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K k n n k t i i J . (ìI '.

r g e n e s p ro fe s o r de Psicologia Social en cl Swarthm ore d oliere, 13



en las in m ediacion es de Filadelfia. Ks tam bién autor, entre otras obras, de
Construir Iii realidad, Realidades y relaciones y L a terapia como construcción social O'
C/5
(con S h eila M cN a m ee), igualm ente publicadas por Paidós.
ín
R
3
o

Kn esta obra, el autor explora los profundos cam bios acaecidos en los últimos
tiem pos con respecto al individuo com o tal, asi com o las im plicaciones que K enneth jf.

Gergen
de ello se lian derivado para la vida intelectual y cultural. I .as tecnologías de
la com unicación en un proceso de avance perm anente en nuestros días
n os obligan actualm ente a relacionarnos con un núm ero m ucho mayor de in
& s
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d ivid u os y de in stitu ciones que en cualquier época pasada, y a través de una 2
m ultiplicidad de formas q ue nos exige crearnos una con cepción diferente de
o O
nosotros m ism os. o
’-t
Kn este sen tid o, nuestra saturación social ha llegado a ser tan intensa que Oí
n
hem os acabado asum iendo las personalidades y valores de aquellos con quienes 3
nos com u nicam os, con el co n sigu ien te deterioro de nuestro sentido de la
verdad objetiva. El yo saturado
Partiendo de una investigación m uy am plia, que abarca d esd e la antropología Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo
hasta el psicoanálisis, la novelística o el cine, l 'l yo saturado sondea los peli
gros y perspectivas que se le presentan a un m un do en el que el individuo nunca
es lo que parece y la verdad radica, en cada instante, en la postura circunstan
cial del observador y en las relaciones entabladas en ese m om ento.

«Un trabajo original, inteligente, profundo y altam ente estim ulante, que además
acaba con todos los clich és referentes a la condición posmoderna.»
Publishcrs W etltly
Paidós Surcos
K enneth J. Gergen

El yo saturado
Dilemas de identidad
en el mundo contemporáneo

PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: The Seiturated Self. Dilemmas of Idenlity in Contemporary Life

Traducción de Leandro W olfson

Cubierta de M ario Eskenazi

/" edición en la colección Surcos, 2006

© 1991 by Basic B ooks, una división de H arper C ollins Publishers Inc.


© de la traducción, Leandro W olfson
© 2006 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona

Im preso en España - Printed in Spain


SU M A RIO

Prefacio................................................................................................. 11

1. El asedio del y o .............................................................................. 19


2. De la visión romántica a la visión m odernista del yo . . . . 41
3. La saturación social y la colonización del y o .......................... 79
4. La verdad atraviesa d ificu ltad es....................................................123
5. El surgim iento de la cultura p o sm o d ern a................................... 161
6. Del yo a la relación p ersonal................................................ 197
7. U n «collage» de la vida posm oderna .......................................237
8. Renovación del yo y au ten ticid ad ................................................ 273
9. Recapitulación y relativ id ad ..........................................................309

N o ta s ....................................................................................................... 353
A utorizaciones....................................................................................... 387
índice analítico y de n o m b res............................................................389

7
C o n c e p t o s c a m b ia n t e s d e l y o

[Los conceptos relativos al yo] operan en el


individuo y la sociedad com o realidades funcio
nales que contribuyen a fijar los límites de esa
misma naturaleza hum ana de la que, presunta
mente, deberían ser un modelo.

D a v i d B o h m , Htima-n Natu-re as the


Product o f O ur M ental Models

¿Por qué son tan decisivas para nuestra vida las caracterizaciones
que hagamos de nuestro yo — de nuestra manera de hacernos ase
quibles a los otros— ? ¿Cuál es el motivo de que los cambios que so
brevienen en estas caracterizaciones sean temas de interés tan pre
ponderante? Veamos.
La pareja se halla en un m om ento decisivo de su relación. H an
disfrutado m utuam ente de su com pañía durante varios meses, pero
jamás hablaron de lo que sentían. Ahora, ella tiene una imperiosa
necesidad de expresar sus sentimientos y aclararlos, pero... ¿qué ha
de decir? Cierto es que dispone de un extenso vocabulario para ex
presarse a sí misma; por ejemplo, podría declarar púdicamente que
se siente «atraída» por él, o «entusiasmada», o «deslumbrada», o «su
mamente interesada». Si cobra valor, tal vez le diga que está «muy
enamorada», o bien, si se anima, que está «subyugada» o «locamen
te apasionada». Le afloran a la punta de la lengua térm inos como
«alma», «deseo», «necesidad», «ansia», «lujuria». A hora bien: ¿sabrá
escoger las palabras correctas en ese delicado instante?
La cuestión es grave por cuanto el destino de la relación está p en
diente de un hilo: cada térm ino tiene distintas implicaciones para el
futuro. D ecir que se siente «atraída» por él es guardar cierta reserva;
sugiere m antener distancias y evaluar la situación. Decir que está
«entusiasmada» denota u n futuro más racional; «deslumbrada» y
«sumamente interesada» son com parativam ente térm inos más diná
micos, pero no sensuales. En cambio, decir que está «enamorada»
podría indicar cierta irracionalidad o descontrol. Es expresión, ade
más, de una dependencia emocional. Si agrega que está «locamente
enamorada», el tipo podría asustarse e irse: tal vez lo único que que
ría era pasar un buen rato. Si se anima a introducir términos que hagan
referencia a su «alma» o a su «lujuria», la relación podría avanzar por

