Sei sulla pagina 1di 15

UNIVERSIDAD NACIONAL DE MAR DEL PLATA

FACULTAD DE HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE LETRAS

Seminario de Teoría y Crítica


Trabajo final
Alumna: Lucía Soledad Benito
Matrícula: 14489

1
Jean-Paul Sartre

I. A modo de introducción

Este trabajo está centrado en la figura de autor de Jean-Paul Sartre. Las primeras
preguntas que se podrían pensar en torno a la construcción de ésta son ¿cómo se proyecta el
autor en su escritura?, ¿cómo se dice en sus textos? Desde la nota biográfica, se puede advertir
que Sartre ha sido un intelectual activo en la mayoría de los conflictos de su tiempo. Se ha
pronunciado de forma continua sobre hechos políticos y sociales de su época, por lo que ha
alcanzado gran popularidad. En este punto, es necesario señalar que si bien se traerán a
escena algunos aspectos de su biografía, es el discurso escrito el objeto de estudio de este
trabajo. A su vez, dentro de su polifacética producción escrita se hará un recorte acorde a la
extensión del análisis propuesto.

Un texto que resulta clave para este propósito es ¿Qué es la literatura? De la serie de
ensayos agrupados bajo este título surge el concepto tal vez más relevante para comenzar a
pensar en su figura de autor, éste es, el de literatura comprometida. En consecuencia, el
trabajo comenzará con una breve reseña de estos textos. Pero, como se ha advertido, Sartre
ramifica su actividad como autor en distintos géneros discursivos, cada uno de los cuales
sirve como parte de un todo homogéneo. En esta dirección, y en cuanto al ámbito literario,
el análisis va a estar centrado en el texto dramático A puerta cerrada. Como se observará,
éste permite reforzar, desde el plano ficcional, su línea de pensamiento filosófico, esbozado
principalmente en los textos relacionados con la conciencia humana. Uno de estos es El
existencialismo es un humanismo, conferencia que constituye el manifiesto del
existencialismo ateo. Por último, se extraerán las conclusiones pertinentes en torno a la
construcción de la figura de autor.

2
II. Literatura y sociedad

En el año 1948, Sartre escribió su trabajo denominado ¿Qué es la literatura? En éste


abordó la noción de autor a partir de tres interrogantes: qué es escribir, por qué escribir y para
quién se escribe. Este trabajo resulta significativo porque Sartre analizó desde su perspectiva
no solo el rol del escritor inmerso en un contexto de producción determinado sino que,
además, incluyó en su análisis la función del lector.

Sartre le adjudicó a la literatura una función estrictamente social: “Ya que el escritor
no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época: es
su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para ella” (Sartre 1950:49).
Ahora bien, es necesario advertir que la literatura a la que se refirió Sartre es la escrita en
prosa. De hecho, uno de los aspectos sobre el que más se explaya en las primeras líneas de
su ensayo fue el utilitarismo de la prosa, único medio capaz de expresar significados, en
desmedro de la poesía. i El prosista, por lo tanto, debe asumir la responsabilidad de revelar
algún aspecto de la condición humana que se resuelve de su contexto. Por medio de la
palabra, el escritor revela el mundo para que nadie pueda ignorarlo y para que los lectores
asuman todas sus responsabilidades. Pero, el compromiso al que adscribió Sartre, y el que de
algún modo proclamó para la literatura en general, fue un compromiso no exento de angustia
donde, acorde con la filosofía que representó, lo que se da a conocer es el absurdo de la
existencia del hombre.

En esta instancia, se puede afirmar que para Sartre el lector también tiene un lugar
clave en la construcción del objeto literario. El parisino advirtió que para que exista éste
último era necesario que se produzca la lectura. El escritor no puede leer lo que escribe, dado
que mediante su lectura solo reconstruye la “actividad creadora” y no el “objeto literario”.
Por ello, consideró que es necesario escribir para los otros: “La operación de escribir supone
la de leer como su correlativo dialéctico, y esos dos actos conexos necesitan dos agentes
distintos (…) Sólo hay arte por y para los demás” (Sartre 1950: 70). En este proceso, el autor
se erige como guía, para Sartre la lectura es creación dirigida: “La lectura es inducción,
interpolación, extrapolación, y el fundamento de estas actividades descansa en la voluntad
del autor” (Sartre 1950: 79) Todo el arte consiste en obligar a crear lo que el autor revela y,

3
por lo tanto, a comprometer. La lectura se convierte así en un proceso de inducción que
descansa en la voluntad del autor.

