Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
DE
LOYOLA
O
LA
MÍSTICA
DE
LA
PERSECUCIÓN
P.
Francisco
Migoya,
S.J.
_________
Versión
electrónica
creada
sin
fines
de
lucro
para
ser
puesta
al
servicio
de
la
Nueva
Evangelización
queriendo
hacer
llegar
este
texto
a
quienes
tengan
dificultad
para
obtenerlo
en
su
versión
impresa
cruzgloriosa.org
INTRODUCCIÓN!...............................................................................1
I. Íñigo y la Inquisición!.....................................................................2
En la universidad de Alcalá!..........................................................................2
Preso en Salamanca!.....................................................................................3
La persecución en Zaragoza!......................................................................22
Tribulaciones en Francia!............................................................................24
Conclusión!......................................................................................34
Fuentes y Bibliografía!....................................................................37
INTRODUCCIÓN
1
I. ÍÑIGO Y LA INQUISICIÓN
En la universidad de Alcalá
En ese clima de recelo y desconfianza era obvio que la presencia de un
grupo de estudiantes foráneos, uniformados con una extraña vestimenta y
sobre los que pronto empezaron a circular sospechosos rumores, cayera en la
mira de la Inquisición. Eran ellos: Íñigo de Loyola, con tres compañeros
conquistados en Barcelona, Calixto de San Juan de Arteaga y Lope de
Cáceres, con lo que pretendía iniciar una especie de vida apostólica, a los que
se agregó en Alcalá un jovencito francés, Juan Raynalde, antiguo paje del
virrey de Navarra. Grupo de duración efímera, que no tiene otro interés, sino
por el papel -bien secundario por cierto- que juega en los procesos
inquisitoriales de esta agitada época de los estudios de Íñigo en España.
2
más pura ortodoxia. Pero lo que interesa a nuestro propósito es el espíritu con
que el inculpado sufrió estas persecuciones.
Preso en Salamanca
Meses más tarde nuevamente preso por la Inquisición en Salamanca
recibió la visita de un joven estudiante de derecho, llamado Francisco
Mendoza y Bobadilla que, compadecido de la situación del prisionero le
preguntó, cómo se sentía en la cárcel y si le pesaba estar preso. La respuesta
de Íñigo debió de sorprenderle: "Yo responderé lo que le respondí hoy a una
señora que decía palabras de compasión por verme preso. Yo le dije: en esto
mostráis que no deseáis de estar presa por amor de Dios. Pues ¿tanto mal os
parece que es la prisión? Pues yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenas
en Salamanca que yo no deseo más por amor de Dios". (ib.n. 69)
3
Tan impresionado debió quedar aquel joven con tan generosa respuesta
que cuando muchos años después, llegó a ser nada menos que el Cardenal
Mendoza y Bobadilla, arzobispo de Burgos, movido por este recuerdo fue buen
amigo de Ignacio y bienhechor de la Compañía de Jesús. Que las palabras de
Íñigo fueran sinceras lo demostró el hecho de que pudiendo haberse evadido
de la prisión, como lo hicieron todos los demás presos una noche que faltó la
vigilancia, sólo Íñigo y sus dos compañeros permanecieron voluntariamente
en la cárcel.
Sería una mañana helada del mes de febrero de 1528 cuando llegaba a la
ciudad del Sena aquel estudiante de 36 años, pobre y desconocido, pero que
habría de dejar su huella tan profundamente grabada en la historia. Ya
llevaba cerca de un año en París cuando en las vacaciones de 1529 Ignacio
(como empezó a llamarse desde entonces), que solía darse a conversaciones
espirituales con algunos estudiantes, les dio los Ejercicios a tres de ellos:
Juan de Castro, Pedro Peralta y Amador de Elduayen. Aquella experiencia
espiritual transformó sus vidas. Su decisión de vivir el evangelio fue radical
4
en los jóvenes, dieron a los pobres cuanto tenían y se fueron a vivir a un
hospital de indigentes.
