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entonces’’ (91), pues cuando algún vecino enfermaba, Lazarillo rogaba a Dios
‘‘no que le echase a la parte que más servido fuese (como se suele decir) mas
que le llevase de aqueste mundo’’ (91).
La última parte de la historia se desarrolla en la casa del clérigo. En ella se
guarda el arcaz en el que el cura guarda bajo llave los bodigos que vienen del
ofertorio, y cuyo acceso constituirá el problema con que Lazarillo se enfrenta.
Lazarillo no puede sustraer la llave de la vigilancia del clérigo ‘‘que la traı́a
atada con una aguja del paletoque’’ (89). Una vez más la Providencia le trae
al ‘‘angélico calderero’’ (92), gracias a quien el mozo, ‘‘alumbrado por el
Espı́ritu Sancto’’ (92), adquiere una llave falsa, mediante pago de uno de los
bodigos. Con ella se abre finalmente el ‘‘paraı́so panal’’ (92) y Lazarillo al-
canza a contemplar los panes a los que califica de ‘‘rostro de Dios’’ (56).
De aquı́ en adelante se desarrolla un juego de simulación por el que Lazari-
llo tratará de ocultar su identidad de ladrón: armado de un cuchillo, el muc-
hacho perfora el costado del arca para simular la entrada en ella de un ratón.
Rae de los panes migas que consume, cuidando de mantener la apariencia de
que el autor del desaguisado es un roedor. Cuando el amo recurre a tablas y
clavos para cerrar el agujero, el muchacho repite la estratagema; y cuando el
clérigo coloca un cepo dentro del arca, el muchacho come, además de las
migas, las cortezas de queso que ceban las trampas. Es más, la estratagema
favorece doblemente al criado pues el clérigo, asqueado de las partes ratona-
das de los bodigos, sanea las piezas y ofrece los recortes al muchacho dicién-
dole ‘‘cómete eso, que el ratón cosa limpia es’’ (94). Mas el ratón no cae en
su trampa y el clérigo concluye—aconsejado por un vecino—que el roedor
no es tal sino una culebra que, por su forma y flexibilidad, puede pasar por
el cepo sin quedar presa de él.
Entre tanto Lazarillo tiene que mantener la llave oculta. Ası́, cada noche la
introduce en su boca. Una noche el aliento del muchacho produce un silbido
al pasar por el cañón hueco de la llave. El amo, sospechoso de que la culebra
anda silbando por la casa, se arma de un garrote y golpea fuertemente en
dirección al origen del silbido. Obviamente es Lazarillo quien recibe el esta-
cazo y es descubierto como el ‘‘culebro’’ que asediaba el arcaz. Lazarillo re-
cibe el cuidado de su amo, inconsciente por tres dı́as y convaleciente otros
quince, tras los que el cura le lleva hasta la puerta y le despide.
La revisión de la lectura eucarı́stica de la última parte del Tratado a la luz
del derecho vigente en el siglo XVI que propongo presenta la primera dificu-
ltad de identificar la ley aplicable. En primer lugar porque tanto el derecho
civil (o del estado, articulado en rúbricas) como el canónico (o derecho ecle-
siástico que recibe este nombre por articularse en cánones) no habı́an alcan-
zado la forma de código o compilación, sino que presentaban una enorme
dispersión textual. En segundo lugar, uno y otro derechos legislan a menudo
sobre las mismas materias: el derecho civil cubre frecuentemente materias
eclesiásticas y viceversa. La expresión utroque iure —uno y otro derechos—
tiene pues valor al hablar tanto de los dominios como de las materias de
competencia de ambas legislaciones, a menudo superpuestas en un tiempo
en que la separación entre Iglesia y Estado está lejos todavı́a de su formula-
ción. Por último, el fraccionamiento textual y la superposición de materias y
jurisdicciones se complican por el fraccionamiento de los ámbitos territoria-
les de aplicación de uno y otro derechos: lo que podrı́amos llamar fragmenta-
ción territorial del propio derecho.
