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La Ley 21/1987 es la que se ocupa de regular el proceso adoptivo, donde se concreta este
principio, en los siguientes aspectos:
La primacía del interés del adoptado, sobre los adoptantes y el de sus padres.
La ruptura del vínculo jurídico del adoptado con su familia anterior.
La necesidad de contar con el consentimiento del menor, para ser acogido o adoptado
a partir de los doce años.
En este contexto de reglamentar la adopción, se entiende que prevalezca el interés del menor
sobre el de sus progenitores, con el fin de facilitar una nueva y plena integración familiar.
Posteriormente, la Ley 1/1996, de Protección Jurídica del Menor, amplía y generaliza este
principio a todas las actuaciones relacionadas con la infancia, pasando así de la aplicación a un
ámbito determinado a uno más general, sin quitar ni añadir nuevos matices.
A este respecto la sentencia del Tribunal Supremo (Sala 1ª), de 24 de abril de 2000, en la que
se expone que: “el interés del menor no consiste en procurarle el mejor núcleo familiar
(alternativo) posible…, sino en su mantenimiento en el núcleo familiar de pertenencia por
razón de nacimiento, que es el naturalmente llamado a proporcionar los mayores lazos
afectivos y donde ha de desarrollarse con mayor potencialidad su personalidad”.
El hecho de que se considere prioritario el interés del menor no justifica que este deba
prevalecer en todo caso, sino que será necesario armonizarlo con las circunstancias, “dejando
siempre suficientemente garantizada la seguridad jurídica de todos los interesados”.