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CIUDADANÍA DIGITAL

Democracia y ciudadanía en la era digital

Mauricio Márquez Murrieta y Bernardo León Olea


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INTRODUCCIÓN
Si bien la democracia es hoy en día una noción de uso común, rara vez nos detenemos a reflexionar
sobre su significado. Nos pasa con ella un poco lo que a San Agustín con el tiempo, con respecto al
cual llegó a decir: “Si pienso en el tiempo, sé lo que es, si me lo preguntan, ya no lo sé”. Dilema que no
resulta difícil aplicar al concepto de democracia: todos nos referimos a él y lo entendemos más o
menos claramente, pero pocos la concebimos en forma precisa y bien definida, y menos aún estamos
de acuerdo respecto a lo que significa.
Como dijera José Ortega y Gasset en su libro En torno a Galileo,

Una misma cosa se puede pensar de dos modos: en hueco o en lleno. [Cuando
pienso en hueco uso las palabras] fiduciariamente, a crédito, como uso un
cheque, confiado en que siempre que quiera lo podré cambiar en la ventanilla de
un banco por el dinero contante y sonante que representa. (…) Este pensar en
hueco y a crédito, este pensar algo sin pensarlo en efecto, es el modo más
frecuente de nuestro pensamiento. La ventaja de la palabra que ofrece un apoyo
material al pensamiento tiene la desventaja de que tiende a suplantarlo, y si un
día nos comprometiéramos a realizar el repertorio de nuestros pensamientos
más habituales, nos encontraríamos penosamente sorprendidos con que no
tenemos más que los cheques, pero no las monedas que aquellos pretende valer;
en suma, que intelectualmente somos un Banco en quiebra fraudulenta
(1982:35).

Con palabras como democracia sucede frecuentemente precisamente lo descrito por Ortega y
Gasset: la utilizamos todo el tiempo sin reparar demasiado en lo que significa, pero si por un
momento nos detenemos a reflexionar sobre su sentido, es muy probable que nos sorprendamos
por la escasa o nula claridad que tenemos al respecto o con la falta de consenso que existe sobre su
significado, alcances e implicaciones.
De hecho, hoy somos testigos de una gran paradoja con respecto a la democracia: mientras que
nunca antes en la historia de la humanidad había habido tantos países bajo regímenes que se
califican a sí mismos como democráticos, ella sufre una de sus mayores crisis de legitimidad en la
medida en que parece respirarse un desencanto generalizado respecto a su capacidad para
responder a las expectativas, necesidades y demandas del mundo actual.
En palabras de Carlo Galli (2013:9-10):

Existe un malestar en la democracia. No es el malestar (en realidad, un rechazo)


que en el curso de la historia occidental alimenta la rica producción de ideas
“contra” la democracia, ni ese otro que linda con la angustia “ante” la
democracia; ni es tampoco el malestar “en” la democracia, el desasosiego que
veía Ortega en el interior de la democracia en la época de la rebelión de las
masas. Es exactamente el malestar “de” la democracia, de sus instituciones
políticas y de su realidad social. (…) El malestar de la democracia es doble: es en
primer lugar subjetivo, el del sujeto que debe considerarse “ciudadano”. Se
manifiesta como un desafecto, como una indiferencia cotidiana hacia la
democracia que equivale a su aceptación pasiva y acrítica, al rechazo implícito
de sus presupuestos más complejos y comprometedores. (…) Es también un
malestar objetivo, estructural. Nace de la inadecuación de la democracia, de sus
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instituciones para mantener sus propias promesas, para estar a la altura de sus
objetivos humanísticos, para otorgar a todos igual libertad, iguales derechos e
igual dignidad. La democracia ha sido arrasada por las transformaciones del
mundo.

