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LA VOCACIÓN
EN LA BIBLIA
De la vocación bautismal
a la vocación presbiteral
Siempre me resulta muy difícil abordar el tema vocacional. Por eso me re-
sisto a hablaros de él, plenamente consciente de lo difícil que es decir algo co-
herente y claro cuando se afronta globalmente.
Me permito dar a estas charlas un subtítulo que espero se irá clarificando a
lo largo de las mismas: De la vocación bautismal a la vocación presbiteral.
Empezaré, pues, manifestando las dificultades que se plantean al tratar el
tema de la vocación, al menos las que se me plantean a mí, y que fundamen-
talmente son las dos siguientes:
a) La vocación es un acontecimiento muy personal. En quien la vive, sobre
todo cuando madura a través de experiencias diversas y graduales, es algo que
forma parte integrante de su persona. Este talante íntimo es precisamente lo
que, por su propia naturaleza, hace que se resista a todo tipo de análisis.
Nos es bastante difícil identificar racionalmente los elementos que integran
y constituyen nuestro ser. Porque somos nosotros y basta. No necesitamos que
se nos explique demasiado por qué somos nosotros mismos. La vocación, al
ser un discernimiento sobre lo que somos y por qué lo somos, forma parte del
misterio y no puede comprenderse. Es lógico, por tanto, que nos resistamos a
hablar de ella públicamente y de una forma razonable y coherente.
La vocación abarca un conjunto de factores espontáneos y personales que a
menudo carecen de justificación racional. Factores que configuran la persona.
Y nuestra persona es lo que somos. La vocación, cuando se vive personalmen-
te, se experimenta como parte de esta identidad personal y por eso es difícil
analizar y describir. Lo vemos con mucha claridad cuando en un caso dudoso
tratamos de ver si una persona concreta tiene vocación o no. No es fácil pro-
nunciarse sobre el tema. Hay gente con mucha experiencia que en algunas
cuestiones casi nunca se atreve a dar su opinión. Pues se mueve uno entre rea-
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que todas estas realidades deben ser verificadas en la vida y por la vida, pues
de otro modo se quedarían en puros esquemas que no nos dejarían ver la liber-
tad con que Dios obra con cada uno de nosotros, con la Iglesia de hoy y con la
Iglesia del mañana.
Una vez dicho esto y tomadas estas precauciones, digamos algo sobre las
fuentes y método a seguir. Naturalmente la fuente será una sola: la Sagrada
Escritura. Trataremos de analizar el fenómeno de la vocación en la Biblia. Sin
embargo, hemos de contar además con los comentarios de los Padres y los es-
tudios bíblicos sobre el tema. Procuraremos sobre todo relacionar constante-
mente la Escritura con la experiencia personal o eclesial. Pues si no lo hicié-
ramos, nos reduciríamos fácilmente a sistematizar los datos escriturísticos.
¿Qué método seguir? Todavía es incierto y provisional, y por tanto suscep-
tible de cambio y corrección a lo largo de nuestro camino y a medida que
avancen nuestras reflexiones. Pero ya podemos fijar una premisa fundamental,
a saber, que todo lo que tiene que ver con la vocación debe encuadrarse en el
tema más amplio y global de la palabra de Dios. La vocación es una manifes-
tación concreta de la palabra de Dios.
Después hablaremos de «las llamadas» en la historia bíblica de la salvación
y analizaremos las más sobresalientes. Así entenderemos mejor cómo la pala-
bra de Dios va tomando para algunos la forma de llamada, de vocación. Pero
aquí se plantea ya un problema: ¿Sólo para algunos? ¿Para cuántos? ¿Para to-
dos? Mediante la lectura de los textos bíblicos sobre la historia de la salvación,
afrontaremos todas estas cuestiones.
A continuación estudiaremos el tema: «La llamada de Dios en el itinerario
cristiano de la salvación». En el itinerario del hombre llamado a la salvación y
que discurre sucesivamente desde el bautismo hasta la madurez cristiana, sub-
rayaremos cómo se manifiesta y qué lugar ocupa el fenómeno de la vocación.
En resumen, las etapas a recorrer serán pues las siguientes:
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1. La palabra de Dios.
2. Las diversas llamadas en la historia bíblica de la salvación.
3. Las llamadas de Dios en el itinerario cristiano de salvación.
I
La palabra de Dios
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LA PALABRA DE DIOS
suscita la energía y el entusiasmo de una masa. Pues con mucha más razón la
palabra de Dios es creadora, es Palabra eficaz. Crea lo que dice, hace lo que
exige, estimula eficazmente aquello a lo que invita.
Tenemos, finalmente, la palabra de Dios como mensaje, como proclama-
ción de la realidad. Este aspecto informativo está presente en la palabra huma-
na como noticia, historia, narración de un suceso. También la Biblia, que es
palabra de Dios, se compone de noticias, es Palabra informativa, Pero esta in-
formación es, a su vez, mensaje de Dios salvador, mensaje de salvación.
De acuerdo con este sencillo análisis, podemos agrupar los aspectos funda-
mentales de la palabra en: Palabra-comunicación, Palabra-creadora, Palabra-
mensaje.
La vocación tiene que ver sobre todo con el segundo aspecto, es decir, con
la Palabra como llamada, como creación, como Palabra que estimula, que in-
vita indicando un camino a seguir; como palabra dirigida a un tú.
Observemos ya aquí una cosa que repetiremos en seguida al hablar de la Pa-
labra como realidad, aunque corresponda al segundo de los aspectos, es decir,
al tú; es, sin embargo, también autocomunicación y mensaje. Por consiguiente,
los tres aspectos deben estar siempre presentes. Sólo se puede comprender a
Dios que llama a alguien, cuando en su llamada comunica algo de sí mismo y
propone un mensaje de salvación.
Éste es, por tanto, el ámbito más amplio en que un hombre puede compren-
der que Dios le llama. Más aún, si le llama por su nombre, como en la voca-
ción de Moisés y le indica un camino, manifestándole a la vez una predilec-
ción especial, todo ello va incluido en el cuadro general de la Palabra como
comunicación y como mensaje.
La vocación en la Biblia 17
Tratemos ahora del aspecto más sustancial, más concreto, es decir: de la pa-
labra de Dios no sólo en su fenomenología más general de palabra en primera,
segunda o tercera persona, sino de la palabra de Dios en su realidad, tal corno
se manifiesta. En seguida advertimos que la Biblia y la Tradición bíblica y
patrística nos presentan la expresión «palabra de Dios» como una expresión
profundamente análoga. Para entender bien esta analogía nos será muy útil
comparar dos pasajes del Nuevo Testamento: «Al principio ya existía la Pala-
bra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1, 1); «que la
palabra de Dios habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos
unos a otros con toda sabiduría y cantad a Dios, con un corazón agradecido,
salmos, himnos y cánticos espirituales» (Col 3, 16). Estamos ante dos usos del
término «palabra de Dios» que tienen una clara analogía: «La palabra de Dios
habite en vosotros»; «La Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios».
Entre estos dos momentos de la Palabra se sitúa todo el itinerario y todos los
significados de la palabra bíblica. De la palabra que es el Verbo a la Palabra
que habita en la Iglesia y de la cual nosotros somos en cierto modo expresión
porque procuramos que habite en nosotros.
¿Cuáles son, pues, los significados fundamentales que la palabra de Dios
asume en los diversos planos de la realidad? Me parece que, siguiendo a san
Juan, debemos partir siempre de esta intuición: «Al principio ya existía la Pa-
labra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios». Pues en que Dios
diga, que se diga, que sea Palabra, es precisamente donde se basa todo el dis-
curso de Dios. También la Palabra como llamada, como vocación, tiene aquí,
en definitiva, su punto de referencia. Y también todo lo que se puede decir del
hablar de Dios en la historia general o del hablar de Dios en la vida individual
de cada uno. Es decir, el Verbo de Dios es lo que hace posible que Dios se
comunique, la raíz de todo nuestro conocimiento y de toda nuestra posibilidad
de conocer las palabras de Dios.
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bién en cada uno de nosotros despierta ecos especiales y aquí tenemos un pun-
to de partida para un análisis más íntimo y personal de la vocación.
La palabra de Dios nos toca, nos invade; es una semilla depositada en nues-
tro corazón. La palabra de Dios no sólo está sembrada en el campo de la Igle-
sia en general, sino que también está esparcida en el corazón de cada uno.
También nuestro corazón es un lugar apropiado para que resuene la palabra de
Dios. No se trata, naturalmente, de una palabra al margen de la liturgia, del
sacramento, del magisterio o de la Escritura, pero sí de un lugar muy propio
para manifestarse.
De todo esto podemos sacar una consecuencia de enorme importancia para
la vocación, a saber, que el hecho vocacional se desarrolla y crece normalmen-
te en un clima o espacio en el que la palabra de Dios puede expresarse y en-
contrar eco. No basta un simple atractivo natural y personal, un cierto gusto,
una inclinación particular. Es preciso que todo eso, con toda la importancia
que se merece y tiene, y que en cierto sentido es fundamental, se nutra de to-
das las resonancias de la palabra de Dios en la Iglesia y se extienda a ellas. Por
eso es tan importante que toda la comunidad cristiana intente ser un lugar
donde resuene de verdad la palabra de Dios. Pues de otro modo, es imposible
que suscite vocaciones. Es totalmente imposible que en una comunidad madu-
ren decisiones vocacionales si no se vive este ritmo de resonancia de la pala-
bra de Dios en sus formas más dispares. La liturgia, la lectura de la Escritura,
la oración, hacen que la palabra de Dios se dirija personalmente a cada uno,
que encuentre el ambiente, la situación y el lugar donde se la reconozca.
