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A L. ·.G. ·.D. ·.G. ·.A. ·.D. ·.U. ·.

El Simbolismo Constructivo de la Francmasonería


2da. edición
H. ·. Alfredo Corvalán
Año 6010 de la V. ·.L. ·.

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Dedicatoria

A la Escuela de Cargos de la Resp: Log: Fe Nº 8 del Oriente


de Montevideo, cantera del magisterio masónico, con amor
y esperanza.

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BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Alfredo Roque Corvalán Fa (Córdoba, Argentina, 1935). Se graduó de abogado en


la Universidad Nacional de Córdoba, 1966. En 1986 obtuvo el título de Doctor en
Jurisprudencia, en Universidad del Salvador, Buenos Aires. En 1985 publicó Tratado
de Derecho Cooperativo Argentino (Editorial Adeledo-Perrot, Argentina).

Durante los periodos 2004-2006 y 2010-2011 fue Director de la Escuela de Cargos


de Oficiales y Dignatarios de Logia de la Resp.·. Log.·. Fe nº 8, de la Gran Logia de
la Masonería del Uruguay. También ha sido miembro Miembro de Honor de la Gran
Logia de Argentina de Libres y Aceptados Masones (2009-2014) y miembro
fundador del Instituto de Apoyo a la Docencia y Formación Masónica de la GLMU
(2014); desde 2008 es Miembro Permanente, Consultante y Asesor del Centro de
Investigaciones y Estudios Masónicos (CIEM) de la GLMU. Desde el año 2000 es
miembro activo de la Respetable Logia Del Progreso 789 de la Gran Logia de
Argentina de Libres y Aceptados Masones.

Miembro cofundador del Club Shriners de Uruguay, asociación civil sin fines de
lucro, integrante de Shriners Internacional, la mayor organización del mundo sin
fines de lucro reconocida por la ONU, dedicada a la atención de niños con
problemas traumatológicos y de quemaduras.

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Índice

Prefacio…………………………………………………….……….……. 7
Prólogo a la Segunda Edición…………………………………….10
Introducción...............................................................13
I. El esoterismo........................................................22
Los orígenes de la palabra en Occidente
Los orígenes de la palabra en Oriente
El tríptico del esoterismo
La forma del esoterismo
El fondo del esoterismo
La oposición esotérico – exotérico
Lo sutil
Analogías y correspondencias
Las ciencias ocultas
El sentido del esoterismo
II. La iniciación........................................................36
Iniciación virtual
Iniciación efectiva
III. Masonería Iniciática y Esoterismo Masónico...43
IV. La tradición hermética y sus símbolos..............52
Los símbolos sagrados
Origen y práctica de la geometría
Geometría sagrada y ciencia moderna
Aportes a la geometría arcana
Los principios de la geometría sagrada
Las formas y figuras geométricas
El circulo I
El cuadrado
La vesica piscis
El número de oro
Símbolos numéricos y geométricos
Aritmosofía geométrica
El circulo II
El símbolo de la horizontal y la vertical
El símbolo de la cruz

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El símbolo de la rueda
El símbolo de la escalera
El símbolo del árbol
El símbolo del viaje
El símbolo del puente
El símbolo de la puerta
El símbolo de la piedra
La simbólica de la alquimia
Los mitos
Los ritos
Los ciclos y los ritmos
V. Génesis del simbolismo constructivo masónico:
El templo de Jerusalén o de Salomón......................93
VI. El simbolismo de la masonería operativa y el
templo de Salomón……………………………………………….107
VII. La logia en la masonería especulativa…..……..130
VIII. El simbolismo del ritual de apertura de la
logia.........................................................................143
IX. El simbolismo del ritual de clausura de logia…152
X. Símbolos de la iniciación masónica....................155
La cámara de reflexión
Los viajes iniciáticos
Las tres grandes luces
La tetraktys y la iniciación masónica
Marcha, toque y signo
XI. El simbolismo de las herramientas de los gremios
operativos................................................................164
La plomada y el nivel
El mallete y el cincel
La escuadra y compás
XII. El simbolismo ritualista de los constructores.175
El mandil
Los guantes
La circunvalación del templo
Simbolismo de la luz
Simbolismo del nombre inefable

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XIII. Leyendas y mitos del mundo y de la
francmasonería……………………………...…..………………..192
Los mitos del mundo y su común origen
En la Orden Masónica
El mito supremo de la esperanza
XIV. Leyenda que remonta el origen de la Orden
Masónica al principio del mundo………….….….……….202
XV. Leyenda de la escalera de caracol................205
XVI. Leyenda del maestro arquitecto del Templo de
Salomón…
XVII. Leyenda de la palabra perdida.....................216
Síntesis y reflexiones finales
Bibliografía

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Prefacio
La decisión del Venerable Maestro de la Logia Fe, Respetable
Hermano Gonzalo Fernández, para que Ediciones de la Fe
concretara la segunda edición actualizada de esta obra me
alegra profundamente. No por ser el autor de la misma, sino
por estar requerida desde hace años tanto por Hermanos del
Taller como de otras Logias de la Obediencia. Prueba de ello
han sido las reiteradas sugerencias al respecto de la
Biblioteca de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay,
que sólo disponía de unos pocos ejemplares de la primera
edición, ya agotada, para ser cedidos en calidad de
préstamo a los hermanos que lo solicitaren.
Es de nobleza reconocer que el actual Venerable Maestro
de la Logia Fe aumentó significativamente el número de
libros publicados por la Edición de la Fe, la editorial de la
Logia Fe Nº8, consolidándola como valiosa herramienta de
la docencia masónica en el orden nacional y regional.
El proceso de revisión y actualización de esta obra, lo
experimenté como el andar, una vez más, por las sendas
sapienciales que nos ofrece el simbolismo constructivo de la
Orden.
Decimos los masones que no existen “casualidades” sino
“causalidades”, prueba de ello es que la reedición de
“Simbolismo Constructivo de la Francmasonería” se hace
pocos meses después de la presentación de la obra de mi
autoría “Masonería y Esoterismo”. El tema central de la
misma es el esoterismo masónico que tiene, precisamente,
como modo de transmisión del conocimiento el simbolismo
constructivo fundado en el significado de las herramientas
de los constructores.
Esta es la razón por la cual, la segunda edición de esta
obra, fue actualizada con un capítulo denominado
“Masonería Iniciática y Esoterismo Masónico”. Asimismo se
ampliaron los capítulos VI y VII incluyendo en el primero el
Principio Espiritual (El-Shaddai, el Todopoderoso, Dios), las

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leyes de Noé y los grados y sus rituales en la Masonería
operativa y en el segundo testimonios de la existencia en el
siglo XXI de logias con rituales de la Masonería antigua.
Sin perjuicio de ello, la revisión permitió precisar algunos
concepto básicos del simbolismo en todas sus ramas y
manifestaciones; cristalizando así la experiencia adquiridas
en más años de vida masónica.
Vaya mi agradecimiento, desde lo más profundo de mi alma,
a todos los hermanos de la Logia Fe, motivo central de
nuestros desvelos, y en particular a nuestro Venerable
Maestro, Respetable Hermano Gonzalo Fernández, quienes
fraternamente me dan su afecto y comprensión para
perseverar en el camino trazado, que no es otro que servir
a la docencia masónica, esencia misma de nuestra Orden.

El Autor

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Prólogo a la 2da. Edición

Hace más de dos décadas, la Log. ·. Fe Nº 8 puso en marcha


un movimiento interno renovador, al que se denominó
Perestroika. Se fijaron metas a corto y mediano plazo. Una
de ellas, fue contar con la posibilidad de publicar libros
masónicos, para mejorar la formación de los HH. ·...

Fue así que se formó “Ediciones de la Fe”, que realizó su


primera publicación en el año 2003.
La primera obra publicada fue “Los Landmark de la
Masonería”, de nuestro Q. ·.H. ·. Alfredo Corbalán. Desde
entonces, Ediciones de la Fe ha publicado 9 libros, seis de
ellos de la autoría del H. ·. Corbalán.
Al comenzar el ejercicio del cargo de Venerable Maestro de
la Log. ·. Fe con el que fui distinguido por mis Hermanos
hace casi dos años, me encontré con que varias obras del H.
·. Corbalán se encontraban agotadas. Tomé la decisión
entonces, de comenzar con la reimpresión de las mismas.
Así el año pasado se publicó la segunda edición de “Los
Landmarks de la Masonería”.
Para éste ejercicio masónico, decidimos publicar la segunda
edición de la obra “El Simbolismo Constructivo de la
Francmasonería”, no sólo por ser ésta la segunda obra del
H. ·. Corbalán publicada por Ediciones de la Fe, sino por ser
una de las que más demanda tiene entre los Hermanos de
nuestra Orden.
Al decir del H. ·. Corbalán, “…desde el surgimiento de las
primeras civilizaciones en el Asia Menor, Mesopotamia y
Egipto, el hombre nunca ha dejado de construir.” Y éste
autor nos da el ejemplo de quien permanentemente transita
el camino del constructor.
Para la reedición de ésta obra, el H. ·. Corvalán no sólo
procedió a su revisión, sino que la actualizó y amplió,
aportando al lector nuevos puntos de vista referentes al
tema central que nos presenta.

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En ésta obra el autor nos lleva de la mano a través de temas
masónicos, comenzando con un análisis profundo del
concepto de esoterismo, para luego transitar por los
símbolos, ritos, alegorías y tradiciones de nuestra Orden y
su significado.
La Orden Masónica está integrada por libre pensadores, lo
que constituye la antítesis del dogmatismo. En su obra el H.
·. Corvalán nos transmite la interpretación más aceptada del
mensaje que el símbolo quiere trasmitir, o su interpretación
personal.
Pero no nos sintamos aprisionados por aquellas conclusiones
que han alcanzado Hermanos con muy elevada erudición en
temas Masónicos. Demos total libertad a nuestro
pensamiento para que cada uno pueda llegar a extraer del
símbolo, el mensaje que entiende que aquel está destinado
a transmitir. Siempre que nos mantengamos dentro del
campo señalado por los Landmarks, la Constitución
Masónica que se aplica en el país a donde los caminos de la
vida nos hayan llevado, y los reglamentos particulares de la
Gran Logia y del Taller donde estemos actuando, podremos
dejar que nuestro pensamiento explore sin ataduras, y
alcanzar las interpretaciones que consideremos más
adecuadas. Aunque ellas no sean totalmente coincidentes
con las interpretaciones más clásicas, serán útiles para
proseguir en el estudio, aportando nuevos puntos de vista,
y quizá encontrando nuevos caminos que nos ayuden a
acercarnos al conocimiento de La Verdad.

Hago votos para que Ediciones de la Fe continúe tanto con


la publicación de nuevas obras, como con la reedición de
aquellas que se hayan agotado, para que todos los
Hermanos Masones puedan contar con éstos excelentes
medios de apoyo, para facilitar nuestro tránsito por el
Camino iniciático, que al decir del H.·. Corvalán “… nos
conduce de las tinieblas a la luz, de lo irreal a lo real, y de
la muerte a la inmortalidad.”

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Finalmente, quiero agradecer al Querido Hermano Alfredo
Corvalán por su trabajo permanente, intenso y
desinteresado, en pro de su Logia Fe Nº 8, de sus Hermanos,
y de la Masonería Universal.

Resp. ·. H. ·. Gonzalo Fernández


V. ·.M. ·. De la Resp. ·. Log. ·. Fe Nº 8,
2008/2010

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Introducción

Lo más característico de la masonería es su estrecha


identificación con la actividad constructora, de la que extrae
todos sus símbolos, ritos y tradiciones.
Tanto la historiografía como la tradición nos enseñan que
desde el surgimiento de las primeras civilizaciones en el Asia
Menor, Mesopotamia y Egipto, el hombre nunca ha dejado
de construir. Esta es la razón por la cual podemos estar
seguros de que ha habido una ininterrumpida generación de
nuevos maestros constructores recogiendo la experiencia de
sus sucesores.

Ese impulso constructor lleva a la masonería a considerar,


bajo una misma perspectiva y unidas por el mismo hilo
conductor, tanto las construcciones megalíticas de las
pirámides como Stonehenge, la catedral de Reims, el
parlamento de Londres, la torre de Eiffel, etc. Cada una de
estas obras merecerá una particular consideración cultural,
política y estética, pero todas ellas definen de algún modo
la espiritualidad de una época y obraron sobre los hombres
al mismo tiempo que aquellos obraron sobre ellas; en su
construcción sé hacía patente la verdad de la afirmación
masónica: “Lo que tú haces, te hace”. La acción sobre el
mundo es también acción sobre mí.

No obstante, debemos señalar, según lo enseña René


Guenón en su trazado sobre “La iniciación y los oficios”, la
iniciación masónica tiene como “soporte” el oficio de
constructor y por ende el simbolismo constructivo. Ello es
así porque en toda civilización tradicional la actividad del
hombre, cualquiera que ésta sea, siempre se considera
como derivada esencialmente de los principios; por esta
razón se podría decir que la actividad es de alguna forma
“transformada”, y en lugar de reducirse a lo que es desde
el punto de vista de la simple manifestación exterior (lo

14
cual es en definitiva la concepción profana), está integrada
a la tradición y constituye, para quien la realiza, un medio
de participación efectiva en ésta. Lo mismo ocurre desde
un punto de vista exotérico puro y simple: si se considera,
por ejemplo, una civilización como la civilización islámica o
la civilización cristiana de la edad media, no hay nada tan
sencillo como darse cuenta del carácter “religioso” que
revisten los actos más ordinarios de la existencia.

Es que la religión, en ellas, no es algo que ocupa un lugar


aparte, sin relación alguna con todo lo demás, como sucede
con los occidentales modernos; al contrario, toca
profundamente toda la existencia del ser humano, o mejor
dicho todo lo que constituye esta existencia. Y, en
particular, la vida social se encuentra como englobada en su
dominio de manera que, en tales condiciones, no puede
existir en realidad nada profano, excepto para los que, por
uno u otro motivo, se encuentran fuera de la tradición y
cuyo caso representa una simple anomalía. Pero todavía hay
algo más: si pasamos del exoterismo al esoterismo,
comprobamos de forma muy general, la existencia de una
iniciación que está ligada a los oficios y que los toma como
base; es así como estos oficios son todavía susceptibles de
un significado superior y más profundo. Se trata, en esencia,
del cumplimiento por parte de cada ser de una actividad
conforme a su propia naturaleza. En la concepción profana
– enseña René Guenón – un hombre puede escoger una
profesión cualquiera, y puede incluso cambiarla a voluntad,
como si esta profesión fuera algo únicamente exterior, sin
ningún vínculo real con lo que él es verdaderamente y con
lo que hace que sea él mismo y no otro.

Si el oficio es algo del hombre mismo y, de alguna manera,


una manifestación o una expansión de su propia naturaleza,
es fácil, comprender, que pueda servir de base para una
iniciación, e incluso que sea, en la generalidad de los casos,

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lo más idóneo que exista para tal fin. En efecto, si la
iniciación tiene esencialmente por objetivo de superar las
posibilidades del individuo humano, no es menos cierto que
como punto de partida sólo puede tomar a este individuo tal
como es; de ahí la diversidad de las vías iniciáticas, es decir,
en pocas palabras de los medios utilizados como “soportes”,
de acuerdo con las diferencias de las naturalezas
individuales. En nuestro caso el “soporte” de la iniciación
masónica es el simbolismo constructivo, en la medida que
traduce realmente una naturaleza interior. Esta es la
diferencia fundamental que separa la enseñanza iniciática de
la enseñanza profana: lo que es simplemente “aprendido” de
lo exterior no tiene ninguna importancia; la cuestión que
aquí se plantea –según Guenón- es “despertar” las
posibilidades latentes que el ser lleva en sí mismo.

Sabemos que los "landmarks”, o más propiamente los


“ancients landmarks” (antiguos limites) son los principios
fundamentales de la orden, que hacen a su esencia y por
ende inherente a la naturaleza de la misma. En otras
palabras, aquellos que hacen que la masonería sea
masonería y no otra cosa. Entre esos “landmarks” se
encuentra el del simbolismo contractivo.

La masonería es una institución iniciática y esotérica que


revela sus enseñanzas a través de determinados códigos
basados fundamentalmente en el simbolismo constructivo.
Esto se debe a que la masonería actual es en gran parte
heredera de los antiguos gremios de constructores, y
aunque hoy en día los masones ya no construyamos
edificios, sin embargo ese simbolismo sigue estando vigente,
entre otras razones, porque es consubstancial a la orden
masónica y constituye sus señas de identidad y su razón
misma de ser. Albert G. Mackey se refiere a él, como número
XXIV en su listado, en los siguientes términos:
“Otra marca de la orden es el establecimiento de una ciencia

16
especulativa sobre un arte operativo, y el uso simbólico y
explicación de los términos de este arte con propósitos de
enseñanzas morales. El templo de Salomón fue la cuna de la
orden; y por tanto, la referencia a la masonería operativa
que construyó el magnífico edificio, a los materiales y
herramientas empleados en su construcción y a los artistas
que intervinieron en la obra; son partes esencialmente
componentes del cuerpo de la francmasonería, y no es
posible substraer ninguna de ellas sin destruir la identidad
de la orden. De aquí que todos los modernos ritos
masónicos, por mucho que difieran en otros aspectos,
mantengan religiosamente la historia de dicho templo y sus
elementos operantes como sustrato de todas las
modificaciones introducidas en el sistema masónico”.

Recordemos, por otra parte, que las grandes logias regulares


(potencias masónicas) han aceptado, tácita o expresamente,
los “landmarks” contenidos en el listado de Mackey, en
particular el del simbolismo masónico. En este punto, las
posiciones, en lo esencial, son unánimes.
Asimismo, cuando abordamos el tema desde el punto de
vista iniciático en “Los Landmarks de la Masonería” (Antiguos
Límites) hicimos una síntesis de las enseñanzas de Cox
Learche en su obra “La Regularidad Masónica en una Nueva
Luz” (Los landmarks) en los siguientes términos:
“La masonería se distingue de otras instituciones por su
carácter simbólico. Todo su sistema está basado en el
simbolismo. Lo que es aún más significativo, ella contiene
en su simbolismo, el ritual de la divinidad.”
“Podemos definir a un símbolo, como cierta forma externa y
tangible de una realidad subjetiva indescriptible. Vale decir
que todos los símbolos tienen un aspecto externo fácil de
ver, y uno interno, oculto que debe ser descubierto, es un
medio para revelar el significado que yace detrás de la forma
externa de las cosas”
“Cuanto existe en el universo es, por tanto, un símbolo de

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algo, por la expresión o representación de alguna realidad
interna natural pero invisible: belleza, fuerza. Sabiduría,
armonía, poder, vida, obediencia, inteligencia, persistencia,
creación, etc.”
“La masonería se basa en el aspecto subjetivo y eterno que
revelan los símbolos, no en cierta forma externa de los
mismos. Por eso decimos que se basa en el simbolismo y
no en determinados símbolos”
Sabemos que los seres de la creación son la manifestación
simbólica de una energía invisible que ellos mismos
contienen en su interior.

Si observamos el mundo que nos rodea, veremos que la


creación entera constituye un código simbólico y armónico,
y que todas sus partes en estrecha relación entre sí, nos
muestran una realidad oculta y misteriosa, a la cual
únicamente podemos llegar si traspasamos la apariencia
formal y penetramos en su profundo contenido por eso
decimos que la simbólica es la ciencia que enseña al hombre
investigar en los misterios del cosmos y la naturaleza,
expresados también en las creaciones unánimes de la
cultura, empleando al símbolo como vehículo de
autoconocimiento.

Por la vía simbólica se practica el arte por excelencia: el arte


de conocerse a sí mismo. Pero debemos advertir que los
símbolos no constituyen una finalidad en ellos mismos. No,
el símbolo es sólo un vehículo de expresión y conocimiento,
y ver en el un fin sería caer en las tentaciones de superstición
y de la idolatría, que, no logrando traspasar las apariencias,
se quedan apegadas a ellas confundiendo al símbolo con la
energía en él simbolizada.

El símbolo toca los sentidos, haciendo posible que lo


abstracto, lo metafísico, se concrete de alguna forma, y al
mismo tiempo posibilita que el ser humano, partiendo de esa

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base sensible, establezca una comunicación con otras
esferas más sutiles, y con ideas y energías que si no fuera
por su mediación muy difícilmente podría experimentar.
El símbolo es un instrumento a través del cual las ideas más
elevadas descienden al mundo concreto, y a la vez es un
vehículo que conduce al hombre, desde su realidad
material, hacia su ser verdadero y espiritual.
Es obvio que no estamos refiriendo al modo de expresión
simbólica sagrada y no al profano.

Mientras los símbolos sagrados son exactos y su contenido


se encuentra expresado de una manera precisa en las
distintas formas que adquieren, los profanos, en cambio, son
insignificantes, inventados por los hombres para sus fines
particulares y personales.
Algunos signos profanos – como los utilizados por las normas
que regulan el tránsito, por ejemplo -, indican meras
convenciones más o menos arbitrarias. Los sagrados existen
en la propia naturaleza del hombre y del universo, y son
incluso anteriores a ellos.
Los símbolos profanos en general actúan en el psiquismo
inferior, y muchas veces pretenden expresar ideas que
verdaderamente no contienen. Los sagrados tocan aspectos
profundos y sutiles del ser y son más bien promotores de
conciencia.

La masonería emplea el simbolismo sagrado y el ceremonial


para dramatizar e ilustrar, en forma animada, el proceso
evolutivo en la vida humana con el fin de ayudar a su mejor
comprensión. Los símbolos no sólo nos muestran un
esquema de cómo se desenvuelve la obra y el plan del Gran
Arquitecto de Universo sino que, lo que es más significativo,
despliega el hecho de que esa obra se realiza a través de
nosotros y que el futuro de la misma depende de la
comprensión de esa verdad.
Los misterios que guarda nuestra orden pueden ser

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comunicados únicamente por medio de símbolos, porque,
para nuestro propio bien, estos tienen la virtud de revelar,
al que los mira, solo aquellos secretos sobre los misterios
de vida que está en condiciones de recibir y tiene capacidad
para utilizar.
En el simbolismo masónico se emplea mucho las
herramientas de la construcción, no solamente porque están
relacionadas a la construcción de sí mismo y del templo, sino
porque toda herramienta es significativa desde el punto de
vista simbólico.
De estos símbolos se desprenden profundas verdades
espirituales y significados subyacentes. Debemos tratar de
descubrir que nos dicen. Al descubrirlo, nos descubriremos
a nosotros mismos.
Ahora si no vemos la luz en él, es porque no estamos todavía
en condiciones de recibirla.

Pero, para experimentar la acción del símbolo sagrado, en


toda su fuerza, es preciso asumir una adecuada actitud
receptiva que nos permita abrir la mente a su influjo, es
primero imprescindible despojarse de los prejuicios y
preconceptos que se interponen como un muro entre la
energía simbolizada y nuestra conciencia; es necesario
también destruir los viejos esquemas aprendidos del mundo
profano que impiden el conocimiento directo. Una vez que
se ha producido una verdadera vacuidad de la mente, un
espacio vacío que permita que las energías sutiles penetren
en nuestro interior, será posible que experimentemos la
acción despertadora del símbolo y que construyamos
esquemas mentales capaces de conocer lo arquetípico con
lo que finalmente nos identificaremos.
Para que esto ocurra es necesario una acción y una
recepción: que tratemos de penetrar en el interior del
símbolo, buscando su esencia invisible y que a la vez
permitamos que su energía penetre nuestra propia
interioridad y desde allí actúe.

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Mucho se comenta hoy día que el hombre únicamente utiliza
un pequeño porcentaje de sus potencialidades cerebrales y
sensibles; y ni que decir de las espirituales que casi son
totalmente desconocidas, pues se confunde lo espiritual con
lo sentimental y lo psicológico, y hasta con lo moral.

Siempre se ha dicho que es posible despertar esas


potencialidades dormidas y conocer otras posibilidades de
nosotros mismo y variadas dimensiones del ser universal;
esta es, precisamente, la tarea que realiza el símbolo
sagrado cuando se imprime en nuestro interior: promueve
imágenes y visiones, actúa de modo efectivo y posibilita el
conocimiento de otros estados de la conciencia y del ser.
Otro aspecto más del simbolismo sagrado y que no puede
dejar de considerarse en nuestra orden porque hace a su
esencia, es su carácter iniciático.
La iniciación ocurre justamente cuando logramos salir de lo
amorfo del mundo profano e ingresamos en el interior del
templo, es decir en nuestra propia interioridad. Allí comienza
un proceso de transmutación interior. Deberemos pasar
todas las pruebas y trabajos correspondientes a cada grado
del simbolismo masónico, para avanzar en el camino de la
liberación que nos conectará con el mundo verdadero. No el
de las apariencias.

La iniciación efectiva implica, además de la transmisión de


una influencia espiritual por una organización tradicional
regular, la apoyatura exterior para la realización del trabajo
interior imprescindible para alcanzar.
Esta apoyatura exterior – que sirve de ayuda pero que nunca
sustituye el imprescindible trabajo interior- se concreta en
una enseñanza tradicional.
En este último aspecto, deben concentrar los esfuerzos
todos los integrantes del taller, para ayudarnos a pasar
nuestro ser, de escalón en escalón, a través de los diversos
grados de la jerarquía iniciática para la meta de

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perfeccionamiento integral que nos propusimos al ingresar a
la orden.
Este y no otro, es el propósito de esta obra. Para lo cual
iremos abordando en distintos capítulos los temas que
hacen, a nuestro modesto entender, al simbolismo
constructivo de la masonería.

Soy un convencido que para la mejor compresión del “arte


real” es necesario no solo conocer la simbólica en general
sino también los aspectos iniciáticos y por ende esotéricos
de la orden. Por tal razón, he creído conveniente introducir
como capítulos preliminares de esta obra los que den
respuesta a dos preguntas básicas. Estas son:
¿Qué es el esoterismo? Y ¿Qué es la iniciación?
Luego sí podremos abordar, con mayor solvencia, el
“hermetismo”, entendemos por tal el conjunto de
conocimientos esotéricos y cosmogónicos de las culturas
egipcias, griega y romana, así como los derivados de la
tradición judía y del esoterismo cristiano e islámico,
magníficamente sintetizados durante la alta edad media y el
renacimiento y trasmitidos por medio de numerosísimos
textos sagrados – integrantes de lo que se ha llamado el
“Corpus Hermeticum” – a través del simbolismo
constructivo, numérico y geométrico, y particularmente por
intermedio de la cábala, la alquimia y el tarot.
Estos temas, empezando por el esoterismo y la iniciación,
ocuparan nuestra atención.

22
CAPITULO I – El esoterismo

Soy consciente que el esoterismo provoca controversias,


sobre todo en el campo profano, no sólo sobre sus temas,
su historia y sus métodos, sino sobre su ser mismo, sobre
su realidad y su sentido.

Por ello, fue necesario consultar obras de un adecuado nivel


académico conforme al propósito de esta obra.
¿Qué es el esoterismo?
Precisamente, así se denomina
un libro que tiene sus fuentes
en la tesis universitaria que
Pierre A. Riffard presentó en la
Universidad de la Sorbona
(París – Francia) en 1987. El
autor es doctor en filosofía y
letras, materias que impartió en
Francia, Laos, Siria, Polinesia y
África. La obra de casi 500
páginas, fue editada en
español, por primera vez, en
México por la editorial Diana en
septiembre del 2000.
Otra obra de consulta importante es el Diccionario Esotérico
Zaniah (editorial Kier, 470 págs.).
Por último, la obra “Espiritualidad de los movimientos
esotéricos modernos” de Antoine Faivre y Jacob Neeleman
(editorial Paidos Orientalia, 550 págs.)
En una apretada síntesis abordará en este capítulo los
siguientes temas: la palabra en occidente y en oriente y el
tríptico del esoterismo (la forma, el fondo y el sentido). Para
ello, también es necesario referirse a las invariantes del
esoterismo y a dos principios importantes: la sintonía y la
reversión.

23
Los orígenes de la palabra en Occidente
Aristóteles (384 – 322 a. C.) representa una cumbre de la
filosofía occidental. Su pensamiento dominó el pensamiento
occidental y árabe durante siglos. Fue el más brillante de
los alumnos de Platón. Se ha dicho y repetido que el adjetivo
“esotérico” aparece con él por primera vez en su obra “La
política”, también en su “Metafísica” y en la “Ética a
Nicómaco”. Pero esta posición es seriamente cuestionada
por quienes sostienen que el esoterismo no le debe a
Aristóteles nada más que un antónimo: “exotérico”. Ahora
bien “esotérico” aplicado a Aristóteles, designa sus obras
filosóficas, publicadas póstumamente, y que fueron sus
cursos, en oposición a sus diálogos de juventud a los que
Aristóteles llama “discursos exotéricos”, y que publicó él
mismo, pero que hoy están perdidos por completo. Por
extensión, en las escuelas filosóficas de la Grecia antigua se
llama “esotérica” a la enseñanza impartida a un auditorio
avanzado, en general además de otra instrucción. Esotérico
quiere decir aquí “reservado”. Es por ello que los diccionarios
consideran “esotérico” algo “comunicado solamente a los
adeptos conocidos y escogidos (iniciados)”.

Fue en realidad Clemente de Alejandría, un pagano estoico


convertido al cristianismo, nacido en Atenas hacia el año 150
d. C., con quien parece por primera vez el sentido “oculto”
de lo esotérico. El texto data de alrededor de 208 y figura
en “los Estrómatas” y dice “y los aristotélicos decían también
que entre sus obras unas son esotéricas y otras comunes y
exotéricas”. Clemente expresaba: “El conocimiento no está
al alcance de todos, pues escribir para las masas es como
tocarle la lira a un asno”.
Gracias a Clemente de Alejandría se encuentra planteada la
opción “esotérico” – “exotérico”. Para la acepción profana
es esotérico lo que es difícil de comprender sin formación
previa, la palabra limitada en cuanto a su auditorio. Aquí
esotérico es lo que es incomprensible para quien no tenga

24
una clave explicativa o la educación requerida. Por otra
parte, la acepción sagrada insiste en lo oculto. Es esotérica
el ser, la obra, que es hermética en la forma y gnóstica en
el fondo. Más adelante veremos que se trata cuando
hablemos de hermetismo y gnóstico. Aquí esotérico es lo
que concierne a una doctrina que utiliza diversos
procedimientos de ocultación y que contiene una enseñanza
secreta y regeneradora.
El diccionario esotérico expresa sobre el vocablo (del griego
eiso – theo: yo hago entrar) es decir darle paso al
conocimiento de una verdad oculta. El mismo diccionario
califica al esoterismo como “la síntesis de la divina sabiduría,
la verdad, la eterna realidad de las cosas”.
En Oriente, en la
India, entre los
hinduistas, se observa
la identificación del
esoterismo con el
conocimiento. Hablan
de “veda” (ciencia,
saber), y “vidya
“(sabiduría); estas dos
palabras tienen la
misma raíz “vid”
(conocer, ver), que
recuerda al latín
“videre” (ver). Otra
raíz es “jña” (conocer,
saber), de la cual se
deriva “ñana” (gnosis) y “prajña” (sapiencia). Estas palabras
abundan en los textos indios. La tradición india admite
generalmente la fecha de 1.600 a. C. para la constitución del
vedismo primitivo, con los “veda”. Al parecer el hinduismo
brahmánico, que comienza con los “brahamana” data del
siglo VII a. C., y el hinduismo clásico, con el “ramayana”, del
siglo III a. C. El hinduismo tantrista aparece mucho más

25
tarde, en 424. Los hinduistas y los budistas utilizan en común
una misma palabra: “tantra”, que designa libros esotéricos o
una doctrina esotérica. La raíz “tan”, “ta”, “tender,
extender”.

En cuanto al antiguo Egipto, que se desarrolla durante largos


siglos, va desde el rey del sur, Menes, (3315 a. C.) hasta la
arabización en el 642. Las enseñanzas de los “misterios” se
impartían en centros iniciáticos entre los cuales los más
conocidos son “Heliópolis” de Egipto (en 2680 a. C.),
“Hermópolis”, “Menfis” (2490 a. C.) y, finalmente, Tebas.
Con Amenofis IV – Akhenetón (1366 a. C.) tuvo lugar una
reforma importante y esotérica de la religión egipcia.

El tríptico del esoterismo


Para el esoterólogo (investigador) el esoterismo se presenta
como un tríptico del que vemos dos partes: el hermetismo
(lenguaje cerrado) y la gnosis (conocimiento regenerador).
Pero detrás de la forma (el hermetismo) y el fondo (gnosis),
está lo esencial, el “sentido” del esoterismo, su espíritu, lo
que le da valor y vida.

La forma del esoterismo


Quien dice esoterismo dice disciplina del arcano. En efecto,
el criterio del esoterismo que se conserva en general, la
característica más visible, la afirmación que repiten más a
menudo los esoterístas es el culto del secreto. De ahí el
hecho que la voluntad de conocimiento del esoterólogo se
tope de inmediato con la voluntad de secreto del esoterista.
Por lo tanto, el primer paso es hacia atrás: el que empieza a
entender el esoterista comienza a comprender que no
comprende, que no va a comprender, al menos por mucho
tiempo.
¿Cómo se define la disciplina del arcano? Conocemos
múltiples formulaciones. En el occidente cristiano se
conserva la imagen evangélica: “No echéis vuestras perlas

26
a los cerdos”, por otro lado se cita el famoso verso de
Pitágoras que figura en su “Discurso sagrado”: “Contaré para
los iniciados: profanos, cerrad las puertas”, y así pensamos
en los templos masónicos a cubierto de los profanos, en los
rituales escritos bajo el velo de los símbolos, en las palabras
de pase, en las palabras sagradas.
La disciplina del arcano puede definirse como la obligación
ritual de guardar en secreto una enseñanza o una práctica
esotérica. Esta disciplina es natural en el esoterismo
(aparece espontáneamente en todos los que se ocupan de
la gnosis). Y si es natural en el esoterismo, se debe a que
éste cree basarse en la naturaleza. A su modo de ver, la
naturaleza es esotérica y la imita. Sé que esto parece
extraño pero no lo es en absoluto. El místico y el religioso
se apartan de la naturaleza, pero no el esoterista, para él la
naturaleza es el cuerpo divino, es un libro escrito en
símbolos. Los esoterístas dicen explícitamente que la
disciplina del arcano se basa en la naturaleza. La declaración
regresa a ellos como un refrán. Es más fácil comprender que
la disciplina del arcano es fundamentalmente simbólica si
consideramos que un símbolo se define como una
correspondencia natural de significante a significado, como
un lazo entre una realidad de la naturaleza como el sol y
una verdad del espíritu como lo divino.

Pero no se trata de una especie de naturalismo. Si no que


cuando se dice que el esoterismo “imita” a la naturaleza se
trata de una puesta en correspondencia efectiva y una obra
de analogía. Más adelante, veremos de que se trata cuando
hablamos de correspondencias y analogías.
Por ello es muy importante saber que lógica debe adoptar
el esoterólogo para analizar un tema esotérico. Obviamente
debe adoptar una lógica de la misma naturaleza porque la
lógica exotérica se basa en la oposición entre el objeto y el
sujeto, en tanto que la lógica esotérica se basa en la
homología del hombre y el mundo. La lógica exotérica

27
considera al hombre un extraño en el mundo y el saber cómo
una construcción intelectual y cerebral adquirida con
grandes esfuerzos en el curso de la historia; por su parte la
lógica esotérica estima que “lo semejante conoce lo
semejante” y que “lo contrario conoce lo contrario”, pues
“todo está en todo”, “el microcosmo resume al
macrocosmo”. La lógica esotérica utiliza un lenguaje
simbólico que establece relaciones no convencionales entre
el significante y el significado.

El fondo del esoterismo


Como antes dijimos, el esoterismo presenta dos aspectos, la
forma esotérica que es el hermetismo, organizado en
disciplina del arcano y, por la otra, el fondo esotérico que
es la gnosis.
Ante todo no debemos perder de vista que en el esoterismo
no se oponen la forma y el fondo sino que, por el contrario
- y esto distingue al esoterismo de la religión que opone la
letra al espíritu - el fondo y la
forma son inseparables; el
Hermetismo supone la gnosis (el
conocimiento) y la gnosis
conlleva el hermetismo, pues la
ocultación es en sí misma un
conocimiento y no sólo un manto
que sé hecha sobre el tesoro,
una válvula que esconde la luz.
La pregunta es ¿qué es la gnosis? No hablaremos de ninguna
gnosis en particular (esoterismo budista, chino, cábala
hebrea, cábala cristiana, sufismo, gnosticismo, etc.) sino del
concepto abstracto, en general. Entonces la pregunta es:
¿cuáles son los componentes de la gnosis? No se trata de
descubrir pensamientos sino invariantes, constantes, ideas
esotéricas comunes a todos los esoterismos debido a su
abstracción.
Por factores de espacio, no me será posible referirme a todas

28
ellas, sólo me referiré, brevemente, a las más significativas:
la oposición esotérico - exotérico, lo sutil, analogías y
correspondencias, las ciencias ocultas y la iniciación.

La oposición esotérico - exotérico


Los textos esotéricos anuncian firmemente que la gente de
adentro no es de fuera. La disciplina del arcano supone esta
afirmación: “Voy a cantar para los iniciados: profanos cerrad
las puertas”. Existen, pues, por un lado los iniciados y por
otro los profanos. Los primeros tienen derecho a entrar y los
segundos él deber de salir. El sabio y el ignorante no podrían
colocarse en un mismo rango, como tampoco la piedra
preciosa y la piedra común pueden estar en un mismo lugar.
La pregunta surge de por sí: ¿Qué hace un iniciado? El
iniciado es el que tiene el conocimiento, está en posesión
de gnosis.
Ahora bien, si la separación entre iniciados y profanos fuera
clara, no existiría ningún iniciado, puesto que no sería
posible la iniciación, ya que nadie podría ponerse en
contacto con un iniciado para convertirse también en
iniciado. Entonces ¿a qué corresponde, pues, la dicotomía
iniciado - profano? Tiene una connotación simbólica. La
separación de la humanidad en dos grupos corresponde a
la distinción de dos mundos, el inteligible y el sensible. La
oposición mundo de la luz versus mundo de las tinieblas.
Esta oposición es el signo de una metafísica; pero también
la marca de una ética: distinguir a iniciados de profanos es
exigir una elección, empujar a que determine su voz: “Dios
o el demonio”, “la luz o las tinieblas”. Diríamos en términos
masónicos: elegir entre el camino a oriente, el mundo de la
luz o el camino a occidente, el mundo de las tinieblas.

Se podría decir que la distinción entre esoterístas y


exoteristas es la parte exotérica del esoterismo. Es el
anuncio de “los de adentro” a “los de afuera”, un mensaje
metafísico y precepto iniciático: “escoged el espíritu”.

29
Si no se subrayara esto no se comprendería por qué los
esoterístas hablan, escriben y construyen tanto. En un último
análisis, la ambición del iniciado es suprimir a los profanos,
pero para convertirlos en iniciados, lo sutil se trata de un
tema particularmente difícil, tal vez imposible de tratar. El
esoterista cree en lo sutil. ¿Pero qué es lo sutil?

Para el esoterista lo sutil es el tejido mismo del ser. Para el


esoterista el ser en su sustancia participa de lo material y de
lo espiritual, y sólo participa de ello, pues no es
verdaderamente material ni espiritual y, sobre todo, no es
enteramente uno u otro, ni siquiera uno y otro. Lo sutil no
es lo tenue, como un fluido o un vapor. Su estatuto
ontológico es el de unión de los complementarios (materia
– espíritu) y participación (puesta de correspondencia de
todo con el todo); estos dos principios son uno en la medida
en que las cosas participan en contrarios. Lo sutil es
corporeidad y se fundamenta metafísicamente y se descubre
metodológicamente por lo que se llama “doctrina de las
correspondencias”.
Desde un punto de vista fenomenológico lo sutil se vive
como un mundo lleno de sentido con centros
particularmente significativos.

Analogías y correspondencias
¿De cuándo puede datar la doctrina de las analogías y las
correspondencias? Se pueden encontrar indicios en el arte
prehistórico. La Venus de Lausset data de un período situado
entre el gravesiano y el solutrense, por lo tanto alrededor de
20. 000 años a. C. En cuarenta y cuatro centímetros de
altura se ve una mujer, de acentuadas formas femeninas,
que lleva en una mano una luna en creciente con catorce
estrías; por lo tanto, se indica figurativamente una analogía
entre el ciclo de la luna y el de la mujer. Se establece una
relación significativa entre la fecundidad de la mujer y la
fertilidad de la luna, una duración humana y un tiempo

30
celeste. Se podrían encontrar otras analogías en los ritos
prehistóricos, funerarios o iniciáticos. En Platón la analogía
tiene diversas funciones: permite superar los límites de la
experiencia y representa lo inmaterial (el alma, las ideas, los
dioses), unifica lo múltiple, identifica lo diverso y descubre
lo desconocido.
La doctrina de las analogías y las correspondencias existe en
todas partes y en todos los esoterismos.
Son correspondencias simbólicas y/o reales entre todas las
partes del universo visible o invisibles (“lo que está arriba
es como lo que está abajo; lo que está abajo es como lo
que está arriba...”). Aquí descubrimos la antigua idea del
microcosmo (el hombre) y el macrocosmo (el universo). Se
considera que estas correspondencias están más o menos
veladas a primera vista, y deben por consiguiente ser leídas
o descifradas. El universo entero es un gran teatro de
espejos, un conjunto de jeroglíficos para descifrar; todo es
signo, todo encubre y manifiesta el misterio.

Las ciencias ocultas (ejemplo, la hermenéutica)


No hay un esoterismo que no haya recurrido a las ciencias
ocultas. El cabalista se interesa en la ciencia de las letras; el
pitagórico en las de los números; el yogui del mantra yoga,
en la ciencia de los sonidos; el universista en la ciencia del
calendario, etc.

Pero hay una ciencia, las más oculta de todas, que puede
contener por sí sola al esoterismo. Se trata de la
hermenéutica. Para el esoterólogo esta ciencia tiene la
ventaja sobre las demás ciencias ocultas de adoptar la forma
de textos, y por lo tanto de documentos.
Los esoterístas consideran que los sabios (teólogos, filósofos
y científicos) hacen creer que hay una realidad, la realidad.
Ahora bien, esta realidad es sólo su realidad, o más bien
su realización. Sólo tienen un punto de vista, pues la
objetividad misma es solamente una actitud entre otras. En

31
contra de estas visiones del mundo, el esoterista quiere
oponer el dominio infinito de la libertad, de la interpretación
y del espíritu, y para él todo es interpretación. No hay hechos
ni cosas, sino sólo acontecimientos ya interpretados o por
interpretar. Se escoge un hecho y se lee un hecho. La
interpretación engendra los hechos y no el hecho las
interpretaciones.

Esto significa que todo está oculto, que hay que escrutar
todo, que pocos escrutan y que escrutando se encuentra el
sentido auténtico y la intención verdadera. Para el esoterista
las cosas no sólo cosas, sino también símbolos. El sol es el
sol (según un principio lógico de identidad que no aporta
ningún conocimiento) y es también un símbolo, representa
otra cosa que no es del todo otra, puesto que hay una
relación natural de parentesco y que no es por completo
cosa, puesto que el sol se convierte en el significante
material de un significado espiritual.
No queremos dejar de señalar que la hermenéutica, ciencia
oculta de la interpretación, es funcional a la iniciación. Para
el esoterista no hay dos verdades, la exotérica y la esotérica,
sino niveles de comprensión.

32
La iniciación
¿Qué camino permite pasar del estatuto (relativo) de no
iniciado al estatuto (relativo) de iniciado? Este camino es la
iniciación. La cuestión de la iniciación es inmensa. La
iniciática es la otra vertiente del esoterismo, su vertiente
evolutiva.
Los griegos ya distinguían la iniciación como ceremonia, en
tanto que ritual, y la iniciación como proceso de
perfeccionamiento espiritual, en tanto que metamorfosis.
No obstante las dos nociones están ligadas.
El fundamento del esoterismo se ha buscado en varias
direcciones, pero se pueden reducir a dos principales: la
tradición primordial y la experiencia espiritual.
Los defensores de la tradición, los tradicionalistas, plantean
que tanto el fundamento del esoterismo como su criterio se
encuentran en una metafísica divina, independiente de los
hombres y las culturas; eterna y universal. Los que
defienden la segunda solución ya no busca el fundamento
del esoterismo en un conocimiento transmitido sino en un
contacto directo, personal y sutil. Se les puede llamar
directistas. Es esotérico no lo que tiene que ver con la
tradición, y por lo tanto ortodoxo, sino lo que se revela en
una experiencia espiritual, y en consecuencia lo que es
místico. El criterio se convierte en auténtica liberación, la
iniciación efectiva, la iluminación, el despertar, la éntasis.
Los tradicionalistas insisten en la gnosis, y los directistas
en la iniciación.
La oposición entre estas dos concepciones no es absoluta.
La transmisión de la tradición supone la iniciación. A la
inversa, la iniciación conlleva una enseñanza.

La sintonía
Hemos visto que el esoterismo incluye dos aspectos, la
gnosis (conocimiento regenerador) y el hermetismo
(lenguaje cerrado). La gnosis, que parece una teoría, es más
bien una práctica que consiste en una búsqueda continua y

33
en hallazgos intermitentes; el hermetismo, que parece una
práctica, es más bien una meditación sobre la lectura y la
escritura de los símbolos. Y este arte de escrutar que
caracteriza profundamente al esoterista es a la vez examen
y descubrimiento. Escruta para ver bien, y ve para gozar de
su vista y su visión. El esoterismo es un conocimiento - gozo
y esta es una de las significaciones principales del
esoterismo.
El esoterista goza como goza el mundo. Este es un fenómeno
que tiene que ver con el conocimiento: lo semejante conoce
sólo lo semejante; y un fenómeno que tiene que ver con la
vida es que el esoterista se vuelve semejante al misterio y el
microcosmo activa sus correspondencias con el
macrocosmo. Se puede llamar sintonía a este principio. Hay
participación en un mismo y único secreto. Actúan las
mismas leyes y funcionan las analogías. La sintonía, es decir,
etimológicamente “estados semejantes” son una homología
en acto.
La sintonía es el equilibrio entre el interior y el exterior; la
estabilidad entre lo esotérico y lo exotérico; la continuidad
entre el microcosmo y el macrocosmo. El principio de
sintonía se encuentra en todos los niveles del esoterismo.

La reversión
En este punto lo primero que hay que observar, y que es
muy evidente, es que el pensamiento esotérico es muy
distinto al pensamiento “ordinario” del hombre de la calle, y
al del filósofo. El pensamiento esotérico y el pensamiento
exotérico no tienen ni los mismos objetivos ni los mismos
métodos ni el mismo criterio. La lógica exotérica es una
dialéctica en el sentido de discurso racional mientras que la
lógica esotérica es una analéctica en el sentido de palabra
analógica (relación de semejanza entre cosas distintas).

La lógica exotérica se basa en el principio de no-


contradicción mientras que la lógica esotérica se basa en el

34
principio de solución de oposiciones. Además, la lógica
exotérica utiliza el principio de causalidad mientras que la
lógica esotérica utiliza el de interpretación. La significación
se pone adelante y no después; de ahí se vuelve necesaria
la hermenéutica, ciencia oculta a diferencia de la ciencia
natural.
Esta inversión del pensamiento es general en esoterismo. La
reversión es una mutación del pensamiento, el paso de lo
exotérico a lo esotérico, por medio de la cual se realiza una
idea en el sentido inverso de su trayectoria anterior.
El espíritu regresa sobre sus pasos para recorrer
enteramente el camino del ser y del no ser. El esoterista
produce un pensamiento devuelto, utiliza una lógica de la
convertibilidad.
Acaso, ¿hace todo esto el esoterista para reservar sus
conocimientos, para ocultar como un fin en sí mismo? No.
El esoterismo no es la negativa a comunicar sino el arte de
no vulgarizar; se trata de decir y no de hablar en vano.
El esoterista no quiere construir empalizadas que impidan el
conocimiento, sino escalas que den acceso a él. Según ellos,
los procedimientos herméticos son los medios más eficaces
para comprender lo absoluto, pues la metáfora dice más que
la descripción. Los esoterístas estiman también que lejos de
esconder el misterio, lo relevan y proporcionan su clave.
Repiten las palabras de Jesús: “Porque nada está encubierto
que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de
saber” (Mateo, X, 26), al tiempo que afirman la disciplina del
arcano (“...Ni echéis vuestras perlas a los cerdos” Mateo,
VII, 6).

