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Mujeres Patriotas Argentinas Que Lucharon Por la Independencia

María Gertrudis Medeiros:


09 de Abril 1780 nació en Salta, María Gertrudis Medeiros, fue hija del Dr. Don José de
Medeiros, y de Doña Gerónima Martínez de Iriarte y de la Cámara , dama jujeña de noble
estirpe.
Fue bautizada en la Iglesia matriz de Salta el 25 de abril del mismo año, siendo sus
padrinos don Miguel Gallo y doña Lorenza de la Cámara.
Por su amor a la Patria fue tomada prisionera en 1.812 y llevada a Salta donde los
enemigos destruyeron sus propiedades para armar barricadas y detener el avance del
Ejército de Manuel Belgrano. El 20 de Febrero de 1.813 fue liberada por Belgrano e
inmediatamente se retiró a su casa de Campo Santo para reconstruir su hacienda que
había sido quemada y destinada a ser un puesto realista de avanzada.
Durante la Guerra Gaucha, en 1.814, una partida de 300 hombres al mando de
Marquiegui asaltó nuevamente su casa; pero esta vez, Gertrudis armó a sus criados y
empleados y combatió con los realistas. Allí fue tomada nuevamente prisionera, luego se
la llevó a Campo Santo donde se la amarró a un algarrobo que aun hoy se conserva como
un fiel testigo de la historia.
No contentos con este ultraje, fue condenada a caminar hasta Jujuy descalza y sometida
a todo tipo de vejaciones.
Pero nada amedrentó el valor y el amor que esta mujer tuvo hacia la patria. Estando
presa, se las ingenió para desarrollar una inmensa red de espionaje que sirvieron a las
tropas de Guemes a ganar combates decisivos tales como el de San Pedrito del 6 de
febrero de 1.817.
En ese mismo año Guemes la liberó de la prisión. Gertrudis partió a Salta, tomo sus hijas
y se marchó al pueblo de Zárate en Tucumán, donde permaneció hasta su muerte
ocurrida entre los años 1.848 y 1.850, fechas donde se pierde toda documentación.
"SIN DUDA ALGUNA EN ESTA MUJER EL EJERCITO ENCONTRÓ UNA MADRE Y LA
PATRIA UNA HEROÍNA" Eustoquio Díaz Vélez.
"Me consta que doña Gertrudis Medeyros, (…) ha acreditado en todas ocasiones su
adhesión a la causa de la libertad de un mo-do heroico (…) Por todo lo que la contemplo
muy acreedora a las consideraciones de vuestra excelencia.” José Rondeau.
La señora Gertrudis Medeiros de Cornejo fue objeto de continuas persecuciones, siendo
encarcelada como una animal, saqueándole su estancia, prendiendo fuego a sus
muebles, arreando sus haciendas, utilizando más tarde, los enemigos de nuestra libertad
su casa, situada en la plaza principal de la ciudad de Salta para cuartel y derribando sus
paredes para construir trincheras. Manuel Belgrano.

JUANA MORO:
LA EMPAREDADA: AÑO 1814. DESPUÉS DE INVADIR JUJUY Y SALTA EL JEFE
REALISTA, JOAQUÍN DE LA PEZUELA, LE INFORMA AL VIRREY DEL PERÚ:
«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial.
A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de
nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y
principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para
transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».
La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de
las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López,
delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y
movimientos del enemigo.
En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a
los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue
detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar.
Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le
proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. Consecuencia de la
difícil situación que atravesó fue su apodo: «La Emparedada».

