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Así como el primer hombre (Adán) pecó en un árbol, así también el segundo
Adán (Cristo), el pleno Adán, por medio de un árbol nos redimió, es decir, el
árbol de la Cruz. En el libro del Génesis, el árbol de la Ciencia del bien y del
mal y el árbol de la vida estaban plantados en medio del paraíso (cfr. Gén.
2,9), ambos puestos en el lugar principal.
"Porque este género de muerte era el más conveniente para satisfacer por el
pecado del primer hombre que consistió en comer de la fruta prohibida por el
mandato de Dios. Por esto fue conveniente que Cristo, para satisfacer por
aquel pecado, tolerase ser clavado en el madero, como si restituyese lo que
Adán había arrebatado, según las palabras del salmo: `Lo que no arrebaté lo
hube de pagar’. Por donde dice San Agustín en un sermón de la pasión:
‘Despreció Adán el precepto tomando la fruta del árbol; pero cuanto Adán
perdió, Cristo lo encontró en la Cruz’" ( III, q.46 a.4)
El deseo bíblico del árbol de la vida y del árbol de la ciencia del bien y del
mal es el deseo de la sabiduría, de la contemplación, de la visión de Dios (cfr.
Gen. 3,6); la vida que proviene del árbol es un incremento de la sabiduría,
vale decir de la contemplación de Dios, pues no es sólo saber sino saborear.
"En efecto, si algún incauto accede a la sugestión de la serpiente que promete
la ciencia divina, buscando más bien saber que saborear, más tener buena
reputación que ser alimentado, más tener gloria por la ostentación que gozar
con el fruto: inmediatamente nace la concupiscencia impúdica que desordena
y desnuda, por la cual se incurre en la sentencia de muerte; y perdido el
decoro de la semejanza divina, y puesta bajo el imperio de los sentidos, el
alma prevaricadora es expulsada de las delicias del Paraíso, como indigna de
ser alimentada con el fruto salvífico del árbol de la vida". (S.
Buenaventura, Tratado de la plantación del Paraíso, nº 13 ). Adán murió
porque deseó "saber y no saborear", quiso poseer algo para lo cual no estaba
preparado, pues no podemos acercarnos a Dios por el sólo hecho de saber, sin
desear saborear, o sea sin desear amar a Aquél a quien conocemos; como el
demonio, que en su inteligencia angélica, superior a la del hombre, conoce a
Dios pero no lo ama y por eso se precipitó a la muerte eterna.
"Bienaventurados los que lavaron sus túnicas (en la sangre del Cordero) para
tener derecho al árbol de la vida y entrar por las puertas que dan acceso a la
ciudad" (Ap. 22,14 y 7,14). A esta vida, que es la sabiduría y la
contemplación, hay que acercarse debidamente preparados, hay que lavar la
túnica "en la sangre del Cordero, en la gran tribulación" (Ap. 7,14); prepararse
quitando lo que se opone a la sabiduría, la fatuidad, que es la negación de la
sabiduría, y la estulticia: "la estulticia se opone a la sabiduría, pues la
estulticia implica pesadez o embotamiento del corazón y cerrazón de los
sentidos" ( II-II, q.46, a.1) "No es estulticia cualquier ignorancia de las cosas,
sino la ignorancia viciosa" (S. Agustín, De libero arbitrio, lib. 3, cap. 24, nº
71). Esta estulticia viciosa viene de olvidar las cosas de Dios por estar
desordenadamente ocupados en las creaturas, y por eso es un pecado: "en
cuanto en hombre sumerge sus sentidos en las cosas terrenas, de donde se
vuelve inepto para percibir las cosas divinas, como dice S. Pablo: ‘El hombre
animal no percibe lo que es el espíritu de Dios’ (I Cor. 2,14); como el hombre
que tiene el gusto (el paladar) infectado por una enfermedad, no saborea lo
dulce. Y este modo de estulticia es pecado" (II-II, q.46, a.2).
Asistí una vez a una sesión de un pastor evangelista; estuvo hablando cuatro
horas seguidas sin decir nada, sólo un montón de citas bíblicas, canciones,
todo de un modo eufórico, entusiasta, pero sin contenido; eso va en contra de
la Eucaristía; es deseable que las personas que no estén bien dispuestas para la
Misa, se preparen para asistir a este banquete de la sabiduría, a este árbol de la
ciencia del bien y del mal, al árbol de la vida que es Cristo Eucarístico: por
eso dice Dios: "de este árbol no coman" porque no estaban preparados Adán y
Eva: no vayan a comer porque van a morir.
