Sei sulla pagina 1di 24

En el Evangelio de hoy aparece el mandamiento

nuevo. Dice Jesús: «Este es mi mandamiento: Ámense


los unos a los otros, como yo los he amado. No hay
amor más grande que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo servidores, yo los llamo amigos,
porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi
Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, yo
los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den
fruto, y ese fruto permanezca. Lo que yo les mando es
que se amen los unos a los otros.». Ojalá vivamos
amando a todos, prolongando en este mundo, lleno de
odios y guerras, el fuego de su amor.
Evangelio de San Juan 15,12-17
Prosigue la cantata del amor divino: el amor que Dios
ha concedido a los discípulos se expresa en el amor
que éstos se tienen mutuamente en este mundo) ESTE
ES MI MANDAMIENTO: QUE OS AMÉIS LOS
UNOS A LOS OTROS, ASÍ COMO YO OS HE
AMADO (Este resultado es el único que verifica la
presencia en ellos del amor recibido de Jesús. Por eso,
el amor fraterno se presenta como el mandamiento por
excelencia. El relieve que se da al aspecto ético del
amor cierra el paso a toda interpretación del
pensamiento joánico en un sentido gnóstico, así como
a toda evasión al mundo de la imaginación (La primera
Carta de Juan indica que hay que amar «no de palabra
ni con la boca, sino con hechos y de verdad», 1 Juan
3,18: “Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino
de hecho y en verdad”. También aquí el amor fraterno
se deriva del conocimiento de que Dios es amor, 1
Juan 4,7-12: “Amados, amémonos unos a otros,
porque el amor es de Dios, y todo el que ama es
nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no
conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se
manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha
enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que
vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como
propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios
así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos
a otros. A Dios nunca Lo ha visto nadie. Si nos
amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y
Su amor se perfecciona en nosotros”). El enunciado
del mandamiento (versículo 12: “Este es Mi
mandamiento: que se amen los unos a los otros, así
como Yo los he amado”) es el mismo que en 13,34
(“Un mandamiento nuevo les doy: 'que se amen los
unos a los otros;' que como Yo los he amado, así
también se amen los unos a los otros”) para el
mandamiento nuevo, cuya práctica caracteriza al
verdadero discípulo de Jesús. La frase siguiente tiene
la forma de una sentencia) NADIE TIENE UN
AMOR MÁS GRANDE QUE EL AMOR DEL
QUE ENTREGA SU PROPIA VIDA POR LOS
QUE AMA (¿Se trata de mostrar a los discípulos hasta
dónde compromete el amor? No es ése el sentido
principal: Jesús habla de sí mismo. De hecho, el
versículo 14 (“Ustedes son Mis amigos si hacen lo que
Yo les mando”) vuelve a insistir en el mandamiento de
una manera global y en otra perspectiva; no explícita
la exigencia de dar la vida, como lo hace por el
contrario la primera Carta de Juan en una secuencia
muy parecida [«Jesús se desprendió de su vida por
nosotros, también nosotros tenemos que
desprendernos de nuestra vida por los hermanos», 1
Juan 3,16]. En continuidad con el final del versículo
12 (“Este es Mi mandamiento: que se amen los unos a
los otros, así como Yo los he amado”: «el amor con
que yo os he amado») [Esta continuidad es más
palpable todavía en el griego el versículo 13, “Nadie
tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por
sus amigos”, comienza por «mayor amor»: μείζονα
ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν ψυχὴν αὐτοῦ θῇ
ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ)] Jesús evoca su propia muerte
como testimonio supremo de su amor: la expresión
«entregar su propia vida» designa en el cuarto
evangelio la muerte voluntaria del Hijo [τίθημι τὴν
ψυχήν ὑπὲρ, exponer la vida por. Se puede recordar en
este contexto el versículo 15,24: “Si Yo no hubiera
hecho entre ellos las obras que ningún otro ha hecho,
no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y Me
han odiado a Mí y también a Mi Padre”] y, aunque la
frase se presenta como una sentencia general, la
formulación negativa («nadie tiene...») puede aludir al
carácter insuperable de su amor a los hombres. El
carácter absoluto del amor de Jesús a los suyos es el
objeto primero de la contemplación del evangelista;
