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INTRODUCCIÓN
Si bien la democracia es hoy en día una noción de uso común, rara vez nos detenemos a reflexionar
sobre su significado. Nos pasa con ella un poco lo que a San Agustín con el tiempo, con respecto al
cual llegó a decir: “Si pienso en el tiempo, sé lo que es, si me lo preguntan, ya no lo sé”. Dilema que no
resulta difícil aplicar al concepto de democracia: todos nos referimos a él y lo entendemos más o
menos claramente, pero pocos la concebimos en forma precisa y bien definida, y menos aún estamos
de acuerdo respecto a lo que significa.
Como dijera José Ortega y Gasset en su libro En torno a Galileo,
Una misma cosa se puede pensar de dos modos: en hueco o en lleno. [Cuando
pienso en hueco uso las palabras] fiduciariamente, a crédito, como uso un
cheque, confiado en que siempre que quiera lo podré cambiar en la ventanilla de
un banco por el dinero contante y sonante que representa. (…) Este pensar en
hueco y a crédito, este pensar algo sin pensarlo en efecto, es el modo más
frecuente de nuestro pensamiento. La ventaja de la palabra que ofrece un apoyo
material al pensamiento tiene la desventaja de que tiende a suplantarlo, y si un
día nos comprometiéramos a realizar el repertorio de nuestros pensamientos
más habituales, nos encontraríamos penosamente sorprendidos con que no
tenemos más que los cheques, pero no las monedas que aquellos pretende valer;
en suma, que intelectualmente somos un Banco en quiebra fraudulenta
(1982:35).
Con palabras como democracia sucede frecuentemente precisamente lo descrito por Ortega y
Gasset: la utilizamos todo el tiempo sin reparar demasiado en lo que significa, pero si por un
momento nos detenemos a reflexionar sobre su sentido, es muy probable que nos sorprendamos
por la escasa o nula claridad que tenemos al respecto o con la falta de consenso que existe sobre su
significado, alcances e implicaciones.
De hecho, hoy somos testigos de una gran paradoja con respecto a la democracia: mientras que
nunca antes en la historia de la humanidad había habido tantos países bajo regímenes que se
califican a sí mismos como democráticos, ella sufre una de sus mayores crisis de legitimidad en la
medida en que parece respirarse un desencanto generalizado respecto a su capacidad para
responder a las expectativas, necesidades y demandas del mundo actual.
En palabras de Carlo Galli (2013:9-10):
instituciones para mantener sus propias promesas, para estar a la altura de sus
objetivos humanísticos, para otorgar a todos igual libertad, iguales derechos e
igual dignidad. La democracia ha sido arrasada por las transformaciones del
mundo.
Esto es doblemente paradójico, ya que no sólo vivimos en una época en la que se podría decir que la
democracia como sistema político ha triunfado casi indiscutiblemente, sino porque tal vez, desde la
época de su invención en la Grecia de los siglos VI y V a.c., en ninguna otra época –salvo tal vez
aquella que la vio nacer– se habían dado como hoy las condiciones sistémicas y tecnológicas para
alcanzar el mayor grado de participación ciudadana posible ni existían los mecanismos para regular
y vigilar el desempeño del gobierno que hoy tenemos a la mano.
En muchos sentidos –como sugerimos más arriba–, el problema de la democracia tiene que ver con
la multiplicidad de sentidos y significados que se le asocian, así como con la variedad de
conceptualizaciones que de la misma se han hecho, a tal grado de que a veces es dudoso que estemos
hablando de lo mismo. Olvidamos demasiado fácilmente que el debate político e ideológico se da en
primer término en torno a la definición legítima de las categorías claves de la lucha política, y hoy
por hoy una de estas categorías es sin lugar a dudas precisamente la democracia, y detrás de los
discursos y las polémicas que experimentamos se fragua una lucha por lograr que se acepte la
definición de la misma que le es más conveniente a cada actor político. De tal forma que no podemos
suponer que existe algo así como La Democracia, con “D” mayúscula, ante la que todas las otras
democracias de carne y hueso y con “d” minúscula no serían más que encarnaciones imperfectas que
se acercan más o menos a la definición legítima.
