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Paraguay: cuando Inglaterra

metió la mano
Por
Daniela Leiva Seisdedos
-
Jun 30, 2013
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Un viejo apotegma sostiene que la primera baja de una guerra es la


verdad. Teniendo esto como base, el escenario de la Guerra de la
Triple Alianza, sin lugar a dudas, mantiene cicatrices que hasta hoy se
conservan en el inconsciente colectivo de la nación paraguaya por un
mundo creado por los libros de Historia escolares de las potencias
vencedoras, es decir, Argentina, Brasil y Uruguay, puesto que el país
que atacó y luchó en contra de los designios de la libertad y la
civilización no fue Paraguay.

Mapa del Paraguay antes de la Guerra


La Memoria puede ser corta, y la realidad deformada, pero los
acontecimientos históricos de este tipo deben ser ejemplos de contextos
que no deben ser repetidos, además de que no deben servir jamás para
el combate político.

¿Qué puede haber de heroico o épico agredir a un Estado independiente


y más si se realiza a través de su pueblo? Simplemente por haber
querido reajustar el precio de sus materias primas, por progresar, por
defender los intereses económicos y políticos del país. ¿Acaso un Estado
y su pueblo no son propietarios de sus recursos, de sus propias
decisiones, en definitiva, de su autodeterminación?

Paraguay se alzaba como una excepción en América Latina. Era la única


nación en la que el capital extranjero, llámese Inglaterra, no había
deformado ni su política ni su economía. Inglaterra no había implantado
su concepción civilizadora, el capitalismo, o la falsa división entre la

civilización o la barbarie.

La situación geográfica de Paraguay lo había condenado a un callejón sin


salida. Su puerta al mar, es decir, el libre acceso a las rutas comerciales
de ultramar dependía exclusivamente de los ríos argentinos. El largo
gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia
(1814–1840) había incubado la matriz del aislamiento, pero había
propugnado un desarrollo económico autónomo y sostenido. Esto
desvelaba a Inglaterra, porque no podía ejercer su imperialismo
económico. Había alguien que tomaba sus propias decisiones sin
consultar cada paso a dar tanto en lo político como lo económico.
Inglaterra ya había fracasado en el dominio político, solo había podido
poner un Estado tapón con Uruguay (entre Argentina y Brasil), pero
había fracasado en toda América del Sur. En el ámbito económico estaba
ganando, pero Paraguay estaba logrando salirse de su plan de acción. Se
estaba convirtiendo en el faro de América.

Los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco


Solano continuaron y vitalizaron la tarea independiente en Paraguay
pero el ministro inglés en Argentina, Edward Thornton, participaba y
conspiraba desde Buenos Aires y daba rienda a la intriga y preparación
de la guerra.

La característica principal de los conflictos desarrollados en el siglo XIX


en la región del Plata ha sido la penetración de los intereses y de las
fuerzas políticas que actuaban en cada uno de esos países, generando
complejos y mutables sistemas de alianzas más allá de sus fronteras.
Quizá estos sean algunos ejemplos que más tarde tomó Otto von
Bismark para su sistema de alianzas.

En 1862 se habían creado dos bloques principales de alianzas: de un


lado el Imperio del Brasil, el gobierno de Bartolomé Mitre (presidente de
Argentina) y los colorados uruguayos dirigidos por Venancio Flores; y del
otro lado, Paraguay, los blancos de Uruguay dirigidos por Bernardo Berro
y las provincias de Entre Ríos y Corrientes, unidos por la oposición a la
política hegemónica de Buenos Aires y del Imperio del Brasil.

No existen dudas que la guerra no era solo contra el Gobierno de


Paraguay, sino contra Paraguay mismo, debido a que hasta ese
momento Buenos Aires seguía viendo a Paraguay como una provincia
rebelde y no como la madre que le dio vida como ciudad.

No cabe poner en tela de juicio que la Guerra del Paraguay –Guerra


Guasú o de la Triple Alianza– fue un episodio clave de la historia del
siglo XIX no solo de la historia de la nación derrotada, cuya realidad
cambió para siempre, sino que respondió más a los intereses británicos
de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo,
que podía devenir en un “mal ejemplo” para el resto de América latina,
que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio
proclamados por sus promotores.

Cuando Eduardo Galeano dice que América del Sur “se parece mas a un
archipiélago que un terreno compacto“, afligidos lo debemos reconocer.
Pero la ingenuidad de estos cuatro países sólo sirvió para que toda la
economía y la potencial prosperidad de la región quedara atrasada
notablemente en beneficio de otros. Los resultados obtenidos por unos y
otros no justificaron el conflicto. La única moraleja a extraer es que se
demuestra lo inútil y costoso de las guerras entre pueblos hermanos.
La lámpara política que presentaba Paraguay se apagó para siempre.
También se destruyeron tanto las vidas de la mayor parte de su
población como su modelo de crecimiento autónomo. Este fue el punto
de partida de la política oligárquica porteña dirigida a convertir el Río de
la Plata en semi-colonia británica.

Se generó en Paraguay una


catástrofe social y demográfica, que aun hoy la sigue atrasando en su
devenir histórico. Antes del inicio de la guerra, su población era de
1.300.000 personas. Al final del conflicto sólo sobrevivían unas 200.000,
de las que 28.000 eran hombres, la mayoría niños, ancianos y
extranjeros. Del poderoso ejército paraguayo de 100.000 soldados, en
los últimos días quedaban 400.

Como diría Eduardo Galeano: “Las Venas Abiertas de América Latina


siguen abiertas”.

Fuentes

 José Rosa Montoneras (1985). Guerra Del


Paraguay. Editorial Hyspamerica.

 Luis G. Benítez (1990). Reseña De Historia Del Paraguay.

 Juan Crisóstomo Centurión. Memorias o reminiscencias


históricas sobre la guerra del Paraguay. Tomo IV. Edición
digital: Biblioteca Virtual del Paraguay

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