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DIMENSIONES DE LA
EXPERIENCIA DE MALESTAR

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DIMENSIONES DE LA EXPERIENCIA DE MALESTAR


Lic. Santiago Fernández Escobar
Lic. María Laura Rodríguez

LAS AMBIGÜEDADES DE LA VIDA

El sufrimiento, ¿es una experiencia necesaria o inevitable? La respuesta es


claramente... sí y no. Sí, todos experimentamos sentimientos de malestar de vez en
cuando; nadie escapa a las cosas sufrientes de la vida. No, no todos nos hundimos en
una depresión clínica. ¿Qué hemos aprendido acerca de aquellos que lo hacen? Que
generalmente no reconocen ciertas informaciones o no poseen ciertas habilidades que
puedan ayudarlos a prevenir dicho malestar.

El sufrimiento puede ser una respuesta completamente normal ante circunstancias


dolorosas, o puede ser un signo de que una persona se encuentra “cayendo
destrozada”, porque no sabe como manejar con precisión algo que debe ser manejado
con habilidad. Mientras más complejo se vuelve nuestro mundo, más cosas nos
encontramos que deben ser manejadas con gran cuidado. Eso incluye tanto las
experiencias internas, como la tristeza luego de la ruptura de una relación; y las
externas, como haber sido despedido del trabajo.

El problema principal que posee mucha gente que sufre es que piensa, siente y actúa
desde una perspectiva sufriente que es distorsionada y dolorosa, y luego cometen el
error de realmente creer que dicha perspectiva es una “verdad divina”. Cuando una
relación termina en forma dolorosa, pueden decirse a sí mismos, “Nunca más me
enamoraré”. Cuando son despedidos del trabajo pueden pensar, “Nunca podré
conseguir otro”. Cuando responden en forma imperfecta ante una situación, pueden
decirse a sí mismos, “Soy un idiota”. Tener un diálogo interno es normal. Creer en lo
negativo del mismo, por el contrario, es innecesario y doloroso.

Las personas nos vemos envueltas en maneras de ser (pensar, sentir, hacer) que
tomamos erróneamente por “reales” o “verdaderas”. Y perdemos de vista el hecho
de que muchas de las experiencias de la vida no son claramente “esto” o “aquello”,
sino que son un resultado de nuestras creencias personales. Por eso cuando la gente
se dice a sí misma “Soy una persona terrible” o “La vida es un desastre”, el sufrimiento
y la depresión son consecuencias predecibles. La habilidad más valiosa que podríamos
desarrollar es poder corrernos de nuestras creencias personales. Sólo entonces
podríamos determinar hasta que punto son ajustadas y nos son útiles, o están
distorsionadas y nos causan un dolor innecesario.

Pensemos en un ejemplo de todos los días. Llaman un amigo sólo para saludar, pero
su amigo no está en casa. Dejan un mensaje en el contestador, pero no devuelve el
mensaje ese día. Naturalmente, se preguntan por qué. Ninguna llamada reciben
tampoco el día siguiente, por lo que ustedes llaman de nuevo y dejan un nuevo
mensaje en la máquina; éste ultimo, dejando ya entrever un dejo de irritación.
Igualmente no los llama. Ahora, pausa. ¿Qué se dicen a ustedes mismos acerca de
esta situación? ¿Se dicen que a quienquiera que llamen es una irresponsable? ¿O que
siempre son ignorados y abandonados por los demás? ¿Qué te decís a vos mismo?
¿Decirte esas cosas te ayuda o te hiere? ¿Cuál es la manera correcta de responder a
esta situación?

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Para mucha gente, el sufrimiento es el producto de una manera dolorosa de interpretar


y responder a las experiencias de la vida. El sufrimiento implica un intrincado set de
proyecciones acerca de uno mismo, la vida, el universo, todo. Por proyección, me
refiero a la manera de interpretar el significado de un estímulo que es ambiguo o poco
claro. Y cada vez que una persona se encuentra con un significado ambiguo,
inevitablemente lo interpreta desde su propia perspectiva.

Un estímulo es simplemente algo ante lo que reaccionar; y uno ambiguo es el que no


tiene un significado preciso. Por ejemplo, puede haber cosas que alguien dice, que
pueden ser interpretadas de diferentes maneras. O bien puede haber una situación o
evento susceptible de ser interpretado de varias formas. Puede ser cualquier cosa que
nos haga preguntarnos acerca de su significado.

A través del proceso de proyección le damos significado a todo lo que ocurre. Esto
sucede porque existe una necesidad psicológica básica de darle sentido a nuestra vida.
Todas las creencias elaboradas que desarrollamos acerca de la vida, la muerte y todo
lo que exista entre ellas, están motivadas por nuestro deseo de darle sentido a la
confusión, orden al caos.

¿Cuál es el estímulo más ambiguo al que una persona tiene que enfrentarse? La
respuesta correcta es simplemente: LA VIDA. La vida no tiene un objetivo
intrínseco ni un significado asignado. Le damos significado a partir de
nuestros valores, creencias, relaciones, carreras, hobbies y otras
experiencias individuales.

La vida como un estímulo ambiguo puede llevar a una persona a verla como una
“aventura maravillosa”. Otra persona que se encuentra sufriendo, proyecta en la vida
que “simplemente es un calvario”. ¿Pueden ver cómo cada proyección acarrea
consecuencias tanto emocionales como conductuales?

Todas las proyecciones, inclusive la de los profesionales entrenados de la salud mental,


pueden ser arbitrarias y equivocadas. Cada persona que ha sufrido puede haberse
hecho las siguientes preguntas; “¿Por qué yo?”, “¿Se pasará alguna vez?” o “¿Qué, si
es que hay algo, se puede hacer con esto?” Éstas y muchas otras preguntas invitan a
especular, haciéndonos vulnerables a las implicancias de nuestros propios procesos de
pensamiento. Pueden ver cómo las respuestas a esas preguntas pueden ayudarnos o
hacernos daño. Una de las tareas más importantes para desarrollar, es trabajar con
estos procesos de pensamiento de modo tal que ellos trabajen para nosotros y no en
nuestra contra.

¿Cómo vamos a definir el sufrimiento? Pensamos que éste involucra un intrincado y


doloroso set de proyecciones acerca de la vida, el universo, otra gente y uno
mismo. En forma sencilla, la gente piensa acerca de sus experiencias en la vida,
proyecta significados distorsionados y dolorosos y luego comenten el error de creerse a
sí mismos.

Nuestras proyecciones tienen un patrón; esto es, son nuestras maneras repetitivas y
características de pensar, sentir, responder, relacionarnos, predecir e involucrarnos en
procesos perceptuales. Identificar y activamente quebrar los patrones dolorosos, y
establecer patrones nuevos y positivos es algo por lo que vale la pena trabajar.

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EL COMPONENTE SOCIAL DEL SUFRIMIENTO

Piensen en su respuesta a esta pregunta: ¿Qué es lo que piensan que causa que
cada vez haya un número mayor de personas con problemas de salud
mental, especialmente depresión y ansiedad? Cuando uno realiza esta pregunta,
normalmente, la gente responde cosas como: la ruptura de la familia nuclear
tradicional, el cambio de roles de los hombres y las mujeres, el siempre presente
temor de una guerra nuclear, la gran movilidad geográfica de las personas y la
subsecuente carencia de relaciones estables y cercanas, el incremento del énfasis en la
tecnología (Como televisión y computadoras), que da como resultado una sobrecarga
de información y un decrecimiento de contacto humano significativo.

Nosotros acordamos en que todas estas son influencias culturales importantes que
llevan a mayores índices de malestar y sufrimiento. Creemos también que existen
muchos otros factores. La vida se ha vuelto más estresante y más difícil para mucha
gente. ¿Tenemos más tiempo de esparcimiento ahora que hace un par de décadas? ¿O
menos? ¿Nos involucramos en actividades más descansadas y relajantes ahora? ¿O en
menos? ¿Nos sentimos más en control de la calidad de nuestra vida en la actualidad?
¿O menos? Muchos han sugerido que cada época tiene sus propios desafíos y peligros.
Eso es cierto. Pero las cosas con las que la gente tiene que lidiar en la actualidad son
mucho más complejas que aquellas que se debían manejar antaño.

Consideren algunos cambios en nuestra sociedad. La gente solía tener seguridad


laboral. Un empleado leal podía permanecer en una compañía agradable a través de
toda su carrera, y eventualmente retirarse con una buena jubilación y un premio como
reconocimiento. Ahora, la gente que tiene trabajo, lo cambia cada cinco años, en
promedio, y muchas empresas ni siquiera se sienten mal por despedir a un empleado
que les ha servido por más de dos décadas.

La gente solía tener seguridad económica. Contaban con beneficios de seguridad


social. Ahora en cambio los trabajos son difíciles de conseguir y la competencia por
ellos se hace cada vez más dura.

