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La distinguida filósofa y catedrática universitaria, María Luisa Rivara de Tuesta, refiere que “El
pensamiento de Manuel Vicente Villarán debe ubicarse dentro del proceso de la reflexión
peruana, como un momento de superación de las etapas: Escolástica, humanista, Ilustrada y
Romántica, es decir, debe ser ubicado en el Perú contemporáneo que se inicia en los últimos
quince años del siglo XIX. Es el comienzo de un esfuerzo de reconstrucción de nuestro país,
después de la derrota bélica frente a Chile (abril de 1879, octubre de 1883), que obliga al
replanteamiento y solución de múltiples problemáticas de orden externo e interno.
Creía en rehacer y cambiar el sistema educativo, en una nueva orientación pedagógica para el
trabajo, la creación de riqueza, la reforma social, el desarrollo económico e industrial del país.
Llegó a calificar el Perú de ser un pueblo donde ha entrado “la manía de las naciones viejas y
decadentes, la enfermedad de hablar y escribir y no de obrar, de “agitar palabras y no cosas”.
En el acto de inicio del año académico universitario de 1900 pronunció un sobrio y conceptuoso
discurso sobre “Las profesiones liberales en el Perú” (1900). Aquí critica la parte literaria,
burocrática e improductiva de la educación, y propone en su reemplazo una enseñanza práctica.
“El Perú, -señala Villarán-, debería ser por mil causas económicas y sociales, tierra de labradores,
de colonos, de mineros, de comerciantes, de hombres de trabajo; pero las fatalidades de la
historia y la voluntad de los hombres han resuelto otra cosa, convirtiendo al país en centro
literario, patria de intelectuales y semillero de burócratas…”
Insiste hasta el final de su vida que la educación peruana debería responder a las necesidades
de crecimiento, desarrollo y progreso, a la estructura productiva del país, particularmente a las
necesidades de tipo económico, haciendo de la educación el semillero de líderes de empresas,
con criterio técnico y administrativo, de empresarios creadores y transformadores de riqueza.
Aseveraba enfáticamente: “El Perú debería ser por mil causas económicas y sociales, tierra de
labradores, de colonos, de mineros, de comerciantes, de hombres de trabajo; pero las
fatalidades de la historia y la voluntad de los hombres han resuelto otra cosa, convirtiendo al
país en centro literario, patria de intelectuales y semillero de burócratas…”
La doctora Rivara de Tuesta sostiene que el pensamiento positivista de Villarán constituye en el
plano educacional una propuesta de formación de hombres útiles, creadores de riqueza. Así su
proyecto “Las profesiones liberales en el Perú” contiene, intrínsecamente, una formulación de
reforma social, reforma sin la cual no podría lograrse el nivel científico tecnológico necesario
para alcanzar, en última instancia, el progreso económico en nuestro país. Se hace necesaria una
ética positivista. No escapa a Villarán que para cumplir este nuevo rumbo educacional hay que
postular una ética nueva, es decir, una nueva ciencia moral.
Tras revelar que la enseñanza nacional primaria y media se encontraba “en manos de personas
profanas en el arte de educar, afectadas de una impericia profesional tan invencible como
disculpable”, llegó a la conclusión que por fin, nuestra educación primaria y media debe ser
“simple y corta, caracterizada por la sobriedad de su programa y lo sustancioso de sus
disciplinas”, que, en vez de enseñar mal muchas cosas superfluas, “se enseñen bien y pronto las
cosas necesarias…” y que en toda escuela primaria y secundaria debiera dedicarse “la mitad del
tiempo a estudiar, la otra mitad a trabajar y a endurecer el cuerpo”.
Pensaba que “los mayores predisponentes al ocio son la salud incompleta, las piernas débiles y
los malos nervios” y que para combatir “el pecado de la pereza vale más una hora de “foot-ball”,
que un mes de catecismos y morales exhortaciones”, en este sentido se inclinaba por imitar a
los ingleses que formaban el carácter de su gente “por la influencia del campo de sport”.
“Por otra parte, decía, en toda escuela y en todo colegio el niño, grande o pequeño, debe
trabajar. La escuela urbana ha de tener algo de un taller; la rural, de una pequeña granja; porque
siendo nuestro mayor mal el ocio, parte esencial de la educación viene a ser el trabajo”.
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
Era partidario de una educación universitaria con fines económicos y sociales, en la que se
enseñe a trabajar y a producir con inteligencia, responsabilidad social, entusiasmo,
transparencia y perseverancia, que se enseñe no sólo a buscar la verdad sino a encontrarla, y no
sólo a encontrarla también a aplicarla creativamente, a hacer hombres en un ambiente de
libertad.
