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La revolución permanente

Franz Mehring

Escrito: 1 de noviembre de 1905.


Primera vez publicado: En Die Neue Zeit, 24º año, 1er. Volumen, nº 6 - 1905 - 1906
Versión al castellano: Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones "Leon Trotsky", Buenos
Aires - Argentina, en base a la versión publicada en Les Cahiers du C.E.R.M.T.R.I. N° 115,
diciembre de 2004-enero de 2005, París, Francia, pág. 33.
Versión digital: Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones "Leon Trotsky", Buenos Aires -
Argentina, 2006.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto 2006.

Berlín, 1 de Noviembre de 1905


Feliz quien ha podido vivir este glorioso año, el año de la revolución rusa, que no tendrá menos
importancia en los libros de historia que la que antaño tuvo la revolución francesa de 1789. Todas
las revoluciones del siglo XIX no han sido más que retoños de esta revolución, retoños auténticos, a
veces un poco débiles, lo que vale incluso también para el movimiento europeo de 1848. Por
poderoso que haya sido este movimiento, y por lejos que hayan llegado sus efectos indirectos, sin
embargo, solamente ha sacado las consecuencias del año 1789 para el continente europeo y sus
oleadas han reculado frente a la muralla de la frontera rusa.
Lo que distingue la gran revolución rusa de la gran revolución francesa es que aquella fue dirigida
por el proletariado consciente de ser una clase. La Bastilla también fue tomada por asalto por los
obreros de los suburbios de Saint Antoine, también son los obreros berlineses los que han triunfado
sobre los guardias prusianos en la victoria del 18 de marzo de 1848 sobre las barricadas. Pero los
héroes de estas revoluciones al mismo tiempo han sido sus víctimas; desde el día de su victoria, la
burguesía les ha arrebatado el precio de su victoria. Y de esto se han muerto finalmente las
revoluciones basadas en el modelo de 1789; la contrarrevolución tuvo tan buen juego en 1848 y
1849 porque los obreros estaban cansados de sacar las castañas del fuego y de ser engañados por los
que consumían las castañas, porque su conciencia de clase no estaba lo suficientemente desarrollada
para sacar provecho para sí mismo entre el poder feudal y la traición de la burguesía.
Lo que fue la debilidad de la revolución europea de 1848 es la fuerza de la revolución rusa de 1905.
Su protagonista es un proletariado que ha comprendido esta "revolución permanente" que la Nueva
Gaceta Renana había predicado para orejas todavía sordas. Mientras que su sangre corría a mares
bajo los golpes de fusil y de sable de los verdugos del zar, los obreros rusos, con una fuerza
obstinada, mantuvieron firmes sus objetivos, y el arma poderosa que constituye la huelga política de
masas le permitió quebrar el poder zarista hasta sus cimientos. En el último manifiesto del zar, el
despotismo asiático abdica para siempre; al prometer una constitución, cruza el Rubicón, más allá
del cual ningún retorno es posible. Esto es un primer triunfo del proletariado ruso, y el mayor éxito
que ningún proletariado de otro país en un movimiento revolucionario haya obtenido antes. Los que
tomaron la Bastilla, como los combatientes de las barricadas de Berlín eran capaces de un impulso
heroico, pero no de esta lucha infatigable y obstinada que llevaron adelante los obreros rusos, sin
dejarse desviar por fracasos momentáneos. Sin embargo, su primer éxito los ubica ahora frente a un
nuevo deber, incomparablemente mayor, el de perseverar, aún después de la victoria, en su antigua
combatividad.
En la historia de las guerras, no deja de repetirse una experiencia: después de una victoria
aplastante, es difícil llevar al fuego incluso a las tropas más valerosas para que, al perseguir al
enemigo, hagan la victoria verdaderamente fecunda, y es tanto más difícil cuando la victoria ha sido
más aplastante. Existe, profundamente arraigada en la naturaleza humana, la necesidad de un
descanso liberador, cuando esta se libera de una fuerte tensión, y por eso la burguesía siempre ha
especulado con éxito, cuando el proletariado le ha sacudido los árboles de la revolución para hacer
caer sus frutos.
De manera legítima, un diario burgués evoca, a propósito del manifiesto del zar, las promesas que
había hecho Federico Guillermo IV, cuando la revolución había quebrado sus bravatas de autócrata.
Son más o menos las mismas promesas: inviolabilidad de las personas, libertad de conciencia,
libertad de palabra, una representación popular basada en un amplio derecho a voto y con una
participación decisiva en la legislación. En esa época como ahora, la oposición burguesa sabía y
sabe bien que, cuando un autócrata vencido está obligado a hacer semejantes concesiones, estas
cosas buenas no nadan simplemente como pedazos de pan en la sopa de la revolución, sino que le
ofrecen reales garantías de que una autocracia obligada a humillarse hasta ese punto por la fuerza
nunca más podrá levantar cabeza. Pero está dentro del interés de la burguesía rebajar incluso las
conquistas de la revolución para desarmar al proletariado, describirlas como un espejismo que no
podrá hacerse realidad más que gracias a la más extrema ponderación, ponerse en guardia contra los
cuervos de mal augurio que arriesgarían, por así decir, poner en fuga a los espectros nocturnos. Es
así que después de toda victoria revolucionaria resuenan los llamados de la burguesía a la "calma a
