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MITOS

Chamán de la Tierra y Hermano Mayor cantan. Mito pápago.

Hace miles de años en el universo solamente había una persona: Dios. Carecía de materia y forma, era sólo espíritu.
Un día, decidió formar el Cielo, Damkatchin, para que en él descansara su alma. En el Cielo creó a una persona que
era la Luz y a Chamán de la Tierra que descendió y creó al mundo. Entonces el Dios cantó:

¡Chamán de la Tierra, chamán de la Tierra,


Tú creas la Tierra ahora,
La pones en movimiento!

Chamán de la Tierra creó a Siuuhu, Hermano Mayor, al tiempo que cantaba:

¡Hermano Mayor chamán!


Has creado las montañas a nuestro alrededor.
¡Has puesto todo en movimiento!

Así, cuando la Tierra y el Cielo se tocaron nació el Hermano Mayor, su hijo. Chamán de la Tierra y Hermano Mayor
decidieron crear un Hombre utilizando barro. Dejaron a la figura en el suelo y se sentaron junto a ella. Le soplaron su
aliento y la figura cobró vida. Enseguida, procedieron a crear una Mujer. De esta pareja nacieron los indios pápagos.
Como todo estaba oscuro, la pareja se puso a dormir. Los tres espíritus sagrados decidieron crear el Amanecer, el cual
surgió por el Este. Fue entonces cuando la pareja despertó, y los dioses cantaron:

¡He creado la mañana,


La he colocado en el Este.
Ha comenzado a iluminar la Tierra!

Siguiendo al Amanecer crearon al Sol que iluminó a la Tierra. Y cantaron:

¡He creado al Sol.


Lo he colocado en el Este.
Está surgiendo y alumbrando al mundo!

Al ver a la pareja despierta, los tres espíritus decidieron darle alimento para vivir. Entonces crearon al Venado. Y
cantaron:

Este Venado gris lo hice para ustedes.


En las montañas se ve.
Se ve una nube de polvo.
Parece una montaña de arena.
Tras ella el Venado aparecerá.

Poco después hicieron una Liebre que también les serviría de alimento. Y cantaron:

La gris Liebre
Es para ustedes.
La Tierra parece un espejismo: agua por todas partes.

Al poco tiempo crearon el Viento, las Nubes y la Lluvia. Surgió la Malva que sirvió de alimento a las personas, y les dio
fuerza para ir a cazar el Venado con el arco y la flecha. Cayó la noche, volvió a oscurecer: había transcurrido el primer

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día de la humanidad. Cuando oscureció, los dioses hicieron a la Luna que alumbró la Tierra un poquito, y luego se
escondió por el Oeste. Como el Sol y la Luna estaban muy cercanos, se rozaron, y de ese roce nació Coyote, su hijo.
Para alumbrar un poquito más la oscuridad de la noche, los dioses creadores hicieron las Estrellas. Y cantaron:

¡Vamos a hacer las estrellas! Las vamos a colocar en los cielos.


Vamos a crearlo todo, colocarlo en los cielos para iluminar la Tierra.

Como las Estrellas no daban suficiente luz, y para que los hombres se pudiesen guiar en sus viajes, pensaron en crear
la Vía Láctea. Y cantaron:

¡Vamos a hacer la Vía Láctea! ¡Está hecha!


Se está extendiendo en el Cielo, de un extremo a otro.
El gris Coyote, nuestro primo, le sopla a la Vía Láctea.

Terminada la Vía Láctea, aventaron a la Oscuridad hacia el Este, por donde comienza la noche. Y cantaron:

Estoy trabajando como un gran chamán de la Tierra. He arrojado la noche hacia el Este.
Abarca y recorre desde arriba, a toda la Tierra.
Abarca y recorre desde abajo, hacia el Sol poniente, en el Oeste.

Hermano Mayor se dio cuenta que la Tierra temblaba. Se quitó la cinta dorada de su sombrero y la rompió. El oro que
se desprendió lo colocó sobre las montañas para afianzar a la Tierra. Empujó a la Tierra con su mano hacia abajo,
hacia el Este; su pie derecho, extendido hacia el Oeste, lo apoyó sobre la Tierra y la empujó para abajo. Y cantó:

Él ha alcanzado lejos en el Oeste


Él ha sentido que la Tierra estaba temblando, por allá.
Lejos, abajo en el oeste, posé mi pie.
Descubrí que las montañas estaban temblando. Yo lo he descubierto.

La Tierra se aquietó. Como la Tierra era plana Chamán de la Tierra tomó un poco de la luz que salía de sus ojos e hizo
al Zopilote que con su vuelo creó las montañas y los valles. Y cantó junto con el Hermano:

Ave Zopilote, has hecho la Tierra perfectamente bien.


Ave Zopilote, haz hecho las montañas perfectamente bien. Ahora la Tierra está quieta.
Sobre ella todo aparenta estar bien. Todo ha sido creado de una manera perfecta.
Las montañas estaban temblando, ahora están quietas. Sobre ellas todo es perfecto.

Enseguida, Chamán de la Tierra tomó a la Mujer con la mano izquierda y al Hombre con la derecha, y vivieron muy
felices siguiendo las enseñanzas recibidas de Chamán. De repente, un espíritu maligno atacó a la Mujer, la sedujo, y
Chamán de la Tierra la castigó por portarse mal: le dijo que a partir de los doce años cada mes menstruaría, y tendría
a sus hijos con mucho dolor. Y así fue. A pesar de todo, los seres humanos se multiplicaron. Poco después, los dioses
hicieron el Fuego frotando dos maderas, a fin de que los indios pudieran cocer sus alimentos. La Creación había
concluido.

NOTA: Los cantos incluidos en el texto son una traducción de los cantos que ejecutan los narradores pápagos al
relatar el mito.

Chicomecóatl y el origen de las tortillas

Mi nombre es Iztacxóchitl, Flor Blanca. Nací en la ciudad de Mexico-Tenochtitlan el día Ce-Tochtli del mes Izcalli, del
año de 1505. Tengo diez y seis años de edad, y dentro de poco tiempo amarraré la punta de mi huipil a la túnica de

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Tlahuis, mi prometido. Desde que nací he sido preparada para el matrimonio, como todas las mujeres mexicas.
Cuando yo tenía ocho años, Citlali, mi madre, me enseñó a moler el maíz en el metate, a amasarlo con agua, y a
formar las tlaxcalli, nuestras tortillas, para después cocerlas en el comalli.

