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ENSAYOS
A la m em oria de Irm a Seidler
SOBRE LA ESENCIA Y FORMA
DEL ENSAYO
(Carta a Leo P op p er)
Am igo mío:
Tengo ante mí los ensayos destinados a este libro, y me
pregunto si es lícito editar trabajos así, si de ellos puede nacer
una nueva unidad, un libro. Pues para nosotros lo que im porta
ahora no es lo que estos ensayos puedan ofrecer com o estu
dios «histórico-literarios», sino sólo si hay algo en ellos por lo
cual puedan llegar a una form a nueva y propia, y si ese prin
cipio es el mismo en todos ellos. ¿Qué es esa unidad, supuesto
que exista? N o intento siquiera formularla, pues prefiero que
no hablemos aquí de mí y mi lib r o ; tenemos ante nosotros una
cuestión más importante y general: la de la posibilidad de
una unidad semejante. En qué medida poseen form a los escri
tos realmente grandes que pertenecen a esta categoría, y en qué
medida esta form a es independiente; en qué medida el tipo
de intuición y su configuración excluyen la obra del campo de
las ciencias y la ponen junto al arte, pero sin borrar el lím i
te entre am bos; en qué medida le comunican la capacidad de
una nueva reordenación conceptual de la vida, manteniéndola,
al mismo tiempo, lejos de la perfección helada y definitiva de
la filosofía. Ésta es la única apología posible de estos escritos,
y por tanto también su crítica más profunda; pues con la
medida que aquí se establezca se medirán por vez primera, y
la determinación de ese objetivo mostrará finalmente hasta qué
puntó se han quedado lejos de él.
El tema es, pues: la crítica, el ensayo — o llam ém osle pro
visionalm ente com o prefieras— com o obra de arte, com o gé
nero artístico. Sé que te aburre esta cuestión y que piensas que
todos sus argumentos y contraargumentos están desgastados
desde hace mucho tiempo. Pues W ilde y K err han puesto al
alcance de todo el mundo una verdad -que ya era conocida por
el rom anticism o alemán y cuyo sentido últim o vivieron los grie
gos y romanos inconscientemente, com o cosa obvia: que la
crítica es un arte y no una ciencia. A pesar de eso creo — y sólo
p or eso me atrevo a molestarte con estas observaciones— que
todas esas disputas apenas han rozado la esencia de la cuestión
real, de la cuestión de qué es el ensayo, cuál es la expresión por
él buscada y cuáles son los medios y caminos de esa expresión.
Creo que se ha subrayado demasiado unilateralmente lo del
«estar bien escrito», que el ensayo puede tener el m ism o valor
que una poíesis y que, p or lo tanto, es injusto hablar de dife
rencias de valor. Tal vez sea así. Pero ¿qué significa eso? Con
considerar la crítica en ese sentido com o obra de arte no hemos
dicho todavía nada sobre su esencia o naturaleza. «L o que está
bien escrito es una obra de a r te »; entonces, un anuncio o una
noticia bien escritos ¿son poesía? En este punto veo lo que
tanto te molesta en la concepción de la crítica: la an arqu ía; la
negación de la form a con ob jeto de que un intelecto que se
considera soberano pueda realizar librem ente sus juegos. Pero
cuando hablo aquí del ensayo com o obra de arte lo hago en
nombre del orden (o sea, casi sólo simbólica e im propiam ente);
sólo p or la sensación de que tiene una form a que lo diferencia
con definitiva fuerza de ley de todas las demás form as de arte.
Intento aislar el ensayo con toda la precisión posible precisa
mente diciendo ahora que es una form a de arte.
P or tanto, no hablemos aquí de sus parecidos con las poe
sías y otras poíesis,* sino de lo que diferencia a uno de otras.
1
El valor vital de un gesto. Dicho de otro m odo: el valor de
la form a en la vida, el valor de las formas, que crea vida y la
exalta. El gesto es sólo el m ovim iento que expresa claramente
lo inequívoco, y la form a es el único camino de lo absoluto en
la vida; el gesto es lo único que es consumado en sí mismo,
una realidad y más que mera posibilidad. Sólo el gesto expresa
la vida. Pero ¿se puede expresar una vida? ¿N o es ésta la tra
gedia de todo arte vital, que quiere construir con aire un casti
llo de cristal, que quiere fo rja r en realidades las aéreas posibi
lidades del alma, que quiere construir entre los hombres el
puente de sus formas mediante el encuentro y la separación
de las almas? ¿Puede haber gestos? ¿Tiene sentido el concep
to de form a desde la perspectiva de la vida?
