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Venezuela en construcción
Un viaje exploratorio hacia nuestra
esencia tripartita
1.a Edición digital, 2016

© Willys Ramírez
© Fundación Editorial El perro y la rana
Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio,
Caracas - Venezuela, 1010.
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Edición: Coral Pérez


Corrección: Francisco Romero, Damarys Tovar
Diagramación: Yeibert Vivas

Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal lfi4022016800913
isbn 978-980-14-3423-8

Impreso en La República Bolivariana de Venezuela


c o l e c c i ó n Heterodoxia

El pensamiento rebelde fue considerado herejía


por la ortodoxia. Heterodoxia (hetero=varios,
doxa=opinión) es una categoría para el pensamiento
creativo y transformador, en pos de lo original y en
rebeldía contra el pensamiento único.
Invocando a la pluralidad del pensamiento y a la
sana disertación de las ideas, nace esta colección
a la cual concurren ensayos y textos de reflexión
en las ciencias de lo humano, de lo animado y de
lo inanimado, abarcando temas que van desde la
reflexión filosófica, pasando por la matemática y
la f ísica, hasta la crítica literaria, cultural y demás
expresiones del pensamiento.
Heterodoxia recoge todos aquellos textos de
carácter ensayístico y reflexivo. Está conformada
por cinco series que tejen la historia de los
distintos discursos del pensamiento: de lo canónico
a lo emergente, de lo universal a lo particular,
de la formalidad a la heterodoxia y, además,
la incorporación y puesta en escena de la discusión
de género.
Serie Clásicos
Obras claves de la tradición del pensamiento
humano, abarcando la filosof ía occidental, oriental y
nuestramericana.

Serie Crítica emergente


Textos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra
contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos teóricos
del pensamiento actual.

Serie Género-s
Una tribuna abierta para el debate, la reflexión, la historia y
la expresión de la cuestión femenina, el feminismo y la
diversidad sexual.

Serie Aforemas
Entre el aforismo filosófico y lo poético, el objeto literario y
el objeto reflexivo son construidos desde un
espacio alterno.
La crítica literaria, el ensayo poético y los discursos
híbridos encuentran un lugar para su expresión.

Serie Teorema
La reflexión sobre el universo, el mundo, lo material, lo
inanimado, estará dispuesta ante la mirada del
público lector.
El discurso matemático, el f ísico, el biológico, el químico y
demás visiones de las ciencias materiales, concurrirán en
esta serie para mostrar sus tendencias.
Venezuela en construcción
Un viaje exploratorio hacia nuestra
esencia tripartita

Willys Ramírez
Introducción
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Este macroensayo es un compilado de varios temas sueltos
que han sido concatenados con el propósito de presentar una pro-
puesta teórica acerca de la literatura venezolana y su incipiente
estatus en el competitivo mundo intelectual moderno.
Lo que vamos a hurgar en este trabajo es nada más y nada
menos que los elementos fósiles que constituyen nuestra idio-
sincrasia, y su relación con ciertos topos1 literarios marcados en
nosotros. Estos elementos, extraídos de exploraciones hechas de
manera discursiva a ciertos mundos hegemónicos y locales, han
sugerido a la obra el título de Venezuela en construcción, con el
cual hemos querido enfatizar la idea de un “taller”, con las herra-
mientas y menesteres que esto implica.
Las primeras muestras presentadas en este trabajo se obtu-
vieron de un sobrevuelo que se hizo a tres de las más importantes
hegemonías mundiales de los últimos tiempos, a saber: España,

1 Del griego topikos, que significa “relativo a lugar”.


Willys Ramírez

Gran Bretaña y EE.UU.; partiendo en sentido retrógrado desde


el actual centro de poder, pasando por el imperio decimonónico
hasta llegar a la hegemonía ibérica del siglo XV. Una vez se haya
hurgado sobre estos predios, nos embarcaremos rumbo a nuestro
destino final: El Dorado, a través de una singular nao. Ya en suelo
patrio, y apoyado por algunas referencias extraliterarias (antro-
pológicas, arqueológicas e históricas), nos propondremos plan-
tear el modo más conveniente de exaltar nuestros valores sincré-
ticos sin perder de vista el objetivo central de esta obra, que es el
de elevar nuestra literatura al puesto que le corresponde, el cual
seguramente es mucho más digno del que ahora ostenta.
Pero antes de entrar en materia, es preciso evaluar cuáles ras-
gos culturales foráneos –que estaremos confrontando y compa-
rando a cada paso con nuestra literatura– han sido decisivos en la
constitución y masificación de pueblos que consideramos pode-
rosos o dominantes en materia de maquinarias literarias. Debe
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aceptarse que todo lo que se pretende explorar en este menudo


libro requiere, al menos, de una previa evaluación en cuanto a
aspectos que se relacionan más propiamente con lo que llamamos
“poder”. Dejándose de analizar este asunto, algo escabroso, todo
cuanto pudiera argumentarse acerca de Venezuela carecería de
efecto en el lector común. Luego de inspeccionar las fuerzas sub-
terráneas de lo que podríamos llamar “cultura”, se hará más via-
ble poner a flote el contenido y objetivo de esta obra, pues es bien
sabido que nadie preserva para sí lo que no se estima necesario.
Un primer paso para el cumplimiento de este propósito es
entender que el mundo literario suele erradamente verse como
algo inofensivo, asociado al simple acervo histórico o cultural
de los pueblos. Por tal motivo, trataremos, entre otras cosas, de
mostrar –desde este introito– los mecanismos que, según nues-
tra apreciación, están contenidos en la cultura. De cumplirse este
cometido, de estremecer los corazones intelectuales baladíes,
podremos aspirar a alguna real ponderación sobre las territoria-
lidades patrias.
Venezuela en construcción

Empezando con estas cuestiones vemos que, aunque parezca


algo difícil de creer, los pueblos, que ocupan los espacios de privile-
gio en la cultura mundial, ejercen su influencia permanentemente
no a partir del folclor (como se piensa), sino a partir de algún pode-
río mayor y subyacente (cual iceberg) que se relaciona más con la
economía, la política o alguna otra fuerza que con el “acervo artís-
tico”. Lo que nosotros apreciamos por literatura universal (enten-
diendo esta como la española, inglesa, francesa, alemana, nortea-
mericana o alguna otra), ha tenido por madre a una nación que
–a su tiempo– ha sido imperio. En otras palabras, el primer bemol
que debemos reconocer en este concierto hegemónico de ideas
relacionadas con la literatura es que todas ellas han tenido tras de
sí a una nación que las ha respaldado o cobijado. Esto se evidencia
en el hecho de que en la historia se hace frecuente encontrar un
sinnúmero de ejemplos de regiones cuya expansión se debió bási-
camente a asuntos que nada han tenido que ver con las prácticas

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culturales, pues lo que el común de la gente conoce como “bellas
artes” pareciera ser el resultado –y debe verse como un asunto fun-
damental en esta noción de poder– de una gestión coherente de
políticas de impacto extraterritorial. Llegar a esta comprensión, en
tan breve espacio, significa un shock que indudablemente requeri-
ría un mayor distanciamiento. Pero los embates de la modernidad
apuntan a una brevedad un poco perversa, lo que nos obliga a asu-
mir estos planteamientos en entelequias.
Para convencernos de los nada inofensivos propósitos de la
cultura, tenemos que volver la mirada hacia atrás, hacia las prime-
ras manifestaciones más o menos formales de cultura contenidas
en la literatura propiamente dicha, y preguntarnos: ¿En qué época
se ubican las mejores obras universales y cuáles fueron los papeles
que jugaron sus respectivas naciones? ¿Qué fueron Grecia y Roma
en la apoteosis de sus culturas? ¿Qué fue Francia en el esplendor
de la literatura francesa?, ¿cuándo sobresalió la literatura inglesa?,
¿cuándo brilló el siglo de oro español? Estas son las primeras pre-
guntas que debemos formularnos para entrar en materia.
Willys Ramírez

Ateniéndonos a las cronologías, John Locke, Fletcher, Milton,


Hobbes y Shakespeare están ubicados entre el reinado de Carlos
I y el de la reina Isabel; ambos gobiernos inscritos dentro del pri-
mer Imperio británico, es decir, entre los años 1515 y 1681.2
Molière, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot, Chateau-
briand, Balzac, Víctor Hugo, Dumas (padre) –y quizás Nerval–
estuvieron entre 1757 y 1815 abarcando buena parte del primer
imperio francés. Una segunda oleada conformada por: Baudelaire,
Zola, Mallarmé, Verlaine, Mauppassant, Rimbaud –y quizás Mar-
cel Proust– abarcan el otro período conocido en la historia como
el segundo imperio francés que se registra entre 1825 y 1856.
Lo mismo les ocurre a Feuerbach, Hegel, Heine, Marx, Fon-
tane, Freud, Rilke, Thomas Mann, Franz Kafka, Bertolt Brecht y
Heinrich Böll, quienes estuvieron en torno a los dos breves impe-
rios alemanes que se conocen en la historia: el de 1815-1875 y el de
1856-1924. Por cierto debe destacarse, como parte de los dilemas
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propios de la literatura, que se incluye en algunas ocasiones –pues


suelen aparecer en lugares disímiles– a Freud, Hegel y Kafka en la
lista de “alemanes”, siendo ellos de otras regiones. Tal particulari-
dad se debe a que en sus orígenes estuvieron unidos a una unidad
aglutinadora que se llamó imperio germánico.
Una especial mención merece el caso del señorío español.
Algunos historiadores le atribuyen influencias hasta mediados
del siglo XVI en un intervalo de tiempo, por demás, muy breve,
entre 1492 –fecha importantísima– y 1515. Su punto de partida
no es nada despreciable, pues está signado por dos sucesos rele-
vantes: el “descubrimiento” de América y la publicación de la
primera Gramática castellana de Antonio Nebrija. Ahora bien,
el punto en cuestión es que otros cronistas colocan su influencia
entre 1580 y 1640, con lo cual ubican al siglo de oro contempo-
ráneo a la hegemonía española. Otros cronistas suelen ampliar

2 El conocido Geoffrey Chaucer, fundador de la lengua inglesa, vivió entre 1343


y 1400, por lo cual lo excluimos de esta cronología.
Venezuela en construcción

aún más esta fecha para incluir en ella la muerte de Calderón. Así
tenemos que los escritores más destacados de la época fueron:
Cervantes (1547-1616), Góngora (1561-1627), Tirso de Molina
(1579-1648), Quevedo (1580-1645) y Calderón de la Barca (1600-
1681) entre muchos otros más.
Sea cual sea el caso, el punto en cuestión es que el imperio
español bien pudiera entenderse en un período que va desde la
conquista de América hasta su ocaso (hay diversas opiniones):
hasta 1700 con el fin del imperio de los Habsburgo, o hasta 1898
con la guerra hispano-estadounidense. Curioso es que –al pare-
cer– poca influencia han tenido las gramáticas en la conquista de
los pueblos del nuevo mundo, pues otras evidencias muestran su
poca relevancia. Tal es el caso de la gramática francesa, publicada
en 1635 por Richelieu, que se registra 150 años antes de la forma-
ción del primer imperio galo, y que se atribuye de poco impacto
en la formación de pueblos cautivos.

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Todo parece indicar que donde ha habido fuerza militar, ha
habido detrás una serie de actores culturales que contribuyen
discursivamente a fortalecer los cimientos de una hegemonía
naciente. Es obvio que todos estos aspectos no están resueltos,
pero lo que queremos destacar es que detrás de las grandes obras
literarias existe una fuerza desconocida y subyacente que irradia
su influjo. En tal sentido –mi estimado lector–, hecha esta grave y
prematura nota en torno al ingenuo aspecto de la cultura y la lite-
ratura (que por demás hemos querido etiquetar como un asunto
de poder y no de acervo), nos toca ahora abocarnos a la loable
tarea de sintetizar algunos rasgos elementales que los relacio-
nan. Nuestro único propósito (por si fuera poco) es hacer emerger
la literatura venezolana al mismo estatus con que se conocen la
literatura inglesa, alemana, francesa, española y alguna otra de
indiscutible y aparencial belleza.
De comienzo, quisiéramos plantear la inútil idea de pensar
que nuestro acervo se desconoce en tanto que carece irremi-
siblemente de sustancia. Seguramente a medida que estemos
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derribando mitos y leyendas, nos inclinaremos a decir con pro-


piedad que con suficiente poderío, cualquier cultura sería viable.
Ciertamente nuestra literatura es prematura, pero ese estado
“sietemesino” no se debe a una falta de sazón, sino a que el país,
tal como se desempeña en los diversos escenarios mundiales –y
según como lo hemos planteado–, no logra calar en aspectos sen-
sibles relacionados con una influencia extraterritorial definito-
ria. Por eso, para aspirar a más y mejor literatura local, se debe
primero concentrar esfuerzos en construir un pequeño nicho de
influencia mundial con el cual posicionar la membresía de algo
llamado literatura venezolana.
Pero si esto es posible, se requiere en primera instancia eva-
luar muchos porqués y notar que el problema de fondo, al que
estamos haciendo énfasis, casi sin indulgencias, es que carece-
mos de esa imagen temida llamada influencia internacional. Son
precisamente los pueblos ampliamente consolidados –desde el
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punto de vista de identidad de nación– los que logran sobrepo-


nerse a los demás, haciendo que sean otros quienes adquieran su
lengua y costumbres particulares.
Todo pueblo que se demande íntegro se caracteriza porque
aleja de sí lo que considera culturalmente extranjero. China, la
India y el pragmatismo norteamericano son una prueba de ello.
Nuestros hábitos, en consecuencia, están permanentemente dis-
puestos a sustituirse por algún otro que ofrezca mejor esa cuota
psíquica de exotismo demandado. Hay en Venezuela, pues, una
predilección por el nirvana. Esto que se expone como notas acer-
bas no quedará sin sustento a lo largo de este brevísimo trabajo y,
para no dar largas al asunto, vamos a avanzar hacia aquello que se
pide concienciar entre nosotros.
Para hacer algo digno por la literatura venezolana, en caso de
que este sea el propósito, debemos primero cumplir un requisito sine
qua non: debemos querer ser venezolanos, allí comienza nuestro
peregrinar. Pareciera absurdo ver u oír a alguna persona pretender
construir el identitario venezolano, pateando precisamente aquellos
Venezuela en construcción

factores constitutivos de ese identitario. Es menester superar la vieja


conseja que dice que ante el temor por la indefinición, ee preferible
la húmeda toalla de un ganador seguro. Ese psiquismo de arroparse
con la cobija ajena no es más que el réprobo mecanismo de defensa
consistente en proyectarnos en el éxito de otros. ¿No es esto muy
cierto? –y espero que se sepa perdonar este tono acre recordando
aquella famosa carta de Bolívar dirigida al coronel Denis de Tro-
briand en 1804: “Si supiéseis lo que sufro, seríais más indulgente”–
¿Por qué en cada mundial de fútbol todo el mundo quiere ser Brasil?
Esto me hace recordar cuando mi abuela me mandaba a comprar
un número de lotería diciéndome: “Juégueme uno ganador”. ¿Cómo
saberlo, abuelita? Pues la respuesta puede que esté contenida en la
literatura, pero fíjense cómo; Russell decía: “¿Para qué repetir los
errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?”;
o este otro que es una perla: “Nunca andes por el camino trazado,
pues él te conduce únicamente hacia donde otros fueron” (Graham

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Bell). ¿Y esto no fue dicho antes, y más sucinto, por nuestro maestro
Samuel Robinson cuando dijo: “O inventamos o erramos”?
El asunto de fondo de nuestra cultura –y acá podrá notarse
que hemos entrado en materia– radica en que nosotros no quere-
mos “aún” ser venezolanos, y esto (que nos distingue de las hege-
monías) lo vemos retratado permanentemente en el hecho común
de saber de personas ingratas que denigran de sus propios oríge-
nes. Lo que denunciamos no solo ocurre en ciertos estratos socia-
les, sino precisamente en aquellos que tienen la tarea de producir
conocimiento masivo. Padecemos con sorna de aquel triste sín-
drome del turista que quiere solamente disfrutar de los mundos
ya hechos sin querer construir el suyo propio. ¿No es esta la reali-
dad que embarga a la mayoría de los intelectuales de nuestra tierra,
quienes no hacen sino aportar a la sociedad quejas y desacuerdos?
Pues todas estas reflexiones me recuerdan aquel chiste argentino
que decía: “Los jóvenes se creen norteamericanos y los viejos,
europeos. ¿Cómo quieren que funcione un país donde nadie está
en su lugar?”. Siempre he pensado que estas cuestionen han debido
Willys Ramírez

tratarse hace mucho tiempo sin eufemismo y que, de alguna


manera, su discusión y resolución –en detrimento del escarnio–
hubiese producido al menos el vergonzoso afloramiento de nues-
tros delitos cometidos.
Así, para romper con esta cadena de indefiniciones, en la que
nadie quiere construir un país (que cuenta con la envidiable posi-
ción de estar al norte del sur), y viendo que lo que hemos hecho
es hacer todo lo posible por usufructuar de lo ajeno, debemos
abocarnos todos juntos –como en Fuenteovejuna– a la conse-
cución de nuestro identitario venezolano y su inevitable sincre-
tismo. Pero, ¡cuidado!, no debemos tomar las partes por el todo,
pues, ¿qué es lo venezolano?: una mezcla que está por cuajar, la
cual requiere unificar sus más esenciales ingredientes. Lo contra-
rio (pretender tomar algunos y desechar otros) sería semejante al
que, teniendo un cuerpo, se desprende de algunos de sus miem-
bros sin pretender aniquilar su propio yo.
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Ese ser amorfo debe configurarse irremisiblemente en torno


a una valoración filosófica y dogmática del querer SER (en altas),
y para ello debemos aceptar todo lo constitutivo de ese SER; y
creo que lo venezolano comienza con la carta de Colón. Cuando
el almirante dice: “Todo les maravilla”, “Son ingenuos en dema-
sía”, “No conocen de armas y las toman por el filo y se cortan”,
“Son temerosos hasta más no poder”, nos describe en una traza
más o menos persistente de cómo éramos y somos hasta la fecha.
Ese paroxismo que nos muestra Colón se vislumbra no solo duro,
sino justo y necesario, pues lo que se espera de estas reflexiones es
no volver a ser los mismos.
Si bien se ha podido asimilar el entrelíneas requerido, podrá
entenderse también que parte de este macroensayo incluye igual-
mente raíces indias. Pero a estas hay que sumarles –en ese orden,
pues en ese orden aparecimos– lo blanco: desde cómo fueron los
españoles de la conquista hasta cómo son los de ahora: los que fre-
cuentan las fiestas de San Fermín, los que participan de las corri-
das de toros, los que leen ávidamente –¡porque eso sí leen!– la
Venezuela en construcción

revista Hola… y los que gustan de la feria del tomate, esa que suele
llevarse a cabo el último miércoles de agosto de cada año y que
suele terminar en una suerte de festín bucólico al dios Tomate. A
esta fórmula debemos añadirle luego lo negro: la superstición, el
tambor, la virilidad, la sazón, el complejo, lo pretencioso y ahí sí,
ahí sí tendremos: ¡Voilá, le republiquè! La otra fórmula, la que no
termina de convencer ni funcionar, es aquella en la que se trata
de anular alguno de los ingredientes de este suculento plato, cuya
proporción no debe descuidarse porque nadie añade a dos tazas
de arroz, una de sal.
Todo cuanto se ha dicho hasta ahora me hace recordar una
historia que me contó mi mamá (y no sé si será cierta), que un
día mi abuela –la misma que me había mandado a comprar el
número ganador– le mandó a matar una gallina de la forma acos-
tumbrada: por el cuello. Como ella estaba chiquita y no sabía, la
agarró sin muchas fuerzas y le dio vueltas con tan mala suerte que

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cuando la soltó, la gallina salió corriendo con la cabeza al revés.
Me imagino la impresión de mi mamá viendo que la gallus domes-
ticus corría de retroceso. Tal analogía no es para que se juzgue la
historia, pues en esas andamos, sino para que se entienda que la
cabeza de nuestro discurso –como la del caballo de Bolívar– debe
estar en armonía con el cuerpo todo, y no que por un lado anden
los ímpetus y por el otro nuestra visión del horizonte. ¿Puede esto
decirse de alguna manera menos directa y que al mismo tiempo
esté acorde con los astros del Universo? Creo que sí, pero tal atri-
buto me fue incompresiblemente negado.
De tal manera, como podrá verse, la Venezuela que queremos
construir (o reconstruir) en este trabajo responde a circunstancias
muy particulares. Nuestro principal problema lo encontramos en el
hecho de que la región que la contiene, a diferencia de Gran Bretaña,
Francia y España (cuyos territorios –mal que bien– se cohesionan),
se encuentra dispersa entre áreas multiculturales. Esta región, que
sin querer problematizarla más la llamaremos simplemente Lati-
noamérica, ha estado representada por una diversidad étnica que
Willys Ramírez

lejos de proveer un ambiente necesario para la unidad, más bien la ha


complicado. Otros, entre luchas y problemas, más bien han tratado
de unirse en torno a una fogata salvadora llamada “zona euro” que,
como podrá apreciarse en la geopolítica actual, no termina del todo
de resolver sus contradicciones.
Tómese en cuenta que lo que pretendemos evaluar no es el
grado de unidad de nuestra región variopinta, pues Europa tam-
bién forcejea por ello, sino indicar que la cultura es más bien una
pesada caravana en la que los senados (los seniles) suelen ser –por
lógica– quienes lleven la misión de darle continuidad al acervo,
porque de otro modo –si no fuesen ellos– se dejaría contradicto-
riamente a la juventud la tarea de llevar las pautas de las prácti-
cas que se presumen ancestrales, y pensarlo de esta manera sería
pernicioso. Es por este motivo que las culturas hegemónicas,
dedicando especial atención a su poderío militar, colocan, luego
de dominada una zona toda, la parafernalia de banderas y églo-
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gas culturales. Así se fundaron muchos pueblos “civilizados” y


así sigue ocurriendo en el acontecer mundial. Por eso no debe-
ría extrañarnos que la frase latina de ayer y hoy –en cuanto a las
prácticas hegemónicas– siga siendo: Veni, vidi et vinci.3
Una vez extraído del recipiente discursivo esta maceración
idólatra de la comodidad benefactora que infunde la cultura, nos
toca resumir el contenido del primer capítulo que encontraremos
en este trabajo, el cual se intitula: “Partida: Estados Unidos y los
estudios subalternos”. En él se pretende dilucidar algunos asuntos
sobre el actual centro de poder. Curiosamente hace algún tiempo
atrás, en el sur del continente asiático, surgió una cátedra llamada
“Estudios Subalternos” que en sus comienzos parecía buscar
alguna alternativa filosófica contra los ejes hegemónicos. Entre los
objetivos principales de aquellos estudios estuvieron los de esta-
blecer nuevos términos a nuestra región variopinta. Estos térmi-
nos aspiraron por un tiempo proponer una radical sustitución del

3 Trad. “Vine, vi y vencí”. Atribuida a Julio César.


Venezuela en construcción

término que ahora se conoce como área subdesarrollada. El cam-


bio propuesto apuntaba a una mejor determinación o delimitación
de lo que se conoce como zona no hegemónica del continente,
cuya finalidad consistía en trastocar (o develar, al menos) el ver-
dadero sentido atribuido a la región. Curiosamente esta cátedra se
hizo eco en los Estados Unidos, y por ello hemos creído prudente
alertar acerca de las posibles tramoyas que pudieran estar detrás
de estos estudios; y al mismo tiempo ejemplificar, a la luz de una
exhaustiva valoración, por qué la cultura en general ha dejado, con
el transcurso de las décadas, su carácter inofensivo para adoptar
nuevas realidades de dominación.
Sorprende saber, al ahondar más en estos Estudios Subal-
ternos, que su propósito central –como escuela dedicada a la
investigación y al desarrollo de conocimiento– ha consistido,
entre otras cosas, en replantear el trillado tema de la identi-
dad latinoamericana en tanto problema. Su visión bondadosa

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se ha hecho eco del mismo punto de vista local de que los topos
aún están indefinidos. Si como pensamos que la cultura no
está desvinculada del poder, cada paso de estas investigacio-
nes “subalternas” nos llevará a preguntarnos con suspicacia:
¿Por qué un país desarrollado se ha interesado por una región
subdesarrollada al punto de querer ofrecerle a ella una solu-
ción digerible acerca de un problema identitario que no le
corresponde? ¿Cómo sin conocer nuestra idiosincrasia, que
difiere a tajos de quienes pretenden sugerir soluciones, se les
permite a ellos ofrecer una salida justificada sobre una proble-
mática ontológica que no les es inmanente? Adicionalmente
nos causa intriga saber: ¿a través de qué instrumento los hege-
mónicos han podido empaparse –a distancia– de un caso que
debería serles extraño? La respuesta básicamente está conte-
nida en la verdad de que los pueblos dominantes tienden no
solo a buscar entenderse a sí mismos, sino también a enten-
der a otros pueblos, a los subordinados. De allí que podamos
reconocer la certeza de aquella premisa del legendario Arte de
Willys Ramírez

la Guerra, de Sun Tzu, que dice: “Si conoces a los demás y te


conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligros”. No
quisiera que se pensase que este libro es un tratado político.
Por el contrario, deseo mantenerme firmemente en la línea
literaria, pero no por ello quisiera dejar de recordar que tanto
la cultura como el poder se relacionan a través de una línea
divisoria muy delgada.
Para explicar las debilidades o segundas intenciones de los
teóricos de los Estudios Subalternos (que también llamaremos en
ocasiones “teóricos de la subalternidad”) tendremos a bien apo-
yarnos en la trascendental figura de Aristóteles, cuyos preceptos
nos ayudarán a reconocer por qué las premisas usadas por estos
teóricos son falsas, y por qué su retórica busca más bien atentar
contra todo modelo emancipador que tenga por instrumento la
autodeterminación de los pueblos. Tómese en cuenta la máxima
de Kierkegaard que decía que “las palabras no describen la rea-
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lidad, la determinan”. En tal sentido, mi mayor interés no será


ofrecer respuestas concretas al circunstancial tema de los mue-
lles hegemónicos, sino tratar de enlazar la cultural –su relación–
con las hegemonías. En otras palabras, no trataremos sobre este
asunto sino sobre otro muy distinto, pero sin perder la perspec-
tiva de aquel.
Así que una vez ajustadas todas estas piezas ideológicas, tal
como lo indicamos, saldremos del centro de poder mundial,
Estados Unidos, para dirigirnos, cual primera pierna (tal como le
dicen los aviadores al aterrizaje), hacia Inglaterra, el conocido y
extenso imperio del siglo decimonónico. Allí, en Gran Bretaña,
trataremos ciertos aspectos históricos y filosóficos de la monar-
quía europea, pues lo que alguna vez fue, pudiera repetirse de
otro modo. Para ello tomaremos, como debe ser, la perspectiva
“local” de la primera novela venezolana4 , Los mártires, escrita

4 Si alguna referencia es digna de hacer en este punto es que a diferencia de


Toro, cuya novela fue escrita desde Europa, el fraile Juan Antonio Navarrete
Venezuela en construcción

por Fermín Toro. Básicamente lo que haremos en ese capítulo


es mostrar qué tan desquebrajados se encuentran los huesos de
nuestros teóricos locales, los más aludidos, con respecto a la valo-
ración que tienen de sí.
Una vez hecho este paseo por Inglaterra, nos conduciremos
raudos hacia España, nuestra madre patria. Allí, en el capítulo
titulado “Segunda pierna: España y nuestra revolución”, vamos
a encarnar la voz del “abuelo” de la generación de 1898, Miguel
de Unamuno. Es importante destacar varios rasgos odiosos de
este “tío” Unamuno. Uno de ellos, el que nos impulsa a escri-
bir como escribimos, es su convicción de luchador perseve-
rante, pues él solía decir que su único descanso era “pelear”.
Unamuno, quien nació el 29 de septiembre de 1864 en Bilbao,
y cuya gestión pública lo llevó a ser conocido como un hom-
bre polémico, despertó durante toda su vida tantos odios como
notas de admiración. Si nos atenemos a una de las traduccio-

[ 21 ]
nes del citado libro Arte de la Guerra, diríamos que Unamuno
fue un buen general, pues los buenos generales se describen
como aquellos que despiertan tanto amor como odio, y Sun Tzu
decía que esto era así de simple. De Pío Baroja encontramos
un comentario acerca de este “abuelo” de la generación del 98
español, bastante revelador:

Unamuno no hubiese dejado hablar, por gusto, a nadie. No escu-


cha. Le hubiera explicado a Kant la filosofía kantiana, a Poincaré
lo que era la matemática, a Plank su teoría de los quanta y a Eins-
tein lo de la relatividad.