Si no nos acercamos a comulgar con la preparación debida, es decir con ese
deseo verdadero de la sabiduría y en gracia de Dios y con caridad, mejor es
abstenernos de la comunión. Cuenta S. Juan de Ávila que, habiendo estado
estudiando un tema de teología, por el modo de estudiar se le secó la devoción
de la voluntad, y prefirió ese día no celebrar la Misa a causa de la falta de
devoción. Este banquete no es un lugar de diversión sino que es el banquete
en que Cristo se entrega como alimento para todos, pues todos hemos sido
elegidos por Dios. Si estamos todo el día con la radio o la televisión, si
buscamos estar siempre al tanto de lo que pasa en el mundo, ¡cómo vamos a
pretender esta Sabiduría! El demonio quiso que comieran del árbol, no por la
sabiduría sino tan sólo para conocer el bien y el mal.
"La sabiduría edificó su casa, levantó siete columnas, inmoló sus víctimas,
mezcló el agua y el vino en la copa y preparó la mesa, y luego envió a sus
siervas para que invitasen en voz alta, desde lo alto de las murallas, a venir a
beber su copa diciendo: venid y comed mis panes y bebed el vino que he
mezclado para vosotros todos los que sois simples".
Todos los que son simples, es decir, como niños en la simplicidad de la vida
cristiana; el hombre simple, que es sabio y prudente, que edifica la casa sobre
roca; pero el necio la edifica sobre arena, sobre algo que no es de Dios.
Muchas veces el Señor habla del Reino de los Cielos como un banquete y
llama a todos los que están en el camino. Primero llama a unos que se
excusaron y no fueron, estaban muy ocupados; luego llama a los que están en
el camino, pobres, enfermos, lisiados, para gozar del banquete del Reino.
También dice el Profeta Isaías, cap. 55; "vosotros los sedientos venid a las
aguas, incluso los que no tenéis dinero, escuchad y comeréis lo que es bueno y
vuestra alma se deleitará con manjares suculentos, sustanciosos"; esa
invitación es desde la pobreza, es decir la humildad y la simplicidad, al
banquete de manjares suculentos, es decir la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo.
Dios es el que prepara el banquete y nos llama para estar con El, este banquete
es sinónimo de la amistad. Cristo llamó a los apóstoles amigos. ¿Por qué
amistad? Porque este banquete Eucarístico, este banquete de la Sabiduría nos
une a Dios y la amistad es unitiva; por eso los llama amigos, no por la
confianza que les tenga, simplemente, sino por la unidad espiritual, real, entre
Dios y los que participan de la Eucaristía.
Este banquete al cual nos invita Dios, se realiza en una montaña (Isaías 25,6):
"Yahvé de los ejércitos preparará a todos los pueblos, en esta montaña, un
banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos excelentes". También
en el libro de Enoc, que es un libro apócrifo, dice: "el Señor de los espíritus
permanecerá con ellos y comerá con el Hijo del Hombre; se sentarán a su
mesa por los siglos de los siglos", (62,14) es decir que este banquete futuro,
escatológico, al fin del mundo, se caracteriza por ser un banquete con el Hijo
del Hombre, con Cristo. Y así dice Nuestro Señor: "Yo preparo un Reino
como mi Padre me lo preparó a Mi, para que comáis y bebáis conmigo en mi
mesa, en mi reino"; (Lucas 22)
La sabiduría sin la cual no puede el hombre llegar hasta Dios, y por tanto a la
Eucaristía, tiene ciertas características que muy bien explica San
Buenaventura (Collatio II in Exaemeron):
Dice S. Juan de la Cruz que por qué hay tan pocos contemplativos en el
sentido espiritual o sobrenatural: porque nuestros deseos los derivamos o
distraemos en muchas cosas que no son esto, es decir, este intenso deseo que
debemos tener para unirnos a Dios por la Eucaristía, por la Sabiduría, por la
contemplación, por la santidad, por la caridad. ¡Deseamos tantas cosillas,
algunas quizás buenas!; pero poner el deseo, gastar nuestros deseos en otras
cosas, hace que no podamos poner totalmente el deseo en lo único necesario,
como dice Cristo. Por eso hay tan pocos contemplativos, por eso no somos
contemplativos.
Por tanto, el deseo es la puerta; por eso dice: "A ésta amé y busqué desde mi
juventud, y propuse tomármela por esposa mía, y quedé enamorado de su
hermosura" (Sab. 8,2).