Cosmológicamente el esoterista se representa al mundo


como un conjunto graduado y circular a la vez, en el que
todo está en interacción porque los dos extremos se unen.
Lo más alto se identifica con lo más bajo. Lo más espiritual
se convierte en lo más material: la imagen del espíritu más
sutil se encuentra en la materia más densa: el diamante.

35
Gnoseológicamente lo que se piensa en el plano de la
hermenéutica se realiza en el plano de la percepción, es
decir, que el sentido profundo corresponde al sentido
espiritual. La reversión es el arte de regresar al origen.

El sentido del esoterismo


El esoterista piensa abarcar lo simple y lo complejo. Postula
un conocimiento no sólo total, es decir, que se extiende
universalmente, que atañe al conjunto de los principios y los
fines, a la esencia del ser, sino incluso completo, es decir,
que llega en las partes, hasta el porvenir. A través del
juego de las correspondencias y analogías y de los números
y del uso de las artes y ciencias ocultas, el esoterista sostiene
que puede conocer él todo y las partes. Escruta hasta el
detalle, penetra incluso en lo incognoscible y esto lo hace
sin recurrir a la revelación divina, fuera de los límites de la
razón. El esoterista, destructor de límites, lo es también
respecto del hombre; para él, el hombre perfecto es un
modelo, pero también una posibilidad; es una realización,
pues el no iniciado puede convertirse en iniciado y
desarrollar poderes inmensos en él. Al parecer, lo que
separa al esoterismo de todo pensamiento racional es esta
idea de perfeccionamiento realizable, de conocimiento
completo y de hombre perfecto.

En esta etapa, como dijimos al comienzo de este capítulo,


para el esoterólogo, es decir para el estudioso del
esoterismo, éste se presenta como un tríptico del que vemos
dos partes: la forma (el lenguaje cerrado, el hermetismo) y
el fondo (la gnosis; el conocimiento pero no cualquier
conocimiento sino el conocimiento que permita descubrir y
experimentar el misterio). Pero detrás de estos paneles, de
la forma y del fondo, existe, oculto, el tercer panel, es decir
lo esencial, el sentido del esoterismo, su espíritu, lo que le
da valor y vida.
La pregunta se impone ¿es posible llegar tan lejos? Más allá

36
del estudio de la forma y del fondo la esoterología se
confunde con el esoterismo. Es el punto en que el estudio
se convierte en conocimiento, el filósofo sólo puede retirarse
o reivindicar la calidad de sabio, en ambos casos se sale
de la filosofía, sea por un paso hacia atrás, sea por uno hacia
delante. Así ocurre con Confucio (551 - 479 a. C.) que se
retiró al ver a Lao Tse (fundador del taoísmo) en meditación,
diciendo:” Sólo conozco del tao (realidad suprema) lo que
puede conocer del universo una mosca en vinagre atrapada
en una cuba”
En otras palabras, el espíritu del esoterismo, lo esencial, lo
que le da valor y vida es la experiencia de lo absoluto.

II. La iniciación

Nuestra orden es esencialmente iniciática. Es decir que lo


iniciático es de la naturaleza intima de la masonería, lo que
hace a esta ser lo que es.
La verdadera iniciación, la sagrada, se da en el campo de
lo esotérico, es decir de lo interno, lo secreto, lo reservado
a los iniciados. En contraposición con lo exotérico, que define
lo público, lo externo.
Pero también al calificar a nuestra orden como
esencialmente iniciática estamos diciendo que el simbolismo,
y en particular el constructivo, tiene en ella un rol de la
misma naturaleza.
René Guenón en su obra “Apercepciones sobre la iniciación”
expresa que la iniciación sagrada implica tres condiciones
que se presentan en modo sucesivo:

1º - La “cualificación” (o sea atribuir a una cosa cualidades)


constituida por ciertas posibilidades inherentes a la propia
naturaleza del individuo y que son la materia prima en la
cual debe efectuarse el trabajo iniciático.

2º - la transmisión por medio de la vinculación a una

37
organización tradicional regular, de una influencia espiritual
dando al ser la “iluminación” que le permitirá ordenar y
desarrollar esas posibilidades que lleva en sí.

3º - El trabajo interior
por el cual, con el
apoyo de “ayudantes”
exteriores, sobre todo
en los primeros
estados, ese desarrollo
será realizado
gradualmente,
haciendo pasar al ser,
de escalón en escalón,
a través de los
diversos grados de la
jerarquía iniciática,
para conducirlo a la
meta final de la
“liberación” o de la
“identidad suprema”.

Iniciación virtual
Virtual viene del latín “virtualis” y significa que tiene virtud
de producir un efecto, aunque no lo produce de presente.
Se usa frecuentemente en oposición a real y efectivo.
La iniciación virtual se daría, en este orden de ideas, con
solo el cumplimiento de las dos primeras condiciones.
Hablemos de ellas:
Las llamadas “cualificaciones” iniciáticas son la condición
primera y previa de la iniciación, según sea la organización
tradicional de que se trate. En nuestro caso de la masonería
regular.
Esas “cualificaciones” son exclusivas del dominio de la
individualidad.
En efecto, si solo tendría que considerarse la personalidad o

38
él “si mismo”, no habría ninguna diferencia a hacer entre
los seres y desde este punto de vista todos estarían
igualmente cualificados. Pero el hecho es distinto porque la
individualidad debe ser necesariamente tomada como medio
y soporte de la realización iniciática. Por consecuencia es
necesario que ella posea las calidades requeridas para jugar
ese rol.

La masonería regular exige que se trate de hombres que


reconozcan la existencia de un principio creador, superior,
ideal y único que denominamos Gran Arquitecto del
Universo.
Asimismo, que se trate de
hombres “libres y de buenas
costumbres”. Es decir que
tienen facultad para obrar o no
obrar y que estén inspirados en
principios universalmente
aceptados como éticos y
morales.
Además, de otras cualidades
corpóreas vinculadas con la
capacidad física para el
cumplimiento del ritual.
El individuo no solo debe tener la intención de ser iniciado
sino que además deben ser aceptado por una organización
tradicional regular que tenga cualidad para conferirle la
iniciación, es decir para transmitirle la influencia espiritual
sin la ayuda de la cual le sería imposible, a pesar de todos
sus esfuerzos, franquear las limitaciones y las trabas del
mundo profano.
No se puede transmitir lo que en sí mismo no se posee; por
consecuencia se hace necesario que una organización sea
efectivamente depositaria de una influencia espiritual para
poder comunicarles a los individuos que efectivamente se
relacionen con ella.

39
La regularidad de la organización tradicional le permite
mantener la continuidad de la “cadena” iniciática. El origen
de esa “cadena” es “no humano” porque sin eso no podría
de ninguna manera alcanzar la iniciación su metal final que
sobrepasa el dominio de las posibilidades individuales.

Iniciación efectiva
Supone necesariamente el trabajo interior.
El vocablo iniciación viene del latín “initium” que significa
“entrada” o “comienzo”, lo que puede llamar a confusión
entre el hecho mismo de la iniciación, en sentido
estrictamente etimológico, con el anterior trabajo a cumplir
para que esta iniciación de virtual, que es al principio,
devenga en efectiva.
La iniciación efectiva es en suma, en todos sus grados, el
desarrollo en acto de las posibilidades a las cuales da acceso
la iniciación virtual.
La iniciación virtual es entrar
en el camino; seguir en el
camino es la iniciación
efectiva.
La iniciación es esencialmente
una transmisión que puede
entenderse en dos sentidos
diferentes: por un lado
transmisión de una influencia
espiritual y, por el otro,
transmisión de una
enseñanza tradicional.
Las aptitudes, la virtualidad,
incluidas en la naturaleza
individual no son más que
materia prima, una pura potencialidad, donde no hay nada
de desarrollado o de diferenciado. Se trata del estado
caótico, lo que el simbolismo iniciático hace corresponder
con el mundo profano y en el cual se encuentra el ser que

40
aún no ha alcanzado el “segundo nacimiento”.
Para que ese caos pueda tomar forma y organizarse es
necesario que una vibración inicial le sea comunicada por
las potencias espirituales.
Esta vibración es la luz espiritual que ilumina el caos y que
es el punto de partida de todos los desarrollos ulteriores, y,
desde el punto de vista iniciático, esta iluminación está
constituida precisamente por la transmisión espiritual
De ahí vienen las expresiones “dar la luz” y “recibir la luz”,
empleadas para designar, en relación al iniciador y al iniciado
respectivamente, la iniciación en sentido estricto.
Esta vibración y esta luz no son de orden sensible como la
estudian los físicos, pero no por eso son menos reales. Son
formas simbólicas de hablar que están fundadas en una
analogía o en una correspondencia que existen realmente
en la naturaleza misma de las cosas. Analogía que muchas
veces es erróneamente tomada como una identidad.

Los ritos iniciáticos constituyen el elemento esencial para la


transmisión de la influencia espiritual y la unión a la “cadena”
iniciática.
Remontándonos a los orígenes, el rito no es otra cosa que
lo que está conforme al orden, siguiendo la acepción del
término sánscrito “rita”.
Sin ritos no puede haber, de ninguna manera, iniciación
puesto que faltaría el vehículo indispensable de las influencia
espirituales, sin las cuales no podría hacerse el menor
contacto efectivo con las realidades de orden superior.
Ahora bien, esa comunicación con los estados superiores no
puede verse como un fin, sino como un punto de partida.
Esta comunicación permitida por la influencia espiritual debe
ser seguida de una toma de posición efectiva de estos
estados.
También cuando hablamos de comunicación con estados
superiores, con mundos espirituales, debemos evitar el error
de confundir lo psíquico con lo espiritual. En efecto, los

41
estados psíquicos no tienen nada de “superior” o de
“trascendente”, ya que únicamente forman parte del estado
humano individual. En cambio cuando hablamos de estado
superiores del ser entendemos estados supraindividuales.
Habíamos dicho que la iniciación efectiva implicaba, además
de la transmisión espiritual que es esencial y a la cual nos
hemos referido, la transmisión de una enseñanza tradicional.
La enseñanza iniciática no puede ser otra cosa que una
ayuda exterior aportada al trabajo interior de realización, a
fin de apoyarlo y guiarlo tanto como sea posible.
Antes de abordar el simbolismo que constituye el modo de
expresión por excelencia de toda la enseñanza iniciática,
digamos dos palabras sobre la importancia de la mentalidad
necesaria para adquirir el conocimiento iniciático,
mentalidad totalmente distinta de la mentalidad profana.

A la formación de esa mentalidad contribuye grandemente


la observancia de los ritos y las formas exteriores en uso en
las organizaciones tradicionales, sin perjuicio de otros
efectos de orden más profundo.
En este orden de cosas, es necesario distinguir la razón,
facultad de orden puramente individual, y el intelecto puro,
quien por el contrario es supraindividual.
Debemos recordar que el conocimiento metafísico, en el
verdadero sentido de la palabra, siendo de orden universal,
sería imposible si no hubiera en el ser una facultad del mismo
orden, en consecuencia trascendente con relación al
individuo.
Esta facultad es propiamente la intuición intelectual que nos
permitirá el conocimiento directo del orden trascendente.
Los símbolos, por su carácter esencialmente sintético, son
particularmente aptos para servir de punto de apoyo a la
intuición intelectual, mientras que el lenguaje, que es
esencialmente analítico, no es más que un instrumento del
pensamiento racional y discursivo.
Así, tenemos que por intuición entendemos la percepción

42
clara o conocimiento instantáneo de una verdad, hecho, o
idea sin la participación del razonamiento. Es una especie
de visión subjetiva directa, intelectual
El simbolismo, como antes lo señalamos, constituye el modo
de expresión por excelencia de toda enseñanza iniciática.
Hablamos del simbolismo de la ciencia sagrada que es
propiamente intuitivo, no del convencional de los hombres.
El verdadero fundamento del simbolismo es la
correspondencia que existe entre todos los órdenes de la
realidad que los liga uno al otro.

Y que por consecuencia se extiende desde el orden natural


tomado en su conjunto al orden sobrenatural en sí mismo.
En virtud de esa correspondencia, la naturaleza en su
totalidad no es en sí misma más que un símbolo.
Un sabio maestro manifestó: “El universo no es más que la
cara visible de Dios”.
El simbolismo, entendido en su verdadero sentido, forma
esencialmente parte de la ciencia sagrada, la que no podría
exteriorizarse sin él, porque le faltaría el medio de expresión
apropiado.
Pero para percibir el mensaje de los símbolos, mejor dicho
para vivir en el símbolo, necesitamos de esa mentalidad que
tiene por base la intuición intelectual.
Aquel que se liga al razonamiento y no se libera de él en el
momento requerido permanecerá prisionero de la forma y
su conocimiento será por reflejo, como el de las sombras
que ven los prisioneros de la caverna simbólica de Platón, en
consecuencia un conocimiento indirecto y totalmente
exterior.
El pasaje de lo exterior a lo interior es pasar de la sombra a
la realidad, es pasar de la iniciación virtual a la iniciación
efectiva.
Ese pasaje es también de la multiplicidad a la unidad, de la
circunferencia al centro, al único punto donde le es posible
al ser humano elevarse a los estados superiores y, por tanto,

43
realizarse en su verdadera esencia que es divina. Es decir
ser efectivamente lo que potencialmente es desde toda la
eternidad.
En la tradición islámica se dice “aquel que se conoce a sí
mismo conoce a su Señor” y este conocimiento se obtiene
por lo que es llamado “el ojo del corazón” que no es otra
cosa que la intuición intelectual en sí misma, tal como lo
expresara en estas palabras el poeta místico sufí El-Hallaj
:“He visto a mi Señor por el ojo del corazón, y digo:
¿Quién eres tú? él me responde: Tu”.

III.- Masonería Iniciática y Esoterismo Masónico

Masonería Iniciática
La francmasonería tiene un cuerpo y un alma, esto es un
aspecto objetivo y otro subjetivo.
El cuerpo son los hechos acaecidos en el curso de su historia,
sus Constituciones, sus Reglamentos, su infraestructura
edilicia y ceremonial.
El alma de la francmasonería. Es lo iniciático. Por eso
decimos que la misma es una Orden Iniciática.
Una Orden es iniciática cuando observa el modo iniciático
como regla para hacer las cosas.
El modo iniciático masónico consiste tanto en un método de
transmisión del conocimiento como un conocimiento en sí
mismo:

1º) Como método de transmisión del conocimiento


se basa en la enseñanza (docencia) a través de los
símbolos, en particular el simbolismo constructivo,
que busca la esencia de las cosas más allá de las
apariencias. Para ello el simbolismo nos ayuda a
actualizar lo que está en potencia en nuestro ser
interior, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos
y por ende al Creador (GADU) y al Universo por el
creado.

44
El verdadero fundamento del simbolismo
constructivo es la correspondencia que existe entre
todos los órdenes de la realidad que los liga uno al
otro.
En otras palabras el simbolismo nos ayuda desde la
Inmanencia a la Trascendencia.
Entendemos, en este contexto, por Inmanencia, lo
que corresponde al orden natural y por
Trascendencia lo que corresponde al orden
sobrenatural.

2º) Como método de conocimiento en sí mismo, el


modo iniciático masónico implica también lo que se
ha dado en llamar "conocimiento inclusivo", porque
comprende desde el saber más elemental hasta los
misterios más profundos, es decir tanto lo visible y
comprobable como lo profundo e invisible.

El "modo iniciático" como método de transmisión del


conocimiento y como conocimiento conforma el llamado
"camino iniciático", que es un camino de perfección espiritual
porque a medida que avanzamos nos proporciona una
mayor comprensión de la Realidad única.
El "camino iniciático" tiene una doble característica:
1º) Por un lado, una tarea individual e intransferible,
trabajo interior que sólo lo podemos efectuar
nosotros mismos, tarea que no se puede delegar en
otro. La verdadera iniciación, la sagrada, se da en el
campo de lo esotérico, es decir de lo interno, lo
subjetivo, lo secreto, lo reservado a los iniciados.
Desde este punto de vista somos arquitectos que
trabajamos sobre la materia prima que somos
nosotros mismos.

2º) Pero por otra parte no trabajamos en soledad


sino interactuamos con nuestros Hermanos Masones

45
integrando así una Hermandad, y por ende,
conformamos una Fraternidad donde existe un
vínculo que va más allá de la mera comunicación
para hacerse una verdadera "comunión en espíritu".
Nos llamamos Hermanos porque somos hijos de un
mismo Padre (Dios, el GADU) y por ende
participamos de su naturaleza divina a tal punto que
podemos decir que somos Uno en espíritu.

La Unidad en la diversidad es la piedra angular de la doctrina


masónica.
El diccionario editado por la Real Academia Española de la
Lengua define a la Unidad como “la propiedad de todo ser,
en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se
Destruya o altere”, en otras palabras que para que haya
Unidad debemos respetar la esencia, la naturaleza de las
cosas, lo permanente, lo invariable de ellas.
La esencia de la Masonería, lo permanente e invariable, de
la misma, son tres grandes convicciones:
a) La existencia de un Ser Supremo, el Gran
Arquitecto del Universo, nombre con el que nos
referimos a Dios en sus distintas denominaciones y
concepciones monoteístas.
b) El Gran Arquitecto de Universo es el Padre de
todos los Hombres.
c) Todos los Hombre somos Hermanos por ser
hijos del mismo Padre.
La diversidad según el diccionario antes citado es “la
variedad, las desemejanzas y diferencias”.
La Masonería Regular, la verdadera Masonería, es una en
esencia pero diversa en sus múltiples manifestaciones.
Prueba de ello son los diferentes Ritos que se practican en
su seno (Rito Escocés, Antiguo y Aceptado, Rito de York,
etc.) y las modalidades de cada uno de ellos imperantes en
las Grandes Logias respectivas. Sin perjuicio, de las
diferencias formales que tienen sus fuentes en los diversos

46
niveles de comprensión propios de los grados de avance en
el camino iniciático.
La Fe iniciática, que se nutre de la razón y de la inteligencia
intuitiva, nos dice que el misterio divino se halla en el
corazón de cada uno de nosotros y si logramos trascender
las formas y los conceptos limitadores, descubriremos que
somos Uno en ese misterio trascendente.

Lo iniciático hace a la esencia de la francmasonería o sea a


su naturaleza, entendiéndose por naturaleza aquello que
hace que una cosa sea lo que es y no otra cosa.
Por la misma razón no podemos confundir la Orden Masónica
con un club de amigos por más que en ella se cultive la
amistad, ni con un ateneo filosófico por más que en ella se
reflexione sobre filosofía, ni con una entidad de ayuda mutua
por más que en ella se practique la caridad. Para filosofar,
practicar la caridad o forjar amistades no se necesitan
símbolos, ritual ni templos.
La palabra Iniciación procede de la latina “initiare”, de
“initium”, “inicio o comienzo” que deriva de la voz “in”,
dentro o “ire”, ir, esto es ir adentro o penetrar en el interior
y comenzar un nuevo estado de cosas.
La iniciación etimológicamente significa el ingreso al mundo
interno para comenzar una nueva vida.
Consideramos que el trabajo iniciático no es un trabajo
puramente intelectual sino que es una experiencia vivencial;
pero resulta que de la experiencia se puede hablar sólo a
través del lenguaje (los datos de la experiencia no hablan de
por sí) y el lenguaje es un acto intelectual. Negar el lenguaje
equivale a renunciar a hablar de la experiencia. En otras
palabras, cuando utilizamos el lenguaje para hablar del
trabajo iniciático no significa que consideremos al mismo
como un “trabajo puramente intelectual”.
Pero también decimos que la francmasonería es una Orden
iniciática porque su objetivo docente es la formación plena
del iniciado, hacer de éste no un profano bueno sino un

47
Hombre Nuevo en espíritu y conducta.
El Hombre Nuevo, el iniciado, da testimonio de su existencia
como tal en la vida diaria, en sus actos, sea cual fuere su
posición en la sociedad, desde la más humilde a la más
encumbrada.

Esoterismo Masónico
Etimológicamente la palabra “esoterismo” tiene significados
diversos:
1º) Eso significa “adentro”: el esoterismo es, pues,
la ciencia de lo interior, de lo oculto, de lo íntimo, de
las cualidades ocultas y de los conocimientos
reservados.
2º) Ter marca una oposición: el esoterismo es una
disciplina que separa a los hombres en dos partes:
Los que poseen la gnosis, el conocimiento (iniciados)
y los que no la poseen (profanos). Pero no cualquier
conocimiento sino aquel que permite develar el
misterio divino.
3º) Las palabras terminadas en “ismo” designan
doctrinas por lo tanto el esoterismo es una teoría.
Una teoría avalada por la experiencia humana.

El alma de la francmasonería, es decir su aspecto subjetivo,


se vivencia en el campo de lo interno, de lo profundo, el
campo del Ser, es decir de lo esotérico, de lo reservado a los
iniciados. Se trata de una vivencia de trascendencia y por
ende excede el campo puramente racional. Pero exceder lo
racional no significa lo irracional sino lo transracional,
significa integrar la Razón y la Fe en un nivel superior de
comprensión.
Conceptualizamos el esoterismo como el proceso de
introspección interior, de búsqueda y vivencia espiritual,
que se funda en principios tales como los de
correspondencia, analogía y sintonía entre el microcosmo y
el macrocosmo, entre lo interno y lo externo, entre el

48
mundo y el hombre, entre la materia y el espíritu, proceso
que obedece a leyes naturales.

El esoterismo masónico se distingue, además, de los otros


esoterismos por adoptar el simbolismo constructivo como
método de transmisión del conocimiento.
La francmasonería como Orden Iniciática tiene su génesis en
el Templo de Salomón mandado a construir hace 3.000 años.
Esa armonía, esa sintonía que debe existir entre la
percepción humana del microcosmo y del macrocosmo es lo
se puede llamar la sabiduría del camino del medio, la
sabiduría del sendero iniciático. Sendero que debemos
recorrer de la mano de las dos grandes capacidades con
que Dios privilegió al Hombre: la inteligencia racional y la
inteligencia intuitiva, la razón y la fe.
No puede, no debe haber incompatibilidad entre aquello que
creemos a través de la luz sobrenatural de la fe y aquello
que conocemos por medio de la luz natural de nuestra
inteligencia o ciencia.
Afirmar la razón contra la fe, o afirmar la fe contra la razón
son, paradójicamente, actos de fe absurdos, y la auténtica
fe nunca es absurda como la razón verdadera nunca es
incrédula. Lo verdaderamente absurdo es cortar el diálogo
entre fe y razón. La fórmula áurea del diálogo entre fe y
razón, que debe iluminar nuestro camino iniciático, ya la
formuló con meridiana claridad Agustín de Hipona (354 a
430), diciendo “Creo para entender, entiendo para creer”
Con esta fórmula San Agustín sintetiza la armonía fe/razón.
La fe no es un obstáculo hacia una mayor comprensión del
mundo (“creo para entender”) y la razón busca razones para
la fe (“entiendo para creer”).
Por eso la doctrina masónica postula la existencia de una Fe
iniciática que se nutre de la razón y de la intuición y que nos
lleva a la evidencia cierta de la existencia del Gran Arquitecto
del Universo.
No obstante, debemos reconocer que el camino de la fe

49
iniciática no está exento de aptitudes fundamentalistas.
Cuando se resta importancia, se desmerece o ignora el papel
de la inteligencia intuitiva, de la fe, en la búsqueda de la
Verdad podemos caer en el racionalismo pero cuando se
adopta la posición contraria y se considera que el papel de
la razón es irrelevante podemos caer en el fideísmo.
Ambos fundamentalismo son negativos para nuestro
progreso en el camino iniciático.

Las enseñanzas esotéricas en la Orden Masónica se


trasmiten a través del simbolismo constructivo fundado en
los significados de las herramientas de los constructores de
edificios.
El verdadero fundamento del simbolismo constructivo es la
correspondencia que existe entre todos los órdenes de la
realidad que los liga uno al otro.
En definitiva, para los masones, la arquitectura es el arte de
las artes, y significa construir de acuerdo con el diseño (el
Templo de Salomón) y la finalidad (el perfeccionamiento
espiritual y el servicio a la humanidad, de acuerdo al
mandato bíblico: “amarás al prójimo como a ti mismo”).
La arquitectura continúa siendo el arte de las artes, al
margen que se esté construyendo un edificio, como en la
Masonería operativa, o se esté planificando una vida
humana, como sucede en la Masonería especulativa.
Según la creencia masónica, implícita en su esoterismo, la
ciencia de cómo se construyó un edificio real proporciona la
sabiduría de cómo construir un templo espiritual en la propia
alma (Templo interno donde mora la Divinidad) y
colectivamente para el conjunto de la humanidad (Templo
de Fraternidad Masónica Universal que albergue a todos los
hombres del mundo de buena voluntad).
El esoterismo masónico, a través del camino iniciático, no
busca la iluminación, como sinónimo de perfección, por la
perfección misma sino como medio de servir a la
Humanidad.

50
La francmasonería , a diferencia de otros esoterismos, no
cree en la utopía de que la Humanidad será perfecta
cuando todos los hombres lo sean (iluminados), sino que
aspira a que sus adeptos se apliquen simultáneamente a la
construcción del Templo interior y colaboren
conscientemente en la construcción del Templo exterior de
la Fraternidad Masónica Universal, basado en el concepto
de que todos los hombres (no solamente los masones) son
hijos del mismo Padre (Dios) y por ende hermanos.
La Fraternidad es el perfume de la flor del amor.
Sin Fraternidad no hay masonería y el llamado masón se
transforma en un profano con mandil.

El esoterismo masónico no riñe con los sistemas filosóficos


ni con los científicos, los abstrae por medio de sus símbolos
y alegorías. La ciencia tiene un lenguaje propio, un método
particular. El esoterismo masónico tiene otro lenguaje. La
ciencia no es simbólica, es positiva; su método no es

51
iniciático.
Es diferente aprender física cuántica a ser exaltado al
sublime grado de Maestro Masón. Grandes científicos, que
también fueron masones, jamás pusieron en duda esta
verdad. Su formación científica no riñó con su formación
masónica; por el contrario se complementaron.
Eran mejores científicos y mejores seres humanos. Para
ellos el discurso interior del hombre (microcosmo) y el
exterior (macrocosmo) se correspondían en una cosmovisión
armónica de Dios, el Hombre y el Universo.
Por eso, hemos tratado de señalar con meridiana claridad
cuáles son las particularidades del esoterismo masónico:
1º) La Razón (inteligencia racional) como capacidad
única y exclusiva del ser humano que le permite
desestructurar las formas para que la Fe
(inteligencia intuitiva) pueda llegar a aprehender la
esencia de las cosas que hace posible la Unidad en
la Diversidad.
2º) El modo iniciático, basado en el simbolismo
constructivo, como método de transmisión de las
enseñanzas esotéricas.
3º) El “constructivismo” como su objetivo: la
construcción simbólica del Templo de Jerusalén, es
decir la construcción de una sociedad conforme a los
principios y virtudes de la Masonería (libertad,
igualdad, fraternidad, fe, esperanza y caridad), de
manera que se pueda asegurar a la humanidad, y
por ende a los hombres que la integran, su perfecto
desarrollo. Se trata no de buscar la iluminación, como
sinónimo de perfección, por la perfección misma sino
como medio de servir a la Humanidad.

4º) La Fraternidad como expresión de la Unidad en


la Diversidad de la Hermandad Masónica.
Debemos emprender la búsqueda necesaria que
permita conformar un verdadero esoterismo

52
masónico libre de supersticiones y falsos
iluminismos, guiados por un objetivo común: La
fraternidad que hace posible la Unidad en la
Diversidad.

IV. – La tradición hermética y sus símbolos

Las verdades eternas, conocidas unánimemente y


expresadas por sabios de todos los tiempos y lugares, se
plasmaron en Occidente en el pensamiento de culturas
estrechamente interrelacionadas que en distintos momentos
florecieron en regiones ubicadas entre Oriente Medio y
Europa, durante esta cuarta y última parte del ciclo, a la que
se ha llamado “kali yuga” o “edad de hierro” y que siempre
se vinculó con el oeste.
Antiquísimos conocimientos patrimonio de la tradición
unánime fueron revelados a los sabios egipcios, persas y
caldeos. Ellos se valieron de la mitología y el rito, del estudio
de la armonía musical, de los astros, de la matemática y
geometría sagradas, y de diversos vehículos iniciáticos que
permiten acceder a los misterios, para recrear la filosofía
perenne diseñando y construyendo un corpus de ideas que
ha sido el germen del pensamiento metafísico de occidente
conocido con el nombre de tradición hermética, rama
occidental de la tradición primordial. Hermes Trismegisto, el
tres veces grandes, da nombre a esta tradición. En verdad,
Hermes es el nombre griego de un ser arquetípico invisible
que todos los pueblos conocieron y que fue nombrado de
distintas maneras. Se trata de un espíritu intermedio entre
los dioses y los hombres, una deidad instructora y
educadora, que revela sus mensajes a todo verdadero
iniciado: el que ha pasado, simbólicamente, por la muerte y
la ha vencido.

Los egipcios llamaron Thot a esta entidad iniciadora que


transmitió las enseñanzas eternas a sus hierofantes,

53
alquimistas, matemáticos y
constructores, que con el auxilio de
complejos rituales cosmogónicos
emprendieron la aventura de
atravesar las aguas que conducen
a la patria de los inmortales.
Autores herméticos han
relacionado a Hermes con Enoc y
Elías quienes serían, para los
hebreos, la encarnación humana
de esta entidad supra humana a la
que identifican con Rafael, el
arcángel también guía, sanador y
revelador. Esta tradición judía, que
se ha considerado siempre como
integrante de la tradición hermética,
convivió con la egipcia antes y
durante la cautividad – Moisés es
fruto de esta convivencia – y en los
tiempos de los reyes David y
Salomón durante la construcción
del templo de Jerusalén; hace alrededor de tres mil años
estos pensamientos se consolidaron en una arquitectura
revelada que permitió, una vez más, la creación de un
espacio vacío o arca interior capaz de albergar en su seno a
la divinidad.
En el siglo VI antes de Cristo, que es el mismo siglo de la
destrucción del templo de Jerusalén, contemporánea de Lao
Tse en la China, del buda Gautama en la india, y del profeta
Daniel en Babilonia, nace la escuela de Pitágoras que,
también heredera de los antiguos misterios revelados por
Hermes, iluminará posteriormente a la cultura griega, tanto
a los presocráticos como a Sócrates y Platón. Este
pensamiento hermético influyó notablemente en la cultura
romana, en los primeros cristianos y gnósticos alejandrinos,
en los caballeros, constructores y alquimistas de la Europa

54
medioeval y en los filósofos y artistas renacentistas,
nutriéndose al mismo tiempo de los conocimientos
cabalísticos y del esoterismo islámico.
Luego florecen estas ideas hermético – iniciáticas en el
movimiento rosacruz que se desarrolla en Alemania y en la
Inglaterra de la época isabelina, habiendo sido depositadas
estas antiguas enseñanzas, posteriormente, en la
francmasonería.
Así nuestra orden conserva en sus ritos y símbolos ese
germen revelado y revelador, manteniendo ese vínculo
regenerador con el eje invisible de la tradición que se dirige
siempre hacia el verdadero norte, origen y destino de la
humanidad, del que esta tradición nunca se ha separado.
Hermes y la tradición hermética viven actualmente en la
masonería y se manifiesta a través de su simbolismo.
Para su mejor comprensión y por ende un mayor
conocimiento del simbolismo constructivo debemos abordar,
una vez más, la cuestión de los símbolos sagrados y sus
aspectos exotérico y esotérico.

Los símbolos sagrados


Todos los símbolos sagrados, tantos los expresados por la
naturaleza como los adquiridos por los hombres mediante
revelación divina, ya sean éstos gestuales, visuales o
auditivos, numéricos, geométricos o astronómicos, rituales o
mitológicos, macro o micro cósmicos, tienen una faz oculta
y una aparente; una cualidad intrínseca y una manifestación
sensible, es decir, un aspecto esotérico y otro exotérico.
Mientras el hombre profano únicamente puede percibir lo
exterior del símbolo, pues ha perdido la conexión con su
origen mítico y su realidad espiritual, el iniciado más bien
procura descubrir en él lo más esencial, lo que se encuentra
en su núcleo interior, lo que no es sensible pero si inteligible
y cognoscible, la estructura invisible del cosmos y del
pensamiento, su forma eterna, es decir lo esotérico, que
constituye también el ser más profundo del hombre mismo,

55
su naturaleza inmortal. Al tomar contacto e identificarse con
esa condición superior de sí mismo y del todo, constata que
signos y estructuras simbólicas aparentemente diversas son
sin embargo idénticas en significado y origen; que un mismo
pensamiento o idea puede ser expresado con distintos
lenguajes y ropajes sin alterar en modo alguno su contenido
único y esencial; que las ideas universales y eternas no
pueden variar aunque en apariencia se manifiesten de modo
cambiante.
El cosmos, la creación entera, contiene una cara oculta: su
estructura invisible y misteriosa que lo hace posible y que
es su realidad esotérica, pero que al manifestarse se refleja
en miríadas (multitud, inmensidad) de seres de variadísimas
formas que le dan una faz exotérica, su apariencia temporal
y mutable. En el hombre sucede lo mismo: el cuerpo y las
circunstancias individuales son las que constituyen su
aspecto exotérico y aparente, siendo el espíritu lo más
esotérico, lo único real, su origen más profundo y su destino
más alto.

Si los cinco sentidos humanos son capaces de mostrar lo


físico, la realidad sensible, ese sexto sentido de la intuición
inteligente y la mirada interna que se adquiere por la
iniciación en los misterios permite ver más allá; da acceso a
una región metafísica en la que los seres y las cosas no están
sujetos ya al devenir ni signados por la muerte. Esa visión
esotérica identifica al hombre con el sí mismo, es decir, con
un verdadero ser, su esencia inmortal de la que se percata
gracias al conocimiento y al recuerdo de sí.
Mientras lo exotérico nos muestra lo múltiple y cambiante,
lo esotérico nos lleva hacia lo único e inmutable.
Con una mirada esotérica, que se irá abriendo gradualmente
en nuestro camino interior, iremos comprendiendo y
realizando que el espíritu del Padre (El Gran Arquitecto del
Universo), su ser más interno, es idéntico al espíritu del Hijo
(el hombre). Esta conciencia de unidad es la meta de todo

56
trabajo de orden esotérico e iniciático bien entendido. Hacia
ella se dirigen todos nuestros esfuerzos; en ella ponemos
nuestro pensamiento y nuestra concentración interior.
Lo metafísico, esa región desconocida y misteriosa, se
manifiesta en el mundo sensible por intermedio del símbolo.
Gracias a éste, es posible el conocimiento para el ser
humano; imágenes y símbolos nos permiten tomar
conocimiento del mundo que nos rodea, de lo que éste
significa y de nosotros mismos.
Los símbolos sagrados, revelados, han sido depositados en
todas las tradiciones verdaderas. Los sabios de distintos
pueblos, por medio de la ciencia y el arte, han promovido
siempre el conocimiento de estos mundos sutiles que los
propios símbolos testimonian. Ellos permiten que aquellas
realidades superiores toquen nuestros sentidos y posibilitan
que el hombre, a partir de esta base sensible, se eleve a
esas regiones que constituyen su aspecto más interno. Su
verdadero ser.

Es muy notable el hecho de que los símbolos principales se


repitan de modo unánime en todos los pueblos de la tierra
en distintos momentos y lugares. Muchas veces esta
identidad es incluso formal, aunque a menudo podremos
encontrar símbolos de diferente forma pero idéntico
significado. En todo caso, todos se corresponden con un
arquetipo único y universal del que cada uno de esos pueblos
ha extraído sus símbolos particulares.
Los símbolos sagrados son capaces de revelar ese modelo
único, a su creador, y aún lo increado; pero a la vez velan
esas realidades superiores y se cubren de un ropaje formal,
aunque conservan siempre su aspecto interno e invisible.
Para una mejor comprensión de los símbolos sagrados es
necesario abordar, aunque no sea con la extensión deseada,
algunas nociones básicas acerca del origen y la práctica de
la geometría, los principios de la geometría arcana y de las
formas y figuras geométricas en su relación con la estructura

57
del universo. Finalmente, la confirmación por parte de la
ciencia moderna de que la geometría subyace en toda esa
estructura del mundo manifestado.

Origen y práctica de la geometría

Robert Lawlor es el autor de una recopilación de la serie de


seminarios sobre la materia realizados en Nueva York y
publicada bajo el título de “geometría sagrada”. En él
encontramos desarrollos significativos sobre los temas
propuestos. A continuación haremos una apretada síntesis
de los mismos.
“Geometría” significa
“medida de la tierra”. En el
antiguo Egipto, del que
Grecia heredó dicho estudio,
el Nilo desbordaba sus
márgenes cada año, anegan-
do la tierra y borrando el
metódico trazado de las
parcelas y zonas de cultivo.
Esa inundación anual simbo-
lizaba para los egipcios el
retorno cíclico del primigenio
caos acuoso, y cuando las
aguas se retiraban empezaba
la tarea de redefinir y
restablecer las lindes. Ese trabajo se llamaba geometría y
era considerado como el restablecimiento del principio del
orden y de la ley sobre la tierra. Cada año, cada zona medida
era un poco diferente. El orden humano era cambiante, y
eso se reflejaba en el ordenamiento de la tierra. El
astrónomo del templo podía decir que ciertas confi-
guraciones celestes habían cambiado, y por lo tanto la
orientación o ubicación de un templo tenía que ajustarse a
ello. Así pues, el trazado de las parcelas sobre la tierra tenía,

58
para los egipcios, una dimensión tanto metafísica como física
y social. Esa actividad de "medir la tierra” se convirtió en la
base de una ciencia de las leyes naturales, tales y como se
encarnan en las formas arquetípicas del círculo, el cuadrado
y él triangulo.
La geometría es el estudio del orden espacial mediante la
medición de las relaciones entre las formas. La geometría y
la aritmética, junto con la astronomía, la ciencia del orden
temporal, a través de la observación de los movimientos
cíclicos, constituían las principales disciplinas intelectuales
de la educación clásica. El cuarto elemento de este
importante programa en cuatro partes, el quadrivium, era
la armonía y la música. Las leyes de los armónicos simples
eran consideradas leyes universales que definían la relación
y el intercambio entre los movimientos temporales y
acontecimientos celestes por un parte, y el orden espacial y
el desarrollo sobre la tierra por otra.
El objetivo implícito de esa educación era permitirle a la
mente convertirse en un canal a través del cual la “tierra”
(el nivel de la forma manifestada) podía recibir lo abstracto,
la vida cósmica de los cielos. La práctica de la geometría
era una aproximación a la manera en que el universo se
ordena y se sustenta. Los diagramas geométricos pueden
ser contemplados como momentos de inmovilidad que
revelan una continua e intemporal acción universal
generalmente oculta a nuestra percepción sensorial. De esta
manera, una actividad matemática aparentemente tan
común puede convertirse en una disciplina para el desarrollo
de la intuición intelectual y espiritual.

Geometría sagrada y ciencia moderna

Robert Lawlor afirma que “actualmente estamos


presenciando en el campo de las ciencias una tendencia
general a abandonar el supuesto de que la naturaleza
fundamental de la materia puede estudiarse desde el punto

59
de vista de la sustancia (partículas, cuantos), a favor del
concepto de que la naturaleza fundamental del mundo
material sólo se puede conocer a través de la organización
subyacente de sus formas u ondas”.
Tanto nuestros órganos de percepción como el mundo de
los fenómenos que percibimos parecen comprenderse mejor
como sistemas de puros esquemas, o como estructuras
geométricas de forma y proporción. De ahí que cuando
muchas de las culturas antiguas optaron por examinar la
realidad a través de las metáforas de la geometría y la
música (la música en tanto que estudio de las leyes
proporcionales de la frecuencia de sonidos), ya estuvieran
muy cerca de las posiciones de nuestra ciencia más
contemporánea.
El enfoque de la teoría moderna de los campos de fuerza y
de la mecánica de las ondas corresponde a la visión antigua
geométrica – armónica del orden universal como
configuración de esquemas de ondas entretejidas.
En biología, el papel fundamental de la geometría y de la
proporción se hace aún más evidente si consideramos que
minuto a minuto, año tras año, cada átomo de cada
molécula, tanto de las sustancias vivas como de las
inorgánicas, está cambiando y es sustituido por otro. Cada
uno de nosotros, de aquí a cinco o siete años, tendrá un
cuerpo totalmente nuevo, del primero al último átomo. Ante
un cambio tan constante, ¿dónde podemos encontrar el
fundamento de todo aquello que parece ser constante y
estable? Biológicamente, podemos recurrir a nuestras ideas
sobre códigos genéticos como vehículos de reproducción y
continuidad; pero esta codificación – sostiene Lawlor – no
reside en los átomos concretos (es decir, en el carbono, el
hidrógeno, el oxígeno y el nitrógeno) que componen la
sustancia de los genes, el DNA; éstos también están sujetos
a un continuo cambio y sustitución. Por lo tanto, el vehículo
de la continuidad no es sólo la composición molecular del
DNA, sino también su forma helicoidal. Esa forma es

60
responsable del poder reproductor del DNA. La hélice, que
es un tipo especial del grupo de los espirales regulares, es
el resultado de una seria de proporciones geométricas fijas.
Se pueden entender que dichas proporciones existan a
priori, sin ningún equivalente material, como relaciones
geométricas abstractas. La arquitectura de la existencia
corporal está determinada por un mundo invisible e
inmaterial de formas puras geométricas.
La biología moderna reconoce cada vez más la importancia
de la forma y la concatenación entre las pocas sustancias
que componen el cuerpo molecular de los organismos vivos.
Las plantas, por ejemplo, pueden llevar a cabo el proceso de
la fotosíntesis sólo gracias a que el carbono, el hidrógeno, el
nitrógeno y el magnesio de las moléculas de clorofila están
dispuestos en un
complejo diseño simé-
trico, de doce partes,
parecido al de una
margarita. Al parecer,
esos mismos compo-
nentes en una dispo-
sición distinta no
pueden transformar la
energía de las radia-
ciones de luz en
sustancia viva. En el
pensamiento
mitológico, el número doce aparece con frecuencia como
número de la madre universal de la vida, y así, ese símbolo
de doce partes es necesario incluso en el ámbito de las
moléculas.
La especialización de las células en el tejido corporal está
determinada en parte por la posición espacial de cada célula
en relación con las demás células de su zona, así como por
una imagen informática de la totalidad a la que pertenece.
Esta conciencia espacial a nivel molecular podría ser

61
considerada como la geometría innata de la vida.
Todos nuestros órganos sensoriales funcionan en respuesta
a las diferencias geométricas o proporcionales – y no
cuantitativas - inherentes a los estímulos que reciben. Por
ejemplo, cuando olemos una rosa no estamos respondiendo
a las sustancias químicas de su perfume, sino más bien a la
geometría de su construcción molecular. Es decir, cualquier
sustancia química combinada según la misma geometría que
la rosa olerá igual de bien. De forma similar, no oímos
simples diferencias cuantitativas en la frecuencia de las
ondas sonoras, sino más bien las diferencias proporcionales
y logarítmicas entre frecuencias, siendo la expansión
logarítmica la base de las espirales geométricas.
Nuestro sentido de la vista difiere de nuestro sentido del
tacto sólo porque los nervios de la retina no están
sintonizados en el mismo orden de frecuencias que los
nervios que recorren nuestra piel. Si nuestras sensibilidades
táctiles respondieran a las mismas frecuencias que nuestros
ojos, todos los objetos materiales se percibirían como
proyecciones etéreas de luces y sombras. Nuestras distintas
facultades perceptivas, tales como la vista, el oído, el tacto
y el olfato, son pues el resultado de distintas reducciones
proporcionadas de un vasto espectro de frecuencias
vibratorias. Podemos entender esas relaciones
proporcionales como una especie de geometría de la
percepción.
Con nuestra organización corporal en cinco o más niveles
perceptivos, hay al parecer poco en común entre el espacio
visual, el espacio auditivo y el espacio táctil y probablemente
existe todavía menos conexión entre esos espacios
fisiológicos y la métrica pura y abstracta del espacio
geométrico, por no mencionar los distintos niveles de
conciencia del espacio psicológico. Sin embargo, todos esos
modos de existencia espacial convergen en el binomio mente
/ cuerpo humanos. La conciencia humana posee la
capacidad única de percibir la transparencia entre las

62
relaciones absolutas y permanentes, contenidas en las
formas insustanciales de un orden geométrico, y las formas
transitorias y cambiantes de nuestro mundo manifestado. El
contenido de nuestra experiencia procede de una
arquitectura geométrica inmaterial y abstracta que está
compuesta de ondas armónicas de energía, nodos (punto
de interferencia entre dos ondas que se propagan y que
produce otra onda estacionaria) de relaciones y formas
melódicas que brotan del reino eterno de la proporción
geométrica.

Aportes a la geometría arcana

La geometría está presente por doquier en toda la


naturaleza, está en el basamento de la estructura de todas
las cosas desde las moléculas hasta las galaxias, desde los
ínfimos virus hasta los grandes elefantes. A pesar de nuestra
actual separación del mundo natural, nosotros seres
humanos seguimos ligados a las leyes naturales del
universo.
El término geometría – como vimos anteriormente - significa
literalmente “medida o medición de la tierra”.
Es una herramienta fundamental que está estrechamente
ligada a todo aquello que sea hecho por las manos del
hombre y desde tiempos antiguos a todo lo que significan
las mediciones, que en estos tiempos eran consideradas
como pertenecientes a una de las ramas de la magia. En la
antigüedad la magia, la ciencia y la religión eran de hecho
inseparable, constituyendo el fundamento del conocimiento
de los sacerdotes.
La armonía inherente a la geometría fue comprendida como
una de las expresiones del plan divino que da basamento al
universo, un patrón metafísico que determina lo físico. La
realidad interna, trascendente a las formas externas, ha
permanecido a través de la historia como la base de las
estructuras sagradas. Hoy día es tan válido construir un

63
edificio moderno de acuerdo a los principios de la geometría
sagrada como lo fue en el pasado en estilos como el egipcio,
griego, románico, islámico, gótico o renacentista.
La proporción y la armonía se hallan íntimamente ligadas a
la geometría sagrada, porque ella a su vez está ligada
metafísicamente a la estructura íntima de la materia.

Los principios de la geometría sagrada

Los principios que se basan estas disciplinas tales como la


geometría sagrada, la magia o aún la electrónica están
ligada a la naturaleza del universo. Las variaciones en la
forma externa pueden estar influidas por consideraciones
religiosas o aún políticas, más los fundamentos operativos
permanecen constantes. Un ejemplo lo encontramos en una
analogía eléctrica. Para poder iluminar con una lámpara
eléctrica es necesario cumplir con una serie de condiciones.
Es necesario hacer circular por dicha lámpara una corriente
eléctrica de determinada intensidad, para lo cual hay que
aplicar una tensión eléctrica por medio del circuito y las
conexiones adecuadas. Estas condiciones no son
negociables, si algo se realiza incorrectamente la lámpara no
ha de iluminar o se quemará. Todo aquél que realice tales
tareas debe adherir a estos principios fundamentales o
fallará en su intento. Tales principios son independientes de
toda consideración política o sectaria, el circuito ha de
funcionar ya sea bajo un régimen dictatorial como bajo uno
democrático.
De manera análoga, los principios fundantes de la geometría
arcana trascienden las consideraciones religiosas sectarias.
Como una ciencia que lleva a la reintegración de la
humanidad con el todo cósmico, ella ha de obrar, como en
el caso de la electricidad, sobre todo aquél que reúna los
criterios fundamentales, sin importar de quién se trate. La
aplicación universal de idénticos principios de geometría
arcana en lugares separados por vastos espacios de tiempo,

64
lugar y creencias atestigua su naturaleza trascendente. Fue
aplicada a las pirámides y templos del antiguo Egipto. Los
templos mayas, los tabernáculos de Jehová, el zigurat
babilonio, las mezquitas islámicas y las catedrales cristianas.
Como un hilo invisible los principios inmutables conectan
estas estructuras sagradas.
Uno de los principios de la geometría sagrada lo
encontramos en la máxima hermética “como es arriba, así
es abajo” y también en “aquello que se halla en el pequeño
mundo, el microcosmo, refleja lo que se halla en el gran
mundo o macrocosmo”. Este principio de correspondencia
se halla en la base de todas las ciencias arcanas, donde las
formas de universo manifestado se reflejan en el cuerpo y
constitución del hombre.
En la concepción bíblica el hombre ha sido creado a imagen
y semejanza de Dios, siendo él un templo dispuesto por el
creador para albergar al espíritu que eleva al hombre por
encima del reino animal. Por ello, la geometría sagrada no
trata únicamente sobre las figuras geométricas obtenidas a
la manera clásica con compás y escuadra, sino también a
las relaciones armónicas del cuerpo humano, de la
estructura de los animales y las plantas, de las formas de los
cristales y de todas las manifestaciones de las formas en el
universo.
Desde tiempos remotos la geometría ha sido inseparable de
la magia. Aún las arcaicas inscripciones en las rocas siguen
formas geométricas. Debido a que las complejidades y
abstractas verdades expresadas por las formas geométricas
solamente pueden ser explicadas como reflexiones de las
más profundas verdades, fueron considerados como
misterios sagrados del mayor nivel y fueron puestas fuera
de los ojos profanos. Estos profundos conocimientos
pudieron ser transmitidos de un iniciado a otro por medio
de símbolos geométricos sin que los ignorantes de ello
siquiera tomaran notan que se efectuaba dicha
comunicación.