cualquier precio", supuestamente en el interés de la clase obrera, de hecho, por el frío y astuto
cálculo de la burguesía.
Este es el momento más peligroso para toda revolución; pero, si bien este ha sido fatal hasta el
momento para el proletariado, esta vez, la clase obrera rusa ha pasado la prueba brillantemente, al
responder con resolución al manifiesto del zar: la revolución permanente. Los telegramas llegados
hoy de Petrogrado a la prensa burguesa dan una testimonio honorable de nuestros hermanos rusos;
"Bajo la influencia de los socialistas, la opinión se ha vuelto más desfavorable de lo que se podía
esperar esta mañana. La excelente organización de los socialistas triunfa hoy sobre la burguesía".
Los obreros rusos no piensan desarmarse, los vencedores de hoy no quieren ser los derrotados de
mañana, y en esto justamente reside el progreso histórico que ofrece la revolución rusa en relación
con las precedentes.
Por cierto, para los obreros rusos también vale que ningún milagro ocurrirá mañana. No está en su
poder saltar las etapas de la evolución histórica y crear, a partir del despótico estado zarista, de
buenas a primeras, una comunidad socialista. Pero pueden acortar y allanar el camino de su
combate emancipador, si no sacrifican el poder revolucionario que han conquistado frente a las
tramposas quimeras de la burguesía, sino por el contrario, no dejan de servirse de él para acelerar la
evolución histórica, es decir, revolucionaria. Ahora pueden asegurarse en algunos meses y semanas
lo que costaría décadas de penosos esfuerzos, si cedieran el terreno a la burguesía después de haber
obtenido la victoria. No pueden inscribir en la constitución rusa la dictadura del proletariado, pero
pueden inscribir en ella el sufragio universal, el derecho de coalición, la jornada de trabajo legal, la
libertad ilimitada de prensa y de palabra, y pueden arrancarle a la burguesía, para todas estas
reivindicaciones, garantías tan sólidas como las que la burguesía le arrancará al zar de acuerdo a sus
propias necesidades. Pero sólo pueden hacerlo si no deponen las armas en ningún momento y no le
permiten a la burguesía dar ni siquiera un paso adelante, sin que ellos mismos no den también un
paso adelante.
Y es precisamente por la "revolución permanente" que la clase obrera rusa debe replicar, y, según
todas las informaciones llegadas hasta el momento, ha replicado efectivamente, ante el grito
angustiado de la burguesía pidiendo "la calma a cualquier precio".
Es falso decir que así se insuflará una nueva vitalidad al despotismo que acaba de ser abatido. Con
justeza un historiador de la gran revolución francesa - Tocqueville, si no me equivoco - dice que un
régimen que se derrumba nunca es más débil que en el momento en que comienza a reformarse. Y
esto vale mucho más que para la realeza decadente en Francia, para la autocracia decadente en
Rusia. Porque toda su maquinaria gubernamental está podrida de cabo a rabo. A partir que dimita y
renuncie a la apariencia de solidez que ha mantenido penosamente hasta ahora, estará sin defensa
contra todo choque vigoroso. De hecho, tiene necesidad de "calma a cualquier precio" si debe
restablecerse sobre una nueva base. Esta es la pérfida significación de esta consigna que,
esperemos, haya terminado de cumplir su funesto rol.
Los obreros rusos se han convertido así en los campeones del proletariado europeo. Se han
beneficiado con una posibilidad que, hasta ahora, no ha compartido ningún proletariado de las
naciones europeas occidentales: entran en la revolución con experiencias acumuladas y una teoría
clara, profunda y extendida; pero han sabido crear esta posibilidad, y este es su mérito. En el curso
de décadas de combate y al precio del sacrificio de innumerables heroínas y héroes, se han
impregnado de la teoría de la revolución proletaria hasta la médula de los huesos; lo que han
recibido, lo devuelven ahora con creces. Le dan vergüenza a los espíritus timoratos que creían
imposible muchas cosas que ellos demostraron posible; los trabajadores de Europa saben hoy que
los métodos de lucha de la antigua revolución sólo han perimido para ceder el lugar a métodos más
eficaces en la historia de su lucha emancipadora.
En la clase obrera de todos los países europeos caen las chispas del bautismo de fuego de la
revolución rusa, y en Austria el brasero ya se inflama.
Los obreros alemanes no son los últimos en la lucha que dirigen sus hermanos rusos; el estado
vasallo pruso-germánico está tan estrechamente mezclado con el destino del zarismo que la caída de
este último tendrá contragolpes muy profundos sobre el imperio de los junkers al este del Elba.
Quizás no por el momento, y quizás no para siempre de manera destructiva; las poderosas
conmociones económicas que entrañará la revolución rusa en su continuidad pueden hacer enojar
mucho más aún a esta camarilla de hambreadores. Pero a la larga, la revolución rusa ya no se dejará
encerrar en las fronteras rusas como antes la Revolución francesa no se dejó encerrar en las
fronteras francesas, y esto, nadie lo sabe mejor que las clases dirigentes en Alemania.
Podemos estar seguros que ellos siguen la evolución de la revolución rusa con la mayor atención y
encontrarán la ocasión de darle un golpe fatal cuando vean alguna perspectiva de éxito. La clase
obrera alemana no debe olvidarlo, menos aún cuando la causa de sus hermanos rusos es también la
suya.

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