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CONTEXTO HISTÓRICO

L´État c´est moi (“el Estado soy yo”). Estas palabras, las más memorables del
Siglo XVII, fueron pronunciadas por Luis XIV, el Rey Sol, un monarca
absolutista que gobernó Francia de 1643 a 1715: con ellas quería significar que
su poder no tenía límites. Con esta consigna, que no sólo era aplicable en
Francia, alcanzó su cenit en Europa el extraordinario poder de este rey, que
marcó el ritmo de la cultura, la economía y la política europeas.

Reconociendo la influencia que el arte y la arquitectura tenían sobre la


sociedad, utilizó ambos como herramientas para proyectar y controlar su idea
de gobierno centralizado.

Todos los objetos decorativos – ropas, interiores y muebles – eran diseñados


para expresar su estilo de vida y su espíritu de orden, disciplina y control del
gobierno.

El Siglo XVII pertenece a Francia. Una nueva era de refinamiento se extendió


por toda Europea. La sociedad privilegiada cultivó la elegancia y Francia
encabezó el camino de esta nueva gran época. Los franceses introdujeron las
reglas de la etiqueta: en la mesa, por ejemplo, empezaron a utilizarse
habitualmente el cuchillo y el tenedor. El idioma francés era hablado por las
clases altas en todo el continente.

Sin embargo, los privilegios tienen un precio. La guerra de los Treinta Años
(1618-1648) provocó tensiones religiosas y dividió el norte y el sur de Europa
en un cisma protestante y católico, respectivamente. Alemania y España
cayeron en declive y en Inglaterra estalló la guerra civil. La razón hay que
buscarla en la monarquía: el concepto medieval de los derechos divinos del
reinado fue cambiando porque algunos creían que el rey debía escuchar a los
representantes del pueblo. Los consiguientes problemas condujeron a
Inglaterra a un declive cultural: se cerraron los teatros y el rey fue decapitado.
El puritanismo y la represión se extendieron por el país.

La dominación española e italiana comenzó a declinar. Finalizar los días del


Renacimiento florentino. No obstante, Roma aún conservó la preponderancia
artística del siglo y el estilo cultural, el barroco. Este término es de origen
italiano y portugués (significa “perla irregular”). La pintura y la arquitectura
barrocas fueron introducidas por los católicos italianos y después por Luis XIV,
al servicio de la propaganda de la Contrarreforma.

La idea era que, en la medida en que el arte influye directamente en los


sentidos, puede ser utilizado para plasmar y mostrar la belleza y la riqueza que
encierra el catolicismo. En la vanguardia del movimiento artístico barroco
romano destacó el pintor Michelangelo Merisi da Caravaggio (1573-1610). Sus
pinturas tipifican el estilo barroco porque concentran la atención en el drama
esencial del momento, pasando por alto o suavizando detalles superficiales e
irrelevantes y retratando las formas humanas como corresponde, lo más cerca
posible de las naturales.

Hoy el término “barroco” se utiliza para describir el arte y la cultura que triunfó
en Europa entre 1600 y 1750. Este movimiento artístico comprendía tres estilos
principales.

El barroco extravagante u operístico, que describe el gusto de Italia y Flandes,


está vinculado a la invención de la ópera a principios de siglo y al pomposo
estilo de las iglesias que se construyeron en Roma. El barroco realista creció
mediante un acercamiento de la pintura y se desarrolló gracias a los grandes
artistas del momento. Caravaggio en Italia, Velázquez en España y Rembrandt
en Holanda. El barroco clasicista surgió de las redondeadas formas de la
arquitectura patrocinada por la corte de Luis XIV, representadas por el frío y
severo espíritu de los diseños de Perrault para la fachada del Louvre y por el
palacio de Versalles.

Construido entre 1660 y 1680 por Le Vau, J. Hardoin Mansard y Le Nôtre (que
diseñó el jardín), Versalles era el hogar de la elegancia para los europeos. La
corte de Luis roñaba los diez mil habitantes permanentes: cinco mil vivían en la
corte y otros tantos atendían a sus necesidades. Una permanente sucesión de
fiestas y festivales celebraban la gloria del rey y eran presenciados por una
multitud que colaboraba en esta adoración pública. Nany Mitford ha comparado
el palacio con un espléndido escaparate. Pero Luis tenía un firme control sobre
la situación: rígidas reglas y normas de etiqueta mantenían a raya a la corte y
la espontaneidad fue desterrada. La vida en la corte era un gran ritual de teatro
dirigido por el Rey Sol.

