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Teeteto (fragmentos)

En el Teeteto Platón se ocupa específicamente del problema de proponer


una definición satisfactoria de conocimiento. Inmediatamente antes del
párrafo que nos ocupará a continuación, Sócrates había llevado a Teeteto
a admitir que la mera percepción sensible no es conocimiento, puesto que
para éste se requiere además que la mente formule algún juicio acerca de
aquello que percibe. La próxima sugerencia que parece natural ofrecer,
entonces, es la de conocimiento como juicio verdadero:

187a. Sócr. Pero cuando comenzamos nuestra conversación, no fue nuestro


objeto, por cierto, encontrar qué es lo que el conocimiento no es, sino qué
es lo que efectivamente es. No obstante, ya hemos avanzado lo suficiente
como para saber que, en manera alguna, debemos buscarlo en la
percepción sensible, sino en lo que sucede cuando la mente se ocupa por
sí misma de las cosas, sea cual fuere el nombre que queramos darle a esto.
Teet. Y bien, Sócrates, yo creo que el nombre que le corresponde es
"formulación de juicios".
Sócr. Tienes razón, amigo mío. Y ahora volvamos a empezar. Borra,
pues, todo
b. cuanto hemos dicho y observa si, desde la posición que ahora has
alcanzado, puedes tener un punto de vista más claro. Dinos, entonces, una
vez más, qué es el conocimiento.
Teet. No puedo simplemente decir que el conocimiento es el juicio,
porque también hay juicios falsos, aunque quizá lo sea sin embargo, el
juicio verdadero. Puedes considerar que ésta es mi respuesta. Si a medida
que avancemos me ha de parecer menos convincente que ahora, trataré de
encontrar otra.
Sócr. Muy bien, Teeteto; esta presteza tuya es mucho mejor que tu
vacilación
c. anterior. Si seguimos así, o hallaremos lo que buscamos, o estaremos
menos inclinados a imaginar que conocemos algo cuando en realidad no
conocemos nada; y éste es, por cierto, un premio no desdeñable. Y ahora,
¿qué es eso que dices, de que hay dos clases de juicio, uno verdadero y
otro falso, y que tú defines al conocimiento como el juicio verdadero?
Teet. Sí; esto es lo que he llegado a pensar.

(…)

Sin embargo, esta definición no parece ser satisfactoria:


200d. Sócr. Comencemos entonces de nuevo: ¿qué ha de decirse que es el
conocimiento? Pues seguramente no nos daremos aún por vencidos.
Teet. No, a menos que te des tú.
Sócr. Dime, entonces: ¿qué definición podremos dar sin correr el riesgo
de contradecirnos?
e. Teet. La que antes intentamos, Sócrates. No se me ocurre otra cosa.
Sócr. ¿Cuál era?
Teet. Que la opinión verdadera es conocimiento. Pues seguramente no
hay error al menos, en creer lo que es verdadero, y las consecuencias son
siempre satisfactorias.
Sócr. Inténtalo y verás, Teeteto, como respondía aquel hombre a quienes
le preguntaban si el río era demasiado profundo para vadearlo. También
aquí, si queremos ir adelante en nuestra búsqueda, podemos tropezar con
algo que nos
201. revele lo que andamos buscando. Si nos quedamos donde estamos,
entonces sí que no haremos nada.
Teet. Es verdad; avancemos y veamos.
Sócr. Y bien; no necesitamos ir muy lejos: hay una profesión que te
probará que la opinión verdadera no es conocimiento.
Teet. ¿Cómo es eso? ¿Qué profesión?
Sócr. La profesión de esos portentos de intelecto conocidos como
oradores y abogados. Tienes ahí a hombres que utilizan su habilidad para
convencer, pero no por la enseñanza, sino haciendo creer a la gente todo
cuanto ellos quieren
b. que crean. Difícilmente podrás imaginar maestros más hábiles para
conseguir, en contados instantes, que sus oyentes estén enterados a fondo
de toda la verdad acerca de algún robo o de alguna violencia que ellos no
hayan presenciado.
Teet. No es fácil de imaginárselo, pero, en efecto, los convencen.
Sócr. Y al decir "convencer" quieres decir "hacerles creer algo".
Teet. Desde luego.
Sócr. Cuando los jueces se han convencido de ciertos hechos que sólo
pudieron haber sido conocidos por un testigo ocular, entonces, al juzgar
de oídas, aceptando una opinión verdadera y sin tener ningún
conocimiento, aun en el caso de que acierten con el veredicto, ¿es
correcta la convicción que tienen?
Teet. Por cierto.
Sócr. Pero si la opinión verdadera y el conocimiento son una y la misma
cosa, ni el mejor de los jueces podría tener una opinión correcta sin
conocimiento. Parece, entonces, que deben ser cosas diferentes.
¿Qué otra cosa puede contar, entonces, como conocimiento? Veamos
finalmente la propuesta de que conocimiento es opinión verdadera
acompañada de una razón o explicación:

201c. Teet. Sí, Sócrates, he oído que alguien hacía una distinción. Lo había
olvidado, pero ahora lo recuerdo. Decía que la opinión verdadera, con el
agregado de una
d. razón (logos), era conocimiento, mientras que la opinión sin razón
quedaba excluida de él. Cuando no se podía dar razón de una cosa, ésta
no era "cognoscible" -tal era la palabra que usaba-; cuando se podía, era
cognoscible.
Sócr. Es una buena propuesta. Pero dime cómo distinguía las cosas
cognoscibles de las incognoscibles. Puede ocurrir que lo que tú has oído
concuerde con algo que también yo oí decir.
Teet. No estoy muy seguro de recordarlo; pero estoy seguro de
reconocerlo si lo oigo exponer.
Sócr. Si has tenido un sueño, deja que a mi vez te cuente uno mío. Me
parece
e. que escuché que hay quienes dicen que lo que podrían llamarse elementos
primeros de que un hombre y todas las demás cosas se componen, son de
tal índole que no se puede dar razón alguna de ellos. Cada uno sólo puede
ser nombrado; no podemos atribuirles ninguna otra cosa, ni decir que
existen o que no existen, puesto que, en tal caso, les estaríamos
atribuyendo existencia o no
202. existencia, y, si queremos expresar cómo son en sí, no debemos
agregarles nada. Ni siquiera podemos agregarles "mismo", "esto", "solo"
o "este", ni cualquier otro término por el estilo. Estos términos, que
merodean por ahí, se aplican a cualquier cosa, y son distintos de las cosas
a las que se aplican. Si fuera posible expresar un elemento en alguna
fórmula que le fuera exclusiva, en tal expresión no tendrían cabida otros
términos; pero lo cierto es que no hay ninguna fórmula para expresar cada
elemento: sólo
b. pueden ser nombrados, puesto que el nombre es todo cuanto les
pertenece. Pero al llegar a las cosas compuestas por esos elementos,
entonces, como estas cosas son complejas, los nombres se combinan para
dar una descripción (logos), descripción que es, precisamente, una
combinación de nombres. Por lo tanto, los elementos son inexplicables e
incognoscibles, pero pueden ser percibidos; los complejos, en cambio,
son cognoscibles y explicables, y de ellos podemos tener
c. nociones verdaderas. Así, cuando alguien logra captar la verdadera noción
de algo sin una razón, no se trata de que su mente no lo piensa
verdaderamente, sino que él no lo conoce; pues si alguien no puede dar ni
recibir razón de algo, entonces no tiene conocimiento de ese algo. Pero
por lo contrario, cuando encuentra una razón, todo esto es posible para él
y está así perfectamente equipado de Conocimiento.
Esta versión ¿es fiel representación del sueño que oíste, o no?
Teet. A la perfección.

(…)

Sin embargo, Platón termina rechazando la propuesta:

202c. Sócr. Entonces, ¿te parece aceptable este sueño y sostienes que una
opinión verdadera, con el agregado de una razón, es conocimiento?
Teet. Precisamente.
d. Sócr. ¿Es posible, Teeteto, que en un solo instante, hayamos encontrado
hoy lo que tantos hombres sabios buscaron hasta envejecer sin
encontrarlo?
Teet. De todos modos, Sócrates, estoy satisfecho con nuestra presente
afirmación.
Sócr. Sí; la afirmación, en sí, puede ser satisfactoria, ya que nunca hubo
conocimiento alguno sin una razón y sin una opinión correcta. Pero hay
un punto en la teoría que no me satisface.

