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POR LA PAZ
VOCES DE MAESTROS
POR LA PAZ
CENTRO DE PENSAMIENTO PEDAGÓGICO
2017
En articulación con:
Distribución gratuita
Coordinadores de edición:
Gabriel Jaime Murillo Arango
Andrés Klaus Runge Peña
Diagramación y diseño:
Luisa Fernanda Bernal Bernal, Imprenta Universidad de Antioquia
Fotos de separadores interiores
Alfaro Martín García Mejía
Impreso por:
Grupo Empresarial Oportunidad de Negocios S.A.S.
cotizaciones2@geonpublicidad.com - PBX:444 40 59
CONTENIDO
Presentación....................................................................................... 11
Prólogo................................................................................................ 21
Subregión Suroeste............................................................................ 35
“Los eruditos son los que han leído en los libros; los pensadores,
los genios, los iluminadores del mundo y protectores del género
humano son, en cambio, los que han leído directamente en el libro
del mundo”.
Arthur Schopenhauer
2 Dewey, John. La ciencia de la educación. Editorial Losada. Buenos Aires, Argentina, 1964.
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“Los que vivís seguros en vuestras casas caldeadas, los que encontráis al
volver por la tarde, la comida caliente y los rostros amigos: considerad si es un
hombre quien trabaja en el fango, quien no conoce la paz, quien lucha por la
mitad de un panecillo, quien muere por un sí o por un no. Considerad si es una
mujer quien no tiene cabellos ni nombre, ni fuerzas para recordarlo, vacía la
mirada y frio el regazo como una rana invernal, pensad que esto ha sucedido: Os
encomiendo estas palabras; grabadla en vuestros corazones al estar en casa, al
ir por la calle, al acostaros, al levantaros; repetidlas a vuestros hijos…”
Primo Levi
de todos los que con amor entregamos lo que un día nos enamoró, no
somos únicamente personas que cumplimos funciones de orientadores;
también somos generadores y mediadores de esperanzas, de sueños, de
posibilidades, de estrategias de convivencias, aún en las zonas más agres-
tes, respondiendo así a las necesidades de distintas índoles en nuestros
territorios, tanto de carácter institucional, como de carácter social.
Cada letra de cada maestro que plasma sus vivencias en este trabajo,
comprueba que la práctica pedagógica genera movilizaciones interiores,
que imposibilitan la indiferencia ante las problemáticas que se viven en
cada institución educativa, en cada vereda, en cada pueblo, en cada es-
quina. Las vivencias acá contadas, son compiladas por subregiones, y, no
necesariamente, en orden cronológico; se van plasmando como una mez-
cla, bastante agradable a la lectura, que obliga a la reflexión de teorías, de
momentos, de situaciones, de historias de vida, de seres humanos reales,
cargados de sentido y significado; personas con nombres propios, donde
el lector, en muchos momentos, se ve involucrado o afectado, pues son
tan colombianas las historias, que nos recuerdan ciertas imágenes difíci-
les de olvidar, pero necesarias para reflexionar la vida en sí misma; ade-
más, sobre las prácticas pedagógicas y, en sí, sobre el quehacer educativo.
No hay, en este trabajo, quejas de lo acontecido, preguntas sobre lo que
pudo haber sido y no fue, invenciones trágicas para victimizar labores o
convertir en héroes aquellos que ya lo son; no hay reclamos de primeras
páginas; sí, inquietudes, dolores, lágrimas, pero también sonrisas, vic-
torias de vida; una necesidad de preguntarse sobre la historia y qué ha
pasado con ella; aquella que nos trajo hasta aquí y nos unió en la pasión
de ser maestros.
Los escritos de los maestros y maestras que se presentan en este libro y que
recogen diferentes relatos de experiencia son el resultado de un trabajo
mancomunado dado en el marco de las actividades que desarrolla el Centro
de Pensamiento Pedagógico. El Centro de Pensamiento Pedagógico, como
grupo de trabajo, toma forma gracias a la coordinación de la Secretaría de
Educación Departamental de Antioquia y al apoyo, labor y compromiso
conjunto de once universidades de la región: Universidad San Buenaven-
tura, Tecnológico de Antioquia, Corporación Universitaria Lasallista, Uni-
versidad Católica de Oriente, Universidad Pontificia Bolivariana, Universi-
dad de Medellín, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Universidad
de Envigado, Universidad Católica Luis Amigó, Corporación Universitaria
Americana y Universidad de Antioquia.
Precisamente este ejercicio inicial del cpp de recuperación de las expe-
riencias de maestros hacedores de paz, muestra con fuerza que, más que
capacitar —en la lógica asimétrica de un experto que le dice a otro inex-
perto lo que tiene que hacer—, de lo que se trata es de escuchar a los
docentes para reconstruir e interpretar en sus relatos esos saberes de ex-
periencia que importan más que los números y estadísticas, y señala así
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Por esta vía, en las páginas que componen este libro, se siguen las huellas
de memoria de experiencias de maestros de escuela, algunos de ellos locali-
zados en las cabeceras municipales de siete de las nueve subregiones en que
se divide la geografía antioqueña, pero la mayoría de ellos situados en parajes
apartados y de difícil acceso, a menudo en condiciones precarias e inseguras,
que no son obstáculo suficiente para el ejercicio de un oficio dedicado, como
pocos, a formar el tejido social desde las aulas.
Valga decir desde ya que este compendio de relatos que aquí presenta-
mos le da un valor agregado al conocimiento acumulado acerca de las ex-
periencias sobre la profesionalidad docente en nuestro país. Al hablar de
profesionalidad nos referimos a que precisamente los docentes deben actuar
competentemente, pero no de una manera estandarizada (ingenierilmente),
lo cual es prácticamente imposible. Oevermann (1996) habla, precisamente,
de una «necesidad de profesionalización», no como acumulación de títulos
Prólogo | 23
4 La praxis vital tiene como característica el que siempre se tiene que hacer a partir de una
elección fundamentable de cara a un espectro de opciones dadas. De una cantidad de
posibilidades dadas se escoge aquella que fundamenta de mejor modo la superación
de lo que para ese momento y situación se presenta como crisis. Sin embargo, para esa
elección no siempre hay a disposición rutinas acreditadas que lleven a la capacidad
de dar una fundamentación, por lo que para ello se acude a otra instancia entendida
como profesional (al docente, asesor que ayuda a la toma de decisiones cuando
estas no pueden ser tomadas por la propia persona). Esa sustitución no solo tiene
lugar en cuanto a la interpretación —a diferencia de la praxis cotidiana hay acá una
obligación creciente de fundamentación de lo profesional—, sino también en cuanto
a la decisión, en la medida en que el cliente es descargado de la obligación de decisión
(Oevermann, 1996, p. 121).
24 | Voces de maestros por la paz
acción que busque resolver los momentos críticos (crisis) del alumno en
su proceso de aprender, formarse y construirse como persona.
Finalmente, unas pocas palabras acerca de la organización del texto
y el estilo de escritura de los relatos. El texto está dividido en siete seccio-
nes que corresponden a cada una de las subregiones del departamento
de Antioquia participantes en el proyecto, en un número desigual equi-
valente a los productos que fueron enviados oportunamente a los profe-
sores de las universidades, quienes actuaron en condición de tutores e
hicieron una primera lectura de los textos, a la vez que redactaron en cada
caso un exordio que da cuenta del proceso realizado.
Con respecto al estilo, solo resta por decir que, tras la variedad de pai-
sajes, las vicisitudes de la vida en las escuelas, la diversidad de objetos de
atención y de tonos de voz de los narradores, al lector le queda la certeza
de que quien habla en estos relatos no es un individuo aislado y solitario
sino más bien alguien que habla de todos nosotros los maestros.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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zaje y la investigación: Buenos Aires, Amorrortu Editores.
Murillo, Gabriel (ed.) (2007). Maestros para la vida: personas y ejemplos inolvi-
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gogischen Handelns.
Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag. Oevermann, Ulrich (2016). «Krise und
Routine» als analytisches Paradigma in den Sozialwissenschaften». En: Bec-
ker-Lenz, R y otros (eds.) (2016). Die Methondenschule der Objetiven Herme-
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Prólogo | 33
Parra, Rodrigo y Castañeda, Elsa (2014). La vida de los maestros colombianos: in-
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Suárez, Daniel (2005). La documentación narrativa de experiencias pedagógicas.
Una estrategia para la formación de docentes. Buenos Aires: Ministerio de
Educación Ciencia y Tecnología de la Nación y financiado por la OEA.
Unda Bernal, María del Pilar (comp.) (2001). Expedición Pedagógica Nacional.
Pensando el viaje. 1. Bogotá: Editora Guadalupe.
Fotografía: Alfaro Martín García Mejía
REGIÓN SUROESTE
¡PRÉSTANOS TU EXPERIENCIA, TUS OJOS,
TUS OÍDOS Y TU CORAZÓN!
este grupo de maestros, dan pie para comenzar a discutir algunos asuntos
sobre la investigación biográfico-narrativa y la importancia que tendrían
los relatos para empezar a contarnos.
Surge así, el tema de la educación y la paz. Comenzamos el ejercicio
más interesante de este proceso, escucharnos. Nos disponemos a la reali-
zación de un taller con algunas preguntas claves sobre el significado de la
paz y la manera como encarnamos esas experiencias de paz en nuestras
clases. Y resulta, como era de esperarse, que las respuestas fueron tan
diversas como los maestros mismos, enfocándose algunas en la impor-
tancia de los proyectos institucionales asociados a la era del posconflicto,
pero especialmente poniendo en evidencia experiencias de los actos más
sencillos y cotidianos de nuestras vidas, de la vida en la escuela. Nos sor-
prenden los maestros al contar, en pocas palabras cargadas de la emoción
propia de lo que tiene sentido, las situaciones más adversas y difíciles
de su paso por la escuela; aparecen las maravillas de la escuela rural y de
todos sus proyectos productivos; quedan claras las heridas de la guerra
que no han sanado y que no han sido asistidas por el Estado; surgen de la
discusión y de la conmoción de los maestros las escuelas que se dan for-
ma en la diversidad y la democracia: La semilla de la educación política.
Fueron tantas las ideas compartidas que no veíamos sino el tesoro que
emergía desde el fondo de cada experiencia narrada. ¿Qué hacer enton-
ces? Invitar a los maestros a empezar a rescatar sus memorias y traerlas
de nuevo a la superficie para empezar a compartirlas.
El segundo encuentro propone el imperativo de escuchar más aten-
tamente, de agudizar la mirada y de sincronizar el corazón con el latir de
los otros.
No lo esperábamos, pero nos tomaron por sorpresa las lágrimas que
nublaron nuestros ojos al escuchar los relatos de esta otra Colombia, la
rural. Los horrores de la guerra, la crueldad de sus victimarios y las mar-
cas imborrables de los maestros y sus estudiantes nos hicieron pensar
y tratar de ubicar esta Colombia olvidada: La de las escuelas lejanas o
muy lejanas, con normalistas muy jóvenes en el ejercicio de la docencia
que asumían el reto de educar a los niños y los jóvenes de esta geografía
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A ESTUDIAR SE DIJO
Empiezo a llenar mi alcancía con aprendizajes nuevos y más formación
como docente —para mí, estudiar era lo mejor, pero qué duro fue empezar,
duro y frustrante—, por ser de un hogar humilde donde la mayor riqueza
era el amor y los buenos ejemplos, porque dinero poco, poco. Comienzo
la licenciatura en mi pueblo donde todo obviamente era más fácil, asumir
los gastos de la carrera y trabajar, situación que no era desconocida para
mí. Cómo no invertir en mi futuro, en mis sueños, en esa alcancía que con
el tiempo estaría llena de logros, aprendizajes y experiencias.
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Fue así como recibí la gran noticia, porque «las puertas solo se abren para
quienes giran el picaporte» (José Narosky) y eso hice, girarlo con mi cons-
tancia y dedicación. La puerta se abre y llega mi anhelada vinculación al
magisterio, ¡qué alegría! Creo que fue uno de los mejores momentos de mi
existencia; el 20 de agosto de 1996, con un permiso especial por ser menor de
edad, firmo para anexarme a la planta de cargos del magisterio colombiano.
LO INESPERADO
Lo paradójico de este capítulo de mi vida es que con el mejor puesto
municipal me ofrecen una de las escuelas más lejanas del municipio de
Urrao: Mandé. Para llegar allí se requiere viajar dos horas en carro y dos
días caminando por trocha selvática; la comunidad era afro e indígena.
Mi tío Isaías Montoya, «el mejor tío» y ejemplo de maestros, cuestiona
la situación y cree que por mi corta edad aún no estoy preparada para ese
lugar tan lejano y juntos decidimos esperar otra opción que llega a los
quince días. Pero para él, el tiempo era corto: un cáncer en el estómago
apagaba la llama de su existencia. Acepto la Escuela Rural Calles Arriba
que queda a dos horas en carro desde la zona urbana hasta el corregi-
miento La Encarnación y desde allí cinco horas a lomo de mula por selva,
en lo hoy conocido como el Parque las Orquídeas (reserva natural del
municipio). Qué sentimientos tan confusos, feliz por mi vinculación y
tristeza por ver a mi tío, quien soñaba llevándome a mi primera escuela
en propiedad, postrado en una cama, dándome los mejores consejos para
ser una buena maestra, como decía con su voz entrecortada: —Quiero
que seas una Maestra, profesoras hay muchas. Hágase querer de la gente,
trabaje para ellos y con ellos; ame su trabajo, irradie alegría y prepárese
porque ahora la vida de muchos será el reflejo de su vida.
Por lo anterior mi tío Isaías le pide el favor a su hermano Juan para
que me acompañe bajo la siguiente encomienda: —Llévela usted, ya que
yo no puedo y mire que quede bien. Fue así como mi tío Juan me acom-
pañó en mi primer desplazamiento a la escuela, con mi mente llena de
expectativas y pensamientos. Mis ojos maravillados con la riqueza de los
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que en lo único que pensaba era en sanar esas heridas tan marcadas que
«ella» había dejado en ellos y regalarles muchos momentos de felicidad.
El tiempo pasó; cuatro meses de aprendizajes y lindas experiencias,
pero también momentos duros y dolorosos. El convivir con la guerra
no era fácil, menos a los diecisiete años, dormir con las guerrilleras, ver
heridos, muertos, escuchar las historias de los enfrentamientos, de los
secuestrados, de los niños que nacen en las filas y hasta hacer un levan-
tamiento de un cadáver (el del señor Juan Pino que vivía en la vereda),
pues yo como docente era la representante más cercana del gobierno;
en ese lugar y en mi vida no había visto un cadáver y menos en esas
condiciones.
Recuerdo estudiar en las tardes y las noches a la luz de las velas para
fortalecer mi carrera y prepararme para dar lo mejor; aquellas horas de
estudio parecían más un velorio. Todo esto fueron algunas de las situa-
ciones que me hicieron más fuerte, la adversidad creó más seguridad en
mí y me permitió aumentar el amor por lo que hacía, pensando que mi
misión en la vida era servir con amor, servir a los demás a través de mi
labor como maestra.
AUMENTA LA GUERRA
La guerra se apropia en su mayor furor de Urrao, maestros muertos, ame-
nazados y masacres por la incursión de los paramilitares, era la realidad
que permeaba de terror el municipio y a todos sus habitantes. Muchos
docentes temerosos por su vida se van y hacen que la educación dé un
giro con cambios en las escuelas. La guerra hace que me trasladen de la
selva a una zona rural más cercana, pero quizá, más peligrosa.
Llego a la escuela rural La Primavera a diecisiete kilómetros de la
zona urbana, que a pesar de contar con carretera, el carro no iba todos los
días y la situación de orden público dificultaba mi permanencia en la es-
cuela. La escuela La Primavera era así, llena de flores y hermosos jardines,
con unos niños inteligentes y con más mundo visto que mis estudiantes
anteriores. Eran cuarenta y ocho niños y niñas en total dentro del aula.
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y sin poder hacer nada, ¡qué impotencia la que se siente! y sentir los dis-
paros después (en aquella época a la mayoría de personas que los grupos
armados bajaban de las escaleras ya tenían un fin asegurado, pues eran
considerados informantes o integrantes del bando opositor); ver pasar los
secuestrados y escuchar su voz pidiendo clemencia o muerte para dejar
de sufrir.
Un día de tantos llego a la escuela y me encuentro con la siguiente es-
cena: un secuestrado denigrado y amarrado a la arquería de la cancha de
deporte. ¿Qué hacer? Ninguna normal o universidad me prepararon para
esto. Es allí donde tomo la decisión de entrar al aula con mis niños, orar
y pedir a Dios por él y por nosotros. Los niños en su curiosidad por ver lo
que pasaba se asomaban por la ventana; de nuevo entro en una contro-
versia, pues era evidente el impacto de aquella escena tan desgarradora y
la fragilidad de mis niños y la mía ante el peligro que representaba aquel
grupo armado. Lo único que se me ocurrió en ese momento fue colocar
un tablero en la ventana para evitar que ellos miraran y vieran lo que pa-
saba más allá de su aula de clase, enciendo la grabadora con canciones
infantiles y decido centrar su atención en cantar y bailar; el recreo lo hago
con ellos en el salón jugando con juegos de mesa y evito al máximo que
salgan. ¡Prisioneros, así estábamos!
Participar en reuniones de la guerrilla obligados y escuchar cada cosa
que decían, unas con sentido y otras que, por Dios, solo a ellos se les ocu-
rría: —¡Profe, necesitamos la escuela! ¿Qué decir? Ellos tenían las armas
y yo el valor de contestar que ese lugar no era mío, que era del gobierno.
Ver salir nuestros niños de las escuelas a las filas de la guerrilla porque
ya estaban en la edad que se necesitaba para pelear por la causa, unos
niños que con engaños salían a dar su vida por nada; comer de la carne
del ganado de los ricos que no pagaban la vacuna (cobro de una renta
ilegal); devolvernos o tirarnos al suelo cuando las balas iban y venían de
una montaña a la otra, porque como decía el jefe: «Ese es su lugar de tra-
bajo, allá deben estar». Aunque ya sabíamos que al día siguiente algo iba
a pasar, el ambiente se tornaba pesado y ya nos «preparábamos», porque
todo se volvía normal, solo era anormal cuando pasaban y se lamentaban
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LLEGA LA RECOMPENSA
La misma guerra me lleva a un nuevo lugar. La muerte de mi hermano en
manos de la guerrilla cerca de mi lugar de trabajo, solo por ser un exmi-
litar y aún conservar físicamente rasgos propios del oficio militar, y el no
saber de mi otro hermano desaparecido por los paramilitares, el acoso en
el que vivía por parte de los hombres armados integrantes de los grupos
subversivos que me veían con deseo, hizo que mi salud desmejorara, dan-
do paso a que, por fin, los jefes y la jume (que antes actuaba y cumplía con
sus funciones) tomaran la decisión de cambiarme de zona y trasladarme a
la escuela rural El Chuscal, donde la violencia no era tan marcada.
Me encuentro con una comunidad un poco apática a la escuela, fría
a la actividad escolar y un poco desunida. En ese momento se piensan
muchas cosas, una zona tan sana comparada con la otra, ¿por qué no va-
lorar más cada cosa que tenían? Fue muy evidente una razón, la escuela
estaba a cargo de dos docentes jubiladas, ya muy mayores, quienes hacían
bien su trabajo, pero algo faltaba. Llego en remplazo de una de ellas, con
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YA COMO DIRECTORA
Mi alcancía sí que pesa hoy en día, para esta fecha ya soy directora, no en
propiedad como quisiera, pues para el Estado es más importante unos
números que la experiencia, y me faltó poco con eso y no pasé el concur-
so. Igual, yo tengo claro que donde esté puedo aportar mucho a la educa-
ción y mi mayor recompensa es ver los frutos de lo que he sembrado con
tanto amor. Generar espacios de paz y sana convivencia fue la meta de
este año, integrar la comunidad y ser reconocidos como institución.
Volver a la escuela La Primavera diecisiete años después y recorrer los
caminos a los que no quería volver, ha sido uno de los retos más duros,
tanto a nivel personal como profesional, ya que esta es una de las sedes
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del cer La Venta y como tal debo visitarla y acompañar el trabajo que allí
se realiza a favor de los niños y toda la comunidad. El primer día que fui
se me hizo un nudo en la garganta, pisar el escalón de la entrada fue muy
duro, es más, me devolví unos metros atrás, tomé aire, respiré profundo
y cogí fuerza para seguir.
Desde el principio del año con mis compañeras nos planteamos los
retos que queríamos lograr: unificar proyectos pedagógicos y producti-
vos, fortalecer la Escuela Nueva como metodología activa con todos los
formatos y requerimientos del programa, tener reconocimiento a nivel
municipal, fortalecer la convivencia escolar. Fue así como empezamos a
trabajar unidas, con compromiso, dedicación y sin reparos, con ambien-
tes agradables en las escuelas y en nuestros encuentros pedagógicos, a
través del fortalecimiento del microcentro rural Meraki que significa «ha-
cer algo con amor y creatividad, poniendo el alma en ello».
Son muchos los avances significativos que puedo nombrar del traba-
jo de este año, todos encaminados a lograr mis metas personales y pro-
fesionales; como gestionar un encuentro de todos los niños, trescientos
cuarenta y ocho en total de las trece sedes, para disfrutar de un evento
programado por la Policía Nacional y del cual hizo parte mucha gente con
apoyo logístico y económico. Para muchos niños fue un sueño hecho rea-
lidad y una forma diferente de ver a la Policía con la proyección que hacen
en cada actividad. Espectacular ese día, todo salió superbien o como di-
cen mis niños, «genial». Espacios agradables que generan encuentros de
paz y sana convivencia entre el futuro de esta sociedad, los niños.
Los proyectos pedagógicos y productivos fortalecidos mediante las
huertas escolares y el trabajo cooperativo hacen que los aprendizajes sean
más significativos, que se fortalezcan los valores que tanto necesita esta
sociedad. El proyecto de Semillas de Crecimiento Familiar, donde las ma-
dres y los padres de familia son los protagonistas, los talleres manuales
que no deben faltar y fortalecer el comité de convivencia escolar en la
sede principal y los de apoyo en cada sede. Esto y mucho más es el resul-
tado de un grupo de maestras soñadoras, con vocación, con sentido de
pertenencia, con amor desinteresado por su labor y, claro está, con una
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César Martínez
ier La Caldasia, Sede El Narciso
Zona Penderisco
Urrao
martinez@utp.edu.co
Este texto pretende dejar alguna memoria sobre el proceso que, a partir
de la fecha, comienzo como docente de aula en la Escuela Rural «El Nar-
ciso» de la bella municipalidad de Urrao en el Suroeste antioqueño.
Después de tres años ante la Comisión Nacional del Servicio Civil,
por fin se llega el tan anhelado momento de conocer la escuela de mi Co-
lombia que me sería asignada. El 17 de julio en la mañana sería mi última
clase con los niños de la escuela San Luis. Dejar una escuela nunca es fá-
cil, treinta y ocho caritas que me acompañaron los últimos años seguirán
creciendo y el profe debe continuar con otros procesos en otra escuela.
En medio del sentimiento de nostalgia aparece la pregunta ¿cómo serán
los otros niños? ¿Allí también estará Jesús entre nosotros? ¿María? ¿Y un
Cristian? ¿Qué niños nos acompañarán? ¿Habrá un Darío?
El miércoles 22, la Gobernación de Antioquia me entrega la carta
que me nombra en periodo de prueba para el cer El Narciso en Urrao,
Suroeste antioqueño. Ese mismo día contra todos los pronósticos estaba
en el Valle del Penderisco. En la ciudadela educativa un funcionario me
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recibe muy amablemente: —Profe, ¿sí sabe dónde queda? Usted allá no
puede entrar solo, mire que en la Alpujarra les dicen que media hora en
helicóptero. Tal vez le toca caminar. ¡Ah! o se compra una bestia profe,
para que pueda salir y no tenga que quedarse allá toda una semana. Yo
pensé: —Humm, más valor darán los niños a la escuela. Ya había escu-
chado de «las Glorias de Urrao». Lo que no me esperaba es que una de
ellas me entregara la escuela en persona.
Para el día 24, muy de madrugada, estamos la profe y yo en la pla-
za del pueblo junto a campesinos, jornaleros, funcionarios públicos y
miembros de comunidades afro e indígenas; estos últimos, habitantes
perdurables de la selva en límites con El Chocó. A pesar de las embestidas
de colonizadores, mineros, grupos armados y el olvido del Estado, con-
tinúan en sus territorios en mitad de la selva, dándose un paseo en chiva
en día de feria para pasar por la civilización occidental y vender algún
animal, víveres, oro y productos de la selva y cobrar la platica del Plan
Colombia, esa misma que pretende erradicar matas ancestrales que hoy
tienen un precio muy alto y no precisamente para el campesino. De pron-
to, empiezan a aparecer las chivas que no tienen ningún tipo de aviso,
solo algún nombre que rinde homenaje al folclor criollo dando identidad
al bus de madera. Las personas corren para buscar la mejor ubicación. Yo
sigo todavía allí como de turista, hasta que un grito de la profe Gloria me
trae a mi nueva realidad: —Profe, corra que nos quedamos sin puesto, eso
era antes que a los profes nos guardaban la primera banca, ya no.
Nuestro transporte está listo al mando de «Jeringa y su tripulante»,
ellos son muy atentos. El asunto es que lo son con todo el que les ponga la
mano entre atenciones. Suba y baje costales, cajas; se gastan dos y hasta tres
horas en un trayecto de veintidós kilómetros. A las seis estamos en un punto
llamado «Los Cafés». Una casita humilde, triste, según cuentan, desde que
un improvisado parto se llevó a su dueña, desde ahí su abandono. Todos lle-
gamos, descansamos y seguimos; en nuestro caso, cañón adentro. Después
de bajar la montaña cruzamos el río, subimos de nuevo e iniciamos lo que
ellos llaman «travesía». Después de una hora caminando, como de la nada,
y desafiando la naturaleza, aparece una escuelita que solo se aprecia cuando
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estamos ya frente a ella: cer El Narciso. Los niños salen a nuestro encuen-
tro, me miran inquisitivamente. Se escucha el agua golpeando con fuerza
las piedras, abriéndose paso en medio del cañón. Ella no tiene que esperar
la chiva, atraviesa la montaña para llegar al río Urrao, y este buscando el
Atrato, ya en el Chocó. En un intervalo de tiempo nadie dice nada, solo el
río. Solo nos miramos. Los niños saben que la profe se va; la profe sabe que
dejará a sus infantes y yo no puedo evitar pensar que igual estarán mis niños
de San Luis, los que forman parte de un capítulo ya escrito.
Ahora mi expectativa está en la vereda El Narciso, años atrás muchos
dejaron la vereda por la violencia. Karen, de preescolar, viene huyendo de
las comunas de Medellín y de una familia disfuncional. Fabiola, toda una
institución en la vereda, ahora hace las veces de mamá, una práctica común
por acá. La señora es toda una matrona, cuida de la vereda y en especial de
la escuela como si fuese la única razón de su existencia. Pienso en la opor-
tunidad única de conocer esa otra Colombia. De compartir experiencias
con esos otros niños que, en vez de zapatillas lustradas o tenis blancos, a
fuerza de las inclemencias del clima y lo propio de la montaña, calzan bo-
tas plásticas y visten de sudadera. Yo miro mis zapatos echados a perder por
el agua y el barro y me imagino con unas botas pantaneras como los niños.
La profe de nuevo me trae a la realidad diciendo: —Profe, hágale
pues que tenemos mucho trabajo. Sí, esto por acá es muy bonito, después
conoce; muévase o nos deja el carro. Esa es una de las crudas realida-
des de los habitantes de la vereda. Uno aquí no sale cuando quiera sino
cuando la chiva quiera, y eso si tiene los catorce mil pesos. Por eso, aquí
salir al pueblo es toda una odisea; es el tiempo a otro ritmo, como en una
paradoja del relativismo.
Tal vez este tiempo suspendido permita preguntar, pensar, escribir
y escuchar con más atención a los niños, a los campesinos. Aprender no
de los grandes pensadores europeos, beber de la fuente, aproximarse al
saber de la mano de esa otra Colombia, de esa que solo aparece cuando es
noticia por una masacre o por un desastre natural.
¿Estarán estos niños dentro de los estándares del Ministerio de Edu-
cación Nacional? No puedo esperar hasta la próxima semana para ajustar
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ver un intimidante grafiti con la sigla de un grupo armado que otrora pasó
por la vereda y hoy es protagonista en diarios y noticieros nacionales por
su renuncia a defender sus ideas a sangre y fuego. Ahora este mismo grupo
busca garantías para participar de la vida política del país, dejando de sem-
brar el terror en las zonas rurales para disparar desde una curul impuestos,
leyes y políticas públicas que tengan la venia internacional, en lugar de su
inveterado nomadismo desangrando montañas y arrebatando lo que les es
propio a quienes por siglos han ocupado estos territorios ancestrales.