El traje cortesano reflejaba el gusto clasicista del rey. Los cortesanos aparecían
con grandes pelucas rizadas, altos tacones y prendas perfectamente
confeccionadas, con toques de encaje y cintas en cascada. En la corte, las
mujeres llevaban lujosos vestidos de seda y brocado y en sus colas deslizantes
eran sostenidas por jóvenes pajes.

Como en todos los centros elegantes, la sociedad llegaría a cansarse de la


opulencia de Versalles. Pero, a la vez, la vida decadente que representaban Luis
y su círculo cercano proporcionaba inspiración estética a Europa. Las cortes y la
nobleza del continente trataban de imitarle en toda su gloria. La Restauración
inglesa de 1660, por ejemplo, presenció el regreso a casa de Carlos II, después
de una década en Francia y la formación de una corte reflejo de la del Rey Sol,
aunque comparativamente menos elegante.
A pesar de la gran influencia de Luis y de las monarquías europeas en general,
el poder de la nueva clase media no podría ser subestimado. En el Siglo XVII se
desarrolló una nueva clase urbana, literaria y mercantil y gracias a su duro
trabajo y a sus negocios, las capitales europeas se convirtieron en lugares con
un gran empuje cultural y económico.

Después de la Gloriosa revolución de 1668, cuando Guillermo y María fueron


invitados a gobernar a instancias del padre de ella, Jacobo II, el Parlamento
promulgó una declaración de derechos limitando específicamente el poder de
los soberanos sobre esta situación y sobre la población. Fue el temprano
anteproyecto de un sistema moderno y democrático de gobierno. En líneas
generales, la sociedad había prosperado enormemente. Desaparecieron
supersticiones que gobernaban la vida cotidiana. Habían comenzado a circular
las teorías actuales sobre el universo, creadas por científicos como Galileo,
Kepler y Copérnico, así como por el matemático Isaac Newton.

La mujer

Aunque empezaban a estar más liberadas, las mujeres aún no tomaban parte
activa en la vida política y comercial. Sin embargo, en el Siglo XVII comenzaron
a expresar sus ideas libremente con la introducción del “salón”, un punto de
encuentro, en un escenario hogareño, de un grupo de personas que pensaban
de una manera similar. Jane Mulvagh ha descrito los salones como centros de
poder donde escritores, políticos, periodistas y otros profesionales escuchaban
los últimos cotilleos, intercambiaban ideas, afilaban su ingenio y promovían sus
carreras. Los salones eran abiertos generalmente por mujeres ricas, como Lady
Caroline Holland, Madame de Staël, Madame de Chevreuse y Maddame de
Sévigné.

Las opiniones y las ideas de las mujeres se tomaban en consideración. Filósofos


como René Descartes y Poullain de la Barre habían introducido nuevas teorías
sobre el género. Descartes afirmaba que el alma y el cuerpo estaban separados
y que por eso no dependían demasiado de consideraciones fisiológicas. De la
Barre pensaba que el alma no tenía género; en su opinión, si las mujeres
tuvieran la misma educación que los hombres, sus “vicios femeninos” podrían
desparecer.

A través de estas ideas se desarrolló un encendido debate en las salas de estar,


en los salones de la corte y en los mejores hogares, aunque no penetró en
todos los estratos de la sociedad. El feminismo de algunos hombres del Siglo
XVII proclamaba que las mujeres debían respetar a sus maridos, no porque los
hombres tuviesen siempre razón, sino para conseguir la paz en el hogar.
Las mujeres que trabajaban recibían menor salario que los hombres. En los
Siglos XVII y XVIII, parejas de lesbianas vivían como marido y mujer, aunque
generalmente una de ellas debía disfrazarse de hombre. El matrimonio y el
cuidado de los hijos se consideraban todavía las principales ocupaciones de la
mujer. Las mujeres ricas tenían mejores condiciones de seguridad durante el
embarazo y podían dar a luz asistidas por un cirujano.

Indumentaria

Con el desarrollo de una nueva burguesía, las modas se sucedieron a un ritmo


frenético. La gente se enriqueció y empezó a experimentar con prendas y
estilos que, en aquel tiempo, traspasaron las barreras sociales. La clase media
adoptó los estilos de moda entre las clases altas, forzando a éstas a buscar
nuevas formas para distinguirse de la masa. Mila Contini señala que, en sólo
dos años (entre 1672 y 1674), los adornos de las mangas cambiaron al menos
siete veces.

Inicialmente estaban abotonados en la muñeca. Luego se doblaban hacia arriba


y tenían coloridos volantes. Después surgió la manga abierta a lo largo, que
mostraba el brazo completo. Otra variación fue la manga inundada de encajes y
cintas; otra más llevaba dos círculos de encaje en el antebrazo y la muñeca.