Dado que dos de estos estudiantes, Castro y Peralta eran alumnos que
gozaban de un alto prestigio en el medio universitario, otros estudiantes
españoles, indignados por el cambio de vida de estos dos compañeros suyos,
acudieron furiosos para persuadirlos a que no se dejaran seducir por Ignacio
y a que renunciaran a tan demencial aventura. Y, cuando sus discursos
vehementes se revelaron ineficaces, recurrieron a métodos violentos hasta
que, con la fuerza de las armas, los obligaron a abandonar el hospital y a
prometer que desistirían de su propósito mientras no hubieran acabado sus
estudios. No es necesario decir que toda la fuerza de su ira se descargó en
denuestos e improperios contra Ignacio al que consideraban causante de
aquella intolerable insania.
Ribadeneira que, sin duda lo sabría por confidencia del santo, narra así
este dramático episodio: el doctor Gouveia "manda que en viniendo Ignacio al
colegio, se cierren las puertas de él, y a campana tañida se junten todos y le
echen mano y se aparejen las varas con que le han de azotar. No se pudo
tomar esta resolución tan secretamente, que no llegase a oídos de algunos
amigos..., los cuales le avisaron que se guardase. Mas él, lleno de regocijo, no
quiso perder tan buena ocasión de padecer y, venciéndose, triunfar de sí
mismo. Y así, sin perder punto, se fue al colegio... Sintió bien que rehusaba su
5
carne y que perdía el color y que temblaba... " (Vida del P. Ignacio, lib. II, cap.
3)
Para todos debió ser sorpresivo el desenlace de este drama: "Sin dejarle
hablar más palabra -narra el mismo biógrafo- tómale de la mano el doctor
Gouveia, llévale a la pieza donde los maestros y discípulos lo estaban
esperando, y súbitamente puesto allí -con admiración y espanto de los
presentes-, se arroja a los pies de Ignacio y, derramando de sus ojos
afectuosas lágrimas, le pide perdón, confesando de sí que había dado oídos a
quien no debía. Y diciendo a voces que aquel hombre era un santo, pues no
tenía cuenta con su dolor y afrenta, sino con el provecho de los prójimos y
honra de Dios".
6
Pero no terminaban con esto las tribulaciones de Ignacio, porque el
Doctor Pedro Ortiz, que tenía encomendado a sí a su parienta Peralta,
enojado por lo sucedido, acudió al Inquisidor para acusar como seductor, y por
tanto sospechoso de herejía, al que consideraba responsable del cambio
ocurrido en su encomendado. No era Ignacio el hombre pasivo, ni amigo de
soluciones a medias. Al regresar de Rouen a donde lo había llevado un motivo
de heroica caridad que narran sus biógrafos, se enteró de que se habían
levantado grandes rumores acerca de él, y que el Inquisidor lo había hecho
llamar: "Más él no quiso esperar, y se fue al Inquisidor diciéndole que había
oído que lo buscaba; que estaba dispuesto a todo lo que quisiese (este
Inquisidor se llamaba maestro Orí, fraile de santo Domingo), pero que le
rogaba que lo despachase pronto porque tenía intención de entrar por san
Remigio de aquel año en el curso de artes; que deseaba que esto pasase antes,
para poder mejor atender a sus estudios. Pero el Inquisidor no le volvió a
llamar, sino sólo le dijo que era verdad que le había hablado de sus cosas,
etcétera." (Aut. n. 81).
7
vicisitudes partía Ignacio hacia España en la primavera de 1535. Sus
compañeros, con los que algún día daría comienzo a la Compañía de Jesús,
los mismos con los que el 15 de agosto del año anterior había hecho el voto de
Montmartre, se reunirían con él en Venecia al año siguiente con el propósito
de hacer juntos el viaje a Jerusalén.
Dado que los planes de Ignacio en aquellos momentos era pasar a Roma
y presentarse ante las autoridades en demanda de favores y aprobaciones, la
acusación no podía resultar más inoportuna. Entre los acusadores estaba el
sacerdote toledano Antonio Arias, bachiller en teología en París, el fin que
tuvo este pobre hombre demuestra que sus facultades posiblemente ya
entonces estuvieran perturbadas.
8
nombrado P. Ignacio ha sido y es sacerdote de buena y religiosa vida y
doctrina sacra, como también de óptima vida y costumbres, el cual en esta
ciudad de Venecia nos ha dado hasta el día de hoy buenos ejemplos de vida y
de doctrina. Así lo afirmamos, pronunciamos, sentenciamos, absolvemos y
declaramos del mejor modo que podemos y debemos. Laus Deo" (Font. Docum.