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senderos muy diferentes. Vemos, pues, que su expresión de sí misma
lleva implícitas consecuencias sociales.
N uestro idioma dispone de un vocabulario riquísimo para la ex
presión de las emociones, pero... ¿qué ocurriría si se abandonasen al
gunos térm inos? ¿Q ué pasaría si no se dispusiera más de la expre
sión «estar enamorado» ? Es una frase m uy útil si uno quiere avanzar
hacia una relación profunda y com prom etida: pergeña un cuadro fu
turo significativo e invita al otro a tom ar partido. N o cumple el mis
mo fin decir que uno es «atraído» p o r otra persona, o que está «en
tusiasmado» p o r ella, o que «le interesa». Con el «estar enamorado»
puede alcanzarse una relación tal que no sea accesible con sus riva
les. Análogamente, las otras expresiones pueden servir para otros fi
nes: por ejemplo, para poner distancia, o para limitar la relación al
plano físico. A bandonar cualquiera de estos térm inos o frases signi
fica perder un margen de m aniobra en la vida social.
Al ampliar el vocabulario de expresión de uno mismo se vuelven
posibles otras opciones en el campo de las relaciones humanas. En la
actualidad no hay en inglés ningún térm ino que describa suficiente
mente bien una relación apasionada y perm anente, pero periódica, y
no cotidiana. Si una pareja desea encontrarse de vez en cuando, pero
quiere que estas ocasiones sean «profundamente conmovedoras» para
ambos, carecen de una alternativa que viabilice la expresión de lo
que desean. Los térm inos «atracción», «entusiasmo», etcétera, no
describen un intercambio profundam ente conm ovedor, y si uno
dice que «está enamorado» no da cabida a que se acepten con indife
rencia las distancias periódicas. A medida que se expande el vocabu
lario de la expresión del yo, tam bién lo hace el repertorio de las rela
ciones humanas.
Ludwig W ittgenstein, el filósofo de Cam bridge, escribió en una
oportunidad: «Los límites del lenguaje (...) significan los límites de
mi m undo».2 Esta concepción tiene una particular validez para el
lenguaje del yo. Los térm inos de que disponemos para hacer asequi
ble nuestra personalidad (los vinculados a las emociones, motivacio
nes, pensamientos, valores, opiniones, etcétera) im ponen límites a
nuestras actuaciones. U na relación rom ántica no es sino una entre la
m ultitud de ocasiones en que nuestro vocabulario del yo se insinúa
en la vida social. Considérese lo que sucede con nuestros tribunales
de justicia. Si no creyéramos que la gente posee «intenciones», la
m ayoría de nuestros procedim ientos jurídicos carecerían de sentido,

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ya que en gran medida determ inam os en función de las intenciones
la culpa o la inocencia. Si uno sale de caza y le apunta a un oso pero
por accidente mata a otro aficionado que andaba p o r allí, probable
mente se sienta culpable el resto de su vida, pero no recibirá un gran
castigo: no era su «intención» m atar al colega. Si en cambio le apun
ta con el arm a y lo mata «intencionadamente», no será difícil que
pase el resto de su vida en prisión. Si renunciáramos al concepto de
intención —aduciendo que todas nuestras acciones son el producto
de fuerzas que escapan a nuestro control—, perdería im portancia la
diferencia de los objetivos perseguidos en uno y otro caso.
En el campo de la educación, basta pensar en las dificultades que
ocasionaría que los maestros renunciasen a hablar de la «inteligen
cia» de los alumnos, de sus «objetivos», de su «grado de atención» o
de sus «motivaciones». Estas caracterizaciones perm iten discriminar
entre sí a los alumnos para prestarle a cada uno una atención parti
cular, en form a de recompensa o de castigo. C onstituyen el vocabu
lario de la advertencia y el elogio, y cumplen un papel fundamental
en la política educativa. Si no creyésemos que el yo de cada cual está
constituido por procesos tales com o la «razón», la «atención», etcé
tera, el sistema educativo se vendría a pique por falta de sustento.
Análogamente, los sistemas de gobierno dem ocrático dependen de
la adhesión de los ciudadanos a determinadas definiciones del yo.
Sólo tiene sentido que los individuos voten si se presume que poseen
un «juicio independiente», una «opinión política propia» y que «de
sean el bien común». Difícilmente podrían continuar sustentándose
las instituciones de la justicia, la educación y la democracia sin cier
tas definiciones com partidas de lo que es el yo.3
El lenguaje del yo individual está entram ado también práctica
mente en la totalidad de nuestras relaciones cotidianas. Al hablar de
nuestros hijos nos apoyam os en nociones com o las de «sentimien
tos», «necesidades», «temperamento» y «deseos». En el matrim onio,
cada uno de los cónyuges se define a sí mism o diciendo que está
«com prom etido» con su pareja, o que siente «amor» o «confianza»
hacia ella, o que está viviendo un «romance». E n nuestras am ista
des hacemos uso frecuente de térm inos com o «simpatizar» o «tener
respeto» por el otro. Las relaciones industriales están imbuidas de
«motivaciones», «incentivos», «racionalidad» y «responsabilidad».
Los clérigos tendrían dificultad para tratar con los que concurren a
su parroquia si no dispusieran de palabras como «fe», «esperanza» y

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«conciencia moral». D icho más directam ente, sin el lenguaje del yo
— de nuestros caracteres, estados y procesos— la vida social sería
virtualm ente irreconocible.