Lejos de la civilización, e intimidado por el grafiti y el manual, perma-
necí en la escuela por quince días sin pasar de la portada, lo que ocasionó
conmoción en mi familia ya que por allí no hay ningún tipo de comunica-
ción, razón por la cual esta se desplazó hasta la escuela para saber qué esta-
ba pasando. Pasaba que no era una clase de siete de la mañana a una de la
tarde, era vivir en la escuela. Saber qué pasa con cada uno de los niños cada
día; darse cuenta de que uno de los niños es hijo de un desmovilizado, que
una de las niñas tiene ocho hermanos y no tienen precisamente un cuarto
para cada uno. De esos hermanos uno es Darío. Llegó a la escuela desde
preescolar y hoy tiene siete años; sin embargo, realiza algunas tareas con la
pericia propia de los vecinos de la vereda. Verlo montar una bestia, cami-
nar una hora entre el monte, atravesar el río, gritar de montaña a montaña
y reconocer las serpientes, lo lleva a uno a preguntarse si está enseñando
lo correcto, si se debe ser humilde para reconocer que debemos aprender
antes que tener la pretensión de enseñar.
Darío del Campo es el niño de esa otra Colombia. Darío del Campo
no va al Colombo, no tiene clases de natación, nunca ha ido a un cine,
no sabe qué es un circo, no conoce el Parque Explora, ni el Parque Norte,
tampoco la capital de la montaña con su transporte masivo y sus lucecitas
en Junín, ni el Estadio Atanasio Girardot. No conoce un parque de diver-
siones; no compra su ropa en almacenes de cadena y menos en centros
comerciales; no tiene dónde montar bicicleta y menos tiene una, no tiene
unos patines; no conoce el mar, no tiene vacaciones y su papá no puede
enseñarle a leer. Darío del Campo tiene la montaña, el río, las bestias,
mariposas azules, amarillas, de todos los colores, y hasta una con unos
58 | Voces de maestros por la paz
Nicolás, un joven adulto por las situaciones que le había tocado vi-
vir, comprendió que su hermana era su responsabilidad. Me describen
a Nicolás como un niño de carácter fuerte, lleno de valentía, un niño de
contextura física delgada, cabello negro y ojos tristes. Él, en medio de la
desidia, resolvió alejarse del colegio y trabajar en fincas aledañas cogien-
do lulos, tomates, frijol. En fin, se dedicaba a trabajar en lo que resulta-
ra. Afortunadamente en el campo hay mucho que hacer y siempre tuvo
personas que le recompensaban su trabajo ya que era un buen muchacho
con disposición y responsabilidad. Así sobrellevaba los días con su her-
mana, lo cual no era fácil.
Después de una recuperación Sofía volvió al colegio. En el descanso,
me dediqué a observarla; era una niña de catorce años con una altura
aproximada de 1.20 cm, tenía su piel blanca, cabello negro, largo y ondu-
lado, aunque lo estaba perdiendo lentamente debido a la enfermedad;
una niña bastante delgada y pálida, pero sus grandes ojos negros y bri-
llantes iluminaban su rostro. Era una pequeña muy agradable y mística,
aunque se le veía sola y aislada. Ella permanecía muy quieta, no hacia
actividad física, entonces en esas clases se dedicaba a leer.
Pasados dos días decidí acercarme a Sofía. Hablé con ella, pues sentía
la necesidad de hacerlo y además estaba conmovido con lo que me dije-
ron. La niña me contó que no podía ir a la biblioteca y no gozaba de acce-
so a internet, entonces el libro que tenía siempre a la mano era la Biblia,
que era bonito todo lo que leía de él.
Empecé a compartir en los descansos de la escuela con Sofía, le obse-
quié algunos libros. Ella me contaba de sus quehaceres en la casa, antes
de ir al colegio le dejaba a su hermano comida preparada y empacada ya
que él madrugaba bastante a trabajar y así pasaban los días. Me preguntó:
«¿Cuántas veces te has quedado sorprendido al ver un arcoíris de colo-
res en el cielo, en medio de alguna llovizna?». Me quedé pensando, cada
quien ve lo que quiere ver y todo depende de la intencionalidad que ten-
gas. Le respondí que el arcoíris era uno de los fenómenos más llamativos
de la naturaleza, pero pocas personas saben que en sus llamativos colores
se esconden muchos secretos del universo.
62 | Voces de maestros por la paz
Por esto, pienso que se educa con el ejemplo, con el abrazo, con la
exigencia, con la mirada despistada que ve en el otro la necesidad de afec-
to y el vacío a causa de las problemáticas cotidianas; con el tiempo, para
escuchar una historia o para reaccionar ante un mal trato.
Como docente, mi labor no termina al culminar mi jornada laboral
y mi accionar docente transciende los límites de la institución. De tal
forma que muchas veces los procesos pedagógicos se ven mediados por el
rol que se asume socialmente.
En este sentido, nuestra vida se convierte en un elemento con ac-
cionar público y este accionar cuenta con gran impacto en los actos que
genero, y que se convierten en medios para proyectar en nuestro entor-
no la paz, y en nuestras prácticas cotidianas se hacen evidentes nuestras
convicciones de paz, como lo señala Buda: «Cuando un hombre se apiade
de todas las criaturas vivientes, solo entonces será noble».
Quiero hablar de esta manera de alguien que ha sido un elemento
transcendental en mi aporte para educar en la paz. Quiero hablar de la
Flak.
Cuando llegó a mi colegio, su cuerpo marcaba el desgaste de una so-
ciedad que desprecia la vida a cada instante: sus huesos se hacían eviden-
tes al ojo de cualquier inexperto; su fisonomía, la de una sociedad madre
que amamanta a sus hijos; su fuerza, en cuidados intensivos.
Frente a los ojos indolentes y la mirada que normaliza el desprecio
por la vida, por cualquier bocado de comida. La cola concentra la poca
energía para solicitar una pequeña ayuda. Hay pequeños en casa esperan-
do el alimento que producirá mamá.
Pero a mamá se le murieron los cachorros, pero no el hambre; por
eso había que salir de nuevo antes de consumir los últimos soplos de vida.
De esa manera comenzó nuestra relación. Solo pensaba en la posibi-
lidad de poder hacer algo por ella, pero era imposible llevarla conmigo,
por otros animales que viven a mi lado. Tomé la decisión de alimentarla
como un medio para ayudarla a llevar de una mejor forma su existencia.
Fue una empanada el pasaporte para que el colegio se convirtiera en
ese espacio donde ella, una perra cazadora criolla, encontrara un espacio
Región Suroeste | 67
de tranquilidad para el caos de una vida de perros. Donde los chicos, que
antes la miraban con asombro, la empiezan a saludar, a alimentar, a sentirla
parte de la comunidad educativa, y ella a sentir el colegio como su hogar.
Con los días su mirada fue cambiando con relación a su habitar el
colegio y los chicos comienzan a respetarla y reconocerla en el pueblo,
cuando ella, los fines de semana, habita el parque central, asiste a misa o
merodea el parque educativo en busca de estudiantes o compañeros que
la alimenten y consientan.
¿Es una consentida? Sí, aprendió a llegar a mi casa, sabe tocar la puerta
y exige salir diariamente a cumplir su jornada (o tres jornadas) y para entrar
a clases; recorre el pueblo los días que debo dejarla sola, pero llega diaria-
mente todas las noches y entra por la reja donde la espera su comida.
Asiste puntualmente a clase en la nocturna y a las reuniones de docen-
tes. Con su presencia la comunidad educativa aplica el respeto por la vida
y se mueven sentimientos por el respeto hacia los seres vivos, por la vida.
Y digo que con ella se aporta a la educación para la paz porque le
pregunté a mis estudiantes sobre la paz y la educación y estas fueron sus
respuestas.
La lejanía entre la casa y la única escuela era tanta que obligó a mis
padres a enviarnos lejos de ellos al pueblo más cercano. Fueron días para
nada fáciles, pues de pasar a tener los árboles como amigos, las monta-
ñas como límites, a bañarme en las cascadas y a caminar descalza por los
caminos, a ir cada mañana a la escuela hecha cafetal, quebrada, montaña
huerta o gallinero, tenía que acostumbrarme ahora a usar zapatos, uni-
forme de niña fina, a ir a una escuela de paredes y puertas cerradas, a vivir
lejos de las historias del abuelo, los trabajadores de la finca y, sobre todo,
lejos de los abrazos de mi madre.
La escuela hizo lo que en su momento era bueno, me enseñó a leer
y escribir en compañía de mi madre, claro está, pues ahora que tengo las
herramientas pedagógicas para analizarlo, tengo claro que fue ella, con
un altísimo método tradicional, la que me enseñó a leer y a escribir con
jornadas enteras de repetición. A pesar de esto, ella logró que leyera, que
escribiera palabras y oraciones; corrí con suerte. Además, también tuve
una maestra atípica para la época; una de esas que no arañaba, ni gritaba,
ni ridiculizaba; una maestra dulce, paciente, una de esas a las que no ha-
bía por qué temerles.
Estudiaba en una escuela de niñas, y, aunque las profesoras eran mu-
jeres, no todas eran tan dulces como mi maestra de primer grado. Sin
embargo, me encontré con otras que avaladas por el derecho a hacerlo
sí pegaban, arañaban y ridiculizaban con castigos de esos que deprimen,
marcan y endurecen la historia y los recuerdos. Cinco años de educación
primaria en la escuela anexa de una escuela normal permitirían que mis
sueños continuaran creciendo; ninguno de esos años fue fácil lejos del
hogar, esperando anhelante los fines de semana o las vacaciones para sa-
lir corriendo a la escuela libre en donde podía estar descalza, sin faldas,
enaguas y corbatines atados a mi cuello.
Había desarrollado desde pequeña habilidades que sin duda me ayu-
darían a ser más sensible, más expresiva, más inquieta, mejor observa-
dora, más reflexiva; mi familia siguió siendo mi mejor escuela. Cuando
empecé a tomar clases de pedagogía en la Normal, comprendí por qué me
72 | Voces de maestros por la paz
Valentina (estudiante del grado 1.°) diga sin miedo alguno: «Lo siento
profesora es que yo aprendo más despacio que usted, pero yo sé cantar y
usted no»; que Juliana (estudiante del grado 2.°), pueda perder el miedo a
hablar y dejando de llorar exija ser escuchada porque los demás no la han
dejado exponer sus ideas.
Es mediante el plan lector, el círculo de conversación, el proyecto de
escritura creativa para la emancipación, es a través de desinstalar viejas
prácticas por unas más libertarias, unas en las que el límite no esté entre
las paredes del aula, unas en las que la escuela esté debajo del cielo, sin
trazos, sin límites, sin siquiera líneas imaginarias que detengan la mar-
cha, que se hace una escuela con la voz de todos, con la necesidad de to-
dos, con las diferencias de todos, con los saberes de todos; porque todos
tenemos algo que enseñar, porque la escuela debe ser como la finca en
la que crecí: una escuela nacida de la realidad, del significado, de la vida
misma.
Ya somos visibles desde la vía que conduce a la escuela y a otros mu-
nicipios, ya tenemos visitantes que detienen su viaje para entrar a tomar
fotos y a preguntar qué cosa sucede dentro de un lugar tan, en palabras
de un viajero, «Lleno de energía, invadido de alegría, un lugar como sa-
cado de un cuento». Ya somos parte de nuestra pequeña sociedad, pues
estamos sintiendo que en colectivo hacemos la escuela que queremos y la
estamos convirtiendo en el lugar más bonito del mundo porque como lo
expresa Dulce María, (estudiante del grado 5.°). «El lugar más bonito del
mundo, es el lugar donde uno es feliz».
Se muere y se nace cada día siendo maestros. Se muere cada vez que
el conocimiento cambia; cada vez que la tecnología hace público un nue-
vo avance, cada segundo que nace un nuevo ciudadano, cada giro de la
tierra. Hay que morir cuando no hay razones para seguir enseñando lo
mismo. Cuando las prácticas matan de aburrimiento a los niños. Hay que
morir cuando los gritos no liberan, sino que entorpecen. Hay que morir
cuando la escuela no apasiona, cuando el conocimiento no parte de la
emoción, cuando el maestro no lee, cuando los niños no leen, cuando en
vez de investigar se rotula, se enjuicia. Hay que morir inmediatamente
Región Suroeste | 79
¿QUIÉN SOY?
La profe Carmen Lucía de preescolar, que tiene cincuenta y tres años pero
que se siente de veinte, labora en la IE José Prieto Arango del municipio de
Tarso hace veintiún años. Tiene un hijo que se llama Santiago, es muy feliz
desaprendiendo y redescubriendo el mundo con sus dieciocho pequeños
genios de cinco años, que finalmente son sus verdaderos maestros.
SU LLEGADA
Todos lo vimos aquella mañana y me sorprendió la fuerza de sus dedos
aferrándose con vehemencia al marco de la puerta, mientras su madre
lo obligaba a ingresar al aula. Su negativa era absoluta y pedía a gritos la
seguridad de su casa. De pronto, la tranquilidad que reinaba en el salón
Región Suroeste | 81
CAMPO DE BATALLA
Pero se avecinaban tiempos difíciles, soplaban vientos de guerra.
82 | Voces de maestros por la paz
LA TREGUA
Fueron varias batallas que se enfrentaron, mientras, por segundos, me asal-
taba la incertidumbre del qué hacer y cierto sinsabor de la impotencia. ¿Qué
directriz seguir ante estos eventos tan orgánicos?, ¿dónde hay un manual
para el maestro donde se le den las instrucciones para seguir, en caso de ba-
tallas en el aula? Y reflexionaba, ¿qué tan preparados emocionalmente esta-
mos los maestros para enfrentar estos desafíos que se hacen más frecuentes?
Pero aquí es donde el profe muestra de qué está hecho y saca su arma
más eficaz: la lúdica. El juego es una cosa muy seria para los niños y como es
algo instintivo de su característica del desarrollo, no podía fallar. Así que de
pronto, el campo de batalla se transformó en una competencia con reglas que
había que respetar y que consistían en el lanzamiento de pequeñas pelotas a
la caneca o de sacar el enojo golpeando con varios pies y puños una colchone-
ta (a la que no le duelen los golpes), dar cortos paseos por la «cueva del oso»
jugando a las escondidas, o realizar cabalgatas en los caballitos de palo, para
finalizar después con el abrazo colectivo del oso y las promesas de actos amo-
rosos y felices. Algunas veces tuve que contener mi llanto, era emocionante.
Poco a poco se dieron cambios muy positivos, que se evidenciaban en
socializar en el respeto y la tolerancia. El grupo en su capacidad resiliente
había logrado fortalecer los lazos afectivos y encontrar en la diferencia la
posibilidad de sacar lo mejor de ellos mismos: la aceptación del otro.
Gracias a la implementación de las políticas de inclusión, la institu-
ción cuenta con una docente de apoyo pedagógico quien ha sido una aliada
incondicional en un seguimiento profesional en el afecto y la pertinencia
del proceso de nuestro protagonista, ya que la naturaleza de su diagnóstico
médico ameritaba condiciones de necesidades educativas especiales.
afectos con una mirada dulce y conciliadora, pero bastaba con girar 180°, para
proferirme sus más mordaces insultos haciendo gala de un vocabulario muy
sofisticado para su edad y cambiando por completo la expresión de su rostro.
Fue escalofriante, esta acción la repitió varias veces; le pregunté el porqué
de sus comportamientos y su respuesta me dejó helada y muy conmovida al
decirme: «Es que yo tengo un lado malo y otro bueno, y el malo es más fuerte
que el bueno y no lo puedo controlar», y entonces recordé una historia en
particular que me ha fascinado y es la extraña novela con tintes góticos del
autor inglés Robert Louis Stevenson: El doctor Jekyll y el señor Hyde.
Quienes conocen el relato saben que una misma persona enfrenta
la desesperada lucha psicológica y espiritual de su dualidad del bien (Je-
kyll) y del mal (Hyde) y de la pugna del dominio de una sobre la otra, el
final de la historia es trágica, Jekyll se suicida asesinando a Hyde, pues su
experimento de separar la dualidad de la condición humana fue su error.
Su respuesta me llevó a transitar la compleja condición de la psiquis
humana que se revelaba en un niño de cinco años y que también era latente
en mí. Así que disertamos sobre demonios y monstruos que nos tortura-
ban, de la parte oscura y mala que teníamos, de vidas pasadas, del enojo y
el miedo, del alma, de Dios, de cómo sanar, y practicamos reiki, respiración
profunda, abrazar árboles y caminar descalzos para darle más poder al lado
bueno y luminoso; fue un momento muy inspirador y espiritual.
¿Cuántas veces al maestro se le presenta la posibilidad de sostener
una conversación de esta índole con un estudiante de transición? Lo ig-
noro, pero la mía ha sido única.
Solo después pude hacer una cosa, abrazarlo y decirle que lo amaba y
en este acto también abracé y amé mi lado oscuro que pugna por sobresa-
lir, comprendiendo que hace parte indispensable de mi ser. ¡Qué sencillo
es apaciguar la dualidad que habito, el secreto es la aceptación amorosa!
CÉFIROS DE PAZ
Existe en la gran mayoría de nosotros un espacio íntimo de fe, al cual recu-
rrimos cuando ciertas puertas se cierran, entre ellas las de la razón. Pues
Región Suroeste | 85
A MODO DE CONCLUSIÓN
Con los renglones escritos anteriormente solo tengo la satisfacción de
que la escuela no es la misma que encontré hace doce años, con caras
tristes, albergadas de sufrimiento y, quizá, de rencor. Ahora solo queda un
recuerdo que se ha podido ir sanando con múltiples proyectos los cuales
todos tienen un único fin: tejer comunidad.
Porque recordar es triste, pero recordar sin rencor es vivir en el amor.
Y a los niños de hoy, como diría mi sobrino, tan solo les hace falta un ges-
to de amor, de cariño; un maestro que brinde tantos abrazos como niños
que lo requieran, sería una excusa válida para ser maestra de vocación.
Región Suroeste | 91
«Te regalaré unas alas blancas para que seas un ser maravilloso,
un hombre diferente.»
Luz Helena Díez Vélez
empezar y estar allí al servicio de esta comunidad; siento valor puesto que
estoy alejada de mi municipio, a diecisiete horas.
La metodología que se adelantó fue Escuela Nueva. Cada estudiante
avanza a su ritmo con la orientación y evaluación; se aplica la nivelación
en matemáticas y lenguaje, para un trabajo más objetivo. Hay niños, ni-
ñas y jóvenes en todos los grados hasta quinto, sus edades oscilaban entre
seis y dieciocho años. Implementé la cartilla Coquito con primero, mu-
cho juego y canto con todos y así también se implementó la práctica de
la lectura.
La escuela era una estructura con piso de cemento, paredes de ma-
dera y techo de palma; tenía una gran cancha y allí, en las tardes, los es-
tudiantes y yo jugábamos fútbol, permitiéndonos más lazos de cercanía
y familiaridad. Me acuerdo de un padre de familia llamado César López.
—Seño (como acostumbraban decirme), a que en su pueblo no hay un
agua más limpia que esta.
Me acuerdo que le regalé una sonrisa y luego le describí la riqueza
con la que cuenta mi pueblo de este recurso natural. ¡No lo podía creer!
La comunidad mostraba una dinámica de ser productora de arroz,
yuca, plátano, coco y cuidaban animales domésticos; esto daba fe de su sus-
tento. El animal de transporte es el burro con su angarilla. Sus comidas más
habituales son las preparaciones de arroz con coco, la yuca, el plátano. Se
daba allí el intercambio de alimentos, era una comunidad bastante unida.
Sus viviendas eran sencillas y se utilizan las lonas para dormir.
Varios meses después de haber llegado al caserío de calles topográfi-
camente trazadas y de superficie plana, se ven a través de las ventanas de
la escuela pasar a lomo de mulas y caballos algunos hombres con mucha
velocidad y varios estudiantes, con sus miradas, ya otorgan información:
«Seño, seguramente se acerca el ejército y ellos van a avisar a los guerri-
lleros de esto». En aquella conversa que surge poco planeada, me enteré
de que algunos estudiantes tenían padres y hermanos en la guerrilla. Esta
situación me enseñó a tener prudencia con la comunidad. En los prime-
ros meses me sentía observada e indagada frente a situaciones y no solo
por personas de la comunidad, sino por parte del ejército. Nada de esto
98 | Voces de maestros por la paz
Los proyectos que vengo desarrollando junto con el del servicio so-
cial estudiantil, en los grados undécimo y décimo, son el de orientación
vocacional y los mencionados, me devuelven a un megaproyecto que de-
sarrollé: La Feria pro Día de la Tierra, el Agua y el Árbol, en el año 2011.
Desde el grado cero hasta undécimo comprenden la importancia de los
recursos que nos proporciona el planeta para la creación de innumera-
bles bienes y servicios, cuyo objeto es satisfacer las necesidades del hom-
bre, también así el uso adecuado de ellos. En el proyecto los estudiantes
identifican el valor del agua, la semilla; hasta la bio- y la megadiversidad
del planeta descubriendo y comparando la gran riqueza en especies de
flora y fauna. De acuerdo con el grado asigno el tema. El requisito en
la feria era presentar el tema en material reciclable en todo su diseño
posible. Toda la comunidad y directivos aprobaron la propuesta y se vin-
cularon. La justificación se sostuvo en el mantenimiento y mejoramiento
del medio ambiente, en nuestra casa, institución y municipio. El éxito de
todo trabajo con el estudiante es el resultado del amor y la intención que
se persigue, así como mucha motivación e incentivación creando mayor
seguridad. Lo bueno o lo malo lo aprendemos por imitación.
Región Suroeste | 103
LA TRAVESÍA COMIENZA
Mi labor docente inicia a los dieciocho años de edad, cuando me encon-
traba realizando mis estudios de ciclo complementario en la Normal Su-
perior de Envigado. Estudiaba en la mañana y trabajaba en la jornada
de la tarde en un colegio privado. Oriunda del municipio de Tarso, a los
nueve años me voy a la ciudad y regreso a los diecinueve a comenzar mi
segundo año de experiencia pedagógica. Lugar donde muchos no creían
en mí, por ser tan joven, pero al darse cuenta que ya había laborado un
año en un colegio privado de la ciudad de Medellín aceptan que sea la
maestra de sus hijos. Comienza entonces mi lucha con los primeros acto-
res: los padres de familia, quienes son los primeros jueces.
Llego a la única escuela de la zona urbana «Escuela Monseñor Álvaro
Obdulio Naranjo Orozco», en donde me encuentro con maestras que me
enseñaron en la primaria y con muchas personas que me vieron crecer en
el municipio. Recibo el primer día a un grupo de niños del grado primero.
Me encuentro con rostros sonrientes, miradas alegres, unas cuantas tris-
tes, tímidas y un contexto totalmente diferente al de la ciudad.
Los docentes, cuando nos vamos a enfrentar por primera vez con una
institución educativa, comunidad, grupo de niños y padres de familia,
pensamos en demasiadas cosas. Nos inquietamos, sentimos miedos, tene-
mos expectativas, soñamos y nos ponemos grandes retos como el de, por
ejemplo, dar lo mejor por nuestra razón de ser: «nuestros estudiantes».
104 | Voces de maestros por la paz
SOLO CORAZÓN
Anónimo
Algún CER
Departamento de Antioquia
UN DÍA MÁS
En una habitación de color verde, con el celular solidariamente guardado
en una mesa de noche, con un silencio un poco aterrador, teniendo en
cuenta que en su mayoría, las acciones las realizo con música; en conclu-
sión, sin distracción alguna, inicio la redacción de una narrativa previa-
mente dirigida en capacitación que para mí fue más que eso: una inte-
racción entre personas, si bien con diversos puntos de vista con respecto
a temas de carácter educativo, personalidades que impactaron, incluso
aquellos a los que por cualquier motivo no les escuché su voz.
Soy sincera al confesar que comienzo sin leer el folleto, el cual por in-
formación de mi amiga y compañera de innumerables viajes Sandra Mi-
lena Montoya Vargas, contiene en sus páginas tres relatos pedagógicos y
un tutorial de cómo realizar la redacción de este. Mi decisión de no leerlo
tiene un trasfondo y es el no querer «contaminar» lo que para muchos
es una «experiencia significativa», para mí es la oportunidad de reen-
contrarme conmigo en un proceso de sanación ante un hecho que llevo
hace muchos años, demasiados para mi gusto, metidito en el corazón con
recuerdos no muy gratos y que por el solo hecho de pensar en escribirlo
un par de semanas atrás… Lloro y tiemblo. Regresan sensaciones que me
transportan a ese día.
Hoy, doy rienda suelta a mis emociones, con mi posición bastante
particular, pienso que hablar de uno mismo es… Un poco «perverso».
Pero aquí estoy, las palabras me salen del alma y como dice alguien muy
especial para mí: «El alma duele, y mucho». Cada vez se hace más largo el
texto y corto el momento de escribir lo que tanto me duele.
Región Suroeste | 109
HERMOSA COINCIDENCIA
El día transcurrió de manera normal. Me levanté a las 3:00 a. m. La línea o
chiva salía a las 4:30 a. m. aproximadamente para el corregimiento La En-
carnación del municipio de Urrao donde laboraba como maestra. Antes,
debía organizar a mi hija, aún bebé, para dejarla con mi mamá de paso en
la línea y, a su vez, recibir de ella el desayuno y el almuerzo previamente
preparado con inmenso amor; estoy segura de que mi madre madrugaba
a la par conmigo. Hacíamos un intercambio bonito: yo dejaba en sus ma-
nos a mi niña y ella daba a su niña bienestar y una angustiosa bendición
que hasta el día de hoy me da frecuentemente. Las lágrimas salían, hasta
que las compañeras de viaje iniciaban una conversación de la cual hacía
parte. Jamás me detuve a contemplar el paisaje, solo tenía referentes de
sitios donde generalmente paraba la línea: La Venta, cuando había re-
ten del ejército; San Vidal, donde uno de los dos ayudantes recibía de su
madre lo mismo que minutos antes recibí yo, el desayuno y la bendición
(una hermosa coincidencia); siguiendo con los paraderos La Loma, Sa-
banas, San Matías, lugares donde se bajaban junto con las personas, las
profes; quedando cada vez más sola.
recibido información. En el fondo supe que era alguien de otro lado, por-
que los que antes iban esporádicamente conocían mi nombre. Mi cuerpo
lógicamente reaccionó de manera inmediata, comencé a temblar y con
un tono fuerte respondí: Sí. ¿Qué necesita? Él, muy tosco, me dio una
indicación específica para seguir y era asistir a una reunión en la plaza
con mi compañera y uno de mis alumnos, a quien llamó por su nombre.
Sin entender lo que estaba sucediendo, eso no quiere decir que fuese es-
túpida, sabía que algo raro ocurría, me atreví de alguna manera a colocar
mis condiciones, al fin y al cabo, estaba en mi territorio, la escuela. Con
el miedo a flor de piel (solo después dimensioné lo que había hecho, pero
en ese momento actué por instinto) pedí permiso para hacer las filas con
todo el personal, hacer la oración y despedir a los niños. Malhumorado
asintió, dándome un tiempo límite para lo que pretendía.
Mandé llamar a todos los niños y a la educadora del otro bloque. Ella
percibió inmediatamente que algo andaba mal, vi en su mirada miedo, con-
fusión, verdaderamente estaba desconcertada. Los niños hicieron la fila, con
voz y manos temblorosas, comencé la oración pidiéndole a Dios por todos,
no importó que él estuviese ahí. Posteriormente rezamos un padrenuestro y
un avemaría, di unas indicaciones muy claras a los niños y con voz fuerte dije
que se fueran derechito para la casa, que no se detuvieran en ningún lado
y luego, como de costumbre, «la virgen los acompañe». Ellos no entendían
nada, o eso deduje, porque nunca escucharon la conversación que sostuve
con aquel individuo. Salieron y a todos despedimos con un beso y un fuerte
abrazo, en mi interior solo pensaba: que se vayan rápido. No sabía qué pasa-
ría, no sabía que jamás volvería a ver esos rostros de niños. Por supuesto que
el tiempo limitado que me dio aquel hombre se extendió y con un alto tono
de voz, manifestó su inconformismo. Fuimos escoltados hasta la plaza (mi
compañera, mi alumno y yo). Algunos pasos que se hicieron eternos.
¿A QUIÉN PREGUNTO?
La escena allí fue aún más perturbadora. Observé con asombro que había
muchos hombres como el que me llevó, distribuidos estratégicamente.
112 | Voces de maestros por la paz
seres humanos, sentimos y nos pasan las mismas cosas que a los demás.
Así fue como luego de tramitar desde 2014 lo que considero justo, fue
expedida una resolución del 28 de abril del 2015, parecería que el destino
se alineara para recordármelo, en donde no me reconocen «el hecho vic-
timizante de secuestro», unas hojas de papel con argumentos que para
mí no son relevantes y que se salen de toda lógica, basados en unas decla-
raciones impregnadas de un profundo miedo y temor de que regresaran.
Realicé una apelación que esperé por más de un año, el Estado (paradóji-
camente en tiempos del postconflicto, porque estoy casi segura de que es
por esta razón) negó nuevamente mi petición. Cada lector hará su propia
reflexión permitiéndose cuestionar lo que es justo y lo que no lo es.
Por lo anterior decidí dejar el pasado de lado, pero no atrás, y orientar
lo que sentí en ese momento al mejoramiento de mi labor docente y como
persona a través del estudio de tres posgrados relativamente seguidos,
con la convicción de que aquello me mantendría ocupada y sanaría de
alguna manera lo ocurrido. Confieso también que en el fondo era una
protesta contra el sistema, deseaba de alguna manera que me retribuyera
todo el dolor que sentí en su momento. En la actualidad pienso que fue
algo que realicé siguiendo emociones, unas sanas otras no tanto, pero
hicieron de mí un ser más fuerte, centrado y, lo más importante, más
amoroso.
