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CECyT 07 TAPILULA
ANTOLOGÍA DE ÉTICA
POR:
IDENTIDAD
La Identidad La identidad no debe ser entendida como dada una vez y para siempre ni
como una suma pasiva de roles a lo largo de toda la vida de las personas; es en cambio una
entendimiento, voluntad y deseo son capaces de obrar de forma reflexiva (Giddens, 1986),
interna al individuo, delineando “qué tipo de persona uno quiere ser” en correspondencia
con su biografía; y una transacción externa entre el individuo y las instituciones y grupos a
los que pertenece, a través de la cual se perfila “qué tipo de persona uno es”, y con ello a
representaciones sociales que conforman por un lado el acto de pertenencia y por otro el de
dirigen a sujetos que poseen la capacidad y la conciencia para elaborar e interpretar dichas
representaciones.
LONGO, María Eugenia 7 de 29 Los confines de la integración social. Trabajo e identidad
en jóvenes pobres.
Identidad dos dimensiones de sí: la identidad para sí y la identidad para otro. Ambos
en el plano del discurso. Es decir, dicha articulación, se procesa en el nivel simbólico de las
representaciones. Y por ello, éstas resultan ser un emergente privilegiado para el estudio de
diferenciarse de los demás y ser, por ello, únicas e irrepetibles. La identidad grupal, en
cambio, nos hace partícipes de la sociedad e influenciables por los procesos históricos de
otro”, es ineludible en un estudio sobre identidad, porque esta última está vinculada a la
incesante búsqueda de reconocimiento: el otro es fundante desde las etapas más tempranas
subjetividad, y con ello construyen microscópicamente las prácticas de cada persona. Las
atribución a los sujetos. La familia, como instancia más temprana, provee las
identificaciones primarias, que estarán seguidas por otras que emanan de posteriores
las identidades son construidas también a partir del discurso, es necesario entenderlas como
estrategias de reacción e interpretación por parte de los sujetos. Por eso son parte de un
en jóvenes pobres.
ámbito laboral para dar cuenta de las repercusiones sobre las identidades en una época de
Identity has become a worldwide issue of academic and political debate. This article aims
considering the role otherness plays in the construction of the social subject.
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extrañada amiga a quien me une el interés por la actualidad del pensamiento de Bajtín.
En la vida yo participo en lo cotidiano, en las costum- bres, en la nación, el Estado, la
humanidad, el mundo de Dios; es allí donde yo vivo valorativamente en el otro y para otros,
donde estoy revestido valorativamen- te de la carne del otro. Yo me conozco y llego a ser
yo mismo sólo al ma- nifestarme para el otro, a través del otro y con la ayuda del otro. Los
actos más importantes que constituyen la autoconciencia se determinan por la relación con
La búsqueda de esencias, de núcleos duros que contengan los elementos constitutivos del
iden- tidad, particularmente en antropología. Sus secuelas se dejan sentir en el actual debate
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difundida en el pensamiento moderno. Mediante esta abstracción se separa el objeto del en-
referente de contraste u oposición respecto al yo. Este binarismo entre ego y alter impide
ver que el ser es re- sultado de una compleja interacción entre ambos. No se puede ser sin el
las relaciones del ser consigo mismo y con otros. Puede imaginarse como una lente que
conjuga haces de luz de las relaciones internas del sujeto, con las que éste mantiene con
otros sujetos, con la alteridad en un sentido más amplio. El punto es, pues, que el problema
acompaña toda la vida. Se debe entonces reconocer que la función del otro en la
construcción identitaria no se reduce a la oposición y el con- traste, aunque pueda ser ésta
una de sus funciones primarias. En este ensayo busco avanzar hacia un entendimiento del
fenómeno de la identidad social, indagando en las ideas del fi- lósofo ruso Mijaíl Bajtín. Se
plantea la identidad del sujeto como un fenómeno dialógico, en el que el otro es parte
consti- tutiva del ser. La identidad del sujeto se forma y transforma en un continuo diálogo
La alteridad bajtiniana
Bajtín examina la intersubjetividad desde una perspectiva fe- nomenológica que parte de la
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este binomio fundante de su filosofía del lenguaje y de sus teo- rías ética y estética. De
entrada, el énfasis en el sujeto como un ente social pone en cuestión el concepto mismo de
identidad, al introducir la categoría de la alteridad como parte constitu- yente del yo, como
su antecedente obligado y referente nece- sario. Al sujeto se le concibe más allá del eje
egocéntrico, para ubicarlo en la red de relaciones dialógicas que establece consigo mismo y
con la alteridad (en realidad, con una multi- plicidad de otros). El yo no puede
comprenderse íntegramente sin la presencia del otro. La identidad pierde así su eje ego-
conjunto. En la obra del filósofo, los significados del dialogismo son diversos, pero un
más logos, cada uno con sus propios valores, voliciones y posicionamientos. El enunciado,
ciones que en sus aplicaciones concretas se desdoblan, son relativas a las inte- racciones en
referir a un nosotros (inclusivo o exclusivo, femenino, mascu- lino, neutro), mientras que
otro puede representar a más de un otro a la vez, y va- riar dependiendo de la situación de
que se trate (véase en particular la discusión acerca del tercero como una entidad
participante del acto dialógico en Bajtín 1997, y en Malcuzynski 1990, 91). 2 El dialogismo
va mucho más allá de aquella otra visión, frecuente en el dis- curso antropológico, donde la
del sujeto. Vista así la identidad étnica, sólo las relaciones interétnicas contrastantes son
tomadas en cuenta, dejando de lado otros niveles de relación entre los grupos
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de la comunicación humana, derivan todos del principio dialó- gico, de la fundante relación
yo-otro.
[...] recordemos que una teoría bajtiniana del discurso afirma que no sólo se trata de lo que
otro sujeto cabal, completo, precisamente en el umbral. Para Bajtín, el más alto grado de
socialidad estriba en el hecho de que cada experiencia interna, cada sujeto, termina por
toparse con otro. Toda la “ontología del yo” en el sentido bajtiniano se dialogi- za, en
primera instancia, en esta frontera, y no puede realizar- se más que en este lugar de
sino que, por el contrario, se trata siempre de una tensión vital entre logos
fundamentalmente distintos, cada uno con su pro- pia posición axiológica respecto al
mensaje, a su objeto, al có- digo, al emisor, así como a los contextos de interacción. El
sentido de un enunciado, nos dice el filósofo, incluye la res- puesta del receptor y no se
realiza tomando las palabras mecá- nicamente, como si fuesen entradas de diccionario,
colocadas una tras otra de acuerdo con reglas sintácticas, sino como ele- mentos cargados
Bajtín señala cómo desde la temprana adquisición del len- guaje y a lo largo de la vida, el
individualidad a partir del otro, de las acciones y del discurso del otro, para continuar con
éste una íntima y compleja relación. “La con- ciencia del hombre despierta envuelta en la
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proceso comunicativo de yo con el otro, es decir que el discur- so propio se construye en
relación con el discurso ajeno, en el proceso de una íntima y constante interacción.3 Las
Así pues, en Bajtín el ser presenta un ca- rácter intrínsecamente dialógico, “ser es ser para
otro y a través del otro para mí” (2000, 161-163).4 El dialogismo lleva a repensar la
comunicación humana. Bajtín dice que nunca está dicha la última palabra, la palabra
enunciada se lanza esperando una respuesta, será siempre un enunciado abierto al tiempo,
que podrá tener una respuesta en el futuro, una resurrección en el gran tiempo. El sujeto es
una unidad abierta al tiempo, es un participante de la vida social, con capacidad de reacción
y creación propias frente a lo plan- teado por las circunstancias concretas. Éste es un
plantea- miento contrario al de teorías sistémicas donde el sujeto se en- cuentra definido por
vivir, es necesario ser inconcluso, abierto a sus posibilidades (al menos, así es en todos los
tienen como única función el ser negados por el yo, aunque la per- cepción subjetiva sea
ésta, pues los nexos de relación son complejos y de distin- tos órdenes. El enemigo influye
representados por la otredad enemiga pueden, como un efecto de reflejo, ser asumidos
dialógica del multiculturalismo de Taylor: “Las personas, por sí mismas, no adquieren los
lenguajes necesarios para su autodefinición. Antes bien, entramos en contacto con ellos por
la interac- ción con otros que son importantes para nosotros: lo que George Herbert Mead
llamó los ‘otros significantes’. La génesis de la mente humana no es, en este sen- tido,
monológica (no es algo que cada quien logra por sí mismo), sino dialógica” (2001, 53).
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lante de sí mismo y no coincidir totalmente con aquello de lo que dispone uno realmente
La vida social es un espacio de relatividad, donde el senti- do, los valores y los referentes
cambian, dependiendo de la si- tuación existencial concreta. La ética en Bajtín parte de una
fenomenología del ser, de la responsabilidad —en su sentido de una respuesta— del sujeto
normas éticas, sino más bien es la manera como el sujeto se relaciona con esas normas en el
proceso de la vida real (1997). Esta dinámica de la vida social y del sujeto implica movi-
miento y cambio continuos, pero, por otro lado, todo ello ocu- rre por vías y espacios de
sentido preestablecidos, “ya habita- dos”. Al igual que en el lenguaje, la sociedad tiene sus
que son resultados históricos de las rela- ciones sociales, de la convención humana. Así, la
ese sentido deben entenderse los conceptos de sistema y estructura como conceptos
abstractos que aluden a esas regularidades, como lo es el sistema de la lengua res- pecto al
habla, o teoría respecto de la praxis. Otro concepto de suma importancia para el tema de la
elemento fundamental de la creación estéti- ca. Éste consiste en la capacidad del autor de
una obra literaria de abandonar momentáneamente su propio eje axiológico y trasladarse al
lugar del otro —es decir, al de los personajes de su obra, y observarlo internamente, en un
movimiento empáti- co—. Luego, el autor vuelve a su propio lugar, retomando su mirada
externa, exotópica, la cual le permite ahora observar desde una posición de frontera, por
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sus personajes,5 y con ello, produ- cir la vivencia estética en el lector. Pero la extraposición
no es algo que logre sólo un buen es- critor, sino una habilidad que practica cualquier sujeto
estetización de las relaciones sociales. Valora- mos nuestro propio ser desde el otro,
buscamos conocernos a través del otro, vemos nuestra exterioridad con los ojos del otro,
orientamos nuestra conducta en relación con el otro, construimos nuestro discurso propio
sus futuras respuestas. En el mismo sentido, debido a nues- tra situación de exterioridad
respecto al otro, poseemos una parte de éste que lo completa, un “excedente de visión”, que
es accesible sólo a nosotros en virtud de nuestra ubicación re- lativa respecto de aquel. Es
así, con la ayuda del otro, como el yo construye su identidad.6 De allí que encontremos en
Bajtín una arquitectónica en la identidad del sujeto, consistente en una triada de relaciones
de las re- laciones del yo consigo mismo (su percepción interna, su au- toimagen), y las
relaciones de ese yo con el otro. Así pues, estamos frente a una identidad construida y
sobredeterminada por la alteridad. Este complejo de relaciones dialógicas examinadas
5 La obra literaria es justamente un ejemplo de cómo la identidad —en este caso de los
relación de yo con el otro. 6 Esto no significa que las relaciones entre uno y otro sean
equitativas o armó- nicas, ya que éstas se encuentran marcadas por relaciones de poder, que
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así sus observaciones del plano intersubjetivo al de las relaciones interculturales y al ámbito
de los estudios culturales. Y es que así como ocurre en el plano del sujeto, tampoco la
cultura puede completar la imagen de sí misma desde su interioridad, pues necesita del
referente que le proporciona la alteridad, ne- cesita la mirada de las otras culturas para
enriquecer su propio entendimiento. De allí que eso a lo que llamamos identidad debe
propone una metodología de investigación para las humanidades en la que se practique una
empatía, una “puesta en el lugar del otro”, a fin de acercarse a la percepción interna de la
cultura, pero sin excluir la participación activa de la cultura del investigador, su visión
externa, exotópica. Al igual que ocurre en la creación estética, estos dos movimien- tos se
complementan para dar una visión integral de la cultura. Bajtín plantea que como resultado
de este viaje exotópico, el artista, o en nuestro caso el investigador, nunca regresa al mis-
mo lugar de partida, sino que se coloca en un lugar de fronte- ra, desde el cual ejerce su
mirada y realiza su obra. Ese parti- cular lugar de frontera en donde se ubica el autor
identidad en Europa. “The other imposes his irreducible alterity upon the self [...] it is the
self that constructs itself and that must make a space al- ready belonging to others. [...] A
social group is recognized as such through a complex process of differentiation with respect
to that which is other. Before be- ing the result of a choice, decision, or conscious act,
group identity is the passi- vely experienced result of relations with other groups, it is a
determination that ensues from others, from their behaviours and orientations” (1990, 222
ss.).