Kierkegaard ha dicho una vez que la realidad no tiene nin
guna relación con las posibilidades, y a pesar de eso ha cons
truido toda su vida sobre un gesto. Todo escrito, toda lucha,
toda aventura de Kierkegaard es de un m odo u otro trasfondo
de ese gesto, ocurrió tal vez sólo para que ese gesto destacara
con más pureza de las desordenadas multiplicidades de la vida.
¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo hacerlo? £1 precisamente, que
ha visto con más agudeza que cualquier otro la m ultiplicidad
y la múltiple mutabilidad de todo m o tivo ; él, que tan clara
mente vio cóm o cada cosa pasa a otra com o a su contrario, y
cómo, si verdaderamente miramos, se abren abismos insalva
bles entre las transiciones apenas distinguibles. ¿P or qué lo
hizo? Tal vez porque el gesto es una necesidad vital de fuerza
p rim igen ia; tal vez porque el hombre que quiere ser «sin cero»
(una de las palabras más frecuentes de Kierkegaard) ha de
conseguir de la vida inequivocidad, ha de aferrar tan fuerte
mente a ese Proteo en eterno cambio de form a que no pueda
ya moverse una vez que le haya revelado la sentencia. El gesto
es tal vez — por servirm e de la dialéctica de Kierkegaard— la
paradoja, el punto en el que se cruzan realidad y posibilidad,
la materia y el aire, lo finito y lo ilim itado, la form a y la vida.
O, más precisamente y más cerca del léxico de Kierkegaard: el
gesto es el tram polín con el cual el alma pasa de lo uno a lo
otro, el salto con el que abandona los hechos siempre relativos
de la realidad para alcanzar la eterna certeza de las formas.
El gesto es, dicho con una palabra, el salto único con el que lo
absoluto se trasform a en posible en la vida. El gesto es la gran
paradoja de la vida, pues sólo en su rígida eternidad tiene lugar
todo instante fugaz de la vida y se convierte en verdadera rea
lidad.
El que no se lim ita a ju gar con la vida necesita el gesto
para que su vida se haga más real que este juego que puede
girar hacia tantos lados...
Pero ¿de verd ad hay un gesto frente a la vida? ¿N o es auto-
engaño — aunque heroicam ente hermoso— creer que la esencia
del gesto esté dada en una acción, en un dirigirse hacia algo
o apartarse de algo: rígido com o la piedra y, sin embargo, ca
paz de encerrarlo tod o en sí con fuerza intrasform able?
2
En septiembre de 1840 ocurrió que Sóren Aaby Kierkegaard,
«m agister artium », se prom etió con Regina Olsen, la hija de
dieciocho años del consejero de estado Olsen. Apenas un año
más tarde anulaba el com promiso. Estuvo en Berlín, y a su
vuelta a Copenhague vivió com o un curioso extravagante; su
peculiar conducta le convirtió en constante personaje de los
chistes, y sus escritos — publicados con pseudónimo— encon
traron algunos adm iradores, porque eran agudos, pero fueron
odiados p or la gran m ayoría a causa de su contenido «in m o
r a l» y «fr ív o lo ». Sus posteriores escritos le procuraron ya ene
m igos declarados, a saber, toda la iglesia protestante dom i
nante ; y m urió en m edio de la dura lucha que libró contra ella
p or la tesis de que la actual comunidad eclesiástica no es cris
tiana, sino que hace incluso im posible que nadie pueda ser
cristiano.
Y a varios años antes Regina Olsen había tomado p or m a
rido a uno de sus anteriores admiradores.
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En eso, pues, consiste la sinceridad de Kierkegaard: en
verlo todo tajantemente separado, el sistema de la vida, un
hombre de otro, un estadio de otro. V er lo absoluto en la vida,
no superficiales compromisos.
Pero ¿no es un com prom iso el ver la vida sin com prom isos?
¿N o es esa fijación de lo absoluto una huida ante la obligación
de m irarlo todo? ¿N o es el estadio también una «unidad supe
rio r», no es la negación de un sistema vital también un sis
tema, y no es el salto, simplemente, una transición repentina?
¿N o hay una separación estricta p or detrás de todo acuerdo
y un com prom iso p or detrás de la más salvaje negación del
com prom iso? ¿Es posible ser sincero con la vida y estilizar en
poéticos sus acaeceres?