La gente solía tener seguridad familiar. Ahora, las personas se mueven alrededor del
mundo, y las relaciones familiares suelen llevarse con conexiones de larga distancia.
Los vínculos familiares se quiebran, la custodia de los niños es un objeto más a ser
negociado y las agendas de visita pueden ser un sándwich entre el trabajo y las
obligaciones estresantes.

Inclusive, para los niños es más complejo. Muchos se ven impelidos a elegir querer
más a mamá o a papá, sin “traicionar” a la vez a ninguno. A veces tienen que seguir
una compleja agenda producto de un divorcio. Hoy, también les enseñamos a tener
miedo de alguna gente que puede querer “tocarlos”. Les mostramos cómo apartarse
de las drogas, porque no son buenas para ellos. Les enseñamos que deben aprender a
tener sexo responsable y cuidarse del SIDA. O tememos que algún compañero lleve un
arma al colegio y abra fuego. Es un mundo diferente y más complejo en el que crecen
los niños y jóvenes hoy, que nos enfrenta a esta clase de cosas todos los días. No es
una coincidencia que los índices de problemáticas de salud mental tengan cada vez
mayor aumento en las personas de menor edad.

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Una de las principales consecuencias de reconocer las influencias sociales en nuestro


sufrimiento es que no podemos pensarlo sólo como un problema individual. Por el
contrario, podemos pensar acerca de la influencia que han tenido las cosas que
aprendimos mientras crecíamos y vivíamos en una sociedad que ha modelado
poderosamente nuestros puntos de vista. Nuestra cultura nos ayuda a definir qué
significa ser una mujer o un hombre e influencia nuestras visiones acerca de todo,
incluyendo el amor, la familia, el tiempo, el dinero, el orden social, la política, el arte,
la religión, la moda, el gobierno, la educación y todo aquello en lo que puedan pensar.

La sociedad nos modela desde el momento en que nacemos, usualmente en modos


que son tan profundos que muchas veces no son concientes. Ésta es la
“programación” de individuos que es inevitable en toda cultura. No es una cosa a
ser evitada (como si se pudiera, aunque quisiéramos). Por el contrario, es mejor
entender que lo que aprendemos como valores es, de alguna manera, un aspecto
arbitrario de cualquier cultura en la que nos ha tocado vivir. Pero la gente absorbe los
mensajes y los vive. Consideren, por ejemplo, las diferencias de género asociadas a las
causas más comunes de malestar. Para los hombres los generadores de sufrimiento
más comunes son los fracasos laborales y la pérdida de status. Para las mujeres el
gatillo más común es el quiebre de una relación íntima. ¿Ven los estereotipos
culturales masculinos y femeninos?.

Todos estamos expuestos cada hora de cada día a incontables mensajes que modelan
nuestras percepciones de nosotros mismos y nuestra vida. Por eso, mujeres “no tan
flacas” pueden ver modelos de belleza en una revista, compararse desfavorablemente
y luego sentirse mal por ser un “cerdo asqueroso”. Hombres “no tan exitosos”
pueden ver casas hermosas y autos elegantes, compararse desfavorablemente y
sentirse mal por ser un “perdedor nato”.

A menos que esté conciente de ellos y pueda selectivamente elegir entre los mensajes
de nuestra sociedad, una persona corre el riesgo de ser llevada a vivir una vida
absolutamente sufriente para sí misma. Nuestra sociedad nos ofrece toda clase de
cosas para que las tomemos como “la manera correcta de ser”, pero esto puede no
calzarle a un individuo particular en absoluto. Si estos parámetros se convierten en la
base para el autodesprecio (cuando alguien descubre que no puede sobrevivir a ellos
sin pagar un precio personal exagerado), el resultado es una tragedia innecesaria.

Hemos estado usando el término “cultura” en un sentido muy amplio. Pero... ¿qué
es una cultura? Es la gente influyente (padres, parientes, parejas, maestros, líderes
religiosos, doctores y cualquier persona significativa con la que han interactuado
directamente desde niño). También son aquellos con los que han interactuado
indirectamente, como políticos, científicos y artistas. En muchos casos los agentes de
socialización verdaderamente poderosos fueron los padres. Nadie ha sido más
significativo en modelar nuestros puntos de vista como aquellos que nos han criado,
entrenado y enseñado todo, desde cómo lavarnos los dientes hasta cómo contener o
expresar nuestros sentimientos. Nuestros padres nos han enseñado lo que sabían y,
por omisión, no nos enseñaron lo que no sabían.

Hemos estado comentando todo esto para llegar a un punto central: los tipos de
experiencias que nuestros padres nos estimularon a tener, y los tipos de experiencias
que desalentaron, todas ayudaron a modelar nuestros patrones individuales para

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responder ante la vida. Entonces, si a alguien se le enseñó que sus sentimientos no


son importantes (“No hables hasta que no se te diga, porque los niños son para ser
vistos y no para ser escuchados”), puede haber aprendido a no reconocerlos o
expresarlos o a no darles credibilidad. Si a alguien se le enseñó que sólo tenía valor en
tanto y en cuanto hiciera cosas por otros, puede haber aprendido a respetar los pasos
obvios (no tanto para él) para un autocuidado básico (como tener tiempo libre o salir
de vacaciones o dormir suficiente o realizar ejercicio). Si a alguien se le enseñó que su
valor dependía exclusivamente de sus logros ( “Mejor será que te saques un 10” )
entonces tendrá una dura tarea para disfrutar aquellas cosas que no lleven a un logro
específico, como estar tirado en una playa haciendo nada en absoluto.

Nuestras percepciones de los otros y de nosotros mismos son cruciales para nuestra
salud mental. De hecho, cómo nos relacionamos con los demás es una influencia
poderosa en todos los aspectos de nuestra salud; ha sido bien sabido desde hace
décadas que la gente satisfecha con sus relaciones vive más tiempo y se enferma
menos frecuentemente que los que no están satisfechos. Las buenas relaciones
promueven buena salud, y a pesar de esto en este mundo sobrepoblado que tenemos,
mucha gente está muriendo de soledad. Inclusive cuando una persona se encuentra en
una relación, la ausencia de una verdadera intimidad o conexión emocional puede
llevarlo a sentirse solo. Puede sonar trillado, pero sucede que es real: la mejor
manera de hacer amigos es ser amigable. Casi toda interacción que tenemos con
los demás nos da la posibilidad de mostrarnos disponibles, interesados y abiertos a la
amistad o la cercanía. Lo bien que nos relacionemos con los demás es un producto de
nuestras habilidades sociales.

DIMENSIONES DEL SUFRIMIENTO Y SÍNTOMAS DE MALESTAR

Si se les presentara un problema, digamos uno relacionado a los negocios, como


incrementar la eficiencia de su departamento, ¿no necesitarían primero alguna
información general del departamento (sus objetivos, sus expectativas, su relaciones
con otros departamentos, su jerarquía, su personal)? Creemos que sí. Querrían tener
un espectro de información relevante, de modo tal que pudieran focalizar su atención
en las áreas problemáticas que identifiquen. Esto es, irían de un punto de vista general
del departamento a un foco específico en las áreas problemáticas clave.

Es muy útil usar el mismo tipo de abordaje de resolución de problemas que va “de lo
general a lo específico” para modificar un malestar particular. En este encuentro y en
el siguiente, que inclusive será más específico con respecto a los patrones de
pensamiento y conducta que generan malestar, podrán identificar algunas
características específicas de su propia experiencia de malestar.

Sea como sea que lo llamen, sentirse mal, sentirse triste, sentirse miserable, sentirse
atrapado, negativo o bajoneado; la experiencia de sufrimiento puede hacer que la vida
parezca demasiado para afrontarla y que no vale la pena, de todos modos.

El sufrimiento es verdaderamente una experiencia universal, es parte de la vida de


todos en algún momento o en otro, en el grado en que se presente. ¿Por qué?
Porque nadie escapa a las heridas de la vida que generan sufrimiento. El sufrimiento
es normal cuando alguien muere, o cuando hay que mudarse y empezar de nuevo o
cuando nuestros amigos nos abandonan. Pueden no verlo en otra gente,

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especialmente si sólo tienen relaciones casuales con ellos, pero les garantizamos que
todos sufren las heridas de la vida. Nunca estar mal no es sinónimo de salud
mental. Un indicador más ajustado de salud mental es cuánto les lleva recuperarse. La
palabra “resiliencia” representa lo que estamos describiendo. Y el punto de comienzo
para ser resiliente es apreciar este hecho: uno no es su malestar, somos más que
nuestro estado de ánimo.

¿Cómo saber si nuestro sufrimiento en un momento dado es “normal” o no? Antes de


saber esto, lo más importante es identificar de qué se trata. Debido a que el
sufrimiento tiene causas diferentes y síntomas diferentes en cada persona, en cada
situación deben poder reconocer qué está pasando en cada caso en particular.