E l y o : d e l a c o n c e pc ió n r o m á n t ic a a l a po s m o d e r n a

La tesis de este libro es que el proceso de saturación social está


produciendo un cambio profundo en nuestro m odo de com prender
el yo. La vida cultural del siglo xx ha estado dom inada p o r dos gran
des vocabularios del yo. H em os heredado, principalm ente del siglo
X IX , una visión romántica del yo que atribuye a cada individuo ras
gos de personalidad: pasión, alma, creatividad, temple m oral. Este
vocabulario es esencial para el establecim iento de relaciones com
prom etidas, amistades fieles y objetivos vitales. Pero desde que sur
gió, a com ienzos del siglo xx, la cosmovisión m odernista, el vocabu
lario rom ántico corre peligro. Para los m odernistas, las principales
características del yo no son una cuestión de intensidad sino más
bien una capacidad de raciocinio para desarrollar nuestros concep
tos, opiniones e intenciones conscientes. Para el idiom a m odernista,
las personas norm ales son previsibles, honestas y sinceras. Los m o
dernistas creen en el sistema educativo, la vida familiar estable, la
form ación m oral y la elección racional de determ inada estructura
matrim onial.
Pero com o trataré de argum entar, tanto las concepciones rom án
ticas com o las m odernas sobre el yo están desm oronándose p o r el
desuso, al par que se erosionan los basam entos sociales que las sus
tentan, p o r obra de las fuerzas de la saturación social. Las tecnolo
gías que han surgido nos han saturado de los ecos de la hum anidad,
tanto de voces que arm onizan con las nuestras com o de otras que
nos son ajenas. A m edida que asimilamos sus variadas m odulaciones
y razones, se han vuelto parte de nosotros, y nosotros de ellas. La sa
turación social nos proporciona una m ultiplicidad de lenguajes del
yo incoherentes y desvinculados entre sí. Para cada cosa que «sabe
m os con certeza» sobre nosotros mismos, se levantan resonancias
que dudan y hasta se burlan. Esa fragm entación de las concepciones
del yo es consecuencia de la m ultiplicidad de relaciones tam bién in
coherentes y desconectadas, que nos im pulsan en mil direcciones
distintas, incitándonos a desem peñar una variedad tal de roles que el

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concepto mismo de «yo auténtico», dotado de características reco
nocibles, se esfuma. Y el yo plenam ente saturado deja de ser un yo.
Para contrastar este enfoque del yo con el rom ántico y el m oder
no, equipararé la saturación del yo con las condiciones inherentes al
posmodernismo. Al ingresar en la eraposm oderna, todas las concep
ciones anteriores sobre el yo corren peligro, y con ellas, las pautas de
acción que alientan. El posm odernism o no ha traído consigo un nue
vo vocabulario para com prendernos, ni rasgos de relevo p o r descu
brir o explorar. Su efecto es más apocalíptico: ha sido puesto en tela
de juicio el concepto mism o de la esencia personal. Se ha desm ante
lado el yo com o poseedor de características reales idcntificables
com o la racionalidad, la em oción, la inspiración y la voluntad.
Sostengo que esta erosión del yo identificable es apoyada p o r una
amplia gama de concepciones y de prácticas, y se manifiesta con ellas.
E n líneas más generales, el posm odernism o está signado p o r una
pluralidad de voces que rivalizan p o r el derecho a la existencia, que
com piten entre sí para ser aceptadas com o expresión legítima de lo
verdadero y de lo bueno. A m edida que esas voces amplían su poder
y su presencia, se subvierte todo lo que parecía correcto, justo y ló
gico. E n el m undo posm oderno cobram os creciente conciencia de
que los objetos de los que hablamos no están «en el m undo», sino que
más bien son el p rod u cto de nuestras perspectivas particulares. P ro
cesos com o la em oción y la razón dejan de ser la esencia real y signi
ficativa de las personas; a la luz del pluralism o, los concebim os com o
im posturas, resultado de nuestro m odo de conceptualizarlos. E n las
condiciones vigentes en el posm odernism o, las personas existen en
un estado de construcción y reconstrucción perm anente; es un m u n
do en el que todo lo que puede ser negociado vale. Cada realidad del
yo cede paso al cuestionam iento reflexivo, a la ironía y, en última
instancia, al ensayo de alguna otra realidad a m odo de juego. Ya no
hay ningún eje que nos sostenga.
¿H abrá que tom ar en serio todo lo que estamos apuntando sobre
el «cambio dram ático» y la «desaparición»? D espués de todo, segui
mos hablando de nosotros mismos más o m enos com o lo hacíamos
el año pasado, o aun veinte años atrás. Y todavía podem os leer a Dic-
kens, Shakespeare y Eurípides con el convencim iento de que com
prendem os a sus personajes y las acciones que llevan a cabo. ¿Por
qué habríam os de prever ahora alteraciones drásticas, aunque este
mos cada vez. más saturados po r nuestro entorno social? Esta p re

27
gunta es im portante, y la respuesta, un preludio indispensable para
lo que sigue.
Los estudios sobre el concepto del yo vigente en otras culturas y
períodos históricos pueden com enzar a revelarnos hasta qué p u nto
pueden ser frágiles e históricam ente fluctuantes nuestras actuales
concepciones y costumbres. C om probarem os que lo que la gente con
sidera «evidente» acerca de sí misma es de una variedad enorm e, y
que m uchas de nuestras trivialidades actuales son de una novedad
sorprendente. Veamos algunos ejem plos de esta variación y de este
cam bio.

La l o c a l iz a c ió n c u l t u r a l d e l y o

El significado emocional es un logro social y


cultural.
C a t h e r in e Lu t z , Unnatural Emotions

Si hay un mensaje conspicuo en los anales de la antropología, es


el que nos hace reconocer las sólidas verdades de nuestra pro p ia cul
tura. Si cotejam os nuestra visión con las de otros, com probam os que
lo que para nosotros es «conocim iento seguro», otros lo considera
rán más bien una suerte de folclore. Véase, si no, la definición misma
de lo que es un individuo autónom o. D am os más o m enos p o r sen
tado que cada uno de nosotros es u n individuo autónom o, que p o
see responsabilidad y la capacidad de desenvolverse. C oncedem os
derechos inalienables a los individuos — no a las familias, clases so
ciales u organizaciones— . De acuerdo con nuestro sistema m oral,
los individuos, y no sus amigos, familiares o colaboradores p ro fe
sionales, son los responsables de sus actos. Según nuestro concepto
tradicional del am or rom ántico, su objetivo apropiado es o tro indi
viduo: estar vinculado rom ánticam ente a varias personas a la vez se
considera inconcebible o inm oral.
N u estra consideración del individuo resultaría anóm ala en m u
chas culturas del m undo. Veamos a los balineses. Tal com o los des
cribe C lifford G eertz, antropólogo de la U niversidad de Princeton,
el concepto de un yo singular o individual no desem peña sino un pa
pel m ínim o en la vida cotidiana de esa cultura.4 A los individuos se
los considera más bien representantes de categorías sociales más ge