(…)

En lo que sigue Platón, por boca de Sócrates, se ocupa de poner


obstáculos a la propuesta. En definitiva, el problema es que la discusión
presente sólo contempla el posible conocimiento de cosas individuales
sensibles. Pero, para Platón, no hay en sentido estricto “conocimiento” de
tales cosas. Hay conocimiento propiamente dicho de las verdades
eternas, Formas o Ideas.

Así es que el diálogo termina reconociendo el fracaso de todos los


caminos intentados para definir “conocimiento” de objetos sensible. Sin
embargo, como es costumbre en el arte de la mayéutica, aún el aparente
fracaso deja un saldo positivo:
210b. Sócr. ¿Estamos por alumbrar una nueva criatura, amigo mío, o ya hemos
dado a luz todo cuanto podemos decir sobre el conocimiento?
Teet. Creo que hicimos todo cuanto pudimos; y, por mi parte, gracias a ti
he llegado a decir mucho más que aquello de que soy capaz.
Sócr. Pero nuestra habilidad mayéutica afirmó que todas esas cosas no
tienen posibilidad de vida y son indignas de ser conservadas.
Teet. Sin la menor duda.
Sócr. Entonces, Teeteto, si en otra ocasión en que trates de concebir
c. nuevamente, tienes éxito, es porque los pensamientos de tu embrión serán
mejores como consecuencia del examen de hoy; y si permaneces estéril,
serás más dócil y más agradable para con tus compañeros, pues tendrás el
buen criterio de no vanagloriarte de que conoces lo que en realidad no
conoces. Pues esto, y no otra cosa, es todo cuanto mi arte puede hacer; yo
no tengo ese conocimiento que poseen todos los grandes y admirables
hombres de hoy como del pasado. Pero este arte de la mayéutica es un
don del cielo; mi madre lo
d. ejercitaba con las mujeres y yo con los jóvenes de generoso espíritu y con
todos aquellos en quienes habita la belleza.
Ahora debo ir al pórtico del Rey para contestar a la acusación que Meleto
levantó contra mí. Pero mañana, Teodoro, podemos volver a encontrarnos
aquí.

Para tener una comprensión más cabal de la teoría platónica del conocimiento,
pasemos ahora al Menón.

Menón (fragmentos)

El Menón se inicia con un tema clásico para la época: Menón le pregunta


a Sócrates si la virtud puede o no enseñarse. Sócrates responde que no lo
sabe – más aún: que no sabe qué cosa sea la virtud, y “de una cosa de la
que no sé qué es, ¿cómo podría saber cómo es?” (71b). Allí comienza un
intento por establecer la definición de virtud. Menón se nos presenta
confiado de poder darla, pero, como es su estilo, mediante preguntas
Sócrates le demuestra que la empresa no es tan fácil como parece.

Como veremos a continuación, en el pasaje 80d-e Menón planeta una


célebre aporía sobre el conocimiento: si un hombre sabe, no necesita
investigar; si no sabe, no es capaz de investigar. En general, un hombre
no puede buscar lo que no conoce, puesto que, aún en caso de encontrar
lo que busca, ni siquiera advertiría que lo ha encontrado. De modo que la
búsqueda de conocimiento es o bien inútil, o bien imposible. Más
adelante veremos como Platón consigue salir de esta trampa argumental.
(Veremos también que Aristóteles tendrá algo importante que decir sobre
este famoso pasaje).

MEN.-Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de conocerte que tú no haces


80a. otra
a cosa que confundirte tú y confundir a los demás; y ahora, según a mí me
parece, me estás hechizando y embrujando y encantando por completo, con
lo que estoy ya lleno de confusión. Y del todo me parece, si se puede
también bromear un poco, que eres parecidísimo, tanto en la figura como
en lo demás, al torpedo, ese ancho pez marino. Y en efecto, este pez a
quienquiera que se le acerca y le toca lo hace entorpecerse, y una cosa así
me parece que ahora me has hecho tú; porque verdaderamente yo, tanto de
alma como de cuerpo estoy entorpecido, y
b. no sé qué contestarte. Y, sin embargo, mil veces sobre la virtud he
pronunciado muchos discursos y delante de mucha gente, y muy bien,
según a ml me parecía; pero ahora ni siquiera qué es puedo en absoluto
decir. Y me parece que haces bien en no querer embarcarte ni viajar fuera
de aquí; porque si siendo extranjero en otro país hicieras tales cosas, quizá
te detuvieran por mago.

