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XIII JORNADAS NACIONALES DE DEBATE INTERDISCIPLINARIO EN SALUD Y POBLACIÓN

Investigación e intervención en salud: demandas históricas, derechos pendientes y


desigualdades emergentes
Buenos Aires, 1, 2 y 3 de Agosto de 2018

Mesa 11: Bio/medicalización de la vida y salud mental en América Latina. Procesos


históricos y panoramas actuales en perspectiva.

Ponencia: El efecto de la medicalización en las mujeres bajo encierro psiquiátrico: un


aporte desde la perspectiva de los derechos sexuales y reproductivos

Nombre y apellido: Macarena Sabin Paz


Dirección de e-mail: msabinpaz@cels.org.ar
Pertenencia institucional: Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)

Resumen

En los hospitales psiquiátricos argentinos prevalecen prácticas de negligencia, abandono,


maltrato, violencia y una elevadísima tasa de muertes. La violencia define un vínculo
caracterizado por el sometimiento de una de las partes; “una forma de relación social por la
cual uno de los términos realiza su poder acumulado” (Izaguirre). La negación de los
derechos sexuales y reproductivos de las mujeres debe interpretarse en esta clave. Desde
una perspectiva de derechos es preciso reconocer el derecho de las mujeres a decidir
autónomamente sobre la sexualidad y la reproducción sin discriminación, coacción ni
violencia. Las mujeres tienen derecho a contar con sistemas de apoyo para la toma de
decisiones los que deben garantizar que la voluntad de la persona no sea sustituida ni
forzada (Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad). En el Hospital
Melchor Romero, la imposibilidad de sostener encuentros sexuales voluntarios y acceder a
espacios de intimidad fuerza a las personas a realizar sus prácticas sexuales a la vista de
otros. Mientras que la exhibición es una situación forzada por las condiciones estructurales,
desde el discurso institucional se la considera un síntoma de las psicopatologías individuales
y es nombrado como “ansiedades sexuales”. La medicalización es un proceso por el cual los
comportamientos humanos son concebidos y tratados como trastornos (Conrad). No es
novedoso considerar la administración de psicofármacos como un modo de normalización
manicomial: menos del 5% de las personas con internaciones prolongadas (más de 12
años) en Romero no tienen esquema psicofarmacológico. Los antipsicóticos pueden elevar
considerablemente los niveles de prolactina produciendo manifestaciones clínicas asociadas
a la infertilidad, irregularidades menstruales, disminución de la libido, alteraciones en la
excitación y el orgasmo, ocasionando un impacto lesivo en el ejercicio de su sexualidad. El
poder medicalizante obtura la sexualidad y en consecuencia, la más prístina manifestación
de la singularidad humana.
1. INTRODUCCIÓN

Mi trabajo como integrante del Equipo de Salud Mental del Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS), me permitió conocer algunas realidades del hospital Dr. Alejandro Korn,
de la localidad de Melchor Romero de la provincia de Buenos Aires, a partir de una acción
de amparo colectivo interpuesta por el organismo en el año 2014.
La acción se fundamentó tras conocer las graves violaciones a los derechos humanos que
recaían sobre las 570 personas internadas (hoy 526), posibles de ser consideradas malos
tratos, o tratos crueles, inhumanos o degradantes en los términos de la Convención contra
la Tortura de las Naciones Unidas (ONU, 1984).
La acción tuvo por objeto la implementación plena de la Ley Nacional de Salud Mental nº
26.657 de 2010, y en particular, la externación sustentable, la vida autónoma y en
comunidad de todas las personas alojadas.
La acción habilitó cautelarmente la creación de una Mesa de Trabajo Permanente
dispuesta por el juzgado Contencioso Administrativo nº 1 de la ciudad de La Plata, de
carácter intersectorial, en el marco de cuyo desarrollo se han llevado adelante importantes
avances.
Mi participación en la Mesa Permanente me permitió conocer e interesarme por las
vulneraciones de las mujeres que se profundizan por su condición de género y en
particular, la relación entre el ejercicio libre de sus derechos sexuales y reproductivos, y la
administración de psicofármacos como modo de control social y normalización de ciertas
conductas definidas como desviadas.
En este escrito propongo abordar esta relación como producto de las lógicas
institucionales del hospital psiquiátrico, utilizando el concepto de violencia institucional
comprendida por Inés Izaguirre en tanto vínculo que determina una posición de autoridad
y otra de obediencia; normalización institucional definida por Goffman como aquellas
prácticas tendientes a borrar las subjetividades de los individuos desviados y plantear
comportamientos normales de patológicos; lo normal y lo patológico, propuesto por Ruth
Benedict para definir constructos instituidos culturalmente y la cuestión de la
medicalización (Silvia Faraone y Eugenia Bianchi) hasta su forma contemporánea: la
farmacracia (Szasz) como un proceso que brinda explicaciones del campo médico sobre
asuntos que no son médicos y configuran modos de ejercicio del poder.
El objetivo de este trabajo es interpelar el uso de los psicofármacos como vía para el
control social, en particular, lo concerniente a la expresión de la sexualidad de las mujeres
y su derecho de reproducción. Con esa finalidad utilizaré de forma complementaria con la
bibliografía, dichos de personas usuarias y de trabajadores/as de diferentes salas y
servicios del Hospital que permiten dar cuenta de las construcciones imaginarias acerca
de las mujeres con padecimientos mentales internadas.

