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Ponencia presentada en el Coloquio Internacional La América Latina y el Caribe entre la independencia
de las metrópolis coloniales y la integración emancipatoria / Casa de las Américas, La Habana, 22 al 24
de noviembre del 2010. Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización expresa de su
autor.
Graduado en Ciencias Políticas, postgrado en Filosofía, Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en
Ciencias. Actualmente, es Profesor Titular a tiempo parcial de la Facultad de Filosofía e Historia de la
Universidad de La Habana. Igualmente, del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa
García” adscripto al Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba. Ha publicado más de
un centenar de artículos y ensayos. También ha sido autor, coautor, compilador y editor de cerca de cinco
decenas de libros. Algunas de sus obras han sido traducidas al alemán, al inglés, al italiano, al portugués
y al ruso. También han recibido los siguientes reconocimientos: Mención de Honor del Jurado del
Segundo Premio Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente” convocado por el Instituto Cubano
del Libro; Premio de la Crítica Científico-Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba; Mención
Honorífica del “Premio Libertador al Pensamiento Crítico”, otorgado por el Ministerio de la Cultura de la
República Bolivariana de Venezuela; y Premio Anual a la tesis presentada para obtener su grado de
Doctor en Ciencias: máxima categoría académica conferida por la Comisión Nacional de Grados
Científicos de la República de Cuba.
1Federico Engels: “Carta a José Bloch”, Londres, 21 [22] de septiembre de 1890, en C. Marx y F. Engels:
Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1978, t. III, pp. 514 y 515. Las cursivas pertenecen al autor
de este ensayo.
2 Carlos Antonio Aguirre Rojas: Itinerarios de la historiografía del Siglo XX: De los diferentes marxismos a
los varios Annales, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, La
Habana, 1999.
2
3 Luis Suárez Salazar: Madre América: Un siglo de violencia y dolor (1898-1998); Un siglo de terror en
América Latina: Crónica de crímenes de Estados Unidos contra la humanidad; “Las agresiones de
Estados Unidos contra América Latina y el Caribe: Fuente constante del Terrorismo de Estado en el
Hemisferio Occidental (1776-2005)”; Las relaciones interamericanas: continuidades y cambios (coautor);
Bicentenario de la primera independencia de América Latina y el Caribe (coautor) y “La primera
independencia de Nuestra América: Algunas lecciones de la historia”, en Casa de las Américas Número
259-260, abril-septiembre del 2010, pp.43-52.
4 Ernesto Che Guevara: “Notas de viaje”, en Ernesto Che Guevara: América Latina: Despertar de un
continente, Centro de Estudios Che Guevara/ Ocean Press, Melbourne-Nueva York-La Habana, 2003.
5 Wilwer Vilca Quispe: “Mujeres indígenas en la construcción del poder y la democracia”, en Servicio
Informativo "Alai-amlatina", 15 de julio del 2009.
6Immanuel Wallerstein: Analisis de sistemas-mundo: Una introducción, Siglo XXI Editores, México DF,
2006.
7Vladimir I. Lenin (1917): "El imperialismo, fase superior del capitalismo", en LENIN: Obras Escogidas en
Doce Tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1976, Tomo V, pp. 372-500.
8 Entrecomillo la palabra “última” porque Lenin nunca la empleó para referirse al “fenómeno imperialista”,
al que solo identificó como “la antesala de la revolución social del proletariado”. Por ello, según aclaran
los traductores al español de la edición antes mencionada, su título original fue: El imperialismo: fase
más reciente del capitalismo, en vez de El imperialismo: fase superior y última del capitalismo que ha sido
utilizado en algunas de sus traducciones al español.
9 Luis Suárez Salazar: “La globalización: una lectura desde los marxismos”, en Jairo Estrada Álvarez
(compilador): Teoría y acción política en el capitalismo actual, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, 2006, pp. 303-332.
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paralelogramos creados por las multiformes acciones desplegadas por las y los
representantes políticos, militares e ideológico-culturales, estatales y no estatales, de
las diversas fuerzas sociales endógenas o exógenas que, en cada momento histórico,
han protagonizado la abigarrada dinámica antes referida, desde el triunfo de la
trascendental Revolución Haitiana de 1804 hasta la actualidad,10 se han configurado
siete ciclos largos, de alcance continental,11 así como de diferente durabilidad y
tonalidad en el espacio geográfico, humano y cultural que actualmente comparten los
33 Estados independientes o semiindependientes,12 así como los 16 territorios todavía
sometidos a diversas formas de dominación colonial ubicados al sur del río Bravo y de
la península de Florida.13
Como se podrá ver en el anexo 1, utilizando el lenguaje empleado por el economista
ruso Nikolai Kondratief para referir la “ondulante” reproducción ampliada de la economía
[capitalista] mundo,14 cuatro de esos ciclos largos (aparecen en rojinegro en la parte
superior de la línea del tiempo) han tenido una tonalidad reformista-reformadora-
revolucionaria. Y, en ese movimiento en espiral y, por tanto, sin retorno a los puntos de
origen que caracteriza la Historia de la Humanidad, los restantes (aparecen en azul en
la parte inferior de la línea del tiempo) han tenido una tonalidad contrarreformista-
contrarreformadora-contrarrevolucionaria. Aunque esto no está desarrollado en las
páginas que siguen, en cada uno de esos ciclos también pueden identificarse diversas
etapas de iguales tonalidades, con independencia de los cambiantes lugares del
hemisferio occidental en que hayan ocurrido los principales acontecimientos históricos
que, de manera preliminar, he tomado como referentes empíricos para definir la
tonalidad y delimitar la temporalidad de cada ciclo. A esos temas volveré más adelante.
10 C.L.R. James: Los jacobinos negros, Fondo editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010.
11En lo adelante, cada vez que emplee el término continental es para referirme al ahora llamado “sur
político del continente americano” o a lo que es lo mismo a América Latina y el Caribe. Cuando lo
expresado abarque a Estados Unidos y Canadá emplearé el vocablo hemisférico o hemisferio occidental,
aunque sabiendo que en su delimitación geográfica el Hemisferio Occidental también incluye algunas
zonas del Océano Pacífico, de África y de Europa Occidental.
12 El concepto “Estados semiindependientes” fue acuñado por Vladimir Ilich Lenin en su ya referida obra
El imperialismo: fase superior del capitalismo. Con ese término se refería a los Estado nacionales que,
luego de haber obtenido su independencia política y, en algunos casos, económica, en las condiciones
del “capitalismo monopolista” volvieron a caer bajo la férula de la oligarquía financiera: sujeto social
dominante en las principales potencias imperialistas.