Y esto es precisamente lo que está en el tintero. Para algunos, la democracia se limita a la repartición
de poderes, el respeto irrestricto a las leyes y a la formalidad de un proceso electoral. Para otros, en
cambio, si bien las anteriores son necesarias, lo que justamente está en juego es la distribución justa
y equitativa del poder y de las oportunidades, en la que exista un verdadero sistema de participación
que garantice la inclusión en la toma de decisiones de todos los sectores de la sociedad. En esta
última definición, el proceso electoral es sólo un aspecto de lo que se persigue, sin lugar a dudas
imprescindible pero no el único ni forzosamente el más importante.
Por otra parte, el contexto en el que se ha podido desarrollar aquello que entendemos como
democracia ha ido cambiando en forma por demás significativa, desde sus inicios en la Grecia
clásica, con sociedades relativamente simples y con apenas decenas de miles de “electores”, hasta
las sociedades contemporáneas con padrones superiores a las decenas de millones, como es el caso
de México, con un padrón que supera los 60 millones de electores. Además del número de
ciudadanos con posibilidades de participación en el sistema democrático, la forma democrática ha
variado desde la directa hasta la universal y participativa, pasando por la censitaria y representativa.
Otro cambio significativo que aquí nos ocupa de manera especial, tiene que ver con la
transformación tecnológico que ha favorecido uno u otro tipo de participación ciudadana en los
asuntos públicos, como el ocurrido a mediados del siglo XV con la invención de la imprenta de tipos
móviles por parte de Johannes Guttemberg (1398-1468), o la emergencia de lo que hoy se conoce
como opinión pública posibilitada por el surgimiento y la generalización de la prensa escrita a finales
del siglo XVIII, lo que ocurrió en primer lugar en Inglaterra con el inicio de la circulación diaria del
Daily Courrant (1702).
La historia de la democracia se encuentra íntimamente relacionada con el cambio en las Tecnologías
de la Información y Comunicación (TIC), como magistralmente lo expuso Jürgen Habermás en su
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libro Historia y crítica de la opinión pública, y como los nuevos y sorprendentes desarrollos en esta
materia nos lo demuestran día con día. Aunque esta relación no es sencilla ni unilateral, sino
compleja y polivalente.
Como ya dijimos antes, y como lo desarrollaremos más adelante en el capítulo II, después de la ola
democratizadora de fines de los 80 y los 90, la democracia indirecta y representativa entró en una
grave crisis de legitimidad y participación, en muchos sentidos debido a la incapacidad para cumplir
sus promesas y hacer frente, al mismo tiempo, a los retos que la globalización le ha impuesto a los
sistemas estatales, por un lado; y por el otro, e íntimamente relacionado con lo anterior, debido a la
fragmentación, atomización y anomia que dichos procesos han provocado, junto con otros más
directamente relacionados con el desarrollo político de cada país.
Detrás de dicha crisis de legitimidad, también se encuentran las distintas distorsiones y
perversiones observadas en formas diversas en la gran mayoría de los sistemas democráticos del
mundo, tanto en aquellos que habían alcanzado su madurez en los países más avanzados del orbe,
como en los que iniciaron hace relativamente poco tiempo su periplo democrático después de haber
experimentado regímenes totalitarios (como Rusia), autoritarios (comoChile) o semi-autoritarios,
como México; en los cuales la desigualdad, la inseguridad, el clientelismo, el corporativismo, la falta
de mecanismos claros y confiables de rendición de cuentas y transparencia, la corrupción y, en fin,
la falta de una cultura democrática sólidamente establecida, entre muchos otros factores, han
mermado en forma grave la confianza en las relativamente jóvenes instituciones democráticas.
