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El problema de los tres cuerpos es uno de esos típicos problemas matemáticos de apariencia sencilla, que
encierra una tremenda complejidad, y que ha traído de cabeza a un gran número de importantes
matemáticos y físicos.
Resuelto el problema para el caso de dos cuerpos, se plantea el de los tres cuerpos, que se presentaba
más complicado y que permaneció largo tiempo abierto, desde que fuera enunciado con dicho
nombre por Jean d'Alembert. A primera vista no parece demasiado complicado pues, supuesto
uno de ellos fijo en el origen de coordenadas, se reduce a calcular la trayectoria de los otros dos,
es decir, dos ecuaciones en lugar de una. Sin embargo, la resolución de ecuaciones diferenciales
no siempre es fácil, o mejor dicho, casi nunca lo es. Los casos de ecuaciones lineales tienen
solución, pero no es así en los casos no lineales, para los cuales no siempre es posible encontrar
una linealización.
El problema fue estudiado por numerosos científicos. Un caso particular para el caso de tres cuerpos fue
resuelto por Lagrange, quien demostró que existían cinco posiciones que podían ser resueltas,
obteniendo lo que desde entonces se conoce como puntos de Lagrange. En su día esto fue una
mera curiosidad matemática, pero que ha devenido en un importante resultado astronómico
cuando se descubrieron los asteroides troyanos de Júpiter. En la actualidad estos puntos, por sus
especiales características, son de suma importancia para colocar en ellos determinados satélites
espaciales.
La primera solución de carácter general se debe a Laplace, quien presenta en 1776 su tratado de
Mecánica Celeste, donde explica que las anomalías orbitales de Saturno y Júpiter, que tanto
preocuparon a Newton, son meras perturbaciones que sólo dependían de la propia Ley de
Gravitación, y tendían a compensarse con el transcurso del tiempo. También afirma que si se
conociera la velocidad y la posición de todas las partículas del Universo en un instante, se
podrían predecir su pasado y futuro, lo que dio origen al conocido determinismo laplaciano. Es
bien conocida la anécdota de cuando presentó su obra a Napoleón, el cual le inquirió por el papel
de Dios en el universo, a lo que respondió: "Sire, esa hipótesis es innecesaria". Sin embargo, la
respuesta de Laplace no era exacta, pues en sus ecuaciones del sistema Sol-Júpiter-Saturno
despreció un término matemático que creía muy pequeño, pero que podía crecer rápidamente y
sin límite, de hecho hasta desestabilizar el Sistema Solar.
Así pues, el problema general seguía sin solución. Por ello el Rey Óscar II de Suecia, en 1884 y en el marco
de los festejos conmemorativos de su sexagésimo cumpleaños, organizó un concurso
internacional de matemáticas cuyas bases, publicadas en las revistas Acta Mathematica y Nature,
establecían cuatro problemas por resolver. El primero de ellos, propuesto por Karl Weierstrass,
era precisamente el problema de los n cuerpos, correspondiente a la generalización del caso de
tres, y que pretendía establecer las fórmulas que rigen las trayectorias de los objetos del Sistema
Solar. El matemático francés Henri Poincaré, que entonces contaba con 36 años de edad,
participó en el mismo, para lo cual comenzó estudiando detenidamente el caso de 3, y
presentando su memoria en 1888, con el título de "Mémoire sur les Courbes Définies par une
Équation Différentielle", en la que estableció que el problema carecía de solución, siendo
declarado ganador por el jurado.