535-537).
9
II. PERSECUCIONES CONTRA LA COMPAÑÍA DE
JESÚS EN VIDA DE SU FUNDADOR
El proceso romano
En la primavera de 1538 fueron llegando a Roma, Ignacio y los demás
compañeros, con los que fundaría la Compañía de Jesús: Francisco Javier, el
saboyano Pedro Fabro; Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla,
españoles; Simón Rodríguez, portugués; otro saboyano, Claudio Jayo; un
provenzal; Juan Coduri y finalmente Pascasio Broet, del norte de Francia.
10
Jesús". Nos lo narra así Polanco: "Y tomóse este nombre antes que llegasen a
Roma; que tratando entre sí cómo se llamarían a quien les pidiese qué
congregación era esta suya, que era de 9 ó 10 personas, comenzaron a darse a
la oración, y pensar qué nombre sería más conveniente. Y, visto que no tenían
cabeza ninguna entre sí, ni otro propósito sino a Jesucristo, a quien sólo
deseaban servir, parecióles que tomasen nombre del que tenían por cabeza,
diciéndose Compañía de Jesús".
11
causando mucho escándalo; de manera que nos fue forzoso presentarnos ante
el legado y el gobernador de esta ciudad por el mucho escándalo que se daba
en muchas personas" (ib.). El Papa había ido entonces a Niza con el propósito
de concertar una paz firme y estable entre Francia y el emperador Carlos V.
Sucedió que, movidos por la fama del predicador que conmovía a toda
Roma, acudieron a oír sus sermones también Fabro y Laínez, los cuales, al
darse cuenta de la sutileza con que el predicador piamontés inoculaba en sus
oyentes las doctrinas luteranas, hablaron con él para hacerlo caer en la
cuenta de la gravedad de sus errores y disuadirlo de seguir desorientando a
los fieles. No consiguieron nada. Por lo que no les quedó otro remedio que
refutarlo luego en sus propias prédicas, y de exponer la verdadera doctrina
para que los fieles no incurrieran en engaño. Como es fácil suponer, esto
molestó notablemente a los fanáticos partidarios de Mainardi, entre los que
se encontraban tres opulentos y poderosos españoles que, instigados por el
navarro Miguel de Landívar, de antecedentes poco recomendables como
veremos, le declararon la guerra al grupo ignaciano diciendo de ellos que
venían huyendo de las hogueras de la inquisición de España, Francia y
Venecia, perseguidos por las autoridades eclesiásticas por errores doctrinales.
12
propósito. (Ribadeneira, De Actis N.P.I., FN. II, p. 332, cfr. ib. nota 22).
Posteriormente quiso unirse al grupo en Venecia, pero pronto vieron que era
necesario alejarlo. No obstante, por haber conocido al grupo ignaciano y, estar
enterado de las vicisitudes por las que había pasado Ignacio antes de llegar a
Roma, era un válido instrumento al servicio de los calumniadores. Toda
calumnia empaña la fama del acusado, por lo menos siembra la duda de su
honorabilidad e inocencia, hasta que se descubre su falsedad. Es natural que
al esparcirse los rumores contra el grupo ignaciano, la gente del pueblo
comenzara a desconfiar de aquellos que al principio había tenido por santos,
pero tal vez no fueran sino hipócritas impostores. Miguel Landívar llegó a
presentar su acusación judicial contra ellos ante el gobernador de Roma,
Benedetto Conversini.
13
algunos amigos incondicionales de Ignacio como el doctor Ortiz, estaban de
acuerdo. Pero Ignacio, convencido de que el silencio no borra la infamia, se
mantuvo firme y exigió una formal sentencia de absolución. No era posible
dejar que tales calumnias arrojaran la menor sombra sobre su fama y la de
los suyos. No se trataba sólo de ofensas personales que él hubiera podido
soportar en silencio y con humildad, sino que era necesario evitar el daño que
se les estaba siguiendo a cuantos habían confiado en ellos y que tras la
calumnia se les habían alejado. Por el bien de las almas era necesario hacer
que constara públicamente la verdad.