Y esta importancia es grande no sólo cuando nace la vocación, sino también
a lo largo de su proceso de maduración y perseverancia. Es muy difícil que
una vocación persevere cuando no halla un entorno donde resuene la palabra
de Dios, cuando no hay una comunidad que la lleve a la práctica y le confiera
dinamismo y eficacia. Es, pues, evidente la importancia que todo esto tiene
incluso para un acertado discernimiento de las vocaciones y para el crecimien-
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Todo lo que hemos dicho hasta ahora no son más que observaciones un tan-
to genéricas, aunque muy útiles para disponer de un punto de partida para
nuestras reflexiones. Más aun, todo lo que diremos sobre la vocación deberá
estar siempre referido a esta concepción general de la palabra de Dios, de su
fenomenología, de su realidad, de sus niveles de resonancia y de su dinámica
específica.
Si tuviéramos que precisar qué es lo más importante en el tema de la pala-
bra de Dios, cuál es el punto de vista global que todo lo resume, la clave de
todo lo demás, diría que es esa «cualidad» de la palabra que llamamos Evan-
gelio. Este es para mí el punto focal en que convergen todos los elementos
dispersos de que hemos hablado. La palabra de Dios tiene una característica
específica, particular; es una «buena noticia» o, como nos dicen las parábolas
del Evangelio, algo así como un tesoro escondido en el campo o una perla de
inestimable valor.
Creo, pues, que ese elemento unificador y decisivo que se llama Evangelio
puede resumir todo lo que hemos dicho. Podemos considerar al mismo Jesús,
las palabras del Nuevo Testamento y nuestra propia vocación como Evange-
lio. La vocación es «buena noticia», es «evangelio», apertura de horizontes
que Dios ofrece al hombre en su Hijo. Y no tiene nada que ver con la imposi-
ción, con el deber o con el miedo. Todo lo que vamos a decir se deberá medir
con este «metro». ¿Qué es el evangelio para Abraham, para Moisés, para no-
sotros, para mí y en mi propia vida? ¿Cómo lograr que mi vocación sea evan-
gelio, invitación a nuevos horizontes, realidad que dilata mi espíritu, que pue-
de colmarme de alegría?
II
Uno solo es el cuerpo y uno solo el espíritu, como también es una la esperan-
za que encierra la vocación a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una
fe, un bautismo, un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en
todos y habita en todos...
...Y fue también Él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros
evangelistas y a otros pastores y doctores. Capacita así a los creyentes para la
tarea del ministerio y para construir el Cuerpo de Cristo (Ef 4,4-6.11-12).
ORACIÓN
Te pedimos, Señor,
que conozcamos los dones que, en Cristo,
has hecho a tu Iglesia,
para que cada uno de nosotros,
al conocer nuestra vocación
y al ayudar a los demás a reconocerla,
podamos edificar todos juntos
el Cuerpo de tu Hijo
que vive y reina en tu Iglesia
por los siglos de los siglos.
Amén.
CARLO MARIA MARTINI 26
1. Observaciones antropológicas
Esta vía histórica nos permite seleccionar algunos ejemplos, tipos y mode-
los, y analizarlos no sólo en lo que tienen de común, sino también en lo que
tienen de peculiar y de diverso. Lo ideal sería que esta historia nos ofreciera
una continuidad. Después de analizar la trayectoria de Abraham, Moisés, Je-
remías, Pablo, etc., esta historia debería continuar con Ignacio de Antioquía,
san Agustín, san Bernardo, santo Tomás de Aquino, san Ignacio de Loyola,
etc., hasta llegar al momento actual, a las biografías más recientes.
Sólo así podremos hacer un análisis histórico que nos permita resaltar la co-
herencia, las convergencias y las divergencias. Si ahora nos limitamos a anali-
zar exclusivamente la llamada en el marco bíblico de la salvación, es para in-
vitaros a que luego profundicéis por vuestra cuenta. Profundización que po-
demos hacer siempre que dispongamos de material vocacional. Y puesto que
el material vocacional más inmediato somos nosotros mismos, la autobiografía
es el primer método de análisis y de investigación.
A todo el material histórico que recogemos en la segunda parte de nuestras
charlas le aplicaremos un método que llamaremos «método de los opuestos» o
de los contrarios. La idea de este intento de aproximación la tomamos de Ro-
mano Guardini: ¿cómo se reconoce lo singular concreto, es decir, la singulari-
dad propia de una experiencia? El autor pretende pasar del conocimiento gene-
ral al conocimiento del ser viviente individual, concreto, en sus manifestacio-
nes históricas. Un análisis sumamente luminoso nos sugiere cómo la concien-
cia de la complejidad del viviente concreto es el único camino para el conoci-
miento de lo singular, de la persona en su individualidad.
Este conocimiento surge de una clara oposición entre los extremos en ten-
sión de toda situación vital. Sólo por la percepción de estas oposiciones pola-
res, que se condicionan entre sí y que coexisten precisamente en su diversidad
y oposición, cabe llegar a una valoración no unilateral ni esquemática, sino
viva, de la persona y de la situación histórica concreta, propia de todo ser vi-
viente. Por eso me pregunto si en el hecho vocacional hay algunas «oposicio-
CARLO MARIA MARTINI 28
¿Cómo haremos, pues, esta lectura? He pensado que podemos hacerla así:
no vamos a leer uno tras otro todos los pasajes y a hacer su exégesis, ni mucho
menos. Escogeremos algunos pasajes típicos. Comenzaremos con una intro-
ducción considerando la vida de Abraham en su conjunto, a través de los epi-
sodios que la engloban; luego plantearemos algunas preguntas a estos textos y
a este ciclo. Como es natural, estas preguntas se situarán en la perspectiva es-
pecial que hemos escogido, es decir, partirán de la experiencia de Abraham
como llamada.
La primera pregunta que planteamos tiene un carácter introductorio y pre-
liminar. En la historia de Abraham (Gen 11, 27-25, 11), ¿estamos de verdad
ante una llamada?
Se habla con frecuencia de la llamada de Abraham. Pero ¿dónde está la lla-
mada en estos textos?, ¿nos presentan realmente la vida de Abraham como
llamada o se trata de una reflexión nuestra sobre esos textos?
El Nuevo Testamento nos presenta normalmente todo lo que sucede a
Abraham no precisamente desde la perspectiva específica de la llamada. Para
calificar el ciclo de Abraham utiliza otros conceptos, como por ejemplo, el de
juramento o promesa:
De este modo mostró el Señor su misericordia a nuestros antepasados y se
acordó de su santa alianza, del juramento que hizo a nuestro antepasado
Abraham... (Lc 1,72-73).
Al irse acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho con juramen-
to a Abraham, el pueblo aumentaba y se multiplicaba en Egipto (Hch 7, 17).
Pues bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia...
(Gal 3, 16).
Estos tres textos subrayan claramente la iniciativa de Dios en la experiencia
de Abraham. Dios es el que jura y el que promete.
La vocación en la Biblia 33
Heb 11, 8 es, pues, un texto fundamental. Es verdad que en el Antiguo Tes-
tamento lo que hace Abraham no se ve normalmente desde la perspectiva de la
llamada. El verbo llamar no aparece nunca en todo el ciclo de Abraham para
expresar una acción de Dios con él. El uso del verbo «llamar», referido a la
vocación, comienza con los Cánticos del Siervo de Yahvé.
Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano (Is 42, 6).
Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre... (Gn 12, 1).
Aquí se enumeran tres cosas: el país, la patria, la casa paterna. Tres realida-
des: una geográfica, otra cultural y el lugar del que Abraham es sacado. Abra-
ham es llamado desde el fondo de su identidad. La vocación abarca todo lo
que es. La palabra de Dios es pues una palabra total, absoluta. No exige por
separado una u otra parcela de la vida de Abraham, sino que reclama la totali-
dad de la vida vivida hasta ahora, una vida que se le pide que abandone.
Hay, además, un aspecto significativo y es que la situación en que se en-
cuentra Abraham, su familia, su país y su grupo, no le ofrecen perspectivas ni
esperanzas concretas. Leemos:
Sara era estéril y no tenía hijos (Gn 11, 30).
hemos de responder que, en el fondo, no tiene que hacer nada. Este ciclo nos
presenta a un hombre que va de un lado para otro, que de cuando en cuando
levanta un altar, invoca el nombre de Dios y luego se va a otro lugar. No se ve
con claridad lo que Dios quiere en concreto. Le pide que camine y espere. Pe-
ro además, el carácter indefinido y genérico de esta vocación es totalmente
paradójico. Para entenderla mejor, comparémosla con la vocación de Moisés.
Lo que hace Moisés está muy claro: tiene una misión concreta. Debe sacar al
pueblo hebreo de Egipto, llevarlo por el desierto y convertir a unos grupos
dispersos en un pueblo bien estructurado. Moisés, una vez pasado el mar Rojo,
puede decir junto al Sinaí: «He cumplido una parte de mi trabajo». Cosa que
nunca podrá decir Abraham. Por eso, toda la tradición neotestamentaria ve en
él la encarnación de la fe. No hacer una cosa concreta, una tarea determinada,
sino fiarse de. Y es totalmente cierto que éste es un aspecto de la vocación di-
vina.