13Los 15 territorios sometidos a diferentes formas de dominación colonial en el llamado Gran Caribe son
Cayena, Martinica y Guadalupe (bajo control de Francia); Aruba, Donaire y Curazao (sometidos a la
dominación de Holanda); Saint Marteen (bajo control compartido de Francia y Holanda); Islas Vírgenes y
Puerto Rico (colonizados por Estados Unidos); Anguila, Bermudas, Islas Vírgenes británicas, Islas
Caimán, Montserrat e Islas Turcas (bajo control de Gran Bretaña). A esos hay que agregar las Islas
Malvinas, territorio de la República Argentina ilegalmente ocupado por esa última potencia imperialista
desde 1833.
14 Según Kondratief, el capitalismo se desarrolla en ciclos de "onda larga de tonalidad expansiva y
recesiva" que --como promedio-- tienen una duración aproximada de 25 a 30 años cada uno. Los de
tonalidad expansiva ahora se conocen con el apelativo “ciclo Kondratief A” y los de tonalidad recesiva
como: “ciclo Kondratief B”. A partir de la década de 1970, algunos autores marxistas (como Ernest
Mandel) han aceptado críticamente y revalidado esa teoría.
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doctrinas que procuran el cambio y las mejoras graduables de una situación política,
social, religiosa, etc.”.19
No obstante, las evidencias empíricas demuestran que en muchas ocasiones
algunas fuerzas sociales y políticas conservadoras o incluso reaccionarias, estatales o
no estatales, han acudido al reformismo para tratar de neutralizar las multiformes
insurgencias (armadas o desarmadas) de las clases o grupos subalternos. Por eso, en
los párrafos que siguen emplearé el sintagma reformismo contrainsurgente para
diferenciar las prácticas antes referidas de aquellas tendencias o doctrinas que han
propugnado cambios y mejoras graduables con propósitos más o menos reformadores
o revolucionarios.
A consecuencia, sus artífices, propugnadores y defensores (que son los que
comúnmente preponderan en los diferentes sectores del sujeto popular, incluidas las
llamadas “clases revolucionarias”) han coexistido, de manera más o menos armónica y
prolongada, según el caso, con las y los reformadores, así como con las y los
revolucionarios, incluso en el seno de las revoluciones más radicales, democrático-
burguesas, democrático-populares o socialista-comunistas, que se han desplegado en
la Historia de la Humanidad.20 Mientras han participado en ellas, las y los reformistas
han tenido que enfrentarse en diferentes terrenos con sus adversarios
contrarreformistas, contrarreformadores y contrarrevolucionarios, internos o externos.
Así ha ocurrido más de una vez en la Historia de América Latina y el Caribe: continente
en el que, según mis hipótesis, la mayor parte de las revoluciones (victoriosas o
derrotadas) que se han emprendido en los más recientes 160 años han sido conducidas
por “actores” políticos o político-militares reformadores o reformistas.
En cualquier caso, la resultante final de los infinitos, tumultuosos y complejos
paralelogramos de fuerzas formados por las voluntades individuales de las y los
reformistas, reformadores y revolucionarios, así como de las y los reformistas
contrainsurgentes, contrarreformistas, contrarreformadores y contrarrevolucionarios ha
estado determinada, en cada momento histórico-concreto, por la correlación de fuerzas
políticas, militares, económicas e ideológico-culturales existente dentro y entre los
principales sujetos y “actores” sociales y políticos colectivos que interactúan, a veces
con las armas en las manos, en “la sociedad política” (incluida la maquinaria
burocrático-militar del Estado) y en “la sociedad civil”.21
Sólo cuando esa correlación de fuerzas ha favorecido a las y los representantes
políticos, político-militares e ideológico-culturales de las clases revolucionarias es que
se han producido esos excepcionales acontecimientos de la Historia de la Humanidad
que los fundadores del Materialismo Dialéctico e Histórico definieron como “un
movimiento práctico”, no sólo necesario “porque la clase dominante no puede ser
derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución
19Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), ed. cit. Las cursivas pertenecen al
autor de este ensayo.
20 Valerio Arcary: O encontro da revolução com a História, Sundermann/ Xama, São Paolo, 2006.
21Citado en Jorge Luis Acanda: Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la
Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002.
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logrará la clase que derribe salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la
sociedad sobre bases nuevas”.22
Como ellos demostraron, esas revoluciones tienen que cumplir diversas tareas
históricas en el terreno político-jurídico, económico-social e ideológico-cultural. Éstas
siempre han estado condicionadas por la situación previamente existente, lo que
determina que cada revolución democrático-burguesa, democrático-popular o socialista-
comunista, más o menos “nacional”, tenga sus propios puntos de partida y de llegada,
según el horizonte de las transformaciones existente en cada momento histórico. En ese
marco, la difícil solución de los diversos problemas intrínsecos a cada una de las tareas
históricas antes mencionadas –incluido “el problema militar” o, lo que es lo mismo, la
derrota o la disuasión de las fuerzas armadas de la contrarrevolución interna o externa—
tiene, a su vez, diversas temporalidades; de modo que, como demuestra la evidencia
empírica, ninguna revolución ha podido llegar hasta sus últimas consecuencias de
manera inmediata.
Por el contrario, siempre han tenido que transitar desde una “revolución política” hacia
una “revolución económico-social”: ambas interrelacionadas entre sí, al igual que con la
velocidad a la que se desarrolle su propia “revolución ideológico-cultural”. Muchas veces
ese complejo, zigzagueante y prolongado tránsito ha sido acompañado por el despliegue
de diversas acciones reformistas o reformadoras valoradas como necesarias por sus
propios artífices y conductores, quienes en todo momento han tenido que tomar en cuenta
los factores objetivos y subjetivos, así como, en particular, los factores subjetivo-
objetivados en los comportamientos –espontáneos o conscientes— de los sujetos y
“actores” sociales y políticos que los respaldan o que pretenden que los respalden.