Pero había además otra razón no menos válida. Es cierto que aún había
de pasar más de un año antes de que se elaborase la Fórmula del Instituto de
la Compañía. Pero ya desde su llegada a Roma, y aun antes, Ignacio y sus
compañeros habían decidido permanecer unidos para formar un grupo
apostólico. Durante el año que llevaban en Roma, dispuestos a ponerse a
disposición de Vicario de Cristo para ir a donde el Papa quisiera mandarlos,
con el recurso a la oración iban percibiendo de manera cada vez más explícita
el proyecto de la futura Compañía de Jesús. De hecho ya desde entonces,
como hemos visto, habían decidido llamar al grupo con ese nombre. En estas
circunstancias era absolutamente necesario que la fama y honorabilidad de
este grupo quedara completamente a salvo de toda sospecha.
14
hora habló Ignacio al Pontífice en latín y comenzó explicándole todo lo que
había pasado en sus pasadas vicisitudes con la Inquisición, y el curso de todo
este doloroso episodio romano y terminó pidiendo a su Santidad, lo que nos
acaba de narrar Ribadeneira, que ordenase al gobernador cerrar el caso con
una sentencia, a lo que asintió benévolamente el Pontífice.
A tan notables personajes hay que añadir los que el mismo Ignacio
presentó como testigos de descargo, ya fueran conocidos suyos o de alguno de
sus compañeros: el dominico senense Ambrosio Catarino, O.P., que tan
brillante actuación había de desarrollar como teólogo del Concilio de Trento;
Lattancio Tolomei, embajador de Siena; el doctor Pedro Ortiz, embajador
extraordinario de Carlos V ante la Santa Sede. Poco sabemos de los otros dos
testigos presentados por Ignacio, el sacerdote de Amelia, Doimo Nasciio -que
posteriormente fundó un colegio de la Compañía en su tierra- , y el doctor
Fernando Díez, natural de Carrión de los Condes.
15
Este caso es uno de los mejor documentados en la historiografía
ignaciana, dice Dalmases, el cual publica en HSI vol. 38 (1969) pp. 443-452 el
original de los testimonios que se conservan en el Archivo del Estado en
Roma.
Es interesante conocer también algo más de los acusadores y del fin que
tuvieron. Miguel Landívar, como ya dijimos fue expulsado de Roma, no
obstante que Ignacio intercedió por él. Mudarra era amigo de Mainardi, tenía
buenas relaciones en los medios curiales de Roma y pertenecía al círculo de
Santiago de los españoles; su fortuna cambió, no queremos decir que todos
sus males se deban a su conducta en el proceso contra Ignacio y los suyos,
pero de él dice la Duquesa Eleanora de Toscana que fue "condenado dos veces
por luterano y otras tantas se ha escapado con vida (Tacchi-Venturi, II, 1 p.
158). Finalmente fue quemado en efigie y confiscados sus bienes (F.N. I 373;
III, 222-223). Mateo Pascual, aragonés, había sido rector del colegio de san
Ildefonso en Alcalá (1528-1529) y uno de los fundadores del colegio trilingüe
en esa ciudad; simpatizó con los erasmianos; fue miembro de la comisión que
juzgó el "Diálogo de la doctrina" de Juan de Valdés, sospechoso de debilidad,
huye a Roma en donde se encontraba en 1530. Regresó a España y fue Vicario
General en Zaragoza. Acusado de ciertas expresiones imprudentes sobre el
purgatorio fue encarcelado por la Inquisición en Toledo. Regresó a Roma y fue
cuando tomó parte en la persecución contra Ignacio, murió en 1553. El "noble
y magnífico señor Pedro de Castilla, escolástico compostelano". En 1539 fue
elegido administrador de Santiago de los españoles; compañero de Mudarra.
Sospechoso de herejía, fue absuelto en 1549. Cuatro años después fue
sometido a proceso regular, confeso y declarado culpable, fue condenado a
cárcel perpetua. Dice de él Ribadeneira que murió en brazos de P. Avellaneda
cuando los romanos quemaron Ripeta estando yo en Roma" (FN. III, p. 223).
