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L´État c´est moi (“el Estado soy yo”). Estas palabras, las más memorables del
Siglo XVII, fueron pronunciadas por Luis XIV, el Rey Sol, un monarca
absolutista que gobernó Francia de 1643 a 1715: con ellas quería significar que
su poder no tenía límites. Con esta consigna, que no sólo era aplicable en
Francia, alcanzó su cenit en Europa el extraordinario poder de este rey, que
marcó el ritmo de la cultura, la economía y la política europeas.
Sin embargo, los privilegios tienen un precio. La guerra de los Treinta Años
(1618-1648) provocó tensiones religiosas y dividió el norte y el sur de Europa
en un cisma protestante y católico, respectivamente. Alemania y España
cayeron en declive y en Inglaterra estalló la guerra civil. La razón hay que
buscarla en la monarquía: el concepto medieval de los derechos divinos del
reinado fue cambiando porque algunos creían que el rey debía escuchar a los
representantes del pueblo. Los consiguientes problemas condujeron a
Inglaterra a un declive cultural: se cerraron los teatros y el rey fue decapitado.
El puritanismo y la represión se extendieron por el país.
Hoy el término “barroco” se utiliza para describir el arte y la cultura que triunfó
en Europa entre 1600 y 1750. Este movimiento artístico comprendía tres estilos
principales.
Construido entre 1660 y 1680 por Le Vau, J. Hardoin Mansard y Le Nôtre (que
diseñó el jardín), Versalles era el hogar de la elegancia para los europeos. La
corte de Luis roñaba los diez mil habitantes permanentes: cinco mil vivían en la
corte y otros tantos atendían a sus necesidades. Una permanente sucesión de
fiestas y festivales celebraban la gloria del rey y eran presenciados por una
multitud que colaboraba en esta adoración pública. Nany Mitford ha comparado
el palacio con un espléndido escaparate. Pero Luis tenía un firme control sobre
la situación: rígidas reglas y normas de etiqueta mantenían a raya a la corte y
la espontaneidad fue desterrada. La vida en la corte era un gran ritual de teatro
dirigido por el Rey Sol.
El traje cortesano reflejaba el gusto clasicista del rey. Los cortesanos aparecían
con grandes pelucas rizadas, altos tacones y prendas perfectamente
confeccionadas, con toques de encaje y cintas en cascada. En la corte, las
mujeres llevaban lujosos vestidos de seda y brocado y en sus colas deslizantes
eran sostenidas por jóvenes pajes.
La mujer
Aunque empezaban a estar más liberadas, las mujeres aún no tomaban parte
activa en la vida política y comercial. Sin embargo, en el Siglo XVII comenzaron
a expresar sus ideas libremente con la introducción del “salón”, un punto de
encuentro, en un escenario hogareño, de un grupo de personas que pensaban
de una manera similar. Jane Mulvagh ha descrito los salones como centros de
poder donde escritores, políticos, periodistas y otros profesionales escuchaban
los últimos cotilleos, intercambiaban ideas, afilaban su ingenio y promovían sus
carreras. Los salones eran abiertos generalmente por mujeres ricas, como Lady
Caroline Holland, Madame de Staël, Madame de Chevreuse y Maddame de
Sévigné.
Indumentaria
La moda francesa se exportaba a toda Europa por medio de unas muñecas que
cruzaban el continente para que pudieran verlas otros monarcas. Tenían la
mitad de la talla de una persona e iban vestidas a la moda con réplicas de los
estilos de la corte de Luis XIV. Las fabricaban unos especialistas instalados en
París, en la Rue Saint-Honoré. Noticias sobre las cambiantes tendencias de la
moda – como el nuevo corte del jubón masculino – comenzaron a aparecer en
los periódicos franceses, que se distribuían por toda Europa: La Mercure Galant,
por ejemplo, se leía en Viena, Venecia, Berlín, Madrid, Londres y Bruselas.
A finales del Siglo XVII se apreciaba una marcada diferencia entre las prendas
masculinas y las femeninas. Reapareció un tema procedente de la antigua
Roma: la estacionalidad de las prendas, el uso de tejidos más ligeros para el
verano y más suaves y cálidos para el invierno. El Siglo XVII también asistió al
ascenso del diseñador de moda.
Prendas femeninas
El talle de los vestidos asciende y con una falda amplia, se lleva un cuerpo
menos ajustado, abrochado en el delantero. Aún se empleaban rellenos en las
caderas, pero la forma exagerada del verdugado ya había desparecido. A partir
de ahora, la ropa interior y las enaguas darán volumen a la falda.
La transición del cuerpo a la falda fue menos drástica, a mediados de siglo, las
mujeres comenzaron a incluir un busc – una pieza de metal, madera o marfil –
que se ajustaba dentro del corsé o del cuerpo del vestido para sujetarlo. Las
mangas eran más cortas: terminaban en el antebrazo con una cascada de
encajes.
Otro vestido suelto era conocido como saco francés. Con una silueta influida
por las túnicas maternales, el saco – también llamado adrienne o vestido
flotante – se abría en el delantero y se sujetaba suavemente a la cintura.