65
Cada forma geométrica está investida de un significado
simbólico y psicológico. De esta manera todo aquello hecho
por la mano del hombre que incorpore dichos símbolos
deviene en un vehículo para las ideas y conceptos
incorporados en su geometría. A través de las edades, las
geometrías simbólicas han sido las bases para la arquitectura
sagrada o aún la profana. Algunas subsisten todavía como
potentes arquetipos de fe: el hexagrama como símbolo del
judaísmo, la cruz en el cristianismo.

Las formas y figuras geométricas

Unas pocas formas geométricas constituyen la base de toda


la diversidad de la estructura del universo.
Todas estas formas geométricas básicas pueden ser
fácilmente realizadas por medio de dos herramientas que
los geómetras han usado desde los albores de la historia: la
escuadra y el compás. Como figuras universales, su
construcción no requiere de ninguna medida, ellas se dan
también a través de formaciones naturales en el reino
orgánico como en el inorgánico.

El circulo
Sin perjuicio que más adelante desarrollemos el círculo como
figura geométrica clave para expresar ideas de carácter
metafísico, ahora nos ocuparemos del mismo como base de
la estructura del universo.

El círculo ha sido seguramente uno de los primeros símbolos


dibujados por el hombre. Es simple de dibujar, es una forma
visible cotidianamente en la naturaleza, visto en el cielo
como los discos del sol y la luna, en las formas de animales
y plantas y en las estructuras geológicas. Muchas
construcciones antiguas adoptaron esta forma, los tipi
americanos y los yurt mongoles son los sobrevivientes de
estas formas universales. Desde los círculos neolíticos

66
británicos y a través de las formas megalíticas de piedra
circulares de los templos, la forma circular ha imitado la
redondez del horizonte visible, haciendo de cada
construcción un pequeño mundo en sí mismo.
El círculo representa lo completo y la totalidad. En un antiguo
tratado alquímico se lee:
“Haz un círculo del hombre y la mujer, y dibuja fuera de un
cuadrado, y fuera del cuadrado un triángulo. Haz un circulo
y tendrás la piedra de los filósofos”.

El círculo ha sido empleado


como símbolo de la
eternidad y la unidad.
Como eternidad porque no
tiene principio ni fin y
siempre retorna al mismo
punto. También por esta
razón simboliza el universo,
no hay punto donde
comience ni punto donde
tenga fin, entonces todo lo
contiene y no hay nada fuera de él, por ello también es
símbolo de la unidad, especialmente cuando en él se hace
presente el centro como símbolo de la primera
manifestación.
También simboliza el destino, hado o necesidad y la ley
cíclica porque a medida que la rueda de la vida gira los
ciclos retornan marcando en la naturaleza la repetición y
renovación de los ciclos de vida y en la historia humana el
eterno retorno de los arquetipos.

El cuadrado

Muchos templos antiguos fueron realizados bajo una forma


cuadrada. Representando el microcosmo y con ello la
estabilidad del mundo, esta es una característica saliente de

67
las llamadas montañas del mundo, el zigurat, las pirámides
y los stupas. Estas estructuras simbolizan el punto de
transición entre el cielo y la tierra, centrada idealmente en
el omphalos, el punto axial en el centro del mundo, su
ombligo.
Puede ser dividido en cuatro cuadrados haciendo una cruz
que automáticamente define
su centro. Orientado hacia los
cuatro puntos cardinales, en
el caso de las pirámides
egipcias con excepcional
precisión, puede ser además
diseccionado por diagonales
dividiéndolo en ocho
triángulos. Estas ocho líneas,
radiando del centro, forman
los ejes hacia las cuatro direcciones del espacio, y los cuatros
rincones del mundo, la división óctupla del espacio. Esta
división del espacio está emblema tizada en el óctuplo
sendero del budismo y en los cuatro caminos reales de
Bretaña. Cada una de las ocho direcciones en Tíbet, está
bajo la guarda simbólica de una familia, una tradición similar
a la de las ocho nobles familias de Bretaña.

La vesical piscis
La vesical piscis es la figura producida cuando dos círculos
de igual tamaño son dibujados hasta el centro del otro. Ha
representado el vientre de la diosa madre, el punto de
surgimiento de la vida. Ha tenido una posición de primacía
en la fundación de las construcciones sagradas. Desde los
antiguos templos y círculos de piedra hasta las grandes
catedrales medievales, el acto inicial de fundación ha estado
relacionado a la salida del sol en un día predeterminado.

68
Este nacimiento simbólico del templo con el nuevo sol es
un tema universal, relacionado con la también universal
vesical piscis. La geometría de los templos hindúes, así como
los de Asia Menor, norte de África y Europa tal como ha sido
registrado, derivan directamente de la sombra de un
gnomon. Hay un antiguo texto sánscrito referido a la
fundación de templos, el manasara shilna sastra, que detalla
el plan para su orientación.
El sitio ha de ser elegido por un
practicante de la geomancia
(adivinación que se hace por la
lectura de líneas, círculos y
puntos trazados en la tierra),
clavándose allí un gnomon
(escuadra, estilo vertical por medio
de cuya sombra se determina el acimut y altura del sol),
alrededor del cual se traza un círculo. Este procedimiento
fija el eje este – oeste. Desde cada extremo de este eje se
trazan arcos, produciendo una vesical piscis, la que a su vez
determina el eje norte - sur. El sistema utilizado por los
romanos para la fundación de sus ciudades descriptas en
los libros de Vitrubio se muestra idéntico al sistema hindú
aquí descrito.

El número de oro

El número de oro, o sección de oro, es una relación que ha


sido usada en la arquitectura sagrada y el arte ya desde el
período del Antiguo Egipto.
Esta relación existe entre dos objetos o cantidades cuando
la razón entre la mayor y la menor es igual a la existente
entre la suma de las dos (la totalidad) y la mayor.
Es simbolizada por la letra phi, en honor a Fidias.
Numéricamente posee propiedades excepcionales, tanto a

69
las algebraicas como geométricas, phi = 1,618, phi = 0,618
y phi al cuadrado = 2,618. En toda progresión o serie de
términos que tenga a phi como la razón entre sus términos
sucesivos cada término es igual a la suma de los dos que le
preceden.
En términos numéricos esta serié fue primeramente
conocida en Europa por Leonardo Fibonacci, nacido en 1179.
Viajó con su padre a Argelia donde los geómetras árabes le
enseñaron los secretos de la serie, pudiendo también
introducir los números arábicos, revolucionando las
matemáticas europeas.
Esta serie ha sido
reconocida como el
principio de la estructura
de los organismos
vivientes y de la
estructura del mundo.
El número de oro ha sido
honrado a través de la
historia. Platón en su
Tineo lo considera como
la clave de la física del
cosmos y hasta el
moderno arquitecto Le Corbisier, padres de los edificios
torre, diseñó un sistema modular basado en dicha
proporción.

Símbolos numéricos y geométricos

Todos los pueblos han utilizado números y figuras


geométricas para expresar ideas de carácter metafísico. Las
tradiciones antiguas ven en ellos símbolos sagrados que
además de ser revelados se refieren a principios esenciales.
Vehículos ordenadores y sintéticos, a los que siempre se
atribuyó una realidad mágico teúrgica.
Si refiriéndonos al simbolismo en general distinguíamos

70
entre los aspectos esotéricos y exotéricos de toda
manifestación, en el caso de los números esta distinción se
muestra claramente en sus sentidos cualitativos y
cuantitativos. Aunque ordinariamente en el mundo profano
únicamente se lo ve como cantidades, la simbólica y la
tradición siempre los entendieron como cualidades del ser
como portadores de ideas-fuerza y como expresión de
arquetipos universales.
La mentalidad moderna pareciera estar tentada a creer que
el hombre inventó los números para sus fines prácticos y
utilitarios con el objeto de contar, calcular y medir
cantidades. Pero la antigüedad así no los veía. Los números
eran vistos más bien como verdaderas revelaciones; como
un lenguaje universal que habla la naturaleza toda, pues
todo lo que se expresa en el universo tiene número; o como
dice el evangelio cristiano: “hasta el último de los cabellos
está contado”. El hombre no inventa el número cinco, o el
diez, por ejemplo, sino que más bien los ve en los dedos
de su mano; observa siete seres luminosos en el cielo cuyos
movimientos varían de las estrellas fijas; descubre al cuatro
observando las cuatro estaciones del año y las numerosas
manifestaciones cuaternarias de la creación; cuenta los días
que demoran los astros en sus revoluciones, las semanas o
meses que tardan las cosechas o los partos, el número de
pétalos de las flores, etc., y a partir de esa observación
entabla una comunicación con el orden natural, y de
conformidad con él organiza su cultura.

La escuela pitagórica, una de las vertientes de la tradición


que nutre a la francmasonería, y a la que occidente debe
mucho de los principios numéricos que hoy manejamos,
estableció relaciones precisas entre la matemática, la
geometría, la música y la astronomía – todas ciencias
fundadas en el número -, demostrando así la armonía del
universo.
Las figuras geométricas son la expresión del número en el

71
plano bidimensional, y su transposición a tres dimensiones
genera el arte de la arquitectura y la construcción,
eminentemente simbólico y sagrado; las notas musicales
son también números, esta vez actuando en el mundo del
sonido, lo que conecta a estos signos con las ideas de
armonía y ritmo; y toda la astronomía también basa sus
cálculos en números y ritmos armónicos y universales, y se
dice que el propio Pitágoras escuchaba la música de las
esferas celestes.
Por otra parte, es interesante observar cómo las letras en
los idiomas sagrados están también relacionados con ellos,
y recordar que en la cábala hebrea, por ejemplo, la esencia
de los nombres está íntimamente ligada a su número.
La cantidad y la cualidad son dos aspectos también opuestos
y complementarios: en la naturaleza toda se observa
claramente que conforme las cosas expresan una cualidad
superior son a su vez más escasas, y viceversa: los seres
más ordinarios abundan en la multiplicidad. Esto da origen a
las leyes de la jerarquía y al hecho de que nuestra ciencia
atribuya a los números cuantitativamente más pequeños,
una superioridad cualitativa.
Como se ha dicho, si desde un punto de vista, el número
diez mil, por ejemplo, es diez mil veces mayor que la
unidad, desde el otro sería más bien la fragmentación de la
unidad en diez mil partes. En la primera perspectiva la
unidad estaría contenida en los números mayores; en la
otra, es el uno el que contiene en potencia a todos los
números que él mismo engendra.
Para nosotros, pues, el número mayor sería el cero;
expresión simbólica de la unidad metafísica y el no ser, del
que el uno aritmético o punto geométrico – el ser único –
vendría a ser su primera manifestación virtual. La
numerología tradicional parte de esta unidad indisoluble,
invisible e indestructible; nos enseña a observar a la
progresión numérica y sus significados como atributos
múltiples de esa unidad; y nos muestra el camino de la

72
síntesis y del retorno a lo único que es el origen y el destino
común de todos los seres.

Aritmología y geometría

Los símbolos geométricos tienen una relación simbólica


precisa con las cifras matemáticas. Como se verá, a cada
número corresponde exactamente una o más figuras de la
geometría; podríamos decir que éstas son la representación
espacial de las mismas energías que los números también
expresan a su manera.
Como todos los números pueden reducirse a los nueve
primero (por ejemplo el número 8765 = 8 + 7 + 6 + 5 =
26 = 2 + 6 = 8, y de ese modo podríamos proceder con
cualquier número mayor que nueve), nos limitaremos por
ahora a describir sucintamente el simbolismo de los nueve
primeros números más el cero.
El 1 (uno)
El número uno, y su correspondiente el punto geométrico,
representando aparentemente lo más pequeño, contiene en
potencia, sin embargo, a todos los demás números y figuras.
Sin él ningún otro podría tener existencia alguna. Todo
número está constituido por el anterior más uno, así como
toda figura geométrica nace a partir de un primer punto; o
sea, que éste genera a todas las demás.
El uno simboliza el origen y el principio único de los que
deriva los principios universales, y también el destino común
al que todos los seres han de retornar. Es según la máxima
hermética, “el todo que está en todo”, es decir, el ser total.
Aunque el punto y el uno son ya una primera afirmación
(proveniente de una página en blanco, o del cero, o del no
ser) normalmente se lo describe más bien en términos
negativos, ya que representa lo invisible, lo inmutable, es
decir el motor inmóvil, padre de todo el movimiento y
manifestación. La meta primera de los trabajos iniciáticos es
alcanzar la conciencia de unidad.

73
El 2 (dos)
El número dos signa a la primera pareja, que dividiéndose
de la unidad opone sus dos términos entre sí, al mismo
tiempo que los completa. Se dice que constituye el primer
movimiento del uno, que consiste en el acto de conocerse a
sí mismo, produciendo una aparente polarización; el sujeto
que conoce (principio activo, masculino, positivo) y el objeto
conocido (pasivo o receptivo, femenino y negativo). Desde
la perspectiva de la unidad esta polarización o dualidad no
existe, pues lo activo y lo pasivo (yan y yin en el extremo
Oriente) contienen una energía común (tao) que los
neutraliza, complementa, sintetiza y une (ya se visualiza aquí
el tres); pero desde el punto de vista del ser manifestado,
esta dualidad está presente en toda la creación; noche y
día, cielo y tierra, vida y muerte, luz y oscuridad, macho y
hembra, bien y mal, se encuentra en el génesis mismo del
acto creacional, y a partir de allí toda manifestación es
necesariamente sexuada.

El 3 (tres)
Pero como dijimos, para que la dualidad se produzca ha de
haber siempre un punto central de que nace la polarización.
El tres se corresponde con él triángulo equilátero (símbolo
de la trinidad de los principios) y representa a la unidad en
tanto que ella conjuga todo par de opuestos. Esta ley
ternaria también se manifiesta en los tres colores primarios
(azul, amarillo y rojo) de cuya combinación nacen todos los
demás; en las tres primeras personas de la gramática (yo,
tú, él); en las tres caras del tiempo (pasado, presente y
futuro); en las tres notas musicales que componen un
acorde (do, mi, sol, por ej.), y en los tres reinos de la
naturaleza (mineral, vegetal, animal), etc.
En la dualidad cielo – tierra el tercer elemento es el hombre
verdadero (el Hijo) que los une conjugando así lo material y
lo espiritual.

74
El 4 (cuatro)
Si el punto es indimensionado, la recta expresa una primera
dimensión y él triangulo es de dos dimensiones (es la
primera figura plana), el número cuatro es el símbolo de la
manifestación tridimensional, como se ve en la geometría
en el poliedro más simple (nació del triángulo con un punto
central), el tetraedro regular de cuatro caras triangulares.
Se dice que los tres primeros números expresan lo
inmanifestado e increado y que el cuatro es el número que
signa toda la creación. En efecto, al espacio se lo divide en
cuatro puntos cardinales que ordenan toda la medida de la
tierra (geo = tierra, metría = medida), y a todo ciclo
temporal se lo divide en cuatro fases o estacione, como
hemos visto.
La representación estática del cuaternario es el cuadrado y
su aspecto dinámico está expresado en el símbolo universal
de la cruz.
Esto también se relaciona en la tradición judía con las cuatro
letras del tetragrámaton o nombre divino (YHVH).
También debemos apuntar que según la llamada ley de la
tetraktys que estudian los pitagóricos, el cuatro, como la
creación entera, se reduce finalmente a la unidad:

4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 10 = 1 + 0 =1

El 5 (cinco)
El cinco, que es el central en la serie de los nueve primero
números, en la geometría aparece cuando la unidad se hace
patente en el centro del cuadrado y de la cruz.
Este punto medio representa lo que en alquimia se denomina
la quintaesencia, el éter, el quinto elemento que contiene y
sintetiza a los otros cuatros y que simboliza el vacío, la
realidad espiritual que penetra en cada ser uniendo todo
dentro de sí.
En el símbolo tan conocido de la pirámide de base cuadrada
ese punto central se coloca en su vértice, mostrando así

75
que esa unidad se encuentra en otro nivel al que confluye
el cuaternario de la manifestación
Al número cinco – que se representa también
geométricamente con el pentágono – se le relacionan con
el hombre o microcosmo, ya que éste tiene cinco sentidos,
cinco dedos en las manos y en los pies, y cinco extremidades
(contando la cabeza), por lo que se lo puede ver inscripto en
una estrella de cinco puntas.

El 6 (seis)
La triada primordial se refleja en la creación como en un
espejo, lo cual se representa con la estrella de David o sello
salomónico, y también con el hexágono.
Si vimos los tres colores primarios (azul, amarillo y rojo) en
el primer triángulo, los tres secundarios que completan los
seis del arco iris, nacidos de la combinación de aquéllos
(verde, naranja y violeta) se colocan en el segundo triángulo
invertido.
En la geometría espacial es el cubo el que representa al
senario, ya que éste tiene seis caras – como se observa en
el símbolo del dado, de origen sagrado -, de las cuales tres
son visibles, y tres invisibles. La esfera (como el círculo)
simboliza el cielo, y el cubo (como el cuadrado) a la tierra.
Por otra parte, si ponemos las caras del cubo en el plano,
se produce el símbolo de la cruz cristiana, al que se relaciona
también por ese motivo con el seis.
Otro modo de representar geométricamente al seis es por
medio de la cruz tridimensional, o de seis brazos, que
marcan seis direcciones en el espacio: arriba y abajo,
adelante y atrás, derecha e izquierda.

El 7 (siete)
El siete, como el cuatro, representa a la unidad en otro
plano, ya que puede reducirse al uno de la misma forma:
7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0
=1

76
En la geometría el septenario puede representarse con el
heptágono y la estrella de seis puntas, pero sobre todo se
lo ve cuando se agrega a las figuras que simbolizan el seis
su punto central o unidad primordial (obsérvese que las dos
caras opuestas de un dado siempre suman siete).
Son variadísimas las manifestaciones del número siete en el
simbolismo esotérico. Mencionaremos las más conocidas:
son siete los días de la creación (seis más el descanso) en
correspondencia con los días de la semana, los planetas y
los metales. Este número representa una escala de siete
peldaños – relacionados con las siete notas de la escala
musical y con los siete chakras del Kundalini yoga -, así como
son siete arcángeles y los siete cielos en correspondencia
con siete estados de la conciencia:
Se dice que este número se produce por la suma de los tres
principios más los cuatro elementos, a los que podemos
vincular también con las siete artes liberales de la tradición
hermética, constituidas por la suma del trivium (gramática,
lógica y retórica) y el Cuadrivium (matemática, geometría,
música y astronomía).

El 8 (ocho)
Si en la geometría plana el círculo es símbolo del cielo y el
cuadrado de la tierra, el octógono viene a ser la figura
intermedia entre uno y otro a través de la cual se logra la
misteriosa circulatura del cuadrado y la cuadratura del
círculo que nos habla de la unión indisoluble del espíritu y la
materia.
El ocho, se dice, es símbolo de la muerte iniciática y del
pasaje de un mundo a otro. Por eso lo encontramos en el
símbolo cristiano tanto en las pilas bautismales (en el paso
entre el mundo profano y la realidad sacra) y en la división
octogonal de la cúpula (que separa simbólicamente la
manifestación y lo inmanifestado) así como el símbolo de la
rosa de los vientos, idéntico al timón de las embarcaciones.

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El 9 (nueve)
Al nueve se lo considera como número circular, ya que es el
único que tiene la particularidad de que todos sus múltiplos
se reducen finalmente a él mismo (ej.: 473 x 9 = 4257 = 4
+ 2 + 5 + 7 = 18 = 1 + 8 = 9).
Este número (que es el cuadrado de tres) se representa en
geometría con la circunferencia, a la que se asigna 360
grados (3 + 6 + 0 = 9) y que se subdivide en dos partes de
180° (1 + 8 + 0 = 9), en cuatro de 90° (9 + 0 = 9) en 8
De 45° (4 + 5 = 9).
Sin embargo la circunferencia no podría tener existencia
alguna si no fuera por el punto central del cual sus
indefinidos puntos periféricos no son sino los múltiples
reflejos ilusorios a que ese punto da lugar.
Si añadimos a la circunferencia su centro ya obtenemos el
círculo (9 + 1 = 10) con el que se cierra el ciclo de los
números naturales.

El circulo
Como vimos anteriormente, entre los símbolos
fundamentales comunes a todos los pueblos es sin duda el
círculo el más generalizado y el que aparece más
frecuentemente en todas las manifestaciones humana
conocidas. Esto se debe, en efecto, a la misma naturaleza
de lo que la forma circular significa. Ya que todo en la vida
y en el mundo tiende a realizar este movimiento, presente
tanto en las expresiones naturales como en las humanas.
De hecho una recta, o sucesión de puntos, que progrese
indefinidamente, describe un movimiento circular, que la
curvatura del espacio haría regresar a su punto de origen.
En forma de círculos se expanden las radiaciones de energía,
y esos remolinos o espirales conforman las estructuras del
cielo y tierra, como bien puede observarse en lo sideral y
en lo molecular. El círculo, junto con sus símbolos asociados,
es pues una de las imágenes básicas del conocimiento
simbólico y volveremos una y otra vez sobre el tema.

78
Puede advertirse que no hay circunferencia sin un punto
interior que la genere pues ella extrae su forma, así la
tracemos con compás o coden, de un centro existente
previamente. Conjuntamente, circunferencia y centro
conforman la circularidad. El centro generalmente es
invisible, o tácito, o se halla otras veces específicamente
señalado como elemento constitutivo. Este punto original es
el que emana su energía a todos los puntos de la
circunferencia, que son un reflejo de su potencialidad en un
plano definido y limitado. Estas emanaciones son
representadas como irradiaciones del centro y forma de
conexión entre éste y la periferia.
Debemos considerar asimismo al círculo como una esfera.
Es decir, agregar volumen, o tridimensionalidad, a las figuras
simbólicas planas con las que iremos trabajando.

El símbolo de la horizontal y la vertical

Entre los símbolos geométricos que revelan la estructura del


cosmos encontramos el de la horizontal y el de la vertical.
Aunque se trate de una sola línea recta, ésta, al adoptar dos
posiciones distintas, nos permite comprender otras tantas
lecturas de la realidad, que sin embargo se complementan,
tal cual podemos observar en otros símbolos fundamentales,
como es el caso de la cruz y la escuadra, que se forman por
la unión en un punto de la línea horizontal y la vertical.
En primer término la horizontal simboliza a la tierra y la
materia, al tiempo sucesivo que progresa indefinidamente
en un plano o nivel de realidad sin posibilidad aparente de
salir de él. Se refiere, en suma, a la lectura literal y
puramente fenoménica que el hombre tiene de sí y del
mundo. Sin embargo, gracias al doble sentido que posee
todo símbolo, también simboliza la sumisión a la ley que
regula la rectitud de nuestro comportamiento.
Esotéricamente representa un estado de pasividad y quietud
que hace posible la receptividad de las influencias

79
espirituales.
Son precisamente esas influencias las que simbolizan la
vertical. Y si la horizontal se refiere al tiempo sucesivo, la
vertical en cambio representa al tiempo simultáneo y
siempre presente, que al ser percibido en la conciencia nos
libera de los condicionamientos y limitaciones terrestres. En
el hombre ese eje vertical, esencialmente activo, incide
directamente sobre su corazón, el centro de su ser, y a partir
de aquí es que comienza a ascender y conocer otros estados
cada vez más sutiles de sí mismo, del universo y del ser.
Todo esto está perfectamente representado en el
simbolismo constructivo, en donde la horizontal equivale al
nivel y la vertical a la plomada. Así, la horizontal (la tierra)
es el plano de base del templo, que el hombre recorre en
sucesivas etapas hasta alcanzar el altar o centro de ese
plano, en el que se encuentra el punto de conexión con el
eje vertical, el cual le comunica directamente con la clave de
bóveda de la cúpula (el cielo), que representa el centro del
ser total, más allá de la cual se encuentran sus estados
supraindividuales y supra cósmicos, en donde hallará su
auténtica liberación y suprema identidad.

El símbolo de la cruz
Una figura geométrica de particular importancia es la de la
línea recta, que en sus modalidades horizontal y vertical
conforma el símbolo de la cruz, presente también de modo
unánime en las tradiciones antiguas.
La línea horizontal- como ya vimos - representa a la materia
y a la tierra, y al estado individual del hombre a partir del
cual emprende su realización; el eje vertical – como también
lo señalamos – se refiere al espíritu y al cielo, y también a
las jerarquías del ser universal en sus múltiple grados, que
el individuo escala en el camino del conocimiento. La primera
nos da una visión del tiempo ordinario y sucesivo que
transcurre en una sola dimensión plana y limitada; la
segunda expresa al tiempo absoluto y siempre presente y su

80
energía nos conduce hacia otras dimensiones del tiempo y
el espacio.
La unión de estas dos líneas genera por una parte el símbolo
de la escuadra, y por la otra el de la cruz. La cruz– junto con
el cuadrado-, describe precisamente la ley del cuaternario
que regula la creación universal. Con ella se simboliza las
cuatros direcciones del espacio con las que se unen
simbólicamente las cuatros estaciones o fases del tiempo,
pues cuatro son las partes del día, las fases de la luna, las
estaciones del año, los períodos de la vida del hombre, y las
edades de la humanidad dentro de un ciclo humano de
existencia.
En la astronomía se divide el zodiaco, por medio de una cruz,
en cuatro partes iguales cuyos extremos señalan a los
signos de capricornio y cáncer, de Aries y libra, que marcan
los dos solsticios y los dos equinoccios; en él veían los
antiguos conceptos temporales e inscribían tanto los ciclos
cósmicos como los planetarios, solares (anuales) y diarios. Y
también existen antiguas representaciones del zodíaco
inscripto en un cuadro, simbolizando en este caso ideas
espaciales a partir de las cuales los antepasados construían
sus ciudades y templos a imagen del universo y de la ciudad
celeste.
Al norte la media noche, la luna nueva, el invierno, el
nacimiento y la muerte del día, del año y del hombre y de
cualquier ciclo del cosmos, la naturaleza o la historia; al
oriente la mañana, el cuarto creciente, la primavera, la
infancia, el crecimiento; al sur, el medio día, la luna llena, el
verano, la juventud o apogeo; y al occidente la tarde, el
cuarto menguante, el otoño, la madurez, el principio de la
decadencia que será seguido nuevamente por el norte, la
vejez la muerte, que dará inicio a otro ciclo o a un nuevo
nacimiento, el que es representado también como el punto
de unión entre las líneas vertical y horizontal, la
quintaesencia o centro inmóvil.
Todo esto nos sugiere la idea de que la cruz puede ser vista

81
realizando un movimiento circular o "rota”, lo cual se
representa más claramente con el símbolo de la “cruz
gamada” o “svástika” y también con el de la cruz inscripta
dentro de una circunferencia, como en el caso del zodíaco
mismo, estando la cruz relacionada también con el espacio,
la tierra y la materia, y la circunferencia con el tiempo, el
cielo y el espíritu, este último símbolo – visible en todas las
culturas – representa la unión perfecta de la escuadra y el
compás con la que se realiza la misteriosa cuadratura del
círculo o circulatura del cuadrado, donde el tiempo y el
espacio pasan a ser un eterno aquí y ahora; donde se
produce el matrimonio del cielo con la tierra y la unión
indisoluble del espíritu y la materia.

El símbolo de la rueda
Se considera a la rueda – o esfera en lo
tridimensional- como el signo
geométrico más perfecto, y,
podríamos decir, el más
universal, pues el cosmos
entero es considerado como
una gran esfera y esféricos
son también los astros que lo
habitan y circulares sus
movimientos, que en múltiples
divisiones se realizan siempre a
partir de un centro o eje.
De ahí que se encuentre esta figuración
representada reiteradamente por todos los pueblos desde
épocas prehistóricas.
El centro de la rueda, única imagen posible de la unidad
metafísica e inmanifestado, representa el origen y destino
común de todas las cosas. De él irradia la creación entera y,
sin dividirse en modo alguno habita en el interior de cada
una de sus criaturas. Es el principio único del que todo
emana y al que finalmente todo retorna. La imagen de la

82
eternidad en la que todo es presente y simultáneo.
La circunferencia gira alrededor de ese centro invisible e
inmóvil, simbolizando a los indefinidos seis manifestados a
que el punto central da lugar. En ella si hay movimiento y
multiplicidad, y cada uno de los puntos indefinidos que la
conforman son sólo como un reflejo ilusorio del punto central
que les dio origen.
Y esto es importante de hacer notar: el centro es totalmente
independiente de la circunferencia; es decir anterior y
superior a ella. La circunferencia, en cambio, no podría
tener ninguna existencia sin ese centro original, pues es
secundaria y contingente con respecto a aquél y su propia
existencia depende directamente de él.
Sin embargo hay algo que los une estrechamente: los radios
o rayos que emanan del centro de la rueda y terminan en la
circunferencia. Aunque se los suele representar en número
de cuatro, seis, ocho o doce, según los distintos simbolismos
a que esto da lugar, estos radios son en multitud indefinida,
como lo son los puntos de la circunferencia. Sin embargo
desde la perspectiva del centro todos son uno, sin distinción
alguna.
Desde cierto ángulo de visión puede verse en el centro al
cielo, en la circunferencia a la tierra y en el radio al hombre
como intermediario entre lo terrestre y lo celeste. O también,
en el centro al espíritu, en la circunferencia al cuerpo y en el
radio al alma.
Desde otro punto de vista, se puede ver al centro como el
yo único y verdadero, la esencia espiritual que constituye la
identidad más profunda del ser, y a la circunferencia como
a los múltiples egos con lo que de ordinario solemos
identificarnos. El radio será aquí el camino que en virtud de
la iniciación recorreremos en la búsqueda de ese centro
supremo que cada ser individual únicamente puede
encontrar en su propia interioridad.
En el signo de la espiral, vemos simbolizado a este doble
movimiento centrífugo y centrípeto que realiza todo ser. De

83
la unidad o centro supremo emanan, para su irradiación, los
seres, en los diversos y escalonados grados de la creación.
Y desde la manifestación externa, todos ellos han de
emprender el camino de retorno hacia lo único y verdadero.
Estos símbolos, incluyen y sintetizan las posibilidades de lo
inmanifestado y de la manifestación; de lo inmóvil y el
movimiento.
Meditemos por un momento en una frase acuñada por la
tradición que nos dice que al ser único y verdadero se lo
puede imaginar – si es que fuera imaginable – como “un
círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia
en ninguna”.

El símbolo de la escalera
Otro símbolo fundamental, en algunos aspectos
emparentado al de la espiral, es el de la escalera, que
significa los grados, jerarquías o niveles de la existencia, del
conocimiento y de lectura de la realidad.
Dice el génesis (28 – 12) que Jacob, cuando huía de su
hermano Esaú hacia Mesopotamia, “tuvo un sueño en que
veía una escala que, apoyándose sobre la tierra, tocaba con
la cabeza en los cielos, y que por ella subían y bajaban los
ángeles de dios”.
La escalera simboliza la comunicación entre la tierra y el
cielo; entre lo material y lo
espiritual, y ella permite el doble
movimiento ascendente,
descendente que perpetuamente
realiza las energías de la creación.
Las notas musicales, los colores,
los planetas, los metales, y los
mismos números, son
escalonadas. Nos hablan, cada
cual a su manera, de esos grados
del ser que el iniciado en los
misterios debe ir ascendiendo

84
durante el camino del conocimiento.
La escalera es un símbolo axial que representa también la
expansión gradual de la conciencia, lo que en el Kundalini
yoga se simboliza con la “apertura” de la flor de loto; de los
chakras o centros sutiles de energía donde se alojan
nuestras potencialidades.

El símbolo del árbol


El árbol es otro símbolo del eje que une al cielo con la tierra.
El rito de trepar un árbol, practicado desde la más remota
antigüedad para significar el pasaje de un mundo a otro,
es harto conocido. También el de subir por un poste ritual,
que tiene idéntico sentido.
Se habla en varias tradiciones del árbol del mundo, al que
se relaciona también con el signo axial de la cruz.
En general, todo el desarrollo del árbol nos muestra
simbólicamente el misterio de la vida y el proceso de
iniciación. Desde la semilla, que indica las posibilidades
latentes del ser; su ingreso en las entrañas de la madre
tierra, que el adepto a los misterios experimenta cuando se
interna en la caverna iniciática; la muerte de esa semilla y
su renacimiento hasta que sale a la luz; su crecimiento
vertical ascendente; el desarrollo horizontal de sus ramas
y follaje, y hasta la generosidad de sus frutos que contienen
internamente otra semilla con todas sus potencias, nos
hablan del proceso de la transmutación. En la cábala, o
tradición hebrea, se simboliza al universo, y también al
hombre, como un árbol de vida. Este árbol, llamado
sefirótico, está dividido en cuatro mundos, planos o niveles,
que van, en su sentido ascendente, del más denso y grosero
a lo más sutil e invisible. El mundo inferior corresponde a la
tierra, a la realidad sensible y material. El segundo plano
está relacionado con el psiquismo y las aguas inferiores, con
los laberintos de la mente, la ilusión, la imaginación y los
sueños. El tercero es aéreo y sutil, y en él residen los
arquetipos eternos, las ideas prototípicas puras e

85
inmanifestadas, libres de la limitación de las formas. Y el
cuarto, que en realidad es el primero, es el mundo increado
del que emana toda la creación. Es el espíritu, simbolizado
por el fuego, del que nada puede decirse pues es
enteramente misterioso.
En algunas figuraciones, el árbol aparece invertido, con las
raíces – que representan el principio – en el cielo, y las
ramas y los frutos – signos de la manifestación – en la tierra.
Esto es un ejemplo clarísimo de las leyes de la analogía,
presentes en todo simbolismo, que nos hacen ver que,
aunque lo de abajo es igual a lo de arriba, la manifestación
es como un espejo o reflejo invertido de lo inmanifestado y
primordial, y que las cosas podrían ser opuestas según se
las mire desde la perspectiva de lo espiritual o de lo material.

El símbolo del viaje


Todo el recorrido de la iniciación, que supone un descenso a
los infiernos y un posterior ascenso atravesando los diversos
planos o niveles del ser, es individualizado como un viaje o
un peregrinaje en la búsqueda del origen y el destino.
Entre los egipcios, el recorrido que realiza el alma una vez
que se libera de su morada terrestre, es representado
ritualmente como un viaje de ultratumba, que es lo que se
experimenta con el viaje simbólico de la iniciación, cuando
se muere al estado profano y comienza el proceso del
conocimiento. El peregrinaje hacia el centro, hacia la ciudad
santa, es realizado, como es conocido, por árabes y judíos,
y, en general, las aventuras, peligros y peripecias del viaje,
nos hablan de los estados por lo que pasa el iniciado en el
recorrido que emprende, como los héroes mitológicos en sus
aventuras, en la búsqueda de sí mismo y de la ciudad
celeste, lo que suele representar además como un recorrido
en el que se remonta la corriente de un río buscando la
fuente original.

86
El símbolo del puente
El viaje puede también visualizarse como el atravesar el río
de un lado al otro, en cuyo caso cada orilla representa un
grado diferente del ser: la una se corresponde con la tierra
y la muerte, y la otra con el cielo y la inmortalidad. El puente
es, como lo es también los arcos iris, el símbolo que une a
estas dos márgenes del río, y ambos representan también a
las energías celestes y su descenso al mundo terrestre, y a
la alianza que permite el ascenso, desde la tierra, al cielo.

El símbolo de la puerta
Asimismo, el “pasaje” de un mundo a otro se representa con
el símbolo de la puerta, al que se asocia el de las llaves o
claves que la simbólica proporciona, sin las cuales muy
difícilmente ésta puede ser abierta. La puerta del templo es
el umbral que separa el mundo ordinario y profano del
espacio sagrado y significativo. También es conocido el
simbolismo de las puertas solsticiales visible en los signos
de los zodiacales de cáncer – llamado “puerta de los
hombres” – y de capricornio – o “puerta de los dioses” -. Se
dice que por la primera pasan las almas que no habiendo
sido purificadas han de regresar a otro estado del ser, y que
por la segunda – que es la “puerta estrecha” del evangelio
cristiano – atraviesan únicamente las energías más sutiles y
esenciales de las almas que se han fundido con el espíritu
único al completar el ciclo de la transmutación.

El símbolo de la piedra
Un símbolo central, que vemos en los altares y lugares
sagrados, es el de la piedra. En particular han sido veneradas
las piedras “caídas del cielo”, betilos o meteoritos a los que
se llamó también “piedras del rayo”, verdaderos soportes de
las energías espirituales que descienden del cielo a la tierra
y que sirvieron de centro a oráculos y templos.
En el simbolismo constructivo vemos las modalidades de
piedra de fundamento, piedra de esquina, ara, y piedra

87
angular. La piedra fundamental, personificada por Pedro en
el cristianismo – que es la primera que se coloca al comenzar
la obra -, y las cuatro piedras de esquina, son la base del
edificio o templo; el ara es el centro del ser, donde habita la
divinidad; y la piedra angular es la “clave de bóveda” que,
aunque la última que se pone, significa el principio por el
que todo el edificio cobra sentido, la “sumidad” por la que
se pasa de lo cósmico a lo supra cósmico, de lo humano a lo
divino; esta última es a menudo representada por el
diamante, que con sus características de indivisibilidad e
indestructibilidad señala a ese principio único o “piedra
filosofal”.

Por la vía simbólica de la iniciación, el templo se constituye


en el interior de uno mismo, y todo el simbolismo
constructivo nos enseña también el recorrido que, a partir
de nuestra individualidad personalizada, emprendemos
hacia la unidad primordial.

La simbólica de la alquimia
La alquimia, también llamada “arte regia”, constituye la
parte operativa de la ciencia hermética, siendo
complementaria con la astrología, conformando ambas la
totalidad de los misterios de la cosmogonía, es decir de la
tierra y del cielo. Como el hermetismo, los orígenes de la
alquimia se remontan al antiguo Egipto, enriqueciéndose en
los primeros siglos de la era cristiana con el aporte de
alquimistas griegos y alejandrinos, y prolongándose con
vitalidad hasta la edad media y el renacimiento, épocas en
las que conoce una extraordinaria difusión por toda Europa.
La alquimia se funda en las leyes de la correspondencia y
analogía que establecen un constante vínculo entre los
diversos planos de la realidad, haciéndola inteligible. Estos
planos son el corporal o físico, el anímico o psicológico
(también llamado intermediario) y el espiritual o metafísico,
los que se dan tanto en el hombre (microcosmos) como en

88
el universo (macrocosmo). En este sentido la alquimia toma
la transmutación de los sietes metales (que están en
correspondencia con los siete planetas) como símbolo
revelador de las sucesivas etapas vividas en el interior del
alma humana (comparada a un atanor donde se cuecen,
sutilizan y subliman las energías), y que en su estado
ordinario y caótico es asimilada a la densidad del plomo, en
el que sin embargo se oculta la perfección y luminosidad del
oro. Pero el hombre no puede acceder a los planos más
elevados de sí mismo sin antes operar un cambio profundo
de su mente, regenerando completamente las imágenes que
lo condicionan y purificando al mismo tiempo el nudo de sus
pasiones y emociones que lo mantienen sujeto al mundo
inferior, también llamado “sub-lunar”. Dice los alquimistas
que toda obra se realiza con el fuego, pero con un fuego que
“no quema”, invisible y sutil, el cual ha de mantener siempre
la misma intensidad en su acción purificadora. Todo ello
supone un sacrificio de la vieja “personalidad” a través de un
arduo y paciente trabajo que de seguirse con fe, rectitud
de corazón, voluntad e inteligencia, ha de desembocar
finalmente en la obtención de la “piedra filosofal” es decir,
en la identificación con el conocimiento y el ser universal.
Además de los siete metales y planetas, la alquimia nos
habla de tres principios creadores, llamados azufre, mercurio
y sal. El primero simboliza el principio masculino, activador
y solar (yang), y el segundo el principio femenino, pasivo y
lunar (yin), mientras que el principio representado por la sal
es el elemento neutro que los concilia. Esa permanente
interacción de energías también se da en el hombre, que al
equilibrar en su naturaleza las tendencias contrarias del
azufre y del mercurio, nace a un estado plenamente
renovado (el “hombre nuevo” del evangelio), denominado
en la alquimia andrógino o hermafrodita primordial.
El secreto del arte alquímico está en “materializar el espíritu,
y espiritualizar la materia”.

89
Los mitos
Consideramos que éste es uno de los temas centrales del
esoterismo y por ende de nuestra Orden, atento que la
simbólica de los mitos y las leyendas es el medio de
transmisión de conocimientos trascendentes. Por esta razón,
más adelante, dedicaremos varios capítulos a tratar esta
temática. Por ahora, sólo abordaremos conceptos básicos
del papel del mito en las sociedades tradicionales.

Aunque modernamente en el lenguaje ordinario el concepto


de “mito” haya pasado a ser como sinónimo de “mentira”, o
de algo irreal, esto no era así para la antigüedad, ni por
supuesto lo es para la ciencia de la simbólica, que estudia
las mitologías como una forma de conocer el universo y el
mundo real.
Todas las sociedades arcaicas y tradicionales tienen su
mitología, y consideran a los mitos como parte constitutiva
de su historia. Recordemos que, con excepción de los chinos,
los antiguos no seguían una cronología histórica, y en
general para ellos la única historia verdadera era la de sus
dioses, de los que heredaban toda la cultura. La palabra
“mito”, de origen griego, tiene la misma raíz lingüística que
la palabra “misterio”, y está relacionada con un “tiempo” de
otra dimensión, que no transcurre, y con un “espacio”
celeste que siempre está aquí, aunque se oculte a los ojos
profanos.
Hay muchos grados de lectura de la mitología – como de
todo símbolo – que no se excluyen, sino que por el contrario
se complementan, por referirse a diferentes grados de la
realidad y del ser que coexisten en la verticalidad. El mito
une a los dioses con los hombres, pues aquellos simbolizan
los estados superiores del hombre, y éstos los estados
terrestres de los dioses. Por el mito recordamos nuestro
origen no humano y con su auxilio podemos recuperar un
“pasado”, que como veremos está también íntimamente
relacionado con el “futuro”, aunque debemos advertir que

90
en las dimensiones a que el mito se refiere, todo es
presente, y por lo tanto está ocurriendo ahora, aunque
ordinariamente estemos incapacitados, para experimentarlo.
Para la simbólica “hoy es el primero y el último día de la
creación”; y desde la perspectiva del hombre regenerado,
toda la creación universal es perenne y simultánea.
El mito, que siempre es algo “vivo”, es historia verdadera,
sagrada y ejemplar; él se expresa de modo poético, toca las
fibras más sutiles e internas y, aunque hoy se lo quiera
negar, perdura oculto en el folklore, en las fábulas y en las
leyendas y en lo más íntimo de la memoria de los pueblos.
Los ritos
Los ritos son también vehículos despertadores de
dimensiones superiores; a través de ellos los hombres se
recuerdan a sí mismos, los mitos cobran vida, el mundo se
renueva, y el caos se ordena, el sentido etimológico de la
palabra “rito”, proveniente del sánscrito, está relacionado
con la idea de “orden”, siendo en realidad, todo ritual
verdadero, una forma ordenada de representar ideas, y de
invocar energías invisibles, que a través del propio rito se
trasmiten, conservan y vivifican, permitiendo a los que
participan de la ceremonia la posibilidad de ordenar el
pensamiento, utilizando al cosmos como modelo ejemplar.
El rito – como lo dijimos en general del símbolo – es actuante
y trasmite un influjo espiritual a los que son capaces de abrir
la mente y recibirlo. Él promueve la muerte iniciática y el
renacimiento del hombre nuevo, es capaz de renovar el
mundo entero, y con su auxilio podemos emprender esos
viajes interiores hacia nuestro verdadero ser.
Una característica importante del rito es que aumenta su
fuerza por la reiteración, aun hoy día, en muchos pueblos,
se repiten ciertos ritos de la más remota antigüedad que en
sus aspectos esenciales se mantienen intactos. La repetición
ritual de ciertas invocaciones o palabras, posturas, gestos y
señales, permiten que sus significados y energías se vayan
grabando en nuestro corazón y penetren en él, cada vez con

91
mayor claridad. Pero advirtamos que la reiteración del rito
no puede ser una repetición mecánica, como suele suceder
a veces con ciertas ceremonias de las religiones exotéricas.
Esto lo convertiría en una especie de rutina o de costumbre,
y le haría perder su sentido. Por el contrario, cada ritual ha
de ser una ceremonia nueva y renovadora, significativa y
viva, pues ha de tener la fuerza espiritual suficiente para
regenerar al tiempo y a nosotros mismos.
Nuestra ciencia ve en la lectura, la meditación, la
contemplación y la oración, un rito íntimo que podemos
celebrar constantemente. La simbólica ve también en el
cosmos y la naturaleza un perpetuo ritual, y promueve que
recuperemos ese sentido sagrado al que nos hemos estado
refiriendo, para que comprendamos que la vida cotidiana, el
verdadero trabajo, y los actos de comer, dormir, o hacer el
amor, etc., pueden ser vividos como hechos rituales que
conforman un verdadero sacramento.

Los ciclos y los ritmos


Mientras que con una concepción horizontal del tiempo, que
es la que se tiene en el mundo ordinario y profano, éste se
percibe de modo material y uniforme, su visión circular o
cíclica, en cambio, ensancha y universaliza nuestro espacio
mental, pero, también podemos percibir al tiempo como
una espiral, en la que la circularidad cobra además
jerarquización; y hasta verlo desde la perspectiva del centro
de la rueda o eje, en cuyo caso todo sería presente y
simultáneo.
El universo, la galaxia, el sistema solar, la tierra, las
civilizaciones, el hombre, la célula, la molécula y el átomo
son un ser vivo en perfecta concatenación y equilibrio, y
todos ellos, cada cual en su propia dimensión, viven una
existencia cíclica, pues – como dijimos- tienen un nacimiento
y una expansión que llega hasta sus propios límites, un
período de contracción y una muerte, que es la que permite
el retorno al origen y el nuevo nacimiento. Los hombres de

92
la antigüedad supieron conocer y simbolizar este hecho, y
de ahí que nos heredaran todo un conocimiento relativo a
los ciclos y los ritmos a los signos de los tiempos.
Para la tradición hindú, un kalpa constituye un siglo de vida
de un universo que se simboliza como una respiración de
Brama que va, desde el génesis de ese universo, hasta el
punto de su máxima expansión en la que “el tiempo se
detiene” y comienza el período de contracción y de retorno
al origen. Ese kalpa está constituido a su vez por catorce
manvántaras, y cada manvántara, es un ciclo humano
completo de existencia, como un “día” de la tierra, al que se
divide en cuatro yugas o subciclos, idénticos a las cuatro
edades de la humanidad de que nos hablan los griegos.

Los pueblos de la tierra tienen el recuerdo unánime de un


illud tempus o tiempo primordial, de un paraíso perdido o
edad de oro, el krita o satya yuga de los hindúes, en el que
el hombre vivía en perfecta armonía y presencia de Dios, la
verdad brillaba para todos, era visible como la montaña y
existía un “estado de gracia” en toda la creación. Fue en ese
tiempo, en el que el hombre se identificaba con los dioses,
que vivieron nuestros antepasados míticos, de los que
heredamos los aspectos más elevados de nuestro ser, lo más
íntimo y espiritual. Pero, por las mismas leyes de los ciclos,
a este tiempo le sucedieron otras edades, más y más
restringidas, en las que se fue introduciendo poco a poco, el
rigor en sustitución de la misericordia, los dioses cayeron y
la verdad se fue ocultando, cada vez más profundamente,
en el interior de la caverna, en el mundo subterráneo.
Después de esa edad de oro o satya yuga, siguió una edad
de plata o treta yuga; luego vino la de bronce o dvapara
yuga; y finalmente la de hierro o kali yuga, que es la que
hoy vivimos y que, según todas las tradiciones ortodoxas,
está llegando a su fin.
Estamos afirmando, no llevados por teorías personales, sino
por los datos precisos que nos da la tradición, que vivimos

93
hoy una época de transición entre un mundo viejo y un
mundo nuevo, y que esta generación será testigo del fin de
un ciclo o manvántara, lo que dará lugar a una liberación, al
retorno al origen. Esta afirmación no sólo obedece a los
cálculos astrológicos, realizados por sabios de muy
diferentes tiempos y lugares, sino también a la observación
honesta y cuidadosa de los signos de los tiempos que nos
toca vivir.