2. 2. DESARROLLO

En la Argentina los hospitales psiquiátricos monovalentes se encuentran entre aquellos


que atraviesan la situación más crítica1, y en ese contexto prevalecen prácticas de
negligencia, abandono, maltrato, violencia y una elevadísima tasa de muertes, además del
sometimiento a condiciones precarias de vida.
En el sector de psiquiatría del Hospital Dr. Alejandro Korn de la Provincia de Buenos
Aires, la tasa de muertes por motivos evitables es 4 veces mayor a la media poblacional
general de esa provincia, 7 veces mayor a la media de la Nación y 18 veces mayor al
sistema penitenciario bonaerense2. La internación prolongada y/o por períodos
indeterminados continúa siendo la principal política pública en materia de salud mental3.
Un cálculo realizado en base a tres salas de pacientes crónicos en Melchor Romero,
indica que el promedio de tiempo de internación es de 19,6 años con un rango de entre 1
y 53 años. El mayor período de internación encontrado fue de 63 años4.
“María tiene 47 años de edad y 20 de encierro, ya no puede leer. Libertad
ingresó en 1960, cumplirá 77 años el próximo abril. Lleva 57 años en Romero.
Franca tiene 53 años, hace 33 que está encerrada. Ester tiene 61 años, 41
viviendo en Romero. Marta cumplirá 42 años de los que transcurrió 21 viviendo
en Romero. Celina ingresó a los 22 años, murió hace unos meses luego de 70
años de encierro”.
Así comienza el informe “La situación de las mujeres en el hospital psiquiátrico Dr.
Alejandro Korn "Melchor Romero", difundido en el mes de noviembre pasado por el Centro
de Estudios Legales y Sociales (CELS), la Comisión por la Memoria (CPM) y el Movimiento

1 Según estimaciones del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires en 2015 –una
jurisdicción en la que está declarado el estado de emergencia hospitalaria- de los 4 hospitales en
situación más crítica, 2 son hospitales psiquiátricos.
2
Estos datos emergen de las presentaciones judiciales realizadas por la Comisión Provincial por la
Memoria (CPM) en el marco de un habeas corpus colectivo y de las medidas de prueba solicitadas
por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y el Movimiento Desmanicomializador de
Romero (MDR) en el marco de un amparo colectivo de los derechos de las personas internadas en
dicho hospital (Juzgado Contencioso Administrativo N° 1, “CENTRO DE ESTUDIOS LEGALES Y
SOCIALES (CELS) y otros c/ Provincia de Buenos Aires s/ Amparo” (Expte. 31.147).
3 La dimensión federal de esta problemática fue señalada por los participantes del 2do Encuentro

