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Algo que llama la atención en la relación de Jesús con sus discípulos es que en ningún momento
les enseña a predicar y a anunciar, sin embargo, sí que les enseña a orar. Jesús ante la pregunta de
sus discípulos “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1) les enseña a relacionarse con el Padre a través
de la oración. Jesús les da la herramienta fundamental para seguirle incluso cuando Él ya no esté.
Con la oración, con el diálogo con Dios y la invocación del Espíritu, reciben la fuerza necesaria para
salir afuera a predicar, para lograr que no sean sus palabras las que salgan de sus bocas sino las
que Él quiere que salgan, para llegar a hacer cosas impensables para ellos.
Por todo ello, la oración debe ser la base de todo cristiano que quiera seguir a Jesús al cien por
cien. A continuación te dejamos una serie de actitudes y herramientas que te pueden ayudar en
este encuentro con Dios.
a) El silencio
El cristiano, no reza con una preocupación de “utilidad” ni siquiera espiritual, sino con el ánimo
pronto a una alabanza desinteresada y gratuita. Hemos de cultivar una actitud importante para
poder orar con profundidad: el silencio, sobre todo el silencio interior. Tanto a nivel personal
como en grupo, ésta es una cualidad que se necesita para llegar a una auténtica experiencia de
oración: saber crear y vivir el silencio interior.
El silencio interior.
Para orar es preciso crear un ambiente interior, un “clima” para escucharse y escuchar a Dios,
entrar en contacto interpersonal con Él. Es el silencio interior, la atmósfera necesaria para que la
Palabra de Dios resuene en nosotros y para que las palabras que nosotros mismos decimos o
cantamos nazcan desde dentro y estén en sintonía con nuestro espíritu.
Pero este silencio interior nos cuesta mucho hoy. No consiste en ‘callar y aguantar’. El silencio no
es para soportarlo sino para que nos ayude a disponer mejor toda nuestra persona en la oración.
Saber ‘hacer el vacío’ y meditar es un ejercicio que cada vez resulta más difícil. Estamos
sumergidos en toda clase de palabras, sensaciones, imágenes, prisas, ruidos, reclamos
consumistas y evasivos: ¿será que el hombre de hoy va perdiendo el gusto y la capacidad del
silencio y de la soledad? Incluso dentro de nosotros mismos escasea ese ‘gusto’ y esa ‘capacidad’
de silencio y de encuentro con uno mismo. Los recuerdos, los intereses, las preocupaciones, los
deseos: todo eso puede matar de raíz la posibilidad de que ‘escuchemos’ de verdad la palabra que
se lee, o se canta o nosotros u otros decimos. El ruido exterior es fácil de evitar. Pero el interior es
el que más estorba. Las piedras que más molestan para caminar no son las que hay en el camino,
sino las que se han metido dentro del zapato…
Pero, sobre todo, la mayor dificultad para lograr el silencio interior es el miedo al silencio. El
silencio se convierte en una pesada carga que nos enfrenta a nosotros mismos, y eso… no lo
queremos. Nos asusta quedarnos a solas con nosotros mismos, con nuestra debilidad, con nuestra
pobre realidad, con lo que realmente somos.
Por eso el silencio interior es un reto que hemos de afrontar ante nosotros mismos, ante nuestra
propia honradez personal, para que no nos engañemos. El silencio interior es una ‘zona verde’
vital, es pulmón por donde se airea el espíritu interior de toda persona.
El silencio exterior es camino para llegar al silencio interior. Pero a veces tan sólo que queda en
apariencia y lo que en realidad refleja es ignorancia, aburrimiento, apatía, miedo, huida,
aislamiento… El silencio interior ‘sabe’ a presencia, apertura, paz, confianza, paciencia, esperanza,
encuentro. No es huida del exterior ni cobardía, sino trampolín que nos sitúa ante una verdadera
presencia.