Mi madre, conocedora de nuestras tradiciones, me decía que las tortillas eran un alimento sagrado, un don de los
dioses. Me contó que fue Quetzalcóatl, llevado por su infinita sabiduría y bondad, quien nos dio el maíz y el
conocimiento para cultivarlo, ha muchos siglos atrás. Citlali decía que dada la importancia que el maíz tiene en
nuestra alimentación, contamos con muchos dioses relacionados a él; por ejemplo, tenemos a Centéotl, el dios del
maíz, hijo de Tlazoltéotl y de Piltzintecuhtli; a Xilonen, la Peluda, diosa del xilote, de la mazorca tierna; y a
Ilamatecuhtli, la Princesa Vieja que simboliza el maíz seco y la tierra. Pero sobre todo tenemos a la maravillosa
Chicomecóatl, Siete-Serpiente, la hermosa diosa que adorna su cabeza con una diadema de papel, viste huipil y falda
pintados con flores acuáticas, y porta en una mano manojos de elotes; y en la otra, una rodela decorada con una flor.
Chicomecóatl es nuestra diosa de los mantenimientos, patrona de la vegetación, y parte femenina del dios Centéotl,
es la diosa de lo que se come y de lo que se bebe. Fue la primera divinidad que preparó exquisitos manjares para los
dioses, y elaboró la primera tortilla que conocimos los mexicas, nuestro venerado pan de maíz, que cuenta con una
existencia de mucho más de dos mil años.

Cuando era pequeña, Citlali me platicaba que la bella Chicomecóatl, la de la cara pintada de rojo, habitaba en el
Tlalocan, el paraíso de Tláloc, desde donde bajaba a esperar que germinara el maíz, y a donde regresaba una vez
culminado el milagro de la cosecha. Mi madre afirma y jura que existe un llamado Árbol de Chicomecóatl, conocido
como el árbol del fruto infinito. En una época lejana, cuando los mexicas pasaban por una fuerte hambruna, se
encontraron con un árbol repleto de frutas verdes, todavía no maduras. Tres días y tres noches los hombres y las
mujeres le rezaron a Chicomecóatl sentados alrededor del árbol. Al tercer día, el árbol movió sus ramas, y cayeron a
tierra muchísimas frutas maduras que se repartieron entre pueblo, salvándose así de una muerte segura. Desde
entonces, se sigue adorando al Árbol de Chicomecóatl, y se le rinde pleitesía.

A nuestra querida diosa Chicomecóatl la festejamos en el mes Huey Tozoztli, Ayuno Prolongado. Para este tiempo,
colocamos en nuestros altares caseros plantas de maíz verde, y llevamos los granos, que han de servir para la
siembra, a bendecir a su templo, el Chicomecóatl Iteopan, situado frente al cu de Tezcatlipoca, en la Plaza Mayor de
Tenochtitlan.

En el templo, los sacerdotes le ofrecen en sacrificio a una muchacha cuya sangre, producto de su decapitación, se
vierte sobre la imagen de piedra de la diosa, y cuya piel desollada viste el sacerdote ejecutor. En el mes Ochpaniztli
efectuamos otra celebración dedicada a esta deidad.

Los sacerdotes, vestidos con las pieles de los prisioneros cautivos sacrificados un día antes, arrojan desde lo alto del
templo semillas a los participantes, mientras que núbiles doncellas engalanados sus brazos con coloridas plumas de
quetzal, y sus rostros con brillante marmaja, llevan en sus espaldas siete mazorcas manchadas con ulli, hule
derretido, y envueltas en sagrado papel. La más bella de las doncellas encarna a la diosa. Se la adorna con una pluma
verde de quetzal colocada en la frente, símbolo de la espiga del maíz, misma que al anochecer, y junto con su larga
cabellera, le serán cortadas y ofrecidas a la diosa, una vez que la muchacha ha sido sacrificada sobre los elotes que
portaban las doncellas, como tributo para obtener una buena cosecha.

Nuestras tlaxcaltin tienen un diámetro de veintitrés centímetros y están sujetas a racionamiento. Los niños de tres
años solamente comen media tortilla; los de cuatro y cinco tienen derecho a comer una entera; y llegando a los seis
años, los pequeños pueden comer tortilla y media. Yo sé desde siempre que las tlaxcaltin se emplean en muchos ritos
y ceremonias sagrados. Por ejemplo, nuestros sacerdotes efectúan un ayuno de carácter divino que dura cuatro años:

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comen a mediodía una tortilla chiquita y delgada, acompañada de un poquito de atole endulzado con aguamiel. Este
ayuno se rompe los primeros días de cada mes, y los sacerdotes pueden comer lo que quieran, con el fin de agarrar
fuerzas y continuar con el ayuno. También utilizamos las tortillas como parte de las ofrendas dedicadas a los muertos:
se les entierra y se les ponen ofrendas de guisados, tortillas y tamales, a fin de que tengan con que abastecerse en su
camino al más allá, al Inframundo; si el muerto es incinerado, sus cenizas se ponen en una vasija, y se le obsequia con
ofrendas en los altares domésticos donde quedan depositadas.

He de precisar que hay muchos tipos y nombres para las tortillas que consumimos. Los señores importantes comen la
llamada totonqui tlaxcalli tlacuelpacholli, que es una tortilla blanca, doblada y caliente; para el diario comemos la
hueitlaxcalli, grande, blanca, suave y delgada, a diferencia de la quauhtlaxcalli, que es gruesa y áspera; la
tlaxcalpacholli es una tortilla no tan blanca como las otras, sino cafecita; la tlaxcalmimilli, no es de forma redonda,
sino alargada, en forma de memela; la tlacepoatli-ilaxtlaxcalli, tortilla muy fina hojaldrada, es la que más me gusta,
pero sólo la comemos de vez en vez; la tortilla de bledos de masa amarilla, se emplea para colocar en las mejillas de
la cara de las imágenes de los montes hechos con la masa llamada tzoalli, durante el décimo tercer mes Tepeilhuitl, es
pues una tortilla ceremonial. Además, usamos muchos ingredientes para elaborar las tortillas. Citlali tortea unas muy
sabrosas con xilote, la mazorca tierna; otras rellenas de chile molido, o de carne untada con chile; a veces hace
tortillas con huevo de guajolote; de masa mezclada con miel; y una tortilla que cuece en el rescoldo. Hay otras
tortillas que conozco se usan en ceremonias religiosas, como la ácima, de maíz seco no cocido con cal; y las tortillas
que tienen forma de mariposa o de escudo, empleadas para las ofrendas de los guerreros muertos; y hasta hay una
tortilla en forma de muñeca que me gusta mucho.