Para Villarán Godoy el objetivo propio y esencial de la Universidad es la formación del hombre,
es hacer hombres y esto sólo se logra en el ambiente de la libertad. “De los 16 a los 17 años, el
momento que sigue de cerca a la pubertad, los jóvenes han alcanzado casi la estructura del
hombre y si han recibido educación física adecuada posee un desarrollo muscular completo. Ese
es el momento que la naturaleza indica para un cambio profundo en el régimen educativo. El
sentimiento de la independencia, la idea de la propia personalidad, se afirman y reclaman mayor
libertad de conducta y deseo de ponerse en contacto con la vida social; desde entonces se
toleraría difícilmente la vida escolar prolongada; la escuela llega a ser odiosa y es además
deprimente, porque pone obstáculos a la individualidad que se abre paso. Además la
universidad es un contacto entre las generaciones jóvenes y las generaciones maduras y es
donde los jóvenes aprovechan el saludable contacto con hombres eminentes, de ese fecundo
intercambio de convicciones, ideales y gustos que constituye parte tan notable del poder
educativo de la vida universitaria”.
En los cursos electivos que se ofertaban en la educación universitaria, pensaba que “Entre todas
estas materias, cada estudiante debe tener libertad para elegir según su vocación y aptitudes”
y que la formación profesional debe ir de la mano con la formación científica y técnica.
Frente a la educación limitada a las clases altas defendida por Alejandro Deustua, propuso el
maestro Villarán una educación a favor de la clase media, de las clases populares y del indio
peruano recusando la explotación del indio por los caciques.
Según expresiones de José Carlos Mariátegui, Villarán creía que el esfuerzo educativo debería
concentrarse y dirigirse a producir pocos “diplomados y literatos y en cambio eduque hombres
útiles, creadores de riqueza”, debiendo, por tanto, fomentarse la educación para el trabajo, la
educación práctica e industrial.
En la concepción pedagógica de Villarán “La raza, la tradición, el clima, el territorio, todo nos
indica que necesitamos formar hombres prácticos y sensatos, antes que teóricos e imaginativos;
llenos de inventiva más que de erudición, vigorosos de cuerpo, fuertes de voluntad, ajenos a
todo diletantismo afeminado, provistos de potencias y virtudes activas, no de refinamientos
morales y estéticos”.
Recordó que dos son las soluciones generales para el problema del profesorado: “la de formar
profesores nacionales, y la de importar maestros extranjeros. La primera admite, por su parte,
tres procedimientos, a saber: hacer en el país maestros nacionales, bajo la dirección de
profesores peruanos; formar maestros nacionales, también en el país, pero bajo la dirección de
expertos extranjeros; y enviar jóvenes peruanos al extr5anjero a prepararse en la carrera del
profesorado. Varios de estos sistemas pueden tener cabida al mismo tiempo, según las
circunstancias”.
CONCLUSIÓN
Manuel Vicente Villarán fue uno de los juristas más influyentes de su generación. Como
educador impulsó la reforma educativa, las vocaciones industriales y vocaciones productivas
desde la infancia; promovió la formación del profesorado y el otorgamiento de becas en el
extranjero; abogó por la ampliación y el mejoramiento de la infraestructura escolar, la
actualización de los planes de estudio y la aplicación de la reforma universitaria.
Siempre luchó contra la “instrucción erudita, verbalista, literaria y libresca”, por una “educación
sobria y sana, basada en la idea de combatir el odio y el apocamiento del carácter; que haga, si
se quiere, hombres rudos, pero eficaces; sencillos y sin devastar, pero útiles a sí mismos y a su
patria”.
Según Villarán la educación se caracteriza por ser “democrática, simple, científica, común y
profesional tendiente a despertar energías, físicas y mentales, estimular el trabajo y formar
hombres”.
Para que sea democrática la educación necesita ser “electiva, múltiple, diversificada” toda vez
que la verdadera igualdad de los derechos educativos “no ha de consistir en proporcionar a
todos la misma especie de instrucción, sino en dar facilidades para obtener educaciones de
distintas especies, calidades y grados, según las posibilidades personales”.
“Sólo enseñando todo, puede el Estado democrático enseñar a todos para que dentro de la
multiplicidad de materias y la diversidad de escuelas, se ejercite ampliamente la adaptación
electiva de los ciudadanos, conforme a sus vocaciones y recursos”.