A su vez, Sartre centró su análisis crítico en un supuesto “lector universal” a quien va


dirigida la escritura. En este contexto, el escritor le hablará a sus contemporáneos ya que sólo
ellos podrán comprender el uso de algunas “palabras-clave”. El lector y el autor comparten
un mundo en común, una situación, una historia que hay que asumir para ser conservada o
cambiada, para el mismo autor y para los demás. Cuando el escritor se decide por un lector
en particular también está definiendo su tema y, a su vez, se está comprometiendo a crear
conciencia y reflexión. Para Sartre el escritor debe actuar como un “mediador” entre el
mundo y el lector. Su compromiso será, entonces, que la sociedad adquiera conciencia de sí
misma. Sin embargo, la “actividad creadora” del escritor entra en contradicción; ya que se
debate entre un “público real”, que se identifica con las fuerzas conservadoras, y un “público
virtual”, que se caracteriza por su fuerza progresista. Esta clasificación entre dos tipos de
lectores depende de la estructura social. De hecho, la nulidad de “público virtual” al cual
quiere dirigirse el autor conlleva a que éste sea absorbido por la clase privilegiada a la que se
opone, quien sí puede apropiarse de él en la lectura.

III. Teoría de la conciencia humana

El compromiso que el parisino reclamó para la literatura se corresponde con la teoría


filosófica que desarrolló hacia principios de los años ‘40. Jean-Paul Sartre formó parte de
una corriente filosófica llamada existencialismo ateo: “Entendemos por existencialismo una
doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y
toda acción implica un medio y una subjetividad humana” (Sartre 1960:12). El
existencialismo ubicó su objeto de estudio en la subjetividad que emerge en el aquí y el ahora,
en la existencia del hombre desarrollada en un medio social a partir de lo que éste tiene de
singular frente a otros hombres, también únicos e irrepetibles. Según Pedro Fontán Jubero en
Los existencialismos: claves para su comprensión, esta corriente alcanzó su auge entre las
dos guerras mundiales. Fue una respuesta filosófica ante al proceso de despersonalización en
que se hallaba inmerso el individuo en tres planos simultáneos: en el filosófico, idealismo

4
hegeliano y materialismo mecanicista; en el sociopolítico, estados totalitarios comunistas y
fascistas; y en el laboral, alienación del sujeto al sistema capitalista. Por otra parte, en cuanto
a sus antecedentes, es necesario mencionar que el ateísmo, propio de la rama existencialista
impulsada por Sartre, se remonta al filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En el siglo XX, el
existencialismo vino a llenar el vacío metafísico originado en la centuria anterior mediante
la anulación de Dios y, por ende, de la idea del más allá. Por su parte, Carlos Marx constituyó
otro punto de referencia a partir de la denuncia efectuada en torno a la explotación del hombre
por el hombre. No obstante, fue Kierkeggardii quien afirmó por primera vez la preeminencia
de la existencia sobre la esencia, piedra angular de la filosofía existencialista, que no había
sido objetada ni por el vitalismo ni por el marxismo. Pedro Fontán Jubero dice respecto del
binomio existencia-esencia:

La metafísica clásica había establecido la distinción entre la esencia y la


existencia. La esencia es lo que un ser es: esto es un caballo; aquello una mesa,
yo soy hombre. (…) Únicamente hace referencia a lo que dicho ser tiene en
común con los demás seres de la misma especie (…) El existencialismo, por
el contrario, y como su nombre indica, es la doctrina que afirma la prioridad
de la existencia sobre la esencia respecto a la naturaleza humana. (…) Es
decir, el hombre no tiene esencia prefijada, sino que él libremente se la
construye a lo largo de las vicisitudes de su existencia en el mundo (Jubero
1985: 22)

Al contrario de lo sostenido por Platón, el existencialismo focalizó la atención en lo singular,


en la existencia propia de cada sujeto y, a partir de ésta, se desplazó hacia la esencia,
construida por el hombre a través de sus actos. En este contexto no hay valores establecidos,
el hombre es quien realiza su propio proyecto de vida.