Watakame y la mujer perro. Mito huichol.

En el inicio de los tiempos todo era oscuridad en el mundo. Un buen día, desde su morada subterránea, la diosa Tate’
Yuliana’ka, la Madre Tierra, -la diosa del suelo fértil y del barro para la alfarería-, trató se levantarse del suelo y se
movió cinco veces. Cuando ejecutó el primer movimiento se vio en el horizonte una lumbrecita muy pequeña; con el
segundo movimiento, se vio un sol oscuro; con el tercero, se sintió una sacudida y se aclaró un poco más el mundo;
con el cuarto, hubo más luz todavía y los animales nocturnos que vivían en las cavernas y bajo las piedras, se
asombraron muchísimo; con el último movimiento de la Madre Tierra, es decir, el quinto, apareció Tatewari, Dios del
Fuego, a quien también se le conoce como Tai, el Sol. Se materializó en el centro de la región Wixarika, en Teakata,
cuyo color es el blanco, con una luminosidad extraordinaria. Entonces, todo fue luminosidad y éxtasis de las animales
de la noche.

Después de miles de años de que la luz ya había sido creada, porque el Sol ya existía en lo alto del Cielo y la Luna se
veía por la noche, existió en el mundo una persona-animal que conservó la forma humana: Watakame. Este hombre
joven era un campesino que se dedicaba, todos los días, a trabajar su milpa. Cada día tiraba los árboles para poder
sembrar; pero, cosa extraña, a la mañana siguiente los árboles estaban en el mismo lugar. Intrigado, decidió aclarar el
misterio: al quinto día de que esto sucediera, se escondió entre los arbustos, y de pronto vio aparecer del suelo a una
viejita que portaba una vara en la mano. Con su vara señaló hacia los cinco puntos cardinales. Entonces, los árboles
que había tirado el joven el día anterior, se levantaron. Así supo Watakame, que la diosa Takutsi Nakaawe, Nuestra
Bisabuela Crecimiento, la que dio orden al cosmos, era la que responsable. Él le preguntó a la diosa por qué lo hacía,
a lo que ella le respondió que era porque estaba trabajando en balde, ya que llegaría una inundación en menos de
cinco días, anticipada por un viento, amargo y picoso como el chile, que le haría toser, le aconsejó que se hiciese una
caja de salate con tapa, y que se llevase con él cinco granos de maíz de cada color, cinco semillas de frijoles de
diferentes colores; además, debía llevarse cinco tallos de calabaza que nutrieran al fuego, y una perrita negra. Al
quinto día, el joven campesino tenía todo listo dentro de la caja, tal y cual le había dicho la diosa Takutsi Nakaawe.

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Acto seguido, Watakame se metió en la caja, la diosa la tapó y calafateo las grietas de la madera, para después
sentarse en la caja con una guacamaya al hombro. En el tiempo indicado dio comienzo el diluvio anunciado, y la caja
flotó en el agua hacia el sur durante todo un año; otro año flotó hacia el norte; otro, hacia el oeste; y, finalmente, el
cuarto año flotó hacia el este. El quinto año la caja navegó hacia arriba, y entonces el mundo se inundó. En el sexto
año, el agua empezó a descender, para detenerse en una montaña que se encontraba cerca de Toapu’li, en Santa
Catarina, en donde se conservó para siempre.

Cuando Watakame quitó la tapa de la caja para ver qué sucedía afuera, se dio cuenta de que todavía el agua no se
quitaba por completo y que unas guacamayas y unos pericos con sus picos trataban de separar las aguas, para formar
cinco mares. Fue entonces cuando todo se empezó a secar y, gracias a Tate’Yulianana’ka, la Madre Tierra, brotaron
árboles y plantas. En ese momento, la diosa Takutsi Nakawe se transformó en viento. El joven se puso a trabajar y
limpió los campos para poder sembrar la tierra, mientras su perrita se quedaba, pacientemente, en la casa. Cuando el
joven regresaba de su trabajo, siempre encontraba tortillas preparadas para que las comiera. Como no sabía quién
hacía los panes de maíz, decidió no ir a la milpa y quedarse a vigilar para esclarecer el misterio. Para su sorpresa,
Watakame vio el quinto día que su perrita se despojaba de la piel y se convertía en una bellísima mujer, que iba al ojo
de agua con su guaje a acarrear agua, molía el maíz en el metate, torteaba las tortillas, y las cocía en el comal de
barro. Watakame, entre asombrado y asustado, tomó la piel de la perra y la arrojó al fuego del hogar. La mujer se
puso a aullar, porque mientras la piel se quemaba a ella le ardía tremendamente todo su hermoso cuerpo. Presto, el
joven le cubrió el cuerpo con maíz molido al que roció con agua de nixtamal; inmediatamente a la mujer se le calmó
el ardor, y ya no necesito de la piel de perra. Había aparecido la primera mujer en la Tierra.

Watakame se casó con la bella mujer y tuvieron muchos hijos e hijas. Todo el mundo se pobló con estas personas que
vivieron en las cuevas y que son los antepasados de los huicholes.

Después de estos primeros hombres surgieron las personas comunes y corrientes creados en Wirikuta por Tamatz
Kauyumarie, el dios Venado Azul el patrón que guía y enseña a los mara’akáme, los sacerdotes-brujos de los indios
huicholes en sus peregrinaciones para buscar el sagrado peyote, el hikuli.

K'acoch y la flor tsaknikté. Mito lacandón.

