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Argentina
Dos propósitos
Primero: Difundir las bases de la Constitución Nacional, libro eficaz, con el cual su
filósofo autor iluminó la batalla de Caseros desde la costa del Pacífico; libro de la
libertad, capaz de orientar a los ciudadanos por el verdadero camino de nuestras
democráticas instituciones, para cumplirse y desarrollarse cada vez más
vigorosamente, convirtiendo así a Alberdi en lo que debe ser: el genio familiar del
pueblo argentino.
Segundo: Destinar todo el beneficio de esta edición para costear las efigies en
mármol de Alberdi y de Urquiza y colocarlas en Palermo, desde donde Urquiza,
triunfante, agradeció a Alberdi las bases como libro bien pensado, oportuno e
importantísimo medio para llegar a la gloria de constituir la República.
La educación no es instrucción
Belgrano, Bolivar, Egaña y Rivadavia comprendieron desde su tiempo que sólo por
medio de la educación conseguirían algún día estos pueblos hacerse merecedores
de la forma de gobierno que la necesidad les impuso anticipadamente. Pero ellos
confundieron la educación con la instrucción, el género con la especie.
En cuanto a la instrucción que se dio a nuestro pueblo jamás fue adecuada a sus
necesidades. Copiada de la que recibían pueblos que no se hallan en nuestro
caso fue siempre estéril y sin resultado provechoso.
La instrucción primaria dada al pueblo más bien fue perniciosa ¿De qué sirvió al
hombre del pueblo el saber leer? De motivo para verse ingerido como instrumento
en la gestión de la vida política, que no conocía; para instruirse en el veneno de la
prensa electoral, que contamina y destruye en vez de ilustrar, para leer insultos,
injurias, sofismas y proclamas de incendio, lo único que pica y estimula su
curiosidad inculta y grosera.
Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida
en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre
sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante
enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y
primitiva de nuestro continente.
En cuanto a la mujer, artífice modesto y poderoso, que, desde su rincón, hace las
costumbres privadas y públicas, organiza la familia, prepara el ciudadano y echa
las bases del Estado, su instrucción no debe ser brillante. No debe consistir en
talentos de ornato y lujo exterior, como la música, el baile, la pintura, según ha
sucedido hasta aquí. Necesitamos señoras y no artistas. La mujer debe brillar con
el brillo del honor, de la dignidad, de la modestia de su vida. Sus destinos son
serios; no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad
fecunda del hogar. Darle apego a su casa, es salvarla; y para que la casa la
atraiga se debe hacer de ella un Edén. Bien se comprende que la conservación de
ese Edén exige una asistencia y una laboriosidad incesantes y que una mujer
laboriosa no tiene tiempo de perderse. Mientras la mujer viva en la calle y en
medio de las provocaciones, recogiendo aplausos, como actriz, en el salón,
rozándose como un diputado entre esa especie de publico que se llama la
sociedad, educará a los hijos a su imagen, servirá a la República y será útil para sí
mismo y para su marido.
En América todo lo que no es europeo es bárbaro. No hay más división que ésta:
1) el indígena, es decir, el salvaje, 2) el europeo, es decir, nosotros, los que hemos
nacido en América y hablamos español.
Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civilizaciones en sus
hábitos, que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos libros de filosofía.
Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas
populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción; en
cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y
confortablemente.