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ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL 1

DOCENTE: ARQ. NAIROVYS TINEO

ÍNDICE DE LECTURAS

1. Cuento de las dos Vasijas


2. La asamblea de las herramientas
3. El cascabel del gato
4. El doctor y el enfermo.
5. El rico y el zapatero.
6. La tortuga y el águila
7. El toro y las cabras
8. El sol y las ranas
9. El niño y los dulces
10. El dueño del cisne
11. El ave Fénix
12. Las Columnas de la Tierra
13. Los enanos mágicos
14. Los hijos del Labrador
15. Wang y el mago
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1. Cuento de las dos vasijas


Anónimo: India

Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los
extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por
las que se escapaba el agua, de modo que al final de camino sólo conservaba la
mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto su contenido. Esto
sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues
se sabía idónea para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija
agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir
correctamente su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo al aguador:
-Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas
sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.
El aguador le contestó:
-Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen
a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo de
la vereda; pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de
sí la mitad del agua del principio.
El aguador le dijo entonces:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise
sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las
has regado y durante dos años yo he podido recogerlas. Si no fueras exactamente
como eres, con tu capacidad y tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esa
belleza. Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la
posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.
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2. La asamblea de las herramientas


Autor: fábula de origen desconocido.

“Cuentan que a media noche hubo en la carpintería una extraña asamblea.


Las herramientas se habían reunido para arreglar diferencias que no las dejaban
trabajar.
El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión, pero enseguida la
asamblea le notificó que tenía que renunciar:
– No puedes presidir, Martillo – le dijo el portavoz de la asamblea – Haces
demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando.
El Martillo aceptó su culpa, pero propuso:
– Si yo no presido, pido que también sea expulsado el Tornillo puesto que
siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo.
El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión, pero puso una condición:
– Si yo me voy, expulsad también a la Lija puesto que es muy áspera en su
trato y siempre tiene fricciones en su trato con los demás.
La Lija dijo que no se iría a no ser que fuera expulsado el Metro. Afirmó:
– El Metro se pasa siempre el tiempo midiendo a los demás según su propia
medida como si fuera el único perfecto.
Estando la reunión en tan delicado momento, apareció inesperadamente el
Carpintero que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el
metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al acabar su trabajo
se fue.
Cuando la carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la
deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la
palabra, habló:
– Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero
trabaja con nuestras cualidades. Son ellas las que nos hacen valiosos. Así que
propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles y que nos
concentremos en la utilidad de nuestros puntos fuertes.
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La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte, el Tornillo unía y daba
fuerza, la Lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el Metro
era preciso y exacto. Se sintieron un equipo capaz de producir muebles de calidad.
Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
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3. El cascabel del gato


Autor: Félix María de Samaniego

Había una vez un gato que vivía a toda leche en una céntrica casa de una gran
urbe.
A toda leche porque sus dueños se esforzaban por darle todo lo que el gato
requería para sentirse como un gran animal doméstico, querido y consentido por los
humanos.
Así, el minino de nuestra historia tenía un confortable cojín en el que echarse
a disfrutar sus siestas, ovillos para jugar cada vez que le apeteciera, comida en
abundancia y todo cuanto podamos imaginar para el deleite de un gato.
Por tener, el felino tenía hasta una panda de ratones en casa, a los que
perseguía y atosigaba cada vez que tenía la oportunidad.
Era ver un ratón y haya iba el gato a perturbarlos e impedirles tomar cualquier
cosa de su cocina. Los perseguía y arrinconaba hasta que los obligaba a volver a
su madriguera.
Tan bueno se había hecho el gato de nuestra historia en la persecución, que
los ratones optaron de pronto por no salir más, pues realmente le temían.
Sin embargo, las escasas provisiones que habían logrado almacenar en su
ratonera se agotaron un día, por lo que tuvieron que analizar cómo poder obtener
alimentos para no morir de inanición.
Sabían que si salían de su escondite el gato no tardaría en descubrirlos y los
haría correr hasta el cansancio, sin permitirles obtener alimento alguno. No
obstante, la situación era tan dramática, que requerían medidas urgentes para tratar
de aliviarla.
Por ello convocaron a una asamblea en la que debían estar presentes todos
los ratones de la casa; niños y adultos, machos y hembras.
Así, comenzaron a debatir para tomar la mejor decisión e idear un plan que les
permitiese obtener los necesarios suministros.
Todos opinaron, pero ningún criterio era factible. Siempre había un gran
obstáculo que ningún plan parecía vencer: el gato.
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De pronto, un ratón joven tuvo una idea que agradó a todos.


