expresiones y propósito alegre429. Erauso y Zabaleta, mucho más
flexible, descubre las raíces de la discusión al defender los
conocimientos que tiene Lope de los antiguos y su labor de
impulsor de la comedia. Por otra parte, los antiguos no fueron tan
modélicos -sostiene- si se tiene presente el mundo de lascivia y
truhanería que pintaban en sus comedias430.
426
Vid. EVA M. KAHILUOTO RUDAT, "La recepción del público como enfoque
teórico de la Ilustración: El Prólogo a la historia de la ópera de Esteban de
Arteaga", en Dieciocho, 6, 1983, pp. 5-23, p. 5. Por otra parte, el trabajo de
JUAN A. RÍOS, "La polémica teatral dieciochesca como esquema dinámico", en
Cuadernos de Teatro Clásico, 5, 1990, pp. 65-75, apunta también en este
contexto las contradicciones que sufren los dramaturgos entre los modelos
neoclásicos y reformistas y los verdaderos gustos del público.
427
Cf. NASARRE, Prólogo a las Comedias y Entremeses..., op. cit., hs. 19 y
20.
428
Así lo ha probado con abundante documentación de las carteleras
madrileñas el hispanista RENÉ ANDIOC, Teatro y sociedad en el Madrid del
siglo XVIII, Madrid, Fundación March/Castalia, 1976 (citamos por la 2ª ed. corr.
y aum., Madrid, Castalia, 1988), p. 13 y ss.
429
Cf. MONTIANO Y LUYANDO, Discurso I sobre las Tragedias..., op. cit., pp.
66-69.
430
Cf. ERAUSO Y ZABALETA, Discurso crítico sobre el origen, calidad y estado
276
El auge que alcanzaron estas ideas en los círculos literarios y
su consiguiente popularización -acentuada por la autoridad de
estos críticos en el panorama cultural español del momento y la
labor de la prensa-431, haría que incluso en las retóricas de carácter
más escolar se simplificara la cuestión. Es lo que hace Merino
cuando dice que, aunque casi todo nuestro teatro carece de unidad
de accion, lugar y tiempo y no faltan defensores de este abuso, "el
buen sentido, la verosimilitud, y la naturaleza lo condenan justa-
mente"432. Desde otros ámbitos los dramáticos españoles no dejan
de ser valorados en la invención y dominio del lenguaje, mientras
que los criterios morales siguen marcando buena parte de la crítica,
como ocurre con Arteaga, por ejemplo, que ve preciso confesar
que fueron incapaces de separar lo bueno de lo malo, a pesar del
elogio que merece la pureza y abundancia de su lenguaje, la
pintura de los caracteres o la belleza de su versificación433.
En el último tercio del XVIII se puede decir que los efectos de
la crítica foránea que se venían arrastrando desde las primeras
décadas del siglo, unidos a la creciente influencia del teatro y de la
literatura francesa, contribuirán a modificar su actitud hacia
nuestros dramaturgos, como sucede con otros autores de los siglos
pasados, preferibles, pese a sus defectos, frente a las malas
imitaciones francesas. Es el caso de Lampillas, quien, partiendo de
las recientes críticas italianas de Tiraboschi, Betinelli, Quadrio y
Signorelli, observa de modo más flexible nuestro teatro del XVII
cuando defiende su genio contra las erradas opiniones que tildan a
Lope o a Calderón de corruptores de la escena española 434. Dice
sobre estos críticos:
431
Una prueba de la función difusora, incluso vulgarizadora, de la prensa con
respecto al ideario neoclásico, la encontramos en las críticas teatrales del
Memorial Literario. Cf. Mª JOSÉ RODRÍGUEZ SÁNCHEZ DE LEÓN, "Una poética
dramática en las páginas del Memorial Literario (1784-1788)", en Estudios de
Historia Social, 52-53, 1991, pp. 435-43.
432
Cf. MERINO, Tratado de Rhetórica, ed. s.f., op. cit., p. 129.