En referencia al pensamiento sartriano, el punto de partida lo constituye la conciencia


del hombre y la intencionalidad que deviene de ésta.iii La conciencia, explica Jubero en su
análisis sobre Sartre, es el ser para-sí, opuesta al ser en-sí, este último, impenetrable, amorfo
y sin sentido. La conciencia se halla disgregada del ser, puesto que, introduce la negación o
“neantización”: “El hombre, el para-sí, que es vacío de ser, aspira a alguna forma de en-sí,
aspira a ser en-sí, pero conservando su realidad para-sí. Es decir, el hombre aspira al proyecto
ideal de llegar a ser el en-sí-para-sí”. (Jubero 1985:91). En esta dirección, el crítico citado
transcribe la siguiente conclusión extraída del propio Sartre: “El hombre es una pasión inútil.

5
Ni al morir ni al nacer tienen sentido” (Jubero 1985: 91). A su vez, el absurdo de su existencia
deviene de la liquidación de los valores morales difundidos por la iglesia católica y de la
anulación de una esencia que defina a todos los hombres. En estas circunstancias, el individuo
queda supeditado a su propia libertad, pero ésta también confluye en un vacío, emerge sin
razón alguna. Por otra parte, tal como explicitó Sartre en El existencialismo es un humanismo,
la libertad trae aparejada la angustia. Cuando el hombre elige no sabe si esa elección es buena
o mala, ya que no hay una escala de valores predeterminada. Al mismo tiempo, el individuo
es responsable de sus actos y de la repercusión que éstos pueden tener en los demás. A partir
de la propia existencia se puede transformar la existencia del otro, de ahí, el compromiso que
debe asumir. Frente a esto, el sujeto tiene dos opciones, afrontar la libertad y, por ende,
desarrollar una existencia auténtica, o bien, evadirse, es decir, falsear su propia existencia.

El compromiso que propone Sartre no solo se materializó en el cuerpo de la escritura


sino también en su propio cuerpo. La mirada crítica del parisino no se redujo únicamente a
su actividad como escritor y filósofo, además fue un militante activo toda su vida. Durante
el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Sartre prestó servicios al cuerpo de Sanidad,
interrumpidos en el año 1940 cuando es tomado prisionero. Una vez recuperada su libertad,
se lo ha reconocido como un ferviente colaborador de La Resistencia. Esta experiencia de
vida fue determinante para sus años venideros, tanto en el plano literario como en el
sociopolítico. De hecho, al terminar la guerra comenzó la proliferación de su actividad
literaria. Con el correr de los años, una vez acrecentada su fama y reconocimiento, se embarcó
en múltiples conflictos y participó de los debates generados. Criticó tanto a la URSS como a
los Estados Unidos en los años de la Guerra Fría. También, junto a Simone de Beauvoir, se
pronunció ante la actitud violenta y represora del ejército francés en Argelia. En los años ‘60,
ambos apoyaron la Revolución cubana y posteriormente Sartre integró el tribunal creado para
investigar crímenes de guerra perpetrados por Estados Unidos en Vietnam. Otro tanto sucedió
en el Mayo Francés cuando criticó al gobierno del presidente De Gaulle por la represión a
los jóvenes.

IV. Teatro y filosofía: una literatura comprometida

6
Antes de comenzar el análisis de A puerta cerrada, es importante traer a escena la
valoración que Sartre tenía del drama burgués, ya que permite comprender la finalidad que
le otorgó al teatro. Raúl Castagnino recoge algunas de las reflexiones emitidas por el escritor
en la conferencia que pronunció en Sorbona en el año 1960:

La burguesía quiere en efecto hacerse representar la imagen de ella misma, pero


–y es por esto que se comprende que Brecht ha creado su teatro épico, es decir,
completamente en la dirección opuesta- una imagen que sea participación pura;
ella no quiere absolutamente hacerse representar como cuasi-objeto. Porque
cuando es completamente objeto no es muy agradable (Castagnino1969: 49).