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la cultura.9 En el caso del an- tropólogo, éste ha de practicar, desde los parámetros de su
propia disciplina, un viaje exotópico constante entre su cultu- ra, entre su visión del mundo
y el mundo del otro, una suerte de diálogo intercultural, en el que los sujetos investigados
ten- gan la posibilidad de expresión propia, pero también la capa- cidad para replicar al
discurso antropológico.
Conclusiones
Si queremos comprender la íntima conexión que existe entre la identidad y el
reconocimiento tendremos que tomar en cuenta un rasgo decisivo de la condición hu- mana
nifica que yo la haya elaborado en el aislamiento, sino que la he negociado por medio del
diálogo, en parte abierto, en parte interno, con los demás. Por ello, el de- sarrollo de un
ideal de identidad que se genera interna- mente atribuye una nueva importancia al reconoci-
miento. Mi propia identidad depende, en forma crucial, de mis relaciones dialógicas con los
hecho social, hay que captarlo totalmente, es decir, desde fuera, como si se tratara de una
cosa, pero como una cosa de la que, sin embargo, forma parte integrante la captación
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con otros conceptos teóricos derivados, son claves bajtinianas para la comprensión de la
cultura y en particular la identidad del sujeto, entendida esta como un fenómeno social,
resultado del complejo de relaciones del yo (o en su caso el nosotros) consi- go mismo y
con el otro (ellos). Ese carácter sociológico de la identidad hace de ésta un proceso de
en la que se disputan los valo- res del yo frente a sí mismo y frente al otro. Taylor nos dice
que “la formación de la identidad y del yo tiene lugar en un diálogo sostenido y en pugna
con los otros significantes” (2001, 59). Pero a la vez la identidad puede concebirse como
una particular estetización del ser, en la medida en que se trata de una puesta en juego de al
menos dos visiones, dos percepcio- nes, la propia y la ajena.10 La identidad social, al igual
sino una que por el contrario involucre de lleno a la alteridad. La identidad debe entenderse
consigo mismo, como de éste con el otro en sus múltiples y cambiantes planos de
interacción.11
10 “Cuando existe un solo participante único y total, no hay lugar para un acontecer
estético; la conciencia absoluta que no dispone de nada que le fuese extrapuesto, que no
cuenta con nada que la limite desde afuera, no puede ser es- tetizada [...]. Un acontecer
estético puede darse únicamente cuando hay dos parti- cipantes, presupone la existencia de
dos conciencias que no coinciden” (Bajtín 1982, 28). 11 Augé (1996) reconoce
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Esta perspectiva es necesaria no sólo para una justa com- prensión del fenómeno
identitario, sino porque el mismo plan- tea una metodología de investigación que exige una
reflexión sobre la presencia y la participación del antropólogo como una alteridad más,
investigador debe ser consciente de su lugar autoral, del poder inherente en su ejercicio
discursivo, así como de su relación exotópica res- pecto a la cultura y los sujetos
estudiados; en resumidas cuen- tas, de las relaciones interculturales que se accionan a través
sobresaliente de la construcción
cubre un mundo, el otro en el sí mismo, se podría decir que las aventuras y los avatares del
De sus estudios etnológicos en África, Augé deriva la propuesta de una alteridad íntima en
los nativos, de acuerdo con la cual, “el individuo es, por definición, compuesto. La relación
otra...” (1996, 102). 12 Debe advertirse, sin embargo, que este reconocimiento,
ampliamente explo- rado por la etnografía posmoderna, no debe conducir a una suerte de
reificación del antropólogo como autor del texto etnográfico. 13 Véanse en especial las
Marcus (1986), y para el campo las humanidades y ciencias sociales en general, Barsky y
Holquist (1990), Eriksen (1993), Geertz (1989), Taylor (2001), Tedlock y Mannheim
(1995), Faraco (2004). 14 Me refiero a la teoría de la identidad étnica de Barth (1976). Este
sen-
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otro. Pero la cons- trucción identitaria no se agota en un solo tipo de relación, ni en un solo
nivel de realidad social; siempre habrá otras rela- ciones en otros planos, así como otros
grupos no antagónicos, otros aliados, otras entidades participantes; en fin, en el análi- sis
concretas, considerando no sólo las relaciones empíricas de un grupo con otro, sino el
complejo de relaciones, incluyendo las de los humanos con las divinidades y los órdenes
nuevas exclu- siones, producto de los recientes conflictos y a su modo espe- rable resultado
de las exclusiones pasadas, resultados que pre- tenden invertir el balance cultural y en
potencia podrían llevar a nuestros países a una balcanización, deberían tomarse en cuenta.
sino para una reflexión de las culturas mismas, las cuales pueden llegar a concebirse más
presenta López García (2004) en cuanto a “la volubilidad respecto a la au- toidentificación
que “prueban” (adoptan) temporalmente elementos culturales ajenos, mientras por otro
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su identidad. Considero esta propuesta teórica de especial va- lor para movimientos de
reivindicación cultural que, como en el caso de los indígenas americanos, buscan el pleno
aquellas culturas que sufren del dominio, la destruc- ción y la exclusión, estos
pasado, en la anulación de los demás, sino busque la equidad en las relaciones intercultura-
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sana... La proyección sobre otro de una imagen inferior o humillante puede en realidad
deformar y oprimir hasta el grado en que esa imagen sea inter- nalizada. No sólo el
feminismo contemporáneo sino también las relaciones racia- les y las discusiones del
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LA DIVERSIDAD
Artículo publicado en Propuesta Educativa, Buenos Aires, año 7, n° 15, diciembre de 1996,
pp. 45-49
diversidad puede tomar la forma de un espectáculo turístico que pone a disposición del
la construcción modernista de la historia que dio origen al mito de la nación unificada, del
nuevos sujetos e identidades fronterizas. Este punto de partida nos permite un corrimiento
trata de acoger lo diferente desde las jerarquías ordenadoras. Otra opción es pensar la
posiciones encontradas sino la que abre una zona de diálogo hacia nuevos indicadores
La actitud más antigua consiste en rechazar pura y simplemente las formas culturales
morales, religiosas, estéticas que están más alejadas de aquéllas con las que nos sentimos
este modo, la diversidad cultural, todo aquello que no se conforma a la norma bajo la cual
básica era que los llamados grupos populares no disponen de ningún margen de libertad en
ritos, interacciones, creencias son meras respuestas a su privación económica. Como no hay
opción, sólo reproducen en el nivel cultural lo que viven en el plano económico. La
“diferencia”, en este caso, es pensada como una carencia, por lo tanto las prácticas de estos
construída entre “ellos y nosotros” opera como clave para diferenciar entre alta y baja
cultura, entre los significados, las prácticas y los placeres característicos de formaciones
sociales poderosas y no poderosas y funciona por último como marca que distingue
aquéllos que pueden separar su cultura de las condiciones sociales y económicas de cada
día y aquéllos que no pueden hacerlo. En el terreno escolar, estos supuestos dieron lugar a
la idea de privación para explicar el fracaso escolar. Al querer dar cuenta de los malos
desventajas que sufrían. El punto de vista que prevaleció fue que los chicos presentaban un
déficit cultural, dada la pobreza del medio ambiente en el que vivían. La teoría del déficit
sugiere la idea de privación verbal y legitima expresiones tales como “son incapaces de
formular frases completas, ignoran el nombre de los objetos corrientes, no saben formar
distintos países demostraron que en el plano de la narración los chicos de los denominados
sectores subalternos parecen locutores más eficaces que los miembros de capas medias, que
niños porque ignora el contexto cultural en el que se inscriben y al que sólo podríamos
acceder desprovistos de prejuicios etnocentristas. Los “otros”, no son sólo aquello que
sociales de inscripción, pero tampoco se presenta como mero reflejo de ellas. La elección
de ciertos programas de TV, las esquinas de los barrios populares como lugar de encuentro
de los jóvenes, el boliche, los jueguitos electrónicos, la bailanta, las redes de solidaridad
entre vecinos, la parroquia del barrio, el shopping convertido en lugar de paseo y no sólo de
una ética y una estética que marcan estilos de vida. Geertz 3 propone repensar la cultura en
términos de viaje, lo que supone poner en tela de juicio el sesgo orgánico, naturalizante del
término cultura, entendido como un cuerpo arraigado que crece, vive y muere y recuperar
hemos heredado como cultura, como historia, como lenguaje, como tradición no se
destruye, pero desde el momento que podemos incluir en nuestra perspectiva la alteridad, lo
pensar la diversidad más allá de una posición etnocéntrica es revisar nuestra propia
tecnológica como los fundamentalismos étnicos (Sarajevo), que emergen en “la aldea
global”.
Otro de los pilares del pensamiento moderno fue la categoría de clase social, que pretendía
gobernados por la burguesía, como la caída del Muro de Berlín y del socialismo en el Este,
quiebran esta utopía totalizadora. Pareciera entonces que hoy, la cuestión de las identidades
está ligada a la disolución de los lugares desde los cuales los sujetos universales hablaban.
a un solo punto de vista y aceptar que el destino de todos, como lo dice Arturo Islas 4,
intersecciones culturales. Reconocer entonces que la identidad plena (la que se clausura en
pertenencia a una nación), es una ficción lo que nos permite corroborar los propios límites y
unifiquen historias y experiencias. Esto quiere decir que no hay una representación
privilegiada de la realidad, una sola lengua o únicos lenguajes en los que la verdad pueda
afirmarse con certeza. La diversidad implica movimiento y multiplicidad por lo cual se
anula cualquier lógica que intente reducir todo a lo mismo, al discurso supuestamente
narrativa ni autoridad, llámese nación, clase social, etnia, ciencia pueda arrogarse la
local con lo transnacional, lo ncional con plurales identidades, pone de relieve la poca
Hegemónico, popular vs. Culto. Lo que ser requiere son otros instrumentos conceptuales
No obstante, rechazar los pensamientos antinómicos, el de las dicotomías, y optar por los
condiciones de vida y poder. Celebrar las diferencias, entonces, no quiere decir negar las
verdaderas diferencias de poder con las que nos encontramos en los procesos de
que no todo el mundo ejerce su voz ni encuentra un lugar. Desde aquí y en términos
diversidad es valiosa y no un mero hecho con el que se debe convivir. Esto es que las
identidades culturales diversas son relevantes no sólo para quienes la sostienen sino para el
conjunto del tejido social. Por lo tanto, no toda pluralidad es igual a una sociedad pluralista
democrática. Sartori 5 señala que el pluralismo prospera cuando los clivajes (los quiebres,
necesidades ciudadanas, pero es inconcebible cuando los clivajes son acumulativos como
en el caso de las sociedades segmentadas en las que la profundización de las brechas pone
en riesgo el tejido social. Los lazos de coexistencia que no suponen la disolución de las
oposiciones y diferencias son condición de una sociedad pluralista. Es aquí donde nos
vemos obligados a echar mano de una nueva universalidad que no implique neutralidad de
Así como la dominancia de una razón universal portadora de verdades inamovibles anulaba
mutua exclusión. Los ´90 nos enfrentan con una proliferación de particularismos:
diferencial no podrá desarrollarse al margen del acceso a bienes de consumo básicos como
ciertos recursos, pero además por que es en las instituciones y en el acceso a bienes
comunes donde los sujetos se articulan con el tejido social y se vuelven sujetos competentes
diferencia sino de ciertos principios universales que las minorías comparten con el resto de
la comunidad. El derecho parece ser este principio universal, derecho de todo el mundo a
tener buenas escuelas, un sistema de salud, un trabajo digno. En esta práctica de derechos
neutralizar de las diferencias sino como una necesidad para la constitución de lo particular.