Entre los factores asociados con la globalización como causantes de la crisis democrática que nos
ocupa, tal vez uno de los más importantes tenga que ver con las fallas que aquella ha provocado en
los mecanismos de contrapesos que constituyen la columna vertebral de toda democracia, debido
al surgimiento en el seno del sistema global de fuerzas de distinta índole que trascienden el marco
estatal dentro del que, y para el cual, el sistema democrático funciona.
Algunas de estas fuerzas son por su misma naturaleza globales, como la transnacionalización del
capital, la fragmentación mundial del proceso productivo, las finanzas globales, los cárteles del
crimen organizado, las compañías transnacionales y los medios de comunicación que operan a nivel
planetario; y otras locales, si bien asociadas a los procesos desarticuladores provocados por la
globalización, como lo son la fragmentación y feudalización del poder estatal, la relativa
independencia respecto a la regulación en el seno del espacio estatal, el excesivo poder de algunos
grupos de interés nacionales e internacionales, la pérdida de intermediación ciudadana por parte
de los partidos y las instituciones estatales, la oligopolización de las estructuras partidarias y la
partidocracia resultante, entre muchos otros factores.
Por debajo de todos estos fenómenos pensamos que se encuentra la pérdida de valores
democráticos y, sobre todo, la atomización ciudadana y la desvinculación y des-intermediación
comunicativa entre las instituciones democráticas del estado y la ciudadanía, la cual se siente cada
vez menos representada y no ve reflejados sus intereses y aspiraciones en la agenda nacional.
A nuestro entender, es aquí donde las nuevas TIC pueden llegar a jugar un papel determinante, en
la medida en que se pueden convertir en un nuevo espacio público dentro del cual el ciudadano
pueda participar en forma significativa. Ya que si hay algo común a cualquier noción de democracia
es el reconocimiento del derecho de todo ciudadano a participar activamente en el diseño de las
instituciones y las leyes que lo van a representar y gobernar, a emitir su opinión respecto de la cosa
pública, así como respecto del proyecto colectivo dentro del que se inserta su propio proyecto de
vida personal. La democracia, en este sentido, no es tanto el poder del pueblo como entidad
abstracta y anónima, sino la defensa del derecho de toda persona a participar activamente, a través
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del diálogo y la argumentación racional, en la definición de los asuntos públicos y en el diseño de las
instituciones y leyes bajo las cuales se desarrolla su vida, y esto es así ya desde sus inicios, en la
Grecia clásica.
En aquella sociedad el uso directo de la palabra en la discusión de los asuntos públicos era
materialmente posible en virtud del tamaño de la comunidad y del espacio público de las asambleas.
Las discusiones, por ejemplo, tenían lugar ya sea en el Consejo (boulé) (conformado por 500
representantes de las 10 fylai (tribus) en las que se agrupaban las 30 tryttes y los más de 150 demoi
que conformaban la sociedad ateniense), ya en la Asamblea (ekklesía) que “se reunía en un lugar
abierto, la Pnix, cuya capacidad máxima apenas sobrepasó las seis mil personas” (García Moreno,
2008).
Por sus dimensiones, en las sociedades contemporáneas la discusión directa y en persona de los
asuntos públicos es materialmente imposible, razón por la cual la representación política a través
de delegados ha constituido la mejor opción para llevar a cabo la discusión en vivo de los asuntos
de interés general. Gracias a las TIC, sin embargo, hoy es posible ampliar el espacio público y hacer
un uso directo de la palabra en espacios virtuales de dimensiones extraordinarias, con lo que se
abren enormes posibilidades para el diseño de formas de participación directas que hace tan sólo
algunos años habría sido imposible si quiera imaginar.
Las sociedades actuales enfrentan algunas dificultades para actuar colectivamente, los individuos
se encuentran preocupados por conservar sus derechos e intereses particulares por lo que
difícilmente se ocupan de la procuración de intereses más generales, lo anterior hace necesaria una
reflexión seria de la importancia de hacer compatibles la libertad individual con la vida en
comunidad y de alguna manera volver a generar sentido de pertenencia en el establecimiento de
metas comunes.