Ya Jesús nos avisó: “Cuando oréis, no digáis muchas palabras, como los paganos, que piensan ser
escuchados por su palabrería”. Cuando Pablo nos quiso explicar qué clase de oración nos inspira el
Espíritu en lo hondo de nuestro ser, lo resumió en una sola palabra: “ABBA, PADRE” (Gál 4,6). Es
una sola palabra, pero es la oración más rica que se puede pronunciar, si resuena en nuestro
silencio interior.
El silencio ante Dios implica ‘pobreza de espíritu’. Sabe escuchar en silencio sólo aquél que no
tiene de qué vanagloriarse, el que no es autosuficiente y se siente necesitado de Dios, de su
Palabra, de su Espíritu. Porque orar es admitir a Dios en nuestra vida, dejar que pase por nuestra
realidad, y para eso el mayor estorbo es la falta de sitio, el estar lleno de uno mismo. Sólo el que
sabe hacer silencio interior puede escuchar la voz de otro y entablar un diálogo auténtico. Moisés
dijo a su pueblo: “Guarda silencio y escucha, Israel; y escucharás la voz del Señor tu Dios” (Deut
27,9).
Sucede a veces que las celebraciones comunitarias resultan agitadas, llenas de cantos, lecturas,
moniciones, explicaciones, contenidos… y tantas veces sobran muchas palabras. Tampoco se trata
de irse al lado contrario y estar callados de manera continua. Hay que encontrar el equilibrio entre
los contenidos de la oración que hemos de pronunciar o escuchar y el silencio interior que nos
ayude a todo ello.
Por eso es importante que en medio de cantos, lecturas, reflexiones y oraciones haya momentos
de pausa, de silencio, en los que no se cante nada, nadie diga nada, no haya palabras. Si bien
puede ayudarnos el sonido de una música de fondo.
Las pausas y los silencios dentro de una celebración comunitaria contribuyen a que no seamos
espectadores mudos (o demasiado habladores) que ‘tragamos’ la oración sin digerirla; el silencio
nos ayuda a comprometernos más en la oración, a ponernos en mejor disposición para orar.
b) La sencillez
Muchas veces somos nosotros quienes hacemos de la oración una experiencia llena de
dificultades. Pero no puede ser que la oración sea una cosa tan difícil, porque Jesús la pide a todos.
Así que debe ser una cosa sencilla, aunque sea con esa ‘difícil facilidad’ que sólo los pequeños y los
sencillos saben captar. Ya Jesús daba gracias al Padre porque las cosas del Reino las entienden sólo
los pequeños. Los pobres, los ‘anawim’ de Dios, son los que conociendo su propio límite y
debilidad se abren a Dios confiadamente, los capaces de admirar, alabar, pedir cada día. No dan
grandes explicaciones para orar, sino que con sencillez y naturalidad, sintiéndose hijos, entran en
diálogo con Dios. Sólo los pobres saben orar. Es como el que no escribe a sus padres o a un amigo,
porque teme que se ría de sus faltas de ortografía. Dios no se reirá y nos entenderá siempre.
El secreto de esta ‘difícil sencillez’ de la oración está en la actitud interior con que oramos. Y esta
actitud no puede ser otra que la convicción de que Dios está presente. No importa tanto lo que
nosotros somos o sabemos. Lo que fundamentalmente importa es lo que Dios es y hace. Él nos
acepta y ama. Ésta es la convicción radical: sabernos amados por Dios, no por nuestros méritos ni
por nuestras obras, sino porque Dios quiere.
c) La gratuidad
Buena parte de las dificultades que sentimos ante la oración se deben a que la hemos considerado
con preferencia en su aspecto utilitario: un medio para consolarnos, para pedir, para alimentar
nuestra religiosidad, para mantenernos en forma espiritual… Siempre ‘un medio para…’.
La sociedad en que vivimos nos ha impregnado, también para lo espiritual, de su sentido de lo útil,
lo que sirve, lo que es productivo… Tendemos a medirlo todo bajo ese criterio de contabilidad.
Casi podríamos decir de “consumo espiritual”.
¿Qué es la gratuidad?
– Tener capacidad de admirar lo bueno y hermoso que hay a nuestro alrededor, sobre todo lo que
Dios ha hecho en la creación, en la historia y en los acontecimientos salvadores de la vida y la
muerte de Cristo Jesús.