La tercera característica, más difícil de definir, puesto que no está expresa-
mente en los textos, pero que nace de nuestro cuestionamiento previo, podría
formularse así: La vocación de Abraham como llamada, ¿es una invitación o
una obligación?
Para precisar algo más la pregunta, formulémosla de otro modo. ¿Qué
hubiera pasado si Abraham no se hubiera puesto en movimiento y hubiera
permanecido en Jarán con sus posesiones, con su familia y con todo lo suyo?
Seguramente a Abraham no le hubiera pasado nada novedoso, hubiera conti-
nuado con su actividad y con su forma de vida. Y como no había hecho nada
especial en la tierra de Palestina mientras estaba en ella, tampoco habría hecho
cosas especiales durante su estancia en Mesopotamia.
Pero ¿qué hubiera sucedido desde el punto de vista de la historia de la sal-
vación? Pues, evidentemente, que no habría empezado la formación de un
pueblo, la posesión de una tierra. Abraham hubiera muerto solo, hubiera con-
cluido su vida humana con todos los honores, pero sin continuidad. Es decir,
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En Abraham, por el contrario, hay una ruptura total con lo que ha hecho o
vivido antes de ser llamado. No puede volverse atrás. Los sucesos le empujan,
le llevan hacia cosas nuevas y no a repetir el pasado, al punto de partida.
Estas cuatro características son algunas de las más importantes que pode-
mos destacar en la vocación de Abraham, tal como la historia nos la presenta
en la Sagrada Escritura.
Quisiera terminar con algunas preguntas:
1. ¿Hay alguna figura en la historia de la Iglesia con una estructura parecida
a la de Abraham?
Debemos buscar principalmente a aquellos tipos o personajes en los que
destaca la soledad, la ruptura con el pasado, el peregrinaje vagabundo, sin un
proyecto fijo, definitivo. Por ejemplo, Charles de Foucauld. Una figura en la
que creo se dan las tensiones típicas de Abraham.
2. ¿Hay en la vida eclesial o en nuestras experiencias casos con característi-
cas similares a las de Abraham?
Yo, por ejemplo, pienso en Abraham cuando me encuentro con vocaciones
muy solitarias, muy singulares, que dan la impresión de un individualismo
exagerado, excesivo. Es verdad que ese individualismo es a menudo fruto de
la ilusión.
Creo, sin embargo, a la vista de una experiencia tan peculiar como la de
Abraham, no podemos negar a Dios la posibilidad de suscitar vocaciones sin-
gulares, especiales, nuevas y diversas, que no encajan en ningún esquema co-
nocido y contrastado, y que parecen únicas y aisladas. Pero esto no quiere de-
cir que toda vocación singular sea divina. Tengo más bien la impresión perso-
nal de que donde hay singularidad puede haber mucha fantasía, búsqueda de
algo que no es precisamente la palabra de Dios, sino una necesidad personal
inconsciente. A pesar de todo, este ejemplo bíblico nos muestra que hemos de
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estar dispuestos a admitir que pueda haber vocaciones solitarias, en las que el
aspecto comunitario ocupa sólo un segundo plano.
Lo normal es que la experiencia vocacional vaya siempre muy unida a la
comunidad y se viva en ella. Por eso y por las circunstancias, Abraham es un
caso límite y extremo, porque es una vocación fundante, inicial. No nace en
una comunidad que ya existe, sino que sale de una comunidad para buscar y
descubrir una realidad completamente nueva.
3
1. La figura de Moisés
Leeremos este fragmento de los Hechos de acuerdo con una sola clave de
lectura, dejando todas las demás interpretaciones posibles. Y tomaremos la
clave de un comentario rabínico a Dt 34, 7: «Moisés tenía ciento veinte años
cuando murió. No se habían apagado sus ojos ni se había debilitado su vigor».
El comentario rabínico dice así:
Moisés fue uno de los cuatro que vivieron ciento veinte años. Los otros tres
son Hillel, Rabban Jochanam Ben Sakkai, Rabbi Akibá.
Moisés pasó cuarenta años en Egipto, cuarenta años en Madián y por cuarenta
años sirvió a Israel. Hillel vino de Babilonia a los cuarenta años, sirvió a los
sabios durante cuarenta años y durante cuarenta años sirvió a Israel.
Rabban Jochanam Ben Sakkai se ocupó de asuntos mundanos durante cuaren-
ta años, sirvió a los sabios por cuarenta años y por otros cuarenta sirvió a Is-
rael. Rabbi Akibá aprendió la Tora a los cuarenta años, sirvió durante cuaren-
ta años a los sabios y sirvió también a Israel durante cuarenta años.
chos avatares llega a saber por fin lo que Dios quiere de él, cuál es el objetivo
de su llamada. A diferencia de Abraham, que como hemos dicho es muy cons-
ciente desde el principio del objetivo de su llamada, aunque ésta es muy gené-
rica y casi carece de contenido específico (un pueblo, una tierra y una Palabra
de la que fiarse), en el caso de Moisés las cosas son muy distintas. Aquí ob-
servamos tres etapas claramente sucesivas, en las que se equivoca más de una
vez y pasa por situaciones de las que tiene que volverse atrás, hasta que poco a
poco va sabiendo en qué consiste su verdadera vocación.
Los sabios de Israel intuyeron a su modo este aspecto al subrayar la coinci-
dencia de que sólo en el tercer periodo de su vida los cuatro grandes doctores
del judaísmo sirvieron de verdad a Israel. Primero hicieron otras cosas, muy
importantes desde luego, pero sólo en un momento concreto sirvieron de ver-
dad a Israel y realizaron su auténtica vocación.
Leamos ahora desde esta perspectiva el texto de Hch 7, 20-40. Podemos di-
vidirlo fácilmente en tres partes: la primera comprende los versículos 20-22 y
podemos llamarla la «educación de Moisés». La segunda abarca desde el
versículo 23 al 29 y podemos titularla «generosidad y desilusión de Moisés».
Finalmente, la tercera parte, que incluye los versículos 30-40, podemos deno-
minarla «descubrimiento de su vocación».
Entonces nació Moisés, que fue grato a Dios. Criado durante tres meses en la
casa de su padre, fue abandonado, pero la hija del faraón lo adoptó y lo crió
como hijo suyo. Moisés fue educado según la sabiduría egipcia, y fue podero-
so en palabras y en sus obras.
¿Qué es lo que distingue esta primera fase de la vida de Moisés, de sus pri-
meros cuarenta años de experiencia? Una formación refinada. «Fue educado
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según la sabiduría de los egipcios». Esta frase recogida en los Hechos no apa-
rece en el Antiguo Testamento. Es fruto de una mirada retrospectiva, de una
interpretación de los acontecimientos de Moisés.
Como sabemos muy bien, no había sabiduría más fascinante que la sabidu-
ría de Egipto. Y Moisés es educado en ella. Epaídeúthe es la palabra que utili-
za el texto griego para referirse explícitamente a una educación razonable y
perfecta en toda la ciencia de la vida y del cosmos que los egipcios habían
acumulado a lo largo de miles de años.
Moisés, salvado de las aguas por intervención providencial de Dios, magní-
ficamente educado, pone en juego todas sus posibilidades. Nos dice el texto:
«Fue poderoso en palabras y obras». Lo mismo que se dice en Lc 24, 19 para
expresar la enorme maestría y poder de Jesús. Pues bien, esos mismos poderes
son los que se atribuyen luego a quienes Jesús llama para que le sigan. Exter-
namente, nada le falta a Moisés. Pero no hace ni proyecta nada nuevo para su
pueblo. Todavía no ha saltado en él la chispa de la preocupación por la vida.
Podríamos decir que este Moisés que se nos presenta es un hombre que vive
de métodos y sueños. Se nos describe de algún modo lo que suele suceder en
el período de formación: se aprenden métodos, técnicas de oración, de diálo-
go, de apostolado. Pero falta todavía el contacto inmediato con la vida real. Es
verdad que se han abierto muchas posibilidades, pero se pueden estancar
fácilmente o desviar y desperdiciar.
El aspecto positivo de esta etapa formativa es la gran riqueza de posibilida-
des, la plena adquisición de los recursos de expresión, comunicación y acción
que exige la vida social.
Pero hay también un aspecto negativo, una desventaja, que no es otra que la
falta de contacto con la realidad tal como es. Una falta de contacto directo con
lo que nos rodea. Y claro, en esta situación, es grande el peligro de que al-
guien con tantos recursos elabore e imagine fantásticos métodos de trabajo,
éxitos, sucesos y dificultades que nada tienen que ver con la realidad. Además,
La vocación en la Biblia 47
Al cumplir cuarenta años se propuso visitar a sus hermanos, los hijos de Isra-
el. Viendo cómo maltrataban a uno de ellos, lo defendió y vengó matando al
egipcio. Pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios los iba a salvar
por medio de él, pero ellos no lo comprendieron. Al día siguiente sorprendió
a unos riñendo y trató de reconciliarlos: «Sois hermanos -les dijo-, ¿por qué
os maltratáis?». Pero el que maltrataba al otro le replicó: «¿Quién te ha hecho
jefe y juez nuestro? ¿Es que quieres matarme como mataste ayer al egipcio?».
Al oírlo, Moisés huyó y se fue a vivir a Madián donde tuvo dos hijos.