De Barrera o (Barreda) se sabe poco, "no fue hereje ni condenado por tal, sino
que murió católico en su cama, arrepentido de lo que había hecho engañado
por Mudarra" (ib).
16
que no peleara, con el cabildo, con la Universidad Complutense y con los
jesuitas.
17
pues no eran sus ovejas, y si no, que por vida del Papa, le enviaría preso a
Roma". (Cristóbal de Castro, Historia del Colegio de Alcalá, citado por
Astrain, vol. 1, p. 362).
18
En realidad Cano ya había comenzado su campaña denigratoria contra
los jesuitas en 1548. Las acusaciones que profería contra ellos eran
gravísimas, llegando a considerarlos como los precursores del Anticristo. Al
explicar en el púlpito el capítulo tercero de la segunda carta a Timoteo se
permitió decir: "Vendrán señales antes del juicio, y entre otras, vendrán
hipócritas, vendrán alumbramientos y Ejercicios, y los que ahora son tenidos
por santos, entonces serán malditos e irán al infierno" (Cartas de San Ignacio
t. II, p. 228). Sus invectivas y calumnias carecían del menor fundamento,
nunca fue capaz de señalar un solo hecho concreto que le sirviera de base
para las horribles calumnias que profería continuamente contra los hijos de
la Compañía. Pero era lo suficientemente astuto para cubrir su retirada:
nunca los nombraba, pero decía las cosas de tal manera que todos
entendieran que las decía por ellos. Cuando el padre Torres trató de
reclamarle en forma amable y razonada, Cano protestó indignado que no lo
había dicho por ellos, pero al día siguiente desde el púlpito repetía los
ataques con la misma y mayor vehemencia.
Informado del caso san Ignacio dio instrucciones al P. Torres para que
tomase por testimonio ante notario, o por personas de prestigio en
Salamanca, las calumnias que Melchor Cano difundía contra la Compañía.
Mientras tanto el santo fundador procuró que algunas personalidades que
tuvieran autoridad sobre Cano lo disuadiesen de su campaña difamatoria. Y
así consiguió que el Maestro general de la Orden de Predicadores le escribiese
al difamador una carta exhortándolo a desistir de su intento. Y, por si no
bastara eso, consiguió que el mismo general escribiera una carta a todos sus
religiosos, a lo cual accedió gustoso el P. Francisco Romeo, el cual escribió una
honrosa carta que es a la vez defensa y recomendación de la Compañía.
También Ignacio interesó al cardenal Mendoza, el cual quería proceder con
todo rigor, mediante un monitorio pontificio que convocase a Cano a Roma
para dar cuenta de su campaña. No compartió ese parecer san Ignacio y
procuró que se retirara el monitorio (Regest. S. Ign. T. 1, p. 164). Pero
consiguió un breve del Papa Paulo III, en el que nombraba jueces
conservadores a los obispos de Cuenca y Salamanca para que, en nombre de
Su Santidad procedieran contra los enemigos de la Compañía. En el breve,
que lleva fecha del 19 de octubre de 1548, se hace constar que los enemigos de
19
la Compañía la calumnian sin aducir pruebas, ni citar ningún caso concreto.
Obtenidos estos documentos, Ignacio no quiso servirse de ellos
inmediatamente, primero quería intentar que se resolviesen las cosas sin
recurrir a la vía jurídica, pero, si los medios suaves no bastasen, que se
procediera contra el culpable con todo el rigor judicial.
20
ello y que presentó sus acusaciones contra el libro ante el arzobispo Martínez
Silíceo. Se divulgaron las sospechas contra el contenido del texto de san
Ignacio, por lo que en la universidad de Alcalá comenzaron a circular rumores
preocupantes. No se durmió el P. Villanueva y envió al duque don Francisco
de Borja una relación de lo que estaba ocurriendo en Salamanca. Al duque, le
pareció lo más prudente tener al tanto a san Ignacio, aconsejándole entregar
al papa Paulo III el texto de los Ejercicios con la súplica de que lo mandase
examinar a fondo y, en el caso de que lo ameritara, le diese su solemne
aprobación. Le pareció bien a san Ignacio y presentó su súplica ante el Papa.