La moda también reflejaba el espíritu del movimiento artístico barroco: las


prendas – como arquitectura la escultura de su tiempo – eran flotantes y fluidas
y las siluetas básicas de la ropa de ambos sexos, más naturales, sobrias y
elegantes. Las mujeres abandonaron el excesivo uso de la decoración
renacentista: ahora llevaban amplias faldas ornadas con un peso galón y el
cuerpo escasamente adornado con joyas sencillas. La comodidad también se
tuvo en cuenta: un cuello caído de encaje reemplazó a la restrictiva gorguera y
desapareciendo gradualmente los rellenos de los calzones. En el Siglo XVII, el
vestido reflejaba la personalidad individual. La opinión de los clientes
desempeñaba un papel fundamental en la confección de las prendas.

A partir de 1650, aproximadamente, la moda francesa dominó Europa,


reemplazando a la influencia española. El estilo barroco se extendió por la corte
de Luis XIV desde mediados del Siglo XVII. Las prendas, aunque
cuidadosamente elaboradas y adornadas con lazos y encajes, expresaban un
gusto por la uniformidad: comenzaron a parecerse más a los trajes actuales. A
diferencia de las heteróclitas vestimentas del Siglo XVI, el traje llamado en suite
se compone de un cuerpo, una enagua y un vestido, que podían estar
confeccionados con el mismo tejido y que estaban pensados para ser llevados
en conjunto.
Francia inició en este tiempo su búsqueda por convertirse en uno de los
principales proveedores de productos de lujo del mundo. En este sentido, el
impulso inicial fue financiado por el Cardenal Richelieu, que instauró en Alençon
una industria de fabricación de encaje, lo que supuso que ésta dejara de
importarse en Italia. Asimismo, Jean Baptiste Colbert, ministro de finanzas
francés desde 1665, organizó la economía de manera que se primaban las
exportaciones, se evitaban las importaciones y todas las materias primas de las
prendas que se utilizaban en Francia eran productivas en el país. Lyon se
convirtió en el centro de fabricación de la seda y el brocado.

La moda francesa se exportaba a toda Europa por medio de unas muñecas que
cruzaban el continente para que pudieran verlas otros monarcas. Tenían la
mitad de la talla de una persona e iban vestidas a la moda con réplicas de los
estilos de la corte de Luis XIV. Las fabricaban unos especialistas instalados en
París, en la Rue Saint-Honoré. Noticias sobre las cambiantes tendencias de la
moda – como el nuevo corte del jubón masculino – comenzaron a aparecer en
los periódicos franceses, que se distribuían por toda Europa: La Mercure Galant,
por ejemplo, se leía en Viena, Venecia, Berlín, Madrid, Londres y Bruselas.

A finales del Siglo XVII se apreciaba una marcada diferencia entre las prendas
masculinas y las femeninas. Reapareció un tema procedente de la antigua
Roma: la estacionalidad de las prendas, el uso de tejidos más ligeros para el
verano y más suaves y cálidos para el invierno. El Siglo XVII también asistió al
ascenso del diseñador de moda.

El gremio de los profesionales que se dedicaban a confeccionar la ropa,


auspiciado por Luis XIV, estaba formado por hombres y mujeres (con
anterioridad, los vestidos se realizaban en casa o se encargaban a sastres).
Monsieur Regnault y Monsieur Gautier fueron famosos por su trabajo, así como
Madame Villeneuve y Madame Charpentier. Aconsejaban a sus clientes
experimentar con formas, largos de falda, tejidos y colores. Madame de
Sévigné se jactaba del trabajo de su sastre, Langlée y Molière comentaba el
trabajo de Perdrigeon en Las preciosas ridículas.

Prendas femeninas

El vestido femenino disfrutó en el Siglo XVII de una nueva libertad de formas.


La evolución del escote es el mejor ejemplo de ello. Se abandonan las pesadas
gorgueras y se adoptan los principios barrocos, que subrayan la proporción
natural y la liberal de formas. El cuerpo del vestido femenino muestra ahora un
escote profundo, que descubre parte del busto y a veces aparece cubierto por
un cuello de encaje.
Este gran sentido de libertad en el vestir no sólo reflejaba un nuevo gusto
cultural; los descubrimientos científicos también desempeñaron un papel
esencial en su desarrollo. En 1628, William Harvey descubrió una nueva función
del cuerpo: la circulación sanguínea.

Su descubrimiento impulsó un nuevo debate sobre sí, a causa de los apretados


corsés, las mujeres podían sufrir daños físicos y se abandonaron de momento
los refuerzos de madera y acero que se utilizaban en la fabricación de los
cuerpos de los vestidos. Este cambio trajo otras innovaciones. Los antiguos
cuerpos fueron reemplazados por la hongreline, chaqueta corta con faldones de
seda, también de moda en Inglaterra y llamada allí jacket.