V. Génesis del simbolismo constructivo masónico: el


templo de Jerusalén o de Salomón
Introducción

Antes de abordar específicamente el simbolismo del templo


de Salomón, creemos conveniente referirnos brevemente a
la etimología de la palabra templo y a su núcleo de
significación.
La palabra latina templum, procede de la raíz griega “teu”
que significa “cortar”, de manera que templum no quiere
decir otra cosa que lo cortado, lo demarcado.
El esoterólogo Ramón Arola, en su obra "El simbolismo del
templo”, señala que en la antigua Roma el sacerdote, el
augur, delimitaba en el cielo un templum para conocer el
presagio según el vuelo de las aves dentro del límite; con la
delimitación creaba una división básica que se reproducía
en todos los niveles terrenales, en la ciudad, en los
campamentos, en los rituales, etc. El primer templo, en el
sentido etimológico, es, pues, una división en sectores:

Primero la línea este – oeste trazada y fijada por el curso


del sol, y que era cortada por otra línea perpendicular a ella
que seguía la dirección norte – sur, estas líneas eran
denominadas decamanus y cardo.
Arola formula una importante reflexión sobre la vía
contemplativa, citando a l. Schaya, señalando que “la

94
palabra contemplatio se compone de cum y templum: éste
último término designa un lugar y en la antigüedad
significaba, particularmente, el cuadro imaginariamente
trazado en el cielo por el augur...” Ahora bien – dice el autor-
, la contemplación del cielo no se limitó a la de un augur que
escrutaba en él un presagio: hombres de todos los pueblos
y todos los tiempos han alzado los ojos a la cúpula celeste,
y sus, miríadas, maravilladas, quedaban suspendidas de las
miríadas que en ella se revelaban. Y en todas partes ha
habido hombres que fueron transportados de esta
contemplación natural del cielo a la contemplación espiritual
del creador, lo que recuerda las palabras de Isaías: “alzad
los ojos a lo alto y mirad quien ha creado eso” (XI, 26).
Pero la contemplatio dei no nace sólo de la contemplación
de los fenómenos celestes. Un Cicerón, por ejemplo, (amplía
en Rep. 6,15) la noción de templum y, por tanto, la de
contemplatio a la divinidad omnipresente, a “Dios, que tiene
por ámbito (templum) todo cuanto ves”. Dado que toda la
creación, todas las criaturas, constituyen el templo de Dios,
el creyente termina por contemplar lo omnipresente en
todas las cosas; y las escrituras sagradas le invitan a ello,
como hace el Corán, que revela: “a cualquier lado que os
volváis, allí estará la faz de Allâh” (H, 109)
Así sacralizada la palabra templum ha designado finalmente
el santuario, el edificio sagrado conocido bajo el nombre de
templo, lugar de una presencia divina y de su contemplación.
Todo ello connota la idea de una habitación divina, mientras
que por etimología lejana la palabra también connota la idea
de un lugar de visión, Dios, él mismo es el templo de los
creyentes y recíprocamente los creyentes son el templo de
Dios.

El templo de Salomón
El génesis del simbolismo constructivo masónico se
encuentra en el templo de Jerusalén que mandó construir el
rey Salomón hace más tres mil años.

95
Es oportuno recordar que, en un sentido amplio, existieron
cuatro templos relacionados con el monte Moriah en la
ciudad de Jerusalén.
El primero, al que nos referimos como origen de la Orden,
fue construido por el rey Salomón hace tres mil años, de
acuerdo a las enseñanzas que surgen de la Biblia. El
siguiente nunca existió en piedra; fue el visto por el profeta
Ezequiel en una visión durante el cautiverio de los judíos en
Babilonia alrededor de 570 años a. C. Aún imaginario, no
podía ignorarse a este templo, ya que tuvo efectos
significativos en las creencias y escritos posteriores de los
judíos que después se transmitieron al cristianismo. El
tercero fue construido por el rey Zorobabel a inicios del siglo
VI a. C., después que los judíos regresaron de su cautiverio
babilónico. Y el último fue erigido por Herodes en los tiempos
de Jesucristo y destruido por los romanos en el año 70 d.C.,
justo cuatro años después de su terminación.
Aunque la masonería actual procede de las diversas
corrientes esotéricas de occidente y de las adaptaciones de
los antiguos rituales operativos que tuvieron lugar durante
el siglo XVIII, sin embargo su origen real se remonta
mucho más lejos en el tiempo, más, allá incluso de los
gremios y corporaciones de constructores medievales.
Dicho origen, según consta en los propios documentos
masónicos, hay que buscarlo en la construcción del templo
de Jerusalén, también llamado de Salomón, pues fue este
rey sabio, autor de los proverbios, la sabiduría y el cantar
de los cantares, quién mandó edificarlo y probablemente el
que diseñó los planos del mismo, cumpliendo así la voluntad
de su padre, el rey David.
Se dice que Salomón escribió el cantar de los cantares al
mismo tiempo que se edificaba el templo. Si en la poética
simbólica del cantar, Salomón habla en realidad de las
nupcias entre el alma y el espíritu (entre el “yo” y el “sí
mismo”), el templo de Jerusalén expresa
arquitectónicamente esas mismas nupcias, esa heterogamia

96
o matrimonio sagrado entre la tierra y el cielo, pues su
construcción se realizó conforme al modelo cósmico, según
el cual el mundo terrestre aparece como el reflejo del mundo
celeste, y en íntima comunión con él. Geométricamente esa
unión se expresa mediante dos triángulos entrelazados, y el
uno siendo reflejo del otro, figura que es conocida
precisamente como “sello de Salomón” o “estrella de David”.
El rey sabio no hablaba sino de lo que acontece en el corazón
del hombre (sede simbólica de su templo interior) cuando
éste se reconoce a sí mismo en lo universal.
Podríamos decir que el templo de Salomón está en la esencia
misma de la masonería, que actualiza permanentemente su
contenido espiritual a través de sus ritos y símbolos,
empezando por la propia logia, que tiene en él su modelo
o prototipo. Actualizando también en sus mitos y leyendas
ejemplares, que recogen los episodios más significativos de
su historia sagrada,
como es el caso de
aquella que tiene como
tema central al maestro
Hiram.
Estas leyendas fueron
recogidas en diversos
manuscritos masónicos
comprendidos dentro
de los old charges o
“antiguos deberes”,
como es el caso del
manuscrito Dumfries.
En ellas se relata que
todos los masones
esparcidos por los
cuatro puntos
cardinales se congregaron en Jerusalén para llevar a cabo
tan magna empresa. Y así debió ser, en efecto, a juzgar por
la multitud de obreros y artesanos que participaron en su

97
construcción. La Biblia (I Reyes..., y II crónicas) menciona a
cientos de miles, los cuales no debían proceder de un solo
país, sino de varios, habida cuenta de que la influencia de
los reinos de Judá y de Israel, gobernados por Salomón, se
extendía por una zona muy amplia de Oriente Medio.
La forma en que el rey Hiram de Tiro (ciudad fenicia ubicada
en el actual Líbano) se dirige a Salomón cuando éste le
solicita el material y los obreros para la construcción del
templo, sugiere que entre sus reinos existía una estrecha
alianza, fraguada ya en tiempos de David.
Todos aquellos obreros, divididos según sus funciones y
grados, estaban bajo la autoridad de Hiram Abif (o
simplemente Hiram), experimentado maestro en el arte de
trabajar metales, dato éste que lo vincula con su legendario
ancestro Tubalcaín, quien aparece en el Génesis como el
inventor de la metalurgia, y por tanto de las artes vinculadas
con el fuego y su poder de transmutación, lo cual hay que
entender tanto en su sentido físico como espiritual
Curiosamente esto último lo convierte en un lejano
antepasado de los alquimistas. En las crónicas más antiguas
de la masonería, el herrero Tubalcaín consta como uno de
sus fundadores míticos, junto a sus hermanos Jabel
(inventor de la geometría), Jubal (inventor de la música) y
Naamah (inventora del arte del tejido). Pero de todos ellos
es Tubalcaín en que ha permanecido en los rituales
masónicos, especialmente en el grado de maestro, que gira
enteramente alrededor de la figura de Hiram. El nombre de
Tubalcaín se traduce normalmente como “posesión” del
mundo”, aunque también se le da el significado simbólico
de “inocencia”.
Dirigiéndose a Salomón, el rey tirio Hiram le dice. “te envío,
pues, ahora a Hiram Abif, hombre hábil dotado de
inteligencia (...). Sabe trabajar el oro, la plata, el bronce, el
hierro, la piedra y la madera, la púrpura (tinte preparado
por los antiguos) escarlata, la púrpura violeta, el lino fino y
el carmesí (rojo). Sabe también hacer toda clase de

98
grabados y ejecutar cualquier obra que le proponga”
(Crónicas, 2,12-13). Igualmente en Reyes, 7,13-14, leemos:
“Trajo Salomón de Tiro a Hiram, hijo de una viuda de Neftalí
y de padre natural de Tiro, que trabajaba el bronce. Estaba
Hiram lleno de sabiduría, de entendimiento y de
conocimiento para hacer toda clase de obras de bronce”.
En Reyes 5, 14-28, también se menciona a un tal Adoniram,
o Adonhiram, como el perfecto de todos los obreros. Sin
embargo es muy probable que Adoniram e Hiram no sean
sino el mismo personaje revestido de dos funciones distintas.
Por otro lado, el nombre de Adoniram significa el “Señor
(Adonaí) Hiram”, que se completa perfectamente con Hiram
Abif, o “padre Hiram”. Estas designaciones hacen de Hiram,
en efecto, el jefe de un linaje espiritual (de ahí que sea
llamado el “príncipe de los masones”), receptor de una
herencia tradicional que él transmite al reflejarla en las
diversas obras realizadas para el templo. No es entonces de
extrañar que para la masonería Hiram aparezca con los
rasgos de un héroe solar civilizador, que se sacrifica y renace
permanentemente con el astro rey, tal como expresan los
ritos masónicos en lo que él constituye el elemento principal.
Así pues, el maestro Hiram aparece como el heredero de una
antiquísima tradición de artesanos que abarca numerosos
oficios o técnicas, todas las cuales fueron aplicadas en la
edificación del templo. A este respecto habría que añadir que
hasta producir esa construcción el pueblo hebreo había
llevado una forma de vida enteramente nómada, y por
consiguiente su concepción del mundo respondía a unos
parámetros sensibles distintos a aquellos por los cuales se
regían los pueblos sedentarios, que en tanto que tales
desarrollaron más particularmente las artes ligadas a la
metalurgia y la construcción.
En realidad gracias a la construcción del templo se hizo
posible la “conjunción” de estas dos formas de civilización,
la nómade y la sedentaria (surgidas de la primera
diferenciación de la humanidad primordial), conjunción en

99
la que habría que ver, en efecto, el origen más antiguo,
históricamente hablando, de la tradición masónica. En este
sentido, señalaremos que en el contexto bíblico los nómadas
eran descendientes del pastor Abel, y los sedentarios del
agricultor Caín, quien también fue el primero en construir
una ciudad (Génesis 4, 17). A la primera de estas
civilizaciones pertenece la tradición representada por Hiram,
por lo que la construcción del templo también contribuyó a
la “reconciliación” de los herederos respectivos de Abel y de
Caín. De esta manera, lo que en un principio se había
separado por razones de orden cíclico, vuelve a unirse con
el reinado de Salomón (cuyo nombre quiere decir “el
pacifico”), abriéndose así una nueva página en la historia
que repercutirá en el posterior desarrollo de la civilización
occidental, especialmente durante la edad media, en la que
el templo de Jerusalén fue considerado siempre como
imagen misma del “centro espiritual” y prototipo de la
arquitectura sagrada.
Salomón tuvo necesariamente que recurrir a quienes
conocían perfectamente las leyes en clave geométrica del
alma del mundo (la cosmogonía), y eran poseedores, por
tanto, de las técnicas constructivas necesarias para
expresarlas lo más exactamente posible.
La “idea”, u origen, que inspiró la construcción del templo
se debe desde luego a Salomón (idea transmitida por David,
quien a su vez la recibió del Gran Arquitecto del Universo”:
tu hijo, el que pondré yo en tu lugar sobre tu trono, edificará
la casa a mi nombre “). Pero éste nada podría haber hecho
sin la ayuda brindada por el rey Hiram, que le aportó los
materiales y los maestros artesanos como Hiram Abif. Por
otro lado, es interesante advertir que Salomón, el rey Hiram
e Hiram Abif, constituyen los tres grandes maestros de la
orden masónica, es decir que están en la cúspide de su
jerarquía iniciática, y quienes los representan, encarnan,
simbólicamente al menos, las funciones respectivas de cada
uno de ellos. Salomón representa la función puramente

100
sacerdotal (la autoridad espiritual), el Rey Hiram la función
regia (el poder temporal), e Hiram Abif la función artesanal
o propiamente cosmogónica.
Decíamos que Salomón tuvo que recurrir a quienes conocían
perfectamente la cosmogonía. Esos conocimientos se
aplicaron en la construcción del templo, reproduciendo en
sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del
cosmos, incluido el mobiliario y la decoración, pues como
decía el historiador Flavio Josefo en sus antigüedades
judaicas: “La razón de ser de cada uno de los objetos del
templo es recordar y representar al cosmos”.

Si en todas las civilizaciones tradicionales sus templos y


santuarios sagrados constituyen una imagen del cosmos (y
de la realidad trascendente), la entrada al mismo, en el
Templo de Jerusalén, se realiza por el ulam o pórtico, lugar
de tránsito por donde se accedía al Hekal o “santo”, cuya
forma era enteramente rectangular o de “cuadrado largo”,
simbolizando el conjunto del mundo terrestre. En el centro
del Hekal se encontraba como elemento principal el altar de
los perfumes, o del incienso, cuya oblación representa uno
de los ritos más importantes de los realizados en el templo.
Enfrente de dicho altar se halla el Debir o “santo de los
santos”, la cámara más interna y sagrada del tabernáculo,
razón por la cual simboliza al mundo celeste.
El Debir tenía una forma cúbica perfecta, pues tanto su
ancho, largo y alto medían exactamente veinte codos cada
uno. Esa misma forma cúbica es la que San Juan en el
Apocalipsis describe como la de la Jerusalén celeste, a la
que el Debir (y por extensión todo el templo de Jerusalén)
ciertamente simboliza. Recordemos que el Debir era el
“lugar” (en hebreo mishkan) de manifestación de la
skekinah, la “presencia real” de la divinidad: “yo elijo y
santifico esta casa para que en ella sea invocado mi nombre,
y la tendré siempre ante mis ojos y en mi corazón” (II
crónicas, 7, 16).

101
En el centro del Debir era depositada la “arca de la alianza”,
custodiada por las estatuas de los querubines alados, y en
cuyo interior eran guardadas las tablas de la Torah (de la
sabiduría), testimonio vivo y permanente de la “alianza”
entre Dios y el pueblo de Israel.
En su peregrinaje nómade el pueblo hebreo llevaba siempre
consigo el arca de la alianza como su más preciado tesoro,
aquello que lo justificaba como tal pueblo, cohesionado y
dando sentido por su condición de centro sagrado a todos
los aspectos de su tradición y su cultura.
En realidad esa alianza, como la que establece cualquier
civilización tradicional, es con el Dios inefable y misterioso,
que se revela mediante su nombre, que es su ser, verbo o
logo creador, es decir el Gran Arquitecto del Universo.

De ahí que la construcción del templo ejemplifique también


la creación del mundo, o del cosmos (concebido como una
arquitectura), surgido del caos primario a partir de la
manifestación del logo que profiere el Fiat lux ordenador.
Recordemos que el templo de Jerusalén tardó exactamente
siete años en edificarse, guardando ello correspondencia con
los siete días, o ciclos temporales, en los que según el
génesis fue hecho el mundo. En la simbólica masónica este
mismo número siete tiene una importancia fundamental, y
particularmente en el grado de maestro. Añadiremos que la
denominación de Gran Arquitecto del Universo no es sólo
masónica, sino que era una expresión bastante común entre
los antiguos cabalistas. Equivale, asimismo, al “Gran Obrero”
mencionado en el corpus Hermeticum, y del que se dice que
“ha hecho al mundo, no con sus manos, sino con su palabra
“a uno y otro lado del pórtico de entrada, en el exterior del
templo de Salomón, se alzaban las columnas llamadas Jakin
y Boaz, las cuales evocaban seguramente aquellas otras
que, según las leyendas masónicas, sobrevivieron al diluvio,
y en las que fueron grabadas todas las ciencias referidas al
conocimiento y al saber tradicional heredado de la

102
humanidad primigenia.
Cuentan dichas leyendas que tras el diluvio (cataclismo
geológico que en realidad separa dos períodos cíclicos de la
presente humanidad) esas columnas fueron halladas por
Hermes y Pitágoras, lo cual, lógicamente, no hay que
entender de manera literal, sino que a través de ese
aparente anacronismo se esconde una verdad de orden más
profundo, relacionada con las herencias tradicionales que la
masonería ha recibido tanto de la tradición hermética como
del pitagorismo.

Como la logia masónica (cuya estructura reproduce la del


templo de Jerusalén), las columnas Jakin y Boaz aluden a un
simbolismo cósmico relacionado con los dos solsticios, y
estrechamente vinculadas con la doble corriente de la
energía cósmica a la que se encuentra sujeto todo lo
manifestado. Por ello, la explicación o el sentido simbólico
de las dos columnas hay que buscarla en el orden de las
referencias cósmicas, en correspondencia con la antiquísima
observación ritual del sol a lo largo del año. El observador se
situaba en el centro del lugar sagrado, de cara al este, es
decir de cara al sol naciente. Seguía los desplazamientos
progresivos de las salidas del sol en el horizonte, entre los
dos límites extremos alcanzados por los solsticios de verano
e invierno. Se señalaba eso dos puntos esenciales con dos
postes, dos menhires en algunas alineaciones prehistóricas
de Bretaña o Inglaterra, o con dos columnas si se trataba de
templos más elaborados.
El nombre de estas columnas deriva de dos personajes
bíblicos. El primero, Jakin, desciende por línea directa del
patriarca Jacob (Génesis 46, 10), mientras Boaz (o Booz)
aparece como unos de los ancestros del rey David. (Rut, 4,
21).
Las columnas Jakin y Boaz no eran entonces simples
elementos decorativos, sino que con ellas se establecía un
enmarque espacio – temporal indicado por las distintas

103
posiciones del astro solar, posiciones que determinan el
esquema simbólico universal de la cruz cuaternaria, pues al
señalar los solsticios de invierno y de verano
(correspondiente al eje norte – sur) se obtenía también la
situación de los equinoccios de primavera y otoño
(correspondientes a su vez al eje este – oeste).
El templo de Jerusalén
estaba orientado
mirando al este desde
el Debir, que se
hallaba situado, por
tanto, en el oeste, de
tal manera que el
norte quedaba a la
izquierda del
observador y el sur a
su derecha. En la
masonería operativa
el “trono de Salomón”
estaba situado al
oeste, a fin de permitir
a su ocupante
contemplar el elevarse
del sol.
A este mismo orden de ideas pertenecía otra obra realizada
por el maestro Hiram. Nos referimos al “mar de bronce”,
que estaba situado en la esquina sudeste del atrio, cerca de
la entrada del templo. En efecto, al igual que las dos
columnas el mar de bronce se encuadra dentro del
simbolismo cósmico, pues esa determinación le venía
seguramente porque con él se quería representar el “océano
celeste” (las “aguas superiores”), ya que estaba repleto de
agua hasta sus bordes, y su forma era enteramente
redonda, como el cielo. Si bien es vedad que como relata II
crónicas, 4, 6 el mar de bronce se usaba para las
abluciones de los sacerdotes, esto debió ocurrir en una

104
época en que se había olvidado su primitivo significado,
que era (según las investigaciones que al respecto se han
realizado) el de servir como observatorio astronómico,
puesto que la superficie plana del agua hacia de espejo
translucido en donde era posible contemplar el mapa
celeste, y por tanto la rotación regular de los astros, planetas
y constelaciones, permitiendo establecer medidas y
cálculos y así llevar un seguimiento de los ciclos, los que se
ponían en relación con el calendario litúrgico y ritual.
Este sistema de observación astronómica era común en
otras culturas tradicionales, como la egipcia y la caldea,
todavía vivas en el periodo en que se construyó el templo, y
que con toda seguridad ejercieron su influencia en los
constructores que trabajaban en él.
Aquella interpretación sobre el mar de bronce se refuerza
por el hecho de que éste estaba soportado por cuatro grupos
de tres toros cada uno también de bronce, que en total
suman doce, número de las constelaciones y signos
zodiacales.
Esos doces toros simbolizaban ante todo las doce posiciones
del sol en torno a los signos zodiacales, pues en las antiguas
civilizaciones de la cuenca mediterránea y oriente medio el

105
toro era un animal eminentemente solar. Su significación
lunar le vino dado posteriormente, cuando se pierde el
sentido superior junto con las civilizaciones que lo
poseyeron.
Cada uno de aquellos grupos de toros estaba orientado
según los cuatros puntos cardinales: tres a oriente, tres a
occidente, tres a mediodía y tres a septentrión, disposición
que recuerda la situación que ocupaba las doce tribus de
Israel en el campamento hebreo, la que también se
correspondía con los signos zodiacales y los meses del año.
En la logia masónica la presencia de este símbolo zodiacal y
celeste está representada por los doce nudos de la cadena
de unión que rodea todo el recinto de la misma.

La explanada en la que se levantaba el templo no era otra


que la cima del monte Moriah, el cual ocupaba una posición
central con respecto a las colinas que le circundan (monte
de los Olivos, Bezetha, Gareb y Sión). Esta posición
“central” del Moriah se corresponde perfectamente con el
simbolismo del templo, que como “centro sagrado” para
una determinada tradición, aparecía como reflejo del
“centro supremo” (o de la Jerusalén celeste), que en un
determinado período tuvo el nombre de Salem (que

106
significa “paz), de donde deriva precisamente la palabra
Jerusalén, la “ciudad de la paz”, y también el de Salomón,
que como antes hemos dicho quiere decir “el pacifico”.
La tradición señala que fue sobre el monte Moriah donde
tuvo lugar el sacrificio no consumado de Isaac por Abraham.
Es muy probable que dicho sacrificio tuviera lugar en el lugar
que siglos más tarde pasó a llamarse “la roca”, en torno al
cual se levantó la octogonal cúpula de la roca, considerada
en la edad media como la casa madre de los templarios
(también llamada capilla de San Juan), y que
posteriormente, durante el dominio musulmán, se convirtió
en la mezquita de “El Aksa” (para el Islam es sobre esta
roca desde donde Mahoma subió a los cielos). En ella
también fue levantado el altar de los holocaustos del templo
de Jerusalén, a la misma altura que el mar de bronce, pero
en la esquina nordeste. Se trata, por tanto, de un lugar
impregnado de sacralidad, de igual importancia para las tres
tradiciones monoteístas.
El carácter sagrado atribuido desde siempre al monte Moriah
indica que éste representa un verdadero símbolo del eje del
mundo que comunica la tierra y el cielo, la realidad sensible
a la suprasensible.
En la masonería operativa esta montaña tiene un significado
especial, por cuanto que es ella donde moran
simbólicamente los tres grandes maestros.

Algunos masones del siglo XVII identificaban el monte


Moriah con la montaña primordial, en cuya cima se
encontraba el paraíso terrestre. , con el que era identificado
el propio templo de Jerusalén, lo que confirma, por otro lado,
que éste fue construido, en efecto, como un sustituto del
centro supremo.
Esto último nos recuerda una hermosa leyenda masónica,
plena de significado simbólico, en la que se dice que debajo
mismo del templo de Jerusalén (esto es, en el interior del
monte Moriah) se encontraban una serie de estancias o islas

107
superpuestas que aparecían unas tras otro conforme se iba
descendiendo, hasta que finalmente se llegaba a una
inmensa bóveda hipógina, es decir excavada directamente
en la roca viva. En dicha bóveda, en realidad un templo, se
encontraban los principales útiles y símbolos masónicos,
como la escuadra y el compás, el nivel y la plomada, la regla,
la paleta, el mazo y el cincel, el delta con el nombre del Gran
Arquitecto grabado en una de sus caras, etc. Según la
leyenda la bóveda fue construida nada menos que por Enoc
en la época anterior al diluvio, y por tanto muy cercana aún
a los primeros tiempos. En efecto, con esta referencia a Enoc
la masonería pretende remontar su origen mítico a las
tradiciones antediluvianas. Lo mismo podemos decir de Noé,
identificándose a sus seguidores como naoquitas.
Lo que se desprende de todo esto es bastante claro, puesto
que, por un lado, nos habla de la primordialidad del
simbolismo masónico (esto es, de su origen revelado, como
el de cualquier tradición), y por otro del aspecto oculto y
subterráneo que en su momento dado tuvo que adoptar
ese mismo simbolismo, y por extensión el mensaje de la
filosofía perenne (del que bebe la propia orden masónica),
ocultamiento que, según Guenón, “coincide con los
comienzos mismos de la iniciación”.
Precisamente en dicho relato simbólico Enoc aparece como
“el primero de todos los iniciados, el iniciado iniciante, que
no murió, y que sobrevive en todos sus hijos espirituales”,
atributos que se encuentran también en Hiram, quien, en
efecto, renace simbólicamente en cada nuevo maestro
masón, perpetuándose así la cadena de la tradición
masónica, y con ella el espíritu que la sustenta.
Lo poco que ha llegado hasta nosotros de los antiguos
rituales de la masonería operativa, nos indica que su
simbolismo está directamente relacionado con el templo de
Jerusalén.

108
VI. El simbolismo de la Masonería Operativa y el
templo de Salomón.
Introducción
Jorge Francisco Ferro, erudito escritor argentino
especializado en masonología (estudio científico de la
masonería) publicó en el año 2008 la obra “La Masonería
Operativa” donde se revelan, en forma detallada, por
primera vez – por lo menos en nuestro medio – los
conocimientos, las practicas, los rituales y los símbolos de
la Masonería anterior a 1717 y sus prolongaciones hasta la
actualidad.
Entre esos conocimientos se destaca las referencias
concretas al principio espiritual de la Masonería operativa
antigua. Ésta participaba de
la concepción tradicional de
los pueblos antiguos según la
cual no es posible concebir la
posibilidad de existencia en el
mundo físico sin un Principio
metafísico que ordenare
formalmente a la materia por
medio de arquetipos.
Según los escasos textos y
documentos emanados
directamente de fuentes
operativas, dicho principio
espiritual era identificado
inequívocamente con El-
Sada, el Todopoderoso, primer Nombre Divino invocado por
Abraham, conforme a la Biblia y aspecto accesible Dios para
los hombres pertenecientes al estamento de los obreros y
artesanos. En la Torah, el Nombre de El-Shaddai aparece 48
veces, 31 de dichas veces lo hace en el Libro de Job. En la
tradición hebraica, el Nombre sagrado El-Shaddai involucra
ideas de medida, de correspondencia, de proporción, y
representa el aspecto “constructivo” de la Divinidad.

109
La Masonería Operativa siempre conservó en sus rituales y
en sus doctrinas, el primer nombre invocado por Abraham,
el Todopoderoso y venerado como el principio espiritual que
por estamento les correspondía con toda propiedad. Por otra
parte, si bien es más que notoria la marcada influencia del
Antiguo Testamento, particularmente del Libro de los Reyes,
en las leyendas y ritos de la Masonería Especulativa
moderna, lo es aún más en las ceremonias operativas de
donde originalmente derivan.
Esto fue conocido, en ciertos círculos masónicos o para
masónicos modernos, en la Europa de principios del siglo
XX, por medio de las revelaciones realizadas por algunos
masones operativos sobrevivientes , tales como Clement
Stretton, el mayor Gorham, John Yakers, Campbel- Everden
y otros a publicaciones especializadas y de circulaciones
restringidas como la Authors` Lodge Transactions
(Leicester, May 24th. 1897), la Ars Quatour Coronan Lodge
(London, varia data), la revista The Speculative Mason
(London, varia data ) y otros pocos medios escritos.
Aún en la llamada Masonería Especulativa moderna, la
llamada Palabra Perdida es considerada también uno de los
Nombres Divinos, el cual, además, es el verdadero nombre
del Gran Arquitecto del Universo. Pero en esta forma
particular de Masonería, como tributaria de la mentalidad
protestante bajo la cual fue constituida, el nombre del
Gran Arquitecto del Universo se lo identifica directamente
con Jehová, dejando de lado la especificad técnica,
representada por El-Shaddai , que tanto valoraban los
masones operativos.
Veamos algunos elementos, que aún hoy existen dentro de
la tradición masónica, que rememoran los tiempos en los
cuales la enseñanza de los constructores unía tanto los
aspectos teóricos como prácticos.
Como sabemos, la principal vestimenta ritual de los masones
en el mandil, el cual define la cualidad de quien lo usa. Ahora
bien, los mandiles del grado de Maestro, entre otros

110
elementos, ostentan una letra M y una letra B. La suma de
dichas letras, en su equivalente hebreo, da como resultado
42, o sea el producto de multiplicar 3 por 14 por lo cual
aparece el 3,14 de Shaddai. Precisamente, por extraña
coincidencia la palabra Shaddai sola y despojada de la
partícula El posee en hebreo un valor numérico 314, que se
refiere a la posibilidad de división geométrica del círculo, en
alusión al número Pi. Como es sabido, este número (Pi:
3,1416…) permite la operación geométrica de medir la
circunferencia partiendo del radio, o sea que “por el 3,14”
se puede pasar, según dice la sentencia masónica “de la
Escuadra al Compás” o, lo que es lo mismo, “del Cuadrado
al Círculo” o, simbólicamente, de la Tierra al Cielo.
La joya distintiva propia del Venerable Maestro de una logia,
tanto si es Operativa como si es Especulativa, es una
escuadra cuyos brazos están en una proporción de 3-4-5, la
cual encierra un conocimiento geométrico relacionado con
la posibilidad de formación de un ángulo recto, en obra, sin
instrumento ni cálculos. Los tres lados de dicha escuadra
representan, simbólicamente y respectivamente, a Salomón,
rey de Israel, a Hiram, el rey de Tiro, y a Hiram Abba,
personaje bíblico también, el constructor del Templo de
Jerusalén.
El tercero de los
lados de esta
escuadra, el de
valor 5, está
faltante, pues
representa a Hiram
Abif, que fuera
asesinado por tres
malos Compañeros.
La proporción 3-4-5 de esta escuadra, para los operativos,
representa inmediatamente la idea del Todopoderoso El
Shaddai.

111
En la tradición y en las leyendas masónicas, el árbol de
acacia posee un gran valor simbólico y un carácter sagrado
que se pone de manifiesto particularmente en el grado de
Maestro. En hebreo, acacia se dice shitah, palabra cuyo valor
numérico es 314.
Asimismo, en idioma hebreo, las Palabras Sagradas
correspondiente a los tres grados simbólicos de la Masonería
están compuestas respectivamente por 3, 4 y 5 letras, lo cual
nos refiere nuevamente a la estructura numérica del
principio espiritual de los masones operativos: la idea del
Todopoderoso El-Shaddai.

Asimismo el erudito escritor, Jorge Ferro, se refiere a las


siete leyes de Noé como uno de los cimientos históricos y
tradicionales de la antigua Masonería.
Se trata de recordar los remotos orígenes de la Masonería
de los constructores señalando su indeleble carácter
naoquitas, carácter afirmado explícitamente en los más
antiguos manuscritos masónicos (Old Charges), carácter
éste definido como fundamental para el desarrollo de la
nueva y última edad que se iniciaba a partir de la alianza
establecida entre Dios y los hombres luego del Diluvio
universal.
Así, por ejemplo, en el arcaico texto llamado York
Constitution (926 d. C.), que fuera redactado y promulgado
Por el rey Athelstane de Inglaterra, en un acápite titulado
“Las leyes u obligaciones presentadas ante sus Hermanos
Masones por el príncipe Edwin” se lee el siguiente artículo:
“La primera obligación es honrar sinceramente a Dios y
obedecer las leyes de los naoquitas pues ellas son leyes
divinas que deben ser obedecidas por todo el muerdo. Por
tanto, ustedes deben evitar todas las herejías y no pecar
contra Dios”.
Por otra parte, en el manuscrito masónico titulado Regius
Poem (circa 1390), Noé y el Diluvio Universal aparecen
estableciendo un límite en el tiempo de la humanidad. En el

112
Manuscrito masónico Cooke (principios del siglo XV), se dan
amplios detalles de la epopeya de Noé coincidentes con el
relato bíblico.
El pastor James Anderson, organizador de la Masonería
Especulativa, en su obra Book of Constitutions (1723) dice
textualmente que “Un masón está obligado, por su título, a
observar la ley moral como verdadero noaquita”. Por su
parte, Lawrence Dermoff, Gran Maestre de la Gran Logia de
los Antient York Masons (1752) tomaba a los términos
masón y noaquitas directamente como sinónimos.

Las Siete Leyes de Noé


La Alianza Noaquita, establecida entre Dios y la humanidad
a través del patriarca, es inobjetablemente preabrahámica y
por lo tanto anterior al Judaísmo, al Cristianismo y al Islam.
De este modo, la Masonería, o más propiamente la
masonería de los constructores, dado que el propio Noé era
un constructor en madera, es claramente más antigua y
tiene prelación sobre las formas abrahámicas. No obstante,
debe decirse que también el Judaísmo conserva claramente
conciencia de este código aplicable “a todo el mundo”, como
dice la York Constitution antes mencionada. Según el
Judaísmo rabínico, estas siete leyes se aplican a toda la
humanidad como descendiente de Noé luego del Diluvio
Universal y toda organización que observe estas leyes
divinas puede considerarse B´nai Noéh , o sea
“descendiente o hijos de Noé”, dado que la Halakha (Ley y
costumbres judías) no es obligatoria para los gentiles. Por
otra parte, la observancia de las leyes noaquitas no exime
del cumplimiento de todos los restantes mandamientos
propios de las otras religiones particulares.
Tradicionalmente, las leyes de Noé son siete, según consta
en el Tosefta (Sahedrin 9:4) y en el Talmud (Sanhedrín 56
a/b); pero con el correr de los siglos , por afinidad y
correspondencia, se han ampliado sensiblemente sus
especificaciones. Los símbolos de la Alianza Noaquita se han

113
conservado ritualmente en la Masonería tradicional y son el
Arca y el Ancla, la Paloma con la Rama de Olivos y el Arco
Iris, los cuales llevan a graves reflexiones si se conocen
ciertas claves referidas a los ciclos cósmicos.
Para que no queden dudas, las leyes básicas de Noé y sus
ampliaciones son las siguientes:
1) No matar (Shefichat damin): incluye el suicidio, los
sacrificios humanos, el homicidio bajo todas sus
formas, por acción u omisión, especialmente el
infanticidio, y por extensión todo atentado contra la
vida.
2) No robar (Gezel): Incluye el secuestro.
3) No adorar falsos dioses (Avodah zarah):
Prohibición de la idolatría y del politeísmo en general.
4) No cometer desviaciones sexuales (Gilui Arayot):
incluye la prohibición del incesto, de la sodomía, del
adulterio, de la homosexualidad, del bestialismo, etc.
Por extensión se prohíbe la desnudez y la evacuación
de las necesidades fisiológicas en público.
5) No comer partes de un animal con vida (Ever min
hachat) : Significa que todo animal destinado al
consumo debe ser sacrificado especialmente para
ello y desangrado previamente, pues se considera
que la sangre es la base de la vida. De aquí también
la prohibición de beber sangre, de ingerir carne de
un animal muerto de muerte natural y de carroña.
Extensiones lógicas de este principio son la
prohibición del canibalismo y de la castración.
También está prohibido hibridar animales y plantas
de diferente clase, lo cual hace analizar la
manipulación genética bajo otra luz.
6) No blasfemar (Birkat hashem): Prohibición de la
brujería, de la magia negra, del satanismo, de la
mediumnidad, de la necromancia, etcétera.
7) Establecer cortes de justicia rectas y honestas
para aplicar estas leyes (Dinim): Se sobreentiende

114
que no se pueden dictar leyes, por más apoyo
legislativo mayoritario que tengan, contrariando
estos principios noaquitas, los cuales, en definitiva,
han marcado los límites infranqueables entre la vida
civilizada y la animalidad durante milenios.

Al respecto el erudito masón Andrew-Michael Ramsay (1686


– 1743), autor del conocido discurso sobre el origen de la
Orden, decía: “La Francmasonería es, realmente, la
resurrección de la religión noaquita, aquella del patriarca
Noé, la religión anterior a todo dogma que nos permite
superar las diferencias y oposiciones de los distintos credos”.
En los distintos textos oficiales de la Masonería se insiste en
que todo masón tradicional debe ser fiel a sus orígenes y
en que sus acciones deben ser espiritualmente constructivas
y edificantes pero, para ello, debe conocer a fondo los
cimientos auténticos del Arte Real. Además de los siete
mandamientos de Noé, el conocimiento del simbolismo y de
sus leyes es otro de los pilares fundamentales de la casi
olvidada Ciencia Central de la Masonería. Según estas leyes
del simbolismo, los elementos que aparecieron al principio
del Ciclo Cósmico deben re- manifestarse al final del mismo
en forma invertida y, musicalmente hablando, una octava
más abajo. Sabemos que la Alianza Noaquita fue sellada por
la aparición del Arco Iris en los cielos como signo del perdón
divino y que la Masonería Tradicional ha conservado
ritualmente el recuerdo de ese símbolo.

Los siete grados de la Masonería operativa y su Ritual

En la misma obra, “La Masonería Operativa”, el doctor Ferro


revela que la estructura básica del ritual operativo posee una
estrecha relación con los grados practicados por la
Masonería antigua. Las principales etapas rituales eran las
siguientes:

115
El Aprendiz (I grado)

No era miembro del oficio. Debía prestar un juramento. Se


le imponía una cuerda al cuello como signo de servidumbre.
Se le colocaba un mandil. Se le presentaban las
herramientas de trabajo propias del grado. Poseía un doble
contrato de Aprendizaje.

El Compañero (II grado)

Se liberaba al antes Aprendiz de la cuerda de la servidumbre.


Era admitido como Compañero. Se le presentaba las
herramientas del Compañero. Se lo instruía sobre los tres
estados de pulimento de la piedra, la Piedra Cúbica perfecta.
Cuando el Compañero era capaz de tallar una piedra cúbica
se convertía en Compañero completo. Se le trasmitía el
Signo correspondiente y la Palabra, Giblim. El mandil del
Compañero posee cuatro cubos dibujados en sus cuatro
ángulos. El Compañero debía probar su condición de tal por
medio del siguiente diálogo:

- Pregunta: ¿Es usted un Compañero del oficio de los


francmasones?
- Respuesta: Lo soy, intente probarme.
- Pregunta: Por qué instrumento será probado?
- Respuesta: Por el cuadrado.
- Pregunta: ¿Qué es un cuadrado?
- Respuesta: Una figura que tiene cuatro lados de igual
longitud unidos en cuatro ángulos de 90 grados, o sea un
total de 360 grados.
- Pregunta: Estando bien en conocimiento con el
método, demuéstreme la práctica.
- Respuesta: Pasos hacia la Piedra Cúbica perfecta, los
pies en ángulo recto y pararse erecto.

Los Diáconos, en ese momento, elevaban la Piedra Cúbica

116
perfecta sobre la cabeza del Candidato y tiraban el nivel
desde allí hasta el piso.

El Compañero de la Marca (III grado)

Avanzado en sus conocimientos, el Compañero obtenía su


marca personal para identificar su trabajo y cobrar los
debidos salarios.

El Compañero Constructor (IV grado)

Trabajaba en el “sitio”, donde se construyera el edificio, lo


cual constituía una importante distinción. Se lo consideraba
un masón completo en su instrucción.

Los Superintendentes (V grado)

Son los Menatschim, que, según la Biblia, supervisaban el


trabajo durante la construcción del Templo de Salomón. Sus
funciones se asemejaban bastante a las de los Oficiales de
una logia especulativa actual. Los Guardianes (Wardens) de
una logia operativa usualmente se reclutaban en este grado
y frecuentemente uno de ellos es designado como

Maestro de una logia de obreros pertenecientes a los grados


inferiores. Estas designaciones las hace el Maestro Diputado.
Los operativos hacen la importante distinción entre Maestro
de Logia – el caso más arriba aludido – y Maestro Masón,
que no son considerados términos equivalentes.

Los Harodim (VI grado)

Este grado, como el anterior, posee un fundamento bíblico


y su origen y funciones se pueden rastrear hasta el Libro de
los Reyes del Antiguo Testamento.
Sus conocimientos y responsabilidades equivalen a los que

117
serían un arquitecto actual. Son los Passed Master, en el
sentido correcto de Maestros Aprobados, y no Pasados,
como se dice habitual y erróneamente. El jefe de este grado
es el Maestro Diputado, que representa a Adonhiram,
sucesor de Hiram Abif, el arquitecto del Templo de Salomón.
Los Harodim utilizan los tableros de dibujo (tracing
boards).Dentro de las enseñanzas técnicas propias de los
Harodim figuran ciertos diagramas angulares, las
combinaciones de triángulos y los llamados diamantes de
los maestros, basados en el triángulo de proporciones 3-4-
5. Los diez puntos de intersección del diagrama angular
se corresponden con los diez sefirot de la Cábala hebraica.

Los Maestros Masones (VII grado)

En una logia operativa existen tres Grandes Maestros, que


representan respectivamente a Salomón, rey de Israel, a
Hiram, rey de Tiro, y a Hiram Abif, príncipe de los
arquitectos. Lo anterior explica claramente la antigua regla
que dice: “Tres dirigen una logia” (“Three to rule a lodge”).
Cada uno de los tres Grandes Maestros posee una Palabra
Sagrada propia de su puesto. Los Grandes Maestros
Masones se sientan en el Occidente de la logia para ver la
salida del sol y dar comienzo a los trabajos. Poseen un
llamado Gran Secreto Geométrico basado en el triángulo 3-
4-5. Sobre el Volumen de la Ley Sagrada (la Biblia) de la
logia hay una cuarta escuadra, igual a las anteriores. En las
logias de grados inferiores, dirigidas por un solo maestro en
lugar de tres, este también se sienta en el Occidente de la
logia, mientras que el Primer Guardián se sienta en el
Oriente, para marcar el sol poniente, y el Segundo Guardián
toma asiento en el Mediodía (Sur en el hemisferio norte y
Norte en el hemisferio sur), para marcar el son en su
meridiano más alto. Si bien hay solo tres Grandes Maestros
por logia operativa, en una logia de Aprendices, de
Compañero o de Compañeros de la Marca pueden tener

118
presidiendo sobre ellos un masón de Vº o de VIº grado como
Maestro.
Durante ese tiempo es su maestro, pero no es un Maestro
Masón.
Cuando los tres Grandes Maestros Masones deciden abrir
una logia operativa del VII. º y último grado, juntan sus
escuadras a la que está sobre la Biblia y con las cuatro
forman una esvástica consistente en cuatro escuadras o
cuatro triángulos de proporción 3-4-5.
De más está decir que esta esvástica no posee ninguna
relación con el uso distorsionado y político que le dio el
nacionalsocialismo alemán. Antes bien y paradójicamente,
tratándose de un símbolo universal, era bien conocido en la
tradición hebraica y masónica como la representación del
Polo Terrestre y de la morada celeste de El – Shaddai
Todopoderoso, primer aspecto de Dios invocado por el
patriarca Abraham. Luego de formar la esvástica, los tres
Grandes Maestros Masones saludaban primeramente al
Todopoderoso El-Shaddai y luego a la Estrella Polar.
De los tres Grandes Maestros solo el tercero es renovable
anualmente, mientras los otros dos cumplen sus funciones
ad vitam. Si un masón operativo s elevado al VII. º Como
tercer Maestro Masón se le explica detalladamente la
esvástica y su simbolismo. Se le revela que el Dios
Todopoderoso, el sol central en torno del cual gira el mundo
celeste, no es el orbe solar, sino la Estrella Polar. El nuevo
Tercer Maestro debe descender a una pequeña cámara
central bajo el piso de la logia; allí se le ordena elevar sus
ojos al cielo y observar la plomada que, pendiente del techo
de la logia, desciende hasta donde se encuentra acostado.
Al tope de dicha plomada puede ver “la Estrella del Cielo”,
o sea la Estrella Polar, con una letra “G” (Geometría, Gnosis,
God, etc.), y escuchar el “Yo soy El que Soy”, que según el
Antiguo Testamento, oyó Abraham que profería El-Shaddai.
En esta situación se le otorga orar. Luego, se le explica que
la plomada desciende desde la Estrella Polar, que la

119
esvástica es su símbolo y representa la morada de El-
Shaddai, el Todopoderoso.
En tiempos pasados, del centro del techo de la logia colgaba
una lámpara encendida azul donde se reunían Masones de
la Escuadra (Square Masons), y roja donde se reunían
Masones del Arco (Arch Masons). De dicha lámpara pendía
una estrella de cinco puntas que, simbólicamente
representaba a la estrella Polar y de dicha estrella colgaba
una plomada que representaba el axis mundi, el eje del
mundo, en torno del cual giraba el mundo manifestado, y
señalaba el centro de una esvástica que estaba en el piso
de la logia. Como es sabido, el símbolo de la esvástica es
más antiguo que la lengua sánscrita, incluyendo al
Hinduismo, así como al posterior Budismo. Originalmente,
representaba la rotación axial del mundo en torno a la
Estrella Polar y posteriormente se amplió su significado para
representar al propio Dios o, como en las logias operativas,
al Gran Arquitecto del Universo, el Todopoderoso El-
Shaddai.
No es de extrañar que, en el mundo antiguo, la estabilidad
De la Estrella Polar impresionara fuertemente a los
observadores, al igual que la imponente rotación de la
constelación de la Osa Mayor en torno a ella. También
contemplaban al Sol viajando a través del cielo en una ruta
levemente diferente cada día, luego, deteniéndose en su
lugar durante los solsticios y retornando a sus viajes de
vuelta nuevamente. La Luna, por su parte cambiaba, no sólo
de órbita sino de tamaño, de forma y tiempo de aparición.
En definitiva, todo el dosel celeste y sus estrellas giraban en
lo alto en una procesión gigantesca en la cual solo la Estrella
Polar aparecía como estable, fija e inmutable. No es de
extrañar, entonces, que la venerase como el auténtico trono
del Todopoderoso, El-Shaddai en persona.
En términos generales, dentro de los estudiosos de la
Masonería, se acepta que el primero y el segundo grado de
la Masonería especulativa moderna derivan de los

120
correspondientes grados de la Masonería Operativa. Sin
embargo, la mayoría de dichos estudiosos coinciden en que
el tercer grado especulativo, el llamado Maestro Masón, no
posee un correlato en el sistema ritual de los operativos. Si
por esto se entiende que el tercer grado especulativo no
está basado en un grado específico de la Masonería
Operativa, esta afirmación es correcta. No obstante, esto no
significa que deriva del sistema de la Masonería Operativa
pues, dentro de este sistema, existen ciertas ceremonias
conmemorativas (annual dramas) y de una de ellas deriva
incuestionablemente el famoso grado de Maestro Masón
especulativo que tantas polémicas y discusiones ha
suscitado. Otra observación realizada, poniendo en duda la
práctica de un sistema de siete grados por parte de la
Masonería Operativa, es la ignorancia generalizada acerca
de la misma. Se ha afirmado que un sistema de siete grados
es demasiado elaborado para organizar el trabajo de un
gremio. Pero es necesario recordar que para la construcción
de catedrales, iglesias y castillos, por ejemplo, eran
necesarios conocimientos técnicos complejos y trabajadores
con un alto grado de capacitación. Además, en la Edad
Media, la división septenaria era ampliamente conocida y
utilizada. Así, se podrían mencionar los siete órdenes
eclesiásticos, los siete pecados capitales, las siete virtudes
teologales, los siete sacramentos y las siete edades del
hombre, para no mencionar las siete artes y ciencias
liberales de los antiguos manuscritos masónicos. Sin
embargo, puede hacerse notar que, aunque existan siete
grados en la Masonería Operativa, en realidad ellos pueden
se agrupados en solamente tres clases de trabajadores.
En efecto, podemos distinguir las tres clases siguientes:
• 1ra.clase: Aprendices (I.er grado)
• 2da. Clase: Son todos compañeros:
- Compañero (II. º Grado)
- Súper Compañero de la Marca (IIIer.grado)
- Súper Compañero Constructor (IV. º Grado)

121
- Superintendentes – Menatschim.- (V. º grado)
• 3ra. Clase: Maestros del Oficio:
- Harodim (VI. grado)
- Tres Grandes Maestros (VII. º Grado).