Para la consecución de esta tarea, es menester recuperar la noción de comunidad y mostrar su
compatibilidad con la del individuo, con el que guarda una relación de mutua implicación: no hay
comunidad sin individuos ni individuos más que en el seno de la comunidad. La actividad en
comunidad implica alinear el interés individual con la solución de los problemas sociales, al tiempo
que se salvaguardan la integridad de los derechos individuales.
Al final la sociedad funciona como un todo y se articula como un sistema, por lo que acercarse a su
entendimiento a partir de la teoría de sistemas permite tener una perspectiva más amplia en torno
a su desarrollo y el de la democracia.
La teoría de sistemas pone el acento en el análisis de las estructuras y sus dinámicas complejas. Un
sistema se constituye a partir de la distinción con su entorno, diferenciándose e integrando
elementos en su seno. Los elementos que lo componen interactúan y se retroalimentan formando
cadenas de acciones que pueden llevar al desarrollo o estabilización del mismo. En este sentido
hablar de un sistema político, incluye el planteamiento sobre que los ciudadanos introducen
demandas de sus necesidades que al procesarse dan como resultado políticas públicas, al
satisfacerse las necesidades de la población el sistema se estabiliza, mientras que la acumulación de
demandas no resueltas tensa la dinámica, por ello la solución a una problemática dentro del sistema
requiere de establecer conexiones entre los actores del sistema a través de sus interrelaciones e
interacciones más o menos organizadas.
Para Niklas Luhmann (1996:77-78) un sistema
Esto es de la mayor relevancia porque corta de tajo una dicotomía que ha sido sumamente
perniciosa en el pensamiento social y político y que opone al individuo con el sistema, el individuo,
desde esta perspectiva, es un elemento del sistema que se constituye como tal, como individuo,
mediante la diferencia, por la diferencia y en la diferencia que conforma al mismo sistema, de tal
forma que el sistema social se conforma como “una específica configuración de relaciones sociales
(Zolo, 1992:4).
Aunque los elementos solidarios de las sociedades contemporáneas se han visto erosionados por
procesos diversos, entre los que cabe destacar el aumento de la complejidad y la diferenciación
social y la agudización de la competencia política y económica que le acompaña, la integración y
solidaridad siguen siendo elementales para el sistema en su conjunto. En este sentido la democracia
es el sistema social que ha mostrado responder mejor y de manera más equilibrada a la complejidad,
que se manifiesta como “la amplitud de rango de posibles elecciones y en el alto número de variables
que los agentes debe tomar en cuenta en sus intentos por resolver problemas de conocimiento,
adaptación y organización” (Gleizer, 1992:20).
Se necesita del desarrollo de características como la cohesión social y la confianza interpersonal
entre sectores de las sociedades, ya que cuando existen dichos factores la acción colectiva se vuelve
más sencilla y los ciudadanos recurren con mayor frecuencia a la resolución de problemas
comunitarios.
La esencia de la democracia y de la ciudadanía activa es la vida en comunidad, en donde los
individuos buscan resolver de manera conjunta y solidaria sus necesidades. La actividad
comunitaria involucra esfuerzos colectivos para solucionar problemas sociales, lo cual nos lleva a
pensar en las debilidades de la acción colectiva en nuestros días y cómo la participación ciudadana
podría beneficiar al funcionamiento de la democracia.
Una de las estrategias a seguir por los Estados es el fortalecimiento de su capital social para
favorecer la coordinación de los individuos en su beneficio mutuo, siendo así la confianza entre los
actores de la sociedad primordial para los regímenes democráticos. “El capital social es considerado
como un lubricante que logra una sociedad más eficiente, ya que las personas se organizan en
grupos para demandar más de sus gobernantes y resolver problemas comunes” (Putnam, 2000).
Desde la perspectiva de James Coleman, el capital social consiste en los recursos a los que acceden
los individuos que se insertan en estructuras basadas en las relaciones sociales, ya que al ser una
forma de capital implica que este puede ser productivo y que es vital para el logro de ciertos fines,
pues se hace un aprovechamiento de la buena relación que existe entre los individuos de una
sociedad y por tal es un activo imprescindible.