433
Cf. ARTEAGA, Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal..., op. cit.,
p. 209.
434
Cf. LAMPILLAS, Ensayo histórico-apologético..., op. cit., vol. VI, p. 137.
277
copiando los enlaces y hasta los sentimientos, se
ponen á hacer burla de aquellos ingenios sublímes,
cuya fecundidad no les dió lugar de retocar sus
producciones originales, ni de nivelarlas á las reglas de
Aristóteles.435
436
Cf. Ibíd., vol. VI, p. 222 y ss.
437
Así, por ejemplo, CECILIO PÉREZ [probable pseudónimo] publica en 1789
una sátira contra la literatura y el teatro de la época, a imitación de una obra
francesa del mismo título. Se trata de La inoculación del entendimiento,
Madrid, Benito Cano, 1789, p. 43.
438
Cf. JUAN ANDRÉS, Origen, progresos y estado actual..., op. cit., vol. IV, pp.
144-46.
439
Cf. MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. IV, p. 299.
440
Cf. Ibid., vol. II, p. 246.
441
Para un repaso minucioso por la recepción de la producción lírica,
bucólica, épica, trágica y cómica de Lope de Vega en la traducción de
278
estas ideas se repiten poco después, sobre todo en lo relativo al
exceso de enredo y el lenguaje metafórico, en los juicios que hace
Sánchez Barbero en su tratado de retórica y poética. Dice sobre
Calderón:
442
SÁNCHEZ BARBERO, Principios de Retórica y Poética, op. cit., p. 242.
Recordemos al respecto que Sánchez Barbero figura como uno de los amigos
de Munárriz que colaboró en las adiciones sobre la literatura española
incorporadas a su traducción.
443
GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit., vol.
279
Su idea de que "la pasion sabe mas que las reglas" 444 o su
valoración de la habilidad para pintar las costumbres y el carácter
nacional a través de sus intrigas y personajes, trazan los perfiles de
una nueva visión de nuestro teatro nacional, si bien estas últimas
razones le sirven también para criticar después su escasa
verosimilitud y fidelidad a la realidad social del momento y concluir
diciendo que "lo único que se puede elogiar, y aun admirar en sus
autores, es el ingenio, viveza y travesura que á veces muestran en
la trama y desenlace de sus fábulas, junto con el lenguaje castizo
que en ellas reina; pero nada mas"445. Y como en Lampillas y los
demás autores que acabamos de mencionar, también se advierten
visos en la actitud de Arrieta del efecto de las críticas foráneas a
nuestro teatro. Igual que los anteriores prefiere la comedia antigua
a la moderna, aunque censure de Calderón su mala influencia en
las costumbres. Sin embargo, el peso de los elementos positivos,
como la atracción del interés en el espectador, muy valorado por
García de Arrieta en la comedia, le harán pronunciarse en general
de manera favorable:
444
Ibíd., vol. III, pp. 57-58.
445
Cf. GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosóficos de la Literatura..., op. cit.,
vol. IX, pp. 218-19.
446
Ibíd., vol. III, p. 129.
280
convertido en más de una ocasión en el autor más citado. Así
ocurre en los Principios (1805) de Sánchez; en el texto de Gómez
Hermosilla (1826), en el que aparece por encima incluso de
Cervantes y los demás poetas líricos; en la Poética de Martínez de
la Rosa (1827), que dedica la mayor parte de sus Anotaciones a la
poesía dramática y en la que también supera en número de
referencias a Juan de la Cueva, Ercilla, Cervantes y Virués; en los
Elementos de Retórica y Poética (1818) de Mata y Araujo, etc.
En estos momentos del XIX poco es lo que varía la crítica de
los máximos representantes de la escena áurea. La prolongación
de la estética neoclásica y la prioridad concedida a los aspectos
normativos hará que Lope siga siendo el modelo de la perfección a
que pudo llegar el genio en el género dramático. Así, hablando de
las reglas, dice Hermosilla que si Lope hubiera sabido y observado
las reglas "seria el primer Poeta del mundo" por su imaginación,
conocimiento de los clásicos, buen manejo de la lengua, etc.,
etc.447.