Los patrones causales y sintomáticos que cada persona presenta pueden ser
agrupados en diferentes dimensiones de experiencia. Estas dimensiones son aspectos
de todas las experiencias, buenas y malas. Estas dimensiones incluyen:

1. Síntomas físicos
2. Problemas de conducta
3. Distorsiones del pensamiento
4. Dificultades emocionales y del estado de ánimo
5. Dificultades en las relaciones
6. Situaciones específicas que parecen gatillar episodios sufrientes
7. Significados espirituales o simbólicos asociados al sufrimiento
8. La historia personal que genera patrones de estilo de vida relacionados al
sufrimiento.

Veamos ahora como cada dimensión puede generar sufrimientos si no utilizamos las
habilidades necesarias para desarrollar patrones de bienestar.

Para esto ejemplificaremos cada dimensión con un ejemplo:

CASO ESTEBAN

Esteban se despertó sobresaltado. Inmediatamente, se estiró para escuchar si había


algún ruido inusual que lo hubiera despertado. “Todo lo que escucho es el sonido de
Carolina respirando profundamente mientras duerme a mi lado” , pensó.

“Demonios, daría todo por ser como ella y estar durmiendo ahora mismo” . Satisfecho
al comprobar que nada inusual estaba ocurriendo, Esteban miró el reloj. Se dio cuenta
de que había estado dormido por aproximadamente dos horas: esto lo hizo enojarse
consigo mismo. Momentos antes de irse a la cama, giraban por su mente ideas acerca
de su trabajo, cosas que planeaba hacer ese día, como así también eventos del día
anterior. “¿Por qué están dando vueltas todas estas cosas por mi cabeza cuando
debería estar durmiendo?”

“Otro día con la misma maldita cosa, levantarme, despertarme muy temprano,
quedarme en la cama tratando de dormir nuevamente, focalizando en todo lo que odio
de mi vida, sentirme como el diablo todo el día por no dormir, irme a la cama
pensando que estoy muy cansado y que dormiré bien, y comenzar mañana

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nuevamente con el mismo ciclo maldito . ¿A quién estoy engañando? Me pasa algo
malo, quizá debería ver a un especialista o hacer algo”.

Esteban se dio vuelta lejos del reloj que continuaba mostrándole cuán poco estaba
durmiendo. Pensar que tenía un trastorno del sueño y que un especialista podría
ayudarlo, de alguna manera lo hizo sentir un poco mejor por el momento.
“Probablemente necesite algún tipo de pastilla para dormir hasta que aprenda a
relajarme un poco más”, decidió. Cuando finalmente salió de la cama, después de
media hora de dar vueltas, Esteban miró a Carolina y deseó que ella también estuviera
despierta. Sintió culpa por pensar de esta manera mientras la miraba dormir. “¿Por
qué ella debería sufrir de la misma manera que yo?” Trató de recordar la última vez
que habían hecho el amor, pero no pudo. Había pasado bastante tiempo desde que
había sentido algún deseo de hacer el amor. Otra punzada de culpa.

Su mente aún divagaba a lo largo de cientos de pensamientos diferentes, sin embargo,


cuando los evaluaba ninguno de ellos era importante. Esteban encendió el televisor y
miró algún viejo programa de jardinería. Él pensó que mientras lo miraba, pronto se
aburriría y se quedaría dormido. “Odio esto, desearía poder dormir y levantarme
sintiéndome descansado alguna vez, en lugar de estar sentado aquí, solo, mirando
esta porquería mientras Carolina y el resto del mundo dormita sin ninguna
preocupación”.

Al tiempo que Carolina se levantaba, Esteban casi no podía contener la irritación que le
provocaba el hecho de que ella pudiera dormir bien y despertarse contenta. “Dios,
odio las mañanas”, dijo Esteban en voz alta mientras se afeitaba. “Son la peor parte de
mi día, y hoy va a ser un día asqueroso. A decir verdad, la mayoría de los días lo son”.
Esteban comenzó con su rutina matinal diaria de afeitarse, ducharse, vestirse,
murmurar algunas palabras a Carolina y dirigirse al trabajo. Ya estaba cansado, y
temía un día lleno de trabajo con tan pocas horas de sueño. Su nivel de ansiedad
aumentó mientras pensaba en todas las cosas que le esperaban por hacer. Sonrió con
una sonrisa falsa, pero socialmente aceptable, entró a su oficina y recogió sus tareas
para el día. Al final del día, cuando iba camino a casa, Esteban se dio cuenta de que
había olvidado concretar su idea de pedir un turno con un especialista del sueño. “Tal
vez sólo tenga una clase de metabolismo diferente y tenga que aceptarlo ”, se dijo a sí
mismo, poco convencido. Sus pensamientos se volcaron sobre las novedades
nocturnas y sobre lo que Carolina tenía en mente para la cena, a pesar de que no
sentía demasiado hambre.

Muy temprano en la mañana siguiente, Esteban aprendió los trucos de hacer crecer
sus propios tomates, mientras observaba nuevamente el programa de jardinería de las
madrugadas.

DIMENSIÓN FÍSICA

Esteban muestra algunos de los clásicos signos físicos asociados al sufrimiento:


despertarse temprano en la mañana (una forma de los diferentes insomnios
comúnmente experimentados por gente que se siente mal), rumiación, fatiga y
letargia; sentirse mal en la mañana, impulso sexual disminuido, ansiedad y falta de
apetito.

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Como pueden ver muchos de los síntomas de Esteban son de naturaleza física. Más
allá de lo que él muestra, hay otros síntomas físicos comunes del sufrimiento: sueño
excesivo (al revés que el insomnio de Esteban), apetito excesivo (al revés que la
disminución de apetito de Esteban), un marcado cambio en el peso corporal asociado
con el cambio en el apetito, quejas físicas vagas e imprecisas que no tienen ninguna
causa detectable o quejas físicas exageradas que si tienen una base conocida.

Los síntomas físicos del sufrimiento es lo que, en forma más común, llevan a una
persona a buscar ayuda a un médico. De hecho, es el médico de cabecera o el médico
allegado a la familia, aquél que probablemente se encuentre con la persona que se
encuentra sufriendo.

Muchos síntomas de sufrimiento pueden ser asociados con docenas de problemas


físicos diferentes. También el sufrimiento (generalmente en forma de síntomas
depresivos o ansiosos) puede ser un efecto colateral de muchas medicaciones. La
primera cosa que siempre hay que hacer es realizar un examen físico lo más completo
posible y comentar abiertamente al médico acerca de los síntomas y preocupaciones.
Es posible que el malestar tenga un origen orgánico.

CASO DANIEL

Cuando iba a casa desde el trabajo, Daniel realizó una parada para comprar a Valeria
algunas flores. Se sentía mal por la pelea que habían tenido a la mañana. Luchaba por
recordar qué había comenzado la pelea, pero, como de costumbre, no se acordaba. Él
había estado un poco más agresivo que lo usual esa mañana, pero a través de los
años Valeria había aprendido que Daniel no era el “Señor rayo de sol” por las
mañanas. Ella tenía bastante experiencia en mantenerse neutral en las pequeñas
conversaciones que él toleraba, mientras le ofrecía una compañía silenciosa. De pronto
Daniel recordó qué fue lo que Valeria había dicho que había iniciado la interacción.
Valeria mencionó, demasiado casualmente para creerle, que ella iría a ver a su amiga
Julieta después del trabajo. Julieta acababa de comprar unos nuevos muebles y quería
que Valeria los vea.

Daniel estaba conciente de lo que pensó, “Sus prioridades apestan, hay millones de
cosas que necesitan ser hechas en esta casa y ella está perdiendo el tiempo viendo
muebles. Ella nunca está cuando necesito algo, pero cada vez que una de sus amigas
la llama por algo estúpido, como ver muebles, ella está ahí” . El pensar esto lo
confundió. “¿Es esta realmente la manera en que me sentí esta mañana?, ¿Es esto por
lo que me enojé tanto?”. Daniel no recordaba haber pensado nada esta mañana hasta
que Valeria anunció sus intenciones. Sólo estaba conciente de su rabia. Ni siquiera se
había percatado de que le estuvo gritando hasta que ella corrió de la cocina a la pieza
y cerró la puerta con llave. Él pronto decidió que no tenía tiempo para jugar a la
escondida, por eso se fue al trabajo dando un portazo como único adiós. Él no podría
saber que Valeria estaba acurrucada en un rincón llorando nuevamente.

Manejando al trabajo esa mañana, Daniel había ido por las calles gritando un montón
de obscenidades y realizando gestos amenazantes a todos los conductores que se
cruzaron en su camino. En un momento en que paró en un semáforo, la tristeza lo
invadió completamente y comenzó a llorar. Se enojó consigo mismo y trató de
controlarlo, pero este episodio de llanto era igual que otros que había tenido; parecía

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venir inesperadamente de ningún lado. Después de un momento las lágrimas pararon,


para curiosidad de Daniel. Decidió comer un rápido desayuno, pero cuando el “rápido
desayuno” no fue lo suficientemente rápido, protestó para ver al encargado del lugar.
Realmente se desilusionó cuando vio que el encargado parecía un niño, probablemente
sólo un poco mayor que el niño que le había tomado la orden. Él esperaba un mejor
oponente. Le gritó de todo, finalmente agarró la comida y la tiró al piso. Nadie se sintió
mal cuando él por fin abandonó el lugar.

