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I

Una luz pobre ilumina un viejo banco de una parada de autobús. Un hombre de mirada vacía y
fría, de bombín en la cabeza, gabán negro demasiado grande para su estatura, pantalones y
camisa ajados y viejos al igual que sus zapatos; aguarda sentado, en silencio, con una maleta
entre sus pies. Revisa la hora en un reloj inexistente. Solo con sus ojos inspecciona el espacio de
un lado al otro. Silencio. Revisa la hora en un reloj inexistente. De uno de los bolsillos del gabán
saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca. Busca en los demás bolsillos un encendedor pero no
encuentra nada. Se pone de píe sin quitar el cigarrillo de su boca, busca insistentemente en sus
pantalones y camisa un encendedor que no aparece. Revisa la hora en un reloj inexistente.
Silencio. De repente sale apurado por el lado izquierdo del paradero perdiéndose en la
oscuridad.

II

El mismo espacio, del lado derecho de el paradero, ingresa un hombre de bombín en la cabeza,
con una maleta en la mano, un gabán negro demasiado pequeño para su estatura, pantalones
y camisa ajados y viejos al igual que sus zapatos; se detiene bajo la luz. Una larga pausa.
Mientras mira hacia el frente, inspecciona solo con sus ojos el espacio de un lado a otro. Revisa
la hora en un reloj inexistente. Saca de uno de los bolsillos del gabán un encendedor y en los
demás bolsillo rebusca un cigarrillo que no logra encontrar. Revisa la hora en un reloj
inexistente. Sin dejar el encendedor de su, busca insistentemente en sus pantalones y camisa
un cigarrillo que no aparece. Revisa la hora en un reloj inexistente. Silencio. De repente sale
apurado por el lado derecho del paradero perdiéndose en la oscuridad.

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