En lo civil, los diversos territorios de la monarquı́a tienen diferentes leyes
con diferentes ámbitos de aplicación; y esta diferencia no está determinada
solamente por los reinos (Castilla, Aragón, Navarra, etc.), sino por la división
de estos en demarcaciones menores y de diferente naturaleza. Ası́ encontra-
mos territorios en que la autoridad es ejercida por un concejo y la ley par-
ticular se codifica en un fuero. Otras circunscripciones, los señorı́os, están
bajo la autoridad de un señor a quien el rey hace cesión de mero y mixto
imperio: un noble, un obispo, un abad, un señor feudal, en definitiva, eclesiá-
stico o laico, hereditario o no. En todos estos casos encontramos un nivel de
ejercicio de la justicia y de relativa facultad legislativa, dependiente, pero
desde luego distinto al del poder real. La situación se complica en los casos
en que la corona otorga señorı́o sobre un territorio que previamente gozaba
de fuero, lo que origina un conflicto entre las facultades concedidas al señor
en el otorgamiento del señorı́o, y las prerrogativas y normas de convivencia
del concejo otorgadas por el fuero. Aún más, existen colecciones jurı́dicas
aplicables y superpuestas a varias demarcaciones en el ámbito del Reino,
como es el caso de los llamados Fueros de Castilla.
Afortunadamente, en el caso que nos ocupa—legislación civil de lo eclesiá-
stico—, el texto jurı́dico esencial es la Primera Partida, pues tanto los fueros
como las otras leyes de ámbito local se ocupan raramente de regular lo ecle-
siástico, salvo en el caso de provisiones especı́ficas para una entidad eclesiá-
stica ya existente en el territorio en el momento del acto legislativo: por
ejemplo, para regular o definir la situación de un monasterio, santuario o
catedral enclavada en el territorio. Las Partidas de Alfonso X, por el contra-
rio, constituyen casi una enciclopedia, una obra de referencia para el jurista,
y abarcan todos los aspectos de la vida del reino, incluyendo el ámbito ecle-
para ffazer alguna enemiga con él. Et otrosi mandó que la crisma fuesse
mandada desa misma guisa. Et los clérigos que assi no lo guardassen fue-
ssen uedados por tres meses de officio e de beneficio. (106)
La Partida otorga ası́ también vigor civil a la legislación eclesiástica que, por
su parte, ya vimos que para posibilitar la comunión de los enfermos o viático
ordena en el IV Concilio de Letrán de 1215 ‘‘statuimus, ut in cunctis ecclesiis
chrisma et Eucharistia sub fideli custodia, clavis adhibitis, conserventur, ne
possit ad illa temeraria manus extendi ad alique horribilia vel nefaria
exercenda [establecemos que en todas las iglesias se conserven el crisma y la
Eucaristı́a bajo custodia fiel, mediante uso de llaves, para que no pueda ex-
tenderse a ella mano temeraria para ejercer cualquier cosa horrible o nefa-
sta]’’ (Mansi 22: 1007).
Ası́ pues, la custodia de la Eucaristı́a bajo llave tiene como objeto la evita-
ción de que ‘‘una mano temeraria pueda extenderse hacia ella’’. En el Tra-
tado es obvio que la mano temeraria contra la que toma precauciones el
clérigo es la de Lazarillo. Pero no es sólo el Concilio de Letrán, lejano en el
tiempo y en el espacio a la producción de la Vida de Lazarillo de Tormes, el
que legisla al respecto. El Concilio de Sevilla de 1512 ordena en su capı́tulo L
que en todas las iglesias
adsit sacrarium ac loca bene constructa et ornata cum bonis ferris et clavi-
bus, in quibus reponantur SS. Sacramentum, oleum, ac chrisma, omnesque
aliae reliquiae [. . .] de quibus omnibus habeat claves parochus cujuslibet
ecclesiae, quas nemini consignare, nec committere debeat, excepto casu
necessitatis legitimae, quo casu adveniente illas non committat nisi Sacer-
doti
[haya sagrario en lugar bien construido y herrado con buenos hierros y
llaves, en los que se repongan el Santı́simo Sacramento, el óleo, y el crisma,
y todas las otras reliquias. . . . de todo lo cual tenga llaves el párroco de la
iglesia que fuere, que no debe consignarla a nadie, ni encomendarla, exce-
pto en caso de necesidad legı́tima, en cuyo caso no las entregue sino a un
sacerdote.] (Mansi 32: 621)
nuestro clérigo. No sólo esto es ası́, sino que también aparece en el Tratado
otros elementos de cerrajerı́a, útiles para la custodia del contenido del arcaz,
y que se merecen la atención del legislador canónico: los clavos que, en la
pertinaz opinión del clérigo, habrı́an de resguardar los bodigos de la voraci-
dad del ratón. La lucha por la llave, lucha al cabo por dar alcance al conte-
nido del arcaz, puede interpretarse cada vez más, a la luz del cotexto jurı́dico,
como algo más que el esfuerzo por alcanzar los panes como alimento, sino
como panes en su valor simbólico, en relación con la custodia de la Euca-
ristı́a.