En el teatro burgués la acción representada no era la del hombre, más bien se mostraba la
acción del autor que era quien reunía los acontecimientos que conformaban la totalidad de la
obra. Esta dinámica impedía proporcionar cualquier tipo de conocimiento sobre el individuo,
era una imagen falseada de la realidad, sujeta a los propósitos de la clase burguesa. Por el
contrario, para Sartre el teatro debía ser expresión de un sistema una filosófico, en este caso,
el existencialismo ateo.

Dentro del marco de esta filosofía, el hombre constituye el “ser por el que la nada
viene al mundo” (Sartre 1968: 28). Peltzer explica este juicio de la siguiente manera: “Para
Sartre la nada no es, se introduce en el ser como un gusano. La conciencia la hace surgir,
porque ella es una falla de la nada o un vacío en el seno del ser; además porque aniquila al
ser. Toda conciencia es negación” (Peltzer, 2006: 64). Con la aniquilación de Dios, la muerte,
última dimensión a la cual se precipita el hombre, se presenta como la nada absoluta, traída
al mundo mediante la conciencia del individuo. En esta circunstancia, el sujeto se torna un
ser carente de sentido. Por otro parte, y tal como se ha manifestado, sin principios morales
que regulen el comportamiento del hombre y sin una esencia predeterminada que lo
condicione, éste queda sujeto a su propia libertad, único valor firme según el sistema
filosófico señalado. Pero la libertad también carece de una razón precisa, por el contrario, las
elecciones confluyen en un vacío total, lo que, de alguna manera, acrecienta el absurdo que
constituye el hombre. Frente a esto, el individuo tiene dos posibilidades, asumir el sin sentido
de la vida cotidiana, o bien, alienarse a algunas de las formas establecidas, lo que traerá
aparejado el desarrollo de una existencia auténtica, en el primer caso, o el de una existencia
falsa, en el segundo. Como se referirá a continuación, en A puerta cerrada se halla latente

7
parte de la filosofía existencialista impulsada por el autor. De tal modo, la imagen del infierno
bíblico mutará en la nada a partir de la depuración efectuada sobre la misma. Mediante esta
dinámica se edificará una denuncia hacia los sistemas o doctrinas que, según Sartre, coartan
el desarrollo de la existencia verdadera del hombre en la tierra.

En A puerta cerrada, el absurdo queda tematizado mediante la desarticulación del


infierno. Allí, el castigo divino será suplantado por las relaciones entre los hombres. El origen
de la condena remite a la irresponsabilidad de los actantes por no haber asumido su libertad
en la vida. Esta negación traerá aparejada la problematización de aquello que en la sociedad
contemporánea anula la subjetividad del hombre y, por añadidura, imposibilita el desarrollo
de una existencia auténtica. En este texto, la muerte porta una dimensión de vida, se presenta
como un estado continuo de la existencia falsa asumida por los actantes en ésta. Como se ha
señalado, esta concepción del arte dramático, y de la literatura y la filosofía en general, es el
resultado de un contexto social específico. Este drama fue publicado en el año 1945 cuando,
tras largos años de guerra, la aniquilación constituía parte del paisaje cotidiano. En esta
circunstancia, resulta significativo que la obra en cuestión, y la corriente filosófica, se centre
en la existencia del individuo y en el absurdo que ésta constituye.

En el texto dramático, la estructura que presenta el infierno como los objetos


contenidos en éste connotan una imagen banalizada del mismo. Así, frente a la representación
clásica, el infierno sartriano adopta la forma de un edificio con una interminable cantidad de
pisos, disposición ilógica que alcanzará el clímax cuando de manera explícita se aluda al
esporádico servicio de “electricidad” brindado a los difuntos. Por su parte, el espacio físico
donde se encuentran los personajes es presentado como “Un salón estilo Segundo Imperio”,
adornado, a su vez, con “una estatua de bronce sobre la chimenea” (11), decoración absurda,
totalmente descontextualizada de la situación en que se hallan. Otro de los elementos que
confluyen con este fin es el “canapé”, un objeto funcional que sirve de asiento a los actantes.
De esta manera, a partir de su representación como un espacio intrascendente y mundano,
queda trivializada la pintura tradicional del infierno. No obstante, en la obra de Sartre su
configuración excede la mera desacralización efectuada. De ahí que, al mismo tiempo que se
banalice su imagen divina se codificará otra supeditada a la filosofía que expresa la obra
dramática, en otra palabras, la reescritura conllevará a su redefinición. En este proceso,

