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La obra de la redención debía restaurar en el hombre la imagen de su Hacedor,

devolverle la perfección y promover el desarrollo del cuerpo, mente y alma, a fin de


cumplir el propósito divino de su creación.
Ese es el objeto de la educación.
Volver a estar en condiciones de vivir con Dios, recuperar la posibilidad de vivir en el
Paraíso.
Dios es la fuente de todo conocimiento y el principal objetivo de la educación es dirigir
nuestra mente a la revelación que él hace de sí mismo.
Adán y Eva recibieron ese conocimiento comunicándose directamente con Dios. El
pecado nos privó de una comunicación directa con El y del conocimiento que podíamos
obtener de sus obras solamente recibimos una revelación parcial e imperfecta.
Necesitamos la revelación más plena que Dios nos dio por medio de la Biblia.
Creados a imagen de Dios, contamos con una facultad semejante a la de Dios: la
individualidad, la de pensar y hacer.
“La obra de la verdadera educación consiste en desarrollar esta facultad, en educar a los
jóvenes para que sean pensadores, y no meros reflectores de los pensamientos de otros
hombres. En vez de restringir su estudio a lo que los hombres han dicho o escrito, los
estudiantes deben ser dirigidos a las fuentes de la verdad, a los vastos campos abiertos a
la investigación en la naturaleza y en la revelación. Contemplen las grandes realidades
del deber y del destino, y la mente se expandirá y robustecerá.” La educación p. 18.
Es más que simple disciplina mental y preparación física.
Es fortalecer el carácter, de modo que no se sacrifiquen la verdad y la justicia al deseo
egoísta o la ambición mundana.
Es fortalecer la mente contra el mal.
Cada motivo y deseo de la mente se amoldan a los grandes principios de la justicia.
Conociendo la perfección del carácter divino, la mente se renueva y el alma vuelve a
crearse a su imagen.
Leamos Job 28:15-18.
Ante cada estudiante se abre un camino de progreso continuo, alcanzar un objeto, lograr
una norma que incluya lo bueno, puro y noble.
Progresará tan rápidamente e irá tan lejos como le fuere posible en todos los ramos del
verdadero conocimiento.
“El que coopera con el propósito divino para impartir a los jóvenes un conocimiento de
Dios y modelar el carácter en armonía con el suyo hace una obra noble y elevada” La
educación p. 19.
Al tener el deseo de alcanzar el ideal de Dios, presenta una educación tan elevada como
el cielo y tan amplia como el universo, una educación que no se puede completar en esta
vida, sino que continuará en la venidera.
En el Jardín del Edén, Adán y Eva aprendían de los labios mismos del Creador.
En la época de los patriarcas la familia era la escuela y los padres los maestros, que
entre colinas y valles estudiaban y meditaban, aprendiendo de Dios y sus obras.
Después de tantos años de cautiverio en Egipto, Israel no estaba en condiciones de
continuar el plan educativo de Dios y debieron aprender por medio del Santuario:
Leamos Exodo 31:1-6. ¡Qué escuela la del desierto! Dios enseñando a los constructores.
Todos cooperaban, con recursos y talentos, preparando el edificio material y también el
espiritual.
Establecidos en Canaán,

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