ESAS HUELLAS
Han pasado ya muchos años y con ellos niñas y niños que, si bien no los
recuerdo a todos, han dejado en mí huellas inolvidables, con sus particu-
laridades, personalidades, valores y capacidades. Así mismo, en ellos han
quedado plantadas semillas que con el pasar de los años dieron sus frutos
al encontrarme muy a menudo alumnos, algunos profesionales, otros con
sus oficios y que siempre te recuerdan e identifican donde estés. ¿Saben?,
ellos cambian físicamente y no los reconocemos, pero nosotros segui-
mos siendo los mismos, un poco más adultos, pero los mismos. Escuchar:
«gracias a la profe que me enseñó a…» es muy gratificante.
116 | Voces de maestros por la paz
Realicé con ellos un ejercicio parecido al que estoy haciendo, con menos
tiempo y menos contaminación. Esto es lo que sienten:
Manuela llamó su escrito «La danza y el teatro»: Estoy muy contenta
y a la vez nerviosa, pero uno pararse en el escenario es una maravilla, me-
terse en el papel, vivir lo que vivió ese personaje es muy interesante. En
la danza uno mueve todo el cuerpo y puede sentir la música, me siento
privilegiada.
Por su parte Ana Paola lo tituló: «Lo que me hace feliz en la vida»:
El teatro y la danza son mi vida y nada más que eso me hace feliz y cuan-
do bailo algo me sube al corazón, hasta me hace llorar de alegría estar
participando.
María Fernanda escribió «Me siento feliz y contenta»: Me siento con-
tenta en la obra de teatro, me siento bien porque eso me hace expresarme
mejor y reír y estar feliz. Bailar es como un sueño.
Breiner Alonso, «Danza, paz, amor y teatro». El teatro me ha enseñado
a hablar mejor e interpretar mejor, a querer muchas cosas, por ejemplo,
el papel que yo hago en la obra de teatro. Soy una persona mala que trata
mal hasta a su propia hija y no la deja seguir su corazón, el primer día dije,
qué pereza, pero me encarrilé. Me siento a la hora de interpretar, feliz, li-
bre. ¡Ay! para el viernes siento un temor, una angustia de que digan ¡BUU!
¡BUU! Pero espero que pase lo que tenga que pasar. En danza me siento
libre como un pájaro y contento, porque es como uno hablar con el cuerpo,
¡ay! uno después se conecta con la canción, lo que sea se lo hago, porque la
música es una forma de hablar, de llorar y festejar, por eso me gusta.
Ana Carolina, «Danza, teatro». El teatro me inspira mucho y me ayu-
da a creer en los sueños para que otros niños también crean. Anímense,
crean en los sueños y se les hará realidad como el mío. Para el viernes, por
mi parte, siento temor, angustia, susto, pero nada de eso me va a quitar
mi sueño. Me gusta bailar.
Leidy Yorledy, «La danza y el teatro». La danza es lo mejor porque
puedo inspirar el movimiento con todo mi cuerpo, me gusta porque
siempre me ha enseñado a sentirme libre y fuerte y siempre me he senti-
do feliz. En el teatro, estar detrás del telón me inspira a ser mejor en todo
Región Suroeste | 119
SIGUE TU CORAZÓN
Cada educador tiene algo que le apasiona, que le gusta, siente tanta sa-
tisfacción y amor que no importa el tiempo, recursos o contexto para ha-
cerlo posible, lo que al final se convierte para todos en la realización de
un sueño (los que sienten lo mismo saben de qué hablo). Es brindarles a
nuestros niños las herramientas que consideramos necesarias para crear,
transformar, reconstruir, por medio de lo que nos apasiona, sus vidas y las
de los demás. Su entorno familiar, escolar y social que le permita, si no
contagiarse de la misma pasión, demostrar sus capacidades y emociones
transmitiéndolas de manera asertiva, que los receptores perciban un ser
humano que, si bien no es perfecto, de eso se trata, de no serlo, es una
persona en un proceso en donde se reinventa para ser mejor.
120 | Voces de maestros por la paz
forman parte del viaje, los éxitos emergen entre los que con convicción
continúan el camino.
Cada encuentro, como parte del viaje emprendido, fue el pretexto
de un proyecto que abrió la puerta a la experiencia, un acicate formati-
vo que enriqueció el proceso que hasta ahora lleva el Centro de Pensa-
miento Pedagógico en la región Norte, así como los procesos personales y
profesionales de los investigadores y los participantes de los encuentros,
porque nos acercarnos a la sensibilidad de quien escribe y nos permitió
apropiarnos de otras historias que, al escucharlas, comienzan a ser parte
de nuestra propia historia.
A continuación, la satisfacción de un deber cumplido, de un trabajo
realizado con amor, donde lo plasmado por los maestros de su puño y
letra reflejan lo que en repetidas ocasiones enunció el profesor Murillo:
«Los maestros son constructores de sociedad civil en medio del abando-
no del Estado» y, aunque vale la pena resaltar que las narrativas plasma-
das, en su mayoría, no cuentan la historia cruda de la inclemencia de la
guerra o el sometimiento fuerte a la imposición de diversos actores ar-
mados, cuentan historias de la escuela como una casa de puertas siempre
abiertas, dispuesta a construir la paz acogiendo a estudiantes, maestros
y ciudadanos que no han sido profetas en su tierra y se han aventurado a
otros destinos…
Subregión Norte | 127
posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está funcio-
nando. Tenemos un mundo ambicioso, competitivo, amante de los lujos,
derrochador, donde la industria mira la naturaleza como una mera bodega
de recursos, donde el comercio mira al ser humano como un mero consumi-
dor, donde la ciencia a veces olvida que tiene deberes morales, donde a todo
se presta una atención presurosa y superficial, y lo que hay que preguntarse
es si la educación está criticando o está fortaleciendo ese modelo.
TARAZÁ
«Su cabeza, solo preocúpense por destrozar su cabeza.
Enemigo abatido, ¡totalmente enfermo!
Cubran al general, nuestro hombre más importante»
—Dice el videojuego en el que combate un estudiante en el Corregimiento El Doce
Al salir de la escuela La Inmaculada
el celador me dice que no ha vuelto a pasar casi nada:
Solo las manos sin cuerpos halladas en el río Cauca
con el brazalete de la piscina… del narcotráfico
Margarita me cuenta de cosas duras por las que ha pasado Tarazá
Del incendio ahí, en medio de la carretera,
Línea recta de un paisaje abriéndose al mar;
De las llamas rozando las tejas
Y de su hijo ampollado por el solo vapor;
Del fuego terrible encocando las puertas…
Margarita, mejor deme un Águila.
Ni usted, ni el estudiante, ni el celador del colegio entienden
que ando buscando hospedaje, que lo mío es la educación.
Subregión Norte | 133
[...] en una escuela, que se proyecta como escenario formativo del ser huma-
no, en los principios y valores del Sistema Preventivo Salesiano, donde surge
como un desafío para el maestro, una llamada a confrontar su naturaleza
con los grandes retos que la historia y la sociedad le presentan
134 | Voces de maestros por la paz
1 «Diez campesinos que cultivaban tomate de árbol fueron asesinados por un grupo ar-
mado que incursionó en una finca de la vereda Aguaditas, sector El Ventiadero, del co-
rregimiento San Isidro del municipio de Santa Rosa de Osos, Norte de Antioquia. La
Policía y el CTI llegaron al sitio y encontraron a nueve hombres y una mujer muertos,
así como a una persona herida de consideración». Fuente: http://www.elcolombiano.
com/historico/asesinados_diez_campesinos_en_santa_rosa_de_osos AGEC_215500.
Subregión Norte | 135
«Letras de Paz surge del nombre de la jornada pedagógica del Núcleo Social
Cultural Humanidades, que también es el encargado de la revista; en el año
2016 llevamos a cabo la jornada pedagógica, en el mes de abril, para celebrar
el Día del Idioma y la llamamos Letras de Paz, quisimos también que la re-
vista llevara este nombre; en la jornada pedagógica realizamos ejercicios de
lectura y escritura creativa. Fue una jornada muy interesante porque se leyó
y se escribió a partir del tema de la paz».
«Escriben sobre las experiencias que han tenido a nivel personal o pedagó-
gico con el tema de la paz. En esta ocasión, Jéssica Alejandra Echavarría es-
cribió algunos haikus (textos líricos); otro texto es el de la estudiante María
Isabel Vázquez, titulado «La vieja casa azul», en el que hace un recorrido
por lo que fue su formación en una escuela campesina; cuenta cómo la for-
maron en valores, recuerda las viejas paredes, que, aunque ya han caído,
guardan los más gratos momentos que allí vivió. También María Camila
Guerra, con su texto titulado «La paz es negra», nos presenta una reflexión
mediante una comparación que establece entre el color negro que podría ser
el símbolo de la paz en tanto que es ausencia de color y la paz que debe ser
ausencia de guerra injusticia y corrupción».
paz donde reflejan sus propias concepciones sobre lo que es para ellos la
paz o la forma como la sueñan; asimismo, los abuelos de la comunidad
educativa plasman en sus versos la paz. Abigail Restrepo de ochenta y
tres años expresa: «La paz es saber olvidar todo el odio que se tiene y
sembrar mis matas con tranquilidad».
Es un trabajo que involucra a toda la comunidad educativa y que re-
quiere de un proceso riguroso y sistemático, es una forma en la que se
vinculan los diferentes estamentos de la comunidad, es un trabajo muy
interesante que permite escribir y reescribir, aplicar conocimientos ad-
quiridos en las diferentes áreas del saber. Es un espacio donde pueden
expresar sus ideas desde los más pequeños hasta los especialistas, se
comparte un espacio de escritura que disfrutamos todos cuando leemos
a otros y también cuando nos leen; es una experiencia de gran valor que
siempre han apoyado las directivas de la institución encabezadas por la
rectora Sor Mary Luz Gómez.
(Maestra Gloria Patricia Pérez Sepúlveda, directora Revista Alterna-
tiva Pedagógica).
Subregión Norte | 139
Una vez iniciados los diálogos y hechas las promesas de cambio sobre
la mesa, serían las instituciones educativas las encargadas de apropiarse
del importante ejercicio del posconflicto, de la imperiosa tarea de educar
y construir una cultura de paz estable y duradera, entendida como las
dinámicas que garantizan el bienestar de todos los seres humanos. Y, por
supuesto, ahí entraba en escena mi aporte para alcanzar dicho propósito
y sumar en la ardua tarea de alcanzar la paz.
Los lineamientos propuestos en la Ley 1732, asumen la Cátedra de la
Paz como una asignatura obligatoria en todos los centros educativos del
país. En primera instancia, el uso del lenguaje en dicha legislación sugie-
re considerar una acción como «obligatoria» que implica una carga, una
imposición y una tarea que poco o nada tiene que ver con el disfrute del
individuo que la ejecuta.
Convencido de que la educación significativa y relevante viene como
resultado de una decisión consciente y voluntaria de cada persona, nace
PAZa la VOS, un proyecto institucional que se propone fomentar espa-
cios para apropiarse de los conocimientos y las competencias necesarias
en la implementación de una cultura de paz, considerando la conciencia
del individuo como punto de partida para el aprendizaje; reivindican-
do las relaciones interpersonales, involucrando a la familia como pilar
fundamental de la sociedad y participando activamente de las demandas
municipales que reclaman justicia social como baluarte de la paz.
PAZa la VOS surge con la firme intención de favorecer las reflexiones
que lleven a trascender y a refutar toda creencia que hace pensar que la
paz es exclusivamente del campo de la dialéctica y que, por el contrario,
es una tarea que exige de sus partícipes un accionar y un compromiso real
con la trasformación de la sociedad que habitan. Tal y como lo sugiere el
viejo y conocido refrán popular: menos palabras, más acción.
La algarabía mediática, por momentos desmedida, que el proceso de
paz en La Habana y las dinámicas nacionales proponían por aquel tiem-
po con respecto al tema de la paz, no podían desbordar mi intención de
plantar en la conciencia de mis estudiantes los principios elementales
que toda sociedad pacífica y justa requiere para alcanzar la tan anhelada
Subregión Norte | 141
paz, que todos los colombianos buscamos a diario. Por eso debía concen-
trarme en una planeación detallada que incluyera la mayor parte de los
componentes de la cátedra, sin descuidar las necesidades sentidas del
contexto social, político y académico en el que me movilizaba a diario, el
cual sería mi foco principal de atención. Era el momento justo de priori-
zar, planear, proponer, proyectar y, en especial, soñar, con que el proyecto
naciente generara el impacto y la transformación deseada.
En primera instancia, me debía preguntar por el cómo llamar el pro-
yecto de tal forma que fuera impactante, fácil de recordar y, especialmen-
te, que fuera diciente en torno al objetivo que perseguía. Fue así como
surgió el nombre que hoy abandera el proyecto: PAZa la VOS, un título
que tiene un sentido «multipropósito». Por esta razón se incluyeron de
manera intencional dos «errores ortográficos» para enviar un mensaje
implícito en cada palabra que conforma el mismo. Se reemplazó la letra
z por la s. De manera que la palabra «paza» significara tanto la acción de
pasar, como la razón de ser del proyecto: la paz. Por otra parte, la palabra
«vos», implica la voz de cada persona que tiene la responsabilidad de
transmitir con sus acciones la paz y la segunda persona del singular, que
es el actor principal de ejecutar la acción de transmitir paz. Con su voz,
con sus actos y con su rol en la sociedad, el individuo es el comprometido
con la paz.
El título del proyecto supone que el individuo en primera persona se
involucra como actor fundamental de la paz, desmitificando esa idea que
muchos tienen, y que les hace pensar que la paz es un tratado firmado en
un papel, o una responsabilidad del presidente y de unos cuantos repre-
sentantes de los grupos al margen de la ley.
En segundo lugar, era necesario priorizar entre el abanico de posibili-
dades propuestos por la ley, las temáticas que se iban a abordar y la forma
de hacerlo en la escuela, buscando la asertividad de sus participantes y su
pertinencia, dadas las condiciones propias de la escuela, de sus miembros
y del contexto en el que se halla. Es pertinente recordar que la instala-
ción de la cátedra de la paz en el currículo, persigue tres objetivos funda-
mentales: educar para la paz, sembrar una cultura de paz y estimular el
142 | Voces de maestros por la paz
«Este año sí», pero transcurrió todo el 2014 y no fue posible consolidarlo.
Eran muchas las ideas, como también las quejas y malestares por tantas
actividades en la ie Cardenal Aníbal Muñoz Duque, que poco trascen-
dían en la formación de los estudiantes.
Este año sí, pero tampoco se consolidó la propuesta. Finalizaba el
año 2015 y apenas el Consejo Académico institucional lograba esbozar
algunas líneas que permitieran articular todos los planes, programas,
proyectos y acciones que, a veces, de manera acelerada y por cumplir, se
hacían en la institución, generando, quizá, más problemas que aprendi-
zajes entre todos los miembros de la comunidad educativa.
Avanzaba 2016 cuando, por fin, como dicen los paisas «se le cogió la
comba al palo». Es decir, se logró definir las acciones concretas que per-
mitieran materializar el deseo institucional de tranversalizar los planes
de área y proyectos pedagógicos en uno solo que fuera verdaderamente
transformador, que abogara por la formación en valores y habilidades
para la vida en cada uno de los niños y jóvenes que integran la institución
educativa.
Ya no era necesario pensar de manera aislada cada proyecto regla-
mentario (uso del tiempo libre, educación para la sexualidad, medio am-
biente, valores, movilidad y tránsito, etcétera); además de otras tantas
Subregión Norte | 147
El Pueblito: Una calle larga, con algunas casas a lado y lado, separadas por
solares, quebradas, potreros, una capilla y, al terminar la calle, un camino
que atraviesa más potreros hasta llegar a la escuela del lugar, donde, para
la época, se ofrecía solamente básica primaria.
Para cursar el bachillerato, los estudiantes debían desplazarse hasta
el corregimiento El Cedro, donde se comparte la Institución Educativa,
como otros servicios y beneficios que tienen en común los dos corregi-
mientos, divididos más por la ideología de algunos líderes, que por los
escasos dos kilómetros de distancia que en realidad los separan.
Hasta la ie El Cedro llegan diariamente estudiantes de los dos corre-
gimientos, así como de otras veredas y fincas cercanas, lo que para algu-
nos estudiantes implica dos horas o más de recorrido por los empinados
caminos que ofrece la topografía de la zona, sin que se cuente con ningún
tipo de transporte escolar. También son escasos los accesos viales a las
fincas, apartadas de la única vía de acceso, de ahí que el desplazamiento
hacia la Institución Educativa represente un gran esfuerzo físico, mitiga-
do solamente por el deseo y la motivación para estudiar.
No obstante la motivación, las distancias y las dinámicas propias
de la zona, mantienen altos índices de analfabetismo, desescolarización
y deserción escolar, reflejado en cifras a priori como el hecho de tener
treinta alumnos en primero, de los cuales veinticinco culminan el grado
quinto, y que a sexto ingresan veinte y se gradúan de undécimo diez, o
menos.
Una vez dentro de la Institución Educativa El Cedro, se aprecia su
reciente construcción, algunas reparaciones y ampliaciones a su, aún, in-
suficiente planta física de dos pisos, con una oficina para la rectoría en la
entrada, al frente de un espacio a veces utilizado como sala de profesores
y otras veces como salón de clases, una unidad sanitaria, un espacio deba-
jo de las gradas que conducen al segundo piso, que también ha sido utili-
zado como aula para grupos más pequeños (como aquel año que contaba
con seis estudiantes en undécimo).
Por la escasez de aulas, uno o dos grupos son atendidos a dos cua-
dras de la planta física principal, donde se erige una construcción para el
154 | Voces de maestros por la paz
restaurante escolar y, por tanto, precaria para ser aula de clase. También
por fuera de la planta física hay una cancha de microfútbol de uso públi-
co, que sirve como espacio para los descansos y otras actividades curricu-
lares y extracurriculares.
Desde el pequeño y destapado patio interno de la Institución Educati-
va se observan potreros, algunas casas, caminos y la entrada de la carretera
al corregimiento, por donde en aquellos días de tensión por el conflicto
armado en la zona, los estudiantes en medio de su curiosidad, temor e ins-
tinto de conservación, observan constantemente y a la expectativa todo lo
que se mueva o suene, pues mientras transcurre la jornada escolar, las amas
de casa están encerradas en sus oficios cotidianos y los campesinos en sus
labores agropecuarias. Por lo tanto, si algo cambia en el entorno, se percibe
de inmediato desde la estratégica ubicación de la Institución Educativa y la
tensa calma que se pasea silenciosa, se adueña de todo y de todos.
Tanto para los docentes, llegados de otros lugares del municipio, del
departamento y del país, como para los estudiantes en su mayoría arrai-
gados en la zona o llegados de otras zonas y contextos muy similares al
del corregimiento, la Institución representa un lugar de acogida, donde
confluyen y conviven personas e ideales que representan la realidad pro-
pia del lugar, enmarcada en una precaria dinámica económica, susten-
tada en la ganadería doble propósito y los ilícitos cultivos de coca, que,
además, de cultivo propician rutas hacia diversos destinos y con diversos
fines, y de actores armados que interactúan, colaboran y se confrontan
para obtener mejores ganancias, mayor control de territorio y dominio
general en el corregimiento y la región.
A pesar de la acogida, el respeto por la diversidad y la aceptación del
otro que se percibe en la Institución, hay episodios que abren el debate
acerca de si se debe y se pueden tomar acciones en relación con el cultivo
y el tráfico de sustancias ilícitas, los grupos armados ilegales y su impacto
en la zona, así como todo el entramado de aspectos y situaciones que gi-
ran en torno a estas dinámicas locales.
Hasta ahora es posible establecer el contraste entre la geografía propia
de la zona y los dilemas axiológicos, pedagógicos y ontológicos que, desde
Subregión Norte | 155
Hace poco más de cuatro años me era imposible imaginar que existiera
una escuela urbana con unas características tan particulares, en un sitio
reconocido a nivel departamental como la «Atenas Cultural del Norte», y
lo más curioso, transité por esta calle cantidad de veces y nunca me per-
caté de la presencia de este lugar; pero pienso que, como yo, son muchos
los que caminan por el sector con una venda invisible en sus ojos.
Todo comenzó en enero del año 2013 cuando llegué como maestro
a la Sede Arenales en el municipio de Santa Rosa de Osos, una escuela
que se encuentra en uno de los barrios más alejados del parque princi-
pal y con todo tipo de problemáticas y vulnerabilidades. Hace menos de
cincuenta años, una casa de tapia pequeña —ya vieja para la época—
fue adecuada como escuela para los niños de los barrios cercanos y la
cantidad de viviendas periféricas a la salida del municipio. Después de
más de tres décadas, con múltiples gestiones, el municipio compró otra
pequeña casa que estaba al lado para adecuar dos salones más y así se
mantuvo hasta el año en el que llegué, claro que con muchas manos de
pintura que habían gestionado las profes para tapar las grietas y disimu-
lar los deterioros de las paredes, que, para el momento de mi llegada,
se veían muy evidentes en su fachada donde apenas se podía leer el
nombre de la escuela en un color azul claro. Tenía una puerta pequeña
constituida por una reja en hierro pintada de color negro, con dos alas
que abrían hacia afuera, «parece puerta de cementerio» como alguna
158 | Voces de maestros por la paz
y cada una de las trece estrategias, acompañadas por una imagen impresa
en color y plastificada con papel kontact, empleando los materiales que te-
níamos en la escuela porque no había presupuesto para algo más. El cartel lo
pegamos en la pared más visible que tenía la sede y lo dejamos ahí hasta que
después de un buen tiempo se deterioró y fue necesario retirarlo.
Este día tan especial en la sede, luego de la socialización de todas
las estrategias, los docentes pasamos al aula de clase con el grupo para
complementar el lanzamiento del trabajo, y de ahí en adelante en todas
las clases aprovechábamos cada situación para recordar a los estudiantes
la importancia de realizar buenas acciones y crecer con la escuela, hasta
el punto que después de un tiempo, cuando se presentaba alguna acción
que no era correcta por algún estudiante, los compañeros le hacían caer
en la cuenta del error y que eso no era crecer con la escuela. Recuerdo
que, en mis clases de matemáticas, mientras realizaba mis explicaciones
y los estudiantes realizaban la práctica, les insistía en cada una de las
estrategias para contribuir con el cambio; en muchas ocasiones cuando
los niños realizaban una buena acción nos buscaban y nos decían que
estaban creciendo con la escuela.
A medida que avanzaba el tiempo y después de un continuo trabajo
de todos los docentes, se empezó a notar un cambio muy significativo en
los comportamientos de los estudiantes. La convivencia empezó a mejorar,
empezamos a ver el liderazgo positivo de los estudiantes de quinto, el cual
lo aprovechamos en diferentes situaciones como el acompañamiento a los
otros grupos cuando se realizaba la fila para el restaurante escolar y de donde
se pasó de estar sentados en el patio, a estar sentados en el puesto en el aula
de clase. La responsabilidad y cuidado de los niños era tal que no se pre-
sentaban accidentes; en los acompañamientos de los recreos los niños más
grandes buscaban a los más pequeños para jugar con ellos, teniendo mucho
cuidado con el compañero y su presentación personal, la cual mejoró al igual
que su rendimiento académico. Al ver todo esto nos dimos cuenta de que el
proyecto estaba obteniendo los resultados esperados en los estudiantes, lo
que nos motivó para seguir con nuestro proceso de gestión.
Subregión Norte | 163
Sin dejar de lado nuestro proyecto, se comenzó una acción que con-
tribuyera a mejorar la apariencia de la sede, en compañía de un pequeño
grupo de padres de familia y el rector de la institución, se hizo una cam-
paña para pedir la reubicación de la escuela o los arreglos significativos.
Estuve en varias oportunidades en el Concejo Municipal exponiendo
nuestras necesidades, al igual que lo hacía el rector y una pareja de padres
de familia que me acompañaban. Los alcaldes de los diferentes periodos
electorales sostuvieron reuniones con nosotros en la sede, donde surgie-
ron cantidad de propuestas de parte de ellos, hasta el punto de afirmar
que la escuela sería reubicada en un terreno amplio. En varios años de
reunión y de gestión no hubo un avance significativo en la reubicación,
pero sí en el mejoramiento incesante que presentaban nuestros estudian-
tes, lo cual nos motivaba más.
Después de mucha insistencia y con mucha tristeza, recibimos la no-
ticia de parte de la administración municipal de que la reubicación no era
posible. Sin embargo, esto no nos desanimó y continuamos motivados.
Por medio de empresas privadas con la Secretaría de Educación munici-
pal como intermediaria, se lograron unos recursos que fueron destinados
para arreglos significativos de la sede, tales como cambiar el techo, hacer
el restaurante escolar, cambiar pisos y puertas, cambiar ventanas y algu-
nos muros. Aunque un poco incrédulos, pero motivados, no desistimos.
Este año, 2017, hace tan solo un par de semanas, los trabajos de adecua-
ción de la escuela terminaron. Ya contamos con un restaurante nuevo, con
mesas y sillas que se ponen en el patio para que los estudiantes desayunen
de manera más cómoda, techos nuevos sin goteras, pisos en baldosa y to-
talmente nivelados, puertas más seguras que cierran «a golpe de nevera»,
una pintura general y el nombre de la sede de la institución grande y en
letras doradas en la fachada, acompañada del escudo institucional. Po-
dríamos hablar de un cambio extremo, tanto en la apariencia de la sede,
en el sentido de pertenencia de la comunidad educativa, en el compor-
tamiento de los jóvenes en cada una de las trece estrategias planteadas
generando una convivencia pacífica, como en el crecimiento personal y
164 | Voces de maestros por la paz
profesional que tuvimos todos los docentes en este tiempo. Todo esto se
logró a por medio de Creciendo con mi escuela, que hoy sigue vigente
con un proyecto escrito, que cuenta con una estructura clara, contribu-
yendo en la formación integral de los estudiantes de la sede, partiendo
de la apropiación y la vivencia de los valores institucionales, generando
una conciencia crítica y fomentando una convivencia pacífica a fin de que
todos participen de la justicia, la igualdad, la equidad, el conocimiento,
la libertad y la paz en el marco de los derechos humanos; fortaleciendo
actitudes de cuidado y respeto de sí, de los demás y el ambiente que los
rodea, implementando el trabajo en equipo con acciones significativas
que tienden a mejorar la convivencia escolar y los espacios educativos.
Por todos estos logros hoy puedo decir que como maestros pasamos de lo
imposible a lo real, creciendo y transformando para la vida.
Fotografía: Alfaro Martín García Mejía
SUBREGIÓN NORDESTE
NARRATIVAS QUE CONSOLIDAN IDENTIDAD
PEDAGÓGICA
2 Mientras haya pobreza y exclusión muy difícilmente lograremos la paz. Artículo pu-
blicado por la Federación Colombiana de Educadores en su revista Educación y Cul-
tura (Nº, 121, del 24 agosto de 2016), fecode.
172 | Voces de maestros por la paz
deben conducir a esa cultura de paz; entendimos que somos nosotros quie-
nes debemos cambiar los paradigmas y tratar de producir catarsis en estos
jóvenes que son rebeldes sin fortuna porque vienen marcados por una so-
ciedad violenta que les imprimió una huella indeleble, que solo es posible
intentar borrar con un modelo de acogida el cual podemos construir en
esta nueva esfera de formación que nos abre la ley, y que de una u otra for-
ma, se deben convertir en territorios de paz, en espacios de reconstrucción.
APRENDIZAJES SIGNIFICATIVOS
En junio de 2017 llegó un nuevo rector, el señor Carlos Augusto Arias
Cadavid, quien vino trasladado del municipio de Tarazá en el Bajo Cauca
antioqueño, región que no menos que esta, ha sido duramente aporreada
por la violencia y por la falta de presencia del Estado.
La llegada de don Carlos fue una voz de aliento al proyecto de Cátedra
de la Paz porque, en realidad, el espacio de recreación y deporte que se
fortaleció con la estrategia del rector fue vital, ya que, el deporte no solo es
un asunto de salud, también es una herramienta efectiva en la educación
de los niños, niñas y jóvenes, pues en él se fomentan valores y habilida-
des de manera sana y divertida, el objetivo que se contempla en la Cátedra
de la Paz. De esta forma, se han venido involucrando en el proyecto las
otras áreas del currículo, ya no nos vemos solos liderando o construyendo
este proyecto, ahora nos sentimos parte de una comunidad educativa que
piensa en colectivo y construye en colectivo. Hoy vemos a nuestros jóvenes
entusiasmarse por un partido de baloncesto, micro fútbol, voleibol, juegos
tradicionales, damas chinas, ajedrez, en fin; los estamos alejando de la con-
frontación sin sentido y los estamos acercando a un mundo de posibilida-
des, que esperamos, sirvan para fortalecer la convivencia, y en un periodo
no muy lejano, podamos hablar de sana convivencia.