En ocasiones, el comportamiento de esos sujetos y “actores” (incluidos sus dirigentes)
ha lentificado y en otras acelerado el cumplimiento de las tareas históricas antes
mencionadas; ya que –como indicó Fidel Castro: “Los hombres no hacen ni pueden hacer
la historia a su capricho [...] Pero el curso revolucionario de las sociedades humanas
tampoco es independiente de la acción del hombre; se estanca, se atrasa o avanza en la
medida en que las clases revolucionarias y sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen
sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de ese desarrollo, elevó el factor
consciente de los revolucionarios a un primer plano en los acontecimientos históricos”.23
Por otra parte, como indicó Vladimir Ilich Lenin para el caso de la emblemática
Revolución Francesa, en “sentido estrecho”, ésta triunfó cuando los más radicales
representantes políticos, militares e ideológico-culturales de la burguesía (los llamados
“jacobinos”), apoyados por otras clases y grupos subalternos (entre ellos, “los girondinos”)
lograron cumplir, entre 1789 y 1794, su principal tarea política: el derrocamiento de la
monarquía encabezada por Luis XVI, la fundación de la Primera República (1792) y la
derrota de los más conspicuos defensores políticos y militares del Antiguo Régimen.24
22 Carlos Marx y Federico Engels: La ideología alemana, Editora Política, La Habana, 1979, p. 78.
23Fidel Castro: Discurso en el XX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, Editora Política, La Habana,
1978, p.16.
24
Vladimir I. Lenin: “Notas de un publicista”, en Obras Completas, t. 16, Cartago, Buenos Aires, 1960, p.
196.
7
25
Vladimir I. Lenin: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, en Obras
Escogidas, t. 2, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, s/f, p. 592..
26 Para un análisis detenido de esa categoría, puede consultarse Manfred Kossok: La revolución en la
historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, pp. 129-154.
8
27 En las condiciones de aquella época se definían como “pardos” a los surgidos de los diversos
mestizajes entre negros, indígenas y blancos, fueron estos peninsulares o criollos. El súper estratificado
régimen de castas establecido por la colonización española, francesa y portuguesa tenía diferentes
maneras de clasificar esos mestizajes.
28 José Martí: “Tres héroes”, en José Martí: Nuestra América, Casa de las Américas, La Habana, 1974.
29 Los lectores deben recordar que las revoluciones burguesas inglesa de 1640, holandesa de 1647 y
francesa de 1789 no se habían planteado resolver el problema de la esclavitud. Tampoco conferir la
soberanía a sus correspondientes colonias ultramarinas. Aunque la Revolución burguesa de las Trece
Colonias Unidas del Norte de América surgió de una lucha por su independencia del imperio británico,
sus dirigentes tampoco se plantearon resolver el problema de la esclavitud y mucho menos acabar con la
política genocida previamente seguida contra las diversas comunidades de las naciones y los pueblos
originarios del actual territorio de los Estados Unidos de Américas. No obstante, todos esos objetivos
fueron asumidos por los más radicales dirigentes político-militares que, a partir de la segunda década del
siglo XIX, impulsaron la lucha por la independencia de la América antes española y portuguesa. Todos
ellos inspirados, de una u otra forma, en la liberación de los esclavos, en la eliminación del jerarquizado
régimen de castas y en la independencia de Francia impulsada por los más preclaros dirigentes de la
Revolución Haitiana.
30Simón Bolívar: “Instrucciones a los plenipotenciarios peruanos que asistieron al Congreso Anfictiónico
de Panamá”, según aparecen transcriptas en Aldo Díaz Lacayo: Ob. cit., pp. 171-173.
31Sergio Guerra Vilaboy: El dilema de la independencia, Editorial Félix Varela, La Habana, 2003, pp.327-
333.
9
diferentes espacios del territorio continental del “sur político del hemisferio occidental”.
Sobre todo porque esas transformaciones liberaron de la dominación colonial a la mayor
parte del entonces llamado Nuevo Mundo; lo que tuvo diversas implicaciones en su
inserción en el sistema internacional de Estados de esa época, un significativo (aunque
contradictorio) impacto en sus correspondientes metrópolis coloniales, en el hemisferio
occidental y, por tanto, en el moderno sistema mundo.
De hecho, la revolución burguesa independentista nuestramericana antes referida
impulsó la erradicación de la esclavitud y la trata transatlántica de esclavos tanto o más
que la revolución industrial inglesa, eliminó las formas más oprobiosas de explotación
(como la mita) de las diversas comunidades de las naciones y los pueblos originarios,
generó formas de movilidad social ascendente de otros sectores populares que no
existían en la época colonial y produjo una perdurable mutación en las pugnas por la
hegemonía en el sistema internacional de Estados decimonónico, tanto por su
contribución al progresivo debilitamiento de la reaccionaria Santa Alianza (en particular, de
las monarquías española, francesa y portuguesa) y por el privilegiado lugar político-
económico y militar que comenzó a ocupar el imperio británico, como por la incorporación
a esas pugnas de la entonces naciente “República imperial” estadounidense, como
acertadamente la denominó José Martí a fines del siglo XIX.32
Ésta –luego de su victoriosa guerra de rapiña contra México (1846-1848), de la Guerra
de Secesión (1860-1865), de comprarle el territorio de Alaska a la Monarquía rusa (1867),
de concluir la “conquista del Oeste” y, por tanto, después de culminar su expansión
territorial en la América Septentrional (sólo limitada por el control británico sobre el
Dominio de Canadá)33— generalizó las relaciones capitalistas de producción en todo su
territorio, avanzó aceleradamente hacia la institucionalización del “capitalismo monopolista
de Estado” y comenzó a tratar de neo-colonizar a todos los Estados situados al sur del río
Bravo y de la península de Florida (en primer lugar, a los ubicados en el ahora llamado
Gran Caribe),34 como condición necesaria para garantizar su cacareada “seguridad
continental”, desplazar a las principales potencias imperialistas europeas (en primer lugar,
a Inglaterra) con intereses en la ya llamada América Latina, así como para convertirse –
junto con Alemania y Japón— en una de las más “jóvenes” potencias imperialistas del
planeta.35
Fue en ese contexto que José Martí –después de “ver con ojos judiciales los
antecedentes, causas y factores” que habían determinado la celebración en 1889-1890
y bajo la égida estadounidense de la Primera Conferencia Internacional de Estados
Americanos (madre putativa del panamericanismo)— convocó a los pueblos y a los
32 José Martí: América para la Humanidad, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001.
33Ramiro Guerra: La expansión territorial de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975.
34 En la actualidad se denomina Gran Caribe al espacio geográfico que comparten México, los siete
Estados independientes o semiindependientes del istmo centroamericano (Guatemala, Belice, Honduras,
El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá), todos los Estados y “territorios no independientes” del
Caribe insular, al igual que Colombia, Venezuela, la República Cooperativa de Guyana, Surinam y la
llamada “Guyana francesa” o Cayena.
35 Vladimir Ilich Lenin: El imperialismo…, ed. cit.
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gobiernos de la que denominó Nuestra América a luchar, entre otras cosas, contra “la
colonia” que continúa “viviendo en la república”, a hacer “causa común” con los oprimidos
para “afianzar el sistema opuesto a los hábitos de mando de los opresores”,36 así como a
“declarar su segunda independencia” frente a la determinación de Estados Unidos “a
extender sus dominios en América”.37 Conceptos que considero válidos para definir la
tonalidad y la durabilidad de algunos de los siete ciclos largos continentales que, de
manera esquemática y preliminar, delinearé en las páginas siguientes.