Si ponían un cascabel al gato, por el sonido podrían saber siempre por dónde
andaba y la salida de la ratonera y la búsqueda de alimentos sería más segura y
tranquila.
Todos aplaudieron y vitorearon al joven, pues la idea lucía perfecta. De
materializarse, atrás quedarían los días en que el gato los asediaba y les impedía
alimentarse como Dios manda.
Sin embargo, un nuevo problema surgió. ¿Quién le pondría el cascabel al
gato?
Ante la falta de voluntarios, pues todos alegaban problemas que les impedían
ser ellos los que pusieran el accesorio al felino, el plan se descabezó.
Era la mejor estrategia, surgida de la mejor de las opiniones, pero los roedores
descubrieron ese día cuán fácil era opinar y qué difícil es actuar.
Dicen que aún debaten cada día para ver quién es el héroe que se atreve a
colocar el cascabel al gato, antes que el hambre termine por acabar con sus vidas.
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4. El doctor y el enfermo.
Autor: Félix María de Samaniego

Había un enfermo internado en un hospital, que cada día se sentía más mal y
no veía mejoría alguna en su estado.
Una tarde el médico pasó en sus habituales rondas y le preguntó qué lo
aquejaba, qué síntomas lo hacían sentirse mal.
El enfermo le confesó que sentía que sudaba más de lo común, a lo que el
médico respondió, sin detenerse a chequearlo:
– Eso está bien.
Un día después el doctor volvió a visitar a su enfermo y le preguntó
nuevamente qué lo aquejaba.
– Siento que tiemblo y tengo más escalofríos que en cualquier otro momento
de mi vida –dijo el paciente.
– No te desconsueles, eso está bien –agregó el doctor.
Otra vez al día siguiente pasó lo mismo y el doctor preguntó al hombre que
qué síntomas presentaba como para sentirse enfermo.
Preocupado, el enfermo le dijo:
-Doctor, he tenido diarrea y no se van los restantes síntomas.
-Eso está bien –ripostó el doctor, que ya se iba del lugar cuando escuchó que
el enfermo le decía a un familiar que lo visitaba:
– Creo que de tanto estar bien me estoy muriendo. Cada día estoy peor.
El doctor se sonrojó por la vergüenza y desde ese momento comenzó a
tomarse verdaderamente en serio la salud de sus pacientes. Comprendió que hay
profesiones que imponen constancia, seriedad y preocupación, y que uno no puede
andar jugando con la vida y bienestar de los demás.
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5. El rico y el zapatero
Autor: Jean de La Fontaine