8
algunos de los elementos característicos del infierno bíblico serán vaciados de su
significación religiosa para pasar a formar parte de un nuevo entramado que tendrá como
núcleo la existencia del hombre.

La razón por la cual los actantes se encuentran allí reunidos no tiene relación con el
sistema moral forjado por la iglesia católica, por el contrario, se liga de forma directa a la
alienación de éstos a ese o a otros sistemas establecidos de antemano. Es decir, si bien los
actos de los hombres tienen su consecuencia inmediata en el infierno, la procedencia de su
castigo difiere. A su vez, esta dinámica se encuentra acentuada por la prolongación post
mortem del carácter artificial de la existencia soportada en el mundo cotidiano. Garcin,
autodefinido como un héroe pacifista, no reconoce ni su gesto de cobardía en su tentativa de
huir a México ni el sufrimiento ocasionado a su esposa. Del mismo modo, Estelle, personaje
burgués por antonomasia, canaliza en su familia la causa de su matrimonio por conveniencia.
E, incluso, niega el sufrimiento ocasionado a su amante, un joven de escasos recursos, y a su
hija, fruto de este amor. Por su parte, Inés aduce su condena a su condición de homosexual,
parámetro establecido por una moral impuesta: “Bueno, yo era lo que allá llaman una
marimacho, mujer condenada. Condenada ya, ¿verdad? Por eso no fue gran sorpresa” (48).
Al mismo tiempo, la parisina, elude su relación con Florence y la posterior muerte de su
primo. De esta manera, se hace patente el movimiento lineal establecido entre la vida y la
muerte. Por otro lado, la existencia falsa asumida por los personajes en la vida se corresponde
con lo acontecido en gran parte del texto: la resistencia a revelar la causa por la que están en
el infierno. En este contexto, resulta significativa la inversión que se produce del término
verdugo adjudicado a Garcin. Inés emplea paradójicamente esa palabra para referirse a la
cara de miedo del personaje. De tal modo, se podría conjeturar que es el propio temor a
asumir la responsabilidad que les cabe lo que confluye para esbozar una imagen análoga a la
que los caracterizó en la vida. Es “el miedo a la angustia que produce el vacío de una elección
auténtica” lo que trae aparejado la sumisión del hombre al rigor de múltiples sistemas de
valores y creencias que lo condicionan y coartan.

Asimismo, resulta notable el empleo reiterativo del verbo esperar. En distintas


situaciones de diálogo se utiliza dicho verbo con la finalidad de acentuar el carácter pasivo
de los actantes:

9
Garcin: No lo sé. Estoy esperando
(Silencio. Garcin se sienta. Inés reanuda la marcha. Aparece el tic en la boca
de Garcin, luego tras echar una mirada a Inés, hunde la cara en las manos).
(23)

Esto se halla acentuada por lo contenido en la didascalia. El silencio enunciado se


corresponde con la actitud pasiva de Garcin, “se sienta”, mientras que el tic nervioso
confirma su miedo ante la angustia que supone la situación. De esta manera, y conforme a la
premisa que sostiene que el hombre no está determinado más que por sus acciones, se podría
adjudicar a Garcin la misma cobardía no asumida que le fue señalada en la vida.

Por su parte, los términos que usa el camarero para dirigirse a ellos, “ustedes” y
“gentes”, e incluso, la utilización de los gentilicios “hindúes” o “chinos”, reafirman la
uniformidad de los individuos. Dichas expresiones dan una idea de conjunto homogéneo sin
focalizar en la subjetividad de cada una de las personas incluidas. Lo que se plantea en este
punto es la disyuntiva entre aquellas posturas filosóficas que sostienen la preeminencia de la
esencia sobre la existencia y la existencialista que, además de invertir el orden, sostiene que
la esencia se construye a través de los actos llevados a cabo por el hombre particular. Por
consiguiente, se podría afirmar que en este infierno se encuentra abolida la subjetividad
particular de cada una de las personas que lo habitan.

