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Memoria de la comunicación

Héctor Schmucler

Editorial Biblos

1ª ed., Buenos Aires, 1997

Colección: Comunicación,
medios, cultura

ISBN 950-786-1416

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
ÍNDICE

Prólogo .................................................................................................................................................. 9

EL REGRESO DE LAS PALABRAS

El regreso de las palabras o los límites de la utopía mediática ............................................................. 17


Los tiempos apocalípticos anunciados por la técnica ............................................................................ 27

TECNOLOGISMO

Ideología y optimismo tecnológico ....................................................................................................... 41


Ideología y progreso, 42. Ideología y pensar técnico, 43. La técnica como verdad, 44. El proceso de
abstracción, 45. El optimismo ele la técnica, 46. Crítica a la ideología de la técnica, 48. Darwin y Marx, 49.

Apuntes sobre el tecnologismo ............................................................................................................. 55

Nuevas tecnologías en comunicaciones y el reforzamiento del poder transnacional ............................ 61


Los nuevos nodos del poder transnacional, 62. La razón tecnológica, 64. Estructura social y
transferencia tecnológica, 65. Historicidad de la tecnología, 66. Las tecnologías en el manejo de la
información, 67. Tecnologías y desarrollo, 68. La tecnología transnacional de comunicación, 71. El origen
militar de las nuevas tecnologías, 72. La sociedad informatizada, 76. Las perspectivas de otro desarrollo, 78.

El mitológico advenimiento de los satélites en América latina ............................................................. 81


Genealogía, mito e historia, 82. La historia se repite como comedia: los satélites en América latina, 87.
Preguntas donde lo previsible no aparece, 91.

LO QUE VA DE AYER A HOY (EN LOS ESTUDIOS DE LA COMUNICACIÓN)

Dependencia y liberalismo. El diario La Opinión ................................................................................. 95


Crítica a los presupuestos de la doctrina liberal ele la prensa, 97. La Opinión se autodefine, 98. La
certidumbre del orden, 101. La selección del auditorio, 102. Lo social como sutura, 103. Las
determinaciones del mercado, 104. La política y los límites del modelo, 105. La negación ele lo cotidiano,
106.

Comunicación, cultura y desarrollo ...................................................................................................... 109

Sobre los efectos de la comunicación .................................................................................................... 115


Propuesta de inventario, 116. Los efectos de la conducta, 118. Los efectos desde la sociología, 123. Los
efectos desde la filosofía, 126.

La investigación (1975): ideología, ciencia y política ........................................................................... 131


¿Para qué investigar sobre los medios masivos de comunicación?, 131. La revista Lenguajes: ciencia versus
ideología, 134. La elección de un camino, 140.

La investigación (1982): un proyecto comunicación/cultura ................................................................ 145

La investigación (1996): lo que va de ayer a hoy .................................................................................. 153


El gran salto: de la política al mercado, 155. Telos 19: memoria, culminación y caída, 156. El poder de los
consumidores, 158. La soberanía del público receptor, 162. La opción por las excepciones, 163.

Los riesgos de la pancomunicación ....................................................................................................... 165

¿EDUCACIÓN PARA LA TECNOLOGÍA?

La informática en la educación ............................................................................................................. 177


Las computadoras en la enseñanza, 177. ¿Cómo enseñan las computadoras?, 181. Enseñanza
programada, 182. Programas de repaso, 184. Programa de simulación, 184. Utilización de bancos de
datos, 185. Aprendizaje por exploración, 185. Juegos educativos, 187. La educación por computadoras
también es un negocio, 187. El analfabetismo informático, 189. Educación ¿para qué?, 191. A la sombra
del año 2000, 195.

Información y trivialidad en educación ................................................................................................. 197

Tecnologías para la educación o educación para la tecnología ............................................................. 207

LA PÉRDIDA DEL AURA

Steiner y la presencia de lo trágico ........................................................................................................ 221

Benjamin y la pérdida del aura (una nueva pobreza humana) ............................................................... 229

Spielberg y el escándalo de estetizar el horror ...................................................................................... 241


Recuerdo y olvido, 242.

La inscripción social del cine ................................................................................................................ 245


La ideología del cine, 246. El lenguaje cinematográfico, 250. El cine posible, 252. El cine posible hoy, 253.