Anual de la Red Nacional de Salud Mental Comunitaria y Derechos Humanos de Argentina, realizado
en noviembre de 2016. En dicho encuentro participaron representantes de 14 organizaciones de la
sociedad civil y usuarios de los servicios de salud mental de 11 provincias y de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Las conclusiones del encuentro disponibles en: wwww.redsaludmental.org.ar
4 Datos relevados en el marco de la Mesa de Trabajo Permanente constituida a partir del amparo

colectivo mencionado.
por la Desmanicomialización en Romero (MDR). En estas historias de vida, se entraman
hechos y prácticas de violencia institucional que han determinado el curso de sus vidas.
En el contexto de internamiento manicomial, se suceden diariamente una serie de hechos
caracterizados como actos de violencia institucional. Siguiendo a Inés Izaguirre (1998), la
violencia define un vínculo caracterizado por el sometimiento de una de las partes; “una
forma de relación social por la cual uno de los términos realiza su poder acumulado”, una
relación donde una de las partes ejerce poder y autoridad, y la otra debe respeto y
obediencia.
La autora señala que la relación de poder es una resultante de la situación de violencia;
hay violencia cada vez que se destruyen relaciones sociales establecidas, pero también
cada vez que se construyen en su lugar nuevas relaciones, que no sólo impiden reconocer
la situación anterior, sino que producen nuevos lazos de obediencia. Y concluye “Toda
situación de poder que naturalice la desigualdad y la jerarquía es una situación de violencia
permanente, que nos escinde como miembros de una especie humana única, que
transforma una porción de sujetos en objetos”.
Sobre esos conceptos, la institución manicomial facilita dinámicas que legitiman la violencia
y las relaciones de poder. Entre otras escenas que se han registrado en el Hospital:
- Un médico de guardia de día domingo del sector clínico del hospital Melchor
Romero firma un certificado de defunción de un paciente que aún estaba con
vida, para no ser “convocado” nuevamente. A las pocas horas la persona fallece.
- Una paciente sufre una descompensación y es trasladada del servicio de
rehabilitación al de clínica médica del sector hospital general. Los médicos que la
reciben refieren en la historia clínica “impregnación medicamentosa”.
- Otra mujer del mismo hospital, sufre una descompensación. En el dosaje de
sangre efectuado constan psicofármacos que no habían sido prescriptos en su
esquema de medicación.
- Durante una inspección del Órgano de Revisión de la Ley Nacional de Salud
Mental, niños de 6 años internados en el hospital C. Tobar García, juegan a
atarse. El personal que debería cuidarlos los mira y juntos se ríen de la escena.

¿Qué tienen en común estas escenas? Configuran patrones de violencia institucional donde
las personas internadas ocupan un lugar de sometimiento y obediencia ante la otra, en este
caso, la figura del médico.
Las prácticas más visibles de violencia institucional en los psiquiátricos son la
sobremedicación, las condiciones de alojamiento, la falta de tratamiento adecuado, los
abusos físicos y sexuales, la negación de los derechos sexuales y reproductivos y el pleno
encierro. Considerar la voz de la persona en posición de obediencia, es la vía de posibilidad
para subjetivar esa posición y modificar el lugar objetivizado definido por Izaguirre.
Las repercusiones de la violencia institucional en la salud física y mental de los sujetos en
posición de objetos, suelen ser profundas y de largo alcance. Expertos en la asistencia a
víctimas de violencia institucional confirman que esta práctica es altamente lesiva y
desestructurante para el psiquismo y enfatizan que la persona suele estar en tal condición
de vulnerabilidad que permanece en una situación de aislamiento y desamparo que afecta
su integridad y dignidad.
La psicoanalista Ana Berezin, afirma que “Cada vez que los seres humanos somos
expuestos a situaciones límites de desamparo, indefensión y ataque a la vida, individual o
colectivamente, se reactivan y movilizan las vivencias inaugurales de desamparo y (...) los
modos de tramitación psíquica, siempre precarios, pero variables entre las diferentes
singularidades subjetivas” (Berezin, 1998).
El equipo de salud mental del CELS ha señalado que “La violencia entraña altos niveles de
sufrimiento psíquico en quien la padece situación que, en casos de personas internadas con
padecimiento mental, viene a agregarse a otros sufrimientos en una suerte de vulneraciones
acumuladas. La violencia puede modificar y hacer parecer poco lógicas las respuestas que
despliega la persona ante distintas situaciones de su cotidianidad. De igual modo la
extrapolación de un lenguaje medicalizado al impacto subjetivo que implica ser objeto de
violencia, introduce un modo de comprensión que lo asimila a una manifestación
psicopatológica, cuando en realidad es la respuesta esperable que cualquier sujeto activaría
ante la conmoción de dicha vivencia.
La naturalización de la violencia institucional es producto de su recurrencia. La desconfianza
es producto de la sospecha que se instala respecto de la altura moral del semejante y
correlato del miedo de las personas víctimas o en riesgo de serlo, a que se perpetúen, se
repitan o se produzcan hechos de violencia que las afecte de modo directo. En los
hospitales psiquiátricos la víctima difícilmente se representa la figura del médico como
alguien en quien confiar” (CELS, 2017).