Bondadosamente el anciano Pontífice accedió a la súplica que se le hacía y
encargó que lo examinaran tres personas cualificadas y de su confianza: el
cardenal dominico Juan Álvarez de Toledo, el vicario de Roma, Felipe
Arquinto y el maestro del sacro palacio, que en aquella época era otro
dominico, el P. Egidio Foscarari. Los tres se dieron a la tarea de examinar
concienzudamente las dos traducciones latinas que se les presentaron, una
literal y poco elegante de mano del mismo san Ignacio, y la otra en un latín
más clásico, obra del distinguido humanista el P. Andrés de Freux. Dado que
el dictamen de cada uno de los tres examinadores fue favorable, el Santo
Padre expidió el Breve "Pastoralis officii" del 31 de julio de 1548.
Diríamos que con esto bastaba para que todo fiel cristiano considerara
terminado el asunto. No lo pensó así Melchor Cano que, desde el púlpito,
siguió atacando el libro de los Ejercicios. Más aún, envió a su amigo el
arzobispo Martínez Silíceo un ejemplar anotado por su propia mano con todas
sus observaciones. El arzobispo, que conservaba en su pecho una mal
disimulada aversión a los jesuitas, nombró una junta presidida por fray
Tomás Pedroche, O.P. para que lo examinaran. Como podía esperarse de
jueces tan parciales el libro salió condenado. Para fundar su condenación
21
aducían sus autores interpretaciones descabelladas y calumniosas que hoy
nos harían reír; daban a las palabras del santo un sentido que no tenían y
otra se basaba en un error de traducción.
La persecución en Zaragoza
Aun aguardaba en vida de san Ignacio otra acérrima persecución a la
Compañía en España. Como descendiente de la casa de Aragón, san
Francisco de Borja tuvo la idea de abrir un colegio en la capital de ese antiguo
reino, Zaragoza. Ya llevaba cerca de siete años (desde 1547) trabajando la
Compañía, cuando el 17 de abril de 1555 se trató de abrir un colegio y se
abría al público la capilla provisional. Para sorpresa de todos, antes de que
terminara la misa ya se habían fijado en las paredes exteriores de la capilla
un edicto del vicario del arzobispo acusando a los jesuitas de estar obrando
sin los debidos permisos y prohibiendo a todos los fieles frecuentar allí
cualquier acto de culto bajo pena de excomunión.
22
Se fueron precipitando los acontecimientos, la ciudad se dividió en dos
bandos: uno contra los jesuitas, en el que figuraba el arzobispo don Hernando
de Aragón, tío de san Francisco Borja, que fue el que más se opuso a que los
jesuitas se estableciesen en la capital aragonesa, el vicario del arzobispo, los
agustinos y algunos otros religiosos; y el bando favorable a los jesuitas
integrado por el obispo de Huesca, don Pedro Agustín, el Virrey de Aragón, y
los padres dominicos.
23
hacía poco más de un mes, los jesuitas regresaron triunfalmente a Zaragoza,
escoltados por las autoridades y aclamados con entusiasmo por toda la
ciudad.
Tribulaciones en Francia
Una última y no la menos dolorosa persecución, esperaba a la Compañía,
la que tendría lugar en Francia en los últimos años de vida de su fundador.
24
Para superar rémoras y dificultades el P. Viola acudió al entonces
arzobispo de París, Mons. Eustaquio du Bellay. Al advertir este que el
permiso real se había obtenido a través del cardenal de Lorena bastó para
que él se declarara en su contra. Ya de antiguo existía una fuerte enemistad
entre estos dos personajes de la nobleza. Por otra parte, acreditarse con una
bula pontificia, como lo hacía el P. Broet, nombrado provincial, no era la
mejor recomendación en aquella Francia galicana. Fue suficiente que Broet
mencionara que el Papa había aprobado la Compañía para toda la Iglesia y
que el rey la había admitido en su reino, para que el arzobispo objetara: “El
Papa puede hacer eso en sus Estados, pero no en Francia, y el rey tampoco
puede recibirla en su reino, puesto que se trata de un asunto espiritual".