NOSTALGIA DE LA POLÍTICA

El NOMIC: recuerdo de lo que no fue .................................................................................................. 257


La política como mercado ..................................................................................................................... 267
Los escenarios de la política, 268. Los profesionales, 270. La única realidad es la empresa, 273. La
majestad de la cultura mediática, 276.

OPINIONES

¿Queremos ser Japón? ........................................................................................................................... 283


Los dioses del desencanto ..................................................................................................................... 291
Pasión y muerte ..................................................................................................................................... 293
Los cuartetos ......................................................................................................................................... 295
Una genealogía posible, 297. Precisiones para la historia, 298. Una interpretación: el tautologismo
populista, 299. Otra interpretación: el esencialismo ilusorio de la izquierda, 300. La ambigüedad de los
rostros, 301.

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LA INVESTIGACIÓN (1982): UN PROYECTO COMUNICACIÓN 7
CULTURA ∗

En los últimos tiempos se han ido desmoronando muchos de los edificios intelectuales que hasta poco antes
imaginábamos perdurables, cuando no definitivos. Historia colectiva y saberes individuales se combinaron
para construir esta nueva lucidez crítica, de cuyo cuestionamiento no escaparon los temas vinculados a la
comunicación y la cultura. En el número tres de esta revista, hace ya diez años, sosteníamos con Armand
Mattelart que “resulta estrecho considerar exclusivamente los fenómenos localizados en el clásico esquema
emisor-canal-receptor para entender la significación que adquieren los «mensajes» que circundan al
hombre”. En aquellos momentos, la llamada ciencia de la comunicación imponía su soberbia con diversos
ropajes. Algunos atuendos ya mostraban arrugas: estadísticas, modelos cibernéticas, análisis de contenidos
manifiestos; otros tenían el encanto de la moda reciente: formalizaciones semiológicas, teoría de las
ideologías, análisis automático del discurso. Los partidarios de uno y otro campo establecían precisos
antagonismos que a veces dieron lugar a disputas apasionadas. Nosotros también estábamos en ese juego que
parecía tener como apuesta la conquista de la verdad.
Para los que negaban el funcionalismo dominante, el auténtico conocimiento tenía otro rostro: la
materialidad del lenguaje, la materialidad de las ideas, las estructuras de significación que se ocultaban bajo
la superficie del discurso y que debían ser develadas de manera implacable. Aquello, lo otro, era ideológico:
construcción falsa de las apariencias del mundo; esto, lo propio, era la realidad sustantiva, profunda,
descubierta a través de las trampas sembradas por la ilusión de transparencia que ofrecían las cosas. La
ciencia del funcionalismo era un simulacro; la sustentada en el materialismo, se decía, representaba la
realidad objetiva. Apenas si sospechábamos entonces, al menos en América latina, que no era cuestión de
predicados, sino que lo que estaba tambaleando en el mundo entero era el concepto mismo de ciencia.
En el Cono Sur, lugar geográfico donde crecían nuestras reflexiones, las ideas se encarnaban en
hechos sociopolíticos con consecuencias dramáticas. En 1973 un golpe militar terminaba con el gobierno de
la Unidad Popular en Chile y la muerte de Salvador Allende se convirtió en el símbolo de un fracaso. Seis
años antes, en Bolivia, la agonía del Che Guevara desencadenaba interrogantes irresueltos hasta hoy. Cuando
en 1974 señalábamos nuestra sospecha sobre los límites de algunas concepciones teóricas, en la Argentina se
entretejían los hilos de una tragedia que tendría un momento destacado en marzo de 1976. Las ideas, en
algunos países de América latina, no sólo se configuraban en un espacio histórico que le servía de marco,
sino que eran partícipes de los acontecimientos. La “teoría de la dependencia”, además de un esquema
interpretativo de la realidad, fue, en algunas circunstancias, la matriz sobre la que se montaron acciones
concretas. Althusser, en América latina, no era sólo tema de tesis universitarias y polémicas académicas:
inspiraba, especialmente a través de sus epígonos, modelos de prácticas políticas. Algunos libros de Regís
Debray habían superado los muros de la École Normale y solían alojarse en la mochila de algún guerrillero.
La teoría no pasaba a través, sino que estaba en el drama.
Fueron años de confino aprendizaje. Denunciábamos, y con razón, el uso que se pretendía hacer de
los medios masivos como instrumentos al servicio de un modelo de desarrollo inspirado en las universidades
norteamericanas que, de paso, impediría la expansión de las acciones insurgentes de los pueblos
latinoamericanos. Señalábamos que la proliferación de facultades y escuelas consagradas al ideal de “la
comunicación para el desarrollo”, enmarcadas en proyectos como la Revolución Verde o la Alianza para el
Progreso, facilitaba la vinculación de América latina a los intereses hemisféricos de Estados Unidos. En
nombre de la ciencia, se expandía una cultura que consagraba la dominación. La ciencia de la comunicación
rebautizaba el nombre de institutos de enseñanza superior que antes se denominaban “de periodismo” o que
se aceptaban como lugares de educación en técnicas informativas. Una bibliografía generosamente
distribuida por todos los países insistía en el mérito de lo científico en reemplazo de lo que hasta entonces era
mero arte, oficio. Los doctos en comunicación podrían llamarse comunicólogos. En el seno de la institución
universitaria, la ciencia igualaba jerarquías: las modestas escuelas pasaban a ser facultades. La ciencia
consolidaba la autenticidad de los conocimientos, volvía indiscutibles las opiniones de quienes ejercían la
profesión (porque ya no eran simples opiniones) e imponía una exigencia soberana: la investigación.
Investigar fue el fantasma que habitó los sueños de dignidad científica en los estudios de comunicación.
Obsesión y tormento. La ecuación era simple: la verdad se alcanza únicamente con la ciencia y la ciencia es