El capital social se puede medir con base en la cantidad y calidad de redes de relaciones, el grado de
confianza que las personas tienen entre sí y hacia las instituciones, así como a través de la
efectividad del gobierno para representar, solucionar conflictos y prestar servicios. Las redes y los
vínculos que se dan entre personas generan valor para la comunidad “de la misma manera que el
destornillador (capital físico) o una formación universitaria (capital humano) pueden aumentar la
productividad (tanto individual como colectiva), así también los contactos sociales afectan la
productividad de individuos y grupos” (Putnam, 2000).
que el que hacer de sus representantes se realice de manera responsable. Mientras que el gobierno
a su vez ha de considerar que para contar con legitimidad en el sistema político es necesaria la
participación activa de quienes los eligen.
En la actualidad la ciudadanía tiene dificultades para identificarse con ‘lo público’, al relacionarlo
con los asuntos de gobierno o con aquello que solo concierne a los actores políticos. Es común que
la ciudadanía sólo reconozca el voto como medio de participación política directa, por lo que aún no
se visualiza como actor estratégico en la democracia con la capacidad de transformar su entorno.
En México la ciudadanía aún se encuentra en un proceso de construcción por lo que se tiene el reto
de superar la desconfianza que aún guarda –desgraciadamente, muchas veces con razón –, hacia el
sistema político y con el sistema social en general, sobreponiéndose a los desencantos y decepciones
experimentados con los magros e insuficientes resultados de nuestra democracia. El nivel de
participación y ejercicio de los derechos y recursos democráticos directos como el referéndum o
plebiscito sigue siendo demasiado endeble, además de que apenas dieciocho entidades cuentan con
leyes de participación ciudadana.
Para conocer con mayor profundidad las características y el panorama actual de la ciudadanía
mexicana, así como aquellos factores que han incidido en su desarrollo, la lectura del Informe País
sobre la Calidad de la Ciudadanía en México 2014 realizado por el Instituto Federal Electoral (IFE),
presenta algunos datos importantes que podrían ayudarnos a profundizar en su comprensión.
En dicho informe, el Instituto Federal Electoral remite la calidad de la ciudadanía al régimen de
libertades, derechos y verdaderos mecanismos de protección existentes en una sociedad. El informe
señala graves debilidades en los sistemas legales, así como una operación deficiente por parte de las
agencias gubernamentales para generar confianza en su actuación y lograr un Estado de derecho
democrático.
La democracia es percibida por una parte importante de la ciudadanía mexicana como un sistema
donde muchos participan y pocos ganan –lo contrario de lo que una democracia tendría que ser–; lo
cual puede relacionarse con el sistema electoral en el que unos cuantos son seleccionados para
ocupar puestos públicos, generando, adicionalmente, un déficit de representación.
Por ejemplo, el 48% de los encuestados estuvo de acuerdo con la afirmación de que en la
democracia muchos participan y pocos ganan. Algunas diferencias de opinión varían conforme al
nivel de estudio de los encuestados, es decir, hasta un 55% de la ciudadanía con estudios superiores
concibe a la democracia mexicana como un sistema
donde muchos participan y pocos ganan, en
contraposición al 46% de quienes contaban con menos estudios.
Los partidos políticos exponen un déficit de representatividad y confianza, sobre todo entre los más
jóvenes, de 18 a 29 años de edad, quienes en un 52% no se identifican con ningún partido; además
de que cerca de tres cuartas partes de la población cree que los políticos no se preocupan por ellos.
En relación a la confianza en las instituciones, se muestra que ésta en México es baja; siendo el
Ejército (62%), los maestros (56%) y las iglesias (55%) las instituciones en las que la ciudadanía
mexicana tiene más certidumbre. Se muestra de la misma manera que los encuestados confían un
poco más en el gobierno federal (36%) que en el gobierno de su estado y municipio (30%). Por su
parte, la confianza en los partidos políticos y los diputados está por debajo con un 20%, y la
confianza en la autoridad electoral es de un 34 por ciento.