Los sietes ciclos largos de diversas tonalidades
Como se puede ver en el anexo 1, teniendo como antecedentes inmediatos la brutal
represión desatada por las monarquías española, francesa y portuguesa, así como por
la Primera República (1792-1799) y el Consulado francés encabezado entre ese último
año y 1804 por el posteriormente emperador Napoleón Bonaparte contra todas las
insurrecciones emancipadoras (tanto de esclavos africanos o afro descendientes, como
de los pueblos originarios del Perú y del Alto Perú), al igual que contra las primeras
conspiraciones independentistas de las y los “criollos” hispano y luso americanos que
se develaron en las últimas dos décadas del siglo XVIII y en los primeros años del siglo
XIX,38 el primer ciclo largo de tonalidad reformista-reformadora-revolucionaria, se
extendió desde el triunfo de la Revolución Haitiana de 1804 hasta el fracaso del
Congreso Anfictiónico de Panamá (1826).39
En esos 22 años, la revolución independentista y antiesclavista haitiana (extendida,
como ya vimos, a la parte oriental de la isla bautizada por Cristóbal Colón como La
Española) pasó por diversas vicisitudes internas (entre ellas la división del país en una
monarquía ubicada en su parte norte y en una república organizada en el sur) y sufrió
múltiples agresiones provenientes de todas las potencias coloniales europeas, al igual
que de sucesivos gobiernos temporales de Estados Unidos.40 Paralelamente, en medio
de cruentas batallas y, en algunos casos, gracias a la solidaridad de los revolucionarios
haitianos (en particular del presidente de la República instalada en el sur de Haití,
Alexander Petion), así como de otros revolucionarios caribeños (como el curazaleño
Luis Brión),41 obtuvieron su independencia política casi todas las colonias americanas
del imperio español (con excepción de Cuba y Puerto Rico), pasaron al dominio
estadounidense las Floridas Occidental y Oriental (previamente subordinadas, al igual
36
José Martí: “Nuestra América”, en José Martí: Nuestra América, Casa de las Américas, La Habana,
1974, p.26.
37José Martí: “Congreso Internacional de Washington: Su historia, sus elementos y sus tendencias”, en
José Martí: Nuestra América, ed. cit., p, 256.
38
Sergio Guerra Vilaboy: “Hitos del bicentenario de la independencia de Nuestra América (1780-1830)”:
documento presentado al Grupo Nacional Cubano para la celebración del bicentenario de “la primera
independencia” de Nuestra América, La Habana, 2010.
39Aldo Díaz Lacayo: El Congreso Anfictiónico: Visión bolivariana de la América anteriormente española,
Ediciones Emancipación/ Congreso Bolivariano de los Pueblos, Caracas, 2006.
40 Patrik Bellegarde-Smith: Haití: la ciudadela vulnerada, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2004.
41Guillermo García Ponce: Bolívar y las armas de la guerra por la independencia, Fundación Sucre,
Caracas, 2002.
11
que los dos archipiélagos antes mencionados, al extenso virreinato que Nueva España)
y se produjo la sui generis liberación de Brasil de la monarquía portuguesa, totalmente
subordinada desde comienzos del siglo XIX a los intereses geoeconómicos y
geopolíticos británicos.42
Fue después de esos trascendentales acontecimientos históricos (con algunas
expresiones en Cuba y Puerto Rico, así como en los otros territorios del Gran Caribe
entonces colonizados por Dinamarca, Francia, Inglaterra y Holanda) que se produjo la
derrota del radical proyecto democrático-burgués de liberación nacional-continental al
que me he referido en las páginas anteriores. A causa de esa derrota, se configuró el
primer ciclo continental de tonalidad contrarreformista-contrarreformadora-
contrarrevolucionaria. Éste se extendió aproximadamente desde 1827 hasta fines de la
década de 1840. En esos lustros se produjo en la mayor parte del continente “un nuevo
equilibrio fundado en el predominio conservador y en el mantenimiento del tradicional
poderío de la Iglesia Católica, el cual anuló importantes logros de la independencia: la
abolición de la esclavitud, los mayorazgos, las restricciones a los privilegios del clero y
otras conquistas liberales de las primeras legislaciones republicanas”.43
Esa involución estuvo vinculada a la progresiva “balcanización” de las Repúblicas
Federales surgidas de la antes referida epopeya independentista hispanoamericana
(Colombia, la Federación Centroamericana y las Provincias Unidas del Río de la Plata), a
la imposición de nuevas fronteras estatales a las comunidades de las naciones y los
pueblos originarios del Abya Yala, al desenlace a favor de los primeros de las guerras
civiles entre “conservadores” y “liberales”, “blancos” y “colorados”, así como entre
“centralistas” y “federalistas”, a los avances del “pacto colonial” impulsado por Gran
Bretaña y aceptado por las entonces nacientes “oligarquías nacionales”, al igual que a las
primeras expresiones de la expansión territorial y económica de Estados Unidos sobre sus
vecinos del sur y, en particular, sobre los Estados Unidos Mexicanos. Estos perdieron más
de mitad de su territorio original como consecuencia de la referida “guerra de rapiña”
desatada por la antes mencionada “República imperial”.44
Tales regresiones posibilitaron el casi total aislamiento político del único proyecto
nacional-popular y de desarrollo capitalista autónomo de las principales potencias
europeas y de Estados Unidos que había subsistido inmediatamente después de la
conclusión de las luchas por “la primera independencia” de la América antes española y
portuguesa: el encabezado entre 1814 hasta su muerte en 1840 por el mandatario
liberal “jacobino” Jorge Gaspar Rodríguez de Francia y, hasta 1862, por su sucesor,
Carlos Antonio López. Asimismo, propiciaron “la contención” de los alcances
emancipadores de la Revolución Haitiana --sobre todo después que en 1823 su
mandatario Jean Pierre Boyer (1818-1843) decidió “indemnizar” a Francia por las
pérdidas que había sufrido durante las cruentas y destructivas batallas que se
produjeron entre 1791 y 1803— y, por consiguiente, la consolidación del orden colonial
[en algunos casos esclavista] instaurado por Dinamarca, España, Francia, Gran Bretaña y
42
Boris Fausto: História do Brasil, Editora da Unisersidade de Sâo Paolo, 2008.
43Sergio Guerra Vilaboy: Breve Historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2006, p. 145.