Al comienzo de la segunda fase de su vida, Moisés quiere ponerse en con-
tacto con la realidad y no se conforma con lo que le han dicho de ella. «Se
propuso visitar a sus hermanos».
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1
GREGORIO DE NISA, Vida de Moisés, Sigúeme, Salamanca 1993.
La vocación en la Biblia 51
sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía: «¡Basta, Señor! Quíta-
me la vida, que no soy mejor que mis antepasados».
Es un hombre abatido, destrozado, harto de una realidad que no sabe cómo
afrontar. Dios somete a una tremenda prueba a estas vocaciones privilegiadas
haciéndolas pasar por el amargo camino del fracaso.
En esta fase de expiación. Moisés se da cuenta de que no puede hacer nada
sólo por sí mismo. Y esta conciencia es la que le prepara definitivamente para
una llamada y una misión más precisas de parte de Yahvé.
El «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» lo llama entonces por su nom-
bre y lo envía a Egipto para salvar a su pueblo de la opresión. Estas palabras
son para Moisés totalmente reveladoras. En su amargura creía que el desierto,
el lugar donde estaba, era su exilio, el sitio de su marginación, donde nadie se
acordaba de él. Pero he aquí que se convierte en el lugar donde ahora resuena
su nombre. Hay alguien que lo conoce. Este lugar, para él maldito hasta ahora,
es desde este momento tierra sagrada. La trayectoria de Moisés está experi-
mentando un vuelco radical. Las cosas que él considera obvias no lo son; todo
es radicalmente distinto a como pensaba.
Moisés se da cuenta, por fin, de que es un hombre útil, de que se ha equivo-
cado sencillamente de camino, de que sus cálculos no han sido buenos. Y es
precisamente entonces cuando oye que le dicen: «Y ahora ven, que voy a en-
viarte a Egipto».
Hasta ahora Moisés pensaba y actuaba como si fuera el único responsable
de Israel, como si fuera el único que tuviera que preocuparse por su pueblo,
como si solamente él pudiese comprender los sufrimientos de sus hermanos.
Pero ahora se da cuenta de que no es él quien ha visto las penalidades de su
pueblo, sino que ha sido Dios el que ha visto al pueblo sumergido en el dolor.
Moisés descubre algo fundamental en toda vocación divina: la llamada es ini-
ciativa de Dios.
CARLO MARIA MARTINI 52
Lo primero que nos viene a la mente es que Moisés es llamado para liberar
a su pueblo de la esclavitud de Egipto:
Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: «El Señor, el Dios de vuestros
antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y
me ha dicho: He visto claramente cómo os tratan los egipcios y he determina-
do sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos,
hititas, amorreos, fereceos, jeveos y jebuseos: tierra que mana leche y miel».
Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto
y le diréis: «El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permíte-
nos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrifi-
cios al Señor, nuestro Dios». Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará
marchar, a no ser obligado por una gran fuerza. Pero yo desplegaré mi fuerza
y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después os de-
jará salir (Ex 3, 16-20).
Si analizamos profundamente este pasaje, veremos que no es tan sencillo
como parece. Los grandes hombres que han estudiado a fondo la vida de
Moisés, no la han reducido al hecho de sacar de Egipto al pueblo. Al contra-
rio, incluso la misma Biblia nos presenta la vocación de Moisés desde otra
perspectiva. Pues cuando en algunos pasajes se alude a la hazaña de la salida
de Egipto, no se le atribuye a Moisés. No es Moisés, sino Dios, quien ha libe-
rado y sacado de Egipto a su pueblo.
Al que hirió a los primogénitos de Egipto,
porque es eterno su amor;
y de allí sacó a Israel,
porque es eterno su amor,
con mano fuerte y brazo extendido,
porque es eterno su amor.
Al que partió en dos el mar de las cañas,
porque es eterno su amor,
y por medio hizo pasar a Israel,
porque es eterno su amor... (Sal 136, 10-14).
La vocación en la Biblia 57
Dios por la fe en la tiniebla impenetrable y conocer allí los misterios del ta-
bernáculo y de la dignidad del sacerdocio. Cuando hayas tallado tu propio co-
razón y hecho grabar en él por Dios mismo los oráculos divinos; cuando
hayas destruido el ídolo de oro, es decir, cuando hayas borrado de tu vida el
deseo de enriquecerte; cuando te hayas elevado tan alto que no te pueda ven-
cer ni la magia de Balaam (entiendo por magia la ilusión volátil de esa vida,
por lo cual, los hombres, como si hubiesen tomado una bebida embriagante
en copa de circeo, pierden la propia naturaleza y se convierten en animales);
cuando hayas pasado por todo esto y el ramo del sacerdocio haya germinado
en ti sin que necesite rocío terreno para germinar, tendrás capacidad para pro-
ducir fruto por ti mismo: fruto de almendra que, a primera vista, parece áspe-
ra y ruda pero cuyo fruto interior es dulce y comestible; cuando hayas aniqui-
lado lo que se levanta contra tu dignidad para tragarte como a Datán o con-
sumirte por el fuego como a Coré, entonces casi habrás llegado al término.
Entiendo por término aquello a lo cual se orientan nuestros actos, la motiva-
ción de nuestras obras. Por ejemplo: se cultiva la tierra para gustar sus frutos;
se construye una casa para habitarla; el comerciante aspira a enriquecerse;
término de las fatigas del estadio es ganar el premio. Asimismo, el término de
la vida espiritual es merecer que nos llamen servidores de Dios. Y por consi-
guiente, «no ser enterrado en la tumba» quiere decir vida desnuda y despoja-
da de todo impedimento pernicioso1.
Esta es también la interpretación de los rabinos que ya hemos visto ante-
riormente.
Moisés pasó cuarenta años en Egipto, durante cuarenta años vivió en Madián
y por cuarenta años sirvió a Israel.
Partiendo de esta intuición de Gregorio de Nisa, podemos todavía pregun-
tarnos en qué consistió el servicio de Moisés.
Si releemos el Éxodo a la luz de este servicio, observamos las distintas for-
mas de diaconía cristiana, los diferentes servicios a que es llamado el cristia-
1
Vida de Moisés, nn. 314-317.
La vocación en la Biblia 59
no. Se nos presentan los diversos servicios que Moisés ha prestado a su pue-
blo.
Cuando Dios lo llama desde la zarza, quizá Moisés pudo pensar que iba a
caminar al frente de su pueblo, a la cabeza, igual que un faraón, mostrándoles
el camino, exhortando y gobernando con la arrogancia de un general. La ver-
dad es que sus servicios serían bastante más humildes y sencillos.
Lógica y cronológicamente, su primer servicio es el que llamaremos «del
pan y del agua».
En el capítulo 15 del Éxodo está el cántico de acción de gracias al Señor
«por la gloria de su victoria: caballos y jinetes precipitó en el mar». Un poco
más adelante, en el mismo capítulo, en los vv. 22-24, se lee:
Moisés hizo partir a Israel del mar de las cañas. Salieron hacia el desierto del
Sur y caminaron tres días sin encontrar agua. Llegaron a Mará, pero no pudie-
ron beber sus aguas porque eran amargas. Por eso se llama Mará -es decir,
Amarga-. Entonces el pueblo se puso a murmurar contra Moisés: «¿Qué va-
mos a beber?».
Ahora es cuando se le presentan a Moisés los problemas concretos y cuan-
do, bajándose de su pedestal de gran caudillo, se convierte en proveedor de
agua para su pueblo. Ahora se preocupa de satisfacer las necesidades más ur-
gentes de su gente.
Si el capítulo 15 nos describe a Moisés totalmente absorbido por el proble-
ma del agua, el capítulo 16 nos lo presenta preocupado por el problema del
pan y de la carne:
La comunidad del los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón
en el desierto, diciendo: «¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto,
cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan!
Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a
toda esta muchedumbre» (Ex 16, 2-3).
CARLO MARIA MARTINI 60
Moisés ve lo difícil que es llevar las cargas de sus hermanos, el peso de los
otros, sus defectos, dificultades, sus desilusiones cotidianas. Al aceptar cargar
con estos pesos, se da cuenta también de que tiene que dejar que le ayuden los
demás. La experiencia diaconal de Moisés consiste propiamente en caer en la
cuenta y comprender que servir es sobre todo y antes que nada percibir las ne-
cesidades de los otros y aceptarlos como son.
Hay un tercer tipo de servicios que trasciende el servicio de la responsabili-
dad. Lo podemos llamar «servicio del consuelo». Moisés no es sólo alguien
que soporta los pesos y cargas de los otros, que equilibra las situaciones. Es
también el hombre que transmite valor, que consuela, que anima. Significativo
a este respecto es el texto de Ex 14, 13-14:
No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor;
a estos egipcios que veis ahora, no los volveréis a ver nunca jamás. El Señor
combatirá por vosotros sin que vosotros tengáis que hacer nada.
Es muy interesante comprobar en el versículo siguiente cómo el mismo
Moisés que dice estas palabras estaba también lleno de miedo. Tampoco él
sabe lo que tiene que hacer, pero a pesar de todo tiene arrestos suficientes para
ayudar a los otros, para animar a su gente. Su vocación de servicio se concreta
La vocación en la Biblia 61
para orar, al volver se encuentra con que las cosas van mal. Su presencia está
verdaderamente unida a la vocación de todo el pueblo. El servicio es total.