25
En realidad lo que se siguió del decreto es que, antes de él no tenía la
Compañía en Francia ningún colegio, y un año después tuvo dos, el de
Clermont y el de Billon. No obstante la Compañía hubo de esperar a ser
admitida oficialmente en Francia hasta el 15 de septiembre de 1561, con
ocasión del coloquio de Poissy entre católicos y hugonotes. Desde la eternidad
contemplaría san Ignacio una victoria que él mismo había vislumbrado pocos
meses antes de su muerte.
26
Es una lástima que no se haya conservado la carta que con esta ocasión
escribió Ignacio a toda la Compañía, hubiéramos conocido de primera mano
su pensamiento acerca del martirio. Aunque se conserva la de Polanco apenas
si recoge algunas de las ideas del santo fundador. Más bien, el secretario
burgalés, relata el martirio y termina diciendo: "Este fue el glorioso fin que
tuvo el P. Criminali..., que como primicias de los muchos mártires que a él
habían de seguir en nuestra Compañía se ofreció a nuestro Señor " (Chr. 1,
469-471).
27
días de la vida, siendo ellos instrumento para que esta continua muerte en
que vivimos se acabe, y nuestros deseos en breve se cumplan, yendo a reinar
para siempre con Cristo. Nuestras intenciones son declarar y manifestar la
verdad, por mucho que ellos contradigan, pues Dios nos obliga a que más
amemos la salvación de nuestros prójimos que nuestras vidas corporales.
Pretendemos con ayuda, favor y gracia de nuestro Señor, de cumplir este
precepto, dándonos él fuerzas interiores para lo manifestar entre tantas
idolatrías como hay en Japón" (Mon. Xav. II, 204-5).
28
III. ¿PIDIÓ SAN IGNACIO PERSECUCIONES PARA
LA COMPAÑÍA?
29
Ignacio su gozo de ser perseguido por Cristo y por la Iglesia: "Harto sabemos -
escribe- que no ha de faltar quien en adelante nos vitupere; ni nunca tal
pretendimos; y sólo queríamos tener respeto al honor y sana doctrina y de la
vida pura. Mientras nos traten de indoctos, rudos, que no sabemos hablar, o
mientras digan de nosotros que somos aviesos, burladores, livianos, no
haremos ayudándonos Dios- gran caso; empero no podríamos sufrir que la
doctrina misma que predicamos se tuviese por sospechosa; y que el camino
que llevamos se calificase de malo: porque el uno ni la otra son nuestros, sino
de Cristo y de su Iglesia" (Ep. Vol. I, pp. 135-136).
30
sufriendo la persecución que hemos relatado, en la que lo conforta con estas
palabras: "Según lo que se suele experimentar, de donde hay mucha
contradicción se sigue mucho fruto, y aun se suele fundar mejor la Compañía,
parece que ahí debería de haber un grande y señalado edificio espiritual, pues
que han echado tan altos fundamentos de las contradicciones; y así es de
esperar que Dios lo hará" (F.N. vol. XII, p. 119)
31
Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Como los mundanos que siguen al
mundo aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de
mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña: así los que van en
espíritu y siguen a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo
contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por
su debido amor y reverencia, tanto que donde a la su divina Majestad no le
fuese ofensa alguna, ni al prójimo imputado a pecado, desean pasar injurias,
falsos testimonios, afrentas y ser tenidos y estimados por locos (no dando
ellos ocasión alguna de ello) por desear parecer e imitar en alguna manera a
nuestro Creador y Señor Jesucristo vistiéndose de su vestidura y librea, pues
la vistió él por nuestro mayor provecho espiritual, dándonos ejemplo, que en
todas las cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramos
imitar y seguir, como sea la vía que lleva a los hombres a la vida. Por lo tanto
sea interrogado si se halla en los tales deseos tanto saludables y fructíferos
para la perfección de su alma." (Ex. 44)
Tan característico del jesuita, conforme al ideal de san Ignacio, debe ser
ese amor a Jesucristo perseguido y vilipendiado, que el redactor del prólogo a
la primera edición de las Constituciones lo resume en este compendio de
acentuadas resonancias paulinas: "Nuestro modo de vida nos pide que seamos
hombres crucificados al mundo y a quienes el mundo esté crucificado; que
seamos hombres nuevos, que se hayan desnudado de sus afectos para vestirse
de Cristo; muertos para sí y vivos para la santidad; que, como dice san Pablo,
se muestren discípulos de Dios en trabajos, en vigilias, en ayunos, en
castidad, en ciencia, en longanimidad, en suavidad, en espíritu santo, en
caridad no fingida, en palabra de verdad; y por las armas de la justicia, la
32
diestra ya la siniestra, por gloria y por humillación, por infamia y por buena
fama, por las cosas prósperas y por las adversas caminen a largas jornadas a
la patria celestial y lleven a otros en cuanto pudieren, mirando siempre la
gloria divina".
