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Hermann Tertsch: Retorno a

Evian
17 de abril de 2015

HERMANN TERTSCH

Todos brindamos con zumo para ayatolás porque somos aliados de

civilizaciones y muy conciliadores

Es Evian-les-bains una idílica localidad termal en la parte francesa del lago


ginebrino de Leman. Allí convocó el presidente norteamericano Franklin Delano
Roosevelt del 6 al 14 de julio de 1938 una conferencia internacional.

Reunió Roosevelt a 32 países para tratar un problema que había adquirido ya


virulencia tras la anexión de Austria por la Alemania hitleriana. Con la absorción
de golpe de los 200.000 judíos austriacos, el III Reich había pasado a tener una
población hebrea de más de 700.000 personas sin derechos, sometidos a
permanente acoso y vejación. Todavía quedaban ilusos entre ellos que creían
que la pesadilla del nazismo acabaría pronto. Pero centenares de miles habían
reconocido en su gobierno hitleriano al mortal enemigo y querían huir, emigrar.
Pero nadie daba visados. Todos querían ir a EE.UU. o Inglaterra. Para evitar la
presión política, Washington decidió repartir la carga. Pero no la carga de la
inmigración sino la responsabilidad de no permitirla.

El resultado fue devastador. Solo sirvió para que los judíos supieran que tenían
todas las puertas de huida cerradas. De los 32 países en el Hotel Royal de
Evian, solo Costa Rica se mostró dispuesta a aceptar la entrada de cierto
número. EE.UU. no aceptó cuota alguna. Suiza cerró sus fronteras bajo el lema
de «das Boot ist voll» (la barca está llena). El Reino Unido anunció que la
pequeña isla estaba superpoblada y esa inmigración tendría graves
repercusiones sociales y económicas. También cerró sus territorios en Palestina
para evitar problemas con los árabes. Los 29 estados restantes respondieron
igual. Australia llegó a decir que «no tenemos un problema racial y no
queremos crearlo ahora».

El gran triunfador fue Hitler. «Espero que aquellos que tienen tantas simpatías
por estos criminales (los judíos) sean lo suficientemente generosos para
convertir la simpatía en ayuda práctica. Nosotros estamos dispuestos a poner a
su disposición a todos los criminales, si es por mí, hasta en barcos de lujo».
Evian dejó claro que nadie haría nada por los judíos europeos. Si cada país
presente en Evian hubiera aceptado menos de 20.000 judíos, habrían salvado a
la totalidad de los judíos del Tercer Reich de 1938. Pero nadie quiso creer que
Hitler fuera a aniquilar a su población judía como prometía una y otra vez. Sin
escapatoria, todos salvo unos pocos afortunados acompañarían a la muerte a
los millones de judíos de Europa oriental.
Muchos aquí no conocen la historia de Evian. Los judíos la sienten aunque no la
estudien. Evian es médula de Israel. De ahí que Barack Obama, tan ansioso por
la foto iraní como por la cubana para su por lo demás frustrada biografía
presidencial, recuerde mucho a Roosevelt, cuando reparte responsabilidades.
Mientras confía en las buenas intenciones de Hitler, perdón, del régimen de
Irán.

El ministro de Exteriores de ese régimen, Mohamad Yavad Zarif, distinguió esta


semana a Madrid como primer destino oficial tras el acuerdo con Obama. Y no
ocultó sus intenciones: «Hay que destruir Israel». Lo dijo en España. En visita
oficial. Y nadie le ha replicado. Ni Rajoy ni Margallo. Nadie en Madrid ni en
Washington. Todos se dicen convencidos de que el acuerdo con el régimen de
Irán tendrá grandes beneficios. Los riesgos denunciados por la amenaza iraní
se tachan como fruto de la paranoia de los judíos o de Israel o del «radical
Netanyahu».

Pero el ministro iraní es claro: «Hay que aniquilar Israel». Sentados en el hotel
Royal de Evian-les-bains le escuchamos en Madrid. Proclama su voluntad de
exterminar a nuestro aliado Israel. Y todos brindamos con zumo para ayatolás
porque somos aliados de civilizaciones y muy conciliadores y, como entonces en
Evian, la amenaza no puede ir en serio.
Hermann Tertsch
@hermanntertsch
Periodista español. Columnista del ABC de España. Comentarista de Televisión

*ABC España

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