Pero es también un servicio al hombre en su totalidad. Es decir: afronta to-
das las necesidades de la gente. Debe interesarse un poco por todo, ocuparse
de todo lo que su pueblo va a necesitar en su caminar por el desierto.
La existencia diaconal del cristiano no puede reducirse, por tanto, a servi-
cios concretos y determinados. Al servicio de la Palabra, o de la oración, o de
la consolación. El servicio lo abarca todo. Ciertamente, Moisés es una figura
colosal, un ejemplo extraordinario que ha vivido intensamente todas estas dia-
conías. A lo largo de nuestra vida puede que destaque alguna más que otra,
pero la existencia cristiana, en cuanto tal, no puede ignorar ninguna necesidad
humana. Y ello porque por su propia naturaleza, en el Bautismo, el hombre
entero está destinado al servicio de todos los hombres.
Una vez aclarado todo esto, podemos definir la existencia cristiana como
una existencia diaconal, en la que hay diversos grados, fases sucesivas, etapas
de formación. Distinguiría dos escalones: en primer lugar, un proceso progre-
sivo en la formación de la diaconía; después, una gradualidad sucesiva en el
ejercicio mismo de la diaconía.
Para todo esto, no voy a referirme ya a hechos de la vida de Moisés, insufi-
cientes para este fin, sino más bien a textos similares del Nuevo Testamento.
En particular, a la experiencia diaconal que aparece, en su conjunto, en san
Lucas. Su evangelio puede leerse totalmente desde la perspectiva de la forma-
ción progresiva que Jesús da a sus apóstoles, hasta convertirlos en auténticos
servidores. Él los prepara para ser servidores de la Palabra, y para ello hace
que vivan gradualmente una serie de diaconías.
Esquemáticamente, podemos considerar el Evangelio de Lucas como divi-
dido en dos secciones principales: la primera va desde el capítulo 4 al capítulo
9. La segunda, desde el capítulo 10 hasta el capítulo 18.
CARLO MARIA MARTINI 64
1. Introducción
se nos viene a la cabeza es 1 Sam 3, donde se nos narra la llamada que le hace
el Señor durante la noche:
Vino el Señor, se acercó y le llamó como las otras veces: «¡Samuel, Sa-
muel!». Samuel respondió: «Habla, que tu siervo escucha...» (1 Sam 3, 10).
En efecto, estamos ante un esquema típico de la llamada. Tres veces se repi-
te el nombre de aquél a quien Yahvé quiere confiarle una misión especial. Se
trata, pues, de una llamada íntima, que llama por el nombre, que interpela per-
sonalmente.
Sin embargo, esta escena no es la única importante de la figura de Samuel.
Lo que sigue al versículo citado no nos describe en realidad la vocación, pues-
to que es más bien un oráculo:
Y el Señor le dijo: «Mira, voy a hacer en Israel una cosa que hará retumbar
los oídos de quienes oigan hablar de ella. Aquel día ejecutaré sobre Elí todo
lo que he dicho contra su familia, desde el principio hasta el fin. Ya le he
hecho saber que voy a castigar a su familia para siempre, porque él sabía que
sus hijos ultrajaban a Dios y no les corrigió. Por eso, juro a la familia de Elí
que su culpa no podrá expiarse nunca, ni con sacrificios ni con ofrendas».
Si nos detenemos en estos textos y nos fijamos sólo en ellos, veremos que
hay una escena de llamada. Pero también un simple oráculo dirigido a un niño.
Un oráculo que debe trasmitir y nada más.
Pero la figura de Samuel es mucho más significativa y rica si se aborda des-
de una perspectiva vocacional integral.
El problema que se nos plantea entonces es cómo resumir, en pocas líneas,
algunos de los muchos y variados significados de la persona de Samuel y de
los problemas que nos plantea en nuestra investigación sobre las figuras voca-
cionales de la Biblia.
CARLO MARIA MARTINI 70
2.1 La preparación
Samuel es uno de los pocos personajes bíblicos del que se nos cuenta su na-
cimiento e infancia. Isaac y Moisés en el Antiguo Testamento, y Juan Bautista
y Jesús en el Nuevo, son otros personajes importantes de quienes se nos hace
una narración especial de su nacimiento y de su infancia.
En 1 Sam 1-2 se subraya vigorosamente que Samuel es un don de Dios. Y
así es en verdad. Es un fruto de la oración y viene a alegrar la vida de Elcaná y
Ana por una especial providencia de Dios. Por lo tanto, desde su más tierna
infancia, Samuel es consagrado a Dios. Su madre lo presenta y entrega al Se-
ñor:
La vocación en la Biblia 71
...y presentaron al niño a Elí. Ana le dijo: «Señor mío, te ruego que me escu-
ches, yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. Este niño
es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí. Ahora, yo se lo
cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor»
(1 Sam 1, 25-28).
Así pues, desde su nacimiento y desde su primera educación, el profeta está
destinado a dedicarse a Dios de una manera especial.
2.2 La llamada
tan relevante, cosas que ya habíamos advertido en Moisés. Moisés fue también
un hombre que con su oración mediaba en favor de su pueblo. Este tema lo
volvemos a encontrar en Samuel.
Al enterarse los israelitas, tuvieron miedo ante los filisteos y dijeron a Sa-
muel: «No dejes de clamar por nosotros al Señor, nuestro Dios, para que Él
nos salve de los filisteos» (1 Sam 7, 8).
En 1 Sam 7, 17 parece que se da por terminada la vocación de Samuel. A su
función de juez, que representa justamente la unidad nacional, hay que añadir
el sentido de la justicia que debe reinar entre quienes están ligados por un
mismo pacto.
Todavía hay un pasaje que conviene que leamos con atención porque sub-
raya claramente la nobleza y libertad de ánimo de Samuel:
Samuel dijo a todo Israel: «Yo he atendido a vuestras peticiones y os he de-
signado un rey. Así que ahí tenéis al rey que ha de guiaros. Yo soy ya viejo,
estoy canoso y mis hijos están entre vosotros. Os he guiado desde mi juven-
tud hasta hoy. Aquí me tenéis si me queréis acusar ante el Señor y su ungido:
¿He robado a alguien un buey o un asno? ¿He oprimido o perjudicado a al-
guien? ¿He recibido de alguien un regalo para hacer la vista gorda? Acusad-
me y yo os responderé». Ellos replicaron: «No nos has perjudicado ni oprimi-
do, ni te has dejado sobornar por nadie». Y él les dijo: «Testigos son el Señor
y su ungido en este día de que no habéis encontrado en mí culpa alguna».
Respondieron: «Él es testigo» (1 Sam 12, 1-5).
Samuel es un hombre que ha servido con absoluto desinterés al plan de
Dios y recibe muy poco a cambio. Ni siquiera un éxito personal duradero,
porque el heredero permanente será David. Él es simplemente el que indica el
camino a Israel, pero no el que lo lleva de la mano hacia su destino futuro. Su
acción es la típica de una vocación inserta de lleno en la complejidad de la his-
toria de la salvación, en la que el hombre cumple los designios de Dios, apare-
ciendo y desapareciendo de acuerdo con esos designios. En muchos aspectos
es una figura .cuyo cometido es preparar, pero no por eso es menos significa-
tiva.
Para terminar el análisis de los distintos textos, escogemos ahora el pasaje
de 1 Sam 11, 12-15:
El pueblo dijo a Samuel: «¿Quiénes son los que decían: ¿Acaso va a reinar
Saúl entre nosotros? Entregadnos a esos hombres para matarlos». Pero Saúl
dijo: «En un día como éste no morirá nadie, porque hoy ha concedido el Se-
ñor la victoria a Israel». Y Samuel dijo al pueblo: «Venid, vayamos a Guilgal
para instaurar allí la monarquía». Fueron todos a Guilgal y proclamaron allí
como rey a Saúl ante el Señor. Inmolaron víctimas pacíficas ante el Señor y
Saúl y todos los hombres de Israel hicieron una gran fiesta.
CARLO MARIA MARTINI 76
JEREMÍAS: FE Y VOCACIÓN
1. Introducción
mente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol so-
bre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de
las aves del cielo y de las bestias del campo» (Jer 16, 1-5).
Intentamos ahora explicar cómo se puede sintetizar este material y unificar-
lo en algunos puntos significativos, sobre todo vocacionales.
Una primera posibilidad que es la que en principio pensaba seguir, es la más
obvia, es decir, seguir un orden cronológico. Los exegetas lo han buscado en
el libro, pero realmente no existe. Porque el libro es más bien el resultado de
algunos pasajes y elementos dispersos que se superponen y tienen continui-
dad.
Organizarlos cronológicamente es muy difícil, aunque los exegetas lo han
hecho bastante a menudo, pero es posible que así no se refleje profundamente
la problemática vocacional que envuelve la vida de Jeremías.