El tercer elemento del panorama eucarı́stico es la aparición dentro del
arcaz de otras materias. Ésta era una práctica común hasta el siglo XIX, al
menos, que ya he citado del IV Concilio de Letrán, cuando ordena que la
Eucaristı́a, pero también los óleos de la unción, o crisma, se guarden bajo
llave. Igual provisión aparece en la Ley CXIII de la Primera Partida ya citada.
También me he referido a cómo la custodia de reliquias en el sagrario (el
lugar donde se guarda lo sagrado) está regulada en los capı́tulos del Concilio
de Sevilla. Pero en el caso concreto del Tratado segundo del Lazarillo se cita,
junto con los bodigos, el vino, que nunca se compraba en casa del clérigo
mezquino, ‘‘mas, aquel poco que de la ofrenda habı́a metido en su arcaz
compasaba de tal forma que le duraba toda la semana’’ (91). Aunque el vino
de la consagración nunca se reservó, sino que era consumido durante la misa,
la idea que informa la legislación es que todo lo sagrado ha de ponerse a
salvo de profanación en el sagrario: óleos, reliquias. El vino del clérigo, que
va al arcaz, es además un vino con la misma procedencia que los bodigos, es
decir, recibido como ofrenda durante la misa: la presencia de este vino en el
arca sirve para reforzar el valor simbólico de los bodigos como pan eucarı́-
stico por alusión, pero sin enfatizar lo suficiente como para que el arcón se
convierta en altar, centro de la consagración eucarı́stica, sino que se man-
tenga como lugar de custodia del viático. De hecho no hay más que una
rápida mención en todo el Tratado de la presencia de vino en el arcón que
no deja de sorprender por cuanto que Lazarillo, en contra de su costumbre,
no hace del vino un objeto de su asedio; hay que recordar que, en el Tratado
anterior, el mismo Lazarillo habı́a empeñado todo su ingenio en alcanzar a
consumir el vino del ciego, llegando a declarar que ‘‘como estaba hecho al
vino, morı́a por él’’ (81). En cambio, en este Tratado segundo, toda su aten-
ción se concentra en los panes. Dentro del contexto litúrgico, tal actitud es
coherente con la forma habitual de comunión entre los fieles laicos quienes
sólo accedı́an a la comunión bajo la especie del pan, mientras que la comu-
nión bajo las dos especies quedaba reservada a los sacerdotes consagrantes.
De modo que la presencia del vino en el arcón refuerza, en el plano trópico,
la asociación eucarı́stica; el hecho de que Lazarillo (sorprendentemente) ig-
nore el vino cuando allana el arcón sirve para reforzar la misma asociación,
pero en relación con el viático.
Recapitulando, hemos encontrado tres elementos esenciales del panorama
de un Lazarillo comulgante de viático, cotejados con textos diversos—con
un discurso—jurı́dico: la caracterización del muchacho como moribundo; la
conformación del arcaz como tabernáculo por su estructura, cerrada por
ferralla y llaves, cuya custodia tiene celosa e intransferiblemente a un sa-
cerdote guardián; y la coincidencia dentro de tal sagrario de otras materias
que sugieren lo sagrado. Todo ello parece suficientemente sistemático, pero
a veces lo anecdótico resultó mucho más convincente que lo sistemático. Ası́
me ocurre con el cuarto aspecto: la presencia del ratón-culebra en el relato
de Lazarillo; hasta el ratón que devora la materia eucarı́stica aparece en el
canon del Decretum que legisla ‘‘qui bene non custoderit sacrificium et mus
vel aliud aliquod animal comederit, XL dies poeniteat [Quien bien no custo-
diare el sacrificio, y ratón u otro cualquier animal lo comiere, ayune por
cuarenta dı́as]’’ (Graciano 1352). En otras palabras, el custodio de la reserva
eucarı́stica es responsable de que ‘‘ratón o cualquier otro animal’’ no coma
del pan consagrado. El ratón aparece concreta y especı́ficamente tanto en el
texto canónico como en La vida de Lazarillo de Tormes, pero además el texto
del Decretum abre la puerta a la aparición de otros animales sin especificar su
especie: en este caso, la culebra, con todas las connotaciones de simbolismo
diabólico derivadas del Génesis o el Apocalipsis y que se extienden por toda
la tradición iconográfica cristiana medieval.