tiene que motivar la fidelidad cotidiana del discípulo al
mandamiento del amor fraterno. La designación «los
que ama» (φίλοι, amigos) [Nuestra traducción tiene sin
duda el inconveniente de velar la función de la
palabra-gancho que tiene el termino φίλοι, repetido en
los versículos 14-15: “Ustedes son Mis amigos si
hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero
los he llamado amigos, porque les he dado a conocer
todo lo que he oído de Mi Padre”, pero explícita el
sentido que tiene esta palabra, de la misma raíz que
φιλέω, «amar, ser amigo», sinónimo de ἀγαπάω, véase
con Jesús como sujeto 11,3: “Las hermanas entonces
mandaron a decir a Jesús: "Señor, el que Tú amas
está enfermo"”; 11,36: “Por eso los Judíos decían:
"Miren, cómo lo amaba"”], lo mismo que la expresión
«los suyos» (13,1: “Antes de la fiesta de la Pascua,
sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar
de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”), no
excluye a los hombres que sean enemigos. Subraya la
motivación de aquel que ofrece su vida: según el
evangelista Juan, sólo el amor da razón de la cruz [T
Forestell, ha demostrado que Juan interpreta la cruz,
no ya en términos de sacrificio cultual ni de
satisfacción por el pecado, sino como la revelación por
excelencia del amor de Dios] VOSOTROS SOIS
MIS AMIGOS SI HACÉIS LO QUE YO OS
MANDO (Pues bien, el término φίλοι, amigos, se
repite en el versículo 14 (“Ustedes son Mis amigos si
hacen lo que Yo les mando”), en el movimiento
continuo del texto, y también en el versículo 15 (“Ya
no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que
hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les
he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre”).
Si los discípulos hacen lo que se les ha pedido, es
decir, si creen y aman, el Hijo los reconoce como
«amigos») YA NO OS LLAMO SIERVOS,
PORQUE EL SIERVO NO SABE LO QUE HACE
SU SEÑOR (Ante aquel que viene de arriba, la
condición del discípulo es de suyo la de «servidor»
[δοῦλος. Véase 13,16: “En verdad les digo, que un
siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es
mayor que el que lo envió” = 15,20: “Acuérdense de
la palabra que Yo les dije: 'Un siervo no es mayor que
su señor.' Si Me persiguieron a Mí, también los
perseguirán a ustedes; si guardaron Mi palabra,
también guardarán la de ustedes”], término que en la
Biblia es un título de nobleza cuando caracteriza a la
relación de una persona con Dios: implica una
fidelidad sin reservas. No tiene el sentido de esclavo
más que cuando indica a un hombre sometido a un
dueño de este mundo o, según Juan 8,34 (“Jesús les
respondió: "En verdad les digo que todo el que comete
pecado es esclavo del pecado””), al poder del pecado
[En 8,34-36: “Jesús les respondió: "En verdad les
digo que todo el que comete pecado es esclavo del
pecado; y el esclavo no queda en la casa para
siempre; el hijo sí permanece para siempre. Así que, si
el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente
libres”, el contraste entre «esclavo» e «hijo de la casa»
demuestra que la adhesión al Hijo de Dios nos hace
libres]. Jesús opone ahora al título positivo de servidor
el de amigo. ¿Qué significa esto? En el antiguo
testamento, el apelativo «amigo de Dios» se reserva
para Abrahán y para Moisés [Abrahán, Isaías 41,8:
“Pero tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien he
escogido, descendiente de Abraham, mi amigo”; 2
Crónicas 20,7: “¿No fuiste tú, oh Dios nuestro, el que
echaste a los habitantes de esta tierra delante de tu
pueblo Israel, y la diste para siempre a la
descendencia de tu amigo Abraham?” = Santiago
2,23: “y se cumplió la Escritura que dice: y Abraham
creyó a Dios y le fue contado por justicia, y fue
llamado amigo de Dios”, véase Génesis 18,17: “Y
Yahveh dijo: ¿Ocultaré a Abraham lo que voy a
hacer?”; Moisés: Éxodo 33,11: “Y acostumbraba
hablar Yahveh con Moisés cara a cara, como habla un
hombre con su amigo. Cuando Moisés regresaba al
campamento, su joven ayudante Josué, hijo de Nun, no
se apartaba de la tienda”], a quienes el Señor no
solamente confió la ejecución de sus órdenes, sino que
les comunicó cara a cara el conocimiento de su
designio. Sin embargo, la tradición sapiencial extiende
este título a todos los que viven con la sabiduría
(Sabiduría 7,27-28: “Aunque es una sola, lo puede
todo; permaneciendo en sí misma, renueva el
universo; de generación en generación, entra en las
almas santas, para hacer amigos de Dios y profetas.