Mientras buscaba otro criterio, otra vía de «análisis» del material, me ha
prestado una gran ayuda el libro de E. Galbiati sobre la fe en los personajes de
la Biblia1. En el último capítulo de este libro se exponen algunas conclusiones
sobre la maduración de la fe desde la infancia hasta la edad adulta. Considera-
ciones que, como dice el autor, son fruto de una honda experiencia autobio-
gráfica:
Los años transcurridos entre la publicación del libro y la primera reedición no
han pasado en vano. A la experiencia un tanto teórica del biblista teólogo se
ha unido la propia vivencia personal, que en una etapa posterior de la vida se
ha visto implicado frecuentemente en las fases evolutivas de la fe de los de-
más y ha sido de algún modo responsable tanto de su crecimiento como de su
fracaso. Así han nacido estas páginas que se han puesto como conclusión, no
después de las reflexiones teóricas de la introducción teológica, sino al final
del libro después de haber estudiado numerosos ejemplos concretos de fe y
1
E. GALBIATI, Laf ede nei personaggi della Bibbia, Milano 1979.
La vocación en la Biblia 83
2
E. GALBIATI, ibid., 5s.
CARLO MARIA MARTINI 84
2. La fe «receptiva» de la infancia
Jeremías no puede pensar en su vida sin pensar a la vez que la llamada divi-
na la precede. Tiene experiencia de la primacía absoluta del amor de Dios
hacia nosotros. Igual que un niño pequeño que empieza a vivir ve que sus pa-
3
E. GALBIATI, ibid., 259s.
La vocación en la Biblia 85
Señor arrasó sin piedad, que oiga gritos por la mañana, y alaridos a mediodía!
¿Por qué no me hizo morir en el vientre? Mi madre habría sido mi sepulcro, y
nunca me habría dado a luz. ¿Para qué salí del vientre? Para ver penas y tor-
mentos y acabar mis días afrentado (Jer 20, 14-18).
Jeremías pasa, pues, por una doble experiencia: por un lado, la receptividad
que sufre pruebas purificadoras que no pretenden resquebrajarla ni negarla,
sino purificarla de sus expectativas ingenuas, para cincelar la personalidad del
profeta, para prepararlo para lo que Dios le pide, aunque le parezca que su vi-
da es un rotundo y permanente fracaso. Y también, para darle una seguridad
que se consolida con las pruebas.
Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso; mis perseguidores ca-
erán y no me podrán, probarán la vergüenza de su derrota, sufrirán una igno-
minia eterna e inolvidable (Jer 20, 11).
Si quisiéramos referirnos a alguna figura de la Iglesia con una experiencia
similar a la de Jeremías, creo que santa Teresita del Niño Jesús sería la figura
más apropiada y con más puntos comunes. Pues tiene una espiritualidad recep-
tiva que se purifica a través de la experiencia del abandono y de la amargura
del desierto; pero, a pesar de todo, luchando abiertamente contra toda esperan-
za y contra todas las apariencias, se pone en manos de Dios con la misma con-
fianza que un niño en brazos de su padre.
3. La fe oblativa y adolescente
ceptivo a una experiencia de acción. Lo que uno hace se entiende como algo
que se hace por Dios.
En la historia de Jeremías advertimos este aspecto en los pasajes llamados
deuteronomistas, por su insistencia en la ley. Jeremías resalta la dimensión del
amor a la ley, una ley que debe ser signo de bendición de parte de Dios. A este
respecto es característico lo que se dice sobre el Templo en el capítulo 7. Con-
tiene un breve decálogo, una serie de compromisos concretos. No se trata pues
de abandonarse pura e infantilmente en manos de Dios, sino también de hacer
algo responsablemente. Estas acciones se encuadran en un esquema de pre-
mios y castigos. Como un adolescente, Jeremías empieza a darse cuenta de
que si se sacrifica, si se comporta fielmente, podrá vivir una vida digna de un
hombre; pero que si se deja arrastrar por las pasiones, sean pequeñas o gran-
des, no podrá construir su propia vida.
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practicáis la justicia
unos con otros, si no oprimís al emigrante, al huérfano y a la viuda; si no de-
rramáis en este lugar sangre inocente, si no seguís a otros dioses para vuestra
desgracia, entonces yo os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vues-
tros padres desde antiguo y para siempre.
Pero vosotros os fiáis de palabras engañosas, que no sirven para nada. No
podéis robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr
tras otros dioses que no conocéis y luego venir a presentaros ante mí, en este
Templo consagrado a mi nombre diciendo: «Estamos seguros», y seguir co-
metiendo las mismas abominaciones (Jer 7, 5-10).
Se insiste en la necesidad de una enérgica reforma de la conducta moral,
pues sólo así puede esperar el hombre construir su futuro, seguir poseyendo
los bienes que le han sido dados. Este aspecto es muy importante en la vida de
Jeremías, porque con frecuencia anuncia castigos por la infidelidad del pueblo,
incapaz de cumplir con sus deberes y obligaciones.
CARLO MARIA MARTINI 88
La experiencia religiosa de cada uno nos dice, sin embargo, que esta ver-
tiente concreta de la experiencia de Dios, entendido como alguien que nos
exige un compromiso responsable, comporta un doble riesgo, sobre todo mo-
ral.
El primero consiste en construir una religión que se base en la observancia
de las reglas y en el mérito que conlleva esa observancia. Una religión que
hace del moralismo su centro y que impide por tanto profundizar en la verdad.
Así pues, esta experiencia, que es importante, si se bloquea se empequeñece y
acaba por desaparecer.
Por este camino podemos llegar a la religiosidad del hijo mayor de la pará-
bola del hijo pródigo, que es un perfecto observante, pero lo es de tal forma
que es incapaz de entender el corazón de su padre.
El segundo riesgo de este moralismo, entendido como una instancia religio-
sa, es que el hombre se engaña en relación a sí mismo. Cree que es justo por-
que hace algunas obras justas. Pero, como no puede ser totalmente justo, cen-
tra su justicia en algunos actos y se vanagloria tanto de ellos como si pudieran
justificarlo por completo.
Algunos ponen su gloria en el culto, en la observancia minuciosa de todas
las prescripciones cultuales, en el pietismo, en una religiosidad que sólo tiene
que ver con la llamada «práctica cristiana», dejando a un lado todas sus injus-
ticias morales, sociales y políticas.
Como la observancia plena de una religiosidad moralista es imposible, ya
que el hombre no puede lograr ser total y absolutamente justo en todo con so-
las sus fuerzas, acaba siempre centrándose en algunas (pocas) cosas, consi-
derándolas como absolutas. Por eso Jeremías critica durísimamente el culto en
el Templo, que otras veces exalta profusamente. Cuando se da cuenta de que
el pueblo pone su justicia en la mera observancia de las prácticas cultuales,
denuncia esta actitud porque bloquea el proceso dinámico de la religiosidad,
La vocación en la Biblia 89
porque es lo mismo que crear ídolos. De ahí que muchas de las páginas de Je-
remías sean una fuerte requisitoria contra el culto y una seca denuncia de los
males sociales, injusticias y opresiones del país, para que el pueblo reconozca
ante Dios su propia injusticia.
Este es un momento difícil, y a menudo dramático, en el desarrollo de una
fe personal consciente. Pues cuando uno ve que no logra estar a la altura de
sus responsabilidades, o dice que es imposible y entonces abandona la práctica
religiosa orientando su vida según criterios y proyectos propios, o centra su
justicia en algunos puntos y se vanagloria farisaicamente de ella. Hay muchas
páginas de Jeremías que podríamos citar como reacción a este bloqueo de la
dinámica religiosa. Por ejemplo Jer 7, 21-23:
Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: «¡Añadid holocaustos a vues-
tros sacrificios y comed la carne!» Yo no prescribí nada a vuestros antepasa-
dos sobre holocaustos y sacrificios cuando los saqué de Egipto. Lo único que
les mandé fue esto: «Si obedecéis mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros
seréis mi pueblo; seguid fielmente el camino que os he prescrito para que se-
áis más felices».
Aquí llega Jeremías al culmen de su vocación profética. Es el que debe
ayudar al pueblo a pasar de una religiosidad de obras a una religiosidad de tra-
to personal con Dios. De una religiosidad cultual a una religiosidad del co-
razón, que culmina y clarifica todas las experiencias religiosas anteriores en
un encuentro personal con Yahvé que se revela como amor. La misión de Je-
remías es proclamar a Israel que no sobrevivirá ni resucitará por su justicia,
sino por el amor misericordioso de Dios.
Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi favor; te edificaré de nuevo
y serás reedificada, doncella de Israel; de nuevo tomarás tus panderos y
saldrás a bailar alegremente. De nuevo plantarás viñas en los montes de Sa-
maría, y quienes las planten las vendimiarán. Llegará un día en que los centi-
nelas gritarán en la montaña de Efraín: «¡Venid, subamos a Sión, hacia el Se-
ñor nuestro Dios!» (Jer 31, 3-6).
CARLO MARIA MARTINI 90
como amigo, como maestro, como Señor, como guía, a la experiencia pospas-
cual, en la que vieron en Cristo al Señor de la Iglesia.
4. La fe en la edad madura
Así dice el Señor Dios de Israel: «Escribe en un libro todas las palabras que
yo te he dicho. Porque vienen días, oráculo del Señor, en que cambiaré la
suerte de mi pueblo Israel y de Judá, dice el Señor, y los haré volver a la tie-
rra que di a sus antepasados para que la posean. Estas son las palabras que ha
pronunciado el Señor acerca de Israel y de Judá» (Jer 30, 2-4).
Se alude aquí a la restauración de Israel como pueblo y a la presencia del
Señor en este pueblo restaurado.
Por tanto, ya no se trata de una relación individual entre el hombre y Dios,
de cada uno con su Señor individualmente, sino de una relación comunitaria
entre las diversas naciones, entre cada pueblo y su Dios, bajo el juicio y la ac-
ción salvífica del mismo.
Para concluir con la experiencia personal de Jeremías, podríamos decir en
resumen que la experiencia de Jeremías es una trama inextricable de fe y vo-
cación.