Ahora bien, además de la crítica al discurso religioso o a las teorías esencialistas, se


arremete contra los modales y gustos burgueses:

Estelle (Siempre riendo): Pero esos canapés son tan feos. Y mire cómo los han
dispuesto: me parece que es primero de año y que estoy de visita en casa de mi
tía Marie. ¿Este es el mío? (Al camarero) Pero nunca podré sentarme encima,
es una catástrofe: estoy de azul claro y es verde espinaca” (26)

En este fragmento se puede advertir una actitud descontextualizada por parte de Estelle. De
ahí que, este personaje se defina por su superficialidad. La extrema preocupación por
combinar el color de su ropa con el del canapé constituye el prototipo de una manera de
concebir la vida que continúa latente en el infierno. Asimismo, esta preocupación desprovista
de sentido se encuentra enfatizada por el gesto que acompaña la acción: la risa. Otro tanto
se puede señalar en el siguiente parlamento del camarero donde la dignidad burgués recae de
forma directa en el cepillo de dientes: “¡Vaya! Discúlpeme. Qué quiere, todos los clientes
10
hacen la misma pregunta. (…) Y apenas se tranquilizan aparece el cepillo de dientes. Pero
por el amor de Dios, ¿no pueden ustedes reflexionar? (13). Así, lo que se pone en primer
plano es el absurdo de una conducta autómata adoptada por dicha clase. El existencialismo
repudia el sistema de valores instaurado por la burguesía ya que lo considera un obstáculo
para el desarrollo de la existencia auténtica en el individuo. En este estado de cosas, el papel
reservado a los hombres se ramifica en dos direcciones: sostener los preceptos básicos de la
clase a partir de la renuncia a su subjetividad, o bien, en caso contrario, enfrentar el absurdo
de la vida cotidiana y asumir un compromiso frente a ésta.

Al mismo tiempo, se podría señalar una crítica a la estructura económica que sostiene
el estilo de vida burguesa, ésta es, el capitalismo. Por su infraestructura, el infierno se
asemejaría a un hotel donde, tal como se explicita, los personajes se adjudican el rol de
“clientes”, atendidos, a su vez, por un camarero que, como en cualquier otro trabajo, tiene un
día de descanso. De esta manera, se establece una asociación absurda en pos de, por una
parte, desmantelar la imagen divina del infierno patentizada en La Biblia y, por otra, enjuiciar
el sistema económico sobre el cual se organiza la sociedad contemporánea. El clímax del sin
sentido lo constituye la queja de Estelle acerca del servicio prestado por la supuesta empresa:
“(…) vienen aquí miles y solamente tienen que tratar con subalternos, con empleados sin
instrucción” (34). A partir de este juicio queda configurado uno de los pilares de la clase
dominante denunciado por el marxismo: la explotación del hombre por el hombre. Estelle,
personaje que concentra los rasgos característicos de la burguesía, se hace eco de la relación
establecida entre ésta y la clase trabajadora. Como se puede observar, Inés simboliza el sector
oprimido por el sistema económico imperante. En este sentido, resulta significativo su
rechazo a la modalidad de autoservicio que proponen las empresas, puesto que, esta dinámica
supone elevar al máximo la ganancia a costa del ahorro de recursos humanos y la explotación
del cliente: “Bueno, pues han hecho una economía personal. Eso es todo. Los mismos clientes
se ocupan del servicio, como en los restaurantes cooperativos” (36). De esta manera, se
podría conjeturar una denuncia a la idea de progreso iniciada con el auge de la maquinización
y sustentada por la clase que detenta el poder. Como se observa, y en consonancia con su
noción de literatura comprometida, para Sartre el teatro es un vehículo para redefinir
críticamente la realidad circundante.