Porque Dios ama únicamente a los que conviven con
la Sabiduría”); según el Salmo 25,14: «la intimidad de
Yahvé es para quienes le temen y a los que ha dado a
conocer su alianza») OS HE LLAMADO AMIGOS,
PORQUE TODO LO QUE HE OÍDO DE MI
PADRE, OS LO HE DADO A CONOCER (El amor
que se expresó en la entrega de la vida es también el
amor que reveló el secreto de la intimidad propia del
Hijo. Esta frase recapitula lo que había afirmado
continuamente Jesús a propósito de su revelación
[Véase 5,30: “Yo no puedo hacer nada por iniciativa
Mía; como oigo, juzgo, y Mi juicio es justo porque no
busco Mi voluntad, sino la voluntad del que Me
envió”; 7,17-18: “Si alguno está dispuesto a hacer la
voluntad de Dios, sabrá si Mi enseñanza es de Dios o
si hablo de Mí mismo. El que habla de sí mismo busca
su propia gloria; pero Aquél que busca la gloria del
que Lo envió, Él es verdadero y no hay injusticia en
Él”; 8,18: “Yo soy el que doy testimonio de Mí mismo,
y el Padre que Me envió da testimonio de Mí”; 8,26:
“Tengo mucho que decir y juzgar de ustedes, pero
Aquél que Me envió es veraz; y Yo, las cosas que oí de
Él, éstas digo al mundo”; 8,28: “Por eso Jesús les
dijo: "Cuando ustedes levanten al Hijo del Hombre,
entonces sabrán que Yo soy y que no hago nada por
Mi cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre
Me enseñó”; 8,40: “Pero ahora Me quieren matar, a
Mí que les he dicho la verdad que oí de Dios. Esto no
lo hizo Abraham”; 12,44: “Entonces Jesús exclamó:
"El que cree en Mí, no cree en Mí, sino en Aquél que
Me ha enviado””; 12,49: “Porque Yo no he hablado
por Mi propia cuenta, sino que el Padre mismo que
Me ha enviado Me ha dado mandamiento sobre lo que
he de decir y lo que he de hablar”; 14,10: “¿No crees
que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las
palabras que Yo les digo, no las hablo por Mi propia
cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que
hace las obras” y 17,8: “Yo les he dado las palabras
que Me diste; y las recibieron, y entendieron que en
verdad salí de Ti, y creyeron que Tú Me enviaste”];
pero aquí puede sorprender ese «todo». ¿Una audacia
del evangelista? Sin embargo, dirigiéndose al Padre,
Jesús dirá: “Yo les he dado a conocer Tu nombre, y lo
daré a conocer, para que el amor con que Me amaste
esté en ellos y Yo en ellos” (Juan 17,26) NO SOIS
VOSOTROS LOS QUE ME HABÉIS ESCOGIDO
A MÍ, SINO QUE SOY YO EL QUE OS HE
ESCOGIDO A VOSOTROS (Subrayando su
iniciativa con los creyentes, Jesús se muestra como
heredero de la tradición deuteronómica sobre la
elección de Israel: “Si Yahvé se ha enamorado de
vosotros y os ha escogido, no es porque seáis más
numerosos que ninguno de los otros pueblos, ya que
sois el más pequeño de todos los pueblos. Es porque
Yahvé os ama” (Deuteronomio 7,7-8). Situado en el
contexto de la elección, el término φίλοι, amigos, no
puede reducirse simplemente al vínculo que une a las
personas que se han hecho amigas por una elección
mutua: se mantiene la transcendencia del Hijo.
También lo indica una ausencia: si Jesús nos llama
amigos suyos, no se presenta como «nuestro» amigo.