Cuando Daniel llegó al trabajo, las cosas fueron de mal en peor. Compañeros
incompetentes, supervisores incompetentes, estúpidas políticas de la compañía,
ridículos procedimientos burocráticos, todos aparentemente brillando en una cartelera
de neón que sólo Daniel tenía la “habilidad perceptiva” para ver. No pudo pensar una
sola cosa positiva para decirle a alguien ese día, aunque considera que trató. Cuando
nada se le vino a la cabeza, él pidió que no lo molestaran, cerró la puerta de su oficina
y abrió un cajón del escritorio. En el fondo, bien escondido, había una botella. Pensó,
“El alivio ya está aquí” . No se sentía muy bien con respecto a la fuente de “alivio”, pero
decidió que se lo debía a sí mismo. Ahí fue también cuando pensó en comprar unas
flores de vuelta a casa. Sólo lloró una vez más en el día, y también simplemente por
un momento. Se sintió más calmado después de eso.

DIMENSIÓN CONDUCTUAL

Daniel no es probablemente la personas con la que les gustaría pasar sus vacaciones,
aunque cuando no está enojado, realmente no es una mala persona. ¿Qué es esta
cosa de “Dr. Jekyll – Mr. Hyde” que le pasa a Daniel? Él muestra muchos de los
patrones comunes a las personas que están sufriendo: cambios de temperamento,
conducta agresiva, exteriorización de sentimientos de forma impulsiva, conducta
perfeccionista, abuso de sustancias y episodios de llanto.

Existen otras conductas bien características de personas con malestar. Marcados


cambios en el nivel de actividad, movimientos muy lentos o muy rápidos, acciones
agitadas y nerviosas, el rendirse pasivamente ante las cosas (sin tratar de cambiarlas
para mejor) o intentos de suicidio.

En este caso, Daniel está mostrando claramente un problema entre sus emociones y su
conducta

CASO ANA

Ana realizó su típico salto fuera de la cama. Eligió no mirarse en el espejo mientras se
cepillaba los dientes, porque estaba razonablemente segura de que no le iba a gustar
lo que veía. Cuando eventualmente tuvo que mirar, estaba bastante segura de que sus
ojos estaban conspirando para formar ojeras como cucarachas bajo ellos. La
preocupación le hizo eso. Su familia y amigos solían molestarla acerca de cómo
siempre ellos podían saber si algo andaba mal en su vida simplemente chequeando “el
signo de la cucaracha”, como lo llamaban. A Ana nunca le parecieron lindos sus ojos,
de cualquier modo, pero especialmente odiaba sus mensajes de transmisor secreto
que parecían contener.

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Vestida en un viejo y roto camisón que debería haber tirado hace tiempo, Ana fue
hasta la puerta para recoger el diario de la mañana. Luego de buscar por varios
segundos más de los que pensó que tendría que hacerlo, vio el diario en un arbusto al
lado de la casa. Estaba segura de que el camillita lo había dejado ahí simplemente para
irritarla. Ana pensaba que ella debía tener una especie de magnetismo que atraía a la
gente abusiva hacia ella. Los ejemplos estaban en todos lados, cajeras que le daban
mal el cambio, conductores que se atravesaban justo en su camino, gente del servicio
que llegaba tarde y esas clases de cosas. Ana sentía que dicha gente realmente quería
jorobarla por alguna razón u otra. Y la frustraba hasta las lágrimas, a veces, no saber
por qué. Todo lo que podía concluir era que debía ser una personas con escaso valor
para ser tratada así tan seguido. Agarró el diario y se sentó con él en la cocina como
era su hábito. Se tomó un jugo mientras miraba las páginas hasta que llegó a los
clasificados.

Mientras cuidadosamente se tocaba los pómulos de cada ojo comenzó a buscar. Ana
sabía que era un pérdida de tiempo mirarlos nuevamente, pero reconocía que era lo
más responsable que podía hacer. Había mirado en el diario de cada día las últimas
tres semanas desde que había sido avisada que no se le iba a renovar el contrato en la
empresa en la que trabajaba. Siempre alguien se pasaba de listo con ella de una
manera u otra, o así parecía.

Seguro ella tenía su propia casa, que no es poco para una mujer sola. Y sí, sería lindo
tener un nuevo auto y una familia amorosa, y un novio maravilloso y una amplia
cuenta en el banco, pero... nada de eso importaba porque ahora lo que ella
necesitaba era exactamente un trabajo. Nunca había estado desempleada por más de
un mes e incluso teniendo un trabajo promisorio pendiente. Aunque no importaba.
Cada cosa en su vida era terrible porque todos los días empezaban con un canillita
insensible y una sección de clasificados.

Algo atrapó la atención de Ana y la llevó a mirarlo detenidamente. Un nuevo aviso de


trabajo que realmente sonaba interesante. Hubo una fracción de segundos de
excitación a las que siguieron su predicciones catastróficas: “Nunca conseguiré este
trabajo, apuesto que ya han tomado a alguien y simplemente lo ponen en los
clasificados para no violar ninguna regla. Apuesto que nunca tomarían a una mujer,
nunca voy a poder conseguir una entrevista”.

Ana dudó por un momento. Quería llamar para obtener información acera del trabajo
pero sentía que no valía la pena molestarse, sabía que no lo conseguiría de cualquier
modo. Una hora después estaba todavía en la mesa de la cocina, tratando de decidir si
llamaba por teléfono. Mientras tanto, había tomado varios desayunos mientras
pensaba que la vida era realmente injusta.

Luego, en un momento de optimismo sorpresivo, Ana llamó al número. Una mujer


sorprendentemente amable contestó el teléfono. Esperando que la mujer se volviera
reacia cuando ella mencionara el propósito de su llamado, Ana sintió un dejo de alivio
mientras la mujer hacía unas pocas preguntas acerca de su contexto y habilidades.
Ana entendió su caso perfectamente. No tenía ninguna razón para presionar. Luego de
unos pocos minutos de interacción, la mejer le preguntó si le interesaría arreglar una
entrevista. Ella dudó, pero estuvo de acuerdo. Se odiaba a sí misma por esas pequeñas
dudas, pero se veía hacerlo todo el tiempo.

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La entrevista fue agendada para ese día. Ana estaba agradecida por eso, porque de lo
contrario habría tenido demasiado tiempo para pensarlo y volverse atrás.

Se bañó y se fue a su guardarropa para recoger algo que ponerse. Sacó no menos de
una docena de cosas y cuidadosamente las observó y rechazó una por una. Media hora
después estaba todavía en su closet. Hoy era pero que lo usual. Normalmente solo le
tomaba quince minutos decidir que ponerse. Finalmente encontró algo menos
intolerable que el resto y se lo puso. Dándose cuenta que había perdido tiempo valioso
buscando su ropa, y luego de cambiarse, se peinó el pelo mientras se apuraba. En el
auto se maquilló y perfumó mientras manejaba, una habilidad que había perfeccionado
con los años.

“No hay accidente cerca hoy, un buen signo”, pensó.

Llegó dos minutos tarde y fue saludada por la mujer que tan sospechosamente
agradable había sido más temprano. Esta le dio a Ana una hoja de aplicación y la invitó
a sentarse en una mesa para completarla. Ana se sentó, miró alrededor y se preguntó
si este sería su próximo lugar de trabajo. No pudo decidir si le gustaba o no.

Realizó la hoja de aplicación completa y se sorprendió cuando después de unos


minutos era llamada a la ofician en entrevistas. Esta era otra mujer que parecía
amigable, pero Ana sintió que estaban observando a través de ella. Ana cambió su
posición en la silla varias veces mientras la entrevistadora revisaba la aplicación y su
currículum. Tosió varias veces la mujer; lo que Ana tomó como un mal signo. Los
entrevistadores siempre tosen mucho antes de decidir si aprobaran a alguien.

Después de unas pocas preguntas, la mujer y Ana compartieron un intercambio de


palabras respetuoso acerca del trabajo y alguna información acerca de la compañía. La
entrevistadora le hizo saber que había otros que tenía que ver. Se sentía muy mal con
la entrevistadora. Estaba segura que no le agradaba a la mujer, aunque ella hubiera
actuado amablemente. La amabilidad, ella creía, era simplemente una defensa de la
entrevistadora. Estaba segura de que no obtendría el trabajo, e inmediatamente
comenzó a sufrir más que en cualquier momento de las últimas tres semanas.

Se preguntaba cuánto podría soportar el abuso de los demás antes de rendirse. El


pensamiento del suicido pasó a través de su cabeza pero la imagen de que a nadie le
importaría ir a su funeral le causó rechazo de cualquier manera. Ana manejó a su casa
e iba tan preocupada que ni siquiera notó cuando pasaba las señales de PARE de las
calles.

