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Dirigido por Graciela Schneier-Madanes
PATAGONIA
Una tormenta de imaginario
Í ndice
1. Epopeya de la mirada
Polvo patagónico
Jean Canesi
¿Cómo explicar esa extraña atracción, donde lo fascinante le gana a lo
racional, que ejerce esta tierra perdida en el extremo del Occidente,
tierra castigada por crueles vientos? Visitada primero por aventureros
y luego por exploradores científicos, antes de tornarse la tierra
preferida por los pacifistas ecológicos.
Una historia rica en leyendas, quimeras y otros espejismos, en la que la
decepción juega un papel nada despreciable.
Viaje a lo patagónico
Philippe Taquet
O de cuando Alcide y Charles visitaban Carmen.
Geología, zoología, botánica, antropología, en el siglo XIX la Patagonia
fue escenario de distintas investigaciones realizadas por dos jóvenes
naturalistas apasionados, Charles Darwin y Alcide d’Orbigny, que
pudieron elaborar así sus concepciones sobre el desarrollo de la vida
la tierra.
El efecto Ushuaia
Philippe Grenier
2. La gesta patagónica
La historia de los tehuelches (los patagones del mito) comienza con las
bandas de cazadores llegados de Asia, vía América del Norte a
principios de la era cuaternaria. En el transcurso de su periplo
asimilaron las influencias culturales de las etnias presentes y
desarrollaron todo un modo de vida y de expresión artística. Las
masacres, el alcohol y las enfermedades los aniquilaron. La lengua
tehuelche se extinguió hacia 1960.
Los chilotes
Philippe Grenier
Los chilotes, oriundos de la isla de Chiloé (Chile), son muy numerosos
aquí. Durante mucho tiempo se los consideró inmigrantes, y se les
asociaba todo un vocabulario despectivo. Una mano de obra
sobreexplotada, cuyo aporte esencial a la historia patagónica habrá de
ser reconocido un día.
Índice 5
3. Fragmentos de palabras
Bibliografía
Biografía de los autores
P atagonia
P atagonia
EDICIAL
Edición impresa
Primera Edición
Título original: Patagonie. Une tempête d’imaginaire
© by les Éditions Autrement. Série Monde. 1996
© EDICIAL S.A - 1998.
Rivadavia 739 (1002) Buenos Aires - Argentina
Tel.: 342-8481/82/83 ó 343-1150
Fax directo: 343-1151
e-mail:edicial@ssdnet.com.ar
http://www.ssdnet.com.ar/edicial
ISBN: 950-506-311-3
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Edición digital
nauta Argentina S. A., la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio
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Océano Atlántico
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Islas Malvinas
Río Gallegos
Estrecho de Magallanes
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no Río Grande
Pa
c ífi TIERRA DEL FUEGO
co
Ushuaia Provincia
Zona de poblamiento
Cabo de Hornos
Dedico este libro a mi hija, Marie Do, para que siempre lleve
consigo “un poco de Patagonia”.
Vaya mi agradecimiento a Rodolfo Casamiquela, que fue el pri
mero en alentar este proyecto, así como a Jean Marie Fran
chomme, Alfredo Corti y Guillermo Gasió, cuyas investigacio
nes y originales puntos de vista ayudaron a escribir esta obra.
Ediciones Autrement agradecen también a la familia del escri
tor Asencio Abeijón por habernos autorizado a reproducir los
cuentos del presente volumen.
Graciela Schneier-Madanes
Preámbulo a una
deambulación
Graciela Schneier-Madanes
Tormenta de imaginario
La idea patagónica constituye, ante todo, una tormenta en
nuestro imaginario. Más vale poner en orden nuestras ideas y tra
tar de ver la realidad. Fue Europa la que creó y alimentó toda una
mitología patagónica durante cuatro siglos. Esta cadena de mitos
empieza con la aparición del primer “gigante” patagón. Seguirá
así hasta el siglo XVIII, con la leyenda de la ciudad de los Césares,
que sitúa en las profundidades patagónicas una ciudad llena de
oro, poblada por conquistadores hartos que gozan de la más com
pleta felicidad.
El invencible Cabo de Hornos, cuyo mero nombre aterrorizó y
estimuló a la vez a generaciones enteras de marinos que querían
cruzar los límites de lo imposible, dio origen a la gloriosa leyenda
de los cabohornianos que unió a través de los siglos –desde 1630–
a los temerarios vencedores de ese peligroso confín.
La Patagonia engendró en el siglo XIX a un Don Quijote francés:
Orélie-Antoine de Tounens, soberano de un reino de quimeras que
se extendía desde la Araucanía hasta la Patagonia. Aún hoy, cierta
discreta cofradía perpetúa una tradición que atribuye a sus miem
bros cargos honoríficos y títulos nobiliarios de dicho reino.
Una región a la escala inhumana 15
El tiempo patagónico
Para hacerse una idea precisa de la vida local y escuchar las
preocupaciones de los habitantes, lo más simple es pasar revista a
la prensa patagónica.
Para ello basta con recorrer el diario Río Negro, fundado en
1913 y que tiene la mayor tirada en la región, el diario El Patagó
Patagonia 18
Polvo patagónico
Jean Canesi
Patagones y patagonizantes
Desde el acercamiento de Magallanes, la Patagonia no es sólo
esa terra incognita, erizada de escollos y de algas gigantescas; apa
rece también como una tierra poblada por distintas tribus indíge
nas que los navegantes descubrirán, entre los siglos XVI y XVIII,
gracias a una escala o... a un naufragio.
Fascinación, diversión, desprecio o piedad, los distintos senti
mientos que las poblaciones aborígenes inspirarán a los viajeros
no son más que las distintas caras de un mismo desconocimiento.
El encuentro con los patagones se vio marcado por un mito ya
muerto: el de los gigantes patagónicos. Todo se remonta al mo
mento en que Magallanes recala en la bahía de Santa Cruz, duran
te el invierno de 1520: Pigafetta describe su primer encuentro con
un hombre inmenso (los tripulantes no le sobrepasaban la cintu
ra) y pintarrajeado que baila, canta y se arroja polvo en la cabeza...
en señal de bienvenida.
Muy pronto Magallanes hará que se lleven a dos de esos gigan
tes para exhibirlos en Europa; pero ninguno de los dos sobrevivi
rá a las peripecias del viaje. En estas condiciones, permanecerá la
incertidumbre y el rumor crecerá: serán muchos los viajeros que
afirmarán haber visto hombres cuya altura varía a menudo entre 9
y 12 pies, es decir, ¡casi 3 metros! Publicado en 1767, el relato de
John Byron está ilustrado con grabados donde se ven minúsculos
Epopeya de la mirada 31
bía terminado con las tropas indígenas, con los Toquis Calfucurá,
con Namuncurá, su hijo, y Quillapán, jefes supremos de las tribus
patagonas y araucanas de ambos lados de la cordillera. Acorrala
dos, diezmados, los asentamientos rebeldes terminaron por some-
terse: los que sobrevivieron se transformaron en sirvientes de las
estancias recién creadas. Sus descendientes, más o menos mesti
zos, frecuentan hoy las calles de las ciudades costeras, Trelew, Co
modoro y Puerto Madryn.
tan más del 60% de las tierras explotables. Es decir que el estan
ciero sigue siendo, después de más de un siglo, un personaje cla
ve de la colonización de la Patagonia.
Para el observador que mira hoy el desfile de rostros de la in
migración patagónica en el aeropuerto de Trelew, el caleidoscopio
que encuentra no deja de ser alucinante: faces germánicas de bi
gotes a la Bismarck, caras que podrían ser buscadas por la policía,
barbas anarquistas ítaloargentinas mezcladas en hipotéticos com
plots, grupos de técnicos japoneses de la industria petrolera, silue
tas redondas de negociantes siriolibaneses... No falta ningún in
grediente o casi ninguno en el cóctel sociológico patagónico. Al
gunos porteños de llamativa y vieja elegancia completan el cua
dro, funcionarios “expatriados” dentro de su propio país o milita
res que vuelven a una lejana guarnición. No se puede confundir a
estos “residentes” con la ruidosa cohorte de turistas norteameri
canos, europeos y brasileños que bajan en Trelew para ir hacia las
costas de la península Valdés a través de Puerto Madryn.