Las conversaciones entre personas sobre política es la actividad o forma de participación más
común entre la ciudadanía mexicana, dicha actividad constituye casi un 40% de la participación no
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Cultura política
El rol de la cultura política en el sistema político repercute en el diseño institucional y las formas de
conducirse de los actores políticos, en su conformación influyen aspectos sociales, económicos,
educativos, así como procesos de desarrollo histórico particulares a cada sociedad. Esta se integra
a su vez por el comportamiento de la ciudadanía, la dinámica del electorado, la actuación de los
partidos políticos y grupos de presión, la colaboración ciudadana y de la sociedad civil, dando
detalles sobre como socializan los actores del sistema y cómo norman su proceder.
Así como la cultura puede entenderse desde el conjunto de creencias, valores, tradiciones, rituales
y costumbres de un grupo social determinado, en el ámbito político estos se convierten de igual
forma en aspectos influyentes. Por otro parte la percepción de los individuos respecto de los asuntos
políticos condiciona sus pautas de acción, aunque desde una perspectiva sociológica se puede
afirmar que la cultura política se delinea alrededor de las estrategias para la conservación del poder.
Hacer una descripción de la cultura política permite observar algunas modificaciones significativas
en las instituciones y procesos del sistema político. México cuenta con un desarrollo histórico lleno
de sucesos que han modificado a lo largo del tiempo sus estructuras sociales. Para la consolidación
de un régimen democrático el país ha pasado por acontecimientos como la Revolución Mexicana a
principios del siglo XX que llevaría a la promulgación de la Constitución de 1917, con ideales
sociales, nacionalistas y liberales, pero con enérgicas disposiciones a favor de la concentración del
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había sido enviado y concluyeron que la población de Estados Unidos estaba separada por un
promedio de seis personas.
Posteriormente, en 2008 una empresa de mensajería instantánea repitió el experimento analizando
30 millones de conversaciones electrónicas entre cerca de 180 millones de sus usuarios en el
planeta, y concluyeron de igual manera que se necesitaban 6,6 personas para llegar a cualquier ser
humano en el planeta.
El ciberespacio como ágora virtual facilita la participación colectiva sin la necesidad de
interacciones cara a cara, la red permite participar en el momento que se desee o que se cuente con
tiempo para hacerlo, contribuye a que se armonice la colectividad y y sus ideas, toda vez que se
realiza en tiempo real y que posibilita la continuidad y constancia en el debate. Esto a su vez
replantea el papel de la temporalidad en la política, pues el flujo de la información para fines
políticos requiere de su optimización, sin embargo, la tecnología compensa a aquellos que disponen
de menos recursos para incidir en la política, mientras que el uso de redes sociales aumenta el
capital social de aquellas personas que participan en ellas.
Una herramienta desarrollada para medir la interacción en las redes sociales es la Social Network
Analysis (ARS), que con un enfoque estructural calcula las relaciones entre los actores, haciendo
énfasis en por qué la gente interactúa, lo que podría permite comprender algunos fenómenos
sociales, reflejar los comportamientos de los individuos y la forma que adoptan sus vinculaciones
mutuas, profundizando en los factores que los une o relacionan. La ciudadanía tiene poder de
decisión en los lugares donde desee participar, y libertad para dedicar el tiempo que desee emplear
y otorgar mayor valor tanto a la crítica como a la búsqueda de soluciones. Otro aspecto significativo
resulta de la constatación de que los liderazgos en la red no se dan por medio de elecciones si no a
través del mérito y la fuerza argumentativa y el contenido de las aportaciones.
En el ciberespacio se genera un contexto compartido, donde “la ingeniería del vínculo social” como
la describe Pierre Lévy, se convierte en un arte de mantener colectivos inteligentes y de valorizar al
máximo la diversidad de las cualidades humanas. Este nuevo espacio público cuenta con inteligencia
repartida donde la coordinación en tiempo real resignifica las interacciones y los resultados de la
comunicación realizada a través de él. La inteligencia colectiva tiene la capacidad de contener el
ejercicio excesivo del poder, lo que nos permite plantear la pérdida de importancia de la toma del
poder y el aumento simultáneo de la importancia del engrandecimiento de las potencialidades del
talento humano para contribuir a resolver los problemas de la sociedad.