Sóc.-Eres astuto, Menón, y por poco me engañas.

MEN.-¿Y eso por qué, Sócrates?


c. Sóc.-Ya sé por qué motivo has hecho conmigo esa comparación.

MEN.-¿Y por qué motivo crees?

Sóc.-Para que a mi vez haga yo otra contigo. Pero yo sé de todos los


hermosos que les gusta que les comparen (puesto que les conviene: bellas
creo que son también, en efecto, las imágenes de los bellos); y no te voy a
devolver la comparación. Y por mi parte, si el torpedo estando él mismo
entorpecido es como hace que los demás se entorpezcan, me parezco a él;
pero si no, no. Porque no es teniendo yo claridad como induzco a
confusión a los otros, sino que es estando
d. yo en mayor confusión que nadie como hago que lo estén los otros. Y así,
ahora, acerca de la virtud, qué es yo desde luego no lo sé; tú, sin embargo,
quizá si lo sabías antes de ponerte en contacto conmigo, y ahora, en
cambio, parece como si no lo supieras. Aun así estoy decidido a considerar
e investigar contigo qué es.

MEN.-¿Y de qué manera vas a investigar, Sócrates, lo que no sabes en


absoluto qué es? Porque ¿qué es lo que, de entre cosas que no sabes, vas a
proponerte como tema de investigación? O, aun en el caso favorable de que
lo descubras, ¿cómo vas a saber que es precisamente lo que tú no sabías?
e. Sóc.-Ya entiendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del
argumento polémico que nos traes, a saber, que no es posible para el
hombre investigar ni lo que sabe ni lo que no sabe? Pues ni sería capaz dc
investigar lo que sabe, puesto que lo sabe, y ninguna necesidad tiene un
hombre así de investigación, ni lo que no sabe, puesto que ni siquiera sabe
qué es lo que va a investigar.
81 a MEN.-¿No te parece que es un espléndido argumento, Sócrates?

Sóc.-No.

MEN.-¿Podrías decir por qué?

Sóc.-Sí; porque se lo he oído a hombres y mujeres sabios en las cosas


divinas.

MEN.-Y qué es lo que dicen?

Sóc.-La verdad, a mi parecer, y bien dicha.

MEN.-¿Qué es, y quiénes la dicen?

Sóc.-Los que la dicen son cuantos sacerdotes y sacerdotisas se preocupan


de ser capaces de dar explicación del objeto de su ministerio. Pero también
lo dice
b. Píndaro y otros muchos de entre los poetas, cuantos son divinos. En cuanto
a lo que dicen, es lo siguiente: y fíjate en si te parece que dicen la verdad.
Pues afirman que el alma del hombre es inmortal, y que unas veces termina
de vivir (a lo que llaman morir), y otras vuelve a existir, pero que jamás
perece; y que por eso es necesario vivir con la máxima santidad toda la
vida;

porque aquellos que a Prosérpina hayan pagado el precio


de su antiguo pecado, al sol de arriba a los nueve anos
devuelve de nuevo las almas de

c. ellos, de las que reyes ilustres y desbordantes de fuerza y en


sabiduría los más grandes hombres saldrán y para el tiempo
restante héroes santos los llaman los hombres.

Y ocurre así que, siendo el alma inmortal, y habiendo nacido muchas veces
y habiendo visto tanto lo de aquí como lo del Hades y todas las cosas, no
hay nada que no tenga aprendido; con lo que no es de extrañar que también
sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz ella de recordar lo que
desde luego ya antes
d. sabía. Pues siendo, en efecto, la naturaleza entera homogénea, y
habiéndolo aprendido todo el alma, nada impide que quien recuerda una
sola cosa (y a esto llaman aprendizaje los hombres), descubra él mismo
todas las demás, si es hombre valeroso y no se causa de investigar. Porque
el investigar y el aprender, por consiguiente, no son en absoluto otra cosa
que reminiscencia. De ningún modo, por tanto, hay que aceptar el
argumento polémico ese; porque mientras ése nos haría pasivos y es para
los hombres blandos para quien es agradable de escuchar, este otro en
cambio nos hace activos y amantes de la investigación; y es porque confío
en que es verdadero por lo que deseo investigar contigo qué es la virtud.