Reproduce el artículo “Un proyecto de comunicación/cultura”, en Comunicación y Cultura, 12, México, agosto de
1984.

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sinónimo de investigación. Sólo era necesario difundir la llave maestra que abría el camino regio: el método.
Los programas de enseñanza incluyeron, en consecuencia, la “metodología de la investigación científica”.
Funcionalistas o no, casi todos invocaban una verdad científica y cualquier heterodoxia
metodológica estimulaba las iras de laicos sacerdotes del saber. Para la ciencia funcionalista el dato
cuantitativo era la realidad en sí. Desde otro bando se denunciaba la falacia: la realidad, justamente, está
disimulada por esa apariencia de realidad. La ciencia, la verdadera, era la que podía atravesar la opacidad del
sentido común para descubrir las leyes estructurales que rigen los procesos naturales, sociales o históricos. Si
se cometían errores, eran producto de la falta de destreza de los seres humanos que no atinaban a derribar las
barreras levantadas por la episteme. Pero la ciencia estaba allí, definitiva, para arrancar las verdades que el
mundo se resistía a mostrar. Lo importante era descubrir cómo interrogar; el qué no ofrecía dificultades.
Aldo Gargani apunta con agudeza: “El drama religioso de la racionalidad moderna consistió, por lo tanto, en
plantearse como manifestación o evangelio de una verdad que traduce un mundo en que toda cosa está
lógicamente decidida y nada, o casi nada, es dejado a los procesos constructivos del saber. Un rasgo esencial
de la racionalidad tradicional fue la tendencia a inscribir la investigación sobre el fondo de una escena
intelectual en que para cada pregunta está ya predispuesta simétricamente la respuesta” (Crisis de la razón,
Siglo XXI). En aquellos años tal vez no teníamos suficiente conciencia de que el derrumbe de esa
racionalidad había comenzado desde hacía mucho. La “crisis de la razón” movilizaba a algunos sectores del
pensamiento europeo. En América latina, algunas certezas se teñían con la sangre de quienes las postulaban.
Sangre que no era simbólica, que no sólo se derramaba en proclamas encendidas. Fue más desprolija esta
experiencia latinoamericana, donde habitaba la muerte. Pero no demasiado distinta de la que se padecía en
los claustros académicos o en los recintos políticos del otro mundo, al que la metáfora biológica llama
desarrollado.
Comunicación y Cultura participó del estremecimiento intelectual y político. Su vida chilena apenas
si alcanzó al primer número. La etapa posterior, en Buenos Aires, se extendió hasta el número cinco. Los que
siguieron, incluido este número doce, se editaron en México. Uno de los directores vive en Francia desde
1973, obligado a salir de Chile después del golpe de Estado. El otro tuvo que abandonar su país, Argentina,
en 1976, y se radicó en México. La política determinó una especie de diáspora que significa desgarramientos,
pérdidas, nostalgia infinita; el cuestionamiento intelectual fue marcando su presencia en las sucesivas