– Saber alabar, bendecir y dar gracias a Dios sin preocupación por encontrar las palabras
adecuadas, ni por resolver demasiados problemas que nos inquieten o uno determinado.
– Tener el ánimo dispuesto a la contemplación serena de las cosas del Espíritu, del Plan de
salvación que Dios ha revelado en la historia, meditando su Palabra, saboreándola en el silencio
interior del corazón, sumergiéndonos en ese clima gratuito, no utilitario, que es el propio de la
verdadera amistad, allí donde podemos disfrutar de las dimensiones más sencillas y profundas de
la vida.
Si la oración la “medimos” con el rasero de la utilidad no la llegaremos a saborear nunca: nos falta
la disposición de ánimo para poderla disfrutar. Poder “malgastar” media hora, no precisamente
para aprender, ni para progresar en catequesis, ni para discutir temas pastorales, ni para hallar
una solución a nuestros problemas… sino para cantar, para alabar, bendecir a Dios, para escuchar,
sumergirnos y contemplar su Palabra, para dejarnos conquistar por ella y gozarnos en su
presencia, alegrándonos también de la compañía de nuestros hermanos: todo eso es el mejor
signo de nuestra libertad interior y de la calidad de nuestra fe.
Es verdad que muchas veces en la oración encontramos instrucción y consuelo y luz y fuerza para
el camino. Y en ella pedimos a Dios ayuda para nuestros problemas. El mismo Señor nos enseñó a
rezar: “Danos hoy nuestro pan de cada día…”. Pero eso no es lo principal y no debe agotar toda
nuestra oración.
d) La actitud corporal
La oración no es algo que exclusivamente se da en el interior del hombre. Así como es todo el
hombre el que ama, el que siente y el que actúa, desde su unidad integral, lo mismo sucede en la
oración. No sólo “tenemos” un cuerpo, sino que “somos” cuerpo. En este sentido, nuestras
celebraciones litúrgicas, en general, han perdido progresivamente en expresividad corporal. El
ponernos de pie, de rodillas, va siendo algo menospreciado por no saber su significado. Esto
empobrece nuestra celebración.
La expresión de las posturas corporales puede ser un factor interesante en la dinámica de una
celebración comunitaria. La uniformidad del gesto exterior unifica actitudes internas y contribuye
a una corriente de comunicación en el grupo. La postura que nuestro cuerpo adopte en los
momentos de la oración y de la liturgia tiene su sentido, influye en la oración. Y en el momento de
rezar juntos, por ejemplo, es bueno llegar a una uniformidad de posturas corporales en los
momentos más importantes y significativos de la celebración: es un signo de comunidad y unidad
de la asamblea.
e) Frecuencia de la oración.
Nuestra pregunta por la frecuencia de la oración (¿cuándo tenemos que orar?) recibe en el Nuevo
Testamento la siguiente respuesta: “orad incesantemente” (1Tes 5,17; Ef 6,18; Lc 21,36). Tal
mandamiento es difícil de cumplir. Por eso, estas palabras son entendidas como una
recomendación que se refiere a la oración “en nuestro espíritu”. Pero conviene comprenderlas
bien. “Orad siempre” se refiere a la actitud. El cristiano, para serlo de verdad, necesita vivir en
actitud orante y esta actitud es una disposición permanente. La actitud orante origina una
determinada posición de la persona que afecta a esa raíz misma del ser personal que se refleja en
la conciencia, las decisiones fundamentales, la orientación de la vida. Orar significa vivir o ser de
una determinada manera. Una actitud así no puede ser intermitente.
Habrá que orar tanto y con tanta frecuencia como sea necesario para que hagamos realidad la
permanente actitud de oración. Es posible que la medida concreta de la frecuencia sea diferente
para cada uno e incluso varíe en las distintas etapas de la vida de oración de cada persona. Pero tal
vez existen principios generales que ayudan a cada persona a encontrar el ritmo de oración que
necesita.