44 Ramiro Guerra: Ob. cit.
12
Holanda sobre la mayor parte de los territorios del Caribe insular y continental (Belice,
Cayena, Guyana y Surinam), con la única excepción de Haití y, a partir de 1844, de la
entonces naciente República Dominicana.45
No obstante, como fruto de las multiformes luchas contra las antes referidas “repúblicas
oligárquico-conservadoras”, así como contra “la regencia” instalada en Brasil entre 1831 y
1840,46 aproximadamente desde 1845 (año en que el general liberal Ramón Castilla
ocupó la presidencia de Perú), comenzó a configurarse la primera etapa del segundo
ciclo de tonalidad reformista-reformadora-revolucionaria surgido de las resultantes
comunes de las posteriormente llamadas “reformas liberales” que se produjeron en
buena parte de los Estados nacionales de América Latina,47 incluido Brasil, a pesar de
estar gobernado por el llamado “segundo reinado”, encabezado por Pedro II. Éste,
siendo aún adolescente, había asumido el trono en 1840 gracias al respaldo del Partido
Liberal. Junto a derrotar a las nuevas “rebeliones provinciales” contra “el imperio
centralizado” que se produjeron en los años posteriores (en particular a la llamada
Revolución Praieira que estalló en Pernambuco en 1848), así como a las multiformes
luchas por la emancipación de los esclavos y de otras clases y grupos subalternos, ese
reinado emprendió a partir de 1850 diversas medidas dirigidas a lograr “la
modernización capitalista” de ese inmenso país.48
De ahí que, como resultante continental común, las antes referidas “reformas
liberales” más o menos radicales, según el caso, significaron una derrota de los más
reaccionarios representantes políticos, militares e ideológico- culturales (como la Iglesia
Católica) y de los ya denominados partidos conservadores. Por ende, implicaron
nuevos (aunque insuficientes) avances de las incompletas revoluciones burguesas de
liberación nacional-continental que –como una media total— habían triunfado entre
1804 y 1826. Igualmente, alentaron las multiformes luchas contra la esclavitud y la
emancipación socio-económica de los artesanos, los campesinos, así como de ciertos
sectores de las clases medias asociadas a los diferentes sectores de la “burguesía
nacional” vinculadas al mercado interno. También alentaron las luchas por la
independencia de Cuba y Puerto Rico del coloniaje español. Antecedidas por largos
preparativos, éstas estallaron en 1868 y con avances y retrocesos, mayores o menores
según el caso, se extendieron hasta 1898.
Por consiguiente y a pesar de la derrota o mediatización (cuál fue el caso de Cuba)
de esos últimos emprendimientos, el ciclo reformista-reformador-revolucionario iniciado
a fines de la década de 1840 se extendió hasta aproximadamente 1890: año en que –
controlada por el gobierno temporal de Estados Unidos presidido por el republicano
Benjamin Harrison (1889-1893)— concluyó la ya mencionada Primera Conferencia
Internacional de Estados Americanos. Y, casi simultáneamente, se instaló en Brasil la
posteriormente llamada República Oligárquica, de “los coroneles” o de “café con leche”:
45Roberto Cassá: Historia social y económica de República Dominicana, Editora Alfa y Omega, Santo
Domingo, 1998.
46
Boris Fausto: Ob. cit.
47 Sergio Guerra Vilaboy: Ob. cit. pp. 158-175,
48
Boris Fausto: Ob. cit.
13
acontecimiento que había sido precedido por las diversas crisis que a partir de 1870
había vivido “el segundo reinado” y por la tardía abolición de la esclavitud (1888).49
Previamente, se habían abandonado todos los esfuerzos diplomáticos de diferentes
gobiernos latinoamericanos dirigidos a institucionalizar ciertas formas de concertación
política, a incentivar sus escasos intercambios comerciales, así como a tratar de formalizar
sus alianzas militares defensivas contra las agresiones emprendidas por diversas
potencias europeas (España, Francia e Inglaterra), así como por Estados Unidos contra
diversos países del continente.50 Interactuando con esa frustración también se había
desplegado la que Eduardo Galeano llamó “guerra de la triple infamia” contra la
República de Paraguay (presidida, desde 1862 hasta su caída en combate en la batalla
de Cerro Corá de 1870, por el popular liberal-nacionalista Francisco Solano López),
estimulada por Inglaterra y emprendida, entre 1865 y 1870, por el gobierno “centralista”
de la entonces naciente República Argentina, por el “segundo reinado” brasileño y por
el gobierno “colorado” entonces instalado en Uruguay. 51
Una década después, bajo los falsos presupuestos de la “batalla entre la civilización
y la barbarie” propugnados por varios intelectuales y estadistas liberales (en lugar
destacado, Domingo Faustino Sarmiento) se consumó la destrucción, a sangre y fuego,
de la Confederación Mapuche, ubicada en las imprecisas fronteras meridionales que
entonces tenían las repúblicas de Argentina y Chile, así como único territorio gobernado
de manera independiente y descentralizada por las comunidades de los pueblos y
naciones originarias del Abya Yala que había sobrevivido a la conquista y la
colonización española y portuguesa. Paralelamente, y también impulsada por Inglaterra,
estalló la fratricida “guerra del Pacífico” entre Chile, Perú y Bolivia que, entre 1879 y
1883, provocó la pérdida de la salida al mar de ese último país. Dos años más tarde, se
produjo la derrota político-militar del proyecto para restablecer la Federación
Centroamericana emprendido por el presidente liberal guatemalteco Justo Rufino Barrios;
quien cayó en combate en 1885.52
Todo lo antes dicho, junto a la declinación de los contenidos democrático-burgueses
de las antes referidas “reformas liberales”, a las alianzas establecidas por sus
conductores con los representantes políticos, militares e ideológico-intelectuales de los
sectores memos reaccionarios de la oligarquía agraria o agro-minera exportadora, a la
creciente penetración de los capitales financieros, industriales y comerciales de las
“viejas” y “jóvenes” potencias imperialistas, propiciaron que a partir de 1891 (año en que
se produjo la victoriosa contrarrevolución contra el prestigioso presidente liberal chileno
José Manuel Balmaceda) comenzara a configurarse la primera etapa del segundo ciclo
49 Ídem.
50 Sergio Guerra Vilaboy y Alejo Maldonado Gallardo: “Raíces históricas de la integración
latinoamericana”, en Carolina Crisorio y otros: Historia y Perspectiva de la integración latinoamericana,
Asociación para la Unidad de Nuestra América (AUNA)/Escuela de Historia de la Universidad Michoacana
de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2000, p. 55.