Antes de que el universo se formara sólo existía un dios: K’akoch, el Supremo Creador, Padre de Todos los Dioses,
único habitante de un mundo de tierra y agua. Para no sentirse tan solo, el dios creó un Sol y una Luna. Pero el Sol era
muy débil, escasamente iluminaba y calentaba muy poco. Un día, el dios K’akoch decidió crear una flor: la tsaknikté.
De tal flor nacieron tres dioses y sus esposas. El primero que nació fue Zukunkyum, cuyo nombre significa El Hermano
Mayor de Nuestro Señor, dios del Inframundo que juzgaba a las almas de los muertos y fungía como guardián del Sol,
que se debilitaba conforme transcurría su recorrido diurno, hasta que morir al llegar al Inframundo. En el Más Allá,
Zukunkyum se encargaba de alimentarlo y de llevarlo en sus espaldas hasta el este, para que pudiera renacer.
Durante el día, el dios se encargaba de cuidar a la Luna de manera similar a como lo hacía con el Sol. El segundo
hermano fue Ah Kyantho, dios del comercio y de los extranjeros. Su imagen era como una extraña luz hechicera;
usaba un sombrero y una pistola. Era, asimismo, el dios responsable de la medicina. El tercero en nacer fue Hach Ak
Yum, Nuestro Verdadero Señor, quien hizo posible la creación de la Tierra y de los humanos. Tiempo después del
triple alumbramiento, nacieron todos los demás dioses de la misma flor tsaknikté.

K’akoch creó el maíz y se lo obsequió a Hach Ak Yum, para que su esposa hiciera atole y tortillas y los dioses pudieran
alimentarse. Cuando los dioses estuvieron satisfechos, tuvieron descendencia y formaron familias con las mismas

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características que las humanas, salvo por el hecho de que eran inmortales. Cuando el dios K’akoch hubo llevado a
término el ordenamiento del universo, dio a los dioses como morada la Tierra, Lu’um K’uh: les dio los lagos, las
cavernas, las grutas, y las ruinas arqueológicas que se encuentran en la selva, para que vivieran y llevaran una vida de
tranquilidad, armonía y felicidad. Fue entonces cuando los tres hermanos sagrados decidieron visitar el mundo. En su
periplo se dieron cuenta de que la Tierra no estaba bien hecha, pues le faltaba fuerza, no era sólida. Hach Ak Yum
arrojó arena sobre la tierra lodosa y con ello consiguió que se endureciera. Así pudo crear la selva, llena de plantas,
animales y árboles.

Hach Ak Yum pensó que la Tierra debía estar poblada, y decidió crear a los hombres utilizando barro mezclado con
arena y con granos de maíz, pues consideraba que era necesario que hubiese personas que venerasen a los dioses.
Por dientes les puso granos de dicho cereal, que reprodujo tirando piedrecillas en el suelo de la selva. Cuando
terminó de modelar las figurillas las puso recargadas en el tronco del cedro llamado K’uh Che, Árbol de Dios, y al otro
día les dio vida haciendo que la savia del árbol fluyera hacia los cuerpos de los hombres. Kisin, uno de los dioses,
quiso hacer lo mismo y, en un arranque de envidia, intento destruir las figuras para crear otras con sus propias
manos. Hach Ak Yum se dio cuenta de lo sucedido y montó en cólera; despertó rápidamente a sus criaturas y
transformó a los seres hechos por Kisin en animales de madera. Kisin, siempre celoso del dios creador, planeó
matarlo para quedarse con sus creaciones. Sin embargo, nunca lo logró porque Hach Ak Yum siempre pudo salvarse
ayudado por su hijo T’uub. Así por ejemplo, el dios escapó de la muerte porque al enterarse que Kisin lo iba a matar,
hizo su propia imagen de palma. Kisin, confundido por el engaño del creador, le dio muerte al monigote. Enojado por
este intento de asesinato, Hach Ak Yum envió a Kisin a vivir en el Metlan, el Inframundo.

Ak Na, Nuestra Madre, la esposa del dios Creador, fue la encargada de dar vida a las mujeres.

La pareja creadora no creo solamente a los lacandones, sino también a otras tribus. Por ejemplo, encargaron a Ah
Metzabac crear a los mexicanos, los tzeltales y los guatemaltecos. Ah Kyanto, Nuestro Auxiliar, fue el designado para
crear a los norteamericanos. Todos fabricados con barro, pero cada pueblo era de un barro diferente.

Hach Ak Yum fue muy hostigado por sus hijos, los Chak Xib, Muchachos Rojos, quienes lo amenazaban con la muerte.
El dios se enojó y les condenó a vivir eternamente sobre la Tierra, en la selva, en donde viven los hombres, porque
fueron groseros y se atrevieron a retarlo.

Como castigo, el dios les dio atributos femeninos, lunares, y perdieron sus atributos solares que eran masculinos.
Cuando los Muchachos Rojos quieren visitar a su padre forman varios arcoíris y suben por ellos hasta el Cielo. Les
gusta permanecer junto a su madre Ak Na’, pues los Muchachos Rojos simbolizan al granizo, los truenos, la tormenta,
los rayos y los vientos, y su madre las aguas fecundadoras.

Ak Na’, la Luna, Madre de todas las Madres, la engendradora universal, simbolizaba la noche, la oscuridad, y fue la
protectora de las mujeres. En su telar de cintura tejía la materia prima de la vida humana. A veces, debía preservar a
los seres humanos de las repentinas cóleras que sofocaban al Creador, su esposo, o de sus deseos malsanos de
destruir al mundo. En contraparte. Los dioses-esposos tuvieron muchos hijos e hijas: los primeros formaron el Linaje
Solar, y las segundas, el Linaje Lunar. Hach Ak Yum, Nuestro Verdadero Señor, creador de la selva, el Sol y de los
humanos vivía en Yaxchilán, lugar que se encontraba en la Tierra. Pero un día decidió irse a vivir al Cielo y se fue con
toda su familia. Desde entonces, Yaxchilán se convirtió en un espacio sagrado, en donde por medio de la celebración
de ritos, se logra la comunicación con el dios. Yaxchilán es el centro del mundo en el cual existe una ceiba sagrada,
cuya copa llega al Cielo y cuyas raíces conducen al Inframundo. Tal árbol recibe el nombre de Yaax Che; es decir, el

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Árbol Verde, encargado de sostener al mundo. Alimenta y hospeda a los que no tienen padres. Dicha ceiba simboliza
la fecundidad y la fertilidad. A más de este árbol central, la Tierra se encuentra sostenida por otras cuatro ceibas
situadas en cada uno de los puntos cardinales. Estas direcciones sagradas tienen su color y su significado: el este es
rojo: sangre y vida; el oeste es negro: muerte; el norte es blanco: el cenit; y el sur es amarillo: la medianoche. El mito
aún vive.