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nerales, y es la categoría social la que cobra im portancia decisiva en
la vida cultural. E n las palabras de G eertz: «N o es (...) su existencia
com o personas, su inm ediatez o su individualidad, ni su efecto p ar
ticular e irrepetible en el curso de los hechos históricos lo que cobra
preem inencia o se destaca sim bólicam ente, sino su situación social,
su particular localización d en tro de u n orden metafísico persistente,
en verdad eterno».5 Para un balines, am ar o despreciar, honrar o
hum illar a alguien teniendo en cuenta un estado determ inado de su
mente individual (sus sentim ientos, intenciones, racionalidad, etcé
tera) sería algo rayano en lo disparatado. N ad ie se relaciona con un
individuo personalizado, sino con lo que en nuestra cultura occi
dental consideraríam os un ser despersonalizado.
Según puntualizam os anteriorm ente, las maneras de hablar están
insertas en las formas de vida cultural. Veamos, p o r ejemplo, las cos
tum bres de los balineses en la form a de designar a las personas. En
Occidente, cada individuo recibe al menos un nom bre que lo identifi
cará toda su vida; para los balineses, en cambio, los nom bres se aplican
prim ordialm ente para designar a los grupos a que pertenece el indivi
duo. Los bebés no reciben u n nom bre propio hasta que han transcu
rrido 105 días desde su nacimiento, y ese nom bre sólo se usa esporá
dicamente para referirse a ellos; una vez que llegan a la adolescencia,
desaparece casi tal denom inación y se ponen en circulación otros ape
lativos, que designan sobre todo la posición social. H ay nom bres que
indican el orden de nacimiento del individuo: W ayan es el del p rim o
génito, N io m an el del segundo hijo, etcétera. H ay tam bién nom bres
de parentesco que designan al grupo generacional al que se pertenece.
En ese sistema, cada sujeto contesta al nom bre que reciben todos los
herm anos y prim os pertenecientes a la misma generación.
U na de las designaciones más notables es el «tekónim o», u n apela
tivo que cambiará varias veces en el transcurso de la vida. A un adul
to, cuando se convierte en padre o madre, se le llama «padre de...» o
«madre de...» (seguido del nom bre del hijo). Luego, cuando nace un
nieto, el nom bre vuelve a adaptarse: «abuelo de...» o «abuela de...», y
así sucede de nuevo cuando nace un bisnieto. Entretanto, los títulos re
feridos al estatus indican la posición social de cada uno, y los títulos
públicos indican su función o el servicio que cum ple en la com unidad
(por ejemplo, encargado de la correspondencia, carretero o político).
Esta visión del yo inserto en lo social se pone de relieve asimismo
en las pautas de relación. C o m o el grupo social tiene una im p o rtan

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cia fundam ental, las relaciones suelen ser generales y formales, más
que específicas y personales. En la cultura occidental, preocupados
com o estamos por la singularidad de cada individuo, norm alm ente
prestam os más atención al estado de ánimo m om entáneo de nues
tros amigos. C ontinuam ente nos inquieta lo que «sienten» en ese
m om ento, lo que «piensan», etcétera. A m enudo las amistades nos
parecen imprevisibles y preñadas de posibilidades; nunca sabemos en
qué pueden derivar. E n cambio, entre los balineses las relaciones son
consideradas vínculos entre representantes de distintos grupos o cla
ses. C om o consecuencia, tienden a ser ritualizadas. Es posible que se
repitan, una y otra vez, determ inadas pautas de acción, donde sólo
cam bian los personajes. N o es probable que sucedan desenlaces ines
perados. Los occidentales sólo llevamos a cabo rituales semejantes
con los individuos cuando desempeñan su papel profesional: el mé
dico, el mecánico del coche, el cam arero de un restaurante (pero ni
siquiera estas relaciones ritualizadas pueden sustraerse a la intensa
inclinación en favor de la personalización, com o cuando el cam are
ro se nos presenta diciéndonos su nom bre). En Bali, según Geertz,
aun las amistades más estrechas se desarrollan entre ceremonias de
buenos modales.
N o sólo varía de una cultura a otra el énfasis puesto en la indivi
dualidad,6 sino tam bién los supuestos sobre cóm o se puede caracte
rizar a una persona. Tom em os las em ociones. Las expresiones em o
cionales de la cultura occidental pueden clasificarse en m enos de una
docena de categorías amplias. Podem os enunciar legítimamente, por
ejemplo, que sentimos rabia, repugnancia, tem or, goce, am or, triste
za, vergüenza o sorpresa (o utilizar algunos térm inos equivalentes,
com o decir que estamos «deprim idos» en lugar de decir que sentimos
«tristeza»)/ Además, consideram os que estos térm inos representan
elementos biológicamente estables; que la gente tiene el atributo de
expresar esos sentim ientos, y que literalm ente podem os «ver» en el
rostro de la gente la expresión de esas emociones. U n adulto que no
fuera capaz de sentir tristeza, tem or o am or, p o r ejemplo, sería con
siderado un psicópata o un autista.
N o obstante, al examinar otras culturas tom am os penosa con
ciencia de lo ridículos que son estos «elementos biológicam ente es
tables». En algunas de ellas, a los investigadores se les hace difícil
identificar térm inos relativos a los «estados de ánimo»; en otras, el
vocabulario es muy lim itado, y sólo dedica uno o dos térm inos a lo

