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carmejh@hotmail.com
Cada vez hay más investigadores que defienden la idea de estabilidad lingüística
con diferentes ritmos evolutivos y momentos puntuales de cambio acelerado. La
antigüedad desde la prehistoria ―que afectaría tanto a los grupos humanos como a
sus respectivas familias lingüísticas― se ha aceptado para las lenguas australianas,
norteamericanas, africanas, el chino y las lenguas urálicas. ¿Por qué, entonces,
cuesta tanto aceptar ese «equilibrio puntuado» para el grupo de lenguas que se
hallan bajo la etiqueta de «indoeuropeo»?
Cuesta tanto porque, desde hace más de cien años, se nos ha hablado de grandes
movimientos de población procedentes de las estepas euroasiáticas que trajeron
con ellos su lengua. Hay dos grandes hipótesis:
Hemos de tener en cuenta las ideologías que nutrieron estas hipótesis. Por un lado,
el matriarcado de M. Gimbutas fue aprovechado por intelectuales comunistas y
militantes feministas para validar la existencia histórica de un comunismo
primitivo. Por su parte las ideas de Renfrew están influenciadas por la ideología
científica del siglo XIX que, indirectamente, se nutre de la idea de superioridad de
unas razas sobre otras, ideología que sustentó el colonialismo y en buena parte
sigue sustentando la ideología capitalista.
Veamos las contradicciones de estas hipótesis. Precisamente las dos áreas en el sur
de Europa a las que Renfrew identifica como focos de difusión de lo indoeuropeo
llegado del Creciente Fértil, eran de hablas no-indoeuropeas por lo que no pueden
ser las responsables de difundir una lengua que no hablaban. Además se da el caso
de que la familia léxica de términos relacionados con la agricultura no llegó en
bloque con los supuestos «civilizadores», sino que se desarrolló de modo
independiente en cada grupo o familia de lenguas, lo que demuestra la mayor
Todo ello obligará a mapear las lenguas de Europa en una cronología mucho
mayor.
Hay una relación directa entre imperio y lenguaje que demuestra que
aunque una lengua dominante pueda ejercer una fuerte influencia sobre las
hablas de los pueblos subyugados, difícilmente puede sustituir su lengua
materna. La historia nos da múltiples ejemplos. Si las invasiones
conllevaran la sustitución lingüística, cabría preguntarse por qué en las
tierras ocupadas por el antiguo imperio de Alejandro Magno no se habla
griego. Lo mismo sucedió en Egipto: la lengua del antiguo imperio ha
desaparecido. Y de las invasiones de los Hunos euroasiáticos en Europa, no
Tener acceso a una única versión de la historia nos obliga a clasificar nuestras
opiniones y aprendizajes de modo que encajen con esa historia única que se
acepta, se repite y se defiende, una y otra vez, y que reduce a estereotipos una
realidad mucho más amplia y compleja.
Las migraciones y los árboles lingüísticos son la historia única que nos han contado
y que hemos aceptado como verdad.
La idea pasa por alto que los hablantes requieren un proceso de aprendizaje e
interacción durante el cual han de llenar de significado la lengua extranjera o
«intrusa» con la que han entrado en contacto. Pero no hay fórmulas simplistas de
sustitución. Para aprender bien una lengua, hay que conocer los conceptos de su
cultura, hay que meterse en su mundo simbólico, en su contexto. Por eso las
lenguas son mucho más continuistas; tienden a mantenerse unidas a su contexto.
Las lenguas gozan de raíces profundas que les otorgan estabilidad. Durante largos
periodos, su evolución interna es muy lenta y está asociada a cambios conceptuales
metafóricos leves, de matiz, con una progresiva opacidad de sus elementos
semánticos y fonéticos. Los cambios bruscos suelen ser resultado de fuertes
presiones externas y de su eco sobre los factores sociales. Así pues, cuando una
2 Véase JIMÉNEZ HUERTAS, CARME. No venimos del latín. Segunda edición revisada y ampliada (2016)
La lengua materna nos permite una comunicación con más matices expresivos que
una segunda lengua aprendida cuando somos mayores. Escuchar la lengua
materna estando lejos de casa —especialmente si se trata de una lengua
minoritaria—, despierta nuestras más profundas emociones. Hay mucho más que
palabras en una lengua. Y la «nuestra» siempre nos parece la que mejor expresa
nuestro sentir, la que nos permite conectar de modo más profundo con nuestra
esencia. La lengua materna es, para nosotros, la «lengua perfecta».