Martínez de la Rosa también habla de los perjuicios causados
por Lope a la tragedia y la reprobación general que merecen sus
composiciones híbridas y desarregladas, igual que las de
Shakespeare448. Y de Calderón, aunque reconoce sus méritos
("ingenio agudo", "imaginacion osada y florida", "invencion menos
vasta que la de Lope, pero mas sutil y artificiosa", "buen versifica-
dor"), destaca cómo fue víctima de su época y su fallo en no haber
sido más moral e instructivo449.
De esta forma, el reconocimiento de los méritos de estos
poetas corre paralelo a las matizaciones y a los reparos, de los que
pocos se escapan, como si la producción característica de un autor
constantemente fuera revisada desde la perspectiva del crítico que
lamenta la existencia de aquellos puntos que no se ajustan del todo
a su peculiar visión de la obra literaria450.
447
Cf. GÓMEZ HERMOSILA, Arte de hablar en prosa y verso..., op. cit., vol. I,
pp. iii-iv.
448
Cf. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Poética, op. cit., p. 204 y ss.
449
Cf. Ibíd., pp. 436-437 y 440.
450
Dice también Avecilla sobre Lope: "Soy de los que mas respetan la
memoria de los grandes hombres: Lope de Vega fué el portento de su siglo, y
es la gloria de su nacion; pero quisiera en sus obras menos desaliño, menos
precipitacion en sus trabajos, mas delicadeza... No escrivir para el pueblo,
aunque el pueblo lo pagase; querria que hubiese invertido su fecunda
imaginacion, su facilidad, su genio poético, en perfeccionar la dramática, y no
281
La expansión de las ideas románticas o, mejor, de la polémica
de clásicos y románticos al seno de la preceptica retórico-poética
de la primera mitad del siglo XIX, provocará un importante cambio
de actitud en algunos autores con respecto al teatro áureo. De
nuevo es a raíz de textos foráneos cuando se destaque la
importancia de esta producción dramática, vista como una de las
manifestaciones más genuinamente nacional. El centro del canon
dramático pasa a ser Calderón, el gran admirado de August
Wilhelm Schlegel, traductor de varias de sus comedias y gran
apasionado suyo en sus Lecciones de literatura y arte dramático.
La difusión en España de su obra por medio de los escritos de Bölh
de Faber, Agustín Durán, etc., abrirá otras vías en la canonización
de estos autores que escapan ahora a nuestros planteamientos451.
Sin embargo, sí hemos de destacar que los criterios morales en
la crítica y selección de fragmentos y autores prevalecen en
importante medida, si bien matizados en algunos casos por el
historicismo del pensamiento romántico. Muestra de ello son las
observaciones que hace Mata y Araujo en 1839, cuando admite el
romanticismo que se salta las unidades dramáticas, mientras que
rechaza aquel que se recrea en el extravío de las pasiones452.
Lista será uno de los teóricos que analice con más detalle la
obra de Lope, Tirso, Calderón, Moreto, Rojas y Ruiz de Alarcón, a
los que considera los seis principales poetas dramáticos del siglo
XVII. La reedición de sus comedias a raíz del éxito que estaban
teniendo en autores europeos a los que servían de inspiración fue
muy importante a la hora de situar dicho interés. Recordemos que
sus Lecciones de literatura española, explicadas en el Ateneo y
publicadas en 1836, estaban dedicadas en su totalidad al teatro
español, desde sus orígenes hasta Guillén de Castro y Miguel
Sánchez, "materia inmensa, en la cual hemos sido creadores de un
genero particular, y que merece ella sola un año entero; asi por lo
en escribir dos mil comedias por un vil tráfico [...]". Cf. AVECILLA, Poética
trágica, op. cit., pp. 19-20.
