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Consuelo Martín
Todos los seres humanos tenemos sincero interés por descubrir la posibilidad de amar y
ser libres. Y si alguna vez imaginamos separados el amor y la libertad, lo cierto es que
siempre anhelamos vivirlos inseparables.
Investiguemos sobre ello. Empecemos a indagar sobre la libertad desde una actitud
mental libre de lo establecido en el pasado. Porque nadie puede saber lo que la libertad
es, si en el mismo acto de saberlo no es ya libre. Y así el camino hacia la libertad
quedará trazado sobre la libertad misma y no sobre conjeturas condicionantes.
Krishnamurti hablaba de esta manera de la verdadera libertad: No es un ideal, una cosa
que pueda suceder eventualmente. En la libertad el primer paso es el último. Y porque
tenemos en cuenta esta verdad, intentaremos en esta breve introducción, adentrarnos en
la lucidez liberadora para poder participar de estas investigaciones sobre la libertad con
la misma actitud libre en que se crearon.
Cuando inquirimos sobre la verdad movilizamos la mente entera, si el impulso que nos
mueve es sincero. También el pensamiento se mueve. No interfiramos en él. Dejemos
que encuentre cauce natural a disposición de la intuición, de la inteligencia total. No nos
desviemos a otro lugar para no pensar, ni nos concentremos en las sensaciones o los
sentimientos. Así el ámbito mental quedará libre, dispuesto para ser iluminado por la
verdad. Lo que se descubra entonces no habrá nacido del pensamiento. El pensamiento
se moviliza sólo para permitir la apertura a un espacio libre donde la luz pueda penetrar.
Así se produce la claridad, la evidencia nítida e impersonal. Y es el descubrimiento de
esa lucidez lo que importa al investigar y no la manera en que el pensamiento lo
formula. Si creyéramos que hacemos algo valioso barajando conceptos, caeríamos en el
mismo error de quien definiera a una persona por las ropas que lleva puestas.
Seré libre si aprendo a investigar y aunque esa libertad se exprese de mil modos,
quedaré libre, incluso de la condición en que se muestre. Porque no habrá compulsión
para hacer las cosas de una u otra manera.
De cualquier forma, nada ni nadie puede arrebatarme la plenitud que soy, pues soy lo
infinito que no tiene mengua. Mientras investigo aprendo a darme cuenta de esa
infinitud que se expresa en sucesión, proyectada sobre la pantalla de la temporalidad. Si
ya he descubierto la libertad, puedo aceptar serena y amorosamente cualquier secuencia
limitada que aparezca sobre el lienzo del pensamiento-tiempo.
Investigar así no es tratar de asuntos particulares que impiden ver las interconexiones en
la unidad. Es remontarse por amor a la verdad a esas alturas donde la luz armoniza las
formas, mientras ilumina lo particular.
La unidad es el estado real donde la verdad es. Y en la diversidad, las distorsiones de los
opuestos han de ser armonizadas por la visión totalizadora de la lucidez. Así es la
mirada verdadera en la que todo el vivir puede incluirse. No se encontrará ahí el
investigador con fórmulas ni métodos ni sistemas de ideas. No hallará saberes
específicos sobre cosas y situaciones, ni los sentimientos siempre confusos que la
búsqueda de los amores crea. La auténtica investigación puede conducirle, sin embargo,
a un estado verdadero de ser donde la libertad y el amor surjan sin ser buscados.