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TEMOR

La época en la cual por la voluntad de Dios nos ha tocado vivir está


llena de motivos que pueden producir temor. Que los atentados
terroristas, que el ántrax, que las guerras con armas biológicas, que
las enfermedades incurables, que la situación moral del mundo, que la
economía, etc., etc. La lista podría ser tan larga como queramos. Pero
en medio de esta marea de motivos para temer, se levanta la
poderosa voz de Cristo Jesús diciendo: No temáis. La vida
auténticamente cristiana se caracteriza por la ausencia del temor. Pero
antes de proseguir, debemos entender bien qué es el temor. Según el
diccionario, temor es la pasión del ánimo que hace huir o rehusar las
cosas que se considera dañosas, arriesgadas o peligrosas. Sobre la
base de esta definición, existen básicamente dos tipos de temores.
Uno que es benéfico, el cual nos ayuda a preservar la vida. Es este
temor el que nos hace mirar a uno y otro lado de la calle antes de
cruzarla. Es este temor el que nos hace huir de una serpiente
venenosa. Como hemos dicho, es un temor benéfico. Pero existe otro
temor que en lugar de ser benéfico es maléfico. Es el temor a cosas
que solo están en nuestra imaginación. Es el temor que nos impide
salir de la casa porque a lo mejor nos puede atropellar un auto. Es el
temor que nos impide a hablar a alguno de Cristo porque a lo mejor se
va a enojar. Es el temor que echa a perder la felicidad de una esposa
porque piensa que puede perder a su esposo. Es el temor a lo que
puede pasar en el futuro. Es este tipo de temor el que necesitamos
vencer. Este es un temor negativo, un temor que paraliza, un temor
que echa a perder el gozo de en la vida cristiana, un temor que
obstaculiza lo que Dios quiere para nosotros. Es un temor que no nos
permite ver las cosas como son en realidad. Este tipo de temor lo
padecieron los discípulos de Jesús cuando se encontraban en una
barca en medio del mar agitado por la tormenta. El relato aparece en
Mateo 14:22-27 donde dice: “En seguida Jesús hizo a sus discípulos
entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él
despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar
aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba
en medio del mar, azotado por las olas; porque el viento era contrario.
Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el
mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron,
diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida
Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo! Yo soy, no temáis!” Los
discípulos conocían muy bien a Jesús. Habían andado con él, habían
comido con él, habían dormido junto a él, habían aprendido de él. Sin
embargo, cuando se dejaron dominar por el temor y le vieron
acercarse a la barca andando sobre el mar, el miedo les hizo
distorsionar la realidad. Presas del pánico, se turbaron y llegaron a
una conclusión totalmente errada, pensando que Jesús era un
fantasma. Así es el temor, no nos permite ver las cosas como
realmente son. Pero más aún, el temor nos hace ver las cosas peor, o
más grave, o más complicadas de lo que realmente son. El temor es
como un lente de aumento que hace aparecer a los problemas más
grandes de lo que son en la realidad. Hace poco tiempo atrás nuestra
oficina en Quito fue objeto de un brutal asalto a mano armada. Luego
de maltratar y amarrar a las personas que estaban en ese momento
en la oficina, los asaltantes se llevaron absolutamente todo lo que
tuviera algún valor. Computadoras, teléfonos, todo el equipo del
estudio de grabación, vehículos, calculadoras, cámaras, dinero, en fin,
todo lo de valor. Las oficinas quedaron como si hubieran sido
arrasadas por un tornado. Lo único que no se llevaron fueron los
muebles y los libros de la bodega y la biblioteca. Al mirar el desastre,
nos invadió el temor. ¡Cómo puede ser posible! Y ahora cómo vamos a
seguir produciendo el programa radial. Parecía que era el fin de La
Biblia Dice… Pero casi inmediatamente, reconocimos que Dios es
soberano y que Dios está en control de todo y que si eso pasó es
porque Dios tiene su propósito. Dios no hace nada sin un buen motivo.
Agradecimos a Dios porque nadie salió herido en el asalto, evaluamos
la situación, diseñamos un plan de contingencia que permita seguir
adelante con el ministerio y prácticamente, en cuestión de semanas, el