Parece difícil que la presencia de Dios pueda acompañar el conjunto de nuestra vida sin que unos
actos concretos nos permitan reconocerla cada día. Naturalmente las condiciones no siempre
ideales que la sociedad impone a nuestra vida condicionarán las formas concretar de nuestra
oración diaria.
La experiencia de muchos cristianos muestra que no resulta positivo para la vida de oración
suprimir, por la escasez de tiempo, el ritmo diario de algún rato de oración pretendiendo
compensarlo con momentos más largos semanales o mensuales.
La falta de ejercicio diario de esa actitud lleva a la atrofia de las dificultades y a una mayor
dificultad de los actos. En cambio, la fidelidad a unos actos diarios de oración, aunque sean breves,
mantiene viva la atención a la presencia de Dios y lleva a la búsqueda de encuentros más amplios
cuando las circunstancias lo permitan: fines de semana, tiempo de vacaciones…
Tema : Oración de fe y eficaz
LA ORACIÓN FERVIENTE Y EFICAZ – Santiago 5:16-18
“Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La
oración del justo es poderosa y eficaz. 17 Elías era un hombre con debilidades como las nuestras.
Con fervor oró que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y medio. 18 Volvió a
orar, y el cielo dio su lluvia y la tierra produjo sus frutos.“ (Santiago 5:16-18)
Aquí, se nos instruye a orar unos por otros, especialmente para aquellos que están luchando
físicamente y espiritualmente. Y a medida que continuamos leyendo, Santiago nos recuerda que
Elías era un hombre como nosotros, que era capaz de orar y llevar a cabo los propósitos de Dios
como nos debemos. Él oró con fervor y su oración era llena de pasión. La Palabra de Dios nos dice
que oró “con fervor” y el buscaba a Dios con todo su ser.
¿Qué motivó a Elías a orar con tanta pasión? En primer lugar, su comprensión de Dios lo movió a
orar fervientemente. Elías sabía a quién él estaba orando. Él sabía que Dios tiene todo el poder. Él
entendió que el Señor podía hacer lo imposible. Elías oró fervientemente porque su fe estaba en
Dios y no en sus oraciones.
Para muchos, Dios es “demasiado pequeño” y dudan de Su poder y habilidad. Ellos carecen de la
fe y sus oraciones no son contestadas. Por otro lado los que crecen en el conocimiento y
comprensión de Dios Todopoderoso, Su grandeza, soberanía y santidad aprenden a orar con
fervor y con eficacia.
La situación en la cual Elías vivía y estaba siendo confrontado, lo llevó a buscar la guía y dirección
de Dios; por lo tanto, esperó en Dios para hablar y contestar sus oraciones. Deberíamos hacer lo
mismo. Cuando miramos alrededor y vemos los perdido, personas lastimadas y heridas, esto debe
llevarnos a orar fervientemente. Cuando vemos personas que niegan la voluntad y la Palabra de
Dios, esto debería desafiarnos y movernos para orar con todo nuestro corazón. Cuando vemos la
iglesia impotente e ineficaz, debería acelerar nuestra búsqueda de Dios.
Debemos, sin embargo, no dejar que las condiciones que nos rodean nos abruman; tenemos que
buscar a Dios y descansar en Él. Sería fácil quedar abrumado si nos fijamos en las condiciones que
nos rodean. La necesidad es enorme y puede ser desalentadora. Sin embargo, esto es porque
debemos buscar a Dios. Es por esto que debemos correr a Él y descansar en la sombra del
Omnipotente. Es sólo cuando nos corremos a Él, descansamos en Él, y derramamos nuestro
corazón a Él que podemos enfrentar y resolver las condiciones que nos rodean y ser fortalecido
para hacer Su voluntad, y alcanzar a los perdidos.
