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Huellas
Fuera de sus dos calles principales el silencio se espar- A aquellos de mis lectores que poco conocen de an-
ce. El verde aparece pronto y se siente la tranquilidad tropología y de la población aborigen del país, quisie-
de San Agustín. Se siente la tranquilidad de Silvio. ra decirles lo siguiente: lo que los indios colombianos
nos pueden enseñar no son grandes obras de arte ar-
quitectónico, escultural o poético, sino sus sistemas
filosóficos, conceptos que tratan de la relación entre
El río, así tituló Wade Davis su libro de viajes, y en el hombre y la naturaleza, conceptos sobre la necesi-
el subtítulo nos especifica más: Exploradores y descu- dad de la convivencia sosegada, la conducta discreta,
brimientos en la selva amazónica. El Amazonas vende, la opción por el equilibrio.
atrae, intimida, fascina. Está en la espera de una ma-
yor evolución, tal vez estamos en la preparación ini-
cial en los recorridos por San Agustín y Tierrradentro, Sistemas filosóficos. Relación entre el hombre y la natu-
y los que siguen en la Sierra Nevada de Santa Marta raleza. Convivencia sosegada. Conducta discreta. Opción
en tierra de los Kogi y los Ika, para adentrarnos des- por el equilibrio.
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Silvio, y sus rasgos indígenas, era nuestro guía para
ir a caballo por varios lugares cerca de San Agustín.
Visitaríamos La Pelota, El Tablón, La Chaquira y El
Purutal.
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Los indígenas nasa dicen que las plantas son como las –Silvio, ¿y qué hay de Stefen?, el alemán.
personas, hay de muchos tipos, las que necesitan poca
agua, las de mucha agua; las que al tomarlas dan tran- –Lo mejor es no hablar de eso–. Su rostro se contrajo
quilidad, las que producen alucinaciones… un poco.
Silvio y una tranquilidad que atraía. Sus aguas por –¿Él tuvo un problema con una señora de aquí?
dentro en calma, sin ebullición.
–Él tiene una demanda por violencia intrafamiliar.
Lo vi una mañana durante el desayuno, mientras mi Estaba intrigada por los extranjeros que vivían en San
mirada atravesaba la ventana del hotel. Agustín. Una señora que atendía el cafecito más agra-
dable del pueblo me había contado de Stefen, el ale-
De la casa en diagonal, una casa de bareque (como la mán que le había pegado a ella y a su hija, después de
que sueño tener), de su puerta verde abierta veía salir ires y venires verbales porque ellas cruzaban el terre-
un caballo, otro caballo, otro. Afuera Silvio los ensilla- no de él para poder bajar de su casa. Ella me contaba:
ba junto con otro hombre muy parecido a él, y de color
más oscuro, tal vez su hermano mayor. Ellos eran los –Stefen se ha ido comprando todas las tierras de por
guías a caballo. allá. Hasta se apropió de la tierra de un muchacho de
Bélgica que compró un terrenito y no ha vuelto. Los
Desde ese momento Silvio me intrigó. Sus movimien- extranjeros compran las tierras por acá, pero después
tos pausados, su sonrisa suave. vuelven. Pero ese muchacho no volvió a aparecer. Ste-
fen no quería que mis hijos y yo pasáramos por sus
tierras.
A los dos días, nosotros estaríamos montados sobre
–¿Y no hay forma de que ustedes cojan por otro lado?
sus caballos, entonces me daría cuenta del saber na-
rrar de Silvio, de la intranquilidad que no tiene. Para
–No, porque él ha comprado todas las tierras de abajo
qué tenerla si la ciudad no lo agobia con su rápido
y nosotros vivimos arriba. Y él no quería que por un
cumplir metas y objetivos en fechas concretas, en ho-
sendero nosotros pasáramos para ir a nuestra casa.
ras con sus minutos concertados.
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Ese hombre es muy malo. Siempre nos está diciendo Antes de llegar al restaurante se encuentra una exqui-
cosas cada vez que nos ve. Yo tengo miedo de que un sita panadería. Sus panes están tocados por los dioses
día uno de mis hijos esté borracho y pase algo. que habitan San Agustín. Una mujer mayor estaba
sentada en la puerta moviendo sus manos en una
Yo lo denuncié cuando él nos pegó, fuimos con los gol- masa amplia blanca que parecía coger vuelo: “Es para
pes a la Fiscalía. Pero después él lo cambió todo y a mí hacer merengues”, me contestó al preguntarle qué era.
me pusieron una multa que tuve que pagar con trabajo
social limpiando las calles, y a él no le hicieron nada. En los estantes que daban a la calle estaban panecitos
Aquí todo es así, a los extranjeros no les hacen nada. de arracacha, de achiras, de una suavidad y sabor para
calmar a los dioses furiosos dentro de mi estómago
–Eso pasa en toda Colombia, no es solo aquí. que crujían desesperados por el hambre.
Sus ojos se abrieron más, un rasgo de extrañamiento Después de la cena, al salir del restaurante, estaba el
pasó por su cara. –El pobre siempre tiene las de llevar. italiano sentado con la señora de la panadería char-
No nos creen a nosotros. lando, con una camaradería y sonrisas que me recor-
daron a Silvio, al decirme que el italiano sí hablaba
con ellos. Le dije al italiano: “Deberías comprarle los
Ya sabía cómo es la justicia en Colombia, sabía más panes a ella para el restaurante”, a lo que me contes-
bien de su injusticia. Las injusticias a los indígenas, tó con un tono de voz amable: “Pero no son como los
sus vorágines de acomodar las leyes, subvertirlas. Y italianos”. “Pero son de San Agustín y son los más ri-
vuelve la otra colonización, la nueva conquista, y los cos, así puedes crear una fusión Italia-San Agustín”.
extranjeros todavía vistos como dioses para alabar y Movió su cabeza de un lado al otro pensando. “Ah… se
hacerlos sentir superiores. “Tiene los ojitos claros. Es han aliado las dos. Podría ser, podría ser…”. Nos son-
mono. Es alto. ¡Ay! Yo te llevo pa’cá. Yo te llevo pa’llá. reíamos todos. Siempre el deseo, la utopía de las mez-
¡Ay!, ando con un extranjero. Es diferente a nosotros clas. La unión entre culturas sin avasallar al otro, sin
que la mayoría somos bajitos, morenitos. Tú sabes, es sentirnos superiores o inferiores; que ellos vuelvan en
para mejorar la raza”. otro tono sin ser como Stefen, sin ser como los espa-
ñoles que violaron las tumbas para sacar el oro, que
violaron mujeres, que masacraron para imponer su
–Ellos, cuando llegan y mientras necesitan de uno, ahí religión, que veían a los indígenas como salvajes que
están; cuando ya están instalados, no tratan con uno – debían ser arrasados.
es la voz de Silvio, con sus ojos mirando el suelo, como
El antropólogo Wade Davis nos habla para mostrar ci-
recogiendo las decepciones cuando le pregunté por un
fras aterradoras: “Tres millones de arawacs murieron
francés que vivía allí hacía más de veinte años.
entre 1494 y 1508. En ciento cincuenta años después de
– ¿Y todos son así? Colón, la población aborigen de setenta millones que-
dó reducida a tres y medio millones”.
–Está el italiano, él sigue hablando con nosotros.
¿Quiénes eran los salvajes?
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