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ESTAMOS HECHOS DE LENGUAJE

Descubriendo cómo se manipula el discurso con el lenguaje


de la posverdad para impedir el discernimiento.
Una propuesta para un acercamiento al lenguaje como un
camino hacia la libertad, la salud y la conciencia.
Carme Jiménez Huertas, filóloga especializada en lingüística

carmejh@hotmail.com

Capítulo 8. La lingüística histórica y los árboles lingüísticos


¿Qué causa el cambio lingüístico?

Antigüedad, estabilidad y continuidad de las lenguas

Genética de poblaciones y estudios del ADN

Imperios y sustitución lingüística

El peligro de la historia única

Durante muchos años, la lingüística ha sido básicamente lingüística histórica.


Basada en el método comparativo de búsqueda sistemática de similitudes léxicas y
fonéticas, su objetivo era estudiar la evolución y el parentesco de las lenguas para
reconstruir el árbol filogenético completo, desde la raíz hasta la copa.

Lo inquietante es, sin embargo, que la conceptualización arbórea de las lenguas


está muy alejada de la realidad. Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta de
que esta división en categorías no tiene una base objetiva, sino ideológica. Las
lenguas se equiparan a ramas que se alejan del tronco común, porque este proceso
sería el esperable en un modelo lingüístico formulado a imitación del modelo
biológico evolutivo, estableciendo una derivación unidireccional donde la
«selección natural», el azar y los procesos aleatorios serían el desencadenante del
cambio lingüístico. No obstante, y del mismo modo que la nueva biología está

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cuestionando una evolución por azar, los lingüistas empezamos a comprender que
las lenguas tampoco se comportan así, aleatoriamente.

Cada vez hay más investigadores que defienden la idea de estabilidad lingüística
con diferentes ritmos evolutivos y momentos puntuales de cambio acelerado. La
antigüedad desde la prehistoria ―que afectaría tanto a los grupos humanos como a
sus respectivas familias lingüísticas― se ha aceptado para las lenguas australianas,
norteamericanas, africanas, el chino y las lenguas urálicas. ¿Por qué, entonces,
cuesta tanto aceptar ese «equilibrio puntuado» para el grupo de lenguas que se
hallan bajo la etiqueta de «indoeuropeo»?

Cuesta tanto porque, desde hace más de cien años, se nos ha hablado de grandes
movimientos de población procedentes de las estepas euroasiáticas que trajeron
con ellos su lengua. Hay dos grandes hipótesis:

 Marija Gimbutas: los indoeuropeos fueron guerreros invasores originarios


de las estepas del medio y bajo Volga que colonizaron la Vieja Europa
modificando su carácter étnico y cultural (hipótesis de los kurganes).

 Colin Renfrew: los indoeuropeos fueron civilizadores invasores que trajeron


la agricultura y la civilización a los habitantes salvajes de la Vieja Europa
(hipótesis de Anatolia).

Ambas hipótesis comparten más de lo que parece. En la primera, los indoeuropeos


son guerreros belicosos y en la segunda, agricultores pacíficos y civilizados; los
primeros se imponen por su fuerza militar y los segundos por su superioridad
cultural e intelectual. Pero en ambos casos los indoeuropeos vienen de fuera e
imponen su cultura y su lengua. Por lo tanto ambas hipótesis comparten una visión
difusionista con un origen foráneo de los indoeuropeos.

Hemos de tener en cuenta las ideologías que nutrieron estas hipótesis. Por un lado,
el matriarcado de M. Gimbutas fue aprovechado por intelectuales comunistas y
militantes feministas para validar la existencia histórica de un comunismo
primitivo. Por su parte las ideas de Renfrew están influenciadas por la ideología
científica del siglo XIX que, indirectamente, se nutre de la idea de superioridad de
unas razas sobre otras, ideología que sustentó el colonialismo y en buena parte
sigue sustentando la ideología capitalista.