Cuando llegó se sentó inexpresiva enfrente el televisor mientras cambiaba los canales
con el control remoto, incapaz de decidir que ver. TV por cable, muchos canales, nada
que ver.

Varios días después Ana recibió la llamada. El trabajo estaba ocupado, gracias por
aplicar, nos quedaremos con su currículum en el archivo para referencias futuras,
buena suerte.

DIMENSIÓN COGNITIVA

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De todas las dimensiones que mayor influencia tienen en el sufrimiento, la dimensión


cognitiva se encuentra entre una de las más poderosas. Nuestros pensamientos,
nuestras ideas, nuestras creencias y nuestras percepciones son factores poderosos que
subyacen bajo el sufrimiento, simplemente porque cómo pensamos y qué pensamos
determina en gran medida qué hacemos, y por lo tanto, qué experimentamos.

Nuestro pensamiento supone adjudicar significados a las experiencias de nuestra vida,


establecer conexiones entre cosas aparentemente desconectadas, y otras incontables
actividades asociadas con modelar nuestra experiencia. Lo que ha sido demostrado
como verdadero es que nuestro sufrimiento se encuentra muchas veces relacionado
con errores en nuestra manera de pensar, lo que algunos expertos han denominado
como “errores cognitivos”. Estos errores nos llevan a realizar interpretaciones fallidas
de las situaciones o a reaccionar de manera inapropiada.

Ana mostraba muchos de los típicos errores cognitivos en su manera de pensar:


expectativas negativas que la conducían a una cierta desesperanza (“Nunca obtendré
este trabajo...), autoevaluaciones negativas (“...todo lo que ella podía concluir era que
debía ser una persona inútil, despreciable”), interpretaciones negativas de eventos
neutrales (“El canillita tira el diario en los arbustos sólo para molestarme”),
pensamientos suicidas, indecisión, asumía una postura de “víctima” en la cual ella
siempre era una perdedora, preocupación y rumiación (girando siempre sobre los
mismos pensamientos negativos todo el tiempo) y focalizando sólo en las cosas
negativas de su vida, excluyendo las positivas.

Hay otros patrones cognitivos asociados al sufrimiento. En el “pensamiento global”, las


personas tienden a pensar en “la situación”, perdiendo los detalles importantes que
hacen que la situación pueda observarse de manera más exacta. Ésta es una de las
razones por las cuales las personas que experimentan grandes sufrimientos, fácilmente
se sientan “inundadas” por la situación. Si uno tiene como meta quebrar estos
patrones, pero no entiende que para lograrlo se necesitan varios pasos pequeños,
parecería imposible tener éxito. Los “pensadores globales” generalmente saben qué es
lo que quieren hacer, pero no tienen idea de cuáles son los pequeños pasos necesarios
para lograrlo.

Aprender a pensar claramente, incluyendo cómo separar lo que uno tiene en su mente
de lo que realmente está ocurriendo “allá afuera, en el mundo” , es probablemente la
habilidad más importante a desarrollar por aquellas personas que experimentan
grandes montos de sufrimiento.

CASO JUAN

El desierto, ha sido siempre el lugar favorito de vacaciones de Juan. “Dios sabe que
necesito escapar ahora más que nunca” , Juan se dijo. Estaba tratando de generar
algún entusiasmo para este viaje. Aunque no funcionó. Su mente siempre parecía dar
vueltas recordando los últimos ocho meses. Sabía que Mariela había sido infeliz con él
en algún nivel. Ella se movía alrededor de la casa con una mirada abatida y frustrada
que Juan odiaba. Se encontró a sí mismo gradualmente aislado de ella y desplazando
su frustración hacia los dos hijos de ella también. “Nunca debería haberme involucrado
con una mujer divorciada con niños” , Juan se dijo una vez más. “Debería haberlo
sabido mejor”.

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Mientras que terminaba de cargar su camioneta con los artículos de camping para el
fin de semana, Juan recordó las palabras de despedida de Mariela tan claras como si
se las estuviera volviendo a repetir. Dolían igual cada vez que se acordaba de ellas. Él
no quería sentirse tan herido nunca más. No después de este lío ni después de su
anterior divorcio con Laura años atrás. Juan había sufrido mucho hasta encontrarse
con Mariela. Había pasado años virtualmente solo, haciendo nada más que ir a trabajar
y volver a casa. Y sentirse mal. Sintiendo que nunca volvería a sonreír, sintiendo que
nunca volvería a tener una relación que funcionara con nadie, ni siquiera con un
amigo. Juan se sintió un ser humano despreciable.

En el trabajo se las arreglaba para evitar a los demás. Él oía que se reían y hacían
bromas y lo hacía llorar a veces, cuando estaba solo, el no poder encontrar nada
interesante en sus historias. Usualmente se enojaba por la superficialidad de la gente,
lo insensibles que eran ante su sufrimiento. ¿No sabían acaso de su dolor? ¿A nadie le
importaba lo suficiente para ayudarlo? ¿Cómo podían ser tan felices cuando él era tan
miserable?

Luego Mariela había llegado a su vida. De ningún lado aparentemente. Se conocieron y


sorprendentemente se profesaron amor eterno entre ellos. Muy confuso. Las cosas
fueron bien los primeros dos años, pero luego los sentimientos de Juan cambiaron.
¿Por qué? No sabía. Pero Mariela podría contarlo. Él lo sabía simplemente con ver su
mirada desesperanzada. Y le hacía preguntarse cómo se podía sentir tan indiferente
con alguien tan agradable.

Juan sabía que necesitaba esas vacaciones. Necesitaba despertar algo de vida en él
nuevamente. Era eso o rendirse totalmente y dejarse caer para siempre. No parecía
importarle nada más. Había sido reprendido por su supervisor por su mal desempeño
laboral y se sintió peor cuando se dio cuenta que ni siquiera le molestaba. Sintió ganas
de decirle a su supervisor: “Disculpe, pero usted obviamente me ha confundido con
alguien al que le importa un carajo algo” , pero no pudo hacer nada más que pensarlo.
Deseó avergonzarse por pensarlo también, pero no pudo. Nada lo hacía avergonzarse
ya.

Cargar la camioneta lo fatigó. Se sentía triste por tener que ir solo y pensó en no ir
nada. A veces realmente podía volverse loco sintiéndose de una manera en un minuto
y sintiendo lo opuesto al minuto siguiente. Como ir de campamento y quedarse en
casa. Como vivir y morir.

Con un impulso que no supo de dónde venía Juan se subió a la camioneta, la encendió
y se fue. Trató nuevamente de convencerse de que iba a pasar un buen momento en
su lugar favorito. Por una fracción de segundo, casi lo cree.

Horas después, Juan hizo todo lo correcto para levantar un confortable campamento.
Miró el vasto horizonte y no vio evidencia de otro ser humano, sólo arena, cactus y
oscuridad, un cielo nocturno claro con un increíble número de estrellas para disfrutar.
Juan miró hacia arriba y se sintió profundamente peor al darse cuenta que sus
sentimientos no mejoraban ni en ese lugar. Se sentía culpable de que ni estando ahí
pudiera ser diferente. Todavía se sentía un asqueroso. “Si esto no ayuda, nada lo
hará”. Ese pensamiento lo asustó y lo hizo sentirse aún más desesperanzado que
cuando una parte de él todavía tenía la esperanza de que el desierto curara su dolor.

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Hizo un pequeño fuego y cocinó alguna comida, pero, demasiado preocupado, la


quemó. Luego de comer lo poco que quedó comestible, miró alrededor, se sentó y
escuchó el silencio. El pensamiento rondaba su mente una y otra vez: “Si algo malo
me pasara aquí pasaría un largo tiempo antes de que alguien se enterara” .

DIMENSIÓN EMOCIONAL

El intenso malestar emocional es uno de los componentes más importantes de nuestro


sufrimiento, en el caso de Juan mostraba los peores síntomas emocionales asociados al
sufrimiento: ambivalencia, pérdida de gratificación, pérdida del sentido del humor,
sentimientos de inadecuación, pérdida de vinculación emocional (permanecer apático
acerca de las cosas), tristeza, culpa excesiva, enojo, pérdida de motivación, inhabilidad
para experimentar placer, profunda impotencia y desesperanza y una extremadamente
baja autoestima.

Esta clase de intenso sufrimiento emocional es la que lleva a la gente a tener


pensamientos de suicidio, como le pasó a Juan. Ninguna persona suicida realmente
quiere morir. Más bien, quiere escapar de lo que parece ser un dolor imposible de
detener. El suicidio es la cosa desesperada más horrible que uno puede hacer. La
gente puede y se recupera del sufrimiento. No hay recuperación del suicidio.

CASO ENRIQUE

Enrique suspiró y le dio una última mirada a sus dibujos. Satisfecho de que su cliente
estuviera feliz con su última cultura arquitectónica, enrolló los planos y los colocó en
un tubo para guardarlos. Luego puso cuidadosamente el tubo en el rincón de un
canasto en el que habían al menos media docena de tubos más.