Jeremías conoce a su Dios a medida que descubre su misión. Ha sufrido la
ausencia de Dios al sufrir el fracaso de su misión y ha recuperado la experien-
cia del Dios-amor al comunicar la experiencia de su misión.
Creo que Jeremías representa, más que cualquier otra de las figuras que
hemos estudiado, la trama inextricable que existe entre la experiencia de nues-
tro conocimiento gradual de Dios y la experiencia de cómo se nos comunica
esta experiencia. Jeremías nos muestra claramente que las vicisitudes vocacio-
nales de cada uno amplían los horizontes de la propia experiencia de fe.
La trayectoria vocacional, al extremar las dificultades en cada experiencia
de fe (porque las compara con las experiencias y respuestas de otros), la im-
pulsa hacia adelante de una forma progresiva.
La vocación en la Biblia 93
1. Introducción
Subió después al monte, llamó a los que quiso y se acercaron a él. Designó
entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para estar con él y para enviarlos a
predicar con poder de expulsar a los demonios. Designó a estos doce: Simón,
a quien dio el sobrenombre de Pedro; a Santiago, hijo de Zebedeo y a su her-
mano Juan, a quienes dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno;
a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo; Ta-
deo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que lo entregó (Mc 3, 13-19).
Nos serviremos de este texto, sobrio pero muy rico, para iluminar el fenó-
meno de la vocación. Fenómeno que Marcos resume aquí en pocos rasgos. Sin
embargo, es importante situarlo en su contexto global y en una amplia pers-
pectiva. Contexto y perspectiva que podrían empezar en 3, 7 y seguir en 3, 20.
El contexto anterior es la multitud que sigue a Jesús. Este texto de la insti-
tución de los Doce tiene como trasfondo una gran muchedumbre, creo que la
más grande que ha descrito Marcos:
La vocación en la Biblia 97
Jesús se retiró con sus discípulos hacia el lago y lo siguió una gran muche-
dumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Transjor-
dania y de la región de Tiro y Sidón acudió a él una gran muchedumbre, al oír
hablar de lo que hacía (Mc 3, 7-8).
En medio de esta inmensa necesidad de Él, que asume formas un tanto caó-
ticas y angustiosas, es donde Marcos sitúa la escena de la institución de los
Doce, de esas personas destinadas a llevar con Jesús el peso de esa gente.
Si lo que se ha descrito hasta ahora es el contexto inmediatamente anterior
que introduce la elección de sus colaboradores por Jesús, los versículos 20 y
21 son el contexto inmediatamente posterior:
Volvió a casa y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer. Sus
parientes, al enterarse, fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastor-
nado.
queñas colinas más o menos elevadas y, sobre una de ellas, quizá la más alta,
Jesús llama a los Doce. La gente está acampada en el valle y contempla a
Jesús que sube solo a la montaña. Después le oye pronunciar algunos nom-
bres, llamar a unas personas. Algunos se van separando de entre aquella multi-
tud y suben hacia Él. ¡Una escena realmente magnífica, extraordinaria!
Primero, arriba en la montaña, que representa el lugar de contacto sagrado
con Dios, lugar de la oración, de la adoración, de la Revelación de la Palabra,
Jesús solo; y a continuación, uno tras otro, aquellos nombres empiezan a reso-
nar en el valle. Y al escuchar aquellos nombres, doce personas se levantan y se
dirigen a donde está Jesús para unirse a Él.
El texto añade una indicación que, a primera vista, parece superflua y extra-
ña: llamó así «a los que Él quería». En realidad se trata de una precisión muy
profunda. En analogía con otros pasajes del Nuevo Testamento, se podría tra-
ducir con mayor exactitud y significado esta expresión por «a los que Él lle-
vaba en su corazón, aquellos que había escogido porque respondían a sus de-
signios y a su plan».
Y los elige «Él mismo y no otro».
Y ellos vinieron a Él.
Se encaminaron no hacia un lugar, sino a su lado, para estar junto a Él, cer-
ca de su persona. Este es el significado que transparenta todo el texto griego.
De esta manera, pues, se crea este grupito, bien visible a todos: Jesús y los su-
yos, Jesús y aquellos a los que Él ha llamado para estar con Él.
Constituyó a los Doce para que estuvieran con Él y también para mandarlos a
predicar y para que tuviesen el poder de expulsar los demonios.
Los exegetas y traductores no saben muy bien cómo traducir el epoíesen
dodeka. Porque el texto tiene una extraña dureza. Literalmente significa «hizo
doce». Creo que con esta construcción lo que se quiere subrayar es el com-
CARLO MARIA MARTINI 100
promiso, la fuerza creadora de este gesto de Jesús. Y estas cosas nos resultan
muy difíciles de traducir al pie de la letra.
El grupo de los llamados se presenta como un número compacto, unido,
como un grupo que quiere lo mismo. La gente que hasta entonces iba en pos
de Jesús empieza a dirigirse a este grupo. Marcos nos presenta plásticamente
la idea de la mediación eclesial: a través de esas doce personas, la gente acude
y es conducida a Jesús.
Que las cosas son así nos lo confirma la expresión «y se quedaron con Él».
Podríamos preguntarnos: ¿Y con quién iban a quedarse sino con Él? Aquí el
texto resalta cosas evidentes, pero que son muy importantes para autor. Lo que
Marcos quiere subrayar, sin duda alguna, es que los Doce no son llamados
principalmente para cumplir una misión, para hacer algo, sino para «estar con
Jesús».
Es decir, los apóstoles no son llamados sólo para repetir lo que Jesús dijo y
enseñó, para aprender una doctrina, para llevar un mensaje a los demás. Son
llamados, primero y principalmente, para estar con Jesús. Los apóstoles deben
estar pendientes de lo que hace Jesús y vivir intensamente con Él, para des-
pués comunicarlo y dejarlo traslucir, para reproducir su presencia. Su vida y
predicación debe ser un continuo hablar de Él, un signo humano evidente de
su presencia.
Esta idea de la vocación personal es la primera vez que aparece a lo largo
de nuestro análisis y de nuestra investigación. A Abraham se le llama sobre
todo a creer, a confiar plenamente primero y luego a poseer simbólicamente
una tierra. Jeremías es llamado para edificar y destruir, para anunciar al Dios
amor, para trasmitir un mensaje preciso. Moisés debía formar un pueblo y dar-
le fisonomía y unidad. Pero a los Doce se les llama sencillamente para «estar
con a Él». Con Él, que es la «buena noticia», la vida para el pueblo, la espe-
ranza de los oprimidos, la posesión definitiva. Después de esta primera identi-
ficación vocacional genérica vienen los matices, donde se nos dice que los
La vocación en la Biblia 101
Doce son enviados a predicar y tienen poder para expulsar demonios. Estos
dos aspectos son los que corresponden a su doble misión: anunciar la Palabra
y llevar la salvación, la liberación del demonio y del mal con los medios ca-
racterísticos de Jesús hasta este momento: el anuncio del Reino y la liberación
del pueblo de todo lo que le oprime. Ahora tendrán que hacer lo mismo sus
discípulos. Ellos son los continuadores de estas obras maravillosas; harán lo
que él ha hecho y sigue haciendo. Se les llama a ser como Él.
En los versículos 16 y 19 se da la lista de los Doce. Pero el autor no quiere
limitarse a dar pura y simplemente la lista de los doce apóstoles. Como ya
hemos dicho al hablar de otras vocaciones, el nombre tiene mucha importan-
cia, y Marcos quiere subrayar la toma de posesión personal de sus Apóstoles
por parte de Jesús. Poner un nombre significa conocer a alguien, ser su dueño.
Jesús mismo es ahora la fuente de la misión y de la vocación.
La vocación en el Antiguo Testamento era una relación directa entre Dios y
el hombre; ahora esa relación se verifica solamente a través de Jesús, por me-
dio de Jesús.
Éste es el pasaje de la institución de los Doce y éste es también su contexto.
Lo precede una muchedumbre y le sigue también una gran muchedumbre llena
de necesidades; lo prepara una gran necesidad humana y termina con una res-
puesta inicial a esa necesidad. Entre estos dos momentos de ansiedad y de ten-
sión se sitúa este instante concreto de oración, de soledad y de elección a la
vista de todos, del mundo, de la gente a la que pertenecen los discípulos y a la
que serán enviados. Estos son los elementos que destacan en Me 3, 13-19.
CARLO MARIA MARTINI 102
servado, sobre todo, el estrecho nexo que existe entre la vocación y la persona
de Jesús. Vocación es conocer a Jesús, reproducir sus acciones, imitar sus
obras. Esta es precisamente la misión que los presbíteros deben tratar de llevar
a cabo en la Iglesia.
III
1. Introducción
Creo que todo está muy claro en los cuatro evangelios, concebidos como
manuales de las diversas fases o etapas de la iniciación cristiana. Antes de na-
da recordaremos brevemente algunas cosas, ya que es probable que la mayoría
conozca la hipótesis de los Evangelios como manuales de iniciación al miste-
rio cristiano.
Aplicaremos a continuación este cuádruple esquema evangélico al itinerario
que va del bautismo al sacerdocio, para concluir con algunas reflexiones glo-
bales o de conjunto en torno a la llamada bautismal-sacerdotal del cristiano.
En el misterio de la vida cristiana podemos distinguir cuatro etapas ascen-
dentes que pueden relacionarse fácilmente con los cuatro evangelios.