Como se observa, la tercera clase está constituida por los


Oficiales (Harodim) y Maestros de los cuales existían tantas
referencias alusivas en el siglo XVIII, especialmente en el
norte de Inglaterra. De este modo, aunque posean siete
grados, los masones operativos los agrupan en tres clases:
1) Aprendices
2) Compañeros
3) Harodim y Maestros.

Aspectos simbólicos en los rituales de la Masonería Operativa


El erudito hermano y esoterólogo español Francisco Ariza,
en un trazado titulado “aspectos simbólicos de algunos
rituales masónicos operativos” aporta un lúcido análisis de
tres celebraciones que están directamente relacionados con
el templo de Jerusalén, referencia esencial de la logia
masónica, del que es su modelo simbólico; como el propio
templo de Jerusalén es a su vez, la imagen simbólica de la
ciudad celeste.
En ciertas logias masónicas de Inglaterra y Escocia que
conservan gran parte de los antiguos rituales operativos se
continúan celebrando tres fiestas altamente significativas e
importantes, cargadas de un rico simbolismo que testimonia
la fuerza y vigor de la tradición masónica, heredada de los
antiguos misterios, los cuales, en tanto que misterios,
conservan una presencia inalterable y una actualidad
permanente a lo largo del tiempo.

Se trata de la conmemoración de la fundación del templo


de Jerusalén, la conmemoración de la muerte del maestro
Hiram y la ceremonia de dedicación del templo. La primera
de estas festividades, la fundación del templo de Jerusalén

122
– También llamado de Salomón -, se celebra durante la
época de la pascua judía, concretamente en el mes de abril
(ziv), que es el segundo en el calendario judío, cuando,
según nos relata la Biblia (I Reyes, VI, 37 – 38) dio comienzo
su construcción. Abril es llamado mes de la “espigas”, pues
es en él cuando éstas comienzan a crecer gracias al ímpetu
renovado de las energías vitales de la naturaleza (expresión
de las energías cósmicas), manifestando así toda su fuerza
regeneradora.
La segunda conmemoración, la muerte del maestro Hiram,
tiene lugar el 2 de octubre, coincidiendo a su vez con la fiesta
judía del Yom Kipur, o “gran perdón”, época en que los
frutos maduran y la naturaleza entera se prepara para su
recogimiento y concentración invernal, pero que también
anuncia el jubileo y el juicio final, los que coinciden con el
“fin de los tiempos” y el descenso de la Jerusalén celeste
sobre la tierra.
La tercera conmemoración, la ceremonia de la dedicación
del templo, tiene también lugar durante el mes de octubre,
el día 30, y su desarrollo está marcado por la lectura de los
pasajes bíblicos en donde se menciona las palabras de
Salomón dirigidas al Señor invocado su presencia en el
tabernáculo del templo recién terminado (I Reyes, VIII, 22
– 30). Se trata de la consagración del mismo, cuya
edificación había durado exactamente siete años, número
simbólico que asimila su construcción a la creación del
mundo, que fue formado según el génesis en “siete días” o
ciclos temporales.
El número siete, es el número cosmogónico por excelencia,
siendo también el número de la jerarquía iniciática en
muchas tradiciones, pues el proceso de la realización
espiritual reproduce paso a paso (grado a grado) el proceso
cosmogónico mismo, incluido el de la propia naturaleza, que
con sus ciclos y ritmos periódicos y perennes nos invita a la
contemplación de un orden preciso y armónico, en el que el
hombre está insertado y participa enteramente, lo sepa él o

123
no lo sepa.
Esto explicaría porque el desarrollo de la iniciación
masónica, en sus diversos grados, implica necesariamente
un conocimiento de las estructuras simbólicas de la logia
(que son las del cosmos), conocimiento que ha de ir
acompañado, para su plena realización, de la transmisión
de las palabras sagradas, toques, y signos rituales,
inseparables (pues conforman un todo) de las leyendas y
relatos que aluden a los diversos episodios de la historia
sagrada de la orden masónica (que comienza a contarse a
partir de la construcción del Templo de Jerusalén, si bien en
algunas crónicas esa historia se remonta al origen mismo
de la humanidad), lo que permite actualizarla viviendo la
realidad a la que dicha historia se refiere.
Respecto del simbolismo del número siete, debemos señalar
que en las logias operativas mencionadas son también siete
los grados iniciáticos, todos ellos relacionados con la
edificación y acabamiento del templo (hecho a imagen,
volvemos a repetir, del orden universal), correspondiendo el
séptimo y último de esos grados
únicamente a los tres grandes maestros de
la masonería, los cuales representan y
asumen en su función al rey Salomón, al
rey Hiram de tiro y a Hiram Abif (el maestro
Hiram, constructor del templo de
Jerusalén), y cuya muerte ritual y simbólica es la que se
conmemora el 2 de octubre.
Hemos de añadir, a este respecto, que siete es también la
edad simbólica del maestro en todos los ritos masónicos
actuales, estableciéndose así una relación analógica entre
este grado y el acabamiento del arte real o gran obra de la
cosmogonía (su aprendizaje y conocimiento efectivo),
abriéndose a partir de ese momento las posibilidades de
realización de orden verdaderamente extra cósmico y
metafísico. Al respecto debemos recordar que la idea “más
allá del Cosmo”, o “más allá de la física” (la metafísica), está

124
presente en la expresión completa de la edad simbólica del
maestro masón: “siete años y más”.
Esa muerte simbólica en realidad representa una superación
o “exaltación” del dominio cósmico (de la dualidad inherente
a las acciones y reacciones de las energías bipolares que
determinan toda manifestación), lo cual se vive en el interior
de la conciencia como una síntesis o conciliación de esas
mismas energías, lo que procura el nacimiento a la realidad
metafísica y espiritual, simbolizada por la “resurrección” que
sigue a la muerte de Hiram.
En las logias operativas, la ceremonia de acceso a la gran
maestría se denomina el “gran drama anual”, porque en él
se ritualista la muerte, búsqueda y finalmente el hallazgo del
cuerpo de Hiram, tras lo cual comienza propiamente la
instalación del nuevo gran maestro, que junto a los otros dos
dirigirá la logia operativa durante un año, finalizado el cual
(coincidiendo con la fecha 2 de octubre) se procede a la
instalación de un nuevo tercer gran maestro, encarnando en
su función a Hiram.
Por otro lado, en dichas logias únicamente los dos primeros
grandes maestros (que representan, volvemos a repetir, a
Salomón y a Hiram de Tiro, respectivamente) lo son de por
vida, mientras que es tan sólo el tercer gran maestro (Hiram
Abif) el que se “sustituye” cada año, o ciclo completo, por
quien haya sido elegido para acceder a la gran maestría.
Sólo así es posible revivir periódicamente lo que sin duda
constituye el rito más importante de la masonería: la muerte
de Hiram y su resurrección en el nuevo maestro. Y cuando
decimos masonería nos estamos refiriendo tanto a la que
conserva los antiguos rituales operativos (casi
completamente desconocida, por no decir totalmente)
como a aquella otra que se ha dado en llamar
“especulativa” (que es la que comúnmente conocemos),
nacida en los albores del siglo XVIII, en que los rituales de
la antigua masonería fueron prácticamente olvidados, con
lo que esto supuso de pérdida irreparable del riquísimo

125
legado simbólico y espiritual que hasta entonces había
conformado a la tradición masónica.
Sin embargo, y a pesar de esa pérdida y de las diferencias
que puedan existir entre la logia operativa y la especulativa,
la Orden masónica es una sola en esencia.
Nuestra afirmación no es gratuita, pues siendo distinta en
muchas cosas, no obstante tanto la una como la otra
conservan intactos el ritual de la muerte y resurrección del
maestro Hiram, ritual que es el que verdaderamente le da
su identidad y su unidad a la masonería en su conjunto.
Además, la simbólica de dicho ritual expresa lo más
exactamente posible el sentido profundo de una de las
principales divisas y funciones del maestro masón, que
consiste en “difundir la luz y reunir lo disperso”. Al respecto,
el esoterólogo y maestro masón René Guenón ha señalado
que el grado de maestro en la masonería actual no es el
resultado de una elaboración especulativa del siglo XVIII,
sino de una especie de “condensación” del contenido de
ciertos grados superiores de la masonería operativa,
destinada a llenar en la medida de lo posible una laguna
debida a la ignorancia en que con respecto a aquéllos
estaban los fundadores de la Gran Logia de Inglaterra.
De ahí también el título de “príncipe de los masones” dado
a Hiram, pues bajo su directa inspiración, es decir de lo que
él representa en el plano iniciático y simbólico.
Centrándonos en la ceremonia de instalación del tercer gran
maestro, una parte importante y significativa de la misma
(que demuestra el origen operativo de este grado) consiste
en los siete peldaños o gradas que el candidato ha de
ascender, rodillas en tierra, hasta el “trono” (así se designa
exactamente) donde se sientan los tres grandes maestros.
Cada peldaño alude a una ciencia o arte liberal, las que en
su conjunto describen toda la cosmogonía. El candidato a la
gran maestría ha de responder a las preguntas que se le
formulen sobre cada ciencia, correspondiendo el primer
peldaño a la gramática, el segundo a la retórica, el tercero

126
a la lógica, el cuarto a la aritmética, el quinto a la
geometría, el sexto a la música y el séptimo a la astronomía
(artes liberales que están, además en correspondencia con
los siete cielos planetarios que en la cosmogonía hermética
cristiana e islámica medieval era los intermediarios entre la
tierra y el cielo, donde reside el trono divino).
Superada la prueba, el nuevo gran maestro es recibido en
las “moradas de la potencia”, así llamadas probablemente
porque esa parte de la logia se asimila al Debir, que era el
“santo de los santos”, tabernáculo o sanctasanctórum del
templo de Jerusalén, y en el que era depositada el “arca de
la alianza”, siendo, en consecuencia, el lugar más sagrado e
interno del templo. Este recinto interior es lo que en la cábala
se denomina “santo palacio interno”, que es el verdadero
centro o corazón del mundo y del hombre, y lugar de
manifestación de la skekinah, la “presencia divina”. Este
recinto interior está simbolizado por el centro de las seis
direcciones del espacio, por donde pasa el “séptimo rayo
solar”, identificado asimismo con el eje del mundo.
Los siete peldaños que se han de ascender por el candidato
a la gran maestría constituyen la línea que separa, y a la
vez une, el Debir del hikal (el “santo”), que es aquella parte
del templo que se extiende desde esta línea divisoria hasta
el pórtico de la entrada, presidido por las dos columnas Jakin
y Boaz, cuya simbólica desempeña un importante papel
dentro de la enseñanza masónica.
Si en la logia el Debir, por su posición elevada, simboliza el
cielo y la vertical, el hikal simboliza a su vez a la tierra y a
la horizontal, con lo cual el ascenso se vive como un viaje
axial de la tierra al cielo, o de una realidad condicionada por
las limitaciones espacio – temporales, a la verdaderamente
incondicionada y eterna.
En el mismo contexto, añadiremos que en la logia operativa
los tres grandes maestros están ubicados simbólicamente
sobre el monte Moriah, considerado como una de las tres
montañas sagradas de la masonería (las otras dos son el

127
Tabor y el Sinaí), pues fue sobre su cima donde se edificó
el templo de Jerusalén. La sacralidad de esta montaña hace
de ella un verdadero eje del mundo, y por tanto de nexo de
unión y comunicación entre el cielo y la tierra.
Ni qué decir de la importancia del papel que estos tres
montes han desempeñado en la historia y la geografía
sagradas de la tradición judeo cristiana, profusamente
descripta en los templos cristianos edificados por los
masones y compañeros medievales.
El “ascenso” del candidato se realiza entonces a lo largo de
dicho eje, y los peldaños de las siete ciencias constituyen
también un ascenso por los grados del conocimiento, los
cuales, una vez asimilados, conducen al hombre a la
reintegración con la unidad de sí mismo, lo que en lenguaje
masónico equivale a la identificación con la energía o
potencia creadora del Gran Arquitecto del Universo.
De ahí que durante la ceremonia de instalación del tercer
gran maestro se aluda directamente a uno de los símbolos
más antiguos del Gran Arquitecto: la cruz esvástica.
Ésta está estrechamente relacionada con la estrella polar,
ubicada en el centro mismo de nuestro universo, el único
punto que permanece inmutable mientras toda la bóveda
celeste gira en torno de él. Los cuatro brazos de la cruz
esvástica representan asimismo las cuatro posiciones
(dirigida a los cuatro puntos cardinales celestes) de la
constelación de la osa mayor, la cual, en efecto, gira
constantemente en torno de la polar.
La osa mayor es una constelación boreal que está formada
por siete estrellas, las que en la tradición hindú se
consideran como la morada simbólica de los siete rshis o
sabios legendarios que transmiten la sabiduría perenne a la
humanidad a través de los diferentes periodos cíclicos por
lo que ésta atraviesa. Por otro lado, el nombre primero de
esta constelación no era la de osa mayor sino el de la balanza
(o libra), antes de que este última pasara a formar parte del
zodíaco. Sin embargo, ese nombre siguió persistiendo en la

128
antigua china, en donde era designada como la “balanza de
jade”, siendo el jade un símbolo de perfección. Tal vez sea
en el número de esas estrellas, y las ideas de orden y
perfección que sugieren en el simbolismo tradicional, donde
debemos encontrar el origen de la expresión masónica “siete
la hacen justa y perfecta” con relación al número de
masones que son necesarios para la constitución de una
logia y la transmisión regular de la influencia espiritual.
Existe una directa vinculación entre la rotación celeste
alrededor del centro del universo y la propia estrella polar
ubicada en el mismo, pues dicha rotación emana de ella
misma, y como dice Rene Guenón ese movimiento “no es
un movimiento cualquiera sino una rotación que se cumple
en torno de un centro o de un eje invariable. El centro
imprime a todas las cosas el movimiento, y como el
movimiento representa la vida, la esvástica se hace por eso
mismo un símbolo de la vida o, más exactamente, del papel
vivificador del principio con respecto al orden cósmico”. Es
por ello también que la esvástica es el símbolo del polo, que
es la gran unidad (llamada tai-ki en la tradición extremo-
oriental), o el centro de centros, o el sol de soles, pues de
idéntica manera que todo el conjunto de la existencia
universal surge de él, en él se reintegra cuando finaliza el
ciclo de manifestación. Esto último está muy relacionado con
la iniciación.
Hemos dicho acerca de la analogía entre el proceso cósmico
y el espiritual, que la iniciación consiste en la paulatina y
gradual reintegración de todos los elementos dispersos del
ser individual en el sí mismo, lo cual implica la
universalización de esa individualidad, que pasa así de la
periferia del movimiento incesante de la rueda del mundo
(de su rotación o girar indefinido) al centro de esa misma
rueda.
De ahí que en los rituales se afirme que al maestro masón
sólo se lo puede hallar en el “centro del círculo”, que equivale
a la cámara del medio, nombre con el que designamos a la

129
logia que trabaja en el tercer grado o sea el de maestro en
la masonería simbólica.
Por otro lado, en el séptimo grado de la logia operativa, el
Gran Arquitecto recibe el nombre hebreo de Shaddai, que
quiere decir “dios todopoderoso”, el que es invocado al final
de la ceremonia de la dedicación del templo por el primer
gran maestro (Salomón) en estos términos: “yo he
terminado el trabajo que mi padre me manda cumplir, en
clara referencia al acabamiento y culminación de la obra. En
el simbolismo arquitectónico (ampliamente desarrollado en
los rituales operativos) la idea de “acabamiento” del templo
está presente en la simbólica de la “piedra angular” (pues
efectivamente ella es la última piedra que se pone
“coronando” toda la construcción), cuya posición es
esencialmente axial al ubicarse en el centro mismo de la
bóveda o domo (de ahí el nombre de “clave de bóveda” para
designar dicho centro), el cual representa la cúpula celeste
dentro de la construcción.
No es entonces por casualidad que entre los principales
símbolos masónicos que se refieren al grado de maestro se
encuentra la “piedra cúbica en punta”, en tanto que la
“piedra cúbica” corresponde al de compañero y la “piedra
bruta” al aprendiz. Existe además una analogía entre lo que
significa la “piedra cúbica en punta” y la “piedra filosofal”
en el hermetismo alquímico, cuya obtención también supone
la culminación o “coronamiento” de los misterios de la
cosmogonía. En la tradición cristiana Cristo es designado
como la “piedra angular”.
La piedra angular equivale a la estrella polar, y ambas
simbolizan cada una en su orden, al todopoderoso Gran
Arquitecto, vivificador y sostén, principio y fin, alfa y omega
de toda la creación. En este sentido es interesante destacar
el hecho de que la apertura de una logia operativa sólo es
efectiva cuando son reunidas las tres varas que porta cada
uno de los tres grandes maestros formando un triángulo
rectángulo (también llamado “pitagórico”), pues dichas

130
varas están en la proporción 3-4-5, valor numérico,
precisamente, del nombre del Shaddai en hebreo.
Toda esta simbólica se resume en un momento de la
instalación del tercer gran maestro cuando son reunidas
cuatro escuadras de manera que formen la cruz esvástica.
Tres de esas escuadras pertenecen a cada uno de los tres
grandes maestros, y la cuarta es la que se encuentra sobre
el libro sagrado. Esa esvástica es, a su vez, una réplica o
reflejo de la que está dibujada en el techo (cielo) de la logia,
de cuyo centro desciende una plomada – eje en dirección al
centro mismo de la esvástica terrestre formada por las
cuatro escuadras, simbolizando de esta manera la unión
entre el cielo y la tierra.
Debemos tener en cuenta que el polo es el único punto que
permanece inmóvil en la rotación de la tierra sobre su eje,
reflejando perfectamente la inmovilidad del polo celeste. En
el simbolismo constructivo el polo terrestre se corresponde
con la “piedra fundamental” (que es el centro, y la síntesis,
de las cuatro piedras situadas en cada una de las esquinas
– o puntos cardinales – del edificio), reflejo directo sobre el
plano de base de la “piedra angular”, que obviamente se
identifica con el polo celeste. En este sentido, y en relación
con las cuatro escuadras que forman la esvástica, diremos
que éstas, dispuestas de otra manera, constituyen los cuatro
ángulos o esquinas del templo.
Por su vinculación con el polo y el centro del mundo la
esvástica es considerada uno de los principales símbolos que
remiten directamente a la tradición primordial, cuna de la
humanidad, y cuyo origen, según todas las fuentes
tradicionales, fue en un principio polar o hiperbóreo. Y el
hecho de que este símbolo constituya parte integrante y
fundamental de este ritual operativo demuestra una vez más
que la simbólica, ritos y misterios de la masonería proceden,
por una transmisión ininterrumpida a lo largo del tiempo y
con todas las adaptaciones necesarias, de esa misma
tradición primigenia. Tal vez a todo ello es a lo que también

131
se refiere Guenón cuando al final del artículo sobre la “letra
G” y esvástica” afirma “... Que la teoría polar ha sido siempre
uno de los mayores secretos de los verdaderos maestros
masones”.

VII. La logia en la Masonería especulativa

Nuestra logia ha sido hecha a “imagen y semejanza” del


templo Jerusalén y por ende simboliza tanto el microcosmo
(el hombre mismo) como el macrocosmo (el universo).
Etimológicamente la palabra “logia” deriva de “logos”, que
es el verbo o palabra, que emitida en el mundo lo rescata
de las tinieblas y el caos, creando así la posibilidad de la
manifestación y el orden universal. Igualmente, “logia”, si
no etimológicamente si en cuanto a su sentido simbólico, es
idéntica a la palabra sánscrita “loka”, que quiere decir
“mundo”, “lugar”, y por extensión “cosmos”, “universo”. Por
otro lado, también se da una identidad entre “logia”, “logos”
y el griego “lyke”, que significa “luz”.
Resumiendo, lo que distingue ante todo la logia masónica
es un espacio iluminado, pero iluminado interiormente
gracias a la influencia espiritual transmitida por la iniciación.
De ahí que la logia se asimile a la “caverna iniciática”,
término que se utiliza en diversas tradiciones para designar
lo más central y oculto del cosmos, su corazón mismo. Como
la caverna iniciática, la logia permanece protegida y a
cubierto del mundo profano y de las “tinieblas exteriores”;
que jamás penetraran en ella porque en realidad se
encuentra situada en otro plano. No se trata de un lugar
en sentido literal, sino más bien de la conciencia interna
donde habita el misterio del alma humana.
Evidentemente existe una logia concreta y física, que puede
estar situada en cualquier calle de cualquiera ciudad de
cualquier país, y puede cambiar de ubicación tantas veces
como quiera. Lo importante es que el templo exterior
simboliza con imágenes mnemotécnicas y evocadoras

132
nuestro propio espacio y tiempo interior. Más allá de las
apariencias debe penetrarse en lo que estas velan y ocultan,
pues de lo que realmente se trata es de conocer el “templo
que no está hecho por manos de hombre”.
La forma de la logia es la de un cuadrado largo o rectángulo,
cuya longitud es el doble de su anchura. En la redimensión
sería un paralelepípedo, figura geométrica que para Platón
daba las proporciones y relaciones armónicas del universo.
En efecto, en nuestra logia se dan una multitud de
correspondencias simbólicas que tejen un conjunto
perfectamente tramado donde es posible percibir la armonía
del mundo. Nada en este templo es superfluo ni ha sido
puesto al azar, y cada símbolo allí presente, cada palabra o
gesto emitido, está reflejando un matiz particular de esa
armonía.
Es importante destacar que el diseño de la logia masónica
parte de la idea directriz marcada por el “número de oro” o
“divina proporción”, regla que era utilizada por los
arquitectos medioevales. Este número determina, a partir de
un punto central que se expande en un movimiento
logarítmico, las proporciones armónicas presentes en todos
los organismos vivos, ya se trate, por ejemplo, de la
estructura corporal del hombre, de una flor, del caracol, de
la estrella de mar o de las espirales galácticas. Para los
pitagóricos, el “número de oro” manifiesta la inteligencia
creadora de la monada o unidad, o Gran Arquitecto, en su
acción, o gesto, sobre la materia caótica, plasmándose en
ellas las ideas de simetría y orden, equilibrio y belleza.
Por todo esto nuestra logia sintetiza la totalidad de la vida
universal, del cosmos manifestado, hasta ser como la
transformación cualitativa de éste, es, pues, una imagen del
mundo, un prototipo del mismo, reducido a su forma
esencial. En este sentido, podría aplicarse a la logia
masónica aquella frase inscripta en el templo de Ramsés II:
“Este templo es como el cielo en cada una de sus
dimensiones y proporciones”.

133
Por otro lado, la estructura alargada de la logia permite
seguir el curso diurno del sol, el astro que ilumina la tierra
partiendo de oriente hacia occidente pasando por el
mediodía o sur. Por ello, y al ser como una imagen simbólica
del universo, la logia está ordenada por las direcciones del
espacio, que surgidas simultáneamente por la irradiaciones
de un punto central (el “corazón del mundo”) genera un
sistema de coordenadas donde lo alto, lo bajo, lo largo y lo
ancho conforman una cruz de tres dimensiones, otro
esquema simbólico del cosmos.
De todo ello deriva una geometría espiritual que fue bien
conocida por los masones operativos, aplicándola en la
orientación y disposición de los edificios sagrados, que de
esta manera eran penetrados por los efluvios y las fuerzas
espirituales de la naturaleza y el cosmos. Desde el espacio
íntimo y oculto de la gruta o caverna donde nuestros
antepasados prehistóricos oficiaban sus ritos y cultos
sagrados, pasando por la choza o tienda ritual de los
pueblos nómades y los templos construidos de madera,
hasta, en fin, los monasterios y catedrales, una larga
cadena tradicional ha ido dando testimonios de esa
voluntad del hombre por encuadrar y delimitar
determinados espacios “cargándolos” de significación
espiritual, de modo que reflejaban en la tierra el orden
mismo del cielo.
Continuando con la descripción de la logia masónica,
observamos que en el oriente se añade el “Debir”, que en el
templo de Jerusalén o de Salomón simbolizaba el “sancta –
sanctorum” o “santo de los santos”. El “Debir” tiene forma
de hemiciclo, idéntico al “abside” semicircular de las iglesias
y catedrales cristianas, lo mismo que el “mihrab” de las
mezquitas musulmanas. Dicho hemiciclo es la proyección en
el plazo horizontal – terrestre de la cúpula o bóveda del cielo.
Todo el espacio restante de la logia que va desde la puerta
de entrada hasta donde comienza el “Debir” se denomina
“hikal”, que era el “sanctum” o “santo” en el mismo templo

134
de Jerusalén.
El “hikal” (o el valle como se le suele llamar) está separado
del “Debir” por tres peldaños o gradas, que aluden a los tres
grados iniciáticos de aprendiz, compañero y maestro. Así,
pues, estos tres peldaños se refieren a la idea de elevación
gradual y jerarquizada a otros planos o niveles superiores de
realidad. En efecto, en el “santo de los santos” se
depositaba los más sagrado del pueblo de Israel: el “arca de
la alianza”, pequeño receptáculo, en sí mismo un modelo
de cosmos, que “contenía” los efluvios y bendiciones
emanados de la divinidad, del “arca de la alianza”, como
centro simbólico del mundo, se esparcían las bendiciones en
todas las direcciones del espacio, comunicándose más allá
de los muros y paredes del templo, hasta la ciudad y el
universo entero.

135
En el lugar que aproximadamente correspondería al “arca de
la alianza” está situado el altar o ara, corazón de la logia
donde incide el eje vertical que comunica el cielo con la
tierra. También se llama “altar de los juramentos”, porque
sobre el realizamos los compromisos y “alianzas” que los
masones contraemos con nuestra Orden. No en vano,
encima del altar se encuentra la Biblia, o libro de la ley
sagrada, abierta por el prólogo del evangelio de San Juan
que comienza con las palabras: “en el principio era el
verbo...”.
Encima de la Biblia depositamos el compás y la escuadra,
símbolos masónicos por excelencia. Estas son las
herramientas que simbolizan el cielo y la tierra. Con el
compás se traza el círculo o circunferencia, figura geométrica
que es imagen del cielo y de lo celeste. Con la escuadra se
traza el cuadrado, o bien la cruz (que se forma por la unión
de dos escuadras unidas por sus vértices respectivos),
inseparables de la idea de cuaternario. Así, los cuatros
elementos, los cuatro puntos cardinales, las cuatro
estaciones, los cuatro periodos de la vida humana, etc., es
decir todo lo relacionado con la tierra y lo terrestre.
El compás como “ciencia del cielo” y la escuadra como
“ciencia de la tierra”, sintetizan los misterios de la
cosmogonía (estudio del nacimiento del mundo), que son
también los misterios del hombre en su totalidad.
La unión entre lo superior y lo inferior, entre el cielo y la
tierra, se representa por la superposición y entrelazamiento
del compás y la escuadra, el primero con el vértice hacia
arriba y la segunda hacia abajo, semejando la “estrella de
David” o “sello de Salomón”. Esta complementariedad, que
sin embargo mantiene un orden jerárquico, está señalada
por la fórmula hermética de que “... Lo de arriba (el
macrocosmo) es como lo de abajo (el microcosmo) y lo de
abajo como lo de arriba”. Si la “Biblia”, como libro sagrado,
recoge la revelación de la palabra, el compás y la escuadra
son las herramientas que sirven para aplicar el contenido

136
espiritual de esa revelación en el orden de la arquitectura.
Biblia, compás y escuadra son las “tres grandes luces” de
nuestra orden, porque en el estudio, en la meditación y en
el uso ritual que de ellas se hace se va iluminando el sendero
que conduce al conocimiento.
También en oriente, sobre el fondo, en lo alto, encontramos
la estrella flamígera, que es la imagen realizada y
transformada en luz a la que debemos aspirar como meta
suprema del camino de perfección. Por distante que parezca,
está al alcance de todos, pues en realidad, la llevamos
adentro.
Debemos reconocer que las metas de los tres grados de
nuestra orden – la iluminación a través de la búsqueda de
la luz, la sabiduría a través de la comprensión y la vida
ilimitada a través del proceso de resurgimiento – deben
constituir el objetivo de nuestra vida.
Siguiendo todavía en oriente, sobre la pared del fondo
encontramos también el delta luminoso. Esta delta es un
triángulo con el vértice hacia arriba, figura que expresa la
realidad de los principios universales, a la vez que es la
primera estructura arquetípica que se expresa en todos los
planos de la manifestación como una fuerza que crea, otra
que conserva y una tercera que destruye, o mejor,
transforma. Estas tres ideas – fuerza surgen de la unidad
primordial que queda simbolizada en el delta por un ojo que
viene a referirse a la presencia inmutable de la deidad en el
seno mismo de la manifestación.
Pero la logia – como templo – no es una estructura estática
– como tampoco lo es el universo –sino dinámica también,
pudiendo ser visualizada como una rueda, imagen de “la
rueda del cosmos” o rota mundi. Esto está expresamente
indicado por las doces columnas o pilares que enmarcan el
recinto de la logia, y que equivalen a los doce signos
zodiacales. Cinco están situadas a septentrión, cinco más a
mediodía las dos restantes (las columnas “J” y “B”) a
occidente, justo en el pórtico de entrada. Diremos que el

137
zodiaco (que quiere decir “rueda de la vida”) es como el
marco del universo visible, y su movimiento cíclico, unido al
de los planetas y demás constelaciones, influye en el campo
alternativo de las estaciones y en el mantenimiento y
renovación de la vida del cosmos y del hombre.
De esto se deduce que la masonería no desconoce la antigua
ciencia de la astrología, que junto a la alquimia revela
también los misterios del cielo y la tierra.
Debemos aclarar que el número de pilares puede variar de
acuerdo al templo y tipo de trabajo en determinado templo.

Las columnas “J” y “B” se vinculan con la simbología de los


dos solsticios, y por tanto con las esferas ascendentes –
descendentes del ciclo anual. Ellas se asimilan, pues, a los
dos San Juan, el bautista y el evangelista, y en consecuencia
a la “puerta de los hombres” y la “puerta de los dioses”,
respectivamente.
Las puertas solsticiales cumplen un papel muy importante
dentro del proceso iniciático, que reproduce exactamente las
etapas del desarrollo cosmogónico.
Cada año los días se van acortando progresivamente hasta
llegar el día del solsticio de invierno, el día más corto y de
máxima oscuridad, en que la naturaleza se halla sumida en
el frío invernal de la muerte. Pero más que un día de duelo,
la masonería lo considera un día de fiesta. Ese día marca el
fin de un ciclo de luz y vida y el comienzo de otro, iniciándose
una nueva búsqueda de luz y de vida en medio de la
oscuridad. Paralelo con lo que sucede en la vida del hombre.
Se inicia un nuevo día. La naturaleza se renueva
gradualmente, según se van alargando los días, hasta llegar
al solsticio de verano, día de mayor iluminación, del calor
de la vida, a semejanza del “medio día en punto”. Se ha
alcanzado el apogeo de un ciclo de vida y la hora de menor
sombra. Para la orden esto es también motivo de
celebración.
Este eterno mensaje de la masonería concerniente a la luz

138
y la vida así como a la muerte y la resurrección, nos lleva a
celebrar con igual regocijo tanto el instante de la muerte
como el del nacimiento de todo ser.
Volviendo a la descripción de nuestra logia, digamos que
hay dos columnas visibles, que representan las dos fuerzas
opuestas, mejor dicho complementarias, de espíritu y
materia. La señalada columna “J”, la del espíritu, representa
la fuerza espiritual. La columna “B”, la de la materia,
representa la belleza o la armonía en el universo. La
tercera, la de la sabiduría – síntesis de las otras dos – está
en formación.
En el centro de la logia se extiende el piso, el “pavimento
de mosaico”, de cuadros blancos y negros exactamente igual
que el tablero de ajedrez. El “pavimento de mosaico” es, sin
duda, un símbolo de la manifestación que, efectivamente
está determinada por la lucha y delicado equilibrio que entre
sí sostienen las energías positivas, masculinas y centrífugas
(luminosas) y las energías negativas, femeninas y
centrípetas (oscuras), expresadas también en la alternancia
de los ritmos y ciclos vitales y cósmicos. En este sentido, es
alrededor del pavimento mosaico por donde efectuamos, las
circunvalaciones rituales en las tenidas de la logia, siguiendo
un orden marcado por los cuatros puntos cardinales, las
direcciones del espacio.
Debemos mencionar que en medio del “pavimento de
mosaico”, el venerable de la logia ordena se ubique el
“cuadro de la logia” o “tabla de trazar”, correspondiente al
grado en que se desarrollará la tenida, que antiguamente
era dibujado en el suelo al comenzar los trabajos, y borrados
cuando estos finalizaban.
El “cuadro de la logia “es un esquema sintético de todo el
templo masónico, además de constituir un soporte simbólico
para la meditación y la concentración.
También alrededor del “pavimento mosaico” y del punto
geométrico más central del templo tiene lugar el rito de la
“cadena de unión”, en el que se invoca la potencia creadora

139
e iluminadora del “Gran Arquitecto del Universo”, e
implícitamente también la de todos los antepasados míticos
e históricos que contribuyeron en la edificación del templo
material y espiritual.
“Cadena de unión” que también la tenemos simbolizada en
la arquitectura del templo y que se ubica por debajo de su
techo. Es el lazo interior que une a todos los masones por
encima de sus diferencias y representa además el principio
de causalidad.
Por otra parte, en el lado norte, frente al sitial del segundo
vigilante, se encuentra el “sillón vacante” reservado para el
hermano que fue en búsqueda de la palabra perdida.
Al respecto, debemos señalar que la historia mítica de la
Orden refiere que hubo un tiempo en que existió una palabra
de valor inestimable que era venerada profundamente. Muy
pocos la conocían y, con el tiempo acabo por perderse,
siendo substituida por otra; pero, como en la filosofía
masónica enseña que no hay muerte sin resurrección, ni
decaimiento sin restablecimiento posterior, síguese de este
principio que la perdida de la palabra implica su
recuperación.
Sabemos que en nuestra orden todas sus enseñanzas se
expresan por símbolos que no son otra cosa que la
representación visible de las cosas invisibles. Y
precisamente el símbolo del objeto fundamental de la
masonería, esto es la verdad divina, es la palabra
La palabra se perdió cuando las multitudes se sumergieron
en las profundas tinieblas morales donde parecería haberse
extinguido el fuego divino de la verdad, a consecuencia de
la dispersión de Babel.
Así, la multitud idolatra llegó a perder la palabra, asesinó al
constructor y suspendió las obras del templo espiritual. De
ahí que la búsqueda de la palabra, esto es de la verdad, es
la consecuencia natural de su perdida. Pero por nuestra
naturaleza humana sabemos que en esta vida terrestre no
se vive la verdad pura y debemos contentarnos con una

140
substituta. Por más que nos afanemos, jamás puede
encontrarse enteramente la palabra simbólica, el
conocimiento de la verdad divina. Pero si se puede llegar
cada vez más cerca de ella a través del ejercicio del arte real.

Existe un texto de las lecturas del rito de emulación que


resume bellamente todo lo dicho respecto de nuestro templo
sagrado, la logia, dicho texto dice así:
“Permitidme atraer vuestra atención sobre la forma de la
logia, la cual es un paralepípedo que se extiende de este a
oeste, en anchura entre el norte y el sur y en altura desde
la superficie de la tierra hasta su centro, e incluso a tanta
altura como los cielos”. “Una logia de masones se describe
así para mostrar la universalidad de la ciencia y enseñarnos
que la caridad de un masón no debe conocer más límites
que los de la prudencia” “nuestras logias deben estar
orientadas de este a oeste, porque todos los templos
dedicados a la adoración divina, como las logias de los
masones están o deben estar así orientadas”. “el universo
es el templo del Dios que servimos. La sabiduría, la fuerza y
la belleza sostienen su trono como pilares de su obra, porque
su sabiduría es infinita, su fuerza omnipotente y su belleza
resplandece en el orden y la simetría del conjunto de la
creación. El extendió los cielos al infinito, como vasto
baldaquino; dispuso la tierra como una tarima, coronó su
templo con las estrellas como una diadema y de su mano
irradian la potencia y la gloria. El sol y la luna son los
mensajeros de su voluntad y toda su ley es la concordia (el
amor).

Las Logias operativas en la actualidad

Casi siempre se tiende a considerar que una “etapa histórica”


sucede a otra y la da por abolida completamente, no
quedando trazas de ella. En realidad, rara vez ocurre de tal
modo y, muy por el contrario, las distintas etapas conviven

141
simultáneamente por largo tiempo. De la misma forma, el
advenimiento de la llamada Masonería Especulativa o
moderna de ningún modo implicó la desaparición de la
Masonería Operativa antigua. Es cierto, sin embargo, que las
antiguas logias operativas redoblaron sus esfuerzos para
ocultarse del gran público y pasar desapercibidas, a
diferencia de las logias modernas, las cuales se insertaron
claramente en la vida social y política de los respectivos
países donde se encontraban asentadas. Para comprobar lo
antedicho, pasaremos a describir muy brevemente, el
panorama de la Masonería en la actualidad, particularmente
en las Islas Británicas, de donde se posee más información
al respecto.
Lo primero que debe decirse es la Worshipful Society of Free
Mason, Rough Mason, Wallers, Slaters, Paviors, Plaisterers
and Bricklayers, cuya actividad durante los siglos XV, XVI y
XVII fuera muy importante, continúa existiendo en este
siglo XXI. Según testimonios originados en dicha Obediencia
Masónica operativa, “….la Worshipful Society of Free Masons
es única en el mundo (…) se extiende desde Norteamérica a
Nueva Zelanda. Hemos constituido un assemblage (logia) en
Bruselas el pasado septiembre y constituiremos otro el mes
que viene para reunirse en la ciudad de Londres. Muchos
otros assemblages se están considerando (aparte de los
muchos ya existentes), especialmente dos más en Canadá ,
dos o tres en EE.UU., uno en Israel, dos en España, uno en
Singapur, uno en Hong Kong, uno más en Australia y dos
más en Nueva Zelanda”. Según estas fuentes originales, que
recién ahora permiten que trascienda algunas
informaciones, un alto miembro de los masones operativos
de la ciudad de York reorganizó la institución salvándola de
una casi segura extinción. “Nuestra Sociedad fue re-fundada
en 1913 por (Clement) Stretton, quien, en aquellos tiempos,
era el Gran Secretario (Clerk) de los ahora desaparecidos
Operativos de York. Desde 1913 hasta 1932 la Sociedad
consistía solamente en el Channel Row Assemblage que se

142
reunía en Westminster y se confería todos los grados pero
no trabajaban. En 1932 se constituyó el Friars Walk
Assemblage y en ese momento los (tres) Grandes Maestros
Masones decidieron que era necesario un Grand
Assemblage. Desde aquellos comienzos hasta el presente
tenemos 53 assemblages distribuidos en todo el mundo”.
Los masones operativos del siglo XXI son perfectamente
conscientes de su superioridad y regularidad ante las
desviaciones que representa la Masonería moderna
originada en 1717: “No tenemos duda de que el éxito
mundial de nuestra Sociedad se debe a que puedo explicar
ampliamente la Masonería Especulativa a Hermanos que,
como se dice, carecen de educación en estos asuntos”.
En Escocia existe una pequeña organización operativa
denominada Scottish Guild of Operative Masons, que se
encuentra en relaciones de acuerdo y mutuo reconocimiento
con la organización anterior. Consta de dos assemblages que
se reúnen en el noreste de Escocia. El ritual de la Scottinsh
Guild of Operative Masons es idéntico al de la Worshipful
Society of Free Masons del grado I al grado VI, pero el grado
VII es totalmente diferente. A pedido de la Worshipful
Society se introducirían algunos pequeños cambios en dicho
ritual que, de este modo, se convertiría en una variante
aceptada. En el sudeste de Escocia existen otros dos
assemblages independientes, que no tienen relaciones de
acuerdo y reconocimiento con las dos organizaciones antes
mencionadas.
También existiría una Masonería operativa en Francia y en
otros países de la Europa continental pero no existiría una
organización de masones operativos unificada y las pocas
existentes no mantendrían relaciones entre sí. No obstante,
las anteriores no son las únicas órdenes que trabajan, en
Occidente, en la conservación y restauración de la vía
operativa masónica. En este sentido, podemos mencionar,
entre otras, a la Ordre Initiatique et Tradittionnel de l`Art
Royal, que practica el rito operativo de Salomón; a la Orden

143
de Heredom de Kilwinning y a la Grand Loge Française du
Rite Ecossais Primitif, que practica sus propios ritos
particulares.
Finalmente, debemos recordar que en Oriente existen otras
organizaciones de constructores operativos (de las cuales
casi no hay noticias en Occidente), firmemente enraizadas
en sus propias tradiciones espirituales y religiosas. Entre
ellas, se pueden mencionar la Order of Vishwakarma , en la
India, que reivindica su prelación aun sobre la casta de los
Brahmanes, las tarikas sufíes del Islam, dedicadas a la
construcción; y algunas logias de las llamadas Slant Masons
(Masones Oblicuos) en Israel que todavía trabajan en las
canteras del Rey Salomón.

VIII. El simbolismo del ritual de apertura de la logia

El ritual de apertura y clausura de la logia es, junto a los


catecismos o manuales de instrucción y los símbolos que
aluden a la construcciones, el único legado (pero sin duda
inapreciable) que la masonería actual ha recibido de la
antigua masonería operativa. Dicho legado ha permitido que
se continuara conservando la descripción simbólica de la
cosmogonía, y por consiguiente, la posibilidad de acceder a
su conocimiento y comprensión. De esta manera lo
fundamental del arte real masónico, que ejemplificaría el
proceso que conduce a ese conocimiento, se ha perpetuado
a través del tiempo, y con él el espíritu de nuestra Orden
iniciática en occidente. Esta sería la principal razón de que
la masonería continué siendo una tradición viva con todos
los elementos necesarios para hacer efectiva la realización
espiritual. Por otro lado, el que muchos miembros de la
masonería ignoren el verdadero contenido iniciático y
esotérico de la Orden a la que pertenecen, en nada altera
la validez de la iniciación masónica, ni disminuye su fuerza
para quien esté interesado realmente en un trabajo interno
serio y ordenado, y sepa ver más allá de la apariencia formal

144
e “institucional” con que se reviste y “cubre” esta tradición
para expresar la primordialidad de su mensaje, el que
constituye su esencia y su razón misma de ser.
En esta primera parte vamos a dedicarnos a la simbólica del
ritual de apertura de la logia, sin ajustarnos literalmente a
un reglamento determinado. Este ritual consagra, en el
verdadero sentido de la palabra, los trabajos que en ella se
cumplen. En efecto, mediante el mismo, lo que no era sino
un lugar cualquiera, deviene en un templo, esto es, un
espacio sacralizado y significativo. Gracias a la acción de las
energías espirituales vehiculizadas por los símbolos, palabras
y gestos rituales, podría decirse que ese lugar es
“transmutado” en algo esencialmente distinto de lo que era.
De ahí, por tanto, la importancia de que el ritual sea
practicado lo más perfectamente posible, siguiendo con la
máxima escrupulosidad lo en él prescripto, y sin alterar,
suprimir o modificar sin razón alguna ninguno de los
elementos que lo constituyen, ya que en el respeto a los
mismos reside precisamente la eficacia del propio rito.
Naturalmente esto no quiere decir que los gestos rituales se
repitan de manera “mecánica”, sino que al tiempo que se
realizan han de comprenderse las ideas que vehiculan, que
hablan de una realidad arquetípica, siendo uno con ellas,
pues el rito no es otra cosa que el símbolo hecho gesto. Por
consiguiente, el ritual ha de vivirse como lo que realmente
es, como un conjunto o un todo ordenado y armónico en
donde cada una de las partes que lo conforman se
corresponden mutuamente entre sí. Se trata, por tanto, de
un organismo que está vivo, y que actúa de acuerdo a los
estímulos que recibe, es decir en cuanto se pone en práctica
de una manera consiente. Es por eso que sí una de esas
partes faltara el ritual entero se resentiría, perdiendo “fuerza
y vigor” la influencia espiritual que a través de él se
transmite.
Para su mejor explicación, podemos dividir el ritual de
apertura en cuatro partes:

145
1) Asegurarse de la “cobertura” de la logia.
2) Comprobar la regularidad iniciática de los asistentes
y determinación del espacio simbólico.
3) El “encendido de las luces” y el trazado del cuadro
de logia.
4) Descripción del tiempo simbólico y consagración de
la logia.