Había una vez un zapatero muy laborioso, cuyo único entretenimiento era
reparar los zapatos que sus clientes le llevaban.
Sin embargo, tanto disfrutaba el hombre de su trabajo que, amén de que sólo
le alcanzaba para lo justo, cantaba de felicidad cada vez que terminaba un encargo
y con la satisfacción del deber cumplido, dormía plácidamente todas las noches.
El zapatero tenía un vecino que por el contrario era un hombre
abundantemente rico, al que además le molestaba un poco los cánticos diarios del
laborioso hombre.
Un día el rico no pudo más y se decidió a abordar al zapatero. No entendía la
causa de su felicidad y al ser recibido en la puerta de la humilde morado preguntó
a su dueño:
-Venga acá buen hombre, dígame usted ¿cuánto gana al día? ¿Acaso es la
riqueza la causa de su desbordada felicidad?
-Pues mire vecino –contestó el zapatero, -por mucho que trabajo solo obtengo
unas monedas diarias para vivir con lo justo. Soy más bien pobre, por lo que la
riqueza no es motivo de nada en mi vida.
-Eso pensé y vengo a contribuir a su felicidad –dijo el rico, mientras extendía
al zapatero una bolsa llena de monedas de oro.
El zapatero no se lo podía creer. Había pasado de la pobreza a la riqueza en
solo segundos y, luego de agradecer al rico, guardó con celo su fortuna bajo su
cama.
Sin embargo, las monedas hicieron que nada volviese a ser igual en la vida
del trabajador hombre.
Como ahora tenía algo muy valioso que cuidar, ya no dormía tan plácidamente,
ante el temor constante de que alguien irrumpiese para robarle.
Asimismo, por dormir mal ya no tenía las mismas energías para afrontar con
ganas el trabajo diario y mucho menos para cantar de felicidad.
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Tan tediosa se volvió su vida de repente, que a los pocos días de haber
recibido dicha fortuna de su vecino acudió a devolverla.
Los ojos del hombre rico no daban crédito a lo que sucedía.
-¿Cómo que rechaza tal fortuna? –interrogó al zapatero. -¿Acaso no disfruta
el ser rico?
-Vea vecino –contestó el zapatero, -antes de tener esas monedas en mi casa
era un hombre realmente feliz que cada mañana se levantaba luego de dormir
plácidamente para enfrentar con entusiasmo y energía su trabajo diario. Tan feliz
era que incluso cantaba cada vez que podía. Desde que recibí esas monedas ya
nada es igual, pues solo vivo preocupado por proteger la fortuna y ni tan siquiera
tengo tranquilidad para disfrutarla. Por tanto, gracias, pero prefiero vivir como hasta
ahora.
La reacción del zapatero sorprendió enormemente al hombre rico. No
obstante, ambos comprendieron lo que tal desarrollo de los acontecimientos quería
decir, y es que la riqueza material no es garantía de la felicidad. Esta pasa más por
pequeños detalles de la vida diaria, que a veces suelen pasar desapercibidos.
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6. La tortuga y el águila
Autor: Esopo (620 a.C. - 564 a.C.) Famoso escritor griego de fábulas.

Había una vez una tortuga muy inconforme con la vida que le había tocado, y
que en consecuencia no hacía otra cosa que lamentarse.
Estaba realmente harta de andar lentamente por todo el mundo, con su
caparazón a cuesta.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra
desde las alturas, tal y como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la
tortuga le pidió que la elevara por los aires y la enseñase a volar.
Extrañada el águila accedió al pedido de lo que le pareció una extraña tortuga
y la atrapó con sus poderosas garras, para elevarla a la altura de las nubes.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por
sí misma y pensó que debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los
animales terrestres, que siempre la miraban con cierta compasión por la lentitud de
sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora
déjame hacerlo por mí misma –le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba
hecha para volar. No obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila
decidió soltarla, solo para ver cómo el animal terrestre caía a gran velocidad y se
hacía trizas contra una roca.
Mientras descendía, la tortuga había comprendido su error, pero ya era tarde.
Desear y atreverse a hacer algo que estaba más allá de sus capacidades le había
costado la vida, una vida que vista desde esa perspectiva ya no le parecía tan mala.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se
sentía muy satisfecha y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
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7. El toro y las cabras


Autor: Esopo (620 a.C. - 564 a.C.) Famoso escritor griego de fábulas.

Había una vez un toro y tres cabras que, como se criaron juntos desde
pequeños en una verde pradera, eran muy amigos y se pasaban el día jugando.
La escena de verlos jugando era habitual en la pradera, pero para un perro
vagabundo que a diario los observaba desde lejos no dejaba de resultar un tanto
extraña. Su experiencia de vida le impedía entender cómo aquellos animales podían
llevarse tan bien entre sí.
Un día el perro no pudo aguantar más su curiosidad y fue adonde el toro y le
preguntó:
-Compañero, ¿cómo es que tú, un toro tan fuerte, pasas tus días jugando con
tres insignificantes cabras? ¿Acaso no ves que puedes ser la comidilla del resto de
los animales? Pensarán que eres un toro débil y por eso es que te juntas con
animales indefensos.
Las palabras del perro pusieron a pensar al toro, que no quería ser el
hazmerreír del resto de los animales ni le hacía gracia la idea de que subestimaran
su fuerza y valor.
En resumen, por el que dirán fue apartándose cada vez más de sus amigas
cabras, al punto de que llegó un día en el que no las vio más.
Pasó el tiempo así y el toro se fue sintiendo cada vez más solo. Extrañaba a
sus amigas cabras, que eran como su única familia, y los juegos que a diario hacían
juntos.
Ese estado emocional lo hizo reflexionar y comprendió su error. Nunca uno se
puede dejar llevar por lo que digan los demás y debe hacer lo que le nazca y le
dicten su conciencia y corazón. De no ser así, podemos perder lo que más
apreciamos o deseamos en la vida.
Afortunadamente, para el toro no fue muy tarde y recuperó la amistad de sus
hermanas cabras, con las que fue muy feliz para siempre, jugando cada día.
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8. El sol y las ranas


Autor: Jean de La Fontaine

Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi
muertas de susto. El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no
seguiría siendo igual que antes, pues él había decidido variar su rumbo.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que
el resto del año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal
cual la conocían.

Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer,
ellas no podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban
dejarían de existir.
Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su
conservación, no sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.
Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del
planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras
especies? Cada cual que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos
de las ranas por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son
animales con muy pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña
laguna, capaces solo de preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo
que les rodeaba.
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9. El niño y los dulces


Autor: Esopo (620 a.C. - 564 a.C.) Famoso escritor griego de fábulas.

Pedro no sabía de la avaricia o la ambición, ni de todo el daño que esto podía


hacer a las personas.
Era un niño sano y juguetón como otro cualquiera, pero su glotonería y su
afición por los dulces eran los atributos por los que más se le conocía.
Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni averiguar de
quién eran, introdujo su mano y agarró tantas golosinas como pudo. Cuando trató
de retirar su mano se dio cuenta que no podía y como no quería dejar escapar
ningún dulce de los que había cogido, lo cual le permitiría sacar la mano, empezó a
llorar desconsoladamente.
Su amigo Juan lo vio y le dijo:
-Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has tomado
podrás sacar tu mano de ahí y disfrutar algunos dulces. La avaricia no te permitirá
hacer ni lo uno ni lo otro.
Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día
comprendió que la ambición y la avaricia pueden ser verdaderamente dañinas y
prohibitivas para el desarrollo y crecimiento de un ser humano.
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10. El dueño del cisne


Autor: Esopo (620 a.C. - 564 a.C.) Famoso escritor griego de fábulas.

Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas notas, pero
sólo justo antes de morir.
Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el cual
se decía no sólo que era el más bello, sino también uno de los que mejor cantaba.

Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que
frecuentemente tenía en su casa y sería motivo de envidia y admiración para sus
compañeros.
La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para
exhibirlo, cual preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar
el momento, pero para su molestia y decepción, el animal permaneció en el más
absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero
en la compra del cisne.
Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para
otra vida, entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.
Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error y
pensó:
-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces.
Si hubiera conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta.
De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las
cosas en la vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo
llega en el momento oportuno.
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11. El ave Fénix


Autor: Hans Christian Andersen

En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su


primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus
colores, arrobador su canto. Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y
del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada
del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió
abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el
Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la
muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave
Fénix, la única en el mundo. El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz,
espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto
a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una
aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y
hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas
violetas. Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los
resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre
las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas
cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla
espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja
de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú
se iluminan al verla. ¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo
de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando
las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico
sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del
cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los
cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg. ¡Ave Fénix! ¿No la
conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su
ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para
contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas. ¡El Ave del Paraíso!
Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu
imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con
frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia. En el
jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la
sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.
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12. Las Columnas de la Tierra


Autor: fábula de origen desconocido.