MEN.-Sí, Sócrates; pero ¿qué quieres decir con eso de que no aprendemos
sino que lo que llamamos aprendizaje es reminiscencia? ¿Podrías
enseñarme que eso es así?

Sóc.-Ya antes te dije, Menón, que eres astuto, y ahora me preguntas si


puedo
82a. enseñarte yo, que afirmo que no hay enseñanza sino recuerdo, para que
inmediatamente me ponga yo en manifiesta contradicción conmigo mismo.

MEN.-No, por Zeus, Sócrates, no lo he dicho con esa intención, sino por
hábito; ahora bien, si de algún modo puedes mostrarme que es como dices,
muéstramelo.

(...)

Aquí vemos uno de los pilares de la teoría platónica del conocimiento: el


conocimiento es reminiscencia, por medio de la cual el alma recuerda su
contacto con las Formas eternas y perfectas. En los pasajes siguientes
(que omitiremos) Platón nos da un ejemplo de ello: mediante preguntas
bien dirigidas, Sócrates guía a un esclavo de Menón (supuestamente
ignorante) a través del desarrollo de un problema de geometría.

84a. Sóc.-¿Te das cuenta otra vez, Menón, de por dónde va ya éste en el camino
de la reminiscencia? Porque al principio no sabía, desde luego, cuál es la
línea de la figura de ocho pies, como tampoco ahora lo sabe todavía, pero,
en cambio, creía entonces saberlo y contestaba con la seguridad del que
sabe, pensando no tener dificultad; mientras que ahora piensa que está ya
en la dificultad, y, del mismo
b. modo que no lo sabe, tampoco cree saberlo.

MEN.-Es verdad.

Sóc.-¿No es, pues, ahora mejor su situación respecto del asunto que no
sabía?

MEN.-También me parece.

Sóc.-Entonces, al hacerle tropezar con la dificultad y entorpecerse como el


torpedo, ¿le hemos causado algún perjuicio?

MEN.-Me parece que no.

Sóc.-Un beneficio es lo que le hemos hecho, sin duda, en orden a descubrir


la realidad. Porque ahora hasta investigará con gusto, no sabiendo,
mientras que entonces fácilmente hubiera creído, incluso delante de mucha
gente y muchas
c. veces, que estaba en lo cierto al decir acerca de la figura doble que debe
tener la línea doble en longitud.

MEN.-Sin duda.

Sóc.-¿Crees, pues, que él hubiera intentado investigar o aprender lo que


creía saber sin saberlo, antes de caer en la perplejidad, convencido de que
no lo sabia, y de sentir el deseo de saberlo?

MEN.-Me parece que no, Sócrates.

Sóc.-¿Ha ganado entonces con entorpecerse?

MEN.-Me parece.

(...)

Sóc.-¿Qué te parece, Menón? ¿Ha contestado éste algo que no fuera idea
suya?
85c. MEN.-No, sino las propias.

Sóc.-Y, sin embargo, él no sabía, según afirmamos poco antes.

MEN.-Es verdad.

Sóc.-Pero estaban, desde luego, en él estas ideas; ¿o no?

MEN.-Sí.

Sóc.-¿Luego en el que no sabe, sean cualesquiera las cosas que no sepa,


hay ideas verdaderas acerca de esas cosas que no sabe?

MEN.-Evidentemente.

Sóc.-Y ahora en él sólo como un sueño acaban de levantarse esas ideas;


pero si se le sigue preguntando repetidamente esas mismas cosas y de
diversas maneras, tú sabes que acabará teniendo sobre ellas conocimientos
tan exactos
d. como cualquiera.

MEN.-Sin duda.

Sóc.-¿No llegará entonces a la ciencia sin que nadie le enseñe sino


preguntándole sólo, y sacando él la ciencia de sí mismo?

MEN.-Sí.

Sóc.-¿Pero sacar uno la ciencia de uno mismo no es recordar?

MEN.-Desde luego.

Sóc.-Y la ciencia que éste tiene ahora, ¿no es cierto que o la ha adquirido
alguna vez o siempre la tuvo?

MEN.-Sí.