Esto es doblemente paradójico, ya que no sólo vivimos en una época en la que se podría decir que la
democracia como sistema político ha triunfado casi indiscutiblemente, sino porque tal vez, desde la
época de su invención en la Grecia de los siglos VI y V a.c., en ninguna otra época –salvo tal vez
aquella que la vio nacer– se habían dado como hoy las condiciones sistémicas y tecnológicas para
alcanzar el mayor grado de participación ciudadana posible ni existían los mecanismos para regular
y vigilar el desempeño del gobierno que hoy tenemos a la mano.
En muchos sentidos –como sugerimos más arriba–, el problema de la democracia tiene que ver con
la multiplicidad de sentidos y significados que se le asocian, así como con la variedad de
conceptualizaciones que de la misma se han hecho, a tal grado de que a veces es dudoso que estemos
hablando de lo mismo. Olvidamos demasiado fácilmente que el debate político e ideológico se da en
primer término en torno a la definición legítima de las categorías claves de la lucha política, y hoy
por hoy una de estas categorías es sin lugar a dudas precisamente la democracia, y detrás de los
discursos y las polémicas que experimentamos se fragua una lucha por lograr que se acepte la
definición de la misma que le es más conveniente a cada actor político. De tal forma que no podemos
suponer que existe algo así como La Democracia, con “D” mayúscula, ante la que todas las otras
democracias de carne y hueso y con “d” minúscula no serían más que encarnaciones imperfectas que
se acercan más o menos a la definición legítima.
Y esto es precisamente lo que está en el tintero. Para algunos, la democracia se limita a la repartición
de poderes, el respeto irrestricto a las leyes y a la formalidad de un proceso electoral. Para otros, en
cambio, si bien las anteriores son necesarias, lo que justamente está en juego es la distribución justa
y equitativa del poder y de las oportunidades, en la que exista un verdadero sistema de participación
que garantice la inclusión en la toma de decisiones de todos los sectores de la sociedad. En esta
última definición, el proceso electoral es sólo un aspecto de lo que se persigue, sin lugar a dudas
imprescindible pero no el único ni forzosamente el más importante.
Por otra parte, el contexto en el que se ha podido desarrollar aquello que entendemos como
democracia ha ido cambiando en forma por demás significativa, desde sus inicios en la Grecia
clásica, con sociedades relativamente simples y con apenas decenas de miles de “electores”, hasta
las sociedades contemporáneas con padrones superiores a las decenas de millones, como es el caso
de México, con un padrón que supera los 60 millones de electores. Además del número de
ciudadanos con posibilidades de participación en el sistema democrático, la forma democrática ha
variado desde la directa hasta la universal y participativa, pasando por la censitaria y representativa.
Otro cambio significativo que aquí nos ocupa de manera especial, tiene que ver con la
transformación tecnológico que ha favorecido uno u otro tipo de participación ciudadana en los
asuntos públicos, como el ocurrido a mediados del siglo XV con la invención de la imprenta de tipos
móviles por parte de Johannes Guttemberg (1398-1468), o la emergencia de lo que hoy se conoce
como opinión pública posibilitada por el surgimiento y la generalización de la prensa escrita a finales
del siglo XVIII, lo que ocurrió en primer lugar en Inglaterra con el inicio de la circulación diaria del
Daily Courrant (1702).
La historia de la democracia se encuentra íntimamente relacionada con el cambio en las Tecnologías
de la Información y Comunicación (TIC), como magistralmente lo expuso Jürgen Habermás en su
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libro Historia y crítica de la opinión pública, y como los nuevos y sorprendentes desarrollos en esta
materia nos lo demuestran día con día. Aunque esta relación no es sencilla ni unilateral, sino
compleja y polivalente.
Como ya dijimos antes, y como lo desarrollaremos más adelante en el capítulo II, después de la ola
democratizadora de fines de los 80 y los 90, la democracia indirecta y representativa entró en una
grave crisis de legitimidad y participación, en muchos sentidos debido a la incapacidad para cumplir
sus promesas y hacer frente, al mismo tiempo, a los retos que la globalización le ha impuesto a los
sistemas estatales, por un lado; y por el otro, e íntimamente relacionado con lo anterior, debido a la
fragmentación, atomización y anomia que dichos procesos han provocado, junto con otros más
directamente relacionados con el desarrollo político de cada país.
Detrás de dicha crisis de legitimidad, también se encuentran las distintas distorsiones y
perversiones observadas en formas diversas en la gran mayoría de los sistemas democráticos del
mundo, tanto en aquellos que habían alcanzado su madurez en los países más avanzados del orbe,
como en los que iniciaron hace relativamente poco tiempo su periplo democrático después de haber
experimentado regímenes totalitarios (como Rusia), autoritarios (comoChile) o semi-autoritarios,
como México; en los cuales la desigualdad, la inseguridad, el clientelismo, el corporativismo, la falta
de mecanismos claros y confiables de rendición de cuentas y transparencia, la corrupción y, en fin,
la falta de una cultura democrática sólidamente establecida, entre muchos otros factores, han
mermado en forma grave la confianza en las relativamente jóvenes instituciones democráticas.
Entre los factores asociados con la globalización como causantes de la crisis democrática que nos
ocupa, tal vez uno de los más importantes tenga que ver con las fallas que aquella ha provocado en
los mecanismos de contrapesos que constituyen la columna vertebral de toda democracia, debido
al surgimiento en el seno del sistema global de fuerzas de distinta índole que trascienden el marco
estatal dentro del que, y para el cual, el sistema democrático funciona.
Algunas de estas fuerzas son por su misma naturaleza globales, como la transnacionalización del
capital, la fragmentación mundial del proceso productivo, las finanzas globales, los cárteles del
crimen organizado, las compañías transnacionales y los medios de comunicación que operan a nivel
planetario; y otras locales, si bien asociadas a los procesos desarticuladores provocados por la
globalización, como lo son la fragmentación y feudalización del poder estatal, la relativa
independencia respecto a la regulación en el seno del espacio estatal, el excesivo poder de algunos
grupos de interés nacionales e internacionales, la pérdida de intermediación ciudadana por parte
de los partidos y las instituciones estatales, la oligopolización de las estructuras partidarias y la
partidocracia resultante, entre muchos otros factores.
Por debajo de todos estos fenómenos pensamos que se encuentra la pérdida de valores
democráticos y, sobre todo, la atomización ciudadana y la desvinculación y des-intermediación
comunicativa entre las instituciones democráticas del estado y la ciudadanía, la cual se siente cada
vez menos representada y no ve reflejados sus intereses y aspiraciones en la agenda nacional.
A nuestro entender, es aquí donde las nuevas TIC pueden llegar a jugar un papel determinante, en
la medida en que se pueden convertir en un nuevo espacio público dentro del cual el ciudadano
pueda participar en forma significativa. Ya que si hay algo común a cualquier noción de democracia
es el reconocimiento del derecho de todo ciudadano a participar activamente en el diseño de las
instituciones y las leyes que lo van a representar y gobernar, a emitir su opinión respecto de la cosa
pública, así como respecto del proyecto colectivo dentro del que se inserta su propio proyecto de
vida personal. La democracia, en este sentido, no es tanto el poder del pueblo como entidad
abstracta y anónima, sino la defensa del derecho de toda persona a participar activamente, a través
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del diálogo y la argumentación racional, en la definición de los asuntos públicos y en el diseño de las
instituciones y leyes bajo las cuales se desarrolla su vida, y esto es así ya desde sus inicios, en la
Grecia clásica.

En todo caso, el ideal político positivo y relativamente universal en el espacio


político griego no es la democracia sino la parrhesía o parresia, la franca libertad
de palabra en público, y la isonomía, es decir, la igual sujeción de todos a la ley, a
la ley escrita y a la no escrita, natural o divina, ideales que pueden ser
reivindicados en algunas circunstancias incluso por los nobles (Galli, 2013:16).

En aquella sociedad el uso directo de la palabra en la discusión de los asuntos públicos era
materialmente posible en virtud del tamaño de la comunidad y del espacio público de las asambleas.
Las discusiones, por ejemplo, tenían lugar ya sea en el Consejo (boulé) (conformado por 500
representantes de las 10 fylai (tribus) en las que se agrupaban las 30 tryttes y los más de 150 demoi
que conformaban la sociedad ateniense), ya en la Asamblea (ekklesía) que “se reunía en un lugar
abierto, la Pnix, cuya capacidad máxima apenas sobrepasó las seis mil personas” (García Moreno,
2008).
Por sus dimensiones, en las sociedades contemporáneas la discusión directa y en persona de los
asuntos públicos es materialmente imposible, razón por la cual la representación política a través
de delegados ha constituido la mejor opción para llevar a cabo la discusión en vivo de los asuntos
de interés general. Gracias a las TIC, sin embargo, hoy es posible ampliar el espacio público y hacer
un uso directo de la palabra en espacios virtuales de dimensiones extraordinarias, con lo que se
abren enormes posibilidades para el diseño de formas de participación directas que hace tan sólo
algunos años habría sido imposible si quiera imaginar.