8
Kierkegaard es el Sócrates sentimental. «A m ar es lo único
de lo que entiendo», ha dicho. Sócrates sólo quería conocer,
entender al hombre amante, y por eso para él no era problema
lo que en la vida de Kierkegaard constituye el problema capi
tal. «A m ar es lo único d e 'lo que entiendo — ha dicho— , sólo
dadle un objeto a mi amor, un objeto. Pero ahora estoy ahí,
com o un arquero que tuviera la cuerda tensa hasta el máximo
y al que exigieran que disparara contra un blanco situado a
cinco pasos de él. N o puedo hacerlo, dice el arquero, alejad el
blanco a dos o trescientos m etros.»
La oración de Keats a la naturaleza dice:
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Donde empieza la psicología termina la monumentalidad, y
la inequivocidad no es sino modesta expresión de la aspiración
a monumentalidad. Donde empieza la psicología deja de haber
actos y sólo hay m otivos de a c to s ; y lo que necesita fundamen
to, lo que soporta una fundamentación, pierde toda firmeza e
inequivocidad. Aunque bajo los restos ruinosos haya podido
quedar algo, el torrente de las m otivaciones lo arrastra ince
santemente. Pues no hay en el mundo nada más vacilante que
los fundamentos o m otivos y lo fundam entado; cuando algo
ha sido producido p or un m otivo, queda siempre que en vez
de ello habría podido ocurrir lo contrario p or otros m otivos,
y con sólo que las circunstancias hubieran cambiado un poco,
hasta con los mismos motivos. E incluso si los m otivos siguen
siendo los mismos — pero nunca siguen siéndolo— , no pueden
nunca ser constantes: lo que en el m om ento de la gran pasión
lo arrebataba todo se hace diminutamente pequeño cuando se
han aplacado las tempestades, y lo que antes era una nada
casi invisible se ha'ce gigantesco en el conocim iento posterior.
La vida en m edio de m otivos es una alternancia constante
de los reinos de Liliput y Brobdingnag, y entre todos los reinos
el más sin suelo en su interioridad, el que más se disipa com o
aire es el reino de los m otivos anímicos, el reino de la psico
logía. Una vez que ha empezado en la vida el reino de la psi
cología se ha terminado con toda sinceridad inequívoca y con
toda monumentalidad. Cuando la psicología domina en la vida,
deja de haber gestos que abarquen en sí la vida y sus situacio
nes. Pues el gesto no es inequívoco más que mientras la psico
logía no pasa de convencional.
Aquí se separan con claridad trágicamente definitiva la
poesía y la vida. La psicología de la poesía es siempre unívoca,
inequívoca, porque es siempre una psicología ad hoc, pues, aun
que parezca ramificarse en varias direcciones, la m ultiplicidad
de sus capas es siempre inequívoca y no puede configurar el
equilibrio de la unidad última sino más complicadamente. En
la vida no hay univocidad, porque en ella no hay ninguna
psicología ad hoc, y no desempeñan una función sólo los m oti
vos aceptados por am or de la unidad, y no siempre termina su
tonada lo que empezó a sonar. En la vida la psicología no
puede ser con ven cional; en la poesía lo es siempre, p or fina
y com plicada que pueda ser su convención. En la vida sólo la
com pleta y grosera lim itación puede sentir plena univocidad,
y en la poesía sólo lo com pletamente fracasado puede ser mul-
tívoco en ese sentido.
P or eso entre todos los tipos de vida la vida del poeta es
la más profundamente apoética, la más profundamente pobre
en perfil y en gesto (K eats ha sido el prim ero en verlo). Pues en
el poeta se hace consciente lo que constituye la vida com o
ta l; el poeta real no conoce lim itación alguna frente a la vida
y no se hace ninguna ilusión sobre la suya propia. P or eso la
vida es sólo materia prim a para el poeta; sólo sus manos
espontáneamente violentas pueden amasar univocidad, inequi-
vocidad, del caos, símbolos de los fenómenos sin cuerpo, sólo
ellas pueden dar form as — límites y significaciones— a lo múl
tiplemente ramificado y fluido. P or eso para el poeta no es
nunca su propia vida la que se puede tom ar en cuenta com o
ob jeto de configuración.
El heroísmo de Kierkegaard consistió en eso: quiso crear
form as con la vida. Su sinceridad: vio encrucijadas y recorrió
hasta el final el camino p or el cual se había decidido. Su. tra
gedia: quiso v ivir lo que no se puede vivir. «E n vano lucho
— escribe— , pierdo el suelo bajo los pies. N o sale de mi vida
más que una existencia de poeta.» La existencia de poeta es
nula y sin valor porque nunca es absoluta, nunca en sí y para
sí, porque nunca consiste más que en la relación con algo, y
esta relación no significa nada y sin embargo agota aquella
existencia. Por lo menos en el instante; pero la vida consta
sólo de tales instantes.
