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Lo interesante de una escena como esa es que pensamos que de alguna manera
el diablo lo disfruta. Lo celebra.
Pensamos que el malo maloso es feliz y siempre y cuando consiga el mal que
persigue: el político corrupto que estafa a un pueblo, el jefe de cuernos y tridente
cuyo primer pensamiento de la mañana pareciese ser cómo hacerle la vida
imposible a sus empleados, o el amigo en el grupo cuyo único propósito es
hacerte sentir como un enano – y no uno de los guapos.
Todo esto asume una cosa: el punto de una existencia consciente es conseguir lo
que quieres, da igual lo que sea.
Déjame volver por un segundo al plano diabólico. La tradición dice que Dios creó
a los seres puramente espirituales antes de la creación del universo material. Allí,
antes de que el tic-tac del primer tiempo empezase a sonar, Dios creó a los
ángeles con pura libertad.
Abrieron sus ojos (que no tenían ya que eran seres espirituales), vieron a Dios
por primera vez y decidieron. Los que en ese primer momento decidieron seguir a
Dios, forjaron en ellos el carácter divino, y los que rechazaron a Dios forjaron en
ellos otro carácter. Así nació el diablo.
A las personas nos pasa algo parecido. La mayor diferencia entre nosotros y ellos
es que nosotros, viviendo en un contexto material, tenemos algunos años para
forjar lo que los ángeles forjaron en un instante.
Esta es una de las verdades que más se nos escapan: existimos en un proceso de
convertirnos en aquello que seremos por la eternidad, y lo que mas nos marcara
no es aquello que perseguiremos o dejaremos de perseguir (de hecho, en aquel
día veremos las cosas tal y como son), sino lo que disfrutamos o seremos
incapaces de disfrutar.
El diablo no es diablo porque quiera el mal, sino porque no puede disfrutar a Dios.
Recuerda la famosísima explicación de C.S. Lewis: “las puertas del infierno están
cerradas por dentro”. El mal que persigue el diablo – o quien se convierte en uno
– es resultado del bien que no puede disfrutar, no al contrario.
No, para nada. El diablo no sonríe. El diablo es tan diablo que ni siquiera puede
disfrutar aquello que persigue. Es triste. Es tristeza en estado puro. El diablo se
sienta en la esquina, observa, y aprieta los dientes entendiendo que a quien no
aguanta es a sí mismo. Es el sufrimiento que come incluso aunque no exista nada
mas alrededor.
Pero también puede ser que no estamos disfrutando porque vivimos en la mentira
que un espíritu malo puede tener una vida buena. Es mejor “ser cabeza de ratón
que cola de león”, pensamos.
Quizá es momento de recordar que mucho de lo que llevamos dentro tiene muy
poco que ver con cómo está el mundo y mucho que ver con el carácter que
desarrollamos. Es momento de recordar que el diablo no sonríe. Nunca.