Acerca de lo normal y lo patológico

Siguiendo a Ruth Benedict (1934) en su trabajo “Reformas en salud mental. Dilemas en


torno a las nociones, conceptos y tipificaciones”, Silvia Faraone (2013) señala que las
categorías diagnósticas que utiliza la psiquiatría desde el modelo positivista y que definen
ciertos comportamientos normales de otros supuestamente patológicos o anormales,
responden a una definición instituida culturalmente en la cual lo normal es aquello que la
sociedad a determinado como “el bien”.
En la misma línea, Goffman (1970) identifica la anormalidad como aquellos
comportamientos vinculados a la desviación de conductas esperables.
Goffman (1970) sugiere una serie de prácticas de la institución manicomial tendientes a la
normalización del yo, es decir, a volverlo semejante a sus semejantes en un acto de
borramiento de las subjetividades o de las “desviaciones del yo”, que comienzan con una
serie de “depresiones, degradaciones, humillaciones y profanaciones”, constituyendo
procesos de mortificación del yo.
La contracara de la normalización, es lo que Goffman llamó proceso de desculturación o
desentrenamiento que incapacita al sujeto para realizar los actos que definen la vida afuera
del hospital psiquiátrico, en tanto la dimensión del encierro para cada persona se elabora
con relación a lo que implica estar en libertad.
Estas formas –entre otras cosas- prescriben y legitiman funcionamientos para limitar o
corregir la mala conducta o la conducta equivocada, y suponen un adoctrinamiento basado
en el ritual – por repetición- de la práctica y cultura de la institucional asilar.
Siguiendo a Barros Da Silva y Delizoicov (2008) la normalidad incluye tanto a la salud como
a la enfermedad en tanto expresa “una determinada lógica de organización vital”.
Silvia Faraone incorpora el análisis del concepto de trastorno mental introducido por los
manuales de clasificación internacional y señala que la psiquiatría encuentra “nichos de
control social” que fundan “innovaciones al proceso de medicalización” redefiniendo lo
normal y lo patológico.
En el texto, Faraone introduce el concepto de medicalización desde el aporte de las ciencias
sociales, como un proceso por el cual “los médicos se ocupan y tratan problemas no
médicos que atañen al bienestar humano” (Illich, 1975). Se trata de la extensión de prácticas
médicas sobre problemas que no son médicos. La autora refiere, asimismo, la
conceptualización realizada por Peter Conrad a partir de la cual un comportamiento es
concebido y tratado como un trastorno e incorporado en el campo de la medicina y de la
psicología; utilizando un lenguaje, un marco y una intervención médica para entenderlo y
tratarlo.
Otros registros obtenidos en el marco de la Mesa Permanente:
“Nancy tiene 43 años. Ingresó a Melchor Romero cuando tenía 22 años. Lleva 21
años de internación. El diagnóstico según los psiquiatras tratantes y peritos del
juzgado es retraso mental moderado. Aconsejan tratamiento farmacológico e
internación. Recibe 29 comprimidos de psicofármacos por día y hasta hace
pocos meses era una de las mujeres que permanecía encerrada en el comedor”.