Asegurarse de la “cobertura” de la logia

La apertura de la logia comienza comprobándose


ritualmente la “seguridad” o “protección” de la misma. En
eso consiste el “primer deber de un vigilante en logia”, pues
ésta ha de estar plenamente “a cubierto” de las influencias
procedentes del mundo exterior o profano. Dicha cobertura
asimila al templo masónico a la “caverna iniciática”, cuya
simbólica está en relación con la idea cíclica de ocultación y
repliegue de la doctrina tradicional en un “lugar” inaccesible
a las “miradas profanas”. De esa cobertura se encargan
directamente a los guarda templos (externo e interno)
oficiales que, como la propia palabra indica, tienen la función
de “guardar” y “cubrir” el templo. Con el cumplimiento de su
oficio, el guarda templo externo, al actualizar la idea que el
símbolo manifiesta, ritualiza la efectiva “separación” que
necesariamente ha de existir entre el mundo profano y la
realidad de lo sagrado que se vivencia en la logia. Dicha
separación está señalada simbólicamente por el pórtico que
según se dice “no está dentro ni fuera de la logia”. Se trata
de un espacio “intermedio”, lugar de “pasaje” o de “tránsito”
entre el exterior y el interior del templo, entre los profano y
lo sagrado. Precisamente es en ese espacio intermedio
donde se ubican los guardas templo externo e interno,
estando ese espacio bajo su custodia, velándolo para que los
trabajos masónicos se desarrollen y cumplan en perfecta
armonía.
Esta función hace de los Guarda templos verdaderos

146
“guardianes del umbral”, entidad que impide el paso a los
que no están cualificados para recibir la iniciación, pero que
al mismo tiempo “abre” las puertas del templo a quien
verdaderamente reúne las condiciones necesarias para
recibirla. En los antiguos rituales esta función también la
cumplía el “hermano terrible”, cuyo nombre es bastante
ilustrativo al respecto.
Comprobar la regularidad iniciática de los asistentes y
determinación del espacio simbólico
Una vez que el templo está “a cubierto”, se procede a
comprobar que todos los asistentes a la tenida sean
“aprendices masones”, que los integrantes de la logia están
en el lugar que les corresponde dentro de ella,
asegurándose también que estén en posesión del signo de
“al orden”. Esta forma parte de los “secretos” del grado, y
que se refiere a la disposición interior adecuada para recibir
la enseñanza tradicional vehiculizada por los ritos y los
símbolos. En asegurarse de ello consiste el “segundo deber
de un vigilante en logia”. En este sentido, si el Guarda templo
externo se encarga de la seguridad “externa” de la logia, el
primer y el segundo vigilante asumen su seguridad “interna”.
Es por ello que el término de “vigilante” (que incluye la idea
de estar “despiertos”) con que se le designa, concuerda
perfectamente con las funciones respectivas de estos dos
oficiales “dignatarios”, los que, junto al venerable maestro,
representan las “tres luces” de la logia masónica.
Ellos “vigilan” la regularidad iniciática de todos los hermanos
que se sitúan en las “columnas” del mediodía (el sur) y
septentrión (el norte), las cuales no son otras que lados
anchos del rectángulo de la logia. Para comprobar esa
regularidad los dos vigilantes verifican la identidad masónica
de los integrantes de sus respectivas columnas.
Precisamente, en este momento del ritual de apertura se
trata de poner los fundamentos, o los cimientos, de los
trabajos que se van a realizar en la logia, su base firme y
“segura” sobre la que dichos trabajos podrán ser

147
consagrados. Efectivamente, sólo si los que “decoran” las
columnas del mediodía y septentrión están en “su lugar” e
interiormente “al orden”, la logia estará “debidamente
cubierta”, y se podrá así penetrar “en las vías que nos han
sido trazadas”, es decir en el camino que conduce a la luz
del conocimiento.
La iluminación del templo y el trazado del cuadro de logia
Es dicha luz lo primero que se solicita cuando se entra en
esas vías. Y la luz que ilumina la logia, como la que ilumina
el mundo, procede del oriente, donde está situado el delta
luminoso, símbolo por excelencia del Gran Arquitecto del
Universo. Y es a los pies del oriente en donde los tres
principales oficiales de la logia (el venerable maestro y los
dos vigilantes) se “unen” para “recibir” la luz que
simbólicamente emana del delta, lo que es lo mismo que la
recepción y transmisión ritual de la influencia espiritual que
a través de las respectivas funciones de estos tres oficiales
dignatarios en verdad “dirigirá” los trabajos de la logia. Al
menos así debería ser en un taller masónico cuyos miembros
fueron lo suficientemente conscientes de la realidad sagrada
que se expresa mediante el rito y el símbolo, asumiéndola
en sí mismos y en la medida de las posibilidades de cada
uno.
A estos oficiales dignatarios, como sabemos se les denomina
también las “tres luces”, queriendo mostrar así que ellos, o
mejor su funciones, son los portadores del espíritu que
ilumina la logia, y que la luz sensible simboliza de manera
manifiesta. A este respecto, y según señala Guenón, en los
antiguos rituales operativos se necesitaba la reunión o el
concurso de tres maestros para que una logia pudiera
trabajar regularmente, representando cada uno de ellos un
determinado arquetipo espiritual o nombre divino creador.
Esa simbólica ha permanecido en la actual masonería, y esos
tres maestros no son otros que el venerable y los dos
vigilantes, cuyas funciones respectivas se vinculan con un
atributo, aspecto o nombre del Gran Arquitecto del Universo:

148
con la sabiduría el venerable maestro, con la fuerza el
primer vigilante, y con la belleza el segundo vigilante.
Con el encendido de las tres pilares o “tres pequeñas luces”
situadas en el centro mismo de la logia (o sobre el aras) y
el encendido conjunto de sus respectivas luces por aquellos
tres oficiales dignatarios, se señala el momento preciso en
que la logia, que hasta entonces permanecía en penumbras,
queda plenamente iluminada, produciéndose un paso de las
“tinieblas a la luz”. Es, pues, un rito esencialmente
cosmogónico, análogo al Fiat lux del verbo creando el orden
cósmico al fecundar el caos primigenio, es decir el conjunto
de todas las posibilidades de manifestación que se
actualizaron gracias a esa acción demiúrgica.
Por lo tanto, la apertura de la logia describirá de manera
simbólica un proceso análogo al de la creación del mundo.
Como expresamos en capítulos anteriores, el término logia
procede de logos, la palabra o verbo, y también de términos
lingüísticos que designan la luz, como el griego liké. De
hecho, el templo masónico (como cualquier recinto sagrado)
es una imagen simbólica del cosmos, que a su vez es el
templo universal y la obra directa del creador. Y así como
éste “todo lo dispuso en número, peso y medida”, la logia se
edifica con sabiduría, fuerza y belleza, o con fe, esperanza y
caridad, tres altas virtudes que se corresponden
respectivamente con cada uno de los tres pilares. En la triple
invocación se apela a la sabiduría del Gran Arquitecto como
la verdadera artífice de la obra de la creación, a la que
preside; a su fuerza como voluntad que la sostiene y la
regenera perennemente, y a su belleza como a la energía
que la “adorna” al imprimirle las medidas exactas y
armónicas que conforman su orden interno y externo,
revelado fundamentalmente a través de las estructuras
geométricas y simbólicas, que ya tratamos en capítulos
anteriores.
Luego se procede a la apertura del libro de la ley sagrada
(la Biblia), y a disponer sobre él el compás y la escuadra, lo

149
cual lo lleva a cabo, en algunos rituales el primer diacono,
en otros el primer experto de la logia, a éste oficial se le
considera como el “guardián” del rito. El libro y los dos
instrumentos constituyen las “tres grandes luces” de la
masonería, siendo uno de sus “landmark” o antiguos límites.
Las “tres grandes luces” están situadas encima del altar de
los juramentos (el “ara”), es decir en el punto geométrico
donde simbólicamente se efectúa la unión del cielo y la
tierra, de la vertical y la horizontal.
Esa unión está representada por la posición en forma de
estrella de David, o sello de Salomón, del compás y de la
escuadra, ambos símbolos respectivos del cielo y de la tierra.
La logia aparece así como el lugar donde se manifiesta la
conjunción cielo – tierra, y por consiguiente la comunicación
entre el mundo superior y el mundo inferior. En este
sentido, recordaremos que en la rica iconografía descripta
en los cuadros de logia masónicos en ocasiones aparece una
escalera (símbolo del eje) apoyando su parte inferior en el
altar con las tres grandes luces, mientras su parte superior
toca los cielos. Al integrante de la logia se le indica así cual
ha de ser el camino que debe seguir en su proceso interno,
un camino vertical, hacia lo “alto”, sin olvidar, empero, que
ese ascenso sólo es posible gracias a la comprensión de la
doctrina tradicional. Esta se articula y expresa a través de la
enseñanza vehiculizada por el libro de la ley sagrada (que
recoge las revelaciones y teofanías transmitidas a los
componentes de la “cadena tradicional”), y el compás y la
escuadra (instrumentos que sirven para trazar las medidas
prototípicas del cielo y de la tierra aplicadas a la construcción
mediante el sol de la geometría sagrada).
Inmediatamente después de la aparición de las “tres grandes
luces”, el oficial maestro de ceremonias, “custodiado” por
oficial primer experto, dispone en medio del pavimento de
mosaico el cuadro de la logia o “tabla de trazar”, así llamado
porque en él se reproducen a escala las dimensiones de la
logia, que es un “cuadrado largo” o rectángulo, pues sus

150
lados largos son exactamente el doble de sus lados anchos.
Además en ese cuadro están dibujados los símbolos y
emblemas más significativos del grado en que la logia esté
trabajando, ya sea en el de aprendiz, en el de compañero o
en el de maestro, los que constituyen la jerarquía iniciática
de la tradición masónica. El cuadro conforma así una síntesis
visual y gráfica de la enseñanza simbólica contenida en cada
uno de los grados, de ahí también que represente un soporte
de meditación y concentración indispensable dentro de esa
misma enseñanza. El cuadro de logia podría ser considerado
como un auténtico mandala masónico.
Es oportuno recordar que en la antigua masonería operativa
el cuadro de la logia era dibujado directamente en el suelo,
utilizando para ello la tiza y el carbón. Esta costumbre ya no
se conserva en la actual masonería que ha sido llamada
especulativa precisamente por haber olvidado determinadas
técnicas de transmisión de la influencia espiritual practicada
entre los antiguos masones, como es sin duda el caso que
nos ocupa. La importancia de trazar directamente el cuadro
de la logia deriva del valor que en sí mismo tiene el gesto
ritual como vehículo de esa influencia, pues siendo éste el
símbolo en movimiento, el gesto ritual “actualiza” (siempre
y cuando se haga conscientemente) la idea o energía –
fuerza en él contenida de manera potencial o virtual. Por
idénticos motivos, aquél que traza el cuadro (el experto) y
todos los símbolos que lo configuran, se convierte también
en un vehículo intermediario de esas mismas energías.
Podríamos incluso decir que esa función vehicular es
desempeñada en realidad por todos los integrantes de la
logia, los cuales al “contemplar” el desarrollo ordenado del
trazado ejecutado por el experto participan por igual de él.
Esa contemplación, o “concentración” ritualmente cumplida,
necesariamente ha de generar un vínculo de orden sutil
entre todos y cada uno de los miembros de la logia, vínculo
que una vez establecido deviene en soporte para la
manifestación de la influencia espiritual. Se comprenderá

151
entonces por qué es imprescindible la presencia del cuadro
de logia o “tabla de trazar” durante el desarrollo de los
trabajos masónicos, teniendo en cuenta, además, que para
los operativos el lugar donde él es depositado se convertía
en una auténtica “tierra sagrada”. Por ello el cuadro ocupa
una posición central en la logia, exactamente en medio
mismo del hikal (el valle), siendo además el eje ordenador
alrededor del cual se efectúan las marchas o
“circumambulaciones” rituales, y se realiza el importante rito
de la cadena de unión.

Descripción del tiempo simbólico y consagración de la logia

Una vez que el cuadro de logia o “tabla de trazar” ha sido


dispuesto en el lugar correspondiente, se puede decir que
la logia dispone de todos los elementos necesarios para que
los trabajos puedan abrirse “regularmente”, pues, “todo está
conforme al rito”.
Como se señala en los rituales, esos trabajos comienzan a
“mediodía en punto”, o cuando el sol se encuentra en su
cenit y su luz cae “perpendicular” o en “plomada” sobre
nuestro mundo, siendo la verticalidad de esa luz un símbolo
más del eje invisible que une el cielo y la tierra. El mediodía
es el momento en que el sol detiene su curso en lo alto de
la bóveda celeste, fenómeno éste que llevado al ciclo del
año se repite durante los solsticios de verano y de invierno,
correspondiéndose éste último con el septentrión y la
“medianoche en punto, cuando esos mismos trabajos
finalizan. A partir de mediodía se inicia la curva descendente
de luz solar, que encuentra su punto más bajo (nadir) en
medianoche. Y lo mismo ocurre del solsticio de verano al de
invierno.
Considerado simbólicamente (es decir, estableciendo las
correspondientes analogías entre el orden natural y el orden
espiritual) ese descenso de la luz solar expresa también el
“descenso” de la influencia sagrada en el seno de la

152
organización iniciática, lo que está formalmente ritual izado
en la invocación realizada “a la Gloria del Gran Arquitecto del
Universo”, con lo cual los trabajos quedan definitivamente
“con-sagrados”. A este (respecto, sería sin duda interesante
recordar lo que Guenón menciona en el rey del mundo
acerca de la “presencia real” de la divinidad en el mundo
manifestado. Textualmente dice: “es preciso señalar que los
pasajes de la escritura donde se menciona especialmente (a
la skekinah o a la “gloria”) son sobre todo aquéllos que
tratan de la institución de un centro espiritual: la
construcción del tabernáculo y la edificación de los templos
de Salomón y de Zorobabel.
Un centro semejante, constituido en condiciones
regularmente definidas, debía ser, en efecto, el lugar de la
manifestación divina, siempre representada como “luz”; y es
curioso señalar que la expresión “lugar muy iluminado y muy
regular”, que la masonería ha conservado, parece ser un
recuerdo de la antigua ciencia sacerdotal que regía la
construcción de los templos”
Si tenemos en cuenta que los templos de Salomón y de
Zorobabel (que esencialmente son sólo uno) se consideran
como los modelos del templo masónico, comprenderemos
por qué se invoca la “Gloria del Gran Arquitecto del Universo”
(esto es, su “presencia”) en el momento de abrir y
consagrar los trabajos, con lo que culmina este verdadero
rito de fundación (periódicamente reiterado) que representa
en realidad la apertura de la logia masónica.

IX. El simbolismo del ritual de clausura de la logia

Sabemos que la apertura de la logia permite la “creación”,


o mejor, “re – creación”, de un tiempo y un espacio
sagrados, un enmarque protector dentro del cual los
masones realizamos los trabajos “a cubierto” del mundo
profano (profanum: fuera del templo), ejercitando el arte
real o “gran obra” de la cosmogonía. Y todo ello en perfecta

153
correspondencia con los “planes del Gran Arquitecto del
Universo”, a cuya “gloria” y “nombre” se cumplen
precisamente esos trabajos, pues como se lee en el libro
sagrado: “si el eterno no edifica la casa en vano trabajan lo
que la edifican”
Cuando estos llegan a su fin, el maestro de la logia, ayudado
por los demás oficiales del taller, procede la clausura de los
mismos, a su cierre y recogimiento (clausura, de “clau”,
“llave”), lo que se hace, como todo en la masonería, de
manera ritual y simbólica. Con esa clausura o cierre, la logia
ha cumplido su ciclo de manifestación, habiendo
desarrollado hasta llegar a sus propios límites (señalados por
el tiempo simbólico) todas las posibilidades en ella
contenidas, y la luz, cuya irradiación ha iluminado esos
trabajos, se repliega progresivamente en sí misma,
retornando así al origen o principio de donde brotó. La
palabra, el verbo, el logos (de donde logia), esto es el ser,
vuelve a concentrarse en el “silencio” de lo inefable e
inmanifestado, siendo éste el sentido profundo que tiene el
“juramento del silencio” que todos los miembros del taller
realizan antes de abandonar definitivamente el templo.

La logia, imagen simbólica del mundo, ritualiza con ese doble


movimiento expansivo (centrífugo) de la apertura, y
contractivo (centrípeto) de la clausura, la cadencia del ritmo
universal, del expir y aspir cósmico, pues esta es la ley o
norma a la que está sujeto todo lo manifestado, ya se trate
de un ser, un mundo o del conjunto entero de la existencia
universal. A todo nacimiento le sigue un proceso de
expansión y desarrollo, alcanzados los límites del cual se
inicia un período inverso de contracción, re plegamiento y
finalmente extinción. A este respecto, la clausura de la logia
coincide con la “medianoche en punto”, es decir con el “fin
del día”, el cual es en sí un ciclo completo análogo a ciclos
más grandes, en los que está incluido.
El repliegue de la luz al que antes nos referíamos, está

154
ritualmente representado por el hermano primer diacono (o
el hermano experto en algunos rituales) en el momento que
cierra el libro de la ley sagrada y recoge el compás la
escuadra, esto es, las “tres grandes luces de la masonería”,
pasando a continuación, el maestro de ceremonias
escoltado por el experto, a trasladar, “enrollar” o “borrar”
el cuadro de la logia, llamado así porque en él se plasman
los símbolos más importantes y significativos del grado en
que la logia está trabajando: ya sea en el de aprendiz, en el
de compañero o en el de maestro. A continuación se
procede a la extinción de las “tres pequeñas luces” que
alumbra los pilares de la sabiduría, la fuerza y la belleza,
extinción que llevan a cabo el venerable de la logia y los
dos vigilantes (estrechamente relacionados con la simbólica
de esos pilares), llamados las “tres luces”. Contabilizamos,
por tanto, nueve luces en total (tres grandes luces, tres
pequeñas luces y tres luces), y esto está relación con la idea
de ciclo, pues el nueve es, como sabemos, un número cíclico
por su directa vinculación con la circunferencia, la cual
expresa el desarrollo completo de lo contenido virtualmente
en su punto central, gracias al cual la circunferencia misma
existe. Así, las nueve luces que alumbraron y generaron el
espacio y el tiempo en el que se desarrollaron los trabajos
se concentran, efectivamente, en el centro de donde
emanaron.
Por consiguiente, todo lo que debía realizarse y manifestarse
en la logia, en el taller de trabajo, ya ha sido cumplido, pero
antes de retirarse los obreros reciben su “salario”,
recogiendo lo que han sembrado o edificado en sí mismos,
y que son los frutos de su acción, en definitiva de su
intención, de lo que ellos han contribuido, y en qué medida,
en la realización efectiva de los planes del Gran Arquitecto
del Universo. Es el sentido que tiene el “salario” masónico (o
iniciático), palabra que deriva de “sal”, sustancia que en la
alquimia es considerada como la síntesis o el fruto de la
acción del azufre sobre el mercurio, es decir el resultado de

155
la unión o conciliación de una energía celeste, activa, yang,
y una energía terrestre, pasiva, yin. Se trata, en suma, de
“conciliar los opuestos”, o de “reunir lo disperso”, y que al
igual que el alquimista el masón debe operar en sí mismo,
lo que constituye la principal razón de su oficio.
No es entonces por casualidad que los masones reciban su
salario en las columnas “J” y “B” (situadas a la entrada y
por tanto también a la salida de la logia), pues ellas
simbolizan respectivamente el principio activo y el principio
pasivo o receptivo. Cuando la logia trabaja en grado de
aprendiz, el salario se recibe en la columna “B”, y cuando lo
hace en grado de compañero en la columna “J”.

Añadiremos que ambas columnas aluden al necesario


“establecimiento” o “fundamento” que hace posible la
edificación del templo, construcción que en realidad no es
otra cosa que el proceso mismo de la realización interior.
Los maestros, en cambio, reciben su salario en la “cámara
del medio”, o sea en el “centro del círculo”, pues su función
no está ligada directamente a esa construcción (que es la
que llevan a cabo los aprendices y compañeros), sino a
elaborar sus planos de acuerdo a los del Gran Arquitecto o
ser universal, lo que implica un conocimiento directo (no
mediatizado) de la cosmogonía y sus leyes, así como del
orden ontológico y metafísico.
Por todo ello, el salario masónico también alude a la virtud
de la justicia, ya que cada uno recibe en su columna lo que
merece, que en realidad es lo que tiene, pues como dice el
evangelio: “porque a todo el que tiene se le dará y le obrará;
pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo
25, 29), y en donde también se afirma: “que el que tenga
oídos para oír que oiga”. Sólo entonces “los obreros estará
contentos y satisfechos” y tendrán “derecho al descanso”,
pues la justicia de que se trata no es otra cosa que el reflejo
en el orden humano de la ley de equilibrio y armonía que
rige el orden cósmico, reflejo a su vez de la justicia divina.

156
Habiendo recibido lo que les corresponde, los obreros
podrán despedirse y habrán cumplido en bien general de la
Orden y de la logia a la que pertenecen en particular.

X. Símbolos de la iniciación masónica

Los símbolos principales con que se encuentra el profano


cuando decide emprender el camino iniciático y sobre los
cuales debe meditar son los siguientes:

Cámara de reflexión

El profano, antes de ingresar a la cámara de reflexión, es


“despojado” de todo lo material y de los oropeles (metales),
simbolizando así que se encontrará en la misma sólo
acompañado de sus valores. Así se lo invita a meditar sobre
las vanidades de la existencia y a valorar lo trascendente
sobre lo superfluo.
Meditación que lo preparará adecuadamente para responder
a las preguntas formuladas en el “testamento espiritual” que
deberá cumplimentar en esta ocasión.
Siendo la cámara de reflexión el lugar en que el profano se
prepara para la iniciación, equivale al athanor alquímico,
donde el aprendiz experimentará la transmutación, mediante
la conjugación y ordenamiento de energías sutiles. El
profano “desciende a los infiernos”, debe morir primero,
para luego “resucitar” y alcanzar la luz de la iniciación. Allí
se dejará el tráfago del mundo exterior, habrá un
recogimiento interior, como la matriz original, para surgir
desde el fondo de la tierra (la materia densa, caótica) hacia
lo sutil del espíritu.

157
Este lugar es representación, además, del macrocosmo y del
microcosmo, es decir, del universo y del hombre. En él se
manifiestan cuatro niveles o planos superpuestos, donde se
encuentran los elementos básicos en la alquimia: agua,
fuego, aire y tierra. El primer nivel es el del fuego primordial
para la obra de transmutación; en los dos siguientes, las
substancias transformadoras
y, en el cuarto, la sutileza de
los gases, relacionados con la
trascendencia.
No olvidemos que en este
cuarto podemos leer la sigla
“Vitriol” la cual nos invita,
precisamente, a visitar “las
entrañas de la tierra”, es
decir, a efectuar una
introspección de nuestra
personalidad para ser
capaces de “rectificar”,
separar lo denso de lo sutil, y
así hallar la “piedra oculta”
de los filósofos, la verdadera
“piedra filosofal”, donde reside la real capacidad de
transmutación del profano – plomo, piedra original- hacia el
masón – oro, piedra cúbica-, convirtiendo, de esta manera,
al hombre en el objeto de la gran obra.

Los viajes iniciáticos


En sentido estricto, estaríamos hablando de cuatro viajes,
por cuanto el primero ha comenzado en el cuarto de
reflexiones y corresponde al viaje desde las entrañas de la
tierra, ya que no olvidemos la relación existente con los
elementos alquímicos.
De ahí que los viajes o “purificaciones” sucesivas
correspondan al aire, al agua y al fuego, concordando todos
ellos con la materia, la sensibilidad, la intelectualidad y el

158
entusiasmo, o también con los períodos de la vida humana
(infancia, adolescencia, madurez y ancianidad).
El candidato ha sido preparado para iniciar este recorrido,
con el corazón a descubierto, la rodilla derecha al desnudo
y el pie izquierdo descalzo, simbolizando la falta de egoísmo,
humildad frente a la búsqueda de la verdad y el respeto –
según el uso oriental – al pisar suelo sagrado. Aún
permanece unido al mundo profano, representado por el
dogal que está ceñido en su cuello, antes de atravesar las
puertas del templo, a las cuales llama caóticamente, pero su
ingreso no es erguido, como antes su paso por el mundo,
sino que debe inclinarse profundamente, ya que sólo la
humildad es compañera de la verdadera ciencia.
En estas condiciones está preparado para iniciar las
“purificaciones” de la materia caótica que reina en el alma
del profano. Cada una de estas pruebas tiene por objeto
demostrar, simbólicamente, al futuro aprendiz masón las
dificultades con las cuales tendrá que luchas para avanzar
en el camino hacia la luz.
En el primero de estos viajes, el profano lucha contra las
tinieblas y la opinión del mundo que lo hacen vacilar.
Representa más fielmente el viaje inicial de Dante, cuando
perdido en la maraña del bosque de las pasiones está a
punto de zozobrar, antes de ser guiado por la mano experta
de su maestro Virgilio. Asimismo, el aprendiz puede dejarse
llevar por los obstáculos de esta fatiga larga y penosa,
producto de la extrema confianza en el pensamiento
profano. Es el camino de occidente a oriente, el que en
todo momento puede derribar al aprendiz que rápidamente
confía en sí mismo y cree haber descubierto la verdad. Será
derribado en la torre de sus ilusiones por tormentas
impetuosas que lo volverán drásticamente al punto de inicio,
si no cuenta con el brazo fraternal de un maestro que lo
guíe.
En el segundo viaje o purificación por el agua, el candidato
avanza con la desconfianza propia de quien ha sucumbido al

159
primer intento de abordar la aventura con pasos aún
profanos, marchando con paso irregular por el antiguo
camino. El temor lo hace retroceder inclusive cuando en el
horizonte tiene destellos de luminosidad. Así, debe ser
sometido a un primer bautismo, de carácter filosófico, por
medio del agua. Es una primera señal que lava las
impurezas, así como Juan el Bautista precedió a la luz
iniciática de cristo mediante el símbolo del baño purificador
que lava el cuerpo y el alma. Pero esta agua también puede
arrastrarnos en el fragor de la vida diaria, de ahí que se
escuche ruido de armas, para indicarnos la lucha constante
contra la ambición, los egoísmos, la adulación y los odios del
mundo profano.
Sin embargo, esto no basta para alcanzar la iniciación. En
referencia al libro sagrado del cristianismo, podemos asimilar
este paso tal como lo menciona en 3, 16: “Juan respondió a
todos, diciendo: yo os bautizo en agua, pero llegando está
otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle las
correas de las sandalias; él os bautizará en el espíritu santo
y en fuego”.
El bautismo por el fuego ha representado en todas las
tradiciones iniciáticas la sublimación de la materia al espíritu.
Se avanza con tranquilidad aun cuando se sienta el calor de
las llamas que rodean al candidato, símbolo de las pasiones
y el entusiasmo, a las que se oponen la calma y la serenidad
de la reflexión, alcanzadas por medio de la perseverancia del
trabajo cotidiano en la obra constructora.

Las tres grandes luces


Como sabemos, las tres grandes luces que iluminan los
trabajos de un taller son: el libro de la ley sagrada, el compás
y la escuadra. En el primer grado, la escuadra está a la
vista de todos los hermanos sobre el ara, apoyada en el
compás el cual, a su vez, se sostiene en el libro de la ley
sagrada. De este modo, se establece – otra vez más- una
relación ternaria, esta vez entre la ley universal que se halla

160
en el plano más interior; el compás, que se sitúa en una
posición intermedia como el corazón del masón respecto del
eje del ser; y la escuadra, símbolo del trabajo masónico
concebido como contemplación del arquetipo interior, en el
lugar más evidente.
El volumen de la ley sagrada, como sabemos, no se refiere
a un texto en particular, sino uno que, siendo reconocido por
todos los hermanos, represente el “verbo divino en lenguaje
humano”, pues, recordemos que en el ritual de primer
grado, el compás y la escuadra se hallan sobre el prólogo
del evangelio de San Juan, el que nos dice en los versículos
1 – 4:
“Al principio era el verbo, y el verbo estaba en Dios, y el
verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por el, y sin él no se hizo nada
de cuanto ha sido hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.”
Así como el verbo crea – cualidad que no sólo tiene la
palabra divina, sino que la palabra en general, que es acción
y sustancia – así en logia, en la apertura de los trabajos, el
libro sagrado sostiene a la pareja formada por el compás y
la escuadra, herramientas con las que el Gran Arquitecto del
Universo planifica y diseña, por medio del arte real, la gran
obra. Ambos instrumentos encarnan, tal como muchos
otros, los principios activos y pasivos de las energías
presentes en todo el accionar humano.
Así, el compás es dinámico, móvil, tal como la esfera y el
círculo y el cielo. Este instrumento se ubica en posición
vertical respecto del plano sobre el que trabaja,
representando el yang o principio activo masculino. A su vez,
la escuadra se utiliza como elemento fijo, al igual que el
cubo, el cuadrado y la tierra, siendo modelos de estabilidad,
por lo que representan un principio receptivo, el yin de lo
pasivo femenino.
El compás es un instrumento de “medida”, que sirve para
trazar los límites que conforman la armonía celeste, ya que

161
permite realizar todas las operaciones necesarias para que,
a partir del ámbito solar que representa al ser universal –
Gran Arquitecto del Universo - éste lleve a la “actividad
celeste a medir, en la receptividad terrestre, la parte
susceptible de responderle” como lo dice el esoterólogo
Francisco Ariza. Con este elemento se trazan, en sentido
amplio, aquellos límites de orden moral que no deben
transgredirse, pues forman parte de la construcción de la
armonía a la cual se ha hecho alusión.
En cuanto a la escuadra, por un principio de
complementariedad con el símbolo del compás, representa
al elemento tierra asociado al cuaternario de los elementos
alquímicos, presentes en la cámara de reflexión y en la
simbología del tetraktys, por cuanto hacen alusión al
cuaternario – escuadra y cuadrado, como parte del mismo
grupo de vocablos, construidos por derivación – también
podemos decir que los extremos de la escuadra tienen una
proporción de 3 y 4 unidades de longitud geométrica (3: 4),
distantes entre ellas por 5 unidades, con lo cual aparece una
nueva triada constituida por los números 3: 4 : 5,
correspondientes a las mismas proporciones que tenía el
triángulo egipcio, el cual permitía a sus constructores
determinar cámaras y recintos cuadrados, utilizando la
cuerda de 12 nudos (3 + 4 + 5), cuya analogía podemos
encontrar en el templo, representada por aquellos signos
zodiacales que circundan sus paredes y que enmarcan el
curso solar, en la misma medida que siguen los pasos del
masón en logia. Ambos elementos se superponen, en el
grado de aprendiz formando un cuadrilátero.
En tanto, la reunión de esta triada en el inicio de los trabajos,
representa un primer principio del cual derivan los otros dos;
antológicamente hablando, se trata del ser universal de cuya

Polarización surge la esencia y la substancia, polos activo y


pasivo de aquella manifestación del Gran Arquitecto del
Universo, ya que a estar situados en la apertura de los

162
trabajos logiales, constituyen una imagen del cosmos en un
lugar donde converge la luz – el ara, que por este motivo
deber estar situada en el centro mismo de la logia -Estos tres
principios acompasan la actividad de toda la logia por lo cual
se hace evidente que se hallen en el punto que los sitúa el
ritual.

La tetraktys y la iniciación masónica

Sabemos que para el primer grado de la masonería simbólica


es fundamental el estudio esotérico del número 3, base para
el iniciado que se expresa mediante tres puntos: uno a
derecha, otro a izquierda y un tercero arriba y al medio de
los dos anteriores, formando un triángulo equilátero (o sea
de tres lados de igual dimensión). Lo que en realidad es la
abreviatura – por decirlo de alguna manera –de un triángulo
de 10 puntos, colocados sobre cuatro líneas, de manera que
del número 3 derivamos el cuaternario.
Esta conformación representa la unidad, como imagen de lo
divino, del origen de todas las cosas o ser inmanifestado y,
por analogía, al Gran Arquitecto del Universo – en la

163
tradición helenística, el andrógino originario -;
posteriormente, pasamos a la díada, origen del dualismo
interno de todos los seres, como desdoblamiento del punto
de origen y que representa los conceptos de lo activo y lo
pasivo, de lo masculino y lo femenino. El siguiente
componente es la tríada, que denota los tres niveles del
mundo: el celeste, el terrestre y el infernal, así como todas
las trinidades que en él hallamos y, finalmente, el
cuaternario que nos remonta nuevamente a la alquimia, ya
que encarna a los cuatros elementos básicos – tierra, aire,
fuego y agua – y, por su intermedio, a la multiplicidad del
universo material.
El conjunto originario representado por el tetraktys
pitagórico de paso a la década, la totalidad del universo, ya
que al realizar la transposición de esos cuatros planos a nivel
numérico obtenemos
1+ 2 + 3 + 4 = 10
Lo que es igual a 1 + 0,
Es decir, retornamos nuevamente a la unidad, con lo cual se
completa la circularidad del universo, trazada por el compás
que ya la tradición antigua representaba en el ouroboros
(serpiente que forma un círculo, comiéndose su propia cola).
Marcha, toque y signo
Otra triada que es ineludible a la vida simbólica de todo
masón es la que constituye la marcha, el toque y el signo
del aprendiz.
La marcha del aprendiz se inicia entre columnas, es decir de
occidente a oriente, connotando el camino que va desde la
oscuridad hacia la luz. Este avance debe ir precedido por la
postura inicial, en el momento de “escuadrar” la marcha, es
decir, colocar una medida - o espacio que debemos poseer
para la justicia y la belleza, para el bien y la rectitud -,
adoptar una disposición - o sea, una voluntad cierta para ir
en pos del fin deseado – y atender a una advertencia la de
que siempre frente a nosotros hallaremos dos caminos: el
de la verdad y el del error, los cuales debemos reconocer

164
para evitar el tener que deshacer el camino andado.
Por otra parte, en el momento de la iniciación, se nos enseña
el toque con el cual nos reconocemos entre los hermanos y
se nos entrega, junto a éste, la palabra sagrada. Toque y
palabra serán los elementos con los cuales se nos
identificará como masones y como pertenecientes a un
determinado grado; también simbolizan la disposición del
iniciado frente a sus hermanos y a la sociedad profana, tanto
de obra como de palabra, ya que se le reconocerá por su
manera de actuar, siempre justa y franca y por su leguaje
leal y sincero.
Debemos recordar que se nos enseña que los signos de los
masones se hacen por escuadra, nivel y perpendicular
(plomada). Es decir que el masón en sus actos, debe
inspirarse en ideas de justicia y equidad (escuadra); tender
a la supresión de las desigualdades arbitrarias (nivel); y
contribuir por fin, a elevar siempre el nivel social
(perpendicular).

XI. El simbolismo de las herramientas de los


gremios operativos

Sabemos que la masonería especulativa adoptó como


símbolos las herramientas de trabajo de la masonería
operativa. En los mismos podemos distinguir - al sólo efecto
pedagógico - dualidades que son conformadas por pares de
opuestos que no son tales sino complementarios,
simbolizando, ellos también, una misma realidad con
distintas gradaciones que se dan en todo los planos del
universo manifestado. Es decir distintos órdenes de una
única realidad.

La plomada y el nivel
Mientras la plomada es el emblema (joya) del segundo
vigilante, el nivel está asociado al primer vigilante
(vicepresidente de la logia). La utilización de ambos

165
instrumentos en albañilería es perfectamente opuesta entre
sí: la plomada sirve para trazar planos perpendiculares; el
nivel busca afirmar la horizontalidad.
Ambos elementos se empezaron a utilizar en la construcción
de las pirámides egipcias. En su versión antigua, el nivel
consistía en un bastidor de madera parecido a una “A”, un
ángulo de lados iguales y desde cuyo vértice que apunta
hacia arriba pendía una plomada; una marca situada en el
travesaño horizontal señalaba la verticalidad y debía
coincidir con la plomada. Hoy, en albañilería este
instrumento es completamente diferente, y ha sido
sustituido por el llamado nivel de burbuja, pero permanece
como símbolo de las hermandades de constructores (el
“compagnonage”) y de la masonería especulativa.

Algunos han querido ver en el diseño de este instrumento


una esquematización del azufre, elemento químico
equivalente al alma humana. En cierta forma el nivel se
utiliza para fundamentar bien la construcción ulterior sobre
un firme completamente horizontal; de la perfección de
este instrumento originario dependerá la solidez de todo el
conjunto. En este sentido es, efectivamente, similar al alma,
parte originaria del ser humano cuyo desarrollo y afirmación
se pretende. Puede pensarse hasta qué punto resulta
absurdo el que algunas logias masónicas hayan sustituido
este instrumento por el nivel de burbuja, carente de

166
cualquier simbolismo.
En los primeros grados de la masonería se considera muy
importante estos dos instrumentos que llegan incluso a
simbolizar los dos primeros grados de iniciación: así, el paso
de la plomada al nivel comporta el paso del grado de
aprendiz al de compañero, el primero y segundo de la
jerarquía masónica. El primero es un grado que comporta
reflexión interior, aprendizaje y sumisión al segundo
vigilante de la logia; el masón se convierte así en sujeto
pasivo que recibe enseñanza y empieza a ser desbastado de
su ignorancia. El segundo por el contrario, es un grado activo
y expansivo: los conocimientos adquiridos en el primer nivel
de iniciación le permiten caminar por sí mismo en su
interioridad. Pero nada de todo ello sería posible, si las bases
de ese trabajo no estuvieran sólidamente asentadas sobre
un terreno bien equilibrado y horizontal; nada de todo ello,
en definitiva, sería posible sin saber utilizar el nivel.
En el plano moral, aquel en el que tan frecuentemente
permanecen los masones actuales, el nivel es tomado en su
acepción ético – social como el referente de la igualdad, la
vida en común y la ausencia de autoritarismo; en otras
palabras, como el instrumento paradigmático del segundo
término de la trilogía ideológica de la masonería: “igualdad”.
Se trata de una igualdad en la dignidad como ser humano

167
que en nada es incompatible con el sistema jerarquizado que
preside la organización interna de las logias. Por el contrario,
esta jerarquía es una de las acepciones simbólicas de la
plomada.
En tanto desciende verticalmente, supone distintos
escalones de aptitud y preparación: la plomada es superior
a lo que mide; la tierra y su ley de gravedad, atrayendo al
plomo que pende del límite del hilo dramatiza así la
condición humana atraída por el elemento tierra. Indica
también una dirección descendente y de caída que debe ser
invertida mediante el uso del nivel con el cual, como hemos
dicho, se prepara la superficie sobre la que se asentaba el
edificio construido ulteriormente.
Pero la plomada tiene también un sentido superior. Al
descender del aire a la tierra, lo que hace es poner en
contacto dos órdenes de realidad: un polo celeste y un polo
terrenal. Diversos símbolos son los que disponen se esta
característica axial (de eje) propia de comunicadores entre
el cielo y la tierra. También índica una cierta correspondencia
entre lo alto y lo bajo, entre las realizaciones trascendentes
y lo contingente, entre el mundo del ser y el del devenir. Lo
que va de uno a otro extremo de la plomada es lo que va
del principio metafísico a la manifestación de este principio
en la actividad cotidiana: resume así perfectamente el
concepto masónico de cosmos.
Fue así como estos instrumentos que proceden de nuestro
pasado más remoto y ancestral, rebasaron su modesto
contenido de simples útiles de trabajo y sugirieron a los
artífices que construyeron nuestras más hermosas
catedrales, toda una serie de correlaciones simbólicas que
iluminaron su existencia y contestaron a sus más profundos
interrogantes respecto a la naturaleza humana, el universo
y la divinidad. Por eso sentimos añoranzas de un tiempo en
el que las herramientas hablaban a los hombres con el
lenguaje de la metafísica.

168
El mallete y el cincel
Herramientas propias de los canteros, fueron utilizadas
durante milenios en las hermandades de constructores,
hasta que el destino quiso que su simbolismo fuera
incorporado al de las logias masónicas en donde todavía hoy
figuran en los cuadros del aprendiz y del compañero. Una
vez más encontramos en estos instrumentos el doble
carácter, activo y pasivo, que veíamos en el nivel y la
plomada. El martillo (mallete), golpea activamente la piedra,
dirigido por la hábil mano del artesano que lo dirige, no
directamente contra ella, sino optimizando su acción a través
del cincel; éste, por su parte, cumple pasivamente su
cometido. La antítesis entre uno y otro es lo suficientemente
evidente como para que no insistamos.
Ahora bien, hay una serie de aspectos que interesa resaltar.

El cincel, por ejemplo, en tanto que ocupa un lugar


intermedio entre el martillo y el material que desbasta, es
activo en relación a éste y pasivo frente al mazo y a la fuerte
mano que lo maneja. No pueda extrañar pues que éste
instrumento, fuera asociado inicialmente al grado de

169
compañero, el segundo en la jerarquía masónica, anterior a
la maestría y posterior al aprendizaje. O si se quiere, la
jerarquía masónica hace del compañero, un estado
intermedio entre la pasividad absoluta y la iniciativa total
correspondiéndole algo de lo uno y de lo otro.
Pero sobre todo, el grado de compañero es un grado
problemático. A decir verdad, quizás la gran carencia de la
masonería moderna consiste en considerarlo como un grado
de trámite en el que los aspirantes a maestros aspiran a
permanecer solo el tiempo imprescindible. Pero, en realidad,
es el grado de instrucción por excelencia. Atrás se ha dejado
la fase de ignorancia total, de inercia; por delante quedan
los grados de consumación del aprendizaje. La lógica es
que este grado intermedio fuere donde se operase la
verdadera formación y selección de los hermanos masones.
Llamados a ejercer el magisterio.
Lo característico del cincel es desgastarse con cierta
frecuencia, perder capacidad de penetración y precisar un
nuevo afilado, perífrasis (rodeo, circunloquio, ambigüedad)
mística del sendero que debe seguir el compañero, siempre
propenso a caer en el error y precisar de un nuevo
enderezamiento; sometido al riesgo de no persistir en su
tarea lo suficiente, de desanimarse así como el cincel se
desafila y se convierte en romo (obtuso y sin punta) y estéril
para su trabajo. Entonces la hábil mano del maestro deberá
entrar en acción; pero también el compañero deberá revisar
constantemente su preparación y conocimiento, tendrá la
obligación de estar alerta sobre sus deficiencias y
desviaciones.
El mallete ha sido símbolo de la autoridad suprema desde la
más lejana antigüedad. Arma de Thor y de Hércules, arma
de los “dux bellorum” (magistrado supremo), ha pasado a
las logias como idéntico carácter. Manejado por los maestros
se utiliza en las ceremonias para iniciarlas o concluirlas,
tocado a ritmos diversos indica momentos importantes en el
desarrollo de los ritos y en las recepciones de nuevos

170
hermanos.
No es raro que el mallete sea el instrumento característico
del maestro: expresa la voluntad libre y soberana de crear y
construir, más que ningún otro instrumento tiene un carácter
ejecutor de la voluntad; quien lo toma en sus manos debe
tener previamente en su interior la imagen de lo que va a
construir, la forma de lo que quiere modelar; y todo esto
debería ser atributo del venerable maestro (presidente) de
logia.
Ambos instrumentos, a pesar de estar dotados de
contenidos simbólicos diversos, son inseparables uno del
otro; perfectamente inútiles cuando no colaboran en la
misma obra, denotan un necesaria capacidad organizativa y
una coordinación de quien lo utiliza. Simbólicamente el
mallete es utilizado con la mano derecha y el cincel
sostenido con la izquierda, tal como corresponde a sus
características, es sólo así como logran modificar una y mil
veces la materia en bruto.

Escuadra y compás
Ambos superpuestos, constituyen el símbolo más
universalmente extendido y que mejor expresa el origen y
los ideales de la masonería. A tal punto, que si ignorásemos
cualquier otro instrumento propio de las logias, bastaría con
conocer, en profundidad, el cometido de la escuadra y del
compás, como símbolos, para reconstruir a partir de ellos la
filosofía y el esoterismo masónicos.
Estos dos símbolos de la escuadra y el compás nos sugieren,
en su simplicidad, las tres situaciones posibles en el terreno
espiritual. Siendo la escuadra el instrumento a través del cual
se delimita y trazan las formas posibles del mundo material,
cuadrados, rectángulos, líneas rectas, el compás, por el
contrario, delimita un círculo tenido como imagen de lo
absoluto, de aquello que tiene principio y fin en sí mismo.
Así pues, la escuadra simboliza la tierra, el compás el cielo.
Cuando veamos a la primera superpuesta al compás esto

171
nos indicará una situación de dominio de la materia; si, por
el contrario, escuadra y compás se muestran entrelazados,
tal situación nos advertirá sobre el equilibrio de fuerzas entre
el mundo material y el mundo espiritual. Y si, finalmente es
el compás el que se superpone a la escuadra, quedará en
claro el dominio espiritual. Pues bien, esto que parece simple
y concluyente define los tres grados de la masonería
especulativa, sus contenidos simbólicos y sus calidades
metafísicas: aprendiz, compañero y maestro.

Escuadra y compás, por su amplitud simbólica, son, en sí


mismo, libros mudos, no es raro que sean equiparados en
las logias al libro sagrado (Biblia, Corán, etc.), y que los tres
constituyan las “tres grandes luces” que deben iluminar la
senda del miembro de la orden. La función de la escuadra
es medir magnitudes del mundo material, mientras que el
compás mide ángulos, el primero supone una aproximación
al mundo de la cantidad, el segundo al de la calidad y la
esencia. Por esto mismo y como veremos en otra parte de

172
este mismo capítulo, el cuadrado que puede trazarse con la
escuadra es el símbolo del mundo material y el círculo que
surge del manejo del compás lo es del espiritual, siendo el
instrumento que corresponde al Supremo Hacedor, de hecho
en el arte medieval se insistió abundantemente en la
asimilación de Dios al Gran Arquitecto del Universo,
representado con su atributo creador el compás.
Toda la movilidad del compás es fijeza en la escuadra. Así
hay que entender la joya que la representa colgada del
cuello del venerable maestro de la logia, su voluntad no
puede ser otra, más que la de hacer cumplir las
constituciones y los estatutos de la Orden. Es libre solo
para eso, pero para acceder a ese noble cargo debe
necesariamente hacerse acreedor del otros atributo derivado
de la escuadra: la rectitud que lo debe caracterizar por
encima de cualquier otra virtud; no deberá ceder a la
debilidad, tendrá la rigidez propia de quien quiere imponerse
sobre la materia y aspira a ser perfecto y la perfección se
mide por el grado de identificación con lo establecido en las
constituciones de la orden.
Estos dos instrumentos son esquemáticamente idénticos a
las letras griegas gamma y lambda. Las cuatro gamas
forman una esvástica completa, por eso en masonería uno
de los símbolos más habitualmente utilizados es la letra “G”
inserta dentro de una estrella. La “G” corresponde a la
gamma y de la misma forma que la geometría – cuya inicial
es precisamente la “G” – es la quinta esencia en la
enumeración de las artes liberales, la quinta esencia del
mundo manifestado y simbolizando por las cuatro gammas
que forman la esvástica es, así mismo, la estrella de cinco
puntas.
Por lo demás, desde el punto de vista numerológico, el valor
de la gamma es 3 y de la lambda 30, su suma, la suma de
la escuadra y el compás, es 33, como el número de grados
de la masonería en nuestro rito (Escocés, Antiguo y
Aceptado), como la edad de Cristo.

173
La escuadra y el compás se refieren a los misterios de la
cosmogonía, que son los misterios de la tierra y del cielo, y
también del hombre como síntesis nacida de la unión entre
ambos.
La escuadra está directamente ligada con la construcción y
la obra de la cosmogonía, en la que también intervienen la
plomada (o perpendicular) y el nivel. Esta es la razón de que
el distintivo del venerable de una logia (llamado en los
antiguos rituales el “maestro de logia”, porque él es el
representante de dicho grado tanto en una logia que trabaja
en grado de aprendiz como de compañero) sea una
escuadra, que es la unión precisamente de la perpendicular
y el nivel, esto es la vertical y la horizontal, cuya interacción
generan permanentemente la vida universal
Sin embargo, el compás está más bien vinculado con el
“acabamiento” y “perfección” de la obra, perfección que está
implícita en el grado de maestro.
No deseo concluir este capítulo, sin referirme al importante
aporte que a la materia realiza el esoterólogo y hermano
Patrick Négrier en su obra "El Templo y el Simbolismo" en
el capítulo XXVII "Herramientas del Albañil". Allí,
textualmente, aborda la cuestión de la siguiente forma:
En la Biblia y en el pensamiento chino, las herramientas del
masón que aparecen mencionadas en la Biblia, como el
martillo (JZ 5, 26), la plomada (II reyes 21, 13), el nivel
(IS. 28 17) y la vara de medir (EZ 49,3) poseen al mismo
tiempo un sentido literal y un sentido simbólico.
En la mitología china de la Antigüedad, los textos se refieren
principalmente a la escuadra y el compás que guardaba el
emperador Frou - Hi y su mujer Niu - Koua, símbolos
respectivamente del cuadrado y el círculo, de la tierra y el
cielo. Sin embargo, mientras que para los antiguos chinos la
escuadra simboliza las artes religiosas y mágicas, y el
compás las reglas objetivas, la unión de estos dos
instrumentos simbolizaba el matrimonio y las buenas
costumbres.

174
En la masonería, la transformación de la antigua masonería
operativa anglosajona de la edad media en masonería
especulativa hacia 1637 (fecha de aparición de Mason Word,
forma arcaica del rito masónico de iniciación) revistió a las
herramientas de los masones operativos de un significado
simbólico explicito que aparece progresivamente en los
catecismos simbólicos sucesivos desde la aparición del
manuscrito de Edimburgo de 1696. Sin embargo - se
pregunta Patrick Négrier - ¿qué se puede decir actualmente
de este simbolismo de las herramientas de albañil, de
manera que sea lo bastante tradicional y universal para
alcanzar el consenso más amplio posible, sin limitar ni alienar
la libertad individual de interpretación? Intentémoslo:

* El mazo y el cincel representan el desbastado de la piedra


bruta, símbolo del trabajo que cada masón compete y que
consiste en el perfeccionamiento a sí mismo tanto en el
plano intelectual como moral y espiritual.
* La vertical de la plomada invita a los aprendices a levantar
la vista hacia las alturas celestes para contemplar, en el
silencio de la noche, las constelaciones, esas imágenes del
bien (ética) y de lo verdadero (ontología), principios
inmutables y eternos que constituyen referencias fijas para
todos y cada uno de los hombres, necesarias además para
orientarse en la vida. Así, la tarea del aprendiz consiste en
descifrar el simbolismo ético y ontológico de las
constelaciones, fijado por la tradición.
* La horizontal que el nivel dibuja invita al compañero a
tomar conciencia que, más allá de las diferencias de
naturaleza, todas las criaturas están en una relación de
igualdad fraterna ante el Creador, ya que todas comparten
la misma condición; nacen, crecen, sufren y mueren. El
compañero, consciente de esta igualdad fundamental,
evitará fraternalmente engrandecerse o humillarse ante su
prójimo, y dejará de creer que es superior o inferior a su
prójimo, sin importar que ese prójimo sea un ser humano,

175
un animal, una planta o una cosa.
* La escuadra simboliza el conjunto de normas éticas, con
arreglo a la denominación latina (norma) de la escuadra. En
cuanto al ajuste del ángulo verificado con la escuadra,
simboliza la adecuación perfecta de los pensamientos y de
los actos del masón a los principios éticos y ontológicos.
* Por ser un instrumento de medida, el compás simboliza la
moderación que debe presidir tanto nuestros juicios como
nuestros actos.
* La regla encarna el conjunto de las leyes éticas y
ontológicas.

Por último, la palanca simboliza el poder agente del silencio,


de las palabras, o de los actos del masón perfecto, que
muestra el ejemplo de la perfección mediante la conformidad
de toda su persona con los principios.
Este simbolismo simple pero tradicional de las herramientas
del masón - concluye Négrier - dibuja grosso modo un
programa espiritual que arroja luz sobre la espiritualidad
masónica, cuyo simbolismo subraya su carácter
fundamentalmente pragmático.