Contra esa necesidad la vida del nunca lim itado Kierkegaard
libra una lucha soberanamente limitada. Podría decirse que la
vida le dio con astuto cálculo todo lo que le podía dar, todo lo
que él le había pedido. Desde luego que cada regalo de la vida
fue un engañ o; no le podía dar nunca lo re a l; Kierkegaard fue
atraído cada vez más profundamente por ella, con cada apa
riencia de victoria y conquista — com o Napoleón p or los ejér
citos rusos— , adentrándose en el desierto que todo lo devora.
Eso es lo que ha conquistado su heroísmo, igual en la vida
que en la muerte. Supo v iv ir de tal m odo que cada uno de sus
m ovim ientos vitales se redondeó para ser un gesto visto con
certeza estatuaria y conducido hasta el final, y m urió de tal
m odo que la muerte llegó en el m om ento oportuno, cuando la
deseaba y com o la deseaba. Pero hemos visto lo seguro que
era desde cerca su gesto más resuelto, y aunque la muerte le
alcanzó en la cúspide de su lucha más real y más profunda y
tal com o él quería, de m odo que muriendo pudiera ser testigo
de sangre en fa v o r de su lucha, en realidad no pudo serlo real
mente. Pues su muerte, a pesar de todo, apunta a varias posi
bilidades; pues todo en la vida apunta a varias posibilidades,
y sólo las realidades posteriores excluyen unas pocas de las
posibilidades (n o todas las que no sean la realidad), sólo para
abrir camino a m illones de posibilidades nuevas.
K ierkegaard luchaba contra el cristianismo de su época
cuando le alcanzó la muerte en medio de la pugna más violen
ta, cuando aparte de la lucha no tenía ya nada más que buscar
en la vida y apenas habría podido intensificar la lucha misma.
(Tam bién otras casualidades hicieron que su muerte estuviera
cargada de destino: K ierkegaard se alim entó siempre de su
capital — com o las gentes de la temprana Edad Media, consi
deraba usura todo interés— y precisamente cuando m urió se
acabó su dinero.) Cuando cayó p or la calle y le llevaron al hos
pital d ijo que quería m orir, porque la causa que él represen
taba necesitaba su muerte.
Y murió. Pero todas las cuestiones quedaron abiertas con
su muerte: ¿adonde habría llevado el camino que su tumba
interrumpió repentinamente? ¿Adónde iba él cuando tuvo <^ue
encontrar la muerte? La necesidad interna de la muerte no es
más que una posibilidad de explicación en la serie de las infi
nitas que hay, y si la muerte no acudió p or una llam ada inte-
i ior, si no llegó p or orden, no se puede considerar final el final
de su vida, y en el espíritu hay que buscar el u lterior serpen
teo de aquel camino. Y entonces también la muerte de Kierke-
gaard cobra m il posibilidades de significación, es casual y no
una real articulación sumisa del destino. Y entonces este ges
to, el más puro e inequívoco de la vida de Kierkegaard — vano
esfuerzo— no es tam poco un gesto.
A PROPÓSITO DE LA FILOSOFIA
ROMÁNTICA DE LA VIDA
( Novalis)
La vida de un hombre verdaderamente canónico
tiene que ser toda ella simbólica.
N o v a lis, Blüíenstaub
Mi cuerpo es el guijarro
Que la mano de un muchacho lanzó al mar,
Mi yo la fuerza que traza círculos en torno a círculos,
Cuando ya hace tiempo que el guijarro duerme en el oscuro
[fondo.
Lével a « Kiséetrol»
Rudolf Kassner, previamente publicado en la revista Nyugat,
vol. 1, 1908, págs. 733 ss.
Theodor Storm
Novalis, previamente publicado en Nyugat, vol. 1, 1908, pági
nas 313 ss.
Richard Beer-Hofmann, previamente publicado en Nyugat, vol. 1,
1909, págs. 151 ss.
Sor en Kierkegaard és Regine Olsen, previamente publicado en
Nyugat, vol. 11, 1910, págs. 378 ss.
Stefan George, previamente publicado en Nyugat, vol. 2, 1908,
págs. 202 ss.
Beszélgetés Laurence Sternéról.