Mito de la creación del maguey

Contexto:

Mayáhuel fue la diosa mexica del maguey, y por extensión, de la embriaguez. Es una de las deidades relacionadas con
la tierra. En tanto que divinidad del mundo vegetal, es también una diosa de la fertilidad.

Mayalen era representada como una joven con el cuerpo pintado de azul que se asomaba por una penca de maguey.
Sus atributos eran la doble cuerda en una de las manos, el malacate de algodón sin hilar, y las manchas amarillas en
su cara. Algunas veces era representada con una nariguera de jade y cargando una vasija de barro. Todos estos
atributos los comparte con otras divinidades como la señalada Tlazoltéotl, y especialmente con Chalchiuhtlicue, la
patrona de las aguas terrestres. Como estas dos divinidades, Mayáhuel era signo de la mala suerte. Aquél que nacía
en un día relacionado con esta diosa, seguro habría de terminar mal: el malacate de algodón y las dos cuerdas
significan adulterio y perdición, derivadas en la cosmogonía mexica con la embriaguez.

Cuenta la historia de este mito mexicano que...

En principio Mayáhuel era una hermosa joven que vivía con su abuela, una Tzintzimitl estrellas que intentan impedir
que salga el sol. En una ocasión, Quetzalcóatl la convenció para que bajase a la tierra para amarse convertidos en las
ramas de un árbol bifurcado. Pero cuando su abuela se despertó y no vio a Mayáhuel, llamó a otras Tzitzimime para
que bajasen a la tierra para ayudarle a buscar a su nieta.

Cuando se acercaban el árbol se separó en dos, entonces la abuela, descubriendo a su nieta como una rama, la
despedaza y deja los restos para que los devore otra Tzitzímitl. Sin embargo la rama en que se había convertido
Quetzacóatl permaneció intacta.

Cuando se alejaron Quetzacóatl tomo los restos de la joven virgen y los enterró. De ello brotó la planta del maguey,
de la que se extrae el pulque, usado en las ceremonias como bebida ritual y ofrenda para los dioses. Así, tras su
muerte, Mayáhuel se convirtió en diosa.

El Ahuízotl, el Ateponaztli, y la Mazacóatl

La mitología de nuestros abuelos mexicas nos cuenta que los dioses del agua estaban encargados de seleccionar a las
personas que al morir accederían al Tlalocan, sitio paradisíaco de la región oriental del universo, adonde llegaban los
ahogados, las mujeres muertas en trabajo de parto, o aquellos que hubiesen fenecido por alguna enfermedad
relacionada con el agua. Tales dioses fueron los famosos Tláloc, Néctar de la Tierra, y su esposa Chalchiuhtlicue, la de
la Falda de Jade. Para llevar a cabo su trabajo contaban con dos ayudantes malévolos -aparte de los tlaloques de
rigor- llamados Ahuízotl y Ateponaztli, cuya tarea consistía en atrapar a los elegidos de los dioses. Tratábase el
primero de un mamífero acuático que poseía en la cola una mano, justamente con la que ahogaba a las personas que
se metían a las aguas del lago, o que se acercaban demasiado a la orilla de riachuelos. El Ahuízotl vivía cerca del agua,
en lo profundo de una gruta subacuática a la que llevaba a su presa.

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Las variadas descripciones de Ahuízotl, Espina de Agua, lo presentan como una especie de perro o coyote al que le
gustaba mucho la carne de los humanos y en especial los ojos, las uñas y los dientes que les arrancaba a los
desafortunados y llevaba a su hogar, para disfrutar el botín tranquilamente. En el Códice Florentino, Libro 11, se le
describe como un perro pequeño y suave, brillante, resbaladizo y de color negro, sus manos y sus pies eran como las
de los monos; cuando salía del agua sus mechones de pelo gris, mojados y apelmazados, parecían espinas, de donde
su nombre se justifica. La leyenda cuenta que el Ahuízotl podía llorar como un niño a fin de atraer la atención de las
personas que, imprudentemente, se encontraran en las orillas de los ríos y las lagunas. Las víctimas desaparecían por
tres días; cuando volvían, obviamente muertas, sólo podían ser tocadas por los sacerdotes, pues ya eran sagradas, le
pertenecían a Tláloc. Los sacerdotes las sepultaban en uno de los cuatro templos dedicados al dios. El Ahuízotl era
capaz de provocar remolinos en las aguas para alejar a los sapos y las ranas, sólo por el puro placer de mortificarlas y
asustar a los humanos con sus poderes.

El Ahuizotl transcendió los tiempos, y he ahí que la leyenda le fascino al conquistador Hernán Cortés quien relataba al
rey de España Carlos V que se les había aparecido a unos marineros mientras arreglaban una galera. El Ahuízotl sacó
su cola de repente y se llevó a uno de los marineros hasta el fondo del lago. Nunca más se supo de él, a pesar de los
esfuerzos que se hicieron por encontrarle.

El Ateponaztli, Tambor de Agua, hermoso pájaro acuático, debe su nombre al hecho de que cuando cantaba metía su
pico en el agua y producía un sonido similar al tambor de dos tonos llamado teponaztle. Tenía la cabeza negra, las
plumas y el pico de color amarillo. Vivía cerca de de los ríos y los lagos y, como su amigo el Ahuízotl, ayudaba a los
dioses Tláloc y Chalchiuhtlicue a conseguir sus víctimas mortales, para conducirlas al paraíso de los mexicas.

Al Tlalocan, Lugar de Tláloc, Dios de la Lluvia, llegaban las almas de todos aquellos que habían encontrado la muerte,
o habían enfermado hasta morir, por causas relacionadas con el agua. Por ejemplo, los que habían muerto ahogados,
a causa de un rayo producido por una tormenta, los hidrópicos, los que sufrían de los pulmones. Su destino era
convertirse en dioses y servidores de Tláloc. Recibían el nombre de ahuaque y de ehecatotontin, dueños del agua y
de los vientecillos.