El talle de los vestidos asciende y con una falda amplia, se lleva un cuerpo
menos ajustado, abrochado en el delantero. Aún se empleaban rellenos en las
caderas, pero la forma exagerada del verdugado ya había desparecido. A partir
de ahora, la ropa interior y las enaguas darán volumen a la falda.

La transición del cuerpo a la falda fue menos drástica, a mediados de siglo, las
mujeres comenzaron a incluir un busc – una pieza de metal, madera o marfil –
que se ajustaba dentro del corsé o del cuerpo del vestido para sujetarlo. Las
mangas eran más cortas: terminaban en el antebrazo con una cascada de
encajes.

A medida que avanzaba el siglo, los vestidos femeninos se tornaron más


elegantes y contenidos. En 1670 se introdujo la robe de chambre o deshabillé :
una prenda en forma de T, compuesta por dos piezas de tela, una espalda y un
delantero y sujeta a la cintura con una faja. Se usaba como sustituto informal
de los vestidos protocolarios. Al colocarse debajo de un cuerpo suavemente
ajustado, el modelo comenzó a conocerse como Mantua. Este conjunto llevaba
mangas con puño hasta el codo y siguió de moda en el siglo siguiente. En 1860
la falda se había ensanchado y se le había añadido un rollo relleno.

Otro vestido suelto era conocido como saco francés. Con una silueta influida
por las túnicas maternales, el saco – también llamado adrienne o vestido
flotante – se abría en el delantero y se sujetaba suavemente a la cintura.
Debajo podía llevar una falda de aros y un cuerpo o neglinée (en esta época, el
término se aplicaba a las prendas de día).

En Versalles, las damas llevaban tres faldas, una sobre otra y la última a
menudo con una cola tan larga que requería ser llevada por un paje al andar.
Cada falda tenía un nombre. La primera, que se denominaba a fidèle (fiel),
estaba decorada con lazos y bordados del color preferido del amado de la
dama. La segunda; la frippone (bribona), se confeccionaba con paño dorado o
plateado. La tercera, conocida como la modeste o la secrète, acababa
generalmente con una cola tan larga que requería también que un paje la
llevara.

Prendas masculinas

A comienzos del Siglo XVII, las prendas masculinas eran de un estilo algo más
sobrio. En Francia, Enrique IV usaba prendas sencillas y a menudo aparecía en
la corte con trajes parchados en los codos. Durante su reinado, las modas del
Siglo XVI prevalecieron en la corte. Sin embargo, en la década de 1620
comenzaron a aparecer signos de cambio: por ejemplo, el cuello almidonado y
el cuello plano reemplazaron a la gorguera.

En Inglaterra, Carlos I exhibía un gusto por las prendas sencillas y elegantes,


que se manifiesta en el retrato que le pintó Anthony Van Dyck en 1635.
Abandonado el suntuoso e imponente estilo de Enrique VIII, Carlos optó por un
sombrero de ala ancha ladeado, calzones simples de cuero, un jubón liso de
satén, un cuello de encaje, jarreteras bajo las rodillas y botas altas.

El lujo – evidente en los tejidos de calidad con los que se confeccionaban las
prendas – y el corte estricto de cada una de las piezas revelan un estilo
informal. La imagen muestra las características de lo que en los comienzos del
barroco es conocido como “estilo caballero”.

Los acuchillados pasan a ser una tendencia anticuada. Las camisas – ahora con
cortes amplios y ceñidos con un puño en la muñeca – llevaban un sencillo corte
bajo la pechera. Los calzones eran cada vez más amplios y terminaron
juntándose con la bota.

Sin embargo, con la ascensión al trono de Luis XIV, sobre todo a partir de
1661, las prendas masculinas volvieron a ser ostentosas. Las prendas
masculinas eran suntuosas creaciones hechas de brocado, bordados en oro y
plata y sedas caras. En ellas se gastaban fortunas y el buen gusto fue
reemplazado por el deseo de magnificencia. Luis XIV era considerado el hombre
mejor vestido de Europa, su gusto por las ropas elegantes influyó en los
monarcas y nobles de todo el continente.

Nada era considerado demasiado suntuoso. A veces, más de trescientas cintas


adornaban una casaca. Tan extrema era la indulgencia con las prendas
masculinas que el gobierno francés promulgó un edicto restringiendo el uso del
oro y la planta. En aquella época, estos dos metales se aplicaban tanto en
prendas como en carruajes y hacían que los individuos derrochadores
acumularan cuantiosas deudas.
Sin embargo, la legislación tuvo poco efecto. Las protestas de los artesanos que
elaboraban las prendas fueron tan airadas, que el gobierno se vio forzado a
retirar estas leyes.