Lo universal no anularía lo particular sino que se presentaría como el horizonte que hace
un modelo de organización, sino que es un horizonte que resulta de una cadena indefinida
medida en que las sociedades se complejizan, las necesidades crecen y los derechos se
necesario, por el contrario, diversos grupos compiten entre sí para dar a sus particularismos
decir aquella que ordena las diferencias en procura de la homogeneización. Pero no es que
participación era el más alto ideal de participación al que podía aspirar el ser humano y que
suponía la vida pública. Hoy este mandato homogeneizador, que suponía además a una
esfera pública comprehensiva de todas las diferencias capaz de poner entre paréntesis las
nacional se extinga, pero se insinúa en realidad bajo la forma de una memoria histórica
la nación, la etnia o la clase social aglutinantes fijos, que de modo excluyente agotan todos
los sentidos de la identidad, sino que surgen nuevos referentes de identidad que no son ni
un territorio estable ni un consenso nacional. Al respecto, Barbero 7 dice que lo que
convoca y religa a la gente es más del orden del género, de los repertorios estéticos, de las
sucesivas que van desde el feminismo a la ecología pasando por las bandas juveniles,
de los lenguajes del orden, la certeza y la supremacía, se ha movido sobre una lógica
diversidad no se agota entonces en el interrogante puntual de cómo trabajar con los sectores
rurales o urbano marginales, o cómo formular un currículum flexible que permita trabajar
concurren sujetos con diversas historias, prácticas, estilos de vida, formas de apropiarse de
los consumos culturales, etc. Pero la escuela de la diversidad es otra cosa, es la escuela de
predominancia del texto escolar, los modos de evaluación, la organización del trabajo
modernizadora. El “otro lado” es el lugar de las culturas del afecto y del azar, de la
que revelan modos diversos de interactuar con el mundo y construir significados. El “otro
lado” es el lugar de circulación de las formas culturales desjerarquizadas por las culturas
programas de humor, el cine 8. Reconozcamos,en principio, que no hay una sola manera de
son la epistemología, el mito, la pintura y es, por lo tanto, construído históricamente. Puede
variar de un grupo a otro, de un pueblo a otro (Geertz, 1994) El sentido común puede ser
creencias, conflictos. El estudio del sentido común en grupos africanos es lo que le permitió
populares puso de relieve la emergencia de un sentido religioso entendido como una nueva
forma de ética social más que como un orden metafísico. Si sólo una razón universal y
totalizadora explicara el mundo nunca daríamos lugar a las miradas oblícuas, desviadas, de
siglo XVI leía en las sagradas escrituras que el amor al prójimo es más importante que el
amor a Dios. Los Estados modernos jerarquizaron la escritura casi como la única forma de
social y no interfería nuestro entendimiento sobre el mundo. Pero hoy que la explosión
percepción sin solución de continuidad, que la idea de tiempo cambia y por lo tanto los
puede ignorar que las nuevas generaciones están experimentando la vida en un sentido
escuela. Se acabaron los mapas de certidumbres que nos ofrecían a muchos de nosotros
con los nuevos lenguajes de la imagen, y que convocan a los jóvenes que constituyen sus
cuando habla, como un modo de hipotetizar sobre la verosimilitud de los discursos. Pero
por ser mediadora entre la cultura elaborada y la del sentido común, si la educación está en
todas partes, algunos se preguntarán ¿para qué la escuela en alguna parte ? Tomemos
10
grupo?, ¿una manera de sentir o pensar?, ¿un depósito de saber almacenado?, ¿una serie de
significado de los conceptos sociales no está en la cabeza de los hombres, ni en las cosas,
sino en la negociación interpersonal. La idea de familia no está allí afuera, igual que la de
la falsedad por otra que se interrogue por la clase de mundo posible en que tal o cual
interacciones de los hombres. Supone conocer a través de ellos cómo se sitúa la gente frente
al mundo. Pero la cultura es una cosa y el estudio de ella es otra. La cultura se vive y se
reelabora desde la propia experiencia. La gente hace las cosas, las piensa en el movimiento
mediatizadas por los medios de comunicación, las mismas se presentan bajo la forma de
acontecimientos (la guerra del Golfo, los Juegos Olímpicos, la matanza en Bosnia, las
elecciones en EE.UU.,el caso de los motines en las cárceles, etc.) que en sí mismos no
posible cuando se ponen en conflicto las distintas retóricas, que son los distintos modos de
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en las metáforas de los chicos, está en las revistas culturales y en Internet, está en la pintura
cultura tradicional con la moderna, la cultura juvenil con la heredada, la del inmigrante con
la nacional, la ilustrada con la del margen, la del texto con la de la imagen. Por lo tanto, la
autoritarismo de los significados. En vez de situar la frontera entre doxa y episteme, entre
cultura del sentido común y cultura elaborada, la distinción debería constituirse entre la
derecho a conocer e interpretar las diferencias, de modo que podamos dialogar con ellas. Lo
universal se jugaría en la construcción de una cultura escolar que procesa las diversidades
campo abierto donde, más allá de la inclusión tranquilizadora de algunas temáticas sobre la
distintos formatos, en los criterios de organización del saber intentando superar el referente
Tal vez se trate de redefinir la gramática de la escuela, de pasar de una escuela que
2 Ver Bhabba, H. “The location of the culture”, Routledge, Nueva York, 1994. Citado en
REPRODUCTIVA
Resumen: La ética del cuidado es un constructo teórico y práctico que busca resaltar la
vinculación esencialmente humana y emocional entre el profesional de la salud y el
paciente. En este artículo se propone su instrumentación en el campo de la salud sexual y,
principalmente, en la difusión y establecimiento de los derechos sexuales. Dicha estrategia
está orientada a propiciar el diálogo bioético entre los profesionales de la salud y las
personas que reciben su cuidado, puesto que la reciprocidad de conocimientos e
información genera empatía y trato humanizado. Se consideran la definición de salud
sexual, la declaración de los Derechos Sexuales y la ética de la sexualidad como elementos
que se integran finalmente en la ética del cuidado de las personas que acuden a los servicios
de salud en el contexto latinoamericano.
Palabras clave: ética del cuidado, ética de la sexualidad, salud sexual, derechos sexuales
Introducción (SD2)
Desde sus orígenes, la bioética ha indagado por las claves que definen la vinculación entre
médico y paciente. A esta díada clásica se han añadido progresivamente varios agentes que
triangulan las relaciones: los avances tecnológicos, el reconocimiento legal e institucional
de los derechos de los pacientes, la implementación de las políticas de calidad y, en general,
la transformación de los sistemas generales de seguridad social.
Una de las quejas más repetidas entre las comunidades de usuarios radica en la pérdida de
cercanía con el terapeuta. La posibilidad de un trato humanizado se desdibuja en medio de
las presiones por la optimización de recursos que, paradójicamente, buscan garantizar la
universalización de la atención en el contexto de la justicia social. Las reformas a los
sistemas de salud y de seguridad social, en general, han motivado frecuentes discusiones en
los países de América Latina y el Caribe. Si bien se buscan estrategias para la atención
oportuna, se producen en forma colateral reflexiones sobre la calidad de la misma.
En tales circunstancias, la ética del cuidado puede convertirse en una estrategia que permita
sensibilizar al personal de salud acerca de la realidad de las personas que acuden a solicitar
sus servicios. Igualmente, ofrece la opción de enfrentamientos asertivos y "empoderados"
en las personas que experimentan amenazas o daños en su salud sexual. Dicho
acercamiento no está circunscrito necesariamente a una visión particular de género o a la
instalación de una dicotomía entre una atención en salud basada en el paradigma de lo
femenino o lo masculino.
Este artículo se inicia con un recorrido por la ética de la sexualidad; luego, introduce los
elementos de la ética del cuidado y su evolución conceptual, y, finalmente, presenta su
vinculación con los derechos sexuales. Busca demostrar que la aproximación a la salud
sexual y reproductiva desde la ética del cuidado puede ser una herramienta efectiva para
garantizar el trato humanizado en la atención en salud.
Ética de la sexualidad
Esta elaboración concluía que son deshonestas, es decir no se hayan bajo el control de la
razón de un hombre sabio, todas las prácticas sexuales que alteran el orden de la naturaleza.
Para Tomás de Aquino éstas serán más graves cuanto más contravengan el orden
determinado por la naturaleza. Para demostrarlo construye una escala de vicios contra
naturaleza donde los menos graves son el incesto, la fornicación, el estupro, el adulterio y el
rapto de una virgen, mientras que los más graves son la masturbación, la bestialidad, la
homosexualidad y las relaciones heterosexuales por vías distintas de las usuales, con lo que,
según el razonar tomista, el sexo oral termina siendo más grave que el incesto.
Más adelante, la modernidad planteó una oposición entre lo natural y lo moral. El hombre
pasó a ser por sí mismo la fuente de lo moral: el hombre y no la naturaleza determina lo
bueno y lo malo. El ser humano se convierte en fuente de su propia moralidad, con la
racionalidad como instrumento. La autonomía empieza a ser protagonista en el ámbito
ético, con el respeto a la dignidad del ser humano como valor fundamental. Para la ética
sexual de la modernidad, se obra adecuadamente cuando se actúa por deber, considerando a
la otra persona como un fin y no solamente como un medio para el placer. La manera como
esto se produce es por medio del vínculo, no sólo con el cuerpo o la sexualidad de la otra
persona, sino con todo su ser íntegro.
En la modernidad, "la moralidad o inmoralidad de los actos dependerá del grado de respeto
o agresión que supongan a la dignidad de los seres humanos, y no de su carácter natural o
antinatural"(1). En consecuencia, los actos sexuales respetan la dignidad del ser humano
cuando se realizan entre personas autónomas que actúan con conocimiento, voluntad y
libertad.
Posteriormente, la llamada "revolución sexual" del siglo XX disolvió las conexiones entre
sexualidad y reproducción, y consolidó el respeto humano como principio moral para los
actos sexuales. De esta manera, se crea un nicho para el ingreso de la ética de la
responsabilidad. Su propuesta es trascender la dicotomía entre naturaleza y razón porque
ninguna puede dar cuenta completa de lo moral en sexualidad. La ética de la
responsabilidad se ubica en un punto intermedio, en un proceso que Diego Gracia
denomina de "ponderación ambivalente".
En el ámbito privado, el respeto a los seres humanos se concreta en los principios éticos de
autonomía y beneficencia. Como la sexualidad es, en esencia, una actividad privada, "un
acto será moralmente reprobable cuando viole la autonomía de las personas o éstas no lo
consideren beneficioso para ellas". La no maleficencia y la justicia establecen los límites de
la autonomía: "por maleficentes o por injustas, consideramos inmorales todas aquellas
conductas que agreden, escandalizan, etc. a personas determinadas, sobre todo si son
menores de edad o incapaces. La violación, la agresión sexual, el acoso sexual, el
exhibicionismo y la provocación sexual, etc., son conductas moralmente negativas
precisamente por eso".
Las conductas sexuales que atentan directamente contra el respeto a la dignidad humana
están reguladas, en consecuencia, por los llamados deberes perfectos y generan un derecho
correlativo para ser respetado en los demás seres humanos. Estos deberes se deben exigir a
todos, incluso con el auxilio de la fuerza. Este es precisamente el ámbito del derecho en la
sexualidad: identificar los deberes perfectos y hacerlos cumplir con la ley.
En el campo de la sexualidad, los deberes imperfectos pertenecen a la esfera de lo privado y
se cumplen según el sistema de valores y el proyecto de vida particulares. No generan un
derecho correlativo ni puede exigirse su cumplimiento por la fuerza. "El derecho no puede
ni debe inmiscuirse en el ámbito de los deberes imperfectos, sino que su función es
asegurar ese marco mínimo y universal que permita que los seres humanos lleven a cabo,
diferencialmente, la gestión de sus propios deberes imperfectos, es decir, sus proyectos de
vida, de acuerdo con sus sistemas de valores y con sus ideas de perfección y felicidad".
El asunto es que existe diversidad de proyectos vitales: múltiples individuos, con diversos
proyectos; los "extraños morales" conviven en un mismo sitio y en un mismo momento
histórico. Cada uno se rige por sus deberes imperfectos engendrados en la privacidad e
individualidad de su sexualidad. La propuesta consiste, entonces, en elevar al rango de
deber perfecto el respeto al pluralismo y a la libertad de conciencia. Todo individuo tiene
derecho a disfrutar de su sexualidad siempre y cuando no atente contra el imperativo de
respeto a la dignidad de los seres humanos. Las leyes han de promover entonces el respeto
por la diversidad sexual, como expresión del pluralismo, y procurar los medios para el
respeto de la opción sexual de todos los miembros de una sociedad.
Erik Ericsson, por su parte -en su teoría del desarrollo psicosocial que contempla ocho
estadios del ciclo vital-, describe en el séptimo estadio, correspondiente a la adultez, la
crisis generabilidad versus autoabsorción o estancamiento. Se entiende por generabilidad la
capacidad y el interés por establecer, proteger y orientar la próxima generación. La virtud
que emerge de esta crisis es el cuidado(3). En este autor se da una convergencia ética entre
el cuidado y la responsabilidad, en tanto ambos conceptos responden al interés por el
bienestar de las futuras generaciones.