CIUDADANÍA DIGITAL Y SOCIEDAD ABIERTA


Sociedad abierta, participación desde la apertura con aspiraciones hacia la
colaboración
El filósofo del siglo XX, Karl Popper (1957; 2012), sostuvo que en todas las sociedades sus miembros
compiten entre sí por el status, el poder y los recursos, recordando el sentencia de Thomas Hobbes
quien afirmó que “el hombre es lobo del hombre”. Según Popper –y para el caso la gran mayoría de
pensadores liberales–, el individuo tiene en su naturaleza cierta dosis de egoísmo que se
potencializa por la dinámica de las sociedades actuales que favorecen abiertamente la competencia
por la apropiación y usufructo de los recursos son limitados. Por lo que propone que el mejor
método para resolver los problemas políticos es la discusión abierta, crítica y racional enfocada a la
resolución armónica de los conflictos en sociedades tolerantes, respetuosas e incluyentes, capaces
no sólo de dar cabida a las diferencias sino, incluso, fomentarlas en un ambiente de igualdad de
derechos y obligaciones.
La propuesta de sociedad abierta de Popper guarda relación con la disminución de reservas en la
cooperación o de agrupamiento a través de élites, es decir lograr sociedades donde se exalte la
libertad modificaría las relaciones de poder en ella. El orden de las sociedades modernas, busca
conducirse alrededor de la consecución del bien común y a nivel individual de la exaltación de la
libertad, la cual debe de ir de la mano de la igualdad de condiciones mínimas para satisfacer
necesidades básicas.
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Las sociedades actuales enfrentan algunas dificultades para actuar colectivamente, los individuos
se encuentran preocupados por conservar sus derechos e intereses particulares por lo que
difícilmente se ocupan de la procuración de intereses más generales, lo anterior hace necesaria una
reflexión seria de la importancia de hacer compatibles la libertad individual con la vida en
comunidad y de alguna manera volver a generar sentido de pertenencia en el establecimiento de
metas comunes.
Para la consecución de esta tarea, es menester recuperar la noción de comunidad y mostrar su
compatibilidad con la del individuo, con el que guarda una relación de mutua implicación: no hay
comunidad sin individuos ni individuos más que en el seno de la comunidad. La actividad en
comunidad implica alinear el interés individual con la solución de los problemas sociales, al tiempo
que se salvaguardan la integridad de los derechos individuales.
Al final la sociedad funciona como un todo y se articula como un sistema, por lo que acercarse a su
entendimiento a partir de la teoría de sistemas permite tener una perspectiva más amplia en torno
a su desarrollo y el de la democracia.
La teoría de sistemas pone el acento en el análisis de las estructuras y sus dinámicas complejas. Un
sistema se constituye a partir de la distinción con su entorno, diferenciándose e integrando
elementos en su seno. Los elementos que lo componen interactúan y se retroalimentan formando
cadenas de acciones que pueden llevar al desarrollo o estabilización del mismo. En este sentido
hablar de un sistema político, incluye el planteamiento sobre que los ciudadanos introducen
demandas de sus necesidades que al procesarse dan como resultado políticas públicas, al
satisfacerse las necesidades de la población el sistema se estabiliza, mientras que la acumulación de
demandas no resueltas tensa la dinámica, por ello la solución a una problemática dentro del sistema
requiere de establecer conexiones entre los actores del sistema a través de sus interrelaciones e
interacciones más o menos organizadas.
Para Niklas Luhmann (1996:77-78) un sistema

Sólo se puede entender en relación al entorno y sólo de manera dinámica (…) el


sistema se define como la diferencia entre sistema y entorno (…) es la diferencia
que resulta de la diferencia entre sistema y entorno (…) Por lo tanto, la teoría de
sistemas no comienza con una unidad, o con la categoría del ser, sino con la
diferencia.

Esto es de la mayor relevancia porque corta de tajo una dicotomía que ha sido sumamente
perniciosa en el pensamiento social y político y que opone al individuo con el sistema, el individuo,
desde esta perspectiva, es un elemento del sistema que se constituye como tal, como individuo,
mediante la diferencia, por la diferencia y en la diferencia que conforma al mismo sistema, de tal
forma que el sistema social se conforma como “una específica configuración de relaciones sociales
(Zolo, 1992:4).

La sociología describe a la sociedad moderna como resultado de la configuración de la integración


de comunidades como resultado de los procesos históricos particulares a cada contexto. La
particular configuración histórica mediante la cual se configurarano las sociedades modernas
contemporáneas, introdujo al individuo como distinción fundamental de la sociedad y como valor
elemental de la comunidad, con lo que la integración de aquel en esta se constituye en la base no
sólo de la democracia, sino de todo sistema socio-político.
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Aunque los elementos solidarios de las sociedades contemporáneas se han visto erosionados por
procesos diversos, entre los que cabe destacar el aumento de la complejidad y la diferenciación
social y la agudización de la competencia política y económica que le acompaña, la integración y
solidaridad siguen siendo elementales para el sistema en su conjunto. En este sentido la democracia
es el sistema social que ha mostrado responder mejor y de manera más equilibrada a la complejidad,
que se manifiesta como “la amplitud de rango de posibles elecciones y en el alto número de variables
que los agentes debe tomar en cuenta en sus intentos por resolver problemas de conocimiento,
adaptación y organización” (Gleizer, 1992:20).
Se necesita del desarrollo de características como la cohesión social y la confianza interpersonal
entre sectores de las sociedades, ya que cuando existen dichos factores la acción colectiva se vuelve
más sencilla y los ciudadanos recurren con mayor frecuencia a la resolución de problemas
comunitarios.
La esencia de la democracia y de la ciudadanía activa es la vida en comunidad, en donde los
individuos buscan resolver de manera conjunta y solidaria sus necesidades. La actividad
comunitaria involucra esfuerzos colectivos para solucionar problemas sociales, lo cual nos lleva a
pensar en las debilidades de la acción colectiva en nuestros días y cómo la participación ciudadana
podría beneficiar al funcionamiento de la democracia.
Una de las estrategias a seguir por los Estados es el fortalecimiento de su capital social para
favorecer la coordinación de los individuos en su beneficio mutuo, siendo así la confianza entre los
actores de la sociedad primordial para los regímenes democráticos. “El capital social es considerado
como un lubricante que logra una sociedad más eficiente, ya que las personas se organizan en
grupos para demandar más de sus gobernantes y resolver problemas comunes” (Putnam, 2000).
Desde la perspectiva de James Coleman, el capital social consiste en los recursos a los que acceden
los individuos que se insertan en estructuras basadas en las relaciones sociales, ya que al ser una
forma de capital implica que este puede ser productivo y que es vital para el logro de ciertos fines,
pues se hace un aprovechamiento de la buena relación que existe entre los individuos de una
sociedad y por tal es un activo imprescindible.
El capital social se puede medir con base en la cantidad y calidad de redes de relaciones, el grado de
confianza que las personas tienen entre sí y hacia las instituciones, así como a través de la
efectividad del gobierno para representar, solucionar conflictos y prestar servicios. Las redes y los
vínculos que se dan entre personas generan valor para la comunidad “de la misma manera que el
destornillador (capital físico) o una formación universitaria (capital humano) pueden aumentar la
productividad (tanto individual como colectiva), así también los contactos sociales afectan la
productividad de individuos y grupos” (Putnam, 2000).