Señor proveyó con generosidad para reemplazar todo lo robado con
cosas absolutamente nuevas. En un sentido, los asaltantes nos
hicieron un favor. Se llevaron las cosas viejas para que Dios nos dé
las cosas nuevas. Así es Dios. El temor nos hizo ver las cosas como si
no hubiera solución posible. Pero la realidad era que Dios estaba
trabajando detrás de bastidores. No es fácil librarnos de este temor
negativo. Es resultado de un proceso. Un proceso que comienza con
saber que Dios nos pone en situaciones de temor para ayudarnos a
confiar más en él. Eso fue lo que pasó con los discípulos en la barca
en medio del mar. ¿Acaso Jesús no sabía que se iba a levantar una
tormenta en el mar? Jesús sabe absolutamente todo. Sin embargo
Jesús hizo que los discípulos entren a la barca y se hagan a la mar.
¿Por qué? ¿Acaso Jesús se deleita haciendo asustar a sus
discípulos? Ciertamente no. Jesús diseñó y permitió todo para enseñar
una gran lección a sus discípulos. La lección es que Jesús es
suficiente para calmar no sólo la tormenta en el mar, sino las
tormentas en la vida. Dios nos pone en situaciones de temor para
ayudarnos a confiar más en él. Para vencer el temor en nuestras
vidas, necesitamos también saber que el Señor nos vigila cuando
estamos ante las circunstancias que producen temor. Volviendo a la
historia de los discípulos en la barca en medio del mar, mientras los
discípulos estaban bregando contra el mar embravecido, ¿Qué estaba
haciendo Jesús? Dice el texto que Jesús subió al monte a orar aparte.
Qué interesante. El texto no nos da los motivos por los cuales estaba
orando Jesús, pero me atrevo a pensar que estaba orando por ese
puñado de discípulos que llenos de temor se aferraban precariamente
a esa barca. La lección es que en los momentos de temor, nunca
estamos solos. Jesús está en nosotros, con nosotros y por nosotros.
Para vencer el temor también es necesario saber que Dios nos trae la
paz por medio de Jesucristo. Juan 14:27 dice: “La paz os dejo, mi paz
os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro
corazón, ni tenga miedo.” La vida libre de temores no es el resultado
de la fuerza de voluntad. Es el resultado de la presencia de Cristo
Jesús en el corazón. Sin Cristo Jesús en la vida no es posible librarse
del temor. Además de tener a Cristo en el corazón es necesario
obedecer lo que él ha dicho en su palabra. Ponga mucha atención a lo
que dice Proverbios 3:21-26 “Hijo mío, no se aparten estas cosas de
tus ojos; guarda la ley y el consejo, y serán vida a tu alma, y gracia a
tu cuello. Entonces andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no
tropezará. Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te
acostarás, y tu sueño será grato. No tendrás temor de pavor repentino,
ni de la ruina de los impíos cuando viniere, porque Jehová será tu
confianza, y él preservará tu pie de quedar preso.” Allí lo tiene amable
oyente. La obediencia a lo que Dios dice en su palabra trae como
resultado libertad del temor, una confianza para andar por el camino
que Dios ha trazado, una paz y tranquilidad al dormir y una seguridad
en cuanto a lo que pueda pasar en el futuro. Los temores se
multiplican cuando deliberadamente desobedecemos algo que Dios ha
dicho en su palabra. El hombre que anda bien con Dios no tiene nada
que temer. Otro requisito para librarnos del temor es identificar en su
palabra las promesas que tienen que ver con el temor y apropiarnos
de ellas. Son muchas las promesas de Dios acerca del temor en su
palabra. Por ejemplo aquella que se encuentra en el Salmo 34:4
donde dice: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis
temores.” Qué hermoso. La búsqueda sincera de las cosas de Dios,
trae como premio la libertad de los temores. Mientras más conocemos
a Dios menos motivos para temer. Juan Knox fue un hombre que por
servir a Dios desafió el poder político de su tiempo. Al morir pusieron
en su lápida el siguiente texto: Aquí yacen los restos de un hombre
que temió tanto a Dios que no temió a ningún hombre. Por último, para
librarnos del temor es necesario vivir en amor. Observe lo que dice 1
Juan 4:18 “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa
fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que
teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” La vida auténticamente
cristiana se caracteriza por la ausencia del temor.

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