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Decálogo de la danza autónoma

Gustavo Emilio Rosales

1. Bailar es suficiente; pero eso no basta para considerar que el acto de bailar valga
por sí mismo como arte.

2. Bailar es responder corporalmente, con intención o de forma inconsciente, a un


estímulo musical, estableciendo un diálogo con él, acompañando al unísono sus
pautas rítmica o melódica. Es una acción que puede formar parte de la danza, pero
no es la danza y no debe ser tomada por ella.

3. La danza – es menester ser claro en esto – no es el baile ni requiere estar regida


por el baile. Su ser está más cerca del concepto latino que ancestralmente motivo
el cuño latino del vocablo ballare: arrojarse, abismarse. La danza es, francamente,
cuerpo en vilo.

4. El arte de la danza, en cualquier género o estilo, consiste en la transformación


poética de la imagen del cuerpo, un fenómeno basado en condiciones de índole
performativa que cuentan con innumerables posibilidades de representación

5. Las condiciones performativas o bases epistemológicas de la transformación


poética del cuerpo se detectan y manipulan en un cuidado proceso de observación
del propio ser (laboratorio y sus fundamentos: experimentación, observación,
registro, análisis de la propia persona), que genera nuevos procesos de
reconstrucción de la imagen del cuerpo, los cuales suelen incorporar las nociones
de crisis, paradoja e incertidumbre a los ámbitos cognitivos puestos en juego en
ello. De ahí que el bailarín, dentro de la danza autónoma, es performer (realizador
de sí mismo), una noción opuesta al canon corporal impuesto para la danza desde
una óptica torcida del ballet.

5. Toda creación del performer surge, directa o indirectamente, de sus


investigaciones sobre sí. Pero no todas estas investigaciones son creación ni tienen
que ser creación. El fundamento de la danza se encuentra más allá del espectáculo
y vale por sí mismo.
7. Las investigaciones del performer o bailarín de la danza autónoma son lances de
autoconocimiento fincados en torno al cuerpo. Como tales, parten de la
confrontación entre dos polos de la conducta: los procesos espontáneos y los
procesos inducidos.

8. No puede haber un paradigma pedagógico capaz de modelar absolutamente al


bailarín, al coreógrafo, como tales. Lo específico del alumno como persona,
manifiesto en varios campos, exige que los esquemas académicos
correspondientes den lugar a decisiones y experimentaciones personales. La
diversidad de poéticas al uso y dentro de la tradición artística se une a refutar
cualquier aspiración monotemática al respecto.

9. El cuerpo miente. El cuerpo se contradice. El cuerpo se disfraza. El cuerpo se


equivoca. El cuerpo no siempre dice “más que mil palabras”. El cuerpo enmudece.
El cuerpo tiene miedo. El cuerpo no se atreve. El cuerpo se cansa. El cuerpo hace
el ridículo. El cuerpo envejece. El cuerpo se torna objeto. El cuerpo no siempre es
lo más grato de ver. El cuerpo puede ser moralmente horrible. El cuerpo suele
traicionar. El cuerpo coge, caga, orina, se desangra, huele feo, se infecta y sueña
pesadillas. El cuerpo hace cosas que no quiere realizar, que lo dañan, lo envician,
lo denigran. El cuerpo experimenta tristezas abismales. El cuerpo es la morada del
Ser. Esto también está en la danza. Es parte de la danza.

10. La topología del espacio físico y la astucia que sostiene la trascendencia del
espacio mental son presencias congénitas de la dimensión escénica, para los
artistas tanto como para los espectadores.

Texto recogido de Epistemología del cuerpo en Estado de Danza,


CONACULTA/DCO, Distrito Feral, 2012, pp. 83-85.

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