JUANA AZURDUY:
NACIDA EN CHUQUISACA, EN SU INFANCIA QUEDÓ HUÉRFANA DE PADRE Y
MADRE JUNTO A SU HERMANA.
Se unió en el amor y en los ideales a Manuel Ascencio Padilla poniendo su vida al servicio
de la independencia. Intervino en numerosos combates y escaramuzas, sus hijos nacieron
en momentos difíciles y cuatro de ellos murieron ante su mirada impotente y desgarrada,
víctimas inocentes de enfermedades y acosados por el hambre, la sed y las
incomodidades.
Juana combatió embarazada de su última hija, la única que sobrevivió y a la que dejó al
cuidado de una familia amiga mientras ella continuaba luchando. Volvió a abrazarla una
década después.
El Gral. Manuel Belgrano primeramente la había menospreciado pero luego, deslumbrado
por sus acciones, le obsequió un sable en reconocimiento a su bravura.
Cuando su esposo fue cercado y decapitado y su cabeza expuesta públicamente, Juana
la recuperó y le dio cristiana sepultura.
Sin familia, agobiada por el dolor y la tragedia, Juana marchó hacia el Sur. Vivió en Salta,
donde luego de ser protegida por Martín Güemes, quedó desamparada. Pese a poseer
grado militar, el gobierno no pagó sus servicios y recién en 1825 regresó a su tierra.
Sus bienes habían sido confiscados. Suplicó su devolución y recuperó una propiedad pero
tuvo que venderla para saldar deudas y quedó en la miseria. Le otorgaron una pensión
que le fue pagada un breve tiempo y murió en la máxima pobreza.
Fue enterrada en una fosa común, en un féretro armado con tablas de cajones comunes,
sin los honores ni las glorias que su vida mereció.

MARÍA LORETO SÁNCHEZ DE PEÓN DE FRÍAS

MURIÓ CENTENARIA, PEINANDO HASTA EL FIN DE SUS DÍAS SUS CANOS Y


DÉBILES CABELLOS CON UNA CINTA CELESTE.
Esta valiente e ingeniosa Salteña fue espía. Durante una ocupación realista, ideó una
estafeta en el tronco de un árbol que crecía en la ribera de un río cercano a la Ciudad en
el que las criadas lavaban ropa y recogían agua. Ellas llevaban y traían los mensajes que
la corteza del árbol ocultaba.
María Loreto arriesgó su vida trasladando información confidencial en el ruedo de sus
vestidos y temerariamente burló a los realistas. En una oportunidad, simulando ser una
humilde panadera, ingresó al cuartel enemigo durante varios días logrando relevar el
número de soldados que ocupaba Jujuy, colocando granos de maíz en sus bolsillos,
mientras era centro de atrevidos comentarios por parte de la tropa.
Su inalterable temple le permitió organizar un plan continental de Bomberas que
eficazmente ejecutó junto a Juana Azurduy, Juana Moro, Petrona Arias y Juana Torino,
sus hijos y criados.
Loreto fue la sombra de los realistas y ellos la castigaron con cárcel y humillación.
En 1817 el general español La Serna, que había ocupado Salta, invitó a un baile a las
sospechosas mientras parte de su ejército avanzaba hacia el sur. Loreto lo supo por
confidencia del oficial con el que bailaba y dio aviso a los patriotas impidiendo la
expedición.
Por tanto heroísmo se le otorgó una mísera pensión, que ni cerca estuvo de los servicios
que prestó. Murió en la pobreza.

MARÍA MAGDALENA DÁMASA GÜEMES DE TEJADA :


LA MAMITA DEL POBRERIO: A MACACHA –- LE CABE LA GLORIA DE HABER
ACOMPAÑADO IDEOLÓGICA Y LOGÍSTICAMENTE A SU HERMANO, EL GRAL.
MARTÍN MIGUEL JUAN DE MATA GÜEMES.
Cosió uniformes para la tropa patriota, realizó arriesgadas tareas de espionaje y fue
admirada y respetada por sus opositores. Fue muy querida por el pueblo. Debido a la
generosidad con que ayudaba a los necesitados la llamaban «Mamita de los pobres».
Su red de informantes actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, aportando datos fundamentales
para controlar al enemigo. Integraban la red mujeres de la alta sociedad, campesinas y
hasta minusválidas que todo lo arriesgaron por la Patria.
Andrea Zenarruza de Uriondo, esposa de un lugarteniente de Güemes, recibía
información y la trasmitía desafiando los peligros que esta actividad implicaba,
contribuyendo más de una vez al triunfo de las armas criollas.