451
Remitimos a la producción teórica de estos autores, en concreto, de
NICOLÁS BÖHL DE FABER, sus Pasamientos críticos en que se ventilan los
méritos de Calderón, Cádiz, Imp. Carreño, [s.a. 1818] y Sobre el teatro
español. Extractos traducidos del alemán de A.W. Schlegel, [s.p.i.]; y AGUSTÍN
DURÁN, Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la
decadencia del teatro antiguo español y sobre el modo con que debe ser
considerado para juzgar convenientemente de su mérito particular, Madrid,
1828.
452
Cf. MATA Y ARAUJO, Lecciones elementales de Literatura..., op. cit., pp.
323-25.
282
poco conocida que es, como por el espiritu de sistema con que se
ha juzgado, y condenado sin apelacion nuestro teatro del siglo
XVII"453.
De Moreto alaba su comicidad; de Ruiz de Alarcón, la correc-
ción de estilo y la originalidad de pensamientos; de Rojas, el
manejo y descripción de las fábulas y caracteres trágicos, mucho
mejores que su elocución454, de Tirso, la fuerza cómico-satírica,
aunque no destaque por su moral y la regularidad de la acción455.
Juicios en los que se aprecia el peso que los cambios en la
concepción estética de las unidades y de los principios dramáticos
tuvieron en la valoración del teatro antiguo. Incluso considera
clásicas obras como El médico de su honra, de Calderón, y El
desdén con el desdén, de Moreto, dándole a clásico el significado
de "perfecto en su género y que debe[n] servir de modelo a todos
los que quieran emprender la misma carrera"456.
Durante la segunda mitad de la centuria siguió despierto el
interés por estos autores en la preceptiva literaria. Sin embargo, no
abundarán consideraciones críticas del tipo de las que hemos
venido viendo. No se tratará tanto de un interés de consecuencias
cuantitativas, en número de citas, sino cualitativas, ya que la
disminución del número de ejemplos, la creciente desvinculación
de la historia de la literatura de las preceptivas, la progresiva
reducción de los tratados y la aparición de antologías
complementarias, fueron algunas de las circunstancias que
concurrieron en esta disminución-topificación de las referencias
literarias. Además, el carácter normativo que impera en el último
tercio del XIX en una preceptiva en pugna con el incipiente espíritu
científico y la tradición prescriptiva de la que procede, se descubre
todavía en juicios que lamentan el desvío de la genialidad literaria
de determinados autores fuera de los límites de la estética que
consideran universal. Así lo observamos cuando Gil de Zárate dice
sobre Lope:
454
Cf. LISTA, Ensayos literarios y críticos..., op. cit., vol. II, p. 142.
455
Cf. ibíd., vol. II, p. 94.
456
Cf. A. LISTA, Lecciones de Literatura española..., op. cit., h. 2.
283
gran cuenta. Flojo, desmayado, incorrecto, prosáico
muchas veces, sus evidentes cualidades, que dirigidas
hubieran fortalecido para mostrarse en todo su esplen-
dor, dejeneraron en los vicios á que está siempre toda
virtud cercada.457
458
Cf. MAINER, "De historiografía literaria española...", op. cit., p. 455 y G.
NÚÑEZ, Educación y literatura, op. cit., p. 208.
459
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., p. 316.
460
Cf. TICKNOR, Historia de la literatura española, op. cit., vol. II, p. 381 y ss.
284
A Lope de Vega le faltó fuerza y arte para la
combinacion de sus fábulas; Tirso pecaba de licencioso
y mordaz; Moreto no poseia toda la inventiva necesaria;
Alarcon se presentaba con poca idealidad; Rojas era
exajerado y gongorino: se necesitaba, pues, un hombre
que al artificio para disponer planes hábilmente
combinados, á la urbanidad y decoro, á la fecunda
imaginacion, al lenguaje poético y armonioso, reuniese
las dotes de aquellos escritores: facilidad, abundancia,
espíritu caballeresco, gracia, filosofía, elevacion,
conocimiento del corazon humano y de las pasiones; y
lo que tal vez escaseó en todos, sublimidad en los
pensamientos.461
461
GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico-crítico..., op. cit., p. 413.