La primera etapa es la del catecumenado, que corresponde al Evangelio de
san Marcos o Evangelio de la «iniciación catecumenal»; la segunda es la de la
«iluminación» o del bautismo, más en línea con el Evangelio de Mateo o
«Evangelio de la Iglesia», porque contiene lo que los nuevos bautizados nece-
sitan para insertarse en la comunidad; la tercera etapa es la de «la evangeliza-
ción» o del testimonio, más afín con el Evangelio de Lucas y con los Hechos
de los Apóstoles, que contienen todo lo relacionado con la tarea del evangeli-
zador; finalmente, la cuarta etapa, la etapa del «presbiterado», o también del
cristiano maduro, está más representada en el Evangelio de Juan, porque en él
encontramos todo lo necesario para educar para una fe madura, para el «pres-
biterado» cristiano.
Para justificar esta interpretación nos referiremos a algunos puntos funda-
mentales, pues tratar de analizarlos todos sería excesivamente largo.
El Evangelio de Marcos sabemos que es el más antiguo. Por eso la Iglesia
lo utilizó ya desde el principio para la predicación kerigmática a los no creyen-
tes. Es el Evangelio que contiene la experiencia bautismal, que prepara al ca-
tecúmeno para la conversión. Podríamos sintetizar esta experiencia propuesta
a los catecúmenos, en Mc 4, 11-12.
CARLO MARIA MARTINI 110
así las fuerzas negativas que se le oponen. Esta es la tarea tan difícil y «contes-
tada» de la evangelización.
Esta tarea supone una gran madurez cristiana. Es muy doloroso ver «contes-
tado» el propio testimonio de fe; el hombre se siente sacudido en sus más
íntimas certidumbres, en la base y raíz de su propia existencia.
A la acción evangelizadora auténtica se llega después de una dura ascesis
personal; es fruto de una fe plenamente adulta, capaz de comunicarse.
La cuarta etapa comprende la experiencia de simplificación contemplativa.
En esta etapa siempre se subraya una gran verdad: la manifestación de Dios al
mundo por medio de Jesucristo.
Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno,
como tú y yo somos uno (Jn 17, 11).
¿Qué sucede en esta experiencia cristiana, una vez llegados a esta fase con-
templativa? Creo que, a nivel sacramental, éste es el lugar privilegiado de la
eucaristía, como sacramento de la unidad, como sacramento que resume todo
el misterio cristiano. Sacramento que simplifica todo en símbolos, signos, rea-
lidades tan densas y fecundas que abarcan todo lo demás.
Todo cuanto se puede decir del cristianismo y del Evangelio, tiene su centro
en este misterio eucarístico. Admitida esta centralidad de la eucaristía, las dia-
conías específicas de esta etapa místico-contemplativa serán las que sitúen a la
eucaristía como eje de todo: es decir, la diaconía presbiteral y el sacerdocio.
Tenemos, pues, ya delimitado el lugar existencial del sacerdocio «ordena-
do». Desde esta perspectiva, el sacerdote es alguien que tiene la experiencia
profunda y radical de la conversión, que ha vivido una realidad de comunidad
y ha sabido insertarse en ella como uno más, necesitado de perdón y dispuesto
a perdonar. Ha cultivado en sí mismo la orientación y la capacidad evangeli-
zadora y está capacitado para redescubrir la responsabilidad de una comunidad
La vocación en la Biblia 119
que permanece unida y que es signo del único Cuerpo de Cristo que todos re-
ciben.
La etapa presbiteral es aquella en la que el cristiano bautizado, después de
haber pasado por las diaconías más sencillas de la caridad material, del testi-
monio y de la evangelización, está ya capacitado para asumir la responsabili-
dad sobre los demás.
Y yo veo una profunda relación entre la capacidad de asumir responsabili-
dades y la simplificación contemplativa. Esta simplificación contemplativa
significa que, por la gracia de Dios, a través de cierto proceso experimentado
en la Iglesia y mediante distintos grados de maduración que garantiza el obis-
po, un cristiano es capaz de distinguir perfectamente lo esencial de lo secunda-
rio y accesorio.
Simplificación contemplativa significa poner la mirada en lo esencial; reco-
nocer como central lo que es central y como periférico lo que es periférico.
Supone, por tanto, saber distinguir entre la verdad y las apariencias, saber de-
tectar en las personas, en las situaciones, etc., lo que realmente cuenta y mere-
ce la pena y también lo que es secundario, de segunda línea, marginal. Esta es,
a mi juicio, una capacidad «política» que el presbítero debe poseer. El que es
responsable de los demás, debe ser capaz de intuir rápidamente cuáles son los
puntos importantes, los problemas verdaderamente vitales, las tensiones gra-
ves. Y sobre todo, debe ser consciente de su limitación; de que no todo depen-
de de él. La mayor inmadurez está precisamente en creerse omnipotente, en
pensar que puede atender a todo, en que puede solucionarlo todo. Pero esto es
imposible. Por eso, se es maduro cuando se detecta en cada comunidad cuáles
son los momentos importantes, las situaciones graves, las crisis que no admi-
ten dilación y cómo todo esto debe unificarse y clarificarse en torno a la euca-
ristía, recreando continuamente la comunión de personas. Ahora bien, un tra-
bajo así no puede hacerse con cierta garantía si no se vive en la contempla-
ción.
CARLO MARIA MARTINI 120
Si uno, por decirlo de algún modo, se queda en los mandatos del Maestro,
expuestos aquí y allá en los discursos de Jesús, y quiere atraparlos uno a uno,
como quien corre detrás de las gallinas fuera del gallinero, con frecuencia y
con toda seguridad se perderá en mil cosas, sacando un poco de aquí y otro
poco de allá.
Y lo que se pretende es todo lo contrario: ver qué camino hay que tomar, de
dónde hay que salir, cuál es el punto de partida, en fin, qué es lo esencial. Es-
tos son los nexos existenciales que yo veo entre el Evangelio de Juan y la sim-
plificación contemplativa, entre la eucaristía y la responsabilidad presbiteral
de una comunidad.
Esta responsabilidad presbiteral supone también capacidad para evangeli-
zar. Las dos realidades se complementan. El presbítero es alguien que es capaz
de evangelizar y de ser a la vez creador de unidad con la Palabra y el sacra-
mento. El evangelizador, en cambio, no tiene por qué ser necesariamente
presbítero. Hay muchas personas muy preparadas para cumplir una misión
evangelizadora, de testimonio sin que sólo por eso se conviertan en responsa-
bles de una comunidad.
El culmen de la experiencia cristiana es la relación íntima entre evangeliza-
ción y responsabilidad, entre contemplación y eucaristía. El culmen es el pres-
biterado.
Queda claro también que un evangelizador hace obras de caridad y es capaz
de crear unidad; pero la síntesis de estos dos elementos es más viva y rica en
el presbiterado. Para ser más exactos, digamos que el cuadro es mucho más
vasto y articulado. Sacramento de unidad no es sólo el presbiterado. Lo es
también el matrimonio, concebido como servicio y carisma de unidad, capaci-
dad de ser uno responsable del otro. Pues en el matrimonio cada uno se hace
responsable del otro y ambos se convierten en responsables de otras personas.
Evidentemente, también aquí hay un núcleo de responsabilidades que exige
una cierta simplificación contemplativa, sin la cual no sería posible ni vivir
La vocación en la Biblia 121
3. De Cristo vienen las distintas mediaciones para las llamadas más especia-
les. Estas llamadas son las que hemos visto en los tres grados posbautismales
de la experiencia cristiana.
- La comunidad, la Iglesia, la gran llamada dirigida a toda la humanidad, a
todos los hombres.
- El evangelizador, el llamado para muchos, el medio para la conversión y
la llamada en favor de muchos otros.
- El presbítero, el llamado para la unidad de la comunidad.
La mediación única de Cristo, convocado y convocante, se divide, pues, en
distintos grados que corresponden a los diversos momentos existenciales de la
experiencia de la vida cristiana. Podemos decir, por tanto, que las cuatro eta-
pas de la vida cristiana de que hemos hablado, se refieren a las diversas me-
diaciones de la llamada.
Hay una llamada que es, sencillamente, una invitación a vivir en Cristo: es
la llamada a la conversión. Al primer estadio, el de Marcos, corresponde la
fase preparatoria de la conversión.
Viene después la llamada a ser de la Iglesia, a ser Iglesia. Corresponde a la
segunda etapa, la de Mateo, en la que se educa para ser miembro vivo de la
Iglesia.
A continuación, tenemos la llamada a ser evangelizador, de la que se deri-
van los diversos carismas de evangelización, incluso aquellos que tienen que
ver con los consejos evangélicos (castidad, pobreza, obediencia, etc.). Estos
consejos evangélicos, esta forma radical de vivir el cristianismo son de algún
modo evangelización «en acto», evangelización viva, integrada, madura, tes-
timonial.
La última mediación es la que llamamos unificadora, la mediación del
presbítero, que es a la vez unificación y carisma contemplativo de uno para
muchos, de uno a quien la comunidad reconoce y en quien se reconoce y uni-
CARLO MARIA MARTINI 124
PRESENTACIÓN .................................................................................................... 6
ORACIÓN ............................................................................................................... 7
INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 9
ORACIÓN ............................................................................................................. 25
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................. 68
2.2 La llamada................................................................................................................................................71
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................. 80
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................. 94