Pero, si bien hablamos de caleidoscopio, Trelew no puede re
sumir por sí sola toda la diversidad humana de la Patagonia. En
la ruta que conduce de Río Gallegos a Calafate, los acompañan
tes indígenas son chilenos, así como muchos de los peones de las
estancias de la región. Al norte, en la región helvetizante y tiroli
zante de Bariloche y el parque Nahuel Huapi, muchos hoteleros
y comerciantes son ciudadanos chilenos de origen europeo: nota
ble infracción al desmembramiento del mítico reino de Patago-
nia-Araucanía, entre dos naciones que cultivan sus diferencias y
su rivalidad.
La Patagonia chic
Pero volvamos al corazón de la Patagonia patagonizante y bra
madora. Esta región inhóspita, poblada de leyendas macabras, con
su conjunción de subpoblación y poco desarrollo, ¿cómo puede
aún, y hoy más que nunca, ejercer semejante poder de fascinación?
La primera respuesta reside en la configuración de su relieve:
la Patagonia es, de forma esquemática, una Siberia al pie de los
glaciares del Himalaya, con los paisajes del polo Sur como telón
de fondo. Con semejantes puntos a favor, la Patagonia no podía
dejar de transformarse, tarde o temprano, en uno de los lugares
obligados del turismo de aventura, ya que puede garantizar a los
visitantes sensaciones fuertes y evasión absoluta.
Esta moda la preparó en realidad el discreto esnobismo afecto,
desde hace medio siglo, a ciertos sitios privilegiados de estas lati
tudes. Después de la Segunda Guerra Mundial, Bariloche impuso
su notoriedad, drenando hacia sus hoteles una rica clientela por
teña, paulista y norteamericana que se acercaba a disfrutar del es
quí alpino fuera de estación. Siguiendo al presidente Eisenhower,
gran cantidad de norteamericanos vinieron a practicar la pesca de
portiva en los torrentes y lagos de la región de Esquel, en la pro
Patagonia 40
La Patagonia-obstáculo
El 21 de octubre de 1520, cuando Magallanes llega a la entra
da oriental del estrecho que llevará su nombre, han pasado unos
treinta años desde que Colón creyó llegar a las Indias por el oes
te al tocar las Antillas por primera vez. Desde 1513, se sabe que
existe el Pacífico, ya que se lo descubrió desde el istmo de Darien.
¿Pero cómo llegar hasta él, si no es bordeando la costa del Brasil
y bajando siempre más hacia el sur, buscando lo que el navegante
español Francisco de Hoces,2 a comienzos del siglo XVI, llama un
acabamento de tierra?
La Patagonia-recurso
El siglo XIX cambia la mirada de los hombres. Además de los
europeos que siguen auscultando metódicamente los parajes cos
teros, con fines siempre más científicos que prácticos, aparecen
los dos estados creados en el sur de la excolonia española: argen
tinos y chilenos se vuelven protagonistas de la exploración de otra
Patagonia bien terrestre a la que no hay que rodear sino incorpo
rar al nuevo territorio nacional, y poblarla. La Patagonia no es más
Epopeya de la mirada 51
te, recuerda que “todos los intentos por colonizar esta costa del
Atlántico al sur del paralelo 41 han fracasado”, y hace un juicio
de valor aún más negativo sobre la otra Patagonia, la de los Cana
les, donde “el hombre –nos dice– está más degradado que en
cualquier otra parte del mundo”. Darwin se vuelve famoso dema
siado rápido como para que se desmientan sus afirmaciones, y
aún en 1930, a través de la pluma de Irarrazaval –jurista y diplo
mático que hace el inventario de los “errores geográficos y diplo
máticos” de Chile en Patagonia– los chilenos se maldecirán por
haber creído en este “falso oráculo”: la primera Geografía física
publicada en Chile en 1871 sigue a Darwin, estudioso europeo y
lo que es más, inglés, presentando a la Patagonia como “un in
menso desierto”.
Los testimonios de los cautivos europeos de los tehuelches, al
sur (el inglés Bourne, en 1849), o de los indios pampas al norte (el
francés Guinnard, en 1861), testimonios inmediatamente conoci
dos en Norteamérica, no son los indicados para mejorar esta im
presión: Bourne evoca una región “horrible”, calificativo tantas
veces atribuido a todo lo patagónico, clima, paisajes y habitantes,
“desolado más allá de toda descripción” y Guinnard, que se pre
senta no sin exagerar como “el único que hasta hoy haya podido
penetrar tanto en la Patagonia”, se obstina en demostrar que lo
mejor que se puede hacer, si se encuentra uno “por casualidad” en
la Patagonia, es huir lo más rápido posible para escapar de los fe
roces bandidos del desierto. Él mismo logrará escapar, después de
tres años de cautiverio, ¡matando dos caballos en trece días de ca
balgata desenfrenada!
Por su parte, Chile sigue la tradición colonial española: contro
lar la ruta marítima para fundar finalmente en 1845 un estableci
miento sobre la costa norte del estrecho; el fuerte Bulnes anuncia
Punta Arenas pero, a decir verdad, la Argentina no se mostrará
ofuscada ya que apenas apoyará los esfuerzos de un hombre tan
notable como Luis Piedrabuena. Considerado en su época como
el mejor marino de la Patagonia éste se había establecido en nom
bre de la Argentina en el bajo río Santa Cruz, se había aliado con
los tehuelches y había alertado en vano al gobierno de Buenos Ai
res sobre las excursiones chilenas.
Epopeya de la mirada 53
4. Musters lo hace en pleno invierno, sufre el cruel frío y ve en esta pampa sólo un
“vacío melancólico y monótono”, mientras que este sector es menos árido y, en esa
época, con más caza que la estepa pedregosa que le sucede más al norte.
Epopeya de la mirada 55
La Patagonia-espectáculo
En 1970 y 1989, hago dos visitas al glaciar Perito Moreno, esa
monstruosa lengua que el Hielo continental sur extiende sobre un
brazo del lago Argentino.
A veinte años de distancia, asisto al mismo espectáculo fasci
nante de las colosales paredes de hielo, a veces de 100 metros de
alto, que en todo momento, en uno de los puntos del inmenso
frente que se ve entero desde la costa opuesta, caen con estrépito
en las aguas, haciendo entrechocarse con una enorme ola los ice
bergs de azul irreal; idéntico telón de fondo también, montañas
perdidas en la bruma de una tormenta que ruge al oeste, casi de
manera permanente. Nada ha cambiado... o casi: allí donde vein-
te años antes había que armar una carpa al término de un camino
incierto, en un lugar desierto y protegerla con gran esfuerzo de la
furia de los vientos con pilas de ramas secas recogidas en el bos
que de hayas antárticas, hallamos hoy un estacionamiento, una
cantina, barreras, un sendero y carteles que dan consejos a los vi
sitantes. El “paraje” ha sido “arreglado”, el glaciar se ha transfor
mado en uno de los primeros lugares del turismo patagónico, ce
lebrado con énfasis por todas las guías turísticas. Esta naturaleza
primitiva, elemental y brutal –bosque, hielos y aguas que según
pasan las horas viran de un azul grisáceo a un azul profundo y
sombrío–, se ha vuelto un espectáculo para ver, lo más cómoda
mente posible, en una excursión de medio día: una ruta asfaltada
nos acerca hasta allí desde el centro turístico de Calafate, a tres
horas de automóvil de la ciudad costera de Río Gallegos, donde
nos deja el avión.
Sólo algunos años más tarde descubrí estas líneas de J. Dela
borde: “La sensación de que estaba solo, en su casa –habla del gla
ciar–, rey de sus dominios, que no existían más que para él, perdi
do en su propia contemplación como un primitivo Narciso salva
je, me llenaba de una felicidad donde se entablaba también una
suerte de fraterna complicidad entre él y mi gusto por la soledad
y el silencio.”9 El glaciar Perito Moreno ya no está solo: el mismo
9. J. Delaborde: Mes voyages en Patagonie, en Terre de Feu, au cap Horn et au
détroit de Magellan, de 1958 a 1981, París, Laffont, 1981, 212 p.
Patagonia 60
12. Más en teoría que en la práctica, pues a las decisiones oficiales de crear estos par-
ques le siguen tardíamente y de forma incompleta medidas efectivas de protección
y de ordenamiento.