462
TICKNOR, Historia de la literatura española, op. cit., vol. III, p. 77.
285
Como vemos, las comparaciones y paralelismos entre las dos
grandes basas de nuestro teatro áureo fueron algo habitual, que
desde entonces se vio más inclinado del lado de Calderón, aunque
otros teóricos como Menéndez Pelayo manifestaran una
preferencia algo más acusada hacia Lope463.
En este mismo contexto se consolidó la apertura de la teoría
de los géneros a las manifestaciones de la literatura contemporá-
nea y a géneros como el drama, más adecuado a las nuevas
exigencias de la sociedad. También favoreció una apertura teórica
hacia la valoración positiva de esta modalidad, tan bien representa-
da por nuestros dramaturgos, pese a las reticentes apreciaciones
de algunos autores que veían un peligro en la desvirtualización de
la pureza de los géneros trágico y cómico464. Más tarde, Álvarez
Espino al hablar del drama, cuya denominación también incluye la
comedia sentimental o la tragedia urbana465, pone como ejemplos
españoles a Lope, Calderón, Alarcón, Jovellanos, Gil de Zárate y el
Duque de Rivas. Además, la flexibilidad que adquiere la teoría con
respecto a la observancia de las unidades, de las que sólo la de
acción se tiene más en cuenta, o el relativismo con que se empieza
a ver la influencia moral del teatro en la sociedad, serán aspectos
importantes en el progresivo predominio de los criterios estéticos a
la hora de valorar a los poetas dramáticos de los siglos XVI y XVII.
463
Vid. MIGUEL ÁNGEL GARRIDO, "Marcelino Menéndez Pelayo", en
LEONARDO ROMERO TOBAR (coord.), Historia de la literatura española. Siglo
XIX (II), Madrid, Espasa Calpe, 1998, pp. 872-86, pp. 881-83.
464
Tracia dice en 1829 aunque algunos de estos nuevos géneros han sido
bien recibidos por el público, "los mas no representan sino una mezcla absurda
de patético y de burlesco, de serio y de jocoso" Cf. TRACIA, Elementos de
poética, en Diccionario de la rima..., op. cit., p. 86. Otros, como Martínez de la
Rosa, aunque reconocen que la ausencia de una autoridad preceptiva clásica
en los nuevos géneros no es óbice para su existencia y consiguiente
aprobación, advertirán de los peligros de esta fluctuación entre géneros. Cf.
MARTÍNEZ DE LA ROSA, Apéndices a la Poética, op. cit., p. 506 y ss.
465
Cf. ÁLVAREZ ESPINO Y GÓNGORA FERNÁNDEZ, Elementos de Literatura
filosófica.., op. cit., vol. II, p. 67.
286
4. El canon contemporáneo.
467
Cf. RIBOT Emancipación literaria, op. cit.
468
Cf. ANTONIO FERRER DEL RÍO, "Discurso de lo que fue la oratoria sagrada
287
de su novela como tal será más cuestionado cuando pase la
efervescencia reformista de la segunda mitad del XVIII y se
extiendan opiniones del tipo de la de Munárriz, que reconoce el
ingenio y el gracejo de su autor, pero ve la obra "desnuda de gusto,
escasa de gracias, fastidiosa en sus digresiones, y atestada de una
erudicion importuna y defectuosa"469. Opiniones parecidas mostrará
Marchena más adelante, cuando censura su prolijidad y sugiere un
desarrollo más acertado en caso de haber ido mejorando el
protagonista como predicador, a pesar de tenerla por la única
novela destacable del XVIII por su estilo siempre puro y castizo,
sus pinturas festivas y parecidas, la ironía y la burla de las
supersticiones, o el aborrecimiento y desprecio de la moral
relajada470. A mediados del XIX la novela ha caído prácticamente
en el olvido. Alcalá Galiano se sorprende de los cambios tan
acusados que ha experimentado su recepción y la facilidad con la
que ha cambiado su valoración. Dice:
469
MUNÁRRIZ, Lecciones sobre la Retórica..., op. cit., vol. III, p. 305.
