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MODERNO”.
II. EL DESARRAIGO
El hombre de hoy es un hombre que ha perdido sus arraigos. Sus raíces
tradicionales. El hombre es “orgánico” cuando se integra en un organismo,
como miembro de un cuerpo, cuando tiende puentes a realidades que lo
trascienden y enriquecen. El hombre inorgánico, por el contrario, es un ser
aislado mutilado amputado de las religaciones que normalmente debían
sustentarlo y darle vida.
Señalamos algunas de las manifestaciones de dicho desarraigo, el hombre
tradicional, aún el que no había pasado por las aulas, poseía una peculiar
formación doctrinal.
Un dato altamente expresivo de este desarraigo del hombre moderno es la
aparición de los productos llamados “descartables”. Anteriormente los objetos
del hombre, su reloj, su jardín, su casa, eran considerados como cosas
duraderas, Los muebles hogareños estaban cargados de recuerdos: Tales
fueron los muebles de mis padres, de mis abuelos. Lo mismo pasaba con las
propiedades rurales.
Hoy las cosas no tienen perduración, no pasan de generación en generación.
Todo es vendible, todo es intercambiable, justamente por que el hombre ha
perdido sus vínculos, sus arraigos. Todo es descartable, hasta la mujer en el
matrimonio.
III. LA MASIFICACIÓN
La palabra “masa” no designa aquí una clase social. Si no un modo de ser
hombre que se da hoy en todas las clases sociales y que por lo mismo
representa a nuestro tiempo, en el cual predomina. En el campo social, la
masa se da cuando un grupo más o menos numeroso de personas se agolpan
en base a idénticos sentimientos, deseos, actitudes, perdiendo en razón de
aquella vinculación, su personalidad en mayor o menor grado. El hombre de
masa no tiene vida interior, aborrece el recogimiento, huye del silencio;
necesita el estrépito ensordecedor, la calle, la televisión. A veces deja
encendida todo el día una radio que no escucha, acostumbrando a vivir con un
fondo de ruido. Vacío de sí, se sumerge en la masa, busca la muchedumbre,
su calor, sus desplazamientos. Lo peor es aquel hombre masificado le hacen
creer que por su unión con la multitud es alguien importante.
IV. EL IGUALTARISMO
Pasemos a otra característica del hombre moderno, su tendencia a la
igualación lo más absoluta posible. En una consecuencia de su sumersión en
la masa. Si pudiéramos penetrar en las mentes de estos hombres
estandarizados, se descubrirían nuevas semejanzas, más llamativas quizás
que las exteriores, los mismos criterios tomados de las mismas radios, las
mismas revistas, los mismos formadores de opinión, un vocabulario casi
idéntico, el que se aprende viendo la televisión, los mismos slogans políticos, el
mismo tipo de música, las mismas moda intelectuales, hoy aceptadas con
entusiasmo y mañana reemplazadas por otras, pero las mismas para todos.
La identidad de los miembros de una sociedad resulta siempre antihumana.
Por que es propio de los hombres la variedad, lo que permite una mayor
capacidad inventiva y la consiguiente fecundidad. La diversidad de la gente, si
no se desorbita, se vuelve enriquecedora, posibilitando el despliegue de las
distintas personalidades y su mutua complementación. Podríase decir que
cuanto más elevada es una civilización más se diversifican las funciones no
pueden sino ser desiguales.
La moderna tendencia al igualitarismo está estrechamente unida con el vicio de
la envidia. Nos parece genial la expresión de Víctor Hugo: “Si la libertad
desenfrenada se deriva del pecado de soberbia, el origen del principio de
igualdad absoluta en el pecado de envidia en que cayeron nuestros primeros
padres en el paraíso, al dejarse seducir por el pecado de la serpiente, “Se
abrirán vuestros ojos y seréis como dioses”.
V. LA ADICIÓN TELEVISIVA
La tesis de fondo es que el video esta produciendo una enorme transformación
merced a la cual el homo sapiens, producto de la cultura oral y escrita, se va
convirtiendo en homo videns.
En adelante pareciera que la vida toda encuentra su centro en la pantalla, y
ellos en detrimento de la palabra. No que ésta se contraponga necesariamente
a la imagen. Si se integran bien, si la imagen enriqueciera la palabra, se
trataría de una síntesis armoniosa. Pero no es así. El número de los que leen
está decayendo sensiblemente, en aras de la pantalla televisiva.
Muchas palabras, especialmente la que representa conceptos e ideas, no
tienen correlato alguno en cosas visibles, su contenido resulta intraducible en
forma de imágenes. La comunicación de ideas, que caracteriza al hombre
como animal simbólico, se realiza especialmente en y con el lenguaje. Tanto
los conceptos como los juicios que tenemos en la mente no son visibles si no,
intangibles. El imperialismo de la imagen va demoliendo el reino de la palabra y
de la inteligencia, con el consiguiente acrecentamiento de la estupidez y de la
necedad.
VIII. EL CONSUMISMO
Se lo ha calificado como hombre consumista, o de hombre que integra una
sociedad de consumo. Cuando el dinero, más allá de su fin natural, que es
determinar la equivalencia entre las cosas, domina seductoramente sobre los
que viven en una sociedad, está se convierte en un gran mercado, y su
habitante, en un ser productor y consumidor. Aquel “hombre económico” de
que hemos hablado tiene dos caras: el empresario, por una parte, y el
consumidor por otra.