Nosotros estamos convencidos de que el deporte es una herramienta
para la formación, el desarrollo, el mejoramiento de las capacidades fí-
sicas de nuestros niños, niñas y jóvenes y, por supuesto, para el manejo
adecuado de sí en su entorno familiar y escolar; hoy vemos cómo desde la
Subregión Nordeste | 177
Poner fin a la guerra que ha padecido Colombia por más de cinco décadas,
se constituye en una importante oportunidad para la transformación de los
constructos que soportan la cultura colombiana, una cultura signada por
conductas, formas de relacionamiento entre las personas, desarrollos po-
líticos e institucionales, cotidianidades, contenidos académicos, creencias,
ideologías, simbólicos, en fin, un mar de complejidades y simplicidades que
tienen sus desarrollos sociales en la escuela; de manera que una escuela que
posibilite y se comprometa con la construcción de una cultura de paz.
la empatía entre nosotras ha sido nuestra mejor aliada para liderar este
juego. Hoy, más que nunca, agradecemos a Dios, a nuestras familias y
a los demás miembros de la comunidad educativa porque sabemos que
podemos seguir transformando corazones.
Esta aventura del juego no termina aquí, como lo dijimos al inicio de
este escrito, no se trata de jugar por jugar, queremos seguir jugando para
trascender los escenarios educativos y hacer de la realidad actual, nuevos
espacios con sentido pedagógico.
190 | Voces de maestros por la paz
TRANSFORMACIONES PEDAGÓGICAS
EN EL AULA A TRAVÉS DE LA LÚDICA
Y LA RECREACIÓN
mientras nos hidratábamos para continuar con las clases, les propuse:
«Hagamos un acuerdo, este consiste en que todos puedan utilizar los es-
cenarios deportivos sin sentirse discriminados o rechazados por los de-
más, involucremos en el juego no sólo a niños, sino también a las niñas,
para que vayan tomando más confianza en compartir y puedan disfrutar
de la placa polideportiva».
De esta manera se logró que el descanso de la mañana se utilizara
para jugar baloncesto, así niños, niñas y adolescentes empezaron a iden-
tificarse con este deporte. A su vez, el descanso de mediodía, fue para ju-
gar microfútbol y para aquellos estudiantes que eran poco amantes al de-
porte, se les brindó cuerdas para saltar, loterías, bingos, juegos callejeros
como golosa, chucha congelada, canicas y juegos didácticos que bastante
aportan al desarrollo de la personalidad.
Cada día que pasaba me sentía más alegre de lo que se estaba cons-
truyendo, ya que a lo largo de mi carrera esta situación se había conver-
tido en un reto, este tipo de situaciones de tal magnitud nunca se me
presentaron en otras instituciones. Ahora estaba feliz porque se notaba el
agrado de los estudiantes en el descanso, ellos querían que durara mucho
más y, desde la clase, hacían planes para utilizar el tiempo libre, razón por
la cual la convivencia en los descansos mejoró y las quejas disminuyeron,
la tolerancia se fortaleció y hubo buen respaldo por parte de otros docen-
tes, pues todos estábamos acompañando espacios distintos, pero con la
misión de tener a los estudiantes entretenidos con la diversión.
Las jóvenes de bachillerato empezaron a dejar de lado el uso del celu-
lar, algunas jugaban baloncesto o microfútbol, otras hacían ambas cosas
o saltaban la cuerda. La satisfacción que sentía me motivó para seguir ac-
tivando estrategias que contribuyeran al mejoramiento de la convivencia
en la Institución.
Es importante precisar que, desde la clase de Educación Física en todos
los grados de la básica primaria y secundaria, propicié un trabajo organizado,
encaminado a predeportivos de distintas disciplinas: baloncesto, microfút-
bol, voleibol, balonmano, etc. Empezamos a consultar y a conocer el regla-
mento básico de estos deportes y aprovechando los descansos pedagógicos,
194 | Voces de maestros por la paz
MÁS CERCA DE TI
es el fundador, pues en su gran finca radican y conviven todas las doce fa-
milias de La Delgadita, quienes trabajan para él jornaleando y habitando
en sus viviendas; solo deben pagarle quinientos pesos mensuales, dice él,
para que no se posesionen de ellas. Así pues, don Hugo me impresionó,
no solo por su lenguaje déspota, sus primeras palabras fueron: «Con us-
ted vamos a levantar esta hijueputa escuela, le voy a traer unas chimbas
de palmas de jardín para que siembre esas gran hijueputas y esta gonorrea
escuela cambie de aspecto». Me dejó las llaves de la escuela y se fue. Tal
afirmación me generó susto, quizá miedo, porque si esa era su expresión
acerca de la escuela, cómo sería refiriéndose a mí. La verdad, esta escena
no se me olvida nunca.
Cuando ingresé a la escuela, su infraestructura física se encontraba
en mal estado: Puertas sin chapas, ventanas de madera caídas, pupitres
de madera que podrían ocasionar accidentes a los niños, baños en pési-
mas condiciones, habitación del educador con 1,50 de ancho por 5 de lar-
go, con una cama de metal y un colchón de paja, una cocina en un salón,
en el que también se encontraba la biblioteca.
El desorden y la humedad reinaban por todas partes; también reinó
en mí la desesperación y la inquietud por saber cómo debía asumir este
nuevo reto. Pensamientos divagaban en mi cabeza, no encontraba una
salida, pero sí consideraba la necesidad de empoderarme de este lugar,
pues en las instalaciones se evidenciaba que la comunidad era ajena a su
escuela, a sus espacios, no había sentido de pertenencia ni de amor entre
esa que también era su casa.
Estaba en lo cierto, otras de las dificultades encontradas en la escuela
fue la desconfianza y la falta de credibilidad que la comunidad sentía por
el docente, fuese quien fuese y, más aún, de un docente tan joven, según
decían ellos. La experiencia con el maestro anterior fue negativa, ya que
este se fue de la vereda dejando tres hijos con diferentes madres, en los dos
años que estuvo de permanencia. Por esta razón, todas las personas de la
comunidad creyeron que yo iba a hacer lo mismo; ellos decían: «Si el otro
era un costeño cuarentón, ahora, este joven, acabará con la comunidad».
Los padres muy celosos con sus esposas y desconfiando de mi presencia,
210 | Voces de maestros por la paz
sueños, así no se tenga dinero, pero si hay ganas todo es posible. Por eso
invito a todos mis compañeros para que no menospreciemos a nadie, sino
que luchemos y ayudemos a quien más lo necesita.
Sería importante que la formación como docente se basara en una
formación integral donde se nos enseñe a manejar los casos que se nos
presentan en el aula, como los niños con déficit de atención, dificultades
de aprendizaje, niños con síndrome de Down, entre otros, porque uno no
cuenta con elementos suficientes para enfrentar esas problemáticas de la
mejor manera.
Considero que, como maestra, me caracterizan cualidades como la
disponibilidad, la paciencia, la entrega y el amor por lo que hago. Estos
valores hacen que desempeñe mi labor con calidad, debido a que siempre
estoy presta a ayudar a mis estudiantes y a la comunidad sin importar los
sacrificios que tenga que hacer; nunca reparo en el tiempo porque sé que
lo que estoy haciendo llena mi vida.
En el tiempo que llevo laborando en Las Ánimas me he sentido feliz
porque siempre he contado con el apoyo de los estudiantes, padres de
familia y toda la comunidad educativa para desarrollar mi labor. En nin-
gún momento me he sentido sola; por el contrario, siempre he tenido a
mi lado personas que me apoyan y me dan fuerzas para seguir adelante.
Por eso mi sueño es llegar a jubilarme en esta comunidad que me ha visto
crecer.
Pienso que en mis prácticas e interacciones cotidianas en el contexto
en el cual laboro, he dado buenas bases para educar en la paz, debido a
que en las diferentes áreas que oriento, implemento los valores para así
hacer que los estudiantes posean unos cimientos adecuados y los lleven
a sus hogares.
Si las niñas, los niños y los adolescentes tienen buenos valores, por
ende, serán ciudadanos de bien y, por el contrario, si no hay una forma-
ción integral, será imposible contar con hombres y mujeres capaces de
crear sociedad. Esto se puede evidenciar en las buenas relaciones de los
estudiantes en el aula de clase y su contexto escolar, en la respuesta posi-
tiva tanto de los estudiantes como de los padres de familia con respecto a
Subregión Nordeste | 223
UN COMIENZO
Y llegué al corregimiento de Cristales, en las primeras semanas de agosto
del año 2012, debido a una reorganización administrativa ordenada por
la Secretaría de Educación Departamental al municipio de San Roque. El
promedio de estudiantes por docente hacía que «sobraran maestros» en
unas instituciones e hicieran falta en otras. Aun no entiendo por qué en el
sector educativo oficial no se dialogan estas situaciones administrativas
con los docentes sino, por el contrario, se inician unos juegos de poder
entre el ente municipal, los directivos de las instituciones y los maestros,
en ese juego fui trasladada. Como se podía observar, era la primera vez
que estaba en un lugar al cual no había elegido ir, en una institución que
por la cantidad de estudiantes no necesitaba de mis servicios debido a
que ya contaban con un docente de Ciencias Sociales.
¿Qué hacer con respecto a esta decisión externa? No te queda sino
dos opciones: aceptarlo o renunciar. Los sentimientos que te producen
dejar el lugar donde vives de forma inesperada, a los estudiantes y com-
pañeros con los que has construido algún tipo de vínculo, adicionado a
la desazón que te da ser protagonista de decisiones gubernamentales que
ya han sido tomadas con algunos de tus colegas y que te parecen injustas,
226 | Voces de maestros por la paz
YA DE LLENO EN LA INSTITUCIÓN
La Institución se verá, de ahora en adelante, presionada por las políticas
públicas educativas de carácter nacional y departamental, a tomar decisio-
nes cada semestre en cuanto a la permanencia de los docentes y la asigna-
ción de los compromisos académicos. Es así como a lo largo de cinco años
en la Institución, asisto a cambios constantes: Cuatro rectores, dos veces la
jefa de núcleo como encargada, y el traslado de docentes debido a la falta de
personal. Por ende, ello ocasiona un cambio de asignación académica, en
promedio, cada semestre, que impide el desarrollo de procesos grupales,
así como afecta notablemente la continuidad de los procesos adelantados
con los estudiantes, más cuando no se tiene una política institucional con-
sistente y los maestros poco escribimos sobre las experiencias de aula.
El cambio constante de las obligaciones académicas, me puso en el
camino con un grupo con el cual habrá continuidad, en cuanto que la
historia dentro de la institución la caminaremos a partir de ahora, juntos.
Subregión Nordeste | 229
las heridas que nos había dejado esta larga relación de profesor-alumnos,
pero, sobre todo, sujeto-sujeto. Para una de las dinámicas, dos de los es-
tudiantes me buscan en la habitación donde me encuentro organizando
la logística del evento y me piden que baje donde están todos reunidos.
Uno a uno los hombres y algunas de las mujeres en medio de lágrimas
daban las gracias y pedían perdón por sus actos desconsiderados.
La hermana coordinadora del ejercicio perdón y reconciliación me
pedía que los abrazara, y me decía: «Esto es lo que has logrado profe,
este es tu trabajo». No sabía si esto era de verdad un logro y si habíamos
contribuido a liberarlos de la tempestad. Solo sabía que en mí ya no era
igual, ese afecto inmenso que había profesado por mis estudiantes se ha-
bía resquebrajado. Mientras el sacerdote sollozaba cubriéndose el rostro
con sus manos, decía: «¡Ay, mi profe, nunca en mi etapa de adulto había
llorado tanto!».
Un año después, en recepción de los graduandos promoción 2017, se
me acerca una abuela para decirme:
—Yo soy la abuela de él.3 ¡Gracias por lo que ha hecho por él y trasmí-
tale a sus compañeros mi agradecimiento!
Luego a la salida, me encuentro al estudiante, no sé si saludarlo, él
me sonríe y me dice:
—¡Gracias por todo, profe!
Yo lo abrazo y le digo:
—Me has podido perdonar por haberte dejado el año pasado sin gra-
dos. Tú sabes que fue prácticamente mi decisión.
—¡Profe, todo ocurre por algo!
Al llegar a mi casa, su madre me aguardaba.
—¡Gracias, profe, por lo que hizo por mi hijo!
En estos pequeños momentos es cuando nuestra labor cobra sentido.
3 Él fue mi estudiante desde el grado 8.°, cuando cursó el grado 9.° transitó el camino
de las drogas, las consumía incluso dentro de la institución; practicaba el cutting en
sus brazos. El año anterior cuando cursaba el grado 11.° tocó fondo en su problemática,
algunos docentes eran partidarios de graduarlo para «liberarnos» del problema, deci-
sión que nunca compartí y no lo promoví en las áreas que impartía.
234 | Voces de maestros por la paz
PARADIGMAS PEDAGÓGICOS
PARA LA FORMACIÓN DE VALORES
Y LA CONVIVENCIA PACÍFICA
Casos que no solo ocurren con los estudiantes, también a los educa-
dores les toca vivir situaciones muy tristes, desagradables y complejas a lo
largo de su profesión; es el caso de la educadora y compañera de trabajo
Adela Jaramillo, quien narra su experiencia como una situación difícil y
compleja, al tener que trabajar con miedo, violencia y persecución por
parte de la guerrilla y los paramilitares. Primero en la escuela El Iris y lue-
go en El Diluvio, quienes le mataron al esposo y, a partir de ese momento,
fue desplazada porque ningún familiar de la víctima podía permanecer
allí; generando en mí tristeza y dolor. Pero también es una experiencia
que me da ejemplo de superación personal, coraje y gratificación de en-
señar con amor, al entregar su vida a los niños que, aunque marcados por
la ola de violencia, son personas de bien, dedicadas, responsables y con
deseos de seguir adelante.
Me parece oportuno hacer un alto y plantear las cuestiones esencia-
les: ¿la educación consiste en la mera transmisión de conocimientos o
debe formar para la convivencia pacífica, la paz, la equidad, la ciudadanía
democrática y el desarrollo íntegro del ser humano? Se trata de una re-
flexión que como educadores debemos hacer para aprender, capacitarnos
y tener una comunicación asertiva frente a las tensiones educativas que se
pueden vivir en cualquier momento entre disciplina y libertad; el eclipse
de las humanidades, los límites de la neutralidad escolar, el papel de la
familia, la formación ética y moral, las drogas y la violencia intrafami-
liar y armada que se sufre y que repercute en el amplio espectro social y
cultural.
Estas, y otras más, son las problemáticas que acarrea toda una co-
munidad pero en términos de educación me preocupaba el clima que
encontré en el aula, en la sede El Diluvio, cuando noté las constantes
discusiones y desacuerdos que tenían algunos estudiantes entre ellos, la
falta de respeto y tolerancia y, sobre todo, el acoso escolar (bullyng) que le
estaban empezando a hacer a un estudiante con «calvazos» y empujones
durante los recreos, con apodos que lo hacían sentir muy mal, pero por
pena y miedo no aceptaba. Investigué con las niñas de su mismo grado
Subregión Nordeste | 237
quieren que les hagan a ellos, porque estaban actuando muy mal pensan-
do que al compañero no le molestaba y que aguantaba la charla, según
ellos. Después de clase, hablé con los implicados y dialogamos sobre el
acoso escolar, tanto físico como verbal, de las consecuencias, y sobre la
necesidad de llegar a la resolución, a los acuerdos con respecto al conflic-
to; desde ese momento comencé aplicando espacios de reflexión y apren-
dizaje permanente. Se notó la preocupación, el arrepentimiento y que se
sentían muy mal al haber hecho esto.
Esta aplicación de la resolución de conflictos en el aula, adaptado
por face (García, H. y Ugarte, D., 1997), me enseña la importancia de
tener en nuestras escuelas, según el tipo de conflicto, una intervención
preventiva, propuestas pedagógicas o proyectos de formación de valores
y la paz , que permitan que los estudiantes aprendan a convivir en paz,
amor, respeto, tolerancia, equidad, democracia, cooperación, y puedan
encaminarse al desarrollo de sus habilidades y destrezas para ser mejores
personas para la vida.
A partir de estas problemáticas que se venían presentando en el aula,
implementé el proyecto: «Rescatando valores en el ambiente escolar»
que venía trabajando en la escuela anterior, y de la cual tengo experien-
cias significativas, y obtuve muy buenos resultados: Primero, con los
veintiocho estudiantes del CER Cachumbal del municipio de Yolombó,
y ahora lo estoy replicando y fortaleciendo, de acuerdo a las necesidades
educativas que tiene la sede El Diluvio, con los estudiantes de tercero a
quinto (dieciocho estudiantes), en cuanto a convivencia escolar y paz.
Trabajando en diferentes áreas del conocimiento como en ética y valores,
ciencias sociales, religión, lenguaje, emprendimiento, y otros proyectos
pedagógicos de democracia, Cátedra de la Paz, escuela familiar y tiempo
libre, temas que se deben tratar en el entorno familiar y escolar donde
desarrollé las siguientes estrategias de intervención educativa:
información con los documentos que cada familia guardaba. Tardé ocho
días en volver a recopilar la información, estuve todos los días en las horas
de la tarde visitando los hogares de la vereda. Todo esto sirvió para cono-
cer un poco más de la forma como vivían los estudiantes. Pude notar en
aquellos hogares una calidez humana irremplazable y en varios, a pesar
de la escasez económica, se podía apreciar ese don de servir al otro. El
papel del señor de la junta fue fundamental en esta ardua tarea. Una vez
finalizada la labor sentí más tranquilidad, pues le pude entregar los docu-
mentos a la directora del núcleo, tal como me la había solicitado.
Dar gracias a Dios era un valor que desde muy niña había aprendido
de mis padres. Estaba atravesando por momentos muy felices, me sentía
realizada como maestra al observar como al finalizar el año 1998 un gru-
po de seis niños matriculados en el grado primero ya sabían leer, escri-
bir, sumar, restar y hasta resolver sencillos problemas matemáticos. Así
transcurría el paso por la escuela Las Peñas, cada día aprendía más de esta
maravillosa experiencia, no solo con los estudiantes sino también con los
padres de familia que siempre tenían la mejor disposición para contribuir
a la formación de sus hijos.
Mi paso por esta escuela duró poco, estuve dos años y durante este
tiempo empecé a presentarme a las convocatorias que realizaba el depar-
tamento de Antioquia para proveer las plazas de docente y así obtener
una estabilidad laboral. Por fortuna, pasé el concurso de méritos en el
año 1999 y para el 25 de febrero del año 2000, me vinculé en propiedad en
el municipio de Santo Domingo y en la misma escuela donde comenzó
esta historia: Las Peñas. Mi felicidad era del tamaño de la luna, no solo
había logrado la vinculación con el Estatuto 2277, sino que, paralelo a
este mérito, estaba cursando el último año de normalista superior en la
Escuela Normal Superior de San Roque.
En el plan de Dios el proceso de acompañamiento en esta vereda ya
había terminado. En el mes de abril del año 2000, fui notificada de un
traslado, las lágrimas no se hicieron esperar, tenía una sensación muy
rara. También una profunda tristeza al saber que el paso por la comu-
nidad que me abrió su corazón y de los cuales obtuve una cantidad de
Subregión Nordeste | 245
la violencia social que han salpicado a más de una familia y esto indiscu-
tiblemente llega a las aulas de clase; en esta labor aprendí que cada estu-
diante es un mundo por conocer y reconocer. Desde el año 2014 que estoy
en la coordinación académica, oriento todos los procesos académicos y
pedagógicos en el interior de la Escuela Normal, realizo acompañamien-
to a las comunidades en gestión de práctica pedagógica, a la comunidad
de investigación y a la comunidad de gestión curricular, labor que cumplo
con mucho amor y pasión, y aunque no hago labor directa en las aulas
de clase siempre estoy pendiente del desempeño académico de los es-
tudiantes, centro el interés por sus expectativas, motivo su estadía en la
escuela y, sobre todo, me preocupo y ocupo para que ellos encuentren en
la educación el motor para la transformación.
En el trabajo realizado en la Escuela Normal he tenido la oportu-
nidad de reír, soñar, y disfrutar de cada uno de los aconteceres, ya sean
positivos o negativos. Los nueve años que llevo en esta institución han
sido de formación y cualificación permanente, aquí realmente he tenido
la oportunidad de transformar procesos educativos, de romper paradig-
mas, aportar desde la profesionalización y la experiencia a la humaniza-
ción de la educación; trabajo que he apoyado con mi formación desde las
siguientes especializaciones: Gerencia Educativa con énfasis en Gestión
de Proyectos, Evaluación Pedagógica, Educación Personalizada, estas las
realicé con la Universidad Católica de Manizales y una cuarta en Informá-
tica y Telemática con la Fundación Universitaria del Área Andina
Aunque soñaba con ser médica veterinaria, la vida me llevó por otros
caminos, atravesados por el objetivo común de servir a los demás. Con-
sidero que soy una defensora de los derechos humanos e individualida-
des de cada estudiante, amo incasablemente lo que hago y «anclarme en
la vida del otro» para ayudarlo en su formación, es decir, cuidarlo, estar
pendiente de él, ayudarlo a ser feliz, y más en contextos en los que los ni-
ños y jóvenes suelen presentar problemas de autoestima y depresión que
indiscutiblemente repercuten en su comportamiento escolar.
Si bien no manejo un saber específico en el interior de las aulas, des-
de el cargo de directiva y con la formación profesional acompaño a los
250 | Voces de maestros por la paz
LA RECOMPENSA DESPUÉS
DEL MIEDO Y EL HORROR
RECORDAR ES VIVIR
otra sorpresa: me enteré que uno de los estudiantes del grado 5.°, quien
contaba con dieciséis años, de cuerpo corpulento y caminado lento, pero
fuerte, se camuflaba después de clases, se armaba hasta los dientes para
hacer su labor de centinela en horas de la noche en aquel pequeño pueblo.
Aquel estudiante estaba conmigo, yo que quería huir de tanto miedo,
de tanta maldad y que creía que todo iba a cambiar y claro, pasó y me
pasó a mí. Este estudiante, un día cualquiera, me estrujó en clase, con
la disculpa de que yo no le había calificado una tarea, delante de todos
sus compañeros. Los demás chicos se enojaron y le llamaron la atención
por su falta de respeto. En ese instante no dije nada, pero salí del aula y
lo llamé. En voz baja le exclamé: «Tengo un papá, una pareja, dos hijos, y
ellos nunca me han empujado, ahora para que venga usted a empujarme,
usted que no es nadie, y sabe una cosa, usted sabe dónde vivo, no tengo
miedo porque solo tenemos un día para morir, pero mientras esté en mi
clase, respéteme». ¡Oh Dios!, ¿qué había hecho?, reaccioné tarde, ya no
había nada que hacer, me había metido en la boca del lobo. No sé si fue
un milagro, pero al instante él comenzó a llorar y me ofreció disculpas.
Las acepté de inmediato, pero durante una semana no dormí pensando
que iba a llegar a matarme.
Sufrí, no dormí, tenía grandes ojeras, tenía muchísimo miedo, rezaba
con gran devoción, me mostraba segura, amigable, y nos abrazábamos con
frecuencia; creo que todo eso me ayudó porque aquel joven se convirtió
en mi mejor ayudante en el aula después de aquel episodio. Dios sabe lo
mucho que le agradecí, pues la verdad es que nunca dejé de tenerle miedo,
hasta que terminó la primaria y se fue del sitio. La verdad es que di gracias
a Dios porque ya no lo tendría tan cercano. Igualmente, en este mismo año
(1998-1999), inicié la formación complementaria junto a quince compañe-
ros más. Me parecía increíble estar estudiando pues por muchos años creí
que eso ya no era para mí. Me encantaba esta nueva etapa de estudiante,
la disfrutaban enormemente los fines de semana y empecé a adquirir un
montón de herramientas fenomenales para desarrollar mis clases. Sentí
que mi interés por la pedagogía era distinto, «me agradaba mucho».
260 | Voces de maestros por la paz
negro del humo. Varios de mis compañeros murieron ese día»; miraba el
piso, ahora, con tristeza.
¡Vinieron los del gobierno, el ejército y los medios de comunicación a
hacer el acto conmemorativo!
Es imborrable el estado en el que vi, por primera vez, la tumba co-
lectiva, con sus cruces caídas y tapadas por la maleza; para este día, las
arreglaron y remarcaron los nombres. En los actos conocí, por recomen-
dación de los mismos estudiantes, a la periodista que en ese entonces
trabajaba con la Revista Semana, Patricia Nieto. Me pidió una entrevista
para que le hablara sobre el conflicto colombiano pues se enteró de mi
anterior trabajo en Urabá; pero debido a que la semana anterior se habían
dado malas interpretaciones a una entrevista que le había hecho a una
líder comunitaria, le dije que le colaboraba, pero con la condición de que
mi nombre no apareciera reseñado.
Al año siguiente, 2009, la secretaría continúa con el proceso formativo y
el rector me dice que es conveniente que asista. El nuevo proyecto es Facto-
res Asociados a la Calidad de la Educación (FACE), el cual se desarrollaba en
el municipio de Yolombó. El proceso formativo tenía varias líneas: proyecto
de vida, desarrollo humano, investigación docente, valores y lectura. Al ter-
minar la formación, para certificarse, había que realizar un proyecto; decidí
que fuera de investigación etnográfica, la dificultad radicaba en cuál tema
elegir que no pusiese en riesgo la vida de los chicos; pues, si bien los parami-
litares se habían desmovilizado, habían surgido varias bandas emergentes
que hacían presencia en la zona, los bajos precios del oro habían volcado la
economía hacia la producción cocalera. Con decir que había coca hasta en
los jardines y en una ocasión que la profe les pidió a los niños de segundo
llevar plantas aromáticas, una le llevó hojas de coca. Los chicos le pedían
permiso para ir a «raspar coca» y conseguirse unos pesitos; les pagaban en-
tre 40.000 y 50.000 pesos el día, mientras en las demás labores agrícolas
no alcanzaban a pagar 20.000 pesos. Desde el balcón de nuestros salones
se veían los helicópteros sobrevolar mientras las avionetas fumigaban los
cultivos, que estaban a pocos metros del asentamiento. El pueblo vivía de la
coca, la economía la dinamizaban los cristalizaderos de coca.
272 | Voces de maestros por la paz
sacrificios que he hecho para ayudar en cierta medida a estos niños, pero
a veces siento que lo que hago en la escuela no logra transformar sus pen-
samientos o actitudes», «¿cuáles son sus sueños?», «¿dónde están sus
anhelos?».
Esa noche fue tenebrosa, los helicópteros y los tiros de fusiles, calla-
ron el silbar de los grillos y el cantar de las ranas, fue la noche más larga
de toda mi vida, pensaba que en cualquier momento iba a escuchar pasos
o iban a derrumbar la puerta. De un momento a otro, se empezó a ver la
claridad del día siguiente, un silencio con presagios daba los buenos días
de un nuevo amanecer. Me levanté e hice los oficios de la casa antes de
una nueva jornada. Me sorprendí cuando los niños comenzaron a llegar
como de costumbre, como si nada hubiese pasado. Eran las 11 de la maña-
na cuando llega la señora del restaurante al aula de clase, me hace señas
para que la atendiera y me dice: «Profe… lo están buscando». Inmediata-
mente pensé: «me van a matar»; como pude, les coloqué una actividad a
los niños en el tablero y les pedí el favor de que no fueran a salir, que iba a
bajar una olla grande del fogón, me desplacé con la señora hacia la cocina
y esos pequeños ángeles a quienes les había colocado la tarea, salieron in-
mediatamente a protegerme con la mirada, pues en la zona siempre que
sacaban a una persona, no volvía con vida. Cuando llegué a la cocina, me
hizo señas que detrás de la casa me estaban esperando, con mis manos
frías, sin aliento y los pies temblando, me acerqué, mi voz quebrada dijo:
—¿Me necesita?
Un guerrillero ensangrentado me respondió:
—Necesitamos botiquín, deme lo que tenga, termine su jornada.
Con lo sucedido ya no confiamos en nadie. La tranquilidad volvió a
mi cuerpo, sentí que la sangre volvía a cada una de mis células y de in-
mediato entregué lo que tenía en la escuela y en mi casa. Comprendí la
claridad del mensaje.
Ese mismo día a la una de la tarde salí de la vereda y me dirigí a rec-
toría, le describí al rector los sucesos de los últimos días, me dijo que me
quedara en la sede hasta nueva orden.
284 | Voces de maestros por la paz
mí las palabras necesarias para ser luz en medio de tanta tristeza. Ella,
con lágrimas en sus ojos me dijo: ¨Llevo días buscando formas de morir y
aunque he ensayado con algunas, aún estoy aquí ¨.
Cuando por fin pude hablar le dije: ¿Habrá algún sueño por cumplir?
Te has preguntado: ¿Por qué aún continúas con vida? Y nuestra conver-
sación se tornó diferente cuando comenzamos hablar de los sueños y de
los obstáculos que siempre aparecen. Después de conocer tantos detalles,
pensaba mucho en esa situación y en la forma de ayudarle. Decidí llamar
a sus padres, quienes buscaron ayuda y estuvieron atentos a la situación
de la niña; fueron muchas veces las que hablamos y en cada diálogo siem-
pre estaba motivando en ella un reencuentro con la vida.
Ella aún pasea por su colegio, luchando por un sueño: ser piloto de
avión, el cual la motiva a seguir adelante.