30
que los occidentales llamam os emociones. H ay otras que utilizan
m uchos más térm inos que nosotros para describir las emociones. Y
a m enudo, cuando otra cultura posee térm inos que parecen corres
ponderse con los nuestros, los significados de esos térm inos son
m uy diferentes.8
T om em os com o ejem plo el pueblo de los ilo n g o t, al n o rte de
las Filipinas, para quienes uno de los elementos fundam entales de la
psique del hom bre m aduro es un estado que denom inan liget. Según
lo describe la antropóloga M ichelle Rosaldo, seria más o menos equi
valente a los térm inos con que designamos la «energía», la «ira» y la
«pasión».9 Sin em bargo, ese estado no se identifica con ninguno de
nuestros térm inos ni corresponde a una posible com binación entre
ellos. El liget es una característica propiam ente masculina, cuya ex
presión no nos resulta a nosotros ni siquiera imaginable. Poseído
p o r el liget, un joven ilongot puede echarse a llorar, o ponerse a can
tar, o expresar mal hum or. A lo m ejor rechaza ciertos alimentos, la
em prende a cuchilladas contra los canastos, lanza gritos furiosos, de
rram a el agua o evidencia com o sea su irritación o su confusión. Y
cuando el liget llega a su apogeo, se verá com pelido a cortarle la ca
beza a un nativo de la tribu vecina. U na vez que haya hecho esto,
siente que su liget se ha transform ado y es capaz de transform ar a
otros. Su energía aumenta, siente el deseo del sexo y adquiere un
sentido p ro fundo de sus conocim ientos. Sin duda nos cuesta im agi
nar que el liget sea u n elem ento básico de la constitución biológica,
que acecha de alguna manera dentro de nosotros, busca expresarse y
permanece inhibido bajo las capas artificiales de la civilización. El li
get es una construcción propia de la cultura ilongot, del mismo
m odo que los sentim ientos de angustia, envidia o am or rom ántico
son una construcción propia de la nuestra.

El y o a l o l a r g o d e l a h is t o r ia

Los historiadores, al igual que los antropólogos, m anifiestan un


profundo interés p o r la concepción del yo que tienen las personas.
Para m uchos de ellos, sus investigaciones persiguen un p ro p ó sito
em ancipador: si som os capaces de com prender los orígenes y los
cambios de nuestras concepciones acerca de la persona —razonan— ,
podrem os m origerar la gravitación de lo que hoy se da p o r supues

31
to. Si lo que consideram os hitos sólidos sobre el ser hum ano resul
tan ser productos colaterales de un determ inado condicionam iento
social, mas valdría reconocer que tales «hitos» son suposiciones o
mitos. Confían, pues, en que la conciencia histórica nos libere de la
prisión donde nos m antienen encerrados nuestras consideraciones
de lo que es la com prensión.10
Para muchos historiadores, la preocupación occidental p o r el in
dividuo y su singularidad es a la vez extrema y restrictiva. ¿C óm o
llegó nuestra cultura a asignar tanta im portancia al yo individual?
U no de los estudios más interesantes de esta evolución es el de John
Lyons, quien expone que la posición central del yo se asienta com o
producto del pensam iento de fines del siglo x v m ." Antes de esa fe
cha, las personas tendían a concebirse a sí mismas com o especímenes
de categorías más generales: m iem bros de una religión, clase, profe
sión, etcétera. N i siquiera el alma —dice Lyons— era una posesión
estrictam ente individual: im buida p o r D ios, la había introducido
en la carne m ortal p o r un período transitorio. Sin em bargo, a fines
del siglo x v m la sensibilidad com ún com enzó a cambiar, y puede
hallarse buena prueba en fuentes tan diversas com o los tratados filo
sóficos, las biografías, las reflexiones personales y los relatos de va
gabundos y aventureros.
Exam inem os los inform es de los viajeros que volvían de países
exóticos. D urante siglos — aduce Lyons— , los viajeros narraban lo
que se suponía que cualquiera debía contar, ya que hablaban com o
representantes de todos; pero en esa época (fines del siglo xvm ) la
m odalidad misma de los relatos em pezó a cambiar. Boswell, al des
cribir su visita a las H ébridas, se ve impelido a relatar con particular
detalle to d o aquello que lo conm ovió personalm ente: escribe exten
samente acerca de sus sentim ientos y de los m otivos que lo llevaron
a conm overse. Fue en esta época cuando la gente em pezó a «dar un
paseo con el único fin de hacer un paseo (...) no para llegar a ningún
lado (...) Porque el hecho de contem plar el paisaje se convirtió en
una afirm ación de sí mismo más que en un proceso para aprehender
el m undo natural».12 Esta concepción del yo individual es la que aho
ra ha invadido virtualm ente todos los rincones de la vida cultural de
O ccidente.
Al m ism o tiem po, el conjunto de características atribuidas al yo
individual tam bién se m odificó notoriam ente a lo largo de los siglos,
desapareciendo las que se valoraban antaño y ocupando su lugar