A finales del Siglo XVII, Carlos II introdujo el estilo persa en la moda masculina.
La imagen – un traje de tres piezas compuesto por casaca, chaleco y calzones –
se hizo tan popular que dio paso al atuendo masculino moderno.

La moda en la Corte del Rey Sol (Luis XIV)

El azul era el color francés (recordemos la Saint-Chapelle predominó el color


francés), para hacer hincapié en la monarquía francesa. Muy importante la Flor
de Liz (es el símbolo de la monarquía francesa).

Él lleva slops y piernas finas a lo Enrique VIII. Éste únicamente lo llevaba él.

El zapato de tacón lo pone de moda él (era bajo y pequeño). El tacón tiene un


poco de cuña.

- Él será el único que lleve tacón rojo, para diferenciarlo de los demás.

- También lleva un paño de encaje anudado, que podernos llamarlo ya


corbata.

- Él no se empolva la peluca. Este tipo de peluca la lleva para que lo


estilice más. Peluca IN FOLIO (que normalmente es blanca pero él la
lleva negra siempre).

PRIMER ESTILO

Va evolucionando. Era un joven alocado. De mayor conservador.

Tiene un primer estilo Luis XIV. Dejando aparte los eventos, en el que vestía de
otra manera.

Otra innovación en la indumentaria masculina fueron los calzones rhingrave


(calzones tan amplios que recuerdan a los de una falda pantalón), originarios,
como su nombre indica, de Alemania. Lo pusieron de moda los leones de la
moda que eran los ingleses.

Se consideraron los primeros dandis de la moda. Luis XIV lo ve y lo empieza a


poner él. El enseñaba las bragas (que sobresalen, puntilla por debajo del
rhingrave).

Él lleva la camisa y las bragas (lo enseña todo), para la moda una especie de
bolero o chaquetilla.
También es una banda de la que colgaba la espalda. Calzas, medias con
agujetas.

TRANSICIÓN

También hay una fase de transición en la que llevaba el JUSTACORP (chaqueta


larga).

SEGUNDO ESTILO

Calzones + Justacorp. Ya no lleva el bolero y no le asoman las bragas. También


llevaba camisa y calzas. Puños larguísimos.

Los puños a lo largo de la historia se van estrechando e incluso desaparecen.

PRIMER ESTILO TRANSICIÓN SEGUNDO ESTILO


1. Rhingrave (falda Justacorp (Justo de 1. Calzones + Justacorp
pantalón) Cuerpo) (tatarabuelo de la
2. Camisa y bragas. Era una especie de americana). Lo llevaba
3. Chaquetita (bolero) honor llevarlo. todo el mundo.
4. Corbata. Simbolizaba que eras un 2. Camisa y calzas.
5.Banda miembro de la nobleza. 3. Corbata
6.Calzas/Medias Sastres (moda)
con agujetas

Tejidos

En el Siglo XVII, la moda masculina y femenina era muy variada y se fabricaba


con los mismos materiales. El encaje, por ejemplo, se empleaba en todo tipo de
vestimentas. Las prendas de niños, como gorras, vestidos y delantales, llevaban
adornos de encaje. Éste también estaba presente en los cuellos de las prendas
femeninas. Un tipo de mangas a la moda – denominadas las enggeants –
constaba de tres capas de encaje y los vestidos y las camisas par el baño
también llevaban adornos de este material.

Francia no tenía rival en Europa como centro de producción de encaje. Calais,


Lille, Sedan, Arras, Normandía, Le Havre, Dieppe, Ruán y Honfleur contaban
con industrias encajeras. Oise, al norte de París, producía fino encaje de seda,
así como encaje de oro y plata. Jean Baptiste Colbert, siguiendo la pauta de
Richelieu, potenció a la industria del encaje. Su consigna era no copiar el que
se elaboraba en otros lugares de Europa, como el veneciano, sino producir
encaje genuinamente francés: diseños nuevos, nunca vistos. Para ello, recurrió
a los más importantes creadores artísticos: pintores y diseñadores de la corte
de Luis XIV aportaron ideas a su producción.

Al margen del dominio francés, también se creaba encaje en otros países


europeos. En Italia aún se fabricaba, aunque había disminuido la demanda
porque no tenía un diseño moderno. El encaje flamenco se exportaba a Italia.
Muy demandado por su gran calidad, se confeccionaba con lino, en distintos
tonos de blanco perla.