Debajo podía llevar una falda de aros y un cuerpo o neglinée (en esta época, el
término se aplicaba a las prendas de día).
En Versalles, las damas llevaban tres faldas, una sobre otra y la última a
menudo con una cola tan larga que requería ser llevada por un paje al andar.
Cada falda tenía un nombre. La primera, que se denominaba a fidèle (fiel),
estaba decorada con lazos y bordados del color preferido del amado de la
dama. La segunda; la frippone (bribona), se confeccionaba con paño dorado o
plateado. La tercera, conocida como la modeste o la secrète, acababa
generalmente con una cola tan larga que requería también que un paje la
llevara.
Prendas masculinas
A comienzos del Siglo XVII, las prendas masculinas eran de un estilo algo más
sobrio. En Francia, Enrique IV usaba prendas sencillas y a menudo aparecía en
la corte con trajes parchados en los codos. Durante su reinado, las modas del
Siglo XVI prevalecieron en la corte. Sin embargo, en la década de 1620
comenzaron a aparecer signos de cambio: por ejemplo, el cuello almidonado y
el cuello plano reemplazaron a la gorguera.
El lujo – evidente en los tejidos de calidad con los que se confeccionaban las
prendas – y el corte estricto de cada una de las piezas revelan un estilo
informal. La imagen muestra las características de lo que en los comienzos del
barroco es conocido como “estilo caballero”.
Los acuchillados pasan a ser una tendencia anticuada. Las camisas – ahora con
cortes amplios y ceñidos con un puño en la muñeca – llevaban un sencillo corte
bajo la pechera. Los calzones eran cada vez más amplios y terminaron
juntándose con la bota.
Sin embargo, con la ascensión al trono de Luis XIV, sobre todo a partir de
1661, las prendas masculinas volvieron a ser ostentosas. Las prendas
masculinas eran suntuosas creaciones hechas de brocado, bordados en oro y
plata y sedas caras. En ellas se gastaban fortunas y el buen gusto fue
reemplazado por el deseo de magnificencia. Luis XIV era considerado el hombre
mejor vestido de Europa, su gusto por las ropas elegantes influyó en los
monarcas y nobles de todo el continente.
A finales del Siglo XVII, Carlos II introdujo el estilo persa en la moda masculina.
La imagen – un traje de tres piezas compuesto por casaca, chaleco y calzones –
se hizo tan popular que dio paso al atuendo masculino moderno.
Él lleva slops y piernas finas a lo Enrique VIII. Éste únicamente lo llevaba él.
- Él será el único que lleve tacón rojo, para diferenciarlo de los demás.
PRIMER ESTILO
Tiene un primer estilo Luis XIV. Dejando aparte los eventos, en el que vestía de
otra manera.
Él lleva la camisa y las bragas (lo enseña todo), para la moda una especie de
bolero o chaquetilla.
También es una banda de la que colgaba la espalda. Calzas, medias con
agujetas.
TRANSICIÓN
SEGUNDO ESTILO
Tejidos
En general, durante el Siglo XVII los tejidos eran apreciados por sí mismos. En
ocasiones aparecían pequeños cortes acuchillados y aplicaciones de cuentas
brillantes, pero, más que producir un efecto decorativo, añadían textura al
tejido. El uso de galones distraía menos porque solían ser del mismo color que
el tejido y el bordado se presentaban en forma de nítidos ramilletes compactos.
El brocado continuó empleándose, aunque en menor cantidad. Sin embargo,
más avanzado el siglo, se difundieron los brocados metálicos de oro y plata,
junto con el satén, el terciopelo y el encaje.
Encaje, raso y terciopelo eran los tejidos más populares a comienzos del Siglo
XVII. Las clases medias y bajas también usaban ropa confeccionada con lana y
lino. Las prendas exteriores masculinas eran a menudo de cuero español.
Joyería
A comienzos del Siglo XVII, prevalecía el gusto por las joyas simples y
elegantes. Una sencilla sarta de perlas, pendientes de diamante en forma de
lágrima y piedras preciosas enfiladas en una sencilla hilera cruzando un cuello
de encaje, eran las piezas que una mujer rica de este siglo elegía como
accesorios. La joyería era solamente una parte del conjunto: intensificaba la
belleza natural, sin ofrecer ningún elemento de distracción. Al ser Francia el
centro de las mercancías lujosas, los joyeros más famosos abandonaron
Florencia y se instalaron en París, donde trabajaban para la familia real
francesa.
Inicialmente atendían las demandas de María de Médicis y Enrique IV; después
las de su nieto Luis XIV y Madame de Maintenon, quienes se casaron en una
ceremonia secreta en 1684. Madame de Maintenon consideraba que el uso de
joyas era esencial para una mujer. Aconsejaba a la duquesa de Borgoña que
llevara joyas “para centrar la atención en la palidez de la piel y en la elegancia
de la figura”.
Anillos y brazaletes adornaban las manos y los brazos de las mujeres pudientes.
A comienzos del siglo, Flandes produjo magníficos anillos de esmalte y oro.