No obstante, se dice que Unamuno no paró de recibir ami-


gos aun en el exilio. Quizás por estos rasgos paradójicos, o qui-
zás incomprensibles de los afectos humanos, Jean Claude Rabaté

(1749-1814) es considerado el primer venezolano que escribe sobre Venezuela,


en Venezuela.
Willys Ramírez

–estudioso de la vida de este erístico vizcaíno– dijo, casi de despe-


dida: “…que Unamuno viva a través de sus palabras y que el lector
saque sus propias conclusiones”. En tal sentido, del mismo modo
como Miguel de Unamuno se hizo odioso a sus congéneres, así
seremos odiosos a los nuestros, pero por una causa igual de noble.
Intentaremos, pues, emular a este líder espiritual de la generación
del 98 que quiso sacar a España de su letargo en una frase suya
que lo recuerda: “La España que ora y bosteza”. Al igual que una
de las consignas de Unamuno, intentaremos afectar y aflorar lo
más pronto posible la conciencia de lo que los venezolanos enten-
demos por política y religión, pues tal como lo demandó en una
oportunidad nuestro “abuelo” a los suyos, se ha hecho preciso no
callarlo, sino decirlo, pues de ahí depende en gran manera el alma
de la patria, si es que tal precepto metafísico puede caber.
Resueltos estos escabrosos menesteres, y teniendo muy en
cuenta nuestro destino final, El Dorado, trataremos de contactar
[ 22 ]

algunos influyentes amigos nuestros, muy europeos o al menos


comprometidos, para que nos faciliten en calidad de arrenda-
miento, una nao (que será la más singular de todas) con la cual
podremos enrumbarnos de vuelta a nuestra patria; así se cum-
plirá la noción de perfección tan demandada por Aristóteles en
la cual todo debe tener principio, medio y fin. No obstante, sabe-
mos qué implicaciones tiene para el lector realizar esta marcha
analítica en la que el punto de partida lleva fijo su destino: pues
solo quienes tienen la dicha de explorar nuevos mundos, pueden
apreciar realmente el suyo propio; por lo que –emocionados–
dejaremos el viejo continente para viajar a bordo –y al borde– de
esta singular nao denominada Falke. Esta “chalana” corresponde,
y se hace muy importante resaltar su utilidad, a una perspectiva
que queremos mostrar en nosotros la cual está muy marcada: la
de la derrota5 . En tal sentido hemos tomado una obra homónima,

5 Existe un libro curiosísimo llamado Todo empeora satisfactoriamente (Fondo


Editorial Tropykos, 1998), de Carlos Augusto González, el cual da testimonio
de cuán marcada continúa siendo la noción de derrota en el venezolano.
Venezuela en construcción

la de Federico Vegas, para hacer este tan ineludible paneo, muy


sucinto, al entrañable miedo que sentimos todos los venezolanos
de vernos ganadores y –quizás también– por ese deleitoso gusto
por saborear de alguna manera el consuelo de la “pantalla”, el
antropocentrismo y la “echonería” retratada por Unamuno en su
exquisita imagen del farruco niño que levanta su dedo enyesado
en señal de victoria.
El caos que recrearemos en el Falke nos servirá para mostrar
anticipadamente cuántas desventuras nos esperarán al pisar
suelo patrio, y que nos permitirá juzgar más propiamente lo difí-
cil del largo camino que nos falta por recorrer. De tal modo que al
llegar a tierra continental, plagada de selva y hostil clima, realiza-
remos la esperada expedición “a pie”, sin dejar a un lado la recién
vivida impresión de haber sobrevolado –a modo satelital– alre-
dedor, y en un sentido retrógrado, de las hegemónicas mundiales.
Una vez introducidos de lleno en la inhóspita selva, seguiremos

[ 23 ]
rumbo al sur, al mero centro del sur, buscando incansablemente
los rastros constitutivos de aquella mítica ciudadela. Al llegar
a ella, y luego de intensas excavaciones en lo más profundo de
nuestras raíces, daremos a conocer al público cautivo, todos los
hallazgos obtenidos. Si esta macroexposición cumple con creces
el alcance de nuestro objetivo, y si esta misión emprendida real-
mente tiene éxito, habremos hecho la demarcación exacta del lin-
dero a seguir, pues estas señas y lucecitas deben de alguna manera
permitirle a otros hallar y seguir hallando todo lo que en el fondo
encierra la mítica montaña. Así que, mi estimado lector, como lo
habrá notado: prepárese para un viaje y no olvide sus implemen-
tos. Tome maletas y enseres y sujétese fuerte al vertiginoso reco-
rrido porque estaremos, como Lao Tse, sobre el lomo del búfalo
hacia nuestras raíces más prístinas. No quiero que partamos sin
antes advertirle que considere la lapidaria exhortación de nunca
ir a la playa sin vitualla. ¡Comencemos!
Partida: Estados Unidos
y los Estudios Subalternos 6 [ 25 ]

Como hemos querido insinuar en nuestro introito, Estados


Unidos fundó una réplica de la cátedra de los Estudios Subalter-
nos, la cual se inició en la India en la década de los ochenta y cuyos
autores fueron los hindúes Guha y Spivak7. Este release norteame-
ricano se concentra, no en los ejes de poder desde donde funciona
el locus enuntiationis8 –como dice uno de los postulados de los

6 Todos los teóricos citados en este capítulo corresponden al mismo libro de


Castro-Gómez Santiago: Teoría sin disciplina. Ver bibliografía.
7 Aunque estos hindúes fueron los creadores del concepto de Estudios
Subalternos, existe actualmente una nutrida gama de universidades en
Estados Unidos que coordinan el debate, a saber: Universidad de North
Western, Universidad de Michigan, Universidad de San Francisco, Uni-
versidad de Duke, Universidad de Pittsburg, Universidad del estado de
Ohio y Universidad de Minnesota, y otras más.
8 Del latín, “lugar de enunciación”, que se interpreta como el lugar desde donde
se habla.
Willys Ramírez

estudios subalternos–, sino desde el trillado aspecto de replantear


el tema de la identidad latinoamericana.
Algunos de los más significativos exponentes teóricos de los
estudios subalternos han estado proponiendo un nuevo camino
para resolver el conflicto ideológico que implica el uso de térmi-
nos imprecisos como: “occidental” o “latino”. Según Mignolo
–uno de estos teóricos–, ha llegado el momento de “superar” los
viejos modelos modernistas y colonialistas que tantas dificultades
le han causado al concierto de ideas globales. En ese sentido, se
trata de una consigna que esgrimen los teóricos de los Estudios
Subalternos por asumir de motu proprio la tarea de deshacer las
contrariedades que se relacionan con los gentilicios “occidental”
o “latino”, los cuales –según ellos– desdibujan la región. Tanto
uno como otro dejan sin resolver la necesaria noción de unifica-
ción que requiere esta extensísima zona, que abarca desde la más
pequeña isla del Mar Caribe, en el trópico de Cáncer, hasta la zona
[ 26 ]

austral representada por los linderos de la Patagonia argentina.


En cuanto al término “occidental”, comenzó a debilitarse
desde que se comprendió que había sido un intento por hacer
una mera distinción entre oriente y una región naciente que se
configuraba, ante los ojos de los primeros colonos, como una
nueva zona de subyugo. Estos teóricos de los estudios subal-
ternos piensan ahora que el empleo del término “occidental”
trajo consigo –una vez más– la semilla de la treta colonialista,
en tanto que buscaba mantener sobre la región el predominio
ideológico, a través de la asignación temprana de un conveniente
esquema representativo de las relaciones de poder.
En cuanto al término “latino”, mucho más reciente y de mayor
comprensión histórica, tiene la contrariedad de que había sido
utilizado por Europa, específicamente Francia, como un refe-
rente que se nos echó encima para hacer frente a la vieja con-
signa agitada del corolario de Roosevelt: “Una América para los
Venezuela en construcción

americanos”9. Dadas las apetencias de Francia de seguir siendo


factor influyente en las relaciones mundiales, dio paso a este tér-
mino con el propósito de enfatizar de alguna manera nuestras
raíces romances y así marcar una separación decisiva entre noso-
tros y los anglosajones (representados por los Estados Unidos). De
este modo, ambos términos, “occidental” y “latino”, vinieron a ser
paulatinamente incómodos a ciertos intelectuales de la región, ya
que sus etimologías no se ajustaban a tan vasta y variada región
subdesarrollada.
Este intento por nombrar un territorio llevó a los teóricos de los
Estudios Subalternos a plantearse otra dificultad: ¿cómo aglutinar
o delimitar, entonces, a un vasto territorio influenciado por oríge-
nes tan dispares como el Medio Oriente (a partir de nuestras raíces
judaicas), Europa Oriental (a partir de las influencias de la cultura
helénica), Inglaterra (representada por las colonias del anterior
imperio) y Estados Unidos (el actual centro del poder mundial)?

[ 27 ]
Por todas estas razones, se reconoce que estos teóricos de la
“subalternidad” han estado racionalmente estimulados a promo-
ver revisiones sustanciales y ontológicas de un territorio, en tanto
concepción viable para su comprensión. En ese sentido, en este
capítulo trataremos de revisar precisamente aquellas propuestas
realizadas por estos teóricos, y en ese sentido trataremos de expo-
ner sus postulados a la luz de sus verdaderos propósitos.
Santiago Castro-Gómez (principal exponente de los Estudios
Subalternos en Estados Unidos) marca la primera pauta al establecer
la línea de trabajo de dichos estudios: “No podemos escapar a nues-
tro destino histórico de tener que elegir continuamente y participar
en la lucha por la creación de sentido”. Así fue como en la búsqueda
de ese término aglutinante para la región se propició el surgimiento
de otros términos experimentales, que igualmente fueron cues-
tionados por parecer “continuistas” en el sentido de que aupaban

9 La doctrina Monroe, sintetizada en esta frase, fue elaborada por John Quincy
Adams y atribuida a James Monroe en 1823.
Willys Ramírez

los mismos modelos hegemónicos coloniales de antaño, a saber:


“posoccidental”, “poscolonial” y el enigmático “transmoderno”. En
su debido momento Mignolo acuñó la idea de que agregar un “post”
más a esta pléyade de términos existentes sería quizás “una invita-
ción al cansancio”. Debemos entender que todos estos términos han
sido propuestas teóricas hechas con el fin de deslastrar a la región
de este par de inconvenientes léxico-semánticos que ocasionaron
“latino” y “occidental”, y que por este motivo nuestro trabajo en esta
parada busca hacer énfasis en la necesidad de evaluar en qué con-
siste realmente el interés de estos Estudios Subalternos por hallar
una designación a esta región. En ese sentido queremos mostrar las
evidencias encontradas.
Dentro de los Estudios Subalternos, existen disciplinas que bus-
can establecer un término exacto a un territorio impreciso llamado
Latinoamérica, el cual está conformado –como ya dijimos– por
diversas culturas. Estas disciplinas son los denominados: Estudios
[ 28 ]

Culturales, Estudios de Áreas y Estudios Subalternos propiamente


dichos. Todos estos se han vuelto recientemente populares dentro de
las más influyentes cátedras relacionadas con literatura en el mundo
civilizado. Su propósito aparente es el de promover la idea de favore-
cer otros puntos de vista no hegemónicos. Dicho de otro modo, los
Estudios Subalternos dicen querer resolver, desde el “patrocinio” de
las hegemonías mundiales, los problemas ideológicos de las regiones
subdesarrolladas.
Ahora bien: la finalidad de las disciplinas anteriormente men-
cionadas consiste en intentar arrebatar los “centros de poder” influ-
yentes, las hegemonías, procurando primeramente definir (y más
propiamente sustantivar) el mundo circundante que gira en torno
a lo que por brevedad hemos querido definir como Latinoamérica.
No debemos sorprendernos en pensar que lo que los Estudios Subal-
ternos buscan precisamente es arrebatar la potestad de las regiones
subdesarrolladas o subalternas a definir por sí misma la región. En
ese sentido necesitamos alzar una voz de atención acerca de las ven-
tajas que implica estudiar, comprender y reformular otros pueblos;
Venezuela en construcción

y por eso nuestro trabajo hace un recorrido primero desde afuera,


desde las cunas y las cuevas hegemónicas, hasta nuestro estrecho y
singular territorio, Venezuela, de apenas 916.445 kms cuadrados.
Comprendemos que este acto solidario de los Estudios Subal-
ternos parte del principio de que el mundo desarrollado, desde sus
orígenes, ha tendido a afianzar modelos hegemónicos, precisa-
mente –cual mandato de Dios sobre Adán– nombrando todo aque-
llo que por extensión le está dado. Pero, a partir de estos estudios
están lejos física y espiritualmente de las regiones a las cuales pre-
tenden emancipar, creemos sano dudar de sus honestas intenciones
por lo que hemos querido meter la lupa a estas cuestiones y mos-
trarlas al público para su valoración. En palabras viejas del flemático
personaje de Conan Doyle, Sherlock Holmes, diríamos que: “Donde
hay incongruencia he de sospechar engaño”. Así, pues, ¿qué bus-
can los Estudios Subalternos con las áreas subdesarrolladas? A esta
cuestión nos aproximaremos ahora.

[ 29 ]
Aquella opinión que nos propone Mignolo, de que no cabe un
post más, busca ponernos a nosotros –y quizás a sus colegas tam-
bién– la idea de que bien o mal, a pesar de sus contradicciones, ya
existe una definición para el territorio que nos cobija, y que plantear
alguna otra, implicaría una trasgresión léxica igual de hegemónicas
que las otras. Es muy probable, entonces, que los Estudios Subal-
ternos estén tratando, solapadamente, de acomodar un concepto
que, por alguna razón, es conveniente para sus fines. En ese sentido,
tenemos motivos para pensar que los Estudios Subalternos en reali-
dad lo que buscan es debilitar epistemológicamente la región a tra-
vés de la actuación “locales” radicados en los centros de poder.
Ciertamente el asunto fundamental que nos interesa señalar
de los Estudios Subalternos10 se ajusta al objeto base planteado
por ellos. Su falta de consistencia en sus objetivos nos alerta, pues
aun ellos mismos no saben qué investigan, y tal como dice una

10 Término que queremos utilizar para aglutinar las disciplinas Estudios Cultu-
rales, Estudios de Áreas y los Estudios Subalternos propiamente dichos.
Willys Ramírez

de las leyes de Murphy: “Cuando se investiga lo desconocido, no


se sabe lo que se va a encontrar”. En esos términos se fundan los
Estudios Subalternos.
Entre las diferentes ramificaciones de las disciplinas que estu-
dian el tema de Latinoamérica como problema están las Teorías Pos-
coloniales cuyo objetivo, entre otros, es: “El papel que las narrativas
antiimperialistas y tercermundistas habían asignado al intelectual
crítico”; “la posición crítica frente a los legados del colonialismo” y
“una respuesta crítica al proyecto social y científico de la moderni-
dad en su nueva etapa de globalización imperialista”11. Por su parte, la
disciplina de los Estudios Transmodernos tiene por objetivo: “Todas
las teorías precedentes del tercer mundo que buscan reivindicar su
propio locus enuntiationis frente a la modernidad occidental”.
Estos conceptos se sintetizan y se enmarcan en un mismo
propósito contenido en lo que ya hemos definido como los Estu-
dios Subalternos. Sin embargo, debemos resaltar que ni los Estu-
[ 30 ]

dios Poscoloniales ni los Transmodernos se aglutinan en un


punto común de trabajo. Ahora bien: si la finalidad de los Estu-
dios Subalternos es resarcir al subalterno, ¿por qué se enmarcan
dentro de cátedras hegemónicas? Según ellos mismos, tratan
de reivindicar las voces no hegemónicas del concierto mundial,
pero se descentran en sus objetos en tanto que se diluyen en diá-
fanas y aparentes posturas contra las hegemonías. Por tal razón
hemos pretendido hacer una verdadera revisión del propósito de
estas doctrinas a la luz de sus contradicciones, y para ello hemos
querido utilizar las nociones y perspectivas fundamentales de
Aristóteles y su obra Metafísica, la cual nos ha permitido deve-
lar, a ciencia cierta, el lado sofista de estos teóricos.
Primeramente, hay que aclarar qué circunstancias obliga-
ron a la escogencia de Aristóteles. La razón estriba en el sentido
de que curiosamente los teóricos de la subalternidad han preten-
dido eliminar la doctrina escolástica de su concierto de ideas; y al

11 Ibid.
Venezuela en construcción

leer parte de la obra del macedonio, encontramos el motivo de ese


distanciamiento. En la Metafísica aparece lo siguiente: “Aceptar
igualmente las opiniones y las imaginaciones de los que no están
de acuerdo en los mismos objetos, es pura necedad” (Libro XXI,
Cap. 6). Así comenzamos a comprender que la marcha analítica
a realizarse contra estos teóricos debía ser la propuesta por la
línea lógica derivada de la escuela socrática. Aristóteles fue quien
mejor desarrolló el antiquísimo modelo de pensamiento contra
toda extraviada elucubración que pudiese tener la confusión por
fin. Igualmente es este macedonio quien mejor nos ha servido de
herramienta para acentuar las posturas en torno a estos “subalter-
nos”, y sus fines aparentemente antihegemónicos, pues ellos dicen
oponerse a un sistema que extrañamente los cobija. Así, usan tér-
minos alentadores como “lugar de resistencia” o posición desde el
“exilio”, cuando en realidad usufructúan del sistema.
Sea cual sea el caso, lo que queremos resaltar es que estos teó-

[ 31 ]
ricos se encuentran si no polarizados, enrarecidos y muy distan-
ciados de la región por la que dicen interesarse. Así que, antes de
comenzar estas evaluaciones sobre sus propuestas discursivas,
bosquejaremos brevemente los elementos coincidentes y favo-
rables que se aglutinan en torno a los Estudios Subalternos. Nos
referimos a los puntos en los cuales, a pesar de sus contradiccio-
nes, todos ellos coinciden.
El primer elemento común es que todos los teóricos de la
subalternidad reconocen la complejidad de la tarea de asignar
un único término a una región que solo tiene afin su carácter no
hegemónico. Casi todos ellos coinciden en que Latinoamérica
es una región no hegemónica, aun cuando se ubiquen dentro
de países como Argentina, Brasil y México cuyas economías no
son precisamente consideradas subdesarrolladas.
El segundo elemento coincidente consiste en que casi todos
estos teóricos reconocen como principal escollo para la asignación
de un término único para la región, dispersa ubicación geográfica y
topos, desde donde se hace frente al poder. Cabe acotarse que estos
Willys Ramírez

teóricos de la subalternidad distinguen el discurso hegemónico por


las preposiciones “desde” y “sobre” con las cuales se definen las fun-
ciones–centro12 usadas por Nelly Richard, otra teórica de los Estu-
dios Subalternos. Si analizamos bien este punto, pareciera más bien
que lo que los teóricos de la subalternidad pretenden centralizar los
diversos flancos desde donde hacen frente a las hegemonías.
El tercer elemento común entre los teóricos de la subalterni-
dad consiste en que estos teóricos creen necesario realizar una
crítica a los modelos hegemónicos, tomando como instrumento
el modelo de deconstrucción de Derrida, lo cual implica hacer
una “crítica de los críticos”, tal como lo propone Richard, y cuyo
significado es el de establecer una “posición crítica” frente a los
“intelectuales críticos”. Tal como se analiza, esta noción pareciera
coincidir en parte con nuestra revisión, pero al entrar en profun-
didad, veremos que son meras fachas de un modelo solapado.
El cuarto elemento común consiste en la extraña posición
[ 32 ]

radical que han asumido frente a los modelos metafísicos de


Aristóteles. Al respecto ellos comentan:

Las teorías poscoloniales se encuentran directamente emparen-


tadas con la crítica radical de la metafísica occidental que se ar-
ticula en la línea de Nietzsche, Weber, Heidegger, Freud, Lacan,
Vattimo, Foucault, Deleuze y Derrida.

Como podrá notarse, esta lista de “indeseables” incluye los


modelos deconstructivistas de Derrida. Entonces, ¿cómo dicen
usar este modelo para el estudio de su disciplina? El motivo, luego
del análisis, se ha hecho simple porque los teóricos de la subal-
ternidad comulgan –en términos generales– con las ideas de

12 La función-centro no es más que una noción “espacial” que quiere indicar


desde donde se ve todo y desde donde se reparten los lineamientos para la
construcción de un modelo teórico unificado. Este término es usado por Nelly
Richard.
Venezuela en construcción

Derrida en cuanto a fracturar toda doctrina unificadora nacional,


ya que la tesis principal de Derrida es la de ejecutar demolicio-
nes por consigna; y por lo tanto, al apoyarse discursivamente en
él, se enarbola el caos y el desorden por bandera. Ciertamente, la
filosofía de Derrida dice construir una nueva estructura usando
los escombros de la anterior13 , pero en realidad las derrumba para
dejarlas así. Tal posición destructiva (que se aprecia en la eufe-
mística palabra “deconstrucción”, elidiendo la “s”) indica los tér-
minos en los cuales se hacen las disputas en este mundo cargado
de enfrentamientos ideológicos, pero la “deconstrucción” –como
cualquier escalpelo quirúrgico sin mango– se vuelve peligroso
cuando no cuenta con un sistema ético mínimo que mire lo que
ha de quedar luego de la destrucción. Derrida y su modelo pro-
pone simplemente –cual Barón Haussmann decimonónico–
una maquinaria de demolición sin conciencia, y por este motivo
hemos requerido realizar un freno a algunos visos anárquicos,

[ 33 ]
usando la lógica básica y ancestral de Aristóteles.
El quinto elemento común es el empleo de la voz más impor-
tante de los Estudios Subalternos, la de Spivak, de quien se cita lo
siguiente: “La única estrategia que quebranta la metafísica es la
que Spivak denomina… la historia radical del propio locus enun-
tiationis”. Fue precisamente Gayatri Chakravorty Spivak (precur-
sora de los Estudios Subalternos en la India junto a Ranajit Guha)
quien definió mejor el término “subalterno” a partir de una refe-
rencia de Gramsci: “La subalternidad [es] como una condición de
subordinación, entendida en términos de clase, casta, género, ofi-
cio, o de cualquier otra naturaleza”. Algunos analistas han visto
en esta acotación de “cualquier otra naturaleza”, la razón por la
cual la doctrina de los Estudios Subalternos ha encontrado amplio
interés en el mundo académico. No obstante más adelante vere-
mos qué tan incluyente y variopinto pudiera ser.