En general, durante el Siglo XVII los tejidos eran apreciados por sí mismos. En
ocasiones aparecían pequeños cortes acuchillados y aplicaciones de cuentas
brillantes, pero, más que producir un efecto decorativo, añadían textura al
tejido. El uso de galones distraía menos porque solían ser del mismo color que
el tejido y el bordado se presentaban en forma de nítidos ramilletes compactos.
El brocado continuó empleándose, aunque en menor cantidad. Sin embargo,
más avanzado el siglo, se difundieron los brocados metálicos de oro y plata,
junto con el satén, el terciopelo y el encaje.

Encaje, raso y terciopelo eran los tejidos más populares a comienzos del Siglo
XVII. Las clases medias y bajas también usaban ropa confeccionada con lana y
lino. Las prendas exteriores masculinas eran a menudo de cuero español.

Casi a finales del Siglo XVII, decreció la demanda de encaje. En su lugar,


adquirió popularidad la muselina india, importada por la Compañía de las Indias
Orientales. Coincidiendo con la nueva apariencia estacional de las prendas del
Siglo XVII, se utilizaban ligeros calicós estampados para las ropas de verano. La
impresión con tampón – una técnica originada en Oriente y en la India – era un
método que reproducía esquemas populares persas y orientales sobre tejidos
elaborados en Inglaterra. Cintas, galones y flecos llegaban de Italia, España y
Francia.

Joyería

A comienzos del Siglo XVII, prevalecía el gusto por las joyas simples y
elegantes. Una sencilla sarta de perlas, pendientes de diamante en forma de
lágrima y piedras preciosas enfiladas en una sencilla hilera cruzando un cuello
de encaje, eran las piezas que una mujer rica de este siglo elegía como
accesorios. La joyería era solamente una parte del conjunto: intensificaba la
belleza natural, sin ofrecer ningún elemento de distracción. Al ser Francia el
centro de las mercancías lujosas, los joyeros más famosos abandonaron
Florencia y se instalaron en París, donde trabajaban para la familia real
francesa.
Inicialmente atendían las demandas de María de Médicis y Enrique IV; después
las de su nieto Luis XIV y Madame de Maintenon, quienes se casaron en una
ceremonia secreta en 1684. Madame de Maintenon consideraba que el uso de
joyas era esencial para una mujer. Aconsejaba a la duquesa de Borgoña que
llevara joyas “para centrar la atención en la palidez de la piel y en la elegancia
de la figura”.

En el Siglo XVII, la demanda de perlas se incrementó sustancialmente. Las


mujeres las llevaban en el cabello, alrededor de las muñecas, como simples
pendientes de lágrima, sujetas en los hombros y dispuestas en gruesas tiras
sobre terciopelo oscuro alrededor del cuello. Los diamantes seguían
manteniendo su popularidad. Suministrados por las minas hindúes, eran
perfeccionados – cortados, pulidos y facetados – en Amberes, en Ámsterdam y
más tarde en París. Las piedras de color, preciosas o semipreciosas, como
topacios, zafiros, rubíes, esmeraldas, turquesas y corales, eran las favoritas de
la corte.

Anillos y brazaletes adornaban las manos y los brazos de las mujeres pudientes.
A comienzos del siglo, Flandes produjo magníficos anillos de esmalte y oro.
Entre las damas de la corte española era muy popular el estilo de anillo en
racimos. Se fabricaba con piedras preciosas y no preciosas y se podía lucir en el
dedo índice o colgarse de la cintura mediante una cinta negra.

Sólo la realeza y las personas muy adineradas podían permitirse el lujo de llevar
joyas, algunas de las cuales eran de excesivas proporciones. Por ejemplo,
Madame de Maintenon explicaba el colapso de la duqusa de Maine, producido
por el tamaño y las gemas que adornaban su pelo. Mujeres de todas las clases
sociales a menudo lucían joyas falsas.

Maquillaje y cuidados

Los olores – repugnantes o placenteros – están asociados al Siglo XVII. El agua


era considerada nociva para la piel, así que la mayoría de la gente evitaba
bañarse con frecuencia. En lugar de ello, procuraban disminuir el mal olor
corporal friccionando la piel (frotándose con toallas mojadas) y cambiándose a
menudo de ropa: creían que una camisa blanca limpia podía absorber los olores
y suciedad de la piel.

El perfume era otro sustituto de la limpieza. Para disimular el olor corporal


utilizaban pomadas elaboradas con ámbar gris y benjuí, que colgaban de
cinturones o de cadenas en el cuello. También llevaban bolsitas hechas de
tafetán de seda ligero en las que guardaban polvos perfumados y saquitos de
perfume. Algunas casas solariegas inglesas contaban con estancias de
destilado, en las que se elaboraban y embotellaban perfumes y en algunos
hogares se empleaban sirvientes exclusivamente para aromatizar las
habitaciones.

