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mejor
GEORGE estaba desesperado. Ni siquiera podía
alimentar a su familia. Las enfermedades y el
hambre azotaban a su comunidad. Sin embargo,
a unos cientos de kilómetros al sur se encontraba
un país más próspero. “Me iré allá —pensó
George—, conseguiré un empleo y luego haré
que mi familia vaya también para reunirse
conmigo.”
UN EMIGRANTE DE TIEMPOS
ANTIGUOS
“La migración es la acción más antigua de
combate a la pobreza”, escribió el economista
John Kenneth Galbraith. Eso fue lo que hizo
el patriarca Jacob, el fundador de la nación de
Israel. Debido al hambre que azotaba Canaán,
Jacob y su gran familia de casi setenta miembros
se mudaron a Egipto, donde permanecieron por
muchísimo tiempo (Génesis 42:1-5; 45:9-
11; 46:26, 27). De hecho, Jacob murió allí y sus
descendientes se quedaron en aquel país por
unos doscientos años antes de volver a Canaán.
Llegada y proceso de
adaptación
La primera gran dificultad del emigrante es, a
menudo, el viaje mismo. George viajó cientos de
kilómetros con poca comida. “El recorrido fue una
pesadilla”, recuerda. Muchos inmigrantes
ni siquiera llegan a su destino.
El objetivo de Patricia era llegar a España.
Atravesó el desierto del Sahara apiñada con
otras 25 personas en un camión abierto. “El viaje
de Nigeria a Argelia nos tomó una semana —
cuenta—. En el trayecto vimos muchos
cadáveres y gente vagando por el desierto a
punto de morir. Parece que algunos camioneros
despiadados van abandonando pasajeros a lo
largo del camino.”
A diferencia de George y Patricia, Rachel viajó en
avión a España, donde tenía un empleo
esperándola. Pero nunca se imaginó cuánto
extrañaría a su hijita de dos años. “Cada vez que
veía a una madre cuidando de su pequeño —
recuerda—, se me encogía el corazón.”
George luchó por adaptarse a su nuevo país.
Pasaron meses antes de que pudiera enviar
dinero a casa. “Muchas noches lloré de soledad y
frustración”, confiesa.
Tras varios meses en Argelia, Patricia llegó a la
frontera con Marruecos. Ella dice: “Allí di a luz a
mi nena. Tenía que esconderme de los
traficantes que secuestraban a las inmigrantes y
las obligaban a prostituirse. Al final conseguí
suficiente dinero para iniciar el peligroso viaje por
mar a España. El bote estaba en pésimo estado
y no estaba preparado para llevar a tanta gente.
¡Hasta tuvimos que usar los zapatos para sacar
el agua que entraba! Al llegar a la costa, no me
quedaban fuerzas para caminar hasta la orilla”.
Los riesgos del viaje no son los únicos problemas
a los que se enfrenta quien está planeando irse a
otro país. Están las barreras del idioma y la
cultura, así como los gastos y las complicaciones
legales que surgen para obtener la residencia o
la ciudadanía. Si no se obtienen, es casi
imposible conseguir un buen empleo, vivienda,
educación o servicios de salud adecuados.
Tampoco es fácil tramitar la licencia de conducir
ni abrir una cuenta bancaria. Y por si fuera poco,
los inmigrantes indocumentados son explotados
como mano de obra barata.
Otro factor que considerar es el dinero.
En realidad, ¿cuánta seguridad ofrece? La Biblia
da este sabio consejo: “No te esfuerces por
hacerte rico; deja de preocuparte por eso. Si te
fijas bien, verás que no hay riquezas; de pronto
se van volando, como águilas, como si les
hubieran salido alas” (Proverbios 23:4, 5, Dios
habla hoy). Hay que recordar que las cosas más
importantes no se pueden comprar: el amor, la
tranquilidad y la unidad familiar. ¡Qué triste es
cuando una pareja, en su deseo de conseguir
más dinero, pone en segundo plano el amor que
los une o el “cariño natural” que sienten por sus
hijos! (2 Timoteo 3:1-3.)
Los seres humanos también tenemos una
necesidad espiritual (Mateo 5:3). Por tanto, los
buenos padres hacen todo lo que está en su
mano por cumplir la responsabilidad que Dios les
ha dado de enseñar a sus hijos acerca de él, su
propósito y sus normas (Efesios 6:4).