Es difícil comprender ¿por qué alguien desea morir, cuando existen
muchos otros, que solo quieren vivir un poco más? Pero es aún más tris-
te estar una tarde en tu salón y que súbitamente entre alguien y te diga:
«Profe, una de sus estudiantes se ahorcó». Quedé petrificada al escuchar
esto, y en la soledad de ese lugar, lloré profundamente, un intenso dolor
invadió mi corazón, la frustración, la rabia y la impotencia se apoderaron
de mí. Nunca imaginé vivir un momento como este. Mi tristeza fue mayor
porque aparte de mis clases no existió ese momento donde aquella joven
de 15 años y yo pudiéramos hablar de su vida. Las preguntas rondaban mi
mente: ¿Qué me faltó como maestra? ¿Será que aquella niña en algún mo-
mento trató de hacerlo y no le di el espacio? Hay cosas incomprensibles
para la mente humana y más para la de un maestro que comparte cada día
con muchos jóvenes que viven tantas situaciones que le quitan sentido a
su vida. Todos estos momentos hacen parte de la vida de un maestro.
No existe una varita mágica que pueda hacer que todo cambie en un
instante, pero si existen maestros como tú o como yo que pueden cambiar
el rumbo en la vida de alguien.
Comprendí que entrar por esa puerta, la puerta de mi escuela, ha
sido y será la bendición más grande. Soy maestra de los hijos de mis ami-
gos, con quienes compartí mis días de estudiante; hoy como maestra
288 | Voces de maestros por la paz
guerra. Este tipo de sentimientos son una reacción natural ante tanto ul-
traje e impunidad, ante tanto oprobio e infamia que ha padecido el pue-
blo colombiano durante tantos años, y negarlos seria como querer negar
nuestra propia humanidad. Sería como querer tapar el sol con un dedo.
Más que negar estos sentimientos de odio y de venganza que embar-
gan hoy al pueblo colombiano, habría que reconocerlos como una mani-
festación natural del sentir humano; en vez de negarlos habría entonces
que comprender su génesis para poder atender y mitigar su sintomato-
logía; habría que auscultar en su anatomía para poder transformarlos, y
poder pasar así de los sentimientos de odio y de venganza, a los actos de
la reconciliación y la esperanza. Y para ello, habría que contar lo que nos
pasó, habría que nombrarlo para traerlo a la memoria, habría que escu-
char a las víctimas inocentes y a los combatientes confesos para poder di-
mensionar el horror de la tragedia, y poder entender así lo que nos pasó.
Pero, ¿cómo lograr dicho cambio en nuestro imaginario colectivo?,
¿qué debemos hacer para subsanar todas las heridas y resentimientos,
que han dejado tantos años de guerra cruenta en el corazón y la mente
de los colombianos? Como educador tengo que decir, aun a riesgo de ser
tildado de loco romántico, que estoy plenamente convencido del poder
transformador de la educación. Pues, aunque pueda sonar demasiado
utópico, creo que es desde el aula de clases y las prácticas pedagógicas de
la escuela, desde donde se empiezan a gestar todos los grandes cambios
sociales. Ningún pueblo o civilización podría desarrollarse sin un sistema
educativo que le permita configurar todas sus costumbres y valores, en
pro del ideal de hombre que quiere formar.
El gran legado de los antiguos griegos a la humanidad fue precisamen-
te su Paideia, es decir, su noción de educación, que se fundamentaba en la
idea de que la formación del hombre debe ser el fin último de toda socie-
dad, y que todo ciudadano y toda institución deben contribuir de manera
consciente a dicho fin. Y fue gracias a este tipo de educación consciente, al
hecho de que tuvieron un ideal de hombre a formar, por lo cual el antiguo
pueblo griego pudo crear la filosofía y la democracia; y pudo así ser recono-
cido por la posteridad como la cuna de la civilización occidental.
Subregión Oriente | 291
embargo, aun dando por sentado que todas estas críticas sean acertadas, me
es lícito preguntar entonces: si no es por medio de la educación, ¿de qué
estrategia nos vamos a servir los colombianos para pasar del odio y el deseo
de venganza, a la reconciliación y la convivencia pacífica? ¿Qué vamos hacer
para avanzar en este proceso de paz que apenas comienza, y que exige de
nosotros la superación de los resentimientos personales y los deseos indi-
vidualistas de retaliación, para poder avanzar y concretarse? Planteo estos
interrogantes porque la firma del acuerdo de paz es solo el primer paso para
la consecución de ésta; pues, si cada uno de nosotros no se hace responsable
y asume un papel activo en la construcción de la paz, no será posible llegar
a alcanzarla. La convivencia pacífica no es el resultado de un pacto entre el
Gobierno y las guerrillas, sino más bien un compromiso que debería asumir
cada ciudadano con la vida, con los otros y con la patria.
Es por esto que estoy plenamente convencido de que es desde la edu-
cación donde se construye la verdadera convivencia pacífica. Que es des-
de la escuela y el colegio desde donde se construye el verdadero tejido so-
cial. Sin embargo, habría que hacer aquí una salvedad, con esto no quiero
decir que son la educación y los maestros los únicos responsables de la
construcción de la paz. Afirmar esto sería una completa desfachatez. Lo
que he querido decir, desde las primeras líneas de este escrito, es que, si
bien la educación es el motor de toda transformación social, ésta necesita
del apoyo social y político. O, dicho en otras palabras, necesita el apoyo
de toda la sociedad en su conjunto. Pues la educación es una empresa hu-
mana que requiere de la participación de todos los estamentos sociales.
Así pues, si queremos que la educación cumpla con su papel trans-
formador en esta nueva empresa de la paz en la nos hemos embarcado
hoy todos los colombianos, tenemos que ser conscientes de que educar al
hombre para la convivencia pacífica debe ser un trabajo mancomunado,
es decir, tenemos que entender que la educación es un asunto que nos
compete a cada uno de nosotros como colombianos; y que no es algo que
únicamente les incumba a los maestros o a los pedagogos.
Por último, quisiera decir que una educación para reconciliación es
una educación que debe tener como ideal de formación la convivencia
Subregión Oriente | 293
Después de colgar el teléfono fijo y gritar a viva voz la noticia que repre-
sentaba la estabilidad económica de mi casa: ¡Tengo trabajo!. Todos los
que estaban conmigo en ese momento abrieron los «ojotes», y hubo entre
los presentes un tremendo silencio. Unos minutos después, los presentes
empezaron a enumerar la lista de preocupaciones:
«¿Para allá?, ¡eso tan lejos! ¡Dicen que eso es muy violento!, ¿y dónde
va a vivir?, ¿usted solita por allá?!, ¡allá hay mucha guerrilla!, ¡allá no respe-
tan los profesores! ¿Quién se va a ir con usted?» Y remataban con: «Usted
no está aguantando hambre para irse tan lejos. Espere otra oportunidad».
Aún con tantas recomendaciones empecé los trámites para reunir la
documentación que me pidieron en aquella llamada. Y después de un
cúmulo de requisitos, llega el momento de verificar todo aquel pliego de
advertencias y confrontar la teoría con la realidad. Realidad que pregun-
taba todo el camino, pero que no alcanzaba a imaginar con mis escasos
rasgos de aventurera.
Eran las 7:30 de la mañana de un martes, cuando me monté en el auto
que me conducía a una realidad que no la había leído, es más, ni sabía de
su existencia. Hasta que anunciaron el nombre de aquel pueblo que me
habían recreado tan bien.
Por las ventanas, los pasajeros que, quizá, no estaban tan expectan-
tes, comentaban: ¡Mirá, mirá! y ¡mirá aquello y lo otro! ¡Cómo quedó eso!
Me bajé del bus y me quedé un momento ahí parada sin saber qué hacer.
300 | Voces de maestros por la paz
Veía muros caídos, puertas colgando, casas sin cubierta, agujeros en las
paredes y demás señales de pipetas lanzadas desde las montañas. Seguí
mi camino sin saber hacia dónde.
Después de una semana de intentar reconocer el territorio, conversar
con personas que mostraban mucha amabilidad, llegó el día de despla-
zarme a la escuela y con una hoja de cuaderno me dirigí al «cuadradero»,
como denominan los habitantes al lugar que usan para aparcar los autos
que se dirigen a la capital o a las veredas. En esa hoja estaban las ins-
trucciones para mi recorrido. El carro era un bus escalera y en su parte
alta aparecía el nombre «La trampa» en letras rojas; ese era el lugar al
que se dirigía. ya estaba sentada, había pasado documentación, lo había
elegido. No podía negarme la posibilidad, pero el miedo me arrebataba
la respiración.
Empecé a llorar, me desconsolaba tanto verme ahí, sin saber qué pa-
saría con mi historia, con mis sueños. El bus llevaba dos horas de cami-
no cuando un hombre me hace señas para que me arrodille. Limpio mi
rostro para mirar que ocurría, nos pidieron los documentos que fueron
devueltos rápidamente y continuamos nuestro camino.
A las tres horas llegamos. Era un minúsculo caserío donde alguien me
estaba esperando. Tomé mi equipaje y me dirigí a la tienda que aparecía
descrita en la hoja. El hombre me saludó amablemente y me indicó cual era
mi caballo. «Yo nunca he montado en caballo» le dije con voz suplicante.
Él me insistió para que me montara, yo no accedí, pero al cabo de un rato,
cuando mis pies ya no daban para un paso más, decidí montarme.
Todas las palabras de las personas que me amaban se pasaban por mi
mente, una a una recordaba con la nostalgia de quien se aproxima al arre-
pentimiento. El viaje duró cuatro horas. Llegué a la casa de una familia,
allí todos me miraban extrañados. Tenía solo diez y nueve años y parecía
que ya se me estaba agotando la vida.
Fueron pasando los días, y con ellos las semanas.
Un día estando sentada en mi escritorio, mientras los niños resolvían
una actividad de matemáticas se escucha a lo lejos un «tas-tas-tas». Yo
corrí en dirección a ellos para protegerlos, pero estos asumen posición
Subregión Occidente | 301
se ubicaron en Llano de San Juan, allí los matriculan para continuar sus
estudios.
En estos momentos son mayores de edad, son personas sanas, no se
han involucrado en vicios ni en los conflictos sociales que existen en la
comunidad.
Con este caso me pude dar cuenta lo que sugiere la pedagogía para
trabajar con niños que no tienen el mismo ritmo de aprendizaje en el
grupo; hay que flexibilizar el currículo, hacer adaptaciones curriculares,
superar los tiempos de clase y fortalecer las relaciones con los padres con
el fin de que ellos asuman el acompañamiento de sus hijos en las tareas
extraescolares.
Al hacer la reflexión pedagógica de la historia narrada, encuentro
principios pedagógicos de los referentes universales que he aplicado; no
se puede separar el proceso de aprendizaje del contexto. Es lo que expre-
san Beatriz Aisenberg y Silvia Alderoqui (1998):
Al poner en contacto el niño con diversos contextos, se favorece la
construcción de representaciones ricas de realidades sociales del pasado
y del presente y no solo eso, se hace posible la aproximación del maestro
a la realidad del contexto de la escuela, reconociendo los valores, desa-
rrollos y problemas que caracterizan la comunidad educativa con la cual
se trabaja.
De igual modo, Edgar Morin expresa otro aspecto a tener en cuenta
en el campo de la formación, es el tema de la comprensión humana, esta
hay que enseñarla desde temprana edad, es hacer entender las razones,
el porqué de los actos, es una necesidad para las relaciones humanas y
para comprender la necesidad de solidaridad entre los otros. El reto es
poder ofrecer a las generaciones que educamos unos aprendizajes donde
podamos armonizar el sentir, el pensar, el disfrutar y el comprender, lo
universal con lo particular, lo abstracto con lo concreto y hacer del apren-
dizaje un acto con una dimensión humanizante.
Subregión Occidente | 309
allí. —«Tranquila», me dijo una voz grave y fuerte, cogió el paquete que
se había caído y los demás. —«No te preocupes, te voy a ayudar». ¿Quién
era aquel hombre que con amabilidad ayudaba a cargar las ilusiones que
contenían esos paquetes? Nunca supe su nombre, simplemente fue un
ángel que intervino en una buena causa, estuvo pendiente de mí y de los
paquetes desde el primer momento. Me consiguió un cupo en los carros
que estaban al otro lado del derrumbe, pagó mi pasaje e incluso en Mu-
tatá me brindó algo de comer y de beber. En el camino le comenté lo que
llevaba y por qué lo hacía, agradeciéndole una y otra vez en mi nombre y
en el de los niños. Al llegar a la terminal de transporte del municipio de
Apartadó me ayudó a llevar los paquetes hasta el transporte que me con-
duciría a San Vicente del Congo, y se despidió diciéndome: —«las cargas
no pesan cuando de ellas recibes sonrisas». Simplemente, sonreí. No tuve
las palabras para responder, menos para explicarme y contar lo que había
sucedido. Llegué al corregimiento con una inmensa satisfacción, con la
plenitud en mi rostro y con el corazón rebosante de alegría. Y manos a la
obra. Empecé a organizar y a acondicionar el lugar; docentes y estudian-
tes estaban a la expectativa. La mejor música que mis oídos escuchaban
eran las sonrisas de aquellos niños que observaban atentamente por las
ventanas lo que yo estaba haciendo. Paso a paso se convertía en realidad
mi sueño; cuando terminé, caí de rodillas y le dije a Dios: gracias, ellos
también tienen derecho a jugar sanamente, a recrear su formación y a
divertirse en cualquier momento, el cansancio no era suficiente para lo
que con todo mi amor había logrado.
Día a día empezaron a utilizar todo lo que había en aquel lugar. Se
dieron las normas que se cumplían con respeto. Se hizo un cronograma
de visitas con diversas actividades y muchos niños empezaron a sentir la
calidez de la humanización en pocos momentos y en acciones tan senci-
llas. En aquel lugar no solo era la profe Biviana, era una madre que sabía
la angustia de la necesidad, era una mujer que le gusta la limpieza y el
orden, la parte artística y la buena ambientación, era un ser humano sen-
sible ante el dolor y el sufrimiento, era una creyente, con fe en Dios y en
que todo es posible; cada que cerraba la ludoteca: Learte, porque así la
314 | Voces de maestros por la paz
de este mágico lugar solo quedan sus predios, ya que esta fue demolida
entre la nostalgia de quienes se apegan, con sobradas razones, a su legado
histórico, y la alegría que genera la construcción de una nueva y moderna
planta física para la Escuela Normal y así materializar este gran sueño
que contó con la iniciativa de la administración municipal y el apoyo del
gobierno departamental y nacional.
Fue allí, en este lugar, cuando un día del mes de septiembre del
año 2016 realizaba un recorrido por los diferentes grupos de la básica pri-
maria para recopilar una información de los estudiantes. Al llegar al aula
1B, fui interpelada por la docente del grupo, quien aprovechó mi presen-
cia para informarme que estaba al borde de la locura, que ya su paciencia
estaba al límite, que hoy los niños estaban insoportables y no querían
hacer caso y, mucho menos, realizar el trabajo de clase. Necesitaba que
le colaborara, sobre todo, con algunos que eran reincidentes en este tipo
de comportamientos. Además, estaba muy preocupada porque el año iba
muy avanzado y estos niños aún tenían muchas falencias en su proceso
de aprendizaje.
Después de escucharla atentamente, ingresé al aula, hice un breve
silencio dando espera a que los chicos se dispusieran a escuchar, luego
procedí con voz firme y les hice un enérgico llamado de atención, enfati-
zando el cumplimiento de sus deberes como estudiantes, los comporta-
mientos inadecuados que estaban catalogados como faltas disciplinarias;
además, aproveché para mencionarles que los niños desordenados no
podrían pasar al grado segundo. Les recordé, entre otras cosas, la impor-
tancia de respetar a los compañeros y a la profesora.
Procedí a solicitarle a la docente que me indicara cuáles eran los ni-
ños más recurrentes en estos comportamientos; ella me aclaró que varios
de ellos estaban siendo intervenidos por el coordinador de convivencia y
que en el momento era el estudiante Junior Alexis el que ha estado inso-
portable y lo más preocupante era la falta de acompañamiento por parte
de la familia.
De inmediato llamé a Junior Alexis y nos dirigimos a la oficina. Ju-
nior Alexis es un chico de ocho años de edad, de constitución delgada,
Subregión Occidente | 317
LA HOJA EN BLANCO
Son muchas las historias que se tejen en cada rincón de una escuela, his-
torias que son guardadas por sus protagonistas para contarlas por el resto
de sus vidas. Hoy quiero contar la historia de Cristian Alejandro Moreno,
un niño de ocho años que llegó a la sede El Rincón de la Institución Edu-
cativa Rural Agrícola del municipio San Jerónimo el 24 de enero del 2015.
Cristian me abrió las puertas de su vida para permitirme reflexionar sobre
la violencia en la escuela y sus múltiples formas de manifestarse.
A la «escuela el Rincón», como la llaman los habitantes de la vereda
del mismo nombre, ubicada a cinco minutos del parque principal de San
Jerónimo, modalidad Escuela Nueva, en la que estudian treinta estudian-
tes de preescolar a quinto, llegó Cristian aquel día, entró apurado, no sa-
ludó, solo observaba a los demás niños y niñas que esperaban ansiosos las
orientaciones de su maestra.
—¿Dónde me siento? —preguntó.
Sus palabras iban acompañadas de la calidez de sus ojos y de una na-
tural tranquilidad en su rostro. Los demás lo miraban extrañados y entre
susurros se preguntaban quién podría ser. Atraída por su voz di la vuelta
y al verlo sonreí, me agaché y traté de abrazarlo, pero me esquivó.
—Buenos días —dijo.
—Niños, al parecer tenemos un nuevo compañero —le dije al res-
to de la clase. Se escucharon voces y risas que le daban la bienvenida al
«nuevo».
—Soy Cristian, y de la otra escuela me echaron porque soy horrible,
eso decía mi maestra.
322 | Voces de maestros por la paz
las esperanzas del menor, representadas en esas hojas con trazos dibuja-
dos en una pequeña parte de la hoja sin orden alguno. Trazos inciertos y
temblorosos que él había tirado en un momento de angustia.
En cada espacio de la escuela Cristian estaba presente, como aquel
día en que correteaba por el patio dándole vida a los adoquines y se acercó
a un grupo de niños y niñas que jugaban al trencito.
—¿Puedo jugar? ¡Oigan!... ¿puedo jugar? —repitió Cristian sin con-
seguir ser escuchado. El grupo de niños ignoró su presencia, él se llenó de
rabia y con puños, patadas e insultos consiguió ser escuchado. Mientras
yo reprochaba su comportamiento, el llanto de Cristian representaba la
aceptación que tanto ansiaba y no se atrevía a buscar.
La campana anunció que era hora de regresar al salón. Los gritos se
hicieron más fuertes, pero la voz de Cristian sobresalía de las demás, no
paraba de hablar. Abrió su cuaderno para terminar una tarea que apenas
había contemplado, entonces vio que las hojas arrancadas habían regre-
sado. En cada una había algo especial. Al pasar la primera, vio un dibujo
de un niño con una hermosa sonrisa; en la segunda, el mismo niño estaba
rodeado de muchos más niños; y en la tercera hoja, había el dibujo de un
niño y un cuaderno con algunos trazos. Las hojas escritas por él también
estaban allí finamente pegadas. Cristian interrumpió la clase.
—¿Quién pegó estas hojas en mi cuaderno?
—Pienso que se ven más bonitas ahí, y no tiradas en el piso —respondí.
—¿Puedo pintar este dibujo, se ve muy feo así? —dijo y señaló el
dibujo que faltaba por pintar, no encontraba qué hacer con sus manos
inquietas.
—Sí, puedes hacerlo si quieres —contesté limitando mis palabras
para no condicionar su creatividad.
—¿Puedo hacerle alas al niño?, ¿Y si le dibujo nubes de colores a su
alrededor y un corazón en el cuaderno? —continuaba preguntando.
—Puedes dibujar y pintar como quieras y también puedes escribir
cuanto quieras.
Durante la jornada no dejé de observarlo y escucharlo. Antes de re-
gresar a casa, le pedí que me enseñara su cuaderno. Tenía muchos dibujos
324 | Voces de maestros por la paz
y trazos, pero había algo curioso, siempre dejaba una hoja en blanco en
medio de dos pintadas. Me di cuenta de que en esas hojas en blanco es-
taba el mundo de Cristian, un mundo que me hablaba sin decir nada,
necesitado de color y posibilidades.
Comenzó una nueva semana. Ese día Cristian llegó tarde, se ubicó en
la parte de atrás de la fila del grado primero, no saludó, se burlaba de sus
compañeros y les decía apodos. De nuevo estaba desafiando mi paciencia
y tolerancia. Respiré profundo y le pregunté qué le pasaba, pero no me
respondió.
—El único perjudicado con tu comportamiento eres tú —le hice
saber.
Al entrar al aula, los niños vieron en el pizarrón blanco muchas letras
de colores con un mensaje que haría historia en la escuela: «Convivir para
educarnos, amar para conocernos y reconocernos». Surgieron muchas
preguntas, y hasta Cristian se interesó.
Había llegado el momento de hablarles del proyecto de conviven-
cia escolar en el que había estado trabajando hacía varios meses. Les
dije que ellos serían los protagonistas. Algunos se atrevieron a proponer
actividades.
—¿Puedo participar? —preguntó Cristian.
Le di mi aprobación, toqué su cabeza y le entregué un delantal verde
en el que decía «gestor de convivencia escolar». Sonrió con sorpresa.
—¿Qué tengo que hacer?
—Vigilar los descansos, corregir a quienes acostumbraban a jugar
brusco, recordarles a los compañeros que cada uno tiene un nombre para
identificarse, realizar actividades recreativas en los descansos, hacer re-
gistro diario de los comportamientos negativos y positivos, dar informe
detallado de la convivencia escolar al finalizar la semana y elegir a los
gestores de convivencia de la semana siguiente, le expliqué.
Inmediatamente, los otros niños lo felicitaron y entre todos recorda-
ron las funciones del gestor de convivencia escolar. Cada día veía como
los niños eran más felices, más afectivos entre ellos. Se hizo usual salu-
dar, decir por favor y gracias, abrazar y sonreír. Promover el desarrollo de
Subregión Occidente | 325
Sobre una montaña árida y pedregosa, con una carretera destapada, dete-
riorada, agrietada e inclinada, casi «una pared» como dicen las personas
que se arriesgan a subir, se encuentra la comunidad motivo de este rela-
to. Es difícil escribir cosas que te han hecho sufrir, que han marcado tu
vida de una manera que jamás te lo esperas y que quieres olvidar, pero el
recuerdo persiste. Nunca pasó por mi mente después de tantos años de
hacer lo que me gusta, de vivir gratas experiencias, asumir grandes retos,
ires y venires, subidas y bajadas, convivencias y relaciones sociales bue-
nas, para no decir que excelentes, a vivir en medio del desprecio, la humi-
llación y el maltrato; sentir que pasaste de ser alguien bueno, interesante,
responsable, respetado y admirado, a ser lo peor, el señalado, el raro.
Laboro en una zona de difícil acceso, sin embargo no desistí; con difi-
cultades y el peligro latente al que me someto en la vía, asumí con mucho
anhelo mi trabajo. Llevaba siempre la idea, la convicción de hacer cosas
buenas, maravillosas para mi nueva comunidad. Soñaba cosas bonitas,
me proyectaba como cualquier persona que ignora los hechos del maña-
na, y que solo piensa en hacer las cosas bien. Pero, considerando el corto
tiempo que llevaba de haberme trasladado, algo más de tres meses, ape-
nas estaba conociendo mi nuevo entorno, tratando de relacionarme con
Subregión Occidente | 327
en las que intuí una tristeza inmensa, unas ausencias de esas que quedan
para toda la vida.
Mientras trabajaba allí, observaba cómo hombres armados se lle-
vaban en camperos a personas que ya no regresaban; en estos silencios
de mis observaciones, un día me llaman al colegio, una voz al otro lado
del teléfono me cuenta que a mi hermano, que era teniente efectivo de
la policía lo acababan de matar dentro de una escuela de seguridad de la
policía nacional, ese 27 de abril de 2005 a las 5 a. m. en el patio de prueba
de motos un disparo en el cerebro truncó las ilusiones de quién hoy sería
coronel. La violencia entraba por la puerta de mi casa y se instalaba en la
sala, de los tres hijos de mi madre, ahora solo quedaba yo. Ahora quedaba
preguntarle a Fabio y Fabián, policías subalternos de mi hermano, que
me dijeran que le pasó a mi hermano. La fiscalía hoy, doce años después,
aún investiga. Muchas personas fueron a su entierro, lo velamos en Bo-
gotá y lo trajimos para Medellín, en Bogotá se me acercó un compañero
de su trabajo y me dijo: su hermano me llevó al hospital en su carro en
las horas de la mañana hace quince días, porque yo estaba enfermo, eso
no lo hace nadie, su hermano era una gran persona, me decía el policía,
gracias, le respondí. En el campo santo «Jardines de paz», donde descan-
san los héroes, producto de esta violencia, allí está enterrado el otrora
teniente Erick Rommel Chacón Correa, a quien aún el Estado para el que
trabajo no me ha podido explicar su muerte en el interior de una escuela
de seguridad. Todavía no sé por qué las balas no vinieron de los supuestos
enemigos, era una bala de una pistola del Estado y provino del bando para
el que trabajaba.
De allí me fui a trabajar a Bello, renuncié en el departamento de
Antioquia a la provisionalidad, y pedí trabajo en Bello. Me ubicaron en
barrio París, allí aprendí otra historia, vi como al esposo de una com-
pañera de trabajo lo mataron en el barrio, otros hombres armados que
se equivocaron de sujeto. En Teleantioquia noticias me entrevistaron, yo
dije que estaba mal hecho, que era muy doloroso ver como asesinaban a
las personas, en un país donde prima en su carta magna el derecho a la
vida, alguien me dijo usted es muy bobo, ponerse a criticar a esa gente,
Subregión Occidente | 339
UN CAMBIO EN LA RUTINA
Cuando llegué a mi escuela, ubicada en una vereda de clima frío, con una
placa polideportiva destapada, me di cuenta de que el único juego que
disfrutan los chicos es el microfútbol. De hecho, lo juegan antes de entrar
a estudiar, en el primer descanso, en el segundo descanso, al salir de clase
y por la tarde. Buscando variar la rutina de mis estudiantes comencé a
animarlos a jugar cosas diferentes en el descanso. Jugaba con ellos volei-
bol, sacaba lazos y, lógicamente, inflé un balón de baloncesto para lanzar
(es el deporte que he jugado desde que tenía once años). Los chicos me
dijeron que les enseñara a jugar baloncesto, así que les dije que iniciaría
un semillero recreativo los sábados en la mañana.
Así comencé a viajar también los sábados para entrenar con los ni-
ños. Tenía una gran variedad de niños y niñas desde los once hasta los
dieciséis años; eran alrededor de quince chicos. Conseguí una donación
de balones para posibilitar hacer los ejercicios de manera individual. Es-
taban muy contentos cuando conseguimos los balones, pues había de
colores y hasta de cuero. Un domingo invité unos amigos para una de-
mostración de baloncesto, era un equipo masculino que viajó a la vereda
y jugaron entre ellos para mostrarles a los chicos cómo se jugaba. Los
niños estaban muy animados porque había jugadores de más de 1.80 m de
estatura y también bajitos y con muchas habilidades. Después, de parte
de la escuela, les ofrecimos un almuerzo y la jornada fue supremamente
provechosa y motivante para el semillero.
344 | Voces de maestros por la paz
el equipo rival me di cuenta que nos iban a dar una «pela», pues ya había
visto jugar a las otras niñas. En la charla técnica antes de jugar les dije a las
chicas que se divirtieran, que no se preocuparan si ganaban o perdían, que
solamente jugaran a hacer lo que sabían hacer, como sabían jugar, que si
las otras ganaban era porque tenían mucho tiempo más jugando y entre-
naban varios días a la semana. Dicho y hecho, nos hicieron un montón
de puntos, pero resaltaron una cantidad de cualidades de algunas de mis
niñas que no conocía; la más tímida era la que más balones robaba al
otro equipo; la más nueva (del grado 11) fue la que hizo las únicas cestas
del equipo y las más problemáticas eran las que más estaban motivando
al equipo. La mejor sorpresa fue al final cuando la entrenadora del otro
equipo me dijo que quería reforzar su equipo con 2 niñas de mi equipo,
¿pueden creerlo? Mis niñas, con esfuerzo y ganas, se habían ganado un
puesto para la próxima fase del torneo intercolegiados. Resumiendo, tu-
vimos buenos resultados para nuestra primera representación.
Al finalizar los partidos, el profesor y yo, no nos pudimos resistir a la
solicitud de los chicos de ir a piscina para aprovechar la salida a «la calien-
te» como le dicen ellos a la zona donde hace más calor que donde ellos
viven. Todos los chicos no tenían dinero para entrar a la piscina, pero los
compañeros fueron muy generosos y dijeron que juntarían dinero para
pagar la entrada a quienes no tenían. Mi colega estaba maravillado por-
que todos estaban muy fraternos, muy integrados. De hecho, algunos de
los niños que tenían dificultades dentro del colegio, estaban jugando jun-
tos y divirtiéndose sin recordar que habían ganado o perdido.
Para la siguiente fase, debíamos viajar a la cabecera municipal en la «chi-
va» de nuevo, e ir a otro municipio a un par de horas. Allí, solo viajaban los
equipos masculinos de juvenil en microfútbol y en baloncesto. Había parti-
dos de varios deportes en un colegio muy grande de aquel municipio. Allí los
chicos se sorprendían de los escenarios deportivos y la cantidad de personas
que había en aquel colegio, mientras esperaban su turno para jugar.