13 Existe un término administrativo parecido a este concepto que es el de “reinge-


niería” en el que se desarma un proceso para volverlo a establecer optimizado.
Willys Ramírez

Siguiendo con la oposición de los teóricos de la subalterni-


dad a los modelos metafísicos, tenemos una cita de Nelly Richard
enfocada en los siguientes términos: “La crítica posmetafísica
[la que vino después de Aristóteles] a toda unidad categorial
(por ejemplo, la mujer) que produzca la ilusión de una cohe-
sión semántica que ya sabemos [está] definitivamente liquidada
por la crisis del sentido”. Richard, en otras palabras, ha sugerido
“liquidado” toda noción estable y, en consecuencia, ha indicado
la supremacía de los modelos relativistas que ven la verdad según
el prisma con que se mire14 . En efecto, la “crisis del sentido”, como
llaman estos teóricos al mundo moderno, surge “Porque la defini-
ción del lugar de las subalternidades no se concibe ya en términos
de las narrativas del poder [sino que] empieza a ser desplazado
hacia una Teoría de la Recepción”. Su adhesión a una noción de
percepción significa que le dan lugar central, en el sistema de la
comunicación y asignación de sentido, al receptor del mensaje,
[ 34 ]

quien es el que pondera –según ellos– el grado de verdad de una


realidad. Tal tesis se llama “teoría de la recepción”, porque busca
arrancarle el protagonista al emisor y circunscribir la construc-
ción del “verdadero sentido” a quien recibe el mensaje.
Ahora bien: pareciera que estos motivos que denunciamos
sobre los Estudios Subalternos no apuntan a ninguna acción per-
versa, pero su dirección es concreta: “La metafísica moderna es, de
hecho, un proyecto global”; con lo cual marcan un distanciamiento
radical con respecto a la obra de Aristóteles. Por todo lo expuesto,
es preciso indicar que el valor central de este trabajo no es el de
tratar de explicar por qué la metafísica de Aristóteles es entendida
como modelo hegemónico, sino por qué dicha metafísica afecta las

14 Recientemente ha aparecido la noticia de que científicos del CERN (Organi-


zación Europea para la Investigación Nuclear) han encontrado una partícula
más rápida que la luz. De ser cierto esto, implicaría que la teoría de Einstein ha
tenido una falla, y, en consecuencia, probablemente se disloque el concepto de
“relativismo” que tanto se popularizó en el siglo XX.
Venezuela en construcción

propuestas discursivas de los teóricos de la subalternidad. ¿En qué


consiste este divorcio?
Básicamente, los teóricos de la subalternidad desechan la
metafísica moderna (y oblicuamente la aristotélica) porque esta
los hace entrar en contradicción. Tan solo basta analizar los
mecanismos propuestos por el modelo de deconstrucción de
Derrida para notar que sus lecturas “a contrapelo” –buscando
verdades intersticias– más bien aportan dudas razonables y con-
cretas sobre la teoría antihegemónica que dicen desarrollar.
Así como Spivak le pidió a los centros de poder “jugar limpio”
–en cuanto a sus intenciones–, igualmente nosotros bien pudié-
ramos pedirle a todo aquel que se atribuya nuestra voz, cesar en
sus atribuciones impertinentes15 . Al respecto, al utilizar la cos-
mogonía aristotélica encontramos que los Estudios Subalternos
se tambalean discursivamente en sus cimientos y objetos de estu-
dio. Pero antes de revisar en blanco y negro los postulados de la

[ 35 ]
subalternidad, debemos resumir de alguna manera los aspectos
fundamentales de la metafísica aristotélica, para así comprender
tanto un punto de vista como el otro.
Todo cuanto parte la obra de Aristóteles radica en su noción
de ser y del principio de contradicción. Para Aristóteles existe
un ser por sí y otro por accidente16 . Llama al ser por accidente al
hecho de que un hombre sea blanco. Aristóteles nos dice: “La
blancura, para el hombre, es accidente, porque el hombre es
blanco, pero lo blanco no constituye su esencia” (Libro IV, Cap. 4).
De tal manera que “hombre”, en esta frase, representa la esencia y
lo “blanco” su atributo.
Este razonamiento (que data de al menos 300 años a.C.) per-
mite fundar nuestro primer principio de contradicción: “No es
posible que lo mismo sea y no sea a un mismo tiempo” (Libro

15 Sin dejar claro el porqué, en La rebelión de las masas, Ortega y Gasset le dice a
Albert Einstein que no se inmiscuya en los asuntos de España.
16 Per se y per accidente.
Willys Ramírez

XI, Cap. 5). Dicho de otro modo: “No será posible ser y no ser la
misma cosa” (Libro IV, Cap. 4); por lo que solo habrá contradic-
ción entre predicados cuyo sujeto es el mismo. Así un hombre no
podrá ser blanco y negro a la vez; y su matización dependerá no
del atributo, sino de lo que se entienda por color.
Aristóteles, tutor de Alejandro Magno, fue aún más lejos
con este planteamiento. Él definió la disciplina metafísica como
“ciencia del ser en tanto que ser” (Libro IV, Cap. 1), con lo cual la
separó de la medicina, la gimnasia, las matemáticas, la poética,
entre otras, y le atribuyó por objetivo el estudio de la esencia.
Igualmente Aristóteles nos propuso lo siguiente: “No es posible
una ciencia del accidente” (Libro VI, Cap. 2). Si esto es así, pode-
mos notar en qué consiste la gran fractura que sufren los teóricos
de la subalternidad con respecto a la filosofía aristotélica, pues
ellos tienen por objeto de estudio precisamente la búsqueda de
un atributo, un gentilicio y nada que en sí sea esencial. En otras
[ 36 ]

palabras, estos teóricos no buscan la esencia sino el accidente, y


Aristóteles llamó sofistas a quienes se dedican a esta tarea: “Los
argumentos de los sofistas, en efecto, se refieren, por decirlo así y
por encima de todo, al accidente” (Libro VI, Cap. 2).
Entonces aquí tenemos el gran abismo que muestra a una
disciplina aparentemente lógica y cuyo propósito incongruente
nos dice que sus fines generales son soterrados, ya que ellos –los
teóricos de la subalternidad– dicen tener por objetivo hallar un
atributo para una vasta región cuyo gentilicio se les hace esquivo,
sea latinoamericano, occidental, colonial, poscolonial, moderno,
posmoderno o algún otro. En otras palabras, la búsqueda de estos
calificativos (definidos someramente como áreas no-hegemó-
nicas) sería para Aristóteles una contradicción en tanto que “no
constituye jamás lo que una ciencia reconocida unánimemente
como tal investiga” (Libro XI, Cap. 8).
Demostrados los términos no lógicos en los que se fundan los
teóricos de la subalternidad (y sus relaciones antinómicas), nos
toca ahora mostrar otro aspecto importante en Aristóteles: su
Venezuela en construcción

noción sobre el concepto de binario o relación de opuestos per-


fectos, tal como los llamó.
La descomposición de la credibilidad en nuestros tiempos
ha hecho posible “el abandono de una percepción metafísica de
la historia”, según como lo propone Mendieta (otro teórico de
la subalternidad), al punto de decretarse “la aporía de la omni-
presencia”. Dicho de otro modo, los teóricos de la subalternidad
concluyen –erróneamente a mi modo de ver– que “no hay cla-
sificación del universo que no sea arbitraria”. Aristóteles nos
ayuda a comprender por qué tal planteamiento es errado, y qui-
siéramos ejemplificarlo usando el siguiente escenario.
Supongamos que tenemos un papel cuadrado y que queremos
doblarlo a la mitad juntando dos de sus vértices. Al hacer esto
obtendremos un triángulo. Pudiéramos pensar que siempre que
se divida un cuadrado en dos, se obtendrá un triángulo, lo cual
no es cierto porque esto dependerá de cuáles extremos se hayan

[ 37 ]
tomado de referencia. Si en vez de tomar los vértices opuestos se
tomaran los extremos superiores e inferiores, obtendríamos no
un triángulo, sino un rectángulo. Esto implica de alguna manera
el viraje. A simple vista pudiera creerse que dado este otro resul-
tado, no es posible relacionar las resultante triángulo y rec-
tángulo como mitades exactas de un cuadrado. No obstante, el
problema no ha consistido en creer que no existe una Verdad17
contenedora, sino en que no se ha afinado la medida de lo que se
entiende por verdad, pues lo que sí debería ser cierto para ambas
figuras es que sus áreas (tanto la del triángulo como la del rectán-
gulo) deberían ser iguales.
En este caso, el error ha consistido en creer inútil proponer
una verdad en tanto que los resultados aparentes se excluyen,
pero a todas luces se aprecia que lo que ha ocurrido es que no se
ha tomado el criterio correcto (el área o superficie) como factor
con el cual establecer una conclusión adecuada.

17 Se coloca en altas para resaltar su valor inalcanzable.


Willys Ramírez

Pues, del mismo modo como hemos explicado los bemoles de


estas cuestiones geométricas, de igual forma ocurre con los teó-
ricos de la subalternidad quienes se han hecho eco, tal como lo
hace Mendieta, de la proclama del “fin de la historia”18 . Estos teó-
ricos de la subalternidad, imitando a Fukuyama, han dicho que la
historia es una disciplina carente de ciencia, y Aristóteles –en su
Metafísica– más bien nos muestra lo contrario: “solo hay ciencia
de lo universal” (Libro XIII, Cap. 10).
Entonces, el divorcio conceptual entre metafísica y Estudios
Subalternos se hace irreconciliable: “Esos poetas… creen que los
principios que rigen al mundo son mudables”, dice Aristóteles en el
Libro XIV, Cap. 4; y en efecto lo piensan: “Uno de nuestros propósi-
tos centrales es rastrear el modo en que los conceptos mudan”, dice
el manifiesto inaugural de los Estudios Subalternos, con lo cual
pensamos que ellos creen que el “subalterno” (como objeto de estu-
dio) es inasible. Al respecto alzan a uno de sus mejores exponentes
[ 38 ]

con respecto al tema: “La opinión de Guha es que el subalterno…


emerge en dicotomías estructurales inesperadas” con lo cual pode-
mos fijarnos que lo “inesperado” se entiende precisamente por
aquel objeto impreciso. No obstante, en Aristóteles encontramos
la siguiente refutación: “Como veían que toda esta naturaleza sen-
sible estaba en perpetuo movimiento, y que no se puede juzgar la
verdad de lo que cambia, pensaron que no es posible enunciar nin-
guna verdad” (Libro IV, Cap. 5).
Por estas y otras razones hemos creído necesario utilizar a
Aristóteles para abordar más comedidamente los asuntos relacio-
nados con la razón: “Los hombres deberían aplicarse aún más al
estudio de la verdad” (Libro IV, Cap. 4), y esto implica forzosamente
aspirar siempre a modelos universales por más inalcanzables que
parezcan. En efecto, el hecho de que las ideologías sean “constan-
temente cambiantes” no implica que estén exentas de una verdad

18 Tesis propuesta por el norteamericano de origen japonés, Francis Fukuyama,


quien en 2008 publicó el libro El fin del hombre, que contradice su tesis anterior.
Venezuela en construcción

contenedora de todas las proposiciones, tal como lo hemos tratado


de ejemplificar con el triángulo y el rectángulo.
Los teóricos de la subalternidad deberían más bien dedicarse
–tal como lo propone Nelly Richard en cuanto a los Estudios Cul-
turales– a “nombrar el cambio con palabras reconocibles”. Aris-
tóteles nos alerta que “no pueden ser verdaderas las aserciones de
los que sostienen o que nada es verdadero o que todo es verdadero
[porque] decir que todo lo que parece es… equivale a decir que
todo es relativo”. Por lo tanto, no se debe decir que lo que parece
es, sino –como nos sugiere el propio Aristóteles– “lo que parece
es para aquel a quien parece”.
Al respecto tenemos que los teóricos de la subalternidad afir-
man lo siguiente idea lapidaria: “Las fronteras culturales comienzan
a volverse borrosas” con lo cual tratan de indicar –cual suposición–
que hoy más que nunca aparecen mezclas. Nada más basta revisar
los territorios miembros de, por ejemplo, el imperio turco-otomano

[ 39 ]
(conformado por Mesopotamia, Albania, Chipre, Palestina, Libia,
Siria, Macedonia, Creta y Bulgaria entre otros) para darse cuenta de
lo que significó ver reunidas tan variadas culturas bajo un mismo
dominio, que hoy se atribuye enteramente producto de una globa-
lización. Esta noción falsa de las mezclas, que se presenta como un
fenómeno mundial novedoso, aparece curiosamente en Aristóte-
les –quien vivió hace más 300 años antes de Cristo– en su reiterada
denuncia hacia contemporáneos suyos como Anaxágoras, Demó-
crito y Empédocles, quienes decían: “Todo está mezclado en todo”,
“todas las cosas están confundidas” y “ningún ser tiene naturaleza
sino que hay solamente mezclas”, tal como afirmaba cada uno res-
pectivamente. Así fue como el macedonio, extrayendo lo pernicioso
de estos razonamientos, los criticó pues en el fondo querían decir
que no existía nada realmente (Libro IV, Cap. 4). Por el contrario, él
sugería que “todo no es posible de ser mezclado; además, el producto
de una mezcla es distinto de sus elementos; por consiguiente, [de
ser así] el uno no existir[ía]” (Libro XIV, Cap. 5), y “Uno” debe enten-
derse como la unidad, el número o la propia noción de deidad.
Willys Ramírez

Aristóteles nos plantea que si el Uno (sea un número o lo que


representa la unidad) no existiera, no existirían tampoco las díadas
(reunión de dos cosas análogas) ni las triadas (reunión de tres cosas
análogas). Quizás por este motivo, encontramos a un John Beverley,
otro teórico de la subalternidad, un tanto más distanciado del resto
de sus colegas, proponiendo lo siguiente: “Reconozco, por supuesto,
que no existe identidad que no sea, en algún sentido, híbrida”. Así se
incorpora al concierto discursivo el sentido híbrido cuya relación
con lo hegemónico lo analizaremos más adelante: “La noción de
<<hibridez>> y <<subalternidad>> buscan confirmar la tesis pos-
moderna de la pérdida del referente”, tal como propone Beverley.
El “eslabón perdido”, este referente extraviado, sea “latino” o
algún otro, centra nuestro tema en cuestión. Como dijimos en la
introducción, hemos iniciado un pesado viaje teórico con miras
a recorrer hegemonías (cual perniciosa pesca de arrastre) hasta
recabar la información suficiente para avocarnos de lleno a nues-
[ 40 ]

tras verdaderas raíces, y parte de ese recorrido lo ha significado


hurgar el valor real de los actuales centros de poder. Ahora, antes
de hacer propiamente nuestra primera pierna o parada aérea en
Inglaterra, debemos dar un paso más para esclarecer qué rela-
ción hay entre la hibridez y la subalternidad o hegemonía según
el caso. El propósito de este añadido es determinar algún modo
fidedigno de asirnos a una herramienta que nos permita recono-
cer los bandos opuestos de toda relación antinómica. Al contar
con algún instrumento de medición sensible, podremos al mismo
tiempo alinear fuerzas e identificadores de flancos débiles dentro
de los escenarios discursivos de poder.
En efecto, la “binariedad” como noción opuesta a “mezcolanza”
es válida siempre y cuando se tome en cuenta que las mezclas son
posibles solo “en algún sentido”. Al respecto, Aristóteles dice que
algo puede ser o no ser “…pero no es posible desde un mismo punto
de vista” (Libro IV, Cap. 5).
Habíamos dicho al comienzo de este trabajo que la Metafí-
sica de Aristóteles podría servir para estudiar mejor el asunto
Venezuela en construcción

de los teóricos de la subalternidad. Pues bien, Aristóteles manejó


extensamente el proceso de cambio de los elementos binarios
que Beverley usa en su discurso. Esto implica que pudiéramos
revisar justamente ese aspecto de interés de los teóricos de la
subalternidad (subalterno y hegemónico) a partir de una rela-
ción de opuestos.
Beverley parece ser el único de estos teóricos que pudo suge-
rir la dirección de que “la subordinación no puede ser compren-
dida excepto como uno de los términos constitutivos de una
relación binaria”. Ahora bien, Aristóteles decía: “Las oposiciones
son los principios de los seres” (Libro I, Cap. 5), con lo cual quiso
decir que toda relación natural conecta a los opuestos de manera
no conflictiva. Estas relaciones pueden verse en casos como: par-
impar, macho-hembra, luz-oscuridad y otras más. Estos bino-
mios conforman, pues, una realidad evidente e innegable alejada
de los conflictos ideológicos que solemos ver.

[ 41 ]
Entre otros preceptos, Aristóteles decía también que “los
seres y las sustancias están constituidas por contrarios” (Libro IV,
Cap. 2), entendiendo contrarios como aquellos elementos de atri-
butos diferentes. Cada elemento binario, si se trata de una rela-
ción binaria perfecta, tiene en el otro una parte consustancial.
Esto lo podemos comprender mejor si imaginamos el antiquí-
simo símbolo chino del yin–yang en el que un círculo se encuen-
tra dividido por una mitad blanca y una negra y en cada parte
hay una semilla del otro. Esta noción (de que las sustancias están
constituidas por contrarios) la podemos entender si, por ejem-
plo, aceptamos el caso conocido por la medicina de que hombres
y mujeres poseemos al mismo tiempo tanto hormonas femeni-
nas (estrógenos) como masculinas (testosteronas), solo que en
proporciones de acuerdo al género. En ese sentido los elementos
antagónicos sirven acá para un propósito común.
Derivada de la noción aristotélica de binariedad, surge otro
concepto útil para la comprensión de las relaciones entre hege-
monías y subalternidades, y es que Aristóteles llamó “potencia”
Willys Ramírez

a aquello que tiene la capacidad de producir un cambio; enten-


diendo “cambio” como la mutación hacia su contrario. Así la
potencia perfecta, diferencia radical entre opuestos, sería –para
Aristóteles– un fin per se en la relación entre opuestos.
Con todo esto, acerca de Aristóteles y las ideas de Beverley,
hemos querido decir que para que un subalterno pueda ser el per-
fecto contrario de un hegemónico, tiene que contener –interpre-
tándose un mismo punto de vista– una semilla de su contrario. De
tal manera que a partir de esta noción podemos, ahora sí, revisar a
fondo el asunto de las relaciones hegemónico-subalterno y tratar de
identificarlos a partir de esta nueva óptica en el acontecer mundial.
Ahora bien, Aristóteles nos advierte que todo cambio
(entiéndase hegemónico a subalterno o algún otro) solo podrá
cumplirse en un solo sentido. Esto quiere decir que el negro, por
ejemplo, engendraría lo blanco; pero no al revés, o al menos no
en el sentido del color. Esto puede ejemplificarse mejor a través
[ 42 ]

del hecho de que el hombre, con su semilla, determina el sexo


de la progenie; mientras que la mujer, con su vientre, da a luz a
ambos géneros: uno desde el punto de vista del género; y el otro
desde el punto de vista del alumbramiento. Debe apreciarse acá
que hubo un razonamiento similar con el caso del triángulo y del
rectángulo, con lo cual nuestro reto ahora consiste en hallar ese
sentido real y exacto que pueda aglutinar la noción de binariedad
que queremos desarrollar. Si se estudian bien estos aspectos se
podrán esclarecer mejor los pares contrarios a los cuales se refie-
ren los teóricos cuando hablan de subalternidad o de centros de
poder; y si dichos pares se caracterizan por cumplir las demandas
lógicas de Aristóteles.
Otro medidor binario usado por Aristóteles es el aspecto
de la transformación, pues él sugiere que entre contrarios debe
generarse de por sí un intermediario; entendiendo intermedia-
rio como el híbrido. La diferencia radical entre ambos puntos
de vista (el aristotélico y el de los teóricos de la subalternidad) es
que el primero habla de “híbrido” como un estado en transición,
Venezuela en construcción

mientras que el segundo –el de los teóricos– habla del híbrido


como un estado permanente. Ser híbrido para los teóricos de la
subalternidad significa no ser puro. Así que, para indagar cuál de
estas es la presunción cierta, tenemos que buscar en toda relación
de opuestos, algún elemento intermedio que represente la secuela
entre lo subalterno y lo hegemónico. Si hallamos tales interme-
dios, podremos afirmar que los teóricos de la subalternidad han
acertado con respecto a este concretísimo asunto.
Para instrumentar la cuestión utilizaremos de referencia dos
obras literarias pues, como habíamos dicho en el introito de este
libro, hemos querido en la medida de lo posible –aunque no haya
parecido así– apegarnos estrictamente a lo literario aun cuando
pareciera que hemos querido manejar asuntos relacionados con
la geopolítica mundial. Las obras a utilizar son las de Edipo rey,
de Sófocles, y La vida es sueño, de Calderón de la Barca. En ese
sentido trataremos de trasvasar todos estos elementos teóricos

[ 43 ]
utilizados que, de alguna manera, están contenidos en la litera-
tura universal.
Al respecto tenemos que Edipo rey trata sobre un personaje
cuya condición subalterna es trasformada por un oráculo. Nace
pobre y al anunciarse su inesperado sino, es desterrado y echado
a morir siendo aún un lactante. Por azares del destino, Edipo
sobrevive y al enterarse de su oráculo huye del pueblo donde
cree haber nacido. Ese periplo lo lleva a asesinar a un transeúnte,
a Layo, quien era su padre y rey de la comarca, y casarse con su
madre (una vez pisada la ciudadela). Así, sin saberlo, Edipo asume
el reinado junto con su madre (que tomó por esposa) terminando
luego la historia en tragedia por tan funesta relación incestuosa.
En estos términos tenemos que la obra en general consiste en el
cambio de Edipo de su condición de subalterno a una de hegemo-
nía en la que estuvo casado con su propia madre.
Ahora bien, pudiéramos pensar, tal como nos pide revisar el
texto aristotélico, que Edipo contenía desde un principio la semilla
hegemónica del otro, pero vemos claramente que su ascensión al
Willys Ramírez

poder no es el producto de una cualidad interna de Edipo (en tanto


que es hijo del rey y heredero del trono), sino en que la madre, en su
investidura de reina, transformó la condición subalterna de Edipo.
Dicho de otro modo, ha sido la reina quien a través de su envesti-
dura le ha dado realmente el poder a Edipo. Este análisis nos lleva
a la conclusión de que para Edipo, siendo hijo legítimo de rey, no
se hace rey por sí mismo, sino por la condición hegemónica de su
madre, quien pasó incestuosamente a ser su cónyuge. Si revisamos
en Edipo rey el aspecto “intermediario”, encontramos que tal ele-
mento tampoco está presente en la transición de estatus de Edipo,
pues la “transición” no es para Edipo un asunto inmanente, sino
que proviene de su “madre reina” que determinó la ascensión de su
hijo. Por tanto, podemos concluir que Edipo no formó parte alguna
de una relación binaria del tipo hegemónico-subalterno ni con su
padre ni con su madre.
En el caso de La vida es sueño, a Segismundo (personaje equi-
[ 44 ]

valente a Edipo) se le ha negado el derecho de ser príncipe y here-


dero del trono. En esta obra sí se ve mejor el rol transformador del
subalterno, porque Segismundo es –como diría Aristóteles– un
rey en potencia; y esa potencia se manifiesta por el hecho de que
la muchedumbre ha aclamado su coronación. Entonces vemos
cómo Segismundo pasa en la obra de subalterno (encerrado en
prisión por parte de su padre, el rey) a una hegemónica aclamada
en la que el rey queda como súbdito suyo. Es decir, en este caso
sí ha habido un proceso de transición –elemento indispensable
para Aristóteles en los binarios– en el que ambas partes, hegemó-
nico y subalterno, se intercambian sus roles.
Los ejemplos de la literatura universal que hemos utilizado tra-
tan de ejemplificar las diversas pruebas que debemos realizar para
poder hallar verdaderas relaciones entre hegemonías y subalterni-
dades. Pero para ello debe incluirse el verdadero elemento extra-
viado, al igual como el caso del triángulo y el rectángulo. Veamos:
Ambas obras muestran en apariencia una relación de poder
entre hombres; pero en su sentido más general, en dichas relaciones
Venezuela en construcción

se muestra la subalternidad en cuanto vinculación con Dios. En la


primera obra vemos que la transformación de Edipo (de subalterno a
hegemónico) ocurrió solo en apariencia, pues el oráculo en realidad
ya había definido su destino, el cual no estaba en Edipo contenerlo.
Digamos que la transición consistió en la peripecia de Edipo de cam-
biar de una posición subalterna (desterrado al nacer) a una hegemó-
nica (electo rey en bodas con Yocasta, su madre) y retornar otra vez a
la subalternidad en su proclamado destierro (al descubrir la infamia
de su cópula). En ese sentido, tenemos el ansiado elemento interme-
diario, el cual debió hallarse usando el referente correcto. La relación
binaria presente en la obra y, según esta nueva lectura, en realidad
trata de una relación hegemónica entre el ser humano y la deidad.
En la otra obra, La vida es sueño, tenemos que la transforma-
ción de Segismundo ocurre en el sentido contrario: el destino le
permite reivindicarse y superar su condición humana; pero esa
superación ha contado con la participación de la Providencia, la

[ 45 ]
cual dejó a Segismundo, siendo príncipe, lograr su aclamación.
Segismundo transcendió hacia la hegemonía, pasando por un
estado intermedio, soñando que era rey.
Para concluir debemos decir que cada elemento estudiado
en este capítulo ha buscado primeramente ponderar cuál es la
línea de investigación actual de Estados Unidos como centro de
poder y qué significa, para el análisis de relaciones antinómicas,
el uso de términos como hibridez o binariedad. También, dentro
de las áreas que nos competen, hemos querido hacer una revisión
de estos aspectos desde la perspectiva literaria con el propósito
de ofrecer herramienta para el análisis, si se quiere, de la geopo-
lítica mundial. Los aspectos cuestionados van desde los criterios
borrosos con los cuales los teóricos de la subalternidad han que-
rido sustantivar a nuestra región, la cual palpita a ritmo propio,
hasta los aspectos más monótonos de la filosofía derridista de la
deconstrucción. Ahora bien, los próximos teóricos a revisar, y
criticar, serán estrictamente literarios.
Willys Ramírez

Bibliograf ía

Aristóteles. Metafísica. Barcelona: Iberia, 1971.