El ciberespacio como ágora digital contribuye a eliminar las barrera sociales y los monopolios en
manos de las élites, ya que el bajo costo de participación hace más accesible a personas comunes la
posibilidad de integrarse, disminuyendo, simultáneamente el costo y las dificultades de aprendizaje,
sobre todo en las nuevas generaciones para las cuales el uso de internet y la comunicación a través
de las redes virtuales es ya algo completamente natural y cotidiano.
Se requiere de ciudadanos que constituyan y den vida a los espacios públicos desde la reflexión y la
propuesta; el ciudadano forma parte de una sociedad y no sólo se construye desde la individualidad
sino que es interdependiente de las relaciones y el contacto con otros individuos y con la comunidad.
Junto con una nueva concepción de la ciudadanía, hemos de incluir su extensión en el plano digital,
bajo cuyo enfoque se observa al individuo consiente de la posibilidad de generar contacto con otros
individuos y con el resto de la sociedad haciendo uso de todo el potencial de las tecnologías de
información y comunicaciones; el ciudadano digital reconoce en la tecnología una herramienta
fundamental para dinamizar los procesos sociales y políticos.
El reto para la consolidación de una ciudadanía digital reside en que el individuo se apropie de las
nuevas herramientas de comunicación y haga uso de tales espacios para impulsar y catalizar su
participación en aquellos temas que le conciernen como integrante de una sociedad. Esta visión de
las TIC busca humanizarlas, recordando que las comunidades se fundan a partir de la comunicación
abierta y racional, así como del intercambio de información y recursos en la búsqueda de soluciones
compartidas a los problemas individuales y colectivos.
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Para habilitar una ciudadanía digital habrá que generar estrategias de aprendizaje que permitan
aumentar las habilidades digitales, así como para lograr hacer uso de los espacios de participación
de manera responsable y con miras a la transformación social.
Quedará como tarea del Estado garantizar el acceso a internet de forma igualitaria e incluyente,
proveer de infraestructura, generar espacios y dotar de recursos para el aprendizaje y desarrollo de
habilidades digitales, así como garantizar el derecho de acceso a la información, en un marco de
transparencia y velando por la seguridad y privacidad de la información particular; además de
gestionar espacios de todo tipo que promuevan y faciliten la participación toma de decisiones
colectiva. Por su parte, el ciudadano digital deberá trabajar para incrementar sus habilidades de
manejo de información, como la valoración de las fuentes, la búsqueda de datos, la toma de
decisiones a través de ellos y la creación de nuevos productos.
El ciudadano deberá de fortalecer sus capacidades de participación y de organización, adoptando
un rol activo, en el que denuncie y movilice a otros ciudadanos a incidir en los asuntos públicos y en
el desarrollo objetivos estratégicos.
De esta manera, podrán emerger nuevas formas de participación, tales como el activismo digital,
que permite dar voz y coordinar acciones en pos de causas que no suelen encontrar resonancia en
los medios de comunicación tradicionales. Se trata de un tipo de activismo que requiere de
planificación estratégica para tener un impacto más amplio mediante la construcción de diferentes
diferentes escenarios y alianzas.
Aunado a lo anterior, en los últimos años ha emergido una nueva tendencia innovadora en el
ejercicio de la ciudadanía que es el hacking cívico, mediante el cual se hace uso de las herramientas
informáticas en el procesamiento de la información con la finalidad de crear soluciones tecnológicas
que atiendan a problemas de la ciudadanía.
