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Facultad de Ingeniería
Curso: Puentes
Sección: P
Carnet: 201212578
Tarea # 23
CAPITULO IV
"Si pues esto sucede con las cosas puramente materiales ¿cuáles no serán las in-
fluencias, buenas malas, que el hábito es capa/ de ejercer sobre la flexible
constitución humana y sobre el sistema nervioso regido por la ley de la
periodicidad? Esta es la razón por la que algunos filósofos, han definido al hombre
**un animal costumbres.
Pero hay que tener DE LOS HÁBITOS en cuenta que el hábito físico siempre
afecta transforma lo moral y viceversa, es decir, que el hábito moral concluye por
afectar la parte física del hombre.
Dice este respecto con mucha sabiduría un autor: "Sembrad un acto y cosecharéis
un hábito; sembrad un hábito y cosecharéis un carácter; sembrad un carácter y
cosecharéis un destino.
Así como la salud no es más que el hábito de seguir los preceptos higiénicos, la
virtud no es otra cosa que el hábito de obrar bien.
Más para adquirir este hábito de obrar bien se necesita que el hombre se haga
dueño y señor de su voluntad, y ésta es la verdadera razón de la grandeza y
mérito de la virtud.
Lo que fue al principio un simple hábito concluye casi siempre por ser una
verdadera necesidad, imperiosa y despótica como todas las necesidades, casi
orgánica, y ante la cual la voluntad, la soberana del hombre, sucumbe en la
mayoría de las veces.
Todos los demás hábitos que hemos enunciado, los pasaremos estudiar en
seguida, consagrándoles, por su importancia, cada uno, capítulo aparte.
LECTURAS ESCOGIDAS
Por hábito resistimos mil causas de destrucción, como los alimentos y bebidas
malsanas, los climas extremos, los gases deletéreos, las emanaciones
pantanosas, al calor, al frío, la luz, la obscuridad, las fatigas, las penas, las
enfermedades crónicas, etc.
Recórranse todos los órganos del cuerpo humano, y por consiguiente todas sus
funciones, y ninguno se encontrará que no haya experimentado que no pueda
experimentar modificaciones capaces de constituir hábitos.
El hombre se habitúa poco a poco comer mucho, lo mismo que una sobriedad
increíble; la intemperancia, lo mismo que a las privaciones.
Tales enfermedades respetan casi siempre los indígenas, al paso que invaden los
forasteros.
Por esto conviene dar los medicamentos en dosis sucesivamente más altas,
interrumpir su uso, diversificar la forma de preparación el modo de administración,
si se quiere que surtan efecto: por esto vemos cuan impunemente abusan del
tabaco los fumadores y los tabaquistas; y por el mismo principio asentado,
llegaron Mitridates y la Brinvilliers obtener el horrible privilegio de ingerir en su
estómago cualquier veneno.
El hábito mal dirigido hace los hombres versátiles y movedizos, al paso que en
cierta edad, y en determinadas condiciones, los hace amigos de la rutina y
refractarios toda variación.
El hábito produce dos efectos principales: por un lado los actos habituales son
más fácilmente producidos; y por otro lado tienen más tendencia producirse y se
convierten en una necesidad nueva.
Mas por otro lado, sea por el segundo de los citados efectos, el hábito nos impulsa
interiormente ejecutar el acto que ha sido repetido, y buscar la impresión que por
su continuidad se nos ha hecho necesaria: el hábito nos hace encontrar un placer
en la repetición del acto y en la presencia de la impresión; la necesidad facticia
que ha creado habla en nosotros con voz tan recia como las necesidades
orgánicas nativas; sentimos placer en satisfacerla y dolor en resistirla; y por
consiguiente el hábito nos conduce al goce y no a la indiferencia; nos induce ser
constantes y no ser veleidosos.
Desde la infancia nos ocupa- remos, pues, en que todos los actos y todas las
impresiones sean proporcionadas a la actividad de los órganos y a la excitabilidad
de los sentidos; y por otra parte procuraremos que el instinto de imitación,
entonces muy activo, pueda ejercitarse siempre sobre buenos modelos.
Tales hábitos, y otros mil que fuera prolijo enumerar, son malos, ó, por lo menos,
inútiles.
Esos hábitos constituyen una segunda naturaleza de mala índole; dificultan la
adquisición de los buenos hábitos.
¡Dónde encontrar un aliado más precioso para los actos que debemos desear! ¡Y
cómo se presta transformar rápidamente en un largo y hermoso camino el sendero
pedregoso donde nos aventurábamos con repugnancia! Apenas con dulce
violencia nos conduce al objeto de nuestro propósito, allí donde nuestra pereza
rehusaba primero ir! Raras son en la vida las ocasiones de realizar acciones
brillantes.
Donde quiera que está formado el hábito, obra involuntariamente y sin esfuerzo, y
sólo cuando os Oponéis él podéis ver cuán poderoso se ha hecho.
Al principio puede parecer que el hábito no tiene más fuerza que una telaraña;
pero una vez formado, ata como si fuera una cadena de hierro.
Los pequeños acontecimientos de la vida, tomados aisladamente, podrán parecer
sin ninguna importancia, como la nieve que cae silenciosamente copo tras copo, y
que sin embargo, una vez acumulada, forma la avalancha.
Los principios, en realidad, no son sino los nombres que aplicamos los hábitos;
porque los principios son palabras, pero los hábitos son las cosas en sí mismas:
bienhechores tiranos, conforme sean ellos buenos malos.
Así acontece que conforme avanzamos en años, una porción de nuestra libre
actividad y de nuestra individualidad queda dependiendo del hábito; nuestras
acciones se hacen de la naturaleza del destino, y estamos atados por las cadenas
con que nos hemos envuelto.
De aquí que menudo es más difícil desaprender que aprender; y por esta razón
estaba justificado el tocador de flauta antiguo que cobraba doble paga los
discípulos que habían sido enseñados por un maestro cualquiera.
De aquí, según lo observa el señor Lynch, que el más sabio de los hábitos es el
hábito del cuidado en la formación de buenos hábitos.
El doctor Johnson ha dicho que el hábito de ver el lado mejor de las cosas vale
más para un hombre que mil libras esterlinas al año.
De este modo puede hacerse que el hábito de pensar lo feliz, nazca como otro
hábito cualquiera.
Y educar hombres y mujeres con una disposición festiva de esta clase, un genio
bueno, y una forma dichosa de espíritu, es quizás de más importancia, en muchos
casos, que perfeccionarlos en saber y en adornos.