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marco de la parresía.
Introducción
a. La Verdad
2
Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, p. 41.
b. El sujeto. El modelo socrático
3
Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, p. 35.
4
Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, p. 42.
examinándome tanto a mí mismo como a los demás, aquí, por miedo a la muerte o por
cualquier otro asunto, abandonara el puesto asignado”5 Dos cuestiones se abren a partir
de las palabras socráticas: su relación con el dios y la misión asignada que va a impactar
directamente en la cuestión del cuidado de sí. El papel ordenado por Apolo ubica a
Sócrates en el espacio de poder que ostenta un maestro capaz de examinar y exhortar a
quienes lo siguen. Examen y exhortación al cuidado de sí parecen ser los núcleos de la
misión. Sócrates aparece como un funcionario del dios y como un servidor de los
hombres. Para ostentar ese estatuto, que marca una forma de diferencia frente al resto de
los atenienses, diferencia que entendemos en el marco de los juegos de poder, Sócrates
es un elegido del dios délfico. No sobre cualquiera recae la misión porque no sobre
cualquiera el dios se instala de alguna manera. “Porque esto me lo manda el dios,
sépanlo bien. Y por mi parte pienso que nada mejor puede acontecerles en la ciudad que
este servicio que presto al dios”6 El poder, pues, se juega desde un frente doble: su
calidad de elegido para la misión, lo cual lo pone en relación directa y familiar con el
dios, y el magisterio mismo, lo cual lo pone en relación de autoridad frente a los
hombres, sobre los que ejerce poder. De allí que reconocer a Sócrates en su misión sea
reconocer al propio dios o bien, negando su servicio, lo que se ignora es el mandato
oracular, con lo que ello significa. En última instancia, si el tribunal acusa a Sócrates,
está negando la presencia apolínea que hay en él. Dice Sócrates: “En efecto, si me
condenan a muerte, no hallarán con facilidad otro hombre como yo -por ridículo que
parezca decirlo-, asignado a la ciudad por el dios, como a un grande y noble caballo,
perezoso a causa de su tamaño y necesitado de ser despertado por una especie de
tábano. Así me parece que el dios me ha aplicado a la ciudad de un modo análogo, para
que los despierte, persuada y reproche a cada uno en particular, sin cesar el día entero,
siguiéndolos por todas partes”7 Sócrates se instala en un espacio de poder, más allá de la
mentada humildad que caracteriza su misión; su figura parece irremplazable a la hora de
dotar a la ciudad de los hombres más convenientes, que resultarán de su tarea.
También su misión lo instala en un lugar de poder; el poder de despertar a quienes
están dormidos y mostrarles los beneficios de la vigilia. Es precisamente este estado de
vigilia el que permite la epimeleia heautou. Sólo un alma atenta y vigilante puede cuidar
de sí. Despertar, persuadir y reprochar parece ser la misión de quien ostenta un estatuto
diferenciado del resto para poder llevarlo a cabo. Aquello que habilita a Sócrates a tal
5
Platón, Apología de Sócrates, 28 d-29 a.
6
Platón. Apología de Sócrates, 30 a.
7
Platón. Apología de Sócrates 30 e.
misión es precisamente haber cumplido la misión en él mismo. Sólo quien se ha
despertado, persuadido y reprochado como ethos sostenido, puede ejercer la autoridad
que el rol implica sobre otros. Esta actitud es remarcada por Sócrates en más de una
oportunidad, abrochando en cada caso la importancia de su misión y la familiaridad con
el señor délfico. Dice Sócrates, a propósito del desconocimiento de su presencia:
“Después, pasarían el resto del tiempo durmiendo, a menos que el dios les enviara algún
otro, para cuidar de ustedes. Porque de esto tienen que percatarse: que yo vengo a ser
alguien que ha sido donado a la ciudad por el dios. No parece humano, en efecto, el que
yo me haya despreocupado de todas mis cosas, y me haya mantenido descuidando mis
propiedades durante muchos años, y ocupándome en cambio siempre de las cosas de
ustedes, acudiendo a cada uno particularmente, como un padre o un hermano mayor,
para persuadirlo de que se ocupe de su perfección” 8 La cita abre el juego de lo que
implica la epimeleia, ya que devuelve los distintos núcleos que constituyen su campo.
En primer lugar, Sócrates aparece como un don, reforzando el espacio de poder que
viene a ostentar, mostrando además cómo la misión parece guardar un cierto estatuto
divino, más allá de ser una exhortación que se juega en el campo antropológico. El
linaje de excepcionalidad no cesa porque en realidad el dispositivo que venimos
rastreando es un dispositivo aristocrático que impacta sobre los mejores varones
atenienses, aquellos capaces de cumplir con la exhortación socrática, lo que equivale a
cumplir con el mandato oracular.
En segundo lugar se observa la presencia de un maestro. No hay epimeleia sin un
guía, sin un maestro estatutariamente más apto para la tarea de conducción. Dice
Foucault al respecto: “El otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la
forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el yo. Para que
la práctica de uno mismo dé en el blanco constituido por ese uno mismo que se pretende
alcanzar, resulta indispensable el otro”9
En tercer lugar, la definición de un objeto. Hay que tener claro de qué se trata la
tarea subjetivante, cuál es el blanco a dirigirse. La cita devuelve el yo como objeto-telos
y el yo es el alma, su perfección. Para descubrir el objeto hay que haber realizado el
desplazamiento socrático; desplazamiento que lo ubica en el lugar de poder que
venimos rastreando, más allá de la des-posesión que parece indicar el gesto. Sócrates ha
abandonado la preocupación y el cuidado por las cosas materiales - descuidando mis
8
Platón. Apología de Sócrates, 31 b.
9
Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, p. 55.
propiedades durante muchos años-. Se ha des-poseído de ese universo para poseerse en
otro. La epimeleia implica renuncia y desplazamiento. Las palabras de Sócrates
delinean nítidamente la cuestión del objeto y la renuncia: "Querido amigo, que eres
ateniense, de la ciudad más poderosa y de mayor fama en cuanto a sabiduría y fuerza,
no te averguenzas de preocuparte por tu fortuna, de modo de acrecentarla al máximo
posible, así como a la reputación y a la honra, mientras no te preocupas ni reflexionas
acerca de la sabiduría, de la verdad y del alma, de modo que sea mejor?"10
La sabiduría, la verdad y el alma constituyen los tres elementos a alcanzar por
excelencia. Estos son los verdaderos objetos a poseer y los que, poseídos, dotan al
hombre de un poder semejante al poder que Sócrates posee, más allá de su des-posesión
y de su humildad. Conocemos sobradamente la humildad del maestro de la cual él
mismo da cuenta en la propia interpretación del oráculo. El “conócete a ti mismo”
délfico no es sino el llamado a reconocer el límite humano. Sócrates es el hombre más
sabio porque sabe que la devolución del dios es un reconocimiento a la falta, la falta
humana frente a la completitud divina. Sócrate asume la falta y en ello radica el mayor
poder porque es el pasaporte al trabajo sobre sí en aras de la perfección.
c. El Poder
10
Platón. Apología de Sócrates, 29 e.
11
Aludimos a lo que Michel Foucault denomina “la gran mutación tecnológica del poder en Occidente”
en el marco del desplazamiento de un poder negativo, de matiz jurídico e interdictito hacia un poder
positivo, productor de efectos. Foucault considera una mirada demasiado raquítica del poder cuando se lo
analiza desde el juego de la prohibición; de allí que analiza otra dimensión del mismo en términos de
funcionamiento y producción.