Los aromas se aplicaban en el cuerpo como medicina. Se chupaban pastillas


perfumadas para limpiarse los dientes. Bajo la guía de Colbert, Francia
estableció una floreciente industria de fragancias. Luis XIV se rodeaban de
placenteros olores en Versalles. El perfumista Maritial, un favorito en la corte,
tenía su propia cámara para mezclar aromas. De las fuentes brotaba agua de
azahar y por el palacio se esparcían cojines perfumados.

Hombres y mujeres utilizaban pañuelos y guantes perfumados. Según Susan


Irvine, todo – desde perros falderos hasta piedras preciosas, rape y tabaco – se
perfumaba con fuertes especias, musgo y ámbar gris.

En términos de maquillaje, los lunares artificiales en el rostro, introducidos en el


Siglo XVI, continuaban siendo un popular adorno facial para ambos sexos.
Hechos de terciopelo y seda, eran de diversos tamaños y formas, como círculos,
diamantes, estrellas y medias lunas. Se llevaban en el bolso de mano o
guardados en cajas diseñadas especialmente para ello. Como los restaurantes
cosméticos, se adquirían a los buhoneros ambulantes.

En el Siglo XVI, hombres y mujeres llevaban al pelo recogido y trenzado.


Mademoselle Fontanges, favorita de Luis XIV, lanzó un estilo muy popular. En
una cacería real apareció con un magnífico peinado, adornado con plumas y
cintas. Mientras cabalgaba, se le deshizo, así que sencillamente se lo levantó y
lo sujeto con una cinta de seda. A partir de ese momento, las damas de la corte
se levantaron los rizos – que antes caían sobre los hombros – y eso se convirtió
en una moda que llegó a ser conocida, muy apropiadamente, como Fontagnes.
Este peinado alcanzaba grandes alturas, desde las que caían tiesos volantes
sujetos en una amplia estructura. Podía añadir 15-20 centímetros a la altura de
una mujer. No obstante, las jóvenes siguieron llevando el cabello en blandos
tirabuzones, que caían desde detrás de las orejas.

Los peluqueros, lo mismo que los creadores de modo, alcanzaron gran relieve
durante el Siglo XVII. Esto causaba consternación en el clero, que trataba de
excomulga a las mujeres que encargaban a hombres el arreglo de su cabello.

Los hombres llevaban el pelo largo. Luis XIII introdujo el “mechón del amor”, la
práctica de atar un rizo o una porción de cabello con una cinta como símbolo
del afecto de un hombre por una mujer. En 1660 los hombres, al igual que las
mujeres, empezaron a llevar política. En 1665, la mayoría de los ingleses lucía
ya. Para la reina Margot de Francia, que estaba calva, era una necesidad.
Aunque Luis XIV tenía una abundante cabellera, utilizaba pelucas para ganar
estatura. Lanzó la moda de la imponente peluca de melena, también llamaba
in-folio: alta, picuda y rizada, estuvo de moda al menos durante un siglo.
Cuando Colbert advirtió la creciente popularidad de las pelucas, impuso tasas a
su comercio. En su confección se utilizaba pelo importado – de colores
naturales -, pero el beneficio residía en su exportación posterior. Por otra parte,
Luis XIV no llevaba ni barba ni mostacho, lo que sentó otro precedente en la
apariencia masculina de los hombres en toda Europa.

Calzado

Los tacones altos son una invención del Siglo XVII. Antes de esa época se
llevaban en las botas de montar de los soldados, aunque sólo se empleaban
para mantener seguro el pie en el estribo. Pero, cuando los caballeros
incorporaron la bota a su atuendo de diario, el tacón se convirtió en un
elemento permanente y hombres y mujeres comenzaron a exhibir zapatos de
tacón alto. Como ha escrito Geoffrey Squire, este nuevo sentido de elevación,
posibilitado por el tacón, se adaptada el espíritu barroco del Siglo XVII: la
postura se alteraba, aceptando las reglas de las floreadas líneas y afectadas
maneras del periodo.

Los tacones contribuían a que el hombre se sintiera más importante. Luis XIV,
que era de baja estatura, llevaba en ocasiones zapatos con un tacón de 12,5
centímetros. Tenía una marcada preferencia por los altos tacones de piel roja y
esta moda no sólo fue recogida por sus modistos, sino que se extendió también
a Inglaterra. Jacobo II y todos los cortesanos llevaban zapatos con este tipo de
tacón. El Siglo XVII asistió también a la introducción del zapato decorativo. Luis
XIII puso de moda los rosetones de cintas y encajes fruncidos (que aparecen
en el retrato de Maren Soolmans de Rembrandt). El calzado de la realeza y la
nobleza también se adornaba con pompones.

