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“Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?

Esta fue la
interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su
juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad;
sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era,
según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante
división entre polos positivos y negativos puede parecemos puerilmente simple.
Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad? Parménides
respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no? Es
una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad
es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.”

EL PESO DE NIETZSCHE Y LA LEVEDAD DE PARMENIDES

¿y Ahora que Hemos de Elegir?


Y otra vez vuelvo a escribir, otra vez con la copa de ron con coca frente al teclado
de la PC. Otra vez con el mismo tema, con la frase de siempre, pero con ideas
completamente distintas.

Fue por mayo 1999 cuando dos amigos me hicieron leer dos libros, “1984” por un
lado y “La insoportable levedad del ser” por el otro.
Del primero, imposible pasar de largo la escena de Winston, O’brein y los dedos de
las manos. Del segundo, el cuestionamiento que a todos los que leímos el libro nos
sigue rompiendo la cabeza:
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta
contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer
desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por
lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más
pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y
verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el
hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la
tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean
tan libres como insignificantes. Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la
levedad?
Ése fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo.
A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-
oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción
era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante
división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple.
Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?
Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.
¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre
peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones."

M. Kundera


Cuando me planteé esta pregunta, coincidí con Parménides en que la levedad era lo
positivo, ya que entendía que levedad significaba no estar sujeto a las normas que
rigen en la sociedades. Entendí que ser leve se asemejaba al espíritu libre que
luego me enseñaría Nietzsche.
Pero hoy me resulta extraño que Parménides de Elea se refiera con la levedad al
espíritu libre que platearía Nietzsche dos mil trescientos años más tarde.
Parménides nació por el 515 o 510 A.C., fue el primer filósofo que procede con total
rigor racional convencido de que únicamente con el pensamiento –y no con los
sentidos- puede alcanzarse la verdad, y que todo lo que se aparte de aquel no
puede ser sino un error, solo lo racionalmente pensado “es”, y, a la inversa, lo que
“es”, responde rigurosamente al pensamiento: “pues lo mismo es pensar y ser”
Su teoría representa la antitesis de la de Heráclito, quien afirma el constante
cambio del ente, el devenir, el ser y no ser.
Para Parménides este cambio no existe, pues el ente, el ser, es único, inmutable,
inmóvil, inengendrado, imperecedero, intemporal e indivisible, y todo cambio que
el hombre pueda notar no es más que una mera sensación, una ilusión, vana
apariencia, nada verdaderamente real.
Quizás sirva poner un ejemplo que nos acerque solo un poco al pensar de
Parménides: Según su pensamiento, una mesa, en esencia, siempre existió, y lo
único que hace el artesano es darle forma, la hace visible, sensible a nuestros
sentidos.
Antes de que el artesano obrase sobre la mesa, nos era imposible verla, palparla,
sentirla, pero aún así estaba en la cabeza del artesano, este la podía pensar y por
ende ya existía. Por eso para Parménides existen dos mundos, uno el de las “Ideas”,
el real, y el otro, el “Sensible”, el distorsionado por el hombre.
Ahora bien, pongamos de ejemplo al Hombre. Para Parménides, el Hombre como
cualquier otro ente, siempre existió, y al nacer (o al engendrarse) solo toma forma,
se hace sensible a los sentidos del mundo, va cambiando quizás, pero solo
superficialmente, pues el “Ente Hombre”, como todo ente, no es susceptible al
cambio, y posee todos los atributos que antes se nombraron.
Esto libera al hombre de toda decisión, ya que el Hombre como ente no puede
variar su esencia. De esta forma el Hombre se libera de cargar con la
responsabilidad de hacer de si, ya que lo que fue, es y será ya esta hecho.

Parménides libera al Hombre de toda responsabilidad y lo condena a la vez, a vivir


una vida que no puede modificar. Hace al Hombre leve, ya que todas sus
decisiones, buenas o malas, en ningún caso lo modificarán a él ni a su entorno.
Toda la filosofía posterior se inclinó, en mayor o menor medida, hacia esta rama,
hacia la permanencia inmutable del ente. A la condena perpetua.
Nietzsche, mil y pico de años mas tarde, intenta revindicar la teoría de eterno
cambio que había iniciado Heráclito.
Heráclito decía que todo fluye, que todo cambia, los entes están en continuo
cambio. Lo positivo se convierte en negativo y lo negativo en positivo.
Nietzsche habla del cambio del hombre. El Zaratustra de Nietzsche habla de las
transformaciones del hombre, del espíritu en camello, del camello en león, y del
león en niño.

El espíritu, al transformarse en camello, se carga con las alforjas mas pesadas, se


carga con todos sus deberes y se interna en el desierto. Es aquí, en pleno desierto
donde el camello se convierte en león y ansioso de alcanzar su libertad va en busca
de su amo, a luchar contra él para derrocar el imperio del “tú debes” y levantar el
estandarte del “yo quiero”. Luego de la victoria el león se transforma en niño, pues
es el niño inocencia, olvido y juego. El hombre se vuele libre, pero dueño de sus
actos, ya que se crea a si mismo, es creador y criatura al mismo tiempo.

Nietzsche le ofrece al hombre liberarlo de la condena que Parménides le había


sentenciado, siempre que acepte cargar con el peso de la responsabilidad de hacer
de si lo que quiera, o mejor dicho, lo que pueda.
Nietzsche incita al Hombre a alcanzar la levedad, pero le advierte que para
alcanzarla deberá cargar con las cargas más pesadas, y solo si las soporta podrás
sentirse libre.

Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no


puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que
no se dirige hacia un punto de destino pues no lo hay.. Mirará, sin embargo, con
ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en le mundo; asimismo, no deberá
atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza: es preciso que tenga
también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese
hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará hallará cerrada la
puerta de la ciudad que había de darle cobijo: tal vez incluso como en oriente, el
desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan
pronto lejos como cerca; se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben su
acémilas. Quizá entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el
desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la
mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los
ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, mas bellaquería y más
inseguridad aún que ante su puerta, -por lo que el día será para él casi peor que la
noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto
llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras
jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la
niebla de la montaña a los coros de las musas que le rozan al danzar; más tarde
sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se
pasee bajo los árboles verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes
escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos
los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como
él, con su forma de ser unas veces gozosa y otra meditabunda, caminantes y
filósofos.

F. Nietzsche
Ahora bien, que hemos de elegir, ¿el Peso de Nietzsche o la Levedad de
Parménides?

El propio Kundera realiza en su obra “La Insoportable Levedad del Ser” una
conceptualización del Eterno Retorno, que surge precisamente de la Aceptación y
la Negación del mismo.

Se diría que:
Aceptación del mito = Concepto de PESO

Negación del mito = Concepto de Levedad



La idea del peso en oposición a la levedad da cuenta de la visión del mundo
dividido en dos polos, dos polos lejanos e irreconciliables. Por lo mismo, ¿cuál
debemos elegir; el peso o la levedad?
La obra hace referencia a dos puntos de vista propios de este gran dilema:
El filósofo pre socrático, Parménides: plantea que el mundo está dividido en dos
principios contradictorios, uno positivo, y el otro negativo. Parménides encasilla a
la levedad dentro del polo positivo, y al peso, en el negativo.

El músico contemporáneo, Beethoven: sostendría que el peso es, evidentemente, lo


positivo: “Una decisión de peso va unida a la voz del destino. El peso, la necesidad y
el valor, son tres conceptos internamente unidos. Sólo aquello que es necesario,
tiene peso. Sólo aquello que tiene peso, vale”.

De alguna forma, el autor del texto se inclina más hacia la segunda propuesta, y es
de hecho este dilema lo que conduce al título del mismo: “La Insoportable Levedad
del Ser”.


Ahora, ¿por qué es insoportable lo leve? Nuestro criterio más inmediato nos indica
justamente lo contrario: la ausencia de carga implica ausencia de responsabilidad,
y en términos básicos, eso es netamente positivo, y por sobre todo, agradable. ¿En
qué se basó Kundera para sostener algo totalmente opuesto a lo que dicta el
sentido común?



“La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra
la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con
el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es, por lo tanto, a la vez, la
imagen de la más intensa plenitud de vida. Cuanto más pesada sea la carga, más
aras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la
ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire,
vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a
medias y sus movimientos serán tan libres como insignificantes” (La Insoportable
levedad del ser - 1895).

Siguiendo ese esquema, resulta más entendible el asociar el concepto de levedad a
una vida vacía y sin sentido. La palabra insignificante adquiere aquí un rol esencial:
Kundera rechaza la connotación positiva de lo “leve” por la consecuencia a largo
plazo que posee sobre el hombre: vivir sin responsabilidades puede ser bastante
ameno durante un tiempo, pero se llegará a un punto en qué simplemente no
habrá incentivos para hacer nada.

El hombre vivirá, en un sentido básico, por inercia, sin motivación ni estímulo. Sus
acciones serán, por ende, insignificantes, mediocres y sin relevancia. Por otra
parte, es sabido que la presión, si bien a veces estresa, generalmente logra inducir
el movimiento. La presión estimula, nos motiva y nos impulsa a realizar cosas
nuevas. Bajo esa perspectiva, no parece tan extraño asimilar la idea de Kundera… Y
no sólo asimilarla, sino que entenderla: Kundera no se equivocaba, y menos
Beethoven, al asociar lo leve al polo negativo de esta dicotomía. Y es que es la
levedad, y no el peso, lo que puede llegar a ser verdaderamente insoportable.


La negación del Eterno Retorno hace que nuestras acciones se vuelvan tan simples
como insignificantes. Y en ese sentido, la desmotivación es automática, puesto que:

“una vida que no retorna es como una sombra, carece de peso, está muerta de
antemano, y si ha sido horrorosa, bella, elevada; ese horror, esa elevación o esa
belleza, nada significan” (La Insoportable Levedad del Ser - 1895).


De esta desmotivación se desprende el título mismo de la obra; la idea de una
Insoportable Levedad… Y es que es el hecho de repetir lo que le otorga importancia
y peso a los hechos.


Kundera se demora todo un libro en decidir su escepticismo frente a este mito
existencialista. Probablemente el escritor quisiera creer en la existencia del Eterno
Retorno, al igual que yo, pero la falta de fe en ella, y de datos concretos que la
comprueben, nos impiden aceptarla. Si es el acto de repetir lo que le otorga valor a
las cosas, entonces el hombre simplemente esta condenando a vivir sin peso, y por
lo tanto, vivir en el polo negativo de la realidad. Kundera deja entrever lo que él
piensa que es el “sentido trágico de la existencia humana”, y ciertamente, le
creemos.

"La lamentable inexistencia del Eterno Retorno encierra toda la condena que pesa
sobre el hombre. El tiempo humano no da vueltas en redondo, sino que sigue una
trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque
la felicidad es el deseo de repetir” (La Insoportable Levedad del Ser - 1895).

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