Cuando Enrique abrió la puerta de la oficina olió las tostadas del desayuno todavía
flotando en el aire. Alicia ya había salido por el día y ninguna de sus hijas adolescentes
estaba en casa. No sabía dónde estaban, y se sintió un poco culpable de que no le
importara demasiado donde podían estar. “Bueno, nunca me hablan demasiado de
cualquier modo”, pensó. “Siempre han sido más hijas de Alicia que mías” .

Finalizar un proyecto importante a media mañana creaba una sensación de completud


que hacía difícil ponerse a trabajar en otro proyecto. Se sintió mejor al disfrutar la
sensación de completud por un momento antes de comenzar a trabajar en un nuevo
proyecto. “Además, nadie está en casa y el silencio es tan hermoso, creo que me
gustaría disfrutarlo un poco más”. Enrique amaba por sobre todas las cosas la soledad,
pero tener a Alicia y dos adolescentes normales (con todo lo que eso implica) en su
lugar, todo el tiempo, le resultaba cansador desde hacía mucho.

Enrique no sentía que pudiera hablarles acerca de nada de importancia. Eran


superficiales a su juicio, y prestaban demasiada atención a cosas triviales. Enrique
deseaba que pudieran ver lo profundo de la vida como él lo hacía, pero ellas parecían
más interesadas en encontrar mejores formas de decorar la casa o ver qué ropa se
podían comprar. Cómo deseaba poder compartir con ellas sus experiencias de

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exploración de los “estados más altos de la conciencia”, pero tan pronto como él
mencionaba la filosofía o alguna otra preocupación, su magia empezaba funcionar. La
gente desaparecía. Siempre había sido de esa manera, para ser honesto consigo
mismo. A través de toda su vida, de la secundaria a la universidad, Enrique había sido
considerado como un “pesado”. Mientras otros jugaban y socializaban, Enrique leía
libros de oscuros escritores europeos acerca de temas aún más oscuros. La otra gente
era simplemente un misterio para él.

De alguna manera Alicia había sido atraída por este hombre pensativo y tranquilo.
Enrique no había estado muy entusiasmado en su interés pero Alicia fue cordial y
persistente, y eventualmente lo venció.

Enrique no podía haber sabido que parte de los planes de Alicia era lograr que fuera
“más divertido” para así tener un marido más completo. Frustrada en sus esfuerzos,
ella ya se había rendido hacía un buen tiempo y dejó que Enrique fuera profundo y se
convirtiera en prisionero de su mundo. Alicia sabía que ella evitaba todo contacto con
él y esto lo frustraba, pero sentía que era un acto de autopreservación necesario para
no perderse en el profundo espacio del mundo de Enrique.

Enrique se sentó por un largo momento en el living y miró alrededor de la casa. Él


vivía ahí en todo el sentido de la palabra. Trabajaba ahí, leía libros ahí, planeaba los
gastos familiares ahí y pasaba también ahí su poco tiempo de esparcimientos. Enrique
usualmente salía sólo para recoger o entregar planos de edificios o atender los
inevitables encuentros con sus clientes.

Enrique se había establecido por su cuenta desde hace tiempo. Se había convencido a
sí mismo de que trabajar solo era aceptable, aunque no estaba del todo seguro que lo
fuera. Pero la otra gente parecía tan cruda y poco amable con él que pensó que era
inevitable que siempre trabajara solo. Incluso la gente que conoció que fuera bien
educada y que llevara vidas aparentemente sofisticadas. Invariablemente lo sorprendió
con su superficialidad. Si él tenía que ir a una fiesta (por razones políticas de trabajo,
por supuesto), inmediatamente trataba de encontrar a alguien como él mismo, capaz
de discutir las complejidades de la vida. Siempre pasaba lo mismo de cualquier modo.
Interrumpía las trivialidades acerca de las que la gente conversaba y cambiaba de
tema hacia algo que consideraba más sustancial. Ocasionalmente obtenía un interés
respetuoso, pero la conversación siempre finalizaba rápido y volvía a ser mundana.

Hubo muchas veces que Enrique trató de hacer amigos e incluso pensaba usualmente
que sería agradable tener algunos amigos, pero nunca pareció posible. Enrique a veces
deseaba poder ser tan superficial como los demás, pero muchas veces aceptaba su
soledad como un precio por tener un intelecto superior.

Enrique comenzó a sentirse ansioso por haber pasado tanto tiempo pensando y
analizando su estilo de vida. Abruptamente decidió que otra gente no valían su tiempo
y su energía, considerando lo poco, si algo, que contribuían a su vida.

DIMENSIÓN RELACIONAL

El mundo solitario de Enrique es un poderoso ejemplo de la fuerza que las relaciones


(o la falta de ellas) tienen en el modelado de nuestra autoimagen y nuestro estado de

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ánimo. Enrique muestra los conflictos internos y stress de una persona que no se
siente cómodo ni solo ni con los demás. Está socialmente aislado, permanece
socialmente apático. Él es altamente crítico y no puede encontrar nada relevante
incluso en la gente más cercana a él. (Pueden imaginar el efecto que ha tenido en la
autoestima de sus hijas. Uno desearía que hayan aprendido a no culparse a sí mismas
por las limitaciones de su papá). Enrique tiene un rango de habilidades
comunicacionales tan estrecho que no es capaz de compartir sentimientos personales.
Es tan rígido en su estilo, que a pesar de años de rechazo de los otros, no ha
aprendido qué se necesita para construir una relación, ni cómo manejar la transición
de los primeros contactos superficiales a mayor profundidad con el paso del tiempo.

Más allá de las pobres habilidades que han probado ser dañinas para Enrique, hay
otros patrones de esta dimensión relacional que pueden llevarlo a mantener su
sufrimiento. Quizá el más común sea adoptar una postura de “víctima”, donde se pone
a sí mismo bajo el imperio de cualquier cosa que la otra persona demande en vez de
ponerse como un igual.

De todas formas, si uno es altamente dependiente de alguien y no puede cuidarse a sí


mismo, entonces invita a la victimización. Otro patrón común es la búsqueda de
aprobación de los demás al punto que uno los deja tomar ventaja de uno. Finalmente,
el actuar como un mártir o de una forma autosacrificante puede significar hacerse
cargo o desentenderse de la responsabilidad por los pensamientos y acciones de los
demás.

La dimensión relacional está en el corazón del sufrimiento de un individuo. Sentirse


atascado en una mala relación, ser rechazado por un ser querido, estar aislado de la
cercanía de una buena relación, sufrir la muerte de una persona muy valiosa, verse a
sí mismo actuar con una careta para los demás cuando uno quiere aceptación o
aprobación y otros temas relacionados con los demás, son algunas de las situaciones
más emocionalmente cargadas que existen. Su potencial como fuente de sufrimiento
es un resultado directo. Aprender a manejar las relaciones es vital para superar el
sufrimiento y prevenir su recurrencia.

CASO LUCÍA

El teléfono sonó muchas veces antes que Lucía, profundamente dormida, fuera lo
suficientemente conciente para darse cuenta que estaba sonando. Silenciosamente
levantó el tubo para averiguar quién era el que tenía la audacia para despertarla,
particularmente tan temprano un domingo a la mañana, cuando podía dormir hasta
tarde. Cuando escuchó a su padre decir “Hola” con su ladrido inimitable se dio cuenta
que sólo podría haber sido él. ¿Quién más llamaría tan temprano? ¿Quién sino su
padre podría ser tan molesto inclusive desde donde vivía, a miles de kilómetros de
distancia?. Cuando él fingió inocencia y preguntó “Perdón, ¿te desperté?”. Lucía quiso
contestar con el mayor de los sarcasmos, pero por el contrario, amablemente
respondió: “No, estaba levantándome”. A él no le hubiera importado haberla
despertado, de cualquier modo. Él creía firmemente que cuando un padre llama a su
hija, no importa la hora, ella debe estar lista para escucharlo. Lucía había aprendido
años atrás (desafortunadamente de la peor manera), el alto precio por no cubrir sus
expectativas. Su papá podía ser realmente asqueroso.

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Lucía le preguntó cómo estaba y su papá ignorando su respetuosa pregunta le avisó


que tenía intenciones de ir a visitarla. Lucía deseó que por una vez él preguntara si ella
tenía tiempo o interés en verlo, pero él nunca preguntó. Él avisó. El corazón de Lucía
se inquietó, pero trató de sonar felizmente sorprendida. “¿Cómo que venís, papá?
Estuviste aquí hace sólo dos meses”.

Luego se sintió culpable. Se preguntó si otras jóvenes mujeres se sentían de la misma


manera con respecto a sus padres. ¿Era ella una mala persona que no quería ver a su
papá?, ¿inmadura quizás?, ¿o emocionalmente sacudida?