Érase una vez un niño que siempre trataba a su madre con gritos e insultos,
sin importarle lo mucho que esto la entristecía. Un día, sin saber cómo, despertó en
un lugar inmenso y solitario, sentado sobre una roca de la que surgían cuatro
columnas que parecían sustentar el mundo entero. Estaba allí solo, cuando al poco
vio llegar una inmensa bandada de cuervos con picos de metal que se lanzaron
contra la roca, picoteándola con fuerza. Cuando volvió a estar sólo, misteriosamente
se abrió una puerta en una de las columnas, y de ella salió una niña simpática y
preciosa.
-¿Has venido a ayudarnos? ¡qué bien! nos hace falta toda la gente posible.
El niño no comprendía, y viendo su extrañeza, la niña le explicó.
-¿Así que no sabes dónde estás? Esto es el centro de la tierra, estas columnas
lo sujetan todo, y la piedra sobre la que estás las mantiene unidas
-¿Y a qué queréis que os ayude?- dijo el niño extrañado.
- Pues a cuidar la piedra, claro. Se te ve en la cara que eres la persona ideal-
respondió la niña-.Los pájaros que has visto son cada vez más numerosos, y si no
cuidamos esta piedra un día se romperá y todo se vendrá abajo.
- ¿Que se me ve en la cara?-exclamó el niño sorprendido-¡Pero si nunca he
cuidado una piedra!
- Pero aprenderás a hacerlo, igual que hasta ahora no lo has hecho. Toma,
mírate en este espejo- respondió la niña mientras le ponía un espejo frente a la cara.
Entonces el niño se vio reflejado, y pudo ver claramente cómo su rostro parecía
el de un pájaro, y su nariz comenzaba a estar metalizada. Quedó allí parado,
asustado y preocupado, sin decir palabra.
- Todos esos pájaros fueron niños como tú y como yo-explicó la niña-pero ellos
decidieron no cuidar este lugar. Ahora que son mayores, se han convertido en
pájaros malvados que sólo lo destruyen. Hasta ahora, tú no has hecho mucho por
cuidarlo, pero ahora que ya lo sabes, ¿me ayudarás a conservar todo esto? - dijo
con una sonrisa mientras le tendía la mano.
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El niño no terminaba de comprender todo aquello, pero entonces, al mirar de


cerca las columnas, vio que cada una estaba hecha de miles y miles de figuritas
representado los grandes valores: sinceridad, esfuerzo, honradez, generosidad....
Y al acercarse al suelo, comprobó que la enorme roca estaba formada por las
diminutas historias de niños respetando a sus madres, abuelos, hermanos,
ancianos... sobre la que los cuervos trataban de grabar escenas de gritos e insultos.
Y junto a sus pies, pudo ver su propio dibujo, el de la última vez que había gritado
a su madre. Aquella imagen, en aquel extraño lugar, le hizo ver que era el respeto
lo que mantenía unidas las columnas de los valores que sostienen el mundo.
El niño, arrepentido, permaneció allí cuidando la roca durante días y días, con
alegría y buenas obras, reponiendo el daño que causaba cada aparición de los
pájaros, sin llegar a dormir un minuto. Así estuvo hasta que, agotado por el esfuerzo,
cayó rendido.
Al despertar, volvía a estar en su casa, y no sabía si todo aquello había sido
un sueño; pero de lo que sí estaba seguro, era de que ningún cuervo volvería a
grabar un dibujo suyo gritando a su madre.
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13. Los enanos mágicos


Autor: Hermanos Grimm

Un zapatero se había vuelto tan pobre que una noche se encontró con que no
tenía sino el último corte de cuero para hacer el último par de zapatos. El hombre,
que era de corazón noble y valiente, preparó su material y se fue a dormir tranquilo,
sin proferir queja alguna.
Al otro día, cuando se disponía a coser los zapatos, se quedó bastante
asombrado de ver que ya estaban hechos. Esa misma tarde pasó por la zapatería
un cliente al que le gustaron mucho y los pagó a muy buen precio. Con ese dinero
el zapatero compró cuero para hacer dos pares más, y lo cortó y se fue a dormir. Y
al día siguiente volvió a encontrar los zapatos terminados. Estos zapatos también
se vendieron muy bien. Con el dinero obtenido, el zapatero volvió a comprar más
cuero para hacer más zapatos. Y siguió encontrándolos hechos cada mañana. Así
pasó un buen tiempo, durante el cual su negocio tomó fuerza y lo sacó de la
pobreza.
La noche de navidad de ese año, la mujer del zapatero le propuso a su marido
que se escondieran en el armario y espiaran por las rendijas a ver si descubrían
quién le estaba ayudando. El zapatero estuvo de acuerdo y entraron en el armario
y se pusieron a esperar. A eso de la medianoche, entraron dos simpáticos enanitos
completamente desnudos que se pusieron inmediatamente a trabajar en la mesa
del taller, con una velocidad y una pericia tal que dejaron pasmados al zapatero y
su mujer.
A la mañana siguiente, la mujer del zapatero le dijo a su marido que tanto ella
como él le debían mucho a esos enanitos y había que mostrarse agradecidos con
ellos. Entonces decidieron que ella le haría a cada enanito su respectiva camisa,
chaleco, pantalón, medias y chaqueta para el frío, mientras que él se encargaría de
los zapatos.
Así lo hicieron, y a la noche siguiente en lugar del corte de cuero, dejaron los
regalos en la mesa del taller. Los enanitos se mostraron al comienzo sorprendidos,
pero en cuanto comprendieron que los vestidos y los zapatos eran para ellos, se los
pusieron a toda prisa y empezaron a cantar y a saltar por todo el mobiliario del taller.
Al final se tomaron de la mano y se fueron bailando.
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El zapatero y su mujer nunca más los volvieron a ver, pero siguieron siendo
muy felices y a él nunca le volvió a ir mal en ninguna de las cosas que emprendió.
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14. Los hijos del Labrador