El caso de Nancy ilustra con claridad los efectos de la medicalización, o en los términos de
Szasz, farmacracia.
La anulación del ejercicio de la sexualidad y de los derechos reproductivos en las
mujeres de internadas en Romero

En estos contextos, me interesa plantear un análisis acerca de la concepción de las


sexualidades en las mujeres; el derecho en el ejercicio de una sexualidad libre y el derecho
de reproducción.
Observo que en general, en las mujeres con padecimiento mental existen al menos 3
constructos imaginarios que se certifican a partir de dichos de jefes de servicio y de sala del
hospital. A continuación ofrezco una tipología, que ilustro con registros obtenidos en el
marco de mi participación en la Mesa Permanente.

a) Son promiscuas y mantienen relaciones sexuales impulsivamente, comportamiento


asociado al diagnóstico psicopatológico de ingreso que en excepcionales ocasiones
se modifica, aún después de muchos años.

“ésta que se piensa”, “esta es loca pero no boluda...bastante viva”, “¿Usted es


sorda o qué le pasa?”, “¡Que no la vea por ahí con todos los hombres! Es que
esta es terrible se va con cualquiera, se va a la sala de hombres…”, “¡Ya la
enganché por ahí en el alambrado con un tipo ¡No! ¡Usted no sale!”.

La lectura de algunas historias clínicas señala la administración de psicofármacos para


disminuir el deseo sexual, sin considerar que la sexualidad es inherente al sujeto humano y
su inhibición constituye una práctica forzosa desubjetivante, y en los términos del
ordenamiento jurídico tratos crueles, inhumanos o degradantes.

b) Son seres asexuados, son infantiles, como niñas.

“ja, ¿no me digas que la gordita cogió? No te la creo al final es loca pero ninguna
boluda... ¿Y quién pudo cogérsela...?”, “¡Naaa me muero! ¡Te la imaginas! ¡Qué
asco!”, “Tienen que saber respetar... acá mando yo...por algo están acá…”

c) No son aptas para llevar adelante el cuidado de sus hijos.


“el sida se cura, pero si llega a quedar embarazada qué hacemos con el
paquete”.

Jessica tiene 24 años, 3 en Romero y otros tantos en un instituto de menores, donde fue
abusada. Logró escapar. Tiene un hijo de 2 años, con quien no mantiene contacto desde
hace un año. Quiere cuidarlo y desea tener una hija, pero durante la cesárea de Martín, el
médico le ligó las trompas sin consentimiento. El juez, la Asesora de Incapaces y el equipo
de salud lo decidieron por ella en función de “su derecho a la salud”.
De las personas entrevistadas en el marco de la investigación “Cruzar el muro: desafíos y
recomendaciones para la externación del manicomio” (CELS, 2014) sólo el 3,4% informó
haber recibido atención para prevenir embarazos en el último año. Una mujer entrevistada
señaló respecto a la realización de su aborto y posterior esterilización: “decidieron por mí
porque estaba medicada”.
Una usuaria tuvo 2 hijas durante su internación que duró los últimos 30 años. Ninguno de los
padres pudo ver a las niñas cuando nacieron y desconocen su paradero desde entonces.

Estas decisiones sostienen la presunción de que las personas no están capacitadas para
criar a sus hijos de una forma adecuada. La rescisión de la patria potestad sobre los hijos
impone un cercenamiento al derecho a formar una familia o lisa y llanamente el despojo del
vínculo filial. Las prácticas dan cuenta de la manifestación de la violencia institucional que
ubica a las usuarias en el lugar de ser habladas por otros para la toma de decisiones
centrales de sus vidas, atinentes a derechos personalísimos.
Siguiendo a Izaguirre respecto del vínculo violento
“Es en estas relaciones cotidianas donde se produce y reproduce la "violencia
invisible", no hablada pero consentida por el temor del subordinado que la
padece y negada por la complicidad domesticada de la mayoría, que lo victimiza
nuevamente cada vez que se atreve a pedir amparo (Aguiar). Tal ocurre con la
construcción social misma del género femenino y la negación de sus derechos
sobre el cuerpo, que se advierte en las prácticas hospitalarias castradoras
de sus órganos genitales (Carpman), como en los reclamos de las mujeres
por el derecho a una sexualidad que no sea equivalente de fecundación
(Checa y Rosemberg) hasta en la dificultosa y reciente aceptación de los niños
como sujetos de derecho. (El subrayado es propio).

