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El caracol ¿es optimista o pesimista?

Autora: Rebeca Reynaud

“Imaginemos un caracol, un caracol de jardín. Recorramos con la mente la espiral que decora su concha
y que le sirve de casa. Pensemos en la manera en que disfruta la humedad después de la lluvia.
Parecería que le entusiasma tanto como a algunos de nosotros cuando retozamos entre las olas del mar
(...). En el interior de la cubierta de roca de un caracol, así como dentro del ser más admirable y amado
se encierra la historia del cosmos. Conocerlos a profundidad sería entender en detalle cómo se originó el
universo (...). El caracol lleva a cuestas su casa. ¿Y nosotros? La mente, poblada de palabras.

Nuestra edificación de ideas puede ser sorprendente, enriquecida a lo largo de la vida. A veces es un
tormento: pesada y con recovecos oscuros que a pocas personas les gustaría conocer, allí domina el
enojo. En esas mazmorras habitan la envidia, los celos, la ira. Otras veces nuestra mansión logra ser un
sitio luminoso y siempre cambiante, con terrazas, jardines, columnas jónicas y habitaciones que no
siempre tienen propósitos específicos. Circulamos por sus laberintos y pasajes secretos, los vamos
transformando en contenedores de recuerdos, música, ingenio y voces. Algunas de nuestras
edificaciones son palacios, otras chozas, cada quien es responsable de su morada, de su casa-caracol”,
explicaba, magistralmente, la astrónoma Julieta Fierro, en su discurso de ingreso a la Academia
Mexicana de la Lengua.

Efectivamente, cada uno es responsable de su morada, de cómo alimenta su inteligencia y su


imaginación. Para los optimistas importan más las condiciones internas que las externas. Para ver con
visión optimista hace falta fomentar las predisposiciones para ver primero el lado positivo de las cosas,
antes que el negativo. El optimista no deja de ver lo negativo, pero lo ve en segundo lugar.

El pesimista se encierra en sí mismo, como a veces lo hace el caracol. El ser humano se aísla, a veces, de
su contexto social y del conjunto de sus obligaciones sociales. La excesiva concentración en los derechos
individuales también oscurece el concepto de obligaciones que es tan esencial para una visión del
concepto de derechos humanos. El mundo parece haber entrado en el siglo XXI con una nota de
individualismo desenfrenado.
Frente a la contrariedad, el optimista busca una oportunidad de crecer y de dar de sí. Lo que da más
fuerza al ser humano es amar y saberse amado. Y todos somos amados por Dios, pero no todos son
conscientes de ello.

El que no da ejemplo suele ser duro con los demás. Lo importante es hacer felices a los demás, sonreír.
La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y
contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las
sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce
la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia, la desgana..., todos los vicios que arruinan la vida
de las personas y el mundo. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona.

El pesimismo se está configurando como una enfermedad crónica, y eso de debe a que estamos
perdiendo amor a la vida, a la cultura, a los bebés y a nosotros mismos. La mujer que quiere el placer
sexual pero no quiere compromisos, se desnaturaliza. Luego siente que le pasa algo, siente vacío”, y lo
que le pasa es que está hecha para la donación, para los pequeños heroísmos, no para el placer y para
encerrarse en sí misma, como el caracol.

"Los tristes piensan que el viento gime, los alegres piensan que canta". "El mundo es como un espejo
que devuelve a cada persona el reflejo de sus propios pensamientos.

A la esposa del Presidente Roosevelt le dijeron:

-“Usted tiene mucha fuerza de voluntad”.

Contestó:

-“No tengo tanta, lo que pasa es que no la malgasto en lamentaciones”.

El verdadero problema de nuestro tiempo es la “crisis de Dios”, la ausencia de Dios, disfrazada de


religiosidad vacía. Nuestra mansión interior “logra ser un sitio luminoso y siempre cambiante, con
terrazas, jardines, columnas jónicas”, cuando adornamos nuestra jornada con lo que fomenta el “yo
interior”: la oración, la cultura, la música clásica y la amistad desinteresada. “Llevamos dentro un
caracol, la cóclea, donde recibimos los sonidos que se convierten en palabras”. Conforme pasan los años
acumulamos entusiasmo o pena. Para salir de la tristeza, no hay como la lectura o charlar, la cura por la
voz. Lo que más quita el stress es la conversación con un amigo. Hemos de confortar a los demás con
nuestro ejemplo, con nuestra palabra.
((Se sugiere ilustrar con un caracol o con espirales)).

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