Sin embargo, mediante la triple repetición de este
término, Jesús manifiesta su intenso deseo de ver
realizada la perfecta presencia mutua que significaban
las fórmulas de inmanencia recíproca. Pues bien, el
proyecto de Dios es único y universal. Si Yahvé ha
escogido a Israel, no es solamente en beneficio de
Israel, sino para que sea su testigo entre los demás
pueblos [Véase, por ejemplo, Isaías 2,2-3: “Sucederá
al fin de los tiempos que la montaña de la Casa del
Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas
y se elevará por encima de las colinas. Todas las
naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos
numerosos, que dirán; ¡Vengan, subamos a la
montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! Él
nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus
sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén,
la palabra del Señor”; 43,9-12: “¡Que se reúnan
todas las naciones y se congreguen los pueblos!
¿Quién de entre ellos había anunciado estas cosas?
¿Quién nos predijo lo que sucedió en el pasado? Que
aduzcan testigos para justificarse, para que se los
oiga, y se pueda decir: «Es verdad». Ustedes son mis
testigos y mis servidores –oráculo del Señor–: a
ustedes los elegí para que entiendan y crean en mí, y
para que comprendan que Yo Soy. Antes de mí no fue
formado ningún dios ni habrá otro después de mí. Yo,
yo solo soy el Señor, y no hay salvador fuera de mí. Yo
anuncié, yo salvé, yo predije, y no un dios extraño
entre ustedes. Ustedes son mis testigos –oráculo del
Señor– y yo soy Dios”; 55,4-5: “Yo lo he puesto como
testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones.
Tú llamarás a una nación que no conocías, y una
nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del
Yahveh, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te
glorifica”; Salmo 87: “¡Esta es la ciudad que fundó
Yahveh sobre las santas Montañas! Él ama las puertas
de Sión más que a todas las moradas de Jacob. Cosas
admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios: «Contaré a
Egipto y a Babilonia entre aquellos que me conocen;
filisteos, tirios y etíopes han nacido en ella». Así se
hablará de Sión: «Este, y también aquél, han nacido
en ella, y el Altísimo en persona la ha fundado». Al
registrar a los pueblos, Yahveh escribirá: «Este ha
nacido en ella». Y todos cantarán, mientras danzan:
«Todas mis fuentes de vida están en ti»”]. Jesús
precisa la elección de los discípulos diciendo) OS HE
ESTABLECIDO PARA QUE VAYÁIS Y DEIS
FRUTO, Y VUESTRO FRUTO PERMANEZCA,
PARA QUE TODO LO QUE PIDÁIS AL PADRE
EN MI NOMBRE, OS LO DÉ (Vuelve a aparecer
aquí la imagen que caracterizó a la perícopa de la viña.
Y también, como en el versículo 2 (“Todo sarmiento
que en Mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto,
lo poda para que dé más fruto”), en una proposición
final, Jesús hace suya la intención del Padre-viñador.
¿Cuál, es entonces ese «fruto» que la lectura no nos ha
permitido descodificar todavía? A primera vista, uno
se siente llevado a referir el versículo 16 (“Ustedes no
me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes,
y los designé para que vayan y den fruto, y que su
fruto permanezca; para que todo lo que pidan al
Padre en Mi nombre se lo conceda”) a la misión
apostólica. El verbo ἐκλέγομαι, elegir, se empleó antes
dos veces para indicar la elección de los doce (6,70:
“Jesús les respondió: "¿No los escogí Yo a ustedes,
los doce, y sin embargo uno de ustedes es un
diablo?"”; 13,18: “No hablo de todos ustedes. Yo
conozco a los que he escogido; pero es para que se
cumpla la Escritura: 'el que come mi pan ha levantado
contra mí su talón”), y τίθημι («establecer») puede
significar, al menos fuera de Juan, la investidura en un
ministerio eclesial [Hechos 20,28: “Velen por ustedes,
y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los
ha constituido guardianes para apacentar a la Iglesia
de Dios, que él adquirió al precio de su propia
sangre”; 1 Corintios 12,18: “Pero Dios ha dispuesto a
cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan
establecido”; 12,28: “En la Iglesia, hay algunos que
han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como
apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer
lugar, como doctores. Después vienen los que han
recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el
don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar
y el don de lenguas”; 2 Timoteo 1,11: “he sido
constituido heraldo, Apóstol y maestro”]. Finalmente,
«para que vayáis» sugiere un envío a lo lejos. ¿No está
esto en armonía con la oración de Jesús: «Pido
también por los que, gracias a su palabra, creerán en
mí» (17,20: “No ruego sólo por éstos, sino también
por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en
mí”)? Lo confirmaría el empleo del término «fruto» en
el episodio de la cosecha de los samaritanos (véase
4,36: “Ya el segador recibe su salario y recoge el
grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que
cosecha comparten una misma alegría”) y en la frase
sobre el grano de trigo que muere (12,24: “En verdad
les digo que si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho
fruto”). Algunos críticos [W. Thüsing, apoya a
Lagrange que lee en este versículo «el programa del
apostolado»] deducen de aquí que la frase del
versículo 16 (“Ustedes no me escogieron a Mí, sino
que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que
vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; para
que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo
conceda”), a diferencia de las anteriores, va dirigida al
grupo de los primeros discípulos y, como tal, a los que
la tradición común califica como «los apóstoles» y,
por extensión, a sus sucesores. El fruto sería entonces
el éxito de su predicación como tarea instituida. Pero
esta interpretación va más allá de los datos del texto.