13. Del lado argentino, el Parque Nacional Los Alerces protege los últimos exponen-
tes de estos árboles, y del lado chileno, el alerce –o lo que quedaba de él– terminó
por ser declarado monumento nacional en 1975.
Patagonia 64
14. El alemán Andreas Madsen, estanciero solitario al pie del Fitz Roy desde 1903
evoca en sus recuerdos esta fauna original: “Cuando cierro los ojos y vuelvo al pasa
do, me produce tristeza y pesadumbre recordar el bosque de antes, con sus millares
de ciervos paciendo apaciblemente, sin temor al hombre; con sus millares de zorros
grises, plateados o colorados, igualmente sin temor, que a veces seguían al caballo
como perros, o se metían entre éstos, o se sentaban en círculo alrededor del campa
mento, casi a la luz del fogón, esperando se les lanzara un hueso o un trozo de car-
ne. Reabriendo los ojos, contemplo al bosque de hoy, quemado y desnudo, sin un
ciervo en millas y millas; el zorro colorado se ha extinguido, y no es fácil ver uno gris
en todo el año. [...] El verdadero “pioneer” no destruye.
15. Ver por ejemplo los libros de títulos sugestivos de B. Chatwin y P. Théroux,
Nowhere is a Place: Travels in Patagonia, Sierra Club Book, San Francisco, 1992, o
Terres extrêmes, Vilo, versión francesa de 1993 de una obra publicada en Alemania.
Epopeya de la mirada 65
19. F. Coloane, Tierra del Fuego, cuentos, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1956. La pri
mera traducción norteamericana de este escritor nacido en Chiloé se realizó en
1991, con Cape Horn and Other Stories from the End of the World, Pittsburgh. Mu
chas otras riquezas siguen siendo desconocidas para los lectores europeos, como la
novela de R. Azócar, otro chilote, Gente en la isla, Santiago, 1938, o los pintorescos
volúmenes de recuerdos del argentino A. Abeijón, Memorias de un carrero patagó
nico, Buenos Aires, Galerna, 1973 a 1977.
Viaje a lo Patagónico
Philippe Taquet
“
Talhablado
vez no haya otra región en el mundo de la que se haya
tanto y que sea menos conocida que la Patagonia,
considerada, desde hace más de doscientos cincuenta años como
la patria de un pueblo de gigantes que sólo existieron en la imagi
nación de los primeros viajeros, muy bien secundada en sus enso
ñaciones por la credulidad de unos y la ignorancia de otros.” Es
tas líneas corresponden a un viajero naturalista francés, Alcide
Dessalines d’Orbigny, cuya descripción de la América meridional
sigue siendo “uno de los monumentos de la ciencia del siglo XIX”,
como escribió su colega y viajero naturalista británico Charles
Darwin en el relato de su largo periplo alrededor del mundo, du
rante el cual también visitó la Patagonia. Ese relato, El Viaje del
Beagle, fue un gran éxito editorial y su autor, Charles Darwin, con
su concepto de la evolución de las especies por la selección natu
ral, se transformó en una de las glorias de la ciencia.
Alcide
“Sería difícil imaginar una residencia más triste que ésta. Bas
ta con representarse, sobre una colina totalmente despojada, o
que ofrece por toda vegetación algunos brezos tristes y dispersos,
un pequeño fortín que apenas anuncian algunas troneras de cañón
y la bandera que lo corona; un poco por debajo, en la pendiente
de la ladera que se inclina hacia el río, entre quince y veinte casi
tas rodeadas de algunas empalizadas con destino a retener los ca
ballos y el ganado; de tarde en tarde, sobre una y otra orilla, un
pequeño número de árboles desmedrados que parecen crecer a su
pesar en un suelo ingrato y no hacen más que subrayar la excesi
va desnudez del resto del paisaje en todas las direcciones y hasta
el horizonte más remoto”. [...] Pero d’Orbigny es recibido maravi
llosamente por los habitantes de Carmen, por los oficiales de la
guarnición, por los comerciantes y sus familias. Emocionado, una
Gesta patagónica 71
1. “El inmortal Cuvier quiso dedicarme algunos de sus preciosos instantes. Yo reci
bí de él amplias directivas verbales sobre lo que podía hacer en América para el con-
junto de la zoología.”
Gesta patagónica 73
Charles
Charles Darwin llega a su vez a la desembocadura del río Ne
gro el 3 de agosto de 1833. Se encuentra impaciente y, como es
criben sus excelentes biógrafos Desmond y Moore, “estaba ansio
so por saber si podía encontrar algunos buenos fósiles en Améri
ca del Sur. Con profundo descontento se enteró de que el francés
Alcide d’Orbigny había trabajado en la región durante seis meses,
recogiendo los mejores especímenes para el Museo de París. Era
exasperante. Darwin había pagado el viaje de su bolsillo para ha
llar al gobierno francés financiando a uno de los suyos, permitién
dole recorrer las pampas con una subvención durante seis años.
Esto hablaba a las claras de la seriedad con que los franceses abor
daban la ciencia. “Tengo el temor egoísta –escribe– de que pueda
obtener lo mejor de todas las cosas buenas.”
tros viajeros, y Darwin agrega: “Es una pena matar a animales tan
simpáticos, sin embargo, como decía un gaucho afilando su cuchi
llo sobre el caparazón de uno de ellos: ‘Son tan mansos’”. La cu
riosidad de Darwin no tiene límites, examina lagartijas y serpien
tes y el peligroso trigonocéfalo, que según Cuvier se encuentra en
un subgénero de las serpientes de cascabel, intermedio entre és
tas y las víboras. En efecto, la extremidad de su cola sólo vibra en
un punto levemente alargado. Darwin nota con gran perspicacia
cómo cada carácter, aun cuando parece independiente en cierto
grado de la estructura, tiene tendencia a variar gradualmente. Así,
este trigonocéfalo tiene en ciertos aspectos la estructura de una
víbora y su comportamiento es el de una serpiente de cascabel; y
ya se puede sentir la preocupación de Darwin por examinar en la
naturaleza los objetos vivos buscando intermediarios.
Darwin a su vez se muestra horrorizado por la crueldad de las
costumbres y por la ferocidad de los combates, por el tratamiento
inhumano reservado a los indígenas en las luchas entre colonos y
pobladores locales. A su vez, cuando pueden, los indígenas no per
donan a sus víctimas. “Aquí, cada uno está plenamente convenci
do de que es una guerra justa porque se hace contra los bárbaros.
¿Quién podría creer que, en esta época, tales atrocidades puedan
cometerse en un país cristiano civilizado?”
Después de volver a Buenos Aires, Darwin regresa a la Patago
nia por mar y llega a Puerto Deseado, admira inmensas mariposas
y recoge numerosos insectos, crustáceos y organismos marinos a
lo largo de las costas. Descubre en el continente una nueva espe
cie de cetáceo (Opuntia darwinii) y estudia en detalle a los guana
cos. Las manadas de guanacos acostumbran dejar sus excremen
tos todos juntos, en el mismo lugar. “Esta costumbre, conforme a
lo que dijo D’Orbigny, es común a todas las especies del género;
y es muy útil para los indios del Perú, que utilizan los excremen
tos como combustible y no les cuesta tanto recogerlos.”
Darwin se apasiona por la geología de la Patagonia y comprue
ba que toda esta porción del continente se ha elevado en bloque
hasta una altura de 300 a 400 pies, como lo prueba la presencia de
caracoles marinos. Cerca de Puerto San Julián descubre la mitad
Gesta patagónica 77
Epílogo
El 6 de febrero de 1977, Rodolfo Casamiquela, entonces di-
rector-fundador del CENPAT, me recibió en su país para realizar
una visita en forma de peregrinaje. Algunas horas de avión habían
bastado para unir París con Viedma. La primera excursión fue al
fuerte de Carmen de Patagones, hoy transformado en museo. Su
responsable me explicó con entusiasmo el papel de los corsarios
franceses que ayudaron a los argentinos a vencer a sus rivales
brasileños.
La luz, los juegos de las nubes y del sol sobre las llanuras de la
Patagonia son incomparables. En esta porción del fin del mundo,
el hombre común nos habla de... ¡Alcide d’Orbigny! Los habitan
tes de Viedma expresaron, en vano, en varias oportunidades el de
seo de levantar, con el beneplácito de Francia, un monumento en
homenaje a Alcide en la desembocadura del río Negro; pero pare-
ce que las autoridades diplomáticas francesas de los años setenta
nunca oyeron hablar del famoso naturalista.