Para Erikson, tal capacidad de cuidar del otro se refleja en la labor paterna pero, también,
en la docencia, la producción y la asistencia. Esta ética del cuidado surge por la tensión de
dos fuerzas en el curso del ciclo vital, de tal manera que su consolidación sería el resultado
de un proceso esperado de desarrollo. El registro eriksoniano del cuidado contempla la
característica de universalidad para el género humano y su ausencia es vista como un
estancamiento o detención en la evolución moral de los individuos.
Uno de los abanderados de la necesidad del cuidado en la atención médica fue Francis
Peabody, profesor de la Universidad de Harvard. En 1927 señaló la necesidad de estar
atento a las condiciones particulares de cada paciente, mediante la revisión del tipo de
relación que ambos sostienen. Este toque "personal", por así llamarlo, supera la perspectiva
organicista y patologicista de la medicina moderna, y se convierte, además, en una
herramienta útil y necesaria en todo proceso de curación. La relación debe tener elementos
de cortesía, simpatía, afabilidad y cercanía personal(4).
Cuando la ética del cuidado recurre a la empatía lo hace también amparada en su estructura
tripartita (cognitiva, emocional y comportamental). De tal manera que es posible aprender a
ser empático y evaluar las conductas empáticas frente a una situación determinada.
Con Carol Gilligan, en la década de los 80, se estructura el discurso que actualmente
conocemos como "ética del cuidado" (ethics of care). Uno de sus esfuerzos ha sido
desarrollar una ética filosófica y sistemática más allá del entorno de la práctica sanitaria(7).
Gilligan sostiene que hombres y mujeres tienden a emplear estrategias diferentes de
razonamiento y aplican distintas ideas y conceptos cuando formulan y resuelven problemas
morales. Estas diferencias harían que las mujeres perciban los conflictos éticos en términos
de apego o desapego personal; de este modo, la tendencia femenina sería la evitación del
aislamiento y el daño, la generación de fuertes vínculos interpersonales y la tendencia a la
acción a partir del reconocimiento individual de una responsabilidad con el otro. En el
discernimiento moral femenino importan elementos como la confianza, la calidad de los
cuidados y la sensibilidad ante la adversidad y el dolor de las personas.
En la ética del cuidado se otorga un papel moral a las emociones; igualmente, se resalta que
las decisiones éticas comprometen en forma significativa la afectividad y todas las esferas
de la personalidad. En la acción de cuidar se parte de un hecho individual, como es el
autocuidado, y se trasciende para atender a los que requieren ayuda para sus necesidades
vitales. En consecuencia, se genera una reciprocidad que fortalece los vínculos sociales y la
calidad de la atención.
La ética del cuidado reflexiona sobre los conflictos entre responsabilidades. Su ámbito de
acción es predominantemente el área de la salud, aunque no excluye su aplicación en todas
las áreas que trabajan por el bienestar de las personas. Si bien surge a partir de
observaciones respecto de los estilos femenino y masculino de abordaje de los conflictos
éticos, logra superar la condición de género. La creación de confianza, la sensibilidad
respecto del dolor del otro y la comunicación empática no son condiciones exclusivas de un
sexo u otro, más bien reflejan pautas de reflexión y aprendizaje en las relaciones
interpersonales.
Los países de América Latina y el Caribe han presentado cifras preocupantes respecto de la
prevalencia de violencia sexual, embarazos no deseados y enfermedades de transmisión
sexual. Esto refleja, en último término, la necesidad generalizada de información y
educación en sexualidad. También alude a la escasa importancia dada a la salud sexual
como elemento constitutivo del bienestar general. La inequidad en el acceso a los servicios
de salud hace que muchas niñas y mujeres no pueden obtener la atención que requieren
para cuidar y recuperar su salud sexual. También, las limitaciones en actitudes y aptitudes
del personal de salud hacen que no se genere una relación empática, necesaria en este
proceso una vez que se han superado los problemas en el acceso. La situación de mujeres
que son víctimas de violencia sexual pero que, al solicitar atención y "cuidado" en las
instituciones de salud, no encuentran la respuesta adecuada hace que se reproduzca el ciclo
crónico de agresión.
La ética del cuidado exige una condición básica de idoneidad y competencia técnica.
Todavía se requiere que el personal de salud, en todas las áreas, asimile el cuerpo teórico y
práctico que implica la promoción de la salud sexual. El desconocimiento de los derechos
sexuales provoca un cumplimiento limitado. Asimismo, las comunidades que desconocen
sus garantías en el ejercicio sano y placentero de la actividad sexual no se movilizan para
obtener educación y otros recursos que les ayudarían a superar la brecha de inequidad en
salud.
Las estructuras culturales y religiosas -rígidas e intolerantes con el placer sexual- retardan
el cambio de registro respecto de la sexualidad. La salud sexual demanda la superación de
mitos y creencias infundadas, tan comunes en las comunidades latinoamericanas. El
problema suele tornarse más complejo cuando el mismo personal de salud se encarga de
difundir y perpetuar visiones distorsionadas con relación a la experiencia sexual.
Pocos terrenos en la ciencia médica suelen tener tantas tensiones éticas como los relativos a
la salud sexual y reproductiva. En los países de América Latina se encuentran, además,
marcadas polarizaciones sociales respecto de temas como el aborto, la anticoncepción de
emergencia (también llamada "píldora del día después"), los derechos de las personas
homosexuales, el uso del condón y las estrategias para la educación sexual, por sólo
mencionar algunos. ¿Qué entrenamiento ha tenido el personal de salud para resolver estas
situaciones en el contexto de la atención directa? Los usuarios pueden estar convencidos de
tener un derecho sexual y, al ingresar a la atención en salud, éste no es percibido como tal.
La actitud del profesional de salud es fundamental como estrategia para la difusión de los
derechos sexuales y, en última instancia, para la promoción de la salud mental. Si se plantea
como meta terapéutica la estructuración de la mutua confianza, como lo propone la ética
del cuidado, es más probable y confiable la identificación de prácticas sexuales de riesgo y
la transmisión de valores respecto del ejercicio responsable de la sexualidad.
Faltan estudios que analicen cómo los médicos latinoamericanos abordan las dificultades en
salud sexual de sus pacientes a partir de su visión personal del asunto. La formación en
sexología clínica implica una reflexión sobre el propio ejercicio de la sexualidad. En tal
sentido, la ética del cuidado obliga a un conocimiento interior de las carencias y logros que
el profesional, como ser sexual, tiene en su propia vida personal. La reflexión propuesta
supera el enfoque de género: hombres y mujeres tienen por igual el compromiso de analizar
cómo su propia vivencia sexual influye en la posibilidad de dar información, orientación y
atención médica.
Por otro lado, los alcances técnicos en la educación sexológica suscitan la pregunta respecto
de los estándares de formación en las universidades. Un profesional de la salud con una
educación adecuada en lo sexual se sentirá con mayor confianza para iniciar el abordaje y
remitir al especialista cuando lo considere pertinente. Desgraciadamente, el nivel de
formación sexológica de los profesionales de la salud en Latinoamérica suele ser bajo.
Finalmente, conviene insistir en las múltiples opciones que puede ofrecer la reflexión desde
la ética del cuidado para la promoción de la salud sexual y reproductiva. La humanización
del trato a partir de la construcción de una relación empática posibilita la ejecución del arte
médico como una experiencia que trasciende lo asistencial y consolida el carácter
esencialmente humano de la medicina.
Referencias
2. May R. Love and Hill. New York: W.W. Norton; 1969. [ Links ]
3. Erikson E. The Life Cycle Completed: A Review. New York: W.W. Norton;
1982. [ Links ]
Ethics for the future? Human rights and responsibilities of the current generation
toward future generations
Sergio Cecchetto*
Resumen
Dentro del conjunto de los derechos humanos de tercera generación se destaca la apelación
a una solidaridad de tipo diacrónica entre la comunidad de seres humanos y el mundo
natural extra–humano, y otra de tipo sincrónica entre la comunidad de los seres humanos
efectivamente vivientes y otros hombres, integrantes hipotéticos de generaciones humanas
aún no nacidas. Este artículo analiza críticamente los argumentos esgrimidos a favor y en
contra de esa postulación de deberes / obligaciones éticas intergeneracionales en un
contexto civilizatorio tecnocientífico, para fundamentar por último la responsabilidad que
le cabe a la generación actual en la elaboración de una ética global que atienda seriamente a
las demandas del futuro.
Los llamados derechos humanos son una construcción histórica que hunde sus raíces en las
proclamas de la Revolución Francesa. Este hecho ha permitido clasificarlos en
generaciones u oleadas bien diferenciadas que inspiraron la letra y el espíritu de la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 (Häberle, 1998). Así, por
ejemplo, la primera de ellas deriva de la apelación a la libertad y refiere prioritariamente a
derechos de corte político–social que posibilitan a los ciudadanos realizar determinadas
actividades con el sólo límite impuesto por la necesidad de no afectar la libertad de los
demás; la segunda responde a la consigna revolucionaria de la igualdad y refiere en especial
a los derechos económicos y culturales buscando impedir que las diferencias o
desigualdades entre los individuos contribuya a legitimar el dominio de unos sobre otros o
la existencia de derechos especiales para determinados grupos o clases; mientras que
finalmente la tercera ola se inspira en la fraternidad para proponer derechos solidarios que
contribuyan a la cooperación, la paz y la tolerancia entre los ciudadanos.
Los derechos humanos de primera generación tomaron la idea de propiedad como modelo
para su realización, reconociéndole libertades exclusivas a algunos individuos, ofreciendo
poderes e inmunidades a otros, garantizando privilegios progresivos para todos ellos en
función del ordenamiento jurídico vigente. La modernidad europea y norteamericana,
sumergida dentro del ideario liberal o democrático, trató así de otorgar reconocimiento y
protección a los derechos de las personas frente a los permanentes abusos por parte del
poder (representado la mayoría de las veces por el propio Estado). La segunda ola de
derechos humanos surgió ya entrado el siglo XX, con el objeto de garantizar igualdad y
participación de todos los individuos en el ámbito del mercado: quedaron consagrados así
los derechos sociales al trabajo, al salario justo, a la vivienda, al descanso retribuido,
etcétera.
Los llamados derechos humanos de tercera generación, en cambio, mucho más cercanos a
nosotros en el tiempo, no apuntaron a reducir la presencia del Estado en la vida de las
personas (como ocurrió con la primera ola mencionada), ni tampoco a ampliar la
participación del Estado para que el mercado le reconociera a los más desfavorecidos
aquello que no es capaz de garantizar de manera espontánea (como ocurrió con la segunda
generación de derechos). Los derechos de tercera generación, por contraposición a sus
antecesores, subrayan la responsabilidad personal y social respecto de bienes naturales que
no se comprenden ya más como ilimitados e inagotables. De tal suerte se ha hablado del
derecho a la paz, a la investigación, al desarrollo, a la información y al medioambiente, por
ejemplo. El rasgo común que comparten todos estos derechos sui generis es que se
encuentran comprometidos íntimamente con la calidad de vida, noción que desafía la
simplista visión cuantitativa de los recursos y la pretensión elemental de elevar el nivel de
vida material de las comunidades (Cecchetto, 2005a: 294–297).
En este contexto conviene recordar que lo que ha de entenderse por derecho ha sido objeto
de múltiples definiciones, las cuales lo acercan o separan de los principios de la moral.1 Sin
embargo, aún tratándose de un término vago y ambiguo, puede afirmarse que un derecho es
siempre una exigencia o una demanda o un requerimiento que un individuo o grupo
portador de ese beneficio puede legítimamente reclamar o hacer valer frente a un
interlocutor —sea personal o institucional—, el que será encargado de satisfacerlo, toda vez
que el reclamo sea reconocido como una petición justa. Es decir, un derecho es un interés
subjetivo que ha encontrado su respaldo en un conjunto de reglas dictadas o reconocidas
por el poder, y que obligan a su cumplimiento a todos los ciudadanos y al Estado. Entre un
individuo que interpela y otro que satisface el requerimiento se teje una maraña de
correlatividades, al punto de volverse evidente el hecho de que todo derecho llega de la
mano de su solidaria obligación: alguien exige y otro responde a la exigencia, alguien tiene
derecho y otro la obligación de satisfacer acabadamente el derecho exigido. Si así no
ocurriera, los derechos conformarían una categoría inexistente, serían meras declaraciones
retóricas ante las cuales nadie podría hacer más que escucharlas y desentenderse al
momento. Este mecanismo es válido también para los derechos llamados negativos, es decir
para aquellas circunstancias en las cuales el portador exige no ser interferido en su ser o en
su obrar, generando así en los otros la obligación correlativa de la inmunidad (Flathman,
1976; Esposito, 2002).