El verbo «escoger» indica manifiestamente la elección
de la que son objeto todos los creyentes, aquellos a los
que el Hijo llama sus amigos. En el segundo cuadro, el
versículo 19 (“Si ustedes fueran del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que
Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los
odia”) confirma que la elección de la que habla Jesús
no es la de unos cuantos entre los miembros de la
comunidad, sino la de la comunidad en todos sus
miembros en oposición al «mundo». Este empleo, que
refleja la elección de todo Israel respecto a las
naciones, es frecuente en el nuevo testamento [Véase
Marcos 13,20: “Y si el Señor no abreviara ese tiempo,
nadie se salvaría; pero lo abreviará a causa de los
elegidos”; Hechos 13,17: “El Dios de Este Pueblo, el
Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió
en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como
extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su
brazo, los hizo salir de allí”; Efesios 1,4: “y nos ha
elegido en él, antes de la creación del mundo, para
que fuéramos santos e irreprochables en su presencia,
por el amor”]. Sobre todo, la metáfora «dar fruto» se
refería hasta aquí a todo «sarmiento» injertado en la
vid; el texto exige que se mantenga este mismo valor
hasta el final. En cuanto al verbo τίθημι («establecer»)
en el sentido de disposición divina, puede muy bien
introducir un concepto de alcance más amplio que un
ministerio particular; así en 1 Tesalonicenses 5,9:
«Dios nos ha destinado (ἔθετο) a la salvación». Y la
expresión «para que vayáis» en el sentido de envío a
misión sólo se encuentra en Lucas 10,3: “Id; mirad
que os envío como corderos en medio de lobos”; en
otros lugares, corresponde a un giro semítico y griego
que refuerza al verbo que sigue [Véase, por ejemplo,
Éxodo 3,16: “Ve a reunir a los ancianos de Israel y
diles: Yahveh, el Dios de sus padres, el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me
dijo: «Yo los he visitado y he visto cómo los
maltrataban los egipcios»”; 2 Reyes 5,10: “Eliseo
mandó un mensajero para que le dijera: «Ve a bañarte
siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y
quedarás limpio»”; Juan 4,16: “Jesús le respondió:
«Ve, llama a tu marido y vuelve aquí»”; 9,7:
“diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que
significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía”]. Finalmente, las correspondencias
con 4,36 (“Ya el segador recibe su salario y recoge el
grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que
cosecha comparten una misma alegría”) y 12,24 (“En
verdad les digo que si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce
mucho fruto”) son ilusorias [El versículo 4,36 (“Ya el
segador recibe su salario y recoge el grano para la
Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha
comparten una misma alegría”), se refiere a la
cosecha, no a la producción del fruto. La frase sobre el
grano de trigo afirma la necesidad de morir para dar
fruto]. Por tanto, es necesario leer de otra manera.
Según R Borig, «dar fruto» es, para los amigos de
Jesús, ser plenamente fiel a sus mandamientos, lo
mismo que el pueblo elegido tenía la obligación de
observar la ley recibida en el Sinaí (Véase Éxodo 20,1-
21: “Entonces Dios pronunció estas palabras: Yo soy
el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un
lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de
mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen
de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra,
o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás
ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el
Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad
de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación, si ellos me aborrecen; y tengo
misericordia a lo largo de mil generaciones, si me
aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás
en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no
dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano.
Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante
seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el
séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu
Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo,
ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales,
ni el extranjero que reside en tus ciudades. Porque en
seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo
lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por
eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo.
Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una
larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No
darás falso testimonio contra tu prójimo. No
codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su
buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le
pertenezca. Al percibir los truenos, los relámpagos y
el sonido de la trompeta, y al ver la montaña
humeante, todo el pueblo se estremeció de temor y se
mantuvo alejado. Entonces dijeron a Moisés:
«Háblanos tú y oiremos, pero que no nos hable Dios,
porque moriremos». Moisés respondió al pueblo: «No
teman, porque Dios ha venido a ponerlos a prueba
para infundirles su temor. Así ustedes no pecarán». Y
mientras el pueblo se mantenía a distancia, Moisés se
acercó a la nube oscura donde estaba Dios”;
Deuteronomio 5,1-22: “Moisés convocó a todo Israel
y les dijo: Escucha, Israel, los preceptos y las leyes
que yo promulgo hoy en presencia de todos ustedes.
Apréndanlos para ponerlos en práctica
cuidadosamente. El Señor, nuestro Dios, hizo una
alianza con nosotros en el Horeb. No la hizo con
nuestros padres, sino con nosotros, los que hoy
estamos aquí, todos con vida. En la montaña les habló
cara a cara, desde el fuego. Mientras yo hacía de
intermediario entre el Señor y ustedes para
anunciarles su palabra, porque ustedes, atemorizados
por el fuego, no habían subido a la montaña. El Señor
dijo: Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de
Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros
dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y
ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o
abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas.
No te postrarás ante ellas ni les rendirás culto, porque
yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la
maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y
cuarta generación, si ellos me aborrecen: Y tengo
misericordia a lo largo de mil generaciones, si me
aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás
en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no
dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano.
Observa el día sábado para santificarlo, como el
Señor, tu Dios, te lo ha ordenado. Durante seis días
trabajarás y realizarás todas tus tareas. Pero el
séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu
Dios. En él no harán ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni
tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu
asno, ni ningún otro de tus animales, ni tampoco el
extranjero que reside en tus ciudades. Así podrán
descansar tu esclavo y tu esclava, como lo haces tú.
Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor
te hizo salir de allí con el poder de su mano y la fuerza
de su brazo. Por eso el Señor, tu Dios, te manda
celebrar el día sábado. Honra a tu padre y a tu madre,
como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que
tengas una larga vida y seas feliz en la tierra que el
Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás
adulterio. No robarás. No darás falso testimonio
contra tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni desearás su casa, su campo, su esclavo, su
esclava, su buey, su asno ni ninguna otra cosa que le
pertenezca. Estas son las palabras que el Señor les
dirigió en la montaña, cuando todos ustedes estaban
reunidos. Él les habló con voz potente, desde el fuego,
la nube y una densa oscuridad. No añadió nada más,
sino que escribió esas palabras en las dos tablas de
piedra que me entregó”; 5,32-33 (“Ciudad, pues, de
proceder como Yahveh vuestro Dios os ha mandado.
No os desviéis ni a derecha ni a izquierda. Seguid en
todo el camino que Yahveh vuestro Dios os ha
trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis
vuestros días en la tierra que vais a tomar en
posesión”)]. Otros comentaristas, recogiendo esta
hipótesis, hablan de una vida cristiana ejemplar y
sobre todo de la práctica de la caridad fraterna. Pero, al
identificar fruto y obediencia a los mandamientos, esta
interpretación falsea el dato textual. Es verdad que el
poema de Isaías y los otros pasajes proféticos sobre la
viña entienden por la metáfora del fruto la fidelidad al
Dios único y la justicia para con el prójimo. Pero en
Juan la fe y el amor mutuo condicionan la unidad de
los discípulos con Jesús y ésta, a su vez, condiciona la
producción del fruto. Efecto de la «permanencia», el
fruto no puede coincidir con esa permanencia a partir
de ella, se sitúa más allá. Así pues, examinemos el
contexto. El mandamiento del amor que enmarca el
pasaje remite a 13,34 (“Un mandamiento nuevo les
doy: 'que se amen los unos a los otros;' que como Yo
los he amado, así también se amen los unos a los
otros”), que hablaba del mandamiento nuevo. Pero
entonces Jesús añadió inmediatamente: En esto
reconocerán todos que sois mis propios discípulos si
os tenéis amor los unos a los otros (13,35: “En esto
conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen
amor los unos a los otros”). Según este versículo, el
amor mutuo de los creyentes conduce a quienes lo
constatan a descubrir su origen, que es el mismo Hijo.
