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“El carácter es para el hombre su demonio” (Heráclito)

Existe una caricatura enraizada en nuestra conciencia social. Es la caricatura del


diablo como rey de su tribu. O, si no rey, por lo menos jefecillo al que le encanta
una sola cosa: crear problemas.

Se pone detrás de la puerta y te pone el dedo en el ojo cuando llegas a casa


demasiado cansado por el trabajo. En ese momento estallas.

Lo interesante de una escena como esa es que pensamos que de alguna manera
el diablo lo disfruta. Lo celebra.

Tú celebras quedar con tu novio, tomar un café con amigos, o conseguir un


trabajo. Él disfruta cuando algo malo nos pasa—o eso pesamos.

El diablo se sienta en su trono, rige su dominio, y es feliz mientras consiga su


meta: que a ti y a mi nos vaya mal.

En el plano humano hacemos un pedacito de lo mismo. Hay una imagen popular


que nos dice que las personas son felices siempre y cuando consigan lo que
quieren.

Pensamos que el malo maloso es feliz y siempre y cuando consiga el mal que
persigue: el político corrupto que estafa a un pueblo, el jefe de cuernos y tridente
cuyo primer pensamiento de la mañana pareciese ser cómo hacerle la vida
imposible a sus empleados, o el amigo en el grupo cuyo único propósito es
hacerte sentir como un enano – y no uno de los guapos.

Todo esto asume una cosa: el punto de una existencia consciente es conseguir lo
que quieres, da igual lo que sea.

Déjame volver por un segundo al plano diabólico. La tradición dice que Dios creó
a los seres puramente espirituales antes de la creación del universo material. Allí,
antes de que el tic-tac del primer tiempo empezase a sonar, Dios creó a los
ángeles con pura libertad.

En el primer instante (si es que se puede hablar de instantes, recuerda que no


había tiempo aún) los ángeles usaron esa primera libertad para conformar el
carácter que tendrían el resto de la eternidad.

Abrieron sus ojos (que no tenían ya que eran seres espirituales), vieron a Dios
por primera vez y decidieron. Los que en ese primer momento decidieron seguir a
Dios, forjaron en ellos el carácter divino, y los que rechazaron a Dios forjaron en
ellos otro carácter. Así nació el diablo.
A las personas nos pasa algo parecido. La mayor diferencia entre nosotros y ellos
es que nosotros, viviendo en un contexto material, tenemos algunos años para
forjar lo que los ángeles forjaron en un instante.

Esta es una de las verdades que más se nos escapan: existimos en un proceso de
convertirnos en aquello que seremos por la eternidad, y lo que mas nos marcara
no es aquello que perseguiremos o dejaremos de perseguir (de hecho, en aquel
día veremos las cosas tal y como son), sino lo que disfrutamos o seremos
incapaces de disfrutar.

El diablo no es diablo porque quiera el mal, sino porque no puede disfrutar a Dios.
Recuerda la famosísima explicación de C.S. Lewis: “las puertas del infierno están
cerradas por dentro”. El mal que persigue el diablo – o quien se convierte en uno
– es resultado del bien que no puede disfrutar, no al contrario.

No, para nada. El diablo no sonríe. El diablo es tan diablo que ni siquiera puede
disfrutar aquello que persigue. Es triste. Es tristeza en estado puro. El diablo se
sienta en la esquina, observa, y aprieta los dientes entendiendo que a quien no
aguanta es a sí mismo. Es el sufrimiento que come incluso aunque no exista nada
mas alrededor.

El diablo no sonríe. Más que nada, porque el punto no es conseguir lo que se


persigue, sino ser la clase de ser que puede disfrutar. En otras palabras que quizá
nos toquen más de cerca: un espíritu malo no puede disfrutar de nada (aunque lo
consiga todo); pero un espíritu bueno puede disfrutarlo todo (aunque no consiga
nada), incluso en la peor de las circunstancias.

Quizá si no podemos disfrutar de la vida es porque el mundo en el que vivimos es


tremendamente difícil. Lo es; y no solo eso. Es también un mundo donde parece
que el malo puede vivir bien. Siempre ha sido así – al menos desde que David,
segundo rey de Israel, escribiera hace unos tres mil años el Salmo 73.

Pero también puede ser que no estamos disfrutando porque vivimos en la mentira
que un espíritu malo puede tener una vida buena. Es mejor “ser cabeza de ratón
que cola de león”, pensamos.

Quizá es momento de recordar que mucho de lo que llevamos dentro tiene muy
poco que ver con cómo está el mundo y mucho que ver con el carácter que
desarrollamos. Es momento de recordar que el diablo no sonríe. Nunca.

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