Pero realmente no se veía a sí misma de esa manera. No profundamente. Se recordó a


sí misma que era una mujer bastante exitosa y competente en otras actividades. Vivía
sola y lo hacía bien, manejaba sus relaciones afectivamente, se mantenía apartada de
situaciones de riesgo, se mantenía a sí misma completamente y vivía
confortablemente. Tenía buenos amigos y estaba físicamente en un excelente estado a
partir de buenas dietas y asistencia regular a sus clases de danza. Su trabajo iba bien y
estaba orgullosa de él. Verdaderamente se preguntó por qué ella podía manejar cada
parte de su vida tan bien, excepto por la relación con su papá. De alguna manera él le
hacía sentir tan pequeña, tan insignificante que ella odiaba estar con él. Además no le
gustaba hablar de él con nadie. Las hijas hacen lo que los padres dicen. Lo hacen
rápido y sin protestar. Punto. Fin de la discusión.

Lucía colgó luego de balbucear algunas palabras de afecto que no sentía en absoluto.
Y luego el mundo fue horrible para ella. Con dos semanas por vivir antes que viniera,
una semana en la que iba a tener que estar con él y con un período de recuperación
de al menos una semana después que él se fuera, se pudo imaginar que iba a pasar el
siguiente mes sintiéndose profundamente deprimida. ¡Cómo odiaba sentirse tan débil
cuando estaba con él! Fantasías de echarlo, inclusive fantasías de violencia física
contra él pasaron por su cabeza. Por un momento disfrutó de las fantasías y se sintió
un poco mejor, pero al momento siguiente se sintió peor, admitiendo que era
demasiado cobarde para hacer algo más que complacerlo. Cada cachetada que él le
había dado cuando niña, cada grito que “se había ganado”, cada acontecimiento
vergonzoso que él le había causado pasó por su mente. Decidió permanecer en la
cama ese día, con demasiado malestar para ir a algún lado o hacer cualquier cosa.
Cuando el lunes a la mañana llegó le tomó toda su energía llamar al trabajo para decir
que estaba enferma. Su padre seguramente habría desaprobado su decisión
irresponsable.

DIMENSIÓN SITUACIONAL

Para mucha gente los episodios de sufrimiento están asociados con gatillos específicos.
Esto puede ser cierta gente, ciertos lugares, ciertos objetos y ciertos momentos.

Mucha gente maneja su vida bien hasta que se encuentra a sí misma en un contexto
que le sobrepasa. Lucía hace un buen trabajo manejando su vida hasta que tiene que
lidiar con su padre. Por cualquier razón que fuere (y podría haber docenas) Lucía se
vuelve impotente, desamparada y pasiva en sus interacciones con él. En ningún otro
lugar de su vida esto le ocurre. Por el contrario, ella está feliz con la vida que ha
creado para sí, pero ella experimenta un sufrimiento por largos períodos de tiempo si
su padre se cruza en su vida aún en una breve visita. Ella demuestra bien cómo el

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sentimiento de control de su vida que generalmente la previene de sufrimiento falla,


gatillando un malestar en una situación particular.

Cada vez que el sufrimiento es tan claramente situacional, las probabilidades de


recuperarse son especialmente grandes. Aprender a manejar la situación problemática
competentemente es la solución indicada para prevenir la “mentalidad de víctima” que
tan comúnmente lleva al sufrimiento. Eso incluye aprender a crear distancia emocional
por el aniversario de la muerte de una persona querida, o el recuerdo de la ruptura de
una relación u otra experiencia dolorosa. Los viejos gatillos pueden ser
“desconectados” por la creación de nuevas habilidades y experiencias.

CASO BEATRIZ

Beatriz se despertó inusualmente despacio. Por razones que no podía comprender


inmediatamente, le estaba llevando demasiado tiempo poder abrir sus ojos y focalizar,
y su mente no tenía la claridad habitual. Sintió algún miedo pero no supo por qué.
Cuando finalmente abrió sus ojos pudo darse cuenta que no estaba en su cama. No
supo donde estaba por un momento. Esto le dio temor y luego, de repente se dio
cuenta que estaba en una cama de hospital. Una enfermera apareció al instante e
inmediatamente la proveyó de la orientación que Beatriz necesitaba. “Estás en el
Hospital Estatal en el cuarto piso. Fuiste atacada y golpeada, encontrarás muchos
cortes, tajos y raspones en diferentes lugares, pero ningún hueso está roto, no hay
ninguna herida seria e indudablemente te recuperarás completamente. Estarás aquí
algunos días hasta que estés suficientemente fuerte para ir a casa y nos aseguremos
que estarás bien”.

Beatriz inmediatamente sintió algún alivio al saber adónde estaba y escuchar que se
recuperaría completamente. Luego, como una puntada en el estómago y dificultad
para respirar, fue bombardeada con imágenes terroríficas. Despacio trató de moverse
y lloró involuntariamente por el dolor. Los recuerdos fragmentados comenzaron a
aparecer en su conciencia. Estacionó en un pequeño lugar en la playa cercana al
gimnasio. Quería disfrutar de un buen ejercicio. Había sacado su campera y cerrado el
auto. El grito de un hombre que sonó loco y asesino, darse vuelta para ver quién había
gritado. Un hombre con una expresión loca y atormentada enfrente suyo y
acercándose, diciéndole cosas, tirándola al suelo, golpeándola..., despertándose aquí.

Beatriz temblaba. Trataba de recordar más, pero había pasado demasiado rápido para
que su mente recordara el incidente en detalle.

Y luego vino la pregunta más dolorosa: ¿Por qué?. “¿Por qué esto me pasó a mí? ¿Por
qué este loco me golpeó?” Ella buscó una razón y eventualmente dio con varias.
“Probablemente me confundió con alguien que odia. Quizá estaba borracho o drogado
y quería pelearse. O quizá...” . Su cuerpo tembló aún más con los siguientes
pensamientos. “Quizá no debería haber estado ahí. No debería haber ido al gimnasio.
Quizá Dios me está castigando por estar en el gimnasio. Quizá debería haber estado
en mi hogar, cocinando la cena para mi esposo y mi hija. Quizá Dios me está
castigando por no ser tan buena esposa y madre como debería ser” .

Mientras pensaba esto Beatriz se hundió en la desesperación. Ella creía en Dios y


aunque no participaba regularmente de las prácticas religiosas, estaba fuertemente

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influenciada por su creencia de que Dios tenía un plan para cada persona, incluyendo
lecciones que Él quería que aprendiéramos a partir de las cosas que nos pasaban.
“Este ataque debe ser una lección” ella concluyó. Beatriz quedó paralizada por las
enormes implicancias del significado de su experiencia. Quería decir que ella era una
mala persona, una persona marcada por Dios para el sufrimiento. Quería decir que era
un fracaso como esposa. Quería decir que era un fracaso como madre. ¿Cómo podría
continuar ahora que sabía estas cosas acerca de sí misma?

Días después aunque el cuerpo de Beatriz se estaba curando muy bien, no escapó de
la atención de nadie que estaba profundamente deprimida. Ellos suponían que era una
consecuencia natural del trauma que había sufrido. Apenas comía, su sueño se veía
perturbado por pesadillas y raramente hablaba. Cuando lo hacía, murmuraba disculpas
a Dios y hacía promesas de mejorar para Él y para su familia. Su esposo y su hija
estaban confundidos por todas las referencias religiosas de sus conversaciones, pero
no decían nada acerca de eso. Los dos acordaron que unos días más de descanso en el
hospital probablemente serían buenos para Beatriz y le mencionaron la idea al médico.
Este coincidió en que unos días más de recuperación serían beneficiosos, pero cuando
a Beatriz se le dijo que se iba a quedar unos días más se puso pálida y exclamó en voz
alta cuándo Dios terminaría de castigarla. Vio una nube oscura que recubría su cabeza
que probablemente nunca se iría.

DIMENSIÓN SIMBÓLICA

La terrible experiencia de Beatriz, la agresión física; la llevaron a hacer lo que todos


hacemos cuando algo inexplicable sucede: buscar una explicación.
Desafortunadamente la que ella eligió involucraba el castigo de Dios por sus faltas. La
interpretación simbólica del “significado” de el ataque llevó a que Beatriz se culpara a
sí misma, se despreciara y se considerara totalmente incompetente, un ser humano sin
valor. Cuando las interpretaciones de las experiencias de una persona lo llevan a
culparse y no perdonarse a sí mismo es muy probable que el sufrimiento tome la forma
de un trastorno depresivo.

Beatriz mostraba muchos síntomas de depresión relacionados con la dimensión


simbólica, incluyendo pensamientos destructivos, pesadillas recurrentes, imágenes
terroríficas y explicaciones arbitrarias (pero creídas) del “significado” de su sufrimiento.
Muchos, probablemente la mayoría, tengamos una manera simbólica de pensar acerca
de nuestro sufrimiento. Algunos pueden pensarlo como una nube negra
envolviéndolos, como Beatriz. Otros describen sentirse atrapados en una celda o ser
públicamente humillados, o cualquier otra cosa.

Cómo representen el “significado” o la forma simbólica de su sufrimiento es una


manera única de relacionarnos con él. Su representación puede jugar un gran papel en
el proceso de recuperación. El sufrimiento siempre es doloroso, pero nuestra manera
de verlo hace que sea más fácil o más difícil de superar.