Jesús nos enseñó a orar con fe: “Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén
pidiendo en oración, y lo obtendrán” (Marcos 11:24). Por lo tanto, cuando oramos según la
voluntad de Dios y con fe en Sus promesas, tenemos que seguir perseverando y no perder de vista
lo que se ha solicitado hasta que Dios ha cumplido Su promesa. (1 Reyes 18:43-44)
Debemos perseverar en nuestras oraciones. Sin embargo, hay obstáculos que dificultan el
cumplimiento de la promesa; pecado no confesado que nos separa de Dios, de modo que Él no
oiga, (Isaías 59:1-2). Luego está Satanás, y su constante oposición a los planes de Dios, como
vemos en (Daniel 10:12-13). Puede ser también que nuestro corazón necesita ser purificado
porque quien cierra sus oídos al clamor del pobre, llorará también sin que nadie le responda,
(Proverbios 21:13). Sea lo que sea, tenemos que arreglar las cosas con Dios y en seguida tenemos
que perseverar hasta que llegue la respuesta.
En el Monte Carmel, Elías oró siete veces; el amigo insistente que vino a la medianoche imploró
hasta que recibió (Lucas 11:5-8). La viuda que insistía al juez injusto en pedirle: “Hágame usted
justicia contra mi adversario” (Lucas 18:1-5). Estés son ejemplos de perseverancia en la búsqueda
de respuestas. Así que, si creemos en la promesa de Dios sin dudar, oramos hasta que recibamos
la respuesta, recordando que sólo la perseverancia en la oración puede triunfar.
Tenga en cuenta que Elías tenía la misma naturaleza que tenemos, pero el oró con poder y
positivamente. Podemos hacer lo mismo. Si aprendemos a perseverar en la oración, su fruto es
siempre más abundante, cada vez más evidente, y vamos obtener, como Jesús lo obtuvo, que
traerá el honor y gloria al Padre.
El verdadero poder en nuestras vidas comienza con la humildad. Y la humildad ante Dios
Todopoderoso puede resultar en que Su Santidad ser impartida a nosotros. Consecuentemente la
santidad traerá sanación, felicidad, salud, alegría, coraje, paz y la vida eterna.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo.” (1
Pedro 5:6)
Tema : Oración en el espíritu santo
1 Corintios 14:15
INTRODUCCIÓN
A. ¿Qué pasaría si usted se encontrara un día con Dios?
1. ¿Cómo reaccionaria?
2. ¿Cómo se comportaría?
3. ¿Qué quisiera decirle?
B. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento
C. Pablo sabía que la oración es importante Romanos 15:30
D. Muchos cristianos no ponen interés en la oración puede ser usted.
E. Vamos a hablar sobre la devoción que debemos tener en la oración.
4. Cuando usted Ora o cuando pone atención a una usted:a. ¿Se concentra?b.
¿reflexiona. ¿Siente?
CONCLUCION
¿Qué es la oración?
¿A Quién oramos?
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos… (Mateo 6:9).
¿PUEDE TODO EL MUNDO ORAR a Dios como a un Padre? No, sólo los que pertenecen a la familia
de Dios pueden llamarle "Padre". Solamente hay una oración que Dios oirá de una persona
inconversa: la oración pidiendo perdón por los pecados. Dios siempre escucha esta oración de un
inconverso.
Si queremos que Dios responda a nuestras oraciones, debemos orar en el nombre de Jesús. El
Señor Jesús dijo:
EL SEÑOR JESÚS ES NUESTRO GRAN INTERCESOR en el Cielo. Oramos al Padre en Su Nombre. Sólo
por lo que Jesús es y por lo que Él ha hecho es que Dios oye y responde a nuestras oraciones.
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos… (Romanos 8:26).
¿INFLUYE REALMENTE LA ORACIÓN EN LAS ACCIONES DE DIOS? Sí, influye. ¿Cómo lo sabemos?
Porque Dios así lo dice. El Señor Jesús dijo:
En este versículo, el Señor nos dice claramente que lo que Él hace depende de nuestras peticiones.
SI PIDES… YO HARÉ
Dios es omnipotente; Él puede hacer cualquier cosa que quiera. Pero Dios ha elegido usar nuestras
oraciones para efectuar Su obra aquí en esta tierra. ¿Ves ahora por qué es tan importante la
oración?
La oración no es simplemente pedir a Dios muchas cosas. Hay tres formas principales de oración:
(1) Comunión, (2) Petición, y (3) Intercesión. Consideremos estas.