Desde una perspectiva de derechos es preciso “reconocer el derecho de las mujeres a


decidir autónomamente sobre la sexualidad y la reproducción sin discriminación, coacción ni
violencia y el derecho a decidir tener relaciones sexuales y con quién tenerlas, a tener hijos,
cuántos hijos tener y cada cuánto tiempo tenerlos”. De igual modo, las mujeres tienen
derecho a contar con sistemas de apoyo para la toma de decisiones los que deben
garantizar que la voluntad de la persona no sea sustituida ni forzada, en los términos de lo
ordenado por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ONU,
2008. La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia
contra la Mujer (OEA, 1994) más conocida como “Convención de Belém do Pará”, señala en
su artículo primero que debe entenderse por violencia contra la mujer “cualquier acción o
conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”.
Los imaginarios del campo médico determinan modos de intervención específicos desde el
discurso positivo de la psiquiatría y también de la psicología imperante en la institución
psiquiátrica. Como parte de los procesos de normalización (Goffman), el hospital psiquiátrico
necesita que las personas encerradas sean dóciles y no perturben las reglas, “si bien no
está documentado que los principales trastornos psiquiátricos estén causados por
desequilibrios bioquímicos a nivel cerebral y tampoco existan pruebas biológicas que
puedan determinar si una persona padece un trastorno mental”. (Informe Mujeres, op. cit.).
Es notable que una de las referencias más frecuentes en las historias clínicas con una fuerte
connotación positiva es la “buena adaptación al medio”.
Es posible considerar entonces, la administración de fármacos como un modo de alcanzar la
docilidad de los cuerpos y la normalización institucional. Una muestra de ello es el dato de
que el porcentaje de personas con internación prolongada en Romero que no tienen
indicado un esquema psicofarmacológico es menor al 5%. Más aún teniendo en cuenta que,
“La existencia de ensayos poco fiables que responden a intereses corporativos del poder
médico y de la industria farmacéutica que a lo largo de los años han intentado sostener la
eficacia del uso de psicofármacos en toda ocasión posible, tiene como evidencia que los
antipsicóticos no curan la psicosis, los antidepresivos no curan la depresión y los ansiolíticos
no curan la ansiedad, es más, pueden causar cada una de estas entidades si las personas
toman estas drogas durante mucho tiempo e intentan dejarlas”. (Informe Mujeres, op. cit.).
¿Qué ocurre con sus sexualidades?, ¿qué lugar tiene el deseo luego de la administración de
psicofármacos combinados en altas dosis a lo largo de 20 o 30 años de vida?; ¿cómo se
relaciona la administración de los psicofármacos con el ejercicio de una sexualidad libre?
La imposibilidad de sostener encuentros sexuales voluntarios y acceder a espacios de
intimidad fuerza a las personas a realizar sus prácticas sexuales a la vista de otros. Mientras
que la exhibición es una situación forzada por las condiciones estructurales, el discurso
institucional la considera un síntoma de las psicopatologías individuales. Otro efecto del
proceso de medicalización.
Los antipsicóticos pueden elevar considerablemente los niveles de prolactina produciendo
manifestaciones clínicas asociadas a la infertilidad, irregularidades menstruales, disminución
de la libido, alteraciones en la excitación y el orgasmo, ocasionando un impacto lesivo en el
ejercicio de su sexualidad. En los términos de lo propuesto por Eugenia Bianchi (2014) la
medicalización constituye un proceso que hace visible las transformaciones del ejercicio del
poder.
Un poder que, en el caso expuesto, parece autorizar al campo médico a obturar la más
prístina manifestación de la singularidad humana.
3. CONCLUSIONES

