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La cuestión del líder

Publicado: 3/10/2016 08:15

Jorge Alemán *

Últimamente se suele discutir una y otra vez la cuestión del líder y su posible
función en la política. Son muchas las ocasiones donde se trata al líder como una
manifestación “patológica” del populismo, y en muchos foros se trata, a su vez, al populismo
como la “enfermedad infantil del republicanismo”.

Como si se tratara siempre de una antesala fallida de la verdadera “salud” institucional. Sin
embargo, más allá de los enormes problemas y debates que este asunto, de modo inevitable
suscita, habría que constatar que es el propio poder mediático el que odia la consolidación de
un líder popular. Nos referimos por supuesto, no al líder primario que es la resultante de las
identificaciones de una suerte de horda primitiva, ni al que despierta una hipnosis paralizante,
sino al líder que emerge como el resultado de un proceso instituyente de vocación
emancipatoria.

En este aspecto hay que siempre recordar que los medios son una fábrica de personajes
políticos que se construyen de un modo efímero para, a continuación, iniciar el proceso de
destrucción y destitución que evite su consolidación en el lugar de una apuesta política capaz
de poder trazar una nueva frontera antagónica en lo social. En este punto, insistimos en que
nos referimos a aquel Líder embarcado en una apuesta por una transformación seria en la
articulación hegemónica de una voluntad colectiva. El líder es la prueba de existencia de dicha
voluntad y su nombre propio, no sólo no domina el proceso de construcción, pues está
atravesado por el mismo, sino que posibilita la resignificacion de la articulación simbólica del
proyecto. En este sentido, incluso se “usa” al líder para ir más allá de él mismo. Y por ello el
líder es un nombre propio que nunca coincide con la persona que lo encarna, sino el lugar
donde las tensiones internas se entrecruzan sin poder ser nunca sintetizadas del todo.

Si los medios corporativos más tarde o más temprano terminan por odiar al líder instituyente
es porque se les escapa de sus dispositivos de producción de personajes. Por ello custodiar
al Líder no es en absoluto perder el sentido crítico, ni estar alienado a un ideal ciego que
obnubila toda condición deliberativa. Más bien, el líder popular de izquierda es el resultado de
una invención común que muestra que lo político, en su estructura constitutiva y antagónica,
participa del arte de la nominación de un proyecto transformador. Custodiar orgánicamente al
líder instituyente es proteger el nudo donde aún se puede articular un nombre propio no
producido ni domesticado por los medios. Cierta “aversión” intelectual a la figura del líder en
nombre de una autonomía abstracta y conceptual, muchas veces esconde, en su buena
intención crítica y en definitiva liberal, un desconocimiento finalmente cómplice con el poder
destituyente de la construcción mediática de las corporaciones neoliberales.

(*) Jorge Alemán es psicoanalista y escritor.

Firmenich. Ajuste de cuentas


No hay otro personaje político argentino que cargue con su estigma. Todo es
sombra, mugre, historia turbia a su alrededor. Pero más allá de lo conspirativo y lo
improbable que lo marca, hay un debate político pendiente. La irrupción, el
crecimiento, el derrotero y el abismo que transitó Montoneros en el pasado
reciente. Y el papel crucial de su máximo dirigente. Contradicciones, errores, y
pendencias con Mario Firmenich. Opinan Roberto Perdía, Pablo Fernández Long,
Jorge Falcone, Ernesto Salas, Miguel Fernández Long, Eduardo Soares y Pablo
Waisberg.

Edición Especial N° 145


Noviembre-diciembre 2016

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Sumario

 Firmenich. Ajuste de cuentas


 Algo hace ruido desde abajo
 Mujeres. Cambiar la historia sin pedir permiso
 Tres corazones en Villa Itatí
 Un sueño con Luis María
 Chango Spasiuk: "A veces cuando toco, puedo sentir como cuando era niño"
 Carlos Sampayo. "Este país se fue muchas veces a la mierda pero esta vez es muy
peligroso"
 Venezuela. Entre el abismo y la esperanza
 Colombia. La paz del modelo extractivista
 Ser prisionero político palestino en Israel
 Excluidos

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En el inicio de su discutible Peronismo. Filosofía política de una obstinación
argentina, José Pablo Feinmann anota: "Hay grandeza y profundas miserias en el
peronismo… Hay líderes (sobre todo uno), hay mártires (sobre todo una), hay
obsecuentes, alcahuetes, hay resistentes sindicales, escritores combativos, está
Walsh, Ortega Peña, está Marechal, están Urondo y Gelman…, fierreros sin
retorno como el Pepe Firmenich, doble agente, traidor, jefe lejano del riesgo, del
lugar de la batalla, jefe que manda a los suyos a la muerte y él se queda afuera
entre uniformes patéticos y rangos militares copiados de los milicos del genocidio
con los que por fin se identificó…".