Martín Güemes se encontraba con Macacha cuando una partida realista lo atacó e hirió
en Salta, el 7 de Junio de 1.821, causándole la muerte pocos días después.
ROMANCES Y PENURIAS
Dos bellas y cálidas esposas fueron Carmencita Puch de Güemes y Remedios de
Escalada de San Martín.

No empuñaron las armas, ni fueron espías, ni murieron extendiendo sus manos como
mendigas sino de amor al hombre que acompañaron con sacrificio y coraje. Ambas
criaron a sus hijos lejos del padre que anhelaba legarles un país libre.
Remeditos se casó con José a los 15 años pero vivió escaso tiempo a su lado. En
Mendoza bordó la Bandera de Los Andes, contribuyó a equipar el Ejército y acunó a su
única hija, Mercedes Tomasa. Cuando San Martín cruzó la Cordillera ella regresó a
Buenos Aires donde la soledad azotó sus días y la enfermedad se adueñó de su cuerpo
que a los 25 años fue sepultado en La Recoleta.
Murió clamando hasta el último aliento de su vida, por ver a José. No pudo ser.
La pequeña Mercedes quedó al cuidado de sus parientes y se reunió con su padre varios
años después para emprender el penoso camino del exilio.
Carmencita se casó con Martín Miguel a los 18 años y desde entonces vivió angustiada
por la suerte del magno luchador. Su angustia crecía junto a los peligros que la Patria
experimentaba y acosada por los realistas tuvo que cambiar frecuentemente de residencia
para no caer prisionera.
En el invierno de 1.820, Carmen gestaba, en el octavo mes, a Ignacio, su tercer hijo. Una
nueva invasión la obligó a escapar dramáticamente llevando en sus brazos a Luisito, que
todavía no había cumplido un año y a Martincito, de tres. Eludió el acoso pero las
peripecias del camino, el nerviosismo y el clima afectaron su salud y la de los pequeños.
El niño del que estaba embarazada batió sus angelicales alas meses después de nacer.
Carmen se encontraba a unos 100 Km de Salta cuando el general fue herido por los
realistas. No pudo aliviar el martirio de su esposo, ni darle el último beso ni decirle cuánto
lo amaba.
Antes de morir, Güemes vaticinó: «ella vendrá conmigo y morirá de mi muerte como ha
vivido de mi vida». Y así fue.
Presa de una profunda depresión y enferma, Carmen fue al encuentro de Martín diez
meses después. Al igual que Remeditos murió a los 25 años.

MARÍA REMEDIOS DEL VALLE


María Remedios del Valle Rosas

Porteña de nacimiento, era afroargentina del tronco colonial, pues en informes sobre sus
servicios militares se expresa que era “parda” (1). Acompañando a su esposo, a un hijo
propio y a otro adoptivo, marchó el 6 de julio de 1810 con el Ejército Auxiliar, al abrir la
campaña sobre las provincias interiores. Se halló en todos los hechos de armas en que
se encontró aquel Ejército, habiendo marchado en la división del comandante Bernardo
de Anzoátegui, con la cual llegó hasta la villa de Potosí en diciembre de 1810. Se
encontró en el desastre del Desaguadero, el 20 de junio e 1811 y en el retroceso que
siguió a esta derrota, María Remedios del Valle Rosas marchó primera con la mencionada
división de Anzoátegui y siguió después desde Potosí, a las órdenes del teniente coronel
Bolaños hasta llegar a Jujuy. Asistió a las jornadas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y
Ayohuma, y en esta última acción de guerra cayó herida de bala, quedando prisionera de
los españoles, según afirma el coronel Hipólito Videla en un informe fechado en Buenos
Aires, el 17 de enero de 1827, el que va agregado al expediente iniciado por la causante
el 23 de octubre de 1826 (2), y en el que dice:

“Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone: Que
desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de
la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la
Historia de los Pueblos. Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida
presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que
se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro
de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores
del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y
Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de
esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la
Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio
y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán
de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para
hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he
padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que
se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles
la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón,
a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e
influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado
siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la
mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en
campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su
esposo!!!; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército
Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y
demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin
subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la
campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo
reclama por su infelicidad”. Dicha solicitud está firmada por Manuel Rico a ruego de la
suplicante.
María Remedios del Valle Rosas servía en los hospitales y animaba en las líneas, aún en
el acto de la lucha, y por esta causa recibió las varias heridas que menciona.
Después de una larga gestión, en la cual la heroína solicitaba se le abonasen seis mil
pesos “para acabar su vida cansada”, como compensación de sus servicios y la pérdida
de su esposo, su hijo y su entenado, el 24 de marzo de 1827 el Ministro de la Guerra,
general Fernández de la Cruz, decretó que la peticionante se dirigiese al Congreso, por
no estar “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación
al Erario”.
Cuenta Carlos Ibarguren, que años después de la Independencia, una anciana
encorvada, desdentada, frecuentaba los atrios de San Francisco, Santo Domingo y San
Ignacio. Se la veía también en la Plaza de la Victoria ofreciendo pastelitos o tortas fritas, o
en ocasiones mendigando por el amor de Dios.
Llegaba de lejos, de la zona donde comenzaban las quintas, por donde tenía un rancho;
para asegurarse las sobras de los conventos de las que se alimentaba.
Sin saber porqué, la llamaban “la capitana” y cuando la anciana mostraba sus brazos
zurcidos por cicatrices, y contaba que las había recibido en la guerra por la Independencia
los que la oían sentían compasión por su senectud y locura.
Así trascurrían inviernos y veranos, hasta que cierto día el general Viamonte, que había
sido compañero de armas de Remedios, topó con la anciana.
- Pero si es “la capitana”, “la madre de la Patria”, la misma que nos acompañó al Alto
Perú- Se dijo.
La mendiga le contó cuantas veces había golpeado a su puerta en busca de socorro y,
como en cada ocasión la habían espantado por pordiosera.
Viamonte, como diputado, solicitó para ella una pensión por sus servicios en la guerra
emancipadora.
María Remedios del Valle Rosas se dirigió más tarde a la Legislatura cuya Comisión de
Peticiones se expidió el 1º de octubre de 1827, aconsejando el siguiente proyecto de
decreto:
“Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y
devuélvase el expediente para que ocurriendo al P. E. tenga esta resolución su debido
cumplimiento”.
No obstante esto, el expediente estuvo estancado hasta el año siguiente, en que el
general Viamonte (que fue uno de los cuatro generales que informan el expediente
existente en la Contaduría General: Díaz Vélez, Pueyrredón, Rodríguez y Viamonte, y
coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui consiguió que se
llevara a consideración de la Legislatura en la sesión del 18 de julio de 1828, en la que
habiendo objetado algunos diputados la solicitud, el general Viamonte la defendió en los
términos siguientes:
“Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiera
visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en la campaña
del Alto Perú y la conozco aquí; ella pide ahora limosna… Esta mujer es realmente una
benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1810. No hay acción en
que no se haya encontrado en el Perú. Era conocida desde el primer general hasta el
último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su
cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los
españoles enemigos, y no se le debe dejar pedir limosna como lo hace”.
Posteriormente tomó la palabra Tomas de Anchorena, quien expresó: “Yo me hallaba de
secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción
en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía
ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del General, de
los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía
una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: El General Belgrano,
creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al
ejercito; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo”….
“Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a
todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que
cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción
de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para
remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Sino me engaño el General
Belgrano le dio el título de Capitán del Ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o
en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron
700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de
esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer… Una mujer tan singular
como esta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y a
donde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una
general; porque véase cuanto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase
respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la
recomienda”.
Después tomó la palabra el diputado Silveyra, y otros, en defensa de la heroína,
acordándose la siguiente resolución:
“Se concede a la suplicante el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería,
que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 en que inició su solicitud ante el
Gobierno, y devuélvasele el expediente para que ocurriendo al Poder Ejecutivo tenga esta
resolución su debido cumplimiento”.
El 28 de julio de 1828 el expediente fue pasado a la Contaduría General a sus efectos. El
21 de noviembre de 1829 fue ascendida a “sargenta mayor de caballería”. El 29 de enero
de 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de
su clase, listas en las cuales figura “con sueldo íntegro”, menos de enero a abril de 1832 y
desde el 16 de abril de 1833 hasta el 16 de abril de 1835, en que tiene la nota “con sueldo
doble”.
En el famoso decreto del 16 de abril de 1835 (en el párrafo final del mismo que no fue
publicado, pero que existe en el decreto original), Juan Manuel de Rosas la destinó a la
Plana Mayor Activa con su jerarquía de sargento mayor, situación de revista que mantuvo,
y en las listas de noviembre de 1836 figura con el nombre de Remedios Rosas, que
conserva aún en las listas del 28 de octubre de 1847 y con el sueldo de 216 pesos. En
las listas del 8 de noviembre de 1847 hay una nota que dice: “Baja”. El mayor de
caballería Dña. Remedios Rosas falleció”.