Beverley, John. Subalternidad y representación. Vervuert: Iberoameri-
cana, 2004.
Castro–Gómez Santiago, et al. Teoría sin disciplina. México: Universi-
dad de San Francisco, 1998.
De la Barca, Calderón. La vida como sueño. Navarra: Salvat, 1982.
Sófocles. Edipo rey. Caracas: Panapo, 1993.
[ 46 ]
Primera pierna: Inglaterra y la primera
novela venezolana [ 47 ]

En la primera parte hemos revisado al actual centro de poder,


Estados Unidos, y sus directrices impartidas desde los adopta-
dos estudios hindúes subalternos. También hemos revisado qué
aspectos busca la actual hegemonía al analizar nuestra idiosin-
crasia variopinta llamada Latinoamérica. Ahora, en esta parte,
hemos decidido tomar nuestro primer vuelo, retrotrayéndo-
nos varias décadas atrás para poder ubicarnos temporalmente
en Gran Bretaña, el imperio decimonónico. Como este viaje lo
hemos hecho con bandera tricolor en alto, utilizaremos la pri-
mera novela venezolana, Los mártires, para mostrar “algunas
cosillas”, como diría Miguel de Unamuno, acerca de esta antigua
hegemonía y su especial relación con la monarquía europea. De
tal manera, mi estimado lector, espero que sepa encontrar a lo
largo de este capítulo: una gallina, un elefante, un toro, un burro
y un grupo de bandoleros. Igualmente, la crítica que revisaremos
Willys Ramírez

sobre Los mártires nos servirá al mismo tiempo para aproximar-


nos de una manera histórica y filosófica al mítico El Dorado.
Para revisar esta primera novela venezolana he previsto divi-
dir el estudio de la novela en dos partes simples: los aspectos
negativos y los aspectos positivos. En cuanto a los aspectos posi-
tivos haré un paneo entre los rasgos románticos y socialistas de
Fermín Toro; y en cuanto a los aspectos negativos dejaré que sean
otros teóricos quienes asuman “una posición crítica frente a los
intelectuales críticos”, como bien dirían uno de los teóricos de la
subalternidad, pues es sabido que cada quien debe ocuparse de los
asuntos y especialidades que mejor desempeña. Existen dos tipos
de referencias en el texto: las literales corresponden al prologuista
de la edición revisada de la novela Los mártires; y las numerales, a
la novela propiamente dicha. ¡Empecemos!

Aspectos negativos
[ 48 ]

…Voltean el libro al revés, le sacan las tuercas y los tornillos, lo ponen


encima de la mesa y cuando ven cómo está hecho el rompecabezas,
aprovechan las piezas que les sirven para sus libros y el resto lo botan.

Gabriel García Márquez

Ha sido Gustavo Luis Carrera –prologuista de la edición


revisada de Los mártires– quien estupendamente ha retratado
a la crítica venezolana. Ha comenzado por el principio pues, al
parecer, el problema es bastante grave: “El manifiesto interés de
historiadores y críticos de la literatura del continente por cono-
cer novelas venezolanas del siglo XIX se ve frustrada por la falta
siquiera de simples y llanas ediciones difusoras” (Toro, X).
En efecto, no se puede criticar lo que no se lee, pero sí se
puede criticar a quien ha criticado sin haber leído. No obstante,
quien quizás haya sido digno ejemplo a seguir en cuanto a un
correcto acto de crítica ha sido Gonzalo Picón-Febres, quien dijo
de la obra de Toro: “No puedo formarme de ella ningún juicio,
Venezuela en construcción

porque apenas sí conozco el único fragmento publicado” (Toro,


XXII). Pero al parecer otros escritores tuvieron acceso al texto y,
aun habiendo reconocido dificultades para obtenerlo, gastaron
lo mejor de sus críticas en aspectos evidentes de un texto que no
correspondía realmente a Los mártires. Tal es el caso de Mancera
Galletti, quien citó, en alguna de sus críticas, fragmentos que no
correspondían a Los mártires, sino a otros textos de Toro. Aun
entre quienes parecen haberla leído se encuentra una especie de
clasificación en tres niveles: están los que no la mencionan (Julio
Planchart, Uslar Pietri), están los que la nombran de pasada
nomás (José Gil Fortoul), y están los que solo la nombran para
elogiar sus desaciertos (Mariano Picón Salas, Pedro Díaz Seijas,
Jesús Semprúm, Rafael Osuna, entre otros).
La principal crítica a Los mártires es de escuela: se critica su
adhesión al romanticismo y, por ende, su falta de originalidad.
Semprum y Uslar dicen del movimiento que es “imitación de imi-

[ 49 ]
tación”. Lo que se encuentra de la obra en cuestión es que las crí-
ticas van desde a la persona de Toro, como hace Mariano Picón
Salas, quien dice que la obra es el resultado del “ocio de las gran-
des tareas políticas de Toro” (Toro XX) hasta su carácter emotivo:
“demasiadas lágrimas” (Picón Salas); “literatura folletinesca del
romanticismo francés” (Díaz Seijas); “lozana conservación del
error pluralizante” (Juan Liscano); “desvaídas novelitas oratorias y
compungidas” (Uslar); “[novela] retórica y libresca” (Rafael Osuna).
Quizás haya sido Díaz Seijas el único que intentó hacer una crí-
tica ontológica a la obra de Toro, al recurrir a un lugar común de
todo saetero: tratar de poner en entredicho el género de la obra.
Cuando un crítico quiere distanciarse radicalmente de algún texto,
se ensaña precisamente contra la condición a la que se circunscribe.
Así, las novelas no son novelas, los cuentos no son cuentos y los poe-
mas no son poemas. Esto evidentemente es falaz porque la miseria
intelectual de un ser humano no lo aleja de su especie, sino que lo
aproxima. Díaz Seijas dice: “No logra siquiera la consistencia de los
personajes principales”, con lo cual se insinúa que dado que Toro no
Willys Ramírez

desarrolló hábilmente sus personajes, su obra no alcanza “siquiera”


la categoría de novela. Por eso cuanto un escritor quiere tantear
a sus saeteros, simplemente debe dejar que ellos juzguen tan solo
su género. Si aún consideran cuento al cuento y novela a la novela,
entonces se debe admitir alivio. Curiosamente Miguel de Una-
muno, a quien citaremos mucho en la próxima parte, llamó en una
oportunidad “nivola”19 a su novela Niebla, con lo cual dio a entender
que le importaba muy poco el asunto de los géneros. Por eso, quizás,
curiosamente Enrique Anderson Imbert dijo una vez que las gran-
des obras no eran un solo género, sino dos: el que se transgredía y el
que se fundaba.20
Pero nuestro prologuista citado ha leído más, y por eso llegó a
afirmar lo siguiente: “La mayoría de los críticos e historiadores de
las letras nacionales han dado muestras de escandalosa superfi-
cialidad” (Toro, XXIV), porque el asunto de fondo, según como lo
ve él, es que existe una “total ausencia de siquiera una mención a
[ 50 ]

exponentes venezolanos” (Toro, X). Cuando uno lee esto en un pró-


logo escrito en 1966 –o cuando el prologuista de la obra, Gustavo
Luis Carrera, dice: “lo relativo a Venezuela se muestra reducido a
las pocas obras conocidas”– uno entiende que el asunto es grave.
No puedo desaprovechar esta oportunidad de criticar a la
crítica, tal como lo hacen los de los Estudios Subalternos, porque
con la vara que medisteis seréis medidos. Es cierto que las con-
fusiones de quienes estudiaron a Toro oscilaron entre definir
Los mártires propiamente como una novela, catalogarla como
la primera novela venezolana, confundirla con otros textos del
mismo autor (que eran más bien relatos cortos). Todas estas taras
pudieron haber tenido alguna expiatoria justificación, pero tal
como nos lo dice el prologuista: “La antigüedad de los errores no

19 En el prólogo de la novela, Víctor Goti admite haber sido él quien usó la pala-
bra “nivola” y no Unamuno.
20 Anderson Imbert, Enrique. “El género cuento”. Barrera Linares, Luis y Carlos
Pacheco (comps.). Del cuento y sus alrededores. Caracas: Monte Ávila Edito-
res, 1992. pp. 349-362.
Venezuela en construcción

los hace más leves, sino por el contrario más culpables” (Toro,
XXIII). Entonces surge el nombre del “definitivo esclarecedor de
la verdad” (Toro, XXII): Virgilio Tosta, quien en 1954 (112 años
después de la aparición de Los mártires) publicó íntegramente la
obra de Fermín Toro. Entonces la visión sobre su obra cambió.
Se comenzó a hablar de ella en términos del “gusto por repe-
tir lo que hicieron con éxito los grandes maestros de París, Lon-
dres o Madrid” (Toro, XXIX), porque a fin de cuentas “existió un
romanticismo hispanoamericano, con características peculiares,
suficientes como para darle una fisonomía propia dentro del gran
conjunto de la escuela romántica mundial” (Toro, XXX). Enton-
ces se vio con buenos ojos (tarde, pero con buenos ojos) que de
haberse difundido Los mártires a tiempo, la hubiesen preferido
aun por encima de muchos escritores de la época (Toro, X), como
nos lo indica Gustavo Luis Carrera. Estas son algunas de las razo-
nes por las cuales la obra de Toro fue muy criticada. Ahora vamos

[ 51 ]
a revisar sus aciertos.

Aspectos positivos

Al estilo del romanticismo francés, Toro publicó en 1842 la


novela en cuestión, en seis entregas a través del periódico Liceo
Venezolano. Estuvo dos años en una misión diplomática en Lon-
dres y parece que ese tiempo fue suficiente como para animarlo
a estructurar una novela en la que se mostraran las corrupciones
de la monarquía británica.
No creo que sea muy sencillo bosquejar a través de la ficción,
rasgos idiosincrásicos de otras culturas; pienso que sería equi-
valente a tener el suficiente tino de bromear en otro idioma, y el
idioma con el que dialogó Toro, en su obra, fue meramente político.
Los referentes desconocidos que constituyen la esencia de Los
mártires está conformado por unas palabras clave cuyos significa-
dos le da sazón a la obra de Toro, a saber: presbítero, demócrata,
republicano, antiesclavista, gaélico escocés, anglicano, irlandés,
Willys Ramírez

catolicismo y socialismo utópico. Sin estos términos como marco


de referencia, la obra de Toro carecería de sustancia toda.
El mayor mérito de este escritor no fue haber ido a Europa,
cual vulgar turista que viajó a otros mundos para devorar lo mejor
de otros pueblos, sino haber ido allá a encontrarse con la miseria:
“Buscaba yo en la más lóbrega e inmunda, la más pobre y humilde
casa que puede habitar un ser sensible” (13). Así comienza la des-
cripción de su primer examen diagnóstico.
Ahora bien, la carrera ideológica de la obra de Toro arranca
en 1792 con la fundación del partido democrático-republicano en
los Estados Unidos entre Jefferson y Washington. Cuando aquel
tuvo los primeros encontronazos con este, se produjo la división.
Entonces los partidarios del prócer comenzaron a llamar iróni-
camente a los seguidores de Jefferson “demócratas”. Jefferson,
por su parte, que comulgaba con la Revolución francesa, prefi-
rió hacerse llamar “republicano” porque de esta manera podía
[ 52 ]

insinuar y hacer frente a la “monarquía” que en aquel entonces


encarnaba Washington. Así, en 1854 se formó una clara división
política en ese país: los whigs y los demócratas. Los whigs pasa-
ron a ser los republicanos (representados por el elefante) y los
demócratas escogieron el asno como símbolo del partido. Los
whigs eran antiesclavistas y usaban el color rojo; y los demócratas
tenían simpatías por el sur y usaban el color azul. Este fue el mapa
político de aquella época, y todavía se mantiene hasta hoy.
Pero estos whigs venían de Inglaterra y allá eran el partido
liberal. Su consigna era promover el parlamentarismo como
modelo opuesto a la monarquía. La palabra whig significa, en gaé-
lico escocés, “cuatrero” y, por supuesto, era una designación peyo-
rativa contra los presbiterianos, seguidores de Calvino. Los whigs
se oponían a los anglicanos, grupo conservador irlandés represen-
tado por el partido de los torys, designación igualmente peyorativa
que significaba “bandolero” y aludía directamente a los católicos.
De tal manera que whigs y torys eran, en la novela de Toro, los dos
bandos ideológicos que interactuaban subterráneamente en la
Venezuela en construcción

trama, y se entiende por qué sus críticos –que presumiblemente


desconocían todo esto– dejaron de ver los guiños que les hacía el
escritor venezolano, quien posiblemente encontró muchas más
razones para ser partidario de los conservadores, ya que era obvio
que no comulgaba con el liberalismo de aquel entonces. Así que,
desde ese inventario de peyorativos, conformó Toro el trasfondo
de su obra y en nada sorprende que sus desacertados saeteros no
hayan encontrado motivo alguno para hacer mención especial a
Los mártires. Partiendo de aquí, comienza a dibujarse un mapa
más claro de por qué tanto romanticismo en Toro, quien no hizo
más que usar un estilo literario que estaba de moda en la época.
Los rasgos románticos en Los mártires son evidentes, pero el
mismo autor parece reconocer su presencia cuando habla en la
novela del “carácter romántico”. En tal sentido, no hay nada que
criticar al respecto, pues como se mencionó, lo que se criticaba de
Toro era su adhesión a una escuela y no la novela en sí.

[ 53 ]
Obviamente, Los mártires posee rasgos típicos románticos:
su marco contrastado entre ricos y pobres, una obra llena de des-
cripciones sentimentales, llanto desatado, “asimilación sensible
de lo que en la religión puede haber de bondad hacia el oprimido”
(Toro, XXXVII), pesimismo o nudo trágico, etc. Lo que más se
le critica a Toro han sido frases como estas, que francamente
ahora están en desuso, pero no por su caducidad, sino porque la
demanda literaria y espiritual apunta hacia otros sentidos: “¿Vie-
nes a comer el pan del mendigo?”; “La sensibilidad tiene abismos
que solo se abren al dolor”; “verse a un lado pobre y desvalido; y
encontrarse con un héroe del drama, joven, apuesto y brillante al
lado de Emma21”; ”La borrasca sin duda soplaba por primera vez
sobre aquella tierna flor”; “caer como loza sepulcral”; “La eterni-
dad reposaba sobre el caos y ella misma se carcomía lentamente”.

21 Emma, la protagonista, es una joven y desvalida muchacha de quien trata de


aprovecharse un hombre rico.
Willys Ramírez

Todos estos son los pasajes románticos que los críticos del
romanticismo tanto le asquearon de Los mártires. Pero vamos a ver
otro aspecto predominante en Toro que pudo ser igualmente repul-
sivo para sus saeteros: hablo de su simpatía por el socialismo utópico.
La crítica que se conoce hacia el romanticismo de Toro pare-
ciera haberse enfocado a su carácter imitativo, pero a todas luces
se ve que en realidad se criticaba el combo completo, entre ellos
a Rousseau, Chateaubriand, Víctor Hugo, Walter Scott, Goethe
y Alejandro Dumas entre otros. Esta lista la expone literalmente
Picón-Febres (Toro, XXIV), y por eso la colocamos para que se
note la distancia que quería establecerse en la época hacia todo
aquello que no fuese original. Pero, ¿cuál pudo ser el problema
verdadero de la crítica con respecto a aquel socialismo utópico
planteado por Toro?, pues que “llegó a señalar los vicios y peligros
del capitalismo europeo” (Toro, XLIV), tal como lo apunta Gus-
tavo Luis Carrera. Con esta óptica, lo que se encuentra en Toro
[ 54 ]

adquiere otro matiz.


Reconocida la doctrina de Rousseau de que los hombres
nacen buenos y la sociedad los pervierte, se hacía evidente que
todo modelo social, o socialismo como tal, que se aventurara a
enfocar su crítica única y exclusivamente sobre los sistemas que
lo cobijan, tendría que hacerse odioso para los liberales. Así, Toro
formuló una serie de demandas en ese sentido: “El poderoso solo
posee virtudes fingidas, y que estos se presentan simplemente
para servir de instrumento de satisfacción de ambiciones y pasio-
nes” (Toro, LI).
La lucha social que viven los protagonistas de Los márti-
res es una clara alusión a una situación producto de un sistema
corrupto que Toro veía más negativo que positivo: “El desarrollo
industrial y comercial que situaba a Inglaterra en la categoría de
gran potencia mundial no correspondía a un efectivo mejora-
miento económico de las mayorías populares” (Toro, LVI), tal
como lo afirmó Gustavo Luis Carrera.
Venezuela en construcción

La trama de la obra de Toro es básica: el pretendido de una


familia humilde que se ha quedado sin empleo y ha tenido que
migrar hacia Irlanda para buscar mejoras económicas. En su
ausencia, un “joven aristócrata” intenta conquistar a la joven soli-
taria. Su madre, al descubrir aquellas deshonestas intenciones, le
comenta al esposo enfermo y este exclama: “Hay quien persiga al
hambriento, hay quien robe al mendigo, y quien asesine al mori-
bundo, y quien quiera deshonrar la hija en el lecho del padre ago-
nizante”. Al buscar ayuda en la Iglesia, no la encuentra. El novio se
muere fuera de su patria, la joven se entrega a un centro de aten-
ción de mendigos casi en condición de esclavitud y la obra toda
concluye en tragedia.
El prologuista nos comenta al respecto: “Indudablemente, el
factor más sorprendente y digno de interés en la novela de Toro
es el vigor de la denuncia social” (Toro LXIX): “Si los nobles, ricos
y bien educados no fueran generosos, yo no sé quién entonces

[ 55 ]
tendría obligación de serlo” (29); “Sociedad sorda, cruel y homi-
cida” (62). Toro usa su conocimiento acerca de otros mundos, no
para halagarse de conocerlos, sino para ver que las corrupciones
humanas no encuentran fin en ningún rincón del planeta. “No
parezco inglés… nunca he tenido el corazón frío y desleal” (15).
Pero hay más. Fermín Toro también deja entrever ciertas aficio-
nes por la filosofía, a la cual describe sin tapujos a través de ciertas
máximas igualmente ideológicas: “El hombre se envanece hasta de
su propia humildad” (10); “Pero no da siempre la justicia el triunfo”
(31); “Si la caída del hombre no fuera una verdad, la filosofía la habría
inventado para explicar por ella ciertos problemas de la humanidad
que la razón no resuelve” (35); “Nada eleva tanto el alma del hombre
como el amor y la religión” (36); “La virtud no se plantea en el medio
del combate de las más urgentes necesidades” (64).
La filosofía era un tema de interés para Fermín Toro, demos-
trando su más cercana inclinación por las ideas escolásticas, y abor-
dando temas complejos y antagónicos como el placer y el dolor, la
nada y el ser, el fatalismo y la necesidad, la providencia y la eternidad.
Willys Ramírez

Con estos aspectos, “he aquí el compendio de la filosofía”, dice Toro


en su novela.
Fermín Toro fue un torys de corazón. Quería ser conservador
y no veía con buenos ojos al naciente liberalismo de Norteamé-
rica. Es indudable que sobre este se refería en cuanto a sus luchas
políticas, pues en Venezuela no se manifestaban –para aquel
entonces– tales combates ideológicos. De acá se fue enojado con
Páez por la promulgación de una ley que…

… se llama Ley de Libertad de Contratos del 10 de abril de 1834.


Esa ley elimina todas las limitaciones que venían desde la época
colonial sobre el préstamo de dinero, que establecían límites a la
cantidad que se podía cobrar como interés sin caer en usura.22

Años después, como bien se sabe en la historia, presidió la


Convención Nacional de Valencia en la cual fungió como con-
[ 56 ]

ciliador entre el nuevo poder constituido y los partidarios del


saliente Monagas. Lleno de aquel mismo romanticismo que tanto
se criticó en su novela, hizo una loable intervención salomónica
por contener las apetencias de demolición que embargaban a los
opositores. El discurso se amparó en una religiosidad prístina
que esgrimió a través de la consabida frase de “el que esté libre
de pecado que tire la primera piedra”. Con ella pudo lograr paci-
ficar, en parte, aquella enardecida multitud. No obstante, aún
hoy se encuentran detractores de la historia quienes suelen utili-
zar erróneamente esta consigna del Congreso de 1858 para decir
que Toro nunca tuvo interés por el pasado ni por la justicia social,
cuando más bien se trató de un mensaje cuyo sentido era el lla-
mado al perdón entre los hombres de buena voluntad. El párrafo
completo lo confirma:

22 Uslar (1981).
Venezuela en construcción

Yo olvido, señores, con todo mi corazón; olvido como si hubiera


bebido aguas del Leteo, y espero que Venezuela olvide también,
porque un pueblo que se vuelve atrás a remover el fango de su pa-
sado merece la suerte del sepulturero, vivir para siempre entre
despojos humanos.

Bibliograf ía

Toro, Fermín. Los mártires. Caracas: Escuela de Letras FHR–UCV, 1966.


Uslar Pietri, Arturo. Cuéntame a Venezuela. Tomo I. Caracas: Edito-
rial Lisbona S. A., 1981.

[ 57 ]
Segunda pierna: España y nuestra revolución
[ 59 ]
Hemos venido recolectando evidencias como si fuesen como-
dines necesarios para abordar –en calidad de contraseña– la
última nao que nos conducirá a nuestra patria. Pero antes de
embarcarnos, debemos hacer una penúltima parada en la Penín-
sula Ibérica para encontrarnos con una persona, de cuya poderosa
voz Antonio Machado dijo que “blasfemaba en verdad”. Se trata
nada más y nada menos que del vasco Miguel de Unamuno. Su
polémica imagen brilló “desde la cuna hasta la sepultura”, así como
su empecinada manera de hacerle ver a sus compañeros catedráti-
cos lo “caballeros de noria” que eran.
De tal manera que espero que sepan soportar los embates
de un discurso necesario, cuyo fin es el de reencontrarnos con la
consiga de Benjamín Franklin quien dijo que “los caminos más
tortuosos generalmente conducen a las fortunas más cómodas”.
Ahead!, o ¡Venga!, como diría un español.
¿Cómo escribir acerca de este tío Unamuno, y no tomar de él
la misión de atormentarles? Porque debo decirles que si estuviese
Willys Ramírez

vivo, me encomendaría a mí la continuación de sus obras para


ver unas cuantas cosillas que no quieren discutirse de esta, mi
Españ... –¡Perdón! – mi Venezuela.
Bien, Unamuno mandó echar abajo las prohibiciones de dis-
cutir acerca de política y religión. ¿Por dónde –pues– empeza-
remos? Ábrase la puerta por Erasmo de Rotterdam, quien dijo
(típico unamunesco: citar a todos) que un joven con sabiduría
era un monstruo que nadie entendía. Tomemos, pues, esto como
punto de partida, y para comenzar demos inicio por lo menos
importante, como debe ser. Aunque mejor deberíamos empezar
por lo que el orden alfabético dicta, que es el mismo orden.
El presidente de una fábrica textil reabierta en Venezuela dijo
que el único sitio donde aparecía primero el Éxito que el Trabajo
era en el diccionario. Frase que, para provenir de uno de aque-
llos que llaman fatuos, indica que allá hay más de un criterio
en las ideologías. Han sido, pues, estas menudencias las que me
[ 60 ]

han hecho pensar en, ¿por qué estos, que los venezolanos llaman
meritócratas, les dieron –tan de entrada– la espalda a su revo-
lución? ¿Cuál será su empeño porque fracase todo? Pudiéramos
pensar que son ocurrencias mías, pero hay cosas que no logro
entender de aquellos mundos. ¿Será que estos venezolanos pien-
san que las buenas ideas no pueden provenir de malas personas?,
pues –por acá– me es muy difícil entender que alguien pueda ser
absolutamente malo o bueno. Porque hasta para ser malos, hay
que ser muy buenos en maldad.
Estas son las cosas que me hacen recordar aquel comic ame-
ricano de los Simpson. En uno de sus capítulos –o episodios para
ser más escolásticos– la chiquilla Lisa le decía a su hermano Bart
lo inminente que era el divorcio de sus padres. Por supuesto,
aquel chicuelo lo negaba. Pero Lisa –como siempre– le replicaba
que ella se encontraba en la “etapa II del Síndrome de Separación
de Padres”, en la etapa de la aceptación; mientras que su hermano
del alma se encontraba en la etapa I: en la de la negación.
Venezuela en construcción

De igual modo ocurre en aquella sociedad: unos que se niegan


y otros que se resignan. ¿Por qué han de escandalizarse porque
luego de que se amontonen las nubes, llueva? ¿Acaso no se veía a
venir eso allá, como se vio venir acá nuestra bochornosa derrota
del 98? Pienso, pues, como dicen las Santas Escrituras: “¡Hipócri-
tas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no
distinguís este tiempo?” A la verdad este tío Jesús que leemos en
Mateo 12:56, se las traía.
“Mi labor ha sido siempre inquietar a mis prójimos”, decía
Unamuno. Ojalá él mismo hubiese estado allá, aunque sea en la
clandestinidad, para que le hubiesen podido oír aquello que llama-
rían peroratas o lavativas, porque bien que les está haciendo falta.
Podría citar al Encarta de Microsoft –como hacía Unamuno
con Santa Teresa de Jesús o aquel vasco de las milicias, Íñigo de
Loyola– para decirles quiénes le han hecho el verdadero daño
a aquella nación. Los periódicos, las revistas y hasta la psiquis

[ 61 ]
jungiana (la colectiva) le han hecho un borrón nemotécnico del
año 2002. Es como acá en España con el 98, una cosa repulsiva,
innombrable, de la hostia. Pues este Encarta for Windows no sabe
que allá se perdieron algo así como diez mil millones de dólares23 ,
que para su economía representaban, en aquel entonces, como el
30% de los ingresos de la nación; y eso por usar una de las cifras
más conservadoras.
El quijotesco, al cual le dicen loco, me parece que ha dicho
muchas verdades sanchopancescas. ¿Y qué han hecho esos tíos?,
tratar por todos los medios de desestimarlo. ¿Y quién frustra
más las esperanzas de un pueblo: quien da una aunque sea falsa
o quien les dice a todos que les están mintiendo? Por esos es que
Unamuno buscó la manera de saber insultarles. Como decía él:
“Estúpidos por opilación de sensatez”. ¡Galeotes!, diría yo. Y se me

23 En Encarta 2005 se lee el siguiente eufemismo: “el paro llegó a afectar a Petró-
leos de Venezuela... uno de los pilares de la economía del país” (Cursiva del
autor).
Willys Ramírez

acabarán las comillas, pero no pararé de citarles –y de atormen-


tarles– pues también decía Unamuno: “Está muy bien burlarse
del loco, mas luego, cuando lo necesitamos acudimos a él”.
Pues este quijotesco es visto por sus contrarios como seme-
jante a Dios; y a Santiago 2:19 me remito: “Tú crees que Dios es
uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Pues
si sueño permanentemente con el diablo, ¿quién tiene la fijación:
el diablo conmigo o yo con el diablo? ¿Acaso no escribió Una-
muno que “hay que inquietar los espíritus y enfusar en ellos fuer-
tes anhelos, aun a sabiendas de que no han de alcanzar nunca
lo anhelado”? ¿Y qué es la estética, pues, sino la búsqueda de la
inmortalidad?, ¿y qué se le dice a una persona que sale del pelu-
quero, que algo espiritual anda mal en sus vidas?
Como el tío Bart, andan muchos. Un Bart sanchopancista, y
una Lisa quijotesca. Por eso es que se lee de él –de Unamuno–:
“Comprender es perdonar”. ¿No dijo que el loco está solo y que
[ 62 ]

“una locura cualquiera deja de serlo en cuanto se hace colectiva”?