XII. El simbolismo ritualistas de los constructores

El hermano R. W. Mackey en su conocida obra “El


simbolismo francmasónico”, comprende bajo la
denominación de “Simbolismo Ritualista” a los simbolismos
de la investidura, de circunvalación y de revelación.
En ese orden y sin apego estricto a la obra de Mackey,
desarrollaremos los citados simbolismos.
El mandil
El rito de la investidura comprende, en primer término, uno
de los símbolos más característicos de la masonería: el
mandil de piel de cordero.
Este símbolo representa para todos los masones un fuerte
sentido de comunión espiritual con nuestros hermanos. Al

176
recibirlo lo imprimimos en nuestra memoria como el primer
presente que la orden nos entrega, es el primer símbolo
sobre el que recibimos una enseñanza, y la primera
evidencia tangible para el iniciado de que ha sido admitido
en la masonería simbólica.
Nunca será suficiente el avance que tengamos en el camino
iniciático como para poder relegar, dentro de la masonería
simbólica, el mandil a un segundo plano. Cambiando, quizás,
algunas de sus formas y ornamentos será siempre parte
imprescindible de nuestra vestimenta ritual, sin la cual no se
puede ingresar al templo.
El mandil en su versión original, era una piel, colgada de la
cintura, con la cual se quería proteger los órganos vitales de
los albañiles y constructores que lo portaban, de potenciales
daños en la ejecución de sus trabajos.
Desde el principio de las civilizaciones, muchos pueblos
usaron el mandil como símbolo místico. Entre los israelitas,
por ejemplo, se encuentra el cíngulo o ceñidor formando
parte de la vestidura del sacerdocio. En Persia, los mithas
investían al candidato a ser iniciado con un mandil blanco.
La secta judía de los esenios vestía a sus novicios con un
manto blanco.
El mandil debe ser básicamente de color blanco. Color que
en todos los tiempos ha representado la inocencia y la
pureza.
En cuanto al material debe ser de piel de cordero. Sabido es
que el cordero se ha considerado en todas las épocas como
emblema de la inocencia, particularmente en las iglesias
cristianas y judías.
En los antiguos rituales de iniciación sé de le decía al neófito,
al tiempo que se le entrega el mandil:
“Por la piel del cordero os recordamos la pureza de la vida
y la rectitud de vuestra conducta, que son tan
esencialmente necesarias para poder ser admitido en la logia
celestial superior, donde el supremo arquitecto del
universo preside toda la eternidad”

177
El mandil, en su versión original, era una piel, con la cual se
quería representar, por ello y por su forma, la túnica de piel
o cuerpo físico que recibimos del alma y sin la cual no
podemos entrar a trabajar en el taller de la vida para
construir nuestro templo.
El mandil tiene, como sabemos, la forma de un sobre. La
solapa superior es triangular, simbolizando, como el compás,
nuestro espíritu que es trino. La parte inferior es rectangular
y simboliza, como la escuadra, lo material, o sea nuestra
naturaleza inferior.
Puede que traiga confusión a la mente de algunos hermanos
el hecho de que por un lado se diga que el hombre es de
naturaleza triple, como reflejo de su trinidad espiritual,
simbolizado por el triángulo que forma la escuadra, mientras
que por otro lado se diga que el hombre está representado
por un rectángulo, dado a su naturaleza cuádrupla. La
confusión proviene que muchos desconocen que el cuerpo
físico es doble, siendo su doble el cuerpo vital o entérico.
Cuando hablamos de la manifestación del hombre como
personalidad, decimos que esta es triple; vale decir mental,
emocional y física. Pero cuando hablamos de su constitución
decimos que es cuádruplo, compuesta por cuatro vehículos
de expresión: el mental, el emocional, el vital o eterizo y el
físico denso (manifestándose estos últimos dos como uno
solo).
Admitiendo que el mandil representa, en su parte inferior y
rectangular, la cuádruple naturaleza del hombre, es decir, su
ser inferior, cabe la pregunta ¿por qué la forma de un
rectángulo y no de un cuadrado?
Aquí tocamos uno de los misterios más profundos de la
creación.
La realidad que expresa esta figura rectangular del mandil
debe eliminar cualquier sentido de separación de la mente
de quien pueda captarla.
El rectángulo del mandil representa más que el hombre
individual. Si representara el hombre solo, tendría,

178
naturalmente, que ser cuadrado. Pero no hay tal cosa como
“el hombre solo”. El cuadrado se extiende para incluir a los
demás hermanos de la logia, cuyos “cuadrados”, a su vez,
se extienden, como el suyo para incluirlo a él. Él es
inseparable del cuerpo de hermanos.
Lo que hace imposible esa separación es el cuerpo vital o
etérico (de éter), el vehículo que une todas las cosas porque
las interpenetra y conduce sus energías. Es el que da vida a
las células y órganos del cuerpo físico.
Todos los seres, todas las cosas, comparten el mismo
cuerpo. Esta simple figura del rectángulo (o cuadrado
extendido) representado por la parte inferior del mandil, lo
dice todo.

Todos nos extendemos a través de nuestro cuerpo etérico


hasta interpenetra al de los demás. El salirse de sí mismo es,
pues, lo natural. Más que hermanos somos uno.
Es por esto tan bien que la logia tiene forma rectangular en
vez de cuadrada. La inclusividad es fundamental en el
sistema masónico, pues este consiste en integraciones. El
sentido de separación es, por lo tanto, contrario al mismo.
La forma rectangular que vemos en la logia cada vez que
entramos en ella y que vemos en el mandil cada vez que nos
lo ceñimos, debe recordarnos este hecho e inducirnos a
dejar afuera todo sentido de separación. Al ceñirnos el
mandil indicamos que aceptamos la ley del amor impersonal
en nuestra actuación en la logia. Esto se manifiesta en actos
de hermandad, comprensión y ayuda mutua.
El mandil tiene una línea que une el triángulo superior de la
solapa con el rectángulo inferior. Físicamente esta equivale
al diafragma de nuestro cuerpo, el cual constituye la línea
entre nuestros centros superiores y los inferiores.
Psíquicamente la frontera entre lo superior y lo inferior en
nuestro ser está constituida por la mente. La línea inferior
del triángulo superior equivale a la mente superior o
abstracta. La línea del rectángulo, que coincide con la

179
inferior del triángulo, es la mente inferior o razonadora.
Ambas deben unirse.
Tratando de sintetizar el profundo simbolismo del mandil
podemos decir que significa el trabajo como calidad
distintiva del masón en su eterna tarea de obrero en la
construcción del templo del Gran Arquitecto del Universo. En
tal calidad, es un ser espiritual y uno con sus hermanos y
con el Gran Arquitecto.
Los guantes
El hermano Mackey afirma – como es obvio – que la
investidura de los guantes tiene íntima relación con la del
mandil.
En los ritos continentales de la masonería practicados en
Francia y Alemania, como en nuestra Logia Fe del oriente de
Montevideo, Uruguay, y en otros países, es costumbre
invariable regalar al candidato recién iniciado no sólo un
blanco mandil, sino un par de guantes para él y otro para la
mujer que más quiera (esposa, madre, novia, hermana,
etc.).
Al entregar los
guantes al hermano
recién iniciado se le
quiere enseñar que
los actos de todo
masón deben ser tan
puros e inmaculados
como los guantes
que se le regalan.
En muchas logias,
como en nuestra
Logia Fe, existe la
obligación de usar
como vestimenta
ritual los guantes
El simbolismo de los guantes es similar al del mandil ambos
aluden a la purificación de la vida. Mientras el mandil se

180
refiere al “corazón puro”, los guantes simbolizan las “manos
limpias” a su vez, las manos son el símbolo de las acciones
humanas. Dice el salmista:
“¿Quién escalará la montaña del Señor? ¿Quién
permanecerá en su lugar sagrado? El que tenga las manos
limpias y puro el corazón”.
En los antiguos misterios el lavatorio de manos precedía a la
ceremonia iniciática y servía para indicar iniciáticamente que
era necesario estar puro de todo crimen antes de ser
admitido a los ritos sagrados.
Los albañiles empleaban en la edad media tanto el mandil
como los guantes. Hay prueba de ello. En una de los
ventanales pintados en la catedral de Chartres (Francia),
obra ejecutada en el siglo XIII, se representa a varios
operarios trabajando. Tres de ellos se adornan con coronas
de laurel, indicando que desempeñaban los cargos más
importantes de la logia. Todos los obreros pintados en el
ventanal llevan guantes. Por otra parte, en los antiguos
documentos de la época se menciona a menudo los guantes
que se regalaban a los albañiles y picapedreros.
Es, pues, evidente, que los constructores de la edad media
usaron guantes para protegerse las manos contra los efectos
del trabajo y de ellos pasaron a los masones especulativos
con el significado antes referido.

La circunvalación del templo


Se trata de otro símbolo ritualista, que también suele
denominarse "cuadrar el templo”, consistente en la acción
de recorrer el templo alrededor del ara en el sentido de las
agujas del reloj; teniendo presente que al iniciar el
desplazamiento debe hacerse con el pie izquierdo (el del lado
del corazón), al llegar a una esquina debe doblarse en
escuadra y empezar nuevamente con el pie izquierdo, y
así sucesivamente.
En las ceremonias religiosas e iniciáticas de la antigüedad
este recorrido era muy frecuente y se le llamaba

181
“Circumambulación”, vocablo que viene del latín y que
significa andar alrededor de un altar u objeto sagrado y al
principio aludía al curso aparente del sol en el firmamento,
que va de oriente a occidente por el sur, en el hemisferio
norte.
Al hacer esta circunvalación era condición precisa que el
costado derecho del practicante del ritual diera a la parte del
altar (ara), y por consiguiente, que la procesión se moviera
de oriente a sur, y de sur a occidente y norte hasta volver
de nuevo al este. De esta manera se representaba el curso
aparente del sol en el hemisferio norte.
Para entender la circunvalación con mayor claridad,
debemos analizar los elementos que en ella interviene y su
profundo simbolismo, es decir el templo, el ara y la logia.
Con relación al templo, sabemos que el universo
(macrocosmo, la “cara visible de Dios”) es el templo del Gran
Arquitecto del Universo y el ser humano, replica del universo
(microcosmo), también lo es.
Al centro del templo, colocado sobre tres gradas, se
encuentra el altar de los juramento, que los masones
llamamos ara sobre el cual se colocan las tres grandes luces
emblemáticas de la masonería: el volumen de la ley sagrada,
la escuadra y el compás.
El ara constituye, simbólicamente, el punto, el centro,
símbolo de lo sagrado, de lo divino y de la comunicación con
el cielo, que existe en toda logia bien constituida y regular,
desde el cual ningún hermano puede errar.
Por lo antes expuesto, podemos inferir las razones por las
cuales “cuadramos” el templo en la forma que lo hacemos.
En principio, si el interior de templo representa el universo y
el ara nuestro planeta, debemos movernos alrededor del ara,
en el mismo sentido figurado en que se movería el sol
alrededor de la tierra y denominaríamos a esta marcha
“camino de la luz” o “ruta del sol”. El mismo sentido de la
agujas del reloj tendría el movimiento si el ara representara
al sol y fuera la tierra y los demás planetas quienes giraran

182
alrededor de ella.
Así mismo, los tres dignatarios principales de la logia
representan al sol en sus tres posiciones resaltantes:
levante, mediodía y poniente. Es posible que esta alusión
sea uno de los motivos por el cual al venerable maestro y a
sus vigilantes se les denomina luces.
Por otra parte al avanzar en el sentido de las agujas del reloj,
el pie izquierdo del sentimiento y el corazón que se
encuentra hacia el lado izquierdo de nuestro cuerpo, avanza
hacia la luz protegido por el pie derecho de la energía y la
inteligencia.

Simbolismo de la luz
Cuando el candidato a la iniciación pide en la entrada del
templo masónico la “luz”, no solicita únicamente la luz
material que ahuyenta las tinieblas, forma externa tras de la
que se oculta el simbolismo interno, sino que él está
requiriendo una iluminación intelectual que barra la
oscuridad de la mente y la ignorancia moral y que le permita
conocer las verdades sublimes que es el objeto fundamental
de la masonería.
En todos los sistemas antiguos predominó la veneración a la
luz, como símbolo de la verdad. En todos los misterios, el
candidato pasaba por una profunda oscuridad, hasta que,
una vez terminadas las pruebas, era admitido en un
santuario intensamente iluminado, en donde llegaba a la luz
perfecta y pura, y recibía las instrucciones necesarias para
proporcionarle el conocimiento de la verdad divina, al que
había aspirado y que proporcionaba la orden.
Luz es, por lo tanto, sinónimo de la verdad y de
conocimiento; y oscuridad, de falsedad e ignorancia.
Este simbolismo, no sólo se encuentra en las órdenes
iniciáticas sino también en las lenguas.
Así por ejemplo, la palabra hebrea “aur” significa luz; pero
su plural “aurim”, denota la revelación de la verdad divina.
La palabra luz del antiguo lenguaje egipcio tiene una

183
particularidad digna de estudio. Para los egipcios la liebre
era el jeroglífico de los “ojos que están abiertos”; jeroglífico
que adoptaron porque suponían que este tipo de animal
nunca cerraba los órganos de visión, estando siempre alerta,
por temor a sus enemigos. Más tarde, los sacerdotes
adoptaron la liebre para simbolizar la iluminación mental o
luz mística, que se revelaba a los neófitos en la
contemplación de la verdad divina, durante la iniciación.
Por otra parte, la liebre era también el símbolo de Osiris, el
Dios principal; lo cual demuestra la íntima conexión que
existía, según aquellos sacerdotes, entre el proceso iniciático
de los ritos sagrados y la contemplación de la naturaleza
divina.
Ahora bien, la palabra liebre que se aplica a este animal es
“árabe”, la cual se compone de las palabras “aur”, luz, y
“nabat”, contemplar o mirar. Por lo tanto, la palabra que
significa en egipcio iniciación, quiere decir en hebreo mirar
la luz. Esta coincidencia no puede ser accidental en dos
naciones tan íntimamente unidad en la historia, como Egipto
y Judea. Esto demuestra que en aquella época prevalecía el
sentimiento de que la comunicación de la luz era el objeto
principal de los misterios, tan principal y prominente, que la
una era sinónimo de los otros.
El culto de la luz, ora en su pura esencia, ora en forma de
culto solar o del fuego, fue una de las más primitivas y
universales creencias del mundo. La luz era la fuente
primordial de todo lo santo e inteligente; las tinieblas
representaban por el contrario, el mal y la ignorancia.
La iniciación precede en la masonería a la revelación del
conocimiento, del mismo modo que la obscuridad precedía
a la luz en las antiguos cosmogonías. Por eso dice el génesis
que, en el principio, “la tierra se hallaba desordenada y
vacía, y las tinieblas estaban sobre el haz del abismo”. La
cosmogonía caldea enseñaba que en el principio, “todo era
tinieblas y agua”. Los fenicios suponían que “el principio de
todas las cosas fue un viento de aire negro, un caos oscuro

184
como el erebo (infierno)”.
Pero ante el mandato divino, la luz surgió de estas tinieblas,
y la sublime frase: “sea la luz”, se repite sustancialmente en
todas las antiguas historias de la creación, en forma idéntica”
Lo mismo ocurre en la masonería: de las tiniebla misteriosas
surge el fulgor deslumbrante de la luz masónica. La una
debe preceder a la otra, del mismo modo que la tarde a la
mañana.
Esta relación de las tinieblas con la luz, es una parte bella e
instructiva de nuestro simbolismo.
El génesis y las cosmogonías (ciencia de origen y evolución
del universo) hablan del antagonismo de la luz y las tinieblas.
La forma de esta leyenda varía en cada nación, pero es
fundamentalmente la misma siempre. Bajo el símbolo de
la creación del mundo, se oculta un cuadro de regeneración
e iniciación.
Plutarco decía que morir es iniciarse en los grandes
misterios, la palabra griega que significa morir, quiere decir
también ser iniciado. El color negro, que es el color simbólico
de las tinieblas, lo es también de la muerte. Por tanto, las
tinieblas y la muerte, son símbolos de la iniciación. Y por esta
razón, todas las antiguas iniciaciones se celebraban por la
noche.
Los misterios se celebraban siempre por la noche. La misma
costumbre existe en la masonería. La muerte y la
resurrección se enseñaron en los misterios, igual que en la
masonería. La iniciación era la lección. La fruición entera,
autopsia, o recepción de la luz, era la lección de
regeneración o resurrección.
La luz, es por lo tanto, un símbolo fundamental en la orden
y contiene en sí la esencia misma de la masonería
especulativa. Es por ello que ha recibo el nombre de “luz” y
sus miembros han sido denominados apropiadamente “hijos
de la luz”.

185
Simbolismo del nombre inefable
Se trata de un importante símbolo de la masonería que está
estrechamente relacionado con otro (la palabra perdida) que
más adelante abordaremos.
Ante todo digamos que el adjetivo “inefable” significa “que
no se puede explicar con palabras”, en otros términos que
escapa a la conceptualización humana.
En cuanto al vocablo “nombre” es la palabra con la cual se
designa y distingue a una persona o una cosa. En la
antigüedad se consideraba que el “nombre” contenía en sí la
esencia de lo nombrado.
El nombre inefable, como es obvio, se refiere al nombre
Dios.
Es decir, que en nuestra Orden se trata del nombre
verdadero del Gran Arquitecto del Universo, nombre divino,
que por definición es incomunicable y que ha sido
simbolizado por cuatro letra, el tetragrama, tetragrámaton
(del griego tetra – cuatro – y grama – letra): Y, H, W, H.
Después volveremos sobre el tema.
Los judíos veneraban y veneran profundamente el nombre
de Dios que sustituyen por la pronunciación “Jehová”, pues
se desconoce su verdadera pronunciación. Según la leyenda,
este nombre fue el que comunicó el todopoderoso a Moisés
para que fuera empleado por su pueblo elegido diciéndole
junto a la zarza ardiente: “Así dirás a los hijos de Israel:
Jehová, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha
enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, y este
es mi memorial para todos los siglos”.
Más adelante declara todavía con mayor énfasis que ese es
su nombre verdadero diciendo: “Yo soy Jehová, y apareció
a Abraham, a Isaac y a Jacob bajo el nombre de “El Shaddai”
(Dios omnipresente), en mi nombre Jehová no me notifiqué
a ellos” (Éxodo vi.2.3.)
El “Shaddai” era el nombre con que hasta entonces lo
conocieron los patriarcas, su significación en primera etapa
es análoga a la de “Elohim” (el Creador del mundo), según

186
el primer capítulo del Génesis. El nombre de “Jehová” no fue
revelado al pueblo hasta la época de Moisés.
Este nombre llegó a ser adorado con profunda veneración y
con verdadero temor por los judíos.
Los cabalistas leían el siguiente pasaje cambiándole una
letra solamente: en lugar de decir “Zeh Shemi L’olam” (este
es mi nombre para siempre), decían “Zeh Shemi Lalam”
(este es mi nombre que debe guardarse secreto).
Esta interpretación se convirtió en precepto, siendo
obedecida estrictamente hasta nuestros días. De manera
que “Jehová” fue sustituido por la palabra “Adonaí” (mi
Señor) y por otras siempre que tenían que leerlo o
pronunciarlo y a veces se referían a el denominándolo “Ha
Shem” (el nombre).

Los judíos piadosos jamás pronuncian la palabra Jehová, que


sustituyen por Adonaí (mi Señor), siempre que la encuentran
en las sagradas escrituras, práctica seguida por los
traductores de la versión inglesa de la Biblia. Estos la
traducen invariablemente por la voz “Lord” (Señor) y “my
Lord” (mi Señor). En otras versiones de la Biblia han tenido
el mismo escrúpulo. Así la versión de los setenta traduce a
“Jehová” por “Kupios”, la Vulgata por “Dominus”, la alemana
por “der Herr” y la francesa por “L´eternel”, aunque
traducciones recientes han restaurado el nombre de Jehová
comprendiendo el verdadero simbolismo de la palabra.
La pronunciación de esta palabra era conocida por el sumo
sacerdote del templo de Jerusalén, quien la oía de su
predecesor y conservaba el recuerdo de su sonido,
pronunciándola tres veces, el día de la expiación (yon kipur),
cuando entraba en el sancta Santorum, de la siguiente
forma:
Yod ( , ), He ( ), Vav ( ), He ( ) . (Entre paréntesis deben ir
las letras del alfabeto hebreo que corresponden a cada
sonido, solo se puso la correspondiente a la yod que es
similar a una coma. La yod se emplea, también, como

187
abreviatura de las cuatro letras del tetragrama).
El sumo sacerdote pronunciaba el tetragrama letra por letra.
La primera letra (yod) expresaba el pensamiento divino y la
ciencia teogónica, las tres letras restante (he, vav, he)
expresaban tres órdenes de la naturaleza, los tres mundos
en los cuales se realiza aquel pensamiento y, por
consiguiente, se desarrollan las ciencias cosmogónicas,
psíquicas y físicas que les corresponden, lo inefable encierra
en su seno profundo el eterno masculino y el eterno
femenino y su unión indisoluble hace su profundo misterio.
La interpretación jeroglífica del alfabeto hebreo tiene
diversas aplicaciones. La primera y principal es que se
pueden interpretar las sagradas escrituras analizando cada
palabra y sintetizar después el significado de las letras que
entren en la palabra cuyo sentido esotérico se quiera
conocer. Además cada palabra así examinada revelará
alguna verdad de la vida subjetiva que servirá de guía en la
indagación del conocimiento. En tal sentido, transcribiremos
el significado esotérico de las letras que componen el
tetragrama seguido del equivalente numérico e inicial:
Yod – 10 (y) para el Zohar (“Libro del esplendor” de la cábala
judía), “la yod es la más sagrada de todas las letras” “el más
pequeño símbolo del misterio más grande”. Inicio del
tetragrama, esta letra es agente ejecutor de alef (con valor
numérico 1 símbolo de la divinidad no manifestada), así
como la década (10) lo es de la unidad. La yod concentra
la fuerza de los diez mandamientos y también expresa
duración intelectual y eternidad.
Hei – 5 (h) el vacío primordial. Es el símbolo de la vida
universal. Y representa el aliento, el espíritu, el alma del
hombre. Sirve de artículo que intensifica el significado de las
cosas y personas. Dice el Zohar que la letra hei participa
de los dos lados, refiriéndose a su doble participación en
el tetragrama.
Vav – 6 (w) simboliza al hombre. Como signo gramatical es
la imagen de lo más profundo e incomprensible del misterio,

188
el símbolo del nudo que une y del punto que separa el ser
del no ser. El Zohar dice que “vino al mundo con una
hermana gemela. La dualidad de esta letra es la del hombre,
creado el sexto día. Su posición entre la doble hei del
tetragrama es la de un pivote, un eje. El trazo vertical en
el ideograma wang, es la columna que une el cielo y la tierra.
La veneración del nombre de Dios estuvo muy difundida, y
por esta causa, su simbolismo se encuentra en todos los ritos
de la antigüedad bajo diversas formas.
Los egipcios empleaban ese nombre sagrado como palabra
de paso para poder ser admitido en los misterios. En los ritos
persas se revelaba a los candidatos recién iniciados un
nombre inefable.
En los misterios llevados a Grecia por Pitágoras se encuentra
de nuevo el nombre inefable, aprehendido sin duda por el
sabio de Samos cuando estuvo en Babilonia.
El símbolo que Pitágoras adoptó para expresar el concepto
de Dios era formalmente diferente al tetragrámaton judío y
constaba de diez puntos distribuidos en forma de triángulo
de modo que cada lado tuviera cuatro puntos y al que llamó
tetraktys, símbolo que ya explicamos con relación a la
iniciación masónica.
Sabemos que el tetragrama tiene un valor numérico de 26
por la suma de la yod (10) y la he (5), vav (6) y nuevamente
la he (5), por lo cual podemos inferir que el tetragrama está
compuesto por la tetraktys pitagórica (10) y el cuadrado
de cuatro (16) o sea= 10
+ 16 = 26.
La tetraktys cuya fórmula numérica: 1 + 2 + 3 + 4 = 10
muestra la relación que une directamente el denario al
cuaternario, y conocida la particular importancia que le
atribuían los pitagóricos y que se manifiesta por el hecho de
prestar juramento por la sagrada tetraktys, aunque también
lo hacían por el cuadrado de cuatro, y hay entre ambas una
relación evidente, ya que el número cuatro es, podría
decirse, su base común.

189
El cuaternario se ha considerado siempre como el número
propio de la manifestación universal y señala, a este
respecto, el punto de partida de la "cosmología”, mientras
que los números antecedentes, o se la unidad, el binario y
el ternario, se refiere a la “ontología” (metafísica, concepto
del ser).
La tetraktys, como lo hemos comentado antes, se
representaba por un símbolo que en conjunto era de forma
ternaria y cada uno de sus lados exteriores comprendía
cuatro elementos y se componía en total del 10 puntos,
nueve de los cuales se encontraban en el perímetro del
triángulo y uno en el centro.
La primera línea de la tetraktys designa el principio
fundamental y eterno, la segunda se refiere a las causas de
la manifestación, a los pares de opuestos que es el punto de
partida de todo cuanto existe, la tercera línea comprende a
las leyes por las cuales las causas afectan la manifestación
fenomenal y por fin la cuarta línea se refiere a los
fenómenos, hechos y efectos, reflejos de las causas
anteriores que son percibidas por el observador.

Las últimas investigaciones arqueológicas han demostrado


que en todos los documentos demóticos (lengua popular) los
nombres de los dioses se representaban invariablemente por
medio de símbolos y estos constaban siempre o casi siempre
de cuatro unidades.
La francmasonería, heredera de tradiciones ancestrales, ha
adoptado el mismo sistema, el “Gran Arquitecto del
Universo” que se lo designa con sus cuatro iniciales (G: .A:
.D:.U:.), también se lo suele representar por medio de la
letra “G”, o con el triángulo y el ojo que todo lo ve, aunque
a veces se reemplaza el ojo por la letra yod.
La letra “G” es representativa por analogía de la yod hebrea,
símbolo de Jehová, el que existe por sí mismo.
El ojo que lo ve todo es el emblema de Dios omnipresente.
El triángulo es el símbolo del Supremo Arquitecto del

190
Universo, el creador de todo lo existente. Algunas veces está
rodeado de múltiples rayos de gloria simbolizando el
Supremo Arquitecto otorgador de luz.
Los nombres de Dios, afirma un sabio teólogo, tienen por
objeto comunicar la sabiduría de Dios.

El erudito esoterólogo René Guenón en la recopilación de


sus trabajos denominada “Símbolos Fundamentales de la
Ciencia Sagrada” nos enseña, al respecto, que uno de los
símbolos comunes al cristianismo y a la masonería es el
triángulo en el cual está inscripto el tetragrama hebreo, o a
veces solamente con una yod, primera letra del tetragrama,
que puede considerarse en este caso como una abreviatura
de él, y que por lo demás, en virtud de su significación
principal, constituye de por sí un nombre divino, e incluso el
primero de todos según cierta tradiciones. A veces, también
la yod misma está reemplazado por un ojo, generalmente
designado como el “ojo que lo ve todo”.
En la masonería el triángulo en el cual está inscripto el
tetragrama hebreo, o en su reemplazo la yod, o a veces sólo
un ojo, se lo designa con el nombre de delta porque la letra
griega así llamada tiene, efectivamente, forma triangular.
Cabe advertir que el triángulo de que se trata ocupa siempre
una posición central y que en los templos de la orden está
situado expresamente entre el sol y la luna.
En las iglesias cristianas donde figura este triángulo está
situado normalmente encima del altar principal, como éste
se encuentra además presidido por la cruz, el conjunto de la
cruz y del triángulo reproduce, de modo harto curioso, el
símbolo alquímico del azufre.
Esta posición central que ocupa el delta con el “ojo que lo ve
todo” en las iglesias cristianas lo pude comprobar
personalmente cuando visite la catedral de Santiago de
Compostela en España. Los feligreses y en las postales
denominan a ese triángulo, idéntico a nuestro delta
luminoso, como el “ojo de Dios”.

191
En los templos masónicos – interpreta el hermano Guenón –
el ojo, contenido en el triángulo, al estar situado entre el
sol y la luna, no debería estar representado en forma de un
ojo ordinario, derecho o izquierdo, puesto que en realidad el
sol y la luna corresponden respectivamente al ojo derecho e
izquierdo del “hombre universal” en cuanto éste es idéntico
al “macrocosmo”. A este respecto, conviene destacar que en
el simbolismo masónico los ojos son propiamente las “luces”
que iluminan el “microcosmo”.
Para que el simbolismo sea enteramente correcto – afirma
Guenón – ese ojo debe ser un ojo “frontal” o “central” es
decir un “tercer ojo”, cuya semejanza con el yod es más
notable todavía; y en efecto, ese “tercer ojo” es el que “lo
ve todo” en la perfecta simultaneidad del eterno presente.
Desde el punto de vista del “triple tiempo” – agrega Rene
Guenón-, la luna y el ojo izquierdo corresponden al pasado;
el sol y el ojo derecho, al porvenir; y el “tercer ojo”, al
presente, es decir, al “instante” indivisible que, entre el
pasado y el porvenir, es como un reflejo de la eternidad
en el tiempo.

El triángulo con un vértice superior se refiere propiamente al


principio supremo; pero cuando está invertido por reflejo en
la manifestación, la mirada del ojo contenido en él aparece
en cierto modo como dirigida “hacia abajo”, es decir, del
principio a la manifestación misma, y, además de su sentido
general de “omnipresencia”, toma entonces más netamente
el significado especial de “providencia” (previsión y cuidado
de Dios de sus criaturas). Por otra parte, si se considera ese
reflejo, más particularmente, en el ser humano, debe
notarse que la forma del triángulo invertido no es sino un
esquema geométrico del corazón; el ojo que está en su
centro es entonces, propiamente, el “ojo del corazón”, con
todas las significaciones que implica. Puesto que el corazón
se considera como centro del ser y donde reside la intuición
intelectual, que es supra racional y permite un conocimiento

192
directo de las cosas, el aspecto subjetivo, esotérico, interno
de las mismas, más allá de su apariencia objetiva.

XIII. Leyendas y mitos del mundo y de la


francmasonería
Mitos del mundo y su común origen.
Como expresamos al adelantar algunos conceptos básicos
del papel de los mitos en las sociedades arcaicas y
tradicionales, se trata de un tema central del esoterismo y
por ende de nuestra Orden. Ellos son transmisores de
conocimientos trascendentes que han sido “velados” y
“revelados” por la simbología sagrada.
Conociendo los fenómenos del mundo estudiados por las
ciencias modernas (paleontología- historia del origen y
desarrollo de la vida en la tierra-; la antropología – ciencia
que estudia al hombre en sus aspectos físicos, sociales y
culturales - , la astronomía, la astrofísica, la biofísica, etc.),
aludidos en el significante de estos símbolos (mitos y
leyendas), podremos comprender rituales de nuestra Orden
como la circunvalación del templo y símbolos como el
templo de Salomón y su representación en el templo
masónico, el simbolismo de la luz, etc.
Para conocer esta extensa y compleja problemática,
consultamos obras de reconocidos especialistas, en
particular el libro “Las Huellas de los Dioses” de Graham
Hancock.
Se trata de una obra que, a lo largo de sus 600 páginas,
nos da una visión cierta y comprensible del tema.
La parte IV de la citada obra, se titula “El misterio de los
mitos” y allí encontramos información valiosa para nuestro
propósito de conocer en profundidad el tema.
En algunos de los más poderosos y persistentes mitos que
hemos heredado de tiempos pasados, nuestra especie
parece conservar un recuerdo confuso pero resonante sobre
una terrorífica catástrofe global (el diluvio), identificada con
el caos.

193
Al respecto, Hancock se hace algunas preguntas claves:
¿De dónde provienen estos mitos?
¿Por qué, a pesar de derivar de culturas que no guardan
relación entre sí, contienen unas historias tan semejantes?
¿Por qué están cargadas de un simbolismo común?
¿Y por qué suelen compartir los mismos personajes y trama
argumental? Si se trata en efecto de unos recuerdos, ¿por
qué no existen documentos históricos sobre los desastres
planetarios a los que parecen referirse?
¿Es posible que los mismos mitos constituyan unos
documentos históricos?
¿Es posible que estas sugerentes e inmortales historias,
creadas por genios anónimos, fueran el medio utilizado para
registrar tal información y transmitirla en los tiempos
anteriores al comienzo de la historia?
Hancock analiza en detalles las tradiciones que se refieren a
un gran diluvio, desde las miles de tablillas de arcilla
grabadas en escritura cuneiforme, desenterradas en las
arenas del Irak moderno y que se remontan al tercer milenio
antes de nuestra era, pasando por las tradiciones de norte,
centro y Sudamérica, hasta las palabras de Thot en el Libro
de los Muertos del Antiguo Egipto.
Asimismo analiza los sumerios y el diluvio bíblico con la
figura del Arca de Noé (patriarca al que alude Anderson en
la historia mítica de la masonería que desarrolla en la
Constitución de la Orden de 1723).
Se conocen más de quinientas leyendas sobre diluvios en
todo el mundo, y a raíz de un sondeo de ochenta y seis de
ellas (veinte asiáticas, tres europeas, siete africanas,
cuarenta y seis americanas y diez de Australia y el Pacífico),
el doctor Richard Andree (26 Feb. 1835 – 22 Feb. 1912),
investigador especializado en estos temas, llegó a la
conclusión de que setenta y dos estaban por completo
basadas en relatos mesopotámicos y hebreos

Es interesante la cita de Hancock, sobre el descubrimiento

194
efectuado por los primitivos y eruditos jesuitas que se
contaban entre los primeros europeos que visitaron China.
Allí tuvieron la oportunidad de estudiar en la biblioteca
imperial una vasta obra que comprendía cuatro mil
trescientos veinte volúmenes que según dicen provenía de
la antigüedad y contenía “todo los conocimientos”. Este
gran libro incluía numerosas tradiciones referentes a las
consecuencias que se derivaban de que “cuando los
hombres se rebelaron contra los dioses supremos y el
sistema del universo cayó en el caos los planetas modificaron
su curso. El cielo descendió hacia el norte.
El sol, la luna y las estrellas alteraron su trayectoria. La tierra
se hizo pedazos y las aguas que yacían en su seno se
levantaron con violencia y anegaron al mundo”.
Por su claridad y sencillez se destaca el mito de los indios
Hopi en Norteamérica. Esto es lo que dicen:
“El primer mundo fue destruido, en castigo por lo desmanes
cometidos por la humanidad, por medio de un fuego
devorador que provino del cielo y el infierno. El segundo
mundo terminó cuando el globo terráqueo cayó de su eje y
todo quedó cubierto de hielo. El tercero finalizó con un
diluvio universal. El presente mundo es el cuarto. Su suerte
depende de que sus habitantes se comporten de acuerdo
con los planes del Creador”
También las tradiciones del antiguo Egipto se refieren a un
gran diluvio. Un texto funerario hallado en la tumba del
faraón Seti I, por ejemplo, habla sobre la destrucción de la
pecadora humanidad por medio de un diluvio. Las razones
de esta catástrofe se detallan en el capítulo CLXXV del “Libro
de los Muertos”, el cual atribuye el siguiente parlamento a
Toth:
“Han librado batallas, han organizados revueltas, han creado
hostilidades, han asesinado, han causado conflictos y
opresión...por lo tanto voy a destruir todo cuanto he creado.
La tierra se hundirá en el abismo por medio de un diluvio, y
su superficie aparecerá lisa como en tiempos pretéritos”.

195
Por su parte dice el Génesis (6: 11 – 13):
“Miró Dios a la tierra, y vio que estaba corrompida, porque
toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo
entonces Dios a Noé: “He determinado acabar con todos, ya
que por causa de ellos la tierra está llena de violencia, y voy
a exterminarlos a ellos con la tierra”
El diluvio bíblico marcó el fin de una era del mundo. A ésta
siguió una nueva era, la nuestra, poblada por los
descendientes de Noé, a los cuales, también, se refiere
Anderson en la citada constitución masónica de 1723.
Por otra parte, los estudios geológicos, paleontológicos y
antropológicos nos indican que ya en el año 8000 a. C. las
grandes capas de hielo de Wisconsin y Wurm en
Norteamérica habían retrocedido. El período glacial había
llegado a su fin. No obstante, los siete mil años anteriores a
esa fecha habían sido testigos de una turbulencia climática
y geológica de una magnitud casi inimaginable. Sacudidos
por diversos cataclismos, desastres naturales, desgracias y
calamidades, las pocas y desperdigadas tribus de humanos
sobrevivientes debían de vivir sumidas en un constante
estado de terror y confusión; sin duda se registraban
períodos de calma, durante los cuales pensaban que lo peor
había pasado.
Sin embargo, mientras los gigantes glaciares continuaban,
esas épocas de calma se vieron interrumpidas una y otra
vez por unas violentas inundaciones. Por otra parte, las
secciones de la corteza terrestre que se habían visto
impelidas hacia la astenósfera por billones de toneladas de
hielo debieron ser liberadas a causa del deshielo y
ascendieron de nuevo, en ocasiones aceleradamente,
provocando devastadores terremotos y un estrépito
ensordecedor.

Algunas épocas eran mucho peor que otras.


La gran mayoría de extinciones de animales se produjo entre
el 11000 a. C. y el 9000 a. C., momento en el que se

196
registraron violentas e inexplicables fluctuaciones.
Otro episodio turbulento, de nuevo acompañado por
extinciones en masa, ocurrió entre el 15.000 a. C. y el
13.000 a. C.
La formación geológica “Avance Tazewell” llevó las capas de
hielo a su máxima extensión hace aproximadamente
diecisiete mil años y a continuación se registró un dramático
y prolongado deshielo, una desglaciación completa de
millones de kilómetros cuadrados de Norteamérica y Europa
en menos de dos mil años.
Muchos de los grandes mitos sobre cataclismos parecen
contener testimonios fidedignos sobre las condiciones reales
que vivió la humanidad durante el último periodo glacial. En
teoría, por tanto estas leyendas pudieron haber sido creadas
prácticamente hacia la misma época en que apareció nuestra
subespecie, el homo sapiens, hace quizá cincuenta mil años.
Según estudios dados a conocer en el año 2003, hay fuertes
evidencias de que la especie humana se originó en África
hace unos 150.000 a 200.000 años y que, desde África,
migró y colonizó el resto del planeta. La especie viviente
más cercana al hombre, genéticamente hablando, es el
chimpancé.
No obstante, para encontrar ancestros comunes con este
“primo” debemos remontarnos a cinco o siete millones de
año atrás. El hombre como lo conocemos hoy (homo sapiens
sapiens) no fue la única especie del género que existió, pero
sí la única que sobrevivió. Hace unos treinta mil años se
extinguió otra especie de hombre, el homo neanderthalensis
u hombre de neandertal, con la cual no sólo coexistimos por
muchos años sino que además convivimos en Europa y oeste
de Asia. Sabemos que no era un antepasado nuestro sino
una especie distinta, y que poseía cultura. Sin embargo, las
pruebas geológicas indican una procedencia más reciente
del homo sapiens sapiens e identifican la época del 15.000
al 8.000 a. C. como lo más probable.
Sólo entonces, en la totalidad de la experiencia humana, se

197
registraron unos bruscos cambios climáticos de una
magnitud terrorífica como los que aparecieron descritos con
tanta elocuencia en los mitos.
El período glacial y su tumultuosa desaparición constituyeron
unos fenómenos globales. Por consiguiente, no tiene nada
de extraño que las tradiciones sobre cataclismos
correspondientes a distintas culturas repartidas por todo el
globo se caractericen por un elevado grado de uniformidad
y convergencia.
Lo que sí resulta sorprendente, sin embargo, es que los
mitos no sólo describan unas experiencias compartidas, sino
que lo hagan en lo que parece ser un lenguaje simbólico
compartido.
Los mismos motivos literarios, los mismos recursos
estilísticos, los mismos personajes reconocibles y las mismas
tramas argumentales aparecen de forma reiterada.
Otros investigadores como Moreau de Jonnes, han llegado a
conclusiones similares. Éste autor, en su obra “Los Tiempos
Mitológicos”, expresa, entre otros conceptos, lo siguiente:
“Según nuestro juicio, la noción más importante que se
deriva de la comparación de las varias mitologías es la
identidad del principio en que se sustentan. En efecto,
ofrecen semejanzas tan palmarias en cuanto al fondo, a la
composición y aún a los términos empleados en idéntico
sentido, que necesariamente se llega a la conclusión de que
ha debido existir originariamente un tema único que sirviera
de base a esos documentos que el genio de cada pueblo
imprimió después un carácter distinto.”
Y agrega Moreau de Jonnes lo siguiente:
“Un estudio comparado – durante más de veinte años – de
las leyendas que se refieren a la infancia de las sociedades,
nos ha comunicado esta doble convicción:
1º) Que las cosmogonías, las teogonías y las fábulas
mitológicas de las diferentes naciones proceden de un fondo
común,
2º) Que el Génesis, el Avesta, las teogonías de Sanchoniatón

198
y de Hesiodo indican los períodos sucesivos de una misma
historia, la de la infancia de estos pueblos, y que esos
poemas han tenido una misma región por teatro”.

Los mitos y leyendas en la Orden


Mackey distingue tres clases de mitos o leyendas de la
francmasonería:
1) El mito histórico.
2) El mito filosófico.
3) La historia mítica
El mito histórico, según esta clasificación, es el que tiene por
objeto transmitir un relato de acontecimientos o sucesos
primitivos, fundados parcialmente en la verdad de los
hechos, pero que en su relato se ha omitido o introducido,
falsamente, circunstancias y personajes distorsionando la
realidad objetiva.
El mito filosófico se basa en una leyenda inventada o
adoptada para difundir una doctrina o forma de
pensamiento.
La historia mítica es aquella que se fundamenta en
elementos de verdad los cuales predominan
mayoritariamente sobre los materiales ficticios e
imaginativos también empleados en la narración de que se
trata.
Mackey no distingue entre la leyenda y el mito como lo hacen
otros autores, adjudicando a este último un alto grado de
ficción mezclada con hechos históricos. Por el contrario la
leyenda, en este enfoque, es sólo el eco de la historia
mística.
Otra clasificación poco conocida, es la que formula el erudito
hermano Antenor Dal Monte (Lumen) en su obra “El
Despertar de los Dioses” (“Introducción al Esoterismo
Iniciático”).
Para Dal Monte, hay diferentes órdenes de mitos que obran
de distinta manera. Los hay pequeños, medianos y grandes
en poder y obedecen a distintas causas. Pero todos están

199
guiados por una causa que es única y que podríamos
denominar el mito supremo.
Los demás – los pequeños, los parciales – nacen y mueren
según la sabiduría del mito supremo, que como los demás
también toma diferentes formas, rostros y ropajes.

El mito supremo de la esperanza


Según Dal Monte, son cuatro sus formas principales:
Veamos la primera de ellas:
En la época glacial, los hombres se vieron acorralados en
las cavas de la tierra. Durante la “larga noche” (siglos), los
más ancianos enseñaban a los demás la tradición relativa a
un dios de luz, calor y vida que los había abandonado a
causa de su impiedad, pero que volvería cuando se hicieran
dignos de su presencia.
Aquí el mito supremo se presenta como dios conservador.
Gracias a él, la humanidad soportaría mejor el encierro a la
espera de su salvador.
Ahora veamos la segunda de las formas que transcurrieron
los siglos y el sol llegó.
La humanidad salió de su obligado encierro y la vida se hizo
pastoril. El hombre aprendió a criar y cuidar sus rebaños
que lleva a pacer y a beber. Es feliz pero surgen problemas.
Se acaban los pastos y hay sequías e inundaciones. La lucha
por la existencia se complica. Se hace difícil.
De cuando en cuando acierta a pasar algún viajero.
Un extranjero que viene de tierras lejanas y que, como suele
ocurrir, se complace en hablar de su terruño.
Allá – dice- no hay sequías ni inundaciones. En el país del
que vengo crecen (altos) los pastos y los rebaños. Estos
animales de ustedes son chiquitos.
Aquellos – los del lejano país – son grandes.
Y el pastor que los oye, migra con su tribu y sus rebaños.
Encandilado, va en busca de lo que podríamos llamar el mito
de la tierra prometida, el país de utopía.
La causa (el mito) es en esencia la misma de antes.

200
Nuevamente es el rostro de Visnú, el mito de la esperanza.
Pero esta vez, el hombre no espera. La prosperidad no viene
por sí misma – con solamente ser piadoso – como antes.
Hay que ir en su búsqueda. La forma de la esperanza se
transforma y se presenta como mito del héroe que todo lo
conquista. El mito del conductor, para el pueblo que lo sigue.
Es el mito de la esperanza en su forma viril.
Veamos la tercera forma del mito supremo.
Conquistada la nueva tierra, ocurre otra transformación: la
vida, antes pastoril, se hace agrícola.
El hombre trabaja y ve crecer su siembra; y en los solsticios
y equinoccios hace ofrendas al sol. En el invierno, para ganar
su favor y ayuda para el nuevo año agrícola; en el verano
como acción de gracia en la fiesta de la recolección. La
transformación operada en la forma de vida se corresponde
con otra en el mito. Ahora es Brama, el creador, quien lo
guía. El hombre ya no espera ni va al encuentro. Ahora se
hace digno de la benevolencia de los dioses por su trabajo y
sacrificio (sacro – oficio).
¿Otro dios? ¿Otro mito? No. Es el mismo.
Es el mito de la esperanza en su faceta creadora.
En la cuarta forma
Es una distinta, el mito supremo aparece como Rudrá, el
destructor.
No necesitamos remontarnos en el tiempo para ver su
operación, porque Rudrá está hoy vigente, deshaciéndolo
todo, convirtiéndolo todo en polvo. Rudrá es la locura que
obliga a unos a empuñar metralletas y a otros a tirar
bombas. Es lo que mueve la acción de la guerrilla y la
represión. Es la corrupción de las instituciones y las bases
de un orden social que pasa.
Pero tampoco es otro mito, sino el mismo; porque aún la
destrucción obra por la esperanza de un mundo nuevo.
La esperanza tiene, todavía, una forma absoluta; latencia
perenne y germen inmanifestado que guarda en sí mismo
la totalidad de sus innumerables posibilidades que

201
solamente esperan la maduración de sus tiempos para
mostrarse en su forma dinámica. Es la esperanza pura, el
gran repositorio de lo potencial.
Pero hay que entender – afirma el hermano Dal Monte – que
creación, conservación, destrucción y latencia es un todo
simultáneo y no una sucesión de estados de lo que en
realidad y bajo diferentes ropajes es el mito de la esperanza,
el “en sí” mitológico del “que se expande” : el Brama
Supremo.
Este mito de mitos es como la fuerza que empuja al río hacia
el mar, del que cada hombre es una gota, y su conjunto, la
humanidad. Y al igual que las gotas van sin saber siquiera
que se mueven, pero sin detenerse, hacia el océano. Y el
mito de los mitos es el fin último de todo, la fuerza que todo
lo atrae y arrastra hacia la meta que es el mito mismo.
Esto es en lo general. Pero ¿en lo particular? Se pregunta
Dal Monte.
El hecho cierto es que no toda el agua de los ríos llega al
gran repositorio final, porque gran parte se queda en los
remolinos de la orillas y se seca. Lo que también ocurre con
el hombre. Con algunos hombres. Olvidemos esto – afirma
Dal Monte – y consideremos únicamente aquellos que
todavía se mueven. Estos individuos se diferencian unos de
otros por sus virtudes, metas e ideales, y por las distintas
maneras en que responden a los varios mitos.
El mito supremo es uno y diverso a la vez, como el hombre
en relación a la humanidad.
Pero el mito no se puede separar del hombre, ni el dios de
la meta, porque todo es uno.
Volviendo a la clasificación realizada por Mackey, digamos
que los mitos masónicos participan, por su carácter general,
de la naturaleza de los mitos que constituyen el fundamento
de las religiones antiguas. El origen de los mismos ha de
encontrarse en la tradición oral en los que los hechos de la
historia y las elaboraciones de la imaginación concurren a la
producción del mito.

202
Antes de entrar en las principales leyendas de la masonería,
digamos que en ellas, en sus símbolos, palabras y conceptos
están las grandes lecciones de verdad divina que enseña y
por las cuales se perpetúa la Orden.
En su verdadera interpretación está la clave de la masonería
especulativa.

XIV. Leyenda que remonta el origen de la Orden


al principio del mundo.