Por su voz gruesa que retumbaba se le llamaba también Tolcomóctli; su canto servía a los pescadores de la laguna
para saber si llovería y si la lluvia sería abundante o liviana. Si cantaba toda la noche, era señal de que llovería
muchísimo y habría muchos peces, en cambio si el pájaro cantaba poco, la lluvia y los peces serían escasos. La
Mazacóatl, la Serpiente Venado, animal fantástico de cuerpo de serpiente y cornezuelos de venado en la cabeza, vivía
en el Mictlan, el Inframundo de donde solía ausentarse para llevar a cabo sus maldades, que no eran pocas. Esta
hermosa serpiente tenía la capacidad de convertirse en mujer para poder seducir a los hombres que se acercaban
demasiado a la laguna de Tenochtitlan. Una vez que había logrado su seductor propósito, les mataba
despiadadamente, sin el menor remordimiento. Con las mujeres procedía de otra manera: las inducía a subirse sobre
su lomo y ya que se encontraban montadas, se complacía en quemar sus entrañas, lo que les obligaba a retorcerse de
dolor, razón por la cual era sumamente temida por las hembras. Se dice que su carne, blanca y suave, tenía la
facultad de otorgar a los hombres gran potencia viril, aunque por supuesto era impensable llegar a comerse a la
Mazacóatl, pues era imposible matarla. Debido a esta cualidad, se la consideró el símbolo por excelencia de las
relaciones sexuales y, por ende, se la relacionaba con la fertilidad de la tierra.

La Mazacóatl, como muchos otros seres fantásticos, sigue viviendo aún. En el pueblo de Xoxocotla, en el estado de
Morelos, existe un cerro que le llaman de la Culebra. Debe su nombre a que en tal lugar vivió una serpiente, la
Mazacóatl, quien era un poderoso hechicero que tenía la capacidad de transformarse en nahual que cada temporada
de lluvias reclamaba un viejo para comérselo. Ningún pueblo aledaño se negaba a dar el humano tributo, pues
temían que la serpiente-de-agua-nahual enfureciera y enviara terribles precipitaciones y fuertes tormentas eléctricas

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que causaran estropicios y muertes en la región. Solamente un temerario joven se enfrentó a la Mazacóatl, cuando su
abuelo fue escogido como víctima. En una cruenta lucha contra la serpiente-venado, salió victorioso y liberó a las
comunidades de tan terrible pesadilla. Pero, ¿En verdad mató a la Mazacóatl?...

El Mictlan, el Inframundo mexica

Cuentan los abuelos que los mexicas llamaban Mictlan al Inframundo, al lugar donde iban las almas de los muertos.
En el Mictlan reinaban el dios Mictlantecuhtli y su esposa Mictlancíhuatl. Ambas deidades llevaban máscaras hechas
de cráneos humanos. El dios tenía el pelo encrespado, los ojos en forma de estrella, adornos cónicos de papel en la
frente y la nuca, en las manos enarbolaba una bandera y una estola de papel amate blanco, y orejeras hechas con
huesos humanos. El alimento de Mictlantecuhtli y su esposa, consistía en pies y manos crudos, pinacates (escarabajo
de la peste), atole, y pus que bebían en una calota. También gustaban de comer tamales pedorros, cuyos flatos
provenían de los pinacates.

Mictlantecuhtli contaba con varios fieles servidores llamados mictecah. Ellos se encargaban de recibir al Sol de manos
de las mocihuaquetque -mujeres muertas en su primer parto- para conducirlo en su camino por el Inframundo
cuando caía la noche en la Tierra. Los mictecah eran almas que habían adoptado la forma de alacranes y arañas,
animales temidos por los mexicas ya que anunciaban fatales enfermedades.

Al Mictlan llegaban las almas de aquellos que habían tenido una muerte común y corriente como la causada por
alguna enfermedad, sin distinción de rango ni fortuna, y las almas de los esclavos aunque hubiesen muerto
sacrificados en la fiesta dedicada a Huitzilopochtli, Dios de la Guerra y patrono de la Ciudad de México-Tenochtitlan.
Solamente los guerreros muertos en batalla, las mujeres que perdían la vida durante el trabajo de parto, y aquellos
muertos a causa de una enfermedad relacionada con el agua, estaban exentos de terminar en el Mictlan.

A los difuntos se les dedicaba un largo discurso en su lecho de muerte. Una vez finalizado, se procedía a arreglar al
cadáver. Estas tareas correspondías a los ancianos sacerdotes, quienes prestos a ejecutar sus deberes, le envolvían
con papeles, le ataban con sogas, y derramaban agua sobre su cabeza. Al terminar el embalsamamiento, los
familiares montaban un altar doméstico para colocar la ofrenda mortuoria.

El fuego de la ofrenda al alma del difunto el camino que debía seguir para llegar al Mictlan. El aroma de las ofrendas y
las oraciones de los deudos y sacerdotes, le ayudaban a fortalecerse para arribar con bien a su destino; ya que el viaje
hacia el Mictlan duraba cuatro largos años. El viaje era agotador y agobiante, por eso el alma debía prepararse desde
el momento mismo en que el futuro muerto entraba en agonía. Para darle fuerzas se le daba al agonizante una
tonificante bebida llamada cuauhnexatolli, una especie de atole hecho con tequixquitl –la piedra mineral sazonadora-
que proporcionaba fuerzas al alma. Cuando el agonizante moría y se le amortajaba y se le preparaba la ofrenda que
había de llevar en su mortuorio viaje. Consistía la ofrenda en vasos, ollas, cazuelas, contendedores de alimentos,
vertederas, urnas funerarias, collares de cuentas de cristal, jadeíta, serpentina, piedras preciosas o semipreciosas,
figurillas de dioses y hombres, títeres de barro articulados, sellos, maquetas de recintos sagrados y escenas de la vida
cotidiana, papeles, manojos de teas, cañas de perfume, hilo flojo de algodón, hilo colorado, ropas de hombre y mujer,
y muchos objetos más destinados a soportar el largo viaje de cuatro años al Mictlan. Pero sobre todo, era
importantísimo llevar los obsequios para el dios Mictlantecuhtli, una vez que se hubiese llegado al más allá.

Un ser pequeñito e imprescindible debía ser agregado a la ofrenda mortuoria. Sin él los muertos nunca podrían llegar
a su destino. Se trataba de un perro de pelaje rojizo que llevaba atado al cuello un collar de hilo de algodón, y que
respondía al nombre de Xólotl, dios de los espíritus y señor de la Estrella de la Tarde, Venus. Sólo montado encima
del can el muerto podía cruzar el río Chiconahuapan.