470
Cf. MARCHENA, Lecciones de filosofía moral..., op. cit., p. LIX.
471
ANTONIO ALCAÁ GALIANO, Historia de la literatura española, francesa é
italiana en el siglo XVIII, Madrid, 1844, p. 118.
288
brevedad de las composiciones, su divulgación y, sobre todo, el
didactismo que se desprendía de todas ellas, concurrían en la
buena disposición con que los preceptistas acudieron a su ejemplo.
No es extraño, pues, encontrar la obra de estos fabulistas, además
de otros contemporáneos, entre los textos en verso recomendados
por Braulio Foz a todo maestro de Humanidades, o la utilización de
las Fábulas literarias de Iriarte como apéndice para ilustrar la
versificación en los tan divulgados Elementos de Literatura de
Pedro Felipe Monlau, que sirvieron de libro de texto a patir de 1842
en bastantes centros472. Antes, Iriarte, Samaniego, Cadalso y
Meléndez, entre otros autores, figuraron entre los mejores hablistas
en verso seleccionados por Lista para las clases de primeras
letras473.
La euforia con la que a principios del XIX se empiezan a ver
los progresos de las letras, y en concreto de la poesía, hará que
Sánchez Barbero, hablando también como poeta, se pronuncie en
1805 con este optimismo:
472
Cf. PEDRO FELIPE MONLAU Y ROCA, Elementos de Literatura, o arte de
componer en prosa y verso. Para uso de las Universidades e Institutos,
Barcelona, Imp. y Lib. de Pablo Riera, 1842.
473
Cf. LISTA, Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas
castellanos, en verso y prosa, op. cit.
474
SÁNCHEZ BARBERO, Principios de Retórica y Poética..., op. cit., pp. 180-
81.
289
favorablemente había hablado antes su amigo Sánchez Barbero475,
y que se cuenta entre los autores a los que más alude en los
Apéndices a su Poética, sólo por debajo de Lope de Vega, Ercilla,
Juan de la Cueva, Cervantes, Virués o Torres Naharro. Pero en
estos y otros autores no se puede hablar de criterios uniformes de
valoración. Críticos como Marchena reprocharán, por ejemplo, a
Cienfuegos y a Quintana el afrancesamiento de la lengua476. Y en
efecto, el caso de Cienfuegos es uno de tantos en los que se
advierte la rápida movilidad del canon cuando las incorporaciones
son tan próximas en el tiempo. Sólo dos décadas más tarde Alcalá
Galiano, consciente de la relatividad de tales canonizaciones,
confiesa que, aunque tuvo locos apasionados, en su tiempo
apenas había quien lo admirara y eran muchos los críticos que lo
consideraban un pésimo poeta477.
Otros autores como Zamora y Cañizares, de principios de siglo,
seguirán siendo citados en los repasos por el teatro nacional,
aunque pronto son reemplazados por los adalides del nuevo gusto:
Moratín, Cadalso, López de Ayala, García de la Huerta, Álvarez
Cienfuegos, etc. Así, son recogidos por Martínez de la Rosa en los
Apéndices de su Poética al hablar de la resurrección del teatro
español a partir del reinado de Carlos III, después de la mejora de
los teatros478. Sin embargo, antes el teatro de Leandro Fernández
de Moratín había recibido algunas críticas por parte del Batteux
español, síntoma claro de un gusto que potencia el interés, la
acción, la intriga y la profundización en el tratamiento de los
personajes. Dice sobre El Viejo y la Niña García de Arrieta:
476
Cf. MARCHENA, Lecciones de filosofía moral..., op. cit., p. XCII.
477
Cf. ALCALÁ GALIANO, Historia de la literatura española..., op. cit., pp. 453-
54.
478
Cf. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Apéndices a la Poética, op. cit., p. 246 y ss.