Sóc.-Ahora bien, si la tuvo siempre, también siempre ha sido sabio; y si la


ha adquirido alguna vez no será, desde luego, en la vida actual donde la
haya
e. adquirido. ¿O le ha enseñado alguien la geometría? Porque éste hará lo
mismo con toda la geometría y con todas las demás ramas del saber. ¿Hay,
pues, alguien que se lo ha enseñado todo? Tú, desde luego, debes saberlo,
sobre todo porque en tu casa ha nacido y se ha criado.

MEN.-Y sé muy bien que nadie le ha enseñado nunca.

Sóc.- ¿Pero tiene esas ideas, o no?

MEN.-Necesariamente, Sócrates, es evidente.

Sóc.-Pero si no las ha adquirido en la vida actual, ¿no es ya claro que en


algún
86a. otro tiempo las tenía y las había aprendido?

MEN.-Evidentemente.

Sóc.-¿Y no es ése el tiempo en que no era hombre?

MEN.-Sí.

Sóc.-Si, pues, durante el tiempo en que es hombre y durante el tiempo en


que no lo es hay en él ideas verdaderas, que despertándose con las
preguntas se convierten en conocimientos, ¿no los tendrá adquiridos su
alma en todo tiempo? Pues es claro que en todo tiempo o es o no es
hombre.

MEN.-Evidentemente.
b. Sóc.-Y no es verdad que si siempre tenemos en el alma la verdad de las
cosas, el alma será inmortal, de manera que es necesario que lo que ahora
no sabes, es decir, lo que no recuerdas, confiadamente intentes investigarlo
y recordarlo?

MEN.-Me parece que tienes razón, Sócrates, no sé por qué.

Sóc.-También a mí me lo parece, Menón. Y, desde luego, en los otros


aspectos no sostendría yo con mucho ahínco esta doctrina; pero que si
creemos que hay que investigar lo que no se sabe seremos mejores y más
varoniles y menos inútiles
c. que si creemos que lo que no sabemos ni es posible descubrirlo ni hay que
investigarlo, por esto sí que estoy yo dispuesto a luchar, si soy capaz, tanto
de palabra como de obra.

MEN.-También en esto me parece que tienes razón, Sócrates.

(...)
Así se soluciona, pues, el dilema presentado en 80d-e: de hecho,
investigamos lo que ya conocemos en virtud de tener un alma inmortal;
“conocer” en esta tierra no es sino recordar.

En este último fragmento encontraremos nuevamente la idea de


conocimiento como opinión verdadera “con fundamento” (justificada),
que aparecerá también en el Teeteto, como ya vimos.

Sóc.-Es posible, Menón, que tú y yo seamos unos pobres hombres, y que a


ti no te haya educado suficientemente Gorgias ni a mí Pródico. Antes que
nada, pues, tenemos que ocuparnos de nosotros mismos y buscar quien de
algún modo nos
96e. haga mejores; y lo digo teniendo en cuenta la anterior investigación, en la
que es ridículo cómo no nos hemos dado cuenta de que no sólo cuando la
ciencia dirige marchan rectamente y bien los asuntos de los hombres, y de
que, si así no lo admitimos, quizá se nos escape el llegar a saber de qué
modo se hacen los hombres buenos.

MEN.- ¿Qué quieres decir, Sócrates?


97a. Sóc.-Lo siguiente: que los hombres buenos son necesariamente útiles,
¿hemos hecho bien en admitir que no puede ser de otro modo? ¿No es
verdad?

MEN.-Sí.

Sóc.-Y que serán útiles si dirigen bien nuestros asuntos, ¿lo admitíamos
también con razón?

MEN.-Sí.

Sóc.-Pero que no es posible dirigir bien si no se es sabio, esto parece que


no hemos estado acertados al admitirlo.

MEN.- ¿Qué es lo que quieres decir con ese 'bien'?

Sóc.-Voy a explicártelo. Si quien sabe el camino de Larisa o de otro sitio


cualquiera marcha por él y guía a otros, ¿no guiará bien y como es debido?

MEN.-Desde luego.
b. Sóc.- ¿Y si es alguien que se forma una idea exacta de cuál es el camino,
aunque nunca lo ha recorrido ni lo conoce directamente, ¿no podría
también éste guiar bien?