Por eso es que Unamuno, al igual que Platón, quería echar fuera
a los poetas, de un sablazo. ¡Fuera los incapaces!, ¡fuera las almas
sensibles!, ¡fuera los que gustan de afeites!, y ¡fórmese el escua-
drón! ¿O es que acaso –como en Fahrenheit 451– fueron quema-
dos todos los libros de historia? ¿Serán embustes u ocurrencias del
quijotesco que Estados Unidos es un imperio? Véase como acá nos
tienen cogidos por los cuernos. “Los esclavizadores saben bien que
mientras está el esclavo cantando a la libertad, se consuela de su
esclavitud y no piensa en romper las cadenas”, decía Unamuno.
Pues fijémonos bien quién es el débil en esta disputa, pues
Unamuno –sí, otra vez Unamuno– decía que el débil no le queda
otra defensa que la mentira, y si el que tiene el poder, miente;
entonces es falso su poder. Esta dicotomía solo es posible si el
poder no está en él; pues si no lo está, entonces, ¿por qué le temen
–como dije antes– al que poder alguno no tiene? Por eso es que
aquella sociedad –como la nuestra– pareciera deleitarse con la
derrota. ¡Se la inoculamos!
Venezuela en construcción

La cuestión no es apabullaros tanto, sino que se entienda


que “llevamos siglos diciendo y repitiendo que el ahínco mayor
del hombre debe ser el de buscar conocerse a sí mismo”. Por eso
es que digo que así como la Iglesia trató de esconder a Aristóte-
les, por aquello de la risa y del hombre como imitador del Dios
creador, así debería guardársele a Unamuno, en lo más hondo del
bajel y dejarlo a la deriva. ¿Quién podrá soportar leer en público
aquella cosa tan repulsiva de que lo que más eleva a Don Quijote
es su desprecio a las riquezas del mundo? Véase –u óigase– la tri-
llada frase bíblica que primero entrará un camello por el ojo de
una aguja, antes que un rico entre al reino de los cielos. Esto es
como la historia de un amigo mío, venezolano, quien estando en
el Metro de la capital escuchó a un señor que se preguntaba a sí
mismo hasta cuándo se anunciaba por los parlantes la norma de
no cruzar la raya amarilla. Entonces este tío, amigo mío, se volteó
y le dijo: ¡Pues hasta que se la aprendan! A la verdad, esa respuesta

[ 63 ]
me pareció muy nuestra; más unamunesca, ¡imposible!
Así que al quijotesco, al que le dicen loco, le han salido miles
de sanchopancistas pidiéndole salario fijo; y en eso fundan su fe.
Entonces, ¿cómo no pensar que por aquellos predios no se esté
llegando a una sanchopancización de Don Quijote o a una qui-
jotización de Sancho? ¿Y si Sancho (o por lo menos sansonesca-
rrascos) somos todos? Recordemos que la fe del héroe se alimenta
de la que alcanza a infundir a sus seguidores. Y si mataran espiri-
tualmente al quijotesco, ¿quién podrá con los temores materiales
típicos de los Sanchos?
Casi podría oír a Unamuno decirme: ¿Y es que nadie lo iba a
decir –y de esa manera– nunca? Deberían dejar al quijotesco que
se degrade en Sancho, si quieren. Pero mientras tanto, deberían
ponerse a trabajar en la transformación de los Quijotes. Pues,
“solo el que ensaya absurdos es capaz de conquistar imposibles”,
decía Unamuno, quien entre otras cosas también dijo: “Cuando
las matemáticas matan, son mentiras las matemáticas”, por aque-
llo de que tanta verdad no cabe en una sola alma.
Willys Ramírez

A ver... que de lo menos útil le hemos dedicado mucho, aun-


que pudiera ser mucho más hasta el infinito. Y como suele pasar,
de lo más importante le dedicaremos poco, como debe ser. Amigo
lector, ¿se ha sentido abrumado o con deseos de tomar algún
sorbo de agua? Pues sépalo, ¡es lo normal! “Hace falta llevar a la
muchedumbre una locura cualquiera”. Sea, pues, una en espíritu.
¿Qué quiso hacer Unamuno con el Quijote de Cervantes?:
reeditarlo, robarle sus palabras, mejorarlo, blasfemarlo en verdad.
Y es que en el mismísimo prólogo –es decir, sin indulgencias–
dijo que Cervantes había mal leído lo que sea que enhoramala
haya leído el pobre. Lo dijo, ¡sí!, claro que lo dijo, pero acerca de
nuestro ¡insigne escritor! Entonces es como quien idolatra y odia
a la vez a un mismo ser. En esto nos tomaremos por lo menos unas
cuantas décadas más en entenderle. Lo único que se puede ver
claro en Unamuno es que sabe que el Quijote es Cristo hecho per-
sonaje, que es la recreación de las andanzas de Jesús por los nue-
[ 64 ]

vos predios de La Mancha. “Admirable caballero de la fe”, como él


le llamaba. El hidalgo es para Unamuno el hijo de bondad, el loco,
el héroe, el santo y el redentor. Todo junto y a la vez; no el Alavés,
sino a la vez, al mismo tiempo.
Unamuno quería –si hubiese podido lo hubiese hecho, ten-
gan la certeza– derribar al impero católico, o por lo menos frac-
turarles la fe a unos cuantos curas, a los pocos que creen, pues
para él, tanto el fervoroso católico como el acérrimo ateo, han
estado equivocados. ¿Y sabéis en qué pudieran estar equivoca-
dos al mismo tiempo dos bandos tan antagónicos como estos? –y
espero que entendáis la analogía–: en que no tienen ni una pizca
de fe. Y quien para Unamuno era un promontorio, un chorro, un
manantial, un manantial inagotable, una vasta reserva de fe, era
nada más y nada menos que aquel lebrel Don Quijote. Por eso es
que Unamuno sueña (aún después de muerto) con el caballero
hidalgo, y hace todo lo posible por no separarse de su humanidad.
Así como está escrito en el Apocalipsis 10:10: “Entonces tomé el
librito de la mano del ángel, y lo comí”, así quiso hacer Unamuno
Venezuela en construcción

con el Quijote de Cervantes, engullirlo hasta sus últimas conse-


cuencias. Y espero que no penséis que me he excedido, pues Una-
muno decía: “Solo los apasionados llevan a cabo obras verdade-
ramente duraderas y fecundas”. Y como De Loyola, capitán de
milicia, he tomado esta encomiable tarea de llevarles de la mano
por los caminos del Señor; cuando no, espero haber podido causar
en vosotros al menos alguna cuota de indignación por sus actua-
ciones. A la verdad es que sois insoportables de sensibles; no llo-
riqueéis en presencia de otros que ya estoy por terminar. Y sean
estas últimas comillas el fin de este deleitoso trabajo (aunque tor-
mentoso para otros) en el que todo me ha quedado tan claro como
la frase de Sócrates: “Solo sé que no sé nada”; y no puedo sino lla-
mar a mis paisanos coetáneos, de estas y otras tierras no medi-
terráneas, a que penséis esto profundamente en sus corazones (y
por amor a Dios, como el tío del Metro, ¡hasta que se lo aprendan!):
“Nuestra patria no tendrá agricultura, ni industria, ni comercio, ni

[ 65 ]
habrá aquí caminos que lleven a parte adonde merezca irse mien-
tras no descubramos nuestro cristianismo, el quijotesco”.

Bibliograf ía

Unamuno, Miguel. La vida de Don Quijote y Sancho. Argentina:


Espasa–Calpe, 1941.
Zarpando en el Falke con algunos
contratiempos [ 67 ]

El peor miedo es el miedo a ganar.


Harry Gómez
(Capitán de la selección de Venezuela ganadora de
medalla de oro en los panamericanos de 2003)

“No hay nada más puntual que una maldición”.


Vegas, en Falke

Ya hemos recorrido la mitad de camino. Acabamos de escu-


char las opiniones políticas de Unamuno, el español que más ha
hecho énfasis sobre la figura religiosa de su líder espiritual, Don
Quijote. Y este tío Unamuno no solo quiso resaltar la necesidad
de abrazarse, como parte de una unidad ideológica, a la antorcha
llameante de la fe manchega, sino que también creyó que en su
carestía no podría tenerse república firme alguna.
Willys Ramírez

Ahora nos toca aproximarnos –vía marítima– a una parte


histórica de nuestro país, que psicológicamente nos mostrará por
qué todo lo que se emprende acá, lleno de ideales y desprovisto de
know how24 , fracasa irremisiblemente. Una pequeña prueba de ello
es el calvario que vivieron Simón Rodríguez (Samuel Robinson) y
Sebastián Francisco de Miranda, para reconocer que estuvieron
intentando aplicar una dosis de idealismo y utopías a una región
cuya idiosincrasia se les hacía indiferente.
En el recorrido que hemos hecho hasta ahora nos falta esa cuota
de incongruencias típicas nuestras; y será la nao Falke la que mejor
nos ejemplificará en qué han consistido esas sinuosidades algorít-
micas con las que pretendemos aproximarnos hacia nuestro rei-
terado y estruendoso destino. Pero antes de comenzar es preciso
quejarnos de nuestros intelectuales, “infecundos” y “atrasados”, de
nuestra patria, pues algunos de ellos han tenido por principio, cua-
les presuntos faros ilustres, opinar y discrepar acerca del país desde
[ 68 ]

la cómoda perspectiva del destierro. Asimismo es preciso aleccio-


nar a otros, en cuanto a la consabida verdad bíblica de que: “Lo necio
del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios”, tal como se
lee en el libro de Corintios.
La revisión literaria que realizaremos a continuación pretende
ser, también, un análisis discursivo sobre el renovado intento
por promover héroes patrios, cuyo objetivo fundamental es el
de influir por ósmosis en el acervo cultural. Pero esta intento no
podrá obtenerse sin la debida evaluación de las recurrentes formas
subcutáneas con las que la población venezolana se ha encargado
de anular todo sentimiento identitario relacionado con las ideolo-
gías. Lo que ha de parodiar Vegas en su novela es este consecuente
estado ensimismado en el que nuestros ciudadanos se han empe-
cinado en desarrollar una valoración psíquica que bien recoge

24 Del inglés “saber-cómo”. Término empresarial que se emplea en la transferen-


cia de tecnologías. Significa aquel conocimiento preexistente que se requiere
para facilitar la ejecución de algún negocio.
Venezuela en construcción

Vegas en su novela: “Cada vez que Colón descendía del barco le


sucedían tragedias”. Este contenido, en apariencia inofensivo, des-
cribe parte del gran debate a desarrollar: ¿Esas cuitas, de las que
habla Vegas, venían embarcadas o eran ellas las que le daban la
bienvenida a los colonos? Sin duda que los pasajes que mostrare-
mos más adelante, tomados del Falke, hablará de este asunto.
Por alguna razón mágica parece que lo poco victorioso encon-
trado en nuestra historia ha tenido impregnado una gran porción
de lo circunstancial. Esto nos lo recuerda el hecho curioso de que
la fecha de nuestra independencia, el 19 de abril de 1810, tal como
se conoce en los libros no fue más que una “intentona” o aproxima-
ción independentista, y no un acto definitorio propiamente dicho.
Aún la batalla del 5 de julio de 1811, conocida erradamente como
el último combate anticolonial, tuvo por ulterior la decisiva batalla
naval del general José Prudencio Padilla en 1823, que vino a cerrar
definitivamente el ciclo emancipador. Son contradicciones como

[ 69 ]
estas las que cada cierto tiempo impulsan a ciertos intelectuales
a retomar la historia para acomodarla en sus entuertos; y nuestro
propósito, el que nos embarga, es el de estudiar precisamente los
bemoles de una expedición realizada por un grupo de insurrectos
a las costas orientales el 11 de agosto de 1929, la cual tuvo por pro-
pósito derrocar el gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez.
Lo leído hasta ahora, cargado de ciertas notas de autoflage-
lación, nos va conduciendo a una lectura “a contra pelo” que rea-
lizaremos sobre a las verdaderas condiciones anímicas que se
manifiestan en nuestras desvalidas voluntades patrias, pues estas
–cuales signos y síntomas– nos indicarán cuán deplorable se
encuentra nuestro lastimero psiquismo victorioso. Las facetas que
mostraremos de la “Flota Invencible”25, llamada Falke, no buscarán

25 También conocida como “Armada Invencible”, término usado por Felipe II,
en ocasión de intentar destronar a la reina de Inglaterra Isabel I en la guerra
anglo-española, entre 1585 y 1604. La flota sufrió una estruendosa derrota
que algunos historiadores atribuyeron a los temporales del mar.
Willys Ramírez

poner paños de agua caliente, sino conmover a todo ciudadano a


una conciencia necesaria de: o achicar los fluidos de nuestra única
embarcación, o hundirnos en las mismas plácidas aguas en las que
sucumbió el Titanic en su único majestuoso viaje.
El principal factor que resaltaremos de la obra de Vegas será,
pues, el fracaso, entendiendo este no como el acto de perder
cuando se espera el triunfo, sino el de esperarlo anhelantemente
como quien no tiene más nada qué hacer: “Sé que falta poco para
que llegue mi bala y la espero ansioso”, dice uno de los personajes
de la expedición falkiana, cuyo único plan consistía en arreme-
ter sorpresivamente contra Gómez. Por cierto que de este pinto-
resco dictador se recuerda la singular anécdota de que una vez
dijo que los venezolanos parecían un cuero viejo, pues por un
lado se pisaban y por el otro se alzaban. También se recuerda de él
que estando ojeando una vez el periódico al revés –pues no sabía
leer–, uno de sus allegados le indicó el gazapo, a lo que este res-
[ 70 ]

pondió: “El que sabe leer, lee como sea”. ¿Quién podría pensar que
este simpático bigotudo haya sido uno de los gobiernos dictato-
riales más largos de la historia venezolana?
Toda circunstancia nacional debería pasar por la lupa del
Falke y verse reflejada en la desbandada de pesimistas que la tri-
pula. Embarcados todos aquellos insurrectos en aquella “chalana”,
pretendieron realizar la más heroica acción conocida a comien-
zos del siglo pasado, y sus menudencias fabulosas, recogidas en la
novela de Vegas, quedaron regadas de babor a estribor. Sin pre-
tender ser una crónica marear, Vegas nos regala el modus vivendi
(o modus operandi) de su tripulación: “Esta contagiosa alegría
del pesimismo”; “Pesimismo es el pensamiento y optimismo la
acción”; “Me siento raro, demasiado pesimista, triste, rencoroso...”;
“Nada le gusta más a un padre que conocer a un joven fracasado...
y luego usarlo de ejemplo para darle consejo a sus propios hijos”.
Así tenemos una inusual visión a trasluz del romanticismo
falkiano que contrasta enormemente con las muy criticadas
utopías de Toro, y que nos van indicando por qué tenemos en
Venezuela en construcción

nuestros genes la misma semilla sorda de un pueblo abocado a


los imposibles unamunescos. Vegas nos habla de una “beatitud
ideológica” y de un reconocimiento de que “lo que estaba mal era
todo”. Por eso –para los efectos de este recorrido fluvial– llamare-
mos “pesimismo” a aquella variante en la que “el mustio” no solo
fracasa, sino que pone todo su empeño para que esto ocurra irre-
misiblemente. Aun cuando parezca exagerada esta atmósfera de
lamentación, sorprenderá a muchos saber que hace algunos años
se publicó un libro titulado es Todo empeora satisfactoriamente26 ,
y que describe bastante bien cuán persistente y subcutánea es
nuestra apreciación, reflejo, al mismo tiempo, de los sentimientos
nacionales de alguno de nuestros más promovidos intelectuales.
Los rasgos literarios que queremos resaltar de la obra Falke
son aquellos relacionados con nuestro intravenoso romanti-
cismo, contenido en la constante aspiración a que fracase todo.
Vegas logra dibujar en su novela las circunstancias que rodearon

[ 71 ]
la fatídica expedición, y vincula –de alguna manera– las desilu-
siones con el inevitable síntoma del “retraimiento del yo”, del cual
hablaremos más adelante. Así Vegas logra vislumbrar y resu-
mir algunos rasgos nuestros: tendencia a una proyección como
ideólogos políticos, manifestación de un optimismo exagerado,
figuración renacentista homocéntrica, declaración jurada de
defensores del Caín desvalido y del Judas vilipendiado, etc. Todos
estos rasgos corresponden a un específico sector de la literatura
universal que se enmarca claramente en los rasgos propios del
romanticismo abundante en Vegas.
Por un lado tenemos el carácter romántico de la historia
misma (lo que ocurrió tras el arribo de los insurrectos) y, por el
otro, los guiños narrativos que buscaron describir algunas de
nuestras circunstancias nacionales: “Presiento que me guía una
tentación romántica, más que una voluntad política”; “Soy tan

26 Su autor es Carlos Augusto González y publicó en 1998 con el Fondo Editorial


Tropykos.
Willys Ramírez

romántico”; “El romanticismo seguía manando de las heridas”


y otras tantas frases más. Curioso es notar que la crítica litera-
ria que tanto apuntó su artillería contra la obra de Fermín Toro,
cuyos calificativos rondaron epítetos tales como “el error plura-
lizante” o el “llanto desatado”, en Vegas no encontraron sino las
semejanzas de una situación del momento. No obstante, Vegas
pinta a los insurrectos en sus extravíos de la siguiente manera:
“Estamos perdidos desde el día en que zarpamos en Polonia”;
“Comencé a escribir con sospechosa lucidez”; “Solo [se] pelea bien
cuando [se] tiene la partida perdida de antemano”, y otros tantos
pasajes más con los que se inunda la novela de fúnebres imágenes.
La historicidad y la narrativa del Falke nos permiten analizar
ciertos aspectos concretos de la obra. Federico Vegas, apegado al
marco referencial histórico, se dedica exclusivamente a contar
todo lo que se sabe acerca de la expedición aciaga. No obstante,
le agrega un condensado trato humorístico con el cual se conjuga
[ 72 ]

parte de los elementos catárticos necesarios para superar defini-


tivamente nuestros desaciertos. Vegas-personaje (pues se sabe
que el escritor es heredero indirecto de uno de aquellos protago-
nistas de la expedición), es un testigo omnisciente de la historia
narrada; y nos comenta sobre las circunstancias que rodearon
la verdadera naturaleza temeraria de los tripulantes de aquella
escueta barquita que zarpó de Polonia:

De cuatro cosas estoy seguro: vamos sin carbón para resistir el


ataque de un barco artillado, vamos sin los hombres que esperá-
bamos en Santo Domingo, vamos con un barco repleto de alema-
nes traidores, vamos a vencer.

Entre humor y don de ubicuidad el escritor nos presenta el lado


patético de las falsas expectativas: “Desde un barco en medio del
Atlántico cualquier tesoro en tierras lejanas luce posible” y, a tra-
vés de otros elementos, destaca la persistente manía que tenemos
Venezuela en construcción

todos de atribuir nuestros yerros a la otredad distante: “Lo del Falke


fracasó por la maldita pava de Linares Alcántara”.
Sin embargo –porque la literatura tiene mejor propósito
cuando busca explicar las extrañas circunstancias que rodean los
hechos–, Vegas esboza todo cuanto sospecha acerca del inusitado
encuentro entre aquellos inexpertos marineros y el ejercitado
“pacificador de Venezuela”. Se descubre, entonces, el sentimiento
noria que había en aquella “chalana”, y que plantea mejor los moti-
vos de la fracasada expedición. Ya no se trata, como muchos enfa-
tizan, de circunstancias políticas, sino de circunstancias mate-
riales basadas en la triste dimensión del “acorazado naval”, cuyo
principal mecanismo imperfecto estaba representado por la con-
dición anímica y anémica de la tripulación. Todo cuanto pudiera
decirse de la eficacia atípica de la embarcación, así como del acto
heroico, está descrito sucintamente –en una inusual obra que
abarca unas 455 páginas– de la siguiente manera: “Al menos flota”.

[ 73 ]
Lo mismo que le ocurrió al personaje de Falke, Román Delgado
Chalbaud, de ir al frente del grupo de batalla y morir, le pasó a Joa-
quín Crespo cuando decidió enfrentar –él mismo– al Mocho Her-
nández en Mata Carmelera, donde lo “sorprendió” una bala perdida.
Esta circunstancia cíclica de la historia nos coloca en suelo firme en
cuanto a nuestros propósitos por resaltar como parte de los rasgos
de los venezolanos, todo cuanto se relaciona con los rasgos falkianos.
Otro rasgo singular de aquel grupo insurrecto proveniente de
Polonia, y afrancesado por las facilidades que les ofrecía el haber
prosperado en Europa, se traducía en el deplorable desempeño
bélico producto del cambio anímico de verse desprovisto de sus
condiciones y comodidades acostumbradas. Vegas –sin tapujos–
describe sus espíritus envanecidos: “Mientras peor van las cosas
uno mejor se viste para enfrentarlas”.
El mundo de Falke se resume de la misma manera como
pudiera resumirse la historia nacional: “Nuestra pelea duró dos
horas”. La psicología literaria de esta aventura marítima nos
transmite ese reiterado empeño por abrazar el lado luminoso de
Willys Ramírez

la derrota, es decir, el del falso optimismo. Ateniéndonos al desen-


lace de la obra de Vegas, y de la historia misma, los emboscados y
sobrevivientes de la fatídica y programada incursión en el puente
Guzmán Blanco27, se vieron huyendo y proclamando lo que habría
de ocurrir luego: “Me despertó Doroteo hablando de las formida-
bles guerrillas que vamos a formar en las montañas”.
Así concluye Vegas la obra y deja expectante el nuevo porve-
nir. Se cierran los libros de historia y se espera por una realización
mejor. Atravesados los antiguos mundos, como cuota requerida
para poder encontrarnos con nuestro continente, y dejados atrás
las Nausícaas, los cíclopes, las Circes, las Caribdis y las Escilas de
la mitología, nos queda proponernos realizar el primer censo de
los sobrevivientes. Lejos de quejarnos, como siempre, tenemos
que aceptar que mal que bien nuestra precaria embarcación nos
ha traído a puerto, y aunque ciertamente maltrechos, debemos
dar gracias a Dios por poder abrazar, ayunos de esperanza, tie-
[ 74 ]

rra firme. Esta nave Falke, con todo y sus desperfectos, nos per-
mite enrumbarnos hacia nuestro destino: El Dorado. Así que
nos tocará ahora, como nuevo acto de adaptación, hacer de tri-
pas corazón y trucar nostalgias por la idea más estimulante que
podamos hallar. Debemos, entonces, salir de nuestra cómoda
trinchera del fracaso y echarnos a andar por nuestra indómita y
desconocida selva. Nuestra nueva misión será adentrarnos hacia
el sur, hacia mero centro del sur donde se supone que está oculto
uno de los mayores tesoros guardados que humano alguno haya
visto. Pero antes, al igual que Colón, debemos hacer primero un
reconocimiento del lugar. Esperemos que hasta este punto no
se haya cometido el craso error de aquel experimentado capitán
que, viendo un lucero en la lejanía, pidió al barco que desviara su
curso 20 grados. Al recibir la negativa por respuesta, se encolerizó

27 Según la novela –y la propia historia– Gómez no solo sabía del alzamiento


que se estaba tramando desde Europa, sino que para la fecha del arribo los
esperaba pacientemente en el puerto.
Venezuela en construcción

tanto que nuevamente, en tono amenazante, le exigió a aquella


embarcación que cambiara su rumbo, si no –fanfarroneó el Capi-
tán– chocaría contra un acorazado naval. Entonces, el marinero
de segunda clase de aquel modesto navío le notificó al iracundo
capitán que debía ser él quien desviara su curso 20 grados, pues se
trataba de un faro.28
Esta anécdota corresponde a un principio requerido en nues-
tra expedición falkiana, la cual, incumplida, no hubiese garanti-
zado de ningún modo la integridad de la tripulación.
Ya estamos en Venezuela. El saldo de caídos ha sido alarmante:
algunos se han ido del país, otros quedaron presos, algunos otros
murieron heroicamente y otros “cogieron” las montañas. Todo
quedó repartido. Los que decidieron quedarse, la mayoría, han
resuelto hacerle frente a los problemas. Ha pasado el período de
gracia de Fermín Toro y se han acabado las bulas de indulgencia.
Nos toca ahora reconstruir nuestro modesto mundo cultural en

[ 75 ]
santa paz. Pero esa tranquilidad, respirada por el hecho de que
cada quien se ha procurado su felicidad, también ha traído como
consecuencia los desmanes propios de aquellos que olvidan fácil-
mente. Y esos conflictos y desmanes han de ser evaluados a trasluz
en la figura del insigne escritor venezolano, Arturo Uslar Pietri,
de quien mostraremos los resultados obtenidos de una exhaustiva
investigación realizada a –al menos– 68 años de relaciones epis-
tolares que sostuvo con diversas personalidades. Será vital para
nuestros fines poder recrear los errores cometidos por aquellos
que, cegados por la luz, se extraviaron al final del recorrido, justo
cuando ya se había alcanzado la parte más encomiable.
Los resultados de esta investigación sintomática fueron
extraídos de un corpus manejado de al menos 200 cartas enviadas

28 “Esta historia es una narración de Frank Koch de la revista Proceedings del


Instituto Naval de Estados Unidos (USNI). La referencia aparece en el libro:
Covey, Stephen. Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Edición de bolsi-
llo. Barcelona: Paidós Ibérica: 2009.
Willys Ramírez

y recibidas por Uslar durante su período más activo como escritor.