51Eduardo Galeano: Memoria del Fuego, Tomo II, Casa de las Américas, La Habana, 1990, pp. 235-238
y 247-249.
52Alcides Hernández: La integración de Centroamérica desde la Federación hasta nuestros días,
Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José, Costa Rica, 1994.
14
53Luis Suárez Salazar y Tania García Lorenzo: Las relaciones interamericanas: continuidades y cambios,
CLACSO, Buenos Aires, 2008.
54Demetrio Boersner: Relaciones Internacionales en América Latina, Editorial Nueva Sociedad, Caracas,
1996.
55Jesús Arboleya: La revolución del otro mundo. Cuba y Estados Unidos en el horizonte del siglo XXI,
Editorial Ocean Sur, 2007.
56Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe frontera imperial, Casa de las Américas, La
Habana, 1981.
57Colectivo de autores: La conspiración internacional contra Cipriano Castro (1903-1924), Ministerio del
Poder Popular para las Relaciones Exteriores, Caracas, 2009.
58Sergio Guerra Vilaboy: Breve Historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2006, p. 145.
15
desplegaron los grupos de poder y los poderes fácticos de Estados Unidos después de
la conclusión de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).62
Por consiguiente, en el marco de las complejas condiciones políticas, económicas y
militares creadas por esa guerra y durante la primera década de “la guerra fría” (1947-
1989),63 así como resultante común de sus diferentes etapas se configuró el tercer ciclo
largo de tonalidad contrarreformista-contrarreformadora-contrarrevolucionaria que se
extendió hasta fines de la década de 1950. Durante ese ciclo se consolidó el sistema de
dominación –hegemonía, acorazada con la fuerza— del imperialismo estadounidense
sobre el hemisferio occidental. A ello tributaron las diversas alianzas asimétricas
elaboradas por sucesivos gobiernos temporales estadounidenses (demócratas y
republicanos) con los representantes políticos, militares e ideológico-culturales de las
clases dominantes latinoamericanas, incluidas las de Haití y República Dominicana.
Como resultados de esas alianzas, en la última etapa de ese ciclo, fueron derrotados o
“neutralizados” todos los gobiernos reformistas, reformadores o “revolucionarios” que en
los años anteriores habían emprendido diversas transformaciones favorables a los
intereses nacionales y populares. Asimismo, fueron duramente reprimidos por los
gobiernos temporales de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Holanda todos los
movimientos anticolonialistas que se desplegaron en el Caribe insular y continental.
Esas y otras brutalidades cometidas por las dictaduras militares o civiles que
proliferaron en todo el continente durante los años precedentes, catalizaron las
multiformes luchas populares que, a partir de 1957, comenzaron a configurar la primera
etapa del cuarto y aún inconcluso ciclo largo de alcance continental, así como de
tonalidad reformista-reformadora-revolucionaria abierto por el triunfo de la Revolución
Cubana del primero de enero de 1959. Como bien se ha planteado, esa revolución –
nacional por su forma, pero universal por su multifacético contenido emancipador, anti-
colonial, anti-neocolonial, democrático, social y de clases— fue la cúspide de todas las
luchas por “la verdadera y definitiva independencia” del pueblo cubano iniciadas en
1868 y continuadas entre 1895 y 1898, así como antes y después de la frustrada
Revolución de 1933.64 Pero también la heredera de todas las luchas por “la primera” y
la “segunda independencia”, por el desarrollo económico, social y político de
capitalismos nacionales relativamente autónomos de las principales potencias
imperialistas (en particular de Estados Unidos) o por el socialismo que hasta entonces
se habían librado en América Latina y Caribe. Esto le permitió realizar una profunda
crítica, armada y desarmada, a todas las falencias estratégicas y tácticas que habían
demostrado las experiencias precedentes.
Tal vez por ello, desde 1959 hasta hoy las diversas utopías elaboradas y difundidas
por la Revolución Cubana han propulsado (aunque no determinado)65 las sucesivas
“olas revolucionarias” que –según algunos analistas— han estremecido el hemisferio
occidental en los más recientes 52 años.66 Durante estos, entre 1962 y 1981, obtuvieron
su independencia política de Gran Bretaña y Holanda, según el caso, diversos territorios
del Caribe insular y continental: Antigua/Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice,
Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, San Vicente y
las Granadinas, Surinam y Trinidad y Tobago. Esto, junto a la victoria en 1979 de “una
gran revolución en la pequeña isla de Granada”,67 provocó una profunda (aunque
transitoria) crisis del “orden” colonial y neocolonial todavía instaurado por Estados
Unidos, Francia, Inglaterra y Holanda en el Gran Caribe. Paralelamente, comenzaron a
institucionalizarse diversos proyectos de concertación política e integración económica
“desarrollistas” en América Latina y el Caribe.
Como se puede ver en el anexo 2, lo antes dicho interactuó con la etapa de tonalidad
contrarreformista- contrarreformadora- contrarrevolucionaria que se extendió
aproximadamente entre 1964 (año en que comenzaron a institucionalizarse las
criminales dictaduras y los regímenes civiles de seguridad nacional que pervivieron
hasta la década de 1980) y 1969. En éste último, se consolidaron los gobiernos
militares nacionalistas y reformadores que se habían instalado a fines del año previo en
Panamá y Perú. Estos –junto al proceso de contenidos parecidos que se desplegó en
Ecuador— se mantuvieron durante la mayor parte de la etapa de tonalidad reformista-
reformadora-revolucionaria abierta por la victoria electoral de la Unidad Popular chilena
(1970) y cerrada por la derrota político-electoral en 1990 de la Revolución Sandinista,
iniciada en 1979.68 Durante esa etapa se produjo una profunda crisis del sistema de
dominación instaurado por Estados Unidos en el hemisferio occidental y, por
consiguiente, del Sistema Interamericano.69
Esas crisis comenzaron a superarse luego de la derrota político-electoral de la
Revolución Sandinista: acontecimiento que coincidió con el “derrumbe” de los falsos
socialismos europeos y con la posterior implosión de la Unión Soviética (1991):70
65 Luis Suárez Salazar: “Las utopías Nuestramericanas de la Revolución Cubana: una aproximación
histórica”, en Beatriz Rajland y María Celia Cotarelo (coordinadoras) La revolución en el bicentenario:
reflexiones sobre la emancipación, clases y grupos subalternos, CLACSO, Buenos Aires, 2009, pp. 39-
56. También puede consultarse del mismo autor: “La cuatro utopías fundacionales de la Revolución
Cubana”, en www.rebelión.org y en Por Cuba (Año 8, número 11 y 12), La Habana, 5 de febrero del 2010.