En la costa, la lobería con sus lobos, leones y elefantes mari-
nos disfruta del sol. Hoy en día están felizmente protegidos. Es
tos cientos de mamíferos marinos, cuya piel y aceite ya no son co
diciados, descansan y componen un magnífico espectáculo sono
ro, donde se mezclan los gritos de los machos que defienden su
Gesta patagónica 79
tar las calderas del tren que cruza la Patagonia de este a oeste.
Fuera de la existencia del tren, ¿las cosas han cambiado realmen
te en la Patagonia desde las visitas de Alcide d’Orbigny y de Char
les Darwin? La naturaleza es siempre tan hermosa y austera, los
animales hoy están protegidos.
¿Y los indígenas? Han desaparecido casi todos. Los tehuelches
no son más que un puñado, mientras que los fueguinos, cuyo nú
mero d’Orbigny estimaba en 4000, ya no existen. ¿La desaparición
de los indígenas de la Patagonia fue gradual o súbita? He aquí un
tema de meditación para los naturalistas que disertan sobre la ex
tinción de los grandes mamíferos o de los dinosaurios. La respues
ta es evidente, por desgracia: fue gradual y catastrófica, y esta de
saparición programada fue realizada por el representante de una
especie particularmente prolífica y agresiva, representante de la
especie llamada Homo sapiens.
Bajo el cielo estrellado de la Patagonia, bajo las constelacio
nes del Ñandú, del Guanaco y de las Boleadoras, me duermo
acurrucado en mi manta, acunado por el viento, el pampero. Veo
a Alcide y a Charles, del brazo, en encendida discusión, saliendo
del Carmen, uno con su red para cazar mariposas, el otro con su
cuaderno de apuntes y su libro de poemas de Milton, El Paraíso
perdido; se alejan lentamente hacia el sur, y sus cabellos, patillas
y barbas blancas dibujan en torno de sus cabezas una luminosa
aureola.
Bibliografía
DARWIN, Charles, Journal of Researches into the Geology and Natural History of
the Various Countries visited by HMS Beagle, Henri Colburn, 1839; ed. rev.,
1845-1860; Wad, Lock & Bowden, 1894.
DARWIN, Charles, The Voyage of the Beagle. Annotated and with an Introduction
by Leonard Engel, American Museum Nat. History, Anchor Books, 1962.
Gesta patagónica 81
HOFFSTETTER, R., Les Rôles respectifs de Bru, Cuvier et Garriga dans les premiè
res études concernant Mégathérium. Bull. Mus. Nat. Hist. Nat. (2ª serie), t. 31, nº
6, 1959, p. 536-545.
1. Los vehículos que toman estas calles tienen la prioridad en invierno respecto de
los que van por las calles paralelas a la costa.
2. P. Matthiessen, The Cloud Forest, a Chronicle of the South American Wilderness,
p. 106, 1ª edición, 1961, Nueva York, Penguin Travel Library, 1989.
Patagonia 84
sueños, afirma que “Ushuaia vio pasar los barcos del mundo ente
ro” e indica que el whisky y los cigarrillos cuestan poco en este
puerto franco cuyo “principal mérito es ser la ciudad más austral
del mundo”.3 Una reciente guía sobre la Argentina intenta “ir más
lejos”, como se dice hoy día, ubicando la ciudad en los “confines
del fin del mundo”, pero parece renunciar a mostrarla, ya que és
ta le provoca al autor de la obra “una impresión indescriptible”
–los paisajes de los alrededores son simplemente “soberbios”.4
En realidad, leer estos escritos modernos sobre Ushuaia nos
permite sobre todo verificar cómo nuestra época ve y modela al
turista: es un consumidor de distancia, ahorrativo con su tiempo y
poco interesado en la exactitud y la verdad, poco interesado por
captar, y aún menos comprender, la originalidad de lo que va a “vi-
sitar”. “Si bien Ushuaia evoca para algunos sólo el título de un fa
moso programa de televisión francés, también es el nombre de la
ciudad más austral del mundo.” En dos líneas introductorias de
las páginas sobre Ushuaia, la Guía del trotamundos5 nos lo dice
todo sobre el “efecto Ushuaia”. Título de una programa que
muestra distintas hazañas con un fondo de paisajes insólitos, sím
bolo absoluto del exotismo o más bien, para usar la jerga moder
na, de lo “extremo”, se eligió este término porque designa un lu
gar situado al final de todo, y por extensión, una realidad que pa
rece insuperable: ¿cómo competir en frescura natural con el espu
mante producto Ushuaia? Este lugar, sin embargo, es accesible
para el turista común. Denunciemos pues el efecto Ushuaia y tra
temos de ver y de comprender.
Comprender es a menudo volver a explicaciones generales, es
correr el riesgo de disipar el sueño y de trivializar. Pero es mejor
entrar en la realidad de las cosas, percibir la parte de verdadera
originalidad: aunque se vaya reduciendo continuamente, esta par
te siempre subsiste. También es –¿por qué no?– anticipar y así
atenuar la decepción inevitable, o transformarla en irrisoria, para
consolarse: ¿qué prueba más tragicómica del “desencanto del
3. Géo, nº 96, París, febrero de 1987, p. 94.
4. Guide del’Argentine, París, Edit. de la Manufacture, 1994, p. 276.
5. Guide du Routard, Chili-Argentine, París, Hachette, 1992, p. 171.
Gesta patagónica 85
mundo” que esos negocios de la avenida San Martín con sus enor
mes carteles de Guerlain y Lancôme, Cerruti y Grundig, K-Way y
Samsonite?
El desafío de la prisión
Comienza entonces una lenta carrera de varias décadas para in
corporar el puesto, luego la aldea, a la vida del país pues, con la
toma de posesión oficial, el lejano poder de Buenos Aires conside
ra que lo esencial está hecho: es la conclusión lógica del tratado
de 1881 que ha delimitado la frontera con Chile. Ésta corta la Tie
rra del Fuego en línea recta, sobre el meridiano, para tocar el ca
nal de Beagle a algunos kilómetros al oeste de Ushuaia. Así, la ri
val chilena Punta Arenas, mucho mejor ubicada sobre el estrecho
de Magallanes, es la que sigue recibiendo a todos los barcos a va
por que rodean América por el sur, dirige una minibúsqueda de
oro que por un momento hace pensar en una remake de la aven
tura californiana o australiana y aprovecha –más que Río Grande
o Río Gallegos, en situación desfavorable sobre las costas hostiles
7. E. Belza, En la isla del Fuego, Buenos Aires, Encuentros, 3 tomos, 1974, 1975 y
1977, p. 86 del tomo I.
Gesta patagónica 87
El gran boom
El descubrimiento de gas natural y de petróleo en Tierra del
Fuego da un nuevo impulso al desarrollo de Ushuaia. Los yaci
mientos conciernen a la costa atlántica y la zona de explotación se
extiende hacia el norte en dirección al estrecho; pero, como
Ushuaia ofrece el único puerto cómodo, profundo y protegido, la
Tennessee Gas and Oil Corporation, principal concesionario des-
de 1959, toma la decisión de establecer aquí su mayor punto de
unión de campamentos petroleros con el mundo exterior; así la
Tennessee Argentina une esta vez Ushuaia con Río Grande a tra
vés de una verdadera ruta, pero el asfalto, lujo supremo en estas
lejanas latitudes, sólo llega mucho más tarde.10 Ya se piensa en el
turismo: a 20 kilómetros al oeste, se crea en 1960 el Parque Na
cional de Lapataia y desde el año siguiente una ruta llega hasta él;
la ciudad es declarada puerto franco y el primer crucero hace es
cala allí en el verano de 1962.
El impulso decisivo se produce durante la década de los 80, pe
ro es siempre el mundo exterior el que lo provoca, a través de
ciertas limitaciones –la amenaza de conflicto con Chile–, o a tra
vés de ciertas demandas –es el momento de las diásporas indus
triales y también de la búsqueda, a escala planetaria, de “paraísos”
turísticos “vírgenes” y “auténticos”. Simultánea y contradictoria
mente, Ushuaia conoce un boom industrial y turístico que la tri
vializa y se torna un mítico y comercializado símbolo de lo lejano.