MEN.-Desde luego.

Sóc.-Y mientras tenga una opinión exacta de las cosas de las que el otro
tiene ciencia, no será peor guía, imaginando la verdad sin poseerla, que el
que la posee.

MEN.-Claro que no.

Sóc.-Luego la opinión verdadera no será, para la rectitud del obrar, peor


guía que el saber. Pues esto es lo que antes omitíamos en la pesquisa
acerca de cómo era
c. la virtud, cuando decíamos que sólo el saber dirige una buena conducta;
pero entonces también una opinión verdadera puede hacerlo.

MEN.-Sin duda.

Sóc.-Luego no es menos útil la opinión exacta que la ciencia.

MEN.-Con la restricción, Sócrates, de que quien tiene la ciencia siempre


acertará, mientras que el que la opinión exacta unas veces lo logrará y
otras no.

Sóc.-¿Qué dices? El que tiene siempre una opinión exacta, ¿no va a acertar
siempre, mientras opine con exactitud?

MEN.-Necesariamente, según veo. Conque no me explico, Sócrates,


siendo esto
d. así, por qué es mucho más venerada la ciencia que la opinión exacta, ni
qué es lo que hace que la una no sea la otra.

Sóc.-¿Y sabes por qué no te lo explicas, o quieres que te lo diga yo?

MEN.-No, no, dímelo.

Sóc.-Porque no te has fijado en las estatuas de Dédalo; pero acaso


tampoco las hay entre vosotros.

MEN.- ¿Pero a qué viene eso?

Sóc.-Porque también ellas, si no están sujetas, se escapan y desaparecen,


pero si lo están, permanecen.

MEN.-Bueno, ¿y qué?

Sóc.-De las creaciones de Dédalo poseer una que esté suelta no tiene
ningún gran valor, como un hombre que se escapa, puesto que no se
queda; sujeta, en cambio, tiene mucho; porque son obras bellísimas. ¿Que
a qué viene esto? A propósito de las opiniones verdaderas. Y en efecto, las
opiniones verdaderas en
98a. tanto que duran son una cosa bonita y todo lo hacen bueno; pero no gustan
de permanecer mucho tiempo, sino que se escapan del alma del hombre, y
así no valen gran cosa hasta que se las encadena con la consideración del
fundamento. Pero eso es, amigo Menón, el recuerdo, como anteriormente
hemos convenido. Y una vez que están encadenadas, en primer lugar se
convierten en ciencias y después se hacen permanentes; y por eso
precisamente es más venerada la ciencia que la opinión exacta, y en la
atadura difiere la ciencia de la opinión exacta.

MEN.-Por Zeus, Sócrates, debe ser algo así.


b. Sóc.-Desde luego que también yo hablo sin saber, y sólo por conjetura;
pero que son cosas distintas la opinión exacta y la ciencia, me parece que
no es sólo conjetura mía, sino que si alguna otra cosa afirmara yo que sé (y
pocas serán las que así afirme), esta sola cosa, en efecto, añadiría a las que
sé.

MEN.-Y tienes razón en eso, Sócrates.

Sóc.-¿Pues qué? ¿No la tengo también en que si la opinión verdadera


dirige, llevará a cabo no menos bien que la ciencia el efecto de cada
acción?

MEN.-También en eso me parece que dices la verdad.


c. Sóc.-Luego en nada es peor que la ciencia la opinión exacta, y no será
menos útil para el obrar, ni tampoco el hombre que tiene opinión exacta
que el que ciencia.

MEN.-Así es.

(...)

Así pues, el “fundamento” o justificación provee una “atadura” a la


opinión verdadera. Posee ciencia o conocimiento quien es capaz de esto
último, si bien, como acabamos de leer, la opinión verdadera cumple su
función en la vida diaria igualmente bien que la ciencia.

Los invito a que lean algunos fragmentos del Teeteto. En este link encontrarán
también comentarios para ayudar a comprender el texto.

La teoría positiva de Platón sobre el conocimiento puede apreciarse, entre otras


obras, en su diálogo Menón, del que también seleccionamos algunos pasajes clave.

Finalmente, veamos algunos fragmentos de los Analíticos Segundos de


Aristóteles, donde encontrarán, entre otras cosas, una crítica explícita al Menón.

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