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Antes de llegar al Mictlan, los muertos debían pasar por nueve lugares de muy difícil tránsito, los cuales se
encontraban en niveles subterráneos situados hacia el lado norte de la Tierra, en los que siempre había un viento frío
que arrastraba piedras y plantas espinosas. El primer nivel al que llegaba el difunto se llamaba Itzcuintlan, El Lugar de
los Perros, ahí el muerto debía cruzar el río Apanohuayan, El Pasadero del Agua, con la ayuda del perro Xólotl. El alma
continuaba su camino hasta llegar a Tépetl Monamicyan, El Lugar Donde Los Cerros Se Juntan, donde dos cerros se
movían separándose uno del otro, y se cerraban continuamente para triturar al caminante en caso de no tener el
suficiente cuidado. A continuación llegaba al Itztépetl, El Cerro De Obsidiana, cubierto de pedernales filosos a los que
había que sortear.

Luego el difunto accedía al Itzehecáyan, El Lugar del Viento de Obsidiana, lleno de nieve con aristas muy cortantes y
peligrosas. El siguiente sitio a salvar era el Pancuecuetlacáyan, El Lugar Donde Tremolan Las Banderas, en el cual ocho
páramos helados cortaban al viandante con terribles y filosos pedernales. Pasado satisfactoriamente tal sitio, llegaba
al Temiminalóyan, El Lugar Donde La Gente Es Flechada, pues manos invisibles lanzaban flechas al infeliz difunto. Más
adelante, el difunto encontraba el Teyollocualóyan, El Lugar Donde Se Come El Corazón De La Gente, pleno de
animales salvajes que abrían el pecho del muerto para comerse su corazón, sin el cual caería en un río de profundas
aguas negras. Cansado ya de tan terrible viaje, el caminante llegaba al Itzmictlan Apochcalocan, El Lugar De La Muerte
Por Obsidiana y Del Templo Que Humea Con Agua, donde podía cegarse con una gris neblina y perder el camino
correcto. Por fin, después de hablar pasado por tantos peligros, llegaba al último lugar, al Mictlan, donde el muerto se
liberaba de su alma y lograba el descanso deseado y merecido, siempre y cuando hubiera llevado las ofrendas
correspondientes para agradar y honrar a Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl.

El Mictlan era un sitio espacioso, oscuro, del cual no se podía salir nunca más. A veces se le consideraba como un
páramo infértil, yermo, donde nunca podía encenderse el fuego, pleno de dolor, sufrimiento, e insoportablemente
hediondo. En otras ocasiones se le concebía como lugar que se iluminaba por las noches, cuando el Sol recorría su
camino por el Inframundo y en la Tierra empezaba el crepúsculo.

El Tlalocan y el Tonatiuh Ilhuícatl

El Paraíso de Tláloc, dios de la lluvia, recibía el nombre de Tlalocan. A él arribaban las almas de las personas que
habían encontrado la muerte por causas relacionadas con el agua; por ejemplo, aquéllos que habían muerto
ahogados o los que sufrían de los pulmones. Las almas se convertían en diosecillos servidores de Tláloc; recibían el
nombre de ahuequetin y de ehecatotontin, dueños del agua y de los vientecillos, respectivamente. Lucían una negra y
larga cabellera, y taparrabos con una franja bordada cayendo por el frente. Estos diosecitos vivían en un monte hueco
del cual brotaban los ríos y los vientos que cubrían la faz de la tierra. Era el Tlalocan un sitio paradisíaco de clima
perpetuamente agradable, donde se gozaba de una eterna felicidad y de placeres fuera de lo común; nunca faltaban
el maíz, las calabazas, los frijoles, los chile, y los jitomates. Los niñitos que habían encontrado la muerte al ser
sacrificados a los tlaloques, también iban al Tlalocan y se les concedía el privilegio de regresar a la Tierra, para asistir a
la fiesta de Mixcóatl, dios de las tempestades y la cacería, y tomar parte en los rituales. Al Tlalocan también iban a
morar los espíritus de todos los que habían encontrado la muerte al ser sacrificados a los dos dioses del agua y, en
general, todos aquellos que en vida siguieron una conducta ejemplar, valiente y devota.

Tláloc, El Que Hace Brotar, y su esposa Chalchiuhtlicue, la de la Falda de Jade, auxiliados por sus ayudantes Ahuízotl y
Ateponaztli, designaban quienes debían morir y acceder al Tlalocan. Ahuízotl era un mamífero acuático que poseía en
la cola una mano con la que ahogaba a las personas que se acercaban a los ríos sin tomar las debidas precauciones.
Ateponaztli era un ave acuática tan maligna y traicionera como el Ahuízotl, ya que cumplía las mismas funciones que
aquél.

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Cuando las almas se convertían en ahuequetin o en ehecatotontin, su tarea principal consistía en provocar las lluvias,
tormentas y granizadas, y en arrojar tremendos rayos cuando el comportamiento de las personas había sido impropio
e incorrecto a los ojos de los dioses tutelares.

Al dios Tláloc se le distinguía por su máscara de anteojeras y bigote, simulados por dos serpientes que formaban un
torzal en la nariz. Sus cuerpos enroscados daban vida a sus ojos y las colas de los ofidios hacían las veces de bigotes.
El color de Tláloc era el azul, pues es el color de las aguas. Esta divinidad contaba con cuatro tlaloques principales que
le servían de ayudantes, a la vez que simbolizaban las nubes. Cada uno estaba situado en un punto cardinal. Llevaban
en las manos una vasija y un bastón. Cuando luchaban entre sí, rompían las ollas con sus bastones y entonces se
producían los truenos, los rayos y la lluvia.

Chalchiuhtlicue, la amada esposa de Tláloc, era la diosa de los lagos, los ríos y los mares, a más de ser la patrona de
los nacimientos. Se ataviaba con un huipil y una falda de color verde agua, pintaba su rostro con negras líneas
verticales en la parte inferior, y llevaba como adornos tiras de papel de amate pintadas de azul y blanco con hule
derretido. En la frente portaba una diadema con dos borlas que caían, graciosamente, a los lados de la cara. Sus
fervientes adoradores eran los pescadores y los que ejercían oficios relacionados con el agua.