El primer programa televisivo francés llamado Ushuaia se emite
en 1987. Si bien la legislación de excepción que estimula la indus
trialización de la Patagonia comienza a ser promulgada en 1972,
ésta tiene un efecto real sólo algunos años más tarde, en el contex
to de la disputa con Chile. Cien años después del Tratado de las
Fronteras, el problema del Beagle sigue sobre el tapete: ¿cuál de-
be ser el trazado oficial de este famoso canal-frontera, al este de
Ushuaia, allí donde se abre ampliamente sobre el Atlántico y se
llena de islas? ¿Acaso dobla en ángulo recto hacia el sur, dejando
estas islas al este, en territorio argentino, o sigue directamente ha-
cia el este, dejando entonces al sur estas islas en litigio, en territo
rio chileno?
Darwin y el capitán Fitz Roy ya no están aquí para opinar, pero
a ciento cincuenta años de distancia sus escritos son auscultados,
así como la topografía del fondo submarino y, mientras se espera
el veredicto de la reina de Inglaterra, luego de los juristas de La
Haya y finalmente del Papa, a los rivales les conviene estar siem
pre más presentes en el lugar. Frente a Ushuaia, sobre la otra ori
lla del Beagle, Chile hace de Puerto Williams, desde 1952, una co
muna de pleno ejercicio: este pueblo de soberanía sólo existe pa
ra “contrarrestar la atracción y la influencia que había comenzado
a ejercer Ushuaia, la dinámica localidad argentina vecina”, como
escribe uno de los poetas autorizados de la gesta chilena en la Pa-
tagonia.11 Afrenta imperdonable a la reputación internacional de
Ushuaia, Puerto Williams, con más de 1000 habitantes, no es tal
vez aún una ciudad, pero ya es, de manera indiscutible, ¡la locali
dad más austral del mundo!
Es en este contexto de competencia nacionalista que la Argen
tina suprime los últimos obstáculos para que las multinacionales
que quieran establecer sus industrias en Tierra del Fuego puedan
hacerlo. Los resultados son elocuentes: la isla cuenta en 1964 só
lo con 62 personas ocupadas en la industria –exceptuando las ac
tividades de extracción– ¡y el censo de 1986 señala que hay cerca
de 7000! En Ushuaia, la cantidad de establecimientos industriales
pasa, en seis años (1980-1986) de 12 a 42, la mano de obra em
pleada de 500 a 2500 personas y, resultado también del refuerzo
Un western en busca
de productor
Jacques Soppelsa
listas, los onas y otros alacaluf, llegaron a las latitudes australes del
continente americano desde los horizontes del norte, alrededor
del año 12.000 antes de J. C.
El litoral californiano es reconocido por primera vez en la his
toria de la navegación europea en 1542. El litoral patagónico es
descubierto oficialmente, para la inmensa mayoría de los historia
dores y por lo tanto del público general, por Fernando Magalhães,
alias Magallanes, en 1520. Esto está confirmado en su bitácora por
el florentino Pigafetta, compañero de viaje particularmente aten-
to y prevenido. Lo que no es tan seguro es que, en definitiva, Ma
gallanes podría no ser más que un brillante segundo en la búsque
da de las costas de la Patagonia. Otro florentino, Amerigo Vespuc
ci, durante su segundo viaje, en 1501-1502, al servicio del reino de
Portugal, habría descendido después de reconocer el Río de la
Plata, más allá del paralelo 53, y una vez en estos parajes, habría
entrevisto la costa. Se acerca a ella, aparentemente, a menos de
veinte leguas marinas. Pero la tempestad y la ausencia manifiesta
de toda ensenada o rada natural lo disuaden de ir más lejos. Vol
verá a Lisboa el 22 de julio de 1502. En cuanto a su último viaje,
no se sabe prácticamente nada, sino que habría ido más lejos aún.
Entonces, ¿Magallanes o Vespucci? En el segundo caso, ironía de
la historia, Magallanes, involuntariamente, al quitarle la gloria del
descubrimiento de la Patagonia, habría “vengado” en cierto modo
al desdichado Cristóbal Colón, frente al “impostor” Amerigo Ves
pucci, ¡pues fue este último quien “legó” su nombre a... América!
Otro tema de controversia es el nombre de Patagonia. Según
una tesis sólidamente enraizada, viene del español “pata”, es de
cir pie. Al ver a los primeros especímenes de indios onas o arau
canos, Magallanes habría exclamado: “¡Ah! ¡Qué patagones!” Una
vez más, le debemos esta anécdota al inevitable Antonio Pigafet
ta. El exadjunto del embajador de Roma en la corte de Carlos I de
España, caballero de Malta además, describe minuciosamente a
los aborígenes: cubiertos con pieles y cueros, los enormes pies en
vueltos en lanas, el rostro pintado de ocre y bermellón. De gran
estatura. ¡Son muy altos! Pigafetta, no sin cierta exageración nos
dice: “Nuestros hombres les llegaban a la cintura.” Aborígenes pa
Gesta patagónica 101
Estos dos “fin del mundo” revelan también semejanzas muy se
rias en el plano de los datos orográficos e incluso climáticos. Aquí
y allá idéntica organización general, a gran escala, de la base físi
ca. Una áspera y monumental cordillera longitudinal (Andes del
sur, Rocallosas del norte) que bordea el océano Pacífico a lo largo
de miles de kilómetros. Este enorme arco de piedra supera los
6000 metros de alto. El Aconcagua (6959 metros) y su vecino, el
Mercedario, casi alcanzan los 7000 y son superados únicamente a
nivel mundial por el Himalaya. Las precordilleras del este posibi
litan el contacto con las inmensas Planicies Altas o pampas. Alti
planos y valles interiores se suceden en el corazón de las forma
Patagonia 102
más allá del paralelo 57. ¿Ve entonces el (futuro) cabo de Hornos?
Si fuera así, sería él quien verdaderamente descubrió el “mito”.
Lo que es seguro, por el contrario, es que con su periplo va a pro-
bar que Tierra del Fuego es un archipiélago. Descubre luego una
isla, que bautiza “Isabel” (que ciertos autores asimilan hoy toda
vía al cabo de Hornos), una isla tan “misteriosa”, para tomar la ter
minología de Julio Verne, que va a terminar por desaparecer. Aquí
también se plantean dos hipótesis: la isla Isabel se hundió luego
en las profundidades del océano, en una región afectada regular-
mente por convulsiones de tipo volcánico; o bien, se fue desha
ciendo lentamente, y hoy está reducida a un vulgar banco, el ban
co Pactolus, que aflora al oeste de Tierra del Fuego.
La expedición llega luego al estrecho de Drake, remonta las
costas de Chile y del Perú hasta el istmo de Panamá y el litoral ca
liforniano. ¡El otro Lejano Oeste! Llega al paralelo 48, es decir, la
latitud de la actual ciudad de Seattle. Pero una nueva tempestad
la obliga a bajar hasta el paralelo 38, a la derecha de la bahía de
San Francisco. Cierta vajilla de cobre descubierta en 1936 habría
pertenecido a su flota.
Durante más de diez años la historia del intrépido navegante se
desdibuja entonces en la de América. Llega a las Molucas (donde
excomulga a su capellán) luego vuelve a Plymouth donde invierte
sus ganancias –unas 500.000 libras esterlinas– en la compra de
una abadía, en Buckland, Devon. Su mujer muere algunos meses
después de su regreso. Vuelve a casarse en 1585 para retomar los
mares en 1586. Desembarca en Florida, derrota a los españoles en
San Agustín, retorna al viejo mundo donde, en 1587, en las nari
ces del rey de España, ataca a la marina española en la misma ra
da de Cádiz. Pasan diez años y, después del extraordinario episo
dio de la caída de la Armada Invencible, cruza una vez más el
océano para llegar a América del Sur. Hace una escala en Puerto
Rico y luego en Portobelo, donde Drake halla la muerte. El 27 de
octubre de 1595 sus restos son arrojados al Atlántico.