A partir del recorrido propuesto, intenté reflexionar sobre las prácticas de control social que
se generan en las dinámicas de la institución psiquiátrica, en particular dentro del Hospital
Melchor Romero. Se trata del entramado de prácticas caracterizadas como violencia
institucional, que en las mujeres, adquieren formas añadidas de sometimiento asociadas a
su condición de género: el ejercicio de su sexualidad y el derecho de reproducción.
Propuse categorías que se presentan dentro del campo médico en tanto imaginarios que
dan cuenta de la sexualidad de las mujeres con padecimiento mental. Expresan formas de
medicalización donde se explican cuestiones no médicas como si fueran el resultado de
supuestos fenómenos psicopatológicos vinculados a los diagnósticos de ingreso que, rara
vez, se modifican a lo largo de una vida de internamiento. De este modo se niega la
sexualidad como producto de la subjetividad pero además, se pierde de vista que en la
mayoría de los casos la expresión de un comportamiento sexual “inadecuado” está sujeto a
las propias reglas de juego de la institución manicomial.
Muchas veces escuchamos “No tienen pudores, son como niñas”, mientras los baños
carecen de cortinas en las duchas para el cuidado y la preservación de la intimidad; los
baños no tienen puertas y en las salas las camas no cuentan con tabiques o divisiones que
pueda conservarlas de las miradas de los otros.
No reciben información acerca de cómo prevenir embarazos no deseados o enfermedades
de transmisión sexual. No cuentan con un sistema de apoyos para la toma de decisiones o
para ejercer la maternidad. El hospital psiquiátrico no dispone de espacios de intimidad
donde mantener encuentros íntimos con otras personas como existe en otros ámbitos de
privación de la libertad como son las cárceles, por lo que las personas deben mantener
relaciones sexuales en lugares de acceso público. Se unifica el ejercicio de la sexualidad a
la genitalidad de nacimiento, desconociendo que las identidades de género son
construcciones mucho más complejas. Y así dividen pabellones de hombres y de mujeres
desde una lógica estrictamente hetero normativa, arrojando a una marginalidad a mujeres
travestis y trans.
Muchas mujeres que han quedado embarazadas fueron presionadas a practicarse abortos,
y en casos de embarazos que llegaron a término, han sufrido esterilizaciones forzadas como
la ligadura tubaria sin consentimiento. En las mujeres con padecimiento mental, he
observado que el prejuicio moral acerca del aborto es inverso al que se produce en algunos
sectores de la sociedad: no están en condiciones de maternar y lo conveniente es que
aborten.
A pesar de las reglas de juego propuestas por la institución psiquiátrica, el campo médico
asocia estas conductas a los diagnósticos de base desde una lógica medicalizante, cerrando
toda posibilidad de interpelar las dinámicas que arrojan a las mujeres a realizar sus actos de
determinada manera por no encontrar alternativas y quedar inexorablemente al
sometimiento del poder de un otro. Pero además actúa en consecuencia administrando
múltiples psicofármacos combinados en altas dosis para evitar que se expresen sus deseos.

A partir de la acción de amparo colectivo en la que participo, se creó la Comisión de


Derechos Sexuales y Reproductivos de Romero, con una consejería para las personas
internadas. La Comisión es intersectorial, y participan las direcciones del hospital, la parte
actora de la acción de amparo, y el Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires.
Quizás este dispositivo permita iniciar un camino en el reconocimiento de la sexualidad de
las mujeres, como un modo de restituir el aplanamiento histórico de sus subjetividades.

Para finalizar y a propósito de “Damiana Kryygi, la niña ache”, confinada en Melchor Romero
a comienzos de 1900 por apropiarse de su cuerpo y vivir su sexualidad, un “vicio” de libertad
sexual, la socióloga Carla Wainsztok concluye “Puede decirse que las pedagogías de la
dominación vinieron con el conquistador. Pero también podría decirse que a las pocas horas
de la acción de esa pedagogía de la dominación, comenzaron las rebeldías en América
Latina. La rebelión es la síntesis natural de Damiana a su destino de niña colonizada. Mi
cuerpo me pertenece. Que terrible. Todavía con la inquisición y el nazismo esperando que
una pequeña indiecita se atreva y diga: mi cuerpo es mío” (CTA, 2013).

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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