Al Tonatiuh Ilhuícatl, Cielo del Sol, iban las almas de los guerreros muertos en combate, un hermoso lugar de
residencia obtenido como premio por su valentía y coraje. Asimismo, accedían al Cielo del Sol los guerreros mexicas
que habían muerto en poder de sus enemigos; los sacrificados al dios Sol, y las mujeres muertas en su primer parto; a
más de los magníficos pochtecas, comerciantes, que hubiesen encontrado la muerte durante una de sus tantas
misiones comerciales.

Las almas de los que iban hacia el Cielo del Sol necesitaban de ochenta días de viaje. Una vez que el tiempo requerido
se había cumplido, los familiares cesaban las ofrendas con los que obsequiaban para que pudiesen llegar a buen fin.
Los familiares de los guerreros muertos en combate podían ya lavarse la cara y la cabeza, y peinarse los cabellos,
acciones que les estaban prohibidas debido al luto que era preciso guardar.

El Tonatiuh Ilhuicac era una hermosa y grande planicie con muchos árboles que brindaban frescura. Estaba dividido
en dos partes: la occidental y la oriental. Cada mañana los guerreros muertos recibían al Sol y le acompañaban hasta
el centro del Cielo. Ahí lo entregaban a las mujeres muertas en su primer parto, quienes lo transportaban en bellas
andas, adornadas con plumas de quetzal, hasta el occidente, espacio sagrado donde era recibido por los seres del
Mictlan. Pasados cuatro años, los guerreros se convertían en mariposas y en aves que bajaban a la Tierra para
alimentarse con el néctar de las flores. Las mujeres devenían las famosas cihuapipiltin que descendían a sus antiguos
hogares a buscar los malacates y telares que utilizaron en vida.

Esas temibles diosas tenían la cara tan blanca que parecía que las habían pintado con tízatl, gis. Sus brazos y piernas
también eran blancos. Peinaban sus cabellos a la manera de cuernecillos laterales; en los lóbulos de las orejas
llevaban orejeras de oro; vestían huipil pintado con grecas negras, bajo el cual se asomaba la enagua de ricos y
variados colores. Las cihuatetéotin, su otro nombre, descendían a la Tierra volando por los aires y se les aparecían a
los niños y a los adultos para hacerles maldades y causarles enfermedades. Asimismo, tenían la facultad de entrar en
los cuerpos y poseerlos. No bajaban a la Tierra todos los días del año, sino nada más en determinadas fechas en las
cuales los padres les prohibían a los niños pasearse por las encrucijadas de los caminos, lugares preferidos de las
diosas para hacer daño.

Los niños de pecho que no habían llegado a probar el maíz, lo que implicaba haber tenido contacto con la tierra y, por
ende, con la muerte, y que desconocían el significado de la actividad sexual, al morir iban a un lugar llamado

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Chichihualcuauhco o Tonacacuauhtitlan, en el cual permanecían hasta que les era dado retornar para vivir una
segunda vida; es decir, tenían la posibilidad de reencarnar. Mientras esperaban el momento propicio de volver a
nacer, se alimentaban de árboles cuyos frutos tenían formas de mamas de las que brotaba la sagrada leche.

Itom Achai e Itom Aye. Mito mayo.

El mundo fue creado por Itom Achai, Padre Sol, Nuestro Padre, identificado también como Jesús, y por Itom Aye,
Nuestra Madre. Itom Achai se representa por medio de una especie de cruz de brazos iguales, similar a la cruz
gamada. La tarea de ambos consiste en cuidar a los indios, y con ese fin la Madre les realiza muchos milagros, pues
Itom Aye forma parte de la Sagrada Familia cristiana. Itom Achai hizo al mundo y creó todo lo que existe; lo hizo muy
bien y correctamente. Pero el dios tenía un amigo llamado Caifás, que es el Diablo, que quiso imitarlo en aquello de
crear mundos. Así, cuando Itom Achai creó a la gallina, que se puso muy contenta porque el dios le había dado el
aliento, Caifás quiso hacer otra y la hizo de barro; pero la elaboró tan mal que resultó un tecolote. Sin embargo, a
pesar de su error, Caifás tenía mucho poder, tanto como el dios, pero lo empleaba incorrectamente, ya que lo usaba
para hacer el mal y por eso muchas de las cosas que hacía no servían para nada.

El Señor Dios Itom hizo también la luz del día y a las personas que eran todas buenas. Cuando hizo al primer hombre
utilizó barro y lo puso a dormir en un sueño profundo; mientras tanto, procedió a sacarle una costilla al hombre de
barro, para dar forma y vida a la mujer. Caifás, en cambio, cuando hizo a los seres humanos, los hizo malos, tal como
él era. Los templos también fueron hechos por Dios, quien decidió poner a prueba a los humanos y les dio un lapso de
seis mil años, a fin de ver si lo escogían a él o a Caifás. Este Diablo, hace todo los posible por ganar para que lo escojan
a él, pero tan sólo han transcurrido dos mil años y todavía quedan cuatro mil para saber quién de los dos va a ganar.

Mito cosmogonico de Chalco

Introdución: Chalco es un municipio del Estado de México. La etimología del nombre es de origen náhuatl,
proveniente de los vocablos chāl-li o xāl-li, “arena” y “-co” desinencia de lugar es decir, Xālco = “Chalco”
(castellanizacion), significa “lugar arenoso”, y Atenco que significa “en la orilla del agua”, (de ā-tl = “agua”; tēn-tli =
“borde u orilla” y -co, “en”) en el sentido de ser una población que se localizo a las orillas del gran lago del mismo
nombre.

(fragmentos)

161. En otra provincia llamada Chalco cuentan haber sido el agua la primera causa del mundo, no saben empero
quién la hizo.

162. Y que descendieron del cielo algunos dioses, llamados Cemecatl, Tezcatlipuca, Chiconahui, Ehecatl, todos hijos
de Atlalicue o Clitlalicue, diosa de las estrellas, la cual dicen haber hecho las estrellas, el sol y la luna, y los dioses hijos
hicieron al hombre, mas no saben qué año fue esto.

163. Además dicen haber nueve cielos, aunque no saben a dónde están el sol, la luna y las estrellas ni los dioses.

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