Veamos las contradicciones de estas hipótesis. Precisamente las dos áreas en el sur
de Europa a las que Renfrew identifica como focos de difusión de lo indoeuropeo
llegado del Creciente Fértil, eran de hablas no-indoeuropeas por lo que no pueden
ser las responsables de difundir una lengua que no hablaban. Además se da el caso
de que la familia léxica de términos relacionados con la agricultura no llegó en
bloque con los supuestos «civilizadores», sino que se desarrolló de modo
independiente en cada grupo o familia de lenguas, lo que demuestra la mayor

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antigüedad de estas palabras, relacionadas con grupos geográficos ya establecidos
en Europa y con su propia identidad cultural (Mario Alinei).1

La teoría de las grandes migraciones, basada en la vieja idea de que hubo


importantes desplazamientos migracionales y que las lenguas se desplazaron junto
a sus hablantes, se está derrumbando. ¡Y quien lo está cuestionando está siendo la
genética! En las últimas décadas, los estudios genéticos han demostrado que las
fronteras arqueológicas coinciden básicamente con las fronteras lingüísticas. El
genetista Luigi Luca Cavalli Sforza fue el primero en afirmarlo, sólo que hubo de
corregir las cronologías ante los resultados de posteriores estudios como los
realizados por el equipo del profesor Bryan Sykes, de la Universidad de Oxford y
una de las autoridades en los estudios sobre ADN. Ambos expertos están de
acuerdo en que el fondo génico de la población actual europea tiene
aproximadamente un 80 por ciento de ascendencia paleolítica y un 20 por ciento
de ascendencia neolítica. La variabilidad genética europea no puede explicarse con
base a invasiones. Fueron los cazadores del Paleolítico los que aportaron el grueso
del fondo génico de los europeos modernos.

Nuevas generaciones de arqueólogos, genetistas y lingüistas están trabajando para


establecer un nuevo marco teórico basado en la idea de continuidad, antigüedad y
estabilidad de las lenguas. The Paleolithic Continuity Paradigm aúna este
movimiento con la pretensión de incluir la mirada continuista para el indoeuropeo.

Todo ello obligará a mapear las lenguas de Europa en una cronología mucho
mayor.

¿Qué activa los cambios en el hábitat lingüístico? El contacto y el intercambio


natural entre dos comunidades de hablantes mantenido durante largos periodos. Si
esta relación es pacífica, se favorece una cierta estabilidad que se va enriqueciendo
a un ritmo lento y con gradientes dialectales. Por el contrario, en épocas convulsas
en las que se ve forzada la convivencia entre dos comunidades con discontinuidad
lingüística, pueden producirse cambios de la lengua a saltos. ¿Es así, entonces,
cómo cambian las lenguas? ¿Por imposición? No parece lo más frecuente.

Hay una relación directa entre imperio y lenguaje que demuestra que
aunque una lengua dominante pueda ejercer una fuerte influencia sobre las
hablas de los pueblos subyugados, difícilmente puede sustituir su lengua
materna. La historia nos da múltiples ejemplos. Si las invasiones
conllevaran la sustitución lingüística, cabría preguntarse por qué en las
tierras ocupadas por el antiguo imperio de Alejandro Magno no se habla
griego. Lo mismo sucedió en Egipto: la lengua del antiguo imperio ha
desaparecido. Y de las invasiones de los Hunos euroasiáticos en Europa, no

1 Mario Alinei es un reconocido lingüista, profesor emérito de la Universidad de Utrecht (Holanda).

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queda casi nada. Lo mismo podemos decir del latín. No fue el imperio
romano el que impuso el latín en los círculos académicos de Europa
occidental, sino la Iglesia católica. Sin el Vaticano, el latín se habría perdido
con la caída del imperio. La teoría de la romanización es muy débil.2

Entonces, ¿qué factores determinan el cambio lingüístico? En el caso de lenguas en


contacto, los factores no dependen tanto de las características de las lenguas, sino
de la relación que se establezca entre los hablantes. La lengua puede ser un
instrumento de dominio, pero no por su estructura o sus características
gramaticales, no por su superioridad lingüística sino por las condiciones
(económicas, políticas, sociales y militares) por las que ha obtenido este dominio.
Cuando una potencia crece por méritos propios y pacíficos (comerciales, por
ejemplo) jamás impone su lengua. Quien comercia, aprende de sus clientes, desea
conocerlos, se acerca a su lengua, respeta su cultura. En cambio, cuando el poder
hegemónico se ha logrado por colonización y conquista, la lengua se impone por el
poder de las armas; se impone por la fuerza. En palabras del filósofo e historiador
Enrique Dussel, «el que no conoce la lengua no conoce el mundo del otro». La
lengua determina la visión y expresión de un mundo. Si no nos acercamos a la
lengua del otro, poco vamos a conocer de su mundo. Intentar imponer una lengua,
una visión y expresión del mundo, vacía de sentido las interrelaciones. Toda
imposición tiene siempre los días contados. Porque el mundo interior es el que va a
prevalecer y el que resurgirá de modo natural cuando cese la imposición.