Los chicos de microfútbol tuvieron tres encuentros sin suerte, todos
los jugadores del otro equipo eran más grandes y tenían más técnica que
ellos; además, yo tenía «chiquilines» de 11 años y ellos eran de 16 y 17 años
348 | Voces de maestros por la paz
lo cual era totalmente legal. Mis niños sabían desde un principio que
no cumplían la edad y que probablemente iban a afrontar una situación
como ésta. Lógicamente no clasificamos, pero remataron de nuevo con
piscina otra vez a tierra caliente.
Un mes después me encontraba viajando con las niñas de baloncesto
y las dos de atletismo para otro municipio. La campaña para convencer
a las mamás para dejar salir a sus hijas a amanecer fuera de casa, no fue
fácil. Es una comunidad machista donde generalmente el que puede salir
sin problema es el hombre. Pero con las reuniones de mamás y las ex-
plicaciones pertinentes, nos encontrábamos en camino a una aventura
deportiva de 6 días. Las chicas de atletismo ganaron y clasificaron en sus
competencias. Las niñas de baloncesto eliminadas.
Cuando las niñas volvieron, todos querían saber sobre lo que ellas
habían vivido y se planeaban para el próximo año inscribirse nuevamente
en los intercolegiados y tener un mejor desempeño para viajar y competir
en otros municipios.
Finalmente, me gustaría resaltar como algo positivo el hecho de que ya
no todo se trata de la cancha y el microfútbol en los descansos. Los chicos
se han mostrado más abiertos a la práctica de otros deportes; los puedes ver
con canchas improvisadas de voleibol, jugando ultimatefrisbee, corriendo,
saltando lazo, haciendo paraditas con el «fuchi» (otro deporte que puede
jugarse con los pies y una pelota de arroz), no dejan el micro de un lado y,
por supuesto, jugando baloncesto. Ahora no solo tienen un día para «no
fútbol en la cancha» sino que han logrado que les den otro día más, es decir
2 veces a la semana los chicos del colegio deben buscar otras formas para
divertirse, diferentes al microfútbol y lo mejor es que, incluso quienes se la
pasaban chutando balón todos los días, se integran para jugar baloncesto
con sus compañeros basquetbolistas.
El significado de las cosas gana sentido cuando el actuar de los otros
se trasforma, y en los chicos el cambio es notorio. Por mi parte, solo espe-
ro poder seguir llenando a mis estudiantes con espacios que posibiliten y
vuelvan más amena su vida, con la esperanza siempre de abrirles puertas
en un futuro.
Subregión Occidente | 349
LA ESCUELA EN GRISES
En el año 2014 recibo el grado primero para trabajar con los niños en eda-
des entre cinco y seis años, el grupo estaba constituido por 23 estudiantes.
Un 2 de Julio llega a mi salón un niño llamado Miguel Ángel, acom-
pañado de su acudiente (su padre), «un hombre con una apariencia de
adulto mayor para tener un niño tan pequeño». El señor me entrega al
niño, le tomo todos sus datos y me lo recomienda sin darme detalles de
la situación comportamental y académica con la que venía el niño. Una
semana después en las clases comencé a notar algunos comportamientos
distintos en el diario vivir de Miguel; se notaba distraído, se le dificul-
taba compartir con sus compañeritos de la clase y muchos de los niños
comenzaron a rechazarlo por su aspecto físico (babeaba, se orinaba en la
ropa, se veía descuidado). Comencé por dialogar con los niños haciendo
énfasis en el respeto por la diferencia, luego lo cambié de lugar, pero nada
me funcionaba.
En su historial académico se podía leer la discapacidad que presen-
taba y su comportamiento en las escuelas por las cuales había pasado, lo
describían como un estudiante con muchas dificultades para integrarse
con los demás, agresivo verbal y físicamente con sus compañeros y do-
centes a cargo, en todas las escuelas por las que pasó le recomendaban
cambio de institución.
Dos semanas después decidí conversar con su padre, le hablé de
los comportamientos que el niño tenía y lo extraño que me parecía su
Subregión Occidente | 355
dicha vereda se enteró de la situación, habló con ellos y por mucho tiem-
po me dejaron quieto.
En toda la entrada a la escuela había un tanque de almacenamiento
de agua, de la cual todos tomaban, porque ahí pegado pasaba el camino
real de la vereda. Por dicho motivo resulté siendo objetivo militar de los
paramilitares. Un lunes de pascua me dirigía hacia la escuela, ya había
transitado cuatro horas en carro, e iba a comenzar a caminar cuando me
estaba esperando uno de mis alumnos que salió sigilosamente de la vereda
a avisarme que en la escuela me estaban esperando los paramilitares para
matarme. Me regresé al pueblo, fui adonde el alcalde del municipio, le di
a conocer lo sucedido, expuse el caso en la inspección de policía y perso-
nería del municipio y con un documento en mano y escoltado viajé a Me-
dellín a la comisión de amenazados. Después de un tiempo me traslada-
ron a trabajar al municipio de Anzá, en el occidente del departamento de
Antioquia. Por mi formación universitaria llegué a dar clases de educación
religiosa y moral en bachillerato. Anzá por esos días era zona roja, como
dice el dicho «de Guatemala para Guatepeor», se daban tomas guerrilleras
al banco, a la policía y la población civil. Allí estuve por tres años.
Estando representando a Anzá en un encuentro regional en Santa Fe
de Antioquia me conocí con un líder político con el cual tuve empatía,
y me dijo que si él ganaba las elecciones de alcalde me traía a trabajar
a Santa fe de Antioquia. Efectivamente, ganó la alcaldía y pasados siete
meses de su mandato me llamó a trabajar en dicho municipio en el actual
colegio donde laboro IE Arturo Velázquez Ortiz, en el cual llevo 17 años
de práctica pedagógica atendiendo el área de ética y valores humanos.
Subregión Occidente | 359
Solo contaba las horas y los días y esperaba con anhelo que fuese el
viernes. Era difícil el transporte, pero de alguna manera buscaba la forma
de salir de este lugar para transportarme a mi municipio de origen, en
donde me esperaban mis seres queridos para pasar el fin de semana
en paz y felicidad.
Un domingo viajaba de mi municipio hacia El Silencio, cerca de allí
había un retén, inmovilizaron el bus; nos pidieron bajar. Era este grupo
armado, algunos eran adultos y la mayoría hombres y mujeres jóvenes.
De repente, no lo podía creer, observé a una de mis estudiantes del grado
noveno, estaba con ellos, lucía su uniforme con un fusil al hombro. Yo la
miré con nostalgia, tristeza e impotencia, no podía entender esta cruel
realidad. Una niña de 14 años a la que yo estaba formando en valores
hacía parte de este grupo, aprecié que ella inhibió la mirada. Continué el
camino muy confundida y pensé: ¿qué debo hacer, ganarme su confianza
y ayudarles o ser indiferente ante esta situación? Poco a poco, y con pru-
dencia, tuve contacto con los estudiantes de secundaria y escuché de sus
voces: «Las mujeres jóvenes son las novias y las compañeras del grupo ar-
mado. Ellas estudian en semana, pero el fin de semana y en las vacaciones
se van con ellos. Los hombres jóvenes, algunos voluntariamente, se unen
a ellos y a otros los obligan».
Fueron días y noches eternas, se sentía en la comunidad el temor de
sus habitantes. Cuando se escuchaba un helicóptero cerca, las personas
huían del lugar, las puertas sonaban y solo se sentía el silencio y la so-
ledad. Aunque era difícil permanecer allí, en ningún momento desistí;
pensaba en el sacrificio de mi familia para darme el estudio, en el esfuer-
zo personal para salir adelante, en mis sueños y proyectos, la lucha para
vincularme, el poder estar cerca de los míos y, en especial, en mi hija; esa
bebé hermosa e inocente que merecía un futuro mejor.
Ocho meses después fui trasladada al colegio «La Tranquilidad»
como docente del área de Ética y Valores y Educación Religiosa y Moral,
gracias al apoyo de un compañero, un amigo de mi niñez quien interce-
dió por mí. Nuevamente renace en mí la esperanza, la paz y la felicidad
porque huía de aquella pesadilla. Pero en cuestión de meses sucedió algo
Subregión Occidente | 363
UN ABRAZO DE HUMANIDAD
Todo nace de la cotidianidad, aquella que a veces priva del valor de la opor-
tunidad. Nos volvemos tan mecánicos en algunas prácticas cotidianas en
la escuela, que olvidamos apreciar las maravillas que nos trae el día a día;
cambiamos lo que es novedoso por lo obvio; nos dejamos muchas veces en-
volver en la urgencia del tiempo y perdemos la importancia del momento y
de quien está con nosotros disfrutando este encuentro con la vida.
Era una mañana como muchas de esa semana, estaban cargadas de
frío por la temporada de invierno, la neblina pasaba por los espacios que
dejaban los vidrios rotos de las ventanas y los chicos jugaban a que fu-
maban cuando inhalaban y exhalaban el aire frío que salía convertido en
vapor; pero algo rompía la monotonía, era necesario que todo el personal
se reuniera en ese patio grande que llamaban “aula múltiple” y que con-
vocaba al encuentro, muchas veces impersonal, donde algunos maestros
recurrían a levantar la voz para hacer posible que la calma se obtuviera
con el pretexto de la disciplina.
Esa mañana el frío no había menguado la voluntad de los infantes que
acudieron al llamado de las tres campanadas, todos saltaron de sus aulas
como una forma de esquivar el momento y de escaparse temporalmente
a experiencias más amenas en la escuela, a liberarse de estar en el aula de
clase o en las actividades del aula múltiple, muy lejos de sus gustos.
Los ánimos estaban elevados en la concurrencia, celebraban el Día
Internacional de la No-Violencia y la filosofía institucional promovía tal
concepto; era imperdonable que este día de octubre pasara en blanco y
que a la comunidad educativa no se le hiciera la sensibilización respectiva.
366 | Voces de maestros por la paz
Por eso fueron convocados todos al aula múltiple, para que llegaran
desde diferentes puntos cardinales del colegio hasta este sitio obligado de
concentración; allí los diferentes directores de grupo hacían un trabajo
infructuoso para ubicar a sus alumnos en el lugar que les correspondía
del plano cartesiano y que les había sido asignado como su sitio de en-
cuentro; nadie se podía correr ni unos centímetros más, ni menos de ese
punto hacia ningún lado.
En un momento determinado, a una de las maestras le parecía im-
perdonable que aún los menores no se hubieran organizado y levantó
el tono de su voz para hacer que se calmaran, en ese momento el rector
recordó una frase de Mahatma Gandhi, el gran inspirador de la filosofía
de la no-violencia: “lo que se obtiene con violencia, solamente se puede
sostener con violencia”. Estaba convencido de que la táctica de conseguir
el orden solo con gritos e imposición de la fuerza no generaban y ayudaba
en la consolidación de una comunidad y de un ciudadano libre; le pidió
a la docente que le dejara manejar de una manera diferente la situación.
Recordó aquella vieja estrategia que, a sus maestros, cuando él era
un niño de múltiples travesuras escolares, les funcionaba y que algunas
veces se hacían presentes en la escuela moderna y lograba hacer que sus
alumnos se centraran en el orden. No era fácil, solo debían recordar los
números del uno al cinco, cada uno de estos dígitos era un comando ya
conocido por los menores; chicas y chicos al oírlos ejecutaban sincrónica-
mente la orden; en cada uno que se nombrara, el movimiento se acompa-
ñaba de una rutina, digna de la mejor ceremonia en la escuela naval; así:
uno, manos arriba; dos, manos al frente; tres, manos a los lados; cuatro,
manos a los hombros; cinco, manos abajo… y de esa manera se iba cam-
biando el orden de los números en algoritmos diferentes y los menores
iban siguiendo la orientación de su superior.
Con esta vieja práctica se logró la atención de los infantes; rápidamente
competían entre ellos por ver quién era el mejor grupo, la mejor fila o tam-
bién quiénes se equivocaban para agarrarlos a «calvazos» (una práctica de
darle con los nudillos de los dedos en la cabeza al que se les diera la gana, que
si no era controlada por los adultos terminaba siempre en peleas entre ellos).
Subregión Occidente | 367
Cuando abrí la puerta del aula de clase —que generalmente siempre está
abierta— me encontré con un niño del grado 6.°-4. Andrés se estaba, lite-
ralmente, degustando su paleta: una Polet recubierta de chocolate y con
relleno de vainilla.
Andrés es un niño de bajos recursos, disciplinado, un poco tímido y
retraído. Esa era la impresión que tenía de él por su aspecto. No recuerdo
tenerlo en la lista de los estudiantes que llegaban tarde, pero este día fue
el único estudiante en llegar tarde.
En la Institución Educativa donde laboro hace seis años, los docentes
no rotamos de aula en aula dependiendo el grado con el que tengamos la
clase, sino que tenemos asignada un aula de clase y son los estudiantes los
que rotan dependiendo de la clase que tengan. Para ingresar, al inicio de
la jornada, por los altavoces se pone una marcha que dura unos tres mi-
nutos y lo mismo sucede después de cada descanso. Mientras va sonando,
las coordinadoras dicen que una vez terminada la marcha todos los estu-
diantes deben estar en el aula de clase. Es allí cuando los docentes deben
cerrar la puerta, hacer el control de asistencia y luego abrirla, como quien
desea encontrarse con una sorpresa al otro lado, y poner en el cuaderno
del castigo los nombres de los estudiantes que llegaron tarde.
Yo, como un gesto de desacuerdo con la medida, nunca cierro la puer-
ta, pues no es habitual la llegada tarde a mi clase y si sucede, a medida que
los estudiantes van ingresando, los interrogo por la causa. Pero ese día,
una de las coordinadoras pasaba por el pasillo del segundo piso donde se
encuentra el aula de Educación Religiosa y me dijo: «¿Usted no va a cerrar
370 | Voces de maestros por la paz
y velar por su mamá y su abuela. Que vivió con su mamá hasta que tuvo
seis años y pasó al cuidado de su abuela porque su medre necesitaba irse a
trabajar lejos de Santa Fe de Antioquia para sacar adelante a sus tres hijos.
Me enteré de que ella mantiene, en la actualidad, una vida sentimental
con otro señor que no es su padre y que a su padre verdadero ni siquiera
lo conoce. Dice que ama a su abuela con quien vive desde entonces y llora
cuando recuerda a su abuelo que se fue para la eternidad hace poco más
de dos años.
Cuando me contaba su historia había momentos en que no contenía
su llanto. Le pregunté qué tanto le dolía la partida de su abuelo y me dijo
que no lloraba tanto por su abuelo; fue allí donde comprendí que su dolor
equivalía a las necesidades que percibía en otros niños que quizá no solo
pasaban necesidades en el colegio, sino también en su casa.
En la actualidad, su madre tiene un puesto de venta de tamarindos
y otras cositas en la plaza. En las tardes, él le ayuda en las ventas, Andrés
argumenta tener una buena relación con ella, pero por nada del mundo
abandonaría a su abuela. Que su abuelita le pone mucho trabajo en la
casa, pero siente que lo ama de verdad y con lo que un tío le manda a ella
y lo que consiguen sus hermanos, como pobres económicamente, no les
falta nada.
Después de la conversación, me acuerdo que soy el docente de la cla-
se y que la temática de hoy se quedó en «veremos».
Cuando un docente cuestiona siempre a sus estudiantes y no los
escucha genera con ellos una situación distante y de más prevenciones.
Cuando un docente escucha a sus estudiantes se crea en el aula un am-
biente de confianza y de compromiso. Cuando se escucha al estudiante,
él se da cuenta de que su vida vale, que también es importante para al-
guien. Cuando se escucha a un estudiante, el docente no necesita exigirle
porque el estudiante comienza a comprometerse y a dar señales de cam-
bio. Obviamente que no siempre funciona esta pedagogía, pero a mí —en
particular— me ha dado muy buenos resultados. Hay estudiantes que
no se dejan ayudar, que no quieren hablar, que nacieron –como digo yo–
«totiados», porque así fueron concebidos; estudiantes rebeldes, groseros,
372 | Voces de maestros por la paz
Un día llegó al grupo de «aceleración del aprendizaje» una niña muy ale-
gre, muy efusiva y con muchos deseos de aprender, de ser la mejor estu-
diante. Ella inició en grado segundo y en estos grupos nuestros niños y
niñas tienen la oportunidad de avanzar dos años en uno.
Andrea quería «superarse» y llegar a cuarto grado como lo anunció al
inicio del curso, donde los maestros hacemos la reconocida presentación
y los estudiantes aprovechan para contar un poco de sí mismos. Andrea,
como cualquier otro estudiante, hizo su intervención y dijo cosas que me
dejaron altamente asombrada, no solo por la historia, sino por la manera
tan natural con la que fue relatando los hechos.
—Cuando tenía seis años fui abusada por mi tío y algunos primos.
Esta frase me dejó perpleja, situación que me llevaba a pensar que
su efusividad era extraña, me atreví a pensar que su dolor lo escondía
demostrando una alegría desbordante.
Para entonces, ella estaba en un hogar sustituto donde le brindaban
compañía y le inculcaban algunos valores que en su casa materna no te-
nía, ella recordaba que su madre no la quería, que la dejaba sola, que por
culpa de su madre tenía una pierna más corta debido a una caída que
sufrió cuando era muy niña.
Andrea contó que sus familiares tenían muchas creencias de hechi-
cerías, también comentó que su abuelo hacía brujería y que contaban con
un libro de magia negra que ella conocía. Al contar sus historias hacía
referencia a su madre, se le notaba un gran odio y rencor porque culpaba
a la madre de todo lo ocurrido en su vida.
374 | Voces de maestros por la paz
RECORDANDO SENTIMIENTOS
Y PENSAMIENTOS
estudiante, con la intención de descubrir a ese gran ser que había en este
pequeño, en lo cual estaba segura que podría encontrar grandes cosas.
Esto se convirtió para ella en un nuevo reto, deseaba con todo su co-
razón que el estudiante dejara su rebeldía, su grosería y al mismo tiempo
dejara de generar conflictos dentro del aula de clase. Ese niño le hizo ver
que no todo es bello, que también se presentan obstáculos en la labor pe-
dagógica; sin embargo, son esos mismos obstáculos los que forman a los
verdaderos docentes en nuestro país. Es así como ahora, Yolima, propicia
en medio del trabajo escolar algunos espacios para dialogar con sus estu-
diantes sobre temas de interés como la familia, los valores y los pasatiem-
pos de cada uno de ellos, su propósito es el de evidenciar las condiciones
de vida de todos los aprendientes. Esto le ha permitido conocerlos más,
dejando los conflictos de lado y contribuyendo a vivir mejor juntos.
Subregión Occidente | 379
que terminamos. Así comenzó una nueva etapa para mí, llena de disci-
plina, conocimiento y experiencias. Durante la semana trabajaba y hacía
tareas para la realización de las prácticas pedagógicas, las cuales fueron
una experiencia muy enriquecedora; las realicé en un corregimiento de
Liborina que se llama San Diego, los ocho primeros semestres era solo
ir un día a la semana a la institución, y los dos últimos semestres era la
semana completa; aprendí muchísimo de las docentes que allá trabaja-
ban, fui asistente de los cursos de primaria y secundaria, una experiencia
realmente significativa.
Durante los diez semestres de estudio me tocó muy duro porque ya
no era empleada, pero trabajaba de cuenta mía en un negocio donde ha-
cía empanadas, pasteles y buñuelos para vender. Padecí muchas necesi-
dades; sin embargo, luché hasta el cansancio. En ocasiones quería «tirar
la toalla», pero al final alcancé la meta.
En noviembre de 2014 terminé la carrera y, ¡uy!, el 20 de febrero de
2015 recibí mi diploma de graduación, no lo podía creer, ¡qué felicidad!
El 21 de diciembre de 2014 me mudé a vivir a Santa Fe de Antioquia, en
la búsqueda de un futuro mejor, ya que en Liborina las posibilidades de
empleo son mínimas.
El 24 de diciembre de 2014 empecé a trabajar en una tienda mien-
tras esperaba con ansias la fecha de graduación para así ejercer lo que
estudié con tanto esfuerzo y dedicación; allí laboré durante tres meses;
luego trabajé cuatro meses en un supermercado y el 8 de agosto de 2015
me llamaron de la Secretaría de Educación Municipal de Santa Fe de An-
tioquia para firmar contrato con coredi, desde el 13 de agosto hasta el
27 de noviembre de 2015 en la vereda El Plan, perteneciente al municipio
de Santa Fe de Antioquia, a 38 kilómetros de la cabecera municipal, vía a
los municipios de Caicedo y Urrao.
Este trabajo lo adquirí gracias a la colaboración de un profesor jubi-
lado que me encontré en una casa vecina en Santa Fe de Antioquia; desde
que llegué me hice amiga de él y de su esposa, les comenté mi situación y
él influyó con sus contactos para que me dieran ese trabajo. Él estaba en-
fermo de cáncer, se alegró muchísimo por mi trabajo, lamentablemente
Subregión Occidente | 381
Recuerdo fácilmente, y con mucha claridad, uno de esos días que como
maestros nos marcan, sucede una vez; retomo un pensamiento de Mar-
tha Elba Ruiz y María del Carmen Cruz al referirse a los libros, yo lo hago
con los sucesos, y es el hecho de que solo los inolvidables son los que
sobreviven al paso del tiempo.
Era comienzo de año y una mañana corriente iniciaba nuevo tema
con el grado séptimo: «La edad media, un proyecto cristiano». Como es
habitual, arranqué con un momento al que he llamado «momento de
motivación», el objetivo es romper el hielo y ubicar al chico en un con-
texto diferente al que trae, sumergirlo en el tema partiendo de algo que
lo cautive, este momento es lleno de material: videos, audios, imágenes,
lúdica recreativa, entre otros.
Para esta ocasión escuchamos una canción medieval y pedí que en
parejas de baile trataran de ejecutar un compás o coreografía según sin-
tieran debía ser; luego de sentarnos y habernos divertido un rato pre-
gunté a las estudiantes cómo se sentían y cuál podría ser el rol de aquella
mujer medieval teniendo en cuenta la categorización religiosa de la que
se le investía, recuerdo con precisión que las niñas fueron elocuentes y
audaces para entretejer una serie de discursos que dejaban filtrar la acep-
tación de la conquista que su género ha logrado a lo largo de los tiempos
en la historia.
390 | Voces de maestros por la paz
SALVAR VIDAS
que siempre quise que Juanita recibiera parte de ese amor que siempre he
tenido y a la vez tratando de comprender acciones como las de la docente,
quien con sus maltratos considero se encuentra convencida de que es la
forma de obtener autoridad y reconocimiento, quizás sin hacerlo cons-
ciente, porque en la vida no ha recibido el suficiente amor para brindar a
los demás parte de este.
Al escuchar a Juanita la decisión que había tomado, le cité algunas
frases que mi madre acostumbraba a decirnos: «tiren el chorrito alto para
que les caiga siquiera en la mitad», significaba que no importaba cuánto
teníamos sino lo que queríamos ser y buscar de una manera honesta la
forma de llegar a esa meta por alta que fuera o difícil que pareciera ser.
Con la decisión tomada por ella el camino para direccionar su pro-
yecto de vida se hacía menos difícil, sin embargo, las dificultades fami-
liares se convertían en amenazas cada vez más fuertes, así por momentos
se debilitaba en ella esa decisión de salir adelante contra viento y marea.
Durante sus años de secundaria se fueron observando en ella cam-
bios positivos hasta lograr vincularse en diferentes actividades; su parti-
cipación en el circo institucional fue consolidando en ella competencias
que perfilaban su vocación profesional y laboral. Los diferentes espacios
de formación extracurricular que ofrecía la institución fueron siempre
aprovechados por ella; ingresó a una media técnica ofrecida en convenio
con la institución, buscando siempre utilizar los tiempos; también se vin-
culó a diferentes presentaciones de tipo artístico o académico, siempre
me tenía en cuenta para que la acompañara, a las que en lo posible asistía
como apoyo a su capacidad de sobreponerse a la adversidad.
Esta experiencia de vida aumentó en mí la convicción de que «no
solo los médicos salvan vidas». Hoy soy la madrina de confirmación de
Juanita, lo que me llena de orgullo, entregué su título de bachiller hace
dos años y con gran satisfacción veo en ella una joven dedicada, con sen-
tido humano que se ve reflejado en la labor social que hace en la Fun-
dación para niños especiales que dirige una docente de la Institución,
quien simultáneamente se convirtió en un gran apoyo para ella y le brin-
dó la oportunidad de seguir creciendo como persona, además de poder
Subregión Valle de Aburrá | 403
LA ESCUELITA RURAL
una gran manga con dos árboles frutales. En su corredor había dos meso-
nes de cemento y en la pared un tablero verde de aquellos que se usaban
en la escuela hacía años con tiza. En este caso tenía algunos mensajes de
amor y respeto, impresos y decorados con buen gusto.
Las ventanas eran rejas en hierro, no tenía vidrios y podía observar
el interior del único salón con doce mesas triangulares, dos estanterías
repletas de libros viejos de colores diferentes, pero con un mismo título:
«Escuela nueva, escuela activa». Le di la vuelta a la escuelita en menos de
dos minutos, pude observar un lavadero, dos baños, un salón pequeño
y dos cuartos a cada extremo bien cerrados y con una ventana en madera
de color rojo totalmente sellada.
Los niños me contaron que uno de los cuartos era la cocina donde les
preparaban los alimentos, y el otro, el cuarto donde vivían las profesoras
que venían de lejos, aferré la mano de mi esposo y le dije entre dientes:
«este es mi nuevo sitio de trabajo».
Desde Secretaría de Educación me habían dado el número de teléfo-
no de la docente anterior y del director rural, con ellos me había comuni-
cado antes, les había comentado que yo era la nueva docente nombrada
en esta plaza, les expliqué que viviría en la vereda ya que me habían dicho
que estaba lejos del casco urbano y no conocía a nadie allí. La docente,
cuando la llamé por primera, vez rompió en llanto y me preguntó la fecha
exacta de mi llegada, el coordinador me explicó que las escuelas rurales
tenían habitación y podía vivir allí sin dificultad alguna. Procedí a llamar-
los de nuevo, esta vez ya en la escuela, en mi escuela nueva, su respuesta
fue que por ser domingo día de mercado no se podían desplazar, pero que
me habían dejado las llaves en la casa de doña Rosmira, que ella con gusto
me las entregaría y que mañana se verían conmigo a primera hora.
Pedí las llaves, y efectivamente me atendió una hermosa mujer del
campo, con un acento paisa y de alegre y simpática sonrisa; de inmediato
supo para qué estaba allí, sus palabras fueron: «¿Usted es la nueva profe
de La Hondina, cierto?». Yo respondí con mi cuerpo, puesto que palabras
no me salían, ya que tenía un nudo en mi garganta a causa de una mezcla
de sentimientos que no podía comprender, tenía miedo, angustia, alegría
Subregión Valle de Aburrá | 407
por el lugar tan bello, pero a la vez era una experiencia totalmente desco-
nocida para mí, pues hasta ese día era una mujer de ciudad, nunca había
vivido en un ambiente campestre, no había estado lejos de mi familia y
mucho menos había trabajado en esta modalidad de enseñanza, era la
sensación más extraña que nunca antes había experimentado.
Se me venían a la cabeza las voces de mis familiares y amigos, frases un
tanto contradictorias pero que resonaban cada vez más duro, estaban los
negativos, los que en un momento como esos más recuerdas: «¿Se enlo-
queció?, no renuncie al trabajo en la ciudad, no siga el concurso. ¿Cómo se
va a ir lejos de su casa, lejos de sus hijos, sin saber por cuántos años? ¡Usted
no sabe trabajar en esa modalidad rural, es muy difícil son muchos niños
¡Cuál concurso, siga más bien en privados, le va mejor… ¡Vio! para qué se
presentó a Antioquia; esas plazas son lo peor, lejanas y a nadie les gusta».
Sin embargo, estaban las positivas, a las cuales me aferré y por ellas
me encontraba justo ahí y que, gracias al apoyo de mi esposo, hoy día me
encuentro en casa: «¡Esta oportunidad es única… debes seguir adelante
¡Te vas a ganar una vinculación y serás docente del departamento! Eres
una afortunada, muchas personas quisieran estar en este momento en tu
lugar. Puede ser difícil al principio, pero tú podrás».
Recibí entonces el llavero cargado de más llaves de lo que el espacio
en sí tenía, conté doce llaves, pensé, para qué tantas; las empuñé, agra-
decí a doña Rosmira y continué mi camino. Al seguir, ella me preguntó:
«¿Profesora y se va a quedar de una vez hoy?», asentí con mi cabeza y ella
se sorprendió, se rio y continuó: «Oiga, usted entonces si es muy ‘berra-
quita’ profesora, años que aquí no vive una docente». Quería llorar justo
en ese instante, pero contuve mi llanto, no quería dar de entrada una
mala impresión.