11
En cuanto a la relación entre los actantes, ésta se tornará instrumento de castigo. Cabe
recordar que para el existencialismo la identidad de un sujeto no solo se construye a partir de
sus propios actos sino también a través del concepto que los otros se forjan de él. En A puerta
cerrada, la vista se presenta como el sentido primordial para efectivizar la dinámica
esbozada. De hecho, la primera acción que realiza Garcin cuando ingresa al infierno es
observar lo que lo circunda: “(Entra y mira a su alrededor)” (11). Asimismo, cabe señalar la
relevancia que adquieren algunos elementos tales como la “lentejuela” y el “aguaviva”,
ambos susceptibles a ser penetrados por la mirada ajena. El hombre no está aislado en el
mundo, por el contrario, es parte de un andamiaje social definido por las relaciones
intersubjetivas que se establecen. En estas circunstancias, el rol que asume el individuo se
ramifica en dos direcciones opuestas pero, a la vez, necesarias para existir. Al mismo tiempo
que el hombre ejerce presión sobre el otro se expone a idéntico procedimiento. Peltzer resume
este mecanismo de la siguiente manera: “Al estar en el mundo de mi libertad, entablo
relaciones con los otros y ellas asumen la forma de un conflicto (…). Coagulo con mi mirada
al otro, pero a su vez aquel, al mirarme, me coagula. Nos transformamos mutuamente en
cosas, sin por ello apoderarnos de la subjetividad del otro” (65). En el texto dramático, a la
resistencia de los actantes le sucede un sentimiento de impotencia que derivará en sus
respectivas confesiones, de allí en más cada uno de éstos quedará, metafóricamente,
“desnudo como un gusano” (45).

Tal como postula Sartre, la conciencia, el para sí, siempre es de algo, en este caso,
de sí mismos y de los otros. A su vez, ésta se define en términos de fines y perspectivas. En
el texto en cuestión, se encuentra frustrado el objetivo de adueñarse de la subjetividad ajena.
Esta dificultad queda explicitada en el siguiente parlamento de Garcin: “Nos corremos como
caballos de madera sin alcanzarnos nunca” (56). Aquí, resulta significativa la confluencia
reiterativa del lazo, elemento metafórico que, por una parte, remite a los regímenes
totalitarios, personajes torturados y torturadores al mismo tiempo y, por otra, resume la
necesidad de capturar, a modo de espejo, la subjetividad del otro, este último, intento
malogrado. Así, y como lo indica el título de la obra dramática, los personajes se encuentran
encerrados en su propia existencia.

12
V. A modo de conclusión:

La extensa producción escrita, aunque también la participación activa que tuvo en los
conflictos de la época, le permitió a Jean-Paul Sartre posicionarse en el centro del campo
intelectual francés de mediados del siglo XX. En cuanto a su escritura, dentro de su vasta
producción, resulta necesario destacar su incursión en distintos géneros discursivos literarios
y no literarios. En este punto se puede advertir que su obra está compuesta por distintas partes
atravesadas por el concepto clave de compromiso. La noción de literatura comprometida
resulta fundamental ya que responde a los postulados existencialistas tal como han sido
formulados por él mismo y, a su vez, al objeto literario. En A puerta cerrada, como se ha
analizado, la mutación del infierno en la nada conlleva a la tematización del sin sentido de
éste. A su vez, durante el proceso de metamorfosis, se ejecuta una denuncia hacia los sistemas
que coartan el desarrollo de una existencia auténtica en el sujeto. El análisis ontológico del
ser que efectúa Sartre se corresponde con la atmósfera de resistencia acaecida en su época.
Para éste, el individuo no se encuentra determinado más que por los condicionamientos que
él mismo se crea. No obstante, es susceptible de desarrollar una forma de existencia
inauténtica, sujeta a condicionamientos externos. De este modo, el texto dramático funciona
como vehículo para denunciar la existencia falsa del hombre inmerso en un contexto social
de opresión.