32
otras nuevas. Tom em os el caso del niño. H oy so cree que los bebés
nacen con la facultad de sentir muchas emociones, aunque aún no
hayan desarrollado su capacidad para el pensam iento racional. En
O ccidente, los padres suponen que sus hijos no manifiestan capaci
dad para el pensam iento abstracto antes de los tres años, y creen que
la m ente del niño debe «m adurar».13 Sin em bargo, durante gran par
te de la historia de O ccidente (más o menos hasta el siglo xvn, com o
ratifica el historiador Philippc Aries), no se pensaba que la niñez
fuese un estado de inm adurez, diferente o extraño al estado adulto.14
El psicólogo holandés J. H . Van den Berg refiere que lo usual era
considerar al niño com o un adulto en m iniatura, u n ser que se halla
ba en plena posesión de las facultades de un adulto, y sim plem ente
carecía de la experiencia para aprovecharlas.1” D e ahí que M ontaig
ne, en su ensayo sobre la educación de los niños, propusiera in tro
ducir el razonam iento filosófico a m uy tem prana edad, ya que, de
cía, «desde el m om ento en que es destetado el niño ya es capaz de
entenderlo».16 M ás adelante, Jo h n Locke sostuvo que los niños an
helan «ser cordialm cntc inducidos a razonar», pues «com prenden el
razonam iento tan pro n to com o el lenguaje mismo; y, si no he obser
vado mal, les gusta ser tratados com o criaturas racionales».17 Esta
com prensión del niño guardaba correspondencia con determinadas
pautas de conducta. M ontaigne m enciona en sus escritos al hijo de
un amigo, un niño que leía griego, latín y hebreo a los seis años y tra
dujo a Platón al francés antes de cum plir los ocho. A ntes de los ocho
años, G oethe sabía escribir en alemán, francés, griego y latín. En las
clases privilegiadas, era corriente leer y escribir a los cuatro años; los
niños leían la Biblia y podían debatir complejas cuestiones de princi
pios morales antes de los cinco. A través de la lente de las concep
ciones contem poráneas sobre la «m aduración de la mente», esas fa
cultades rayan en lo incom prensible.
O tras obras históricas se han ocupado de exam inar los conceptos
culturales sobre la m aternidad. En la época m oderna consideram os
que el am or de una madre p o r sus hijos representa un aspecto fu n
dam ental de la naturaleza humana, así com o que las emociones tie
nen una base genética. Si una madre no m uestra am or p o r sus hijos
(por ejemplo, si los abandona o los vende), nos parece inhum ana.
(C uriosam ente, no consideram os tan «antinatural», por lo com ún,
que un hom bre abandone a su esposa e hijos.) N o obstante, la histo
riadora francesa Elisabeth Badintcr sostiene que no siempre fue así.is

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En Francia e Inglaterra, durante los siglos xvn y xvm los niños vi
vían en form a marginal. Los escritos de la época ponen de relieve
una generalizada antipatía hacia ellos, porque nacían en el pecado,
significaban un fastidio insoportable y, en el m ejor caso, sólo servían
para jugar o para convertirse en el futuro en labradores. Entre los
pobres, que no practicaban el aborto ni tenían fácil acceso al control
de la natalidad, abandonar a u n hijo era una costum bre difundida. A
todas luces, el concepto de «instinto maternal» habría parecido ex
traño en estas sociedades.
Más aún, incluso la lactancia del niño era vista en muchos círcu
los com o una pérdida de tiem po para la madre. Si la familia era lo
bastante rica, el recién nacido era enviado al cam po la m ayoría de las
veces para que alguna nodriza se ocupara de él; y a raíz de los malos
tratos que recibían de estas nodrizas, o de que la leche que les daban
no fuera alimento suficiente, era m uy com ún que estos niños m urie
ran. Esas m uertes infantiles se tom aban com o un asunto de rutina,
ya que a la larga o a la corta un niño era reem plazado p o r otro; los
diarios íntim os, al relatar las costum bres familiares, m uestran que la
m uerte de un niño causaba tan poca inquietud en la familia com o la
de un vecino, o menos; incluso las actividades económicas de la fa
milia a lo largo de aquella jornada ocupaban más espacio. B adinter
cita a M ontaigne: «Dos o tres de mis hijos m urieron mientras esta
ban con sus nodrizas; no diré que estas m uertes no me causaran al
gún pesar, pero ninguna me acongojó dem asiado».19 La conclusión
de B adinter es que el concepto del am or m aterno instintivo es un
producto de la evolución reciente de O ccidente.

El l e n g u a je y l o s esc o l l o s c o n q u e t r o pie z a e l y o

El sentido com ún de nuestro tiem po nos dice que las personas


poseen diferente capacidad de razonam iento, que las em ociones son
fuerzas poderosas en la vida de la gente y que es im portante conocer
las verdaderas intenciones de un individuo. Esas premisas represen
tan lo que consideram os universalm ente cierto sobre el ser propio
hum ano. N o obstante, com o nos indican tanto los estudios cultura
les com o los históricos, todas esas premisas acerca de «lo que somos
realmente» son precarias: el pro d u cto de una cultura en un m om en
to histórico. ¿Podrán hacer frente nuestras convicciones actuales a

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las fuerzas que, contra todas las «verdades acerca del yo», han lanza
do las tecnologías del siglo xx?
El escéptico replicará: «Es cierto que podem os encontrar todas
esas variantes en las concepciones y 3as costum bres a que se ha hecho
alusión, pero la historia cultural de O ccidente es de antigua data y
nuestras maneras tradicionales de hablar y de actuar tienen hondo
arraigo. N o es probable que sobrevengan grandes cambios». U n ejem
plo final, em pero, indicará la rapidez con que se están sucediendo
esos cam bios, incluso en nuestro siglo. C onsidérense las siguientes
caracterizaciones aplicables al yo:

Baja autoestim a A utoritarism o


C o n tro l desde el exterior R epresión
D epresión A gotam iento
Tensión Paranoia
O bsesión com pulsiva Bulimia
Sadom asoquism o Crisis de la m adurez
Crisis de identidad Angustia
Personalidad antisocial A norexia
T rastornos afectivos periódicos C leptom anía
Enajenación Psicosis
T rastorno de tensión postraum ática Voyeurism o