Lo primero que abrí fue el salón, mi esposo y mis hijos me dijeron:
«No, vamos a ver la pieza, eso es lo más importante, hay que armar la
cama para que usted pase la noche». La verdad estaba como hipnotizada,
entregué las llaves y seguí mi camino, ellos se rieron y se fueron para la
habitación, yo seguí mi exploración en mi nuevo hogar, comencé a ver
aquel espacio que sería mi aula, todo se encontraba algo viejo, las cartillas
408 | Voces de maestros por la paz
deterioradas por su uso, por sus años de estar allí, algunas re-empastadas,
resistiéndose a morir, cumpliendo el propósito para las que fueron un día
creadas; claro está que a pesar de ello, se encontraban en un orden casi
sorprendente, pues estaban clasificadas por color y por grado; cada grado
contaba máximo con tres cartillas. La biblioteca era grande, con muchí-
simos libros, se veían usados y algunos muy empolvados, supuse que se
debía a que allí no había ventanas con vidrios; el escritorio de la ‘profe’
era uno viejísimo, parecido a una película de los años setenta, grande e
imponente; la silla, en cambio, hacía un gran contraste, ya que era nueva,
retráctil y bien acolchonada, se encontraba incluso tapada por una bolsa
transparente como cuidándola del clima del lugar.
Las sillas de los estudiantes se encontraban sobre las mesas, algo par-
ticular fue que sus patas estaban llenas de barro seco; sin embargo, miré el
piso para ver de dónde provenía y este se encontraba limpio, solo algunas
hojas secas que el viento había llevado hasta allí. Me sacó de mi trance un
gallo que cantó afuera, caminando orondo como si fuera su espacio entró
al salón, inclinó su cabeza y de nuevo me cantó y prosiguió su camino.
Salí de allí y me dirigí a la habitación, un cuarto de tres metros por
tres con un baño pequeño, sin lavamanos, solo la taza y la ducha; no con-
taba con cocina, pero estaba bien pintada y aseada; los niños me dijeron
que la ‘profe’ los había puesto a lavarla y pintarla, pues la docente nueva
viviría allí. Ellos fueron muy amables, hablaban y hablaban de su ‘profe’
anterior, cómo se había ido, que todos habían llorado ya que estaba allí
con ellos hacía tres años, que fue muy duro, que la querían mucho; sus
palabras resonaban en mi cabeza y más angustia me daba sentir que les
había quitado algo a estos niños, me sentí incluso mal por haber dejado
a la ‘profe’ sin trabajo y yo aquí aún si saber si realmente quería estar allí,
si sería capaz.
Organicé mi cama, mi baño, e improvisé mi cocina en una mesa pe-
queña; mi esposo y mis hijos se despidieron y fue como si me arrancaran
el corazón y me dejaran vacía por dentro. Me mostré fuerte por ellos, los
abracé y les dije que nos veríamos de nuevo el viernes. Ellos iniciaron su
retorno al hogar alrededor de las cinco y media, para mí fue muy difícil
Subregión Valle de Aburrá | 409
ver partir a mi familia y yo parada ahí, en medio del cafetal, sola sin saber
qué me esperaba. El campo a esa hora es silencioso, solo se escuchaban
grillos y se sentía un olor a leña quemada de las casas vecinas, quizás pre-
parando ya la comida; sentí frio, mucho frio, por primera vez extrañé el
ruido de los carros, las luces de las calles, el murmullo de la gente, miré
hacia el horizonte y solo veía verde y una que otra luz amarilla tenue en
medio de la nada.
Uno de los niños de allí, estudiante nuevo, me miró fijamente, sus
ojos reflejaban mi angustia y mi preocupación, se rascó la cabeza y me
dijo: «profe si le da susto yo le digo a mi mamá que me deje amanecer
aquí con usted para cuidarla». Sus palabras me parecieron tan nobles,
fue hasta el día de hoy el gesto más hermoso y sincero que ha tenido un
niño conmigo, sin interés y totalmente humano, de esa humanidad que
uno cree que ya se ha extinguido, un acto altruista. Le acaricié el rostro y
le dije: «tranquilo, yo soy capaz de dormir solita, muchas gracias». Claro
está que por dentro quería decirle que sí, que se quedara y me acompaña-
ra, que no sabía en ese instante cómo dominar mi miedo. En ese mismo
momento llegó Rosmira, la señora de las llaves; en sus manos traía un
plato repleto de comida y una taza con agua de panela caliente, me la
entregó y sonriendo me dijo: «profe, no aguante hambre, mañana será
un día muy pesado para usted y es mejor que se alimente bien, o si no se
va a enfermar pronto». Sentí mi cara ponerse roja y caliente, no esperaba
eso de ella, sonrió y me dijo: «aquí nosotros somos pobres, pero a nadie le
negamos comida, y menos a usted profesora que es la que educa nuestros
hijos». Recibí la comida, me senté y le pedí que me acompañara mientras
terminaba, quería sentirme acompañada, rodeada de alguien para no su-
cumbir en mi angustia y soledad, ella sonrió y sus ojos le brillaban con
una pureza que a mi corazón traían calma y me dijo: «profe, tiene que ser
berraquita, va a ver que va a ser capaz».
Cada minuto llegaban más niños formando al final un grupo de ocho
niños, con una actitud un algo particular jugaban en el corredor de la
escuela y cada vez que yo volteaba mi mirada hacia ellos y les sonreía o
hablaba, agachaban su cabeza con pena y se escondían entre el muro del
410 | Voces de maestros por la paz
Ese día sin duda alguna fue la mejor clase de mi vida, una en la cual
yo no había sido la docente, sino que estos niños, esta comunidad y mi
nueva escuela habían sido mis maestros. Un día que jamás olvidaré, pero
que partió un camino de una experiencia inolvidable.
Fui allí a aprender a vivir, a valorar lo que tengo, lo que soy, lo que he
vivido, todo, absolutamente todo. Ellos me enseñaron a ser guerrera, a ser
maestra, amar lo que un día decidí ser con el corazón. Niños que caminan
por más de dos horas para ir a una escuela para aprender a leer y firmar
su nombre completo, como mínimo. Mágicos niños que sus riquezas más
grandes es su pureza y nobleza, que se alegran con la simplicidad de la
vida, que conocen qué es trabajar en el campo para tener ropa «bonita»,
para tener juguetes nuevos, para ayudar a su mamá con los gastos de casa
y que, aun así, pese al esfuerzo, el sudor y el cansancio, son felices. Niños
que piensan que la guerra o la paz están solo en los libros o en la tele, pero
que no viven, no sienten y no les interesa. ¿Quién dijo que fui a enseñar?,
realmente fui a aprender a ver con otros ojos la vida. Cambiando tranco-
nes por paisajes que conocía solo en almanaques de Colanta y que jamás
pensé vivir en persona.
412 | Voces de maestros por la paz
despuntar del sol sobre las pintorescas montañas, los ruidos del campo
y los atardeceres sobre extensos horizontes donde viví los primeros siete
años, se convirtieron en el monopolio de la fantasía que siempre he trata-
do de impregnar en mi vida de maestro.
Tal como se ven desde ciertos miradores de la gran colina de mi vida,
desde siempre me conmovía, con un patetismo especial, frente al dolor
de las personas que conocía, entregaba y he entregado mis posesiones,
no me apego a las cosas. Antes de darme cuenta, ya me había cautivado
el amor por la naturaleza, la lectura y, sobre todo, la libertad. De manera
que pasaba horas en el secadero de café, abismado en los grandes libros
amarillentos que me llevaba mi guía, fui absorbiendo inconscientemente
un estilo de vida como un modo de expresión natural.
Una tarde lluviosa emprendí un viaje salvavidas en busca de mi abue-
lo que había sido derribado de su mula (el animal llegó sin jinete a la casa,
síntoma de algo grave), al encontrarlo, lo auxilié y llegamos a casa empa-
pados, eso causó una incontrolable fiebre que deterioró mi salud cau-
sándome inmovilidad en mis piernas (dicen fiebre reumática), no podía
caminar. Debido a mi frágil salud, estuve hospitalizado en San Vicente
durante un mes (contaba con siete años), lo que provocó mi inasistencia a
la escuela y, sin preguntarme, me dejaron en Medellín. Nunca más regre-
sé a ese vasto campo donde me sentía libre, la huerta, la mula, las vacas,
los libros, ahora solo eran recuerdos y motivo de furia e inconformidad. El
espacio vital se redujo, vivir en una casa convencional no me llenaba, me
torné molesto, insoportable, peleonero, en fin, dura es la vida así. Grato
saber que la naturaleza tocó intensamente mi sentido de lo fantástico.
Mi hogar no estaba lejos de lo que por entonces era el límite del barrio
residencial, de manera que estaba tan acostumbrado a los prados ondu-
lantes, a las paredes de piedra y tapiado, al olor a boñiga, orín de ganado,
a los árboles gigantes, a las quebradas y a los espesos montes donde cazá-
bamos guagua y conejos. Eso ya era solo un recuerdo.
A la edad de casi ocho años ingresé nuevamente a la escuela, allí sufrí
la indiferencia de la montonera, un salón lleno de chicos, una maestra
que solo obligaba a llenar hojas y hojas de planas, allí volví a buscar los
Subregión Valle de Aburrá | 415
del grupo, fui un profesor duro y a veces cruel, más tarde entendí que ese
control se alcanza con buen manejo del conocimiento y las estrategias para
socializar un proyecto de vida que los estudiantes buscan en su maestro.
Empecé a ganar un espacio en la comunidad de maestros, era joven
pero recio y con firmeza en las decisiones, los que fueron mis maestros
ahora eran mis colegas. Retomo la senda literaria, los libros habían sana-
do mis heridas, esperaba que me ilustraran en esta nueva etapa de la vida.
Transcurría el cuarto año desde aquel primero de febrero de 1981, había
convertido las aulas en espacios de miedo, atravesados por miradas desa-
fiantes, frases de reproche a aquellos niños y jóvenes que no entendían lo
que hacíamos en la clase, este campo de batalla era el nuevo desafío, que
emprendía cada día, siempre con la firme decisión de «a mí no me van a
joder estos ‘culicagaos’, el maestro soy yo y ustedes obedecen. Punto».
Los pequeños aprendices de no sé qué (confieso que en algunos mo-
mentos ni yo sabía para qué estaba parado en frente de esas personas
murmurando conceptos) temían mi llegada al espacio de clases, era muy
frecuente la queja por mi mal carácter. Sin embargo, era admirado por la
disciplina con la que manejaba los grupos.
Siempre que puedo pido perdón a esos muchachos que pude afectar
con mis acciones y reproches insensatos, uno deja huellas y heridas con
su acción pedagógica, he estado convencido de que yo pude haber causa-
do algunas desgracias en los que fueron mis primeros discípulos.
MUNICIPIO DE COPACABANA
Nací en Colombia, una fortuna para mí, hace cincuenta y dos años, en
el municipio de Anorí, ubicado en el nordeste antioqueño. Mi país, con
múltiples violencias, atrapa entre sus redes a la mujer. Yo, una niña de
apenas seis años en un territorio que pasa por grandes conflictos sociales
y políticos, en una vereda a doce horas de la cabecera municipal, con in-
fluencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN), grupo guerrillero que
desde que tengo memoria tenía algunos de sus frentes allí. Y fue precisa-
mente en mi casa, en mi vereda, donde llega la amenaza contra la vida,
fui desplazada con toda mi familia; yo, la decimoquinta de todos. Hecho
afortunado para mí, aunque suene irónico, porque si no hubiese sido por
este fenómeno, tal vez no hubiese accedido a la ciudad, donde buscaría y
encontraría mayores posibilidades de vida digna y de educación.
Desde muy pequeña deseé ser maestra; me motivaban mis hermanos
mayores a los que observaba día a día realizar sus deberes escolares, a la
luz de una vela y después de cumplir con sus deberes escolares, de haber
caminado por dos o más horas desde la escuela a la casa y viceversa, co-
rriendo los riesgos que implicaba el monte y las quebradas; en ese mo-
mento repito, quería ser maestra y empezar, por mi cuenta, con la tarea
de leer y escribir.
Cursé mis dos primeros años en Yarumal, pueblo que nos recibió
como desplazados, sin haber cursado un preescolar que no me hizo fal-
ta para leer, escribir, sumar, restar multiplicar, ni soñar. Ser estudian-
te o alumna me sirvió para que, viviendo la experiencia, en la relación
Subregión Valle de Aburrá | 431
maestro-alumno, imitara y cada día con mayor ilusión, llegar a ser como
una de ellas. Aquellas que encarnaban la vocación de servir, amar y cui-
dar, eso de lo que yo carecía, era lo que quería ser. El afecto me era esquivo
en mi infancia, por falta de tiempo y de la expresión de sentimientos es-
pontáneos de madres y padres a sus hijos, por la cultura y la propia histo-
ria familiar. Por el contrario, mi deseo era amar, enseñar y servir. El acto
de amor que implica enseñar; así como implica entrega, posibilitar…, cui-
dar del otro; ese otro, el alumno, buscar cómo garantizar su «bien-estar»
lo que conlleva una serie de acciones tendientes a llevar posibilidades de
dignificación de la vida, no solo de mis estudiantes, sino de sus familias.
Con la intrepidez que me caracteriza cumplí la meta de ser maestra.
Un logro fruto del sacrificio y con la bendición de ser becaria de una obra
social de la parroquia liderada por un sacerdote Jesuita a quien debo gran
parte de lo que soy; yo por mi parte hice lo propio para lograrlo. Que una
niña campesina, desplazada, habitante de un barrio de invasión de Me-
dellín llegara a ser maestra, parecía una fantasía inalcanzable. En 1982
obtuve mi título de bachiller pedagógico, y creo, no estoy segura, que ser
maestra era la excusa para acercarme al espacio de esperanza: la escue-
la; este lugar creado y concebido históricamente para formar, informar y
transformar personas, realidades y sociedades; ha puesto a la ie como la
salvadora del hombre y sus circunstancias.
Es bien conocido que las sociedades y los gobiernos han dejado la
tarea de enseñar a la mujer en un 90 %, en las manos de la mujer con
múltiples roles: mujer-mamá, mujer-cuidadora, mujer-luchadora, mu-
jer-protectora, mujer-maestra, mujer-gestora, mujer-defensora, mujer-
historia, mujer-presente, mujer-futuro. Tradicionalmente, la escuela ha
sido el reflejo de la familia; de hecho, se le ha llamado «segundo hogar».
Hogar que ofrece calor humano donde su columna vertebral es el docen-
te, mientras en casa es la mamá. Es bien sabido que un hogar subsiste
ante la ausencia del padre porque la madre convoca a la familia a la unión,
pero pasa lo contrario cuando es ella la que no está.
Mi papel como mujer maestra ha trascendido la esfera del espacio
físico y de los cerramientos que delimitan la acción de la escuela. Mi vida
432 | Voces de maestros por la paz
alimentación durante todo el día era otra erogación que nos preocupaba
día a día. La solidaridad de la comunidad educativa con nosotros no tenía
límites. Las familias se rotaban el asumir nuestro desayuno y en ocasiones
el almuerzo, para poder continuar doblando jornada y garantizar a sus hi-
jos otras horas de clase que, desde luego, no nos pagaban. Recuerdo que
en una ocasión una de las madres de familia recolectó un dinero donado
por algunos padres de nuestros estudiantes, como ayuda simbólica, para
que no dejásemos de asistir a la escuela a atender a sus muchachos. Los
desayunos que nos compartían eran como pocos, con los mejores condi-
mentos que les podían agregar, a saber: la gratitud, la sencillez, el cariño
y una pizca de esperanza; combinación perfecta que, además de saciar el
apetito físico, llenaba nuestras almas de regocijo y nuestros espíritus se
fortalecían por el «vale la pena». Nosotros y ellos teníamos muchas cosas
en común, no solo iguales como personas, sino con situaciones de vulne-
rabilidad muy semejantes. ¡Quién lo imaginaría!
A menudo me preguntaba, y sin obtener respuesta, ¿por qué justo a
nosotros?, a esos siete docentes nos tenía que suceder esto. No lo mencio-
no como un lamento, sino como excepción a la regla. Las condiciones de
los maestros, aunque no han sido las mejores social y económicamente,
tampoco eran como la nuestra, las más precarias. Nos diferenciábamos en
que el trabajo por los otros nos embriagaba de fe y esperanza, esa misma,
que proyectábamos a nuestra comunidad educativa con nuestro accionar.
Nos decíamos: «Este año ya tenemos quién nos contrate, ¿y el próximo
quién?» Después de haber trabajado dos años allí, nos encontramos con
las artimañas políticas. Esos siete puestos de trabajo iban a servir a los polí-
ticos de turno para pagar favores a sus seguidores, entonces al año siguien-
te ya no seríamos nosotros los docentes de esa escuela. Me embargó un
sentimiento de rabia tal que me instó a motivar a mis compañeros y comu-
nidad educativa a manifestar nuestro descontento por tan injusta actua-
ción de la administración municipal de Bello, en cabeza del señor alcalde.
Con toda la beligerancia y la razón que nos asistía, convocamos a padres
y estudiantes, a los representantes de adida a movilizarnos y protestar en
las instalaciones de la alcaldía. Efectivamente, de forma inteligentemente
434 | Voces de maestros por la paz
como era el caso de Yeny, de quince años, quien era mi asistente para ayu-
darme a atender las múltiples dificultades con los niños más pequeños,
que en su mayoría no estaban normalizados, pues casi ninguno había he-
cho preescolar. Mientras yo trataba de explicar a uno por uno y atender su
proceso de avance individual, Yeny controlaba a Sandra la niña esquizo-
frénica que le daba patadas y golpes a la puerta para escaparse de la escue-
la. Otros, como Lina, de doce años de edad, despertaba a su sexualidad y
no podía controlar su libido, se tocaba y manoseaba todo el tiempo en el
salón, y luego pedía permiso para ir al baño, donde se encontraba con un
compañero de grado cuarto, un año mayor que ella, y daban rienda suel-
ta a sus deseos sexuales, según nos lo narraba ella, cuando descubrimos
la verdadera razón de sus constantes visitas al baño. Y yo como maestra
preocupada por esto, indago un poco más y descubro que a sus doce años
ya se había prostituido con los recicladores, con su padre y con cuantos se
le acercaban y la usaban como objeto sexual. ¿Qué hacer en situación tan
delicada como esa? Ni familia, ni Estado. A través de la palabra la orienté
y su vida tomó otro rumbo. Este tipo de labores casi que me desplazaba de
la academia, porque atender la casuística es urgente y no da tiempo para lo
importante. Entonces me agarré de todo lo que he aprendido, no solo en
la Escuela normal, sino en la escuela de la vida, yo como maestra tenía que
saber de todo. Me queda la satisfacción del deber cumplido.
El salón, que realmente no lo era, pues en realidad era el aula múlti-
ple de la escuela, lo usé como aula de clase. Ese espacio tenía capacidad
para unos quinientos estudiantes, pero yo en una parte de ella dictaba
clase, no tenía acústica, era un salón grande, sin vidrios en las ventanas,
se escapaba la voz y mi garganta esforzada ya sufría los primeros nódu-
los en las cuerdas vocales. Enfermedad crónica en nosotros los maestros,
cuando ya llevamos muchos años de trabajo, pero yo apenas empezaba.
Uno más de mis desafíos propició la alegría de muchas familias y una na-
vidad feliz, ya sus hijos habían sido promovidos al grado siguiente.
Los muros de cemento y adobe, ya no eran solo eso; eran el punto de
encuentro de la diversidad, de la reconciliación, de la hermandad, de la
igualdad ante la ley; era una verdadera zona franca de paz, liderada por
436 | Voces de maestros por la paz
un día llega como “extranjero” al ámbito escolar, pero también con senti-
do de acogida por el que está fuera de estos contextos educativos; porque
el maestro de la región es reconocido en su medio escolar como también
fuera de él. En el maestro se enmarca el ser ejemplo también de refugio.
Es a su vez sinónimo de esperanza para ser mejor y para aprender a
vivir a través de historias de vida, relatos y, en especial, en el dejar de lado
precisiones conceptuales tradicionales, ancladas en el favorecimiento de
un saber anacrónico por un aprendizaje individual contextualizado. Ellos
trascienden estos ámbitos y le dan vida a este emerger del maestro en
espacios donde el colectivo reclama por un docente al que se le pueda
reconocer como el faro en la oscuridad y aún más, como ese ser que es
capaz de generar esperanza de vida en las diversas comunidades en las
que interactúa.
Las experiencias de vida que un día empezaron a construir el cpp
han sido insumo para consolidar y fortalecer la convicción de que como
maestro siempre me encuentro en el otro y en cada experiencia. Las vi-
vencias de los maestros del cpp de la región de Urabá se han construido
con esfuerzo, pasión, constancia, entrega, además de estar acompañados
de lágrimas derramadas por pérdidas, desencuentros, despedidas de se-
res queridos y de otros con quienes será muy difícil volver a rencontrarse,
a los que un día se les dijo adiós, aun estando en vida.
Emprender nuevos caminos con la mirada hacia adelante y a cues-
tas la experiencia para fortalecer el espíritu aguerrido del ser maestro,
es dejar lo construido y consolidar comunidad para los estudiantes, la
sociedad, en especial para los maestros; es saber que el ser maestro me
identifica, se proyecta en el cpp como esencia, fragancia perdurable que
ennoblece, transforma y reconstruye al ser humano
Subregión Urabá | 441
Todo fue una aventura porque los instrumentos fueron hechos por
cada padre con instrumentos reciclables o cosas que tuvieran en casa,
desde un balde, radiografías, poncheras y hasta las tapas de las ollas bien
pintadas y decoradas. Las bastoneras ensayaban con una madre que en su
época de colegio aprendió todo esto. Los triángulos fueron los únicos que
debimos comprar porque no encontramos un sonido similar.
Se llegó el gran día. Hizo una hermosa tarde llena de sol; los niños
y niñas vestidos de antioqueños y guantes blancos se veían gigantes car-
gados de orgullo y emoción. Afuera, en la entrada de nuestro colegio, su
«profe de banda» —así le decían a mi esposo—, los formó, les daba in-
dicaciones y la bastonera líder les recordaba las instrucciones o señales
que daría para que todo saliera bien. Y cómo decirlo, cómo me sentía del
orgullo tenía el pecho inflado, postura erguida, cual pavo real.
Ver cómo en la calle, a lado y lado, había tanta gente, no solo padres
sino personas particulares del pueblo, viendo «flashes» por todos lados,
como si fueran estrellas de cine, y mirarlos a ellos tan concentrados para
no equivocarse.
El sonido de cada instrumento y el viento jugaba con ellos, transpor-
tándolos tan suavemente que se escuchaba un sonoro susurrar mezclado
con la admiración de verlos tocar. Rodearon el colegio con su melodía y al
entrar tenía una sorpresa, al ritmo de la canción de Shakira del Mundial,
sonaron los instrumentos y hasta llegaron a bailar. No logré contener el
llanto al ver cómo los aplaudieron, sentí en cada aplauso la valoración de
su esfuerzo, el sacudón del temor y de haber aprendido, como dijeron
ellos… ¡Quién dijo miedo!
Este es mi relato que, aunque parezca cuento, en verdad les digo que
fue la realización de un gran sueño. Gracias 1.°A por recordarme lo inex-
plicable que es vivir la locuraventura de ser maestra de unos pequeños
gigantes de este colegio tan particular.
444 | Voces de maestros por la paz
LA NOVATA EN ACCIÓN
El ser docente fue un anhelo que nació y creció de tanto oír hablar a mi
padre, quien era docente y fue cegado de la vida cuando yo aún era un
bebé. Mi madre me contaba de las experiencias que vivieron en distintos
lugares donde él llegaba a trabajar, eso hizo que creciera en mí cada vez
más los deseos de ser profesora.
Es así como a mis veintiséis años estaba lista para vivir mi primera
experiencia como profesora rural; fui nombrada en provisionalidad para
un pueblo del Medio Baudó llamado Puerto Meluk, sitio al que descono-
cía y me sentía muy emocionada, pero a la vez con mucha incertidumbre:
era la primera vez que salía del lado de mi familia; pero llegó el gran día.
Salí muy temprano de Quibdó, cuando iba en el bus, me encontré
casualmente con dos profesoras que iban para el mismo lugar, el bus nos
dejaba en Itsmina. Allí teníamos que esperar una hora más para que sa-
liera el carro que nos acercaría al sitio donde íbamos. Estando a la espera,
conocimos algunos habitantes de Puerto Meluk quienes, sorprendidos
por nuestra pinta, preguntaron irónicamente: «¿Ustedes si van para Puer-
to Meluk?». Con una expresión de burla dijeron que con los zapatos que
yo tenía iba a patear bastantes sapos y culebras. Quedé pasmada, pues yo
pensé llegar elegante a presentarme a mi sitio de trabajo, a dar una buena
impresión de entrada: ¿Cómo así? dije, pero ellos entre carcajadas agrega-
ron: «Aprovechen que están aquí y consigan botas pantaneras y toldillo,
porque sin botas no llegan a Puerto Meluk».
448 | Voces de maestros por la paz
LETRAS DE VIDA
les quedó muy bonita; aprendieron algo y quedaron con una dotación
tecnológica de computadoras portátiles, tabletas, conectividad. Con los
profesores un muy buen curso de aplicaciones informáticas para trabajar
con los muchachos. A pesar de ser intensivo se logró profundidad en las
temáticas escogidas.
Arriba dije vocación: la lectura. Así que retomé la enseñanza de la len-
gua española, lo que nunca abandoné fue el mundo de la lectura e hice más
amigos como Kundera, Saramago, J. M. Coetzee, Le Clézio, la lista es larga.
¡Qué felicidad y qué nostalgia! Duré más de 10 años desarrollando un im-
portante proceso de enseñanza del uso de las tic con los chicos y docentes,
la Institución se posicionó con su página web, mi más querido desarrollo,
y logramos sacar bastante provecho del uso adecuado de las tecnologías.
Un reto importante fue mejorar el resultado de las pruebas icfes en
lenguaje. Un proceso enriquecedor, creativo y que ha mostrado cambios
importantes en los resultados institucionales en materia de evaluación y
pruebas externas. Si bien nos falta mucho, nos mantenemos en el primer
lugar desde hace catorce años.
Hay un dicho popular de mi tierra: «vas a morir como las gallinas
boyacenses» ¡Muy bien preparado! ¿«Será su mercé»?, siempre dice mi
cuñado. A propósito de que no paro de estudiar, puedo decir que inicié
una divertida especialización en lúdica educativa para aprender más, ser
más creativo, trabajar mejor y, de paso, ascender en el escalafón. Maravi-
lloso, me pagan por hacer lo que me gusta: leer.
Aunque no todo es alegría, interrumpí mi maestría en software li-
bre, que es mi pasión y mi estilo de vida, por algunas situaciones de tipo
monetario. Es una lástima, pero aspiro seguir este proceso de aprendizaje
para hacer uso del buen retiro dedicado a la creación, diseño e implemen-
tación de soluciones de software libre que ayuden a la humanidad; lo haré
desde mi terruño rural donde vivo hace algunos años, disfrutando de la
naturaleza y de las cosas sencillas de la vida y en la más grata compañía
que es la del hermoso Sebastián, mi pequeño retoño, y su joven madre
que le dan otro giro monumental a mi vida… a partir de esto seguirán las
historias.
Subregión Urabá | 457
ENFRENTANDO RETOS
De niño siempre se sueña con ser grande y se juega a serlo, nos imagina-
mos y recreamos el mundo que en medio de nuestra inocencia anhela-
mos vivir; es allí donde comienzan los sueños, donde el futuro nos parece
la aventura más hermosa y ansiamos crecer.
Recuerdo que, de niña y en el pueblo donde crecí, jugaba con mi me-
jor y única amiga a ser médico, diseñadora y maestra. En ese momento
no veía todo lo que ello implicaba (era una niña de solo siete años) y cual-
quier cosa que pudiera imaginar era ideal, era perfecta. Hoy, 18 años más
tarde, después de haber vivido mucho de aquello que soñaba y de haber
sufrido un tanto más, soy maestra; recuerdo con algo de nostalgia, pero
también de satisfacción, mi niñez. Al ver a los niños y jóvenes que pasan
por mi aula, noto en ellos mucho de lo que había en mí y deseo contribuir
en algo a que sus sueños se cumplan. Considero que esa debe ser la labor
principal del maestro, ser un cultivador de sueños.
En este texto quiero contar parte de mi experiencia como docente,
específicamente dos momentos en los que sentí que no sería capaz. El
primero fue cuando comencé en una escuela rural del municipio de Tur-
bo, Antioquia, exactamente el 22 de julio de 2013, experiencia que lleva-
ré siempre conmigo como el primer recuerdo de mi vida como maestra,
como formadora; evento que hasta ahora ha marcado la manera en la que
veo y vivo la educación.
Me saltaré todo el viacrucis que viví para poder llegar a la escuela y
les contaré mi primer día como maestra. Era lunes, llegué a las 7:00 de
la mañana, después de una noche en la que dormir fue lo último que
458 | Voces de maestros por la paz
hice. Al entrar, vi a una profe con un balde y una trapera en la mano, dije:
«buenos días», ella dirigió a mí su mirada y respondió con una gran son-
risa: «buenos días, niña». Me presenté como la nueva docente de Lengua
Castellana que habían nombrado en provisionalidad. La profe me dio la
bienvenida y me dijo: “«Bueno mi niña, te voy a contar cómo están las
cosas acá: no tenemos director porque el que había se jubiló y hasta el
momento nadie más ha querido tomar el encargo porque dicen que esto
está muy lejos, la profe a la que vas a reemplazar se fue hace más de un
mes por las mismas razones; como puedes ver, solo tenemos dos salones
y las profes de primaria los ocupamos por la mañana, por eso tu jornada
será en la tarde. Ya los papás y los muchachos saben que viniste y están
citados para las 11, no creas que vas a dar solo español, eres la única profe
para grado sexto, que es el que tenemos de bachillerato».