Las facetas que se develarán –como las de cualquier otro intelec-
tual venezolano– estarán cargadas de las más rudimentarias indi-
vidualidades que apuntaron únicamente a la consecución de un
propósito personal, y cuya manifestación, semejante a la del nica-
ragüense Rubén Darío, dejará entrever su clara decepción hacia la
región y tiempo que le tocó vivir.
En el transcurso de esta alcabala, ubicada en plena selva,
vamos a estudiar, en carpas finamente organizadas, cada uno de
los aspectos necesarios que debemos considerar para no incurrir
nuevamente en aquellos errores que desviaron a muchos de su
empresa. Trataremos, también, de superar o subsanar un poco los
embates de las recientes frustraciones dejadas por el Falke, y vamos
a tomar esta estadía como una reposición sustancial –incluida en
el paquete turístico– de los ímpetus necesarios para continuar por
nuestro periplo aire, mar y tierra.
[ 76 ]

La carta que activó la investigación hecha a Uslar Pietri fue


una escrita el 17 de julio de 1990 en la que un desconocido admi-
rador, oriundo de Cabudare, estado Lara, llamado Antonio Gar-
cía Fornieles, le expresaba al escritor su admiración por más de
veinte años y, al mismo tiempo, le planteaba de manera extensa
–y con pruebas en mano– la presunta “verdadera” nacionalidad
mallorquín del “descubridor de América”, Cristóbal Colón. En
cuanto al contenido concreto de la escueta misiva que escribiera
Uslar en respuesta, se lee lo siguiente:

En cuanto al punto del lugar de nacimiento de Colón, tengo la im-


presión de que la opinión favorable a Génova es la única que hasta
ahora ha sido documentada de una manera fehaciente. Aprove-
cho la oportunidad de enviarle un cordial saludo de su amigo.

A pesar de que el remitente García Fornieles había hecho un


loable intento por agradar y animar a Uslar acerca de sus pretendi-
das suposiciones acerca de la nacionalidad de Colón, para lo cual
Venezuela en construcción

citó a teóricos e historiadores reconocidos y le anexó una copia


fotostática de un manuscrito antiquísimo y revelador llamado
“Documento Borromei”, datado en 1494, el escritor de Lanzas
coloradas solo llegó a responderle en aquellos parcos y enigmáti-
cos términos.
Los resultados que expondremos de esta investigación des-
tacan en el sentido de que muchos intelectuales se han visto
claudicar en sus propósitos por hallar El Dorado, en el preciso
instante en que permiten que sus espíritus, propensos a la vani-
dad, oigan todo cuanto les huele a lisonjas. Quizás por esto sea
un rasgo singular en nosotros –como parte del prístino inter-
cambio entre aborígenes y europeos– habernos fascinado con
los espejitos, pues estos instrumentos describen un poco el valor
que le atribuimos a la construcción y cuidado de nuestra imagen
personal. Por tanto, no podemos dejar que la fama interfiera o,
peor aún, nos desvíe de nuestro camino a tientas. Cada acción

[ 77 ]
que lo impida redundará a nuestro favor. ¡Sigamos!
La frívola respuesta de Uslar hacia un interesado admirador
suyo y su tema colombino contrasta enormemente con la gran
cantidad de cartas que descubrimos que Uslar había respondido
afectuosamente a muchos otros; por lo que el resultado de nuestra
investigación terminó desdibujando aquella imagen humanista
que se creía del autor de Lanzas coloradas y de La isla de Robin-
son. Uslar Pietri no vio en la correspondencia de García Fornieles
ningún motivo para hacer más extensas sus palabras de cortesía,
ni tampoco consideró pertinente ahondar en el juego de códices
misteriosos que le proponía el remitente, ni siquiera tomando en
cuenta lo relevante que sería para las Américas hallar la “verda-
dera” nacionalidad de su “descubridor”.
De esas doscientas cartas revisadas se pudo apreciar que
Uslar Pietri siempre se mantuvo lúcido como escritor y pensador
de su época, y que además solía ofrecer muchas más respuestas
extensas a quienes consideraba de su agrado. Tal es el caso de una
amplia carta que escribe a su discípulo e historiador Guillermo
Willys Ramírez

Morón para simplemente “Desatender una invitación de un


amigo que merece mi aprecio”.
En tal sentido, vemos que Uslar se construye una fama odiosa
que algunos, como el caso de Eduardo Casanova, pretendían
defender, pues este dijo del insigne novelista que era falso aquello
de que él “nunca alentó ni ayudó ni apoyó a ningún joven escritor”;
todo apunta, según la investigación realizada, a que fue así.
El énfasis que queremos hacer sobre Uslar radica en la misma
imagen que desarrollan algunos escritores y críticos venezola-
nos, quienes por sus desmesurados amores a El Dorado terminan
desviados de su curso. En ese sentido podemos decir que la ras-
tra dejada por las doscientas cartas revisadas de Uslar Pietri nos
muestra algunos rasgos singulares del escritor, que lo describen
obsesionado por la fama y el reconocimiento. Al respecto mos-
traremos parte de esas evidencias.
En una carta del 26 de julio de 1977 se aprecia lo receptivo que
[ 78 ]

fue Uslar con quienes interpretaban correctamente sus deseos


de notoriedad: “Ha sido usted el único que en Venezuela ha visto
con claridad el verdadero carácter de esa obra”, le comenta a Gui-
llermo Morón en referencia a su novela Oficio de difuntos, publi-
cada en 1976.
Respuestas como estas, quizás, puedan entenderse como
parte de un sistema de códigos requeridos en toda producción
artística, en tanto que todo trabajo culto tienda a comenzar por
el debido establecimiento de un renombre. Pero lo que nosotros
queremos resaltar no es su inclinación por adquirir fama, sino
por el esfuerzo desmedido con que se dedicó a esa tarea. En una
carta del propio Uslar, dirigida a la Editorial Losada el 10 de octu-
bre de 1977, dice lo siguiente: “Por una elemental lógica de ventas,
un libro con buena demanda sirve de locomotora para arrastrar
los otros del mismo autor. Uslar Pietri trataba de promover otra
de sus novelas históricas: El camino de El Dorado (1947) a partir
del éxito corriente de su novela Lanzas coloradas (1931).
Venezuela en construcción

Entendemos y vemos razonable que Uslar haya utili-


zado el recurso de la promoción para exaltar sus obras, pero
nos causa asombro encontrar otra carta de él (30 años antes),
fechada el 4 de junio de 1947, escrita desde Nueva York, en la
que le imparte instrucciones a su primo Alfredo Boulton para
que lea un cuento “Con toda imparcialidad y si te parece real-
mente bien, sin consultar con nadie y sin decirle una palabra a
nadie”, enviarlo al concurso de El Nacional. ¿Qué podría tener
de extraño esta solicitud hacia un pariente y colaborador suyo?
Pues, obviamente no que haya deseado participar en un con-
curso de cuentos de un periódico local, sino que para la fecha
en la que Uslar envió dicha carta, su novela Lanzas coloradas ya
estaba siendo traducida en al menos tres idiomas. Si la carrera
de escritor estaba bien fundada por un comienzo exitoso, era
más que extraño encontrarlo luego aspirando a un concurso
de cuentos de de poca relevancia para el momento lo cual nos

[ 79 ]
indica lo persistente que fue su deseo por figurar en todos los
ámbitos de la literatura que le fueran posibles.
Otro aspecto que pareciera ser notorio en las corresponden-
cias de Arturo Uslar Pietri es su empeño por producir un cambio
en la sociedad venezolana. Ciertamente para Uslar haber tenido
un éxito temprano en la literatura, y no haber calado plenamente
en la política, tuvo que serle un tema por conciliar. Se sabe que
Uslar pudo ejercer cargos políticos de importancia, pero hay algo
en sus obras y en sus epístolas que lo muestran decepcionado de
la labor pública.
Haber tenido, a sus veinticinco años de edad, un primer y tan
pronto éxito literario con Lanzas coloradas, y haber escrito: “Es
mucho lo que tenemos todavía que hacer”, nos lo muestra como
un hombre con una gran inquietud intelectual por lograr algo
más que simples publicaciones de novelas. Leyendo una carta suya
del 2 de junio de 1932, dirigida a un foráneo de apellido Holmes,
en la que le esboza el tema de “la influencia de las letras francesas
en la literatura latinoamericana”, puede apreciarse cierto matiz
Willys Ramírez

de inconformidad que curiosamente aparecerá reiterado en su


novela La isla de Robinson (1984), escrita 49 años después.
En esta carta a Holmes, Uslar usa unos adjetivos muy curiosos
para referirse a los logros obtenidos por la Latinoamérica postco-
lonial, que califica de “infecunda”, “atrasada”, “frecuentemente mal
hecha”, “casi siempre formal y superficial”, “de tradición menos
arraigada”, entre otros epítetos; y en curioso paralelismo encontra-
mos que en su novela La isla de Robinson, Uslar da la impresión de
utilizar iguales calificativos, pero encarnando a Simón Rodríguez.
Es decir, usa al prócer para criticar a la sociedad que le circundó.
En alguno de los pasajes de la novela puede leerse lo siguiente:

Batallones sin términos de muchachos que repetían aquel gango-


so recitar en francés mal leído (…) eso es un engaño (…) la educa-
ción era otra cosa bien distinta. No aquella sopa pobre hecha en
una inmensa caldera, sino la formación de un hombre nuevo.
[ 80 ]

Más adelante en la misma novela nos dice: “Lo que se hace aquí
en educación es malo y tendría que ser modificado”. Se queja con
Simón Rodríguez: “Él sembraba una escuela, y lo que brotaba era
un hospicio de mendigos”. Sus lamentaciones no eran solo hacia el
ciudadano común, sino hacia la república en general: “Esto no se va
a poder mantener [la independencia], es un mamotreto demasiado
grande y mal atado”; “Asómese usted a la ventana y vea los que
están en la plaza. Eso es el país. Con eso no se puede hacer nada”.
Pareciera que Uslar, ante el futuro desalentador, encarnaría en
Samuel Robinson su misión por querer hacer realmente algo útil
por la sociedad: “Lo que importaba no era la enseñanza sino la edu-
cación. Preparar a los niños para vivir útilmente en sociedad. Ense-
ñarlos a trabajar. La escuela debe ser al mismo tiempo un taller”.
Esta imagen del taller que aparece en La isla de Robinson en
1984 se asemeja muchísimo –a mi modo de ver– a la imagen que
había utilizado 50 años antes en la carta dirigida a Holmes. En
la misiva aparece lo siguiente: “Urge la necesidad de expresar las
Venezuela en construcción

cosas americanas de un modo americano (…) que nuestras gentes


vengan a Francia, no a imitar [sino] a estudiar técnica, a aprender
el metier29”. Tanto una como otra muestran al Uslar quejoso de los
ciudadanos que lo rodearon.
Tal vez el insigne escritor no haya podido rebatir la reiterada
y vieja conseja de que Latinoamérica estaba mal hecha o, quizás,
por el contrario, no haya visto realmente en sus compatriotas esa
cuota de sacrificio y tesón con la que él mismo se formó su pro-
pia imagen. En una carta del 18 de febrero de 1977, dirigida a su
discípulo e historiador Guillermo Morón, le confiesa: “Mi padre
era un funcionario medio, con modestos ingresos, y casi toda mi
educación se hizo en escuelas y en colegios públicos de muy defi-
ciente calidad, de lo cual sin duda todavía me resiento”.
Estas evidencias no nos dejan del todo claro si la imagen de
Uslar fue el producto de una lucha consigo mismo por superar sus
propias deficiencias ontológicas, o simplemente un intento por

[ 81 ]
reiterar la consabida manía intelectual de criticar todo cuanto
no formó parte de nuestro agrado. Por eso esperamos que todo lo
hasta ahora expuesto sirva de alerta acerca de los posibles fraca-
sos a los que se somete quien desestima las verdaderas causas de
sus imperfecciones. Esperamos que lo mapeado en Uslar, siendo
sucinto, no haya significado piedra de tropiezo o reproche para
continuar construyendo la conveniente imagen que queremos de
Venezuela.
La conclusión que nos queda de esta investigación epistolar sobre
Uslar Pietri ha sido que en realidad este insigne escritor fue un hombre
materialista e inconforme, deseoso de volcar su conocimiento en pos
de la mercancía y que, no obstante, intentó ser maestro de instrucción
ciudadana. Esto nos lo confirma un fragmento de La isla de Robinson:

Había que enseñarlos a producir. Formar artesanos, agricultores


y comerciantes con otro sentido de la creación de la riqueza. El

29 Del francés, “oficio”.


Willys Ramírez

contraste entre las grandes riquezas naturales del continente y la


pobreza de sus habitantes no podía continuar.

Así que, despojados de toda idolatría, debemos sentirnos con-


fiados de retomar camino hacia nuestro destino final: El Dorado.
No es el momento de quedarnos embelesados viendo el hori-
zonte. Es el momento de tomar morral, pico y pala y –cual chiste
gallego– salir victoriosos a sembrar el pánico. Nuestra explora-
ción debe terminar en una excavación de la cual sacaremos cosas
muy importantes. Del hueco dejado diseminaremos algunas
semillas nutritivas, que esperamos se conviertan en un frondoso
árbol, el que nos fue negado, y cuyos frutos, a su vez, reproduzcan
la savia que llevamos dentro. ¡Sigamos!

Bibliograf ía
[ 82 ]

Vegas, Federico. Falke. Venezuela: Random House Mondadori, 2005.


Uslar Pietri, Arturo. Cuéntame a Venezuela. Venezuela: Lisbona, 1981.
_______. La isla de Robinson. Colombia: Seix Barral, 1984.

Nota: Las cartas de Uslar Pietri que sirvieron para el análisis de este capí-
tulo correponden a una revisión efectuada en el 2008 en la Biblioteca de la
Casa de Estudios de la Historia de Venezuela “Lorenzo A. Mendoza Quintero”,
en Caracas-Venezuela.
Llegada: El Dorado venezolano
[ 83 ]
El camino hacia El Dorado no será sencillo. Recordemos que
una vez Diego de Ordaz, en 1531, viajó y viajó por el majestuoso
Orinoco y –quizás– por haber subestimado su empresa, desis-
tió y prefirió ir a México a descubrir los mundos aztecas. En este
caso, nuestro único equipaje imperecedero será el amor propio.
Requerimos mucho de él a borbotones para sostenernos en pie
durante el recorrido que nos falta, y debemos abastecernos lo
suficiente antes que nuestras fuerzas comiencen a diezmar. Aun-
que parezca una tarea irrenunciable, siempre se podrá abandonar
todo empeño, siempre y cuando entendamos que cada cosa hecha
o dejada de hacer a favor del país será culpa nuestra.
Así que comencemos esta nueva sección del periplo, invo-
cando –cual per signum– licencia de la musa Filaucia30 , quien será
nuestro magneto norte de disertación. ¿Por dónde comenzar?
He dispuesto esquematizar esta etapa final en dos partes: una

30 Del griego, se traduce como “amor propio”, según algunos autores.


Willys Ramírez

hablará sobre las razones paleontológicas que configuran no “la


patria ofendida” de Ramos Sucre, sino el continente en evolución,
que no es más que el topos de nuestra literatura. En esta primera
parte realizaremos el necesario introito para no desatender aque-
lla conseja de que muchos suelen perder de vista el bosque por
entretenerse con los árboles. No obstante quisiera aclarar que
el asunto abordado no pretende ser nada concluyente, sino más
bien un motor para efusar –como diría Unamuno– curiosidad en
otros investigadores más incisivos. En la segunda parte elabora-
remos –como diría Roland Barthes– “un mapa de sentido” hacia
la sinterización de ciertos rasgos bien conocidos por los venezo-
lanos: lo indio, lo europeo y lo negro. Trataré de mostrar en qué
medida estos rasgos dialogan cotidianamente en nuestra socie-
dad, y cuáles de estos pudieran ser dignas toponimias de nues-
tra literatura. Igualmente he de advertir que tal compromiso de
escritura no pretende ser ni definitivo ni concluyente, sino ajus-
[ 84 ]

tado a las potencias que permita el auspicio de nuestra matrona.

Pangea y nuestro continente

A diferencia de lo que la gente piensa, la tierra es plana.


Heródoto, padre de la historia.

Nada más basta revisar la configuración que algunos han reali-


zado del mundo y sus alrededores para comprobar que hemos estado
encantados con eso que se llama conocimiento. Los desaciertos de
otros llevan cual Áyax la espada ganadora. Son ellos quienes merecen
todos los elogios y son ellos quienes se abogan siempre el sustantivo
de padres.
Muchos intelectuales piensan que a cada región del planeta le
tocó una porción del saber, y que los más inteligentes –los europeos–
fueron quienes mejor pudieron conformar lo que luego se llamó la
cuna de la civilización. A este razonamiento le añadieron que los
menos aptos (es decir, nosotros) quedamos tristemente renegados a
una categoría contenida en el nickname de indios. Pero lo cierto es
que el mundo comenzó históricamente con ellos y tenemos por con-
suelo que vinimos a aprender más prontamente lo que ellos tardaron
millones de años en asimilar. Es esta perspectiva la que trataremos
de mostrar a continuación.
Viendo el mapamundi actual podemos reconocer, sin muchas
vacilaciones, que es posible que en algún momento de la creación
los continentes hayan estado unidos en un solo bloque. Algunos
xenófobos rabian al decírseles esto porque se ven juntados a África,
el continente indeseable. Si es correcta esta tesis de Alfred Lothar
Wegener, y si pudiera comprobarse más satisfactoriamente la
teoría de la deriva continental, como se le llama al fenómeno que
explica su separación, podríamos reconocer que el mundo fue al
principio uno solo. A partir de esta premisa pudiera aceptarse que
todo –hasta la literatura– estuvo en algún momento unido en un
punto “A”, que luego se diseminó y repartió entre las partes que
conocemos hoy. Esto es muy cierto, pero algunos intelectuales [ 85 ]
creen también que de allí hubo una repartición equitativa y onto-
lógica de saberes en la que unos nacieron más aptos que otros para
dominar. No obstante, la realidad paleontológica dice lo contra-
rio: el mundo nació ciertamente desde la semiluna asiática y desde
allí se difuminó el hombre; por lo que no hubo tal repartición de
saberes, sino un acto migratorio originario. Si revisamos bien los
desplazamientos nómadas, los poblamientos y las conquistas,
notaremos que la civilización humana (ya dividida en continentes)
pareció surgir de un mismo punto. Es decir, las conquistas colonia-
les se realizaron siempre en un sentido: desde Europa hasta el resto
del planeta; porque si todos hubiésemos comenzado esta carrera
evolutiva al mismo tiempo, no podría explicarse por qué no se dio
el fenómeno colonizador únicamente en el sentido contrario.
Todo hace pensar que al desmembrarse Pangea, segura-
mente en un gran cataclismo, una “raza” se quedó al norte y otra
al sur del planeta, con lo cual vino a significar la diferencia que
conocemos hoy. ¿Y qué quedó de este lado? Pues las realizaciones
Willys Ramírez

naturales. Toda la naturaleza y su portento quedó de este lado: el


río más largo del mundo, la caída de agua más alta del mundo, los
despeñaderos más grandes del mundo y el petróleo, prueba fósil
de nuestra real antigüedad. Algunos exclamarán: “¡Falso! ¡Falso!
¿Y Arabia?”. Yo les responderé: Arabia no es Europa, es África.
La conformación del planeta parece indicarnos que en aquellas
regiones donde hubo carencia de natura, hubo en compensación
arte, cultura, literatura y utensilios de subsistencia. Donde hubo
derroche de naturaleza, quedó la desidia; y así se equilibraron las
fuerzas humanas para que “nadie se glorie”.
Revisando nuestra constitución originaria, vemos que tal es
nuestra inopia “filáucica” que hasta para halagar lo propio requeri-
mos de un francés verniano que escriba en altas “Soberbio Orinoco”,
o de un putativo inglés llamado Conan Doyle para que describa los
portentos de The Lost World.
Creo no ofender a nadie al decir que los ocho mil y tantos
[ 86 ]

metros del Everest hablan no de la grandeza de aquella montaña,


sino de su prematura existencia, pues si no, ¿cómo podría admitirse
que las montañas crecen a través de los siglos? Las altas formacio-
nes rocosas, como el Everest, son –según los geólogos– de las más
jóvenes del planeta. ¿Dónde están, pues, las más antiguas? Pues en
el estado Bolívar. Los tepuyes son del precámbrico y por lo tanto
tienen al menos 1.500 millones de años de antigüedad. El Everest
apenas tiene unos 60 millones de años. Por esta razón, vemos inne-
gable que el camino hacia El Dorado, el nuestro, comienza con el
reconocimiento de los portentos de esta naturaleza.
Venezuela en construcción

Mezcla y más desamor “filáucico”

Heaven is where the police are British, the cooks are Italian,
the mechanics are German, the lovers are French, and everything is
organized by Swiss. Hell is where the British are the cooks, the mechanics
are French, the lovers are Swiss, the police are German, and everything is
organized by Italians31 .

El popular chiste que se cuenta de Castilla es más o menos así:


“Si criticas a Inglaterra, eres alemán; si criticas a Rusia, eres fran-
cés; y si criticas a España, eres español”. Tan cierto es esto, y tal
es nuestra identificación directa con esta vena de autoflagelación,
que si entendiéramos bien lo recurrente que está en nosotros, al
menos podríamos iniciar el camino de nuestra sanación.
El asunto de las mezclas interculturales presentes en nues-
tra idiosincrasia ha atormentado a muchos, principalmente a

[ 87 ]
aquellos que piensan que la hibridez ha usado los ingredientes
incorrectos. La realidad histórica, antropológica, arqueológica y
cultural muestra que todos hemos estado mezclados con todos
desde un principio. Recordemos que partimos de Pangea y aque-
lla masa de tierra, uniforme toda, fue para la humanidad como el
Popol Vuh para su comunidad.
Gayatri Chakravorty Spivak, mujer hindú, analista de dis-
cursos y fiel copartícipe del modelo de “contra pelo” de Derrida,
de quien hablamos en el análisis de los Estudios Subalternos,
dijo –palabras más palabras menos– que: “Todos hemos estado
mezclados con todos y que Europa no ha sido menos inventada”.
Y en efecto nada más habría que recordar el conglomerado de

31 Se trata de un refrán anglosajón anónimo cuya traducción del autor es: “El
cielo es donde los policías son británicos, los cocineros son italianos, los
mecánicos son alemanes, los amantes son franceses, y todo está organizado
por suizos. El infierno es donde los británicos son los cocineros, los mecánicos
son franceses, los amantes son suizos, los policías son alemanes, y todo está
organizado por los italianos”.
Willys Ramírez

culturas que significó el imperio turco–otomano 32 para com-


prender que tal noción ha sido una constante antropológica no
solo de este continente, sino del europeo también.
Las evidencias culturales demuestran que lo que nosotros lla-
mamos literatura francesa, inglesa, alemana (exceptuando quizás
la española) presenta problemas técnicos cuando las analizamos
desde el punto de vista fijo de algún referente. ¿De dónde es Kafka?
¿Quién se lo atribuye suyo? Joseph Conrad era polaco; Tolkien,
sudafricano; Rudyard Kipling y Salman Rushdie, hindúes; por
lo que casi todos los escritores que creemos ingleses, en realidad
eran de Escocia o Irlanda como Conan Doyle y Stevenson.
Con respecto al caso irlandés, nos interesa revisarlo. Es
impresionante encontrar una cantidad muy nutrida de escrito-
res (Jonathan Swift, George Berkeley, Bram Stoker, Oscar Wilde,
George Bernard Shaw, William Butler Yeats, George Russell,
James Joyce, Samuel Beckett, entre otros) a quienes consideramos
[ 88 ]

ingleses y eran más bien irlandeses. ¿A qué viene tanta riqueza de


la literatura irlandesa?
Algunos teóricos analizaron concienzudamente el caso.
Resulta que el Imperio británico, con el auspicio del poder polí-
tico y económico de algunos baladíes irlandeses, impuso su len-
gua en ese país. Sin embargo, a pesar de esa imposición, los escri-
tores irlandeses pudieron hacerse notorios en el mundo entero
a través de la literatura. ¿Cómo fue posible esta proeza?, pues,
aunque usaron una lengua foránea, se mantuvieron férreamente
adheridos a la religión católica y a sus tradiciones culturales
ancestrales.
¿No será este un ejemplo a seguir por nuestra “ofendida
patria”, como llamaba el cónsul Ramos Sucre a nuestra Vene-
zuela, la cual tiene tras de sí caudalosos ríos, tepuyes y una lengua
hablada por al menos 500 millones de personas?