Drake. Un asombroso vínculo durante su primer periplo, entre
nuestros dos Lejano Oeste. Un corsario capaz de todas las auda
cias y de todos los récords. En esta materia, como lo estableció mi
Gesta patagónica 107
Zonas refugio
Pero, ante todo, abramos un último paréntesis: estos confines
de la Tierra también representaron, aquí y allá, una tentación in
creíble de zonas refugio para minorías étnicas, políticas y religio
sas perseguidas. “Jurgis había oído hablar de América. [...] ¿No se
decía acaso que en esa parte del mundo todos los hombres son li
bres, ricos o pobres? América era la Tierra prometida. [...] Con tal
Patagonia 112
la joven nación comienza hacia 1848. Parte por parte, los terre-
nos de caza de los indios son ocupados, se aplasta cualquier in
tento de resistencia y se deja lo que queda de las tribus indígenas
en reservas, garantizadas para siempre, pero invadidas al menor
descubrimiento.
Por su parte, la Patagonia tuvo a sus Custer, sus Crazy Horse y
sus Gerónimo. Tanto como Tierra del Fuego. El episodio del “mu
ro” de la frontera, cruel –y perfectamente inútil– donde soldados
y obreros murieron por centenares, “una Muralla China en minia
tura”, inspirada por Alsina, revela las divergencias de los políticos
del siglo pasado respecto de los indígenas que ocupaban las tierras
más o menos codiciadas. La conquista de la pampa, iniciada por
Rosas, las guerrillas del jefe ranquel Yanquetruz, las incursiones
del cacique pehuenche Calfucurá, alimentan la crónica amerindia
durante varias décadas. Con el general Roca, llamado Zorro, que
lanza la Campaña del Desierto a partir de 1878, suena la última
hora de las civilizaciones amerindias. Namuncurá, hijo de Calfu
curá, Pincén o el famosos Saihueque, terminan como Toro Senta
do o Gerónimo.
Peor aún, a comienzos de este siglo, más al sur, en Tierra del
Fuego, se multiplicarán las exacciones respecto de las últimas tri
bus locales. Los blancos llegarán a contratar mercenarios, verda
deros cazadores de cabezas “pagados a dos dólares por par de ore
jas de indio”. Andy MacLennan, por ejemplo, se vanagloriará al
regresar a Gran Bretaña, de un trofeo de caza de más de mil ca
bezas. Su compatriota escocés, Sam Hyslop, tendrá menos suerte.
Después de haber masacrado a unos cien onas, los sobrevivientes
lo capturarán y lo arrojarán vivo desde lo alto del acantilado de
Haberton, que domina el canal de Beagle.
Un genocidio que continúa hasta 1923-1924; sustituido, por así
decir, por la política de las reservas, los estragos del alcoholismo y
las enfermedades venéreas. En suma, una siniestra copia de la
“solución” del problema indio en el Lejano Oeste. Estos pueblos
sólo sobrevivirán en la memoria de algunos etnólogos pues, como
en los Estados Unidos, hasta la Gran Revolución cultural de los
años sesenta, la desaparición de los indígenas sigue siendo tema
Patagonia 114
La epopeya de la Aeropostal
La epopeya del Lejano Oeste es también, desde luego, la Ae
ropostal, los nombres de Mermoz, Guillaumet y Saint-Exupéry. A
fines de los años veinte, las líneas aéreas se van organizando poco
a poco. En 1928, Jean Mermoz se ocupa de unir Buenos Aires con
Santiago, y el 13 de mayo de 1930 logra cruzar por primera vez el
Atlántico Sur en el hidroavión Laté 28, Le Comte-de-Vaux. ¡De
Toulouse a Santiago, el correo llegó en cinco días!
La epopeya de la aviación patagónica es también Cambaceres,
piloto argentino que relatará minuciosamente en su libro las tri
bulaciones de los pioneros de la línea patagónica. Fue sobre todo
Saint-Exupéry quien abrió esta última el 20 de octubre de 1929
con escalas en San Antonio Oeste, Trelew (¡donde captura una fo-
ca!) y Comodoro Rivadavia. Vuelos cotidianos de diez y ocho ho-
ras, la mayor parte de noche, en condiciones terribles, magistral-
mente descriptas en su obra Vuelo nocturno.
La epopeya de lo extremo es también Pierre Guillaumet y el
cruce de la Cordillera. El 13 de junio de 1930, su avión cae en los
Andes durante su cruce número noventa y dos. Guillaumet sale
ileso por milagro. Camina durante cinco días en condiciones cli
máticas apocalípticas. Agota sus últimas fuerzas contemplando fo
tos de su mujer. Se halla en tal estado que, cuando finalmente en
cuentra a una india y a su hijo, éstos huyen espantados. Pero vuel
ven al oírlo decir: “Soy el aviador perdido. Muchos pesos...”. Gui
llaumet, rescatado por Saint-Exupéry en persona, confiará a su
amigo: “Te juro que ningún animal hubiera hecho lo que hice yo.”
Pero en su diario de a bordo relata el accidente con mayor sobrie
dad: “13 de junio de 1930, Santiago-Laguna del Diamante. Aterri
zaje en plena Cordillera. Vuelco. Violenta tormenta de nieve. Re
greso a pie el 19 de junio.” He aquí a un héroe.
Todo parece decididamente posible bajo la Cruz del Sur: lo
odioso, como las terribles masacres durante la gran huelga de los
peones, en los años veinte; lo concreto, como el descubrimiento
de ricos yacimientos de hidrocarburos en Comodoro Rivadavia y
la reciente valorización del gas natural, repetición casi idéntica de
Gesta patagónica 117
la aventura del oro negro del Lejano Oeste a comienzos del siglo;
lo cosmopolita, desde el anarquista ruso Radovitzki, encarcelado
en la prisión de Ushuaia, hasta el norteamericano Slocum, primer
navegante solitario, salvado de los bandidos por clavos de tapice
ría; lo maravilloso, desde el “faro del fin del mundo” que tanto
amaba Julio Verne, hasta las hazañas de Saint-Exupéry y de la Ae
ropostal. Entonces, ¿Patagonia, es el otro western?
Raúl Alfonsín, que propuso hace algunos años llevar la capital
federal de Buenos Aires a Viedma, o su sucesor, Carlos Menem,
que sugiere abrir la Patagonia a las olas de inmigrantes de Euro
pa del Este, deben haber meditado sobre El oro de Blaise Cen
drars: “Un día (Suter), tuvo una iluminación. Todos, todos los via
jeros que desfilaron por su casa, los mentirosos, los conversado
res, los jactanciosos, los charlatanes e incluso los más taciturnos,
todos emplearon una palabra inmensa que le confiere toda su
grandeza a los relatos. Los que dicen demasiado y los que no di
cen lo suficiente, los fanfarrones, los temerosos, los cazadores, los
bandidos, los traficantes, los colonos, los tramperos –todos, to-
dos, todos hablan del Oeste, en definitiva, no hablan más que del
Oeste.”
Bibliografía
Bibliografía
El nombre
El concepto
Patagonia (“la Patagonia” prefieren decir sus habitantes) es
hoy una región natural;2 pobladores y geógrafos convienen en
ello. La pregunta es ¿cuál? Al pasar nos hemos referido a una con
tinental –por oposición, por ende, a otra insular; esto es Tierra del
Fuego.3 Con otro enfoque, tomado ahora como referencia al eje,
de sentido Oriental o en sentido estricto, por oposición a otra Oc
cidental. Pero no son simétricas: sí, de Sur a Norte, ambos con
ceptos comparten la faja andina hasta grosso modo los 41°, por el
lado oriental se continúa, en la porción extraandina adyacente,
hasta los 36°. Su límite septentrional está conformado por los ríos
Barrancas-Colorado. (En sentido estrictísimo dicho límite sería el
de los cursos Limay-Negro.) En tanto, por el lado occidental, la
Patagonia sólo alcanza el océano Pacífico –en el concepto de los
El poblamiento indígena
La historia del poblamiento indígena de la Patagonia es toda
vía tan imprecisa como la de su concepto como región.
4. Aunque esperable, y muy probable, todavía no es seguro que estos cazadores in
cluyeran en su dieta las grandes especies sudamericanas autóctonas, como los pilo
sos (megaterios), armadillos gigantes (gliptodontes), etcétera.
5. Aparte de que el Chubut y, sobre todo, el Senguerr –hoy menores– traen por mo
mentos poderosa correntada, en conjunto forman un conspicuo “filtro compuesto”.