En todos los casos es la correlación entre derechos y deberes la que nos permite reconocer
cuáles son los derechos que han de respetarse y validarse. Asimismo, esta correlación es
piedra de toque para detectar "derechos espurios". Son éstos derechos todavía no
reconocidos como tales, más allá de que puedan alegar en su favor planteamientos éticos
legítimos que han de especificarse y profundizarse antes de reclamar para sí reconocimiento
y respeto universales.2
El compromiso peculiar que nos plantea la última ola de derechos humanos se extiende y
enraíza, además, con una novedosa visión del hombre a la manera de organismo
dependiente del mundo natural no humano —solidaridad diacrónica—, y también
dependiente de los otros hombres (estén ellos presentes o por venir, sean parte de la
comunidad efectiva de los vivientes o formen parte de una hipotética generación aún no
nacida) —solidaridad sincrónica—. En las páginas que siguen intentaremos especificar qué
se entiende por obligaciones éticas presentes respecto de las generaciones futuras y por
responsabilidad intergeneracional en un contexto tecnocientífico, resaltando entonces la
naturaleza y los alcances de estas nociones tan recientemente construidas. En paralelo
iremos trazando las debilidades teóricas que acompañan a los conceptos estudiados, para
arribar en último término a una ponderación personal del asunto, esto es si puede hablarse
con propiedad de una ética para los individuos presentes orientada a individuos ausentes o,
mejor aún, inexistentes.
Una orientación ética que considere el futuro —a la que podría tildarse de positiva— debe
en primer lugar determinar responsablemente fines, y destacar aquellas acciones necesarias
que han de conducirnos hacia ellos. Tal orientación considera primordialmente la
posibilidad de entregar a las generaciones de hombres venideros un mundo en el cual exista
al menos posibilidad cierta y razonable de desarrollar con éxito una vida humana digna,
enfrentando en condiciones de paridad diversos problemas (no sólo ambientales o
poblacionales, sino de comportamiento, de diseño genético, etcétera) que las anteriores
generaciones de hombres les han dejando como herencia. Llevar un recurso natural
limitado a su agotamiento en el presente, por citar un ejemplo, introduce un efecto
irreversible sobre el mundo futuro, cuyas consecuencias dañinas se harán sentir más tarde
sobre otras personas afectadas por nuestras decisiones actuales. La ligazón que se establece
entonces entre conductas presentes y escenarios de futuro debería importar a la ética
filosófica, al menos a manera de contraste entre aquello que elegimos hoy y el cuadro final
del desarrollo a largo plazo de las consecuencias derivadas de nuestro actual accionar sobre
terceros interesados (Jonas, 1974).3
Pero no sólo las conductas privadas de los hombres se mueven dentro de esa duración
acotada, sino que también la mayoría de las organizaciones revelan idéntica incapacidad
para pensar el largo plazo: el mundo comercial y político toma el grueso de sus decisiones
fundamentales en el marco de los seis a doce meses, la duración media de los gobiernos de
las naciones del globo es de apenas cuatro años, el mundo financiero rara vez plantea
estrategias que excedan los treinta días... La historia de los pueblos nos muestra también
que se ha movido en torno de urgencias presentes, casi siempre en forma violenta y en base
a imágenes del futuro escatológicas o utópicas.4 Pensar el futuro lejano parece así
entretenimiento novedoso para un pequeñísimo número de personas opulentas y ociosas,
curiosas no sólo por su propio interés inmediato sino también por el de generaciones que
probablemente han de seguirlos en el camino de la vida. Se trata de una preocupación por la
especie completa homo sapiens sapiens, y ya no por una persona en particular, por un
grupo étnico o una nación determinada.
Mientras tanto, los partidarios del realismo político y cultural se comprometen sólo con el
presente: a medida que los problemas aparecen intentan resolverlos, uno a uno, y en
ocasiones agudizando con la respuesta ensayada el problema inicial. Ellos entienden que ya
existen bastantes dificultades con el presente como para tener que acudir a buscar nuevos
interrogantes en un futuro que todavía no se presentó. Aquellas personas que pretenden
mirar más lejos, por encima de su propio hombro, son —para quienes los juzgan desde este
punto de vista— idealistas o mesiánicos: pretenden decir dónde debemos ir, aunque no se
ponen de acuerdo respecto de la vía a tomar para llegar a ese lugar anticipado en sueños.
Queremos resaltar con estas líneas que la mayor parte de la humanidad no se encuentra bien
predispuesta a trabar comercio con un futuro que exceda, cuanto mucho, a su propia
generación. Y tal vez esta incapacidad nos habla de un deficiente equipamiento biológico
de los seres humanos, de una limitación cultural o imaginativa, de una cierta forma de
ceguera política o ética que nos lleva a recusar de todo trato con los tiempos por venir. Y
sin embargo... resulta evidente que el poderío humano y su conocimiento técnico y
científico pueden acarrear errores en su aplicación, consecuencias no deseadas, efectos
colaterales y adversos, errores de apreciación y de juicio, equivocaciones y consecuencias
dañosas para nosotros en el corto plazo y para otros al por mayor en un plazo
suficientemente largo. Todo parece indicar entonces que las acciones humanas presentes no
pueden sólo medirse con la vara que Garret Hardin nos planteó a modo de burla, y que la
racionalidad y naturaleza ética de los actos presentes requieren una piedra de toque que
atienda a las predicciones de largo alcance, esas que nos afectan más como especie que
como individuos aislados o generación presente.
La cuestión moral a estudiar se reduce a una pregunta básica: ¿existe una obligación ética
que nos fuerce a limitar el techo tecnológico bajo el cual queremos vivir —prescindiendo
de algunas aparentes "ventajas"— en orden a que algunos —que todavía no han nacido—
puedan oportunamente disfrutar de una vida mejor? Ella acarrea muchas dificultades y está
conminada a explicitar qué se entiende, por ejemplo, por "mejor" vida, y a encontrar
razones que apuntalen el "deber" que existe de obligarnos con aquellos que nos seguirán.
Esta última es una dificultad mayor, por cuanto es lícito preguntarse por la reciprocidad: se
nos pide que nos limitemos pero, después de todo, ¿qué ha hecho la posteridad por
nosotros?; y también por el esfuerzo sincero que la actual generación realiza —con sus más
y sus menos— por la posteridad: todo el tiempo estamos haciendo cosas por ella. Sufrir por
los futuros vivientes equivale a sufrir por los hambrientos de las antípodas del globo: estos
dos hechos generarán un sentimiento poco sincero que nos llevará a desesperar por aquello
que no vemos ni experimentamos en carne propia. Los sistemas culturales y religiosos han
brindado pistas para pensar el problema, pero todas ellas están sometidas a idéntico rechazo
por la responsabilidad a futuro: o el plan de la divina providencia se encargará de "cuidar" a
todo su rebaño; o bien una naturaleza protectora y benéfica tenderá a solucionar por sí sola
los desmanes producidos por el anthropos, compensando y equilibrando aquí y allí; tal vez
sea mejor que la obra acabe de una vez, con todos los personajes involucrados en ella, para
disfrutar lo más rápido posible de un paraíso trasmundano;5 o quizá el problema mismo esté
mal planteado y el futuro no resulte jamás un generador de incertidumbres, puesto que
formulamos nuestras reivindicaciones y demandas en términos de necesidades y esperanzas
presentes, mientras que del futuro como tal no sabemos absolutamente nada. En otras
palabras, cuando hablamos de los presuntos derechos de seres que aún no existen estamos
proyectando nuestros valores e intereses a futuro, suponiendo que también entonces tendrán
validez por más que hayan cambiado las circunstancias externas. Ni siquiera vicariamente
podríamos hablar entonces de derechos para los humanos por venir, porque hasta
desconocemos qué valores serán objeto de consideración ética y de protección jurídica
dentro de un puñado de años.
Facilitarle la vida a generaciones por venir, a unas camadas de humanos que nunca
llegaremos a ver ni conocer, en nombre de obligaciones racionales planificadas, no es una
posición sencilla de admitir. ¿En qué tipo de consideraciones fuertes se basa el argumento?
Si se admite una comunión con ideales cristianos, por ejemplo, la respuesta podría
orientarse en el sentido de forjar una alianza colectiva con los seres humanos futuros, una
especie de proceso identificatorio entre nosotros y ellos, que por el solo hecho de ser
hombres, nos facilita compartir nuestras especificidades. Pero si no se comulga con esta u
otra religión determinada, encontrar una justificación menos emotivista se complica. La
noción de interdependencia aparece aquí como un buen comodín argumentativo, que
elimina la emoción para hacer valer otra carta. Aceptemos que cada generación de seres
humanos recibe un mundo modificado por la generación que lo precedió, que el conjunto
de los productos y procesos científicos y técnicos antiguos se ve nuevamente modificado en
esta generación presente, antes de pasárselo a la que continúa. Esos cambios pueden ser
aumentados o reducidos por voluntad de los hombres, aunque difícilmente eliminados por
completo. El conocimiento biológico y geológico nos anticipa que los cambios producen
finales irreversibles, y frente a este dato primario la civilización puede optar por introducir
variantes en esos cambios, modificar su ritmo (acelerándolos o deteniéndolos), o
reencauzar su dirección. Todas las actividades humanas participan en diverso grado de los
cambios, y determinan así la naturaleza y magnitud de las transformaciones que acaecen.
Si, como seres humanos, somos capaces de causar cambios, entonces podemos auto–
imponernos una obligación especial respecto del futuro que los sufrirá en carne propia, aún
sin haberlos elegido.
El hallazgo de reglas moderadoras para ordenar las acciones humanas debe provenir
entonces del conocimiento que tenemos sobre los finales irreversibles, y de la ignorancia
que tenemos sobre las consecuencias que desencadenan a cada paso nuestros actos —
especialmente los tecnocientíficos—, cuya intervención transforma no solamente al mundo
de los hombres (presentes y futuros) sino también la naturaleza extra–humana en su
conjunto. Pareciera que al ampliar los marcos temporales se recortan nuevas obligaciones
morales respecto de generaciones humanas no nacidas, de las cuales no podemos esperar
hoy un trato recíproco. Y aparecen también obligaciones morales hacia el mundo no
humano, del cual tampoco puede esperarse un trato equivalente ya que se trata de una
instancia no racional.
Es muy escaso el análisis que se ha hecho desde el punto de vista del derecho, de la
filosofía y desde la ética en particular, sobre los derechos que las futuras generaciones
podrían "reclamar" para sí. Si esas camadas de humanos por venir son entes potenciales,
podrían pretender ser sujeto de derechos; pero si en cambio cuando los evocamos estamos
hablando de una mera probabilidad al anticipar la llegada de estos seres a la vida concreta,
entonces estamos trabajando más bien con un concepto que con una realidad ontológica.
¿De qué derechos estaríamos hablando si éstos no llegan a ser reclamados efectivamente
por nadie? Y en el mismo sentido: ¿sería lógico postular un tipo especial de derechos que
valga para los hombres del futuro pero que no tenga validez alguna para los hombres del
presente? ¿Acaso los intereses proyectados de las generaciones por venir deberían
prevalecer y gravitar en las decisiones de esta generación? Una teoría de los deberes no
puede sentirse cómoda al ordenar el sacrificio de personas actuales con miras a favorecer
las condiciones de vida de personas futuras, persiguiendo la utilidad máxima (la mayor
cantidad de bienes posible) o la utilidad promedio (la armónica distribución del mismo
grado de bienes para todos). Para completar este cuadro de interrogantes tenemos que
aceptar que las condiciones de vida del futuro nos son totalmente desconocidas, y que todo
el cuadro de situación sobre este asunto está pautado desde nuestro más inmediato presente.
Será desde aquí, entonces, que ensayaremos establecer prioridades y definiremos los límites
de nuestra responsabilidad intergeneracional.
En segundo término, Green sostiene que las vidas de las futuras personas deberían ser
mejores que las nuestras, o al menos no ciertamente peores. El esfuerzo humano se
encamina permanentemente hacia una mejora de las condiciones de vida para nuestros
descendientes, y el empeño está puesto en esa superación de lo dado, que no es otra cosa
que lo recibido ya en herencia por nosotros al venir a la existencia. Aunque pudiera
discutirse mucho respecto de qué significa una vida con calidad, es cierto que debemos
hacer lo imposible para no degradar, dilapidar, diezmar y empeorar nuestra herencia
ambiental, natural y cultural presente. Seríamos maleficentes si así lo hiciéramos, y
colocaríamos a las generaciones humanas venideras en una posición incómoda para
apreciar esa herencia mal utilizada.