¿Y el simbolismo del ratón? También tiene abolengo cristiano y tradición
medieval, lo que hace de su aparición en el texto de Graciano más que una
casualidad derivada de siglos de persecución doméstica de la bestezuela. Mi
compañero Salvador Oropesa me apunta que en el Trı́ptico de la Anunciación
de Robert Camping se representa a San José fabricando ratoneras. La pieza
está en The Cloisters. Investigo y encuentro que muchos historiadores del
arte relacionan la pintura con San Agustı́n, señalando que las ratoneras de
San José son prefiguración de la cruz que habrı́a de llegar a ser la trampa del
diablo, mas ninguno señala el texto del que procede la cita. Finalmente
Meyer Schapiro, en su ‘‘ ‘Muscipula Diaboli,’ the Symbolism of the Mérode
Altarpiece’’, recogido en Late Antique, Early Christian and Mediaeval Art, cita
tres sermones—CXXX, CXXXIV y CCLXIII—del santo obispo de Hipona en
los que se repite el tropo de la cruz como ratonera y el propio Cristo como
cebo (16). El más claro viene del Sermón CCLXIII, ‘‘Muscipula diaboli, crux
Domini; esca qua caperetur, mors Domini [La ratonera del diablo fue la
cruz del Señor; el cebo que lo atrajo fue la muerte del Señor]’’ (www.sant-
agostino.it/latino/discorsi/discorso_367_testo.htm). Además de ello, la bús-
queda en los textos agustinianos (http://www.sant-agostino.it/ricerca/index.-
htm) arroja veinte apariciones de ‘‘muscipula’’ [ratonera] en la totalidad de
las obras agustinianas en texto latino. Algunos más se suman a los ya recogi-
dos por Schapiro: el sermón 265/D, ‘‘De Quadragesima Ascensionis Domini’’
(http://www.augustinus.it/latino/discorsi/discorso_374_testo.htm), que re-
pite la misma figura, y aún algún otro texto que utiliza, no la muerte de Jesús,
sino su vida o su dulzura como cebo. En los demás ‘‘muscipula’’ equivale a
trampa, tentación o emboscada. Lo cierto es que el ratón aparece relacionado
con la Eucaristı́a—Cuerpo de Cristo—en el cotexto jurı́dico y, además, exa-
ctamente en el mismo ámbito simbólico, e identificado claramente con el
diablo, nada menos que en la patrı́stica occidental. Sin ser jurista, San Agu-
stı́n hubiera sido una autoridad para cualquier canonista de la época. Gracias
a la auctoritas de San Agustı́n, Lazarillo tiene corto el salto de roedor a reptil.
El ratón ofrece ası́, acaso, el ejemplo más menudo y más claro de relación
cotextual, como la describı́a Gómez-Moriana, pues ‘‘a text requires an inte-
rtextual reading that takes into consideration the cross-referentiality that
transforms the text into a crossroads where joining or bifurcating ‘allusions’
breach the syntagmatic linearity of its reading’’ (11). Todos los elementos
estudiados, como encrucijadas, se abren a diferentes cotextos aunque todos
sean de naturaleza jurı́dica; pero la apertura se hace más evidente en el caso
del ratón por abrirse también a la patrı́stica.
Un último detalle: el hecho de que el clérigo corte las partes que supone
contaminadas por el ratón y las ofrezca al muchacho supone, en la simbo-
logı́a de la custodia eucarı́stica, un abandono de sus funciones. Cahill señala,
aunque para el periodo posterior al Concilio de Trento, que las hostias con-
sagradas, si llegan a alcanzar un estado de corrupción parcial, deben ser con-
sumidas por el sacerdote guardián del sagrario, siempre que su estado no
induzca a vómito y, si la corrupción fuere total, deben ser incineradas y
sus cenizas guardadas en el tabernáculo (131). Aunque no conozco similar
legislación pretridentina, parece lógico que esta prescripción tenga raı́ces en
alguna costumbre anterior y, en todo caso, que el responsable de la custodia
sacramental hubiera de tomar sobre sı́ la tarea de disponer de las formas, en
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