Existe una leyenda que remonta el origen de la masonería al


principio del mundo, haciéndola coetánea con la creación.
En ese mito se afirma que “nuestra Orden ha existido desde
que empezó la simetría y ejerció sus encantos la armonía”.
En otros términos, cuando Dios dijo: ¡“Hágase la luz”!
En ese sentido, elaboró James Anderson la historia mítica de
la Orden que constituye la primera parte de la constitución
que lleva su nombre, sancionada 1723 por la Gran Logia
de Londres, y consideraba uno de los documentos
fundamentales de la masonería especulativa.
Esta historia que “debía ser leída por el venerable maestro o
un vigilante o por algún otro hermano en el acto de admisión
de los nuevos hermanos”, comienza con los siguientes
párrafos:
“Adán, nuestro primer padre, creado a imagen de Dios, el
Gran Arquitecto del Universo, debió tener escritas en su
corazón las ciencias liberales, particularmente la geometría,
porque aún después de la caída, hallamos los principios de
ella en el corazón de su prole, los cuales, en el transcurso
del tiempo, se expusieron en un conveniente método de
proposiciones, al observar las leyes de la proporción
inducidas del mecanismo. Así como las artes mecánicas
dieron ocasión a los entendidos para metodizar los
elementos de geometría, así esta noble ciencia metodizada
es el fundamento de todas las artes (particularmente de la
masonería y la arquitectura) y la regla que las guía y

203
realizada”
En otros de sus párrafos dice Anderson: “Noé y sus tres hijos
Jafet, Sem y Cam fueron verdaderos masones que después
del diluvio conservaron las tradiciones y artes de los
antediluvianos y las transmitieron ampliamente a sus hijos”.
Seguramente estos antecedentes influyeron en alto grado en
investigadores, como el mismo Mackey, para cimentar su
posición acerca del origen de la filosofía masónica como lo
expresa en las siguientes proposiciones contenidas en su
obra “El simbolismo Francmasónico”:
1) En los mismísimos comienzos del mundo
existieron ciertas verdades de gran importancia para
el bienestar de la humanidad, que fueron
comunicadas probablemente al hombre por
inspiración divina.
2) Estas verdades consistían principalmente en
las proposiciones abstractas de la unidad de Dios y
de la inmortalidad del alma. La creencia en estas
verdades no es más que una consecuencia necesaria
del sentimiento religioso, rango perenne de la
naturaleza humana.
3) Estas verdades de Dios y de la inmortalidad
fueron probablemente transmitidas por los patriarcas
del linaje de Set. Noé las conoció sin duda alguna.
4) A consecuencia de esa comunicación, el
verdadero culto a Dios continuó existiendo algún
tiempo después del diluvio, siendo cultivado por los
noaquitas o descendientes de Noé.
5) En un período siguiente (cuya fecha no tiene
importancia, si bien la Biblia la fija en la erección de
la torre de Babel) gran parte de la raza humana se
separó de los noaquitas.
6) Estos separatistas perdieron rápidamente de
vista las verdades divinas (conocidas como “la
palabra perdida”) que les habían revelado sus
antecesores, y cayeron en los más vergonzantes

204
errores teológicos, corrompiendo la pureza del culto
y la ortodoxia de la doctrina religiosa que se les había
confiado.
7) Un reducido número de miembros
pertenecientes al linaje patriarcal conservó estas
verdades en toda su integridad, y sólo a muy pocos
permitieron conocer vagas y difusas porciones de la
verdadera luz.
8) El conocimiento íntegro se reservó
únicamente para los descendientes directos de Noé;
el parcial, se dio a los sacerdotes y filósofos, y más
tarde, a los poetas de las naciones paganas, a
quienes iniciaron en los secretos de estas verdades.
9) En cambio, los individuos pertenecientes a la
masa (existieron algunos de ellos que conocieron la
verdad) recibieron su doctrina por medio de una
iniciación en ciertos sagrados misterios, en el seno
de los cuales se conservaban, ocultándola al pueblo.
10) Estos misterios existieron en todos los países
paganos, con nombres distintos en cada uno y hasta
tomando diferentes formas, si bien tuvieron siempre
el idéntico objeto de enseñar por medio de doctrinas
alegóricas y simbólicas las grandes enseñanzas
masónicas de la unidad de Dios y de la inmortalidad
del alma. Esta es una proposición importantísima que
no debe perderse de vista al investigar los orígenes
de la francmasonería, pues los misterios paganos
fueron a la francmasonería espuria de la antigüedad,
lo que las logias de maestros a la francmasonería
actual.
Esta leyenda, interpretada correctamente, quiere decir que
los principios de la francmasonería que, sin duda alguna, son
independientes de su organización como sociedad, son
contemporáneos de la existencia del mundo, que cuando
Dios dijo “hágase la luz”, esta luz material era el símbolo de
la espiritualidad que ha de resplandecer en todo candidato

205
cuando su mundo intelectual, hasta entonces “desordenado
y vacío”, se pueble con pensamientos vivientes y con los
divinos principios que constituyen el sistema de la
francmasonería especulativa. En otras palabras cuando se
haga realidad el lema de la orden “lux e tenebris” o sea luz
de las tinieblas.

XV. Leyenda de las escaleras de caracol


Es la única leyenda relacionada con el grado de compañero
de la masonería simbólica. Se refiere al ascenso alegórico de
las escaleras de caracol para llegar a la cámara del medio y
recibir el simbólico pago del salario.
Cuenta la leyenda que de acuerdo a la disposición interior
del templo de Salomón, los maestros tenían por logia una
“habitación alta” a la que se llegaba subiendo por una
escalera espiral, llamada también escalera de caracol, la que

206
tenía tres tramos de tres, cinco y siete gradas. La leyenda
dice que el hermano compañero luego de realizar sus
trabajos, simbolizados por los cinco viajes, subía por esa
escalera a cobrar su salario. El salario se pagaba a la puerta
de la cámara de los maestros, sin entrar en la misma. En esa
ocasión los hermanos compañeros lograban ver por la
entreabierta hoja de la puerta, la brillante lámpara que
alumbraba la cámara de los maestros. Esta lámpara tenía la
forma de una estrella pentagonal, la estrella flamígera, que
con una de sus puntas hacia arriba representa al hombre,
con una letra “G” inscripta en el centro.
La letra “G” como todo símbolo tiene varios significados que
no son contradictorios sino complementarios. En hebreo se
dice “gaon” que es el título que se daba a los sabios que
presidían las casas de estudios superiores de los judos.
La letra “G” también se interpreta como geometría,
gramática, genio, grandeza, gloria, etc.
Por su parte, los maestros masones ingleses dan a letra “G”
el significado correspondiente al vocablo al que sirve de
inicial o sea “God”, Dios. La letra “G” como todo símbolo
masónico se refiere a una existencia de orden superior y en
este caso se trata de la meta final de nuestra Orden, esto es
la verdad divina.
Por verdad divina entendemos el conocimiento de la
naturaleza de Dios y la relación del hombre con él.
Este mito filosófico toma como base el pasaje del capítulo
sexto del primer libro de los Reyes de las sagradas escrituras
que dice: “La puerta del aposento de en medio estaba al lado
derecho de la casa; y subiese por un caracol al de en medio,
y del aposento de en medio al tercero”.
Desde el momento que el francmasón recibe la primera
iniciación hasta que logra disfrutar plenamente de la luz
masónica, es un investigador, un trabajador de las canteras
del templo, cuya recompensa es la verdad. Todas las
ceremonias y tradiciones de la Orden tienden a ese objetivo
último.

207
Al investigar el simbolismo de las escaleras de caracol debe
tenerse presente que su objetivo fundamental es simbolizar
la evolución ascendente.
Se dice que estas escaleras comenzaban en el pórtico del
templo, es decir, en la misma entrada y sabemos que el
templo es la representación del mundo, purificado por
skekinah (la manifestación de la gloria de Dios). El mundo
profano es el exterior del templo; el de los iniciados se
encuentra dentro del recinto de los muros. De ahí que las
frases entrar en el templo, pasar el pórtico, hacerse
francmasón, y nacer en el mundo de la luz masónica, sean
sinónimas. Aquí es donde comienza el simbolismo de las
escaleras de caracol.
Cuando el aprendiz traspasa el pórtico del templo – recuerda
Mackey - empieza a vivir masónicamente, pero el primer
grado de la francmasonería, así como de los misterios
menores de los sistemas antiguos, no sirve sino de
preparación o purificación para elevarse a grados superiores.
El aprendiz es a manera de un niño, y las lecciones que
recibe purifican su corazón y le prepara para encontrar la
iluminación mental en los grados siguientes.
Al llegar a compañero masón el aspirante ha avanzado un
paso más, y como este grado simboliza la juventud, en él
empieza su educación intelectual... Y es aquí, en el lugar que
separa el pórtico del santuario donde termina la infancia y
comienza la juventud, donde encuentra ante sí una escalera
que lo invita a subir, y le enseña que debe comenzar a
realizar su labor masónica y emprender las difíciles
investigaciones acerca de la verdad.
La masonería adoptó el simbolismo numérico del sistema
pitagórico donde se juzgaba que los números más perfectos
eran los impares por que expresan la síntesis que supera los
dualismos. De ahí que el número impar de escalones (tres,
cinco, y siete) simbolizaba la idea de perfección a la cual
debía de tender el aspirante.
Así, pues, en el segundo grado de la francmasonería el

208
candidato representa al hombre que comienza la jornada de
la vida, teniendo por tarea el perfeccionamiento del ser.
La escalera de caracol representa esa tarea evolutiva de
perfeccionamiento; al pie de la misma se encuentra el
compañero presto a escalar sus peldaños, mientras que en
lo más alto se ve el símbolo de la verdad divina, el emblema
que sólo pueden contemplar los artífices.
La escalera de caracol lleva al compañero a la cámara del
medio, en cuyas puertas recibirá el salario prometido que
simboliza la exaltación al grado de maestro masón lo que le
permitirá permanecer en la misma y alcanzar una mayor
aproximación a la verdad.
La doctrina de los francmasones se caracteriza por una
permanente búsqueda de la verdad. La verdad divina, objeto
de todos nuestros esfuerzos, se simboliza por medio de la
palabra, de la cual sabemos que sólo se puede encontrar
una palabra sustituta y así se nos enseña la necesaria lección
que en esta vida no puede adquirirse un conocimiento
completo de la naturaleza de Dios y la relación del hombre
con él.

XVI. Leyenda del maestro arquitecto del Templo de


Salomón

Debemos recordar que las metas de los tres grados


simbólicos de la francmasonería son la iluminación a través
de la búsqueda de la luz, la sabiduría a través de la
compresión y la vida ilimitada a través del proceso de
resurgimiento
En el grado de maestro masón se le da al iniciado las
herramientas adecuadas para que aplicando el arte real
empiece a levantar el velo a los dos grandes secretos
admitidos desde la más antigua tradición: La existencia de
un Dios único y la inmortalidad del alma humana. Que, por
otra parte, son dos de los antiguos límites de la masonería.
Precisamente, la leyenda del tercer grado, conocida como la

209
leyenda de Hiram, nombre del maestro que dirigió los
trabajos de construcción del templo de Jerusalén o templo
de Salomón, tiene por propósito la enseñanza de la
inmortalidad del alma y nos proporciona además abundantes
alegorías para acrecentar la inspiración que necesitamos
para construir nuestros templos espirituales.
El erudito hermano Diego Rodríguez Mariño realizó una
exhaustiva investigación sobre el origen y significado
iniciático de esta leyenda.
En cuanto al maestro Hiram – el citado hermano – analiza
los antecedentes bíblicos y su significado de la siguiente
manera:
“En la Biblia – cuya traducción occidental se debe a Lutero a
fines del siglo XVI – al maestro a cuyo cargo estaban los
trabajos de construcción del templo de salomón, se le llama
Hiram.
El libro primero de los reyes establece: (7, 14): “Hijo de una
viuda de la tribu de Neptalí. “Trabajaba él en bronce, lleno
de sabiduría y de “inteligencia y en toda obra de metal.
Este pues vino al rey Salomón e hizo “toda la obra”.
Por su parte, en el libro segundo de las Crónicas, se
establece (2,14):
“Hijo de una mujer de las hijas de Dan, más su padre fue de
Tiro, el cual sabe “trabajar en oro y plata y metal y hierro,
en piedra y madera, en púrpura y en cárdeno, en lino y en
carmesí; asimismo para esculpir todas figuras y sacar toda
suerte de diseños que se le propusiera y estar con tus
hombres “peritos” – se refiere a los de Salomón – y con los
de mi señor David, tu padre”.
Hiram es el fenicio (tirio), el “hombre rojo” – como se les
llama a los fenicios- , hijo de Ur que significa “fuego”, y de
una viuda. Era un destacadísimo maestro que conocía el arte
de construir, la metalurgia, la determinación de los colores,
la escultura y la geometría, o sea era un maestro en las artes
y ciencias liberales y, además, el ejecutor de los planes de
la sabiduría, representada por Salomón.

210
El texto es claro – afirma Rodríguez Mariño – y no se resiste
al análisis. El fuego es el sol. La viuda, la naturaleza, cuyo
esposo el sol, muere diariamente bajo el horizonte y
anualmente durante los tres meses de invierno. Hiram
simboliza, por tanto, al hijo del sol y de la naturaleza, al que
los cristianos identifican con la segunda persona de la
Trinidad, con Jesús.
Rodríguez Mariño analiza numerológicamente el nombre de
Hiram y llega a las siguientes conclusiones: 5 + 20 + 600 =
625 o sea 6 + 2 + 5 = 13, número asignado a Jesús en la
última cena, revelador de su sacrificio por la humanidad.
En el Tarot egipcio correspondiente al número 13, vemos a
un hombre segando un campo de trigo. Ese trigo, producto
viviente de la naturaleza, será utilizado por el hombre como
alimento. El trigo “morirá” como tal y sus componentes
pasarán a integrar otra horma de vida luego de su
disolución, la del hombre, y a la muerte de éste, volverá a
reaparecer en otra forma viviente.
Este mismo proceso, aplicado al hombre material que implica
el concepto de vivir para renacer, tanto en espíritu como en
las obras, como en el futuro de la raza, o aún como entidad
evolucionada en estados superiores cada vez más puros, es
lo llamamos inmortalidad.
La Orden – dice el hermano Rodríguez Mariño – nos prepara
para este concepto desde el primer grado. En efecto,
nacemos en un mundo espiritual – luego de morir como
mortales en la cámara de reflexiones - , el mundo de la
belleza, asemejándonos al grano de trigo que tiene consigo
todos los poderes para transformarse en planta, en el
momento en que se den las condiciones necesarias.
El compañero – continua Rodríguez Mariño – cuya palabra
sagrada significa “espiga de trigo”, indica que la
transformación se ha producido por el trabajo interno de la
semilla, al haberse dado las condiciones del caso. Y en el
grado de maestro, el segador ha cortado las espigas (el
devenir, el tiempo) y ellas han servido para elaborar el “pan

211
de vida”, que una vez consumido, determinará la realización
de un ciclo vital.
El hermano Antenor Dal Monte (Lumen) en su obra “La
iniciación.
El tercer grado: la recreación de los maestros” – citado por
Rodríguez Mariño - expresa respecto de Hiram lo siguiente:
“Hiram Abif y no Abif, como erróneamente se dice a veces.
En realidad el nombre de nuestro maestro debe
pronunciarse jiram-abi. Ji significa viviente; ram, alto,
elevado, grande, poderoso, sublime, eminente, abi puede
traducirse como padre potente, puesto que está formado
por ab, que significa padre y por la terminación i, que es un
símbolo reconocido del poder generador del padre. Abi es
asimismo la raíz del nombre abib, el mes primavera de los
hebreos, mes de la germinación; significa también ¡ojalá!, o
sea una exclamación de poder.”
“Resumiendo – continua Dal Monte - ji – ram – abi significa,
literalmente, padre potente, viviente y elevado. Es el padre
que está en los cielos, de que nos habla Jesús, su imagen
más acabada en el mundo material es el sol, dador de luz y
de vida. En los astronómicos es el sol vivificador y su leyenda
se ajusta a las vicisitudes del astro rey en su carrera diaria y
anual”
“Individualmente hablando, Hiram – Abi es el yo del corazón,
la luz que habita en medio de nosotros; aquella realidad de
la que procedemos y a la que hemos de volver una vez
cumplido el tiempo de nuestra existencia”
En la francmasonería el nombre de Hiram aparece por
primera vez en 1639, en un manuscrito de la Gran Logia de
York (escocesa), para designar el maestro director de los
trabajos del templo de Salomón, quien habría muerto antes
de finalizar los trabajos, sin especificar su causa.
En la segunda edición de las “Constituciones de Anderson”,
publicadas en 1738, se refiere a esta leyenda de la siguiente
forma:
“Se terminó (el templo) en el breve plazo de siete años, lo

212
cual asombró al mundo, la fraternidad celebró con gran
jubilo la colocación de la piedra cimera; pero su júbilo fue
interrumpido por la muerte de su querido hermano Hiram
Abif, a quien enterraron decorosamente en la logia, cerca
del templo, según la antigua enseñanza”.
En la siguiente edición de esta obra, publicada en 1756, se
relatan algunas circunstancias más, como por ejemplo, la
participación del rey Salomón en el dolor general, y el hecho
de que el rey de Israel ordenó que sus exequias se
celebraran con gran solemnidad y decoro”.
Es tal la importancia de esta leyenda que fue comunicándose
de época en época por tradición oral y se ha conservado en
todos los ritos masónicos.
En el relato que hace la leyenda aparecen dos personajes
con el nombre de Hiram. Uno es el rey de Tiro, hijo de Abibal.
Nació en el año 1063 a.C. y murió en el 985 a.C.; se dice
que fue gran amigo del rey David y, muerto este, también lo
fue de su hijo el rey Salomón. Hiram era muy devoto de los
dioses y, como consecuencia, construyó y reconstruyó
templos.
El rey Hiram vendió maderas al rey David para su palacio, y
al rey Salomón para el templo que se propuso construir para
competir en belleza e importancia con los templos egipcios,
después que estos le negaron autorización para adaptar al
mundo hebreo algunos ritos egipcios.
El otro se llama Hiram Abi. Es el asesinado en la leyenda.
Era – como vimos en este mismo capítulo – arquitecto,
escultor y decorador celebre. Hiram era extraordinario
trabajando el oro, la plata y el cobre.
Hiram era “maestro de maestros” pues tenía a su cargo la
dirección de 30.000 obreros albañiles, 70.000 peones y
80.000 canteros. Todo ese personal era manejado por él,
que dirigía, además, 3.300 maestros.
En la cultura caldea, la palabra “Hiram” se tiene como “la
forma más elevada de la vida”. Y de acuerdo con lo que
escriben quienes conocen bien las teogonías de los pueblos

213
antiguos del cercano Oriente, Hiram Abi es el Osiris de los
egipcios; el Mitra de los persas; el Adonis de los fenicios; el
Baco de los griegos. En todas esas culturas, Hiram es el
emblema del sol, que recorre el zodiaco y fecundiza el
universo.
Los tres malos compañeros – que según la leyenda participa
en el asesinato del maestro Hiram – son los tres meses del
otoño, que conspiran contra la existencia del predominio del
sol. Los nueve maestros enviados por Salomón para buscar
el maestro Hiram, son los nueve meses restante del año.
Como en otoño la muerte del sol es solo aparente. Asimismo,
con la muerte no termina todo en el hombre, porque su alma
es inmortal y hace tránsito a otra forma de vida.
La ceremonia donde se consagra y proclama al maestro se
celebra en la cámara del medio, llamada así porque es el
sitio simbólico entre este mundo y el otro; entre el mundo
material y el mundo espiritual. La muerte no es sino un
intermedio entre el mundo de los hombres y el de las almas,
entre el mundo de la prueba y la “vida eterna” que las
religiones y las filosofías espiritualistas conciben.
La exaltación al tercer grado simbólico representa la muerte,
el caos, la descomposición que siempre suceden y preceden
al nacimiento, al orden y a la regeneración. Efectivamente,
no es posible el nacimiento en otra dimensión sin la muerte
en el círculo del tiempo. Y decimos esto porque re – generar
implica mucho más que limpiar y purificar. Se trata de re-
generar nuestra naturaleza inferior para convertirla en el
templo apto para la manifestación de nuestra conciencia
superior. Esto es la llama divina que anida en nuestra alma.
Re – generar nuestra naturaleza inferior implica no solo la
conciencia material sino también y especialmente el cuerpo
que la contiene. Implica pues la construcción de un cuerpo
nuevo, la creación de un vehículo de distinta naturaleza a la
carnal, en que la conciencia superior pueda manifestarse
libremente.
Se trata, en síntesis, de renacer en una existencia superior.

214
Solo en lo natural somos polvo y a él retornamos. En lo
interno, en lo humano, en lo más íntimo de nuestro corazón
y de nuestra mente, somos sentimiento, idea y espíritu. Y
aunque vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en los
reinos naturales, nuestra conciencia pertenece a un orden
de vida superior, y busca un modo de existencia acorde con
tan sobrenatural condición.
El símbolo masónico de la superioridad del alma es la estrella
flamígera, que es nuestra imagen realizada y transformada
en luz a la que debemos aspirar como meta suprema del
camino de perfección.
El símbolo de la inmortalidad es la “rama de acacia”, planta
llamada “huzza” por los antiguos árabes. Mirto le llamaban
los griegos. Virgilio la denominó “ramo de oro”. Era el
“muérdago” de los druidas y la “oxicanta” de los cristianos.
El alma es inmortal y persevera en existir, y ello se traduce
en la lucha humana para aprender a combatir las
enfermedades, defenderse ante los peligros que amenazan
al hombre, y aun en el temor a la muerte. Tal insistencia, tal
afán están representados en la búsqueda de Hiram Abi por
todas partes, por tres, por seis y hasta por nueve maestros.
Todo lo cual representa que el masón debe ser perseverante
en su ideario y luchar por el. Son las ideas de ser digno por
la virtud, sabio por la ciencia y fuerte por la acción. Por ese
ideario, el maestro “enseña al ignorante”, “abate al
mentiroso” y “desenmascara al ambicioso”.
El alma vive transitoriamente animando al hombre, y en la
masonería se representa por flores, pero al ocurrir la muerte,
su supervivencia se representa con la acacia.
Ahora bien, en la leyenda de Hiram., los maestros que
hallaron el cadáver intentaron levantarlo por el tocamiento
de aprendiz, y no lo lograron, pues la carne se desprendía
de los huesos. Tampoco lo consiguieron con el tocamiento
de compañero, pero sí con el de maestro. Poniendo de pie a
Hiram, renacido éste con el tocamiento de la “gripa”, le
dieron los cinco puntos de reconocimiento de los maestros.

215
Ello, esotéricamente, es posible. Hiram “renació”. Volvió a la
vida material; pero en otro cuerpo. Fue lo que se dice una
“reencarnación” y no una “resurrección”.
La doctrina de la reencarnación se halla muy repetida en los
llamados “misterios” de la antigüedad”.
Entonces, Hiram reencarnó, nació otra vez. Esto constituye
otro símbolo, y enseña que cada uno de los maestros
masones, debe considerarse el maestro Hiram Abi
construyendo el grandioso templo espiritual que queremos
sea la Orden. No un templo para una determinada religión,
sino uno en el que queremos todos los hombres, de todas
las religiones conocidas y aun por crearse y también los libre
pensadores.
Los esoterólogos más destacados coinciden en sostener la
relación que existe entre la leyenda del tercer grado y la
espiritualización del templo que tiene su origen en los
misterios del antiguo Egipto. Asimismo, la relación de la
leyenda de Hiram con la de la palabra perdida.
Respecto de la espiritualización templo – tema que
abordamos en los capítulos iniciales de esta obra – se decía
que las dimensiones del templo guardaban proporción con
la del universo, y que sus objetos sagrados tenían sus
interpretaciones macro y micro cósmicas. Aquí debe
recordarse como la gran pirámide de los egipcios guarda
proporción con las dimensiones de la tierra.
Los estudios esotéricos que se conocen del templo de
Salomón permiten saber que en su interior, el aposento más
íntimo lo fue “skekinah” o “divina gloria”, desde donde
irradiaba el más secreto santuario del templo, el “santo de
los santos” (sancto Santorum) donde se percibía “la divina
presencia” que santificaba el templo, como Jehová mismo lo
hace con el universo. Simbólicamente, el templo es el
hombre, y Javet mora en lo íntimo de su corazón.
La idea judía de la reconstrucción del templo, es tomada
como una alegoría de que el hombre debe intentar lograr la
perfección divina en sí mismo y en el universo. Todo esto es

216
igual a los que los egipcios pretendían con la gran pirámide,
cuyo simbolismo es una gran reserva de conocimiento
ocultos y astronómicos. Los hebreos conocían el sistema
iniciático egipcio.
La relación con la leyenda de la palabra perdida la
abordaremos en el capítulo siguiente.

XVII. Leyenda de la palabra perdida

El simbolismo relacionado con esta leyenda filosófica es uno


de los más importantes de nuestra Orden. El mismo
podemos calificarlo como síntesis del objeto fundamental de
la francmasonería: la búsqueda de la verdad divina. En otros
términos, la búsqueda de los caminos para volver al Creador
y ser luz con él.
Esta leyenda, en mi criterio personal, está íntimamente
relacionada con la leyenda de Hiram y la del nombre
inefable.
La manifestación exterior de este símbolo sagrado es un
sillón vacante, situado al lado norte del templo, frente al
sitial del segundo vigilante, reservado para el hermano que
pasó al oriente eterno en búsqueda de la palabra perdida.
La leyenda nos recuerda que los judíos en cautiverio de los
babilónicos perdieron la correcta pronunciación de la
“palabra” con la que nombraban la divinidad, y que el sumo
sacerdote pronunciaba en el “yon kippur” (día de la
purificación). La verdadera pronunciación se perdió con el
exilio, de donde la expresión “Jehová” quedó sin vocales. El
nombre de ese Dios se redujo a cuatro consonantes: J HV
H. Así, se apeló en secreto a usar la palabra “Adonaí”, que
significa “mi Señor”. La actual forma de escribir “Jehovah”
se logró poniendo entre las consonantes J H V H unas
vocales sacadas de “Adonaí”, y así quedó escrito “Jehovah”,
que no es la forma primitiva.
En síntesis, de esta leyenda se desprende, que para que el
hombre vuelva al Creador, debe aprender a pronunciar

217
correctamente el nombre perdido de la divinidad.
La tradición judía de la palabra perdida fue llevada por los
cristianos a Roma, de donde pasó a los colegios de
trabajadores y a las fraternidades medioevales, de allí los
rituales masónicos desde el siglo XVIII.
El espíritu de esta leyenda está latente en uno de los
símbolos más emblemáticos de la Orden: la leyenda de
Hiram que tratamos parcialmente en anterior capítulo de
esta obra.
Cuenta esta leyenda que el rey Salomón y el gran sacerdote
del templo conocían los caracteres del verdadero nombre del
Gran Arquitecto del Universo; los que habían sido conocidos
desde mucho tiempo antes, cuando hizo su aparición sobre
el monte Abed, en un triángulo luminoso (nuestro delta
radiante).
Su pronunciación fue ignorada por el pueblo y se transmitía
tradicionalmente una vez al año, por el sumo sacerdote, que
rodeado únicamente de los que tenían derecho de oírle, lo
invocaba con toda solemnidad.
Salomón – cuenta la leyenda – consideró necesario hacer
depositar esa palabra sagrada en una bóveda secreta cavada
en un subterráneo del templo, en la parte más misteriosa del
mismo. En medio de esa bóveda, mandó colocar un pedestal
triangular, que denominó el pedestal de la ciencia.
Esa bóveda secreta no era conocida más que por Salomón y
los maestros que trabajaron en ella dirigidos por Hiram Abi,
el maestro director de la construcción del templo de
Jerusalén.
Hiram había grabado la palabra sagrada (o sea el nombre
verdadero de Dios) sobre un triángulo del más puro metal;
pero temiendo perderla llevó siempre ese triángulo
pendiente del cuello, colocando sobre su pecho el lado en
que estaba grabada la palabra, y no presentando sobre el
otro, más aspecto que el de un sello grabado y
perfectamente bruñido. Cuando el maestro Hiram fue
asesinado por los tres malos compañeros – conforme lo

218
relata la leyenda del tercer grado – tuvo la suerte de
poderse despojar de este precioso delta y echarlo en un pozo
que estaba en un extremo del oriente, hacia el mediodía, del
templo.
Salomón manifestó el temor de que este precioso triángulo
cayera en manos profanas, y ordenó que fuera buscado.
Tres maestros tuvieron la suerte de descubrir el pozo en el
que Hiram había arrojado el delta con la palabra sagrada
grabada. Salomón acompañado de los maestros “elegidos”
bajó a la bóveda secreta e hizo incrustar el delta en medio
del pedestal, y lo cubrió con una piedra de ágata cortada en
forma cuadrangular, sobre la que hizo grabar en la parte
superior, la palabra sustituida; en la parte inferior grabó
asimismo todas las palabras secretas de la masonería.
Salomón, delante de ese monumento, declaró la antigua ley
que prohibía pronunciar el nombre del Gran Arquitecto y,
después de haber recibido de los maestros presentes el
juramento inviolable de no revelar jamás lo que acababa de
pasar, dio al lugar el nombre de bóveda sagrada e hizo sellar
la entrada.
Luego Salomón y los maestros “elegidos” subieron al templo,
admiraron la magnificencia de la obra y dieron gracias por
todo al Gran Arquitecto del Universo. Después de la muerte
de Salomón, los maestros se gobernaron por sí mismos,
siguiendo sus leyes, siempre dirigidas a la conservación de
la obra.
En síntesis, conforme a la historia mítica de la masonería
hubo un tiempo en que existió una palabra de valor
inestimable que era venerada profundamente. Pocos las
conocían y, con el tiempo acabó por perderse, siendo
sustituida por otra; pero como la filosofía masónica enseña
que no hay muerte sin regeneración, ni decaimiento sin
restablecimiento posterior, se sigue de este principio que la
pérdida de la palabra implica su recuperación.
Sabemos que en nuestra orden todas las enseñanzas se
expresan por símbolos, que no son otra cosa que la

219
representación visible de las cosas invisibles. Y precisamente
el símbolo del objeto fundamental de la masonería, esto es
la búsqueda de la verdad divina, es la palabra perdida.
El camino para que el hombre vuelva a pronunciarla
correctamente y pueda así volver al creador, es el camino
iniciático. Camino que nos conduce de las tinieblas a la luz,
de lo irreal a lo real y de la muerte a la inmortalidad.

Síntesis y reflexiones finales


Los capítulos precedentes de esta obra, que son sólo un
modesto compendio de las enseñanzas contenidas en la
producción de verdaderos esoterólogos, maestros de la
simbólica y escritores profanos e iniciados, han sido
elaborados con el propósito – primero de aprender y luego
de ayudar a trasmitir – “las letras del abecedario” para
que después podamos “leer y escribir” acerca de los
misterios de la Orden. Estas figuradas “letras de abecedario”
no son otras que los símbolos de la masonería. Es por ello
que iniciamos nuestro extenso recorrido afirmando la
estrecha identificación de la misma con la actividad
constructora, de la que extrae todos sus símbolos, ritos y
tradiciones. Actividad que surge desde el inicio mismo de las
primeras civilizaciones porque el hombre como tal nunca ha
dejado de construir. El oficio de constructor ha servido de
“soporte” a la iniciación masónica y por ende al simbolismo
constructivo, y esto es así porque – como enseña René
Guenón – en toda civilización tradicional, la actividad del
hombre, cualquiera que ésta sea, siempre se considera como
derivada esencialmente de los principios. El simbolismo
constructivo traduce realmente nuestra naturaleza interior y
por ende es capaz de despertar las posibilidades latentes que
el ser lleva en sí mismo. Esta es la diferencia fundamental
de la enseñanza iniciática con la profana. No se trata sólo de
mirar al exterior, buscar afuera, sino de descubrirse a sí
mismo. Desbastar, tallar y pulir nuestra propia “piedra
bruta”.

220
Todo ello indica que para que ese “soporte” exterior sea
posible es imprescindible conocer los símbolos que son el
“abecedario” de la masonería. Caso contrario, sería tan
imposible como pretender leer y escribir prescindiendo de
las letras. Tal es así que uno de los “landmarks” (antiguos
limites) indiscutidos de la Orden es su carácter simbólico.
Todo su sistema está basado en el simbolismo sagrado que
constituye sus señas de identidad. Es por ello que este
compendio de enseñanzas parte de los conocimientos
elementales de la simbología del mismo carácter, es decir
sagrada. Pero, además, para que esa apoyatura exterior –
que sirve de ayuda pero que nunca sustituye el
imprescindible trabajo interior – sea realmente eficaz es
necesario que sea integrada con conocimientos elementales
acerca del esoterismo y del proceso iniciático. Para ello
hemos acudido a obras de un adecuado nivel académico que
nos permitiera dar respuestas a las controversias, sobre
todo en el campo profano, que provoca el esoterismo, en
relación a su historia, sus temas e incluso sobre su realidad
y sentido. De la misma manera, en cuanto a la iniciación
hemos abordado de la mano de autores de la valía de Rene
Guenón el problema crucial de la distinción entre iniciación
virtual e iniciación efectiva.
Respecto del esoterismo, basamos su explicación en el
tríptico del mismo, con dos partes visibles que se
interactúan: la forma (el hermetismo) y el fondo (gnosis);
detrás de la cuales está lo esencial: el “sentido” del
esoterismo, su espíritu, lo que le da valor y vida: la vivencia
maravillosa del mundo y la experiencia de lo absoluto.
No podemos tener una compresión cabal de los temas
esotéricos sino aplicamos en su análisis una lógica de la
misma naturaleza, que es distinta de la exotérica (profana).
Ésta se basa en la oposición entre el objeto y el sujeto, en
tanto que la lógica esotérica se basa en la homología del
hombre y el mundo. La lógica profana se basa en el
concepto de identidad, la esotérica en los de analogía y

221
correspondencia. La lógica esotérica no utiliza el lenguaje
ordinario sino el simbólico que establece relaciones no
convencionales entre el significante y el significado.
Todo esto adquiere particular importancia para nuestra
Orden porque: 1) es esencialmente iniciática; es decir que lo
iniciático es de la naturaleza intima de la masonería, lo que
hace a esta ser lo que es y 2) porque la verdadera iniciación,
la sagrada, se da en el campo de lo esotérico, es decir de los
interno, lo secreto, lo reservado a los iniciados.
Por ello, afirmamos con René Guenón, que la iniciación
virtual, la que se da en la ceremonia de iniciación , es sólo
“entrar” en el camino, pero la iniciación efectiva, la que sólo
se da con el trabajo interior (el labrado de la piedra bruta),
es “seguir” en el camino.

En la 2da. Edición de este libro, hemos incorporado un nuevo


capítulo con el título de “Masonería Iniciática y Esoterismo
Masónico” porque consideramos de particular explicitar: 1)
Porque la Francmasonería es una Orden Iniciática y 2) Las
particularidades del Esoterismo Masónico.
Después de haber abrevado en las aguas del esoterismo y
de la iniciación sagrada, nos encontraremos en mejores
condiciones para avanzar en el camino de la tradición
hermética que recepta la Orden y en los símbolos sagrados
que “velan” y “revelan” sus misterios.
Es indudable que Hermes y la tradición que lleva su nombre,
viven actualmente en la masonería y se manifiesta a través
de sus símbolos.
Para una mejor comprensión de los mismos, creímos
necesario abordar algunas nociones elementales acerca de
los principios de la geometría arcana y de las formas y
figuras geométricas en su relación con la estructura del
universo. Tal necesidad surge de la misma lógica esotérica
que tenemos que aplicar y que se fundamenta en la
homología (acuerdo, idéntico origen y estructura) del
hombre y el mundo (“el microcosmo resume al

222
macrocosmo”).
Recién con estos conocimientos básicos, pudimos exponer
algunas nociones de las pocas formas geométricas que
constituyen la base de toda la diversidad de la estructura del
universo. Las mismas pueden ser fácilmente realizables por
medio de dos herramientas que los geómetras han usado
desde los albores de la humanidad: la escuadra y el compás.
Tales figuras son el círculo, el cuadrado y la vesical piscis
(figura producida cuando dos círculos de igual tamaño son
dibujados hasta el centro del otro).
La ciencia moderna ha venido a confirmar que la estructura
fundamental del mundo material sólo se puede conocer a
través de la organización subyacente de sus formas y ondas.
De ahí que cuando muchas de las culturas antiguas optaron
por examinar la realidad a través de la geometría sagrada,
ya estaban muy cerca de las posiciones de nuestra ciencia
más contemporánea.
Para ampliar nuestro campo de percepción examinamos
también la relación entre los símbolos geométricos con las
cifras matemáticas. Se trata de una relación precisa: cada
número corresponde exactamente a una o más figuras de la
geometría. Podríamos decir que éstas son la representación
espacial de las mismas energías que los números también
expresan a su manera.
Luego examinamos los símbolos sagrados en particular,
tales como el círculo, la horizontal y la vertical, el de la cruz,
el de la rueda, el de la escala, el del árbol, el del viaje, el del
puente, el de la puerta y el de la piedra.
También aludimos a breves pero importantes nociones de la
alquimia, los mitos, los ritos, lo ciclos y los ritmos.
Así nos pusimos en condiciones de avanzar en el camino
elegido para abordar la génesis del simbolismo constructivo
incluyendo el Principio Espiritual (El-Shaddai, el
Todopoderoso, Dios), las leyes de Noé y los grados y sus
rituales en la Masonería operativa. Todo esto se simboliza en
el templo de Salomón. Éste representa el matrimonio

223
sagrado entre el cielo y la tierra, puesto que su construcción
se realizó conforme al modelo cósmico, según el cual el
mundo terrestre aparece como reflejo del mundo celeste, y
en íntima comunión con él.
Podríamos decir que el templo de Salomón está en la esencia
misma de la masonería, que actualiza permanentemente su
contenido espiritual a través de sus ritos y símbolos,
empezando por la propia logia, que tiene en él su modelo.
Los rituales que aún se conservan de la masonería operativa
en algunas logias de Inglaterra y Escocia, testimonian ese
aporte esencial y la fuerza y vigor de la tradición masónica.
A tal punto que existen en esos Orientes, en el siglo XXI,
logias con rituales de la Masonería antigua. Las tres fiestas
más significativas que celebran las mismas se refiere a:
1) La conmemoración de la fundación del templo de
Jerusalén,
2) la conmemoración de la muerte del maestro Hiram
3) la ceremonia de dedicación del templo.
A pesar de la perdida de parte del riquísimo legado histórico
de la masonería operativa y de las diferencias con la
masonería especulativa tal como la conocemos hoy,
podemos afirmar que la Orden es una sola en esencia. Esa
unidad se manifiesta en que tanto la una como la otra
conservan intacto, en lo sustancial, el ritual de la muerte y
resurrección del maestro Hiram, constructor del templo de
Jerusalén. Ritual que es el que verdaderamente le da
identidad y unidad a la masonería en su conjunto.
Con los conocimientos adquiridos acerca de la simbólica del
templo de Jerusalén estamos en condiciones de acometer la
tarea de analizar la correspondiente a la logia en la
masonería especulativa.
Tal como lo expresamos en reiteradas oportunidades, la
logia masónica ha sido hecha a “imagen y semejanza” del
templo de Jerusalén y por ende simboliza tanto el
microcosmo (el hombre) como el macrocosmo (el universo).
Lo que la distingue es constituir un espacio iluminado, pero

224
iluminado interiormente gracias a la influencia espiritual
transmitida por la iniciación. Las “tinieblas exteriores” jamás
penetraran en ella porque, en realidad, se encuentra situada
en otro plano. No se trata de un lugar en sentido literal, sino
más bien de la conciencia interna donde habita el misterio
del alma humana.
Debemos recordar que el templo exterior simboliza con
imágenes evocadoras nuestro propio espacio y tiempo
interior. Más allá de las apariencias debe penetrarse en lo
que estas velan y ocultan, pues de lo que realmente se trata
es de conocer “el templo que no está hecho por manos del
hombre”.
En el marco del conocimiento de ese templo que es nuestra
logia, incursionamos en uno de los legados inapreciable
trasmitidos por la masonería operativa: el ritual de apertura
y cierre de la logia. Legado que ha permitido la conservación
de la descripción simbólica de la cosmogonía (origen y
evolución del universo). Facilitando su conocimiento y
comprensión a través del arte real masónico.
Nuestro recorrido sapiencial continúo con los símbolos
fundamentales de la iniciación masónica. Tales como la
cámara de reflexión, los viajes iniciáticos, las tres grandes
luces, la marcha, toque y signo del aprendiz y el simbolismo
de la tetraktys relacionado con el del número del grado.
Después de ello, analizamos el simbolismo de las
herramientas de los gremios operativos, adoptadas como
símbolos por la masonería especulativa. En los mismos
advertimos dualidades como pares de opuestos, en realidad
complementarios, que manifiestan distintos órdenes de una
misma realidad. Ellos son: la plomada y el nivel, el mallete y
el cincel y la escuadra y el compás.
El paso siguiente fue el estudio del simbolismo ritualista de
los constructores, que en la masonería especulativa se
refleja en los principales simbolismos siguientes:
• De la investidura: el mandil y los guantes.
• De la circunvalación del templo.

225
• De la revelación: de la luz y del nombre inefable.
Respecto del mandil, debemos destacar que además de
constituir el símbolo de trabajo masónico tiene, entre sus
muchas significaciones, una de particular importancia y no
siempre recordada: el cuerpo vital o etérico representado
por el rectángulo del mandil (cuadrado extendido) que une
en un solo cuerpo todos los hermanos de la logia, eliminando
todo sentido de separación de la mente de quien pueda
captar este misterio. Éste es considerado como uno de los
más profundos de la creación. Todos los seres, todas las
cosas, compartimos el mismo cuerpo. Todos nos
extendemos a través de nuestro cuerpo etérico hasta
interpenetra el de los demás. El salirse de sí mismo es, pues,
lo natural. Más que hermanos somos uno.
En cuanto a la circunvalación del templo, recordemos que su
simbolismo está relacionado con la mecánica celeste y el
misterio de la precesión de los equinoccios. Temas que
desarrollamos extensamente en capítulos posteriores para
desmostar que algunos mitos y leyendas antiguas trasmiten
conocimientos que la ciencia moderna ha redescubierto.
Si por revelación entendemos la manifestación de una
verdad secreta u oculta, no dudamos en incluir en esa
clasificación a dos de los más antiguos símbolos heredados
por la masonería: el simbolismo de la luz y del nombre
inefable.
Sustancialmente, en todas las antiguas leyendas de la
creación surge la luz de las tinieblas ante el mandato divino:
“sea la luz”. Lo mismo ocurre en la masonería: la iniciación
precede a la revelación del conocimiento, de igual modo que
la oscuridad precedía a la luz en las antiguas cosmogonías.
El otro importante símbolo de revelación de la Orden es el
del nombre inefable, es decir que no se puede explicar con
palabras, que escapa a la conceptualización humana.
Se trata del nombre verdadero de Dios, del Gran Arquitecto
del Universo, que representamos con el triángulo y el ojo
que todo lo ve, aunque a veces reemplaza al ojo la letra del

226
alfabeto hebreo que se pronuncia “yod” (‘). El nombre de
Dios, afirma un sabio teólogo, tienen por objeto comunicar
la sabiduría de Dios.
El último tema que investigamos en el campo del simbolismo
y al cual le dedicamos varios capítulos, es, a mí modesto
entender, central para llegar aprehender los conocimientos
históricos y los esotéricos que nos trasmite la Orden: los
mitos y leyendas. Ellos son también transmisores de
conocimientos trascendentes que han sido “velados y
“revelados” por la simbología sagrada.
Conociendo los fenómenos del mundo sensible estudiados
hoy por la ciencia moderna (paleontología, antropología,
astronomía, astrofísica y la biología), aludidos en múltiples
casos por el significante de estos símbolos (mitos y
leyendas), podremos comprender, con mayor facilidad,
rituales de nuestra Orden como la circunvalación del templo,
el templo de Salomón y su proyección en el templo
masónico, el simbolismo de la luz, los rituales de apertura y
cierre de la logia.
Por ello, hemos intentado demostrar, de la mano de
calificados investigadores, que las cosmogonías, las
teogonías y las leyendas mitológicas de las diferentes
civilizaciones proceden de un fondo común y han tenido una
misma región por escenario.
Todo ello para llegar a identificar lo que ha sido llamado el
“mito supremo”, esto es “el mito de la esperanza”.
Recién, con ese bagaje de conocimientos, nos creímos en
condiciones de investigar el significado de los mitos y
leyendas clásicos de la masonería:
• Leyenda que remonta el origen de la orden al
principio del mundo.
• Leyenda de la escalera de caracol.
• Leyenda de maestro arquitecto de templo de
Jerusalén.
• Leyenda de la palabra perdida.
La primera nos enseña que los principios de la Orden son

227
independientes de su organización como sociedad y
contemporáneos de la existencia del mundo. En otros
términos, que esos principios son tales “desde que existió la
simetría y ejerció sus encantos la armonía” o sea desde que
Dios dijo: “hágase la luz”.
La segunda, que es la única leyenda del grado de compañero
de la masonería especulativa, significa la evolución
ascendente del hermano que ostenta ese grado en la
búsqueda de la verdad divina.
La tercera, la leyenda de Hiram, que es la correspondiente
al grado de maestro masón, le da al iniciado las herramientas
adecuadas del arte real para empezar a develar los dos
grandes misterios admitidos desde la más antigua tradición:
la existencia de un Dios único y la inmortalidad del alma.
Que, por otra parte, son dos de los antiguos limites
(landmarks) de la masonería.
Y, finalmente, llegamos, no por azar, al último de los
capítulos del libro:
La leyenda de la palabra perdida.
La manifestación exterior de este símbolo sagrado en
nuestro templo es un sillón vacante reservado para el
hermano maestro que pasó al oriente eterno en búsqueda
de la palabra perdida.
Al respecto, basta con decir que al simbolismo relacionado
con esta leyenda podemos calificarlo como “síntesis del
objeto fundamental de la francmasonería”: la búsqueda de
la verdad divina. En otros términos, la búsqueda de los
caminos para volver al Creador y ser luz con él, una vez
cumplido el tiempo de nuestra existencia.
También esa búsqueda de la verdad, ha sido el propósito
central de esta modesta obra que dediqué de corazón a la
Escuela de Cargos de Dignatarios y Oficiales de Logia,
cantera del magisterio masónico, de nuestra querida Logia
Fe.

228
FIN

Bibliografía

1. La iniciación y los oficios, René Guenón


2. Enciclopedia de la masonería Albert. G. Mackey
3. Los landmarks de la masonería, Alfredo Corvalán
4. La regularidad masónica en una
Nueva luz (los landmarks) Cox Learche
5. Introducción a la simbólica Fernando Trejos
6. Los números sagrados en la Tradición pitagórica
Arturo Regina
7. Apreciaciones sobre la iniciación, René Guenón
8. Simbólica de las artes liberales, José Manuel del Río
9. Simbólica y metafísica, José Antonio Antón
10. Cosmogonía perenne, Federico González
11. Metafísica oriental, René Guenón
12. Tradición hermética y masonería, Federico González
13. René Guenón y la masonería, Francisco Ariza
14. El simbolismo masónico, Francisco Ariza
15. El Templo de Jerusalén en el Simbolismo masónico
Francisco Ariza

229
16. El hombre y sus símbolos, Carl Jung
17. El simbolismo masónico, Jean Palo
18. Geometría arcana, Marcos Lewin
19. La simbólica del ritual de apertura y clausura de la
logia Masónica, Francisco Ariza
20. Aspectos simbólicos de algunos Rituales operativos,
Francisco Ariza
21. ¿Qué es el esoterismo?, Pierre A. Riffard
22. Espiritualidad de los movimientos Esotéricos
modernos, Antoine Faivre y Jacob Neeleman
23. Diccionario esotérico, Zaniah Editorial Kier
25. Geometría sagrada, Robert Lawlor
26. El simbolismo del templo, Raimon Arola

27. Enciclopedia del esoterismo, Mariano J. Vázquez


Alonso
28. El templo y el simbolismo, Patrick Négrier
29. Signos fundamentales de la Ciencia sagrada, René
Guenón
30. El simbolismo francmasónico, R. W. Mackey 31, la
huella de los dioses, Graham Hancock
32. Los tiempos mitológicos, Moreau de Jonnes
33. El despertar de los dioses, Antenor Dal Monte
34. La leyenda de Hiram, Diego Rodríguez Mariño
35. Lo que no debe ignorar el maestro masón Juan L.
Paliza
36. Los orígenes del grado de maestro, Eugenio Goblet
D’Älviella
37. La francmasonería, Jean Palo
38. Curso de maestro masón, Pedro A. Barboza de la
Torre
39. La constitución de los francmasones
(Primera parte – historia mítica)James Anderson
40. El libro occidental de los muertos, Jean Primer
41. La masonería, Miguel Martín Albo
42. 101 mitos de la Biblia, Gary Gutenberg

230
43. El Zohar (El libro del esplendor)Rabí Simeón Bar jai
44. Masonería y Trascendencia, Alfredo Corvalán
45. Masonería y Exoterismo, Alfredo Corvalán

231

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