En último lugar, Green apoya la idea de que el sacrificio en pro del futuro y las cargas que
ello implique deben distribuirse de manera equitativa entre todos los seres humanos
presentes, recayendo el peso mayor en los que más tienen o, lo que es lo mismo,
considerando en especial a los que disponen actualmente de menores ventajas. Esta
desigualdad de base entre ricos y empobrecidos tiene que ser remediada en el momento de
instituir cargas, las cuales serán de todas maneras soportadas en distinta medida por todos
los seres humanos vivientes. La noción de justicia mencionada al comienzo busca ahora, en
este tercer escalón, su complemento con la noción de equidad, y la aplicación de ambos
conceptos dispone siempre de un lugar en una ética entre presentes como así también en
una ética elaborada en clave futura.
Las orientaciones amañadas por ese filósofo son tentadoras y de seguro universalizables.
Sin embargo su puesta en práctica exige capacidades predictivas que no son corrientes, y al
mismo tiempo que algunos debates todavía abiertos sean saldados en forma definitiva (el
que remite a la "calidad de vida" o al "bienestar futuro" por ejemplo, o a la identificación
indubitable de acciones tecnocientíficas de naturaleza dañosa). Desde la consideración pura
del derecho que algunos realizan, y el desenvolvimiento progresivo de una teoría de los
deberes que otros patrocinan, parece que una ética de las virtudes ecológicas queda entre
sombras, olvidando el ahondamiento en los conceptos de prudencia, ponderación y
precaución. Siguiendo este orden de ideas, resulta tópico insistir en la obligación de
adquirir primero suficiente conocimiento predictivo, antes de poner en marcha una
tecnología con capacidad de generar consecuencias de gran escala; y también de inhibir
acciones tecnocientíficas cuyas consecuencias remotas o indirectas, dañosas e irreversibles
se ignoran o apenas se conocen muy vagamente.7 En cualquiera de estos casos conviene
subrayar que la ética aparece como una instancia capaz de proponer restricciones
significativas a distintos cursos de acción, en orden a ponderar sus resultados tantas veces
inciertos. El imperativo tecnológico nos ha habituado a pensar que si una acción es
técnicamente posible, entonces debe ser ejecutada. El planteo ético que aquí sostenemos
recalca en cambio que los vivientes cargan consigo una obligación mayor que, cuanto
menos, los convoca a la abstención cuando de su accionar se deriven peligros serios para
las generaciones futuras esto es, que puedan ser íntimamente vulnerados algunos derechos
de que las actuales generaciones disponen y disfrutan y en razón de lo cual nuestros
congéneres aún no nacidos corren el riesgo de no llegar a conocer jamás. En otros términos,
la conservación y la protección y la mesura en nuestro trato científico–tecnológico con el
mundo puede constituir hoy un capítulo indispensable del cálculo racional y de la prudencia
utilitaria en términos de nuestra generación actual, un acto de amor respecto de nuestros
hijos y nietos, un acto de pura justicia y respeto por los derechos del prójimo en relación
con las generaciones más alejadas de nosotros.
Aquellos que rechazan las pretensiones de una alianza intergeneracional realizan con
minucia una demolición de argumentos endebles que se utilizan para apuntalar esa relación.
Ellos advierten que el amor al hombre futuro y el altruismo no son símbolos de
dependencia directa, ya que el presente no depende en absoluto de lo que vendrá.8 La
metáfora del contrato social tampoco es válida, porque cuando se lo suscribe cada individuo
comprometido resigna intereses propios en aras de garantizar necesidades para el conjunto
de la comunidad, fenómeno que los no existentes no pueden efectivamente realizar. Por
otro lado, cualquier tipo de pacto se torna imposible de concretar fuera de los límites que
impone el lenguaje y la sociabilidad. La preocupación por los que vendrán, entonces, tiene
que ser de otra índole e inaugurar un enlace intergeneracional indirecto que fusione
egoísmo y plenitud actuales con posibilidades de desarrollo futuras.
Sería imposible lograr que la generación actual sacrifique su bienestar presente para
"mejorar" las condiciones de vida de la posteridad o "ahorrarle" cierta cuota de sufrimiento.
Pocas personas estarían dispuestas a detener sus acciones, a congelar sus decisiones y a
interferir sus vidas sobre la base de probables expectativas de consecuencias disvaliosas a
futuro. Por amor propio sin embargo podemos actuar de manera tal que busquemos nuestra
actualización máxima y armónica en el presente, y esta expansión vital (restringida a
decisiones y acciones presentes) no pueda desentenderse de otras áreas, distantes y aún
futuras, en las cuales nuestra participación ética hace impacto sobre el conjunto de todos los
seres humanos. En otros términos, el actuar responsable que considera nuestra propia
actualización, de manera inevitable involucra al futuro en su evaluación. Y es esta
consideración crítica del futuro la que a la postre ofrece mayores posibilidades a nuestra
actualización presente. Un acto moral, tomado en toda su dimensión espacial y temporal, no
tiene la propiedad de excluir selectivamente a individuos de su campo de mira, y está
constreñido por tanto a velar por la integridad de todos los afectados por la acción.
No pretendemos sugerir en ningún momento que la actitud predominante del hombre actual
deba inclinarse por la mera conservación y mantenimiento de todas las formas de vida —a
la manera de Thoreau o de Albert Schweitzer, por ejemplo—. Sin embargo hay razones
atendibles para avalar la conservación, aquellas que echan mano de lo estético o de lo
estrictamente utilitario, de lo orgánico y de la adaptabilidad, de valoraciones culturales y
experienciales. De manera genuina y primordial profanar el medio implica, ante todo, la
pérdida de una parte o incluso del todo de nuestra condición de seres humanos, tal como
autores de la talla de Muir y Aldo Leopold enseñaron. La idea de una ética del cuidado, de
fuerte desarrollo dentro de la esfera biomédica, no se ha difundido en igual medida dentro
de las esferas medioambiental y ecológica. En cualquier caso la noción de cuidado,
vinculada estrechamente con las ideas de justicia, de responsabilidad y de equidad,
concurre también al logro de un armónico desarrollo de la sociedad de los hombres. La
gestión cuidadosa de los recursos ha de responder entonces por partes iguales a la justicia
distributiva y al compromiso que nos obliga hacia la consecución de la vida biológico–
material sobre el planeta, y este plano pasa desapercibido para Jonas y otros muchos
teóricos de la sociedad tecnológica y militantes ecologistas. Planteado en otros términos, la
emancipación de todos los seres humanos (la exigencia ética de autorrealización o de
desarrollo) tiene por fuerza que estar acompañada por la preservación del mundo natural y
de la vida en general (exigencia de autoconservación). Pero no puede defenderse apenas
uno de los polos de la ecuación, dejando al otro librado a su suerte. Ambas exigencias van
más allá de los elementos básicos para una simple supervivencia, y en cuanto llaman a los
hombres a desarrollarse productivamente le encomiendan que no destruya el ambiente que
necesitan para poder hacer de eso una realidad presente.
CONCLUSIÓN
La ética del siglo XX comenzó con una pregunta que sonaba paradójica, en vista de los
dispares desarrollos construidos por filósofos de todas las épocas pasadas: ¿de qué
hablamos cuando hablamos de ética? El siglo se cerró sin que pudiera, probablemente,
otorgársele a la inquisitoria de George Edward Moore (1903) una respuesta satisfactoria. El
despliegue científico y tecnológico operado con posterioridad a la segunda guerra mundial
nos planteó otras cuestiones novedosas, para las cuales estábamos todavía menos
preparados. Fue cuando se hizo evidente que del destino del presente dependía el presente
del porvenir. En la apertura del siglo XXI no sabemos todavía elaborar —y tal vez no sea
siquiera posible— una ética para ausentes que no lesione las aspiraciones legítimas de una
ética de los presentes. No encontramos tampoco una manera de obligarnos ante instancias
que no son humanas o no son efectiva y concretamente reales, porque la reciprocidad
continúa presidiendo los deberes y los derechos que la ética tematiza. El planteo del
reclamo que atiende al porvenir, a nuestro parecer, no ha llegado a un grado de madurez en
su formulación y, en su estado actual, se torna dificultoso poder atenderlo y exigir con
fuerza su reconocimiento, respeto y cumplimiento universales.
BIBLIOGRAFÍA
Hardin, G. (1972), Exploring New Ethics for Survival. New York: Viking
Press. [ Links ]
Heidegger, M. (1957), "Die Zeit des Weltbildes" en Holzwege. Frankfurt am Main:
Klostermann, pp. 69–104. [ Links ]
Jonas, H. (1974), "I: Technology and Responsability: Reflections on the New Tasks of
Ethics" en Philosophical Essays. Englewood Cliffs: Prentice Hall. [ Links ]
––––––––––(1985), Technik, Medizin und Ethik. Zur Praxis des Prinzips Verantwortung.
Francfort am Maine: Insel Verlag. [ Links ]
Leopold, A. (1949), A Sand County Almanac and Sketches Here and There. New York,
Oxford University Press. [ Links ]
Taylor, P. W. (1981), "The Ethics of Respect for Nature" en Enviromental Ethics, núm. 3,
pp. 197–218. [ Links ]
NOTAS
1
En este sentido aparecen las definiciones iusnaturalistas y iuspositivistas del derecho.
Conforme el iusnaturalismo un derecho no puede ser calificado como tal si contradice los
principios morales y de justicia, mientras que de acuerdo con el iuspositivismo la definición
de derecho se encuentra totalmente desvinculada de la moral.
2
Un listado incompleto de estos derechos espurios podría incluir los derechos de la mujer
sobre su propio cuerpo, el derecho a a la muerte digna, a no nacer, a no procrear, etcétera.
Y tal vez aquí debamos incluir también los derechos de las generaciones futuras, como
estudiaremos más adelante. Los llamamos "espurios" por cuanto están mal planteados, y no
se desprende de su formulación y requerimiento que exista una obligación legítima
correlativa, que los inserte sin conflicto dentro de una tradición social. Aunque ataviados
con el ropaje del lenguaje contractual y jurídico de los derechos y los deberes, estos
derechos espurios se presentan bajo la forma de la proclama y escudados en una
generalidad que los vuelve moralmente inexpugnables. Aún así sufren de una cierta
vulnerabilidad, y sobreviven en un clima contradictorio que se mueve entre la validez
racional indiscutible y la fragilidad sociopolítica.
3
Hans Jonas (1974) califica a este proceso de imaginación ética como "conjeturas
simbólicas".
4
Las culturas ocupadas con asuntos lejanos, tales como el cielo, el infierno o la
reencarnación, prestan poca atención al mundo físico presente y futuro, puesto que su
propio destino ha de cumplirse en un trasmundo más allá del tiempo.
5
Hay versiones religiosas y laicas del mismo argumento, como cuando aquel célebre
científico respondió a una demanda periodística que inquiría sobre sus planes para el
futuro: "En el futuro, estaremos todos muertos", respondió lacónicamente.
6
También Russ Manning (1981: 155–165) adoptó esta línea de trabajo; y hay otros autores
de interés que apoyan sus propuestas en Rawls, pero de manera tácita: tal el caso de Taylor
(1981: 197–218), y de Norton (1984: 131–148).
7
De tal suerte Jonas (1985) pone entre paréntesis a desarrollos biotecnológicos, Jacques
Testart (1986) a distintas formas de la procreación médicamente asistida, y otros muchos a
la clonación humana y a los procedimientos de transgénesis.
8
La relación inversa, por el contrario, sí es sostenible. Jonas (1979: 63–70) se vale de ella
para generar modificaciones conductuales con base en una "heurística del temor".
9
Tratamos de evitar la polémica entre conservacionistas y desarrollistas, doctrinas
encontradas respecto del medioambiente que, sospechosamente, han coincidido en la
consideración de la naturaleza como objeto de disposición humana absoluta. Para una
discusión filosófica de estos asuntos ver Leopold (1949), Heisenberg (1955) y Heidegger
(1957).
10
Para poder pensar sobre estos asuntos debemos recurrir al análisis fenomenológico
husserliano sobre el tiempo, en el cual se describe la temporalidad originaria (denominada
"fluir temporario original", o "presente fluyente viviente"), previa a toda constitución del
yo. Husserl (1966) denomina "presentación", "protensión" y "retención" a los modos
intencionales de anclaje en la presencia (el presente). Ellos se mantienen en un delicado
equilibrio. El presente es el nombre que damos a la permanencia de sentido, el cual
adquiere significación porque el pasado pesa sobre él tanto como el futuro. Pasado y futuro
están entonces en una tensión equilibrada en el presente continuo.