Yo la escuchaba mientras pensaba: ¿en qué me metí, Dios mío? y
debo confesar que sentí unas ganas inmensas de llorar. Seguí hablando
con la profe un rato más, haciéndole preguntas y con cada respuesta, me
apagaba; no había materiales, no había conexión, ni siquiera computado-
res, dentro de las aulas solo había sillas y un tablero.
Se hicieron las 11 a. m. y fueron llegando los niños, quince en total,
nos hicimos debajo de un árbol y allí pude ver sus rostros expectantes, me
miraban como si esperaran de mí instrucciones para hablar, moverse e in-
cluso saludarse entre ellos, fue extraño. Me presenté y les di paso para que
hicieran lo mismo, la mayoría se notaban muy tímidos. Después de la pre-
sentación les hice preguntas relacionadas con la manera en la que venían
trabajando con la profe anterior (horario, asignaturas), hojeé algunos de
sus cuadernos y conversamos un poco sobre qué querían, qué les gustaba,
de dónde venían. Allí comenzó todo; posteriormente, en reunión con los
papás, se acordó construir un aula de madera para que los chichos pudieran
estudiar en la jornada de la mañana y no tuvieran que atravesar la montaña
de noche al salir muy tarde, dos meses después llegó otro docente para el
grupo, un director para la escuela, en fin, las cosas se iban acomodando.
Resumiré todo diciéndoles que estuve dos años en el establecimiento,
que a pesar de las caminatas de horas y de atravesar quebradas y pantano,
Subregión Urabá | 459
Según el mismo Decreto 1038 de 2015 dice: «la Cátedra de la Paz debe-
rá fomentar el proceso de apropiación de conocimientos y competencias
relacionados con el territorio, la cultura, el contexto económico y social y
la memoria histórica, con el propósito de reconstruir el tejido social, pro-
mover la prosperidad general y garantizar la efectividad los principios,
derechos y deberes consagrados en la Constitución”».
Leyendo sobre lo anterior, pensaba: ¿no es eso lo que se orienta desde
competencias ciudadanas? Eso ya se hace; y reafirmaba que no era para
mí, buscaba razones para no hacerlo. Le comenté a un amigo docente que
me habían dado esa carga y que no me sentía con capacidades para ello;
recuerdo que me dijo:
—Karina, ¿tú te estresas por eso?, ¿acaso no es eso lo que hacemos
los docentes a diario en el aula? ¿educar en la paz y para la paz?
Aunque fueron solo esas sus palabras, fueron suficientes para que
yo cambiara de perspectiva, ya no buscaba razones para no hacerlo, sino
para hacerlo. Hice las mismas lecturas y ya no lo veía como una responsa-
bilidad que debiera tomar otro, empecé a ver cómo se articulaba la cáte-
dra con mi labor, no como docente de español, sino como maestra, como
formadora en general.
Teniendo en cuenta lo anterior y los contenidos que desde el decreto
se plantean, empecé a hilar la estrategia de trabajo; pensé en implementar
la cátedra por conjunto de grados, trabajando técnicas de resolución de
conflictos en el ámbito escolar y comunitario, en los grados sexto y sépti-
mo; competencias para la convivencia pacífica y Derechos Humanos, en
los grados octavo y noveno; y en la media, memoria histórica (conflicto
armado en los ámbitos regional, nacional e internacional). Le comenté al
coordinador académico lo que había pensado y no puso objeción alguna.
Las clases comenzaron y aunque ya había una línea o una especie de
camino a seguir, sentía mucho miedo, mucha angustia. La primera se-
mana fue de contextualizar a los chicos sobre una asignatura nueva para
ellos; hablamos del porqué de la cátedra y qué contenidos trabajaríamos;
posteriormente, y después de definir un microcurrículo para cada grupo
de grados, comenzamos con las clases. Trasnochaba preparando talleres,
Subregión Urabá | 461
estudios de caso para los chicos de grados inferiores, obras de teatro con
los estudiantes de octavos y novenos, lectura de ensayos sobre el conflicto
y observación de documentales con los chicos de 10.° y 11.°. Me interesé en
la cátedra, me emocionaba ver a los chicos de la media haciendo debates
con base en lecturas realizadas, ver cómo se apasionaban con la historia
y cómo desde sus vivencias defendían sus posturas. A los de grados inter-
medios, representando conflictos y maneras de solucionarlos de acuerdo
con técnicas como el diálogo y la mediación.
Concluyo este relato diciendo que una vez más pude comprobar que
los docentes somos capaces de mucho más de lo que creemos y aunque
fueron solo dos meses orientando la cátedra (me fui de comisión como
tutor del programa Todos a Aprender) pude experimentar la satisfacción
del deber cumplido y de ver a los chicos igual de motivados que yo.
462 | Voces de maestros por la paz
Aún retumba en mis oídos la frase que siempre me decía mi madre: «Tú
vas a ser toda una profesora», porque cuando tenía un espacio libre e in-
vitaba a mis amiguitas a jugar a la escuelita, con solo siete años de edad,
siempre imitaba a mi profesora Osiris, que en esa época era mi profe del
grado primero. Siempre le expresaba que cuando fuera grande iba a ser
como ella porque me llamaba la atención el gran afecto que le daba a cada
uno de sus estudiantes, y eso que éramos como 30, unos más grandes,
otros más chicos, pero para mí profe, todos ocupábamos un lugar muy es-
pecial en su corazón. Hay que ver con qué paciencia, ternura y dedicación
nos enseñaba a leer con la cartilla de Coquito.
Bueno, pues, les cuento que toda esta enseñanza no fue en vano; en
el año 1996 tuve mi primera experiencia como profesora del grado pre-
escolar en un colegio privado, aún no había estudiado la carrera como do-
cente, pero esta oportunidad despertó mis expectativas dormidas desde
años atrás. Fue entonces que inicié mis estudios universitarios que cul-
minaron en septiembre de 2001. Para esta fecha tenía aproximadamente
cinco años de experiencia ya que trabajaba y estudiaba al mismo tiempo.
Transcurrido algunos años fui llamada a trabajar en el sector oficial,
en una vereda llamada Mulaticos Piedrecitas y en esta ocasión trabajé con
estudiantes de bachillerato de los grados sexto a noveno. Dicha vereda
está ubicada a unos 31 kilómetros de la cabecera municipal, con carretera
destapada y de difícil acceso, especialmente en épocas de invierno. Pero
468 | Voces de maestros por la paz
colgada y a veces tenía que improvisar hasta tres sillas una sobre otra para
poder quedar con los brazos cómodos y poder escribir en el portátil. Los
pies me quedaban colgando y para descansar me prestaron una silla de
preescolar o algo que me permitiera apoyarme.
Para mis adentros, desde el primer día maquinaba cómo decirle de la
mejor forma al señor rector, que me facilitara o un escritorio más peque-
ño o una silla más alta. Me rondaba la idea de cómo mostrarle que era una
necesidad y no un capricho. Al principio creo que todos se divertían a mis
espaldas viendo la incomodidad, pero estaba dispuesta a arreglármelas
para mantenerme.
Esta situación me sirvió para entender la indisciplina de uno de los
grupos más pequeños de primaria. A mi paso por el aula, la maestra pare-
cía ya no dar más ante el calor apremiante, las continuas interrupciones
de los niños y la renuencia de algunos a permanecer en el puesto y traba-
jar. Los observé desde la ventana y pronto asemejé la escena.
Eran muy pequeños para estar en la silla escolar y sus piececitos col-
gaban. Sentí su incomodidad en esa tabla dura, el dolor en sus codos y es-
palda por no poderse apoyar adecuadamente o recostarse con comodidad
en el espaldar de la misma; vi también como uno de ellos, tal vez el más
chico del salón se había bajado de la silla y se empinaba para poder es-
cribir. Cómo pueden estos niños aprender en semejante posición. Cómo
pedirles que permanezcan quietos y esperar que aprendan.
¿Por qué las instituciones, cuando dotan las aulas con sus pupitres,
no lo hacen pensando en las características de la población? La silla es-
taba bien para cualquier alumno del grupo de secundaria, pero no para
un niño de siete años que apenas está aprendiendo a leer y a escribir. Le
propuse a la maestra hacer una pausa para saludar a todos y permitirles
que se estiraran un poco antes de retomar el trabajo. La escena desde en-
tonces se repite porque el colegio tiene las dos jornadas y el mobiliario se
adquirió pensando en los estudiantes de secundaria. Posiblemente nun-
ca haya sillas ajustadas para ellos.
De regreso a la oficina, veo correr a esconderse a unos cuantos alum-
nos que se habían escapado de los salones y que al notar mi presencia
Subregión Urabá | 485
Hace unos años, creía que el Creador se había equivocado cuando dispu-
so que yo naciera en Urabá, una región que, a pesar de su vasta riqueza,
tanto natural como cultural, se había convertido en un lugar que se han
disputado diversos grupos violentos a lo largo de su historia.
Urabá; una realidad que nadie me puede contar, porque la he vivido,
padecido, pero al mismo tiempo la he reflexionado y la he pensado, lo
que me posibilita poderla cambiar, no en toda su extensión, pero sí en los
lugres donde pueda habitar.
En los años 1993 y 1994, cuando terminaba mi bachillerato en una
institución educativa del municipio de Turbo, observé varios cadáveres
en la vía que conducía al colegio, también escuchaba en la «tele» y las no-
ticias de la radio, cómo bajaban de los buses a gente inocente y las asesi-
naban en plena vía mientras se dirigían a las bananeras, donde realizaban
sus labores diarias.
No era seguro estar en Urabá, pero allí, en ese terruño que todos se-
ñalaban como zona roja y de conflicto, estaba lo más importante para mi
Subregión Urabá | 493
nuestro destino, pero luego a las tres cuadras encontramos otro muerto y
poco a poco sentía que mis piernas no respondían para seguir avanzando
y nuevamente sonaba un tiroteo; el cielo se oscurecía, luego comenzó a
tronar y de mi pecho el corazón se quería salir y latía sin cesar.
Ese día me dije a mí misma que nunca saldría de Urabá, para no vol-
ver, que saldría para capacitarme, orientarme, pero debía aportar un gra-
nito de arena para ver crecer a mi región. Solo Dios sabe cuántas veces
lloré por personas asesinadas que nunca conocí y que a pesar de no saber
quiénes eran, sabía que algo nos unía y ese algo era ser de la zona más
linda que tiene Colombia: mi Urabá.
A pesar de la tristeza de ver morir a mi gente, a pesar de las pocas opor-
tunidades para estudiar porque solo los valientes se atrevían a venir a Urabá
y no había muchas universidades, fui creciendo y haciéndome cada vez
más fuerte y con una sed de justicia, pero no de aquella que proclamaban
muchos de mi región y que implicaba tomar las armas: No, yo quería hacer
justicia enseñándole a la gente que se pueden resolver los conflictos de otra
manera y que el futuro dependerá de lo que sembramos en el presente.
Así crecí y realicé una carrera en psicología social comunitaria en la
unad; una de las pocas universidades que se atrevió a incursionar en la
zona en aquellos tiempos tan difíciles; ya por esa época era docente, gra-
cias a la oportunidad de haber terminado un bachillerato pedagógico en
el idem de Turbo y trabajaba dictando clases en una vereda de Necoclí.
La vereda Villa Nueva, cómo olvidar esta hermosa tierra, donde sentí
el amor y al mismo tiempo el dolor, donde inicié mi experiencia como
docente y conocí a personas maravillosas, con un gran corazón, pero con
marcas imborrables tatuadas por la violencia; estudiantes que construían
conocimiento y mostraban gran interés por convertirse en personas cul-
tas y de bien, pero al mismo tiempo, jugaban a los pistoleros en cada
descanso y utilizaban como propio y natural el lenguaje empleado por los
violentos de la zona.
Iniciaba otra etapa de mi vida y otra vez el destino me ponía de frente
con la injusticia y la violencia; ya no era casualidad, era una realidad y
tenía que comenzar a estudiar y a idear estrategias para evitar que jóvenes
Subregión Urabá | 495
Quiero compartirles una experiencia de clase, que sé que tal vez pudo
impactar de manera positiva a mis estudiantes.
Era un lunes, como cualquiera, tal vez con más calor de lo normal, y sí
que pesa cuando matemáticas te toca a las dos últimas horas (10:30 a. m.
a 12:30 p. m.), y más si en el tablero dice: Reglas de Derivación. Empecé
la clase como de costumbre, presentes, ausentes, recordando la clase an-
terior, socializando la consulta y aclarando las dudas que pudieran tener.
Ahora sí, vamos a derivar, empecé la lección notando la cara de descon-
tento de los estudiantes y haciendo las sugerencias típicas en ellos: “«Pro-
fe, no hagamos nada hoy; profe, una dinámica». En ese momento era im-
posible complacerlos, era necesario que conocieran sobre derivadas. De
pronto, la pregunta, la misma de siempre y que tantas veces queda sin
respuesta o al menos no una que los convenza: «profe, ¿y eso para qué?».
Era necesario un pare.
Empecé formulando una situación problema que se resolvía a partir
de derivadas y así tratar de convencerlos de que era necesario conocerlas
para adquirir competencias y les fuera más sencillo resolver problemas.
Pero no quedaron muy a gusto. De pronto una pregunta más: «Profe, ¿y si
yo voy es a vender tomates, para qué derivar?» (Risas).
¡Vaya reto el que me había puesto con esa pregunta!, y a la vez era mi
gran oportunidad.
Mi respuesta: «Si vas a ser un vendedor de tomates cualquiera, para
nada. Pero si vas a ser el mejor comercializador de tomates, para mucho.
Supongamos que los tomates deben empacarse en cajas de diferentes ta-
maños, y cuentas con un material determinado para construirlas. Con
conocimientos básicos de derivadas, podríamos optimizar los recursos
y así gastar menos material, lo que se convierte en un beneficio para el
consumidor final, ya que optimizando los recursos podríamos vender a
precios más competitivos». En ese momento ya la expresión de sus ros-
tros había cambiado, tal vez no esperaban esa respuesta.
Seguí hablando acerca de los beneficios que podríamos obtener si
adquiríamos competencias matemáticas, de sus múltiples aplicaciones
y de lo importante que eran para tener un buen desarrollo profesional.
Subregión Urabá | 503
Cuando miro por el retrovisor de todo lo que han sido mis diez años de
carrera como maestra, reafirmo con pleno convencimiento de que no lle-
gué donde estoy por error o casualidad.
En el baúl de mis recuerdos, referente a esta gran labor, aún me de-
leito con aquellos momentos del ayer, que sigo sintiendo tan cercanos de
estos. Tengo presente que en el año 2010, al dar mis primeros pasos por
los espacios de la escuela que escogí, sede Manuel Gómez, en Chigoro-
dó Antioquia, luego de haber superado en medio de tantas peripecias
el concurso docente en 2009, mi maleta de trabajo, además de sueños,
expectativas y ganas de trabajar, iba cargada de un fuerte anhelo, que se
activó tan pronto conocí por vez primera a la que hasta hoy sería en mi
lenguaje, «mi casa de paso», y a mis estudiantes encontrar la fórmula que
me permitiera entregarles siempre de mí, lo mejor de lo mejor.
De mi primer día de clase en esta escuela recuerdo explorar con mu-
chas expectativas aquel lugar grande, con zonas verdes, cuatro aulas de
clase, un salón para los computadores, restaurante escolar, batería sani-
taria y una placa deportiva amplia, aunque con algunas fisuras. Mientras
recorría cada una de sus dependencias, al pasar por los salones, observaba
ligeramente y con desilusión las aulas de clase un poco descuidadas, entre
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ellas había una en especial, una en donde los libros parecían destinados
a «morir» en viejos y agobiados estantes, e incluso, una gran cantidad de
ellos yacían apilonados en el suelo.
Finalicé mi recorrido justo en un aula en donde me esperaban impa-
cientes mis estudiantes a quienes saludé un poco nerviosa y de quienes
me llevé después de verlos con ligereza, la segunda impresión de mi re-
corrido, debía enfrentarme a un número elevado de estudiantes, dema-
siados para un solo docente que debe atender una escuela multigrado
(sesentaycuatro niños y niñas).
Los primeros días de clase, fueron entonces de socialización y diag-
nóstico, y de este primer acercamiento entre sumas, restas, multiplicacio-
nes y letras, en el compartir con mis estudiantes, poco a poco se hizo muy
claro ante mis ojos que, problemas como la agresión física y verbal, el bajo
rendimiento académico, el desinterés por el estudio, por leer y escribir,
eran una constante que se repetía en ellos, y aunque escuela nueva era la
metodología con la que debía conducirse su formación, el trabajo con las
guías no era una de sus destrezas, por el contrario, había una gran depen-
dencia a lo que indicara la maestra y al estilo tradicional de la enseñanza.
Entre los hallazgos más preocupantes encontré que había estudiantes
en grados avanzados sin tener las competencias para cursarlos, no habían
desarrollado tan siquiera habilidades tales como la lectura y la escritura.
Particularmente, aún recuerdo a un chico de 16 años de apellido Higuita,
quien cursaba para entonces tercer grado de primaria; mi primera reac-
ción al descubrirlo fue proponerle que desarrolláramos actividades extras
de lectoescritura para que él superara sus dificultades y luego le prometí
que se reintegrara al grado tercero; pero con arrogancia y altanería solo
me dijo: «prefiero irme de esta escuela». Desde luego, así lo hizo, aquel
chico se fue y no volvió.
Debo decir que me sentí frustrada, no pude lograr que regresara, tam-
poco su mamá lo consiguió, pero sí pude recobrar mis ánimos y hacer que
mis pensamientos y acciones se quedaran en el resto de mis estudiantes,
y en el esfuerzo e ilusión de lograr, a partir de ese momento, cambiar para
ellos este panorama. Apenas comenzando y ya tenía mi primer objetivo,
Subregión Urabá | 507
pero: ¿qué podía hacer?, ¿cómo podía evitar perder más Higuitas en el
aula?
Con el tiempo intenté reuniones, escuelas de padres, estrategias de
lectura, organización e implementación de la biblioteca escolar, charlas
con los estudiantes, espacios de retiro y convivencia grupal, entre otras
estrategias. Pero en la práctica, ninguna funcionó realmente como se
esperaba, no se estaba respondiendo a las necesidades encontradas, las
estrategias establecidas apenas si lograban hacer un leve eco, y los acier-
tos obtenidos se presentaban con muchos altibajos. ¿Qué era lo que no
estaba haciendo bien?, me tomaría tiempo descubrirlo.
Solo un par de años después, cuando ya compartía la escuela y a mis
estudiantes con otro maestro, sin rendirme en mi ideal y trabajando aún
por cambiar las falencias en mis estudiantes y escuela, surge en respuesta a
mis múltiples ensayos y errores, una idea que después de mucho pensarlo
nombré Festival del Lenguaje. Así llamé a una serie de retos con la lectura
y la escritura en los que puse a los estudiantes como protagonistas de este
proceso y a partir de la elaboración de cuentos, caligramas, relatos de nues-
tro yo futuro, ejercicios de elogios con las palabras, acrósticos, la reestruc-
turación de la biblioteca escolar, la elaboración de diarios de lectura, la ac-
tivación del periódico mural, la construcción colaborativa del libro del día,
el tren de los valores y un día de encuentro con la lectura y la escritura en
familia, se marcó rápidamente el comienzo de una experiencia significativa
que, hasta hoy, hace parte importante de nuestra cultura escolar.
En principio, solo se trataba de ideas sueltas que luego fui entrete-
jiendo a la par de los objetivos que antes me había propuesto, producto
de la reflexión, el cuestionamiento, la plena intención de resignificar mis
prácticas de aula, el interés de enseñar a mis estudiantes de una manera
distinta y, claro está, del constante interrogante que me hice a lo largo de
todo el tiempo transcurrido desde mi llegada a la escuela: ¿De qué mane-
ra estimular en los estudiantes el desarrollo de las habilidades comunica-
tivas básicas (hablar, leer, escribir, escuchar) para que no solo mejoren en
su proceso académico, comunicativo, sino que esa mejoría se evidenciara
además en las relación de ellos con su entorno?
508 | Voces de maestros por la paz
Quiero iniciar con una frase que nace desde el primer ateneo de este Cen-
tro de Pensamiento Pedagógico: «Sin conocer letras, sin hacer letras, sin
leer letras, sin hablar letras, sin pensar letras, estaremos sin la pieza im-
portante en nuestro pensamiento».
Todo empieza un 31 de diciembre de 2003, en Quibdó, cuando mi
primo me dice: «te vas el próximo año para Urabá». ¡Dios mío! Era la
felicidad más grande, pues nunca a mis 18 años había salido de mi tierra,
sabía tantas cosas, pero solo porque me lo contaban mis familiares.
Llego ese 10 de enero de 2004, cuando al bajar del bus, cerca del su-
permercado «Los ríos» que ahora es «Consumax», cambiaría mi vida,
miré para todos los lados, solo observaba un pequeño pueblo. Tenía un
bolso pequeño de color negro con rojo donde llevaba todas mis cosas.
Desde ese momento comenzó todo.
Una noche, después de tantos días de espera por un trabajo, suena
el teléfono y le piden a mi prima que me deje hacer una licencia en el
grado 1.°, a lo cual ella dijo que sí. Me preparé e inicié mi labor. Durante
ese tiempo conocí a Eduardo, un niño que me contó su historia de vida,
entre tantas cosas me dijo que su padre lo había asesinado, le cogí mucho
cariño.
Cuando terminé la licencia siempre lo veía inhalando sacol por las
calles, cuando me veía a mí la guardaba y me pedía plata. Pasaron los
meses y dejé de verlo. Un día cualquiera, al salir de la escuela donde labo-
raba, lo volví a ver, estaba trabajando, su aspecto físico ya era otro, eso me
encantó. Al tiempo desapareció, cuando pregunté, me dieron la noticia
que lo habían asesinado, sentí tristeza, ¡cómo es la vida!
514 | Voces de maestros por la paz
Así fueron pasando los años, estuve en otras instituciones. Hasta que
llegó el día de vincularme en propiedad después de tantos intentos. Llego
a la Institución Agrícola de Urabá, a la sede Brisas del río, al grado 2.°; al
año siguiente me cambian para la sede Simón Bolívar para el grado 1.°.
¡Estaba tan contenta con ese grupo, sin embargo, a los dos años me pa-
saron, ¡ay no! exclamé, pero fue lo mejor, estaba empezando embarazo y
debía evitar el estrés con una compañera a la que no le caí bien.
De nuevo para otra sede, esta vez era para Nuestro Esfuerzo con el
grado 3.°, llega fin de año y de nuevo me quitan los estudiantes, ¡hum!,
otra vez a iniciar. Bueno, vamos a ver qué grado toca. Reparten la carga
académica y me corresponde 1.°, me sorprendí y dije: «¡otra vez primero!».
Pero como siempre, los directivos animando: «¡usted es buena, hágale!».
El primer día mencioné las reglas y normas con las que me gusta tra-
bajar. ¡En mi grupo eran 4cuarentaysiete estudiantes, ay Dios mío! Este
poco que me tocaron, iban pasando los días hasta que llegué a cincuenta,
pero bueno, ellos se van retirando, me decía yo.
Como siempre colocando actividades, inventando cada día, buscan-
do qué hacer. Me conseguí entre tantos alumnos, cuatro niños que se vol-
vieron mi reto. ¡Uf!, no sabían ni manejar renglón; hacía una cosa, hacía
la otra y nada que avanzaban. Recuerdo que siempre andaba con un bo-
rrador en la bata y les decía a los niños: «a mí me gusta borrar, escriban
bien, borre aquí mijo que esto le quedó malo, falta poco, vamos hacerlo
mejor»; esas eran mis palabras de todos los días. Todo el tiempo les recor-
daba cómo debían comportarse.
Cierto día, llevé unas fichas con dibujos de animales, les pedí a algu-
nos de mis niños y niñas que las colorearan e hice un televisor de cartón,
que alguna vez había visto durante mi primaria. Le puse palos, lo pinté
con vinilos y le pegué las fichas. En una de las clases de lenguaje lo utilicé,
empecé girando las imágenes para que ellos observaran, se veían todos
concentrados. «Vamos a crear una historia», les dije, todos hablaban fe-
lices; les enseñé cómo rodar las imágenes y mientras ellos contaban, yo
escribía en el tablero. Y ¡vaya sorpresa!, nos quedó un super cuento.
Subregión Urabá | 515
Al llegar al aula, siempre les leía textos, les hablaba de valores; los
lunes les contaba lo que hacía el fin de semana, lo mismo hacían ellos.
Iban pasando los meses y entre los cuatro estudiantes estaba María
José e Ingry que no avanzaban. Mirar el calendario en agosto y nada que
sabían leer, nada de escribir dictados, eso era duro para mí; es más, confieso
que en una reunión de padres de familia se me salieron las lágrimas al ver
que algunos no mejoraban. Ingry nunca había estudiado, al principio no
tenía cuaderno, le regalé uno, era difícil para ella hacer bolitas, transcribir.
Debido a la situación llamé a su acudiente, pero nunca se presentaba, era
su hermana de aproximadamente 1quince años la que daba la cara.
Una mañana, después de tanta insistencia, llega la madre de la niña
y me dice de forma grosera: «qué es lo que pasa que me manda a llamar
tanto?» Le respondí: «su niña necesita apoyo». Los ánimos se fueron tor-
nando malucos, hasta que ella se enojó tanto que le pedí que se saliera del
aula, cerré la puerta y continué con las clases. La señora desde la ventana
me invitó a pelear. Llamé a la coordinadora, la señora se fue furiosa y dijo
que la niña no volvía.
Nos llamaron a dialogar, al pasar las dos semanas la niña volvió por-
que la mamá decía que esa lloradera por ir a estudiar la tenía harta.
Ingry empezó a mejorar, entre tanto, su madre me pidió excusas pú-
blicas. La niña estuvo conmigo hasta cuarto grado, se fueron del muni-
cipio por problemas de violencia. Hoy, es mi ahijada, ella me escogió, in-
cluso lee y escribe muy bien. Los otros dos alumnos ya habían mejorado.
Pero ahí no termina todo; seguía María José, aquella que escribía en
letras grandes, no se le entendía nada, no leía palabras; con ella fue di-
ferente, su madre me colaboraba, me dediqué tanto que se convirtió en
mi verdadero reto, con ella trataba de implementar todas las estrategias
conocidas y no conocidas en mi experiencia docente. A veces, trataba de
enojarme, pero ella con carita triste, me decía: «yo voy a aprender, profe».
María se lo propuso tanto, que a fin de año la llevé a la noche de
los mejores, por esfuerzo y superación. Le dije: «sí podías, y ahora serás
mejor».
516 | Voces de maestros por la paz
pago tan demorado, hacía tamales cada quince días para costearme mis
elementos personales y ayudarle a mi mami con los gastos de la casa. En
2009 me vinculé a la carrera docente en provisionalidad en una vereda del
municipio de Chigorodó, las madrugadas que me tocaban eran arduas
para mí, pero mis estudiantes esperaban en la carretera la llegada de su
profe, lo cual me obligaba a cumplir con este reto. En este mismo año lo-
gré ganar el concurso docente para la vinculación en propiedad. Cuando
llegué a la escuela rural donde me correspondió, fue mucho el asombro,
porque como ya sabían de la llegada de la profe, entonces se reunieron
todos a esperarme, Dios mío, quise morir al ver tanta cantidad de niños
que me tocaría atender, eran setentayseis niños desde el grado 0.° hasta
el grado 5.° a los que, además, me tocaba cocinarles la comida del res-
taurante y servirles. Pedí la ayuda a los padres, pero eran apáticos, sin
embargo, asumí este reto y traté de dejar en ellos una huella.
En 2012 fui trasladada a la ie Gonzalo Mejía, donde hoy me encuen-
tro. Encontré en esta institución a mi compañera Aleja con quien me he
entendido muy bien y hacemos un trabajo en comunidad por el bien de
nuestros niños. En 2014 quise experimentar y participé del concurso para
maestrías del cual no esperé un buen resultado, pero una madrugada a
las 5:00 de la mañana me di cuenta que había sido aprobada mi evalua-
ción, quise retirarme, pero ya no podía, continué tratando de superarme.
Pero en 2015 viví una experiencia jamás olvidada, quería tirar la toalla,
volverme loca, sentía que el mundo caía sobre mí, mis días y mis noches
eran cortos. No obstante, conté con unos profesores muy humanos en
mi upb, quienes entendieron la posición en la que me encontraba y me
ayudaron en la continuación de mi carrera, contaba además con el apoyo
de mi compañera quien me entendía porque tenía encima el colegio, la
maestría, el proyecto de aula, la tesis, mis directivos como una piedra en
mis zapatos y la falta de tiempo. Dios mío, casi me muero; sin embargo,
continué mi marcha y en 2016 logré la meta.
En 2017 continuamos con esta experiencia de aula, ahora con el gra-
do 1.° y aparece en el mes de octubre el Centro de Pensamiento Pedagó-
gico que ha sido una experiencia muy significativa para mí porque me
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Se terminó de imprimir en
octubre de 2018