290
los principales personages están debilmente
caracterizados, y el juego de estos en la escena no
tiene toda la accion, calor é interes que debiera tener.479
479
GARCÍA DE ARRIETA, Principios filosoficos de la Literatura..., op. cit., vol.
III, pp. 300-301.
480
MENDÍBIL Y SILVELA, Biblioteca selecta..., op. cit., p. LXXIV.
481
Cf. GÓMEZ HERMOSILLA, Juicio crítico de los principales poetas españoles
de la última era. Obra póstuma de__ que saca á la luz D. Vicente Salvá, París,
Libr. de D. Vicente Salvá, 1840, 2 vols., vol. I, p. VIII.
482
Cf. RIBOT Y FONTSERÉ, Emancipación literaria..., op. cit., p. 241.
291
formarán con el tiempo un teatro español i purgado de
los defectos de Lope i de los demas.483
484
Cf. BRAULIO FOZ, Plan y método para la enseñanza..., op. cit., pp. 11-15.
485
Cf. GIL DE ZÁRATE, Resumen histórico de la Literatura española, op. cit.,
p. 311.
486
Ibíd., p. 319. Y entre éstos, menciona a Iglesias, Fr. Diego González,
Moratín, Arjona, Roldán, Castro, Reinoso... "y otros que pertenecieron á la
academia sevillana que tanto lustre dió entonces á las letras, y tan claros
ingenios ha producido; don M. José Quintana, don Juan Nicasio Gallego, don A.
Lista, que viven todavía". Cf. ibíd.
292
antiguos, muestra la aceptación general que tuvieron en la época,
máxime cuando muchos de ellos pertenecían a los mismos
círculos literarios. Lista, por ejemplo, atiende a obras recientes en
el tomo segundo de su Colección: las fábulas de Iriarte y
Samaniego, los cuentos, epigramas y poesías sueltas de Cadalso,
Alcázar, Matas Fragoso, Calderón, Lope de Vega, Rojas Zorrilla,
Góngora, Villegas, Meléndez Valdés, Rioja, etc. En el terreno de la
prosa será Jovellanos el principal representante de la producción
oratoria dieciochesca, al lado de Cervantes, Solís, Mariana,
Quevedo, Diego Hurtado de Mendoza, Moncada, Guevara, Fr. Luis
de Granada y Fr. Luis de León487.
Espronceda, Larra, Martínez de la Rosa, Rivas, Zorrilla, etc.,
pronto fueron incorporados a las relaciones habituales de las
preceptivas como modelos en sus respectivos géneros, y con
fragmentos de sus obras ilustraron con frecuencia figuras literarias.
Coll y Vehí o Canalejas, por ejemplo, los destacaron en sus obras,
si bien en un porcentaje claramente inferior al de los autores de los
siglos anteriores. Otros trabajos menos relevantes publicados en el
último tercio del XIX, centran casi todas sus referencias en
Bécquer, Espronceda, Zorrilla, Meléndez, Duque de Rivas,
Calderón, Fr. Luis, Nicolás y Leandro Fernández de Moratín,
Campoamor o Núñez de Arce, entre otros488.
488
Así ocurre en DALMIRO FERNÁNDEZ OLIVA, Elementos de preceptiva
literaria (Retórica y Poética), Palencia, Imp. y Libr. de Abundio Z. Meléndez, s.a.