Álvaro Carvajal Villaplana Sobre ética y derechos humanos
Sumary: This article takes off from a contro- versy sketched by Eduardo Rabossi, who
sustains the viewpoint of the non-existance of an authentic philosophical contention
regarding human rights. In his opinion the philosophical foundations of human rights were
clearly defined through the re- cognition of the Universal Declaration of Human Rights as
law. It also intents to high light the rele- vant role that ethics plays in the discussion on hu-
man rights.
Resumen: este artículo parte de una polémica propuesta por Eduardo Rabossi que considera
la posibilidad de que no Existe un auténtico proble- ma filosófico en la fundamentación de
los dere- chos humanos. Esto por cuanto al ser reconocidos esos derechos en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos se resuelve la dificultad de su jundamentación. Se
procura resaltar la importan- cia y el papel de la ética en la discusión sobre los derechos
humanos.
1. La ética y los derechos humanos: algunas relaciones
Resulta muy obvio que entre ética y derechos humanos existe una estrecha relación. Sobre
todo, si se consideran los dos temas como pertenecien- tes al campo de la filosofía práctica.
En este senti- do, es evidente, para nuestra época, que la filoso- fía práctica se divide en dos
grandes ramas -tal y
como lo indica Kustchera-': la ética y la filosofía del derecho o el Estado. La ética trata de
las obli- gaciones del individuo y la filosofía del Estado se ocupa del derecho positivo y las
instituciones esta- tales. Las dos disciplinas, a criterio de Kustchera, intentan responder a la
pregunta ¿qué debemos ha- cer? La ética versa sobre las obligaciones morales frente a los
otros seres humanos; por tanto, es una disciplina normativa y no puede limitarse a descri-
bir las ideas morales que se tiene de hecho. La éti- ca justifica normas. De este criterio es el
autor ale- mán Norbet Bilbeny, en sus palabras: "(i..) su mi- sión [de la ética] no es
describir los actos humanos o dar con su origen natural, sino la determinación de sus
normas y principios como parte del agente, para saber estrictamente de la validez de éstos -
de su legalidad-, no de su facticidad (00.)".2 En la filosofía del derecho también se puede
encontrar la distinción entre la perspectiva que describe los sistemas jurídicos y la que
juzga al derecho positivo a partir de criterios morales, es decir normativas. Por otra parte,
según la distinción hecha por Kant' entre moral y derecho o legalidad -i.e., "(oo.) lo que
debe ser moralmente bueno no basta que sea conforme a la ley moral, sino que tiene que su-
ceder por la ley moral; de lo contrario esa confor- midad será muy contingente e incierta,
porque el fundamento inmoral producirá a veces acciones conformes a la ley (00.)"4_, se
dice que no todas las obligaciones éticas son obligaciones jurídicas, aunque sí muchas cosas
mandadas jurídicamente son obligaciones éticas.'
Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXIV (83-84), 395-400, 1996
2. Fundamentación ética de los derechos humanos: su polémica
396 ÁLV ARO CARVAJAL VILLAPLANA
Siguiendo de nuevo a Kant se observa cómo la legislación jurídica, solamente impone
deberes en forma externa, mientras que por el contrario, la "legislación moral" lo hace en
forma interna, la cual se considera como una especie de convicción, aunque como se sabe
en Kant subyace la idea de deber. En este sentido, Kustchera afirma que exis- ten muchos
mandatos éticos, que a diferencia de los jurídicos no se pueden cumplir bajo una ame- naza
de sanción (el derecho es coercitivo), ya que "(... ) las normas legales sólo prescriben
acciones, no actitudes o convicciones; uno de los fundamen- tos del derecho es que sólo las
acciones externas pueden ser mandadas. Por ello, la exigencia de respeto por la dignidad
humana no es un principio jurídico, sino ético (...)".6 Si bien este principio, se expresa en
algunas normas jurídicas pero no todas bastan para representarlo. En este punto se llega a
una distinción impor- tante -hecha por Kustchera, a partir de Kant- entre los mandatos
jurídicos y los morales: "(...) los mandatos jurídicos se diferencian de los morales en que
los primeros no prescriben convicciones o actitudes, sino sólo acciones. Para decidir la
lega- lidad de una acción sólo es decisivo si esta obede- ce el derecho vigente, pero la
intención con que se realiza o la convicción que la respalda, carecen de importancia".'
Desde esta perspectiva la ética, como bien lo entiende Russell en Sociedad humana ética y
polí- ticar y más claramente expuesta por Esperanza Guisan," no solamente tiene un
componente racio- nal para dirimir los conflictos morales, sino que tiene un componente
emotivo muy fuerte que lle- va a cumplir con las obligaciones morales; es de- cir, mis
acciones y razonamientos éticos se im- pregnan de gran compromiso personal y emotivo.
Los derechos humanos, vistos desde los ele- mentos que se han apuntado anteriormente,
com- prenden dos dimensiones: los valores y las normas jurídicas; esto es, tienen un
componente ético y otro jurídico positivo. Varios autores reconocen esta ambivalencia,
distinguiendo entre los dere- chos humanos como criterios morales y los deno- minados
derechos fundamentales; es decir entre criterios morales (cuando se habla de derechos hu-
manos en general, por ejemplo, los que se estipu- lan en la Declaración Universal), los
cuales no son propiamente derechos; y los derechos que se tra- ducen a normas jurídicas,
los cuales se considera auténticos derechos, puesto que cuentan con ins- trumentos
específicos para su protección. 10
La anterior distinción resulta a su vez polémi- ca: para las teorías naturalistas los derechos
huma- nos en su sentido general son auténticos derechos, al contrario de las teorías
positivas; las que no dis- cutiremos en este trabajo. Hasta aquí se introducen aspectos
generales de la relación entre la ética y los derechos humanos. Algunos de los cuales se
retornarán en otros mo- mentos. Interesa exponer a continuación la tesis que motiva este
artículo.
La idea de que los derechos humanos no nece- sitan fundamentarse éticamente tiene que
ver con una creencia generalizada por parte de diversas personas que mantienen alguna
relación con el te- ma (políticos, juristas, filósofos, activistas, entre otros). Esta creencia, en
su aspecto general, con- siste en que la promoción y vigencia de los dere- chos humanos se
asegura cuando alcanzan un re- conocimiento jurídico, tanto a nivel nacional co- mo
internacional. Una posición interesante al respecto es la sus- . tentada por Eduardo
Rabossi," la cual coincide con la de Norbeto Bobbio." Rabossi considera muy plausible que
no exista un problema filosófi- co de fundamentación de los derechos humanos (aunque él
mismo sustenta una fundamentacióa con base en las necesidades básicas), puesto que este
problema si existió, fue anulado al emitirse la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. en tanto que la mencionada Declaración expresa un acuerdo universal acerca de
un ideal común de la humanidad y expone las condiciones naturales que debe satisfacer el
mundo para ser justo." La propuesta de Rabossi tiene como origen la pregunta sobre el
quehacer del filósofo en materia de derechos humanos. Encuentra Rabossi que mo- chos
filósofos consideran que la verdadera dimen- sión es "la del teórico que adopta miras
fundaciona- les. Y esto implica no sólo la tarea conceptual de elucidar, por ejemplo, el
concepto de dshs," sino tarea más amplia de formular esas elucidaciones fa un marco
abarcante de tipo sistemático (...)".1' este sentido, intenta mostrar su perplejidad ante
manera como se afronta, filosóficamente, la f'uJxt. mentaci6n de los derechos humanos. Si
se considera como válida la argumentacm antes expuesta -en criterio de Rabossi- habría
SOBRE ÉTICA Y DERECHOS HUMANOS 397
luir todas las teorías éticas que procuran funda- tar los derechos humanos, sobre todo el
para- a tradicional (las teorías naturalistas de la éti- y las iusnaturalistas en derecho). A la
filosofía ral, solamente le quedaría pendiente la elabora- I de un nuevo paradigma que no
sea fundacio- , sino de esclarecimiento. La función de la fi- fía sería la de llevar a cabo un
estudio crítico fenómeno de los derechos humanos que sirva marco esclarecedor para la
praxis política. Para existe una causa de los derechos humanos y de que se trata es de
promoverla racionalmente y llevarla a buen fin." Si bien es cierto, se considera que los
derechos manos durante el siglo pasado y el presente 10- gran alcanzar, con la
promulgación de la Declara- ión Universal de los Derechos Humanos," el ran- o de
universalidad (aspecto que se verá más ade- lante es cuestionado en el seno mismo de la
ONU, en el caso por ejemplo, de los países árabes, y en particular cuando se trata de los
derechos de las mujeres). De tal forma, la Declaración se concibe como un marco de
referencia motivador y como ideal regulativo respecto de la vigencia de los de- rechos y de
las libertades. Es decir, en un código moral que recoge o se sustenta en una serie de va-
lores éticos, que a la vez se han traducido a nor- mas jurídicas. Según el preámbulo, la
vigencia universal de la paz, la libertad y la justicia se fundamentan en el reconocimiento
de la dignidad, la igualdad y la posibilidad de un mundo en que los seres huma- nos gocen
de estas condiciones libres de temores y necesidades. Plantea para esto el estado de dere-
cho como marco de protección de los derechos humanos, y que los Estados miembros se
compro- meten a efectivizar el progreso social y la libertad y a cooperar para que los
derechos humanos se respeten universalmente.