Tiene un poder de revelación. Por otra parte, el tema
de la oración en nombre de Jesús, recogido al final del
versículo 16 (“Ustedes no me escogieron a Mí, sino
que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que
vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; para
que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo
conceda”), confirma que la perspectiva del texto
desborda los contornos de la comunidad. Así, en
14,12-13: “Aquel que cree en mi hará también las
obras que yo hago y hasta hará otras mayores, porque
yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo
lo haré, de forma que el Padre sea glorificado en el
Hijo”. La oración y su acogida se refieren a las obras
mayores confiadas a los discípulos, es decir a la
reunión de los hijos de Dios para gloria del Padre. En
la perícopa de la vid, el objeto de la oración de los
creyentes es la producción del fruto que glorifica al
Padre (15,7-8: “Si permanecen en Mí, y Mis palabras
permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les
será hecho. En esto es glorificado Mi Padre, en que
den mucho fruto, y así prueben que son Mis
discípulos”). El parentesco que hemos advertido entre
estos dos textos invita a relacionar el «fruto» con las
«obras mayores». Todo esto nos autoriza a concluir
que el fruto esperado de los discípulos es la irradiación
que tendrán en el mundo su fe y su amor, para gozo
del Padre, el viñador. Lo que intenta la metáfora se
manifiesta por la petición de Jesús al Padre: “Que
ellos estén perfectamente realizados en el uno para
que el mundo llegue a conocer que tú me has enviado
y que los has amado con el amor con que me has
amado a mi” (17,23). A través de la comunidad de sus
discípulos, el Hijo seguirá revelándose a lo largo de
toda la historia. El profeta anunciaba que la faz del
mundo «se cubriría de cosecha» (Isaías 27,6: “En los
días que vienen arraigará Jacob, echará Israel flores
y frutos, y se llenará la haz de la tierra de sus
productos”). El fruto más abundante que espera el
Viñador (versículo 2: “Todo sarmiento que en Mí no
da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para
que dé más fruto”), ese fruto que le glorifica
(versículo 8: “En esto es glorificado Mi Padre, en que
den mucho fruto, y así prueben que son Mis
discípulos”), se convierte aquí en el fruto «que
permanece». Este último calificativo refleja una vez
más la insistencia del verbo «permanecer» a lo largo
del texto, pero tiene además un valor propio. Al mismo
tiempo que evoca los frutos que, según Ezequiel, no se
agotan (Ezequiel 47,12: “Al borde del torrente, sobre
sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las
especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán
sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos,
porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán
de alimento y sus hojas de remedio”; Jeremías 17,8:
“Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme
cuando llega el calor y su follaje se mantiene
frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca
deja de dar fruto”; Salmo 1,3: “Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su
debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo
lo que haga le saldrá bien”; Apocalipsis 22,1-2:
“Después el Ángel me mostró un río de agua de vida,
claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y
del Cordero, en medio de la plaza de la Ciudad. A
ambos lados del río, había arboles de vida que
fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus
hojas servían para curar a los pueblos”), remite en el
cuarto evangelio a ese Cristo del que dice la Escritura
que permanece para siempre (12,34: “Entonces la
multitud Le respondió: "Hemos oído en la Ley que el
Cristo permanecerá para siempre; ¿y cómo dices Tú:
'El Hijo del Hombre tiene que ser levantado'? ¿Quién
es este Hijo del Hombre?"”) y al Hijo que permanece
para siempre en la casa del Padre (véase 8,35: “y el
esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí
permanece para siempre”). El fruto que tendrán que
dar los discípulos es en definitiva el que da a través de
ellos el Resucitado, cuya voz se hace oír en los
discursos de despedida. En este versículo hay algo más
que una invitación, hay una promesa segura) ESTO
LES MANDO: QUE SE AMEN LOS UNOS A LOS
OTROS (Al final, el versículo 17 (“Esto les mando:
que se amen los unos a los otros”) forma inclusión
con el versículo 12 (“Este es Mi mandamiento: que se
amen los unos a los otros, así como Yo los he amado”)
al repetir el mandamiento por excelencia, pone un
sello a la cantata del amor.

Potrebbero piacerti anche