EL CASO MARTA

Marta se sentó nerviosa en la sala de espera del consultorio psicológico de su escuela.


Se comía las uñas, acomodaba su pelo, se cambiaba de asiento, y realizaba una

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secuencia de comportamientos que evidenciaban su nerviosismo. Trataba de entender


por qué estaba nerviosa, particularmente desde que la citaron para ver a este hombre,
el Sr. Lawrence. Él era raro, pero a Marta le agradaba. Al menos él había sido
agradable con ella, y no mucha gente lo era.

Marta esperaba no llorar ese día. El Sr. Lawrence le había dicho que no le estaba
yendo demasiado bien en la escuela, y que debería realizar algunos cambios si
deseaba continuar en ella. Sí, ella había fallado en los exámenes, y, sí, también era
cierto que no asistía a la escuela y se quedaba en su casa, cuando sentía que la
escuela era demasiado para ella, lo que ocurría la mayoría de las veces. Había decidido
ir a ver a un psicólogo clínico, el Lic. Mitchell, quien le hablaba de todos sus problemas,
no sólo los de la escuela. A ella también le gustaba el Lic. Mitchell, pero el parecía no
saber cómo hacer algo que realmente la ayudara. Él siempre le había hablado de cosas
que le habían sucedido y cómo ella se sentía al respecto.

Cuando Marta comenzó a darse cuenta de que el Lic. Mitchell se sentía tan impotente
como ella para hacer algo que pudiera ayudarla, Marta se quedó en su casa una
semana, llorando y deseando nunca haber nacido. Su mamá no sabía ni siquiera que
ella no había ido a la escuela esa semana, hasta que algún administrativo la llamó y le
habló del rendimiento escolar de Marta. Ella hizo lo que siempre hacía: le gritó, la
insultó, le dijo cuán molesta había sido y seguía siendo, le habló de cuánto mejor
habría sido su vida hubiera sido una niña perfecta o se hubiera ido de la casa antes de
molestar a otros.

Marta se mordió el labio inferior cuando sintió que sus lágrimas empezaban a correr.
Ella odiaba a su mamá. También la amaba, porque, bueno, ella era su madre. Pero
realmente la odiaba. La odiaba por casarse con su padre, un bebedor que nunca supo
ser responsable de ninguna manera. Marta tenía sólo cinco años cuando él se fue, pero
recordaba aquellos años perfectamente. Recordaba los gritos, la puerta golpeándose,
los tiempos en los que ella se asustaba y se escondía debajo de su cama hasta que las
cosas se calmaran. Tenía el recuerdo de su mamá con moretones en la cara, y
recordaba las veces que corría hacia su padre cuando él llegaba. Algunas veces, él la
alzaba, la abrazaba y le decía algo lindo. Otras veces, sin embargo, ladraba: “Dejame
solo, andá a molestar a tu mamá!” y la empujaba, o, lo que era peor, le daba un
cachetazo por molestarlo. Ella nunca aprendió a predecir las señales que le indicarían
si era un día de rechazos o un día de cariños, por eso, ella siguió corriendo hacia él.
Gran error.

De repente, su papá se fue, y Marta se encontró a sí misma en un nuevo hogar con


otro hombre. Su mamá le decía llamalo “papá”. Ella no podía entender, y tampoco
estaba segura de querer hacerlo. Este hombre gritaba más alto que su primer papá,
sin embargo, no lo hacía tan seguido. Este hombre hizo algo peor. No la cacheteaba,
directamente, la golpeaba fuerte. Muy fuerte. Ella le dijo a su mamá, pero su mamá
nunca lo vio cuando lo hacía, entonces no se inclinaba por creerle a Marta. Su mamá
siempre estaba del lado de este hombre, y le decía a ella que se lo merecía, aunque
Marta sabía que no era cierto. La vida se convirtió en un infierno viviente. Cada día,
Marta se preguntaba si sería golpeada por nada, nuevamente, o si ella podría escapar
a su enojo y permanecer sola en su habitación, su único santuario. Ella siempre sentía
un nudo en su estómago cuando terminaba el día escolar, porque tenía que volver a su
casa. “La vida es tan injusta, y nadie me quiere” era lo que constantemente pasaba
por la cabeza de Marta, y a veces, cuando ella se miraba en el espejo, sentía que se lo

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merecía. Ella estaba un poco excedida de peso (hecho que no se les escapaba a los
jóvenes más crueles de la escuela). Tenía que usar anteojos, su piel siempre estaba
brotada y de su pelo no se podía ni hablar.

El hecho de que el Sr. Lawrence le resultara agradable era la única razón por la cual
ella iba a verlo. Anteriormente, encontrar un hombre agradable con quien conversar
parecía imposible. Los únicos hombres con quienes ella había tenido contacto eran sus
dos papás, ahora los dos se habían ido pero eran difíciles de olvidar. Ella los odiaba,
odiaba lo que ellos le habían hecho a su vida. Ella estaba segura de que nunca sería
importante para nadie, y por eso era estúpido tratar de aprender algo o ser alguien
diferente. Si su mamá no se preocupaba por lo que ella estaba haciendo, ¿quién más
podría hacerlo? Sobre la base de estos pensamientos, Marta pensó que el Sr. Lawrence
era agradable, pero ese era su trabajo. Ella agarró sus cosas y rápidamente se fue de
la oficina, decidiendo que era una pretensión inútil. Realmente nadie se preocupaba
por ella, y nadie iba a hacerlo.

Tarde por la noche, cuando su mamá estaba leyendo una revista, le preguntó a Marta
si había visto al Sr. Lawrence ese día. Marta le dijo que sí. Su mamá dio vuelta la hoja
y no dijo nada. Marta se fue a su habitación y se sentó en su cama durante unos
minutos, esperando por algo más, que, como siempre, nunca llegó.

Luego de un instante, ella escuchó que su mamá se iba a la cama. Marta fue a su
ropero, bajó una bolsa de dormir, empacó algunas cosas y se escapó de su casa.

Dos días después, la mamá de Marta recibió un llamado de la policía desde una ciudad
ubicada a miles de kilómetros de distancia. Ellos dijeron que tenían a Marta: la habían
encontrado durmiendo en una estación de ómnibus. Avergonzada, aliviada, enojada, la
mamá de Marta abrió su agenda y trató de imaginarse cuándo tendría un tiempo para
ira a recogerla.

DIMENSIÓN HISTÓRICA

En esta era, muchas familias se rompen y los niños parecen mercancía prescindible, los
mayores afectados son los niños. No es una coincidencia que el grupo de personas
jóvenes que sufren de depresión es el que más rápido crece.

Marta ya es una depresiva crónica. Su historia habla de negligencia, de abuso físico y


emocional. Ella ha tenido dos hombres hostiles en el importante rol de “papá”, y tiene
una madre que está tan pendiente de ella misma, como para casi no tener conciencia
de Marta. La historia de Marta explica claramente su depresión, y desafortunadamente,
predice que seguramente continuará con riesgo de deprimirse a menos que haya algún
tipo de intervención.

Los patrones típicos del sufrimiento relacionados con la historia de las personas
incluyen: una historia de pérdidas significativas (personas queridas que mueren o
abandonan la familia), eventos dolorosos e incontrolables que victimizan a las personas
(castigo arbitrario, abandonos, humillaciones, abusos de todo tipo), demandas
inconsistentes (ser recompensado un día por algo que trae castigo al día siguiente), y
una existencia basada en la supervivencia, que nunca permite el desarrollo que formas

Material del módulo de psicoterapia


RAM “Salud Mental” S.R.L
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efectivas de enfrentarse con los desafíos de la vida. Cuando una persona está
luchando por sobrevivir, es casi imposible que pueda hacer mucho más.

Si las experiencias que proveen a las personas de sentimientos de bienestar, de


seguridad personal y de habilidades de vida específicas son escasas, se corre el riesgo
de que una persona desarrolle patrones de vida sufrientes. No es que uno quiera herir
o necesite herir. Es que uno no sabe cómo generar ese tipo de experiencias positivas.
Si uno quiere quebrar los patrones de sufrimiento, aprender ahora lo que uno debería
haber aprendido hace tiempo atrás, será el camino para obtener alivio. Identificar que
es lo que cada uno como individuo necesita para empezar a creer en uno mismo,
identificar la propia responsabilidad para la propia felicidad; es el primer paso en este
proceso.

Focalizar en el dolor del pasado no es la solución. Esto llevaría a las personas a


desarrollar un entendimiento más profundo de por qué uno es como es, pero el énfasis
en explicar el pasado o el presente no crea nuevas habilidades para un mejor manejo
en el futuro. Un conocimiento del pasado de Marta explica sus sentimientos y sus
perspectivas, pero no arregla lo que no anda bien con ellos. Cuando uno focaliza sólo
en el pasado, sin querer, focaliza en problemas, no en soluciones.

Material del módulo de psicoterapia

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