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Notre Dame Lunes , 22.04.2019 / 18:51
E
s tal la acumulación de los problemas nacionales (violencia, corrupción y
pobreza, entre los principales) que una buena parte de la sociedad, desde la
más humilde hasta la que mejor ha vivido por muchas generaciones, tiene
centradas sus esperanzas en un proyecto que de diversas formas apela a la salvación
del país en un sentido que va más allá de la política.
Todo esto responde a los principios de las religiones políticas, aquellas que buscan
bajar el cielo a la tierra, o, como diría Raymond Aron, las que “ocupan en las almas
Para los fieles de esta religión política a la mexicana, que hoy agrupa lo mismo a los
residuos más desfigurados o amorfos de la izquierda que a los tránsfugas más
impresentables de la derecha e incluso de la ultraderecha católica —pasando por
numerosos delincuentes que, como Dimas y Gestas, alcanzarán la redención al lado
del Mesías—, lo menos importante son las propuestas. Basta su fe en un hombre, la
voluntad de cambio que éste dice encarnar o sus infinitas promesas, todas teñidas de
un populismo inverosímil, para que el país vislumbre un nuevo horizonte.
Para estos fieles los problemas de México no necesitan la búsqueda de las soluciones
más pertinentes ni realistas, sino las soluciones más radicales en su formulación, que
son, por lo mismo, las de más dudosa realización. Pero, en realidad, la oferta que
abrazan no está integrada tanto por propuestas como por consignas contra todo
cambio: no al aeropuerto, no a las reformas educativa y energética, etcétera.
La fe ciega en una causa permite todo. Incluso hacer historia como la están
haciendo: marcan algunos hitos que hubiéramos creído imposibles; por ejemplo:
¿cómo pudo suceder que el representante de la izquierda fuera ungido candidato
presidencial por una agrupación homofóbica y retrógrada como el Partido Encuentro
Social (PES)?
Cabe que nos preguntemos no solo qué es lo que ha hecho posible todo esto, sino
también ¿por qué a los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, en los más
diversos niveles sociales y de educación, no les importa que su candidato reciba
apoyo de verdaderos mafiosos o que regale candidaturas plurinominales a
delincuentes? Creo que la respuesta es más de índole religiosa que política, o de la
mezcla muy turbia de ambas.
En otras épocas quizás me hubiera dado risa que un fanático (sobre todo de los
puestos fáciles) como Hugo Eric Flores Cervantes, dirigente del PES, aludiera a
López Obrador con metáforas bíblicas (“Usted para nosotros es Caleb a punto de
conquistar el monte Hebrón”). Sin embargo, a sabiendas de que el Caleb de Tabasco
no solo sonrió ante su aliado, sino que añadió conceptos como “bienestar del alma”,
“regeneración moral” o aquello de que “Cristo es amor”, y considerando que va a la
cabeza en las preferencias del electorado, debo confesar que me produce temor
porque todo ese lenguaje me recuerda causas y personajes que para nada han estado
en “el lado correcto de la historia”.
Creo que vivimos uno de los momentos más grotescos de eso que insiste en llamarse
izquierda mexicana. Doscientos años después del nacimiento de Marx y 50 luego del
movimiento de 1968, esto de que Andrés Manuel tenga por aliados a potenciales
cristeros me parece algo así como el final de la historia (no en el sentido de
Fukuyama, claro, pero sí como un punto más que muerto en el terreno progresista).
Sé que a la gran mayoría de sus seguidores (incluidos los más instruidos) esto les
tiene sin cuidado, pues están listos para seguirlo como se sigue a un santo. Él ya lo
sabe y por eso le da risa que sus enemigos malgasten sus energías acusándolo de esto
o de aquello. La fe ciega mueve a sus electores, y a él le brinda un cheque en blanco
para poder valerse de cualquier medio en la búsqueda de sus fines.
ariel2001@prodigy.net.mx
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