3. La no existencia de un problema de fundamentación: objeciones
Los aspectos expuestos en el apartado 2, a sa- ber: el que no exista un problema real en la
funda- mentación de los derechos humanos al haber un código universal y la creencia en
que su positivi- zación es suficiente para asegurar el respeto a los derechos humanos
presentan varias dificultades que es importante analizar, antes de delinear en forma general
el papel de la filosofía moral en ma-
teria de derechos humanos. Estas dificultades son las siguientes: a. En primer término, la
anterior creencia se considera como uno de los obstáculos más im- portantes para el avance
en el respeto de los de- rechos humanos, como bien lo afirma Carlos Santiago Nino." Para
este autor, dicha creencia representa una dificultad porque la positiviza- ción por medio de
cada orden jurídico sólo "neutraliza" algunas clases de violaciones, aque- llas más sencillas
de combatir con alguna efica- cia. Lo anterior lleva, según Nino a ir más allá del orden
jurídico nacional, esto es al orden jurí- dico internacional, con el fin de buscar mecanis-
mos de protección que estén por encima de las contingencias políticas de cada país." No
obstante, también en este orden internacio- nal se encuentran limitaciones: las divergencias
políticas e ideológicas entre los países que sólo llegan positivizar un mínimo común de
derechos. y por el predominio de una "(...) concepción toda- vía vigente de soberanía
nacional de los Estados [que] impone restricciones severas a la obligato- riedad de los
compromisos asumidos y a la inje- rencia de órganos externos para investigar y casti- gar
violaciones de derechos (...)".20 Por último, Nino insiste en la idea de que este
reconocimiento positivo de los derechos humanos es valioso, aunque, mucho más lo es la
"forma- ción de una conciencia moral de la humanidad acerca del valor de estos derechos y
de la aberra- ción inherente a toda acción dirigida a descono- cerlos"." Y esta conciencia
sólo puede ser forma- da por medio de la discusión racional, lo que ne- cesariamente remite
a la fundamentación de los derechos humanos. b. En segundo lugar, sobre la creencia de
que con la positivización de los derechos humanos es suficiente para el respeto de los
mismos debe decir- se que se presenta una fuerte polémica, en el senti- do de que no basta
que los derechos humanos se re- conozcan como normas jurídicas o códigos mora- les, por
cuanto, como ya se anotó existe una dife- rencia entre la obligación moral y el mandato
jurí- dico. Luego, porque se puede dar el caso que exis- tan derechos que aún no son
reconocidos, pero los cuales se consideren parte esencial del ser humano. Una cuestión
práctica salta a la vista, muchos Estados creen que al firmar o ratificar conven- ciones,
pactos, protocolos, tratados sobre dere- chos humanos, es suficiente para decir que cum-
plen con la vigencia y respeto de los mismos, sin
- El reciente debate sobre el reconocimiento del derecho a la identidad personal (derechos
que no es explícito en la Declaración), concretamente, el derecho a la identidad sexual. La
fundamentación ética tiene que verse tam- bién en función de los cambios que vive la
socie- dad humana, las relaciones de poder, las estructu- ras de los Estados, los intereses
políticos y econó- micos, en donde inciden en la reformulación de los contenidos
normativos las diferentes concep- ciones teóricas sobre los derechos humanos. Se debe
admitir que los derechos humanos no solamente tienen que ser derechos de las personas
frente a los Estados, sino también en relación con otros individuos, es decir hasta e)
momento, y en esto es muy claro Kustchera, la fundamentación de los derechos humanos
(que el entiende como derechos individuales en torno a las libertades) tienen como base una
relación con el Estado, y no entre los individuos (sugiere aquí Kustchera que esta
fundamentación tiene que distinguir entre au- todeterminación y autodesarrollo, para poder
obte- ner un criterio moral único y obligatorio para la valoración de proyectos de vida). Es
decir nos fal- ta mucho para la conformación de una conciencia moral en la población
mundial, la formación de esta consciencia ha de construirse por medios de discusión
racional y la educación, tal y como pro- pone Russell. c. Un tema muy importante es la
discusión en- tre universalidad y relatividad de los derechos hu- manos." Este debate pasa
por varios matices, que en este artículo solo se trataran someramente. La idea de la
universalidad reside en establecer unos parámetros de conducta únicos para todos los
Estados; sin embargo, se debe reconocer que un código de tal índole debe tomar en
consideración las diferentes estructuras de poder, de estados y culturales; por lo tanto, no
puede ser tan rígido al querer, por ejemplo, imponer un sólo modelo de Estado o sistema
económico. Pero sí, se pueden asentar normas mínimas y valores que se relacio- nan con
los individuos y el Estado, las comunida- des y el Estado en relación al respeto y vigencia
de los derechos humanos, además de ciertas liber- tades esenciales como el derecho al auto
gobierno y la participación. Uno de los argumentos para rechazar la idea de universalidad
reside en que los derechos no se po- nen en práctica en todas las partes del mundo, o porque
existen diferentes formas de interpretar ca- da uno de los derechos humanos al momento de
398 ÁLV ARO CARVAJAL VILLAPLANA
preocuparse de que las personas ejecuten o disfru- ten de esos derechos. En definitiva, se
trata de un problema de poner en práctica los mecanismos de protección y la ley. Además,
del tratamiento dife- rente en materia jurídica que se da a los derechos civiles y político a
diferencia de los económicos, sociales y culturales. Aquí son relevantes los si- guientes
aspectos: La concepción dominante en la Declaración y los Pactos de derechos civiles,
polítios, econó- micos y sociales se relaciona con el liberalismo y la teoría naturalista. En
donde resaltan el reco- nocimiento de la importancia de las libertades (liberalismo) y la
dignidad de las personas (na- turalismo); esto a tenido como consecuencia el dominio de
una noción muy individualista de los derechos humanos. En relación con el punto anterior,
cabe mencio- nar que la introducción de los derechos colectivos (paz, solidaridad, soberanía
autodeterminación, desarrollo y otros), así como los derechos econó- micos, sociales y
culturales, se introducen por otras corrientes de pensamiento, una de ellos fue el marxismo,
por medio de los llamados países del bloque socialista." Sin embargo, el primer grupo de
derechos tiene un desarrollo muy incipiente y no cuentan con la fuerza de obligación que
los ci- viles y los políticos; Y los del segundo grupo pa- san por el tamiz liberal. En la
actualidad, al desaparecer el bloque so- cialista comienzna a tomar fuerza las tesis neoli-
berales que restringen los derechos humanos a las libertades básicas, en este sentido es
impor- tante la discusión conceptual sobre los derechos económicos, sociales y culturales,
así como el de los pueblos. Un aporte en esta línea la brinda Amartya Sen.23 También, la
discusión sobre el fundamento de los derechos humanos es importante por amplia- ción de
lo que se considera como derechos, desde la perspectiva del ejercicio de Rabossi. Esto
signi- fica, simplemente, un aspecto de precisión y no tanto de fundacionista. Si se toman
en cuenta tres situaciones recientes se observa lo relevante de la cuestión:
- El debate sobre los derechos de los pueblos indígenas, específicamente en torno al
derecho de la autodeterminación. - Las dificultades para el reconocimiento de los derechos
humanos en tomo al género, particular- mente, la lucha de las mujeres.
SOBRE ÉTICA Y DERECHOS HUMANOS 399
aplicación o a las divergencias por razones cul- es. El hecho de que en todos los países no
se cum- a con el respeto a los derechos humanos no es motivo suficiente para relativizarlos,
si eso fue- ra estaríamos frente a un mal metafísico; por lo tanto, se debería permitir todo: la
tortura, la muer- , entre otros; no habría forma de regular la con- cta humana. Es posible
que desde la perspectiva conceptual los derechos humanos pueda haber divergen- ias, pero
muchas de estas no son de tipo moral, sino económicas, políticas o de intereses persona-
frente a los colectivos. Lo cual, no quiere decir ue se pueda llegar a un acuerdo sobre la
concep- ión de los derechos, un ejemplo, es el impulso ue dio Amnistía Internacional a fin
de uniformar un criterio para evaluar y sancionar a los Estados que ejecutan desapariciones
forzadas. En la actua- lidad pocos Estados se atreven decir, por ejemplo, que el derecho a la
vida no sea un derecho huma- DO. Las divergencias de opinión sobre los dere- hos
humanos no niegan la posibilidad de que exista un método racional para llegar a acuerdos
sobre lo que son estos. Por último, la creencia en que una vez que los derechos humanos se
han positivizado elimina el problema de la fundamentación resulta insatisfac- toria, ya que
realmente se distinguen dos aspectos o niveles del problema, como bien lo indica Ro- les:"
el primer nivel es un problema práctico, es- to es la dificultad para la realización de los
dere- hos humanos. El segundo nivel es un problema teórico, la fundamentación. Pero
como se ve en el apartado 1. los derechos humanos hacen referen- ia a valores y como tales
requieren ser funda- mentados en relación con un sistema de valores que den el carácter de
absoluto y obligan te.
4. El papel de la filosofía moral: consideraciones finales
Preguntarse por la fundamentación de los dere- hos humanos es primordial por las
consecuencias que conlleva. Las respuestas son diversas 2J\ pero se resumen en unos pocos
elementos. Uno de estos ya se argumentó en el apartado uno, y consiste en que para
defender los derechos humanos se debe estar convencido de ellos, de su bondad; no se trata
de actuar sólo moralmente, es decir conforme a la ley, sino que se debe procurar actuar
éticamente."
Por otra parte, es común la idea de que el fun- damento de los derechos humanos delimita,
mate- rialmente, el contenido de estos, e.i., cuál es la forma concreta en que los valores se
traducen a normas jurídicas, y los mecanismos de protección de los mismos. Otro
argumento sobre la necesidad de la fundamentación es su indispensable función orientadora
de la praxis política, en cuanto se debe saber por qué se quiere algo, y para esto se requie-
ren ideas claras. En relación con la función de la filosofía moral en la fundamentación de
los derechos humanos también es valioso exponer la propuesta de Kuts- chera. Para este
autor, la tarea de la filosofía es proponer unas reglas generales de comportamien- to, las
cuales no tienen un precisión total. Esta cla- rificación sólo se da mediante la interpretación
y aplicación de los principios generales a las situa- ciones y ámbitos concretos, por ello, el
propósito de la ética es precisar una concepción moral de tal manera que sea posible
relacionarla con proble- mas y decisiones concretas." Una de las tareas centrales de la ética
es "(...) proporcionar criterios para el enjuiciamiento de nuestras ideas sobre el
comportamiento correcto (... )",29 idea que se comparte plenamente.
Notas
1. Kustchera, Franz von; Fundamentos de ética, Pri- mera edición, Editorial Cátedra,
traducción de María Teresa Hernán-Pérez, Madrid, 1989. 2. Aproximación a la ética.
Primera edición, Editorial Ariel, Barcelona, 1992,p. 28. 3. Véase Introducción a la
metafísica de las cos- tumbres, Madrid, octava edición, Espasa-Calpe, traduc- ción de
García Morente, Manuel, 1983; y la Introduc- ción a la teoría del derecho. 4. Kant, ob.cit.,
p. 19-20. 5. Kustchera, ob. cit., p. 314. 6. Ibid., p. 285. 7. Ibid., p. 315. 8. Russell, Bertrand;
Sociedad humana: ética y política, primera edición, editorial Cátedra, traduc- ción de
Beatriz Urquidi, Madrid, 1987. Para más deta- lles véase Carvajal Villaplana, Alvaro;
"Entre la ra- zón y la pasión: un dilema en la ética de Bertrand Russell", tesis de grado para
obtener el título de Li- cenciado en Filosofía, Escuela de Filosofía, Universi- dad de Costa
Rica, 1994. 9. Guisán, Esperanza; Razón y pasión en ética: los dilemas de la ética
contemporánea, primera edición, editorial Anthropos, Barcelona, 1990.
23. Sen Amartya; Sobre ética y economía, primem edición, Alianza Editorial y el Consejo
Nacional para Cultura y las Artes, traducción de Conde, Angeles, xico, 1991. 24. La
universalidad de los derechos humanos ea la actualidad es cuestionada en los foros
internacie- nales de las Naciones Unidas. Este cuestionamien parte de la consideración de
un relativismo cultural. especialmente de los países árabes, pero en particul •. cuando se
tratan los derechos que tienen que ver ea. las mujeres. 25. Robles, ob. cit., p. 11. 26. El
mismo Rabossi enumera algunos problemas en que es importante la fundamentación, a
saber: a. la caracterización del concepto de derechos humanos y de conceptos emparentado
(ser humano, persona moral, so- ciedad, necesidad humana, derechos, justicia, libertad.
etc); b. la formulación de principios morales; c. el cono- cimiento de los derechos humanos;
d. la elaboración pa- ra individualizar los derechos humanos; y e. la grada- ción posible, por
ejemplo, la diferencia entre derechos humanos fundamentales versus derechos humanos se-
cundarios, ob. cit. p. 149-150. Esperanza Guisán tam- bién considera importante distinguir
claramente entre normas y principios primarios y normas y principios se- cundarios, en:
Etica sin religión, primera edición Alianza Editorial, 1993, Madrid, p. 163. 27. Para Robles
es absurdo defender unos valores y no saber por qué; ob. cit., p. 12. 28. Kustchera, ob. cit.,
p. 282. 29. Ibid., p. 280.
400 ÁLV ARO CARVAJAL VILLAPLANA
10. Para Robles los derechos humanos "(...) llamados clásicamente "derechos naturales", no
son, en verdad au- ténticos derechos -protegidos mediante acción procesal ante un juez-
sino criterios morales de especial relevancia para la convivencia humana (...); en: Los
derechosfunda- mentales y la ética en la sociedad actual, primera edi- ción, editorial
Civitas, Madrid, 1992, p. 19-20. 11. Rabossi, Eduardo; "La fundamentación de los derechos
humanos: algunas reflexiones críticas:, en Fi- losofía del lenguaje, de la ciencia, de los
derechos hu- manos y problemas de su enseñanza; primera edición, compiladores Valdivia,
Lourdes y Villanueva, Enrique, Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F.,
1987. 12. Citado por Robles, ob. cit., p. 11. La posición de Bobbio aparece en un artículo
titulado "Sobre el funda- mento de los derechos del hombre"; en El problema de laguerra
las víasde lapaz, Barcelona, 1982. Considera que el problema de los derechos humanos no
es funda- mentarlos, sino realizarlos o protegerlos. 13. Rabossi, ob. cit., p. 155. 14. Léase
derechos" humanos (Nota del autor). 15. Rabossi, ob. cit., p. 149. 16. ¡bid., p. 155-156. 17.
Curiosamente el nombre inicial fue Declaración Internacional de los Derechos Humanos.
18. Nino, Santiago Carlos; Etica y derechos huma- nos: un ensayo defundamentacián,
editorial Ariel, Bar- celona, 1989, p. 3. 19. lbid., p. 3-4. 20. lbid.,p. 4. 21. Idem. 22. Los
países llamados "tercermundistas", espe- cialmente América Latina, también contribuyeron
al de- bate para incluir de los derechos de los pueblos y los económicos sociales y
culturales.
Álvaro Carvajal Villaplana Escuela de Estudios Generales Sede del Pacífico Universidad
de Costa Rica
VI
http://cinedidactica.blogspot.mx/2011/06/cine-y-educacion-la-construccion-de-la.html
RELACIONES INTERPERSONALES
http://www.educagratis.org/moodle/course/view.php?id=755
SEXUALIDAD
http://entrepasillosyaulas.blogspot.mx/p/recursos-audiovisuales.html