33
CONCLUSIÓN
Puesto que su alma vivía arrobada en íntima unión con Dios, favorecida
con frecuentes dones místicos, contemplaba las cosas como iluminadas por la
luz divina. Una clara inteligencia de lo que significa la persecución dentro de
los designios divinos anegaba de gozo su ser. Para Ignacio verse perseguido
era participar en el destino del Hijo del hombre que venido a este mundo para
salvarlo no se vio libre de la persecución. Resonaban en sus oídos las palabras
de Divino Maestro: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a
vosotros". (Jn 15, 20).
Por amor a Jesucristo hubiera él deseado para sí y para los suyos otras
persecuciones mayores. Eso explica que aun en medio de las más grandes
contradicciones, promovidas muchas veces por hombres poderosos en las
esferas eclesiásticas -que es lo que más puede doler a quienes han consagrado
incondicionalmente su vida al servicio de Dios y de su Iglesia-, él siempre
conservó la paz del alma y una inalterable confianza en la Providencia.
Recordaba las palabras del Señor cuando advierte a sus discípulos: "Os
expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os
mate piense que da culto a Dios" (Jn 16, 2).
34
Nada mejor pudo desear Ignacio para los suyos. Como Pablo podría decirles:
"Hasta tal punto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las
iglesias de Dios por la tenacidad y la fe en todas las persecuciones y
tribulaciones que estáis pasando" (2 Tes 1, 4).
Por otra parte Ignacio no descuidaba poner los medios humanos de que
lícita y honorablemente pudiera usar en su defensa; no acudía a medios
extremos mientras pudiera defenderse con otros más suaves. Pasada la
persecución olvidaba la ofensa, con admirable grandeza de ánimo sabía
perdonar y besaba la mano que lo había flagelado. Y, a su vez, mostraba su
gratitud a quienes en medio de la tormenta les habían permanecido fieles y
hasta se habían arriesgado al prestarles su apoyo.
35
acogido, se volvió a Ignacio así como estaba en la cruz, y con un blando y
amoroso semblante le dice: Ego vobis Romae propitius ero (Yo os seré en
Roma propicio y favorable) (Ribadeneyra, Vida de Ignacio de Loyola, 1. 2°, c.
11; cf. Et. FN. I, 313 y 497; FN. II, 133)
36
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
Fuentes
- Monumenta Historica Societatis lesu
- Fontes Narrativi de S. Ignatio de Loyola et de Societate lesu initiis, tomo I., vol 66 y II,
vol. 73 Narrationes scriptae ante annum 1557, ed. Fernández Zapico, D. et Dalmases, C.
- Sancti Ignatii de Loyola Exercitia Spiritualia, ed. Calaveras, J. et Dalmases, C. vol. 100
- Sancti Ignatii de Loyola Epistolae et Instructiones, I, (vol. 2); II, (vol. 25); III (vol. 28); IV,
(vol. 29); V, (vol. 31); VIII (vol. 36) et XII (vol. 42)
Bibliografía
- Aicardo, J. Manuel; Comentario a las Constituciones de la Compañía de Jesús, tomo VI,
Madrid (1932).
- Dalmases, Cándido de; El Padre Maestro Ignacio, BAC popular, Madrid (1982).
- García Villoslada, Ricardo, -San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía; BAC, Madrid (1986).
- Piazzo, Marcello e Dalmases, Cándido de; Il processo sul ortodossia de S. Ignazio e dei suoi
compagni svoltosi a Roma neI 1538, en Archivum Historicum, S. J. Vol. 38, fasc 76 pp.
431-453.
37