entregas de la revista. No es mérito que pueda personificarse el que sus páginas permitan recorrer una de las
historias, tal vez la más compleja, de los estudios vinculados a la comunicación en América latina.
Hoy ya creemos saber algunas cosas y a partir de ellas imaginamos un lugar posible para
Comunicación y Cultura. Ya lejos, y seguramente con otras resonancias, podríamos repetir algunos de los
objetivos que señalábamos en 1973, en el número uno de la revista: “Deben emerger una nueva teoría y una
nueva práctica de la comunicación que, en definitiva, se confundirá con un nuevo modo total de producir la
vida hasta en los aspectos más íntimos de la cotidianidad humana”. Hoy ya sabemos que no existe una
verdad, previa a nuestro conocimiento, que está esperando ser revelada; que el conocimiento es un proceso
de construcción y no de descubrimiento. Hemos aprendido que las realidades son infinitamente más
complejas que las anunciadas por algunas matrices teóricas. El individuo, la subjetividad, no es sólo una
consecuencia: es componente decisivo que actúa en condiciones físico-naturales cuyo funcionamiento
también admite el azar y lo imprevisible. Hemos aprendido a reconocernos como seres humanos cuyos
deseos y placeres están en el origen de sus acciones (incluidas las colectivas). Estamos aprendiendo a no
ruborizarnos cuando empleamos la palabra felicidad o amor; cuando declaramos que los seres humanos no
deberían estar después sino antes de los modelos sociales y económicos que se proponen en la actualidad.
Fuimos aprendiendo, también, que ideas como las que hemos anotado no son simples votos piadosos.
Por el contrario, constituyen el motor de cualquier acción contemporánea que intente superarla crisis de esta
civilización que creía avanzar hacia algo y que parece lanzada a la destrucción, a la nada. Una civilización
(no la civilización) mercantil, productivista, tecnocrática, ubicada en Occidente y Oriente, capitalista y
socialista, que tiene horror al vacío que nos amenaza y que lo niega con hipótesis tranquilizantes.
Civilización del optimismo resignado: ante lo inevitable no tiene sentido la resistencia porque esto inevitable
es lo único posible, es la realización legítima de leyes inexorables. Aceptar y, en todo caso, adaptar. El
posibilismo como filosofía de la sensatez.
Algunos, en cambio, creemos que se trata de una encrucijada. Que existe más de un camino y que lo
único que ocurre es que los siglos recientes han ido orientando nuestra mirada para que podamos ver sólo
uno. Pensando en cosas semejantes, Edgar Morin ha sabido resumir un curso deseable de acción: “Debemos
resistir a la nada. Debemos resistir a las formidables fuerzas de regresión y de muerte. En todas las hipótesis,
es preciso resistir. El porvenir ya no es la fulgurante marcha adelante, o, más bien, hay que resistir también a
la fulgurante marcha adelante de las amenazas de sometimiento y destrucción. Más ampliamente, desde hoy