66James Petras, et al: Imperio con Imperialismo: La dinámica globalizadora del Capitalismo Neoliberal,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
67 Fidel Castro: “Discurso pronunciado en la despedida del duelo a los cubanos caídos en Granada
afrontando el ataque imperialista yanqui”, en Granada: el mundo con el crimen, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1983.
68 Orlando Núñez Soto: La revolución rojinegra, CIPRES, Managua, 2009.
69 Luis Suárez Salazar y Tania García Lorenzo: Ob. cit.
70La expresión “falsos socialismos europeos” fue utilizada en el año 1991 por el intelectual y estadista
cubano Carlos Rafael Rodríguez en su intervención inaugural del XVIII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), efectuado en La Habana Cuba. Los interesados pueden consultar
Estado, nuevo orden económico y democracia en América Latina, ALAS/Centro de Estudios sobre América
18
adversidades de alcance global que habían sido antecedidas por el suicidio en 1983 de
la revolución granadina y la cruenta ocupación de esa pequeña isla del Caribe Oriental
por parte de las fuerzas armadas estadounidenses; por la prolongada “guerra sucia” y
los criminales “conflictos de baja intensidad” emprendidos por los gobiernos temporales
estadounidenses presididos por Ronald Reagan (1981-1989) y George H. Bush (1989-
1993) contra los pueblos centroamericanos y de otras partes del continente, así como
por la invasión estadounidense a Panamá de diciembre de 1989: año en que concluyó
la denominada “redemocratización” de América Latina y el Caribe que había
comenzado en el primer lustro de la década de 1980.
Las inconsecuencias de todos los gobiernos civiles surgidos de esas “transiciones
democráticas”, más o menos pactadas y tuteladas con y por las fuerzas armadas de sus
correspondientes países, así como “supervisadas” por los organismos financieros
internacionales controlados por Estados Unidos y otras potencias imperialistas (el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) facilitaron la generalización en todo
el continente de las contrarreformas y contrarrevoluciones neoliberales en lo económico
y neo-conservadoras en lo político que configuraron una nueva etapa continental de
igual tonalidad. Sin embargo, rápidamente comenzaron a desplegarse multiformes
luchas de diversos sectores populares –encabezadas por las ahora llamadas “nueva” y
“vieja” izquierda política, social e intelectual de América Latina—71 contra las mal
llamadas “reformas neoliberales”, al igual que contra el que en otro ensayo he
denominado “nuevo orden panamericano” impulsado a partir de 1990 por los grupos de
poder, los poderes fácticos y sucesivos gobiernos temporales de Estados Unidos. Estos
contaron con el respaldo de la casi totalidad de sus contrapartes del hemisferio
occidental.72
Las antes referidas luchas populares alcanzaron una de sus cúspides con la victoria
electoral en 1998 y la posterior consolidación de la Revolución Bolivariana. Ésta abrió
una inconclusa etapa de tonalidad reformista-reformadora-revolucionaria, cuyas
diversas expresiones en diferentes Estados latinoamericanos y caribeños, así como en
el impulso de diversos acuerdos de concertación política, cooperación e integración
económica adversos a los impulsados por el imperialismo estadounidense y sus más
cercanos aliados hemisféricos son bastante conocidas. Por eso ahora sólo creo
necesario indicar que las líneas y curvas discontinuas alternas que aparecen en rojo en
los anexos 1 y 2, indican que la durabilidad del ciclo y de la etapa de tonalidad
reformista-reformadora-revolucionaria abierto por la Revolución Cubana y por la
Revolución Bolivariana, respectivamente, no están predeterminadas.
Al igual que en otros ciclos y otras etapas mencionadas (o no) en las páginas
anteriores, su durabilidad dependerá de la resultante común de las multiformes
acciones de los diferentes sujetos y “actores” sociales y políticos, estatales y no
estatales, internos y externos, que todos los días están luchando entre sí (a veces de
manera violenta) por defender sus intereses y, con tal fin, preservar o incrementar sus
correspondientes cuotas de poder económico, político, militar e ideológico-cultural.
Desde mi punto de vista, esa comprensión de las diversas disyuntivas que siempre se
plantean en el movimiento de “lo social” y del decisivo papel que en su definición
desempeñan todos los componentes del “poder” que detentan (o construyen) los
diversos sujetos y actores sociales y políticos, internos y externos, ayudan e evitar el
triunfalismo y el voluntarismo que, apoyado en una “lectura mecánica y lineal” de la
Historia de la Humanidad (proveniente de una mala interpretación de los clásicos del
marxismo), más de una vez se han reflejado en el pensamiento y la praxis de la
izquierda social, política e intelectual de todo el mundo.
En lo que atañe a nuestro continente, muchas veces ese triunfalismo y ese
voluntarismo han impedido analizar oportunamente y de manera profunda las
fortalezas, oportunidades y debilidades, así como las poderosas amenazas internas y
externas que siempre han tenido, tienen y en el futuro previsible tendrán que enfrentar
todos los movimientos sociales y políticos de raigambre popular, al igual que todos los
procesos de cambios reformistas, reformadores o revolucionarios, según el caso, que
se han desplegado, se están desplegando y en el futuro previsible se desplegarán en
América Latina y el Caribe, incluida la ya cincuentenaria “transición socialista cubana”.
A modo de conclusión
Cualesquiera que sean los juicios que merezcan las afirmaciones anteriores, el
abordaje del pasado-presente-futuro de nuestra Mayúscula América y de las que en
otros escritos he llamado “lecciones de la historia” desde la perspectiva analítica y
teórico-metodológica que propongo en este ensayo permitiría, entre otras cosas que
veremos más adelante, derrotar a los perennes pregoneros del “fin de la historia”, al
igual que criticar los falsos, elitistas, racistas, patriarcales, chovinistas y colonizados
relatos históricos, más o menos “oficiales”, elaborados por los intelectuales orgánicos a
las clases dominantes de los diferentes países independientes o semiindependientes y
de los “territorios no independientes” del hemisferio occidental, así como de sus
antiguas o actuales metrópolis coloniales europeas.