Todos estos térm inos son de uso corriente en las profesiones que
se ocupan de la salud mental, así com o en un sector significativo de
la población, cuando se quiere atribuir un sentido al yo. D os rasgos
de esta lista merecen m ención especial. En prim er lugar, estos térm i
nos se han incorporado al uso corriente en el siglo xx (algunos de
ellos, incluso, en la última década). En segundo lugar, todos corres
ponden a defectos o anomalías. Desacreditan al individuo, al hacer
que se repare en sus problem as, fallos o incapacidades. Resum iendo,
el vocabulario de las flaquezas humanas ha tenido una expansión
enorm e en esc siglo: ahora disponem os de innum erables térm inos
para localizar defectos en nosotros mismos y en los demás, que des
conocían nuestros bisabuelos.
La espiral ascendente de la term inología sobre las deficiencias
humanas puede atribuirse a la «cientificación» de la conducta que ca
racteriza a la era moderna. Al tratar de explicar los com portam ien
tos indeseables, los psiquiatras y psicólogos dieron origen a un vo

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cabulario técnico de las deficiencias que se fue difundiendo entre el
público en general, de m odo tal que to d o el m undo se ha vuelto
consciente de los problem as de la salud mental. Y no sólo se ha ad
quirido un nuevo vocabulario, sino que a través de él se ha llegado a
verse uno a sí mismo y a los demás de acuerdo con esa term inología,
juzgándose superior o inferior, digno o no de adm iración o de adhe
sión. (¿En qué medida puede confiarse en una. personalidad adicti-
va}, ¿cuánta devoción despierta un m aníaco-depresivo?, ¿contrata
ríamos a un bulímico en la empresa?, ¿se puede sentir aprecio p o r
una histérica?) Y lo que es peor, al producirse este cam bio en la ma
nera de interpretar a los otros, se pone en marcha una espiral cíclica
de debilitam iento personal, ya que cuando la gente se concibe a sí
misma de ese m odo, term ina por convencerse de que es indispensa
ble contar con un profesional que la trate. Y al solicitarse a los p ro
fesionales una respuesta a los problem as de la vida, aquéllos se ven
presionados a desarrollar u n vocabulario aún más diferenciado e his
toriado. Entonces este nuevo vocabulario es asimilado p o r la cultu
ra, engendra nuevas percepciones de enferm edad, y así sucesivam en
te en una creciente espiral m órbida.20
N adie duda de que los profesionales de la salud m ental deben so
portar una gravosa carga de padecim ientos hum anos. Pocas p rofe
siones tienen una orientación tan humanista. N o obstante, esta espi
ral cíclica de las deficiencias mcrccc que prestem os seria atención a
los m edios de contención del lenguaje. En la actualidad, cuesta d iri
mir los límites. H ace poco fui invitado a participar en un congreso
sobre adicciones para profesionales de la salud mental que iba a ce
lebrarse en California. En el anuncio se leía lo siguiente: «Cabe sos
tener que la conducta adictiva es el problem a social y de salud n ú
m ero uno que hoy enfrenta nuestro país. Algunos de los principales
investigadores clínicos de este campo expondrán cuál es el “cuadro
de situación” en materia de investigación, teoría e intervenciones clí
nicas para las diversas adicciones [incluidas las siguientes]: gimnasia,
religión, comida, trabajo [y] vida sexual». Hace un siglo, la gente se
dedicaba a todas estas cosas sin cuestionarse acerca de su estabilidad
psíquica y emocional. Si hoy resulta cuestionable dedicarse a la gim
nasia, la religión, la comida, el trabajo y la vida sexual, ¿quedará en
el futuro algún asunto incólume? Los lenguajes del yo son, p o r cier
to, m uy maleables, y a medida que cam bian tam bién cam bia la vida
social.

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Patofobia: el tem or de que en algún lugar, no se sabe de qué m anera, un
pato lo está m irando.
P r ó x im a s a t r a c c io n e s

La escena ya está preparada. D ram atizam os nuestra vida recu


rriendo en gran m edida a los lenguajes del rom anticism o y del m o
dernism o. Estas maneras de reconocernos y de interpretar a otros
están entretejidas en la tram a misma de nuestras relaciones cotidia
nas; sin ellas, la vida diaria sería insostenible. Pero en nuestra época
som os bom bardeados, con creciente intensidad, p o r las imágenes y
acciones ajenas, y nuestra cuota de participación social ha aum enta
do en form a exponencial. Al absorber las opiniones, valores y p ers
pectivas de otros, y vivir en la escena los múltiples libretos en que
somos protagonistas, ingresamos en la conciencia posmoderna. En un
m undo en el que ya no experimentamos un sentim iento conform ado
del yo y en el que cada vez tenem os m ayores dudas sobre la condi
ción de una identidad apropiada, con atributos tangibles, ¿qué con
secuencias puede acarrearnos esto? ¿C óm o reaccionarem os frente a
los acontecimientos futuros?
A fin de exam inar estos temas, mi plan consiste en hacer prim ero
el inventario de nuestro legado cultural. ¿Cuáles son los lenguajes
del rom anticism o y del m odernism o, y qué aspectos de nuestra vida
se sustentan en ellos? D eseo indagar el lenguaje rom ántico de la in
tensidad personal y establecer las diferencias que introduce en los
asuntos humanos. Luego contrastaré esta perspectiva del yo con la
concepción m odernista de los seres hum anos com o máquinas, pers
pectiva que se proyecta contra el trasfondo rom ántico pro m etién d o
nos un futuro optim ista e ilimitado.
C onsidero que estas concepciones acerca del yo son las víctimas
propiciatorias del proceso de saturación social, del cual me ocupare
en el capítulo 3. En él no se encontrarán grandes sorpresas; más bien,
mi propósito es repasar, en una visión de conjunto, m ucho de lo que
ya sabemos fragmentariamente. Q uiero reunir los múltiples m om en
tos aislados de toma de conciencia en un solo cuadro global del cam
bio tecnológico que va penetrando cada vez más en nuestras inter
pretaciones y relaciones. C oncluiré este capítulo con un análisis de
lo que denom ino «multifrcnia»: la fragmentación y colonización de la
experiencia del yo.
E n mi argum entación cum ple un papel decisivo la propuesta se
gún la cual la saturación social acarrea un m enoscabo general de la
prem isa sobre la existencia de un yo verdadero y reconocible. En