En apenas un párrafo, Feinmann sintetiza bastante de lo que ha perdurado de


Firmenich en el imaginario político. Eso, pura mugre: sospechas disfrazadas de
certeza, acusaciones propias de una fractura partidaria, todo mezclado con atisbos
de críticas bien fundamentadas de compañeros que se preocuparon por buscar la
raíz de la derrota, operaciones que buscan deslegitimar experiencias
revolucionarias, rumores imposibles de probar, lugares comunes instalados a
fuerza de repetición, discusiones postergadas por la derrota de una organización
(de una generación) que parecía a un paso de asaltar el cielo y que, en pocos
años, se desmoronó en las fauces de la criminal dictadura. Sin rigor
argumentativo, sin cuestionar sus propias presunciones, sin hurgar más allá de la
superficie, la síntesis brutal de Feinmann no va más allá del ánimo provocador. Si
absurdo es el intento de confirmar o desechar hoy cada denuncia lanzada al aire,
no menos ridículo resulta limitar la experiencia montonera a la figura de Firmenich
y, al mismo tiempo, también lo es desaprovechar la ocasión para generar un
debate –político y no intrigante– sobre la figura del comandante de una de las
organizaciones revolucionarias más importantes de la región: una guerrilla urbana
que pasó de pequeño grupo conspirativo a multitudinario fenómeno de masas, que
irrumpió en la escena para cambiarlo todo y se transformó en actor político
determinante, que creció al compás del trabajo de cientos de miles de jóvenes en
barrios, escuelas y fábricas, que se atrevió a la herejía de disputarle la conducción
del peronismo a su Líder y que perdió en la batalla contra la derecha del
movimiento primero, para después sucumbir ante los genocidas militares.

Poco después de la aparición del trabajo de Feinmann, una solicitada firmada por
varios protagonistas del pasado montonero, le salió al cruce: "Los manuales de la
CIA y el Pentágono ofrecen a sus agentes un variado repertorio de recursos para
llevar adelante la 'guerra de baja intensidad' contra los enemigos del imperio y las
oligarquías. En los ataques a Mario Eduardo Firmenich se ha suplantado el debate
político por los partes policiales o paramilitares que reconocen ese origen". Es
verdad: es poco serio señalar que las sospechas que rodean a Firmenich tienen
como única vertiente "la CIA y el Pentágono". Pero no está mal aprovechar la
propuesta e intentar aportar a ese "debate político" pendiente que los firmantes de
la solicitada exigían como opción.

De eso se trata. De anotar opiniones de protagonistas de esos tiempos de fuego,


de borronear ideas sobre el estilo de conducción del número uno de Montoneros,
de buscar la lógica en un proceso de decisiones que responde a una dinámica
histórica y a un contexto regional, pero que estuvo marcado por la impronta de sus
liderazgos. Intentemos, entonces, correr las sombras a un costado. ¿Será posible
abrir la puerta a un (incompleto, subjetivo, arbitrario) ajuste de cuentas político con
Firmenich?
2. Personalizar en política suele ser riesgoso, más aún en el marco de una
organización guiada por una conducción colectiva. Entrevistado por Sudestada,
Roberto Perdía subraya esta singularidad: "Nunca hubo decisiones de Firmenich
autónomas de las estructuras de conducción". En consonancia, Eduardo Soares
señala: "No hay crítica que yo pueda hacerle a Firmenich que no se la pueda
hacer al resto de la Conducción Nacional (CN). Cuando criticamos, criticamos a la
CN. Nunca a un compañero, porque sabíamos perfectamente que Firmenich no
podía tomar una decisión individual". Para arrancar habrá que subrayar entonces
que los errores y aciertos de Firmenich son atribuibles a cada miembro de la CN.
Pero, pese a este detalle, resulta indudable que la estigmatización que pesa sobre
Firmenich no es la misma que bordea los perfiles de sus ex pares en la dirección.
"La concepción política es la que marca la estrategia de una organización, más
allá de las personalidades de su Conducción. La personalidad de Firmenich no es
la organización. Era uno más en la CN y las derivas montoneras tienen que ver
con opciones políticas", aclara el historiador Ernesto Salas. Es cierto. Pero no
menos es que vale analizar ciertas características, no por pretender situar el eje
en formas personales, sino por cómo esas cualidades se proyectaron en las
decisiones centrales de Montoneros. Nadie puede buscar las razones de la derrota
en las formas, pero sí es posible detenerse en ciertos rasgos que se proyectan en
políticas concretas. "¿Qué importancia tiene lo que pueda pensar hoy sobre lo que
son virtudes y defectos de Firmenich? Eso lo discutimos en su momento, hoy no
tiene sentido", responde Perdía, rechazando la pregunta inicial. Sin embargo y
como ejemplo, la cuestión del carisma en un movimiento como el peronismo,
marcado por la impronta fundacional de un liderazgo poderoso, sustentado en
híbridos conceptos como "lealtad" y "traición", termina por configurar un elemento
nada secundario. Si Montoneros pretendía establecer un proyecto político
alternativo al desplegado por Perón a su regreso, debía proponer ante las masas
un liderazgo de magnitud similar. En síntesis, un liderazgo de masas, una
característica que no parece ajustarse al perfil de Firmenich, que siempre se
manejó con mayor comodidad entre las sombras de la clandestinidad.

En referencia al subjetivo valor del carisma, apunta Pablo Fernández Long:


"Siempre me produjo la sensación de ser un muchacho tímido, o más bien
acomplejado, a quien las capacidades ajenas lo hacían sentir incómodo.
Comparado con otros 'jefes' montoneros que conocí, diría que Firmenich carecía
totalmente de carisma y le faltaba el 'peso' de un jefe político". En un sentido
similar, Salas menciona: "Le faltaba el carisma que tenía Sabino Navarro, o la
cabeza teórica de Carlos Olmedo. Sabino era pasión y Olmedo era razón: por
esas dos cosas, pueden ser amados. Firmenich es anodino, ni para amarlo ni para
odiarlo. Es raro, porque el tipo es bastante lúcido. Pero no le da el carisma"...

(La nota completa en la edición gráfica de Revista Sudestada)

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