También permitiría comprender la enorme complejidad, los avances y retrocesos, así
como los zigzags de las luchas por la independencia político-económica y por la
emancipación social (incluidos los diversos procesos de cambios favorables a los
intereses populares y nacionales) que se han desarrollado en América Latina y el
Caribe en los más recientes 220 años. Asimismo, demostrar que, a pesar de las
represiones, las derrotas y los errores cometidos por los conductores políticos o
militares de esos procesos (reformistas, reformadores o revolucionarios), así como de
las incontables agresiones perpetradas por las principales potencias coloniales e
imperialistas, los pueblos latinoamericanos y caribeños nunca han dejado de luchar por
su emancipación, así como por la que la Segunda Declaración de La Habana de febrero
de 1962 denominó “su verdadera y definitiva independencia”.73
74 El calificativo “aldeanos vanidosos” está tomado de José Martí: “Nuestra América”, ed. cit., p. 21. En el
primer párrafo de ese ensayo él indicó en su acostumbrada prosa poética: “Cree el aldeano vanidoso que
el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quito la
novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los
gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de las peleas de los
cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en
América ha de despertar…”
75Raúl Roa: “Intervención en la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de las
Repúblicas Américas”, San José, Costa Rica, agosto de 1960, en Raúl Roa: Canciller de la dignidad,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 41. Las cursivas pertenecen al autor de este ensayo.
76 Juan Bosch: Ob. cit.
77 La categoría “cooperación antagónica” entre las potencias imperialistas fue acuñada por el marxista
alemán, August Talheimer, después de la Segunda Guerra Mundial con vistas a explicar las intrincadas
relaciones de integración-cooperación-competencia-conflicto que constantemente se producen entre las
principales potencias imperialistas, aún en los momentos en que una de ellas mantenga una posición
hegemónica o dominante en sus relaciones mutuas y, por ende, en los asuntos internacionales. Para un
enfoque sobre ese tema puede consultarse: Ruy Mauro Marini: “La integración imperialista y América
Latina”, en La teoría social Latinoamericana: Textos escogidos, UNAM, México, 1994, Tomo II, páginas
15-19.
21
“poder global”,78 las sistemáticas y criminales acciones que estos han perpetrado contra
todas las fuerzas sociales, políticas e ideológico-culturales, gubernamentales o no
gubernamentales, más o menos reformistas, reformadoras o revolucionaras que, en
diferentes momentos históricos, han desafiado sus pretensiones expansionistas
(territoriales, políticas, económicas, militares e ideológico-culturales) y, a partir de las
primeras décadas del Siglo XX, su multifacético sistema de dominación sobre el sur
político del hemisferio occidental.79
Sistema que siempre ha incluido la constante elaboración y reelaboración de sus
diversas alianzas asimétricas con los representantes políticos, militares e ideológico-
culturales, estatales y no estatales, de los diversos sectores de las clases dominantes
de ese continente, incluidas sus reaccionarias y dependientes oligarquías terratenientes
y agro-minero exportadoras, así como sus cada vez más trasnacionalizadas burguesías
“nacionales”.80 Como he indicado en otras ocasiones, expresión y, a la vez,
complemento de esas alianzas siguen siendo las diversas instituciones político-militares
que actualmente componen el Sistema Interamericano e, interactuando con ellas, las
sucesivas Cumbres de las Américas que han venido realizándose desde 1994.81
Por consiguiente, la brutalidad de esas alianzas se han puesto de manifiesto en los
tres ciclos de tonalidad contrarreformista-contrarreformadora-contrarrevolucionaria
configurados desde 1826 hasta fines de la década de 1950. Igualmente, en las
diferentes etapas de los cuatro ciclos de tonalidad reformista-reformadora-
revolucionaria que se han configurado desde 1804 hasta la actualidad. Aunque como se
puede ver en el anexo 1, estos últimos ciclos han tenido una durabilidad mayor que los
primeros, en ninguno se han podido llevar hasta sus últimas consecuencias los
propósitos independentistas y emancipadores que se han planteado las diversas
fuerzas sociales, políticas e intelectuales interesadas en producir los diversos cambios
internos y externos que exige el capitalismo subdesarrollante, estructuralmente violento
y cada vez más dependiente instalado en la absoluta mayoría de los 33 Estados
independientes o semiindependientes del hemisferio occidental.
78Comité de Santa Fe: “Las relaciones interamericanas: escudo de la seguridad del Nuevo Mundo y
espada de la proyección del poder global de Estados Unidos”, en Documentos, No. 9, Centro de Estudios
sobre América, La Habana, 1981.
79Luis Suárez Salazar: “Las agresiones de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe: Fuente
constante del Terrorismo de Estado en el Hemisferio Occidental”, en Enciclopedia sobre el terrorismo de
Estado made in USA, La Habana, 2006, www.terrorfileonline.com; www.terrorfileonline.org; y
www.terrorfileonline.net.
80 Pongo entre comillas la expresión “nacionales” porque coincido con lo indicado por diversos autores
con relación a la pérdida del carácter nacional de importantes sectores de las clases dominantes
latinoamericanas y caribeñas. Sobre todo de aquellos cuya suerte ya no está asociada a la producción
para el mercado interno, sino a su creciente entrelazamiento con oligarquía financiera y tecnotrónica
transnacional. Para una reflexión al respecto puede consultarse Claudio Katz “América Latina frente a la
crisis global”, en Jairo Estrada Álvarez (compilador). Crisis capitalista: economía, política y movimiento,
Ediciones Espacio Crítico, Bogotá, 2009, pp. 139-166.
81 Luis Suárez Salazar: “La crisis del sistema de dominación estadounidense sobre América Latina y el
Caribe: Un enfoque desde la prospectiva crítica”, en Dídimo Castillo y Marco Gandásegui Jr.: Estados
Unidos, la crisis sistémica y las nuevas condiciones de legitimación, Siglo XXI-CLACSO, México, Buenos
Aires, 2010.
22
82Stefan Engel: Crepúsculo de los dioses sobre el “nuevo orden mundial”; Editorial Neuer Weg,
Gelsenkirchen, Alemania, 2004.
23
83Luis Suárez Salazar: “La integración independiente y multidimensional de Nuestra América: Una mirada
desde lo mejor del pensamiento sociológico”, en Política Exterior y Soberanía, Caracas, Año 3, No 2,
abril-junio del 2008, pp. 21-26. También en Contexto Latinoamericano, La Habana, Nro. 7, 2008, pp.
103-110.
84Luis Suárez Salazar: “Las estrategias inteligentes del gobierno temporal de Barack Obama contra
Nuestra América: lo nuevo y lo viejo”, Conferencia pronunciada en la Universidad Autónoma de Santo
Domingo, 5 de octubre del 2010.
85Simón Bolívar: “Carta al coronel Patricio Campbell” (Guayaquil, 5 de agosto de 1829), en Simón
Bolívar: Obras Completas, Editorial LEX, La Habana, 1947, Tomo II, p. 737.
86 José Martí: Nuestra América, ed. cit.
87Fidel Castro: “El mundo medio siglo después”, en Juventud Rebelde, Tabloide Especial No.1, La
Habana, 2010.