32 Para más detalles, ver Capítulo 1.


Venezuela en construcción

Dicen que la estupenda prosa de Joyce –a quien no he leído–


refleja ese doloroso sentimiento que significa haber tenido que
manejar una lengua impuesta, pero nosotros no hemos vivido ese
dolor, pues de nuestro rastro indígena no nos ha quedado aparen-
temente nada. Ya Bolívar en 1812 escribía en su Carta de Jamaica:
“(…) no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre
los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles
(…)”. Y viendo que nos hemos metido con “los legítimos propieta-
rios del país”, que en Suramérica todavía dan cuenta sus sobrevi-
vientes, nos toca asumir el compromiso de acomodarles un espa-
cio en su justa proporción.

Razas originarias

Vamos a cantar, comer, beber, recordar.


Mara´huaka, cuento makiritare

[ 89 ]
Ahora hemos llegado a una parte del recorrido. Cuenta Uslar
Pietri que Diego de Ordaz (al igual que Colón) pensaba que tanta
agua dulce no podía ser más que un indicio de un camino hacia el
mítico Dorado. En efecto, así lo creyó, pero la desidia y la soledad
le hicieron abandonar su empresa en 1531. Espero no desfallezca-
mos en la nuestra.
Ciertamente los irlandeses son una prueba de que no es nece-
sario morir compungidos añorando un abolengo perdido para
hacer literatura. Irlanda tomó la imposición inglesa y la volcó
toda hacia su cultura gaélica. ¿No podríamos hacer nosotros lo
mismo precisamente con el Popol Vuh o algún otro texto origina-
rio al igual que ellos hicieron con sus mitos celtas? ¿No debería ser
de gran curiosidad para nosotros ver que ese antiquísimo texto
maya haya sido traducido y estudiado con tanto ahínco por ale-
manes y franceses, en vez de latinoamericanos?
El Popol Vuh era una tradición oral y fue trasvasado a lengua
escrita por el padre Francisco Ximénez. Tal trabajo le dio al texto
Willys Ramírez

el seudónimo de “Manuscrito de Chichicastenango” porque


el padre era de esa localidad guatemalteca. ¿Pero quién poten-
ció la obra y la colocó en su enorme sitial? El Instituto Cultural
Quetzalcoatl, de donde tomé la referencia33 , nos comenta que la
primera traducción del texto fue alemana (en Viena en 1857),
la segunda fue auspiciada por la curiosidad de un abate francés
(París en 1891); la tercera, por unos centroamericanos (Guate-
mala en 1927) y finalmente –la cuarta y decisiva– por un profe-
sor francés llamado Georges Raynaud, quien junto a dos pupilos
suyos publicó en París en 1927 la versión conocida con mayor
rigor científico. Tales alumnos fueron: el mexicano J. M. Gonzá-
lez de Mendoza y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
Esta odisea editorial nos muestra qué tan visible es nuestra
dependencia académica a requerir “observadores internacionales”34
para formarnos una opinión propia y con mayor rigor científico
sobre un texto oriundo de nuestra tierra americana. Me causa
[ 90 ]

asombro pensar en que haya sido un padre oriundo de Sevilla quien


(según el canon) fue considerado con mejor competencia lingüística
para comprender un texto en la lengua quiché, por encima de los
propios mayas.
Por todas estas razones e iluminado por la consigna de
Miguel de Unamuno de que “quien no ensaya absurdos no con-
quista imposibles”, me ha dado pie para esbozar sucintamente los
rasgos literarios y lingüísticos que a continuación mostraré sobre
los “legítimos propietarios del país”; es decir, los indios.
Para comenzar esta tarea es necesario entender que no hay
ni habrá registro escrito en lengua indígena alguna que no haya
estado “contaminado” con la cultura europea. La mayoría de los
textos que conservamos –por no decir todos– son posteriores a
la conquista de América. Por lo tanto, creo conveniente que cual-
quier revisión de nuestros valores autóctonos debe comenzar con

33 www.samaelgnosis.net.
34 Veedor, diría Colón.
Venezuela en construcción

lo que el propio Colón dijo acerca de los indígenas, es decir, de


nosotros.
¿Qué más auténtico podría ser para un país tomar el regis-
tro de un testigo que no solo no encontró el sitio que buscaba,
sino que durante toda su vida creyó haber estado en otro lugar?
Por eso, así como los evangelios dan cuenta de un mismo suceso
a partir de varios puntos de vista, así, además de la opinión del
genovés, tomaremos también los testimonios de dos insignes tes-
tigos posteriores a Colón, quienes se reseñan ampliamente en la
historia: hablo del florentino Vespucio y del alemán Federmann.
Comencemos.
A Colón le maravilló nuestra desnudez, nuestros cabellos
“corredíos” o “no crespos”, nuestra juventud y nuestra ausencia
de barriga. Vespucio también se animó por nuestra falta de ves-
tido, lo “gallardos y apuestos, que daba gusto verlos”. A Feder-
mann le pareció que nos asombrábamos de sus barbas. Vespucio

[ 91 ]
fue quien mejor observó a las mujeres indígenas y le parecieron
“fertilísimas”, que “se conservan después del parto” y que los
nativos se asemejaban a tártaros. A Vespucio le pareció que éra-
mos “muy sencillos; pero en la realidad (…) muy astutos y saga-
ces”. A Federmann, quien vino mucho después que Colón y Ves-
pucio, parece que le aterramos, pues dijo que éramos semejantes
“más bien a diablos que a hombres”.
Aunque Vespucio nos haya visto “ligeros y veloces” o “muy
certeros”, o Federmann “astutos y pérfidos”, será Colón quien
determinará mejor un rasgo persistente en los venezolanos: la
suma de belleza más ignorancia. Colón nos dijo: “Ellos no traen
armas ni las conocen, porque les mostré espada y las tomaban por
el filo, y se cortaban con ignorancia”.
Ciertamente el rasgo indio más predominante en el vene-
zolano es nuestro desvivir por lo otro, por lo que no es nuestro.
“Todo daban por cualquier cosa que se les diese”, decía Colón;
casi como si de “tanto amor que darían sus corazones” por-
que “por cualquier cosita… son contentos”. Y en realidad los
Willys Ramírez

“descubridores” nos creían asombrados por tantos “rostros y


trajes”, por tanta “blancura”, por las “armas y vestidos” y por la
grandeza de sus naves, como lo alegó Vespucio. Y es que en el
fondo, nuestra naturaleza religiosa (o ingenua) fue la que hizo
que Colón intuyera que le atribuíamos sus dones a seres supe-
riores; porque los indígenas pensaban que sus “navíos y gente
venía del cielo”. Y parece que el sentimiento era mutuo, pues
cuando a Vespucio se le preguntó de dónde era, él con perfidia
respondió que había “bajado del cielo”. Todo hace indicar que
el destino estaba dado para que se encontrasen unos belicosos
embusteros por un lado, y por el otro unos vanidosos ingenuos
–pues la vanidad es ingenua, lector– que no hacían más que
dar de lo que les sobraba para recibir de lo que les maravillaba.
Pero hay otro rasgo en evolución que se aprecia muy claro:
nuestra antropofagia Caribe. Nosotros aún somos ávidos devora-
dores de otras culturas, historias, paisajes y literaturas. Siempre
[ 92 ]

estamos sedientos por otros mundos, de lo que hay en otros pue-


blos, para leerlos vorazmente, y mientras más exótico sea el texto,
mejor. De allí que lo gaélico, lo celta, lo medieval, lo gótico y lo pro-
cedente de otras tantas culturas, sea un suculento plato de curio-
sidad. En efecto, Vespucio nos dejó un precedente sintomático:
“Todos los enemigos que matan… indistintamente los devoran”,
lo cual nos lleva a pensar que nuestra naturaleza fue más honesta,
pues a los enemigos los “asimilábamos”; en cambio ellos los redu-
cían a esclavitud o servidumbre. A la sazón, somos esa parte india,
esos “gatos paúles”, ese contradictorio mar de agua dulce, ese indi-
cio de paraíso terrenal o tierra de gracia, como nos lo atribuyó
Colón. Pero, ¿y qué tenemos de europeos, de los que el “vizcaíno”
Bolívar llamaba “usurpadores españoles”? Para intentar respon-
der a esta pregunta, vamos a adentrarnos –según Vespucio– “rau-
dos y veloces” al siguiente rasgo de nuestra cultura.
Venezuela en construcción

Europa

Cualquier cosa que hagan nos interesa,


por ser ellos quienes la hacen.
Ortega y Gasset

El héroe soy yo. Se aplauda o se critique,


da igual, yo soy el centro.
Frantz Fanon

Es como el niño, que, con tal de hacerse notar,


se pavonea con el dedo vendado.
Miguel de Unamuno

Ya hemos visto cómo nos interesa en demasía el otro. Los


hemos devorado, hemos saciado –como nos lo advierte Frantz

[ 93 ]
Fanon– nuestro apetito por mujer blanca. Pero quisiera pensar,
¿qué nos han dejado los españoles por heredad de aquellas –al
parecer– irracionales aventuras marinas?
Primeramente habría que admitir con honestidad quiénes
eran aquellos marinos colonizadores, nuestros ancestros del viejo
continente. Los libros más respetables de historia hablan de que
Colón y su combo eran corsarios, un rango un tanto más distin-
guido que el de mercenarios o piratas. Ciertamente eso eran.
Las agallas de Colón ante la Corona española consistían en
querer ser nombrado virrey de las tierras por descubrir, lo cual
nos dice cuán apretadas las tenía; sobre todo porque pedía per-
petuidad de cargo no solo para él, sino para sus hijos también. En
esos términos negociaba.
Una oscura mancha rodeó el origen “bárbaro” o “extranjero”
de Colón, al punto de que curiosamente en su biografía se regis-
tra un cierto hermetismo con respecto al abolengo de los “colo-
nes”, quienes al parecer supieron guardar el secreto familiar,
sea cual haya sido. Colón en ningún momento quiso revelar por
Willys Ramírez

completo su plan de exploración a los reyes de España y Portu-


gal, las dos potencias más importantes de Europa en materia de
ciencias marítimas, en aquel momento. Era obvio que Colón valo-
raba enormemente la información que manejaba acerca de la ruta
atlántica. Cualquier pista de más suministrada a los hegemóni-
cos, le hubiese causado la pérdida de su objetivo.
Pero cuando más custodiaba su secreto, más duro se le hacía
el camino y creyó desfallecer. Entonces un ángel se le presentó
–tal como literalmente lo cuenta Colón en sus cartas– y le dijo al
navegante: “¡Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de
todos!… Desde que naciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo”.
Esto explica la razón por la cual pareciera que el presunto mallor-
quín siempre tuvo una aura benévola que lo guió, ya que Colón fue
como aquel buen perdido que siempre supo por donde andaba. ¿No
actuamos así nosotros cuando nos hacemos incapaces de pregun-
tar dónde nos queda el lugar que buscamos, por no querer darle a
[ 94 ]

entender a nadie que estamos perdidos?


No obstante, las ambiciones de Colón terminaron siendo
vanidad de vanidades. Fue traicionado por los propios reyes y su
descendencia (incluyendo quizás a sus nietos) terminó deman-
dándolos para que cumplieran la maltrecha palabra que haía
empeñado a su progenitor. En esto también nos parecemos
mucho a los españoles, pues ni que hagamos prodigios podremos
esquivar la triste e inexorable decepción que implica asumir las
ingratas labores que con tanto ahínco emprendemos. Si esto le
pasó a Colón –que le dio cargamentos de oro a la monarquía–,
¿qué, pues, quedará para nosotros, simples mortales?
De Vespucio pudiera decir que obtuvo un reconocimiento
igualmente inmerecido porque, hasta donde se registra, fue
un contador de vituallas y no un experto marinero. Ahora una
vasta región lleva su nombre –y no su apellido–: singular fenó-
meno que difícilmente pudo haberse producido por un error de
imprenta. Aunque este curioso fenómeno –el de llevar por agra-
decimiento no el apellido, sino el nombre– no parece haberle
Venezuela en construcción

ocurrido a ninguna celebridad, por más ilustre que fuese; pienso


que al fin de cuentas el viejo continente le tuvo sin cuidado pre-
cisar sobre una región que se mostraba subdesarrollada desde
sus orígenes. Esto, que pudiera verse como una triste condición,
más bien nos favoreció porque el negocio grande siguió siendo
África y la trata de negros. Los barcos negreros fueron tan lucra-
tivos para los países civilizados, que no solo contaban con per-
misos papales, sino que donde hubo rompimiento de yugo hubo
también disensiones y luchas intestinas. Así que, dedicaremos la
siguiente parte a ese otro rasgo de nuestra variopinta raza, tan
contradictoria en nosotros que es: “Maravilla verlos”.

África

El azúcar sería muy cara, si no se hiciera trabajar a los esclavos.


Montesquieu

[ 95 ]
Tras muchas reticencias, los científicos habían admitido
que el negro era un ser humano.
Frantz Fanon

Fíjense que de lo indio hemos expuesto largo y tendido, de lo


español apenas de pasadita (por no seguir machacando el amor
al otro o la “identificación con el vencedor”, como diría Fanon),
pero, ¿cuánto podríamos colocar de lo negro si ni en la literatura
de acá ni en la de Europa ni en la de Asia aparecen negros? No
existen. La negritud ha sido sistemáticamente borrada del imagi-
nario colectivo; y caso alarmante es que cuando aparece, es para
reforzar el mito del terror. Ya Fanon había dicho, en defensa de su
propia raza (pues él era martiniqués), que los pueblos civilizados
han hecho muchas “historietas como descompresoras de agre-
sividad colectiva”. En efecto, o han aparecido como arquetipos de
maldad o simplemente han sido borrados psíquicamente al punto
de ser innombrables. ¿Y cómo se llamó uno de los libros negreros
Willys Ramírez

más conocidos del siglo pasado en lengua inglesa, no fue Invisible


man35? Curioso es ver que tal apreciación continúa vigente aún
hoy. El Premio Nobel de Literatura de 2001, V.S. Naipaul, nacido
en Trinidad y Tobago, pasó casi desapercibido en Gran Bretaña a
pesar de ser ciudadano británico. ¿Y no habíamos quedado en que
las naciones fuertes se atribuyen suyos autores que no lo son, pero
que consagran sus hegemonías? ¿Por qué no ocurrió así con este
escritor inglés? ¿Cuál fue la diferencia?
La razón es muy sencilla: Carlos Alberto Montaner, cubano
residente en España y vicepresidente en 1992 de la Internacio-
nal Liberal, en su artículo “¿Indemnizar a los descendientes de
los esclavos negros?” dijo: “Los negreros portugueses no actua-
ban como bandidos al margen de la ley, sino provistos de bulas
papales”. Es decir, desde tiempos remotos ha sido la propia Iglesia
quien ha dado las licencias para que, en aquel entonces, se practi-
caran los actos esclavistas.
[ 96 ]

Una prueba de ello ha sido el papel protagónico que jugó la


Iglesia católica durante el tráfico de negros desde África hasta
América. La historia cuenta cómo los eclesiásticos llenaban y
llenaban hojas de solicitudes de esclavos para incorporarlos a las
tareas penosas durante la colonización del continente. Quizás
por estas razones Fanon dijo que “todas las formas de explotación
se parecen. Todas van a buscar su necesidad en algún decreto
bíblico”.
Mientras los colonos tenían cierto encanto por la hermosura
y la nobleza de los indios (al punto de que Bartolomé de Las Casas
saliera en su defensa), jamás hubo tal sentimiento hacia los negros.
El mismo Montesquieu dijo de ellos que tenían la nariz tan aplas-
tada que francamente era casi imposible tenerles lástima.
Pero la negritud que nos interesa –la venezolana– cierta-
mente comenzó con el negro Miguel, un autoproclamado rey,
quien puso a su mujer (Guiomar) como reina, y llamó príncipe

35 Escrita por Ralph Ellison en 1952.


Venezuela en construcción

a su hijo. Las acciones de este negro insurrecto nos recuerdan


los sentimientos de Fanon al decir que “el mundo blanco, único
honesto, [le] negaba toda participación”.
Pero si la historia la escriben los ganadores, ¿por qué aparece,
entonces, reseñada la extraña sublevación de este negro llamado
Miguel? Pues porque la escribieron dos blancos peninsulares:
Fray Pedro Simón y José de Oviedo y Baños. ¿Podría creérseles
todo lo que relataron estos dos peninsulares sobre el antagónico
negro? ¿No serían sus testimonios más bien como la confirma-
ción de las ideas de Fanon de que “la simplicidad negra es un mito
forjado por observadores superficiales”? Algunos analistas dicen
acertadamente que el negro Miguel “no pregonó el antiescla-
vismo sino que lo practicó”.
Pero la acción sí trascendió en el colectivo de la época, pues
al parecer hubo otros alzamientos similares, tal como lo indican
las toponimias de muchas regiones del país, que hablan de asen-

[ 97 ]
tamientos predominantemente negros. Ciudades como Nirgua y
Aroa lo atestiguan: de la primera salió el conocido culto a María
Lionza, reina de Sorte; y en la segunda está el “Cementerio de los
Ingleses”, camposanto que se destinaba a los antiguos adminis-
tradores de las minas de cobre.
Pienso firmemente que la literatura venezolana muestra al
indio y al negro excepcionales. Ambos se ocultan a nuestros ojos
para colocar en su lugar al que devoramos. La literatura es his-
toria de ganadores y, por lo tanto, su presencia deja entrever que
los negros e indios –más que norma– fueron triste salvedad con-
tingente. Cada vez, en tanto que uno revisa las evidencias, puede
notar que la conducta literaria de nuestro pueblo apunta en algu-
nas ocasiones, sin titubeos, a discriminar a un sector particular
de la comunidad, lo cual convierte el fenómeno agresor en una
acción sistemática, inconsciente y colectiva.
Como nuestra negritud no es visible, es subcutánea y cultural,
se dificulta mucho cualquier estudio al respecto. Pero por medio
de la reflexión más, podemos sacar a flote algunas evidencias:
Willys Ramírez

¿Por qué sonará común oír de tantos talentos locales referirse


a su sociedad en los mismos términos en los que Frantz Fanon
advertía acerca del acomplejado negro que cree tener la “imposi-
bilidad de ser comprendido como él quisiera”? ¿No será acaso esta
“incomprensión” un lugar común en nuestros intelectuales?
Todo parece indicar que nuestra masa erudita local se queja
permanentemente de un abolengo que le fue negado, y todo esto
se deriva del hecho visible de que el intelectual venezolano –por
alguna razón extraña– se ha dotado de un profundo rechazo
hacia el metier, hacia ese oficio de camisas remangadas al que
tanto quiso hacer hincapié el extraviado Uslar. Se ve o se observa
cómo algunos de ellos detestan, por sobre todas las cosas, el
sudor, las axilas húmedas; y buscan refugiarse en actividades,
más o menos acomodaticias, en los que pueda mantenerse alejado
del rústico mundo de la manualidad.
Este heredero de la aristocracia española –incapaz de ver uti-
[ 98 ]

lidad en las herramientas, al igual que Rubén Darío y el propio


Uslar– detesta la sociedad en la que le tocó vivir. Quisiera modi-
ficarla tan solo con su pensamiento al punto de poder acondicio-
narla a un modelo propio de su ideario. Añora vivir en países cuya
prosperidad no se debe a su esfuerzo. Es decir, quisiera ser usu-
fructuario del logro de otros.
Pero ciertamente hay una gran diferencia entre los intelectuales
de otras tierras y estas –como diría el erístico vizcaíno de la Genera-
ción del 98 español– . Y es que los primeros suelen darle a la fuerza
laboral, de sus respectivos países, nociones útiles y aplicables para la
industria. También suelen crear nuevas perspectivas para abordar
problemas, abrir brecha hacia discusiones éticas-filosóficas, crear
instrumentos para la toma de decisiones, y, en definitiva, dar aliento
e inspiración a quienes tienen la penosa tarea de producir cada día los
bienes y servicios del país.
En cambio, los de acá solo venden quejas y desacuerdos; cri-
tican toda forma de realización social; no se abocan a algún pro-
blema concreto, y se deleitan especulando con la inmediatez.
Venezuela en construcción

Por eso estamos obligados a aguarles un poco la fiesta y, en ese


sentido, quisiera ofrecer una fórmula –muy reductora– de aque-
llos factores que privaron en el desarrollo de otros pueblos; y que
de seguirlos seguramente nos serviría para emular todo cuanto
anhelamos de otros pueblos.
La historia nos indica que para ser como Alemania, debe-
mos prepararnos para recibir con los brazos abiertos a un Hitler.
Para ser como Italia, debemos prepararnos para recibir a nues-
tro Mussolini36 . Para ser como Francia, si nos apetece, debemos
propiciar un Verdún 37. Si queremos ser como los Estados Uni-
dos, nos bastaría con iniciar una carrera armamentista. Para
ser como Inglaterra no debemos olvidar de colocar carteles por
todo el territorio nacional que lleven la consigna de “Sangre,
sudor y lágrimas”38 . Si, por el contrario, se prefiere al exótico y
prolijo Japón, debemos pedir a gritos, entonces, nuestro Hiro-
shima y Nagasaki. Si fuesen muy atrevidos nuestros anhelos, tal

[ 99 ]
vez nos conformáramos con España, pero para ello tendríamos
que hacer énfasis en crear acá una fiesta de San Fermín39, o colo-
car una marca en Earth Google que diga “La nueva Guernica40”, o
fundar y distribuir por todo el país nuestra propia revista Hola.
Si este panorama no resuelve el asunto, puede que tal vez haga
falta ser un poco más fundamentalista y tratar de parecernos a
Israel. Entonces habría que propiciar un holocausto contra nues-
tros propios familiares. En todo caso, si se prefirieran modelos de
otras épocas, pudiéramos tratar de parecernos al antiguo Egipto.

