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I. ANTECEDENTES
En la década de los setenta se desarrollaron diferentes movimientos
estudiantiles y se concretaron iniciativas de unidad sindical, como fue la
constitución de la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y otras entidades
que aglutinaron a diferentes sindicatos.
A partir de 1976 la actividad de los sindicatos y organizaciones
estudiantiles fue notoria. Existen múltiples antecedentes de que, en esa misma
época, sectores económicos poderosos y las Fuerzas de Seguridad del Estado
actuaron coordinadamente, con el propósito de desarticular, en particular, la
actividad sindical. En este contexto se produjo una serie de violaciones de
derechos humanos contra estudiantes, obreros, campesinos y profesionales
que formaban parte de aquellas organizaciones.
Antecedentes en poder de la CEH indican que, en aquella época,
empresarios entregaban listados de líderes sindicales y obreros a altos
funcionarios de Gobierno encargados de las fuerzas de seguridad, con el fin de
que trabajadores que consideraban molestos o que representaban algún
peligro para sus intereses empresariales fueran eliminados.
La CNT se expandió y procedió a una reorganización interna, para
atender diferentes demandas que se le presentaban, especialmente en
asesoría legal. Estableció también una división por zonas geográficas, en cada
una de las cuales fueron designados un responsable del área jurídica y otro de
organización.
Mario Mujía Córdoba era en 1977 encargado de organización de la CNT
en Huehuetenango. Fue el actor principal de la apertura de la sección
huehueteca de la CNT. Además, era estudiante de Fruticultura en el Centro
Universitario de NorOccidente de la Universidad de San Carlos de Guatemala
(CUNOROC), en la que también se proyectó como líder estudiantil.
Mario Mujía Córdoba promovió la organización sindical en las empresas
Santa Agape, Corral Chiquito, Minas de Ixtahuacán y en el Proyecto Lingüístico
Francisco Marroquín.
La empresa Corral Chiquito producía anzuelos, mientras que la actividad
productiva de la empresa Santa Agape consistía en la fabricación de juguetes
para perros, elaborados en cuero. La mano de obra era guatemalteca y el
producto llevaba las etiquetas impresas en inglés, para su comercialización y
venta en los Estados Unidos. En 1973, la empresa Santa Agape fue vendida a
la compañía estadounidense Miller Morton Company. El gerente en Guatemala
era José Leopoldo Zúñiga Seigne.
El Proyecto Lingüístico había abierto escuelas de español en Antigua
Guatemala, Quetzaltenango y Huehuetenango, donde funcionaba el centro de
Investigaciones Lingüísticas sobre idiomas mayas y una editorial. Su sindicato
fue fundado por maestros de español de las tres áreas geográficas.
Mujía logró proyección nacional como líder sindical al formar el Sindicato
Minas de Ixtahuacán Huehuetenango, y como promotor de una marcha de los
mineros, que habían sufrido represalias, despidos injustificados y
desconocimiento de su organización sindical.
Los trabajadores de las minas laboraban en condiciones infrahumanas y
percibían un salario de 80 centavos de quetzal por día trabajado (menos de 80
centavos de dólar). Al organizarse, demandaron mejores condiciones de
trabajo y un salario justo, pero no obtuvieron una respuesta favorable de los
patronos y hubieron de enfrentar una actitud apática de los funcionarios del
Ministerio de Trabajo.
Mario Mujía promovió, en noviembre de 1977, la marcha de los mineros
de Ixtahuacán, que fue la movilización humana más importante de la década.
Agrupó a gente de otras organizaciones sindicales que se sumaron, a lo largo
de aquella semana, al recorrido de más de 300 kilómetros, desde Ixtahuacán
hasta la ciudad de Guatemala. Mujía marchó junto a los mineros.
Miles de personas ingresaron con la manifestación en la ciudad, hasta
concluir su recorrido frente al Palacio Nacional. Los mineros atribuyeron a esa
marcha la autorización de su sindicato, por parte del Gobierno, y la
reinstalación de los trabajadores despedidos.
También en ese año los trabajadores de las empresas Santa Agape y
Corral Chiquito negociaron con sus patronos nuevas condiciones de trabajo,
que incluían mejoras salariales. Sin embargo, los patronos se opusieron a la
actividad de los sindicatos en sus empresas, ya que al permitirlo, según su
opinión, se estaría afectando la libre empresa.