293
parece haber muerto enteramente tal clase de talento
en nuestro país, contentándonos con traducir las
novelas que se escriben en otras naciones donde la
fecundidad en este punto ha llegado ya á rayar en una
especie de calamidad.489
490
En sus comentarios al género novelesco el verdadero protagonismo lo
alcanzarán autores foráneos, sobre todo franceses. De Alemania cita a Goethe;
de Inglaterra a Scott, Bulwer, Dickens y Wiseman; de Estados Unidos a
Fenimore Cooper y Becher Stowe; de Francia a Rabelais, Lesage, Voltaire,
Hugo, Balzac, Jorge Sand, Alfonso Karr, Feuillet y Sandeau; y de Italia a
Manzoni. Cf. REVILLA, Principios de Literatura general.., op. cit. González
Garbín, por su parte, dice: "Los novelistas mas distinguidos son: en España,
Cervantes, Hurtado de Mendoza y Quevedo; en Inglaterra, Walter Scott,
Bulwer, Dickens y Wiseman; en Alemania, Goethe; en los EE.UU., Cooper y
Edgar Poe; en Francia, Rabelais, Lesage, Hugo, Balzac, Jorge Sand, Alfonso
Karr, etc.; en Italia, Manzoni". Cf. GONZÁLEZ GARBÍN, Curso elemental de
literatura preceptiva.., op. cit., pp. 164-65.
491
En su opinión figuran a la cabeza de los novelistas: el infante D. Juan
Manuel, Fernando de Rojas, Hurtado de Mendoza, Mateo Alemán, Espinel,
Quevedo, Mª de Zayas, Salas Bardillo, Vélez de Guevara, y sobre todo,
Cervantes. No obstante, en una nota final destaca el tratamiento realista de
algunas novelas destacables como las del P. Luis Coloma y los Sres. Castro y
Serrano, Pereda y Alarcón. Cf. LUIS RODRÍGUEZ MIGUEL, Apuntes de Literatura
general, Salamanca, Imp. de Francisco Núñez Izquierdo, 1890, p. 406.
492
Cf. FRANCISCO JAVIER GARRIGA, Lecciones de preceptiva literaria..., op.
cit., pp. 284-85.
493
Cf. FRANCISCO NAVARRO Y LEDESMA, Lecturas literarias. Ensayo de un
libro para los alumnos de Literatura preceptiva, Madrid, Sáenz de Juvera Hnos.,
294
general se puede decir, pues, que sólo los consagrados Alarcón,
Valera, Galdós o Pereda, gozaron entre los contemporáneos de
más referencias en los manuales finiseculares, tan reacios a
incorporar como modelos novelísticos obras y autores polémicos
en la crítica de la época494.
Este sucinto repaso por la recepción de la literatura contempo-
ránea en la preceptiva literaria española de los siglos XVIII y XIX
demuestra, por la brevedad generalizada de las alusiones y del
número de citas, en comparación con las fuentes clásicas
grecolatinas y de los Siglos de Oro, un interés creciente por la
incorporación de autores modernos ante la positiva evolución de la
literatura nacional y la quiebra del principio de autoridad. Sin
embargo, la propia índole de los tratados, eminentemente
prescriptivos y dirigidos a la formación de la juventud, limitará
bastante esta presencia, condicionada por los presupuestos
morales con que se enfoca gran parte de la producción romántica y
realista-naturalista. En otros casos, se remitirá a historias o
antologías literarias, que cubren de manera más pormenorizada
estos períodos. Las críticas sobre autores concretos, cada vez más
aisladas en las preceptivas del siglo pasado, reflejan los supuestos
desde los que se construye la teoría, y viceversa. Los puntos
seleccionados de obras y autores, los rasgos más valorados y los
más censurados, los géneros más representados, constituyen un
valioso índice no sólo de la lectura histórica de algunos autores,
sino de la vigencia y condicionamientos de determinados
conceptos teóricos en la práctica de la crítica literaria.
1898, p. 453.
494
Estos serán precisamente los modelos que presenta PEDRO MUÑOZ
SANZ, Compendio de Literatura preceptiva o Retórica y Poética, Palencia,
Establecimiento Tipográfico de J. M. de Herrán, 1890, p. 89: "P. ¿Qué modelos
podemos citar? R. Sobre todas, ya hemos dicho, El Quijote, novela satírica de
Cervantes. De nuestros autores contemporáneos entre otras citaremos: El
escándalo de Alarcón, La Pepita Giménez de D. Juan Valera, Gloria de Pérez
Galdós, El sabor de la tierruca y La Puchera de Pereda".
295
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