Comunión
Esto es compañerismo con Dios. Leemos la Palabra de Dios para que Él pueda hablarnos; luego nos
acercamos a Él en oración. Le adoramos; Le reverenciamos, Le alabamos; Le damos gracias por Sus
bendiciones; le decirnos cuánto Le amamos.
La comunión también incluye confesión, porque no podemos comunicarnos con Dios si hay
pecados en nuestra vida que no hemos confesado.
LA COMUNIÓN CON DIOS es absolutamente esencial. Es por medio de la comunión con Dios que
llegamos a conocerle y a experimentar Su poder. La Biblia dice: "El pueblo que conoce a Su Dios, se
esforzará, y hará".
Petición
Esto es pedir a Dios lo que necesitamos. Necesitamos muchas cosas. Necesitamos fuerza para
vencer la tentación. Necesitamos sabiduría. Necesitamos poder para servir a Dios eficazmente.
Necesitamos dirección divina para hacer nuestras decisiones. Necesitamos alimento, ropa y otras
cosas necesarias.
¿DÓNDE DEBEMOS BUSCAR para obtener la provisión de lo que nos es necesario? ¡Debemos
buscar en Dios! Él es nuestro Padre celestial. Nos ama, y se deleita en que nos acerquemos a Él en
busca de lo que necesitamos. El Señor Jesús dijo:
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro
Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:11).
CUANDO NECESITES ALGO, pídelo a Dios. Continúa pidiendo. Muchas veces carecemos de cosas
sencillamente porque no las hemos pedido a Dios. La Biblia dice:
No, Dios no siempre contesta nuestras oraciones. Hay dos condiciones que debemos cumplir si
queremos que Dios conteste nuestras oraciones:
Si pedimos a Dios algo que no está de acuerdo con Su voluntad, no nos lo dará. Debiéramos estar
muy agradecidos por esto, porque no siempre sabemos qué es lo mejor para nosotros. Un niño
puede pedir a su padre una hoja de afeitar o un cuchillo afilado, pero el padre ama a su hijo y sabe
que éstos le ocasionarán sufrimiento, así que no le concede la petición a su hijo.
LA ORACIÓN MAYOR QUE PODEMOS ORAR a Dios es: "Hágase Tu voluntad". Esto demuestra que
confiamos en el amor y sabiduría de Dios. Podemos pedir las cosas que deseamos, pero, en todas
nuestras oraciones, debemos orar: "Hágase Tu voluntad".
Esto quiere decir que nuestra vida debe agradar a Dios. Dios no contesta las oraciones de los
cristianos mundanos y desobedientes. Pero se deleita en responder a las oraciones de aquellos
cuyas vidas le son agradables. La Biblia dice:
Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que
pidiéremos la recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son
agradables delante de él (1 Juan 3:21-22).
Todo cristiano debe de saber cómo comunicarse con Dios de una manera
efectiva. La oración es el modo efectivo de comunicación con Dios.
Aunque nuestro deseo sea vivir en una buena comunicación con Dios, no
será fácil lograr nuestro objetivo. Sabemos que muchos hombres de
oración lo alcanzaban fácilmente. Por ejemplo el rey Salomón:
Luego se puso Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la
congregación de Israel, y extendiendo sus manos al cielo, dijo: Jehová Dios de
Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, que
guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que andan delante de ti con
todo su corazón; que has cumplido a tu siervo David mi padre lo que le
prometiste; lo dijiste con tu boca, y con tu mano lo has cumplido, como sucede
en este día. Ahora, pues, Jehová Dios de Israel, cumple a tu siervo David mi padre
lo que le prometiste, diciendo: No te faltará varón delante de mí, que se siente
en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden mi camino y anden delante
de mí como tú has andado delante de mí. Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel,
cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo David mi padre. Pero ¿es verdad que
Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te
pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado? Con todo, tú
atenderás a la oración de tu siervo, y a su plegaria, oh Jehová Dios mío, oyendo
el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti (1 Reyes 8:22-28).