En cuanto al río Deseado, ha de haber sido un colosal río a fines del Pleistoceno; hoy
es apenas un hilo de agua.
Gesta patagónica 131
Australes (Aónikénk)
(Entre el estrecho de
Magallanes y el río
Complejo Santa Cruz)
Tehuelche Meridionales
Boreales (Tewsen)
(Entre el río Santa
Cruz y el río Chubut)
Tehuelches
Australes (Güñüna
Patagonia Continental künna) (Entre el río
(Oriental) Chubut y los ríos
Limay-Negro)
Septentrionales
Boreales (Al Norte
de los ríos Limay-Ne-
gro)
Véanse los comentarios
que siguen.
Comentarios
El primero es que, en lo que a la aparente unidad somática se
refiere, entre otros, a los rasgos compartidos de alta estatura y
gran corpulencia –que precisamente alimentaron el mito de los
“gigantes patagones”– hay que sumar la morfología y robustez del
cráneo, dolicocéfalo (como en todos los biotipos antiguos de Amé
rica). Con ellos, los antropólogos físicos clásicos distinguieron la
“raza Patagónica o Pámpida”.
A estar con uno de ellos (Marcelo Bórmida), sin embargo, al Sur
del filtro-compuesto de los ríos Chubut-Senguerr-Travesía litoral,
el aporte de genes de otra entidad racial –la “Fuéguida”– introdu
jo elementos de diferenciación, apenas visibles para el lego, con lo
que se podría hablar de dos subtipos de la raza Pámpida, al Norte
y al Sur, respectivamente, de dicho filtro. Con ello, los tehuelches
meridionales y los onas compartirían el segundo subtipo.
Patagonia 132
Los cazadores-pescadores-recolectores
Para desarrollar este punto, que agota prácticamente el análi
sis de poblamiento prehispánico de la Patagonia, debemos volver
brevemente sobre el tema de los “filtros” geográficos.
Se ha dicho antes que los cazadores especializados arribaron al
fondo del “embudo” de América del Sur hacia fines del Pleistoce
no. Desde entonces, obviamente, distintas influencias culturales
los alcanzaron a lo largo de la docena de milenios que median has-
ta el presente: de ello da inmejorable testimonio la evolución del
arte rupestre, que ilustra “estilos” muy diferentes y, para casi to-
dos ellos, de origen probadamente alóctono.7 Sin embargo, dichas
influencias fueron mínimas al Sur del filtro-barrera del río Santa
Cruz, ámbito que muestra una notable historia cultural, lineal,
muchísimo más conservadora que aquella del área al Norte de di-
cho curso, en la que se registran influencias, crecientes en función
del tiempo, procedentes de la Patagonia Noroccidental y de la
Pampa, a su vez receptoras de otras de origen andino y de las sie
rras centrales del actual territorio argentino. Hídricos, resulta líci
to definirlos como pueblos “con horror al agua” (hidrófobos) y de
este modo pueblos no sólo continentales, es decir propios del ám
bito de la Patagonia extraandina o de la Meseta, sino, sobre ello,
propiamente terrestres.
Y, a esta altura, véase de qué manera otras etnias contemporá
neas, a favor de una actitud diametralmente opuesta con respecto
al agua, es decir hidrófilas, abordaron y poblaron idéntico ámbito
7. Aunque es probable que todos, a través de diferente simbología, hayan estado re
lacionados con la idea grandiosa del acceso al Más Allá.
Patagonia 134
Epílogo
Para ese entonces, los indígenas pampeanos habían sufrido una
larga evolución, que en lo cultural-económico transitó por la
transformación en cazadores nómadas montados, la conversión en
pastores-cazadores nómadas de caballo, y de vacunos después, la
Gesta patagónica 145
Los blancos
Caraí, “señores”, los llamaron los indígenas guaraníes en el río
de la Plata; como kadday lo aceptaron los tehuelches septentrio
nales, que se hizo qadde entre los meridionales y koliot entre los
onas. Winka los bautizaron los araucanos, quizá deformación de
inka, por los indígenas peruanos con los que habían combatido en
Chile 50 años antes de la conquista española.
Los blancos: europeos primero, criollos después –argentinos y
chilenos–, los europeos después nuevamente en la Patagonia. Al
filo más tarde del siglo, en el momento de conformación de la Pa
tagonia presente, la que heredamos sus descendientes.
Gesta patagónica 147
Historias de ovejas
Por la concesión de tierras fiscales dada desde Buenos Aires en
1893 se repartieron 2.517.274 hectáreas que beneficiaron a los bri
tánicos Hallyday, Scott, Rudd, Wood, Waldron, Grienshild, Hamil
ton, Saunders, Reynard, Jamieson, Mac George, Mac Clain, Fel
ton, Johnson, Woodman, Redman, Smith, Douglas y Ness; a los
alemanes Eberhard, Kark, Osenbrüg, Bitsch, Curtze, Wahlen,
Wagner, Curt Mayer y Tweedie; a los franceses Bousquet, Guillau
me, Sabatier y Roux; a los españoles Montes, Rivera, Rodolfo Suá
rez, Fernández, Noya y Barreiro; al norteamericano Clark, al chi-
leno Urbina y al uruguayo Riquez. Es decir, ningún argentino.
1. Nacidos en Chiloé.
Gesta patagónica 151
las casas de comida y los hoteles humildes cuyos clientes eran los
peones rurales son solidarios con los huelguistas, mientras que el
comercio grande apoya al gobernador. Finalmente, ante la exten
sión de la huelga, el gobierno nacional ordena la libertad de los
presos.
En noviembre de 1920, la Federación Obrera lanza un mani
fiesto pidiendo reivindicaciones para los trabajadores rurales. En
él se decía: “La cotización del hombre no alcanza para sus explo
tadores a la cotización del mulo, del carnero y del caballo”. Y se
presenta el primer pliego de condiciones. Sorprende hoy la humil
dad de sus pretensiones. Se solicitaba que se dieran cuartos dig-
nos para los peones y que en ellos no durmieran más de tres. Era
común en ese tiempo –y lo sigue siendo hoy en algunas estancias–
que a los peones se les diera camastros de madera, sin colchones,
sólo con un cuero lanar para poner debajo y otro para taparse. Pe
dían que la iluminación de noche fuera por cuenta del patrón y so
licitaban un paquete de velas por mes. También exigían que las
instrucciones del botiquín de primeros auxilios estuviera en espa
ñol y no en inglés. Además solicitaban el aumento de salarios pa
ra carreteros, campañistas, ovejeros y puesteros.
Antonio Soto, ese joven gallego anarquista, de 1.84 de altura,
de claros ojos azules, de cabello castaño casi rubio, iba a ser el re
presentante de toda esa masa de trabajadores de campo en su ma
yoría descendiente de los antiguos mapuches, pequeños, bien mo-
renos, acostumbrados al sufrimiento y la discriminación desde ha
cía siglos. Ese Antonio Soto sabrá movilizar a los empleados de la
ciudad también por aumentos para ellos. A Correa Falcón y a los
estancieros les esperaban horas difíciles. Pero, hombres enérgi
cos, acostumbrados a mandar, sabrán enfrentar a los díscolos. Co
rrea Falcón reunirá a todas las “fuerzas vivas”: la Sociedad Rural,
la Liga del Comercio y la Industria, la guardia ciudadana, llamada
también “guardia blanca” y la Liga Patriótica. Esta Liga Patrióti
ca era una organización antiobrera nacionalista, de extrema dere
cha, organizada en Buenos Aires pero que se había extendido en
todo el país. Estaba integrada por oficiales del ejército y la mari
na de guerra, propietarios, comerciantes, miembros de la iglesia
Patagonia 158
taban los estancieros.5 Así se fue armando toda una compleja or
ganización de enganchadores o contratistas que empleaban a los
comparsas, esos equipos que cada primavera dejaban Chiloé para
la esquila, y algunos de cuyos miembros prolongaban, a veces in
definidamente, su estadía lejos de Chiloé, enviando dinero a la fa
milia que había quedado en la isla, al principio regularmente; lue
go, estos giros se espaciaban, el viajero se casaba otra vez en la Ar
gentina y no volvía nunca. Simbiosis perfecta, de algún modo, ya
que en general estos trabajadores nunca ganaban lo suficiente co
mo para dejar de hacer sus “temporadas”,6 y si olvidamos que la
isla, privada de su mano de obra masculina, apenas si podía prote
ger sus campos y pastos del siempre amenazante renoval,7 y así
engendraba la emigración que la iba debilitando.