Tener acceso a una única versión de la historia nos obliga a clasificar nuestras
opiniones y aprendizajes de modo que encajen con esa historia única que se
acepta, se repite y se defiende, una y otra vez, y que reduce a estereotipos una
realidad mucho más amplia y compleja.

Las migraciones y los árboles lingüísticos son la historia única que nos han contado
y que hemos aceptado como verdad.

La idea pasa por alto que los hablantes requieren un proceso de aprendizaje e
interacción durante el cual han de llenar de significado la lengua extranjera o
«intrusa» con la que han entrado en contacto. Pero no hay fórmulas simplistas de
sustitución. Para aprender bien una lengua, hay que conocer los conceptos de su
cultura, hay que meterse en su mundo simbólico, en su contexto. Por eso las
lenguas son mucho más continuistas; tienden a mantenerse unidas a su contexto.

Las lenguas gozan de raíces profundas que les otorgan estabilidad. Durante largos
periodos, su evolución interna es muy lenta y está asociada a cambios conceptuales
metafóricos leves, de matiz, con una progresiva opacidad de sus elementos
semánticos y fonéticos. Los cambios bruscos suelen ser resultado de fuertes
presiones externas y de su eco sobre los factores sociales. Así pues, cuando una

2 Véase JIMÉNEZ HUERTAS, CARME. No venimos del latín. Segunda edición revisada y ampliada (2016)

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sociedad entra en contacto con otras, la lengua no evoluciona sola por el mero
contacto lingüístico, sino como parte de un proceso de diálogo y sincretismo
cultural que también afectará su ideología, sus creencias y valores, sus ideas y
pensamiento, en definitiva, su estructura social. La profundidad del cambio
dependerá de cómo sea la relación entre los hablantes. Cuando se produce
invasión, hay una imposición de la cultura dominante que se acepta
temporalmente por pura supervivencia. En estos casos, lo habitual es que se dé
una situación de bilingüismo y, excepcionalmente, de prohibición de la lengua
autóctona por imposición de la lengua de los vencedores (lengua dominante). No
obstante, su influencia suele ser pasajera, no llegando a alterar los valores
culturales profundos, que se mantienen a largo plazo y afloran de nuevo tan pronto
como la presión externa dominante desaparece. Los imperios no duran para
siempre. En cuanto se pierde la organización social, una lengua impuesta está
condenada a morir; nada que haya sido impuesto mediante métodos agresivos
puede sostenerse en el tiempo. Son las lenguas vinculadas a una comunidad y a
una cultura las que sobreviven, porque la lengua se sostiene sobre conexiones
cognitivas y asociaciones emocionales profundas que sobreviven a las invasiones y
vuelven a resurgir cuando cesa la imposición.

Un idioma está ligado a la cultura de un pueblo, a su estilo de vida, a sus


costumbres y sentimientos. La lengua es su vehículo de expresión cultural, la
característica que le permite perpetuarse. Muestra el sistema de valores, la forma
de ver y concebir el mundo de acuerdo con la educación, el clima, la estructura
social de gobierno. Las palabras que usamos están íntimamente ligadas a los
procesos psicológicos, cognitivos y emocionales. Un cambio en el lenguaje produce,
en alguna medida, una transformación en nosotros y en nuestras relaciones.

La lengua materna nos permite una comunicación con más matices expresivos que
una segunda lengua aprendida cuando somos mayores. Escuchar la lengua
materna estando lejos de casa —especialmente si se trata de una lengua
minoritaria—, despierta nuestras más profundas emociones. Hay mucho más que
palabras en una lengua. Y la «nuestra» siempre nos parece la que mejor expresa
nuestro sentir, la que nos permite conectar de modo más profundo con nuestra
esencia. La lengua materna es, para nosotros, la «lengua perfecta».

Carme Jiménez Huertas


carmejh@hotmail.com
http://carmejhuertas.blogspot.com.es/

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