Hasta el siglo XVII, los zapatos masculinos y femeninos tenían un diseño


similar. Pero, a medida que iba avanzando el siglo, las formas comenzaron a
divergir: los zapatos femeninos presentaban un diseño más sencillo comparado
con las suntuosas – e incluso pomposas – creaciones que llevaban los hombres.
Las mujeres utilizaban pantuflas y zapatillas de satén y de seda. Las botas,
símbolo de masculinidad, eran más habituales en los hombres que en las
mujeres; éstas únicamente las usaban cuando montaban.

Bolsos
Hombres y mujeres usaron bolsos y bolsas a lo largo de siglo. Existían varios
estilos, cada uno con su función específica. Había bolsas de fragancias,
destinadas a esparcir un olor placentero alrededor de la persona y bolsos
diseñados para atender a la moda del juego, que había llegado a ser una
importante actividad en el tiempo de ocio de los ricos. Dados, fichas y cartas se
guardaban en bolsos con cordones. La escarcela era un bolsito de piel que
llevaban los montañeses de Escocia. Una escarcela utilizada por Jacobo I forma
parte de la colección Burrel, que se encuentra cerca de Glasgow.

Los bolsos también se empleaban dese el principio para transportar los


pequeños objetos cotidianos. Las damas llevaban bolsos de mano con
cordones, aunque quedaban escondidos bajo las faldas, más que a la vista. En
su interior guardaban objetos como un abanico, un espejo o un reloj y tal vez
un pequeño costurero. Los hombres también ocultaban en el bolso en los
profundos bolsillos que aparecieron en los calzones del Siglo XVII.

Guantes y manguitos

Los guantes se empleaban más por razones decorativas que con un propósito
funcional. Confeccionados de pie, satén, terciopelo o seda, podían decorarse
con hilo dorado y plateado, así como con cuentas brillantes y bordados. Los
guantes de las colecciones del Victoria and Albert Museum llevan complicados
bordados de flores, como borrajas, rosas y lilas, así como motivos de insectos,
frutos o ramas. Perlas cultivadas, cintas y encajes eran otros materiales
decorativos que se aplicaban a los guantes.

Hombres y mujeres lucían manguitos para protegerse las manos del frío.
Realizados en diversos tamaños y formas, los hombres los preferían pequeños,
mientras que los femeninos se concebían generalmente más grandes, incluso
para cobijar perritos falderos. El origen del manguito se localiza en el Siglo XV
en Venecia, donde era el accesorio favorito de las cortesanas. Luis XIV lo
convirtió en un complemento popular entre los hombres. Sus manguitos
estaban confeccionados con pieles exóticas. Los femeninos eran de seda con
cuentas salpicadas y de brocado, se forraban con piel y se les podían aplicar
botones dorados.

Corbatas y pañuelos

El origen de la corbata se sitúa en 1650, aproximadamente. Lazos, corbatas y


otros cuellos – como la corbata a la steinkirk, que toma su nombre de la batalla
de Steenkirk, que tuvo lugar en Flandes en 1692 – se convirtieron en un
elemento esencia y complicado de la indumentaria del hombre elegante del
Siglo XVII. Se consideraban elementos esenciales del guardarropa porque
permitían realzar el rostro. Como indica su etimología, la corbata – banda de
tejido plisado, enrollada alrededor del cuello – llegó a París a través de Croacia,
aunque las opiniones sobre su origen varían. Algunos historiadores de la moda
creen que fue introducida directamente por los croatas y otros, que los oficiales
franceses de las tropas croatas copiaron el estilo durante la guerra de los
Treinta Años.

Algunas corbatas se convertían en lazos, mientras que otras se ataban en lazos,


mientras que otras se ataban mediante un nudo. A menudo se confeccionaban
con encaje francés o veneciano. En la década de 1680 la corbata de encaje –
que proporcionaba un aspecto muy recargado – perdió popularidad y fue
reemplazada por un tejido adornado que se llevaba en el cuello. En
comparación con la corbata, su diseño era más sencillo: una larga y estrecha
tira de lino o muselina con encaje o con los bordes decorados, que podía
enrollarse alrededor del cuello y rematarse con un nudo. Se llamó corbata a la
steinkirk cuando se enrollaban los extremos y se hacían pasar por un ojal.

Sombreros y tocados

Hacia 1690 aparece el tricornio – sombrero de alas levantadas formando tres


picos y adornado con plumas – que será el accesorio del hombre elegante
durante el siglo siguiente.

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