Participación Política desde la Ciudadanía


El capital social se genera a partir de la construcción de canales de cooperación y comunicación,
desde la voluntad y disposición del individuo a participar y generar acuerdos. Por ello no se puede
hablar de ciudadanía sin considerar su aspecto vinculado a la participación política. Aquellos
sistemas políticos con escaza participación no logran consolidarse democráticamente pues el
ciudadano es un actor fundamental y su influencia sobre los gobernantes permite generar igualdad
política y equilibrios en el poder.
Para contar con una democracia de calidad, la ciudadanía deberá hacer contrapeso en los órganos
de poder, denunciar abusos, proponer soluciones a las problemáticas que se observan y procurar
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que el que hacer de sus representantes se realice de manera responsable. Mientras que el gobierno
a su vez ha de considerar que para contar con legitimidad en el sistema político es necesaria la
participación activa de quienes los eligen.
En la actualidad la ciudadanía tiene dificultades para identificarse con ‘lo público’, al relacionarlo
con los asuntos de gobierno o con aquello que solo concierne a los actores políticos. Es común que
la ciudadanía sólo reconozca el voto como medio de participación política directa, por lo que aún no
se visualiza como actor estratégico en la democracia con la capacidad de transformar su entorno.
En México la ciudadanía aún se encuentra en un proceso de construcción por lo que se tiene el reto
de superar la desconfianza que aún guarda –desgraciadamente, muchas veces con razón –, hacia el
sistema político y con el sistema social en general, sobreponiéndose a los desencantos y decepciones
experimentados con los magros e insuficientes resultados de nuestra democracia. El nivel de
participación y ejercicio de los derechos y recursos democráticos directos como el referéndum o
plebiscito sigue siendo demasiado endeble, además de que apenas dieciocho entidades cuentan con
leyes de participación ciudadana.
Para conocer con mayor profundidad las características y el panorama actual de la ciudadanía
mexicana, así como aquellos factores que han incidido en su desarrollo, la lectura del Informe País
sobre la Calidad de la Ciudadanía en México 2014 realizado por el Instituto Federal Electoral (IFE),
presenta algunos datos importantes que podrían ayudarnos a profundizar en su comprensión.
En dicho informe, el Instituto Federal Electoral remite la calidad de la ciudadanía al régimen de
libertades, derechos y verdaderos mecanismos de protección existentes en una sociedad. El informe
señala graves debilidades en los sistemas legales, así como una operación deficiente por parte de las
agencias gubernamentales para generar confianza en su actuación y lograr un Estado de derecho
democrático.
La democracia es percibida por una parte importante de la ciudadanía mexicana como un sistema
donde muchos participan y pocos ganan –lo contrario de lo que una democracia tendría que ser–; lo
cual puede relacionarse con el sistema electoral en el que unos cuantos son seleccionados para
ocupar puestos públicos, generando, adicionalmente, un déficit de representación.
Por ejemplo, el 48% de los encuestados estuvo de acuerdo con la afirmación de que en la
democracia muchos participan y pocos ganan. Algunas diferencias de opinión varían conforme al
nivel de estudio de los encuestados, es decir, hasta un 55% de la ciudadanía con estudios superiores
concibe a la democracia mexicana como un sistema
 donde muchos participan y pocos ganan, en
contraposición al 46% de quienes contaban con menos estudios.
Los partidos políticos exponen un déficit de representatividad y confianza, sobre todo entre los más
jóvenes, de 18 a 29 años de edad, quienes en un 52% no se identifican con ningún partido; además
de que cerca de tres cuartas partes de la población cree que los políticos no se preocupan por ellos.
En relación a la confianza en las instituciones, se muestra que ésta en México es baja; siendo el
Ejército (62%), los maestros (56%) y las iglesias (55%) las instituciones en las que la ciudadanía
mexicana tiene más certidumbre. Se muestra de la misma manera que los encuestados confían un
poco más en el gobierno federal (36%) que en el gobierno de su estado y municipio (30%). Por su
parte, la confianza en los partidos políticos y los diputados está por debajo con un 20%, y la
confianza en la autoridad electoral es de un 34 por ciento.
Las conversaciones entre personas sobre política es la actividad o forma de participación más
común entre la ciudadanía mexicana, dicha actividad constituye casi un 40% de la participación no
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electoral. La segunda actividad más común consiste en la asistencia a reuniones de cabildo


municipal o delegacional, mientras que apenas un 11% de los ciudadanos colabora en actividades
de las campañas electorales con los partidos y un porcentaje similar comparte o lee información
política en las redes sociales. Un aspecto interesante de la región sur es que es donde se encuentran
más ciudadanos que realizan firma de peticiones en señal de protesta (58%) y que participan en
manifestaciones o protestas públicas (68%).
La asociación es todavía una práctica que la ciudadanía mexicana requiere fortalecer, aún se observa
cierta incapacidad de cooperación en el ámbito político para poder generar influencia en el gobierno
y unir intereses. El informe sobre calidad de la ciudadanía muestra que aún es baja la membresía en
grupos y asociaciones de la vida comunitaria, para ello se preguntó en torno a la pertenencia de 12
tipos de organizaciones, siendo las más concurridas en participación las asociaciones religiosas
(21%). En segundo lugar, se ubican las asociaciones de padres de familia, donde 6% de los
encuestados es miembro activo y 13% ya lo era con anterioridad, sumando en total 19 por ciento.
Las organizaciones deportivas ocupan el tercer lugar, con una tasa de participación total de 15%,
mientras que los partidos políticos cuentan con un 3% de pertenencia de los encuestados y un 4%
se ha asociado a sindicatos. La participación en grupos estudiantiles tiene un nivel total de 10%, y
en el caso de asociaciones culturales 8% de los mexicanos reporta ser miembro. En relación a las
asociaciones vecinales el nivel de membresía llega a 7% a nivel nacional, mientras que las
asociaciones de voluntariado o beneficencia, cuentan con un nivel de participación de 5% en total.
Las ventajas del asociacionismo posibilitan constituir más fácilmente capital social y generar
eventualmente un compromiso cívico ya que el trabajo en red permite generar reciprocidad,
intercambio y equidad en el trato. Las interacciones constantes entre las personas generan lazos de
confianza e intercambio de información, asociarse es un medio para conseguir el empoderamiento
de los ciudadanos y fortalecer su voz en el sistema político. De manera adicional el sentido de
pertenencia a una sociedad revalora la democracia e invita al entendimiento de las diferencias entre
los diferentes grupos y sus intereses.

Cultura política
El rol de la cultura política en el sistema político repercute en el diseño institucional y las formas de
conducirse de los actores políticos, en su conformación influyen aspectos sociales, económicos,
educativos, así como procesos de desarrollo histórico particulares a cada sociedad. Esta se integra
a su vez por el comportamiento de la ciudadanía, la dinámica del electorado, la actuación de los
partidos políticos y grupos de presión, la colaboración ciudadana y de la sociedad civil, dando
detalles sobre como socializan los actores del sistema y cómo norman su proceder.
Así como la cultura puede entenderse desde el conjunto de creencias, valores, tradiciones, rituales
y costumbres de un grupo social determinado, en el ámbito político estos se convierten de igual
forma en aspectos influyentes. Por otro parte la percepción de los individuos respecto de los asuntos
políticos condiciona sus pautas de acción, aunque desde una perspectiva sociológica se puede
afirmar que la cultura política se delinea alrededor de las estrategias para la conservación del poder.
Hacer una descripción de la cultura política permite observar algunas modificaciones significativas
en las instituciones y procesos del sistema político. México cuenta con un desarrollo histórico lleno
de sucesos que han modificado a lo largo del tiempo sus estructuras sociales. Para la consolidación
de un régimen democrático el país ha pasado por acontecimientos como la Revolución Mexicana a
principios del siglo XX que llevaría a la promulgación de la Constitución de 1917, con ideales
sociales, nacionalistas y liberales, pero con enérgicas disposiciones a favor de la concentración del
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poder en una presidencia de carácter fuerte. Posteriormente se formaría un partido hegemónico