La figura que se proyecta a partir de la escritura sartriana es la de un autor que se


ramifica en distintos planos: filosófico, crítico y literario. Pero todo el entramado textual está
atravesado por la misma teoría del hombre y su existencia en un medio. De ahí que, se pueda
indicar a la repetición como el eje dominante de su obra. En esta dirección, se podría decir
que como consecuencia de estar su escritura supeditada a un sistema filosófico más amplio,
el tema en el texto dramático estaría concebido a priori. Otro tanto se puede conjeturar en
torno a su crítica literaria puesto que, en reiteradas ocasiones, resulta ser un recetario
simplista acerca de cómo escribir.iv Pese a estos puntos señalados, cabe destacar que su figura
de autor se completa con uno de sus mayores aportes al campo intelectual francés, éste es, la
inclusión del lector en la actividad creadora, pues sin su intervención la obra estaría
incompleta. Como se ha explicado, para Sartre la actividad creadora ya no estaría solo
relegada al autor sino que sería un proceso dialéctico que se construye con un otro.

13
Notas:

iJean-Paul Sartre adjudica a los poetas una utilización errónea del lenguaje: “El poeta está fuera del lenguaje,
ve las palabras al revés (…) Representa el significado más que lo expresa” (Sartre 1950: 48). Es decir, la poesía,
al igual que la prosa, se sirve de las palabras, solo que en la primera, por el trabajo mismo que se realiza con el
lenguaje, queda imposibilitada la tarea de designar objetos. Entonces, según el parisino, para el poeta las
palabras no funcionarían como signos.
ii
Según Pedro Fontàn Jubero, si bien Kierkegaard fue el primero en observar la preeminencia de la existencia
sobre la esencia, no se sirvió de ningún método estrictamente filosófico para desarrollar su pensamiento, por lo
que no se lo puede considerar el iniciador de la filosofía existencialista. El método que dio origen al nacimiento
de esta filosofía fue el fenomenológico, creado por Edmund Husserl que, aunque sin ser existencialista permitió,
de algún modo, que se sistematice tal corriente: “El método fenomenológico rehusaba encerrarse en
presupuestos abstractos, y encaminaba su esfuerzo filosófico en describir los fenómenos tales como aparecen
en la conciencia” (Jubero 1985: 34)
iii
Este principio constituye un punto de confluencia con René Descartes. Este filósofo francés había focalizado
la atención en la conciencia del hombre al proclamar como primer principio su célebre frase: pienso, por lo
tanto existo. La diferencia reside en que, de forma inversa a Descartes, para quien la conciencia define al sujeto,
Sartre concibe la conciencia como algo vacío.

A modo de un texto instructivo para los escritores, Sartre le adjudicó al valor estético un lugar secundario “Y
iii

cuando se sabe de qué se va a escribir, queda por decidir cómo se escribirá. Frecuentemente, las dos decisiones
se convierten en una sola, pero nunca la segunda precede a la primera en los buenos autores” (Sartre 1950: 59).

14
Bibliografía consultada:

CASTAGNINO, Raúl Héctor, Teatro: teorías sobre el arte dramático, tomo II. Buenos Aires: Centro
Editor de América Latina, 1969.

FONTAN JUBERO, Pedro, Los existencialismos: claves para su comprensión, Madrid: Editorial
Cincel, 1985.

MATEO, Martha S., Ontología y ética en Sartre. En: Cuadernos de Humanitas. Tucumán: Facultad
de Filosofía y Letras, Nro. 47, 1975.

PELTZER, Federico, Centenario de Jean-Paul Sartre. Buenos Aires: Boletín de la Academia


Argentina de Letras, tomo LXX, 2006.

SARTRE, Jean-Paul, A puerta cerrada, trad. Bernárdez, Aurora. Buenos Aires: Editorial Losada,
2004.
----------------------------, ¿Qué es la literatura?, trad. Bernárdez, Aurora. Buenos Aires: Editorial
Losada, 1950.

----------------------------, El existencialismo es un humanismo, trad. Patri de Fernández, Victoria.


Buenos Aires: Editorial Sur, 1960.

---------------------------, El ser y la nada, trad. Lebasí, J. (1943). Lima: Centro de Estudios Filosóficos,
(pp. 28). En http://es.scribd.com/doc/59380085/3194947-JeanPaul-Sartre-EL-SER-Y-LA-
Nada-1 26-09-11.

15

Potrebbero piacerti anche