Pero los chilotes hicieron funcionar la explotación ovina de la
Patagonia, desde el humilde lugar que les tocó. También se dis
persaron en las ciudades, fueron portuarios, albañiles, trabajado
res en las minas argentinas de carbón de Río Turbio; también fue
ron constructores de barcos, loberos (cazadores de lobos mari-
nos), y pescadores; hicieron todo lo que se podía hacer en este te
rritorio vacío, con sus manos como único recurso.
5. Aporte tan poco digno de atención, desde el punto de vista de la historia “oficial”
que, incluso una obra tan importante como La Historia de la región magallánica, de
M. Martinic, Punta Arenas, 1992, 1424 p., sólo le dedica un párrafo especial a dicho
aporte de los chilotes en la colonización de Magallanes; de hecho, están tan presen
tes y son tan “naturales” como el aire y el agua... ¡son obvios! La “trascendencia de
la inmigración europea”, por el contrario, es saludada como se debe (págs. 854-860
entre otras).
6. En 1930, por ejemplo, se calcula en Chiloé que una temporada de seis meses en
Magallanes deja 250 pesos de beneficio neto, el equivalente a 312 kg. de pan, es de
cir, menos de lo que consume la familia tipo chilote en ausencia del hombre. ¿Ba
lance irrisorio? No, dirían los chilotes, pues gracias a este “viaje” la familia no murió
de hambre...
7. El renoval es el crecimiento de la vegetación arbórea que se realiza a gran veloci
dad en el clima siempre templado y muy húmedo de Chiloé. Los chilotes “exporta
ron”, en toda la parte de la Patagonia donde el desbrozador debe enfrentar al bos
que, un vocabulario específico del espacio rural chilote que se divide entre el terre-
no limpio y el semilimpio pues faltan el tiempo o las fuerzas para terminarlo, el re
noval, el bosque está volviendo a ganar el terreno conquistado; y el monte, el bosque
denso aún virgen que jamás se ha podido empezar a limpiar.
Patagonia 182
1. García Márquez, Gabriel, El otoño del patriarca, Buenos Aires, Editorial Suda
mericana, 1975.
2. Pessoa, Fernando, Oda marítima, Caracas, Monte Ávila Editores, 1977.
Patagonia 186
T odo el mundo sabe que el Wager, que formaba parte del es
cuadrón de lord Anson, encalló en una costa desierta en los
mares del Sur. La presente obra es el relato exacto de las aventu
ras y de las calamidades de una parte de su tripulación que, tras
cinco años de sufrimientos increíbles, tuvo la dicha de volver a su
patria, cruzando mares desconocidos y regiones desiertas...
John Byron, Naufrage en Patagonie, París, Utz, 1994.
“
San Julián está a la vista; aterrizaremos dentro de diez minu
tos”. El radionavegante pasaba la noticia a todos los puestos
de la línea.
Sobre dos mil quinientos kilómetros, desde el Estrecho de Ma
gallanes hasta Buenos Aires, puestos semejantes se escalonaban;
pero éste se abría sobre las fronteras de la noche, como en África,
sobre el misterio, la última poblada sometida.
El radiotelegrafista pasó un papel al piloto:
—“Hay tantas tormentas, que las descargas llenan mis teléfo
nos. ¿Dormirá usted en San Julián?”
Fabien sonrió; el cielo estaba calmo como un acuario, y todas
las escalas, a su frente, señalaban: “Cielo puro. Viento nulo”. Res
pondió:
—“Continuaremos”.
Antoine de Saint-Exupéry, Vuelo nocturno, Buenos Aires, Tor, 1933, págs. 14 y 15.
El tumbiador
Después de un recorrido agotador de casi cuatro leguas, la tro
pa de chatas ha acampado en las inmediaciones de un zanjón pro
visto de agua algo salobre pero pasable para tomar mate, casi a la
puesta del sol, con tiempo muy bueno, y que se aprecia más lue
go de varios días de ventarrones.
Diez carreros, y algunos pasajeros que viajan con sus familias
en la caravana, rodean el agradable fogón en que chirrían los asa-
dos, mientras circulan los últimos mates que preceden a la cena.
Sin mucho apuro llega en ese momento un jinete que se baja
del caballo después de pedir permiso, pero antes de que se lo con
cedan. Recorre la rueda de personas que circundan el fogón, sa
ludando a todos, uno por uno, con extrema amabilidad, como si se
tratara de viejos conocidos, y dando la mano incluso a los niños de
menos de dos años.
Acepta sin hacérsela repetir, y al tiempo que recibe un mate, la
invitación a desensillar y pegar un tajo, pero aclara que lo hace por
no despreciar, y para que no lo tomen por rogado, porque la ver
dad es que está muy apurado y tiene mucho que hacer.
Siempre con la palabra en la boca, agrega que a pesar de lo mu
cho que tiene que hacer y de tantas preocupaciones que lo tienen
sin apetito, ya que se ha encontrado con buenos amigos, los va a
acompañar en la churrasqueada.
Sobre la misma conversación saca el cuchillo de la cintura y,
con singular maestría, corta un buen pedazo de asado, alabando
la habilidad del cocinero, mientras que con el rabo del ojo ob
serva por dónde anda en circulación la bota de vino para ponér
sele lo más cerca posible, encontrándose con ella como “por pu
ra casualidad”.
Algunos de los carreros, que lo conocían, en voz baja hicieron
saber a los demás que se trataba de un tumbiador profesional.
El tumbiador es un tipo característico de la Patagonia, llamado
así por su permanente costumbre de recorrer, con su caballo, su
perro y sus mañas, amplias zonas de la región, parando varios días
en cada casa, siempre sin trabajar, comiendo tumba de arriba, has-
ta que los dueños de casa empiezan a ponerle mala cara.
Patagonia 214
Cristian Aliaga
Nació en la Argentina en 1962, y se graduó en
Comunicaciones en la Universidad Nacional del
Comahue. Se inició en el periodismo en 1981 en el
diario Río Negro y actualmente se desempeña como
director periodístico del diario El Patagónico
(Comodoro Rivadavia) y es profesor en la
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan
Bosco. En 1993 fundó la Editorial Universitaria de
la Patagonia, que dirige desde entonces.
Osvaldo Bayer
Escritor e historiador argentino, autor entre otras
obras de Los Vengadores de la Patagonia trágica,
Buenos Aires, 1975 (3 tomos), que inspiró el filme
La Patagonia rebelde, Oso de plata en el festival de
Berlín de 1974.
Jean Canesi
Polígrafo itinerante. Colaboró en varias obras de las
ediciones Autrement.
Rodolfo Casamiquela
Científico argentino pluridisciplinario
paleontólogo, antropólogo especialista en las
culturas indígenas - conoce profundamente la
Patagonia. Director hasta 1995 del CENPAT
(Centro Nacional Patagónico), autor de numerosas
obras y artículos científicos.
Biografía de los autores 227
Philippe Grenier
Geógrafo, investigador del CNRS, especialista en el
cono sudamericano. Autor, entre otras obras, de
Chiloé et les Chilotes, marginalité et dépendance,
Edisud, 1984.
Jean Raspail
Escritor, autor, entre otras obras, de Qui se
souvient des hommes..., Laffont, 1987.
Graciela Schneier-Madanes
Arquitecta-geógrafa, investigadora del CNRS.
docente del Instituto de altos estudios de América
Latina. Dirigió, entre otras obras, Buenos Aires,
Ed. Autrement, colección Monde, HS nro. 22; Río
de Janeiro, (en colab.) Ed. Autrement, colección
Monde, HS nro. 42.
Jacques Soppelsa
Geógrafo, profesor de la Universidad de París I, fue
asesor cultural en la embajada de Francia en
Argentina.
César Vapñarsky
Investigador del CONICET, especialista en
Patagonia, autor de numerosas obras científicas.
Philippe Taquet
Paleontólogo. Bajo su dirección en el Museo
nacional de historia natural de París se iniciaron los
trabajos de la Gran Galería de la evolución. Autor
de L’Empreinte des dinosaures, París, Odile Jacob,
1994.