nacional convocado por Plutarco Elías Calles para unificar las distintas facciones revolucionarias y
evitar la disgregación política y el resurgimiento de los conflictos armados tras el asesinato de
Álvaro Obregon. A pesar de sus importantes logros en estabilidad política, desarrollo económico y
paz social, inmediatamente el sistema degeneró en un régimen autoritario que duraría 7 décadas en
el que si bien se celebraron elecciones de manera religiosa y puntual, éstas estuvieron muy lejos de
los estándares democráticos y sufrían intervenciones sistemáticas por parte del aparato
gubernamental.
Durante estos años de delinearon algunas prácticas políticas que combinadas con el bajo desarrollo
social y educativo de la población, moldeó el comportamiento político de los ciudadanos, dando
lugar a uno de los aspectos de la cultura política mexicana que ha mermado la participación
ciudadana proactiva: el paternalismo de Estado. Lo que incidiría en años posteriores transmutado
en apatía política por parte de los ciudadanos, ya que el Estado adopta un rol protector donde el
ciudadano es pequeño y requiere del cobijo de la autoridad, y a su vez se deslinda de la
responsabilidad en la solución de las problemáticas sociales.
A finales de la década de los sesenta se comenzaron a manifestar las primeras rebeliones contra el
autoritarismo lideradas por la población joven de nivel socioeconómico medio, y con grado de
escolaridad a nivel bachillerato o universidad. Es hacia la década de los ochenta donde se amplían
algunos derechos políticos de los ciudadanos, se permite el registro de nuevos partidos, se establece
el sistema de representación proporcional y se comienza a modernizar el sistema electoral. En el
año 2000, se produce la primera alternancia partidista pacífica en la historia del país, con lo que
comienza lo que ha llegado a llamar, la transición mexicana con las dosis de optimismo y
escepticismo que caracterizan a estos periodos de transformación sociopolíticos.
Los cambios en las instituciones del sistema político mexicano han sido producto de la disputa entre
grupos o élites de poder, al mismo tiempo que de la movilización de otros actores sociales. Los
partidos políticos han jugado un papel fundamental en este largo proceso, pues la conformación del
sistema de partidos imprimió una dinámica más competitiva, aunque muchas veces, en el plano
legislativo la polarización ideológica dificulte en muchas ocasiones la consecución de acuerdos para
solucionar los problemas del país.
En consonancia con lo dicho por Soledad Loaeza, el sistema político mexicano se ha caracterizado
por generar pocos incentivos para propiciar cambios de interés general que contribuyan al
fortalecimiento de la democracia. El equilibrio de poderes constitucionales generado a mitad de la
década de los setenta, reconfiguró también las atribuciones y la relación de fuerza entre ellos.
Otro de los sucesos relevantes en la configuración de la cultura política en México tuvo lugar con la
liberalización de la economía, pues implicó cambios estructurales traducidos en desregulación y
descentralización, lo cual impacto a las élites y generó un fuerte debate en torno a la soberanía y el
nacionalismo; sin embargo, después de la intensificación y consolidación de la globalización, la
visión hacia la cooperación internacional se hizo más fuerte. El Estado ha ido modificando, de esta
manera, su papel en la vida económica creando nuevos mecanismos de regulación y vigilancia,
pasando de ser un Estado interventor a uno regulador.
La sociedad mexicana se ha caracterizado por su desinterés en la política, así como por su
desarticulación en la persecución de intereses colectivos. En lo que se refiere al desarrollo de las
organizaciones de la sociedad civil, es evidente su desarrollo durante las últimas dos décadas del
siglo XX y lo que llevamos de éste.
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El terremoto de 1985 se ha descrito como detonador de organización de la ciudadanía mexicana,


que se incrementaría a partir de la década de 1990, con el Estado regulador y de ideología liberal el
cual permitió la creación de espacios para la sociedad civil organizada.
La noción de que la participación en la sociedad civil es una forma de generar contrapesos a los
poderes políticos ha ido permeando poco a poco en la ciudadanía y, pese a todo, ha contribuido en
forma relevante al fortalecimiento de la democracia. Una de sus labores más importantes ha sido el
monitoreo electoral para evitar que se cometan fraudes, así como la posterior reducción del gasto
de los partidos políticos en campaña. A pasos cortos pero significativos se han comenzado a delinear
políticas públicas que impulsen este sector, como es el caso de la generación de una Ley Federal de
Fomento a Actividades realizadas por Organizaciones de la Sociedad Civil.
La cultura política es cambiante y está sujeta a muchas condiciones del entorno que la permean. Es
así que en un escenario más reciente podemos describirla a partir de a Encuesta Nacional sobre
Cultura Política y Prácticas Ciudadanas realizada por la Secretaría de Gobernación, que mide
aspectos tales como el interés en la política y en los asuntos públicos, los niveles de información y
conocimiento político, la confianza en las instituciones, los niveles de acción y hábitos políticos, la
eficacia ciudadana, la ideología y preferencia partidista, la participación electoral, la tolerancia,
discriminación, libertad y las expectativas ciudadanas, entre otros.
Realizada en el 2012, la encuesta fue aplicada a 3 mil 750 hombres y mujeres mayores de 18 años.
Entre sus principales resultados destacan que ocho de cada diez ciudadanos perciben la política
como un tema muy complicado o algo complicado. El setenta y seis por ciento de los ciudadanos
eligieron a la televisión como el medio de comunicación al que acuden con mayor frecuencia para
enterarse de lo que pasa en política. Seis de cada diez ciudadanos ven a la democracia como la forma
de gobierno que más prefieren. En cuanto a la confianza institucional, las siguientes instituciones
resultaron ser las mejor evaluadas por parte de los ciudadanos: Médicos, Iglesia, Maestros, Ejercito,
Televisión y los Militares. Los que recibieron la peor calificación por parte de los entrevistados
fueron: Sindicatos, Diputados, Senadores, Partidos Políticos y la Policía. Un sesenta y cinco por
ciento de los ciudadanos entrevistados declararon tener poco interés en la política.
Los niveles de corrupción que perciben los ciudadanos en los tres niveles de gobierno resultaron
ser muy elevados; sin embargo, ubican al municipio como el nivel de gobierno en el que se registra
un menor grado de corrupción. Cuatro de cada diez ciudadanos piensan que en el futuro tendrán
menos posibilidades de influir en las decisiones de gobierno. Sobre la idea que tienen los ciudadanos
del rumbo que lleva el país, sesenta y cuatro por ciento contestó que el país no va por el rumbo
adecuado. Ante la existencia de un problema que aqueja a la ciudadanía, resultó que las acciones
más frecuentes a las que recurre el ciudadano para darle solución son: organizarse con otras
personas, quejarse ante las autoridades y firmar cartas de apoyo.
Sobre la necesidad que tiene nuestro sistema político de contar con partidos políticos, un tercio de
los encuestados los percibe como poco o nada necesarios. Mientras que cuarenta y cuatro por ciento
de la población entrevistada encuentra que para trabajar en una causa común resulta difícil o muy
difícil organizarse con otros ciudadanos. Ocho de cada diez ciudadanos está de acuerdo o muy de
acuerdo en que el ejercicio del voto es el único mecanismo con el que cuentan para decir si el
gobierno hace bien o mal las cosas y tres cuartas partes de los ciudadanos entrevistados dijeron
sentirse muy orgullosos de ser mexicanos.
11