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debemos, tenemos que resistir sin cesar a la mentira, al error, a la salvación, a la resignación, a la ideología, a
la tecnocracia, a la burocracia, a la dominación, a la explotación, a la crueldad. Más aún, debemos
prepararnos para nuevas opresiones, es decir para nuevas resistencias. [...] Todo puede comenzar desde no se
sabe dónde, todo debe comenzar desde todas partes, por varios extremos, es preciso que se operen varios
comienzos a la vez, se sincronicen, se sinergicen, hagan remolino... [... ] Preparémonos para la irremediable
derrota. Aunque deseemos sobre todas las cosas ver el cese de la humillación, el desprecio, la mentira, ya no
tenemos necesidad de certidumbre de victoria para continuar la lucha. Las verdades exigentes prescinden de
la victoria y resisten para resistir.
“Pero preparémonos también para las liberaciones, incluso efímeras, para las divinas sorpresas, para
los nuevos éxtasis de la historia...” (Para salir del siglo XX, Kairós).
Hasta aquí hemos llegado. Un proyecto de comunicación/cultura no podría continuar sin asumir esta
lacerante conciencia. Para empezar, deberíamos establecer, conceptualmente, una barra entre los dos
términos (comunicación, cultura) que ahora articulan y destacan sus diferencias con una cópula. La barra
(comunicación/cultura) genera una fusión tensa entre elementos distintos de un mismo campo semántico. El
cambio entre la cópula y la barra no es insignificante. La cópula, al imponer la relación, afirma la lejanía. La
barra acepta la distinción, pero anuncia la imposibilidad de un tratamiento por separado. A partir de esta
decisión, y con todo lo ya acumulado, deberíamos construir un nuevo espacio teórico, una nueva manera de
entender y de estimular prácticas sociales, colectivas o individuales. No es poco lo que ya se ha avanzado: en
las páginas de Comunicación y Cultura se podrían reconocer trabajos rigurosos que insinúan este rumbo;
autores del mundo entero ya han aportado reflexiones iluminadoras.
Venimos de un obstinado fracaso: definir la comunicación. En consecuencia, siempre resulta
problemático establecer el campo específico en donde se incluyen los hechos que nos proponemos analizar.
Por supuesto que existen definiciones. Pero normalmente deben acudir a generalidades tan vastas que
abarcan el universo de lo posible: todo es comunicación. El concepto de comunicación, así, carga la culpa
del racionalismo que intenta formular leyes únicas para explicar el funcionamiento de fenómenos plurales.
La versión cibernética de retroalimentación está en el centro de esta corriente explicativa que totaliza su
visión en la teoría de sistemas. Todo se comunica, quiere decir, estrictamente, que todo se autorregula, que
todo tiende a un fin. (Falta aún una historia que vincule la construcción de los conceptos de comunicación y
energía, que reemplazan a la “causa primera” en la metafísica moderna.)
El estudio de la comunicación se convierte, con frecuencia, en el aprendizaje del uso de instrumentos
o en la evaluación de las consecuencias del uso de determinadas tecnologías. En uno u otro caso, el
instrumento aparece como un mediador más o menos neutro. Hay una historia de los usos de algunas
técnicas; hay otra historia, la de la técnica, que se muestra como un proceso de evolución natural,
condicionado, en todo caso, por otros hechos científico-técnicos. Uso e instrumento suelen mostrarse como
realidades aisladas, cuando no son más que momentos indisociables de un mismo fenómeno.
La razón tecnocrática, meramente instrumental, encuentra su negación en la versión ontológica-
moral de la comunicación, consagrada desde sus orígenes: comunicar es comulgar. Más allá de su
connotación religiosa, la acción comunicativa es un hecho ético, es decir, político, no instrumental.
Habermas subraya la diferencia: “La acción estratégica se distingue de la acción comunicativa, que tiene
lugar bajo tradiciones compartidas, en que la decisión entre posibilidades alternativas de elección puede y
tiene que tomarse de forma fundamentalmente monológica, es decir, sin un entendimiento ad hoc, ya que las
reglas de preferencia y las máximas que resultan vinculantes para cada uno de los actores vienen ajustadas de
antemano” (Ciencia y técnica como “ideología”, Tecnos). La perspectiva de la comunicación/cultura asume
los problemas de la eticidad, “que sólo pueden surgir en el contexto de la comunicación entre actores y de
una intersubjetividad que sólo se forma sobre la base siempre amenazada del reconocimiento recíproco”
(Habermas, ídem).
Desde aquí deberíamos reiniciar el camino: estimular algunas tendencias vigentes, cuestionar otras,
superar (negar) la mayor parte. Muchas preguntas, por lo tanto, deberían ser alteradas. Lo que está en
cuestión es el qué y no sólo el cómo. No se trata de describir apartándonos, sino de construir un saber que
nos incluya, que no podría dejar de incluirnos. La relación comunicación/cultura es un salto teórico que
presupone el peligro de desplazar las fronteras. Pero, justamente, de eso se trata: de establecer nuevos
límites, de definir nuevos espacios de contacto, nuevas síntesis. En vez de insistir en una especialización
reductora, se propone una complejidad que enriquezca. Nada tiene que ver esto con la llamada
interdisciplinariedad que, aun con las mejores intenciones, sólo consagra saberes puntuales. Se pretende lo
contrario: hacer estallar los frágiles contornos de las disciplinas para que las jerarquías se disuelvan. La
comunicación no es todo, pero debe ser hablada desde todas partes; debe dejar de ser un objeto constituido,

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para ser un objetivo a lograr. Desde la cultura, desde ese mundo de símbolos que los seres humanos elaboran
con sus actos materiales y espirituales, la comunicación tendrá sentido transferible a la vida cotidiana.

(1984)

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