36 Entre mil dialectos, impuso el italiano como idioma oficial.


37 Batalla que se escenificó en febrero de 1916, una de las más devastadoras de
la Primera Guerra Mundial, un verdadero “descenso a los infiernos”, según la
enciclopedia Nuestro Tiempo, de la Editorial Blume (1998).
38 Frase dicha por Churchill sobre los escombros de un bombardeo sufrido en
Londres. La frase completa es: “Les prometo: sangre, sudor y lágrimas”.
39 Fiesta que consiste en soltar unos toros y correr delante de ellos por una estre-
cha calle de Pamplona.
40 Ciudad bombardeada por Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Willys Ramírez

Pero no sé por qué me parece que nadie quiere iniciar la construc-


ción de ninguna pirámide. Queremos parecernos a Grecia, pero
sin ningún Pisístrato41. Queremos parecernos a Babilonia, pero
sin ningún Nabucodonosor42 . Nos gustaría ser como Roma, pero
sin ensuciarnos las manos ni diseñando ni construyendo nin-
gún acueducto43 . En fin, los intelectuales de mi país prefieren ser
cualquier cosa, menos ellos mismos. Desean ser como la India,
pero no quieren nada con los Hare Krisna44; quisieran que los vie-
ran como el Tibet, pero no quieren vivir al estilo de Dalai Lama.
Quieren ser cristianos, pero sin cruz y –como dijimos– nuestro
camino debe ser el quijotesco.
Entiendo que las palabras que se expresan acá son duras, pero
nadie pone reparo a lo doloroso de las vacunas: son necesarias y a
veces tienen más efectos secundarios que beneficiosos. Pero como
lo que hemos tratado de hacer es mapear una realidad subcutánea,
nunca televisada, de allí nuestra rareza al asimilar todo esto.
[ 100 ]

Los intelectuales locales (antes que cualquier otra cosa)


deben inocularse esta idea: el país es el reflejo de sus habitantes
mejores, no el de sus habitantes peores, pues, ¿acaso no son los
profesionales quienes dirigen la realidad de un país en todos sus
aspectos? ¿No son ellos quienes dan la cara en cuanto a disci-
plinas se trata? Es triste decirlo, pero los intelectuales (o quien
quiera que sea que quiera entrar voluntariamente en esta catego-
ría) siempre andan achacándole sus defectos a los que son “usua-
rios” de sus logros, pues, ¿quiénes son los responsables de tanta
red de negligencias? ¿Quiénes educan y capacitan? ¿Quiénes
construyen edificios, carreteras y sistemas inservibles? ¿Quiénes
diseñan la ciudad y decretan leyes? ¿No son acaso los miembros
de los gremios colegiados? Que no se haga escuchar luego un, ¡Ay,

41 Tirano que mandó a transcribir la tradición oral de las obras Ilíada y Odisea.
42 Rey de Babilonia que sitió a Jerusalén.
43 Se dice que todo el esplendor de la civilización romana se debió a su sistema de
tratamiento de aguas negras que se tradujo en salud para los habitantes.
44 Son vegetarianos, no usan papel higiénico ni ropa sintética, entre otras cosas.
Venezuela en construcción

mi madre!, y mucho menos un I did not do, porque tendré que


relatar una caricatura de Mafalda en la que ella se encontraba
mirando fijamente a unos vacacionistas en la playa. Los veía y veía
fijamente disfrutando del asueto hasta que profirió estas preña-
das palabras: ¡Como si no tuviera la culpa! ¿Saldrán ilesos de sus
despropósitos? Cuando los intelectuales hablan de añorar un país
mejor, no se refieren a construirlo, sino a que se los entreguen
hecho, pues cuando ellos hablan de prosperidad no hablan ni de
trabajo ni de sacrificio, sino de turismo; y eso –amigo lector– es
otra cosa. En ese sentido tenemos que aceptar que el artista local
–el que queremos dibujar– reniega permanentemente de su rol
social por tener “escasa capacidad oblativa”, como decía Fanon en
su sintomático libro ¡Escucha, blanco!
Según Fanon, son los demás, los otros, quienes determinan
la suerte del oriundo. Este, procurado a producir la mercancía,
pareciera manifestar lo que Fanon llamó “la carencia de seguri-

[ 101 ]
dad afectiva”, que se traduce como el desamor “filáucico”; y esto
viene a confirmar nuestro real sentimiento de inferioridad en el
sentido de que solemos emparentarnos con el superior en una
relación sadomasoquista inviolable.
Ahora bien, cuando dijimos al comienzo de este trabajo que
haríamos un viaje exploratorio y que excavaríamos evidencias
empíricas, no dijimos que lo que hallaríamos sería verde y lozano.
En efecto, todas estas cuestiones serán por muchos años difíci-
les de digerir. Pero lo que hemos tratado de hacer es determinar
–con medicina legal– qué le ha ocurrido, a lo largo de estas cen-
turias, a esta prueba fosilizada que llamamos patria y que se nos
presenta ante nuestros ojos desfigurada e irreconocible.
Fanon nombra ciertos topos negroides comunes a nuestra cul-
tura: la queja de nuestra carencia de pasado histórico, nuestra bús-
queda incansable por asumir otras lenguas que nos “enaltezcan”,
y nuestra intención permanente por adecuarnos e igualarnos –en
mayor o menor medida– a una cultura hegemónica.
Willys Ramírez

¿Y qué decir de aquellos otros rasgos psíquicos propuestos


por Fanon referentes a la “retracción del yo como método de pre-
vención del disgusto”; “miedo a fallar o a no tener su lugar [en la
sociedad]” o la “no valoración de sí”? ¿Será que Fanon erró al pre-
sentarle a sus propios paisanos estos síntomas en busca de una
sanación colectiva? ¿Habrá sido inútil todo cuanto Fanon quiso
hacer, a pesar de que murió irónicamente de una enfermedad en
la que los glóbulos blancos se comían a los rojos? Frantz Fanon
decía que tenía unas verdades que le quemaban. Pues todas
estas excavaciones realizadas hasta ahora me recuerdan uno de
los cuentos de los hermanos Grimm, en el que una familia veía
abrirse permanentemente la puerta trasera de su casa cada vez
que iban a comer. Entonces el padre de familia la sujetaba con
fuertes cerrojos, pero esta siempre se abría. La historia se desen-
laza cuando un anciano de la comunidad les advierte de la posi-
bilidad que se trate de un fantasma penitente en los alrededores
[ 102 ]

de la modesta casa. Se hizo la revisión, se escarbaron algunos


hoyos y se descubrió una fosa de un hombre insepulto. Luego
de hacérsele los respectivos santos óleos, volvió la paz anhelada.
Igualmente nosotros necesitamos sacar de donde se encuentra
nuestro cadáver histórico y presentarlo –en toda su descomposi-
ción– ante el auditorio para ponerlo a la luz de nuestro reconoci-
miento. Algunos países en guerra suelen ponerles a los familiares
de los soldados caídos la penosa tarea de observar fotos y fotos de
contingentes muertos en batalla, hasta hallar e identificar a los
suyos. Pues igualmente nosotros hemos pretendido colocarle no
las fotos, sino los reveladores negativos antropológicos y arqueo-
lógicos de una comprensión que se hace justa y necesaria.
Fanon hablaba de la desunión entre los hombres y mujeres de
su misma raza. Planteaba el caso de una mulata que rechazaba
implacablemente al pretencioso negro por el hecho de que una
negra podría aceptar a un negro, pero una mulata (mezcla de negro
con blanco), por compensación psicológica, jamás podría admi-
tirse a sí misma “retroceder” en su carrera “evolutiva”; razón por
Venezuela en construcción

la cual nunca le queda otra que ir en pos de la raza blanca. Nues-


tro amor propio ha sido negado por inoculación y se le ha dado
supremacía al colonizador, pues “todo pueblo colonizado… se
sitúa siempre, se encara, en relación con la lengua de la nación civi-
lizadora”, decía Fanon. De ahí que algunos crean que para poder
hablar correctamente francés se requiera de cierta dignidad.
Para reivindicar lo negro de nuestra cultura debemos tomar
en cuenta que “cuando se trata de judío, se piensa en el dinero y
sus derivados; pero cuando se habla de negro, se piensa en sexo”,
tal como nos lo apunta Fanon. Es esta hendidura por donde debe
pasar nuestra conciencia para tomar del escondrijo la llave que
abre las puertas. Añadirle a nuestra literatura un toque de virtud
y virilidad sería una de las maneras de aproximarnos en hacina-
miento a lo que ha sido extraño, pues no debemos olvidar que
tanto virtus como virilis, de donde proviene “virtud” y “virilidad”,
tienen la misma raíz latina vir. Busquemos, pues, ese aliciente

[ 103 ]
para volver a nuestro curso de consagración. Aceptemos también
con humildad, como lo sugiere Fanon, que por viriles han sido
castrados los negros.
Precisamente esta suma de terror, negritud y virilidad la vi
retratada cuando tomé por primera vez la mítica obra Las mil y
una noches. Cada fragmento escudriñado, en el que Sherezad rela-
taba sus historias, mantenían fija mi inquietud de encontrar en
algún lugar las conocidas aventuras de “Simbad el marino” y de
“Alí Babá y los cuarenta ladrones”. No obstante, nunca pensé que
aquella historia, edulcorada por las comiquitas de Wall Disney, era
realmente una gigantesca alegoría racial contra lo negro. El cuento
de la obra nos describe a un monstruo de la siguiente manera:

Se nos echó encima, bajando de la parte alta del palacio una perso-
na de estructura gigantesca y aspecto humano: era de color negro,
de estatura elevada como la de una gran palmera, con dos ojos que
parecían dos brasas de fuego y colmillos como los de los jabalíes.
Tenía una boca inmensa semejante a un pozo, labios como los del
Willys Ramírez

camello que le colgaban sobre el pecho, dos orejas como dos man-
tas que pendían sobre los hombros y uñas de las manos semejan-
tes a garras de un león. Cuando le miramos y contemplamos su
aspecto perdimos el sentido, sentimos un miedo y un terror atroz
que hacían que pareciéramos como muertos.45

Este monstruo trincha a unos cuantos de la tripulación de


Simbad, empezando por el más gordito. Obviamente esta imagen
nos recuerda uno de los sucesos más destacados de la Odisea, en
que Ulises logra zafarse del gigante cíclope Polifemo.
El mundo cultural blanco es enormemente eufemístico.
Busca permanentemente matizar, suavizar y hasta hacer menos
evidente todas aquellas manifestaciones de agresividad colec-
tiva, como tan finamente lo señaló Fanon. Si no, ¿cómo se llama el
escritor negro venezolano más importante de todos los tiempos?
Tal fenómeno no existe. Pareciera haber un borrón nemotécnico
[ 104 ]

y sintomático en todo ello, lo cual se relaciona con un terror per-


sistente y manifiesto en la literatura universal y fantástica.
El mundo negro no puede seguir escondiéndose bajo nuestros
pies como si se tratase de escombros bajo la alfombra. Es preciso
realizar una anagnórisis seria y fundamental sobre estos aspectos
que les son esquivos hasta a los más conscientes. El llamado es a las
escuelas promotoras de la cultura a hurgar en el fondo del sarcófago46
a ver qué hay dentro de la fosa; a reconocer los cadáveres y a hacerles
santa sepultura, como en el cuento de los hermanos Grimm.
La línea de pensamiento de nuestros intelectuales modernos no
puede ser la de los temores a sus orígenes. Ya García Márquez nos
reconocía que su identidad cultural era el mestizaje: “El ingrediente
negro (...) es el que nos distingue”. La historia tiene mucho material
para hacernos reír de nosotros mismos, como un claro ejercicio
de catarsis en el cual podamos vernos achicando precariamente la

45 Traductor: Julio Samsó. Ver bibliografía.


46 Que literalmente significa en griego “comer despojos”.
Venezuela en construcción

misma canoa intelectual que por décadas ha hecho el Falke porque,


a fin de cuentas, no fuimos nosotros quienes fallamos, sino nues-
tros ancestros. Se supone que esta generación debe hacerlo mejor.
Que no se denigren, pues, nuestros rasgos variopintos, sino que más
bien se potencien ya que desde allí, desde el monte Roraima, en el
estado Bolívar, se alza un imponente (y el más importante) hito tri-
ple de nuestra geografía, de donde se señala –cual faro navegante–
el rumbo hacia nuestro extraviado camino: El Dorado.

Bibliograf ía

Anónimo. Las mil y una noches. Trad. Samsó, Julio. Madrid: Alianza
Editorial, 1975.
Charton, Eduardo. Los viajeros modernos o relaciones de los viajes más
interesantes e instructivos que se hicieron en los siglos XV y XVI.
Universidad Autónoma de Nuevo León. http://cd.dgb.uanl.mx/

[ 105 ]
Colón, Cristóbal. Diario de a bordo. Madrid: Dastin, 2000.
Federmann, Nicolás. Viaje a las Indias del Mar Océano. Caracas: Fun-
dación de Promoción Cultural de Venezuela, 1986.
Fanon, Frantz. ¡Escucha, blanco! Barcelona: Editorial Nova Terra, 1970.
Instituto Cultural Quetzalcoatl de Antropología Psicoanalítica, A.C
Gnosis. Popol Vuh. Página Web www.samaelgnosis.net.
Montaner, Carlos Alberto. Artículo: ¿Indemnizar a los descendientes
de los esclavos negros? Septiembre 9, 2001. www.carlosalberto-
montaner.com/144.htm.
Rojas, Reinaldo. Artículo: La rebelión antiesclavista del negro Miguel y
su trascendencia en el tiempo. www.simon–bolivar.org
Tarragó, Rafael. Artículo: La iglesia y el negro: lección magistral dic-
tada por el Dr. Reinaldo Rojas en el acto de instalación de la X jor-
nada nacional sobre investigación y docencia en la ciencia de la
historia. http://www.vitral.org/vitral/vitral62/ecles.htm.
Colofón
[ 107 ]
El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en
la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los
del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que
tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio.
Gabriel García Márquez

Así termina este trabajo ensayístico que estuvo cargado de


buenas intenciones y muchas vísceras, pues lo que había que
digerirse no pedía carnes kosher47. Espero que esta aventura no
haya dejado de tocar ningún aspecto relacionado con nuestra tan
necesitada patria, y que sus efectos puedan sentirse en el corto
plazo posible. Cada intelectual del país debe entender que tiene
una misión que cumplir: tiene que cambiar su forma de ser, su
perspectiva de ver nuestro territorio, pues si él mismo –en todo

47 Comida religiosa judía que consiste en carne desprovista de sangre, tal como
lo demanda el reglamento de la Torá.
Willys Ramírez

este transcurrido– no ha encontrado razón alguna para hacerlo,


entonces no podrá tampoco cuestionarse con legítima propiedad
por qué el mundo va como va. Pensemos que si no habría nada
que cambiar, es porque estamos satisfechos de nuestros resulta-
dos obtenidos. Esa sería la gran diferencia de los que creemos que
las situaciones acomodaticias suelen adormecer los sentidos, tal
como le ocurrió al sapo de Al Gore que aparece en el video de Una
verdad incómoda (2006). De todas maneras, a cualquiera que se
sienta compungido por todo esto, debería servirle de consuelo la
última frase del legendario Lao Tse, en cuyo caso podrá compren-
der que lo que se ha hecho acá ha tenido de principio –al menos–
un propósito loable.
En la próxima parte de este libro, que evidentemente se resiste
a despedirse cual beodo aturdido por farras citadinas, dejaremos
nuestro granito de arena en la construcción de una literatura
para incomprendidos –pues priva, como rasgo de la vanguardia,
[ 108 ]

ser incomprendido–. Se trata de un cuento breve, de esos que se


pasean por el ensayo lúdico en materia de teorías literarias, y que
comulga de alguna manera con el todo orgánico de esta obra, en
tanto que abre una brecha humorística hacia nuevas realizacio-
nes. Espero que tras leerlo no se diga –como típico arte de saete-
ros– que no es un cuento o que representa un “error pluralizante”,
o que francamente, como el Falke: “lo que estaba mal era todo”.
Sean pues bienvenidos al final.
Cuento
El insigne unánime
[ 111 ]
Desde que se me encomendó la tarea de dar un discurso, no
he hecho sino pensar en que siempre que hablo en público tiendo
a enronquecer la voz y a buscar afanosamente esa líquida saliva
que pueda lubricar mi reseca garganta; no obstante, asumí el reto.
La corbata que escogí combina con todo; llevo una trenza de
un zapato y una de otro; con este ruedo y detrás del atril no creo
que se note. En mi casa no hay espejos. Salgo apurado porque se me
hace tarde. Me palmeo la ropa para asegurarme de que no se me
haya quedado nada. Voy más pálido que una recién embarazada.
Llevo todos los papeles en una carpetita amarilla que sostengo
alternamente con una y otra mano. El bolígrafo lo saco y lo meto de
la camisa, pues me parece que la va a manchar. Creo que es un tic
nervioso. Estando más seguro de mí mismo, sostengo la carpeta
con una sola mano, pero al rato noto que los papeles sobresalen
ligeramente y les doy unas palmaditas para acomodarlos.
Me bajo de la camioneta y camino unas cuadras. Me siento
despeinado. Me esperan en la entrada. El trayecto hasta la puerta
Willys Ramírez

se me hace largo, así como largo e interminable el respectivo estre-


chón de manos. Me miro en los ojos del otro y me parece que estoy
bien. Al parecer no les ha importado que me haya quitado la cor-
bata. Me hacen pasar primero y me indican que continúe escaleras
abajo. La carpetita me estorba, me provoca lanzarla debajo de una
de esas butacas e improvisar un discurso. Me colocan en la pri-
mera fila. Tomó un asiento y quedo como viendo para el techo. La
gente va entrando. Me paro cada vez que me presentan a alguien.
Sonrío, me pongo serio, vuelvo a sonreír... un desastre. A mi lado se
sienta una hermosa mujer, me susurra al oído y le indico al fondo a
la derecha.
Al rato apagan las luces y comienza el acto. Me quedo solo,
sin ningún acompañante próximo. Habla el director. Le acercan
un vaso de agua y me pregunto si tan rápido le dio la misma sed
que padecemos todos los pusilánimes. ¡Aplausos! Viene un señor
de barba blanca, extiende su brazo hacia el público y comienza a
[ 112 ]

hablar sujetando fuertemente el atril con ambas manos. Manotea,


acomoda la pequeña lámpara, mueve el vaso de agua a un lado, y
vuelve a manotear. ¡Aplausos! Le toca el turno a una señora colo-
nial. ¡Qué rico huele! A medida que van hablando se van colocando
en una mesa tipo buffet con micrófonos. Una hora después noto
que la mesa se ha llenado, no cabe un alma más; por lo menos de
ese lado. Encienden las luces y, como olas del mar, se oyen nueva-
mente los aplausos del público.
Concluye el acto y todos comienzan a salir. Me vuelvo a sentar,
pues la puerta me queda lejos y hay tiempo de sobra. La “carpetica”
la había puesto debajo del asiento, no me atreví a sacarla. El señor de
la barba blanca viene hacia mí, me saluda y me pide disculpas, me
dice que no dio tiempo. Le digo que no importa, que de igual modo
no estaba seguro de hablar ante tanta gente. Sonríe, me da un golpe-
cito cortés en el brazo y me dice que el próximo año habrá chance.
Me vuelvo a sentar y lo veo marcharse hacia los suyos. Entonces
saco la carpeta de su escondite y releo las cuartillas para mí:
Venezuela en construcción

Muy buenas tardes tengan todos los presentes. Es un honor para


mí dar estas breves palabras. Agradezco la invitación que me
hiciera la institución. Traje todo escrito, como podrán notar.
Siempre nos preguntaremos los venezolanos: ¿Por qué si esta tie-
rra parió a Simón Bolívar, no ha nacido aún quien pueda cata-
logarse unánimemente como nuestro insigne escritor? ¿Qué nos
falta para tener un García Márquez, un Octavio Paz, un Borges,
un Goethe, un Shakespeare, un Cervantes, un Baudelaire, un
Whitman, un Lao Tse?
Tan incansable ha sido esta idea que he llegado a formular la tesis
de que en el mundo fue cerrado el libro de la creatividad literaria,
y que no volverá a ser abierto hasta que las trompetas del juicio
final toquen sus graves notas.
Hasta no hace mucho hice una lista de las disciplinas que la hu-
manidad no volverá a superar. Comencé timoratamente por las
artes, y no tardé mucho en completar apretadamente cien disci-

[ 113 ]
plinas.
Entre la lista de cosas que la humanidad no volverá a superar,
tenemos desde las siete maravillas del mundo hasta el viaje a la
Luna. Lo que en 1969 pareció el comienzo de una carrera espacial
sin fin, ahora (por múltiples razones) se ve muy lejana y hasta in-
creíble; lo cual demuestra que aquello que parecía ser una “proe-
za humana”, hoy se aprecia (ante la vastedad del Universo) como
la típica euforia del joven inexperto.
Al ver las pirámides egipcias, y al analizar su composición simé-
trica con respecto a la bóveda celeste, uno tiende a pensar que ta-
les obras jamás encontrarán su par, ni siquiera entre los babélicos
rascacielos de hoy, pues a lo mucho nuestra ciencia no ha llegado,
ni por asomo, a los tobillos de aquella “precaria arquitectura”.
La tecnología es la única que entre estas cien disciplinas marca la
notable diferencia entre nuestra modernidad y la de antaño. No
obstante, en cuanto a guerras, géneros literarios, ciencia, filosofía,
medicina, deportes y música, no creo que pueda superarse una vez
más la marca humana. No habrá otro San Agustín, otro Newton
Willys Ramírez

contemplativo, otro Miguel Ángel maestro, otro Mozart precoz,


otro Einstein relativo, ni siquiera otra perra Laica, aquella canina
que fue el primer animal en volar al espacio.
Pero la literatura nos concierne y nos encanta dar cuenta de ella.
Frente a la originalidad como complejo moderno, no nos queda
más que proponer una alternativa creativa (o al menos potable)
que dé respiro a esto que pareciera ser el fin de la raza humana.
La fórmula que viene a continuación está dirigida a los venezola-
nos, y no busca más que dar tres (3) tópicos que, presumo, son ne-
cesarios para que, de una vez por todas, surja un insigne unánime
entre nuestras filas.
Espero, Dios Santo, que este escrito llegue a algún paisano com-
prometido con las letras, antes que a un francés, judío o irlandés.
Los tres tópicos son tres porque sé que a nosotros, los venezola-
nos, nos encanta la brevedad, no así la simpleza. Los tópicos a
los que me referiré tratan de establecer lo que aún hace falta por
[ 114 ]

recorrer en la literatura occidental. Digamos que los escritores


que estuvieron entre Homero y algún otro desdichado premio
Nobel contemporáneo han sido solo relleno. Bien sabrán intuir –
mis estimados compañeros– que es tan famoso quien inicia una
cadena de proezas como quien la concluye. En tal sentido hablo
de cerrar por completo aquel libro creativo del que les he men-
cionado. Para ello, tenemos que considerar dos cosas previas al
abordaje del tema del matasellos.
Es venezolano aquel que entienda y reconozca que venimos de Es-
paña. Es decir, que venimos de unos convictos e inexpertos marine-
ros, los únicos que se hubiesen atrevido a zarpar en una aventura
descabellada. Esto nos aproxima a nuestro primer tópico: “Ama-
mos la derrota”. Nos mueve a risa ver el fracaso y esto ocurre por
una sola razón: “no nos lo tomamos en serio”. Jugamos como nunca
y perdemos como siempre, igual celebramos con aguardiente. En-
tonces vemos cómo festejamos todo: los fracasos, las victorias, las
escaramuzas, los cuentos, los reencuentros y los inventos.
Venezuela en construcción

El segundo tópico tiene que ver con lo lúdico y con la predisposición.


Si jugamos a ganar, empatamos; si necesitamos un empate, per-
demos; y si nos damos por perdidos, cambiamos la tele y nos pone-
mos a ver al Manchester United. Nos espanta la derrota, pero solo
cuando la tomamos en serio, por eso no le damos importancia, pues
mientras no haya ilusión, no habrá desilusión. Apostamos a perder
porque igual vinimos desnudos al mundo, y todo lo demás es ganan-
cia. Aun, si solo tuviésemos que perder por dos goles de diferencia,
perderíamos por tres para dejar sentado que el fracaso nos persigue.
En cambio, si la Providencia ha previsto congraciarse con nosotros,
nos da el empujoncito en el último minuto porque a ella le encanta
dejar el suspenso para última hora. A última hora nos inscribimos,
a última hora entregamos los recaudos, a última hora llegamos a
la terminal, a última hora vamos al banco, a última hora todo. El
concepto de “exactitud” lo tenemos finamente delineado en nues-
tros genes. No faltará quien diga: “¡Lo tenía todo calculado!”. Su-

[ 115 ]
pongo que cuando Colón se dio cuenta de que no había llegado a
Las Indias, dijo algo parecido.
Con estos dos tópicos tenemos espacio suficiente para producir la
novela venezolana por excelencia. Licuemos a Pocaterra, Andrés
Eloy Blanco, Gallegos, Uslar, Bello y algún otro desdichado escri-
tor; pulvericémoslos y volvámoslos cápsulas. Esas cápsulas, disol-
vámoslas en coñac, brandy o algún tinto de Burdeos o, si le place, en
algún aguardiente de alambique rupestre, y démosle a tomar –de
un solo trago– a quien escojamos como nuestro insigne escritor. No
tiene que ser una lumbrera. Recordemos que en las letras no impor-
ta quién saca la espada de Excalibur, pero hay que sacarla.
Luego contémosle a este conejillo de Indias el dato de los tres tó-
picos, y enseñémosle bien en qué consiste el tercero: para que una
obra contemporánea sea universal, debe dar cuenta de algún
mito. Si ustedes revisan las obras imperecederas notarán que to-
das abordan al menos un mito humano, latente y ancestral.
El asunto de la esterilidad moderna consiste en que al parecer se
han acabado las historias; no hay más historias qué contar. Hagan
Willys Ramírez

la prueba. Para ser breve diré que entre lo griego, judeocristiano,


hindú, egipcio y chino se recoge el 95% de cualquier relato huma-
no; y el 5% restante se parece al otro 95%. De tal manera que de
esta repartición de fábulas a los venezolanos no nos tocó ninguna
(recuerden que Egipto es parte de África).
El mito universal se caracteriza porque se evoca desde una cultu-
ra particular y atañe al ser humano en cualquier parte donde se
encuentre. Si ha de surgir una novela venezolana de proporcio-
nes universales, tendrán que tomarse en cuenta estos tres tópicos,
pues donde haya un fracasado, un impuntual y un mito moderno,
siempre habrá un lector ávido por querer leer la obra de ese “hi-
joerdiablo”. ¡Muchas gracias!

Concluí la lectura de mi fallido discurso y me senté a ima-


ginar lo que hubiese ocurrido si el señor de la barba blanca me
hubiese dejado exponer mis ideas ante tan noble auditorio:
[ 116 ]

—¿Usted será ese escritor “insigne” que planteó en su dis-


curso?
—No está en mis manos semejante vanidad, solo deseo
decirle cómo hacerse uno, si es que aún hay tiempo.
—¿Por qué desestima a Gallegos?
—No lo desestimo, lo tengo presente en mi memoria como el
ataúd de mi abuelo, que en paz descanse.
—¿No cree usted que es muy joven para dar lecciones?
—Ese complejo se me quitó desde que un amigo me contó que
se sentía triste porque no lo dejaban colaborar en una mudanza
de su familia, dado que apenas tenía nueve años, pero fue tanta su
insistencia que cuando accedieron tomó la caja más pequeña que
había y, al ver que no podía con ella, se decepcionó de sí mismo. El
pobre no sabía que era una caja de baldosas.
—¿Por qué piensa que no habrá tiempo?
—Se me olvidó decir que el fin del mundo es el único mito que
queda por verse. Ya entenderá lo que digo cuando vea derretirse
las casas de Canadá.
Venezuela en construcción

—¿Usted cree que el venezolano es un fracasado?


—“Nada seduce más a una mujer que un hombre fracasado”.
Con saber esto, muchos querrán serlo.
—¿Escribirá poesía?
—No sé... tengo mis temores.
—¿Usted cree que llegó el Siglo de Oro venezolano?
—Un siglo tiene veinte lustros, y el símbolo químico del oro es
Au. No lo olvide.
—¿Qué le falta a la literatura venezolana para que se convierta
en universal?
—¿Acaba de llegar o qué?
—Su discurso se parece al del Gabo en Zacatecas.
—Siempre trato de ser original, pero siempre me consigo
a alguien que me recuerda que esto ya lo escribió otro. Y sin
embargo, yo me pregunto dónde estaban cuando Joyce escribió
su Ulises. Ahora, si me disculpan, tengo que irme.

[ 117 ]
—Una pregunta más: ¿No le teme usted al plagio?
—En lo absoluto, todos están muertos.
Índice
Introducción 9

Partida: Estados Unidos y los Estudios Subaltermos 25

Primera pierna: Inglaterra y la primera


novela venezolana 47
Aspectos negativos 48
Aspectos positivos 51

Segunda pierna: España y nuestra revolución 59

Zarpando en el Falke con algunos contratiempos 67

Llegada: El Dorado venezolano 83


Pangea y nuestro continente 84
Mezcla y más desamor “filáucico” 87
Razas originarias 89
Europa 93
África 95

Colofón 107

Cuento 109
El insigne unánime 111
Edició digital
abril de 2016
Caracas - Venezuela.

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