El ciberespacio como espacio público


El término ciberespacio es un neologismo creado por el novelista William Gibson que alude a una
formulación social consensuada, que posteriormente sería usado por el activista de Perry Barlow
para describir el espacio virtual o una realidad nueva ligada a la comunicación a distancia y la
gestión de la información.
El ciberespacio podría concebirse como un nuevo espacio para la actividad política, que además de
ser un espacio abierto sin forma definida, se encuentra en constante transformación y recibe
retroalimentación activa de sus participantes, en él se construyen nuevas identidades resultado de
las interacciones entre sus diversos usuarios y se rompe con las jerarquías, obligando a que se
generen formas de organización horizontales, muchas veces con liderazgos difusos e influencias
desde muchas aristas.
El ciberespacio es flexible y moldeable, y ha abierto nuevos horizontes para la discusión política,
creando modos variados para el activismo donde hay lugar para la experimentación y para retar los
viejos paradigmas, así como para desafiar las viejas estructuras. Dentro de la interacción que se
realiza en él hay espacio para los argumentos encontrados en la divergencia, para poder expresarse
con libertad y disentir de la opinión de otros, pues el orden en la participación colectiva o la
democracia en las discusiones se da de forma orgánica por la naturaleza de las plataformas o de los
mismos aparatos electrónicos.
Las TIC han permitido que este proceso ocurra en forma continua, pues permite reconocer espacios
con quien sumar para cierta causa, pudiéndose generar nuevas formas de participación ciudadana
y aprovechar su valor agregado, pues facilitan el trabajar en red, lo cual a su vez propicia ejercicios
de inteligencia colectiva.
Las redes que se generan a través del ciberespacio pueden verse como estructuras sociales, como
sistemas abiertos, dinámicos y extremadamente sensibles a la innovación, lo que permite agilizar
extraordinariamente el flujo de la información y compartir intereses comunes a través del dialogo
y la concertación.
Las redes tienen un valor significativo como el capital social, ya que a través de ellas la cooperación
se realiza de forma ordenada logrando interacción con reciprocidad entre sus miembros. Si bien el
reto de la ciudadanía es incrementar su capacidad para asociarse y organizarse, de manera
optimista podemos recordar la teoría de los seis grados de separación que explica que cualquier
persona puede estar conectada con otra persona del planeta en no más de seis conexiones, situación
que en la actualidad puede darse de forma más asidua a partir de una mayor penetración de internet
y del nacimiento y auge de las redes sociales que ha contribuido a disminuir las distancia y aumentar
la conectividad entre las personas alrededor del mundo.
Esta teoría surge de un experimento realizado por el profesor de Harvard, Stanley Milgram, quien
midió la longitud de conexiones entre personas en algunas ciudades de Estados Unidos. Para el
desarrollo de este experimento seleccionó diferentes individuos al azar y les entregó un paquete
con una carta explicándoles que debían hacerlo llegar a alguna persona en otra ciudad con solo
algunos datos del destinatario sin incluir la dirección, para ello podían entregar el paquete a alguien
que viviera en la misma ciudad y que tuviera posibilidades de conocer al destinatario. Una vez que
lo enviaban ponían su nombre en una lista y el siguiente destinatario realizaba lo mismo, al tiempo
que enviaban una carta a Milgram, para que pudiera seguir la pista del paquete. Una vez que el
destinatario final recibía el paquete, los investigadores contaban el número de personas a las que
12

había sido enviado y concluyeron que la población de Estados Unidos estaba separada por un
promedio de seis personas.
Posteriormente, en 2008 una empresa de mensajería instantánea repitió el experimento analizando
30 millones de conversaciones electrónicas entre cerca de 180 millones de sus usuarios en el
planeta, y concluyeron de igual manera que se necesitaban 6,6 personas para llegar a cualquier ser
humano en el planeta.
El ciberespacio como ágora virtual facilita la participación colectiva sin la necesidad de
interacciones cara a cara, la red permite participar en el momento que se desee o que se cuente con
tiempo para hacerlo, contribuye a que se armonice la colectividad y y sus ideas, toda vez que se
realiza en tiempo real y que posibilita la continuidad y constancia en el debate. Esto a su vez
replantea el papel de la temporalidad en la política, pues el flujo de la información para fines
políticos requiere de su optimización, sin embargo, la tecnología compensa a aquellos que disponen
de menos recursos para incidir en la política, mientras que el uso de redes sociales aumenta el
capital social de aquellas personas que participan en ellas.
Una herramienta desarrollada para medir la interacción en las redes sociales es la Social Network
Analysis (ARS), que con un enfoque estructural calcula las relaciones entre los actores, haciendo
énfasis en por qué la gente interactúa, lo que podría permite comprender algunos fenómenos
sociales, reflejar los comportamientos de los individuos y la forma que adoptan sus vinculaciones
mutuas, profundizando en los factores que los une o relacionan. La ciudadanía tiene poder de
decisión en los lugares donde desee participar, y libertad para dedicar el tiempo que desee emplear
y otorgar mayor valor tanto a la crítica como a la búsqueda de soluciones. Otro aspecto significativo
resulta de la constatación de que los liderazgos en la red no se dan por medio de elecciones si no a
través del mérito y la fuerza argumentativa y el contenido de las aportaciones.
En el ciberespacio se genera un contexto compartido, donde “la ingeniería del vínculo social” como
la describe Pierre Lévy, se convierte en un arte de mantener colectivos inteligentes y de valorizar al
máximo la diversidad de las cualidades humanas. Este nuevo espacio público cuenta con inteligencia
repartida donde la coordinación en tiempo real resignifica las interacciones y los resultados de la
comunicación realizada a través de él. La inteligencia colectiva tiene la capacidad de contener el
ejercicio excesivo del poder, lo que nos permite plantear la pérdida de importancia de la toma del
poder y el aumento simultáneo de la importancia del engrandecimiento de las potencialidades del
talento humano para contribuir a resolver los problemas de la sociedad.
El ciberespacio como ágora digital contribuye a eliminar las barrera sociales y los monopolios en
manos de las élites, ya que el bajo costo de participación hace más accesible a personas comunes la
posibilidad de integrarse, disminuyendo, simultáneamente el costo y las dificultades de aprendizaje,
sobre todo en las nuevas generaciones para las cuales el uso de internet y la comunicación a través
de las redes virtuales es ya algo completamente natural y cotidiano.