Mario Mujía recibió amenazas contra su integridad física y de muerte
mediante cartas anónimas. Sus compañeros de la CNT le recomendaron salir
de Huehuetenango, pero él decidió quedarse allí.
IV. CONCLUSIONES
La CEH, luego de analizados todos los antecedentes reunidos, presume
fundadamente que la muerte de Mario Mujía fue causada por sujetos que
actuaron por encargo de terceros, posiblemente particulares, quienes contaron
con la tolerancia o, en todo caso, con la posterior protección y encubrimiento
del Estado. Debido a esta última circunstancia, su muerte constituye una
violación a los derechos humanos.
Los antecedentes fundamentales de esta presunción tienen relación con
varios aspectos, tales como el procedimiento empleado por los autores y sus
dichos, la calidad de la víctima y la reacción de las autoridades encargadas de
investigar el crimen.
La CEH también consideró el contexto en que éste fue perpetrado, el
cual se caracterizó por otros atentados a la vida y la seguridad de numerosos
dirigentes sindicales, anteriores y posteriores al caso investigado, y por una
situación que no permitía concebir la comisión de un hecho de esta naturaleza
y su posterior impunidad sin que el Estado lo hubiese tolerado o encubierto.
Además, la CEH se formó la convicción plena de que, en este caso, las
autoridades responsables del Estado de Guatemala incumplieron
deliberadamente su deber de investigar el hecho y sancionar a los
responsables, violando el derecho a la justicia, puesto que, a pesar de que
Mario Mujía alcanzó a realizar señalamientos contra determinadas personas, el
crimen quedó en la impunidad.
La CEH considera que la ejecución arbitraria de Mario Mujía Córdoba es
representativa de las represalias y violaciones de derechos humanos sufridas,
en la segunda mitad de la década de los setenta, por sindicalistas que
pretendían sostener sus organizaciones y hacer valer sus derechos. Estos
dirigentes se enfrentaron a acciones tendientes a impedir todo intento de
organización social, coordinadas por sectores económicamente poderosos que
contaron con la tolerancia del Estado y que concretaron, incluso, la eliminación
de líderes y asesores sindicales. Esta política logró en buena medida su
objetivo, al producirse la disolución de importantes sindicatos, como el de los
mineros de Ixtahuacán, el cierre de la CNT en Huehuetenango y, finalmente, el
allanamiento y posterior clausura de la sede central de esa entidad en
Guatemala.
Del mismo modo, en la investigación del caso que afectó a Leopoldo
Zúñiga, la CEH adquirió la convicción de que esta persona fue víctima de una
ejecución arbitraria perpetrada por miembros de las Fuerzas Armadas
Rebeldes, quienes lo privaron de su derecho a la vida, en clara infracción a las
reglas del Derecho Internacional Humanitario y a los principios comunes del
Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Para alcanzar esta convicción, la CEH tuvo en cuenta, como elementos
de plena prueba, el Comunicado de las FAR del 10 de marzo de 1979 y,
especialmente, el reconocimiento del hecho ante la Comisión, gesto que debe
valorarse positivamente, desde la perspectiva de la reconciliación nacional.
La CEH considera que la ejecución arbitraria de Leopoldo Zúñiga Seigne,
es ilustrativa de la estrategia guerrillera de “ajusticiar”, al margen de toda ley
y violando las normas de la guerra, a personas que no eran combatientes y a
quienes consideraba enemigos políticos, cuya muerte quedó también en la
impunidad.
Finalmente, la CEH estableció también, en la investigación de los
respectivos casos, la presunción fundada de que Luis Federico Castillo Mauricio
fue víctima de desaparición forzada cometida por agentes del Estado y que
Joaquín Ranferi Aguirre Villatoro fue también víctima de agentes estatales,
constituyendo su muerte una ejecución arbitraria.
La CEH considera que, tanto el tipo de“represalia” de la guerrilla,
manifestado en la ejecución de Leopoldo Zúñiga, como la subsiguiente
represión criminal de sindicalistas ilustran cómo opera, en un enfrentamiento
fratricida, el círculo vicioso de la violencia, al que tanto ha costado poner fin en
Guatemala.