Las soluciones tecnológicas generadas desde la innovación y con perspectiva ciudadana y
transformadora pueden ser de bajo costo, ejemplo de ello lo constituye la experiencia mostrada por
la organización Codeando México que lanzó una convocatoria para retar a programadores a hacer
una aplicación de bajo costo como alternativa a la aplicación de la Cámara de Diputados, la cual se
licitó en marzo de 2013 por un monto de 115 millones de pesos.
La respuesta a dicha convocatoria fue de 130 propuestas alternativas que lograron que se ahorrara
recursos significativos del presupuesto público. Después de ese ejercicio, el Sistema de
Administración Tributaria (SAT) contactó a la organización para realizar una nueva convocatoria
con el fin de desarrollar la aplicación móvil de dicha dependencia, demostrando la cantidad de
talento existente en nuestro país para desarrollar este tipo de proyectos. Este esfuerzo muestra la
necesidad de que los gobiernos adopten una nueva perspectiva respecto de la apertura de datos, ya
que la información que se pone a disposición pública puede ser utilizable para generar nuevos
productos que habiliten su consulta y difusión de tal manera que a su vez sirva para apoyar la toma
de decisiones por los actores gubernamentales.
A lo largo del mundo, existen ejemplos de participación ciudadana que están haciendo cambios
proactivos, como los denominados hackatones, (síntesis de hacker y maratón); término que alude
al espacio colectivo en un lapso corto de tiempo donde se desarrollan aplicaciones y software libre
sobre cierta temática social. Los eventos de este tipo suelen ser desarrollados por organizaciones
de la sociedad civil en coordinación con universidades o centros de investigación y su esencia reside
en dinámicas a través de las cuales los participantes comparten y complementan sus habilidades
individuales mediante un trabajo colaborativo y mantiene la moaltamente motivacional.
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Figura 18.0 autor Organización Desarrollando América Latina. “Hackathon en Santiago de Chile
dentro de DAL2013 en la Universidad Finis Terrae”. Iniciativa para el desarrollo de aplicaciones de
impacto social y promoción de la innovación y el emprendimiento en diversos países de América
Latina. Desde 2011, organizadores en diversos países se han sumado para gestionar eventos de
datos abiertos en toda la región, a través de competencias colaborativas de desarrollo de
aplicaciones que den soluciones creativas a las diversas problemáticas de las ciudades
latinoamericanas.
A este respecto resulta conveniente hacer alusión a lo que me parece que debemos perseguir en pos
de avanzar hacia un horizonte utópico de la democracia al que si bien nunca se llega siempre se
avanza hacia él y siempre está ahí para orientar el presente.
Democracia es un anhelo y un principio rector que se encarga de consolidar una repartición del
poder tal que nunca nadie en particular tenga todo el poder y en el que la negociación y el consenso
se impongan a los distintos actores como lo más económico en la lucha por ese mismo poder; es un
sistema de contrapesos, incentivos y castigos que involucra a sus actores a luchar dentro del marco
de las reglas establecidas y acordadas, so pena de quedar fuera del juego político.
Así, se tiene que llegar a un arreglo que logre limitar el afán ilimitado de poder por parte de
cualquiera. La búsqueda del poder debe quedar inextricablemente mediada por la limitación al
mismo que impone el sistema. En una democracia el que busca el poder acepta, entiende, cree y se
ve obligado a verlo limitado y a cederlo. En una democracia real nunca nadie tiene todo el poder ni
nadie carece totalmente de él, nunca nadie lo detenta indefinidamente ni nadie se ve excluido de su
ejercicio de manera sistemática. La ciudadanía digital y el gobierno abierto nos acercan, sin lugar a
dudas a este ideal democrático
Creo profundamente que sólo si se está convencido de todo esto existe la posibilidad de avanzar
hacia principios plurales de tolerancia, libertad, justicia e igualdad, y, por su intermediación, hacia
formas de convivencia colectivas siempre mejores y perfectibles. Lo contrario nos lleva de vuelta a
los umbrales de autoritarismos y totalitarismos que se supone habíamos dejado atrás y en los que
la ley siempre es la ley del más fuerte y la norma es la aplicación arbitraria y violenta del poder
unilateral.
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