Referencias

(1) Por entonces así se nombraban a los negros, y se llamaba “morenos” a los mulatos.
(2) Expediente 13218 de la Contaduría General de la Nación, el cual se halla borrado
desde la mitad por abajo por haberse mojado. Gracias al aparato especial existente en el
Archivo General de la Nación que aplica los rayos ultravioletas, se ha podido establecer lo
que está borrado a la vista.

LA CAPITANA MENDIGA: MUY NOMBRADAS Y POCO CONOCIDAS SON «LAS


NIÑAS DE AYOHÚMA», AQUELLAS QUE ASISTIERON AL DERROTADO EJÉRCITO
DE MANUEL BELGRANO EN VILCAPUGIO Y AYOHÚMA EN ACTUAL TERRITORIO
BOLIVIANO.
Una de ellas deambulaba dos décadas después por la Plaza de la Victoria y las Iglesias
del centro de Buenos Aires. Al verla, el general Juan José Viamonte, le preguntó su
nombre.
María Remedios del Valle, respondió.
Es ‘La Capitana’, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína! Exclamó Viamonte.
Condolido de su suerte le gestionó una pensión que no prosperó. El proyecto fue tratado
en la Legislatura, pero algunos Diputados pidieron informes y alegaron que Buenos Aires
no podía recompensar por servicios prestados a la Nación. Entonces Viamonte expresó:
«Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese
visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú
y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna… Esta mujer es realmente una
benemérita. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de
bala, y lleno también de las cicatrices por los azotes recibidos de los enemigos, y no se
debe permitir que deba mendigar como lo hace».
El doctor Tomás de Anchorena, quien había sido secretario del general Belgrano en la
campaña del Alto Perú, dijo:
«Era la única persona de su sexo a quien el riguroso Belgrano permitía seguir la campaña
del ejército, cuando eran tantas las que lo intentaban. Todos la elogiaban por su caridad,
por los cuidados que prodigaba a los heridos y mutilados, y por su voluntad esforzada de
atender a los que sufrían. Su misma humildad es lo que más la recomienda».
Se acordó reconocerle un sueldo, crear una comisión que redactase y publicase su
biografía y diseñase un monumento en gratitud a sus servicios. Nada de eso ocurrió.
María Remedios murió en la miseria.

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