Entre las damas de la corte española era muy popular el estilo de anillo en
racimos. Se fabricaba con piedras preciosas y no preciosas y se podía lucir en el
dedo índice o colgarse de la cintura mediante una cinta negra.
Sólo la realeza y las personas muy adineradas podían permitirse el lujo de llevar
joyas, algunas de las cuales eran de excesivas proporciones. Por ejemplo,
Madame de Maintenon explicaba el colapso de la duqusa de Maine, producido
por el tamaño y las gemas que adornaban su pelo. Mujeres de todas las clases
sociales a menudo lucían joyas falsas.
Maquillaje y cuidados
Los peluqueros, lo mismo que los creadores de modo, alcanzaron gran relieve
durante el Siglo XVII. Esto causaba consternación en el clero, que trataba de
excomulga a las mujeres que encargaban a hombres el arreglo de su cabello.
Los hombres llevaban el pelo largo. Luis XIII introdujo el “mechón del amor”, la
práctica de atar un rizo o una porción de cabello con una cinta como símbolo
del afecto de un hombre por una mujer. En 1660 los hombres, al igual que las
mujeres, empezaron a llevar política. En 1665, la mayoría de los ingleses lucía
ya. Para la reina Margot de Francia, que estaba calva, era una necesidad.
Aunque Luis XIV tenía una abundante cabellera, utilizaba pelucas para ganar
estatura. Lanzó la moda de la imponente peluca de melena, también llamaba
in-folio: alta, picuda y rizada, estuvo de moda al menos durante un siglo.
Cuando Colbert advirtió la creciente popularidad de las pelucas, impuso tasas a
su comercio. En su confección se utilizaba pelo importado – de colores
naturales -, pero el beneficio residía en su exportación posterior. Por otra parte,
Luis XIV no llevaba ni barba ni mostacho, lo que sentó otro precedente en la
apariencia masculina de los hombres en toda Europa.
Calzado
Los tacones altos son una invención del Siglo XVII. Antes de esa época se
llevaban en las botas de montar de los soldados, aunque sólo se empleaban
para mantener seguro el pie en el estribo. Pero, cuando los caballeros
incorporaron la bota a su atuendo de diario, el tacón se convirtió en un
elemento permanente y hombres y mujeres comenzaron a exhibir zapatos de
tacón alto. Como ha escrito Geoffrey Squire, este nuevo sentido de elevación,
posibilitado por el tacón, se adaptada el espíritu barroco del Siglo XVII: la
postura se alteraba, aceptando las reglas de las floreadas líneas y afectadas
maneras del periodo.
Los tacones contribuían a que el hombre se sintiera más importante. Luis XIV,
que era de baja estatura, llevaba en ocasiones zapatos con un tacón de 12,5
centímetros. Tenía una marcada preferencia por los altos tacones de piel roja y
esta moda no sólo fue recogida por sus modistos, sino que se extendió también
a Inglaterra. Jacobo II y todos los cortesanos llevaban zapatos con este tipo de
tacón. El Siglo XVII asistió también a la introducción del zapato decorativo. Luis
XIII puso de moda los rosetones de cintas y encajes fruncidos (que aparecen
en el retrato de Maren Soolmans de Rembrandt). El calzado de la realeza y la
nobleza también se adornaba con pompones.
Bolsos
Hombres y mujeres usaron bolsos y bolsas a lo largo de siglo. Existían varios
estilos, cada uno con su función específica. Había bolsas de fragancias,
destinadas a esparcir un olor placentero alrededor de la persona y bolsos
diseñados para atender a la moda del juego, que había llegado a ser una
importante actividad en el tiempo de ocio de los ricos. Dados, fichas y cartas se
guardaban en bolsos con cordones. La escarcela era un bolsito de piel que
llevaban los montañeses de Escocia. Una escarcela utilizada por Jacobo I forma
parte de la colección Burrel, que se encuentra cerca de Glasgow.
Guantes y manguitos
Los guantes se empleaban más por razones decorativas que con un propósito
funcional. Confeccionados de pie, satén, terciopelo o seda, podían decorarse
con hilo dorado y plateado, así como con cuentas brillantes y bordados. Los
guantes de las colecciones del Victoria and Albert Museum llevan complicados
bordados de flores, como borrajas, rosas y lilas, así como motivos de insectos,
frutos o ramas. Perlas cultivadas, cintas y encajes eran otros materiales
decorativos que se aplicaban a los guantes.
Hombres y mujeres lucían manguitos para protegerse las manos del frío.
Realizados en diversos tamaños y formas, los hombres los preferían pequeños,
mientras que los femeninos se concebían generalmente más grandes, incluso
para cobijar perritos falderos. El origen del manguito se localiza en el Siglo XV
en Venecia, donde era el accesorio favorito de las cortesanas. Luis XIV lo
convirtió en un complemento popular entre los hombres. Sus manguitos
estaban confeccionados con pieles exóticas. Los femeninos eran de seda con
cuentas salpicadas y de brocado, se forraban con piel y se les podían aplicar
botones dorados.
Corbatas y pañuelos
Sombreros y tocados