Ciudadanía para la democracia


La ciudadanía en este nuevo contexto de posibilidades puede replantear el contrato social que en el
que se ha basado el funcionamiento del Estado, permitiendo que la participación sea el elemento
fundamental de su existencia, con lo que podrá exigir y ganar mayores espacios y procedimientos
para que ambas partes trabajen en condiciones más equitativas en pos de objetivos comunes y así
generar resultados más satisfactorios para el conjunto de la sociedad.
13

La participación directa en la asamblea en la antigua Grecia era el órgano fundamental de la


democracia, en ella el acceso a la palabra se garantizaba a través del debate extenso y popular, y se
honraba la participación del ciudadano ante la comunidad por su propio mérito; tal y como enunció
Pericles de acuerdo a Tucídides, “las palabras no perjudican la acción sino que el prejuicio resulta
más bien de no enterarse primeramente mediante la palabra antes de ponerse a hacer lo que es
preciso”. Esta se configuraba como el imperio de la ley y el respeto irrestricto a la libertad ciudadana
que se caracterizaba por la virtud cívica y el respeto a los valores democráticos.
La ciudadanía es un concepto amplio que puede describirse desde diferentes perspectivas, Alfred
Marshall (1950) en su libro Ciudadadanía y Clase social (Citizenship and Social Class and Other
Essays), distingue algunas etapas de la evolución de la ciudadanía, a saber, la ciudadanía política
como el derecho a participar en el ejercicio del poder político desarrollada durante el siglo XIX a
partir de la expansión del derecho al voto y de la división de poderes, y ciudadanía social como el
derecho a gozar de una calidad de vida digna garantizada por el Estado que se desarrolló durante el
siglo XX, a partir del establecimiento y consolidación del Estado de bienestar. Desde una dimensión
jurídica o normativa, podemos citar a Thomas Janoski quien define la ciudadanía como “la
membresía pasiva y activa de individuos en un Estado-nación con ciertos derechos universales y
obligaciones en un dado nivel de igualdad”, se la concibe como un estatus concedido a los miembros
en una comunidad con derechos y obligaciones.
Estas concepciones podrían verse limitadas, toda vez que ahora se requiere de una concepción de
la ciudadanía más activa, que coopere con el Estado y que construya alianzas para luchar por hacer
valer sus derechos. En el ámbito político, la ciudadanía requiere de renovar la vocación política y de
liderazgos frescos y emprendedores.

La generación de una ciudadanía democrática no es un proceso autónomo o que


pueda alcanzarse mediante cursos de educación cívica, sino que requiere
modificar el carácter de los vínculos establecidos entre ciudadanía, partidos y
gobierno local, porque las prácticas políticas entre ellos establecen posibilidades
y limitaciones de una ciudadanía democrática y democratizadora” (Tejera
Gaona, 2007)

Se requiere de ciudadanos que constituyan y den vida a los espacios públicos desde la reflexión y la
propuesta; el ciudadano forma parte de una sociedad y no sólo se construye desde la individualidad
sino que es interdependiente de las relaciones y el contacto con otros individuos y con la comunidad.
Junto con una nueva concepción de la ciudadanía, hemos de incluir su extensión en el plano digital,
bajo cuyo enfoque se observa al individuo consiente de la posibilidad de generar contacto con otros
individuos y con el resto de la sociedad haciendo uso de todo el potencial de las tecnologías de
información y comunicaciones; el ciudadano digital reconoce en la tecnología una herramienta
fundamental para dinamizar los procesos sociales y políticos.
El reto para la consolidación de una ciudadanía digital reside en que el individuo se apropie de las
nuevas herramientas de comunicación y haga uso de tales espacios para impulsar y catalizar su
participación en aquellos temas que le conciernen como integrante de una sociedad. Esta visión de
las TIC busca humanizarlas, recordando que las comunidades se fundan a partir de la comunicación
abierta y racional, así como del intercambio de información y recursos en la búsqueda de soluciones
compartidas a los problemas individuales y colectivos.
14

Para habilitar una ciudadanía digital habrá que generar estrategias de aprendizaje que permitan
aumentar las habilidades digitales, así como para lograr hacer uso de los espacios de participación
de manera responsable y con miras a la transformación social.
Quedará como tarea del Estado garantizar el acceso a internet de forma igualitaria e incluyente,
proveer de infraestructura, generar espacios y dotar de recursos para el aprendizaje y desarrollo de
habilidades digitales, así como garantizar el derecho de acceso a la información, en un marco de
transparencia y velando por la seguridad y privacidad de la información particular; además de
gestionar espacios de todo tipo que promuevan y faciliten la participación toma de decisiones
colectiva. Por su parte, el ciudadano digital deberá trabajar para incrementar sus habilidades de
manejo de información, como la valoración de las fuentes, la búsqueda de datos, la toma de
decisiones a través de ellos y la creación de nuevos productos.
El ciudadano deberá de fortalecer sus capacidades de participación y de organización, adoptando
un rol activo, en el que denuncie y movilice a otros ciudadanos a incidir en los asuntos públicos y en
el desarrollo objetivos estratégicos.
De esta manera, podrán emerger nuevas formas de participación, tales como el activismo digital,
que permite dar voz y coordinar acciones en pos de causas que no suelen encontrar resonancia en
los medios de comunicación tradicionales. Se trata de un tipo de activismo que requiere de
planificación estratégica para tener un impacto más amplio mediante la construcción de diferentes
diferentes escenarios y alianzas.
Aunado a lo anterior, en los últimos años ha emergido una nueva tendencia innovadora en el
ejercicio de la ciudadanía que es el hacking cívico, mediante el cual se hace uso de las herramientas
informáticas en el procesamiento de la información con la finalidad de crear soluciones tecnológicas
que atiendan a problemas de la ciudadanía.
Las soluciones tecnológicas generadas desde la innovación y con perspectiva ciudadana y
transformadora pueden ser de bajo costo, ejemplo de ello lo constituye la experiencia mostrada por
la organización Codeando México que lanzó una convocatoria para retar a programadores a hacer
una aplicación de bajo costo como alternativa a la aplicación de la Cámara de Diputados, la cual se
licitó en marzo de 2013 por un monto de 115 millones de pesos.
La respuesta a dicha convocatoria fue de 130 propuestas alternativas que lograron que se ahorrara
recursos significativos del presupuesto público. Después de ese ejercicio, el Sistema de
Administración Tributaria (SAT) contactó a la organización para realizar una nueva convocatoria
con el fin de desarrollar la aplicación móvil de dicha dependencia, demostrando la cantidad de
talento existente en nuestro país para desarrollar este tipo de proyectos. Este esfuerzo muestra la
necesidad de que los gobiernos adopten una nueva perspectiva respecto de la apertura de datos, ya
que la información que se pone a disposición pública puede ser utilizable para generar nuevos
productos que habiliten su consulta y difusión de tal manera que a su vez sirva para apoyar la toma
de decisiones por los actores gubernamentales.
A lo largo del mundo, existen ejemplos de participación ciudadana que están haciendo cambios
proactivos, como los denominados hackatones, (síntesis de hacker y maratón); término que alude
al espacio colectivo en un lapso corto de tiempo donde se desarrollan aplicaciones y software libre
sobre cierta temática social. Los eventos de este tipo suelen ser desarrollados por organizaciones
de la sociedad civil en coordinación con universidades o centros de investigación y su esencia reside
en dinámicas a través de las cuales los participantes comparten y complementan sus habilidades
individuales mediante un trabajo colaborativo y mantiene la moaltamente motivacional.
15

Figura 18.0 autor Organización Desarrollando América Latina. “Hackathon en Santiago de Chile
dentro de DAL2013 en la Universidad Finis Terrae”. Iniciativa para el desarrollo de aplicaciones de
impacto social y promoción de la innovación y el emprendimiento en diversos países de América
Latina. Desde 2011, organizadores en diversos países se han sumado para gestionar eventos de
datos abiertos en toda la región, a través de competencias colaborativas de desarrollo de
aplicaciones que den soluciones creativas a las diversas problemáticas de las ciudades
latinoamericanas.