Autor: Esopo (620 a.C. - 564 a.C.) Famoso escritor griego de fábulas.

Los dos hijos de un labrador vivían siempre discutiendo. Se peleaban por


cualquier motivo, como quién iba a manejar el arado, quién sembraría, y así como
todo. Cada vez que había una riña, ellos dejaban de hablarse. La concordia parecía
algo imposible entre los dos. Eran testarudos, orgullosos y para su padre le suponía
una dificultad mejorar estos sentimientos. Fue entonces que decidió darles una
lección.
Para poner un fin a esta situación, el labrador les llamó y les pidió que se fueran
al bosque y les tajeran un manojo de leña. Los chicos obedecieron a su padre y una
vez en el bosque empezaron a competir para ver quién recogía más leños. Y otra
pelea se armó. Cuando cumplieron la tarea, se fueron hacia su padre que les dijo:
- Ahora, junten todos las varas, las amarren muy fuerte con una cuerda y
veamos quién es el más fuerte de los dos. Tendrán que romper todas las varas al
mismo tiempo.
Y así lo intentaron los dos chicos. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo
consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las
rompieron fácilmente.
- ¡Se dan cuenta! les dijo el padre. Si vosotros permanecen unidos como el
haz de varas, serán invencibles ante la adversidad; pero si están divididos serán
vencidos uno a uno con facilidad. Cuando estamos unidos, somos más fuertes y
resistentes, y nadie podrá hacernos daño.
Y los tres se abrazaron.
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DOCENTE: ARQ. NAIROVYS TINEO

15. Wang y el mago


Autor: Cuento tradicional chino

Wang era un pequeño niño campesino de China que encontraba gran placer
ayudándoles a sus padres en las plantaciones de arroz.
Un día, de pronto, dejó de llover. Los ríos y los pantanos empezaron a secarse,
y Wang supo que, si los arrozales de sus padres les pasaban lo mismo, el hambre
no tardaría en llamar a la puerta.
-Padre -dijo un día- déjame ir a la ciudad para ganar un algún dinero.
Ardía el deseo de ayudar a su familia, y aunque a su padre no le gustaba la
idea, finalmente lo dejó marchar porque al menos en la ciudad podría ganarse la
vida.
Horas después de haber emprendido el camino, se encontró con un anciano
que llevaba un bulto al hombro.
-Déjame ayudarte –le dijo Wang tomando el bulto.
El viejo estuvo muy agradecido, y siguieron juntos la ruta. Al poco tiempo el
cielo se llenó de relámpagos y el sonido de los truenos ensordeció a Wang, que
miró asustado al anciano.
-No te preocupes –le contesto el viejo-.
Son mis dragones. Has sido bueno y solidario conmigo y quiero que los
conozcas. Soy un poderoso mago. Ya verás cómo manejo los truenos y las lluvias.
Y diciendo esto, lo llevó hasta un par de barriles enormes en los que dos
dragones echaban fuego por las narices y armaban un gran alboroto.
-Estos son. Y ahora dime dónde quieres que llueva.
-En la región de mis padres.
El mago le pidió que subiera a unos de los barriles y Wang notó enseguida que
estaba lleno de agua. El barril se elevó como un globo mientras el dragón bufaba y
llenaba el cielo de destellos con su lengua de fuego. En cuanto reconoció las
plantaciones de arroz de la región de sus padres, Wang empezó a lanzar agua a
manos llenas. Estaba tan entusiasmado que no se dio cuenta de que el mago y el
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dragón habían desaparecido, y se encontró frente a sus padres, completamente


mojado y felices de que hubiera llovido.
Una vez en casa, Wang les contó sus aventuras y ellos lo escucharon
maravillados y orgullosos.

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