No todos los empresarios, por cierto, ya que los hay verdaderamente
ejemplares, pero si la mayor parte de ellos, se dedican febrilmente a su
actividad hasta el límite de las posibilidades humanas. Todos y cada uno de los
momentos del día, del año, de la vida, todas las aspiraciones del espíritu, todas
las preocupaciones y anhelos se consagran a una sola cosa: la producción. Un
exceso tal de actividad acabada por destruir el cuerpo y corromper el alma.
Pero el hombre consumista no establece tales distinciones. Para él solo
cuestan los bienes terrenos, las cosas perecederas, como si fuesen definitivas,
es la era del plástico, tener y usar y tirar, volver a tener. La metafísica de la
nada, por la posesión de un montón de cosas y la muerte casi total de los
ideales.
Al hombre light no le interesan más los héroes y los santos, como en otras
culturas. Sus modelos son los que han triunfado económicamente, gente llena
de cosas, pero a la intemperie metafísica. A fomentar ese espíritu consumista
se abocan los que dirigen la televisión, creando necesidades, con frecuencia
ficticias, y elaborando casi todo el horizonte de anhelos del télevidante.
IX. EL HEDONISMO
Resulta evidente que el hombre de nuestro tiempo parece abocado a satisfacer
febrilmente su ansia de placeres, sean ellos honestos o no. Se trata de pasarla
lo mejor posible, a costa de lo que fuere, en busca incesante de sensaciones
placenteras, siempre nuevas y cada vez más excitantes.
Particularmente se ha buscado “liberar” el campo del sexo, que ocupa un lugar
privilegiado en aquella búsqueda ansiosa del placer que caracteriza al
hedonismo. Los rasgos típicos de la sociedad actual que hemos ido
analizando, la manifestación, el desarraigo, el igualitarismo, la falta de
interioridad, tienen no poco que ver con esta supresión del pudor.
X. EL RELATIVISMO
Caracterizase esta tendencia por una interpretación muy peculiar del concepto
de verdad, si no es conformidad de la inteligencia con el objeto considerado,
toda verdad es relativa en el sentido de que sólo es válida en relación con el
sujeto que piensa; por tanto, el bien, la ética, la religión, solo valen para el
sujeto o a la más para un grupo de sujetos. La verdad se vuelve entonces
relativa en el sentido de que existe para una persona y puede simultáneamente
no existir para otra.
XI. LA INFORMALIDAD
Otra expresión del hombre de hoy es su tendencia a la informalidad. El arte
moderno se ha desterrado la estética de las formas. Un gran exponente de esta
destrucción fue Pablo Picasso, el genio de lo disforme. Algo semejante acaece en
la música. En los círculos de los “hippies” se dijo que el fin del fin en la música es
tocar sucio. Hoy no se puede pretender ser un ídolo si no se esa dotada de una
vez voz cascada, rota, apagada, gutural o asexuada; “hay que cantar sucio”.
Frente a este culto de “informalidad”, muchas veces los padres y los superiores no
ejercen son el permisivismo. Es lógico, ya que el hombre para el cual nada es
verdad, el hombre relativista de que acabamos de hablar, es un hombre
radicalmente “tolerante”, en el peor sentido de la palabra.
XII. EL NATURALISMO
El hombre del naturalismo se abroquela en su naturaleza. No quiere ser ni ángel ni
bestia, ni tan alto ni tan bajo. Quiere ser simplemente hombre, y nada más. No le
interesa la felicidad que Dios le ofrece, le basta con esta felicidad que él podrá
alcanzar recurriendo a sus propias fuerzas y de la sociedad, una felicidad en la
Tierra. El racionalismo fue así uno de los arietes que empleó el naturalismo para
atentar contra el orden sobrenatural. Lo curioso y paradojal es que en los últimos
tiempos el hombre ha pasado con frecuencia del racionalismo al antirracionalismo
más salvaje.
La segunda vertiente del naturalismo es el liberalismo, pretende de toda forma y
con todo empeño destruir a la familia y sacarla de en medio. El liberalismo declara
la absoluta independencia y autonomía del individuo y la absoluta libertad en todas
las manifestaciones de su existencia. El hombre del naturalismo pretende ser el
hombre nuevo, un hombre hecho sobre los escombros de la visión trascendente,
que se encierra en el reducto de su propia naturaleza, frustrando así todo el
impulso hacia lo alto, de este modo, el naturalismo revela como la antítesis misma
del cristianismo.
XIII. EL INMANENTISMO
El hombre se encierra en sí mismo, y su pensamiento, dejando de ser
contemplativo, se vuelve activo y creador. En adelante el hombre es el punto
de partida y de llegada del pensar y del razonar. El inmanentismo filosófico se
vuelve absoluto, fundado la actitud antropocéntrica y soberbia del hombre
moderno, conocedor y creado del bien y del mal.
Pero el principio-inmanencia no se limita al plano filosófico si no que trata de
introducirse en la misma teología. El método de inmanencia, aplicado a la
filosofía, conduce fatalmente al ateísmo, si se aplica al orden sobrenatural,
negándose la distinción entre naturaleza y gracia, se llega inevitablemente a la
“muerte” del Dios vivo y a la disolución de la teología. En esta característica del
hombre de nuestro tiempo está estrechamente relacionada con el naturalismo
y el liberalismo.