¿Más gobierno abierto o más ciudadanía?


Si bien se ha planteado la necesidad de reconcebir el papel del gobierno, las respuestas a la solución
de las problemáticas actuales de la democracia se hallan únicamente –tal vez ni siquiera
principalmente, como ya se ha argumentado– en las instancias gubernamentales, sino que el
ciudadano deberá a su vez replantear su papel en la vida política y prepararse para las nuevas
condiciones que generan de forma constante áreas de oportunidad novedosas para la
transformación social, vemos así que la ciudadanía activa y organizada puede alcanzar mayores
logros en la solución de sus problemas y los de la comunidad, coadyuvando al fortalecimiento de la
democracia plural y participativa.
La propuesta de los gobiernos abiertos y, en concreto, del parlamento abierto no están a salvo de
vicisitudes, los nuevos mecanismos de participación requieren de la constante innovación y de
ciudadanos comprometidos, dispuestos a involucrarse y trabajar en conjunto. Estas acciones han
de construirse de la mano entre la sociedad civil y el gobierno, y con el entendimiento pleno y
profundo de las condiciones y el contexto de aplicación.
Algunos proyectos ya existentes sobre democracia digital, sobre todo los implementados en las
instituciones públicas, han generado a su vez nuevas demandas, tanto al interior como al exterior
16

de las instituciones gubernamentales, permitiendo prever la posible tensión entre el flujo


imponente de la información y la capacidad de las instituciones para canalizar y asimilar la
retroalimentación recibida.
Por lo anterior, uno de los principales focos de atención para garantizar la sostenibilidad de este
tipo de proyectos radica en la necesidad de contar estrategias sólidas y viables, capaces de generar
igualdad e inclusión política y social en la ciudadanía. Esto requiere de impulsar la equidad en las
participaciones, tomando en cuenta la desigualdad de recursos entre distintos sectores de la
sociedad, cuidando que no se traduzca en diferencias significativas en los niveles de influencia
política.
Por otro parte habrá que contemplar la posible exclusión digital a causa de la falta de infraestructura
o bien de habilidades digitales en gran parte de la ciudadanía. La inclusión digital debe estar en un
lugar privilegiado de la agenda nacional entendiendo por ella la igualdad de condiciones en el acceso
a las TIC. Se trata, ciertamente, de un proceso dual, en el que el Estado ha de facilitar la disposición
de recursos e infraestructura y el ciudadano comprometerse a hacer el mejor uso de ellos.
Las estrategias para consolidar una ciudadanía digital deben contemplar también líneas de acción
en materia educativa, para formar nuevas generaciones de ciudadanos que cuenten por una parte
con una nueva formación cívica que se traduzca en un mayor conocimiento de los procesos políticos,
y por la otra, con las facilidades para el desarrollo de habilidades digitales.
En relación a la educación cívica, en este sentido podemos retomar los esfuerzos del Instituto
Federal Electoral (IFE) plasmados en la Estrategia Nacional de Educación Cívica para el Desarrollo
de la Cultura Política Democrática en México 2011-2015, que funge como órgano orientador en las
acciones institucionales para la formación de ciudadanía. El IFE describe la educación cívica como

el proceso formativo que contribuye a la convivencia y participación


democráticas de las y los ciudadanos, mediante el desarrollo de un conjunto de
competencias que los hacen conscientes de la importancia del ejercicio de sus
derechos fundamentales, el cumplimiento de sus obligaciones ciudadanas y de
la participación en los asuntos públicos” (IFE,2011).

La educación en esta materia se convierte en un medio para generar la competencias necesarias


para que las personas puedan ejercer sus derechos y obligaciones, en un entorno democrático de
convivencia política.
La cultura cívica puede concebirse como el conjunto de principios adoptados por la ciudadanía para
desarrollarse en el ámbito político y estabilizar la democracia, lo cual incluye incorporar valores
como la solidaridad y la equidad, el respeto, la colaboración, la corresponsabilidad y la
complementariedad de las acciones. La apuesta por desarrollar una cultura cívica fuerte, dinámica
y creativa, a la par de una cultura digital que genere más confianza en el uso de las tecnologías de
información y comunicaciones, permitirá cerrar brechas entre la vinculación de los diferentes
sectores de la sociedad.
En la medida en que el ciudadano descubra la utilidad de la inteligencia colectiva podrá enriquecer
su participación y su papel estratégico en la consolidación de la democracia, al final existe una
correspondencia innegable entre la calidad del compromiso y de la participación ciudadana y la
calidad de su gobierno.
17

A este respecto resulta conveniente hacer alusión a lo que me parece que debemos perseguir en pos
de avanzar hacia un horizonte utópico de la democracia al que si bien nunca se llega siempre se
avanza hacia él y siempre está ahí para orientar el presente.
Democracia es un anhelo y un principio rector que se encarga de consolidar una repartición del
poder tal que nunca nadie en particular tenga todo el poder y en el que la negociación y el consenso
se impongan a los distintos actores como lo más económico en la lucha por ese mismo poder; es un
sistema de contrapesos, incentivos y castigos que involucra a sus actores a luchar dentro del marco
de las reglas establecidas y acordadas, so pena de quedar fuera del juego político.
Así, se tiene que llegar a un arreglo que logre limitar el afán ilimitado de poder por parte de
cualquiera. La búsqueda del poder debe quedar inextricablemente mediada por la limitación al
mismo que impone el sistema. En una democracia el que busca el poder acepta, entiende, cree y se
ve obligado a verlo limitado y a cederlo. En una democracia real nunca nadie tiene todo el poder ni
nadie carece totalmente de él, nunca nadie lo detenta indefinidamente ni nadie se ve excluido de su
ejercicio de manera sistemática. La ciudadanía digital y el gobierno abierto nos acercan, sin lugar a
dudas a este ideal democrático
Creo profundamente que sólo si se está convencido de todo esto existe la posibilidad de avanzar
hacia principios plurales de tolerancia, libertad, justicia e igualdad, y, por su intermediación, hacia
formas de convivencia colectivas siempre mejores y perfectibles. Lo contrario nos lleva de vuelta a
los umbrales de autoritarismos y totalitarismos que se supone habíamos dejado atrás y en los que
la ley siempre es la ley del más fuerte y la norma es la aplicación arbitraria y violenta del poder
unilateral.
18

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