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tanto vamos absorbiendo múltiples voces, com probam os que cada
«verdad» se ve relativizada p o r nuestra conciencia simultánea de
otras opciones no menos im periosas. Llegamos a percatarnos de que
cada verdad sobre nosotros mism os es una construcción m om entá
nea, válida sólo para una época o espacio de tiem po determ inados y
en la tram a de ciertas relaciones. Echan m ucha luz sobre este fenó
meno los profundos cambios que se están produciendo en la esfera
académica. P or ello, en el capítulo 4, «La verdad atraviesa dificulta
des», esbozo el m odo en que la incipiente m ultiplicidad de perspec
tivas está m inando antiguas convicciones sobre la verdad y la objeti
vidad. M uchos ven hoy en la ciencia una marejada de opiniones
sociales cuyos flujos y reflujos están a m enudo gobernados p o r fu er
zas ideológicas y políticas; y en tanto la ciencia deja de ser un reflejo
del m undo para pasar a ser un reflejo del proceso social, la atención
se desplaza del «m undo tal com o es» y se centra en nuestras rep re
sentaciones del mundo. Son m uchos los que hoy afirman que estas
representaciones no son producto de mentes individuales sino en
m ayor medida de tradiciones literarias. Si la verdad científica es el
producto de un artificio literario, tam bién lo son las verdades sobre
el yo.
Esta ebullición de la conciencia posm oderna en los círculos aca
démicos tiene su paralelo en una rica gama de tendencias que están
surgiendo dentro del ám bito de la cultura en general: en las bellas ar
tes, la arquitectura, la música, el cine, la literatura y la televisión. De
tales tendencias se ocupa el capítulo 5. Reviste particular interés la
pérdida de esencias discernibles, la sensibilidad creciente ante el fe
nóm eno de la reconstrucción social de la realidad, el desgaste de la
autoridad, el descrédito cada vez m ayor de la coherencia racional y
el surgim iento de una reflexión individual irónica. C ada una de estas
tendencias, que pueden atribuirse a la saturación de la sociedad p o r
múltiples ecos, contribuye al desm oronam iento del yo reconocible,
y a la vez este desm oronam iento las confirma; porque al ponerse en
duda el sentido del yo com o un conjunto singular y reconocible de
esencias, tam bién se pone en duda la existencia de otras entidades
delimitadas, m ientras los autorizados y los racionalistas pretenden
alzar sus voces más allá de los límites de su provinciana existencia. Y
aun estas dudas se convierten en víctimas de otras voces interiores.
Amplío estas argum entaciones en el siguiente capítulo, titulado
«Del yo a la relación personal», donde trato con más detalle lo que

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podrían ser las etapas de la transición que lleva del sentido tradicio
nal del yo al posm oderno. A m edida que el individuo tradicional se
ve inm erso en un conjunto de relaciones cada vez más vastas, siente
crecientem ente a su yo com o un m anipulador estratégico. A trapado
en actividades a m enudo contradictorias o incoherentes, uno se an
gustia p o r la violación de su sentim iento de identidad. Y si la satu ra
ción continúa, esta etapa inicial es seguida de o tra en la que se sienten
los embelesos del ser m ultiplicado. Al echar p o r la borda «lo ver
dadero» y «lo identificable», uno se abre a u n m undo enorm e de p o
sibilidades. P ropongo que esta etapa final de la transición hacia lo
posm oderno se alcanza cuando el yo se desvanece totalm ente y de
saparece en un estado de relacionalidad. U no cesa de creer en un yo
independiente de las relaciones en que se encuentra inmerso. A u n
que esta situación no se ha generalizado aún, daré cuenta de varios
im portantes indicios que la señalan com o inm inente.
En este pun to me dedicaré a dos investigaciones conexas. En el
capítulo 7, «Un “collage” de la vida posm oderna», paso revista a una
serie de repercusiones de la transición al posm odernism o en la vida
cotidiana, abordando los problem as que ha provocado en el marco
de la intim idad y los com prom isos y en el logro de una vida familiar
congruente, así com o sus im plicaciones para diversas clases de m o
vim ientos sociales. A nalizo, asim ismo, los posibles beneficios que
puede traerle a la cultura el hincapié posm oderno en los «juegos se
rios». E n el capítulo siguiente paso a ocuparm e de las posibilidades
de renovación personal, o sea, de las perspectivas de una cultura que
no se aparte de la tradición en cuanto a sus concepciones del yo y a
sus form as de relacionarse.
En el últim o capítulo abandono el papel del narrador para eva
luar el cam bio posm oderno que han sufrido el yo y las relaciones. Si
bien el libro sugiere m uchos desenlaces negativos, hay im portantes
excepciones. E n este capítulo pro cu ro dejar que el posm odernism o
hable en su propia defensa, p o r así decirlo, y dem ostrar p o r qué es
válido abrigar un cierto optim ism o. Me centro aquí en la devasta
ción producida p o r la consideración m odernista de la verdad y el
progreso, así com o en los efectos liberadores, tanto para el yo com o
para la cultura mundial en general, del pluralism o posm oderno. En
últim o térm ino, el bienestar de los seres hum anos dependerá de la
tecnología de la saturación social y del tránsito a una existencia pos-
m oderna.

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